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La recepción y circulación de ideas económicas en la Argentina y las crisis de la


segunda mitad del Siglo XX

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Primer simposio internacional interdisciplinario Aduanas del Conocimiento
La traducción y la constitución de las disciplinas entre el Centenario y el Bicentenario
Mariano Ben Plotkin “La recepción y circulación de ideas económicas en la Argentina
y las crisis de la segunda mitad del Siglo XX”

La recepción y circulación de ideas económicas en la Argentina y las crisis


de la segunda mitad del Siglo XX
Mariano Ben Plotkin
IDES/Conicet/UNTres de Febrero
mplotkin@ides.org.ar

El proceso de circulación y recepción de ideas tiene al menos dos dimensiones. En primer


lugar, una dimensión transnacional, es decir, aquella vinculada al complejo proceso de
transferencia de ideas a través de fronteras culturales y políticas. Pero en segundo lugar, este
proceso no puede ser adecuadamente estudiado sin tomar en cuenta el “suelo de recepción” y
esto sólo puede comprenderse analizando la dimensión local del proceso. De lo que se trata
es de dar cuenta de lo que Durghanand Sinha ha llamado la “indigenización” de los sistemas
de ideas (Sinha, 1993), es decir, su apropiación creativa para hacerlas compatibles con las
tradiciones académicas, políticas, culturales e intelectuales del contexto de implantación, así
como también los mecanismos y formas de circulación locales que definen las características
propias que asume un saber determinado en un espacio cultural dado.

Esta recepción es a su vez multidimensional, lo cual se manifiesta con mayor claridad en


un saber como la economía que tiene la pretensión simultánea de ser una forma de
conocimiento científica de carácter descriptivo, y un saber operativo y prescriptivo destinado,
sobre todo, a los hombres de gobierno, es decir un “saber de estado”; un saber que es
constitutivo y a la vez constituido por el desarrollo del Estado moderno .

¿Por dónde empezar a mirar este proceso complejo? Este trabajo intenta ofrecer un punto
de partida preguntándose qué leían y como leían las ideas sobre economía algunos actores
argentinos vinculados a este tipo de saber en las últimas décadas del siglo XIX. El
“momento” que tomamos es aquel delimitado por dos crisis, la de 1874-5 y la de 1890.
Partimos de la hipótesis de que existe un vínculo doblemente constitutivo entre las
coyunturas socialmente definidas como críticas por un lado, y la demanda y oferta y por lo
tanto la constitución de conocimiento social que deviene en saber de Estado. Es, en efecto a
partir de las “crisis” que el Estado y la sociedad demandan con más fuerza el concurso de
saberes definidos como expertos destinados a dar cuenta de ellas, y es en esos momentos
cuando estos saberes y aquellos que consiguen definirse como sus portadores ganan
legitimidad. Pero por otro lado, es desde estos mismos saberes en proceso de constitución
desde donde se definen las crisis y se las toma como objeto de estudio e intervención.

La economía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires


A partir de la consolidación del Estado nacional en las décadas que siguieron a Caseros
la Facultad de Derecho se fue convirtiendo en uno de los espacios más importantes de
formación y reproducción de elites políticas e intelectuales nacionales. Profesores y alumnos
actuarían en un espacio triple constituido por el mundo académico, el de los negocios

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Mariano Ben Plotkin “La recepción y circulación de ideas económicas en la Argentina
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privados o semi-privados y el de la política1. La cátedra de economía política se convirtió en


el espacio académico de difusión de la disciplina. Durante el período bajo análisis ocuparon
cargos ministeriales a nivel nacional casi la totalidad de los docentes a cargo de dicha
cátedra2.

