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CHAMBACU CORRAL DE NEGROS

Parte 1
LOS RECLUTAS
El hambre y la extrema pobreza aparecen de forma explícita como característica de la vida de los
chambaculeros. En la época de la esclavitud en el siglo XVI, los afrodescendientes eran tratados de
forma inhumana, negándoles su densidad ontológica y, por tanto, la satisfacción de necesidades
básicas, como la alimentación; y los chambaculeros, como negros sucesores de esclavos liberados,
aun seguían siendo observados desde esa perspectiva, como seres que sólo merecían ser
despreciados y quitados de en medio, como estorbo. Son entonces las personas idóneas para ir a la
guerra. Pero, cuando los capitanes van a buscar reclutas para conformar el “Batallón Colombia” que
peleará con los norteamericanos en la guerra de Corea, La Cotena reclama a los soldados: “-¿Qué
quieren? Ahora sí estamos bonitas, ¡ni siquiera nos dejan dormir! Sólo se acuerdan de nosotros para
jodernos. Si buscaran hambre y miseria, la encontrarían a montones, pero eso no les importa…” No
les importa ayudarlos, sacarlos del estado lamentable en el que viven, sino todo lo contrario,
destruirlos como una plaga que hay que erradicar.
Medialuna, uno de los hijos de La Cotena, es boxeador, y podemos ver en la novela como él, su
entrenador y su compañero han sufrido en las peleas por no estar bien alimentados. Los
chambaculeros, entonces, no tenían derecho, ni siquiera, a realizar actividades fuera de trabajar
incansablemente para poder conseguir qué comer. Son sólo almejas podridas el alimento de los
boxeadores. Por ejemplo, Camilo tuvo que convertirse en entrenador porque no rendía en las peleas;
Medialuna es nockeado y después de buscar un médico que diga qué le sucede, su respuesta es
certera: “Es apenas hambre”. En el caso del Zurdo, el compañero de Medialuna, él: “…combatía a
nombre de un pasado. Pero la pujanza siempre fue minada por el hambre. Ahora él la sentía. No
bastaba con ser negro. Las piernas bailaban. El cansancio. El calambre”. La pelea en el ring de boxeo
tiene como objetivo último el triunfo del negro, la defensa de un pasado, la lucha por los negros y su
historia, que por fin el negro celebre su propia victoria, no la victoria ajena, pero el hambre no lo deja
combatir, no tiene fuerzas y cae moribundo.

El cuadrilátero sólo es “Kid paludismo” contra “Kid Beriberi”, es decir, la enfermedad contra las
secuelas del hambre; vemos, entonces, que la lucha contra el sufrimiento es literal en el boxeo, en
el hogar, hasta en el aula de clase, que también se convierte en otro espacio que recoge las
consecuencias de la pobreza, porque el hambre no solo inhabilita a los boxeadores, tampoco deja
que los niños aprendan en la escuela; así lo manifiesta la profesora Domitila: “Yo he hecho cuanto
he podido por aclararles el entendimiento pero no todo son letras y números. Los pobrecitos a veces
no tienen ni qué comer”.

Habrá entonces quienes quieran conocer su pasado para entender el presente, y a otros sólo les
bastará vivir el presente para entender que nunca tuvieron un pasado. Así se puede ver en
la contraposición entre Camilo y la Cotena. El uno quiere saber la razón de su miseria: le dice la
Cotena, “-¿Te quieres meter de redentor de hambrientos?”, a lo que, renglón seguido, Camilo le
replica: “-quiero saber por qué lo soy”. A la otra no le interesa, le es suficiente padecer la miseria,
como si tuviera una actitud más resignada; dirá el narrador: “Él pretendía explicarle la dialéctica de
la miseria. La madre no lo entendía, le bastaba vivir esa miseria, sufrirla”.

Podemos resumir este primer aspecto con la siguiente cita, muy reveladora, como toda la obra de
Zapata: “La miseria de la familia se acentuaba. Su mente abarcaba más allá. No había posibilidad de
liberación para ellos mientras naufragaban en el hambre de toda Chambacú, era el eslabón de una
vieja cadena de padecimientos”. Tambien era el producto de que muchos años atrás, el negro
sufriera las cadenas de la esclavitud; Chambacú padecía las cadenas del hambre, la pobreza, las pocas
ganas de vivir porque sus habitantes no estaban verdaderamente liberados; como dice Máximo: “El
hambre es un yugo más pesado que los grilletes”

