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RARA FELICIDAD

(sobre Fotocopia, de Facu Soto)


Me di cuenta que estaba haciendo con mi hija lo mismo que mi papá había hecho conmigo, como una
fotocopia.

Facu Soto, Fotocopia, 2017

Una fotocopia nunca es perfecta. Nunca es igual. Hay algo de la reproductibilidad técnica que
nos hace caer en esa creencia, pero uno sabe que algo siempre es diferente. No digo de peor
calidad, ni nada por el estilo. No, no es eso: digo diferente. Siempre hay un cambio de tono, de
fuerza en la imagen, en las letras fotocopiadas que no responden del todo al original. Una
fotocopia es un igual que no lo es.

Pero siempre hay una razón para la fotocopia. Uno puede hacer una fotocopia porque no quiere,
o no puede, volver a copiar algo de manera manual; puede hacerla porque no quiere o no puede
comprar el texto o la imagen original; puede hacerla también porque uno necesita intervenir
sobre lo copiado, sin marcar el original de manera definitiva; y puede, por qué no, querer una
fotocopia porque desea guardar el registro de algo. Y ahí el valor de la fotocopia, de esa
fotocopia, es un poco diferente, porque no está asociada a la necesidad.

La tercer novela de Facu Soto, editada por Paisanita Editora, parte de esta analogía. Se presenta
a sí misma, y al relato de monólogos múltiples que narra, desde esta construcción: los personajes
son fotocopias de otros anteriores, y a su vez, ellos son también fotocopiados por alguien que
los continúa. No obstante, y aunque dejando pistas de las mismas, el texto no se detiene en las
similitudes, sino que profundiza, marca, hace foco en las diferencias. En lo que hace a cada yo
un ser raro para otro. Como dice Lucy en un momento: “Mi papá no es como todos y eso no me
gusta”, dice, “mi papá es raro”, termina.

Porque también de eso se trata la cuestión. La novela de Soto se construye a sí misma como una
serie de capítulos (¿partes, escenas, monólogos?) cortos que se suceden generalmente en un
orden cronológico y alternando entre la voz de un padre gay en busca de pareja y la voz de Lucy
su hija que comienza siendo niña y termina siendo una preadolecente. Cada uno con su
cronolecto, cada uno con sus intereses y sus palabras, cada uno con su sintaxis y su punto de
vista, van hablando, también generalmente, del otro. De su contraparte. De ese ser que por
momentos resulta un extraño, un raro, al que no se entiende, al que no se acepta como es (al
menos no del todo), al que una quiere lejos, no quiere ver más, pero a la que el otro quiere
formando parte y construyendo su mundo privado y también su universo público. Esa otra, que
cambió (como antes lo hizo él) y de la cual solo quedan ciertos recuerdos de felicidad que, para
que no se olviden, para que no se escapen, se registraron en fotos.

Y de esa forma, la novela consigue que el lector, aun con sus confusiones, aun en esos parágrafos
que no queda bien delimitado desde el comienzo a quién pertenecen, va identificando a cada
uno de los protagonistas del texto no tanto desde la propia voz, sino desde las descripciones del
otro. Desde la forma que el otro lo retrata (aunque al final esta práctica también tenga una
vuelta de tuerca).

Una identificación, un retrato, que también puede pensarme más allá de un mero
reconocimiento narrativo, y que busca dar cuenta de ciertas similitudes con las prácticas
cotidianas de cualquiera que sea padre. O cualquiera que sea hijo. Y en esto, entonces, también
el texto es una fotocopia. Y ahora el que se siente fotocopiado es el propio lector.
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https://www.youtube.com/watch?v=TZB8jjQ4U_k

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