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En esto, sea el filósofo Wojtyla sea el pontífice Juan Pablo II retoman el magisterio del Conc.
Vaticano II. Aún más, desarrollan las enseñanzas y realizan una recepción del Concilio
absolutamente original: un gran enriquecimiento de la Traditio Ecclesiae.
Viene instituida una relación entre el ser persona y el ser en comunión, según la cual, por una
parte la comunión es la condición existencial propia y exclusiva de la persona, y por otra, el
ser de la persona, su status ontológico se descubre en grado eminente en la comunión. Se
podría decir que la communio es la ratio cognoscendi [de la verdad] de la persona, y la
persona es la ratio essendi de la communio. Esta correlación e interdependencia entre las dos
grandezas – communio y persona – atraviesa toda la reflexión filosófica de K. Wojtyla y todo el
magisterio de Juan Pablo II. Y también indica los dos caminos principales seguidos por esta
reflexión: una más propiamente antropológica en sentido general; y otra empeñada en la
definición de CP.
No solo, sino que también hay otra originalidad en el mismo punto de partida. La naturaleza
social y la naturaleza comunional de la persona humana no denotan la misma realidad, así
como la sociedad y comunión no denotan la misma realidad.
El texto conciliar que Juan Pablo II cita más frecuentemente como la expresión más perfecta
de la verdad comunional de la persona humana, es el siguiente: "…el hombre, única criatura
en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí
mismo sino en la entrega sincera de sí mismo" [Const. Past. Gaudium et spes 24,3; EV 1/1395].
En los múltiples comentarios que K. Wojtyla/Juan Pablo II hace de este texto conciliar
encontramos la exposición ejemplar de su antropología comunional. La quisiera exponer
sintéticamente.
La "paradojicidad" de la persona humana está constituida del hecho que ella ha sido querida
por Dios creador "por sí misma": ella existe por sí misma. Pero al mismo tiempo ella " no
puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo". La
estructura auto-teleológica de la persona se realiza plenamente y paradójicamente en el don
sincero que la persona hace de ella misma. Ella se pierde a sí misma, no encontraría nunca sí
misma, si rechaza de donar sí misma: la auto-donación es el logos de la persona, es el sentido
último de su "ser para sí mismo" [cfr. Por ej. K. Wojtyla, La familia come "communio
personarum", en Metafisica della persona, Bompiani ed., Milano 2003, pág. 1467; traducción
libre del texto italiano].
Se note bien que no estamos haciendo una reflexión ética acerca del deber-ser de la persona,
sino una reflexión metafísica acerca del ser de la persona.
¿De dónde deriva esta constitución comunional de la persona? O mejor: ¿por cuál razón la
persona humana es sí misma y para sí misma plenamente solo en cuanto dona sí misma?
La respuesta es doble. Una teológica: el ser hombre "a imagen y semejanza de Dios" [Cfr. Gen
1,22] "no encuentra …confirmación solo en la naturaleza racional y libre – es decir espiritual –
del hombre …esta similitud del hombre con Dios se tiene en razón del vínculo o relación que
une a las personas" [K. Wojtyla, La famiglia come "communio personarum" …cit. pág. 1466].
La estructura comunional de la persona humana encuentra su última explicación en el
misterio trinitario, es decir, en el misterio que es la Unidad de las tres Personas en una única
Divinidad.
Existe también una respuesta antropológica. Es la estructura de la persona como tal que la
hace capaz de don, del "don sincero de sí". Precisamente porque es persona, el hombre es
capaz de donar sí mismo. En efecto, solo el ser que es auto-poseído y auto-dominado, es
capaz de donar sí mismo. Ninguno dona aquello que no posee. Por lo tanto, si la auto-
donación designa directamente un modo de actuar, este modo de actuar encuentra su
explicación última en el ser de la persona: operari sequitur ese. Como decía, la entrega de sí
revela la persona, es causa cognoscendi personam; el ser de la persona es causa essendi de la
entrega de sí.
Son dos los datos cognitivos de partida. El primero: yo vivo y actúo junto con los otros, y el
otro es un ser humano que vive y actúa como yo; el segundo: en consecuencia, la conciencia
que yo tengo de mí mismo incluye siempre también a cualquier otro, sea éste próximo o
remoto.
