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LOS HOMBRES Y MUJERES DEL ESPIRITU .

Viviendo juntos esta experiencia de gracia, que es el Encuentro Nacional de la Renovación en el


Espíritu, me ha parecido bien detenerme en una reflexión, de tipo práctico y teológico a la vez,
ya no tanto en la acción y la obra del Espíritu de Dios sino en los hombres y mujeres que, a lo
largo de la historia bíblica, han sido como “invadidos” y poseídos por el Espíritu de Dios.

La visión que quiero presentar está condicionada por un interés: La vida del Espíritu en la
experiencia de los cristianos. Me interesa, por lo práctico y lo concreto, que nos preguntemos
algunos rasgos de los creyentes que, por ser tocados e invadidos por la experiencia del Espíritu,
pasaron a ser considerados como “los hombres y mujeres del Espíritu” (pneumatikoi, en
términos de Pablo).

1.En el Pueblo Antiguo .

1.1.La experiencia en el Pentateuco.

Aunque no son los libros más antiguos, pero sí los primeros en aparecer en nuestras Biblias,
encontramos en estos textos unos testimonios preciosos sobre lo que el pueblo de Dios atribuía a
la acción del Espíritu.

Génesis 41,38. Faraón reconoce en José y en su trabajo al servicio del pueblo que todo se
explica por la acción del Espíritu en él (“¿Acaso se encontrará otro como él que tenga el
espíritu de Dios ?” . Luis Alonso Schokel traduce: “un espíritu sobrehumano”).

Exodo 31,1-3 (cfr. 35,30-31). En el pueblo, Dios escoge a Besalel y lo llena con el espíritu de
Dios, que le da habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos. Lo hace artista al
servicio de la comunidad. Dice el texto:
“He designado a Besalel… y le he llenado del espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia
y experiencia en toda clase de trabajos; para concebir y realizar proyectos en oro, plata y
bronce; para lograr piedras de engaste, tallar la madera y ejecutar cualquier otra labor…”
Alonso Schokel prefiere hablar de “dotes sobrehumanas” en lugar del “espíritu de Dios”.

Números 11,24-29. Para entenderlo mejor es preciso leer antes los versos 16-17 donde el Señor
le pide a Moisés que reúna a “setenta ancianos ... Llévalos a la Tienda del encuentro y que
estén allí contigo. Bajaré a hablar contigo, tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en
ellos para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo” Moisés así lo
hizo y el Señor los llenó del espíritu que había en Moisés y se pusieron a profetizar. Eldad y
Medad, que estaban fuera del campamento, también quedaron llenos del espíritu y, ante la
protesta de Josué, la respuesta de Moisés fue clara: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera
profeta y recibiera el espíritu del Señor!” El espíritu, entonces, es una fuerza que hace
profetizar y que permite a los ancianos llevar conjuntamente la dirección de la comunidad.

Números 24,2 Balaam es un profeta especial que es llamado por Balacq, rey de Moab, para que
maldiga a Israel. Con todo, el Señor lo usa sólo para bendición y nos dice el texto que en la
tercera oportunidad que profetiza “lo invadió el espíritu de Dios” y bendijo a Israel sobre todos
los pueblos. Con este espíritu es capaz de ver con claridad, escuchar las palabras del Señor,
conocer los planes del Altísimo y contemplar lo que va a suceder sobre el pueblo (cfr. los versos
1-5 y 16).

Números 27,18s. Moisés, al no poder ingresar a la Tierra prometida, debe contentarse con verla
de lejos (27,12-14) y morir. Pero Moisés pide al Señor que coloque al frente de la comunidad “a

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un hombre que salga y entre delante de ellos y que les haga salir y entrar, para que no quede la
comunidad del Señor como rebaño sin pastor”. Entonces el Señor ofrece a Josué, “hombre en
quien está el espíritu”, para que oren sobre él y le comuniquen parte de la dignidad de Moisés y
pueda conducir a la comunidad. Hay en el texto elementos importantes de tipo ministerial,
como la imposición de manos, la presencia de los jefes de la comunidad y la acción del espíritu
del Señor. El pastor es un jefe activo que orienta y conduce a la comunidad según los proyectos
de Dios y bajo la acción poderosa de su espíritu (cfr. Deut. 34,9, que comenta el mismo
episodio: “Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había
impuesto las manos”).

1.2.En el libro de los Jueces.

El libro de la primera Alianza que más y mejor nos presenta la acción del Espíritu en los
creyentes es el Libro de los Jueces. A mi modo de entender, se parece mucho al Libro de los
Hechos Apostólicos en la Nueva Alianza. Ambos son una reflexión teológica tardía sobre la
obra y la acción de Dios en la historia del Pueblo elegido; ambos presentan una visión teológica
de la historia humana; ambos insisten en la realidad y la acción del Espíritu en la construcción
de esta historia. Los dos se encuentran en una misma afirmación: la historia es una realidad
compleja y difícil pero con dos autores y actores fundamentales: Dios y el hombre, el Espíritu y
el creyente.

Los hombres y mujeres que encontramos en el libro de los Jueces no aparecen dentro de una
historia piadosa. Son personas concretas, conocidas de todos, plenamente humanos y a veces
demasiado.

Otniel es el primero en aparecer, aunque su paso es rápido. Es hijo de Quenaz y hermano menor
de Caleb, el conquistador de la Tierra prometida. Cuando el pueblo grita al Señor en situación
de dificultad, “el espíritu del Señor vino sobre él, fue juez de Israel y salió a la guerra. El Señor
entregó en sus manos a Cusán Risataín, rey de Edom, y triunfó sobre él. El pueblo quedó
tranquilo cuarenta años” (Jue. 3,9-10).

Ehud es un homicida astuto y audaz, pero el Espíritu lo posee y actúa en favor del Pueblo. Lo
decimos así, aunque en el texto no aparece expresamente el espíritu de Dios. Pero es Dios quien
lo suscita al servicio del pueblo, a pesar de lo que Ehud es en su vida personal.
La comunidad ha fallado otra vez a la Alianza, pero clama al Señor y éste les suscita un
libertador (Jue. 3,15). Pero un libertador muy curioso e insospechado: es zurdo (recordar aquí
que siempre que Dios actúa en la historia para salvar al Pueblo, utiliza “la mano derecha”, “su
diestra”) (Jue 3, 15.21), es terrorista e inteligente (Jue 3, 16-21), pero líder y capaz de congregar
a la comunidad para lanzarla a la batalla y al desquite (Jue 3, 27-30).

Débora es mujer en un pueblo de estilo y costumbres patriarcales. Tiene una personalidad


vigorosa y radiante, es profetisa y hasta juez en medio de su comunidad: “Se sentaba bajo la
palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraim, y todos los israelitas subían
donde ella en busca de justicia” (Jue 4, 5). Su nombre mismo (“La Abeja”) la presenta como
una persona trabajadora y acuciosa, capaz de comprometerse activamente y movilizar las
fuerzas de la comunidad en favor de la liberación del Pueblo (Jue 4, 6-10). De hecho, Dios
entregó a los enemigos de Israel en manos de una mujer (Jue. 3,9).

Gedeón es un campesino burdo, hijo de un granjero, pero lleno del celo del Señor. Es frentero y
sin tapujos, protesta ante el Señor y pide señales de su presencia (Jue 6, 12-13.17-18.36-40). Es
astuto y emprendedor, tiene varias mujeres y gracias a ellas se crea un pueblo de hijos (Jue
7,30). Pero es valiente y se deja llenar del Espíritu de Dios para luchar por su Pueblo y
conducirlo a la victoria. “Vete con esa fuerza que tienes y salvarás a Israel de la mano de
Madián” (Jue. 6,14), le dijo el Señor y el espíritu se apoderó de él (Jue. 6,34) y el Señor salvó a
Israel con la pobreza de sólo 300 hombres (Jue, 7, 16-25).

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Jefté era un valiente guerrero, pero bastardo y rechazado por sus hermanos (Jue 11, 1-2).
Hombre variable, cabecilla de un grupo de ladrones y miserables, un matón de gran envergadura
que llega a ser el jefe de Israel y el instrumento de la liberación de Dios (Jue 11, 3ss). “Vino
sobre él el espíritu del Señor” (Jue. 11,29) y los amonitas fueron duramente humillados.

Sansón, por su parte, es un pastor intrépido con arrebatos de ira. Es la fuerza personificada que
se emplea a fondo y sin miramientos. Concebido por una madre estéril (Jue 13, 2-7), es
educado de modo estricto y ofrecido al Señor. El Espíritu se apodera de él y lo llena de su fuerza
victoriosa, capaz de destruir a un león como se despedaza a un cabrito (Jue 13, 25; 14, 6). Pero
débil en los brazos de las mujeres y fácil de ser convencido por ellas (Jue 14, 16-17; 16,15ss),
que lo traicionan siempre y lo entregan a sus enemigos.

Todos estos “Jueces” del Antiguo Testamento tienen en común la valentía y la fuerza del
Espíritu (cfr. Jue 3,10; 6,34; 11, 29.32; 13,25; 14, 19; 15,14). El Espíritu aparece en ellos como
una Fuerza que, al ser comunicada, los hace capaces de actuar poderosamente en medio de su
debilidad. Esa fuerza en acción lleva garantizado el éxito. Pero es la Fuerza de Yahvé. Por eso,
el éxito de los jueces es “gracia”: los salvadores y liberadores de Israel no hubieran sido nunca
lo que fueron si Dios no se hubiera apoderado de ellos por su Espíritu.

Y ¿qué es o quién es ese “espíritu”? En buena parte de los textos se podría traducir la palabra
hebrea “ruah” por “soplo”, entendido como una realidad dinámica, una fuerza viva en acción,
poder de vida que se manifiesta en la persona del creyente y lo impulsa a la acción en favor de
su Pueblo.

En Números 11, 25-29, la “ruah” es un poder comunicado por Yahvé sobre algunas personas
para que realicen una actividad al servicio de la comunidad. Pero se le reconoce también
presente en ciertos fenómenos de exaltación, de trance y de éxtasis (Jue 13, 25; 1 Sam 5, 10; 19,
18-24). Podemos decir que quienes experimentan estos hechos están franqueando “otro mundo”,
no son dueños de sí y otra Fuerza los posee: es la “ruah” de Dios que actúa sobre ellos y los
hace “distintos”.

1.3.En los reyes y profetas.

El primer rey en Israel fue Saúl y le correspondió al profeta Samuel prepararlo y consagrarlo
como gobernante del pueblo de Dios. Saúl presenta su pequeñez y su miseria ante la vocación
recibida: “Soy de la tribu de Benjamín, la más pequeña de las tribus de Israel. Además, mi
familia es la más insignificante de todas las familias de la tribu de Benjamín. ¿Por qué yo?” (1
Samuel 9,21).
Samuel, el profeta, tomó el aceite y lo derramó sobre su cabeza, ungiéndolo rey en Israel y jefe
de la comunidad. Pero agregó: “Te invadirá el espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre”
(1 Sam 10,6.10).
Un mes más tarde, el jefe de los amonitas humilla al pueblo y quiere sacarles los ojos. Al
saberlo Saúl, “lo invadió el espíritu del Señor, se irritó sobremanera” (11,6) y se lanzó a la
batalla para salvar a su pueblo.

En el rey David la “ruah” de Dios se hace presente de manera duradera y permanente (1 Sam
16, 13) para permitirle ejercer una misión al servicio del Pueblo. El campesino sencillo y
pequeño, el muchacho con aptitudes para la cítara y el arpa, se vuelve guerrero fuerte y el líder
escogido para reinar sobre Israel y congregar a las tribus al servicio del único Señor.
El profeta Samuel derramó sobre él un cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.
“A partir de entonces invadió a David el espíritu del Señor y estuvo con él en adelante”. Pero
su realidad de “hombre del Espíritu” se hace, a la vez, promesa de una realidad más grande y
maravillosa: el anuncio de un rey definitivo y justo, de un liberador y guía perfecto, el Mesías
de Dios para Israel. Sobre este “ungido” “reposará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y

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discernimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Yahvé ”
(Is 11, 2). Todas estas características nos manifiestan la actividad de la “ruah” de Dios en el
elegido para que pueda construir un reinado de justicia y de verdad, de bondad y de paz (cfr. Is
11, 3-5). Tal afirmación de Isaías es mantenida después por la tradición profética (el segundo y
tercer Isaías), sobre todo en los cánticos del Siervo (cfr. Is 42, 1-7; 49, 1-7; 61,1).
Hay otro texto que nos habla de la envidia y el rencor que invaden a Saúl contra David y éste
tiene que huir donde Samuel, insertándose algún tiempo en una escuela de profetas y de
hombres del espíritu. Hasta allí va Saúl a perseguirlo y el espíritu de Dios los toma y lo hace
entrar en trance (1 Sam. 19,20-23) para defender a David.