Analizando los programas y textos utilizados, lo primero que se observa es la


construcción de un canon de autoridades compuesto fundamentalmente por autores
representantes del liberalismo posclásico francés e inglés, con la salvedad de que en muchos
casos éstos últimos eran conocidos a través de comentaristas y traducciones del francés.
Durante los tiempos de Avellaneda y Zavaleta el texto utilizado era el Traité d’économie
politique del liberal Joseph Garnier, originalmente publicado en 1845 y que conoció
sucesivas ediciones y ampliaciones en las décadas siguientes (yo he tenido acceso a las
séptima edición de 1873) (Garnier, 1873).

Un ejemplo de la incorporación de autoridades inglesas a través de fuentes francesas


fue la recepción de un autor como el economista liberal inglés Henry MacLeod por parte de
un profesor particularmente interesante: Vicente Fidel López, quien ocupó la cátedra sólo un
año (entre 1874 y 75), pero quien ejerció una considerable influencia sobre una generación
de alumnos. Su prédica proteccionista que se hizo manifiesta sobre todo durante los debates
de la Ley de Aduanas de 1875 y 1876 entusiasmó a algunos estudiantes, seis de los cuáles,
incluyendo a Miguel Cané, escribieron tesis sobre temas vinculados al proteccionismo.
Además, López ocuparía el Ministerio de Hacienda bajo la presidencia de otro
proteccionista: Carlos Pellegrini3. López decía basar sus enseñanzas en las ideas de
MacLeod conocido por sus teorizaciones sobre crédito y la banca. Es interesante destacar que
uno de los proyectos fundamentales de MacLeod había sido construir una economía
científica basada en los principios de la inducción baconiana. Según MacLeod no había
diferencias en la metodología de las ciencias morales o sociales y las físicas o biológicas.
Ahora bien, López, cuando le tocó actuar en política, era un firme defensor del
proteccionismo ¿Porqué entonces basaba sus enseñanzas en las de un teórico que igualaba el
proteccionismo en cualquiera de sus formas a la esclavitud, diciendo que ambos sistemas
atentaban contra la libertad humana? ¿Porqué no tomar explícitamente, en cambio las ideas
de otras tradiciones intelectuales más compatibles con las propias tales como la Escuela
Histórica Alemana?

1
La cátedra fue establecida apenas fundada la Universidad de Buenos Aires. Fue suprimida durante el
gobierno de Rosas y vuelta a reactivar luego de la caída del mismo. Sobre los vínculos entre abogados,
universidad y formación y modernización del Estado ver Zimmermann (1995, Adelman1999).
2
Nicolás Avellaneda fue presidente de la República. Ocuparon ministerios Dalmasio Vélez Sarsfield,
Vicente Fidel López, José Terry, y Francisco Oliver. El sucesor inmediato en la cátedra de Nicolás
Avellaneda, Manuel Zavaleta fue subsecretario de Hacienda. La mayoría de ellos además ocupó otros
cargos electivos. Otro docente, Luis Lagos García estuvo a punto de serlo en la Provincia de Buenos Aires,
pero lo impidió una disputa con el gobernador Carlos Tejedor.
3
Fue durante el ministerio de López cuando, como medida para paliar los efectos de la crisis, se
introdujeron los impuestos internos a nivel federal.

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Aunque desde muy temprano existieron grupos en Argentina interesados en implantar


alguna forma de proteccionismo, y a pesar de la importante influencia que el historicismo
ejercía sobre los intelectuales románticos (Vicente Fidel López entre ellos), luego de la caída
de Rosas e liberalismo pasó a constituir una suerte de “sentido común político” entre las
elites argentinas (Hale, 1989)4. Aun quienes proponían posturas alternativas al liberalismo en
temas tales como el comercio internacional (como el propio López) no cuestionaban las
bases de la economía liberal (Chiaramonte, 1971). De hecho, un examen al sistema de citas y
autoridades utilizado tanto por liberales como por proteccionistas nos revela que compartían
a los mismos autores, en general franceses, para legitimar sus puntos de vista divergentes.
Así economistas liberales como J.-B. Say, F. Bastiat, Courcelle de Seneuil, L. Wolowski, el
propio Adam Smith y, más adelante otros vinculados a temas de finanzas públicas tales
como Paul Leroy-Beaulieu, junto con MacLeod y Mac Culloch, formaban parte de un canon
que también incluía a algunos pocos autores provenientes de otras tradiciones tales como el
belga Louis Laveleye, vinculado al socialismo cristiano; así como algunas menciones a
proteccionistas como el norteamericano Henry Carey y muy pocas de Friedrich List.