En el actuar con el otro, en la co-operación, comprendo que el otro está constituido en modo
similar a mí; comprendo que también él es un "yo": que también el otro participa de la misma
manera a la humanidad, es decir, en la modalidad que es propia de la persona. Se intuye un
légame que no es debido por la pertenencia a la misma tribu, pueblo … es debido por la
pertenencia a la misma humanidad como persona.
La negación del otro como "yo", su degradación de alius [alter ego] a aluid por tanto
constituye un grave empobrecimiento de sí mismo: precisamente – como dice el Concilio –
una pérdida de sí mismo. La estructura de la auto-posesión y de la auto-determinación, que
hace capaz a la persona de donar sí misma, es traicionada, y como empobrecida y dilapidada,
si no se realiza en el hacer experiencia, en el reconocimiento del otro "yo" en cuanto persona.
La fundamental personalización de la relación de cada ser humano con cada ser humano es el
único recto camino para realizar, para "encontrar plenamente sí mismo". Esta ciertamente
tiene varios grados; desde el unicuique suum tribuere et alteri non laedere, como decían los
juristas romanos, hasta el don de sí que constituye la CP.
Podemos finalmente, llegados hasta este punto, intentar una definición de CP. Esta es la
relación constituida entre dos o más personas que recíprocamente donan y reciben el propio
mismo yo. La CP es una realidad inteligible que tiene una verdad intrínseca: es la unidad que
se constituye entre personas que donan sí mismas. Tiene una intrínseca bondad o
preciosidad: es el bien de la comunión, el bien común que, por su naturaleza, mientras une las
individuales personas, asegura el verdadero bien de cada una.
En efecto, continúa el mismo texto, "desde todo punto de vista en la base de esta realidad
debemos poner al hombre. Cada hombre trae de ella su inicio, precisamente como "creatura
que Dios quiere por sí misma. Y cada uno en ella, en la familia y a través de la familia, busca la
realización de aquella verdad sobre sí que las palabras citadas precedentemente expresan".
Todo el Magisterio de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia está construido sobre este
proyecto personalista: sea la doctrina propiamente dicha sea la ética. Veamos cómo, iniciando
por la reflexión sobre el matrimonio.
Quizá el texto más sintético lo encontramos en la Carta Ap. Gratissimun sane [8,3, EV ]: "El
hombre y la mujer en el matrimonio se unen entre ellos tan sólidamente hasta convertiste –
según las palabras de Libro del Génesis – "una sola carne" (Gen 2,24). Hombre y mujer por
constitución física, los dos sujetos humanos, inclusive somáticamente diferentes, participan
de modo igual a la capacidad de vivir "en la verdad y en el amor". Esta capacidad,
característica del ser humano en cuanto persona, tiene una dimensión espiritual y corpórea
junta. Es también por medio del cuerpo que el hombre y la mujer están predispuestos a
formar una "comunión de personas".
Pero esta capacidad no está solamente inscrita en la dimensión espiritual de la persona, sino
también en su dimensión corpórea. Esta es una afirmación central en toda la reflexión
antropológica de K. Wojtyla y en el magisterio de Juan Pablo II. El cuerpo es capaz de expresar
y realizar la auto donación de la persona. Esta capacidad es al mismo tiempo espiritual y
corpórea, que define la íntima identidad de cada hombre y de cada mujer.
La naturaleza propia de la CP que se instituye en el matrimonio es precisamente esta: es la
persona humana en cuanto hombre y la persona en cuanto mujer que hace entrega de sí. En
la entrega de sí que constituye la CP del matrimonio, es parte integrante el cuerpo en cuanto
masculino – en cuanto femenino. La masculinidad y la feminidad en cuanto configuran la
capacidad de la persona de auto donarse, son la base y la raíz antropológica de la communio
coniugalis.
El modo propio de la auto-donación recíproca de los esposos está dado por la diversidad de
sus cuerpos y sexos, y contemporáneamente por la unión en esta diversidad y por medio de
esta diversidad.
Ciertamente la relación conyugal tiene múltiples aspectos y puede ser analizada desde varios
puntos de vista. Sin embargo, parece que la categoría y la lógica del don que constituye la CP
tengan una importancia nodal, y sean imprescindibles. También el pensar del surgimiento de
la familia desde la comunión conyugal.