En los profetas, por su parte, la Palabra de Dios que proclaman es proferida por orden de Dios y
por el impulso de Dios en ellos (cfr. Am. 7,15; Is 7,9; Jer 1,7; etc). Podemos decir que hay una
fuerza y un impulso interior que los hace hablar y de la que no pueden zafarse: “ Había en mi
corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por
ahogarlo, no podía”, dice Jeremías 20, 9. Es la “ruah” de Yahvé que se hace Palabra para los
hombres del Pueblo. Por eso la relación tan estrecha entre Palabra y Espíritu (cfr. Sal 33,6):
ambos expresan el poder de Dios actuando en la historia humana.

Un caso típico es el del profeta Elías. El ha estado denunciando valientemente las infidelidades
del rey Ajab y la impiedad de su mujer Jezabel, atrayendo la persecución y la ira del poder
humano. Por eso huye. Pero hay un texto que parece indicar cómo el espíritu del Señor se
apoderaba del profeta con frecuencia y lo hacía desaparecer frente a sus enemigos para
protegerlo (cfr. 2 Reg 2,16). En efecto, Elías le pide a Abdías que anuncie su presencia ante el
rey Ajab y Abdías se resiste con esta disculpa: va a suceder lo de siempre, “cuando me aleje de
ti, el espíritu del Señor te llevará no sé dónde”.
Elías va a la montaña santa y allí experimenta una maravillosa teofanía, paralela en cierto
sentido a la del monte Sinaí (1 Reg 19, 12-15). No aparece allí la mención del espíritu, pero sí
los signos de su presencia y de su acción. Dios va a pasar por la vida del profeta. Vino un
huracán violento y no estaba Dios en el huracán; luego un temblor de tierra y tampoco estaba
allí el Señor; después un fuego, pero no estaba el Señor en el fuego. Entonces surgió “el susurro
de una brisa suave. Al oírlo, Elías cubrió su rostro con su manto, salió y se puso a la entrada de
la cueva”: había experimentado a Dios en un viento suave, penetrante y maravilloso. Este
“viento” era el espíritu del Señor, que le devolvió la energía vital y la fuerza para seguir siendo
profeta en medio de su pueblo.

Durante el reinado de Ezequías y el ministerio de Isaías encontramos otro hecho curioso.


Senaquerib, rey de Asiria, quería dominar y destruir a Israel si no se plegaba a su política
expansionista. Dios le mandó decir a Ezequías, por medio de Isaías, que no temiera. “Voy a
poner en él un espíritu, oirá una noticia y se volverá a su tierra, y en su tierra yo le haré caer a
espada” (2 Reg 19,7). Así sucedió. Ese “espíritu” viene a ser como una voz, una inspiración que
mueve al rey enemigo a actuar pero, al mismo tiempo, permite al Señor realizar su plan en la
historia.

Moisés deseaba ardientemente que esta “ruah” de Dios fuera concedida a todo el pueblo (Num
11,29), para conocer los caminos del Señor y realizar una misión salvífica en la historia. Pero
eran simples deseos de un líder con visión de futuro. A la vuelta del destierro, Dios la promete a
todos (Is 44,3) y de forma duradera (Joel 3, 1-5; Ageo 2, 4-5):

“No temas, siervo mío, Jacob,


´cariñito mío´(Yesurún), a quien elegí.
Derramaré agua sobre el sediento suelo,
raudales sobre la tierra seca.
Derramaré mi Espíritu sobre tu linaje,
mis bendiciones sobre cuanto de ti nazca” (Is 44,3).

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Es aquí donde Ezequiel aparece claramente como el profeta del Espíritu. Regresar del destierro
ha de significar, no sólo un volver a la tierra, sino también un volver a Dios, de quien la idolatría
los había apartado. El Señor los purificará, les dará un corazón nuevo y una “ruah” nueva que
los hará vivir en fidelidad y les permitirá sentir y amar en justicia y en verdad (Ez 11, 17-20; 36,
23-28; 37, 1-14; 39, 25-28). En este contexto hay que entender la súplica tardía del Salmo 51,
12-14:
“Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
un espíritu firme dentro de mí renueva;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
y afianza en mí un espíritu generoso”.

En la tónica de esta súplica y en la esperanza de que la Promesa se realice cumplidamente,


llegamos al umbral de la Alianza Nueva para encontrarnos con un Pueblo cansado y necesitado,
deseoso del Espíritu del Señor.

2. En el Pueblo Nuevo.

Al tomar el Nuevo Testamento nos encontramos con una experiencia novedosa: El Espíritu es
dado a todos, sin distinción, y obra maravillas entre los creyentes (cfr. Hechos 2, 37ss),
cumpliendo así la Promesa hecha por los profetas.
Aunque hay muchos textos que nos pueden servir de base a la reflexión, nos vamos a contentar
con el Evangelio de Lucas, que ha sido llamado “el Evangelio del Espíritu”, y miraremos en él
la acción de este Espíritu en los creyentes. A modo de ejemplo vamos a tomar cinco personajes-
tipo, que expresan muy bien nuestra propia vida y orientan nuestra acción.

1)Isabel (Luc. 1,39-45).


Era una mujer estéril y sin vida dentro de sí, cargada de años (1,7); su existencia no tenía
sentido como mujer porque no tenía hijos. Pero cuando oyó, primero la Promesa en el mensaje
recibido por su esposo, y luego el Evangelio (saludo de paz) traído por María, el Evangelio de la
presencia salvadora de Dios en medio de su Pueblo, recibió vida en su seno, quedó llena del
Espíritu Santo (1,41), exclamó con fuerte voz su alabanza y pronunció el primer “makarismo” 1
de la nueva creación: “!Bendita tú la creyente y bendito el fruto de tu seno!”. Es la alegría de la
fe y de la realización efectiva de la Promesa del Señor. Por tanto, oír y acoger la Promesa con
una fe sincera permite tener una experiencia grande del Espíritu del Señor que llena de Vida.

2)Zacarías (Luc. 1,67)


Era sacerdote del Templo del Señor, justo y con una vida sin tacha en la presencia de Dios (1,5-
6). Pero su existencia era fría, sin fuerza y sin poder: le faltaba la vida (un hijo), le faltaba la
confianza (¿cómo sabré?) y se quedó sin lenguaje y sin comunicación (1,20; 2,2). Pero cuando
acogió el signo de Dios y realizó la Palabra anunciada, el Espíritu lo llenó y profetizó con un
canto de alabanza y bendición (1,68-79).

3) Siméon (Luc 2,25-32)


Es un tercer testimonio, pero más positivo, con cuatro características: justo - piadoso - esperaba
la consolación de Israel - el Espíritu estaba en él. Este mismo Espíritu lo animaba, le revelaba el
sentido y la orientación de su vida, lo guiaba siempre. Un día lo condujo al Templo y allí le
permitió ver y tener en brazos la salvación de Dios. Por eso, de la boca de Simeón surgió la
bendición.

4)María (Luc. 1,26-38; 1 46-56)


De María se dice que “el Espíritu descenderá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su
1
Llamamos “makarismo” a una bendición que se da sobre una persona. El término viene del griego,
makarios, que significa “bendito”.

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sombra” (Luc 1,35), haciendo de ella la Nueva Tienda del encuentro de Dios con su pueblo. Por
eso mismo, su vida toda - como Moisés en la Tienda - es una contemplación y un silencio de
adoración ante la acción de Dios en ella y en la historia. Pero cuando abre la boca, lo hace por
acción del Espíritu para regocijarse y engrandecer a Dios por lo que hace y lo que es entre
nosotros.

5)Jesús (Luc. 3,21-22; 4,1; 4,1410,21)


Jesús es la plenitud de la acción del Espíritu (Luc 3,21-2; 4,1; 10,21ss). A Lucas le gusta
presentarlo, a partir del bautismo en el Jordán, cuando el Espíritu bajó sobre él en forma
corporal, como una persona llena del Espíritu, conducida por el Espíritu (4,1), actuando siempre
bajo el Poder del Espíritu (4,1; 4,14; 5,17). Por eso, no es raro leer en el capítulo 10, cuando los
discípulos regresan de la misión apostólica y hacen la evaluación, que “Jesús se llenó de gozo
en el Espíritu Santo” y bendijo con todo su corazón al Padre (10, 21ss).

El evangelista utiliza dos verbos técnicos para indicar esta acción del Espíritu en Jesús:
 el verbo “agalliao”, que expresa la exultación, la alegría desbordante y exteriorizada. Es
un verbo típico de los primeros cristianos, después del bautismo, y está también en 1
Pedro 1, 6.6; 4,13. La presencia del Espíritu y la experiencia de Jesucristo es tal que
tiene que exteriorizarse en gestos, en palabras, en acciones, en vida. Y una vida que se
colma de la alegría interior que produce la seguridad de la salvación.
 El verbo “exomologeomai”: confesar, proclamar públicamente y dar gracias. La
vivencia interior no se puede quedar dentro, exige una expresión y un testimonio.

Al término de estos cinco ejemplos lucanos, notamos que hay un verbo clave que se repite
constantemente: el Espíritu “llena¨ la vida y el corazón del creyente y lo impulsa a actuar con
un estilo y una vida novedosa que causa impacto ante los demás. Al terminar su ministerio
apostólico y su misión en el mundo, Jesús le dirá a los discípulos: “Recibiréis la Fuerza del
Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos ...”(Hechos 1,8). Unos días más
tarde, estando todos en unidad y oración, “quedaron todos llenos del Espíritu Santo ...”(Hechos
2,4).

He aquí, pues, cinco ejemplos ofrecidos por Lucas a nuestra consideración; cinco experiencias
que dibujan muy bien nuestra propia vida: unas veces estéril y falta de animación; otras, llena de
frialdad y desconfianza en el Señor; unas veces silenciosa y contemplativa, otras, expresiva y
llena de gozo interior. Pero siempre convencidos de que, sin la Fuerza y el Poder, sin la Sombra
del Altísimo, no podemos alabar y bendecir, actuar y servir.

El Espíritu está en nosotros, nos ha llenado - por el bautismo y la confirmación - pero quiere
expresarse en nosotros, primero como Fuerza que reside en el corazón, luego como Luz que
permite la contemplación, y después, como alabanza y bendición que se vuelven testimonio ante
los hermanos y glorificación ante Dios.

No podemos “apagar” el Espíritu (1 Tes 1,19), dirá Pablo. Por el contrario, es preciso
“cuidarlo” (1 Tim 4,14), “reavivarlo” (2 Tim 1,6) y darle expresión. “Porque no nos dio el
Señor un espíritu de timidez, sino de Fuerza, Amor y Templanza” (2 Tim 1,7) para que podamos
expresar con gozo la Vida abundante que llevamos dentro. Esta Vida se vuelve canto y gozo en
el Espíritu (Col 3,16) con mucha acción de gracias. Pablo lo compara un poco a los borrachos
alegres, que se hartan de vino y se desbordan en palabras y canto: “Llenáos, más bien, del
Espíritu” (Ef 5, 19-20), quien hará que de nuestro corazón y nuestra boca broten palabras,
cantos, salmos, acciones de gracias, y toda nuestra vida será una expresión de alegría y
agradecimiento.

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LA EXPERIENCIA DEL ESPIRITU
EN EL NUEVO TESTAMENTO.
Al repasar los diferentes textos del Antiguo Testamento donde aparece la presencia del Espíritu
del Señor, muchos autores actuales prefieren hablar de “espíritu” con minúscula, y la razón es
precisa. Para ellos la presencia y la acción del Espíritu de Dios, como una Persona única,
especial y activa, es una revelación que sólo surge y aparece en el Nuevo Testamento. Lo cual
quiere decir que la personalidad del Espíritu Santo, como tercera realidad de la Unicidad de
Dios, es un don, una revelación y un acontecimiento de la Nueva Alianza.

