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Historia de Grecia en la época clásica

UAM, 2017-2018

Tema 2.-Atenas tras las Guerras Médicas. Imperialismo y democracia

1.- La hegemonía ateniense


1.1.- Atenas tras la batalla de Platea: los comienzos de la Pentecontecia (478-431 a.n.e.)
1.2.- La fundación de la Liga de Delos (477 a.n.e.)
1.3.- Cimón y Esparta
1.4.- Efialtes y la reforma del Areópago

2.- La política exterior ateniense


2.1.- Carácter y ordenamiento de la Liga de Delos
2.2.- De la symmachía al arché
2.3.- Economía y mercado común en el seno de la Liga
2.4.- La batalla del Eurimedonte (466 a.n.e.) y la cuestión de la Paz de Calias
2.5.- Atenas y el Mediterráneo Central y Occidental
2.6.- La Liga de Delos como herramienta de dominio imperial

3.- La Primera Guerra del Peloponeso (461-446 a.n.e.)

4.- El cenit del esplendor ateniense: Pericles


4.1.- Orígenes
4.2.- Los comienzos en la actividad política
4.3.- La consolidación del sistema democrático y la culminación del proyecto imperial
4.4.- El Círculo de Pericles y el esplendor de Atenas. La política constructiva
4.5.- Atenas en vísperas de la Guerra del Peloponeso

5.- La sociedad ateniense


5.1.- Los ciudadanos
5.2.- Las mujeres
5.3.- Los metecos
5.4.- Esclavos y personas dependientes
5.5.- Economía y vida cotidiana en Atenas

Lecturas recomendadas
Gómez Espelosín 2001: 172-178 y 186-196; Domínguez Monedero y Pascual González 1999: 127-248; eid.
2006: 113-133.

-PLÁCIDO, D. (1989): La Pentecontecia, Madrid.


-CANFORA, L. (2014): El mundo de Atenas, Barcelona.

Fuentes antiguas de lectura recomendada


Plácido et al. (1999): Historia del mundo clásico a través de sus textos. 1. Grecia, Madrid (Alianza).

-Aristófanes, Comedias.
-Aristóteles, Constitución de los Atenienses; id., Política.
-Esquilo, Tragedias.
-Eurípides, Tragedias.
-Heródoto, Historia.
-Plutarco, Vida de Arístides, Temístocles, Cimón, Pericles
-Sófocles, Tragedias.

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Historia de Grecia en la época clásica
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-Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso

Documentos

Los líderes atenienses


Después de esto, fue jefe del pueblo Jantipo; de los nobles, Milcíades; después Temístocles y Arístides, y
luego de éstos Efialtes, del pueblo, y Cimón, hijo de Milcíades, de los acomodados; más tarde fue Pericles,
del pueblo, y Tucídides de los otros, el cual era pariente por afinidad de Cimón.
(Pseudo-Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 28.2. Trad. de A. Tovar)

Arístides y Temístocles
La reconstrucción de las murallas la administraron en común (Temístocles y Arístides) aunque ambos eran
enemigos entre sí, pero la separación de los jonios de la alianza (symmachía) con los lacedemonios fue
Arístides el que la impulsó, buscando el momento en que los laconios eran odiados a causa de Pausanias.
Por ello también fue este el que impuso a las ciudades los primeros tributos en el año tercero después de
la batalla naval de Salamina cuando era arconte Timóstenes, e hizo con los jonios juramentos de manera
que sería el mismo el enemigo y amigo, después de los cuales arrojaron al mar trozos de hierro.
(Pseudo-Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 23.4. Trad. de F. J. Gómez Espelosín)

Cimón y el nacimiento del imperio ateniense


Primeramente, bajo el mando de Cimón, hijo de Milcíades, los atenienses tomaron tras un asedio Eyón la
del Estrimón, que ocupaban los persas y esclavizaron a sus habitantes; después tomaron Esciros, la isla
del mar Egeo, que habitaban los dólopes, y la colonizaron. También tuvieron una guerra sin ayuda de los
demás pobladores de Eubea contra los habitantes de Caristo, y por fin se avinieron a un acuerdo. Más
tarde lucharon contra los naxios, que se les sublevaron, y los sometieron tras un asedio. Ésta fue la primera
ciudad aliada que fue sometida contra lo estatuido, más luego también lo fueron las demás una a
una…Después de todo esto tuvieron lugar las batallas naval y terrestre del río Eurimedonte entre los
atenienses y sus aliados y los persas; en el mismo día triunfaron en una y otra los atenienses bajo el mando
de Cimón, hijo de Milcíades. Apresaron algunos trirremes de los fenicios y destruyeron unos doscientos
en total. Más tarde, los tasios se les sublevaron por diferencias acerca de los puertos comerciales y la mita
situada en la zona de Tracia, que está enfrente de ellos, de la que obtenían beneficios. Los atenienses
marcharon con sus naves contra Tasos, vencieron en batalla naval y desembarcaron; y por entonces,
enviaron mil colonos de sus ciudadanos y de sus aliados para colonizar el lugar entonces llamado Los
Nueve Caminos y ahora Anfípolis, y se apoderaron de los Nueve Caminos, que habitaban los edonos;
pero al avanzar hasta el interior de Tracia fueron destrozados en Drabesco de Edonia por los tracios
unidos, para quienes la fundación de una colonia era una amenaza.
(Tucídides 1, 98-100. Trad. de F. Rodríguez Adrados)

