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Volviendo al ayer
Margaret Way
Argumento:
A pesar de la hostilidad con que él la trataba, existía una profunda atracción
entre ellos.
Para Lang Frazer, Natalie era solo una consentida, una chica sin corazón que
disfrutaba lastimando a su padre y a su madrastra Britt. Pero Natalie veía a Britt
como la mujer que había arruinado su relación con su padre. Cómo podía Natalie
recordar a Lang con otra cosa que no fuera resentimiento. ¿Y de todas formas,
que tenía él que ver en el asunto?
NOTA: Publicado en Harmex bajo el Sello/Colección "Julia 840" (1987)
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Capítulo 1
Había recorrido un largo camino buscando a la chica y ahora que la encontraba
le enfurecía la fuerza de sus propias reacciones. Era encantadora, de cabello negro,
ojos grises, tez blanca que contrastaba con su sedosa y abundante cabellera.
Nunca se habían conocido, pero sabía todo acerca de ella. Su propia posición no
era fácil ni envidiable, primo de Britt, amigo y socio de Drew y la chica poseía la
característica de ocupar largas horas de su valioso tiempo, de doble importancia para
todos ellos ya que Drew permanecía en silla de ruedas y eran muy pocos los
encargos que se le podían confiar. Líneas de presión se le formaron alrededor de la
nariz y la boca, y se encontró empuñando el volante para aferrarse a algo. Esa era la
peor misión del mundo y le disgustaba, pero estaba decidido a llevarla a cabo, desde
hacía más de un mes, después que Drew había chocado. Si la chica no hubiera
regresado con él en forma espontánea la hubiera arrastrado a la fuerza, violando sus
principios. Detestaba la violencia y ahora al verla a ella despertaba bellas tensiones.
Nadie, en especial una chica joven, tenía derecho a albergar tan amarga enemistad.
Se acercaba con rapidez hacia él, con la ligereza de una bailarina en pleno
movimiento, con dominio del estrecho talle, la brisa movía sus negros cabellos de un
lado a otro de su rostro, agitando los pliegues de su falda de seda estampada. Su
extrema delgadez resaltaba la belleza de sus hermosas piernas, creando, en aquella
tarde de primavera un cuadro de la más increíble inocencia, que, como él sabía, era
de lo más ilusorio. A los treinta y cinco años, había aprendido que el mayor engaño
de una mujer era su belleza. En otro tiempo, difícilmente hubiera creído que la
amargura y la hostilidad se albergaran en tan noble y joven criatura, pero ella había
perdido desde hacía muchos años sus más caras ilusiones. A pesar de toda la
perfección de su apariencia, estaba seguro de que existía la otra cara de la moneda.
La historia de Britt era demasiado conmovedora, sin contar con la nueva desgracia de
Drew.
Se sentía demasiado ofuscado para censurarla, por lo que se relajó
deliberadamente, encendió un cigarrillo e inhaló profundamente, sacando el humo
por la nariz. Su hermosa boca se endureció en forma cínica. Era imposible ignorarla,
pero, como arquitecto, suponía que podría justificar su propia susceptibilidad hacia
la belleza. Tenía poder hipnótico, ya que cuando pensaba en la pena que Drew
soportaba, la ira y el antagonismo le golpeaban como una ola gigantesca. Juró en
silencio y se dominó durante unos minutos. Lo único que nunca había sido capaz de
soportar en una mujer era el ansia de venganza y ella tenía esa inclinación en gran
medida. Podría recordar que, en forma extraña, como ahora, la mirada de ella lo
llenó de gran placer estético.
Por fortuna ella lo ignoraba, su rostro se levantaba embelesado entre las
florecientes buganvillas, rosa pálido, blanco y cereza, que invadían ambos lados de la
calle, transformándola de un lugar bastante común, en tierra de duendes. A simple
vista, era imposible presentar un cuadro más encantador e inocente, pero él no se
engañaba. Conocía todos sus secretos y sin embargo, era difícil conciliar los hechos
desagradables con la fresca realidad frente a él. El balance de credibilidad estaba
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—Me imagino que usted tiene algo que decirme, señor Frazer, y con seguridad
ha hecho un largo viaje. Por favor, pase. Tengo una cita para cenar, pero dispongo de
unos minutos.
Durante un momento él adivinó huellas de tristeza en su mirada. Unos lindos
ojos siempre parecen ser lo más importante. Tan grises como una neblina, y a punto
de las lágrimas; uno de sus engañosos trucos. Hizo un pequeño ademán
manifestándole su rechazo.
—Gracias —dijo.
Su compromiso para cenar lo irritaba, pues no pensaba que pudiera ser de
importancia.
—Por aquí, por favor.
Sin poder ocultar la emoción de su voz, buscaba la llave en la desteñida puerta
de madera que conducía al solitario patiecito, a la entrada de la casa comprada para
ella con el dinero del abuelo Sabien. Caminó en silencio, a su lado, sin suavizar su
expresión. El pequeño jardín con su arce japonés y sus preciosas azaleas, presentaba
un cuadro de la más bella tranquilidad.
"Tan sereno como ella", pensó, y la clasificó de inmediato como una consumada
actriz.
Había sido muy hábil en todos los arreglos: las plantas, los pequeños pedacitos
de mármol blanco y los irregulares empedrados, el pequeño jardín acuático, con su
cerca de vigas.
En el interior de la casita de dos pisos, notó a simple vista que había heredado
el inmenso talento de su padre; el estilo de la decoración era a la vez elegante e
imaginativo. Como arquitecto hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que
el hogar y su decoración interior eran una prolongación de sí, en su caso particular
era un muy buen indicio de la clase de cliente que tendría; por lo menos hubiera
aceptado a Natalie Calvert como tal de inmediato. Su ardiente y severa mirada cruzó
con arrogancia la habitación, valorando y estimando a pesar suyo. Si no tuviera las
evidencias en su contra que necesitaba habría aceptado que Natalie Calvert era su
tipo de mujer; ¿existiría tal mujer?
—Por favor siéntese —dijo Natalie casi con tono de súplica. Le asustaba su
estatura y su autocrática cabellera oscura.
Su voz, como el resto de ella, recurrió a sus sentidos y él sabía que se esforzaba
en ser amable. Ya no tenía el tono de niña melancólica, y él casi gimió con
frustración. Ahora tendría cerca de veintitrés años, usaba su abundante cabello negro
con un corte al estilo paje deslizándose a través de su impecable tez blanca, estaba
sentada frente a él en un encantador y antiguo sofá estilo Victoriano tapizado con un
terciopelo azul Wedgwood; en su rostro se adivinaba una expresión de miedo al
advertir la amargura en los ojos y boca de Lang. Él tenía un rostro bello y duro, con
el misterio de la austeridad, con un poder que pocas mujeres no reconocerían. Miró
hacia ella, haciéndole sentir la hostilidad. Con tanto dolor, sin imaginar que ella
había sufrido bastante. Se hundió un poco, como si el peso de su desprecio fuese
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demasiada carga para ella. Había algo que lo irritaba y molestaba al mismo tiempo y
ella sabía que a él le sería difícil tratarla con amabilidad. Ahora o en el futuro. La
dejaba sin aliento el sólo sentir su mirada en su rostro y se movió, un poco incómoda,
llamando la atención de él por el ligero temblor de sus manos, fastidiada por la
sensación de que lo que iba a ocurrir había sucedido antes.
—¿Ha venido por mi padre?
—¡Por supuesto! ¿Se da cuenta de que él es un hombre enfermo?
—Lo sé —dijo con pena —; lo siento más de lo que puedo decir.
—Al menos hay lugar en su corazón para un poco de compasión —su voz era
fría y cortante, como si encontrara necesario utilizar un tono seco—. Nunca contestó
su carta. ¿Por qué?
—¿Una carta en tantos años, señor Frazer? En realidad, sí la contesté.
—¡Nunca llegó!
—No —se encogió de hombros elocuente, admitiendo su derrota—. Las
innumerables traiciones de Britt era algo que yo sabía desde hacía mucho —al
mencionar el nombre de su prima, sus ojos brillaron, tornándose más azules—. Supe
que Britt es su prima, pero tal vez usted no la conoce a ella tan bien como cree…
—Sé que existen mujeres posesivas —interrumpió él con tono de burla—, pero
cualquiera que haya sido el disgusto entre ustedes, quien me interesa es su padre. Yo
tengo que cuidar de él. Es un brillante arquitecto y un buen amigo. Cuando regresé
del extranjero, hace cinco años, me contrató de inmediato. Muy poca gente creyó en
mis ideas, pero en cambio su padre tuvo confianza en mí y en mi "muy individual
estilo". Después, juntos, hemos sobresalido de todos nuestros colegas. Al sufrir el
choque, sencillamente no pudimos manejar los negocios en los que estábamos
comprometidos, pero esto es al margen de nuestro asunto. En la actualidad él está
relegado a una silla de ruedas con un grado de recuperación mucho más lento de lo
que ninguno de nosotros esperó. El accidente, por fortuna, no fue tan grave, pero sus
médicos y todos nosotros, estamos afligidos por él. Mi opinión es que se está
consumiendo por algún remordimiento imaginario. Acerca de usted, ya sabe la clase
de hombre que es su padre, él aún la ama y por desgracia quiere que regrese a casa.
—¿Aún me ama, señor Frazer? —dijo con ironía—. ¿Por qué no habría de
quererme? ¿Acaso un padre deja de querer a una hija o una hija a un padre? Yo no lo
creo. Puedo sentirme cerca de mi padre aun a muchos kilómetros de distancia. La
clase de relación que tuvimos nunca podrá ser rota, ni aun estando Britt entre
nosotros. No puedo negar que mi padre me hirió y con facilidad, sólo porque es mi
padre, pero no es él quien me mantiene lejos de su lado. Nunca podré regresar a
Maccalla mientras Britt esté allí. Ella me odia y ni toda la buena voluntad de mi
parte, y admito que no tengo ninguna hacia Britt, podrá cambiar ese hecho. ¿Ve,
señor Frazer? Nada cambia y nada puede olvidarse. Mientras usted luchaba para
tener un nombre en el extranjero, su prima Britt me obligaba a alejarme de casa. Si
regreso a Maccalla, las mismas viejas complicaciones surgirán de nuevo.
—¡No habrá complicaciones! —repuso en forma breve.
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—No soy tan tonta para esperar evitarlos. No diré nada más acerca del
maquillaje mental de Britt. Usted no escucharía. Una vez ya me defendí con
vehemencia. Lo hice ante mi padre y él se alejó de mí. Nunca olvidaré la expresión en
sus ojos, la ira, el dolor, la censura. Me rendí ante eso. Mi padre estaba muy
enamorado de Britt… mi abuela lo llamaba "encaprichamiento". Había hecho una
clara elección, prefirió creerle a Britt. Por mi parte, estoy convencida de que no hubo
ningún embarazo y juro que nunca empujé a Britt por la escalera. Ella cayó, pero yo
no la toqué. Si tropezó o si se arrojó, no lo sé. Estaba demasiado trastornada en ese
momento para ser un testigo perfecto. Ella estaba histérica, me odiaba y dijo que yo
la había empujado, llena de celos y resentimiento por el futuro hijo. Mi padre debió
pensar que eso era más de lo que yo podría soportar. Ahora, no me importa.
—¡No sea tan amargada! —dijo él consternado.
—He sufrido a solas durante mucho tiempo, señor Frazer; le aseguro que de
ningún modo soy amargada. Sí usted no puede ver eso, no puede ver nada. Sólo he
sido rechazada por mi padre y de mi hogar. Tiene razón al pensar que me gustaba
Maccalla. Es muy fácil enamorarse de una casa como esa. Usted debería saberlo, pero
no puedo hacer nada con el tiempo que se ha ido. Tal vez estoy un poco amargada.
Ahora mismo, la vida se escapa de mis manos. Quizá mi padre esté muriendo. Tal
vez Britt haya cambiado, pero aún puede haber caído en una trampa hecha por ella.
No lo sé. He estado cinco años lejos de Maccalla, años llenos de lágrimas, risas,
algunos días volaban con optimismo y pensaba que todo iría bien de nuevo; otros,
desfallecía por completo de dolor, por el miedo al rechazo. ¿Cree que puedo disfrutar
de mis modestos alrededores después de Maccalla? Pero nunca más quiero que me
pase lo mismo con Britt. Siempre la encontraba, desde el día que regresaron de
Europa, tan amable como una víbora de cascabel, un poco desesperada por querer
tener a mi padre siempre junto a ella. Y la casa. Ambicionaba Maccalla, ¿comprende?
—Muchas personas la ambicionan. Incluyéndola a usted.
—No la "ambiciono", señor Frazer, usted utilizó un término erróneo. Amo
Maccalla. Nací allí. También allí nació mi padre y su padre antes que él. Mi bisabuelo
la construyó, y era uno de los mejores arquitectos de su tiempo. Maccalla tiene una
personalidad diferente. Le dio la bienvenida a todo el mundo antes que Britt llegara.
Si Britt hizo que mi padre me rechazara, la casa la rechazará a ella.
—¡Esta es una charla morbosa y estúpida! —exclamó él con severidad—. Si
usted pudiera ver a Britt como está ahora sentiría lástima por ella.
—¡Es obvio que usted la siente!
—¡Por supuesto que la siento! Después de todo es mi familiar.
—Y una mujer muy atractiva. Britt siempre fue muy hábil con los hombres,
pero dedicaba muy poco o nada de tiempo para las mujeres.
—Esa es una característica que ambas comparten —repuso él. Su tono reflejaba
bastante severidad, así como un claro toque de cinismo en su definida boca.
—Sí, podría parecer así. Sus ojos grises lo esquivaron.
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—Yo nunca le pedí que viniera, señor Frazer. No le he pedido nada a nadie.
¡Usted está aquí por influencia de Britt!
—¡Mi querida niña! —dijo con tono enérgico, dominándola con su estatura—,
permítame señalar por lo menos un punto. Britt no tenía idea de que yo proyectaba
venir. Alguien tenía que venir por usted; es obvio que soy un intruso, ya que ha
cerrado su corazón a Britt y a su padre. Britt desconfía de su temperamento tanto
como, al parecer, usted desconfía del de ella, pero Britt es mucho más madura que
usted en la evaluación de la situación. Dice que mi prima la odia. Sería en verdad
muy difícil para mí darle validez a eso. Ella habla de usted de una manera
comprensiva y con remordimiento. Piensa que le falló en un momento en que ella
sufría un trastorno emocional. Usted insistía en verla como la malvada madrastra,
cuando en realidad era una simple mujer muy enamorada de su esposo. Que usted
estuviera celosa y resentida con ella es la clásica situación, en especial por ser hija
única, además de ser una niña caprichosa y voluntariosa. Nunca podría Britt, en esas
condiciones, conseguir su estimación, por más que tratara, ya que su abuela influyó
en ello con vehemencia poniéndola en su contra. Le escribió muchas veces durante
aquel primer año, antes de que se fuera al norte; después perdió su rastro.