1.Textos más primitivos que hablan de la experiencia.

Si hacemos un repaso sencillo de los textos, en orden más o menos cronológico, encontraremos
que la experiencia del Espíritu está directamente planteada o indirectamente descrita en los
siguientes escritos:

1 Tesalonicenses 1,5-6

“Les fue predicado nuestro Evangelio, no sólo con palabras sino también con poder y con el
Espíritu Santo, con plena persuasión ... Se hicieron imitadores nuestros y del Señor, abrazando
la Palabra con gozo del Espíritu Santo, en medio de muchas tribulaciones” .

La comunidad vio en Pablo, Silas y Timoteo la acción del Espíritu Santo, cuando ellos fueron a
predicar a Jesús. La palabra, los signos de poder que ellos hacían, el valor y la seguridad con
que predicaban, todo esto les dio una seguridad y les permitió la experiencia del Espíritu del
Señor que todo lo transforma. Por eso mismo experimentaron un gozo profundo al acoger la
Palabra con fe y este gozo es don del Espíritu.

1 Tesalonicenses 4,8:

Pablo hace un llamamiento insistente a vivir la santidad en medio del mundo y la concretiza en
la lucha contra la fornicación y toda clase de impureza, en la vida personal y en el trato con los
hermanos. “El que esto desprecia, no desprecia a un hombre sino a Dios, que les hace don de su
Espíritu Santo”.
Y con esta última frase cita a Ezequiel 37,14, la promesa bellísima del Espíritu a todo su pueblo.
“Lo digo y lo hago”, afirmaba Ezequiel; ahora esta Palabra se cumple en la vida real de la
comunidad que ha experimentado el regalo de este Espíritu.

1 Tesalonicenses 5,19:

“No extingan el Espíritu, no desprecien la profecía ...”


Habla de cosas muy concretas, de experiencias precisas: en la comunidad hay una acción del
Espíritu que se manifiesta en carismas conocidos al servicio de la edificación común.

2 Tesalonicenses 2,2.13:

“No se dejen alterar tan fácilmente en sus ánimos, ni se alarmen por alguna manifestación del
Espíritu ...Dios los ha escogido desde el principio para la salvación, mediante la acción
santificadora del Espíritu y la fe en la verdad”.
La dificultad concreta del momento era el anuncio angustioso de la segunda Venida del Señor
como algo inminente. La carta afirma que ni siquiera una manifestación del Espíritu puede
quitarnos la seguridad de que la Parusía se demora todavía, pero nos mantiene fuertes la

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convicción de que desde ya somos los escogidos de Dios. Y esta seguridad nos la da la acción
santificadora del Espíritu.

1 Corintios 2,4:

“Mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino
que fueron una demostración del Espíritu y del poder ...”
Al recordar su llegada a la comunidad de Corinto, Pablo hace mención de cómo, en medio de su
debilidad y temor, el Espíritu se manifestó a través de él para el anuncio vivo de Jesús y los
corintios pudieron ser testigos de la acción poderosa de este Espíritu de Jesús.

Gálatas 3,1-5 .14:

Oh insensatos gálatas! ¿Quién los fascinó a ustedes a cuyos ojos fue presentado Jesucristo
crucificado? Quiero saber una sola cosa: ¿Recibieron el Espíritu por las obras de la Ley o por la
fe en la predicación? ( “ex akoes písteos” = escuchar con fe; eso es lo que da la experiencia).
Comenzando por Espíritu ¿terminan ahora en carne? ¿Pasaron en vano por tales experiencias?...
El que les otorga el Espíritu y obra milagros entre ustedes ¿lo hace porque observan la Ley (“ex
ergon nomou”) o porque tienen fe en la predicación?” (cfr 3,14: El Espíritu de la Promesa se
recibe por la fe).
Fascinación y experiencia son dos realidades concretas de la vida cristiana. La fascinación por
Jesucristo, que se convierte para nosotros en el Centro y el Corazón de la vida, es el origen de
toda experiencia del Espíritu. Y la fascinación llega cuando sabemos escuchar con fe el anuncio
del Reino.

Gálatas 4,6:

“La prueba de que son hijos (= la confirmación de la experiencia) es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama : !Abbá!”
La experiencia del Espíritu se vive en la conciencia y la vivencia diaria de la filiación amorosa.
El Espíritu nos hace sentir a diario una confianza y una cercanía del Padre.

Gálatas 5,1ss

Es todo un capítulo sobre la vida en el Espíritu que bien vale la pena leer detenidamente y
asumir, en este contexto de la experiencia. Pero subrayemos aquí una serie de verbos activos
que le sirven a Pablo para expresar esta experiencia del Espíritu:

Pneumati peripatew : Caminar en el Espíritu,


Pneumati ageomai : Dejarse llevar por el Espíritu, ser conducido
Zaw pneumati : Vivir en el Espíritu,
Stoijew pneumati : Caminar, proceder en el Espíritu,
Speirw eij to pneuma : sembrar para el Espíritu,
Qerisew ek tou pneumatoj : Cosechar del Espíritu.

2.¿Cómo se experimenta el Espíritu?

Si vamos a los textos que nos hablan de la experiencia del Espíritu, podríamos deducir una serie
de aspectos prácticos que - en la vida concreta - pasan a ser criterios para discernir si hay o no
una experiencia seria del Señor.
 El Espíritu se deja sentir como una presencia de Dios o de Jesús en el corazón del
creyente. Por eso, se habla indistintamente del Espíritu de Dios (1 Tes 4,8; Fil 3,3; 2 Cor
3,3) o del Espíritu de Jesús o de su Hijo (Gal 4,6; Fil 4,19).

 El Espíritu aparece como una Fuerza, un dinamismo ( dynamis) que lleva a la acción

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(Hechos 1,8). Por lo tanto, cristianos débiles, lentos o miedosos para la acción son
creyentes a quienes les falta la Fuerza de Dios.

 Se manifiesta en una alegría y un gozo desbordantes y expresivos, como una vida que
es imposible retener dentro (Gal 5,22; Hechos 13,52; 1 Tes 1,6). La tristeza y el pesar
continuos indican un vacío del Espíritu. Una vida sin sentido, la continua insatisfacción
por todo y una actitud de negatividad son expresiones de pobreza en el Espíritu.

 El Espíritu produce, igualmente, una oración y alabanza permanente, que se hacen


espontaneidad ante Dios (Hechos 2,4; Col 2,16; Ef 5,19-20). Creyentes que nunca o
poco oran, no conocen la experiencia del Espíritu.

 Se expresa también el Espíritu en una libertad de espíritu y de corazón que permiten una
acción abierta y sincera ante los demás (Gal 5,16-18; 2 Cor 3,17). La opresión, la
dominación, la manipulación, la incapacidad para amar o actuar, nos hablan de la falta
del Espíritu.

 En comprensión fraterna y comunión (Hechos 2,44; Gal 5,22-23; Ef 4,1-6). Por lo


mismo, las contiendas, las divisiones, peleas y disgustos no son de Dios. El Espíritu une
y crea la comunión.

 En “signos de poder” o acciones maravillosas que expresan la presencia salvadora de


Dios (Gal 3,5).

 Pero, sobre todo, el Espíritu se manifiesta en carismas - ministerios al servicio de la


comunidad (1 Cor 12-14; 1 Ped 4,10).

3.¿Qué constituye la experiencia del Espíritu?

Después de analizar todos los textos y, a partir de la experiencia religiosa que detectamos en
ellos, podemos decir que los siguientes elementos constituyen una verdadera experiencia del
Espíritu del Señor en la vida cristiana. Cada uno de ellos, asumido y aplicado en la vida diaria,
se convierten en criterio para discernir si en nosotros y en la comunidad hay tal “experiencia”.

 Escuchar con fe el anuncio de Jesús, el Evangelio de Salvación y de Vida. Tal es el


primer paso en el proceso de conversión, como lo afirma Pablo.

 Eso mismo produce una fascinación en el Espíritu. La persona y la acción de Jesús nos
impresionan, nos impactan y llegan a captar nuestra atención y nuestro corazón,
haciendo lentamente que todo nuestro actuar se vaya centrando en Jesús. El, entonces,
pasa a ser el Centro de nuestra vida, el Corazón de nuestro corazón, el Espíritu de
nuestro espíritu.
La fascinación se manifiesta en experiencia del Espíritu. Porque el Espíritu de Jesús es
el que inicia una serie de actuaciones en favor del creyente y de la comunidad, que
permiten “madurar” y transformar su vida. Esta experiencia del Espíritu está sintetizada
en dos términos englobantes:
Palabra de poder
Acciones maravillosas

 La palabra y la acción cambian necesariamente con la experiencia seria de Jesús. Y


ambas expresan la vida diaria. Pero es un cambio lento, procesual, en la medida en que
se deja a Jesús tomar el centro y el mando del corazón y en la medida también en que se
le permite al Espíritu de Jesús transformar los sentimientos, las reflexiones, las
actitudes, la voluntad, la memoria y el corazón.

9
 Pero la experiencia fundamental del Espíritu es la de filiación: somos los hijos amados
de Dios! En un mundo egoísta y disperso, nada tan central y saludable como sentirse
“hijos”. No somos esclavos, pero tampoco basura. Somos hijos y amados, es decir,
tenemos a Alguien que nos siente suyos porque nos ha creado para El, nos ama
intensamente, se preocupa de nosotros y se da todo por nosotros. Es el Padre
maravilloso. La experiencia de filiación y de paternidad son acciones concretas del
Espíritu de Jesús.

 La experiencia va dando una convicción y una conciencia: somos convocados a la


santidad en medio del mundo. El llamamiento interior lo hace resonar el Espíritu; pero
la respuesta la damos nosotros, no sólo al no oponernos a la acción novedosa del
Espíritu de Jesús sino también al actuar como hijos de Dios, libres y comprometidos, en
un mundo de opresión y de mentira.

10
CREYENTES ABIERTOS AL SOPLO DEL ESPIRITU .

Espíritu, soplo, viento: tres palabras y una sola realidad. El día de Pentecostés amanecía. Se
estrenaba un tiempo nuevo: el del Espíritu, el de la Iglesia. De pronto “vino del cielo un ruido
como una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban ... y
quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el
Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2,2-4 . 17,33).

En hebreo “espíritu” es ruah y en griego pneuma. Dos términos ligados a procesos vitales, ya
que significan: aliento, soplo, viento, vendaval, huracán; es decir, libertad, creatividad, vida,
transformación. Representan lo imprevisto, la apertura, lo nuevo.
“Como el viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va”
(Juan 3,8).

Soplo, viento, huracán ... símbolo del Espíritu preñado de expresividad. En sus entrañas hay
libertad y apertura, novedad y creatividad, poder y transformación ...

El Espíritu, como el viento, es siempre sorprendente. No podemos programarlo. Es libre y


desconcertante. Desborda nuestros planes y los desbarata con frecuencia. Los textos hablan de
la imprevisibilidad de Dios, de su soberana libertad, de su creatividad sin límites. El Espíritu,
como el viento, no está a disposición de los humanos. Nadie puede manipularlo. Y quisiéramos
tenerlo bajo control. Quisiéramos saber a dónde y cómo nos lleva el Espíritu para programar y
planificar tranquilos nuestra vida, cuando el Espíritu es imprevisible e incontrolable como el
viento.

Quisiéramos señalarle cómo y dónde soplar. En definitiva, quisiéramos dosificarlo,


domesticarlo. Lo preferimos traducido en normas, leyes o instituciones. Así nos ahorramos el
trabajo de discernir, de ponernos a la escucha, atentos a lo que quiere insinuarnos, decirnos y
exigirnos. Pero no: Al Espíritu no lo posee nadie, sino que El nos posee a todos.

1.Viento de Dios, Tiempo de Dios.

Si recordamos la experiencia del profeta Elías (1 Reg. 19, 1-18) cuando huía de la persecución
de Jezabel y sentía en su corazón un desánimo grande y un deseo de romper todo compromiso
con el Señor, nos encontramos con la presencia de un susurro suave, un pequeño viento de Dios
que fue capaz de fortalecerlo y devolverle la energía profética en su lucha por conseguir la
renovación del pueblo. El Viento del Espíritu crea, así, un tiempo nuevo, una etapa nueva en la
vida del profeta.