La propaganda política de Cimón


Después, cuando llegó a saber que el viejo Teseo, hijo de Egeo, que había huido de Atenas hacia Esciros,
y que en ella había sido muerto por el rey Licomedes, movido por el miedo, se ocupó activamente de
buscar su tumba. En efecto, había un oráculo dado a los atenienses que les ordenaba devolver a la ciudad
los restos de Teseo y darles los honores debidos a un héroe, pero desconocían en qué lugar yacían, ya que
los de Esciros no lo confesaban ni permitían que se investigara. Así pues, tras haberse buscado el recinto
sagrado con gran competencia y muchas dificultades, Cimón colocó los huesos en su propia trirreme y

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disponiendo todas las cosas con gran magnificencia, los devolvió a la ciudad después de más o menos
cuatrocientos años. Por ello, sobre todo, el pueblo se halló de buena gana bien dispuesto hacia él.
(Plutarco, Vida de Cimón, 8.5-6. Trad. de A. Domínguez Monedero)

El evergetismo de Cimón y el predominio de la aristocracia


(1) Como ya era suficientemente rico, Cimón gastó con gran generosidad en beneficio de los ciudadanos
los ingresos procedentes de su expedición, con los que se consideraba que había hecho bien al
aprovecharse de los enemigos. En efecto, quitó las vallas de sus campos, a fin de que tanto a los extranjeros
como a los ciudadanos que lo necesitaran les fuera posible participar sin problemas de los frutos, y en su
casa se hacía cada día una comida frugal, pero suficiente para muchos, a la que acudía cualquier pobre y
tenía su alimento sin necesidad de trabajar, con lo que le quedaba el tiempo libre para los asuntos públicos.
(2) Sin embargo, según dice Aristóteles, no se preparaba la comida para cualquiera de entre todos los
atenienses, sino de entre sus compañeros del demos de los Lacíadas. Iban siempre con él unos jóvenes
acompañantes hermosamente vestidos, y uno de ellos, si algún viejo ciudadano mal vestido se encontraba
con Cimón, intercambiaba con él los mantos, y que eso fuera así resultaba fuente de prestigio. (3) Ellos
mismos, provistos de dinero abundante, se colocaban en el ágora junto a los pobres que se mostraran
tímidos y silenciosamente les daban en las manos las monedas. (4) De eso parece acordarse Cratino el
cómico en los siguientes versos: “Yo, Metrobio el escriba, aspiraba a poder pasar toda mi vida disfrutando
de una vejez regalada gracias a un hombre divino, extraordinariamente hospitalario, Cimón, el mejor
mortal entre todo el conjunto de los helenos. Pero se ha ido primero dejándome abandonado”.
(5) Luego todavía Gorgias el leontino dice que Cimón obtenía el dinero para usarlo, pero que lo
usaba para ganar honores, mientras Critias, el que formó parte de los Treinta, en sus elegías suplica: “La
riqueza de los Escópadas, la magnanimidad de Cimón, las victorias de Arcesilao el lacedemonio”.
(6) Ciertamente sabemos que Licas el espartiata llegó a ser renombrado entre los griegos nada más
que porque daba de comer a los extranjeros en las Gimnopedias; pero la generosidad de Cimón superó la
antigua hospitalidad y filantropía de los atenienses. (7) Pues ellos, además de otras cosas por las que la
ciudad se enorgullece justamente, difundieron entre los griegos la siembra del alimento y enseñaron a los
hombres que carecían de ello a canalizar las aguas y las fuentes y a encender fuego, pero él, al convertir su
casa en pritaneo común para los ciudadanos y permitir a los extranjeros que se sirvieran de las primicias
de los frutos disponibles en su tierra y que tomaran cuantas cosas hermosas producen las estaciones, de
alguna manera trajo de nuevo la vida la mítica comunidad de tiempos de Crono. (8) Los que atacaban esto
como si se tratara de adulación de la multitud y de demagogia se veían refutados por el resto de las opciones
tomadas por este hombre, pues eran de orientación aristocrática y lacónica, y él junto con Arístides se
opuso a Temístocles, que exaltaba la democracia más allá de lo debido, y luego se alineó frente a Efialtes
cuando, para complacencia del pueblo, disolvió el consejo del Areópago, y a pasar de ver que todos los
demás salvo Arístides y Efialtes se enriquecían con los ingresos públicos, se mantuvo incorrupto y libre
de soborno en la vida política actuando y hablando hasta el final gratuita y limpiamente. (9) Se dice que
una vez vino a Atenas con mucho dinero un bárbaro rebelde del rey llamado Resaces. Agobiado por los
sicofantes se refugió en casa de Cimón y colocó en el patio dos copas, una llena de daricos de plata y la
otra de oro. Al verlo, Cimón sonriente le preguntó si prefería a Cimón como mercenario o como amigo;
al responderle que como amigo, dijo: “Vete, y llévate esto contigo, pues ya lo aprovecharé cuando lo
necesite, una vez que sea tu amigo”.
(Plutarco, Vida de Cimón, 10. Trad. de D. Plácido Suárez)

Las relaciones entre Atenas y Esparta en época de Cimón


63. (1) En el año del arcontado de Feón en Atenas, desempeñaron la magistratura consular en Roma Lucio
Furio Mediolano y Marco Manilio Vasón. En esos tiempos les sobrevino a los lacedemonios una grande y
sorprendente desgracia, pues, por haberse producido en Esparta grandes movimientos de tierra, sucedió
que se hundieron las casas con sus cimientos y perecieron más de veinte mil lacedemonios.