El segundo camino de reflexión entra más directamente en la naturaleza del acto generativo,
considerado sea activamente sea pasivamente, como acto en el cual se realiza la lógica de la
comunión.
Los padres no pueden no querer "por sí mismo " el hijo: deben reconocerle su status
ontológico y la dignidad de persona. El hijo entra en la comunión conyugal ya desde siempre
como persona, y pide ser reconocido y afirmado como tal. La paternidad – la maternidad es
un hecho biológico, pero en el bios se confirma la genealogía de la persona y la transmisión
del humanum. La educación es una continua generación "hasta cuando la persona sea
formada".
Pero el don de sí no está solo en la dirección padres-hijo, sino que es también recíproco.
Entrando ya como persona, el hijo es capaz de donar: el don es su mismo estar ahí.
Se realiza en plenitud el axioma antropológico del Vaticano II. Precisamente porque la persona
del hombre y de la mujer como cónyuges existe por sí misma, encuentra plenamente sí misma
en el don de sí y en el don que son para el hijo en cuanto cónyuges. El hijo en su ser persona
"querida por sí misma" se convierte sí mismo – crece en humanidad – en el don que de sí hace
a los padres.
La conclusión, y pongo fin a este segundo punto de mi intervención, que deriva de esta visión
personalista y comunional del matrimonio y de la familia, es que la familia está fundada sobre
el matrimonio. Que ella es insustituible, para que la trasmisión de la vida a nueva personas
pueda ser un acontecimiento de CP, y por tanto de educación de la persona. La no sustitución
encuentra su razón en su íntima naturaleza comunional. Ninguna institución posee una similar
naturaleza con igual intensidad, y por tanto ella es única en su capacidad generativa del
humanum. Tan única que no tiene equivalentes en sentido verdadero y propio.
3. DENTRO DE LA POST-MODENIDAD
Para evitar equívocos graves, no voy a realizar un discurso estadístico y mucho menos un
juicio sobre las personas. Es el intento de individuar el perfil de una condición espiritual en la
que nos encontramos. Sostengo la siguiente tesis: la reflexión precedente es una adecuada
clave interpretativa y evaluativa. Ésta es la tesis que trataré de mostrar enseguida.
Considero que en la raíz de todas las dificultades que hoy la propuesta cristiana encuentra
respecto al matrimonio haya una desconexión realizada en y por la post-modernidad entre
matrimonio y familia y naturaleza de la persona humana. Una desconexión que ha conducido,
y lo está todavía, hacia una construcción artificial de la familia y del matrimonio: éstas son
pensadas como meras "convenciones" sociales, donde su definición es exclusivamente el fruto
del acuerdo social.
Si hay un dato que emerge con claridad de la reflexión de K. Wojtyla y del Magisterio de Juan
Pablo II, es que la verdad del matrimonio y de la familia y la verdad respecto al hombre tienen
el mismo destino: simul stant – simul cadunt.
Insignificancia significa que la masculinidad y la feminidad no son dos modos de ser del
humanum como tal, sino solamente formas del humanum relativas a los condicionamientos
históricos y producidos por éstos. El dato biológico que obviamente está fuera de toda
discusión, no refiere a otro más allá de sí mismo. En la carta Ap. Gratissimun sane Juan Pablo II
escribe: "tal es su estructura [= el ser hombre y mujer], con la específica dignidad que deriva,
define "desde el principio" las características del bien común de la humanidad en toda
dimensión y ámbito de vida. A este bien común ambos, el hombre y la mujer, llevan su
contribución propia, gracias al cual se reencuentra, en la raíz misma de la convivencia
humana, el carácter de comunión y de complementariedad" [6,4; EV]. La expulsión de la
conciencia de la verdad y la bondad propia de la diversidad sexual cambia la naturaleza y el
perfil mismo del bien humano común; es decir, desequilibra toda forma de sociedad humana.
Esto se percibe particularmente evidente en la relación conyugal.
Tengo que dar fin a mi reflexión. Creo que lo que ha dejado Juan Pablo II a los pensadores y a
los educadores es lo siguiente: ayudar al hombre a no perder sí mismo, a no olvidar la verdad
de sí mismo, a no despilfarrar la preciosidad de sí mismo. Ne evacueter Crux Christi: para que
Cristo no haya muerto en vano.