Lo mismo pasa con Jesús y con todos los creyentes. La presencia del Espíritu en la historia,
como un nuevo Pentecostés, establece una nueva etapa de la historia de salvación. Y nuevo
Pentecostés es lo que la Iglesia está pidiendo en este inicio de milenio para lanzarnos a construir
todos un mundo nuevo donde reine la paz y la justicia. No es un Pentecostés para esperar
angustiados el final y la segunda Venida. Es una presencia novedosa del Espíritu que todo lo
transforma y lo santifica.

1.1.Tiempo de apertura y libertad, es decir, tiempo de discernimiento.

En el umbral de su vida pública, inmediatamente después del bautismo que es su investidura


mesiánica, Jesús “fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado” (Mat 4,1). El
Espíritu es quien inicia el suceso, no el Tentador.

11
Entre el Bautismo y el ministerio de salvación está la Prueba. Entre la experiencia fuerte del
Señor y la entrega generosa a los hermanos, el discernimiento. Y este discernimiento, de parte
de Jesús, busca una decisión: ¿cómo realizará la Misión recibida del Padre? Es una opción
crucial con dos posibilidades:

 Por el camino de una manifestación deslumbradora, capaz de entusiasmar a una


multitud hambrienta y sufrida, al estilo de David que fue proclamado rey y conquistó
con sangre la unidad del pueblo. (El Mesías de los hombres). De hecho, así lo quería la
gente, como nos dice Juan 6,15.

 Por el camino de la humildad y el despojo, no alardeando su condición de Dios, sino


despojándose de sí mismo y tomando la condición de esclavo, obedeciendo hasta la
cruz (Fil 2,1-8) (El Mesías del Padre).

Jesús prefirió el camino de la simplicidad, de la confianza en Dios y de la humildad. Huyó de


todo lo que era espectacular y grandioso. Por eso desconcertó a sus discípulos y nos sigue
desubicando a nosotros, llenos de expectativas y deseosos de éxito y deslumbrante eficacia en el
anuncio del Reino.

También nosotros estamos ante un mundo que nace y el Espíritu nos impulsa al desierto, al
lugar de prueba y discernimiento. Como al pueblo de Dios en el desierto: para probarnos, para
conocer lo que hay en nuestro corazón y saber si vamos a servir al Señor apoyados sólo en su
Palabra y en su Amor (Deut. 8, 1.ss).

Como Jesús sentimos la tentación de los dos caminos. Como él tenemos que discernir y caminar
en la memoria de Jesús. En ello nos jugamos nuestra calidad de testigos. Un testigo sin memoria
es tan inservible como una luz apagada y nosotros somos testigos alegres del Señor. Pero,
¿recordamos su camino?

“El Espíritu les recordará cuanto les he enseñado” (Juan 14,26) , dijo Jesús, y la enseñanza
fundamental es “la caminada” hacia el Padre, subiendo a Jerusalén para celebrar la Pascua
salvadora en favor de todos (cfr Luc 9,51-19,44). Pero debe ser un “caminar en el Espíritu de
Jesús” (Gal 5,16-26).

A veces encarnamos a Pedro, apasionado y emprendedor, pero autosuficiente y orgulloso (Mat


26,38). Otras veces nos descubrimos como los apóstoles, peleándonos por los primeros puestos
(Luc 22,24); y no es raro que caminemos como los de Emaús, entristecidos, porque apostamos
por un Mesías-profeta, “poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Luc
24,19).

Iniciando el tercer milenio es preciso, pues, discernir en el Espíritu de Jesús, qué tipo de
experiencia cristiana queremos vivir; qué tipo de ministerio queremos ofrecer a nuestro pueblo.

1.2.Tiempo de creatividad y de confianza.

Porque el viento es libre, agita, mueve y revuelve todo lo que encuentra. Pero en tiempo de
calor la acción del viento nos refresca, da tranquilidad y permite un mejor desempeño en nuestra
tarea.

Así es con el Espíritu, y quien se deja llevar y orientar por él, en el amor y la disponibilidad, se
vuelve un creyente libre y capaz de actuar al estilo de Jesús. En la carta a los Gálatas Pablo
acuña la expresión “ser conducido por el Espíritu” y la utiliza en un contexto de libertad (cfr.
Gal 5,1.13): “Si son conducidos por el Espíritu, no están bajo la Ley” (Gal 5,18).

12
Como el viento fuerte que arrebata y levanta, “el Espíritu del Señor arrebató a Felipe ... se
encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea” (Hechos
8,39-40). Pero también como el viento que interrumpe y hace lo que quiere, “el Espíritu Santo
cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra” en casa de Cornelio (Hechos 10,44) y cambió
los planes del mismo Pedro, para quien primero estaba la predicación, luego la invitación al
cambio y el bautismo y, por último, la donación del Espíritu (cfr. Hechos 2,37-40).

En la historia de la Iglesia “los hombres y mujeres del Espíritu” se han dejado llenar del Viento
de Dios y han creado aventuras increíbles, llenas de audacia y creatividad. Dóciles al Espíritu
exploraron caminos nuevos de Evangelio y buscaron nuevas formas de presencia salvífica para
aquellos hermanos que sufrían y buscaban afanosamente la paz, la salud y la justicia.

A comienzos de un milenio vivimos tiempos de ocaso y de nuevo amanecer. Por eso mismo es
tiempo de crisis, a menudo de oscuridad y de muerte, pero debe llegar a ser tiempo de Vida y de
creatividad en la Fuerza del Espíritu.

¿Tenemos nosotros el atrevimiento y la creatividad de los hombres de Dios? Recordemos que la


creatividad es una mezcla de imaginación e intrepidez. Pero una y otra se fecundan con el fuego
de la caridad. ¿Es débil nuestro amor? ¿Está convaleciente nuestra imaginación? ¿Está frenada
nuestra intrepidez? ¿Somos capaces de leer los signos de los tiempos y acoger el soplo del
Espíritu que siempre “hace nuevas todas las cosas”?

1.3.Tiempo de radicalidad y transformación.

Nicodemo era un hombre maduro, magistrado judío, perteneciente al grupo de los fariseos y
admirado por su juicio y su prudencia. Tenía ya una figura y una identidad lograda, había
ganado autoridad entre los suyos y procuraba actuar siempre con mesura y con límites. Un día
conoció a Jesús y sus bases comenzaron a resquebrajarse. Lo buscó a tientas y de noche, para no
comprometerse mucho y no perder imagen. Lo defendió indirectamente en momentos difíciles,
pero no se comprometió con El sino cuando participó en la experiencia de la Pascua.

Una noche fue en busca de Jesús, lo reconoció como Maestro y como Mesías, pero todavía en
un nivel intelectual. Por eso Jesús le planteó de frente que era preciso “nacer de nuevo” para ver
el reino de Dios (Juan 3,3). “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar
otra vez en el seno de la madre y nacer?”, fue la pregunta de Nicodemo. Y la respuesta de
Jesús se orientó hacia el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu, dejándose llevar del Viento
de Dios que agarra, conduce, transforma y moldea (Juan 3,4-8).

Nicodemo era viejo y Jesús le proponía hacerse nuevo por la acción de su Espíritu. Ser viejo es
protegerse en la retaguardia, donde no se arriesga nada ni hay nada que experimentar, porque ya
todo se ha probado. Ser viejo es cobijarse al resguardo del viento del Espíritu y renunciar a vivir
en la intemperie. El viejo busca seguridad, se aferra a la experiencia del pasado y se cuida de
todo viento que lo pueda resfriar.

Jesús, en cambio, ofrece la novedad, el nuevo nacimiento, donde todo puede cambiar porque
está impulsado por el amor y la presencia fuerte del Espíritu. “El que está en Cristo es una
nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Cor 5,17).

Hay que nacer de nuevo. Este criterio del Evangelio tiene más fuerza ahora, al comienzo del
nuevo milenio. Tenemos que abrirnos al dinamismo del Espíritu que “sopla donde quiere, oyes
su voz, pero no sabes de dónde viene y a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Juan
3,8). Y la criatura, cuando nace, presiona y puja por salir afuera, grita y se abre a un mundo
nuevo que se le ofrece en esperanza.

Lo que el Espíritu nos ofrece para el futuro es totalmente novedoso, sin medida y sin límites.

13
Porque El hace un mundo nuevo. Como al pueblo, cansado y desanimado por la crisis del
destierro, se le anunció un nuevo éxodo y un nuevo nacimiento; así también hoy, al comienzo
del milenio y en medio de temores apocalípticos, la Palabra del Señor vuelve a resonar con
fuerza : “¿No se acuerdan del pasado? ¿No caen en la cuenta de lo antiguo? He aquí que yo
renuevo todo; ya está en marcha, ¿no lo notan?” (Is 43,18-19).

2.El gemido de una nueva creación.

Así muchos especialistas no quieran asumir la presencia del Espíritu en la primera creación, lo
que sí es claro para el autor del texto sacerdotal es la afirmación de un “viento de Dios” que
estaba presente en la gestación del mundo y de la historia.
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por
encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”. (Gen 1,1-2).

Caos, confusión y oscuridad son presencia de muerte y debilidad. Por eso viene “un viento de
Dios”, signo de vida, de luz y de fuerza, y todo se transforma. Por eso el salmista lo hace
oración, al contemplar las bellezas de la creación : “Envías tu soplo y son creados, y renuevas
la faz de la tierra” (Sal 104,30). Pero lo contrario también es cierto: “Les retiras su soplo y
expiran, y al polvo retornan” (Sal 104,29). Porque la presencia y la acción de este “Viento de
Dios”, al lado de la Palabra que también brota de Dios, es fundamental en la creación. Sin él no
hay vida, no hay aliento, no hay fuerza, no hay amor.

La nueva creación es anunciada por el Isaías segundo y con ella la presencia del Espíritu, que
viene sobre el Ungido y lo fortalece para una misión (Is. 42,1), pero también sobre el pueblo,
llenándolo de bendición: “Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra
seca . Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca ” (Is 44,3;
cfr. 42,5).

Esta promesa se hace realidad en Jesús, el Hombre nuevo y lleno del Espíritu . Para Marcos, la
nueva creación se inicia con la presencia de Jesús en la historia, al abrirse plenamente a la
acción de Dios que despliega los cielos y derrama sobre él su Espíritu (Mc 1,9-1) para restaurar
la primera creación. Para Lucas, en cambio, la nueva creación y el tiempo del Espíritu se
inician con la fiesta de Pentecostés, fiesta de la cosecha y de la renovación de la Alianza, como
indicación de una humanidad nueva , llena del Viento y del Poder de Dios y capaz de abrir su
boca para una alabanza sin límites (Hechos 2,1-4).

Pablo, por su parte, contempla la creación entera y siente que en ella se está gestando algo
nuevo. El Espíritu, como Aliento divino y Fuerza transformante, está actuando para recoger este
gemido de la creación y del hombre, esclavo del pecado, y transformarlo todo en grito de
filiación y en eclosión de Vida (cfr. Rom. 8,14-39).

Nos preguntamos si no ha llegado, de nuevo, la ocasión para “escuchar” los gemidos de la


creación, del mundo y de los hombres y abrir generosamente nuestro corazón y nuestra acción a
la obra creadora y transformante del Espíritu de Jesús, que quiere renovar su creación.

La insistencia de la Iglesia en volver nuestra mirada al Espíritu del Señor es significativa. Si


queremos que las cosas cambien, si queremos construir algo nuevo y distinto, si queremos
experimentar la Vida, la Fuerza, el Amor y la Paz, es preciso soltar tantas amarras, tantos
prejuicios, y abrirnos a la experiencia y a la acción del Espíritu de Jesús, que hace nuevas todas
las cosas.2

“Ven, Espíritu Santo , ....


Lava lo que está manchado,
2
Me he basado con libertad en el artículo de J.M. GUERRERO “Abiertos al soplo del Espíritu”, en
Testimonio, n.165,(1998) .

