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Dentro de ese contexto que denominamos música clásica o música de concierto

(como si no fueran conciertos lo que ofrecen Luis Miguel o U2) en México no


habíamos tenido un ejemplo como el de Márquez, de convertirse en vida en el
compositor más popular de nuestra historia musical y sin que sea (aún) el
producto de un fenómeno mediático. Esto ha sido en los últimos años, a partir de
su ingeniosa serie de danzones sinfónicos y desde la aparición del genial Danzón
2. Ni siquiera José Pablo Moncayo, autor del inefable Huapango, que hasta se
menciona como “nuestro segundo himno nacional”, pudo adivinar cuando
estrenó la obra con la Sinfónica Nacional la aceptación que tendría su pieza.

Desde entonces, cualquier concierto que programe una obra de Márquez, del
carácter que ésta sea, tendrá una amplia convocatoria de público; las versiones
discográficas de su música agotan ediciones y son utilizadas, como el Huapango,
por cierto, en los medios de difusión y en actos públicos de toda índole. En
muchos ámbitos, Márquez es reconocido por muchos, quienes se acercan a
saludarlo.

Márquez había comenzado su trayectoria como compositor de obras enmarcadas


en los conceptos vanguardistas del siglo XX con creaciones como Gestación y
Viraje (ambas de 1983) o incursionando con originalidad en la música
electrónica —Mutismo (1985), Reencuentros (1991) y el primer y entonces
considerado único Danzón ¡para saxofón y sonidos electrónicos!—. Sin embargo,
para esa época fue transformando su lenguaje hacia estilos menos radicales y
mostró su interés por los ritmos de la música popular, aunque desde niño había
estado en contacto con la música de nuestros bailes típicos y regionales y después
con el jazz. Comenzó su nuevo concepto de fusionar la música popular mexicana
y latinoamericana con la concepción clásica en una síntesis que resultó perfecta.

Sin embargo, al tiempo que hacía obras bajo esos parámetros y que incluyeron la
serie de piezas que hoy suman al menos nueve danzones, Márquez continuó
creando obras para diversas dotaciones, dentro de una forma de composición más
intelectualizada, para llamarla de algún modo, que nunca abandonó sus
momentos melódicos tradicionales y que le servía de cauce para inspirarse en
múltiples temas basados, como veremos, en sus inquietudes sociales y políticas
así como en los hechos que motivaran su composición.

Por eso es muy destacable la idea de la OFUNAM de ofrecer un concierto con


“la otra música de Arturo Márquez”. Más allá de la cercanía en estilo entre varias
de las obras (todas compuestas en los últimos diez años o menos) hubo la debida
variedad de conceptos y sobre todo estuvo presente su oficio creativo y sentido
estético:

Conga del Fuego Nuevo, de gran alegría y ritmo afrocubano, celebró en 1999 el
cambio de milenio; El Nereidas de Dimas, una fantasía orquestal sobre el más
emblemático de los danzones y su autor, Amador Pérez Torres; Marchas de duelo
e ira conmemora el Movimiento Estudiantil de 1968 con una trágica marcha y
una expresión sensible y fuerte; Leyenda de Miliano expresa la aspiración
zapatista, evoca el asesinato del caudillo y con ingeniosa sonoridad imita el canto
fúnebre de las cigarras de Morelos; De Juárez a Maximiliano, escrita a los 200
años del nacimiento de Benito Juárez, describe con un ímpetu sarcástico, casi
discursivo, la respuesta del héroe oaxaqueño cuando el “emperador” austriaco le
pidió unirse a su gobierno; En torno a Frida y Diego reflexiona sobre el
tormentoso romance entre esos dos grandes del arte mexicano; y Goyas celebra el
centenario de la UNAM en un tono agridulce, pero finalmente exaltado y sí, por
supuesto… se escucha el alegre y contagioso goya.

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