Aunque López era un declarado proteccionista, como se vio, tanto el programa de su


curso como su Prontuario, un texto redactado por él mismo para complementar sus clases,
mostraban ambigüedades al respecto (López, 1875). Para empezar López (siguiendo en esto a
MacLeod) identificaba a la economía con el comercio. El capítulo XI del programa del curso
se preguntaba retóricamente “¿porqué es que, en regla general, se perjudica al trabajo y al
comercio siempre que se le quiere proteger directamente con leyes tutelares?”; pero
inmediatamente incluía un punto sobre los “límites necesarios de la libertad del comercio en
ciertas materias y en países nuevos donde conviene beneficiar el empleo de los capitales
sobre ciertas fuentes”. Nótese la cantidad de matices (“ciertas materias”, en “países nuevos”,
“ciertas fuentes”) que se cree obligado a introducir López en la discusión de estos temas.
Como otros contemporáneos, López consideraba la libertad de comercio y trabajo como el
mejor sistema, aunque aclaraba que ni aun los liberales más extremos como MacLeod
suponían que la libertad debía ser absoluta y reconocían que en países nuevos cierta
protección a la industria y ciertas restricciones a la libertad económica eran necesarias.

De esta ultima mención resulta claro que, en realidad, López no había tenido acceso
directo a las obras de MacLeod. Es sabido (Chiaramonte, 1971, 138) que López conoció a
este autor a través de un texto escrito por un funcionario del Ministerio de Hacienda del
imperio francés: Henri Richelot, quien en 1863 había publicado un libro intitulado Une
révolution en économie politique. Exposé des doctrines de M. MacLeod (Richelot, 1863) por
orden del Ministro. Este texto consistía en una traducción comentada de las principales ideas
del inglés. Une révolution fue luego traducido al español en 1876 (Richelot, 1876).
En rigor de verdad, pareciera que López ni siquiera leyó el texto del francés
correctamente. El único punto en el que Richelot se separaba de MacLeod era precisamente
en el tema del proteccionismo. Mientras el inglés no lo admitía bajo ninguna circunstancia, el
francés, basándose en una lectura de John Stuart Mill, pero fundamentalmente en el

4
El proteccionismo pasó a tener un espacio importante durante la crisis de 1873 y los años posteriores.

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representante de la “vieja escuela histórica alemana” Wilhelm Roscher (cuyas obras había
traducido al francés junto con las de Friedrich List), concluía que había excepciones
admisibles al libre cambio y que las mismas tenían que ver con la necesidad de un país joven
y progresista de naturalizar industrias compatibles con su acervo de materias primas. Por lo
tanto, López atribuía a MacLeod ideas que en realidad pertenecían a Richelot en el único
tema en el que las mismas diferían de las de aquél.

Pero por otro lado López dejaba claro que los límites de la intervención estatal debían ser
muy estrechos. El gobierno no debía “descender al terreno del provecho o de la especulación
que hace la riqueza de los particulares”. En todo caso López consideraba que no debían
existir propiedades fiscales. Según López, el principal objetivo de los gobiernos debía ser el
fomento de la población por medio de la promoción de libertades civiles, y políticas, y el del
capital por medio de libertades mercantiles. Coexisten pues en los textos y los programas de
estudio de López, y en su accionar político, una vertiente liberal, basada en sus lecturas de
MacLeod, filtradas a través de Richelot, y de los liberales franceses, y una vertiente
proteccionista y en cierta medida intervencionista. Ambas entraban en colisión muchas veces
dentro del mismo texto.