—Britt nunca me escribió —negó molesta. Parecía que estuviera recitando una
difícil lección—. Tampoco lo hizo mi padre, pero aun así yo siempre le envié un
regalo para su cumpleaños y para el Día del Padre, así como una semana antes de
Navidad. Nada que él hiciera podría hacerme abandonar esa costumbre. Eso es lo
que mi madre habría esperado de mí. Mi padre no me obligó a irme de mi casa; no
obstante, me hirió en lo más profundo. Britt lo hizo. Ella hizo imposible que me
quedara. Yo diría, también, que siempre supo en dónde vivía. Britt es de la clase de
mujeres que tienen que saberlo todo.
Los ojos de Lang recorrieron su rostro con irremediable frustración, como si ella
incitara las más ardientes emociones.
—Eso no es verdad, Natalie —su rostro trigueño, de agudos pómulos, se volvió
hacia ella—. Yo mismo he afrontado infinidad de problemas tratando de localizarla.
¿En realidad piensa que Britt me obligaría a ir de un lado a otro, cuando apenas
puedo desperdiciar un momento, permitiéndome dejar a su padre decaído por falta
de noticias suyas? Le digo, niña testaruda, que Britt ama a su padre. Nunca he oído a
nadie excepto a usted decir algo semejante. Ella está consagrada a él, mientras usted,
siendo sólo una criatura, es tan cruel como sólo una mujer puede serlo, rehusándose
a aceptar su cariño. Britt no me ha dicho nada que insinúe negarle una bienvenida.
Todo lo que ella quiere es obtener una actitud responsable de su parte y
colaboración. ¡Usted decide si afronta o no la realidad!
—¿Cuál es la realidad, señor Frazer? ¿Qué es lo que constituye la verdad para
usted? ¿Las cosas que se han dicho o las cosas que nunca se dijeron? De ningún
modo creo que Britt ame a mi padre. No como mi madre, quien lo amó de manera
desinteresada. Britt lastimaría a mi padre sólo para retenerlo a su lado, y…
perdóneme… ahora me doy cuenta de que estoy hablando de cosas que usted no
desea escuchar.
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que la moviera en forma implacable hacía donde él quisiera—. Recuerdo cómo era
Maccalla y que tuve que escapar de ella. De nuevo será igual.
—Nunca más, igual, Natalie. Su padre es un hombre enfermo y Britt está en un
estado digno de compasión. ¿Cuándo puede ir? Yo tengo que regresar por la
mañana.
—Cuando mucho en una semana —dijo, volviendo la cabeza, aún afligida.
—Una semana puede ser demasiado tiempo.
—Está bien; entonces, mañana —asintió abriendo los ojos y mirándolo—. Pero
sería mejor que viniera por mí ya que puedo cambiar de opinión, ¿sabe? Sé que este
viaje no es acertado.
—¿Hasta qué punto es eso importante, si consideramos que ayudará a su
padre?
—Él no me necesitó antes. Usted mencionó la palabra remordimientos. Si mi
padre siente remordimientos, tal vez tenga alguna razón para sentirlos. La ausencia
de cariño puede ser tan terrible como su pérdida. He sentido la falta del cariño de mi
padre mucho tiempo. Britt es mi enemiga, una enemiga natural si usted quiere. No
me mire con tanto desprecio, señor Frazer, aunque sea una mirada que le queda muy
bien. Britt hace planes, calculando hasta el último segundo, sin errar una sola jugada.
Pudo ver en forma instantánea que él rechazaba sus declaraciones, como si
fuese un hombre inmune a los dramas de una mujer.
—No existe satisfacción en la autocompasión, Natalie.
—¡Y no existe equivocación acerca del odio cuando uno lo ve! —gritó con
impertinencia—. ¡Se siente en la mirada!
Como respuesta la empujó con amabilidad, sentándola en un sillón, frenándola
con cortesía, pero ella sintió ira.
—Si vamos a tener un intercambio de opiniones, sentémonos otra vez. La
mayoría de nosotros nos oponemos a un poco de honestidad cuando ésta no se
refleja muy bien en nuestro ser. Escúcheme, Natalie. Britt también tiene muchos
amigos, ninguno de ellos podría reconocerla con una descripción como la suya.
—¡Mis extravagancias! —dijo Natalie con una poca de amargura, reconociendo
que él había despertado alguna emoción en ella—. Uno debe caer dentro de cierta
categoría para provocar la celosa hostilidad de Britt. Los hombres sólo pueden ser
admiradores.
—Ella ha sido una buena esposa para su padre —señaló con paciencia—. Es una
excelente anfitriona en Maccalla, o al menos lo era antes del choque de Drew. Ahora
todo ha cambiado. Britt también. Está muy nerviosa y yo muy preocupado por ella.
El choque de Drew le causó un efecto devastador. Cuando la vea se dará cuenta de
que está al borde de una crisis nerviosa.
—¡Entonces es probable que yo le causaré un colapso! ¿Ha pensado en eso,
señor Frazer? Cuando le anuncie a Britt que me localizó y que intenta llevarme de
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nuevo a Maccalla, será mejor que le diga en el instante que sólo estaré allí una
semana.
—¿No cree que tiene a Britt en un concepto deplorable?
—¿No cree que me está pidiendo demasiado? Aun admitiendo el hecho de que
Britt es su prima y que es una mujer muy hábil, es Britt quien vive en mi casa, no yo.
—Entonces tengo razón en pensar que Maccalla juega un importante papel en
los resentimientos que la corroen.
—¡No puedo y no escucharé nada más! —exclamó ella. Con gesto frenético,
Natalie se cubrió el rostro con las manos para protegerse—. Fue muy difícil para mí
decidirme a hablar con usted esta tarde y será mucho más difícil regresar a Maccalla,
pero lo haré como me lo pidió, porque quiero a mi padre. Haré las paces con él si es
lo que él quiere, asegúrele que soy feliz con mi forma de vida.
—Muy bien, Natalie —aceptó Lang, retirándole las manos del rostro—. Es
obvio que actuamos como contrairritantes, Natalie, pero eso no tiene importancia. He
cumplido lo que me había propuesto. Llevarla de nuevo a Maccalla, en donde hará
que su padre vuelva a vivir.
—Tengo que contestarle ahora, ¿verdad? Adivino una amenaza en esto. No es
necesario, créame —durante un momento permaneció en silencio, abstraída, y luego
dijo—. Tengo que hacer varias llamadas. Por fortuna estoy libre estos días.
—¿Está libre, Natalie?
—¿No lo sabía? —lo retó. Se levantó con rapidez, alejándose de él—. Mencioné
esto en una carta que le escribí a mi padre y que nunca contestó. Como siempre, puse
mi dirección en el sobre. Estudio diseño de interiores, señor Frazer. Uno de estos
días, cuando tenga más experiencia, espero abrir mi propio negocio. Me han dicho
que tengo talento.
—¿Si?
La miró y la chica pudo sentir que su corazón comenzaba a latir con rapidez.
Había algo sensual en su rostro ascético. Nunca habría sentido atracción por él, pero
ahora podría confiar, ya que había demostrado ser justo en su evaluación al conocer
los hechos verdaderos. Sus ojos azules miraron la habitación, haciendo un avalúo
profesional.
—Tal vez su padre aporte algún capital.
—Aún conservo dinero del abuelo Sabien, como usted señaló con acierto —dijo
con su característica y cortante ironía—. Los impuestos de herencia fueron excesivos.
De ninguna manera soy una heredera, pues mi abuela dejó mucho dinero para sus
caridades y también dejó un gran legado para la investigación del cáncer; mi madre
tenía un raro cáncer en los huesos. Mi vida hubiera sido muy distinta de haber vivido
ella.
—Perder a su madre y, después de unos cuantos años, a su abuela debió
afectarla mucho. Tal vez toda esa aversión y antagonismo que siente por Britt, al
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maravillosa, muy franca y directa. No había lugar en su vida para intrigas mezquinas
y venenosas venganzas. Tenía una naturaleza maravillosa, comprensiva y romántica.
Seguro que usted oyó esto.
—¡En realidad, así es! Sin embargo, su abuela no asistió al matrimonio de Britt
con su padre.
—No, a ella no le gustaba ir a fiestas ni a aquellas que le interesaban. Irradiaba
salud y vitalidad hasta que mi madre murió, después envejeció en una noche. Lo que
sentía por Britt no era antipatía, sino que tenía… ciertos presentimientos.
—Influyó mucho en usted, ¿verdad?
—Sería inútil negarlo, pero si piensa que me llenó la cabeza con melodramas y
predicciones sombrías, le aseguro que no fue así.
—Entonces, ¿nunca consideró a Britt como dueña de Maccalla?
—Dudo que haya visto como tal a alguien que no fuera mi madre. Es cuestión
de temperamento. Mi abuela era una gran dama, de costumbres muy familiares.
Conocí personas que se estremecían al escucharla, pero ella era demasiado noble.
—Si influyó en usted en forma imprudente, Natalie, es comprensible. Su madre
fue su única hija y la vida de su abuela se centraba en ustedes.
—La abuela no tuvo que ver nada en esto —dijo fatigada y sorprendida por el
impulso que sintió de apoyar su cabeza en él—. El hecho es que nunca más quiero
volver a ver a Britt. No me inspira seguridad.
—Britt desea ser la abeja reina y yo no quiero caer otra vez en sus redes. Lo que
ella me hizo pudo tener consecuencias trágicas. Lo único que me salvó fue la
confianza de saber que sus argumentos eran infundados.
—¿Sería capaz una mujer de mentir en un asunto como ese? Le levantó el
rostro, tomando con firmeza su barbilla con una mano.
—¿Como cuál? —murmuró, un poco asustada.
—¡Acerca del hijo! —aclaró, con una mezcla de ira y lástima—. Britt me aseguró
que ella deseaba con desesperación darle a su padre el hijo que él siempre había
querido.
—Mientras mi madre vivió, mi padre parecía estar muy contento conmigo —las
lágrimas asomaron a sus ojos—. Tal vez papá deseaba un hijo, pero entonces yo
habría querido a mi hermanito. Es obvio que usted no ha considerado eso. La
supuesta desesperación de Britt por un hijo no es congruente con mi opinión de su
temperamento. Detestaba subir un solo gramo de peso; en realidad, era fanática de
su régimen dietético. Pero todo esto pertenece al pasado. Durante cinco años he
vivido en otro país, ahora usted quiere que regrese. ¡No creo que pueda, al menos no
sin ayuda!
Durante un instante el recuerdo del dolor que había sentido por el perjurado
cariño de su padre, volvió a su mente. Si regresaba a Maccalla podría ser traicionada
de nuevo. Tendría qué soportar el engaño de Britt y oír su fingido llanto por la
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pérdida de su hijo. De pronto le resultó insoportable estar cerca del primo y defensor
de Britt. Ante sus ojos nunca podría tener alguna cualidad.
—No se sienta acosada —dijo él cortante. Se mostraba afligido por el hecho de
que sus propios sentimientos e intereses se hubieran involucrado—. Le aseguro que
nadie la va a lastimar.
—¡Si lo hacen, será su culpa! —se volvió hacia él con garbo y seguridad, su
sedosa cabellera negra se deslizaba hacia adelante acariciando su pálida mejilla--.
¡Usted ve mi regreso a Maccalla como la salvación de mi alma! —dijo en forma
apasionada.
—Lo veo así —exclamó Lang manifestando su triunfo sobre ella con su talla y
autoridad—; si usted no regresa y le ocurriera algo a su padre, se condenaría a una
vida de remordimientos intolerables.
Hablaba con energía y tuvo la satisfacción de ver cómo abría sus enormes ojos
grises, de oscuras pestañas, cerrándolos después. No se preocupó por analizarlo,
pero en su camino a casa, pensó que le hubiera gustado sacudirla hasta que todos sus
huesos chocaran, para obligaba a reconocer su equivocación. Tenía, se había dado
cuenta, un aura de femineidad. Nada de opulencia, si no que transmitía algo más
delicado y sutil, una especie de embrujo contra él que tenía que estar alerta. Todo lo
que había visto en ella estaba en pugna con la imagen que se había formado, pero
además poseía gran talento para la actuación. En vez de sentir mal humor y
obstinados resentimientos, allí estaba, frente a ese rostro encantador. Esto no tenía
sentido, sus ojos brillaron con burla.
—Quizá, como usted vendrá conmigo mañana, debería cancelar su cita para
cenar —indicó sarcástico.
Había una tensa comunicación entre ellos que iba mucho más allá de sus
verdaderas palabras.
—No puedo —contestó con amabilidad—, Adrián es también mi jefe.
—¡Claro! —sus ojos azules brillaron y el desprecio volvió a su rostro—. Si usted
no dispone otra cosa, me gustaría salir en el primer vuelo de la mañana, a las ocho
cincuenta. Me tomé la libertad de reservar su pasaje.
El desafío asomó a sus brumosos ojos grises.
—Usted está muy seguro de sí mismo, señor Frazer.
—No la perjudicará volverse dócil, Natalie. De esa forma nunca me confundirá
con nadie más.
—Nunca fue mi intención hacerlo —dijo haciendo un gesto.
Estaban, lo sabía, moviéndose dentro de un nuevo círculo, peligroso y excitante
que podría destruir toda su tranquilidad.
Se movió en forma repentina, haciéndola retroceder un paso, sintiendo que un
suave rubor cubría sus mejillas y pudo captar la ironía en sus ojos; al fin aceptó que
se sentía atrapada.
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Capítulo 2
Britt Calvert se paseaba nerviosa de un lado a otro de su alcoba, como si
pretendiera escapar de una intolerable prisión. Nada podía calmar la agitada
confusión de su mente; píldoras, bebida, nada. Las noches eran peor, cuando en otro
tiempo las había amado. La alegre vida social, los banquetes, los festejos. Ella era la
anfitriona perfecta, con Drew a su lado, constituyéndose en la envidia de todas sus
amistades. Era la dueña de la bella Maccalla, llena de flores y luces, coches
estacionados hasta las seis de la mañana en la calzada… Su boca se contrajo de
nerviosismo y autocompasión. Su mente, aun ahora, se resistía a aceptar que todo eso
pertenecía al pasado. Su suave y mimado cuerpo resentía las largas horas de
actividad, clamando continuamente contra los dioses que le habían sonreído sólo
para volverse ahora con furia en su contra.
Lo único que podría salvar de su vida destrozada era Maccalla. La pasión que
había sentido por Drew, que una vez había ardido con tanto esplendor, había
desaparecido. La enfermedad de él la aterraba; cualquier enfermedad lo hacía. Hizo
un gran esfuerzo para acercarse a él. Tembló de horror, su patológica repugnancia
hizo que sus grandes ojos dorados parpadearan. Todos le aseguraban que Drew se
recuperaría; Lang, los médicos, esa tonta enfermera, Janet Hodd. Se había
restablecido de la afección que sufrió en el habla, pero su fuerte cuerpo estaba lisiado
para siempre. Nunca volvería a ser el mismo hombre, su amante. Lo único que le
quedaba, además, del vacío de su matrimonio, era Maccalla. Sus ojos en el pálido
rostro eran impenetrables. Nadie, se podía decir, conocía a Britt, y la suya no era un
alma feliz, por el contrario se escondía bajo el disfraz de sus atributos físicos. El
sentimiento de amenaza se reflejaba en la ciega frustración que la rodeaba, no muy
diferente a la de una criatura salvaje obligada a vivir en cautiverio.
