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PAZ EL LABERINTO
DE LA SOLEDAD
POSTDATA. VUELTA A
EL LABERINTO DE LA SOLEDAD
471
EL LABERINTO DE LA SOLEDAD
•
POSTDATA
•
VUELTA A EL LABERINTO
DE LA SOLEDAD
OCTAVIO PAZ
El laberinto
de la soledad
•
Postdata • Vuelta a El laberinto
de la soledad
Edición y prólogo
ENRICO MARIO SANTÍ
Paz, Octavio
El laberinto de la soledad, Postdata, Vuelta a El laberinto de la
soledad / Octavio Paz ; ed. y prol. de Enrico Mario Santí ; colab.
María Zambrano, Sebastián Salazar Bondy, Saúl Yurkievich, Roger
Bartra. — 5ª ed. — México : FCE, 2015.
444 p. ; 17 × 11 cm — (Colec. Popular ; 471)
ISBN: 978-607-16-3360-6
1. Literatura Mexicana – Ensayos I. Santí, Enrico Mario, ed.
II. Zambrano, María, colab. III. Salazar Bondy, Sebastián, colab.
IV. Yurkievich, Saúl, colab. V. Bartra, Roger, colab. VI. Ser. VII. t.
LC F1210 P3 Dewey M863 P348l
Distribución mundial
Imagen de portada: Vicente Rojo, Laberinto (2015),
técnica mixta/papel.
D. R. © 2015, Marie José Paz, heredera de Octavio Paz
D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho Ajusco, 227; 14738 México, D.F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere
el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-3360-6
Impreso en México • Printed in Mexico
ÍNDICE
Nota editorial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Prólogo. La casa de la consagración, por ENRICO
MARIO SANTÍ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
El laberinto de la soledad . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Postdata. Crítica de la pirámide . . . . . . . . . . . . 259
Vuelta a El laberinto de la soledad. Conversa-
ción con Claude Fell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 353
APÉNDICES
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 445
7
NOTA EDITORIAL
9
Prólogo
LA CASA DE LA CONSAGRACIÓN
ENRICO MARIO SANTÍ
1
“Entrada retrospectiva” prólogo al tomo V de Octavio Paz,
Obras completas, 2ª ed., FCE, México, 2014, p. 13.
11
ricuetos —de historias y conflictos enrevesados— la
casa parece un laberinto. Los solitarios desean salir.
¿Dónde está la puerta de esa casa? ¿Dónde la salida?
Durante 65 años El laberinto de la soledad ha captado
esa imagen de y sobre México. Perdura y resiste, se ven-
de como pan caliente, se lee en las escuelas, se comen-
ta en el extranjero, se discute y se rechaza, se venera.
Asombra. “Es un libro —escribió Alejandro Rossi—
que ya ha entrado en la imaginación colectiva de los
lectores.”2 Los libros que logran ese tipo de entrada
suelen llamarse clásicos. Para Italo Calvino, autor de
por lo menos uno de ellos, son varios los criterios que
los ameritan. Además de perdurar, resistir el paso del
tiempo, los clásicos influyen; nos dicen algo que siem-
pre hemos sabido; los leemos con amor; conforman,
como talismán, universo propio; permiten al lector de-
finir su relación con el contenido; impiden la indife-
rencia, aun cuando se los rechaza; nunca terminan de
decir lo que dicen; no podemos vivir sin ellos.3 Añado
uno último: cristalizan la imagen de una realidad hu-
mana. El laberinto de la soledad es el clásico que crista-
liza la imagen humana de México.
¿Cuál es esa imagen? Una casa-laberinto habitada
por gente sola: “Allí en la soledad abierta, nos espera
también la trascendencia: las manos de otros solita-
rios”.4 Esa imagen constituye un mito, mejor dicho, un
2
Alejandro Rossi, “50 años: El laberinto de la soledad”, Letras
Libres, diciembre de 2008.
3
Italo Calvino, ¿Por qué leer los clásicos?, Aurora Bernárdez
(trad.), Siruela, Madrid, 2009.
4
Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta a El
laberinto de la soledad, p. 236 de esta edición.
