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UAM, 2017-2018
Lecturas recomendadas
Gómez Espelosín 2001: 172-178 y 186-196; Domínguez Monedero y Pascual González 1999: 127-248; eid.
2006: 113-133.
-Aristófanes, Comedias.
-Aristóteles, Constitución de los Atenienses; id., Política.
-Esquilo, Tragedias.
-Eurípides, Tragedias.
-Heródoto, Historia.
-Plutarco, Vida de Arístides, Temístocles, Cimón, Pericles
-Sófocles, Tragedias.
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Historia de Grecia en la época clásica
UAM, 2017-2018
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Arístides y Temístocles
La reconstrucción de las murallas la administraron en común (Temístocles y Arístides) aunque ambos eran
enemigos entre sí, pero la separación de los jonios de la alianza (symmachía) con los lacedemonios fue
Arístides el que la impulsó, buscando el momento en que los laconios eran odiados a causa de Pausanias.
Por ello también fue este el que impuso a las ciudades los primeros tributos en el año tercero después de
la batalla naval de Salamina cuando era arconte Timóstenes, e hizo con los jonios juramentos de manera
que sería el mismo el enemigo y amigo, después de los cuales arrojaron al mar trozos de hierro.
(Pseudo-Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 23.4. Trad. de F. J. Gómez Espelosín)
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disponiendo todas las cosas con gran magnificencia, los devolvió a la ciudad después de más o menos
cuatrocientos años. Por ello, sobre todo, el pueblo se halló de buena gana bien dispuesto hacia él.
(Plutarco, Vida de Cimón, 8.5-6. Trad. de A. Domínguez Monedero)
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(2) Como la ciudad se conmovió durante mucho tiempo y las casas se caían, quedaron destruidos
muchos cuerpos, atrapados por las ruinas de los muros, y no fue poco el mobiliario de las casas que el
seísmo aniquiló.
(3) Este mal lo soportaron como si alguna divinidad estuviera irritada con ellos, pero también les
ocurrió que tuvieron que correr con otros peligros a manos de los hombres por las siguientes causas. (4)
Hilotas y mesenios, aun siendo hostiles a los lacedemonios hasta este momento permanecían tranquilos,
asustados por la superioridad y la potencia de Esparta; pero cuando vieron que, a causa del seísmo la mayor
parte de ellos había perecido, pasaron a despreciar por ser pocos a los que habían quedado. En
consecuencia, tras celebrar reuniones comunes entre ellos, emprendieron la guerra contra los
lacedemonios.
(5) Pero el rey de los lacedemonios, Arquidamo, gracias a su propia prudencia, salvó a los
ciudadanos contra el seísmo y se enfrentó notablemente en la guerra contra sus atacantes.
(6) Reunida la ciudad por el miedo al seísmo, el primero de los espartanos, tras coger la panoplia,
se lanzó desde la ciudad al territorio y animó a los demás ciudadanos a hacer los mismo.
(7) Como los espartiatas hicieron caso, de esta manera se salvaron los supervivientes, a quienes el
rey Arquidamos colocó en formación e instruyó para combatir contra los rebeldes.
64. (1) Los mesenios aliados con los hilotas se lanzaron primero hacia Esparta, en la idea de que la
tomarían aprovechando la escasez de los que podían protegerla, pero cuando se enteraron de que los que
habían quedado, alineados con el rey Arquidamo, estaban empeñados en la lucha por la patria, desistieron
de ese ataque y, considerando que el país de Mesenia estaba desprotegido, desde allí emprendían el asalto
para atacar Laconia.
(2) Pero los espartiatas buscaron refugio en la ayuda de los atenienses y recibieron una fuerza de
su parte. Al haber reunido también fuerzas no menores de parte de los demás aliados, estuvieron en
disposición de enfrentarse a los enemigos. Al principio aventajaban mucho a sus contrincantes, pero
después, al nacer la sospecha de que los atenienses iban a inclinarse del lado de los mesenios, disolvieron
la alianza con ellos, diciendo que con los demás aliados tenían suficiente para el peligro que los amenazaba.