A través de la puerta contigua, pudo oír que Drew, en su sueño, emitía un débil
gemido, después, unas cuantas palabras incoherentes salieron de sus labios como
una agonía de lamentos. Britt cerró la puerta. No podía soportar más. Hoy había sido
un mal día para todos ellos. Un buen día para perdedores, pero ella aún no había
perdido. Aun quedaba Maccalla, una atractiva y preciosa residencia sin igual, creada
para ser majestuosa y romántica a la vez. Su posesión era de vital importancia para
ella. Si ahora perdía Maccalla le parecería que lo había perdido todo. Sería como si
nunca hubiera sido la señora de Andrew Calvert, establecida en un mundo
maravilloso, con riqueza, posición y antiguo abolengo familiar.
No era como Lang, cuya inteligencia sobresalía de todos. Su vida había tomado
forma debido a Drew y a Maccalla. Aunque perdiera a Drew nunca perdería el sello
de magnificencia que le daba la residencia. Estaba en verdad obsesionada con ella,
aunque nunca se había sentido segura allí, sino como una intrusa en una casa
siempre en guerra con ella. Maccalla era la joya que siempre temía le fuera
arrebatada, y sólo podía existir una Maccalla. Había un rostro fijo en su mente, y su
odio y temor eran una cuestión física. Y Lang traería a la chica aquí. El sólo pensar en
ello la llenaba de ira. ¿Nunca podría librarse de la muchacha? Su triunfo no estaba
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completo. Lo que antes había sido fácil de lograr podría ser difícil esta vez. Sus
recuerdos de la joven Natalie no se habían desvanecido.
Esta noche, como todas las noches, Britt no podía conjurar a sus demonios. Eran
como grandes aves aferradas a ella. Tomaría unos cuantos tragos para disminuir sus
tensiones, después planearía las medidas a tomar. En alguna medida tuvo éxito la
última vez. No permitiría ahora que todo para lo que ella había trabajado, la paz,
belleza y seguridad, se deslizara como agua entre sus dedos…
Llegaron a Maccalla por un camino privado que los condujo por las frondosas y
verdes praderas al pie de las colinas. Todo esto era propiedad de los Calvert, era una
finca que una vez abarcó veinte acres de campiña vendida en lotes a través de los
años hasta que la propiedad se redujo a poco más de dos acres de bellos y cuidados
prados y jardines, un camino de camelias, un jardín de rosas, grandes filas de azaleas
y rododendros con sus vistosas flores, montones y montones de hortensias y un
maravilloso invernadero que albergaba toda clase de exóticos helechos y plantas de
follaje, así como una amplia selección de orquídeas, nativas y de luminosas bellezas
traídas de todo el mundo.
Maccalla era la esencia del elegante estilo que Richard Calvert había
introducido en la Colonia. Desde su ventajosa posición, por la inclinación oeste del
terreno, se dominaba una espléndida vista de la ciudad y la resplandeciente luz azul
del golfo de San Vicente. La arquitectura colonial en su máxima expresión, Maccalla
surgía, amplia y elegante en armonía con sus alrededores. En donde una vez pavos
reales y dromedarios domesticados solían pasear, ahora había un lago ornamental
verde esmeralda con sus bellos estanques con flores de lis y cisnes con sus siluetas
etéreas reflejándose en el extenso espejo de agua.
A través de la alta fila de árboles, Natalie vislumbró el tejado de estilo gales.
Tuvo la sensación de que estaba soñando, y en su sueño sus viejos recuerdos volvían
en forma impetuosa. Ella había dejado Maccalla justo en un día tan hermoso como
ese. Aquel día, el cielo también estaba muy azul, las praderas del fondo
resplandecían y, a través de los árboles, se respiraba la suave tranquilidad del lago.
Maccalla siempre la había impresionado en grado extremo y ahora el reloj retrocedía.
—¡Maccalla jamás cambia! —exclamó, haciendo un gran esfuerzo para contener
su emoción—. Arena color miel y blanco hierro forjado, una fortaleza de cuatro pisos
con una magnífica cochera. Cuando vivía mi madre, en casa siempre había actividad
social. Ella y la abuela hacían muchas obras de beneficencia. Hospedábamos amigos
de todo el país y uno que otro pariente de papá, que llegaba de Inglaterra. ¡Maccalla
es preciosa! —añadió mostrando gran pasión—. Nunca he podido hacer una
descripción exacta.
—Está muy cerca de hacerla —dijo Lang—. Maccalla es una combinación muy
particular de lo clásico y lo romántico, su arquitectura es muy especial, construida
con gran conocimiento práctico. En todo Maccalla encontrará un estilo de excelente
uniformidad. La casa en sí es imponente; en la actualidad es muy elegante, ya que el
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dinero nunca fue problema. Sir Richard, como sabemos, heredó una cuantiosa
fortuna y construyó para la clase adinerada e ilustrada. Todo le favoreció.
Miró a Natalie, su cabeza apenas se volvió hacía él, en tanto que el sol se
reflejaba en su blanca piel.
—¿Le gustaría tener una casa como esa? —preguntó Natalie con extrañeza,
volviéndose a mirarlo.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Lang como una lluvia de luz, sus blancos
dientes contrastando sobre su piel bronceada.
—De ningún modo, Natalie. Cuando llegue mi hora, construiré mi casa. Tengo
mi estilo propio, que no se parece al de otros. En todo caso no se parece al de ayer,
sino que es actual.
—Y mi obstáculo es que ansió el ayer, ¿es eso lo que trata de decirme?
—Si quisiera decirle algo, Natalie, lo haría. En general, evito hacer declaraciones
misteriosas.
—¡Oh, lo ignoraba! —ella le sonrió y él miró a lo lejos. Su bello rostro se
endureció con cinismo—. Sé que le agrada ganarse a pulso la admiración de la gente,
señor Frazer.
—¿No ha sido así, Natalie? —preguntó con el exasperante razonamiento del
adulto que se dirige a una niña—. Creo que soy un buen arquitecto.
—Usted sabe que lo es. No hay mucho que discutir al respecto. Yo diría que
siempre tiene conceptos muy definidos acerca de todo y ¡de todos!
Lo miró con especulación y él correspondió a su mirada, con un intenso brillo
en los ojos azules. Durante un instante sus ojos se encontraron y Natalie sintió como
si hubiera dado un gran paso en dirección equivocada.
—¿Me está suplicando que la juzgue con discreción, Natalie?
—Sí.
En sus ojos azules había una mezcla de diversión y burla de sí mismo.
—Usted no tiene que rogar nada, no con unos ojos como neblina marina y
cabellos como la seda negra.
Durante un momento, fue tan perturbador su tono, que ella encontró difícil
hablar, pues tenía la sensación de estar en una tempestad.
—¿Fue esa una confesión hecha de mala gana, señor Frazer? Es obvio que
piensa que tiene que ser cruel para ser amable.
—Se le llama sicología de sondeo —repuso Lang divertido.
Hubo una extraña mezcla de burla y algo que no pudo averiguar en su tono.
Alejó de él la cabeza y su espesa y suave cabellera se balanceó como una llama negra.
Estaba consciente de que, a pesar de ser él una persona fría y desamparada, suscitaba
profundas vibraciones dentro de ella, y lo peor era que él lo sabía.
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—Casi cinco años desde el día en que salí de aquí —dijo. A pesar suyo sus ojos
se llenaron de lágrimas—. Sé que esto es tonto de mi parte, pero quisiera que se
detuviera un momento, cerca del lago. Quiero ver los cisnes, ellos me tranquilizarán.
Lang abandonó el camino de grava y condujo el coche hacia un sitio sombreado
bajo un espléndido y viejo árbol de goma. Cuando apagó el motor se percibía una
gran tranquilidad. A través de los centelleantes rayos de plata que emergían del
agua, ocho cisnes blancos se deslizaban junto con otros dos negros de pico rojo,
acompañándolos en tanto que dos más permanecían junto a unos junquillos. Parecía
que nada podría superar su belleza, su fácil y sereno desliz. Al observar su
incomparable avance, la expresión de Natalie se volvió más tierna y su sensitiva boca
se arqueó. Ella estaba tranquilizándose con el hermoso espectáculo que presenciaba.
—Mi padre solía referirse a mi madre y a mí como sus dos cisnes —dijo Natalie
volviéndose con garbo—. En casa había una gran pintura con un marco de oro.
Nadia y Natalie. Papá lo colgó en la sala, arriba de la chimenea. Se la encargó a un
amigo que también es un artista famoso. Usted sabría de quien se trata si le dijera su
nombre. Él siempre decía que era una de sus pinturas favoritas. Mamá, como la
abuela, inmaculada como la plata, yo tenía cerca de diez años, asomándome, como si
me hubieran cambiado por alguna otra niña de cabello negro, por encima de las
lindas manos entrelazadas de mamá. Mi padre juró que nunca la quitaría. ¿Está allí
en la actualidad?
Fue una lucha contestarle sin mostrar sus propias emociones.
—No, Natalie, ya no está. Yo nunca la he visto.
—Estaba casi segura de eso antes de preguntarlo —dijo. Calló de repente,
aspirando profundo—. Britt la detestaba.
—¡Dios mío! —respiró profundo.
—No se enfade. Sólo estoy diciendo que Britt será mi enemiga hasta el último
día de mi vida.
—Esta debe ser la décima vez que me lo dice, Natalie. El nombre de Britt
comienza a sonar como acompañamiento —casi en forma involuntaria la tomó de los
hombros, atrayéndola hacia él, sin advertir que la estaba lastimando—. Puede estar
segura de una cosa —dijo con aspereza—, no permitiré que nada ni nadie le haga
daño.
—¿Por qué se esfuerza en protegerme? —preguntó con un tono esquivo.
—Yo la traje aquí y usted es hija de Drew.
—¿Me protegerá, a pesar mío?
—Sí, si usted quiere ponerlo así.
—Pues no podría haber pedido nada mejor, ¿verdad? Había un temblor en su
voz y el abrazo de Lang se aflojó.
—Natalie, es tiempo de que reflexione acerca de algunos de sus puntos de vista
—dijo él con seriedad.
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violento dolor. Miró a una mujer despedazada, angustiada por su esposo. Parecía
enferma.
Natalie sintió que el corazón se le salía, Britt, estaba junto de ella, la abrazaba y,
después del primer impacto, Natalie encontró el abrazo demasiado frío. No podía
saludarla, aunque quería hacerlo; sus nervios estaban destrozados. ¿Debería decir
que estaba encantada de haber regresado sumándose a esta farsa? La piel de Britt se
estiraba tensa sobre sus agudos pómulos, su amplia boca se movía, suplicando con
sus oscuros ojos colaboración y mostrando su buena voluntad para olvidar el pasado.
Natalie podría haber jurado que era sincera, pero conocía bastante bien las
expresiones de desamparo a las que Britt recurría cuando las circunstancias así lo
requerían.
Estaba preparada para un intercambio de insultos, ¿pero esto? Britt en realidad
temblaba y una lágrima se asomó a sus ojos, escurriendo por el contorno de su
afilada mejilla. Natalie la miraba con gran asombro y fascinación.
—¡No permitamos que nuestros recuerdos del pasado se interpongan entre
nosotras! —dijo Britt con voz ronca.
Aún sujetaba las manos de Natalie y debió sentir su instintiva resistencia ya que
las soltó de inmediato, con cierta delicadeza.
—¡No, por supuesto que no! —respondió Natalie, con suave y educada voz, el
único tono en que pudo hablar. Era un pensamiento repugnante, pero tal vez su
reacción a las súplicas de Britt podría ser prueba de su propia inmadurez. Britt estaba
patética, lo que mostraba que sus más indignos pensamientos persistían, que todas
las viejas peleas resucitarían de nuevo en cuanto soltara la primera indirecta. Dos
luchadoras en el cuadrilátero.
Los ojos de Britt estaban opacos, como cristal amarillo. Ella se interrumpió,
indefensa, como si sus peores temores se hubieran confirmado y no existiera
posibilidad alguna de rehabilitación con Natalie; en seguida, se volvió y retrocedió
hacia Lang Frazer, quien había llegado hasta la puerta de la sala, observando a ambas
mujeres con sus penetrantes ojos azules.
—¡Lang, querido!
Britt le tendió las manos sin la menor vacilación; su primo avanzó haciendo
gala de su característica flexibilidad y las tomó entre las suyas. Los rasgos de tensión
se advertían alrededor de la nariz de Britt, su boca se aflojó visiblemente y comenzó a
verse como era ella.
—¡Qué bueno que hayas traído de nuevo a Natalie! ¡Eres, muy, muy bueno con
nosotros, querido!
—No hay nada que yo no hiciera con tal de ver de nuevo bien a Drew —
contestó. Su seductor y melancólico timbre de voz tenía una profunda
preocupación—. Estás más delgada Britt, parece que con dificultad podrás soportar
una pérdida de peso.
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—No te preocupes por mí, querido. Supongo que es uno de los castigos por
amar demasiado. No existe mejor remedio que ser amada y estar rodeada de
nuestros cariños.
La dulzura de una mezzo-soprano resonaba en la voz de Britt al pronunciar
aquellas palabras con gran sinceridad. Natalie tuvo la triste sensación de que se
quedaría durante el resto de su vida con un tremendo complejo de culpa. Estaba en
verdad enervada por esta nueva, extraña y desolada mujer con el celo de las
cruzadas reflejándose en sus ojos de santa.
—¡Por favor, Natalie! —dijo Britt con ansiedad, extendiendo una mano,
recurriendo a un gesto de una persona de edad—. Cuando veas a tu padre, trata de
no excitarlo. ¡Oh! Sé cómo se sentirá, tú siempre fuiste la niña de sus ojos; pero,
querida, si algo le ocurriera…
Dejó sin concluir la oración, faltándole corazón y energía para continuar y Lang
Frazer constituía un excelente auditorio.
—¡Britt!
—¡No te angusties, querido! —lo hizo callar con un gesto de valor—. Estoy bien.
Sólo deseo lo mejor para mi esposo. Eso es todo lo que siempre he anhelado. Si a
Drew le hace feliz tener a Natalie aquí, eso es lo que yo quiero. Natalie siempre será
bienvenida en mi casa.
Como actuación era espléndida, una obra maestra. El teatro había perdido a
una gran actriz.
"Me ahorcaría o arrojaría al suelo solicitando perdón, si no hubiera aprendido,
después de recorrer el arduo camino, a reconocer los arranques de Britt", pensó
Natalie. "¡Si no hubiera presenciado una actuación mejor hace cinco años, con la que
me desterró al limbo!"
Se puso de pie, agobiada, oyendo el nervioso golpeteo de su corazón.
—Tal vez debería de subir a ver a su padre ahora —sugirió Lang Frazer en
forma bastante áspera, tratando de descubrir los secretos que guardaba ¡a
impenetrable y dorada mirada de Britt. Natalie permanecía de pie con la rígida
elegancia de una dama japonesa—. ¡Ahora! —repitió con el modo singular de
compulsión que lo caracterizaba cuando quería protegerla. ¡Dios sabía que así era! Su
sombrío rostro moreno y su voz estaban llenos de tensión. Se oyó demasiado
arrogante y pudo advertir que las lágrimas asomaban a sus encantadores ojos grises.