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(2) Como la ciudad se conmovió durante mucho tiempo y las casas se caían, quedaron destruidos
muchos cuerpos, atrapados por las ruinas de los muros, y no fue poco el mobiliario de las casas que el
seísmo aniquiló.
(3) Este mal lo soportaron como si alguna divinidad estuviera irritada con ellos, pero también les
ocurrió que tuvieron que correr con otros peligros a manos de los hombres por las siguientes causas. (4)
Hilotas y mesenios, aun siendo hostiles a los lacedemonios hasta este momento permanecían tranquilos,
asustados por la superioridad y la potencia de Esparta; pero cuando vieron que, a causa del seísmo la mayor
parte de ellos había perecido, pasaron a despreciar por ser pocos a los que habían quedado. En
consecuencia, tras celebrar reuniones comunes entre ellos, emprendieron la guerra contra los
lacedemonios.
(5) Pero el rey de los lacedemonios, Arquidamo, gracias a su propia prudencia, salvó a los
ciudadanos contra el seísmo y se enfrentó notablemente en la guerra contra sus atacantes.
(6) Reunida la ciudad por el miedo al seísmo, el primero de los espartanos, tras coger la panoplia,
se lanzó desde la ciudad al territorio y animó a los demás ciudadanos a hacer los mismo.
(7) Como los espartiatas hicieron caso, de esta manera se salvaron los supervivientes, a quienes el
rey Arquidamos colocó en formación e instruyó para combatir contra los rebeldes.
64. (1) Los mesenios aliados con los hilotas se lanzaron primero hacia Esparta, en la idea de que la
tomarían aprovechando la escasez de los que podían protegerla, pero cuando se enteraron de que los que
habían quedado, alineados con el rey Arquidamo, estaban empeñados en la lucha por la patria, desistieron
de ese ataque y, considerando que el país de Mesenia estaba desprotegido, desde allí emprendían el asalto
para atacar Laconia.
(2) Pero los espartiatas buscaron refugio en la ayuda de los atenienses y recibieron una fuerza de
su parte. Al haber reunido también fuerzas no menores de parte de los demás aliados, estuvieron en
disposición de enfrentarse a los enemigos. Al principio aventajaban mucho a sus contrincantes, pero
después, al nacer la sospecha de que los atenienses iban a inclinarse del lado de los mesenios, disolvieron
la alianza con ellos, diciendo que con los demás aliados tenían suficiente para el peligro que los amenazaba.
(3) Sin embargo, los atenienses, en la idea de que habían recibido un trato deshonroso, por el
momento lo que hicieron fue retirarse, pero después, en actitud cada vez más hostil con respecto a los
lacedemonios, se dedicaban a echar leña a su enemistad. Por ello, si bien este acontecimiento lo
consideraron como inicio de la hostilidad, más tarde las ciudades se enfrentaron y emprendieron grandes
guerras que sembraron toda Grecia de grandes desdichas. Sobre ellos escribiré en detalle en el momento
oportuno.
(4) Entonces los lacedemonios hicieron una expedición con sus aliados contra Itome y le pusieron
sitio. Los hilotas que se habían rebelado en bloque contra los lacedemonios se aliaron a los mesenios y
unas veces vencían y otras eran derrotados. Durante diez años sin que la guerra pudiera dilucidarse, pasaron
todo este tiempo haciéndose daño los unos a los otros.
(Diodoro Sículo, XI, 63-64. Trad. de D. Plácido Suárez)

[Los Ateniense], a su regreso y a causa de su enojo, empezaron a tratar duramente y a las claras a los
partidarios de los Lacedemonios, y a Cimón, poniendo como pretexto unos motivos ínfimos, lo
ostraquizaron por diez años.
(Plutarco, Vida de Cimón, 8.5-6. Trad. de A. Domínguez Monedero)

Las reformas de Efialtes


Uno de los amigos de Pericles dice que fue Efialtes el que destruyó el poder del consejo del Areópago,
vertiendo en las copas de los ciudadanos mucha libertad pura según Platón; por su causa, dicen los
comediógrafos, que como un caballo desbocado, “el pueblo ya no se resistió a obedecer, sino que mordió
Eubea y se lanzó sobre las islas”.
(Plutarco, Vida de Pericles, 7,8. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

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[...] Durante diecisiete años exactamente después de las Guerras Médicas la política permaneció bajo la
dirección de los aeropagitas, aunque debilitándose poco a poco. Pero al crecer la fuerza de la multitud,
convertido en dirigente del pueblo Efialtes (prostátes) el de Sofónides, como parecía ser insobornable y
justo en relación con la política, se puso al frente del consejo. En primer lugar, eliminó a muchos de los
aeropagitas, plateándoles juicios sobre los administrados por ellos; luego, en el arcontado de Conón, le
suprimió al consejo todas las prerrogativas añadidas, por las que era el guardián de la política, y entregó
unas a los Quinientos, otras al pueblo y otras a los jurados.
(Pseudo-Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 25, 1-2. Trad. de D. Plácido Suárez)