(3) Sin embargo, los atenienses, en la idea de que habían recibido un trato deshonroso, por el
momento lo que hicieron fue retirarse, pero después, en actitud cada vez más hostil con respecto a los
lacedemonios, se dedicaban a echar leña a su enemistad. Por ello, si bien este acontecimiento lo
consideraron como inicio de la hostilidad, más tarde las ciudades se enfrentaron y emprendieron grandes
guerras que sembraron toda Grecia de grandes desdichas. Sobre ellos escribiré en detalle en el momento
oportuno.
(4) Entonces los lacedemonios hicieron una expedición con sus aliados contra Itome y le pusieron
sitio. Los hilotas que se habían rebelado en bloque contra los lacedemonios se aliaron a los mesenios y
unas veces vencían y otras eran derrotados. Durante diez años sin que la guerra pudiera dilucidarse, pasaron
todo este tiempo haciéndose daño los unos a los otros.
(Diodoro Sículo, XI, 63-64. Trad. de D. Plácido Suárez)
[Los Ateniense], a su regreso y a causa de su enojo, empezaron a tratar duramente y a las claras a los
partidarios de los Lacedemonios, y a Cimón, poniendo como pretexto unos motivos ínfimos, lo
ostraquizaron por diez años.
(Plutarco, Vida de Cimón, 8.5-6. Trad. de A. Domínguez Monedero)
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[...] Durante diecisiete años exactamente después de las Guerras Médicas la política permaneció bajo la
dirección de los aeropagitas, aunque debilitándose poco a poco. Pero al crecer la fuerza de la multitud,
convertido en dirigente del pueblo Efialtes (prostátes) el de Sofónides, como parecía ser insobornable y
justo en relación con la política, se puso al frente del consejo. En primer lugar, eliminó a muchos de los
aeropagitas, plateándoles juicios sobre los administrados por ellos; luego, en el arcontado de Conón, le
suprimió al consejo todas las prerrogativas añadidas, por las que era el guardián de la política, y entregó
unas a los Quinientos, otras al pueblo y otras a los jurados.
(Pseudo-Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 25, 1-2. Trad. de D. Plácido Suárez)
Oligarquía y democracia
Otros cambios hacia la oligarquía, la democracia y la república suceden porque adquiere prestigio o crece
algún órgano de gobierno o partido de la ciudad; como, por ejemplo, el consejo del Areópago, gracias a
la buena reputación conseguida en las Guerras Médicas, parece que confirió mayor dureza al régimen; y a
la inversa, la chusma de las naves, por ser la causante de la victoria de Salamina y por la hegemonía
lograda con su poderío marítimo, robusteció más la democracia.
(Aristóteles, Política, V, 4, 8=1.304 al 7-24. Trad. de D. Plácido Suárez)
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hoplitas los nobles y las personas importantes. Puesto que así es realmente, parece justo que todos
participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier ciudadano pueda hablar.
Además, el pueblo no exige, en absoluto, participar de todos aquellos cargos de los que depende la
seguridad o son un peligro para todos según que estén bien o mal desempeñados -no creen que deban
participar en el sorteo de los cargos de estratego ni de jefe de la caballería-. Efectivamente, el pueblo opina
que es mucho más ventajoso para él no desempeñar esos cargos, sino dejar que los desempeñen los más
poderosos. Mas el pueblo busca todos aquellos cargos que aportan un sueldo y beneficio para su casa.