¿Qué más podía hacer, alzarla y correr con ella, cuando él siempre se había
distinguido por su gran dominio de sí? Lo único que sabía era que él estaba
prevenido. En el rostro de Britt no había ninguna emoción, aunque él sabía que ella
estaba muy impresionada. Si hubiera alguna disputa entre ellas con seguridad estaría
atrapado en una encrucijada.
—Eso intento hacer, señor Frazer —dijo Natalie en forma educada—. Estoy
impaciente por ver a mi padre y haré lo posible para no perturbarlo.
Aquellos ojos azules estaban fijos en ella y comprendió que no lo complacía del
todo. Su mirada tenía el brillo de los zafiros y mostraba con claridad hasta qué punto
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la apreciaba, pero, con alivio, ella siguió su consejo. Britt pareció gustosa de quedarse
sola con su primo. Debería producirle gran satisfacción saber que contaba con tan
apasionante defensor.
De pronto, los pies de Natalie volaron con las alas de la juventud y subió
corriendo la agradable escalera de cedro. Tomando hacia la derecha en el descanso
en donde ésta se dividía, continuó subiendo el corto tramo que conducía hacia el
apartamento de su padre.
Se precipitó hacia el corredor, era una fina y garbosa criatura que despertaba a
la vida, conduciéndose sin ningún sentido del deber; su corazón latía sin otro deseo
que poder escuchar la voz de su padre. La falta de generosidad nunca sería uno de
los defectos de Natalie, y los melodramáticos pensamientos acerca de su madrastra
no la llevarían a ninguna parte. Hasta le dio una buena acogida al inevitable
antagonismo de Lang Frazer. Permitámosle alinearse al lado de Britt, con sus ojos
azules tan fríos y brillantes como una profunda zanja en el mar. Si él había estado
dispuesto a menospreciarla, sólo había logrado obtener la mitad del éxito, pues, de
alguna manera, Natalie reconocía que el frío cinismo de su expresión sardónica no
heriría su corazón. Britt era impetuosa e insondable, una extraña en la enorme
tranquilidad que había sido Maccalla.
Al final del corredor, la figura uniformada de una mujer salió por una puerta.
Al verla, Natalie se llevó sólo una ligera pero favorable impresión; parecía una
persona amable y competente cuyos ojos castaños se encontraron con los de Natalie
en forma seria, con una mirada escrutadora pero amable, para la que fue obvio que
todos los cuidados de Natalie girarían sólo alrededor de su padre. Por esta razón su
saludo fue silencioso, pues mantuvieron una muda comunicación con los ojos. Janet
Hood tomó su propia decisión con rapidez, dejó abierta la puerta tras ella y,
poniéndose a un lado, dio un suspiro de aprobación y alivio. Estaba muy
impresionada con la joven criatura que tenía ante ella, aunque se había preparado
para una entrevista con una joven voluntariosa y malcriada, con un carácter
detestable. Que había carácter y pasión, Janet pudo notarlo de inmediato, pero
también advertía ternura y generosidad en abundancia; apostaría su prestigio
profesional en esto. Los lindos ojos grises de la chica brillaban con lágrimas y
mientras dirigía miradas tímidas a través de la puerta, una palabra se formaba
anhelante en su boca. Nada había cambiado en la habitación de su padre, excepto el
hombre y Janet advirtió que sus ojos se humedecían.
Dorados rayos de luz se propagaban alrededor de la figura sentada de su
paciente. La brisa entraba por las ventanas, abiertas al sol detrás de él, acariciando los
elegantes y sobresalientes huesos de su cabeza y sus manos entrelazadas.
—¡Natalie!
Para Andrew Calvert fue un momento de extrema reprensión para sí mismo
cuando aceptó la medida de alejar a su hija, aceptando así su culpa. Él era un adulto,
ella poco más que una niña. Ahora le parecía que la angustia por su cariño estaba fija
en su rostro y en su belleza y compasión. Su joven y temerosa ansiedad, sus brillantes
ojos grises, del mismo color que los suyos, y el balanceo de su negro y abundante
cabello, le golpearon como un cuchillo ardiente.
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—¡Natalie, querida!
Una tolerante, sutil e inteligente mujer era Janet, y a pesar suyo, se había
mezclado en las tensiones e intrigas de la casa. Sentía una profunda comunión con su
paciente y una sensación de ansiedad por él, y ahora esta joven criatura, de
apariencia tan frágil, con la dura mirada de su padre, había despertado en Janet lo
que ella solía llamar sus instintos de "Mamá Gallina". Con aguzada inteligencia
profesional y un bondadoso corazón debió ser capaz de cuidar el continuo progreso
a su paciente; en vez de eso Janet sentía como si estuviera suspendida al borde de un
precipicio. Janet detestaba a la señora Calvert con sinceridad; la sensatez escocesa en
ella reconocía la raíz de todas las evasiones de la señora Calvert y su renuencia a
permanecer con su esposo. Una mujer tan humana como Janet, consideraba esto una
crueldad que ella detestaba. Janet sentía que había partes sombrías en el alma de la
señora Britt Calvert, algún defecto particular que estaba muy escondido, pero Janet
había descubierto el fondo del problema. No era un simple caso de temor por la
enfermedad o de fastidio por estar en la habitación de un enfermo; había tropezado
con ese tipo de reacciones en varias ocasiones durante su carrera de enfermera. Era
más bien la ley de la selva: el feroz aferrarse a la sobrevivencia. La señora Calvert era
una criatura exótica e inestable y no existía ninguna duda de la antipatía entre ella y
la enfermera de su esposo, mucho menos con su joven hijastra con ojos tan dulces y
grises como las plumas de una paloma. La señora Calvert tenía una llama en el
centro de sus enormes ojos dorados una especie de hierro candente. Millares de
ansiedades se confundían en la mente de Janet; atrajo a la chica con dulzura hacia su
pecho, hablándole con cariño al mismo tiempo.
—¿Podré llamarte Natalie? Bienvenida a casa, querida. Tú eres justo lo que tu
padre necesitaba. En realidad, es difícil decir cuál de los dos está más radiante.
—Sin duda yo —Drew Calvert estaba lleno de felicidad y tomaba las manos de
su hija.
—¡Nunca volveré a dejarte, papá! —dijo Natalie emocionada. Era obvio que
estaba muy conmovida por su regreso al hogar y por el estado de salud de su padre;
sus ojos grises, cuando miraron a Janet, eran enormes y brillantes.
—Por favor, llámeme Natalie —dijo con sencillez—, y gracias por cuidar tan
bien de mi padre. Sé que está en buenas manos. No sólo manos competentes, sino
bondadosas y dedicadas. ¡Las mejores del mundo!
Janet experimentó una sensación de satisfacción, por tantos elogios
pronunciados con tanto encanto y sinceridad que le recordaron el candor y la belleza
de una niña. Sentía que estaba perdiendo el control, pues tenía una gran angustia.
Había cuidado a otros enfermos con una historia clínica peor que la de Drew Calvert
hasta su total recuperación. Por el rabillo de los ojos, Janet percibió movimiento.
Hubo agitación y un susurro de faldas largas, y de pronto, la señora Calvert estaba
entre ellos, alta y arrogante, recogiendo los largos pliegues ámbar de su falda, la viva
imagen de la palpitante vigilancia con sus extraños ojos resplandeciendo durante la
indescriptible escena amorosa.
—Ustedes ya tuvieron tiempo suficiente para saludarse, queridos, ahora deben
admitirme en su círculo encantador. También a Lang. Lang, ¿quieres subir?
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Volviéndose, Britt dio unos pasos hacia la puerta. Llamándolo con alegría,
trataba de disimular alguna nota discordante en la brillante cascada de sonidos.
—Una casi tiene que forzar a Lang para interrumpir esta tierna escena y fue él
quien trajo a Natalie aquí.
Introdujo sus dedos en su oscuro cabello y ellos casi escucharon el crepitar de la
electricidad.
"¡Hipócrita!" pensó Janet, y de inmediato se sobresaltó por su reacción.
La señora Calvert en realidad no había hecho nada para justificar su falta de
caridad; había interrumpido el encuentro como una impetuosa y ardiente intrusa,
creando tensiones y levantando una atmósfera de fuego a su alrededor. Para escapar
de sus propios e inquietos pensamientos, Janet se volvió de prisa, atendiendo a la
entrada de Lang Frazer en la habitación. Él era el primo de la señora Calvert, pero
había demostrado ser muy buen amigo de su paciente y la calurosa sonrisa en los
ojos de Drew Calvert en cuanto tomó la mano del muchacho, afirmó a Janet en su
concepto.
—¡Qué alegría verte de regreso, Lang! ¡No sé cómo darte las gracias por todo!
—No quiero molestar, Drew, ahora que está Natalie de nuevo en casa.
—¡Como si lo hicieras! Janet, con su aprobación, propongo abrir una botella de
champaña. Mi corazón está lleno de alegría, así que no importará, si yo renuncio a mi
parte.
—¡Eso sería espléndido! —secundó Britt con voz tan clara que contrastaba con
la fría firmeza de su cuerpo—. Es evidente que Natalie es justo el tónico que todos
hemos estado necesitando. Me apena muchísimo, señorita Hood, pero tendré que
pedirle el favor de traernos la champaña. Hoy es día de salida de la cocinera y fue
imposible persuadirla de que cambiara sus planes.
Dio esta explicación con una sonrisa de disculpa que no dejó el menor indició
de amistad en ella.
"¡Tengo un enemigo aquí!" pensó Janet con tristeza. "Pero, ¿por qué tenía que
ser precisamente ahora?"
¿Acaso era tan evidente que ella se inclinaba hacia el partido contrario? El
regreso de la hija pródiga significaba condiciones adversas para la señora Calvert.
Janet miró a su paciente en la forma inconsciente en que lo hace una persona que ha
alcanzado el afecto y comprensión del otro, una tranquila y seria amistad, basada en
el respeto mutuo.
—Pienso que una copa no le haría daño.
—Eso sería maravilloso, aunque estoy demasiado embriagado teniendo a
Natalie de nuevo en casa.
Natalie encontró un par de ojos azules en cuyas resplandecientes
profundidades podría caer. Una infinita sensación se vislumbraba dentro de ella, tan
perturbadora que cerró los ojos, sin poder remediarlo, extrañamente reacia a retener
aquella mirada iridiscente e impenetrable. Era inevitable que su presencia la excitara
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—No veo la razón por la cual tengas que ensuciarte en la cocina, Lang. En el
peor de los casos yo puedo ayudar a Natalie, aunque sé de antemano que no le seré
de mucha utilidad.
—¡Lo ves! —dijo Lang Frazer con suavidad—. Soy bastante especial para mis
comidas. Permítenos cocinar por ti, Britt. Tendremos suficiente recompensa, lo
comprendo, al tener a Drew abajo, con nosotros.
—¡Está bien! —aceptó Britt, tratando desesperadamente de controlarse. Sus
enormes ojos recorrían a Natalie y a su primo—. Mientras tanto trataré de descansar,
me ha quedado poco tiempo para hacerlo. ¿No me necesitas, querido?
—No, gracias —Drew Calvert sonrió a su esposa, sin ninguna expresión en sus
ojos—. Janet se encargará de mí.
Lang Frazer de pronto tomó la fina muñeca de Natalie, provocándole un gran
desconcierto.
Alargó la mano hacia el picaporte de la puerta y dijo:
—Entonces, los veré luego. Drew, Britt, Janet, nos acompañarán, ¿verdad?
—¡Pero es que no habrá manera de defenderme de él!
—¡Precisamente! —dirigiéndose a Janet, levantó su oscura ceja y salió, una vez
fuera tomó del brazo a Natalie con firmeza—. ¡Por favor no tiembles como un
fugitivo, muchacha!
—¿Es eso lo que parezco? —lo retó—. Podría haber jurado que no te dabas
cuenta de mis reacciones.
—¡Natalie! —dijo con frialdad, y algo en su mirada la hizo ruborizarse.
—No tienes que ayudarme con la cena —protestó ella—. Todo lo que sé es que
te gustaría superarme.
—Sin duda lo hago en la mayor parte de las cosas, pero no en la cocina, querida.
No te engañes, permíteme ser tu ayudante.
Se detuvo asombrada, mirando hacia él.
—Pero dijiste… oh, bueno, ésa es una buena noticia de cualquier forma. No creo
que podría aguantar tu penetrante examen supervisando las cosas.
—Lo soportarás muy bien y te avergonzarás. La sola idea de que una hermosa
chica sea capaz de preparar una comida decente, me encanta. Yo sólo verificaré que
los ingredientes no se salgan de las ollas. Aunque nunca comprenderé por qué
diablos tuvo que escoger Vera salir esta noche. Si mi memoria no me falla, durante
los últimos tres años nunca había salido por la noche.
—Tal vez ella tenga muchos viejos chismes, recetas, cualquier cosa que yo deba
aprender. Si te dijera que tus temores son infundados y que mi guisado no te
convertirá en piedra, ¿te quedarías?
—No empieces de nuevo —le advirtió—. El problema principal ha sido
resuelto. Drew luce mejor de lo que nos hubiéramos atrevido a esperar. Ha habido
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alguna curiosa debilidad en su ánimo que nos ha puesto a todos frenéticos. Sé buena
con él, Natalie de cabellos negros y lustrosos, o ¡que Dios te ayude!
—Sólo porque sé que eres muy celoso de todo lo que respecta a mi padre
permito que me digas eso, de otro modo no aceptaría todos los castigos que estás
dispuesto a darme —dijo Natalie con dulzura.
—¿Por qué te duele tanto, mi pequeña e inocente criatura?
Lo miró con incertidumbre. Su rostro moreno tan atractivo e irónico, bastante
endurecido, se fijó en ella que, un poco turbada, trató de retirar su brazo de su fuerte
mano.
—¡Olvídalo Natalie! Era tan sólo una excelente sugerencia. Iré contigo —dijo, y
tratando de cambiar el tema añadió—: Esta ha sido siempre una casa de abundancia;
excesiva, en cierto modo. Es muy raro que yo coma más de una vez al día, parece que
es para lo único que tengo tiempo, pero me gusta el café negro. A menos que seas
mejor de lo que ambos pensamos, no trates de superar a Vera. Ella es muy eficiente; a
pesar de ser una insensible solterona es una verdadera Circe en la cocina. ¡Las cenas
que prepara para las fiestas son espléndidas!
—Por las que Britt recibe todo el crédito.
—¿Acaso no es la anfitriona quien recibe siempre todos los créditos?
—Dame un poco de tiempo y te deslumbraré —le aseguró Natalie.
—Me estás deslumbrando ahora, ¿no lo sabías? Mi sed de belleza en general es
reconocida como extravagante, y tú eres maravillosa, Natalie de los ojos diáfanos.
—Pero no crees en mí —pasaban por el vestíbulo que conducía a la cocina, y de
pronto ella se detuvo, mirándolo como si al no obtener una respuesta se negara a dar
un paso más.
—¡No, todavía no pequeña! —le dijo examinándola. Una llama en sus ojos
azules disipó por completo la ilusión de amistad que había estado creando para
ella—. Tienes que ponerte a prueba en toda clase de formas. Pero en verdad me
siento un poco más bondadoso contigo esta noche.