Las funciones del Areópago


Escuchad ya mi ley, pueblo del Ática, en el momento de dictar sentencia en el primer proceso por sangre
vertida.
En lo sucesivo y para siempre, el pueblo de Egeo contará con este tribunal para sus jueces: esta
colina de Ares, sede y campamento de las Amazonas, cuando vinieron en son de guerra por odio a Teseo.
Frente a nuestra ciudad levantaron entonces la ciudad nueva y un alto muero frente a nuestras murallas.
Aquí ofrendaban sacrificios a Ares. Aquí, el respeto de los ciudadanos, y su hermano el miedo, los disuadirá
de cometer injusticia, tanto de día como de noche, mientras que los propios ciudadanos no hagan
innovaciones en las leyes. Porque, si contaminas el agua con turbias corrientes y fango, jamás hallarás qué
beber.
Aconsejo a los ciudadanos que respeten con reverencia lo que no constituye ni anarquía ni
despotismo y que no expulsen de la ciudad del todo el temor, pues, ¿qué mortal es justo si no ha temido a
nada? En cambio, si con temor sentís, como es justo, ese respeto, en ello tendréis un baluarte que vendrá
a ser la salvación del país y de la ciudad, como ningún otro pueblo puede tenerlo, ni entre los escitas ni en
las regiones de Pélope.
Establezco este tribunal insobornable, augusto, protector del país y siempre en vela por los que
duermen.
Me he alargado en esta exhortación a los ciudadanos para el futuro, pero ahora debéis poneros en
pie, tomar el voto y dictar sentencia, respetuosos con el juramento.
(Esquilo, Las Suplicantes, 682-710. Trad. de B. Perea)

Oligarquía y democracia
Otros cambios hacia la oligarquía, la democracia y la república suceden porque adquiere prestigio o crece
algún órgano de gobierno o partido de la ciudad; como, por ejemplo, el consejo del Areópago, gracias a
la buena reputación conseguida en las Guerras Médicas, parece que confirió mayor dureza al régimen; y a
la inversa, la chusma de las naves, por ser la causante de la victoria de Salamina y por la hegemonía
lograda con su poderío marítimo, robusteció más la democracia.
(Aristóteles, Política, V, 4, 8=1.304 al 7-24. Trad. de D. Plácido Suárez)

Los fundamentos sociales de la democracia


Sobre la república de los atenienses, no alabo el hecho de elegir ese sistema, porque, al elegirlo, eligieron
también el que las personas de baja condición estén en mejor situación que las personas importantes. Así,
pues, no lo alabo por eso. Mas como ellos lo han decidido así, voy a mostrar lo bien que mantienen su
régimen y llevan las demás cuestiones que al resto de los griegos les parecen un fracaso.
En primer lugar diré, pues, que allí constituye un derecho el que los pobres y el pueblo tengan más
poder que los nobles y los ricos por lo siguiente: porque el pueblo es el que hace que las naves funcionen
y el que rodea de fuerza a la ciudad, y también los pilotos, y los cómitres y los comandantes segundos, y los
timoneles y los constructores de naves. Ellos son los que rodean a la ciudad de mucha más fuerza que los

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hoplitas los nobles y las personas importantes. Puesto que así es realmente, parece justo que todos
participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier ciudadano pueda hablar.
Además, el pueblo no exige, en absoluto, participar de todos aquellos cargos de los que depende la
seguridad o son un peligro para todos según que estén bien o mal desempeñados -no creen que deban
participar en el sorteo de los cargos de estratego ni de jefe de la caballería-. Efectivamente, el pueblo opina
que es mucho más ventajoso para él no desempeñar esos cargos, sino dejar que los desempeñen los más
poderosos. Mas el pueblo busca todos aquellos cargos que aportan un sueldo y beneficio para su casa.
Asimismo, los verás manteniendo la democracia en eso mismo que sorprende a algunos, que otorga, en
toda ocasión, más poder a los de baja condición, a los pobres y a los partidarios del pueblo que a las
personas importantes. Pues, lógicamente, si se favorece a los pobres, a los partidarios del pueblo y a las
personas más débiles, como son muchos los favorecidos de esa forma, engrandecen la democracia. Mas si
se favorece a los ricos y a las personas importantes, los partidarios fomentan una fuerte oposición contra
ellos mismos. En todo el mundo la clase privilegiada es contraria a la democracia. Efectivamente, en las
personas privilegiadas hay muy poca intemperancia e injusticia, pero la máxima exactitud para lo
importante; en el pueblo, al contrario, la máxima ignorancia, desorden y bajeza, pues la pobreza los lleva
cada vez más hacia lo vulgar, y también la incultura e ignorancia causadas por la falta de recursos de algunas
personas.
Podría decir alguno que no se les debería permitir a todos hablar en la Asamblea por tumo ni ser
miembros del Consejo sino a los más capacitados y a los hombres mejores. Pero, incluso en este punto,
toman la mejor decisión permitiendo que hablen también las personas de baja condición. Naturalmente,
si las personas importantes hablaran y fueran miembros del Consejo, sería bueno para los de su misma
clase, mas no lo sería para los partidarios del pueblo. Al hablar, en cambio, ahora cualquiera que se levante,
una persona de baja condición, procura lo bueno para sí y para los de su misma clase. Se podría argumentar:
«Pero ¿qué bien puede proponer para sí o para el pueblo semejante persona?». Con todo, ellos opinan que
la ignorancia, la bajeza y la buena intención de ese hombre les es más ventajosa que la excelencia, la
sabiduría y la malevolencia del hombre importante. Realmente el país no será el mejor con semejantes
instituciones, pero la democracia se mantendrá así mejor. En efecto, el pueblo no quiere ser esclavo,
aunque el país sea bien gobernado, sino ser libre y mandar, y poco le importa el mal gobierno, pues de
aquello por lo que tú piensas que no está bien gobernado, el propio pueblo saca fuerza de ello y es libre.
Mas si buscas un buen gobierno, verás, primero, a los más capacitados establecer las leyes; después, a las
personas importantes reprimiendo a los de baja condición, decidiendo en consejo sobre el país y no
permitiendo a hombres exaltados ser miembros del Consejo ni hablar ni celebrar asambleas. Como
consecuencia de estas excelentes medidas, muy pronto el pueblo se verá abocado a la esclavitud.
(Pseudo-Jenofonte, Constitución de los Atenienses, I, 1-9. Trad. de O. Guntiñas Tuñón )