14
riega lo que es árido,
cura lo que está enfermo,
doblega lo que está rígid ,
calienta lo que está frío,
dirige lo que está extraviado.
Concede a tus fieles, que en ti confían,
tus siete sagrados dones”

15
EL VIENTO DE DIOS .

Todos tenemos la experiencia del viento, como brisa apacible y suave que refresca, o como
huracán fuerte que destruye. Con todo, es una realidad inmaterial muy concreta: no lo ves, pero
lo sientes; no lo puedes agarrar pero se te mete hasta por los poros. Su acción es real,
indispensable a la vida, hasta el punto que si falta en algún momento , viene la muerte.
El Espíritu es Viento y Soplo de Dios. A veces brisa suave que el Señor nos manda en los
momentos diarios de la vida; a veces viento fuerte que agita y nos enfrenta. Pero siempre Vida y
Fuerza que está a nuestro lado. Conviene, pues, meditar sobre esta experiencia de Dios y abrirse
a su acción.

Textos bíblicos para reflexionar:

Génesis 1, 1-2
Génesis 2, 7
Salmo 104, 29-30
1 Reyes 19, 9-18
Ezequiel 37, 1-14
Juan 3, 1-8
Juan 20, 19-23
Hechos 2, 1-4

Acciones concretas:

 Experimenta el viento, suave o fuerte, y anota diferentes características de él. ¿Cómo lo


describes? ¿Qué hace en ti y en la naturaleza?

 Lee los textos bíblicos referentes al Espíritu Santo como Viento de Dios. Anota lo que
hace el Espíritu en el creyente, como Viento de Vida. ¿Qué te llama la atención de su
acción?

 Une los dos puntos anteriores y analiza tu vida. ¿Qué puede y quiere hacer el Espíritu
en ti para ofrecerte la Vida de Dios? ¿Por qué necesitas de El?

 Ora confiadamente al Espíritu. Escribe tu oración, a partir de esta experiencia.

16
EL ESPIRITU, FUEGO DE DIOS .

Desde pequeños, el fuego siempre nos impresiona. Nos atrae y nos repele sin que sepamos
cómo. Nos atraen su fuerza y su poder; nos repele su capacidad de destrucción. Nos atraen sus
llamas y su danza de colores; nos repelen su calor y su deseo de devorar todo lo que se enfrente.
Es fuerza que impresiona y deslumbra; pero es también poder que ataca y destruye. Con todo, es
elemento indispensable de la naturaleza. Sin él no hay calor en tiempos de frío, ni comida
caliente en momentos de hambre, ni industrias, ni progreso ....
El Espíritu de Dios es Fuego y Vida. Poder que destruye, derriba y transforma. Cuando Dios lo
envía al creyente y a la comunidad es capaz de muchas cosas. Penetra hasta el fondo, calienta,
consume, moldea. ¿Somos capaces de acercarnos a su calor?

Textos bíblicos para reflexionar:

Exodo 3, 1-6
Exodo 19, 16-19
Exodo 24, 17
Exodo 40, 36-38
Deuteronomio 4, 35-40
1 Reyes 18, 20-40
Malaquías 3, 1-4
Lucas 12, 49-53
Lucas 24, 32
Hechos 2, 1-4

Acciones concretas:

 Observa por un rato el fuego, sus danzas, su acción, sus características. Anota lo que se
te ocurra.

 Después de leer los textos, escoge algunos que más te impacten y anota tus
observaciones: ¿Por qué te impresionan? ¿Cuál es la acción del Espíritu Santo como
Fuego de Dios?

 Sitúa tu vida ante el Señor. ¿De qué manera el Espíritu-Fuego puede ahora actuar en ti
y transformar tu vida? ¿Qué es lo que más necesitas?

 Ora al Espíritu. Escribe tu oración sobre el tema del Fuego y el Espíritu.

17
EL AGUA SANADORA QUE ES EL ESPIRITU .

El agua es un elemento natural de la creación, fuente de vida para todos los humanos. Corre
todos los días en abundancia, cerca de nosotros, y la despreciamos. Pero nunca tan necesaria y
urgente como en tiempo de sequía, en tardes de calor sofocante, en momentos de cansancio y
agotamiento o en situaciones de mugre y suciedad. Igualmente, el agua es capaz de destruir y
arrasar todo lo que encuentre a su paso, en tiempos de inundación, cuando un río o una represa
se desbordan.

El Espíritu de Dios es evocado continuamente en la Escritura como el Agua de Dios que lava y
purifica, que refresca y llena de vida, hasta desbordar en gozo y alabanza. Como el agua natural,
lo tenemos siempre cerca y sólo acudimos a El en tiempos de necesidad, cuando bien podríamos
nadar en sus aguas y estar llenos de frescura y de bondad.

Textos para reflexionar:

Isaías 44, 1-5


Ezequiel 36, 25-29
Ezequiel 47, 1-12
Zacarías 13, 1-2
Juan 4, 10-14
Juan 7, 37-39
Tito 3, 4-7
Apocalipsis 22, 1-4

Acciones concretas:

 Reflexiona y anota porqué el agua es, a la vez, fuente de vida y de muerte, de frescura y
de enfermedad, de limpieza y de podredumbre.

 Analiza y ora los textos bíblicos que te ofrecemos. ¿Qué te dicen del Espíritu Santo
como Agua de Vida? ¿Qué te ofrece el Señor?

 En el Bautismo recibiste el Agua del Señor. ¿Qué signos hay en ti de muerte, de mugre,
de sudor y de cansancio, que urjan la presencia novedosa del Agua de Vida-Espíritu?

 Ora al Espíritu y pídele que renueve en ti la gracia bautismal. Anota tu oración.

18
EL ESPIRITU, SELLO QUE MARCA NUESTRA IDENTIDAD
Un documento oficial sin firma y sello que lo respalden, es un papel sin sentido. Una marca de
prestigio da valor a una prenda en el mercado; el hombre moderno compra más la marca que la
misma prenda. Un acontecimiento especial o una palabra dirigida al corazón pueden dejar un
impacto más hondo que un tatuaje imborrable.
Así es el Espíritu de Dios para nosotros los creyentes. Lo recibimos en el Bautismo como un
sello indeleble que respalda todo un Plan de Amor y marca nuestra propia identidad. El Espíritu
nos hace cristianos: ungidos, consagrados para Dios en medio del mundo y de la historia. Dios
se la juega toda con nosotros al imprimir su sello en nuestros corazones y tratar de formar en
nosotros la imagen de su Hijo. ¿Reconocemos esta realidad en nuestra vida?

Textos para reflexionar:

Romanos 5, 1-11
2 Corintios 3, 17-18
Efesios 1, 3-14
Efesios 4, 25-32
1 Juan 3,24
Apocalipsis 3, 12
Apocalipsis 7, 2-4
Apocalipsis 14, 1-5

Acciones concretas :

 Analiza la importancia y el papel del sello y de la marca en la vida moderna


(documentos, tatuajes, ropa de marca, distinciones, ...) . ¿Qué ofrecen al hombre de
hoy?

 Medita serenamente los textos bíblicos. ¿Qué significa que tú seas sellado para Dios?
¿Qué el que tu sello sea el Espíritu Santo?

 El Espíritu te da como la carta de presentación ante el mundo. Te hace testigo de Cristo.


Es tu identidad más profunda. ¿A qué te comprometes para realizar esta identidad?

 Ora en alabanza al Espíritu. Escribe tu oración.

19
EL FRUTO DEL ESPÍRITU.

El capítulo 5 de la carta a los Gálatas nos ofrece dos temas muy bellos para la vida cristiana: la
libertad y el Espíritu. Casi que podríamos unirlos y hablar de “la libertad en el Espíritu Santo”.

Dos veces propone Pablo el tema de la libertad: “Para ser libres nos liberó Cristo. Manteneos,
pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud” (5,1). Esta
primera afirmación nos asegura que, si antes de conocer a Cristo, éramos esclavos de muchas
normas, estructuras, esquemas o personas; ahora somos libres por vocación. La segunda
afirmación está un poco más abajo, cuando dice: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a
la libertad; pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes bien, servíos unos a
otros por amor” (5,13). La vocación a la libertad se vive en el servicio y el amor. Somos libres
para servir y para amar a Dios y a los hermanos.

El tema del Espíritu, por su parte, es mucho más abundante en este capítulo y lo podemos
presentar así:
 Por la fe pertenecemos a Cristo Jesús, quien nos ha dado su Espíritu. Con esta
seguridad, esperamos la salvación anhelada. “En cuanto a nosotros, por el Espíritu y la
fe esperamos la justicia anhelada. Porque siendo de Cristo Jesús, ni la circuncisión ni
la incircuncisión tienen eficacia, sino la fe que actúa por la caridad” (5,5-6).
 Si tenemos el Espíritu de Jesús, hemos da caminar según el Espíritu y no dar gusto a las
pasiones humanas. “Caminad según el Espíritu (Pneumati peripateite) y no deis
satisfacción a las apetencias de la carne. Porque la carne tiene apetencias contrarias
al Espíritu, y el Espíritu contrarias a la carne, como que son opuestos” (5,16-17).
 Para lograr esto, es preciso dejarnos guiar por el Espíritu de Dios. Y él produce en
nosotros un “fruto” de amor y paz. “Si sois guiados por el Espíritu (Pneumati
agesqe), no estáis bajo la ley… El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz…”
(5,18.22-23).
 La conclusión es lógica: “Si vivimos en el Espíritu (zwmen Pneumati), sigamos
también al Espíritu (Pneumati stoicwmen)” (5,25).

Tenemos, pues, al Espíritu de Dios, hemos de caminar en el Espíritu para expresar una vida
cristiana de valores; y para eso, tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu, que nos regala su
fruto, vivir en el Espíritu, seguir al Espíritu. He ahí una orientación de vida que vale la pena
asumir.

Vamos a quedarnos ahora en el tema del fruto del Espíritu (Gal. 5,22-23) 3. Para entender mejor
el texto paulino, tenemos que situarlo en el contexto del cap. 5 y asumirlo como una oposición y
enfrentamiento a “las obras de la carne”. “Las obras de la carne son conocidas: fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, celos, divisiones,
disensiones, rivalidades, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes” (5, 19-21). Pablo
opone el fruto del Espíritu a las obras de la carne. Éstas son 14 acciones vergonzosas, que
brotan de las pasiones humanas y hacen daño al creyente.

Ante ellas, aparecen, en cambio, nueve actitudes constructivas y positivas, llamadas “el fruto del
Espíritu”. “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
modestia, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley” (5,22-23)4.

3
Nos apoyamos en un precioso librito de C.M. MARTINI El fruto del Espíritu en la vida cotidiana.
Verbo Divino. Estella, 1999.
4
Notemos que para Pablo son nueve actitudes. Pero san Jerónimo, en la traducción de la Vulgata, se tomó
la libertad de ampliarlas a doce, para tener un número más pleno. El agregó: moderación, mansedumbre y
castidad.

20
Notemos bien que Pablo no habla de “las obras del Espíritu”, en contraposición a las obras de la
carne. Por el contrario, habla del “fruto del Espíritu”, y en singular. Las obras de la carne son
fáciles de realizar: basta dejarse llevar de las pasiones humanas. El fruto, en cambio, es
producto de todo un proceso y una lucha, que comienza con la siembra y concluye con la
producción. El fruto del Espíritu es, aquí, un don, una realidad grata, fascinante, bella, natural,
espontanea, gozosa, sabrosa como todo fruto. Las actitudes que expresan el don del Espíritu
nacen del árbol del Espíritu. Nosotros las vivimos, las llevamos a término, pero es el Espíritu
quien las produce en nosotros. Quien viva este fruto del Espíritu tendrá vida feliz, radiante,
plena, fecunda.

1. El Amor.

Pablo nos dice, en Rom. 5,5: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu que se nos ha dado”. Es el amor que Dios nos tiene, manifestado a nosotros por el don
del Espíritu. Un amor de misericordia, que nos mira, nos acoge, nos acepta, nos rescata, nos
perdona y nos transforma.