—Apenas lo había notado —replicó tratando de seguir caminando.
—¿Lo habías hecho? Bueno éste es un débil vínculo entre nosotros. Todo
depende de ti, pequeña Natalie. Tú puedes levantar o hundir a tu padre, devolverle
la salud o destrozarlo.
—¡Cómo dices eso! —se balanceó un poco asustada, y Lang la tomó de un
hombro para sostenerla—. Estás decidido a interrogarme, ¿verdad? Quieres conocer
mis motivos. No has podido advertir cuánto quiero a mi padre, no has notado que
me siento muy mal y preocupada de ver a mi padre físicamente destruido.
—Por supuesto que me doy cuenta —repuso contemplándola con insistencia y
retirando sus brillantes cabellos de sus hombros—. Pero el amor nos sorprende de
muchas maneras, Natalie. Es una fuerza poderosa que puede ir en una mala
dirección, manipulándonos tanto a nosotros como a los seres que amamos. Tú no
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estás exenta de prejuicios. Lo sabes y lo sé, y eso podría causar problemas más
adelante.
—¡De nuevo pareces otra persona! ¡Me detestas! —sus enormes y agitados ojos
plateados llenaban su rostro.
—No —dijo con una amable sonrisa—, pero Britt es mi prima y Drew mi amigo.
Ninguno de nosotros somos tan importantes para él como lo eres tú, aunque
contengas la respiración. Las cosas no marchan muy bien entre Britt y tu padre, lo sé,
pero es inevitable que me interese cualquier conflicto que surja entre tú y Britt. Por
ahora lo que más me preocupa es impedir que tu padre se derrumbe.
—Haré cualquier cosa para evitarlo —dijo Natalie sintiéndose desfallecer.
Se alejó de él, abriendo la puerta que conducía a la aerodinámica y reluciente
cocina. Se detuvo, estupefacta. La hermosa cocina de antaño había perdido su
antigua elegancia. Estaba renovada casi en su totalidad. Lang Frazer la había
seguido, sus ojos azules eran tan ardientes que el impulso de resistirse a él se avivó
en ella.
—¡Márchate! —dijo con rabia, retirando los negros cabellos de su rostro.
—No lo haré, aunque parece que existe algún motivo por el cual tratas de que
pierda mi imparcialidad.
—Pero tú no eres imparcial, ¿verdad? Tú eres quien ha dicho eso.
Sus ojos recorrieron con poco interés los hornos dobles, el refrigerador, el
congelador de pared y la zona del centro de la cocina, el acero inoxidable. La
excitación corría por sus venas como fuego y deseaba estar sola para calmarse.
—¿Sabes? —dijo, dejando escapar un suave suspiro—. Tengo un vestido largo
que es del mismo tono de tus ojos. Me lo pondré para la cena.
—Eso podría tener un resultado opuesto al que esperas —advirtió Lang
tomándola de la nuca y volviéndola hacia él—. Soy mucho mayor que tú, Natalie, y
esa sola razón debería decirte algo.
—Pensé que nuestras relaciones eran bastante tensas, sin necesidad de
preocuparnos por nada más —replicó con rapidez. Estaba dominaba por una extraña
urgencia que acentuaba su inclinación hacia él.
Él la tomó de la barbilla, una extraña luz se advertía en las profundidades de
sus ojos, su duro rostro parecía lleno de vitalidad y poder.
—¿Ninguna resistencia, Natalie?
—¿Tendría objeto?
—No —sus manos se posaron en sus hombros, atrayéndola hacia él—. En una
cosa podemos estar de acuerdo: esto tenía que suceder, así que es mejor que
venzamos los obstáculos. Tus expresiones reflejan casi con exactitud tus
pensamientos. La atracción física puede con gran facilidad esclavizarnos a todos,
pero poseo una coraza muy eficaz.
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incomparable entre sus brazos. Pero, ¿podría rechazar cada insinuación que él le
brindara; el intenso fulgor de sus ojos azules, la forma de su boca y la elegante
complexión de su cuerpo?
—Desde el primer momento en que te vi, Natalie, supe que serías la causa que
rompería el equilibrio que siempre ha existido en mi vida.
—¡En ese caso, estoy satisfecha! —repuso con furia—. Sería espléndido darte
unos cuantos dolores de cabeza. Ahora, márchate de mi cocina, eres peligroso.
A pesar de todos los defectos de Lang, la falta de sentido del humor no era uno
de ellos. Sonrió, lo que lo hizo lucir muy atractivo, y la dura e inflexible expresión se
esfumó de su rostro.
—Supongo que era demasiado esperar que podríamos unir nuestras fuerzas.
Está bien, Natalie, ahora que te he mostrado la senda correcta, me iré. Todos estamos
demasiado sensibles y eso no debe sorprendernos, aunque supongo que ambos
podríamos crear conflictos en cualquier parte en que estuviéramos.
—¡Si es eso cierto, es tu culpa! —estalló desafiante—. Aunque debo admitir que
eres un atormentador muy elegante.
—Así debe ser, cuando tú lo dices —aceptó con gentileza. De nuevo había una
expresión sardónica en él—. Animo, Natalie, mi pequeña inestable, me marcho.
Después de todo, preparar una cena para cinco no es muy complicado. Por supuesto,
si alguien desea saber quién cocinó, espero que me des la mitad del crédito.
—¡Que gracioso! —dijo con alegría, pero él se había marchado.
Horas más tarde, después de la cena, cuando todos ellos prolongaban la
reunión tomando café, Natalie advirtió la mirada de aprobación de Lang. Si hubieran
organizado un concurso, de seguro ella habría ganado, todo se debía a que tuvo una
abuela francesa que tomaba la cocina con mucha seriedad. Los ojos azules de él se
detuvieron con burla en su hermoso vestido estampado, en un fino chiffon de seda
con discreto escote redondo.
La última huella de tensión había desaparecido del rostro de su querido padre,
y en un rápido y sincero impulso, ella le tomó una mano para deslizaría por su
rostro.
—¡Es maravilloso estar de nuevo en casa, papá!
—Así es querida.
Desde la cabecera de la mesa, adornada con sus encantadores manteles de
encaje, sus brillantes reliquias de plata, su fina porcelana y su pequeño centro con
preciosas florecitas blancas, Britt Calvert se reclinaba arrojando el humo del cigarrillo
por la nariz. La sangre bullía por sus venas, congestionando su rostro, y mostrando
sus sentimientos, tal vez por los efectos del alcohol que había bebido. Había vivido
mucho tiempo con la falsa esperanza de que la chica nunca regresara y aquí la tenía
nuevamente, frente a ella. Sus ojos dorados ardían con un intenso brillo. Todos sus
sentidos estaban exaltados hasta el punto en que sintió como si gritara su amarga
enemistad hacia la chica que podría causarle tantas dificultades en la vida.
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Capítulo 3
Durante las siguientes semanas, Andrew Calvert estableció y mantuvo tal
magnitud de progreso que poco antes de Navidad era capaz de moverse por todas
partes durante períodos bastante largos, con la ayuda de un bastón. Por las mañanas
era lo peor, esto lo manifestaba con un gesto, ya que sentía sus miembros, en especial
las piernas, como si estuvieran llenas de plomo, incapaz de moverlas con facilidad.
Tenía una enorme voluntad y mostraba gran ánimo sobre la estabilidad de su
cuerpo, pero el consumo de energía nerviosa era tal que en poco tiempo lo vencía el
cansancio. Se acostaba temprano, pero permanecía levantado la mayor parte del día.
Como pertenecía a lo más selecto de la sociedad y era uno de los más distinguidos
arquitectos de la ciudad, su convalecencia fue recibida con verdadera satisfacción y
alivio por todos sus amigos. Andrew Calvert era un fino y cortés hombre de
cualidades excepcionales y había despertado un legítimo cariño entre sus
compañeros, algo poco frecuente en la mayoría de los casos.
Aun los mezquinos y neuróticos pensamientos de Britt habían disminuido en
forma transitoria como si con Natalie en casa ella pudiera también recobrar la salud y
con ésta su anhelada vida social. La señora Britt Calvert había soportado un
purgatorio durante tiempo suficiente y sus ausencias tuvieron maravillosas
compensaciones. Con Britt fuera de la casa, frecuentemente y por períodos largos,
incluyendo la fortuita permanencia nocturna en su ciudad natal, Natalie y su padre
estaban muy dichosos. Janet, quien protegía con aguda perspicacia a su paciente, con
mucha diplomacia se mantenía lejos de ellos durante largos períodos, sintiendo que
ambos lo merecían. Ella no tenía idea de la causa del alejamiento de cinco años, pero
no le costó mucho trabajo adivinar que la señora Calvert había tenido que ver mucho
en eso. La alegría de Andrew Calvert por el regreso de su hija se expresaba con
claridad en su visible mejoría y en el mensaje que se leía en sus ojos; la barrera que
una vez hubo allí, ya no existía, y ninguno de los dos se refería a ella. La sangre
siempre fue y siempre sería más densa que el agua, por lo que muchos padres e hijos
estarían siempre agradecidos.
Junto con su mejoría, Andrew Calvert sintió deseos de reincorporarse a su
trabajo. "Lang ha resistido la carga durante suficiente tiempo", decía, aunque el cielo
sabe que Lang tenía la enorme energía y el suficiente vigor para vigilar que todos los
proyectos de Calvert, Frazer y Duncan se llevaran a cabo. Lang Frazer, el padre de
Natalie estaba orgulloso de decírselo a ella, era un verdadero arquitecto, que
combinaba su gran sentido de imaginación con el conocimiento de la más moderna
tecnología. Ambos, aunque no estaba bien que lo dijera, habían logrado su plena
realización, incluyendo al "joven Duncan", a quien Natalie debería conocer, pero
Lang tenía un estilo individual muy particular que podía reconocerse de inmediata.
Lang Frazer tenía un gran futuro y á Andrew Calvert le complacía pensar que él lo
había impulsado. Cuando otros arquitectos importantes se rezagaban, tal vez era
natural que un hombre joven pronto los opacara. Antes de su enfermedad, el trabajo
había estado fluyendo para todos ellos. Sin embargo, tenía que admitir que sólo Lang
poseía la fantástica energía para dirigir la compañía y supervisar la terminación de
los edificios de Andrew Calvert, así como de sus residencias particulares.
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Por esta razón Lang entraba y salía de Maccalla casi cada tercer día, pero nunca
a una misma hora; sólo cuando tenía tiempo disponible consultaba a su socio. Era
sorprendente, pero sus visitas parecían coincidir con la hora en que su prima no
estaba en casa y Natalie se mostraba muy agradecida. Los modales de Britt hacia ella
eran firmes, indiferentes y serenos, pero Natalie sentía, en presencia de su madrastra,
una especie de mecanismo de defensa debido a que antes había sido lastimada con
dureza y el dolor se había grabado en su cerebro como una advertencia permanente.
Durante las visitas de Lang, Natalie permanecía alejada. El tiempo era muy
valioso para él y ninguno de ellos deseaba fatigar a su padre en forma excesiva.
Además, tenía la impresión de que Lang Frazer trataba de esquivarla. "¡No había
tranquilidad con él!" Era demasiado hábil y tan diabólicamente seguro de sí mismo,
que su padre sonreía con gran placer aunque, por otro lado, deseaba pedirle que
fuera más despacio. En realidad, no existía una competencia que ganar aunque Lang
fuera una persona de casta y parte del placer de su vida era triunfar.
Con sorpresa, Natalie se encontró con él, aunque de hecho la había estado
buscando. Estaba muy sorprendida por su retadora e inesperada presencia en la
biblioteca, en donde ella colocaba un florero de bronce con unas preciosas rosas
amarillas. Se hirió la mano con el espinoso tallo. La suave expresión de dolor fue la
única razón para que él pudiera localizar su voz.
—¡Oh! —con ademán infantil acercó su punzante herida a su boca.
—¡Lo siento, Natalie! —murmuró sarcástico. Sus brillantes ojos azules estaban
fijos en ella—. ¿Fui yo quien provocó que te hirieras? —dio un paso hacia ella y
tomando su muñeca le inspeccionó la mano—. ¡Fue sólo un rasguño!
—¡Vaya! Me lastimé, pero no esperaba recibir tu compasión.
Un suave rubor cubría sus mejillas y su corazón comenzó su ya familiar carrera.
¿Por qué la hacía sentir como si tuviera que oponer toda su resistencia en su contra,
en especial ahora que le sonreía, con un molesto gesto burlón en sus ojos? Con brusco
ademán retiró la mano como si su solo contacto le quemara, lo que en cierto modo
ocurría.
—¿Has arreglado todos tus asuntos? —preguntó. Se esforzaba en evitar el ligero
contacto, encontrándolo demasiado difícil.
—¡Hmmm! —su lenta pronunciación resaltó el varonil tono de su voz.
—Papá está mejorando, ¿verdad?
—Todos tenemos que agradecértelo —sonrió, pero esta vez lo hizo con
sinceridad, haciendo a un lado el juego tonto del gato y el ratón. Puso su mano sobre
la mesa en forma terminante—. Ese arreglo floral ya está terminado, Natalie, de
cualquier manera pienso que estás muy nerviosa. Si cambias otra rosa un centímetro
hacia la derecha o hacia la izquierda todo se derrumbará.
Natalie movió la cabeza con tristeza.
—Nunca sé cómo actuar cuando tú estás cerca.
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—Me agrada que así sea —comentó Lang. Estaba a punto de perder la
paciencia, aunque en realidad no tenía mucha. Acercó un dedo a su barbilla y volvió
su rostro hacia él—. ¡Qué modales, Natalie! Pensé que eras una chica refinada y quise
hablar contigo. Drew me dijo que va a descansar alrededor de una hora y después
Janet le tiene preparado un programa de ejercicios, así es que tienes el resto del día
libre. Para mí —añadió en forma breve.
—¡Me dejas sin aliento! —dijo Natalie estremeciéndose.
Esto era verdad y ella lo atribuía tanto a su edad como a su dominante
masculinidad.
—¡Bueno, te he visto así antes, sin aliento!
Añadió con tono áspero, al mismo tiempo que sus ojos azules se encendían
sensualmente como siempre que sentía atracción por alguien.
—¿Debo entender que me vas a llamar a alguna parte? —preguntó ella con
torpeza.
Lamentaba que él quisiera ridiculizarla.
—¡Sí! —deslizó la mano dándole una palmadita en la mejilla, como si se tratara
de un animalito que hubiera aprendido una lección—. Te llevaré a Bellwood, uno de
nuestros nuevos proyectos de vivienda; no es nada extraordinario, ni ambicioso.
Diseñar casas originales es muy poco lucrativo en muchos aspectos. He encontrado
que tengo que reservar mis mejores ideas para personas muy exclusivas, con un
cierto estilo de vida. Puede ser una experiencia muy personal y costosa. Sin embargo,
este proyecto en particular es muy bueno en su tipo. Quiero que lo veas y también así
lo desea tu padre. Debo decir que estoy interesado en ti profesionalmente y fascinado
porque sé que estás desarrollando tus habilidades. Tu padre no parece saber mucho
acerca de tus capacidades, sobre las que yo te diría que no son insignificantes si no
pensara que esto podría hacerte volar demasiado.