Sobre la marina ateniense


Los peloponesios trabajan ellos mismos la tierra y no tienen capital ni privado ni público; a esto se une
que no tienen experiencia en guerras largas y de ultramar porque, a causa de su pobreza, solo toman las
armas para luchas breves entre ellos. Tales pueblos no pueden ni equipar naves ni enviar a menudo
ejércitos de tierra, debido a que, con ello, se ausentan de sus propios campos y gastan sus propios recursos
y que, por añadidura, el mar les está vedado Además, no merece la pena tener miedo ni de sus obras de
fortificación en nuestro territorio ni de su flota [...] Pues merced a nuestra experiencia naval nosotros
tenemos, a pesar de todo, una experiencia en la guerra por tierra mayor que la aquellos tienen en la naval
gracias a su experiencia por tierra. Y llegar a ser expertos marinos no les resultará fácil [...] La navegación
es cuestión de técnica, como cualquier otra cosa, y no admite ser practicada según las circunstancias y de
forma accidental; exige más bien que ninguna otra actividad secundaria exista con ella [...] Si ellos atacan
por tierra, nuestro país (Atenas), nosotros atacaremos por mar el suyo, y desde luego no será lo mismo
que sea devastada una parte del Peloponeso y que lo sea del Ática entera: ellos no tendrán la posibilidad
de compensarlo en otras tierras si no es luchando, mientras que nosotros tenemos mucha tierra en las islas
y en el continente; el domino del mar es verdaderamente importante.

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(Tucídides 1, 141-143. Trad. de P. Barceló y D. Hernández de la Fuente)

Democracia e imperio
Sobre los aliados (sýmmachoi), el que cuando salen a navegar delatan y odian a los nobles según parece,
como saben que es inevitable que el que domina (árcheo) sea odiado por el dominado, y que si llegaran a
dominar en las ciudades los ricos y los poderosos, el dominio del pueblo de Atenas sería de cortísima
duración, por eso privan de sus derechos a los nobles y les arrebatan su dinero y los expulsan y los matan;
en cambio, hacen crecer a los malvados. Pero a los del pueblo (demotíkoi) les parece que es un mayor bien
el que cada ateniense posea en particular los bienes de los aliados, y que aquellos en cambio tengan
estrictamente para vivir y, al tener que trabajar, sean incapaces de tramar conspiraciones.

Las razones del imperio


La alianza entre nosotros y los atenienses se originó por haber abandonado vosotros en primer lugar la
guerra contra los persas, mientras aquellos permanecieron para terminar lo que quedaba. Además, nos
hicimos aliados no para someter a la esclavitud de los atenienses a los helenos, sino para liberar a los
helenos de los persas. Y mientras los atenienses estuvieron al frente en plano de igualdad los hemos seguido
de muy buena gana, pero cuando vimos que deponían su hostilidad contra los persas y en cambio se
afanaban por esclavizar a los aliados, ya que hemos estado libres de temor. Los aliados, al ser incapaces de
unirse para defenderse, dado que eran muchos a la hora de votar, fueron esclavizados.
(Tucídides 3, 10.2. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

Los defensores del sistema


Proporcionaron, además, a la mayoría abundancia de comida, como Arístides había propuesto. Pues
sucedió que de los tributos (phóroi), de los impuestos y de los aliados, se mantenían más de veinte mil
hombres. Los jueces eran seis mil, los arqueros mil seiscientos, y además de estos mil doscientos de
caballería, quinientos componían el Consejo y quinientos eran los vigilantes de los arsenales, y además de
esos había en la ciudad cincuenta guardianes, y los cargos públicos en la metrópoli eran hasta setecientos
hombres, y los de fuera de las fronteras setecientos; además, cuando comenzaron más tarde la guerra había
hasta dos mil quinientos hoplitas, veinte naves de vigilancia, otras naves que recogían los tributos…dos
mil hombres designados por sorteo con habas y, aparte, el pritaneo, los huérfanos y los guardianes de los
presos: todos estos tenían su manutención a costa de las rentas de la comunidad.
(Pseudo-Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 24.3. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