Pero el amor que el Espíritu nos da es, también, el amor de Dios hecho vida en nosotros, que
nos lleva a acercarnos al otro, conocerlo, aceptarlo y acogerlo en nuestra propia vida para
compartir con él el amor que hemos recibido de Dios. Es, pues, un amor que se recibe y un
amor que se comparte y se expresa en “cordialidad, simpatía, buen corazón” para con los otros y
nos lleva a pensar bien, hablar bien y obrar bien del otro. Recordemos que “simpatía” viene del
griego (sumpascw) y significa originalmente “identificarse con”. Por su parte, “cordialidad”
viene de cor-cordis, en latín, y nos lleva a pensar en el amor como la voluntad de entregarse a
los otros, de entrar en sintonía profunda con su vida y su situación.

Lo contrario al amor sería la maldad, el corazón malvado, la mezquindad del corazón. Se


manifiesta como cerrazón al otro y a su necesidad, pero también como acción concreta que le
causa el mal.

2. La Alegría.

“Hay más alegría en dar que en recibir”, es una palabra de Jesús que no está en los evangelios
(Hech. 20,35). Y Pablo VI decía que “en Dios todo es alegría, puesto que en él todo es don”.
Nos invita a una actitud de apertura, de gozo y de ofrenda. Porque sentimos la vida en nosotros,
la desbordamos y la compartimos a los demás.

La palabra griega para expresar la alegría es cara (unas 59 veces en el N.T.) y es cercana a
carij, que es gracia y amor. Cuando nos sentimos amados y bendecidos, nuestro corazón salta
de gozo y se vuelve expresivo en la acción.

Cuando Jesús estaba despidiéndose de la comunidad para ir a vivir la pasión, les insistió mucho
en la alegría: “Os he dicho esto para mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea colmada.
También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y
vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Ese día no me preguntaréis nada. En verdad, en
verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis
pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea colmada” (Jn. 15,11;
16,22-24). Cinco veces, en un trozo tan corto, la alegría se vuelve insistente. Es la alegría de la
pascua de Jesús, la alegría también de Dios que entra y se queda en nuestro corazón. Una alegría
que, desde aquí, nos permite experimentar y anticipar la plenitud de la vida eterna.

Entendemos por qué Lucas, el evangelista que más insiste en el Espíritu y la oración, es también
el evangelista de la alegría: todo aquel que se abre a la salvación y a la gracia salvadora de Dios
en Jesús, se llena de una fuerza, de una presencia y de una energía, que lo hace estallar en gozo
y bendición (cfr. Luc. 1,14; 2,10; 8,13; 10,17; 15,7.10; 24,41.52; Hech. 8,8; 12,14; 13,52; 15,3).

21
Pablo dirá, por su parte, que el reino de Dios está en la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu
Santo (Rom. 14,17).

Cuando la alegría interior se vierte hacia los otros, se vuelve “jovialidad” o sea la capacidad de
hacer que los otros estén contentos. Es ser alegres para alegrar la vida de los demás, llenándoles
de paz interior y de bendición. Por eso, Pablo va a decir: “Estad siempre alegres en el Señor, os
lo repito, estad alegres” (Fil. 4,4).

Lo contrario de la alegría es la tristeza, un sentimiento interior por el que todo se vuelve pesado,
difícil de sobrellevar. Y la tristeza, cuando se hace muy pesada, se vuelve depresión, una de las
enfermedades más difundidas en el mundo actual.

3. La Paz.

Hay muchas “Irenes” en nuestro pueblo, que no hacen honor a su nombre y podrían hacer
esfuerzos por llegar a ser mujeres de paz profunda y de serenidad interior grande. Eirhnh es la
palabra griega que traduce el hebreo “shalom”, un término que sirve para expresar la síntesis de
todos los bienes en la biblia.

Hay un texto de Pablo, muy bello, que nos unifica todo lo que hasta ahora llevamos diciendo:
“Hermanos, alegraos, sed perfectos, tened un mismo sentir, vivid en paz; y el Dios del amor y
de la paz estará con vosotros” (2 Cor. 13,11).

La paz es un don de Cristo resucitado a sus discípulos y viene acompañada del Espíritu Santo
(cfr. Jn. 20,19.21.22.26). “Os dejo la paz, os doy mi paz” (Jn. 14,27). Y quien la recibe como
don, la guarda y la mantiene, aun en medio de las tensiones y tribulaciones de la vida.

Porque la paz es la plenitud de los bienes, cuando ella viene a nosotros, podemos decir que hay
gozo, sosiego, confianza, serenidad, firmeza, seguridad. Es como estar en casa, sentirse uno
como en familia en el ambiente en que vive. Pero un estar en casa con Dios y con los otros.
“Sólo en Dios encuentro paz. De él viene mi salvación. Sólo él es mi roca, mi salvación, mi
baluarte, no vacilaré” (Sal. 62,2-3).

La paz con los otros se da, en cambio, cuando las relaciones están ordenadas, son constructivas
y estamos con ellos como en nuestra propia casa.

Lo contrario es el ansia, la inquietud, la angustia: sentimientos actuales que dominan y oprimen


a tantos hoy en nuestro mundo.

4. La paciencia o tolerancia.

El cuarto fruto del Espíritu está expresado con una palabra griega que es típicamente cristiana:
makrotumia. Tanto el sustantivo (14 veces), como el verbo (makrotumein, 10 veces) no se
encuentran en el griego clásico de la época y han sido traducidos por “paciencia, tolerancia,
longanimidad”.

Lo primero que podemos afirmar aquí es que la tolerancia o longanimidad es, ante todo, una
virtud divina. Dios es Aquel que nos conoce, nos ama, nos acepta y sabe tolerarnos con
paciencia y amor. “Tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel, eres paciente, y todo lo gobiernas con
misericordia. Aunque pequemos, somos tuyos, pues reconocemos tu poder; pero no pecaremos,
porque sabemos que te pertenecemos” (Sab. 15,1-2).

La paciencia de Dios supo esperar a que Noé construyera el arca, para desatar el diluvio (1 Ped.
3,20); y es la misma que nos sabe dar siempre ocasión de cambio y conversión para atraernos a
él. “No se retrasa el Señor en el cumplimiento de las promesas, como algunos lo suponen, sino

22
que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen
a la conversión” (2 Ped. 3,9).

En la vida cristiana nuestra, la paciencia es la virtud de saber el momento oportuno para actuar,
motivada por el amor (cfr. 1 Cor. 13,4: el amor es paciente). Es la virtud del cristiano que sabe
esperar, como espera el campesino la cosecha y como esperaron los profetas la acción salvadora
de Dios (cfr. Sant. 5,7-10).

Es también la actitud del creyente con su prójimo, que sabe sobrellevar el sufrimiento sin ceder
jamás, pero sabe también mantenerse firme, sin dejarse arrastrar por el deseo interior de
venganza contra aquel que lo injuria. Mientras Aristóteles defendía la virtud griega de la
venganza, que renunciaba a tolerar cualquier insulto e injuria (la megalopsucia), para Juan
Crisóstomo, el verdadero cristiano es aquel que, pudiendo vengarse, rehúsa hacerlo porque tiene
la paciencia del Espíritu. Es, entonces, la paciencia, una fuerza y una energía que vienen de
Dios.

La longanimidad es la virtud propia del apostolado, del evangelizador, del formador, del padre
de familia. Es la actitud que permite superar las frustraciones, la irritación y el desánimo frente
a la aparente esterilidad de la acción apostólica, educativa, formativa. La gran responsabilidad
del cristiano es ser tan paciente con su prójimo como Dios lo ha sido con él 5.

Lo contrario a la paciencia es lo que llamamos “el acelere”, las ganas de tenerlo todo a la mano,
sin preparación y sin proceso. Pero un afán que conduce al desespero, al fracaso y, lo peor, a
desconfiar de los otros porque no marchan a nuestro ritmo. Lo contrario es, también, la
incapacidad para acoger, asumir y entender a los otros, todo lo cual lleva a la frustración.

5. La Benevolencia.

Esta actitud cristiana está expresada por un término griego (crhstothj) que significa, a la vez,
benevolencia, cortesía, amabilidad. Cristo nos dice que el primer benévolo es Dios Padre, que
sabe tratar bien a los desagradecidos y a los perversos (Luc. 6,35). Dios es siempre libre y
creativo, abierto y generoso para acoger y dar a todos los bienes de salvación.

Y cuando el creyente contempla a Dios, aprende de él la benevolencia con todos, la cortesía, la


amabilidad, hasta la más sencilla urbanidad. “Que vuestra caridad sea sin fingimiento;
detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros;
estimando en más cada uno a los otros” (Rom. 12,9-10).

Un ejemplo concreto lo encontramos en la actitud de María con Isabel, cuando supo que estaba
esperando un hijo: fue hacia ella, le llevó un saludo de paz, la llenó de gozo (Luc. 1,39-45). Es
un saludo radiante que colma de alegría, porque expresa amabilidad. La cortesía es el arte de
acoger, de salir al encuentro del otro haciéndole sentir que se le quiere bien, que es esperado,
amado.

Lo contrario de la benevolencia es la brusquedad, el responder con monosílabos o gruñidos, es


la frialdad que crea tensión o nerviosismo en los demás y los aleja de nosotros.

6. La Bondad.

La bondad (agatwsunh) es un término que aparece sólo 4 veces en el Nuevo testamento, pero
proviene de el bien (agatoj). Así mismo es fruto del Espíritu (Gal. 5,22), es también el fruto de
la luz (Ef. 5,9).

5
Cfr. W. BARKLAY, Palabras griegas del Nuevo Testamento. Casa Bautista de Publicaciones, 1979,
pags. 149-151.

23
Es una virtud que se manifiesta en la acción, en el servicio, la generosidad. Como Tabita, en la
primitiva Iglesia, que era una discípula rica en buenas obras y repartía muchas limosnas (Hech.
9,36). No es, pues, la simple bondad del corazón, sino una bondad activa, que sabe trabajar por
los otros y se expresa en hechos.

Pablo dice que los romanos están llenos de esa bondad (Rom. 15,14). Pero el cristiano ha de
contemplar a Jesús y aprender de él, que todo lo hacía bien (Mc. 7,36-37; Hech. 10,37-38). Es
que la bondad cambia la vida de la gente, obra maravillas en los demás, difunde alegría, llena de
vida el ambiente donde se manifiesta.

Lo contrario de la bondad es la maldad en las acciones, que produce el mal a uno mismo y a los
otros. La maldad que arruina y envenena a menudo la vida. Se expresa en los desprecios, las
burlas, las ironías, las bromas pesadas que destruyen la vida de los demás y nos hacen
repulsivos. Martini llega a decir: “Si hacer el bien es divino, constructivo; hacer el mal es
diabólico, destructor del mundo, de la historia, de la humanidad”.

7. La Fidelidad.

La carta a los Hebreos nos invita a tener “fijos los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe”
(Heb. 12,2). Como autor de la fe, él nos regala este don en el bautismo, cuando afirmamos
públicamente que queremos apoyar en Dios nuestra vida y nos sumergimos plenamente en su
experiencia. Pero, como consumador de la fe, él nos acompaña a lo largo de la vida, con el don
de su Espíritu, para que seamos capaces de mantenernos firmes en su amor y en el compromiso
de vivir al estilo de Jesús.

El fruto del Espíritu, con relación a la fe, se manifiesta en la fuerza que recibimos para
mantenernos firmes y fieles en el amor y la experiencia de Jesús. Podríamos decir que, por la fe
creemos y, por la fidelidad nos mantenemos seguros en la entrega de nuestra vida al Evangelio
del Señor.

Fe, fidelidad, lealtad van de la mano y son fundamentales, en un mundo donde la traición y el
juego sucio, la mentira y la manipulación hacen de las suyas y destruyen sentimientos y
corazones. El creyente necesita el poder del Espíritu para mantenerse firme y leal con Dios, en
una cultura donde, por intereses personales o económicos, fácilmente se cambia de oficio, de
partido o de sentimientos. Ser fiel al evangelio y a los compromisos bautismales es un reto bien
difícil para el cristiano de hoy para permanecer en su opción.

8. La Mansedumbre.

En el Nuevo Testamento, Jesús se nos presenta como un hombre “manso y humilde de corazón”
(Mat. 11,29), pero llama a sus discípulos a ser mansos para conquistar la tierra (Mat. 5,5). Ese
poder de conquista lo tiene, pues, la mansedumbre (prauthj) que no es una virtud de creyentes
débiles sino valientes.