Natalie le dirigió una mirada indiferente, después contestó con sinceridad:
—No he creído que mi padre esté lo bastante bien de salud para discutir ese
punto con mucha exactitud. Es casi como si él hubiese regresado después de haber
recorrido un largo camino, una especie de retiro de la vida. Considero que mi
presencia aquí ha sido suficiente por el momento.
—Sí —afirmó con una sonrisa, dirigiéndole una mirada de aprobación —debo
admitir que adornas la casa en más de una manera —y añadió, dirigiéndole una
mirada intencionada—: Si quieres cambiarte de ropa, te espero en el coche en…
digamos… ¿quince minutos? Veremos los proyectos que tenemos por los
alrededores, después tomaremos el almuerzo por el camino de regreso. Acabo de
escoger el lugar y tú te has mostrado bastante buena chica, pequeña…
—… lo cual hasta tú tienes que aceptarlo —interrumpió ella.
—¿Qué quieres decir con hasta, Natalie? —sus ojos la miraron en forma
dominante, y concluyó—: No soy tu adversario.
—Pensé que lo eras.
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llevarte entre las margaritas. Por fortuna soy un hombre preparado y tengo una cita
con nuestro constructor dentro de veinticinco minutos.
—¡Eso es lo que llamo un alto grado de formalidad! —dijo con admiración.
Recibió una dura mirada azul.
—¡Antes de que termine el día, buscarás protección, Natalie!
—Entonces tendré cuidado de no desperdiciar ni un solo instante.
Descendían por el pie de las colinas, Natalie se volvió para contemplar el
paisaje pues le encantaba y embrujaba. Significaba algo indescriptible para ella, como
una pintura o un fragmento musical o algún objeto que apreciara, aunque aún
podían lastimarle los viejos recuerdos. La campiña estaba muy tranquila con su
característico silencio, el soñoliento y moderado calor de verano, cada detalle le hacía
experimentar una sensación de maravillosa seguridad, como si hubiese encontrado el
lugar ideal para estar a solas.
—Amas todo esto, ¿verdad? —preguntó Lang de repente, rompiendo el
silencio.
—¡Claro que sí!
—Tal vez Maccalla tiene demasiada influencia en ti. ¿No te importará cuando
vuelvas a alejarte? Quiero decir, cuando te cases. Así es que será mejor que olvides
tus bellos propósitos de permanecer aquí.
—Creo que no podría soportarlo si no pudiera regresar de vez en cuando —dijo
con seriedad.
—Tendrás que realizar una ardua labor para encontrar un esposo que se adapte
a tan delirante fantasía.
—Ya te expliqué —dijo tratando de hablar con alegría—, que no quiero un
esposo. Encontraré otras cosas con que llenar mi tiempo.
—Sería absurdo que una casa fuera la causa de que hubiera un gran desacuerdo
entre nosotros. Es obvio, Natalie, que sientas una gran pasión por tu hogar.
—En efecto, es muy importante para mí —repuso.
Por primera vez se sentía aturdida.
—¡Eso es lo que pensé! —dijo brevemente, pareciendo que tampoco podría
detenerse—. Se tiene la esperanza de que encuentres aquí al compañero adecuado
que tolere tu inevitable dedicación.
—Estoy haciendo un gran esfuerzo para mantener buenas relaciones —señaló
ella con rapidez—, mientras que tú no has sido muy cortés conmigo desde que
llegué. Eres una persona a quien las mujeres han desilusionado.
—Aún estoy bajo tu hechizo, Natalie. —le sonrió, pero no había humor en sus
ojos. Fue un extraño momento de tensión y Natalie decidió resistirlo. Reclinó la
cabeza en el respaldo, cerró los ojos y dio un débil suspiro de pesar.
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única falla en todo esto es que la profesión ha sido revolucionada por completo.
Quiero acercar a Drew poco a poco a mis ideas.
—Bueno, estas casas parecen ser un ejemplo de lo que buscas —convino
Natalie.
—Eso espero —dijo encogiendo sus fuertes hombros—. Es evidente que son
diseños muy satisfactorios, bastante funcionales, que no han desperdiciado ni el más
mínimo espacio. Desde luego que son diseños diferentes, pero muestran un patrón
coherente.
—Tal vez aquella ha establecido el modelo para las demás —dijo Natalie,
señalando hacia el majestuoso edificio blanco.
—¡Puede ser! —aceptó indiferente—. Es un poco más personal, Natalie. Debe
haber sido muy difícil de vender. Frustrante, pero en general es así.
—¿Es tuya?
—Aquella fue espontánea —dijo asintiendo con la cabeza—. No la tomes como
prototipo de mi obra. No puede serlo. Si deseas ver una de las casas que realmente
significa algo importante para mí, te llevaré a la mansión de Magda Frank. Está en la
orilla del fraccionamiento, y muy próxima a ser terminada.
—¿Magda Frank, la concertista de piano?
—Sí. Regresará a casa ahora que se retire. Estará lista cuando llegue. Conocí
muy bien a Magda en Londres, lo que no quiere decir que ella no sepa con exactitud
lo que desea. Le he ofrecido esta residencia que tiene un gran valor.
—Sin duda, me encantaría verla.
Lang dio la vuelta hacia el lado de Natalie y la ayudó a salir del coche,
dirigiéndose hacia una de las casas que aún estaban sin terminar.
—Magda Frank es una mujer profesional —dijo Natalie sin poder evitarlo.
—Magda —señaló, mirándola—, es una brillante artista y uno siempre debe
hacer una excepción con los artistas. Asimismo, tiene dos fracasos matrimoniales
detrás de ella.
—¡No sabía eso! —respondió Natalie con ingenuidad—. Y he leído mucho
acerca de ella.
—Bueno, no publica el hecho en la cubierta de sus discos, pero es verdad. No
tienes edad suficiente para saberlo todo. Soy muy amable en decir esto.
—No eres tan bondadoso.
—No, no para ti. Harry Banks, el paisajista —dijo tomándola con fuerza del
brazo, como si quisiera evitar que se escapara—, ha estado trabajando con nosotros
desde el principio. Abajo habrá jardines y, como puedes ver, todas las calles
convergen en la parte posterior. Ha sido una gran satisfacción para nosotros saber
que todo el proyecto está despertando mucho interés en el medio. Pronto dejaremos
entrar al público, que es en realidad el más importante.
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declive del techo. Todo el espacio disponible había sido utilizado. Tenía todo lo que
uno podría desear, belleza y estilo, abundancia de luz solar y aire fresco, y, en un
futuro, se vislumbraría a través de los enormes ventanales el abrigo de un verde y
frondoso árbol.
En la mente, Natalie ya había decorado el piso y los muros, con mobiliario de
diferentes estilos y toda clase de ideas florecían para crear un ambiente acogedor.
Claro que habría que considerar un presupuesto y se preguntó cuál sería el tope para
esto. Adrián se pondría feliz si se le encomendara esa tarea.
Cruzó el patio y deslizó las puertas que conducían a la alcoba principal. Tenía el
mismo artesonado de madera, con detalles de dos por cuatro, que el techo de la sala
de recepción de la casa. De nuevo, enormes muros blancos; el baño, de magníficas
dimensiones, estaba decorado con bellísimos azulejos españoles de diseño arabesco.
Otras tres alcobas, más pequeñas, después otro baño para los miembros más jóvenes
de la familia, cubierto con los mismos preciosos azulejos en un azul Wedgwood y
papel tapiz blanco, pero con un diseño menos sofisticado. Hasta ahora todo había
estado muy lindo, pero había llegado el momento de ver la cocina y la sala de estar.
Caminaba con mucha determinación a través del patio, cuando Lang Frazer la
atajó, sus ojos azules llenos de vida brillaban, su oscuro cabello, a la luz del sol,
resplandecía con repentinos destellos cobrizos.
—¡Mi cabeza está llena de ideas!
—¡En verdad! —dijo él con voz suave e insinuante—. ¡Eso aumenta el placer!
—¡Alfombras, tapices, muebles! —continuó Natalie.
—Por supuesto, Natalie. Comprendo lo que quisiste decir. ¿Cómo decorarías un
lugar como éste? —preguntó negligente.
—Primero tengo que ordenar todas mis ideas. Existen muchas posibilidades en
la decoración, hay tal cantidad de recursos en diferentes estilos que podrían encajar
en el diseño, pero una vez establecido se experimentaría, de una manera imparcial y
con gran sinceridad, un enorme placer. Puedo intuir la norma de vida. Claro que
podría tener ciertas dificultades con una casa del tamaño de Maccalla.
—No estoy hablando de Maccalla, Natalie —dijo un poco fastidiado—, tienes
obsesión en eso. Después de todo, Maccalla fue construida con la idea de una
mansión para un hombre rico. No existen muchas de ellas en los alrededores.
Sus ojos azules parecían abrasarla y ella casi tuvo que escapar de ellos.
—¡Lo siento! Creo que te he molestado —dijo ella apenada.
—De ninguna manera. Si estoy molesto es conmigo mismo. Tengo pasión por
hacer las cosas por encima de todo, y contigo, Natalie, quisiera comenzar todo de
nuevo.
—¿Significa que no soy lo que quisieras que fuera? —bajó la cabeza consciente
de su relativa inmadurez.
—¡Eso es! —dijo él con determinación. Sus ojos azules brillaron al humedecerse,
deslizándose sobre ella—. Hablemos con sentido. ¿Te gustaría conseguir un trabajo?
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En breve, pondremos esta casa como muestra. Tengo que atraparte de alguna
manera.
—¡Me encantaría! —contestó un poco asustada y sorprendida, su rostro se
iluminó con la idea—. Estoy convencida de que las oportunidades no vuelven a
presentarse si uno titubea.
—¡De acuerdo! —asintió él con sequedad.
Recordaba tantas veces que había saltado de un lado a otro hasta ubicarse.
—Sería toda una proeza. ¡Una victoria! Un encargo del gran Lang Frazer. ¡Si
sólo pudiera llevarlo a cabo! —Natalie casi hablaba para sí, después se volvió y lo
miró—. Una cosa, ¿podré hacerlo a mi manera?
—Desde luego que me gustaría mantenerme informado, pero sí, puedes hacerlo
a tu manera, de acuerdo a la medida de tus posibilidades. Generalmente damos estos
trabajos a profesionales experimentados, pero contigo haré una excepción. Tengo fe
en tus capacidades.
Lo miró fijamente, como un gatito asustado; su negro y aterciopelado cabello
contrastaba con el tono de su piel, similar a la de una gardenia blanca.
—¿Estaré caminando entre nubes?
—Es muy probable —dijo con afabilidad—. En realidad tengo una
impresionante colección de nubes, pero deja que sea yo quien se preocupe por eso.
Dio una vuelta haciendo una violenta pirueta, sus cabellos caían como una
cascada, haciendo más seductor su atractivo y joven rostro.
—¡No puedo creerlo! ¡Es maravilloso! ¡Te aseguro que voy a lograrlo!
Contemporáneo en su totalidad, nada tradicional. La casa tiene su propio sello y yo
me adaptaré a él. ¡Traigan la comitiva!…
—Déjalo así, pequeña —dijo mostrándose un poco divertido—. Harry se
encargará de todo. Te aseguro que no nos dejará fuera a ninguno de los dos.
—¿Qué sucede con los presupuestos y otros aspectos?
—Primero anota todo. No espero que detalles cada pulgada de madera
empleada en los muebles, pero comunícame la idea básica. Supongo que te basas en
un plan de trabajo. Precipitarse con grandes ideas que no se llevan a cabo, conduce al
desastre.
—Eso significa que estás dispuesto a confiar en mí —dijo con dignidad.
—Por lo que respecta a la decoración, sí, Natalie de los ojos color humo.
Hubo una temblorosa y rara nota en su fuerte y vibrante voz que tuvo el
poderoso efecto de una caricia. La fuerza repentina de su acometida la sorprendió.
Echó hacia atrás su pequeña y equilibrada cabeza, sus grandes ojos resplandecían,
tratando de protegerse, extrañamente reservados.
—¿Por qué me miras de ese modo, Natalie? ¡Dios sabe que eres bastante
misteriosa!
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que sin duda no era la única mujer que ardía cuando Lang Frazer la tocaba. Justo en
ese momento se sentía incapaz de cambiar unas palabras con él. Era un extraño
estado de ánimo y no se atrevía a analizar la causa.
Por supuesto que él advirtió el cambio que se había operado en ella, tenía buen
conocimiento de las mujeres, pero en una forma inteligente no hizo ningún
comentario. Sólo le mostró el resto del desarrollo y Natalie estaba resuelta a no
permitirle que la distrajera en ningún sentido.
—¿Aún quieres comer conmigo? —preguntó él en forma seca, mientras
regresaban al coche.
El corazón de Natalie dio un pequeño e involuntario salto; respondió,
sintiéndose atormentada:
—¿Tal vez, en otra ocasión?
—¿No quieres acompañarme ahora? —le levantó la barbilla con sus largos
dedos, volviéndola hacia él, sus grandes ojos se oscurecían con una sensación
insatisfecha y conflictiva. Algo agudo había ocurrido entre ellos y ella aspiró
profundo, deseando abrazarlo.
—¡Vendrás conmigo! —resolvió decidido.
Después, Natalie deseó no haber ido, pues durante el resto del día tuvo peculiar
la intimidad de un sueño. Era una advertencia para ambos que cada uno intentaba
esconder pero ninguno de los dos tenía dificultad en advertir. Lang podría lastimarla
con mucha facilidad y eso lo había descubierto Natalie de una manera dolorosa,
siendo esto muy significativa. Si alguna vez él vio en la clara y brillante profundidad
de sus ojos que imploraba su ayuda en silencio, había sido muy torpe para
ofrecérsela; había algo en su conducta que, en una forma sutil, acrecentaba el
peligroso sentimiento que tenía de una amenazadora afinidad, aunque sus espíritus
poseían una extraña armonía en las cosas que les gustaban y en lo que hablaban,
como aquella noche en que discutieron de muy mal humor. Natalie decidió que
había sufrido una extraña experiencia aquella tarde, sintiéndose como si estuviera en
un trance hipnótico. Cuando al fin se quedó dormida, fue para soñar que se arrojaba
en forma precipitada del pináculo de una nube aborregada, a través del brillante
cielo azul, hasta los ansiosos brazos de Lang.
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Capítulo 4
Natalie durmió hasta muy tarde por la mañana y cuando bajó a desayunar se
aterró al encontrar a Britt sentada a la mesa, moviendo el té como autómata.
—¡Buenos días!
Aun para los oídos de Natalie sonó como una nerviosa oración. "Nada podría
convencerme de eso", pensó. La voz de Britt se afirmaba, sus palabras eran tan
heladas que parecían estrellarse contra el suelo.
—¡Oh! —Natalie se sirvió, asustada por el reflejo de su rostro en el espejo de la
vitrina; estaba muy pálida, lo que era más notorio por su oscura cortina de cabello—.
¿Ocurre algo?
Se alejó y tomó asiento, a una distancia respetuosa, en la cabecera de la mesa,
todavía resuelta a controlarse.
—Recibí una llamada telefónica de una amiga, Grace Copeley —anunció Britt
como si eso fuera suficiente explicación.
—No perdió tiempo —comentó Natalie.