Asimismo, los verás manteniendo la democracia en eso mismo que sorprende a algunos, que otorga, en
toda ocasión, más poder a los de baja condición, a los pobres y a los partidarios del pueblo que a las
personas importantes. Pues, lógicamente, si se favorece a los pobres, a los partidarios del pueblo y a las
personas más débiles, como son muchos los favorecidos de esa forma, engrandecen la democracia. Mas si
se favorece a los ricos y a las personas importantes, los partidarios fomentan una fuerte oposición contra
ellos mismos. En todo el mundo la clase privilegiada es contraria a la democracia. Efectivamente, en las
personas privilegiadas hay muy poca intemperancia e injusticia, pero la máxima exactitud para lo
importante; en el pueblo, al contrario, la máxima ignorancia, desorden y bajeza, pues la pobreza los lleva
cada vez más hacia lo vulgar, y también la incultura e ignorancia causadas por la falta de recursos de algunas
personas.
Podría decir alguno que no se les debería permitir a todos hablar en la Asamblea por tumo ni ser
miembros del Consejo sino a los más capacitados y a los hombres mejores. Pero, incluso en este punto,
toman la mejor decisión permitiendo que hablen también las personas de baja condición. Naturalmente,
si las personas importantes hablaran y fueran miembros del Consejo, sería bueno para los de su misma
clase, mas no lo sería para los partidarios del pueblo. Al hablar, en cambio, ahora cualquiera que se levante,
una persona de baja condición, procura lo bueno para sí y para los de su misma clase. Se podría argumentar:
«Pero ¿qué bien puede proponer para sí o para el pueblo semejante persona?». Con todo, ellos opinan que
la ignorancia, la bajeza y la buena intención de ese hombre les es más ventajosa que la excelencia, la
sabiduría y la malevolencia del hombre importante. Realmente el país no será el mejor con semejantes
instituciones, pero la democracia se mantendrá así mejor. En efecto, el pueblo no quiere ser esclavo,
aunque el país sea bien gobernado, sino ser libre y mandar, y poco le importa el mal gobierno, pues de
aquello por lo que tú piensas que no está bien gobernado, el propio pueblo saca fuerza de ello y es libre.
Mas si buscas un buen gobierno, verás, primero, a los más capacitados establecer las leyes; después, a las
personas importantes reprimiendo a los de baja condición, decidiendo en consejo sobre el país y no
permitiendo a hombres exaltados ser miembros del Consejo ni hablar ni celebrar asambleas. Como
consecuencia de estas excelentes medidas, muy pronto el pueblo se verá abocado a la esclavitud.
(Pseudo-Jenofonte, Constitución de los Atenienses, I, 1-9. Trad. de O. Guntiñas Tuñón )
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Democracia e imperio
Sobre los aliados (sýmmachoi), el que cuando salen a navegar delatan y odian a los nobles según parece,
como saben que es inevitable que el que domina (árcheo) sea odiado por el dominado, y que si llegaran a
dominar en las ciudades los ricos y los poderosos, el dominio del pueblo de Atenas sería de cortísima
duración, por eso privan de sus derechos a los nobles y les arrebatan su dinero y los expulsan y los matan;
en cambio, hacen crecer a los malvados. Pero a los del pueblo (demotíkoi) les parece que es un mayor bien
el que cada ateniense posea en particular los bienes de los aliados, y que aquellos en cambio tengan
estrictamente para vivir y, al tener que trabajar, sean incapaces de tramar conspiraciones.
Las cleruquías
Además de eso, envió al Quersoneso mil clerucos, a Naxos quinientos, a Andros la mitad de estos, a Tracia
otros mil para fundar una colonia con los bisaltas, y otros a Italia con lo que volvió a fundarse Síbaris a la
que llamaron Turios. Hizo estas cosas para aliviar a la ciudad y a la muchedumbre ociosa e intrigante a
causa de su tiempo libre, y para remediar la indigencia del demos instalando entre los aliados el miedo y la
vigilancia para que no se rebelaran.
