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Presencia

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido


Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,


De un dolor, de un recuerdo,
Desertará buscando el agua, la hoja,
La espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui (inextricable


De cóleras, traiciones, esperanzas,
Vislumbres repentinos, abandonos,
Hambres, gritos de miedo y desamparo
Y alegría fulgiendo en las tinieblas
Y palabras y amor y amor y amores)
Lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno


Recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
Dispersos, aventados al azar, no habrá uno
Al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
Amigo, antepasado,
No hay soledad, no hay muerte
Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives


Permaneceremos todos.

Chevalier, J. (1986). Diccionario de símbolos. Barcelona: Herder.

Castellanos, R. (1972) Poesía no eres tú. Recuperado de: http://www.los-


poetas.com/l/caste1.htm#Ser
La memoria y la perpetuidad en el poema Presencia.
Zyanya Camargo Díaz

En el poema Presencia del poemario Poesía no eres tú de Rosario Castellanos se


pueden encontrar algunos símbolos que tejen una reflexión sobre la conciencia del yo.
La perpetuidad de los actos y la esencia humana permanecen en la memoria del
colectivo y otorgan al individuo una suerte de inmortalidad.
En los primeros dos versos se puede observar que el cuerpo se representa como el
contenedor de la esencia y como el testimonio de una vida. Sin embargo, a éste se le
confiere un carácter ambivalente al utilizar palabras contrastantes como: albergue-
prisión y hospital-tumba. Por lo tanto, la voz poética, en este caso femenina, enuncia
que el cuerpo ha sido testigo de momentos agradables, y también desalentadores, que
se quedarán impregnados en la identidad del sujeto.
En los versos de la segunda estrofa hay una continua presencia de elementos
naturales como el agua, cuya simbología refiere en este contexto a una “fuente de vida,
medio de purificación y centro de regeneración” (Chevalier, 1986); también las hojas,
que son “símbolos de la dicha y de la prosperidad” (Chevalier, 1986); e igualmente la
espora, como representación de la fecundidad y la vida; además en contraposición está
la piedra, a la cual automáticamente ya se le está confiriendo un carácter inerte y
rígido. Este campo semántico sugiere, mediante su simbolismo, un lazo con la vida, su
vigor y el surgimiento de ésta.
Las figuras retóricas acompañan a los símbolos para aludir a esta eternidad de los
efectos de la acción del sujeto poético y a las reminiscencias del paso del individuo por
el mundo que impiden que éste se extinga.
En la primera estrofa se puede observar una antítesis debido a la contraposición de los
términos anteriormente mencionados, esto con la intención de generar un contraste en
la idea presentada. “Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.” (Castellanos,
1972)
En la segunda estrofa se percibe una enumeración extensa por yuxtaposición de
conceptos para crear la ilusión de dos realidades distintas, que en este caso, son una
misma. También se distingue claramente una aliteración de la letra d y un breve
polisíndeton de la conjunción y que enfatiza y refuerza lo expresado.
En la tercera estrofa está presente nuevamente el polisíndeton en la conjunción y, sin
embargo, en estos mismos versos se encuentra una anáfora, pues se repite esta
palabra al inicio de ambos versos para destacar y dar armonía rítmica. En el penúltimo
verso de esta estrofa se aprecia una traductio en la repetición significativa de la
palabra amor, que claramente es remarcada para denotar el valor del amor como una
constante.
En la estrofa cuatro hay una sucesión de sujetos en donde se encuentra otra
enumeración que ahora actúa para acumular conceptos que evocan condiciones
distintas.
“Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
Amigo, antepasado, (…)” (Castellanos, 1972)

También se vislumbra una aliteración de la y, pero ahora como letra y no sólo como
conjunción.
Por último, en la estrofa final, se aprecia una hipérbole que incluye a un todo en el
lugar donde el “tú”, al que refiere la voz poética, se encuentra. Esto a su vez consigue
ser una elipsis, pues se omite el nombramiento del lugar en donde el “tú" se
encuentra. No obstante, inclusive aunque se mencionara este lugar, no remite a lo que
la voz poética se refiere en verdad, que como ya se hizo notar, es la memoria.
Respecto al ritmo, se puede advertir que hay constantes aliteraciones de las letras a, d
e y. Además, la tercera estrofa es un enlistado de palabras que evocan sentimientos
relacionados con el dolor, y al final, con el amor. En esta misma estrofa existe una
armonía vocálica de la o y algunas u que le confieren una sensación de oscuridad, lo
cual es coherente con lo anunciado en los versos, pues están relacionados con
emociones lúgubres.
No hay ausencia de puntuación, lo cual provoca una lectura pausada que le confiere al
poema una sensación de lentitud y gradualidad.
La paranomasia se encuentra repetidamente, pues en sí la contraposición de
conceptos en el poema es esencial para describir la ambivalencia de la existencia
humana, que al final remarca el impacto de ésta en la conservación del individuo en la
memoria. Se observa generalmente en las estrofas que poseen enumeraciones.
Las marcas tipográficas son constantes, entre cada estrofa hay un espacio. Estos
renglones en blanco funcionan como pausas fuertes y finalmente consiguen que haya
una intensificación en el poema para concluir con unos versos contundentes que
dilucidarán el poder del recuerdo ante la muerte o extinción del sujeto poético.
Por último, dentro del tono, se utilizan las paréntesis para dar un toque de
confidencialidad respecto a la naturaleza del yo poético, e igualmente, dentro de éstas
hay contradicciones (que fungen como otra función del uso de las paréntesis).
El título habla por sí solo sobre la inmortalidad del sujeto dentro de la memoria. La
presencia se refiere a esta inmutabilidad del individuo, que logra persistir incluso
aunque sea alcanzado por la muerte. “No hay soledad, no hay muerte” (Castellanos,
1972). Se enfatiza que después de las adversidades, el tiempo hará del individuo un
recuerdo dentro de este santuario enorme. El yo poético se destejerá, consciente de su
paso por el mundo, y continuará presente en donde permaneceremos todos.
En conclusión, desde los símbolos hasta el ritmo, el lector puede percibir que este es
un poema confidencial, un poema íntimo que, sin embargo, obtiene un valor universal
al hablar de la memoria como un tendente derecho del ser humano.
También puede interpretarse como la conciencia de Rosario Castellanos (ya no de la
voz poética) respecto al valor de su obra, de su recorrido por la historia.
Este poema hila una reflexión sobre la vida y su oscilación entre la dicha y el dolor;
sobre el cuerpo como depósito de una esencia y sobre la memoria como almacén
imperturbable, incluso ante el tiempo.

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