12
meta-mito: un mito hecho de otros mitos. El Pachuco,
la Máscara, la Malinche, la Fiesta, la Muerte, los mitos
que estudia el libro, son, entre otros, los que encarnan
los solitarios que deambulan dentro del laberinto. An-
daban, cada uno por su cuenta, todos esos mitos hasta
que el poeta nombró su conjunto, les dio una casa. Por
eso después llegó a decir: “fue una tentativa por descri-
bir y comprender ciertos mitos; al mismo tiempo, en la
medida en que es una obra de literatura, se ha conver-
tido a su vez en otro mito”.5 Cada mito, a su vez, nom-
bra, para volver a citarlo, “un universo de imágenes,
deseos e impulsos sepultados […] mundo de represio-
nes, inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños que ha
sido y es México”.6 Cada mito manifiesta algo sagrado,
lo sagrado que sin embargo andaba oculto, o al menos
rezagado, inadvertido, hasta el momento en que el poe-
ta lo nombra, identifica e interpreta. Nombrar, interpre-
tar el mito, lo rescata, lo consagra. El laberinto de la
soledad es una consagración de México.
Consagrar con mirada poética fue la misión, la ta-
rea, del surrealismo. Lo hicieron no sólo los poetas su-
rrealistas (Breton, Péret, Éluard), también los otros
contemporáneos suyos que objetaron que a esa mirada
le faltaba un propósito etnográfico, una potente ancla
social (Caillois, Bataille, Leiris). Sin abandonar a aqué-
llos, el poeta solo, en París, donde escribe, escuchó a
éstos y realizó lo que nunca llegaron a hacer ni éstos ni
aquéllos. Desprovistos de mitos —sobre todo después
de la devastación de la segunda Guerra Mundial, cuan-
5
Ibid., p. 363.
6
Ibid., p. 360.
13
do el propio André Breton se propuso inventar “un nue-
vo mito”7—, unos y otros se lanzan a buscarlos fuera
de Occidente. El poeta, en cambio, sin duda a sabien-
das de esa búsqueda, de esa misión, encuentra e inter-
preta los mitos en su tierra, al borde de Occidente y su
memoria. De paso, los consagra. A su vez, en su medi-
tación país y memoria se disuelven en el mundo, ya
“contemporáneo de todos los hombres”. Los mitos de
México son mitos de todo el mundo. El laberinto de la
soledad es el libro surrealista que los surrealistas idea-
ron y quisieron escribir pero nunca llegaron a hacerlo.
Pero es incompleta nuestra imagen: la casa-laberin-
to posee toda otra ala que se llama historia. Los mitos
de México no surgen por generación espontánea. La
historia de México crea los mitos, así como los mitos
crean, refuerzan y prolongan esa misma historia. La
relación entre unos y otra es recíproca, dialéctica. Por
eso la descripción del mito (mythos, “intuición”) va a
la par de la interpretación de la historia (logos, “ra-
zón”). Y si el texto procede, como quiso aquel historia-
dor del pensamiento clásico, del mythos al logos8 —del
pensamiento poético e intuitivo al raciocinio científi-
co—, el poeta en cambio propondrá otro modelo: del
mythos se pasa al logos, y luego se regresa al mythos, y
así sucesivamente. Mito e Historia no son una divina
pareja. Son cuerdas distintas, y a veces discordantes,
de un mismo instrumento: un instrumento que marca
7
En 1947, a su regreso a Francia, André Breton propuso la
creación de un nouveau mythe como solución al marasmo espi-
ritual de la posguerra y para renovar la misión del surrealismo.
8
Wilhelm Nestle, Vom Mythos zu Logos, Kroner, Stuttgart,
1942.
14
un ritmo. Nunca mejor dicho que por la pitonisa Ma-
ría Zambrano: “El laberinto de la soledad es un libro de
filosofía ofrecido poéticamente”.