(Plutarco, Vida de Pericles, 11,5. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)
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a los calcideos en tanto que obedezcan al pueblo de los atenienses (16)". Que una embajada venida de
Calcis tome el juramento a los atenienses en presencia de los horkótai y que haga una relación de los que
hayan jurado (19). De que todos juren han de ocuparse los estrategos [vacat]. (21) Que los calcideos juren
en estos términos: "No me separaré del pueblo de los atenienses con ningún artificio ni maquinación
alguna, ni de palabra ni de obra, ni obedeceré a quien se separe, y si alguno se separa, se lo revelaré a los
atenienses, y pagaré a los atenienses al tributo de que consiga persuadir a los atenienses, y seré un aliado
tan excelente y leal como pueda y saldré en ayuda del pueblo de los atenienses y los defenderé, si alguien
comete alguna injusticia contra el pueblo de los atenienses, y obedeceré al pueblo de los atenienses". (31)
Que juren todos los calcideos en edad militar. El que no jure, que sea privado de sus derechos, su propiedad
sea confiscada y la décima parte de su propiedad sea consagrada a Zeus Olímpico. (36) Que una embajada
de los atenienses vaya a Calcis y tome juramento en presencia de los horkótai de Calcis y hagan una relación
de los calcideos que hayan jurado [Vacat]
(40) Anticles hizo la propuesta. Con la buena suerte de los atenienses hagan el juramento atenienses y
calcideos, igual que ha decretado para los eretrios el pueblo de los atenienses: de qué se haga rápidamente
han de ocuparse los estrategos. (45) Que el pueblo elija inmediatamente cinco hombres para que vayan a
Calcis a tomar los juramentos. Que en relación a los rehenes respondan a los calcideos, que por ahora a
los atenienses les parece bien dejar las cosas como las habían votado, (50), pero que cuando parezca bien
podrán tomar nuevas decisiones y organizar el cambio, según parezca conveniente a atenienses y calcideos.
Que los extranjeros de Calcis, cuantos como residentes pagan a Atenas, salvo si se les ha concedido
exención por parte del pueblo de los atenienses, los demás paguen a Calcis, como los otros calcideos. (57)
Que graben este decreto y el juramento, en Atenas el escriba del Consejo en una estela de piedra y lo
coloque en la ciudad a expensas de los calcideos, en Calcis en el santuario de Zeus Olímpico después de
grabarlo el Consejo de los calcideos. (63) Esto es lo que se votó en relación con los calcideos. Los sacrificios
prescritos por los oráculos en relación con Eubea los oficien lo más rápidamente posible tres hombres
junto con Hierocles, a los que elija el Consejo de entre ellos mismos. De que el sacrificio se haga lo antes
posible se han de ocupar los estrategos y de proporcionar el dinero para ello. [Vacat]. (70) Arquéstrato
hizo la propuesta: en lo demás, como Anticles. Que las rendiciones de cuentas entre ellos mismos sean
para los calcideos en Calcis como para los atenienses en Atenas, excepto en los casos de exilio, muerte o
pérdida de derechos. (74) Sobre estos casos existe recurso a Atenas ante la Heliea de los tesmótetas de
acuerdo con el decreto del pueblo. De la defensa de Eubea han de encargarse los estrategos lo mejor que
puedan, de modo que sea lo mejor para los atenienses. (80) Juramento.
(GHI, 52; inscripción sobre mármol, Museo de la Acrópolis. Trad. de D. Plácido Suárez)
Ciudadanía e imperio
Así es porque en las distribuciones de grano se examina con cuidado los que son ciudadanos y los que no,
de modo que, sometido a juicio, se ve que tienen que defenderse de la acusación de extranjería. De otro
lado, dice efectivamente Filócoro que una vez se vio que había cuatro mil setecientos sesenta
fraudulentamente inscritos, según se muestra en el tratado mencionado. Se pueden comprobar los asuntos
de Eubea en las obras dramáticas. Pues antes, en el arcontado de Isarco (424/423), hicieron una expedición
contra ella, según Filócoro (F30). Pero nunca habla del regalo procedente de Egipto, que dice Filócoro
que envió Psamético al pueblo en el arcontado de Lisímaco (445/444) treinta mil excepto que no se
corresponde con el número], cinco medimnos para cada uno de los atenienses. Pues lo que los recibieron
fueron catorce mil doscientos cuarenta.