Parte 2
EL BOTIN
Los chambaculeros, además de combatir el hambre y la miseria, luchaban contra una fuerza mayor:
que les quitaran el espacio que habían construido. Como los hijos de la Cotena, muchos
chambaculeros “Levantaron las paredes con retazos de fique, tablas y lonas envejecidas. El techo de
ramazones, palma de coco y oxidadas hojas de zinc”. Esos eran sus hogares, y como tales tenían que
hacerlos respetar como su propiedad, por encima de todo, como dirá la Cotena: “…mi rancho es
pobre pero honrado”. No importaba si les destruían sus casas, ellos las armarían de nuevo, (p.56) y
Máximo sería el mayor promotor y defensor de esta “afrenta” a la ley, y prácticamente, se
acostumbra a estar en la cárcel, de la cual vuelve a su barrio con los mismos ideales, y por éstos
muere.
Como lo afirma su madre: “…Nos lo mataron porque era bueno, porque quería más a los pobres
que a su propia madre”. A diferencia de sus hermanos, Máximo busca en la lectura el conocimiento
de su pueblo, la herencia de sus antepasados, para cambiar el presente, éste es su propósito, cambiar
el destino de su familia y de los chambaculeros; y la lucha será férrea:

Nos defenderemos. La policía comete un atropello. Cumplen órdenes de los que se dicen amos de esta
isla. Ni siquiera la nación tiene derecho sobre la tierra que pisamos. Bien saben que bajo este
basamento de cáscaras de arroz y aserrín, solo hay sudor de negros. No hemos venido acá por nuestra
propia voluntad. Nos han echado de todas partes y ahora quieren arrebatarnos la fosa que hemos
construido para mal morir.

La tierra que pisan es su tierra porque allí han puesto todos sus esfuerzos para sobrevivir o “mal
morir”, pero en últimas, para desafiar el destino que se les había impuesto, y el destino que el
gobierno no les quería ayudar a cambiar, porque Chambacú se convierte en un sector marginado y
sus habitantes en seres excluidos. Debido a esto, para los chambaculeros no existe otra tierra sino
Chambacú. Así lo asevera Críspulo: “Para mí no hay sino Chambacú. Ni siquiera Cartagena. Con lo
mal que nos miran…”. Los chambaculeros estaban encerrados en la miseria, no podían mirar más allá
de sus tierras, porque afuera no eran sino vistos “como criminales y transgresores del orden
establecido. La razón: haberse apropiado de un terreno particular, evidentemente sub-utilizado,
veinte años atrá En este sentido, la lucha de Máximo también estaba encaminada en la lucha por una
vida digna, la cual era obstaculizada, en mayor medida, por el racismo. Así le dice el capitán a Máximo
en una de las veces que lo aprisiona: “…Te has puesto a contradecir el mandato de las Naciones
Unidas. ¡Tú, un pobre negro!”. El negro no merece vivir como ser humano, ni tampoco puede
reclamar sus derechos, porque, por ser negro, no será escuchado. Como le expresa Máximo a su
madre, para los pobres: “Es demasiado aspirar a tener una familia. Si apenas nos miran como gentes.
Ya sabe que somos unos descendientes de esclavos”. Es decir, los chambaculeros padecen aún el
fantasma de la esclavitud, y por esto, el rechazo y el abandono. La afrenta de Máximo, entonces, va
más allá: es exigir unos derechos para, a través de esto, negar dichos imaginarios de exclusión y
racismo que tanto han marcado a Chambacú, tumbar los muros que los dividen de la ciudad, y echar
abajo ese temor que se ha infundado en la ciudad:

La isla crece. Mañana seremos quince mil familias. El “Cáncer negro”, como nos llaman. Quieren
destruirnos. Temen que un día crucemos el puente y la ola de tugurios inunde la ciudad. Por eso para
nosotros no hay calles, alcantarillados, escuelas ni higiene. Pretenden ahogarnos en la miseria. Se
engañan. Lucharemos por nuestra dignidad de ser humanos. No nos dejaremos expulsar de
Chambacú. Jamás cambiarán el rostro negro de Cartagena. Su grandeza y su gloria descansa sobre
los huesos de nuestros antepasados.

Desde este punto de vista, Chambacú, corral de negros, se convierte en una novela de
denuncia, que, desde su protagonista, Máximo, busca visibilizar una historia olvidada que no es más
que la continuación, de una que tuvo lugar en una época anterior, la de los negros africanos que no
eran reconocidos, y por lo que Máximo lucha es por el reconocimiento de su pueblo, que Chambacú
sea visto sin temor y sea apoyado. Y con su muerte, una muerte que causa su propio hermano José
Raquel, en el combate con los soldados por Chambacú, se reafirma su labor, la cual era la de
despertar a los chambaculeros a que luchen por los que les pertenece, abrirles los ojos a pesar de
que ya los de él estaban cerrados con cuatro puntadas de hilo.

Parte 3
LA BATALLA
En la novela también es muy importante la relación madre-hijo. Llama la atención que en las familias
protagonistas de la obra no está la presencia del padre. Tanto la Cotena, como Clotilde y la madre
de Atilio, han criado a sus hijos solas, enseñándolos a luchar por ellas hasta el final como ellas lo han
hecho por sus hijos. Éstos les pertenecen a las madres en una relación peculiar, pues al llevarlos en
su vientre los sienten como parte de ellas mismas, y la muerte de un hijo para una madre, es como
la muerte de una parte de ellas y, en consecuencia, deviene una total incompletud.
En este sentido, la relación madre-hijo se convierte en una lucha por la familia, porque ésta no se
separe. Así lo deja ver la Cotena, quien no quiere alejarse de sus hijos; dejarlos a la deriva y no volver
a saber de ellos, es para ella la mayor afrenta a su hogar. Si no tiene una casa en buenas condiciones,
ni alimento, por lo menos tiene a sus hijos, quienes son para ella lo más valioso, a pesar de las
necesidades materiales:”…si bien es cierto que tengo cuatro hijos, ninguno de ellos irá a la guerra.
Antes de que los maten extraños, prefiero apuñalarlos con mis propias manos y saber en qué sitio
los entierro. ¡Cobardes!”.