Es la virtud que sabe mitigar la ira o la cólera para no dejarse llevar de las pasiones (cfr. Sant.
1,19). Por eso se le recomienda al pastor o jefe de una comunidad, para que pueda dirigirla al
estilo de Dios: “A un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto
para enseñar, sufrido, y que corrija con suavidad (mansedumbre) a los adversarios, por si Dios
les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad” (2 Tim. 2,24-25).

Por eso, la mansedumbre es la actitud cristiana que apaga, modera la cólera propia y la ajena;
sabe responder a la ira con racionalidad. Una actitud cada vez más necesaria en un mundo de
violencia e injusticia como el nuestro. Por eso, se la traduce, a veces, como suavidad en el trato,
y va muy unida a la cortesía y al dominio propio.

24
En el griego clásico era usada para hablar de suavidad en las cosas y afabilidad o algo grato en
las personas. Para Aristóteles, la mansedumbre está en el justo medio entre la ira excesiva y la
flema excesiva: es el secreto de la ecuanimidad y la compostura. El hombre manso nunca se aíra
a destiempo.

Para un cristiano, la mansedumbre la da el Espíritu para hacernos capaces de sencillez,


afabilidad, dominio y cercanía junto a los otros. 6

Lo contrario de la mansedumbre es la ira, la cólera desbordada, que destruyen las relaciones y


crean un ambiente de miedo, de tensión y desconfianza. La ira se expresa en palabras groseras,
insultantes, destructivas; y cuando pasa a la acción, es capaz de causar grave daño al corazón, al
sentimiento y hasta a los bienes de los demás.

9. El Dominio propio.

Hablar de dominio propio (egkrateia) como fruto del Espíritu, en una cultura donde uno de
sus principios fundamentales es la búsqueda del placer exagerado, de las experiencias de todo
tipo, es algo que puede parecer ilógico.

Pero, al mismo tiempo, cuando nos toca enfrentar personas que se desbocan en sus palabras y
sentimientos; o cuando tratamos de asumir nuestros propios excesos en lo que hacemos y
decimos, en lo que pensamos y soñamos, comprendemos mejor la importancia de saber dirigir
sentimientos, dominar pasiones, poner freno a las tendencias humanas, ser uno dueño de sí
mismo y manejar su propia vida con orden, rectitud, criterios y principios. Para todo esto se
necesita la Fuerza de Dios.

El corazón y el espíritu humanos se parecen mucho a un caballo indómito, bello de presencia y


lleno de energías, que necesita ser domado para que ofrezca alegría, gusto y hasta sentimientos
de seguridad a quien lo quiere montar y sentirse orgulloso de él ante los demás.

Así es nuestra personalidad. Llena de fuerzas, de energías, de ímpetus y pasiones, que no


pueden dejarse desbordar, so peligro de perder la dirección de nuestra vida. Todas estas energías
necesitan ser asumidas, sometidas, dirigidas y orientadas hacia la consecución de una
personalidad recta, definida, cimentada en valores, firme en convicciones, testigo de valores
evangélicos que atraigan a los demás. Y sólo el don del Espíritu y la actividad humana
comprometida lograrán formar un creyente recto, maduro y ejemplar.

6
BARCLAY, PAG. 183-184.

25
Estudio bíblico de apoyo para la Lectio Divina
Solemnidad de Pentecostés – 11 de Mayo de 2008

INUNDADOS POR EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO:


Fuego y Viento impetuoso de Amor
Hechos 2,1-11

“Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo que llegó del cielo.
El gran racimo ya había sido pisado y glorificado”
(San Agustín)

“Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo”

Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de
tu amor.
V. Envía tu Espíritu y todo será creado.
R. Y se renovará la faz de la tierra.
Oremos
¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos,
según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos.
Por Jesucristo, Señor nuestro,
R. Amén.

Introducción

Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en


la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la
Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás!

Es el Espíritu Santo quien, con su fuerza unificadora, nos lleva a todos -en la multiplicidad de
dones- a aceptar y confesar una misma fe en Jesús “Señor” nuestro.

26
Es el Espíritu, el que con toda su potencia actúa en nosotros ayudándonos a comprender y a
poner en práctica las palabras de Jesús; sus actitudes, gestos y comportamientos se nos
impregnan gracias al soplo del Espíritu.

Es el Espíritu Santo quien se hace presente en los oídos y en el corazón de todo oyente de la
Palabra, para que sea posible la “Lectio Divina”, o sea, para que cada oyente se abra a la fuerza
penetrante de la Palabra.

Es el Espíritu el que transforma el pan y el vino en el cuerpo entregado y en la sangre


derramada de Jesús, prolongando en cada asamblea eucarística su Pentecostés.

Es el Espíritu Santo el que nos impulsa a anunciar el “Misterio de la fe”, de la muerte y


resurrección del Señor, la semilla de la Palabra –kerigma- de la cual nace la Iglesia.

Es el Espíritu el que sopla sobre nuestra humanidad pecadora, para transformarnos y hacer de
nosotros personas que aman y perdonan a sus hermanos.

Es el Espíritu Santo el que hace de la comunidad cristiana no una simple asociación de


personas buenas y religiosas, sino el Cuerpo Místico de Cristo, el pueblo reunido en el amor de
la Trinidad que canta en alabanza las maravillas de este amor de Dios en la historia.

Es el Espíritu el que nos impulsa en el seguimiento cotidiano de Jesús, infundiéndole a nuestra


existencia una dimensión siempre nueva de alegría, paz, verdad, libertad y comunión. No es lo
mismo vivir con Él que sin Él.

Es el Espíritu Santo quien es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el


Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu
continúa obrando hoy como ayer.

Es el Espíritu el que con su presencia sigue y seguirá haciendo posible la realización del plan de
salvación de Dios en la humanidad, hasta que ella llegue a su plenitud.

Es el Espíritu Santo el que hace fructuoso todos nuestros esfuerzos en nuestra peregrinación
cristiana de cada día. El Espíritu Santo nos precede en todo lo que hacemos porque es en Él que
Dios realiza toda su obra. Su venida le da la luz y el sabor de la presencia de Dios a todas las
cosas.

¿Pero quién es este Espíritu Santo que obra tantas cosas en nuestra vida?

El Espíritu Santo es el amor personal del Padre y del Hijo, y amor quiere decir vida, alegría,
felicidad.

El Espíritu Santo es Dios mismo vaciándose en el hombre y moviéndolo internamente para que
se abra amorosamente –a la manera de Jesús- al hermano y se arroje confiadamente en los
brazos del Abbá-Padre.

El mismo Dios que a lo largo de la historia les ha dado muchas cosas a los hombres, que les ha
enviado personajes, incluso su propio Hijo, ahora se da a sí mismo de forma inaudita. Por eso
decimos que es el don “escatológico” o “definitivo” de Dios (aquí escatológico quiere decir:
“después de esto ya no hay más”, “más de eso no hay”).

Es así como el irresistible amor de Dios entra en lo más hondo de nuestras vidas. Su presencia
causa muchos efectos, porque como nos enseña la Palabra de Dios, el Espíritu Santo viene para
salvar, sanar, enseñar, exhortar, reforzar, consolar...

27
Por eso hoy clamamos con entusiasmo, con todas nuestras fuerzas: “¡Ven, Espíritu Santo!”.

El Pentecostés lucano

Sumerjámonos hoy en este misterio guiados por la Palabra, de manera que nos impregnemos de
él.

Los invitamos a leer con mayor atención el Pentecostés lucano narrado en Hechos de los
Apóstoles 2,1-11 (primera lectura de la Solemnidad). La “Lectio” de este pasaje nos ayudará a
recrear la atmósfera, el estado de ánimo de Pentecostés, porque es verdad que no puede haber
un estado de ánimo mejor, una actitud más completa con la cual podamos vivir la vida que ¡la
del Espíritu Santo!

Salido de la artística pluma lucana, notamos que el relato de Pentecostés es un drama bellísimo,
un drama en el sentido original del término, que es el de una participación, de un fuerte
movimiento interno cargado de fuertes emociones que le da un gran giro al escenario. ¡Qué
intensidad hay en cada palabra! Para captarlo, entremos en la atmósfera espiritual de los dos
cuadros que lo componen:
(1) Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (2,1-4)
(2) Fuera del cenáculo (2,5-11)

Leamos despacio el texto de Hechos de los Apóstoles 2,1-11:

“1Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.


2
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda
la casa en la que se encontraban.
3
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada
uno de ellos; 4quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
5
Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que
hay bajo el cielo.
6
Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada
uno en su propia lengua.
7
Estupefactos y admirados decían:
‘¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?
8
Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?
9
Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto,
Asia,10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros
romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra
lengua las maravillas de Dios’”.

Retomemos el texto frase por frase. Pero comencemos primero por la descripción del contexto:

1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)



Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar”

1.1. La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…” (2,1ª)

La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata
del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de
las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así
una semana de semanas (7x7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.

28
La fiesta de la cosecha de los cereales

En un principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primeras gavillas, los
campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo
sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes
con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (ver Levítico 23,17).

Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el
gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían
también en esta fecha “sacrificios de comunión” (Levítico 23,18-20).

La fiesta era tan grande que merecía el suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo
servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían
fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el
que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).

De la fiesta campesina la fiesta de la Alianza del Sinaí

La antigua fiesta campesina se transformó después en una fiesta “histórica” que celebraba la
Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo
condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de
una tormenta, cargada de viento y fuego.

Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los
mandamientos. Algunas leyendas judías dicen que la voz de Dios se dividía en setenta voces, en
setenta lenguas, para que todos los pueblos pudieran entender la Ley, pero sólo Israel aceptó la
Ley del Sinaí.

En fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los
convertidos y simpatizantes del judaísmo (“temerosos de Dios” y “prosélitos”), que venían en
peregrinación a Jerusalén. En el relato que vamos a leer enseguida notamos que así como en el
Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes: desde
peregrinos venidos de Roma –centro del Imperio- hasta venidos de la región del mediterráneo
así como del desierto.

Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza

Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y
religioso.

Un detalle importante es que Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que en su
narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como:
“cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de
una promesa. En efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado
con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta
judía es retomado y notablemente superado por la palabra y la obra de Jesús: estamos ante la
plenitud de la Pascua de Jesús.

En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de


nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada
en nuestro interior.

1.2. El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)

29
La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del
discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la encontramos en 1,14.

Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que
había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una
comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de
parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un
grupo más amplio de seguidores de Jesús.

Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a él, como
efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro de los Hechos de los
Apóstoles.

Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron enseguida? Veamos.

2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (Hechos 2,2-4)

“2De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó
toda la casa en la que se encontraban.
3
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada
uno de ellos; 4quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”

Sucede la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad. Notemos en la narración lucana:
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
(2) La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
(3) La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)

Detengámonos en lo esencial de este anuncio que no hace san Lucas.

2.1. Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)

Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa,
así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de
suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa
presencia.

En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al hombre, encontramos dos signos que
despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.

(1) Un signo para el oído: el viento (2,2)

Primero hay un viento, que es un signo para el oído, un viento que se hace sentir: “ De repente
vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en
la que se encontraban” (2,2).

El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de
Dios. Ya el profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en
el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la
muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el
Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.

No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de
Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22:
“Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8).

30
Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa
manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de
la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el
versículo 6. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a
un “soplo”.

Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el
lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa.

El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios. El cielo
no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como dice Pedro más adelante:
“Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha
derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).

(2) Un signo para la vista: el fuego (2,3)

Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se les aparecieron unas lenguas como de
fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2,3).

Las “lenguas como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo que
el “viento”, en la Biblia el “fuego” está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver
Éxodo 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios.

No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había
familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Por su parte
Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).

Así como en el signo visual que el evangelista presentó en la escena del Bautismo de Jesús
(“bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo
sucede aquí pero con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a
diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más
fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando.

La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego
sobre todos, pero crea un bello juego de palabras con el término “lengua” que asocia las
“lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por parte de
los apóstoles.

Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas
3,16).

2.2. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)

Después de los signos iniciales, de referente externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia
interna y así captar el significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos?
¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?

Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: “Y
todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª).

Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la
creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito
solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas).

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Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó de
Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran embalse de agua
–de esos que se utilizan para generar energía- que de repente se convirtiera en una inmensa
catarata que se vacía a través un dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida
trinitaria, se vaciara en los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.

“Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos
como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha
sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida trinitaria. Por el don
de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.

“Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una
experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las fisuras que
permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un
nuevo impulso, una nueva proyección.

“Quedaron llenos”. La palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que
muchas veces es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les
cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y
por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que desde ese momento, los
apóstoles comenzaron a ser otras personas.

2.3. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)

El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las
“lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad
nueva de expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús.

El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b).

El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar
incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (de esto
habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece más próximo a lo que el mismo
Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación
cristiana a los no convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los
discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las
maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, particularmente su muerte y
resurrección.

Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un
amor que se la juega toda por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al
servicio de todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios.

Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, terminará generando el mayor espacio
de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el
Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu
corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.

3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)

“5Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que
hay bajo el cielo.
6
Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada
uno en su propia lengua.

32
7
Estupefactos y admirados decían…”

La segunda escena ocurre en la plaza frente al cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de
los apóstoles se expresa concretamente en la vida.

3.1. La gente estaba estupefacta (2,5-6)

Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de la venida del Espíritu son los mimos que
se daban cuando Jesús entraba poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando
manifestó sobre el lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos
(ver Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la
gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
(Estaban) estupefactos y admirados...”.

3.2. La congregación de todos los pueblos (2,7-11)

Confrontando los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se


congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª).
La enumeración sigue círculos concéntricos.

La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”
(2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje de Pentecostés.

Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran
transformación operada por la venida del Espíritu Santo.

En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa cómo cuando cada
persona se apega a su propio proyecto y no es capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible
construir un proyecto comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos
sicológico puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que
emergen continuamente.

Babel se repite todos los días: se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos
comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todas las alianzas al
piso, que rompen en definitiva las relaciones.

Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y por
eso esa laga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se entiende, como si
estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es
el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.

3.3. La honra al nombre de Dios (2,11b)

Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”
(2,11b).

Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en realidad era un templo en forma de
pirámide sacra, por lo tanto se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a
un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice:
“Hagámonos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis
11,4; la Biblia de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho
de honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser
adorados ellos mismo y no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la
“instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse
buscando otra cosa: “hacerse un nombre”.

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En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un
nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios:
“Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (v.11).

Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos,
tantos polos cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de
los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de
diversidades cuyo centro es Dios.

Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora
una conversión radical que es como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos
–están llenos de amor- y se han centrado en Dios.

Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien
convergemos todos, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto
creador en el mundo.

Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas
la inauguración; el evento nos sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el
corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración.

Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del
amor de Dios.

Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:


“Ven, oh Espíritu Santo,
y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;
(un corazón) hermético ante cualquier ambición mezquina;
un corazón grande para amar a todos, para servir a todos, para sufrir con todos;
un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba,
cualquier desilusión, cualquier ofensa;
un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo y cumplir
humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad”
(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).

Lo que viene es grande, porque Pentecostés es fiesta de la esperanza: la esperanza de que la


humanidad entera –comenzando por quien tenemos cerca- pueda ser invadida por el Espíritu
Santo en la alegría del don de sí mismo, así como el Cristo pascual.

4. Releamos el pasaje bíblico con los Padres de la Iglesia

Proponemos hoy tres textos en el siguiente orden: (1) San Basilio Magno nos invita a
contemplar la acción del Espíritu Santo en Jesús y en la Iglesia; (2) San Agustín hace un
paralelo entre la primera y la segunda Alianza sellada en el Sinaí (sentido de la celebración de
Pentecostés hebreo); y luego (3) recalca en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles el
cumplimiento de la promesa.

4.1. San Basilio Magno: La soberanía del Espíritu Santo

“Toda la actividad de Cristo se realizó en la presencia del Espíritu. Él estaba allí, aún cuando
fue tentado por el diablo, pues está escrito: ‘Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto
para ser tentado’ (Mateo 4,1). Y continuaba con Él, inseparablemente, cuando Jesús realizaba
sus milagros, porque, -son sus palabras- ‘Yo expulso los demonios por la virtud del Espíritu de
Dios…’ (Mateo 12,28).

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Él no lo abandonó después de su resurrección de los muertos: cuando el Señor, para renovar al
hombre y restituirlo –una vez que la perdiera- la gracia recibida por el soplo de Dios, cuando
el Señor sopló sobre el rostro de los discípulos, ¿qué fue lo que les dijo? ‘Recibid el Espíritu
Santo; los pecados serán perdonados a quienes se los perdonen y quedarán retenidos a quienes
se los retengan’ (Juan 20,22-23).
¿Y la organización de la Iglesia? No es evidentemente y sin contestación, obra del Espíritu
Santo? En efecto, según san Pablo, es Él quien le dio a la Iglesia ‘en primer lugar los
apóstoles, en segundo los profetas, en tercero los doctores; después el don de milagros, después
los carismas de curación, de asistencia, de gobierno, de lenguas distintas’ (1 Corintios 12,28).
El Espíritu distribuye esta orden según la repartición de sus dones”
(“De Spiritu Sancto”, 16, 39)

4.2. San Agustín: Del Sinaí al Cenáculo

“El pueblo hebreo celebraba la Pascua con la inmolación del cordero y con los ázimos (…); y
cincuenta días después de esta celebración, le fue dada sobre el Monte Sinaí la Ley escrita con
el dedo de Dios.
Vino la verdadera Pascua y es inmolado Cristo, que opera el paso de la muerte a la vida (…). Y
cincuenta días después viene el Espíritu Santo, el Dedo de Dios.
(…) Antes el pueblo estaba a distancia, había terror, no amor. (…) Dios descendió en el fuego
sobre el Sinaí, como está escrito, inspirando terror al pueblo que estaba a distancia, y
escribiendo con su dedo sobre la piedra, no en el corazón.
Aquí, por el contrario, cuando viene el Espíritu Santo, los fieles estaban reunidos en conjunto.
No los asustó como en el Monte, sino que entró en la casa. De repente se escuchó desde el cielo
un ruido como si se levantara un viento impetuoso; hubo estruendo, pero ninguno se asustó.
Oíste que hubo un estruendo, nota que también hubo fuego. Porque sobre el monte había lo uno
y lo otro, el fuego y el estruendo.
… Reconoce también al Espíritu que escribe no sobre la piedra sino en el corazón. De hecho
‘la Ley del Espíritu que da vida’ está escrita en el corazón, no sobre la piedra; “en Cristo
Jesús”, en quien fue celebrada la verdadera Pascua, ‘te liberó de la ley del pecado y de la
muerte’ (Romanos 8,2).
(Sermón 155, 5-6).

4.3. San Agustín: Odres nuevos en la espera del vino nuevo

“La solemnidad de hoy nos trae a la me memoria la grandeza del Señor Dios y de su gracia,
que derramó sobre nosotros. Para eso es que se celebra la solemnidad: para que no se borre
del recuerdo lo que ocurrió de una vez por todas (…)
Hoy celebramos la venida del Espíritu Santo. De hecho, el Señor envió desde el cielo al
Espíritu Santo prometido ya en la tierra. Así era que había prometido enviarlo desde el cielo:
‘Él no puede venir mientras yo no me haya ido; pero cuando me haya ido, lo enviaré’.
Para eso padeció, murió, resucitó y subió al cielo; sólo le falta cumplir la promesa. Era lo que
esperaban sus discípulos, ciento veinte personas, según lo que está escrito; es decir, diez veces
el número de los apóstoles. Efectivamente, escogió a doce y envió el Espíritu sobre ciento
veinte.
Esperando la promesa, ellos estaban reunidos orando en una casa, pues deseaban ya con la
misma fe lo mismo que con la oración y el ansia espiritual. Eran odres nuevos a la espera del
vino nuevo que llegó del cielo. El gran racimo ya había sido pisado y glorificado”
(Sermón 267, 1)

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AMOR.
Textos:
Romanos 5,5.8: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
que se nos ha dado… La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros”.
1 Juan 3,16.18: “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros.
También nosotros debemos dar la vida por los hermanos… Hijos míos, no amemos de palabra
ni con la boca, sino con obras y según la verdad”

Preguntas:
1. ¿Nos dejamos amar por el amor total de Dios? ¿Cómo sumergirnos en ese “océano de
amor”?
2. El Espíritu de Jesús nos enseña a amar a los demás como Jesús nos amó. ¿Necesitamos
más Espíritu de Dios para amar como conviene a los hermanos?

ALEGRÍA.
Textos:
Juan 16,22: “Ustedes están tristes ahora, pero volveré verlos y se alegrará su corazón, y esa
alegría nadie se las podrá quitar”.
Juan 15,11: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en Ustedes y su alegría sea plena”.
Filipenses 4,4: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito: estén siempre alegres.”
Hechos 20,35: “Hay más alegría en dar que en recibir”

Preguntas:
1. Sólo es alegre quien siente la Vida dentro de él, la desborda y la comparte. ¿Somos
alegres verdaderamente?
2. ¿Cómo expresar nuestra alegría ante los hermanos?
3. ¿Qué es lo que nos quita la alegría?

PAZ.
Textos:
Juan 14,27: “Les dejo la paz, les doy mi paz. No se la doy como la da el mundo. No se turbe su
corazón ni se acobarde”.
Juan 20,19: “Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con Ustedes!”
2 Cor. 13,11: “Hermanos, alégrense, sean perfectos, tengan un mismo sentir, vivan en paz. Y el
Dios del amor y de la paz estará con ustedes”.
Salmo 62,2-3: “Sólo en Dios encuentro paz. De él viene mi salvación. Sólo él es mi Roca, mi
Baluarte. No vacilaré”.

Preguntas:
1. ¿Qué es lo que normalmente nos quita la paz en la vida diaria?
2. Si Jesús nos dio su paz, ¿por qué la perdemos tan fácil? ¿Qué podemos hacer para
mantenerla?

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TOLERANCIA.
Textos:
Sabiduría 15,1-2: “Tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel, eres paciente… Aunque pequemos,
somos tuyos, pues reconocemos tu poder, porque sabemos que te pertenecemos”.
Santiago 5,7-8: “El labrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardándole con paciencia
hasta recibir las lluvias tempranas y las tardías. Ustedes también tengan paciencia y
fortalezcan su corazón, porque la Venida del Señor está cerca”.

Preguntas:
1. Tolerar, saber esperar, aguantar: todo esto es obra del Espíritu en nosotros. ¿Sabemos
esperar? ¿Le damos tiempo al otro para cambiar?
2. ¿En qué aspectos de nuestra vida nos cuesta más ser tolerantes?

AFABILIDAD.
Textos:
Lucas 6,35: “Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio.
Entonces su recompensa será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los
desagradecidos y los perversos”.
Romanos 12,9-10: “Que su amor sea sin fingimiento, desterrando el mal, adhiriéndose al bien,
amándose cordialmente unos a otros, estimando en más cada uno a los demás”.

Preguntas:
1. ¿Somos amables en el trato con los demás? ¿Cómo tratamos a los hermanos: con
dureza, con despotismo o grosería?
2. Somos creyentes en Cristo y queremos vivir y actuar como él. ¿Cuál ha de ser nuestro
trato con los demás, al estilo de Jesús?

FIDELIDAD.
Textos:
Deuteronomio 7,9: “Has de saber que el Señor tu Dios, es el Dios fiel que guarda su alianza y
su amor por mil generaciones, con los que lo aman y guardan sus mandamientos”.
Apocalipsis 2,10; “Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la Vida”.

Preguntas:
1. ¿Por qué y cómo es Dios fiel con nosotros?
2. ¿Cómo podemos ser fieles en la amistad, en el matrimonio, en los compromisos diarios?
¿Necesitan de la Fuera de Dios para poder ser fieles?

DOMINIO DE SÍ.
TEXTOS:
2 Timoteo 1,7: “Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio”.
1 Pedro 3,10: “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus
labios no hablen engaños. Apártese del mal y sus labios no hablen engaño. Apártense del mal y
hagan el bien, busquen la paz y síganla”.

Preguntas:
1. ¿Qué esfuerzos hacemos para dominar la ira, el rencor, las pasiones, o la lengua?
2. Sin la fuerza del Espíritu, no podemos tener dominio propio. ¿Pedimos esta fuerza y la
acogemos?

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