Las cleruquías
Además de eso, envió al Quersoneso mil clerucos, a Naxos quinientos, a Andros la mitad de estos, a Tracia
otros mil para fundar una colonia con los bisaltas, y otros a Italia con lo que volvió a fundarse Síbaris a la
que llamaron Turios. Hizo estas cosas para aliviar a la ciudad y a la muchedumbre ociosa e intrigante a
causa de su tiempo libre, y para remediar la indigencia del demos instalando entre los aliados el miedo y la
vigilancia para que no se rebelaran.
(Plutarco, Vida de Pericles, 11,5. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

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El imperio ateniense: la Liga de Delos (475-431 a.C.)

La estructura del imperio


Tomando, pues, el mando los atenienses de esta forma por voluntad de los aliados por el odio que tenían
a Pausanias, señalaron las ciudades que debían aportar dinero para la guerra y las que debían aportar naves;
el motivo oficial era vengarse de lo sufrido arrasando la tiera del Rey. Fue entonces cuando los atenienses
establecieron la magistratura de los helenotamías, que recibían el phoros, pues así fue llamada la contribución
de dinero. El primer tributo que se estableció fue de cuatrocientos sesenta talentos, y el tesoro se guardaba
en Delos, en cuyo templo se celebraban las asambleas.
(Tucídides 1, 96.1-2. Trad. de F. Rodríguez Adrados)

El imperio ateniense. Relaciones entre Calcis y Eretria


Decidió el Consejo y el pueblo, en la pritanía de la tribu Antióquide presidida por Dracóntides. Hizo la
propuesta Diogneto: que el Consejo y los jueces de los atenienses presten su juramento de acuerdo con
esta fórmula: (4) "no expulsaré a los calcidios de Calcis ni devastaré su ciudad, ni privaré a ningún individuo
de sus derechos ni lo castigaré con el exilio, ni lo detendré, ni lo mataré, ni confiscaré la propiedad de nadie
(9) sin el juicio del pueblo de los atenienses, ni propondré una votación si no ha habido una convocatoria
previa ni contra la comunidad ni contra ningún individuo; cuando sea prítano introduciré la embajada que
venga ante el consejo y el pueblo en cuanto sea posible dentro del plazo de diez días (14). Garantizaré esto

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a los calcideos en tanto que obedezcan al pueblo de los atenienses (16)". Que una embajada venida de
Calcis tome el juramento a los atenienses en presencia de los horkótai y que haga una relación de los que
hayan jurado (19). De que todos juren han de ocuparse los estrategos [vacat]. (21) Que los calcideos juren
en estos términos: "No me separaré del pueblo de los atenienses con ningún artificio ni maquinación
alguna, ni de palabra ni de obra, ni obedeceré a quien se separe, y si alguno se separa, se lo revelaré a los
atenienses, y pagaré a los atenienses al tributo de que consiga persuadir a los atenienses, y seré un aliado
tan excelente y leal como pueda y saldré en ayuda del pueblo de los atenienses y los defenderé, si alguien
comete alguna injusticia contra el pueblo de los atenienses, y obedeceré al pueblo de los atenienses". (31)
Que juren todos los calcideos en edad militar. El que no jure, que sea privado de sus derechos, su propiedad
sea confiscada y la décima parte de su propiedad sea consagrada a Zeus Olímpico. (36) Que una embajada
de los atenienses vaya a Calcis y tome juramento en presencia de los horkótai de Calcis y hagan una relación
de los calcideos que hayan jurado [Vacat]
(40) Anticles hizo la propuesta. Con la buena suerte de los atenienses hagan el juramento atenienses y
calcideos, igual que ha decretado para los eretrios el pueblo de los atenienses: de qué se haga rápidamente
han de ocuparse los estrategos. (45) Que el pueblo elija inmediatamente cinco hombres para que vayan a
Calcis a tomar los juramentos. Que en relación a los rehenes respondan a los calcideos, que por ahora a
los atenienses les parece bien dejar las cosas como las habían votado, (50), pero que cuando parezca bien
podrán tomar nuevas decisiones y organizar el cambio, según parezca conveniente a atenienses y calcideos.
Que los extranjeros de Calcis, cuantos como residentes pagan a Atenas, salvo si se les ha concedido
exención por parte del pueblo de los atenienses, los demás paguen a Calcis, como los otros calcideos. (57)
Que graben este decreto y el juramento, en Atenas el escriba del Consejo en una estela de piedra y lo
coloque en la ciudad a expensas de los calcideos, en Calcis en el santuario de Zeus Olímpico después de
grabarlo el Consejo de los calcideos. (63) Esto es lo que se votó en relación con los calcideos. Los sacrificios
prescritos por los oráculos en relación con Eubea los oficien lo más rápidamente posible tres hombres
junto con Hierocles, a los que elija el Consejo de entre ellos mismos. De que el sacrificio se haga lo antes
posible se han de ocupar los estrategos y de proporcionar el dinero para ello. [Vacat]. (70) Arquéstrato
hizo la propuesta: en lo demás, como Anticles. Que las rendiciones de cuentas entre ellos mismos sean
para los calcideos en Calcis como para los atenienses en Atenas, excepto en los casos de exilio, muerte o
pérdida de derechos. (74) Sobre estos casos existe recurso a Atenas ante la Heliea de los tesmótetas de
acuerdo con el decreto del pueblo. De la defensa de Eubea han de encargarse los estrategos lo mejor que
puedan, de modo que sea lo mejor para los atenienses. (80) Juramento.
(GHI, 52; inscripción sobre mármol, Museo de la Acrópolis. Trad. de D. Plácido Suárez)