Desde luego sería fácil atribuir estas inconsistencias simplemente a los conocimientos
sumarios de López y a su lectura apresurada. Chiaramonte atribuye estas combinaciones de
ideas a la influencia del eclecticismo filosófico entre López y los miembros de su generación
(Chiaramonte 1971, 134). Sin embargo, creemos que más provechoso sería poner esta forma
particular de leer los textos de economía en un contexto más amplio de recepción de ideas ya
que buena parte de la matriz de recepción puesta en funcionamiento por López sería
compartida por sus sucesores en la cátedra al menos hasta la década de 1890, así como
también por otros circuitos de circulación de ideas tales como las revistas especializadas o
incluso los debates parlamentarios donde abundaban las citas a autores liberales franceses
muchas veces para sostener puntos de vista contrarios a los de los mismos.

En este punto habría que preguntarse en primer lugar ¿Qué ofrecían los autores
liberales y particularmente los franceses dentro del mercado de ideas que los hacía atractivos
para los argentinos? A lo largo del siglo XIX se desarrollaron dos líneas de enseñanza de la
economía en Francia: una vinculada a las cátedras existentes en el Collège de France, el
Institut de France y las Grandes Écoles que estaban en manos de liberales como Garnier,
Leroy-Beaulieu y antes que ellos F. Bastiat, todos herederos de J-B. Say. La mayoría de ellos
estaba además vinculada al Journal des Économistes, portavoz del liberalismo y de amplia
circulación en nuestro país. A partir de 1877 se incluyó la enseñanza de la economía política
en las universidades, en particular en las facultades de derecho. Esta enseñanza quedaría en
manos de abogados que profesaban una mirada mucho más institucionalista de la economía
en la que introducirían además, elementos de cooperativismo y promoverían distintas formas
de proteccionismo5. Las dos escuelas, sin embargo, convergían en lo que se dio a llamar la
escuela francesa de economía (Bechaux, 1901) ubicada entre la alemana y la inglesa. La

5
Ver Gueslin (1998)

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escuela francesa consideraba a la economía como una ciencia moral y no, como
gradualmente ocurriría en Inglaterra y en Austria, como una ciencia matemática. Aun dentro
del liberalismo económico los franceses diferían de los ingleses en varios puntos
particularmente en la cuestión del dominio de la discipina. Mientras que para los ingleses la
economía política era sólo y exclusivamente la ciencia del intercambio, o como diría
MacLeod, la ciencia del comercio, los franceses, liberales o no, tenían una concepción
mucho más amplia de la economía6. Para ellos la economía política era una pars totalis de la
sociedad y por lo tanto, su dominio se extendía a otras esferas más amplias de “lo social”
(Dumez, 1985 ; Fourcade, 2009). Por otro lado existía una suerte de convergencia entre los
liberales y los institucionalistas en lo referido a una aceptación de un papel más activo por
parte del Estado.

Pero hay más. Como lo dice el propio López en su Prontuario y como también lo
sugería Garnier en su Traité: la economía política tenía dos dimensiones: por un lado se
trataba de una ciencia social que respondía a principios universales, y por otro se trataba de
un arte político que como tal era histórico. López como sus sucesores, eran a la vez políticos
y académicos y estaban al mismo tiempo constituyendo un saber científico y un saber de
Estado los cuales respondían a dos lógicas diferentes, particularmente en momentos de crisis.
Mientras la primera exigía leyes universales la segunda tenía que ver con las circunstancias
particulares del país, lo que justificaba apartarse explícitamente de los postulados generales y
ésta era la posición que adoptaba López en tanto político, a contrapelo de sus enseñanzas en
las aulas universitarias. Estas tensiones se hacían visibles a veces en debates parlamentarios
en los que participaban docentes y ex alumnos de la cátedra de economía política. Así, por
ejemplo, en un debate de 1889. mientras el Ministro de Hacienda Rufino Varela
(proteccionista) sostenía que “...no pueden aplicarse a nuestro suelo las ideas de esos libros
que corren en volúmenes extensos, en manuales y que enseñan principios aplicables a otros
países...” ya que “somos un país especial, necesitamos leyes especiales;” el diputado por la
provincia de Santa Fé, Wenseslao Escalante sostenía que “ ...la ciencia económica, como las
matemáticas y como las demás ciencias que son realmente tales, no son pampas, guaraníes o
tehuelches, no son ciencias locales, son universales, generales” (Cámara de Diputados de la
Nación, 1889)7 .