—¡No! —debido a la brillante y dorada luz solar que se esparcía en el
desayunador, Britt mostraba un pavoroso y tormentoso aspecto—. Lo que
desconozco es cómo influiste en Lang para que te permitiera intentar tal cosa.
—¿Te refieres al proyecto habitacional? —Natalie preguntó esto con mucho
cuidado, encontrando el delicioso café tan amargo como hiel.
—No perdamos el tiempo —dijo Britt molesta—; estoy demasiado preocupada
de sólo pensar en ello. Grace está furiosa y dispuesta a descargar su ira por todo el
pueblo.
—No lo creo. Es verdad que estaba bastante furiosa, pero no creo que sea una
mujer vengativa —dijo Natalie con voz baja. Y añadió para sí: "Como tú, que eres
demasiado rencorosa".
—¡Que Lang haya sido tan tonto! No puedo creerlo. De hecho nada ha sido fácil
para mí en estos días. No contigo de nuevo en casa, dispuesta a atacarme en cuanto
tienes oportunidad. No es divertido para mí pasar a un segundo término, pero debo
someterme a este nuevo arreglo por el bien de tu padre —Britt miró hacia arriba un
instante y sus ojos ámbar parecían embrujados por el espectro de un completo
fracaso—. Nunca quise tener que volver a tomarte en consideración —dijo usando un
tono de voz del que Natalie habría querido guarecerse.
—Me preguntaba cuánto tiempo te tomaría decir eso —murmuró la joven casi
ausente. Comenzaba a temblar por dentro—. He estado en casa, ¿cuánto tiempo?
¿Seis semanas? Supongo que has estado contando cada instante.
El rostro de Britt esbozó una rara sonrisa.
—Sé y tú lo sabes también que nada se ha resuelto entre nosotras. Te culpo con
amargura por la pérdida de mi hijo.
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—¿Estás segura de que eres capaz de distinguir entre fantasía y realidad? Creo
que estabas embarazada de un niño fantasma, el nuevo heredero, y fue una forma
ideal e ignominiosa para desterrarme.
—¡Estaba embarazada! —afirmó Britt. Su rostro lucía tan malévolo, que Natalie
hubiera querido retroceder cuando se dio cuenta de que Britt no había cambiado en
nada. Después de todo, cinco años en el destierro no la habían hecho más fuerte.
—Si persistes en eso, Britt —dijo con voz baja—, harás que la vida sea
insoportable para todos nosotros.
—¡Me conformaría si pudiera hacértela imposible en mil formas diferentes!
—¿En realidad lo deseas? Eso va más allá de toda razón. Por favor, detente
antes de que esta escena llegue a ser desagradable e incivilizada.
La frágil risa de Britt tuvo el efecto de un choque eléctrico.
—¡Tú y tu civilización! —dijo en tono de burla—. Tu padre es igual, siempre el
caballero civilizado viviendo en el cómodo esplendor. Detesta las escenas; él clásico
aristócrata.
—Mientras que tú pareces gozar injuriándome.
Hubo un silencio aterrador, con el eco de la voz de Natalie resonando, Britt
exclamó horrorizada:
—¡Qué perversidad de tu parte hablarme de esa forma! Natalie podría haberse
reído de la ironía que encerraban sus palabras, pero estaba poseída por la misma
vieja sensación que Britt había causado en ella. La brillante y oscura cabeza de Britt
estaba inclinada hacia atrás, su amplia boca temblaba.
—Te estás buscando un colapso —observó Natalie.
—¡Has hecho un análisis muy astuto y notable!
—Pensé que estabas bajo los efectos del valium, pero creo que se trata de algo
más —dijo Natalie con calma—. ¡Tus ojos!
Durante un segundo la inexpresiva mirada de Britt resplandeció, en seguida se
desplomó. Era una mujer neurótica, una presa fácil para toda clase de fijaciones
peligrosas.
—¡Ahora Grace! —dijo cambiando de repente el tema y pareciendo segura de
nuevo—. Grace Copeley es una mujer hábil y ambiciosa y tiene un mensaje que
comunicarte. No existe nada que puedas enseñarle acerca de cualquier cosa. Tiene
algo que les falta a muchachitas como tú; es una profesional muy competente. Debe
inquietarte saber que posee una gran determinación, y puedo arriesgarme a decirte
que le interesa Lang. Ambas reconocemos que tienes un lindo rostro, aunque tu sola
presencia me crispa los nervios. Los rostros hermosos suelen despertar
apasionamientos repentinos, pero que también se marchitan muy pronto. Además de
ser un destacado arquitecto, Lang es un hombre como todos: se enamora
temporalmente, y esta… aberración lo comprueba. Si ahora eres una novedad para él,
pronto se aburrirá de tus grandes ojos, como lo ha hecho miles de veces en el pasado
y, para prevenirlo, me adelantaré a hablarle.
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Había tan celosa convicción en la clara y joven voz de Natalie que Britt bajó su
asustada mirada. Si la chica esperaba que su madrastra concluyera dando el último
latigazo, el largo discurso de Britt había terminado. La luz de la batalla se alejó de sus
enormes ojos dorados, se tomó la oscura cabeza con las manos y estalló en llanto,
dando repugnantes e histéricos sollozos que daban muestra de un peligroso
desequilibrio.
Fue Janet Hood quien oyó los roncos, ahogados sollozos y se dirigió con
rapidez al desayunador. Sus penetrantes ojos trataron de indagar lo que había
ocurrido. Natalie permanecía como un pequeño fantasma, su rostro estaba lívido.
—Discúlpame, pero no pude evitar oír. ¿Le ocurre algo a la señora?
Natalie volvió la cabeza, bastante indecisa; parecía muy joven y afligida de
haber provocado disgusto en Janet. Esta conocía bien el clima de la casa. Caminó
alrededor de la mesa, dirigiéndose a Britt.
—Señora Calvert, ¿puedo ayudarla?
Al oír su voz, Britt levantó la cabeza, la humedad de sus lágrimas habían
corrido en una forma grotesca el maquillaje de sus ojos.
—¡Por Dios, salga de aquí! —gritó—. ¡Cómo se atreve a irrumpir en esa forma!
¿Quién la llamó? No me escondo bajo ningún disfraz para usted, enfermera. Usted
no representa ninguna maldita cosa para mí en una u otra forma. ¡Salga! No recibirá
ninguna clase de agradecimiento de mi parte.
Janet se sintió rechazada, pero sus ojos no titubearon.
—Sería mejor que dejara de hacer esa clase de comentarios de inmediato —dijo
con tranquilidad.
—¿Por qué? —la retó Britt, su voz era horrible—. Debe de estar acostumbrada a
los conflictos familiares. Además es de lo más divertido que una simple enfermera le
diga a uno lo que debe hacer en su propio hogar.
—Una enfermera, sí, pero simple, no —replicó Janet con gran severidad, con
una mirada melancólica—. El señor Calvert bajará dentro de unos minutos y le
recuerdo que protejo su bienestar por encima de todo lo demás.
—¡Oh, disculpe mi enfado! —rugió sarcástica. Levantó su simétrica y alhajada
mano, en la que los diamantes brillaban despidiendo un precioso fulgor azul—.
Encuentro los ideales de su abnegada profesión demasiado aburridos.
Janet se mantenía alejada, observando con mucha claridad la oscura aura que
pulsaba alrededor de la cabeza de Britt, de un raro y oscuro color rojizo. Trató de
controlarse ante la mujer desencajada, pensando preocupada que la señora Calvert
seguía manifestando síntomas de una progresiva depresión. ¿Por qué tendría que
complicar las cosas sin necesidad, cuando su mayor preocupación al estar en la casa
de un enfermo era hacer las cosas con la mayor corrección? Desvió su atención hacia
Natalie. ¡Pobre criatura! Parecía un pálido espectro. Janet se inclinó hacia ella,
sentando a la chica en una silla.
—Siéntate, hija. Estás tan blanca como una hoja de papel.
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—¡Qué lindo, es toda una exhibición! —dijo Britt riendo con mordaz
sarcasmo—. La hija sumisa y la enfermera; una alianza formada contra mí, pero no
vencerán. Nunca confié en ti, enfermera, y esto no te concierne, así que no lo tomes
como el trabajo de tu vida. Saldrás de aquí antes de lo que te imaginas. Ahora,
permite que baje Drew y nos encuentre en una tranquila conversación.
—¡Eso no ocurrirá! —Janet giró en un impulso de tomar una acción decisiva;
había tal desprecio en sus ojos que en realidad se convirtió en una mujer más joven,
moviéndose con agilidad, como si temiera una represión física.
—¡Ya estoy bien, enfermera!
Britt dijo esto en forma vivaz, palideciendo, como si estuviera a punto de
desmayarse, y siguió hablando casi a gritos:
—¡Sólo eso faltaba! Se siente un ángel vengador, y yo siempre he tenido una
fantástica imaginación. Su oportuna intervención ha triunfado. Supongo que ha
pasado la vida espiando a otras personas a través del ojo de la cerradura. No, no se
acerque, no necesito sus servicios. Me repugna. Soy capaz de salir de aquí por mi
propio pie.
A pesar suyo, Janet temblaba de horror. En toda su carrera de enfermera nunca
había conocido a otra mujer como la señora Britt Calvert. Aparentemente era una
mujer fascinante, pero en realidad era demasiado vengativa, y de instintos egoístas y
malévolos. Cuanto más se vive, uno se da cuenta de que la vida tiene la costumbre de
pagarnos con nuestra propia moneda. Janet ignoraba lo que sería del futuro de Britt
Calvert, pero de lo que estaba segura era de que en Maccalla nunca más habría paz.
"¡Qué manera tan atroz de comenzar el día!" se dijo.
Afuera, a través del enorme ventanal, se veía la gran extensión del jardín, las
rosas florecían en medio de su follaje verde oscuro. Era increíble imaginar que en el
interior el clima prevaleciente fuer el odio y la hostilidad.
Natalie se acercó a su lado, y ambas miraron la ostentosa belleza del jardín de
verano.
—Siento lo que ocurrió, Janet. Te has dado cuenta del odio que mi madrastra
siente por mí. Es increíble —añadió—, pero en verdad está celosa de mí.
Janet permaneció un momento en silencio, tratando de disminuir la escueta
verdad.
—Sin duda se encuentra bajo una gran tensión. Es mejor que te mantengas
apartada de su camino.
—Pensé que ya estaba haciendo eso —dijo Natalie haciendo un gesto.
—¡Lo sé! El hecho es, querida, que aunque tu padre haya progresado de una
manera sorprendente, no me atrevería a contrariarlo, porque corremos el peligro de
que toda nuestra dura labor, todos nuestros sacrificios, habrían sido en vano.
—Nunca volveré a contrariarlo, Janet —dijo Natalie con fervor—. Nada me lo
impedirá —sus claros ojos grises tenían un doloroso fulgor—. Britt piensa que estoy
tras Maccalla.
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En una casa del tamaño de Maccalla, Natalie encontró que tendría que
refugiarse en la casa de campo de los Calvert, ubicada en el jardín, ya que
consideraba que era el único lugar seguro para protegerse y poner en orden sus
ideas. Necesitaba concentrarse totalmente en la realización de su trabajo e intuyó que
el mejor camino para lograr esto era evitar en forma tajante toda confrontación con
Britt. Era el exilio de nuevo, pero había una gran diferencia, ya que estaría muy
ocupada y absorta desempeñando algo que hacía muy bien, pues tenía habilidad
innata para resolver problemas de decoración.
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Cuando, por primera vez, le dijo a su padre acerca de su trabajo, fue casi
imposible para él continuar la conversación de una manera normal, pues le causó
una enorme sorpresa. Era como si le hubiese comentado que interpretaba a Giselle en
el Ballet Bolshoi, pero Lang la auxilió como ella nunca lo hubiera imaginado,
garantizando su capacidad y dando muestras de una gran confianza, ya que había
logrado la unión de su propio hogar. Después de eso, fue muy fácil continuar, ya que
su padre se sentía orgulloso e impaciente de que pudiera desarrollar con éxito su
carrera. Fue él quien sugirió "la vieja casa de campo", la cual hacía tiempo que había
sido transformada en una perfecta y encantadora casa de huéspedes. Asimismo, era
muy fresca en el verano, protegida por espléndidos y añejos árboles de sombra;
además ofrecía una mágica y serena vista de los cisnes deslizándose en el lago. Con
el feliz y entusiasta semblante de su padre y Lang sonriéndole con sardónica
indulgencia, Natalie se sentía como si estuviera en el cielo. Lo único que faltaba era
que lo que había imaginado se convirtiera en realidad.
Los días enteros transcurrían explorando escaparates y tiendas de decoración,
asegurándose del sitio y los detalles, ya que Natalie se cambiaría a la casa de campó
hasta que el plano maestro y el diseño completo hubieran sido entregados a su padre
y a Lang para su revisión. Se levantaba muy temprano y se acostaba muy tarde,
corrigiendo una y otra vez los detalles, hasta que sus planes, en el papel, parecían tan
completos como claros. Como requisito, los muebles y accesorios debían tener un
precio moderado, pero había una gran cantidad de muebles modernos que lucían
muy bien al reunirlos, y se encontró utilizando los innumerables artículos de esa
línea de muebles, los cubos y equipos, las diversas unidades multiusos para colocar
libros y otros objetos, equipo de sonido, así como el monstruoso y deslumbrante
televisor.
Al principio, comenzó imaginando a sus clientes, los eventuales propietarios de
la casa, y trató con ellos en su imaginación. A los matrimonios jóvenes, les daba una
orientación de estilo contemporáneo; dos jóvenes muchachos, una chica y un chico, le
permitieron decorar la habitación de cada uno. Sus clientes habían elaborado una
lista de sus necesidades, que incluía un plano maestro tentativo, añadiendo
comodidad, precio y un poco de excitación. Deseaba colocar un mueble de
extraordinaria calidad; para su gusto particular, una antigüedad, pero tendría que
consultarle a Lang acerca de esto. Al final apareció una decoración que poseía una
gran seguridad y elegancia. Fue extraordinario trabajar con los espacios amplios y
continuos que Lang había diseñado.
Fue en la construcción en donde por vez primera se encontró con Bruce
Duncan, quien se había mantenido dedicado a su trabajo como un chico con tarea.
Bruce era muy atractivo, tenía ojos y cabello castaños, era muy alto y aún un poco
desgarbado, y de mente muy ágil, ya que esa misma noche invitó a Natalie: "¡Al
teatro, a bailar, a cenar, tú escoges!" y a una fiesta para el siguiente sábado por la
noche.
Con su mente saturada de decoración, barnices para el suelo y tapices, Natalie
aceptó encantada su invitación. Bruce, como le informó con rapidez, la había seguido
en forma deliberada hasta la construcción desde Maccalla, en donde había hecho una
visita de cortesía a su padre, aprovechando el tiempo para intentar obtener una
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—Oh, querida, eso es. Tengo talento. Pero quiero ser fantástico y Lang es la
clave. ¡La forma en que ese hombre adapta los diseños a sus alrededores! Muchos
arquitectos están endiabladamente celosos de él. Él no despierta indiferencia; no me
digas que "no lo has notado".
—Sé que le causó a Grace Copeley un disgusto al ponerme en su lugar.