Ciudadanía e imperio
Así es porque en las distribuciones de grano se examina con cuidado los que son ciudadanos y los que no,
de modo que, sometido a juicio, se ve que tienen que defenderse de la acusación de extranjería. De otro
lado, dice efectivamente Filócoro que una vez se vio que había cuatro mil setecientos sesenta
fraudulentamente inscritos, según se muestra en el tratado mencionado. Se pueden comprobar los asuntos
de Eubea en las obras dramáticas. Pues antes, en el arcontado de Isarco (424/423), hicieron una expedición
contra ella, según Filócoro (F30). Pero nunca habla del regalo procedente de Egipto, que dice Filócoro
que envió Psamético al pueblo en el arcontado de Lisímaco (445/444) treinta mil excepto que no se
corresponde con el número], cinco medimnos para cada uno de los atenienses. Pues lo que los recibieron
fueron catorce mil doscientos cuarenta.
(Escolio=Filócoro FGH, 328F119Trad. de D. Plácido Suárez)

La Paz de Calias
Inmediatamente emprendieron la expedición contra Chipre y su estratego era Cimón el hijo de Milcíades.
Allí fueron víctimas del hambre y Cimón enfermó y murió en Citio, ciudad de Chipre. Los persas, al ver a
los atenienses caídos en la desgracia, se sintieron superiores y los atacaron con sus naves. Tiene lugar por

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mar un enfrentamiento en que vencen los atenienses. (2) Eligen estratego a Calias el Lacopluto (rico de la
fosa), llamado así porque se enriqueció al haberse apropiado de un tesoro que encontró en Maratón. Este
Calias pactó con Artajerjes y los restantes persas. Los pactos se hicieron sobre las siguientes bases: que los
persas no arriben con embarcaciones grandes a lo que se encuentra más acá de Cianeas, del río Neso (?),
de Faselis, la que es ciudad de Panfilia, y de las Quelidonias y que no se acerquen a una distancia menor
que el camino que un caballo puede recorrer, sin descanso, en menos de tres días. Tales fueron en efecto
los pactos.
(Aristodemo, FGH 104F13. Trad. de D. Plácido Suárez)

Pericles y el pueblo
Al principio, como se ha dicho, se procuró el favor del pueblo por contrarrestar la fama de Cimón, siendo
inferior en riqueza y bienes, con los que aquel se ganaba a los pobres, ofreciendo diariamente una comida
al que lo necesitara de los atenienses y dando ropa a los más viejos, y quitando las cercas de sus campos
para que los que quisieran cogieran sus frutos. Pericles, sobrepasado en medidas populares por estas cosas,
se dedicó a la distribución de bienes públicos (ta demósia) habiéndoselo aconsejado Damónides de Ee,
como Aristóteles ha relatado. Y rápidamente con el dinero de los espectáculos y la paga de los juicios y
con otros salarios y coregías tras haber corrompido a la multitud, se sirvió de ella contra el consejo del
Areópago, del que no formaba parte por no haber obtenido por sorteo el cargo de arconte o tesmoteta.
(Plutarco, Vida de Pericles, 9, 2. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

Pericles, que poseía gran autoridad por su prestigio e inteligencia y era inaccesible manifiestamente al
soborno, contenía a la multitud sin quitarle libertad, y la gobernaba en mayor medida que era gobernada
por ella-, y esto, debido a que no hablaba de acuerdo con su capricho para buscarse influencia por medios
indignos, sino que, gracias a su sentido del honor, llegaba a oponerse a la multitud. Así pues, cuando se
daba cuenta de que los atenienses, ensoberbecidos, tenían una confianza injustificada, con sus palabras los
contenía, atemorizándolos, y cuando sin razón temían, les devolvía la confianza. Y era aquello una
democracia, pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano.
(Tucídides 2, 65.8-9. Trad. de F. Rodríguez Adrados)