Volviendo al caso particular de López, podemos decir que, por lo tanto, el López
político podía promover el proteccionismo como forma adecuada de defender los intereses
del país, mientras que el López científico debía validar sus argumentos en la ciencia
aceptada, lo que constituía un elemento adicional para explicar el sistema de autoridades
elegido por él y también por sus sucesores, a pesar de la disponibilidad de otros sistemas de
ideas más compatibles con sus posturas sobre temas particulares, sistemas con los que,

6
No mencionamos aquí a los marginalistas ingleses cuyos desarrollos matemáticos estaban fuera del
alcance de los abogados-economistas locales. Sin embargo, algunos trabajos de Stanley Jevons (los
vinculados a la moneda) eran conocidos desde la década de 1870. Ver Balbín (1873)
7
Wenseslao Escalante era profesor de filosofía del derecho en la UBA, autor de una tesis sobre las
relaciones entre el derecho y la economía política en la UBA, y luego ministro del Interior, Hacienda y
Agricultura, además de presidente del Banco Hipotecario, entre otros cargos.

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además, López estaba familiarizado, tales como la escuela histórica alemana. Es interesante
que López en sus cursos no citaba a List aunque el autor francés a través del cual había
conocido a MacLeod lo había traducido a la lengua gala.

López fue reemplazado en la cátedra por uno de sus alumnos, el chileno Emilio
Lamarca de fuerte orientación católica (orientación que le costaría la cátedra). No vamos a
seguir a todos los docentes que ocuparon la cátedra. Lo que nos interesa resaltar es el hecho
que Lamarca, quien intentó combinar las enseñanzas de la economía con las de la Iglesia
Católica, también abrevó en fuentes similares a las de sus antecesores y sucesores.
En 1880 Lamarca publicó su ”El Decálogo y la Ciencia Económica” (Lamarca,
1880). Allí, luego de criticar a los clásicos (sobre todo a Smith y a Say) por haber olvidado
los preceptos morales en la construcción de su ciencia, Lamarca mostraba que existía un
perfecto acuerdo entre religión, moral y economía8. Aunque frente a los clásicos
“materialistas” Lamarca oponía a Laveleye también se recostaba en los franceses liberales
citando a autores como Pellegrino Rossi, sucesor de Say en el Collège de France y
propugnador de un liberalismo a ultranza aunque al mismo tiempo cercano a círculos
católicos. Esto no debería llamar la atención puesto que esta visión ética de la economía,
inspirada en los preceptos del cristianismo, y explícitamente en el Decálogo era aceptada por
liberales franceses tales como el mismo Garnier, Leroy Beaulieu, y otros. Más tarde Bechaux
diría: « Mais toute activité économique durable et féconde, suppose l’accomplissement de la
loi morale et... le Décalogue, source des droits et des devoirs....confirmé et développé
l’admirable doctrine. » (Bechaux, 1901; 11).
Podríamos decir que entre la crisis de 1875 y la de 1890 la economía política se
fue consolidando a la vez como un saber científico con especificidad propia, y como un saber
operativo de Estado, al tiempo que los economistas eran reconocidos como expertos9. La
conformación de un canon de autoridades formado alrededor de las figuras más visibles del
liberalismo francés, tenía que ver con una serie de factores. En primer lugar, el prestigio
indudable de la cultura francesa entre las élites argentinas. El francés (y no el inglés y mucho
menos el alemán) era la segunda lengua de buena parte de los miembros de la elite local. En
segundo lugar, dentro del mercado internacional de ideas sobre economía, el sistema francés
ofrecía ventajas para los argentinos. Se trataba de un pensamiento liberal (de legitimidad
indudable luego de la caída de Rosas) pero que, frente al inglés, tomaba al Estado y a la
sociedad como tema, preocupación para los argentinos en momentos de construcción del
Estado. Frente al alemán, proponía un saber de características científicas universales pero
flexible a la vez. No era un sistema formalista ni abstracto (como el inglés o el austríaco),
pero teníapretensiones científicas generalizadoras. Aun católicos como Lamarca encontraban
en esa tradición intelectual elementos en los que apoyarse.