La imagen de la casa se completa, por tanto, con
un ritmo; o mejor, dos. Uno es el ritmo del mythos al
logos —de los primeros tres capítulos del libro a los
últimos cuatro; otro es el ritmo que describen los úl-
timos cuatro, el ritmo de la historia de México: ritmo
de soledad y comunión. Etapas, o facetas, de aislamien-
to histórico —Mesoamérica, por ejemplo, o el naciona-
lismo malinchista— seguidas, en contrapunto, de otras
etapas o facetas de conjunción con el resto del mundo
—Nueva España, por ejemplo, o el Porfiriato. Si mythos
y logos llevan un ritmo, soledad y comunión marcan
otro. La casa-laberinto de los solitarios oscila entre esos
dos ritmos: mythos-logos y soledad-comunión. Los ha-
bitantes apenas oyen esos ritmos pero el poeta los hace
escuchar. “La historia universal —advierte— es ya tarea
común. Y nuestro laberinto, el de todos los hombres.”
Los años han demostrado cuán pionero fue este li-
bro. Cuando era tabú mencionar a los pachucos, los
desterrados mexicanos en las ciudades fronterizas con
Estados Unidos, el joven poeta los identificó, rescató y
reivindicó. Escribir sobre la mujer, la maldición de su
“apertura”, la opresión a que la somete el macho “ce-
rrado”, causó un escándalo, y en eso alguien oyó una
mentada de madre. De hecho, revelar que México te-
nía dos madres y no sólo una —una Virgen, otra Chin-
gada— se tildó de elitismo en contra de un pueblo
oprimido. Analizar, como también hizo, el destino co-
mún del bloque de países descolonizados significaba
traicionar a México y desdeñar el enfoque exclusivo
15
que la nación se merecía, sobre todo por parte de un
funcionario del servicio exterior. Utilizar las pericias
del marxismo y el psicoanálisis significaba, igualmen-
te, faltarle el respeto a una metodología nacionalista.
Denunciar públicamente al Estado de un partido úni-
co, que en pleno siglo XX actualiza un ritual atávico de
sacrificio humano, se rechazó como banalización mi-
tológica. Utilizar como fuentes de investigación malas
palabras, letras de canciones populares, costumbres
de pueblo, anécdotas de sirvientas, refranes y dichos al
lado de vacas sagradas como Emiliano Zapata, Paul
Valéry y la Virgen de Guadalupe, o la letra de un hua-
pango junto a la Octava elegía de Rilke, evidenciaba no
solo turbación sino desatino de poeta enclaustrado en
torre de marfil. Por último, hablar sobre la soledad del
ser humano, ¿acaso no mostraba inconsciencia de que
en México nadie ya podía sentirse solo porque había
triunfado una revolución? A Alfonso Reyes el poeta ya
le había advertido: “No faltará quien enseñe ‘el fatigado
diente’ y que lo acuse de darle la espalda a México”.9
De manera profética, también le escribe a Jesús Silva
Herzog, editor de la primera edición: “Toda obra gran-
de y desinteresada provoca inexorablemente la cólera de
los necios y la envidia de los impotentes”.10
Hoy, sin embargo, a los pachucos se les considera
precursores de los chicanos, la actual mayoría minori-
taria en los Estados Unidos, y cualquier discusión so-
bre el tema obliga a partir de aquella meditación del
poeta. Como ha visto Silviano Santiago, el libro “se
9
París, 23 de noviembre de 1949, en Correspondencia Alfonso
Reyes-Octavio Paz, Anthony Stanton (ed.), FCE, México, 1998.
10
París, 20 de marzo de 1950, correspondencia inédita.