Los enemigos de Pericles


Pero lo que mayor encanto y adorno proporcionó a Atenas, y el mayor asombro al resto de los hombres,
y lo único que en la Hélade testimonia que no fue mentira aquel poder que se le atribuye y la antigua
prosperidad, fue la construcción de sus monumentos. Esta especialmente miraban con malos ojos los
enemigos de Pericles y lo calumniaban en las asambleas, proclamando a gritos que el pueblo es despreciado
e insultado, al traerse para su provecho particular los bienes comunes (ta koiná) de los helenos desde Delos,
y el más adecuado de los pretextos que tiene contra sus detractores, que por miedo a los bárbaros tomó
de allí y guarda en sitio seguro los recursos públicos, ese lo ha quitado Pericles, y parece que la Hélade es
ultrajada de una desmesura (hýbris) terrible y que es claramente objeto de una tiranía, al ver que con sus
obligadas aportaciones para la guerra nosotros doramos la ciudad y la embellecemos como a una mujer
vanidosa, adornada con costosas piedras, estatuas y templos de miles de talentos.
(Plutarco, Vida de Pericles, 12, 1.2. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

Los aristócratas, al ver que Pericles ya antes se había convertido en el más poderoso de los ciudadanos,
deseando sin embargo que hubiera alguien en la ciudad capaz de hacerle frente y rebajar su poder, de mono
que no fuera del todo una monarquía, a Tucídides, de Alópece, hombre sensato y pariente de Cimón, le
pusieron delante para que le hiciera frente, el cual al ser menos belicoso que Cimón, pero más dotado para
el ágora y la política, manteniéndose vigilante de la ciudad y compitiendo con Pericles en la tribuna,
enseguida equilibró la balanza del sistema de gobierno.
(Plutarco, Vida de Pericles, 11, 1. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

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La mujer, en casa
¿Y qué, decía, podría ella saber, Sócrates, cuando la tomé por esposa, la cual todavía no había cumplido
los quince años, y el tiempo anterior había vivido bajo el mayor celo para que viera lo menos posible, oyera
lo menos posible y hablara lo menos posible? ¿No te parece que me pude dar por satisfecho si vino a mi
casa solo sabiendo tras entregársele lana mostrar un manto, o habiendo visto cómo se reparten entre las
esclavas los trabajos de la hilanza? En lo que respecta a la alimentación, Sócrates, vino espléndidamente
educada…Por tanto, ya que ambos tipos de trabajo, los de dentro y fuera de la casa, precisan de trabajo y
cuidado, y la divinidad, según me parece, hizo apta desde un principio la naturaleza, la de la mujer para las
labores y el cuidado de las de dentro, y la del varón para las labores y el cuidado de la fuera…A la mujer
le trae más honra recogerse en el hogar que callejear, sin embargo, es más vergonzoso para el varón
permanecer en casa que ocuparse de los negocios de fuera.
(Jenofonte, Económico, VII, 30. Trad. de F. J. Gómez Espelosín)

La economía ateniense
Elija el pueblo heraldos que lleven a las ciudades y pongan en su conocimiento los textos votados] que
uno vaya a las islas [otro a Jonia, otro al Helesponto] otro a Tracia; [colaboren los estrategos] en el viaje de
los heraldos [proporcionándole a cada uno de ellos los medios de transporte]; si así no lo hiciere, se podrá
imponer a cada estratego una multa de mil dracmas; transcriban los cargos públicos este decreto en una
estela de piedra, y deposítenla en el ágora; colóquenla también los responsables [frente] a la casa de la
moneda y ejecuten los atenienses sus instrucciones si los magistrados se negaran a ello; exija el heraldo en
cada destino el cumplimiento de las órdenes de los atenienses; añada el secretario del consejo al juramento
que el consejo hace [y a título definitivo la siguiente fórmula]: si alguien acuñare moneda de plata en las
ciudades y no utilizare las monedas, pesos o medidas de los atenienses, [lo castigaré y lo penaré] según el
decreto que propusiera Clearco; y sean todos libres de remitir a la ciudad la plata extranjera [que poseyeran
y de cambiarla cuando lo deseen]; deles la ciudad a cambio moneda ateniense; envíen todos personalmente
a Atenas y remitan a la casa de la moneda toda la plata que poseyeran y de transcriban los responsables
de dicha casa [la totalidad de las sumas que perciban de cada uno] en una estela de piedra que colocarán
[frente] a la casa de la moneda, de modo que quien lo deseare, pudiera examinarla; [escriban a un lado la
moneda] extranjera, separadamente [el oro y la plata], y a otro la plata [ateniense].
(Meiggs y Lewis 45, 9-14. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

Los exhortó a tener ánimo, ya que cada año entraban en la ciudad unos seiscientos talentos de los aliados
sin el resto de los ingresos, y que en la Acrópolis había todavía entonces seis mil talentos en plata acuñada
(pues la mayor cantidad fue de nueve mil setecientos, de los cuales se había gastado parte en los Propíleos
de la Acrópolis, los restantes edificios y el sitio de Potidea), aparte de no menos de quinientos talentos en
oro y plata sin acuñar en ofrendas privadas y públicas y en cuantos utensilios sagrados para las procesiones
y los certámenes, y los despojos de los persas y cosas semejantes. Añadía todavía una cantidad no pequeña
de recursos procedente de los demás santuarios, de los que podrían hacer uso si se veían completamente
privados de todo, y de la propia estatua de la diosa con chapas de oro que la rodea; hizo saber que la propia
estatua tenía cuarenta talentos de oro puro, y que era todo desmontable.
(Tucídides 2, 13.3-5. Trad. de F.J. Gómez Espelosín)

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