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DIVERSIDAD SEXUAL VS INTOLERANCIA SOCIAL: UNA TENDENCIA EN EL SIGLO

XXI
Por Omar Muñoz

L a diversidad sexual expresa las diferentes formas de vivir la sexualidad humana. Ésta
diversidad, es la variabilidad que existe en los seres humanos respecto de su
sexualidad, desde sus dimensiones biológicas, psicológicas y sociales. Sin embargo, si
en algún tema de profundo interés social aún hay que caminar mucho en el Ecuador,
pese a los avances minúsculos que se han realizado, es en el respeto a la diversidad sexual.
Judith Salgado, en su tesis “Derechos humanos y diversidad sexual” para la Universidad
Andina, toma una cita de la ensayista estadounidense Judith Butler, para sustentar la idea de
que la afirmación pública de identidades lesbianas, gay y trans, ha puesto en el debate la
disputa por ser considerados como personas:
“La afirmación de los derechos sexuales toma un significado especial. Por ejemplo, indica que
cuando luchamos por nuestros derechos no estamos sencillamente luchando por derechos
sujetos a mi persona, sino que estamos luchando para ser concebidos como personas. Y hay
una gran diferencia entre lo primero y lo último. Si estamos luchando por derechos que están
sujetos, o deberían estar sujetos a mi persona, asumimos que la idea de persona ya está
constituida. Pero si luchamos no solo para ser concebidos como personas, sino para crear una
transformación social del significado mismo de persona, entonces la afirmación de los
derechos se convierte en una manera de intervenir en el proceso político y social por el cual se
articula lo humano”.
Este pensamiento nos lleva a preguntas que la misma autora se hace, como por ejemplo qué
es lo humano y a quién se considera humano. Señala que son preguntas y respuestas
ineludibles, “pues definirán los límites de quiénes son considerados sujetos de derechos
humanos en lo concreto y no en lo abstracto”.
Para aterrizar el tema en el Ecuador, Judith Salgado explora el caso de las personas LGBT
donde, según ella, “existe un primer y enorme escollo para alcanzar la titularidad de derechos
humanos en general y de derechos sexuales en particular”.
Esta población, indica Salgado, aún está peleando el reconocimiento de su plena humanidad,
puerta de entrada a su vez para su reconocimiento como sujetos de derechos humanos en
general. Su humanidad en el discurso hegemónico está aún en entredicho. El énfasis en la
anormalidad, la enfermedad, la antinaturalidad, la patología, la depravación, colocan a LGBT
en el ámbito de los excluidos de la noción de lo humano, con consecuencias nefastas”.
¿Por qué nefastas? Porque “las ideas predominantes sobre lo normal, lo natural, lo permitido,
lo correcto, definen en la práctica las fronteras entre sujetos y no sujetos en la normativa, en
su aplicación o en las relaciones cotidianas”.
Nefastas también porque los LGBT son víctimas del convencionalismo social, los prejuicios, los
supuestos valores morales, la presunta “ética” conservadora reafirmada en la educación
familiar, escolar y religiosa, consolidada en el torcido y morboso mensaje cotidiano de los
medios de información, que narran los hechos de manera burda, irrespetuosa,
estigmatizadora, escandalosa y sensacionalista cuando ha sido protagonista un LGBT, aunque
no esté comprobada la relación de este con el hecho.
En ese tema coincide la visión de Judith Salgado, para quien “las transgresiones respecto a las
prácticas aceptadas socialmente de con quién, donde, cómo y cuándo se desatan las
sexualidades arrojan al ámbito de la anormalidad a un sinnúmero de personas y esto se ve
atravesado por el género, la clase, la edad, la orientación sexual, la etnia, etc.”.
Si el dispositivo de la sexualidad, añade: crea sujetos y “no sujetos”, la lucha por los derechos
humanos de los “no sujetos” se convierte en un espacio de disputa y negociación para quienes
se encuentran de lado de la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad.
Las creencias sociales que moldean la organización de la vida colectiva estigmatizan lo distinto,
lo que se aleja de la norma. Y como la norma es la relación heterosexual, las personas con un
deseo distinto lo suelen reprimir, esconder o incluso, negar, hasta el punto de casarse y trata
de vivir como heterosexuales.
Son pocas las personas que asumen abiertamente su deseo distinto. Y es que, defender la
diversidad sexual implica defender la vida democrática de nuestras sociedades. Y como el
proyecto democrático, por sí solo, no genera condiciones para que exista libertad sexual, es
necesario impulsar ciertos acuerdos sociales que eduquen contra la homofobia, impidan la
discriminación y fomenten el respeto a la diversidad sexual humana.
Así, la realidad contemporánea en el Ecuador es, por tanto, muy diferente a “la letra de la ley”,
como diría un abogado. Uno es el discurso de las libertades sexuales y otra es la vivencia en el
día a día. El propio gobierno que fundamenta su razón de ser en un proyecto de Revolución
Ciudadana, un momento en el que todos tenemos los mismos derechos y según la
Constitución de Montecristi, nadie puede ser discriminado; no tiene una posición clara sobre
el matrimonio gay y ha sido ambiguo en temas de tanta trascendencia como la
despenalización del aborto, el control de la natalidad y la planificación familiar.
Al ser ambiguo en sus términos, es el mismo Régimen el que deja abiertas las puertas para la
homofobia, para la discriminación a quienes optan por diversidades sexuales no
convencionales, para reposicionar tesis fanáticas y extremistas como las del fanatismo
esquemático del movimiento Opus Dei; que entre otras cosas, plantea que las relaciones
sexuales solo deben tener carácter reproductivo, negando la posibilidad humana y natural del
ejercicio del sexo como placer y como expresión de atracción, afecto o amor entre las parejas.
Esta es una asignatura pendiente para la Revolución Ciudadana. Una asignatura pendiente
para la sociedad ecuatoriana. Porque no se puede hacer una revolución verdadera si está
atravesada de prejuicios contra lo diverso, que atentan justamente a la esencia de esa
revolución: el sentido de la igualdad, de la equidad, del entendimiento al Otro, aunque cueste
dar ese paso histórico del “curuchupismo” moral intolerante a la libertad plena del ciudadano
y de la persona para elegir su opción sexual.
El filósofo austríaco británico Karl Popper, que intentó romper muchos tabúes alrededor de la
convivencia y el respeto colectivos en relación con los derechos y las libertades, ya nos advirtió
hace más de dos décadas de lo que podría pasar al encerrarnos en una casa de cristal para
supuestamente preservarnos del peligro de convivir con lo que podríamos pensar que es
distinto y diferente:
“Si somos absolutamente tolerantes, incluso con los intolerantes, y no defendemos a la
sociedad tolerante contra sus asaltos, los tolerantes serán aniquilados y, con ellos, la
tolerancia”.
Y eso nos atañe a todos.

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