8
Lamarca no parece haber sido muy popular. Un texto publicado por alumnos suyos bajo el seudónimo
colectivo de W lo caracteriza como “esos hermafroditas... incapaces de pedir reparación a agravio alguno,
tímidos y asustadizos que andan con el Jesús en los labios y el rosario en las manos...” (IV). Respecto de
los conocimientos de Lamarca, W señalaba que Lamarca, al igual que otros, sólo había estudiado un año de
economía política en la facultad, y por lo tanto sus conocimientos eran sumarios (W, 1883).
9
El hecho que profesores de la disciplina ocuparan cargos importantes en el gobierno es evidencia de esto

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Por otro lado, vemos a lo largo del período una tendencia por parte de aquellos que se
reconocían y que eran reconocidos socialmente como economistas de forjarse una imagen de
expertos. El economista (el ministro de hacienda) diría José Terry -profesor de Finanzas y
dos veces Ministro de Hacienda entre otros cargos-, en su libro sobre la crisis de 1890, debe
ser un hombre de estado pero sobre todo un hombre de ciencia (Terry, 1893). Lo mismo diría
desde su cargo de ministro cuando insistía en el Congreso que las cuestiones políticas “no
son de mi resorte y haré lo posible por mantenerme externo a ellas...” (Cámara de Diputados
de la Nación, 1894). El manejo de la economía era algo que cada vez más, a medida que se
complejizaba su funcionamiento, habría que dejar en manos de expertos. La idea de
establecer un gobierno formado alrededor de una tecnoburocracia incipiente iba paralela a
una profunda desconfianza en el pueblo y en el gobierno (distinto del Estado, como entidad
transhistórica) y en la opinión pública que, según Terry, debía ser guiada por la elite técnica
estatal. Nadie disputaba la democracia como sistema, pero sí la sabiduría de los pueblos y los
gobiernos originados en ellos cuya imprevisión era la causa principal de las crisis que vivía el
país. Se abría pues por un lado una vía mayor de intervención del Estado en la sociedad y por
otro una desconfianza en las cualidades de esta última y sobre todo en la política, entendida
como una especie de “ruido”.
La crisis de 1890 abrió un nuevo universo problemas y al mismo tiempo de posibilidades,
poniendo en cuestión, debido a su gravedad, una serie de certezas entre las elites dirigentes.
Fue a partir de ese año que el nuevo docente de Economía Política, el español Félix Martín y
Herrera, introducía temas vinculados directamente al asociacionismo y el cooperativismo
(Martín y Herrera, 1896); Martín y Herrera se declaraba seguidor en ese sentido de Charles
Gide y en su programa de estudios destinaba bastante espacio a discutir la importancia de las
industrias fabriles nacionales, al tiempo que introducía y ampliaba considerablemente las
secciones sobre socialismo, incluyendo el Marxismo.
Pero la crisis además obligó a las elites locales a reconsiderar el lugar del Estado.
Si bien siempre se había aceptado un espacio de intervención amplio para el mismo, los
argumentos legitimadores se transformaron10. Podríamos decir que la crisis generó un nuevo
“piso discursivo”, un espacio donde aparecen como decibles cosas que no hubieran tenido
legitimidad sólo unos años antes. Así, los proteccionistas e intervencionistas de las décadas
anteriores se habían visto forzados a legitimar sus argumentos en un canon compuesto por las
figuras visibles del liberalismo. En 1894 y un diputado se declaraba satisfecho de que la
Comisión Revisora incluyera algunos librecambistas porque eso probaba que estaban
representadas allí “todas las tendencias económicas" (Cámara de Diputados de la Nación,
1894). El ministro Terry pudo exponer abiertamente sus ideas etapistas del desarrollo de los
países, lo que no pareció escandalizar a nadie, como sí había ocurrido pocos años antes
cuando Rufino Varela expuso ideas semejantes.
Es en este contexto novedoso (que habría que explorar más) donde se produce una
recepción menos culposa de la Escuela Histórica Alemana, en su totalidad, aunque ...
también en este caso filtrada en buena medida por el pensamiento francés. Así, José Terry,