(Escolio=Filócoro FGH, 328F119Trad. de D. Plácido Suárez)
La Paz de Calias
Inmediatamente emprendieron la expedición contra Chipre y su estratego era Cimón el hijo de Milcíades.
Allí fueron víctimas del hambre y Cimón enfermó y murió en Citio, ciudad de Chipre. Los persas, al ver a
los atenienses caídos en la desgracia, se sintieron superiores y los atacaron con sus naves. Tiene lugar por
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mar un enfrentamiento en que vencen los atenienses. (2) Eligen estratego a Calias el Lacopluto (rico de la
fosa), llamado así porque se enriqueció al haberse apropiado de un tesoro que encontró en Maratón. Este
Calias pactó con Artajerjes y los restantes persas. Los pactos se hicieron sobre las siguientes bases: que los
persas no arriben con embarcaciones grandes a lo que se encuentra más acá de Cianeas, del río Neso (?),
de Faselis, la que es ciudad de Panfilia, y de las Quelidonias y que no se acerquen a una distancia menor
que el camino que un caballo puede recorrer, sin descanso, en menos de tres días. Tales fueron en efecto
los pactos.
(Aristodemo, FGH 104F13. Trad. de D. Plácido Suárez)
Pericles y el pueblo
Al principio, como se ha dicho, se procuró el favor del pueblo por contrarrestar la fama de Cimón, siendo
inferior en riqueza y bienes, con los que aquel se ganaba a los pobres, ofreciendo diariamente una comida
al que lo necesitara de los atenienses y dando ropa a los más viejos, y quitando las cercas de sus campos
para que los que quisieran cogieran sus frutos. Pericles, sobrepasado en medidas populares por estas cosas,
se dedicó a la distribución de bienes públicos (ta demósia) habiéndoselo aconsejado Damónides de Ee,
como Aristóteles ha relatado. Y rápidamente con el dinero de los espectáculos y la paga de los juicios y
con otros salarios y coregías tras haber corrompido a la multitud, se sirvió de ella contra el consejo del
Areópago, del que no formaba parte por no haber obtenido por sorteo el cargo de arconte o tesmoteta.
(Plutarco, Vida de Pericles, 9, 2. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)
Pericles, que poseía gran autoridad por su prestigio e inteligencia y era inaccesible manifiestamente al
soborno, contenía a la multitud sin quitarle libertad, y la gobernaba en mayor medida que era gobernada
por ella-, y esto, debido a que no hablaba de acuerdo con su capricho para buscarse influencia por medios
indignos, sino que, gracias a su sentido del honor, llegaba a oponerse a la multitud. Así pues, cuando se
daba cuenta de que los atenienses, ensoberbecidos, tenían una confianza injustificada, con sus palabras los
contenía, atemorizándolos, y cuando sin razón temían, les devolvía la confianza. Y era aquello una
democracia, pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano.
(Tucídides 2, 65.8-9. Trad. de F. Rodríguez Adrados)
Los aristócratas, al ver que Pericles ya antes se había convertido en el más poderoso de los ciudadanos,
deseando sin embargo que hubiera alguien en la ciudad capaz de hacerle frente y rebajar su poder, de mono
que no fuera del todo una monarquía, a Tucídides, de Alópece, hombre sensato y pariente de Cimón, le
pusieron delante para que le hiciera frente, el cual al ser menos belicoso que Cimón, pero más dotado para
el ágora y la política, manteniéndose vigilante de la ciudad y compitiendo con Pericles en la tribuna,
enseguida equilibró la balanza del sistema de gobierno.