16
hace precursor externamente de las teorías poscolo-
niales que distinguen, a partir de la década de 1980, la
figura del subalterno como personaje noble de la lati-
noamericanidad…”11 El pachuco fue, en efecto, el pri-
mer “subalterno”, y la postura poscolonial del libro no
se limita, por cierto, a una defensa suya como sujeto;
más bien se solidariza con todos los pueblos en vías de
descolonización, incluyendo a México, en una época
en que ya se empezaba a afrontar los estragos de la
globalización. Pocos libros como éste, en las décadas
de los cincuenta y sesenta del siglo XX, podían presu-
mir, además, de realizar lo que hoy se proclama como
cultural studies, lecturas globales que traspasan las
fronteras de saberes, métodos y disciplinas. Y la apues-
ta que hiciera hace 65 años por un surrealismo etno-
gráfico puso de relieve la distinción que, muchos años
después, James Clifford trazara entre un “humanismo
antropológico, que comienza con lo diferente… y lo
vuelve comprensible, familiar”, y una “práctica etno-
gráfica surrealista… que ataca lo familiar provocando
la irrupción de la otredad, lo inesperado”.12 Por últi-
mo, y a diferencia de la opinión de algunas voces ma-
lintencionadas, El laberinto de la soledad conforma, en
un valiente argumento que no puede menos que lla-
marse feminista, una denuncia de la opresión sexual,
mítica y psicológica de la mujer.
11
Silvano Santiago, Las raíces y el laberinto de América La-
tina, Mónica González García (trad.), Corregidor, Buenos Aires,
2013, p. 43.
12
James Clifford, “On Ethnographic Surrealism”, en The Pre-
dicament of Culture, Harvard University Press, Cambridge, 1988,
p. 147.
17
A los 65 años de la primera edición, a los 56 de la se-
gunda, a los 45 de Postdata, al cuarto de siglo del otor-
gamiento del Premio Nobel de Literatura, y a 17 años
del fallecimiento del poeta, esta edición nuestra vuelve
a recordar una obra inolvidable. Lejos ha sido su pro-
pósito de dar cuenta de su recepción total, lo cual ocu-
paría todo un tomo aparte. Además de ofrecer los tres
textos canónicos —El laberinto de la soledad, Postdata,
Vuelta a El laberinto de la soledad— incluimos cuatro
lecturas amistosas, cada una de las cuales representa,
como puntos cardinales, una mirada ejemplar.
Si María Zambrano destaca, sin invocar al surrea-
lismo, o identificarse con él, el propósito consagrante
de la meditación del poeta, Sebastián Salazar Bondy,
desde la vertiente del ensayismo hispanoamericano
—donde Lima, la horrible (1964) ocupa prominente lu-
gar— confiesa su “fascinante adhesión” a una nueva
conciencia del continente. Y si Roger Bartra, desde su
postura sociológica, traza el mapa de las conexiones
secretas entre la visión histórica del libro y la historia
de la melancolía, la lectura del poeta Saúl Yurkievich
saca a relucir lo que llama “La napa mitopoética”, la
piel donde se dibuja esa misma visión.
Una española, tres hispanoamericanos, un mexica-
no: cinco dedos de una mano, solitarios que acom-
pañamos a Octavio Paz en nuestro laberinto de la soli-
daridad.
18
BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
19
“¿Qué somos y cómo realizamos eso que somos?” Con esta inte-
rrogante central para todo pueblo en crecimiento, Octavio Paz
invita a los mexicanos, desde las páginas iniciales de El laberinto
de la soledad, a comprender su esencia y sus singularidades, y a
confrontarse con la problemática que de ellas surge.
Esta edición preparada por Enrico Mario Santí sale a la luz
como celebración por los 65 años de la publicación original del
ensayo en Cuadernos Americanos. Además de retomar la versión
revisada por Paz para sus Obras completas e incluir “Postdata”
—la conferencia que Paz dictó a finales de los años sesenta en
la Universidad de Texas— y “Vuelta a El laberinto de la soledad”
—la entrevista que sostuvo con Claude Fell—, acompañantes
obligados del texto, este volumen ofrece sendos ensayos de
María Zambrano, Sebastián Salazar Bondy, Roger Bartra y Saúl
Yurkievich. Desde disciplinas y lugares diversos, los cuatro han
contribuido a la comprensión profunda de esta pieza fundamen-
tal tanto del legado paciano como de las letras contemporáneas.
Los cuestionamientos y las intuiciones de Paz reverberan seis
décadas y media después con intensidad. Los tiempos actua-
les —los nuevos pasadizos del laberinto— posibilitan lecturas e
interpretaciones que seguirán aumentando el ya de por sí enorme
poder de este ensayo para propiciar la reflexión lúcida y respon-
sable sobre la realidad mexicana.