10
Las elites formadoras del estado argentino mostraron a lo largo del siglo XIX un fuerte pragmatismo en
lo que respecta a definir los espacios de intervención del Estado. El tema del proteccionismo fue solo uno
de las cuestiones donde este pragmatismo se manifestó.

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tanto en su texto sobre la crisis de 1890, como en sus clases de finanzas públicas citaba de
manera prominente a representantes de la escuela histórica y del socialismo de Cátedra.
Adolph Wagner encabezaba la lista de autoridades de su texto sobre la crisis aunque
acompañado por viejos conocidos como Garnier, Leroy Beaulieu y otros.
Terry se declaraba en sus textos como “socialista de Estado”. Pero el socialismo
de estado de Terry era bastante acotado y en realidad se limitaba a aceptar algún tipo de
intervención del Estado en la Economía más en sintonía con los franceses que con Wagner.
Al igual que los franceses y al revés de lo que proponía Wagner, Terry se oponía al
establecimiento de un impuesto progresivo a la renta. Sin embargo, hay un cambio
importante de estilo en la retórica de Terry respecto de la de sus antecesores que se nota en el
uso profuso que hace en sus clases y textos del pronombre posesivo en primera persona del
plural: “nuestra práctica”; “nuestro sistema fiscal”, etc.

Conclusiones

En este trabajo, de carácter preliminar y parte de una investigación más amplia sobre la
conformación del campo de los economistas en la Argentina, sólo se pretendía formular
algunas hipótesis acerca de la recepción y circulación de ideas en un contexto particular y
acotado. Entre las conclusiones preliminares que podemos extraer mencionaremos:
1) No existen procesos de “recepción pura” de ningún sistema de ideas, sino que
toda recepción es necesariamente creativa y genera síntesis. Comprender estos
procesos es fundamental para historizar un sistema de ideas dado.
2) La conformación de cánones de autoridades legitimantes dentro de un espacio
disciplinario no necesariamente se vincula al contenido de las ideas sostenidas
por dicho canon, sino que más bien se asocia a otros factores que tienen que
ver con tradiciones académicas, culturales, intelectuales y políticas.

3) Al respecto creo conveniente hacer una distinción. Pierre Bourdieu, en su


trabajo sobre la circulación de ideas (Bourdieu, 2000) ha señalado que las
mismas viajan a través de las fronteras nacionales y culturales sin su contexto
de origen y eso es precisamente lo que define y permite diferentes formas de
recepción. Sin embargo, podemos ver que en circunstancias como las
descriptas podría decirse que el objeto de recepción parecieran ser más el
contexto que las ideas mismas y esto tiene que ver con un proceso siempre
dinámico y nunca lineal de conformación de “momentos” o pisos epistémicos
que permiten definir el universo de lo pensable y de lo decible y que está
vinculado con todo lo anterior.

4) La introducción de un paradigma nuevo siempre intenta legitimarse en


paradigmas aceptados. Esto no tiene que ver con “resistencias” o desviaciones,
sino con la naturaleza misma del proceso de legitimación de sistemas de
pensamiento.

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