A su vez, la madre se convierte en un apoyo para los hijos. Para Máximo es “su aliado más firme”,
es su roca. Cuando la Cotena le quema los libros, el narrador dice que a Máximo “Le dolía más la
derrota filial que los libros y las revistas”, el ver que su madre sufriera por él, por la actitud rebelde
que siempre lo llevaba a la cárcel, y que por esto madre e hijo tuvieran que separarse. La Cotena lo
hace porque quiere a su hijo a su lado, sano y salvo, lejos de las torturas de la policía: “¡Máximo, hijo
mío! ¡Escúpeme! ¡Mátame! Cometeré cualquier crimen con tal de que no te lleven a la guerra”.
Además de la separación, la Cotena tampoco quiere hijos asesinos, quiere hombres buenos que
respeten su crianza y, por tanto, el valor de la vida. Por eso dice: “…Máximo, hijo mío, déjate matar.
¡Prefiero verte muerto que convertido en asesino!”, mientras que de José Raquel, quien se va de
voluntario a la guerra para no dar cuenta de otros delitos, afirma: “…No lloraré por él. Que se pudra
en la guerra. ¡No es hijo mío! ¡Rezo por máximo que se lo llevan a la fuerza!.

La Cotena sufre mucho por sus hijos, siempre está suplicante por ellos a la Virgen de la Candelaria,
buscando una intercesión milagrosa que no los aleje de ella. Parece ser éste el último recurso que le
queda porque en sus opiniones deja entrever que sus hijos se le han salido de las manos, pero que
quiere estar con ellos en lo que le queda de vida, y que sus hijos no se comportaran así si hubieran
tenido una figura paterna. Así se lo explica a Máximo: “…Estoy vieja. Necesito de ti. Me siento
cansada. ¿Sabes? Ustedes mis hijos me han despedazado la vida. Yo hubiera querido tenerlos a todos
bien criados. Si tu padre no hubiera muerto de esa espuela de gallo, ustedes no estarían así”.
Clotilde, la única hija hembra de la Cotena, siente el mismo clamor de su madre por medio de su hijo
Dominguito. El clamor de no separarse de él para que no le pase nada y ella no sufrir ni que tampoco
sufra su hijo en esta vida tan llena de desgracias: “Dominguito. No deseaba verlo crecer. Así podría
cargarlo, defenderlo. Mejor estaría en su vientre. Se lo maldijeron antes de nacer. Pero era su hijo,
no importaba quien fuese el padre. Sería para ella sola. Lo abrazaba temerosa”.

La madre de Atilio ve en su hijo, la única compañía, y por tanto, su única ayuda, en suma, depende
de su hijo: “… ¡Defensor de pobres, mientras yo me muero de hambre! ¿Por qué no me redimes a
mí? Yo no tengo más hijos que tu…”. La madre de Atilio no entiende el afán de la lucha colectiva, su
lucha es individual, a ella sólo le interesa sobrevivir junto a su hijo, por lo menos, teniendo para
comer. Si no tiene a su hijo, a su compañero de lucha, la lucha no es igual, porque ella quiere vivir la
miseria al lado de él. Como expresa Ortiz:

Si para Máximo su lucha parte de un interés por “liberar” a su comunidad y es una lucha colectiva,
para su madre y otros se trata de una lucha individual, y consiste en la lucha por la supervivencia
diaria…; el tener qué comer, dónde dormir, alimentar a sus hijos, supera cualquier interés intelectual
o político.

Petronila, la hermana de la Cotena, es un caso especial. En la novela, encarna la soledad y la


frustración, pues nunca pudo tener hijos, y tuvo que arrebatarle uno a su hermana. Este hijo es José
Raquel. Sin embargo, José Raquel parece dejar de lado a su tía y madre, además, ni parece verla
como tal, sólo se refugia en su casa cuando la Cotena no le permite ciertas andanzas en la suya. En
últimas, no la ve como una madre como Petronila sí lo ve como un hijo. Petronila, entonces, sufre la
decepción del hijo que no pudo tener, del hijo adoptivo que la ha abandonado por el afán de lujo y
por los vicios, y que ni siquiera le dejará unos nietos por los cuales velar porque José Raquel es estéril.
A Petronila sólo le quedaba esperar la muerte: “El llanto de las ancianas repartía por toda la isla la
noticia de la muerte solitaria de la tía Petronila”.

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