(Plutarco, Vida de Pericles, 11, 1. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)
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La mujer, en casa
¿Y qué, decía, podría ella saber, Sócrates, cuando la tomé por esposa, la cual todavía no había cumplido
los quince años, y el tiempo anterior había vivido bajo el mayor celo para que viera lo menos posible, oyera
lo menos posible y hablara lo menos posible? ¿No te parece que me pude dar por satisfecho si vino a mi
casa solo sabiendo tras entregársele lana mostrar un manto, o habiendo visto cómo se reparten entre las
esclavas los trabajos de la hilanza? En lo que respecta a la alimentación, Sócrates, vino espléndidamente
educada…Por tanto, ya que ambos tipos de trabajo, los de dentro y fuera de la casa, precisan de trabajo y
cuidado, y la divinidad, según me parece, hizo apta desde un principio la naturaleza, la de la mujer para las
labores y el cuidado de las de dentro, y la del varón para las labores y el cuidado de la fuera…A la mujer
le trae más honra recogerse en el hogar que callejear, sin embargo, es más vergonzoso para el varón
permanecer en casa que ocuparse de los negocios de fuera.
(Jenofonte, Económico, VII, 30. Trad. de F. J. Gómez Espelosín)
La economía ateniense
Elija el pueblo heraldos que lleven a las ciudades y pongan en su conocimiento los textos votados] que
uno vaya a las islas [otro a Jonia, otro al Helesponto] otro a Tracia; [colaboren los estrategos] en el viaje de
los heraldos [proporcionándole a cada uno de ellos los medios de transporte]; si así no lo hiciere, se podrá
imponer a cada estratego una multa de mil dracmas; transcriban los cargos públicos este decreto en una
estela de piedra, y deposítenla en el ágora; colóquenla también los responsables [frente] a la casa de la
moneda y ejecuten los atenienses sus instrucciones si los magistrados se negaran a ello; exija el heraldo en
cada destino el cumplimiento de las órdenes de los atenienses; añada el secretario del consejo al juramento
que el consejo hace [y a título definitivo la siguiente fórmula]: si alguien acuñare moneda de plata en las
ciudades y no utilizare las monedas, pesos o medidas de los atenienses, [lo castigaré y lo penaré] según el
decreto que propusiera Clearco; y sean todos libres de remitir a la ciudad la plata extranjera [que poseyeran
y de cambiarla cuando lo deseen]; deles la ciudad a cambio moneda ateniense; envíen todos personalmente
a Atenas y remitan a la casa de la moneda toda la plata que poseyeran y de transcriban los responsables
de dicha casa [la totalidad de las sumas que perciban de cada uno] en una estela de piedra que colocarán
[frente] a la casa de la moneda, de modo que quien lo deseare, pudiera examinarla; [escriban a un lado la
moneda] extranjera, separadamente [el oro y la plata], y a otro la plata [ateniense].
(Meiggs y Lewis 45, 9-14. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)
Los exhortó a tener ánimo, ya que cada año entraban en la ciudad unos seiscientos talentos de los aliados
sin el resto de los ingresos, y que en la Acrópolis había todavía entonces seis mil talentos en plata acuñada
(pues la mayor cantidad fue de nueve mil setecientos, de los cuales se había gastado parte en los Propíleos
de la Acrópolis, los restantes edificios y el sitio de Potidea), aparte de no menos de quinientos talentos en
oro y plata sin acuñar en ofrendas privadas y públicas y en cuantos utensilios sagrados para las procesiones
y los certámenes, y los despojos de los persas y cosas semejantes. Añadía todavía una cantidad no pequeña
de recursos procedente de los demás santuarios, de los que podrían hacer uso si se veían completamente
privados de todo, y de la propia estatua de la diosa con chapas de oro que la rodea; hizo saber que la propia
estatua tenía cuarenta talentos de oro puro, y que era todo desmontable.
(Tucídides 2, 13.3-5. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)
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