—¡Ah, Grace! —dijo Bruce con un raro tono de voz—. En realidad no puedo
decir que Grace me moleste. Le gusta dar opiniones, y dime si una mujer a quien le
guste dar consejos no es la peor compañía. Es probable que a ti te tome un poco de
tiempo volverte loca por alguien, pero no a Grace. Está enloquecida por Lang y no es
ningún secreto; me atrevo a decirlo porque ella se lo dice a todo el mundo. De
cualquier forma las mujeres inteligentes no son mi tipo.
—¿Por qué opinas eso? —preguntó con sequedad—. ¡Estos hombres y sus
ideas!
—Porque; mi querida jovencita, y no frunzas esa preciosa y ardiente boca,
tienen un defecto mortal, han perdido todo atractivo. Grace es una mujer muy
atractiva. Es una mujer que viste muy bien y tiene un gran estilo, pero es demasiado
profesional. Podría llegar muy lejos sin esforzarse tanto. Las mujeres de empresa
destruyen su atractivo femenino. Me agrada divertirme, como ahora.
—¿De veras?
—Sí. Solía pensar que una rubia con un vestido negro era lo más incitante, pero
ahora no estoy seguro del todo. Tienes una tez encantadora.
—Gracias, Bruce —Natalie miró hacia sus intrigantes ojos castaños—. Creo que
te has puesto de acuerdo con alguien. Hay más invitados a la fiesta. No te vuelvas.
Son Grace Copeley y Lang.
Sobre los hombros del muy bien cortado traje de Bruce, Natalie encontró la
fuerte y helada mirada azul. Había muchos hombres atractivos a su alrededor. Ella
estaba cenando con uno, pero Lang parecía tener una posición envidiable entre todos
ellos. Era como s no pudiera disimular su propio poder, o como si en realidad no
estuviera enterado de ello.
"El gran conquistador", pensó, sonriéndole con un elegante y misterioso
movimiento de la boca.
—¡No hagas eso! —dijo Bruce en forma tan repentina que ella casi brincó.
—¿Qué?
—No mires a Lang de esa forma. Recuerda que estás conmigo.
—Y prefiero estar aquí que allá —dijo con sinceridad.
Grace Copeley siguió la dirección de la mirada de Lang. Hizo un pequeño
saludo con los dedos y ellos debieron quedar satisfechos con eso. Lang les tendió la
mano y Bruce se levantó y saludó, recibiendo una amable y blanca sonrisa. En
seguida el jefe de los camareros se dirigió al grupo y Natalie volvió toda su atención
hacia Bruce.
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—Se necesita mucho más que un hermoso vestido para hacer bella a una mujer.
Sin duda es encantadora y sabe que todo el mundo… está loco por ella.—¡Ssh! —
murmuró Natalie, temiendo que lo pudieran oír.
—¡No me calles, preciosa!
—Se aproximan, quiero decir nuestro camarero.
El jefe de meseros les hizo una seña; después, avanzando despacio hacia la
mesa acomodó sillas extras y retiró con cuidado las que la pareja que se acercaba en
ese momento ocuparían, siendo recompensado con una sonrisa además de una
generosa propina.
Natalie principió admirando el vestido. En realidad había algo en el atractivo
conjunto de Grace, cuya excesiva delgadez hacía que su cuello se viera sensacional.
Era obvio que el modelo de su vestido era demasiado sofisticado, en un bello satín
oro. Con él, Grace usaba un collar largo de lo que parecían ser, por su extraordinario
y tenue brillo, perlas auténticas. Una chaqueta persa de oro brillante, adornada con
pequeñísimas perlas, complementaba el atuendo. Natalie dejó vagar su mirada. Un
paso atrás de Grace, Lang llamaba la atención ya que su indumentaria era muy
llamativa y él caminaba elegante, poderoso, un poco satírico. Juntos se veían muy
atractivos, haciendo que hasta los más indiferentes se volvieran a mirarlos.
Cuando por fin llegaron a la mesa, Lang, hizo una reverencia con mucha
elegancia.
—¿Nos permiten acompañarles? —preguntó—. Y no traten de detenernos.
—¡Buenas noches! —Grace saludó de manera cordial, había en su mirada algo
de malicia. La oscura y bien formada cabeza de Lang estaba cerca de su rubio cabello
cuando le acomodó la silla y arregló su hermosa chaqueta sobre el respaldo del
asiento.
—¡Escucha, Grace! —dijo Bruce galante—, ¡luces estupenda esta noche! Las
perlas, ¿son auténticas, querida?
—¿Tú qué crees? —replicó Grace, sin pestañear, revisando con gran atención el
atractivo y sedoso cabello negro de Natalie—. ¿Cómo está, señorita Calvert?
—Dígame Natalie, por favor —dijo la chica sonriendo—. ¡No seamos enemigas
en público!
—¡Chicas! —exclamó Lang mirando a una y otra, dirigiendo un gesto de
protesta a Natalie. Lang la miró de una manera que pudo parecer cruel, pero Natalie
no estaba segura. Hasta entonces él apenas la había mirado.
—¡Hablen! —dijo Grace alegremente—. Hablen, hablen, hablen. Que haya una
charla animada.
—¿Escuchaste eso, Bruce? —preguntó Lang mirando a su joven colega—.
Tenías organizada tu velada, Natalie, ¿serías tan amable de permitirme que baile
contigo? ¡No más charla por hoy, o mi mente estallará!
—Dime, Grace —dijo Bruce, dando un paso largo hacia ella—, ¿qué hay de
nuevo en la compañía Copeley? He oído que te va muy bien con las cortinas.
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Grace se veía molesta. Parecía que un minuto más en la pista de baile la hubiera
orillado a hacer una escena de celos. Su mano sostenía el hermoso collar de perlas
que pendía con soltura alrededor de su cuello. Todos los años transcurridos
comportándose como una distinguida y sofisticada dama, al parecer no contaban
para nada. En seguida la aterciopelada voz de Lang murmuraba que era hora de
regresar a casa. Horas más tarde, en un ensueño adormecedor antes de dormir,
Natalie se tocó la muñeca donde su boca se había posado. Sentía una agradable y
extraña sensación en todo su ser. ¡Había ido demasiado lejos!
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Capítulo 5
En el Año Nuevo, Maccalla dio la bienvenida a la invasión británica
representada por Richard, el primo hermano de Andrew Calvert, acompañado de su
esposa, Louise, y sus cuatro hijos: Mark, Matthew, Sarah y John. Fue el joven John,
con su destrozado sistema nervioso, así como el empeoramiento de una fuerte
afección bronquial, quien no sólo había hecho el viaje aconsejable, sino apremiante.
Pasar el invierno en casa no era posible y ambos primos, quienes se escribían con
frecuencia, decidieron que la mejor solución sería unir a las dos familias bajo el
brillante y seco sol australiano.
Sus primos ingleses necesitaban poca incitación. Apartados por más de veinte
mil kilómetros, aún estaban muy unidos. En realidad había sido Louise, con la
completa aprobación y estímulo de su esposo, quien le había escrito a Natalie
durante los primeros días del alejamiento, ofreciéndole que fuera a compartir su
hogar con ellos. Aunque un poco reacios, pues no les agradaba mucho interferir en
esta difícil y en apariencia inexplicable situación, ya que ellos no conocían a Britt, el
pensamiento de Natalie, sola con su abuela Lady Sabien, ahora muerta, afligieron a
esta rama inglesa de la familia durante algunos años, aunque recibían la constante
correspondencia de Natalie. Ella había permanecido en sus corazones y mentes
desde que la vieron por primera vez cuando era un poco mayor que su Jo-Jo. En los
trágicos días siguientes a la muerte de Nadia, Drew Calvert había llevado a su hija al
extranjero con el objeto de distraer su joven mente que se desesperaba con facilidad.
La casa de Richard Calvert, en Surrey, había sido su base durante un extenso
recorrido por la Gran Bretaña y el continente europeo. Por lo tanto ninguno de ellos
le era desconocido. Richard y Louise en dos ocasiones habían ido a Australia en los
días en que Nadia aún vivía, por lo que sólo era el primer viaje para Sarah y Jo-Jo,
quienes estaban muy emocionados, "fuera de sí".
La visita de la familia causó una gran alegría a Natalie y a su padre, y cayó
como una bendición del cielo. Todos ellos tenían un enorme sentimiento familiar,
acrecentado por personalidades y temperamentos compatibles. Hasta Britt resucitó
para la ocasión, viéndola como un reto, no estando demasiado distante para no
poder desenterrar los afables modales del pasado, por lo que rió de todas las
continuas y sardónicas bromas y ocurrencias de Richard y se lució con una
abundante y excelente cena.
El parecido de Richard con su primo y por consiguiente con Natalie y el de
Natalie con sus dos primos menores era el tema de conversación. Los dos chicos
mayores eran la viva imagen de su madre. Todos los jóvenes Calvert reaccionaban
encantados encontrando el lado bueno de las cosas, pasando la mayor parte del
tiempo visitando puntos de interés y haciendo excursiones por la hermosa piscina de
Maccalla, con abundancia de áreas adyacentes para tomar el sol situadas en el rincón
de la residencia. Nunca, excepto cuando había fiestas, las instalaciones para asar
carne habían sido utilizadas. Con la ayuda de sus dos hermanos mayores,
empeñados en enseñarle a nadar, Jo-Jo empezaba a mostrar los visibles beneficios
que el sol y la admirable terapia causaban en su organismo.
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—¡Detente! —ordenó Lang. Sus ojos azules despedían fuego—. Parece que algo
te molesta, Britt, así que será mejor que empieces desde el principio.
—¿Te agradaría que la noticia llegara a oídos de Drew? —preguntó retándolo—
. ¡Esto podría matarlo!
—Hasta donde estoy enterado —dijo con tono de advertencia—, no hay
ninguna noticia.
—¡Según la hija de Drew, proyectas dirigir un conglomerado de corporaciones
y quieres que Drew quede fuera!
—Natalie nunca dijo eso —interrumpió Lang.
Estaba impávido, de espaldas a la brillante lluvia de luces.
—¿Estoy mintiendo?
Britt rió en forma muy peculiar.
—No estoy muy seguro de lo que pretendes, Britt, ni por qué lo haces.
—¡Trato de ayudarte Lang! ¡Y también a mi esposo!
—¡Oh!, tu esposo. De un tiempo a esta parte, pensé que lo habías olvidado.
—Así que, ¿también te contó eso?
—¡Insistes! —dijo severo—. Tú iniciaste esto.
Estaba tan tenso que sus ojos parecían relámpagos, luciendo de un tono azul
muy intenso.
—Es difícil encontrar personas con tan peligrosa fijación, Britt. Si lo haces para
difamar a Natalie, tu historia no tiene un fundamento.
Los nervios de Britt estaban demasiado alterados para tolerar esta ofensiva
discusión, alejada de toda lealtad. Lang había sido su confidente durante mucho
tiempo, y ahora se ponía en su contra en cuestión de segundos, con sus brillantes ojos
mirándola con desprecio. Había una dura arrogancia en él que la hacía recordar a su
abuelo, a quien toda la familia llamaba a sus espaldas "Jack el Terrible". Lang pudo
sentir la espantosa violencia que había en ella, al volverse hacia él como una tigresa.
—¡Pareces ignorar la terrible posibilidad de que ella le cuenta a Drew tus
planes!
—¡Si cualquier historia llega a oídos de Drew —dijo él brevemente—, tú serás la
responsable! ¡Britt, ten cuidado! No soy Drew, un caballero de principio a fin,
incapaz de contradecir a una dama. Hay en mí algo más que un simple toque dé la
antigua crueldad de los Frazer, aunque tú pareces haber heredado la parte del león.
Creo que contabas con el hecho de que te creería a toda costa. Por alguna razón,
Natalie desata las fuerzas destructivas en tu naturaleza. Tus celos son casi
psicopáticos y ahora estoy seguro de ello. Y te advierto que me estás haciendo dudar
de todas tus antiguas confidencias. Me has dejado muy poco a la imaginación y
podría haberte creído siempre si no hubiera conocido a Natalie. No importa cuáles
hayan sido sus faltas, pero te puedo asegurar que, al menos, no es vengativa. Es una
pasión tan ajena a su naturaleza como lo es innata en ti. Todo esto lo he estado
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pensando largamente. Verás, al principio discutí mucho acerca de todo esto con
Natalie, culpándola injustamente. Siempre trataba de buscar algún motivo para
dudar de ella, pero ese es un defecto en mí. Nunca en realidad me habían interesado
las mujeres.
—¡Oh, eso está muy bien! —Britt rió con bastante crueldad.
—Si lo que quieres decir es que podría haber tenido muchas mujeres de donde
escoger en este mismo salón, esto no es lo mismo.
—¡No estoy preparada para tus intempestivas reacciones! —explotó Britt. Su
rostro se ruborizó con ofuscación y añadió furiosa—. Tengo que hablar contigo esta
noche, por tu propio interés.
—¡Hazlo ahora, Britt!, ya que desempeñas el papel de una mujer obstinada por
la perfección. Ahora me doy cuenta de que tus sentimientos hacia Natalie superan
toda antipatía normal. Supongo que podemos estar de acuerdo en el hecho de que la
odias y te aferrarás a cualquier cosa para injuriarla o difamarla. De alguna manera,
escogiste esta historia. Tienes una forma muy hábil para averiguar las cosas y
muchísimo tiempo libre para reunir información.
Los ojos de Britt ardían y parpadeaban como los de un leopardo. Sus celos se
derramaron en un repugnante diluvio.
—¡Ve con ella, —dijo mostrando los dientes, sus ojos parecían ansiosos—, y al
diablo con ambos!
—¡Gracias! —sus ojos azules se estrecharon fijándose con mucha frialdad en su
rostro—. Sabes Britt, al hablar de estas cosas, en especial ahora, muestras una
definitiva falta de estilo y eso es lo que a ellos les sobra, el estilo Calvert. ¡No puedes
negarlo!
Britt parecía desmoronarse por dentro.
—¡Es increíble! —dijo secamente—. ¡Volverme la espalda en esa forma!
—Bueno, en realidad nunca te simpaticé, Britt —dijo amable—, pero ignoraba
que llevaras tanto veneno dentro de ti. Ninguno de nosotros somos libres de caminar
nuestro propio camino. Tiene que haber unas cuantas reglas que debemos soportar
para evitar la autodestrucción.
Todo el cuerpo de Britt se estremecía y sus ojos ámbar destellaban con
asombrosa malicia.
—¡Eres inhumano, y todo por esa traidora muchacha! Cuando sepas la verdad
acerca de esto, será demasiado tarde.
Eso pareció divertirlo y su rostro varonil se mostraba duro e insolente.
—Perdóname, querida, si no considero la pérdida de tu amistad un desastre.
Britt hizo hacia atrás su oscura cabellera, la que le había tomado al estilista tres
horas arreglar. Su garganta murmuraba, sin lograr emitir ningún sonido. Lang le
dirigió una breve sonrisa, tan peligrosa como una descarga de rayos. Parecía, él lo
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angustia que había una inexplicable tensión en él. Después, al ver a Grace en el fondo
del salón, comentó—. Es muy atractiva. Dime, ¿es cierto lo que todo el mundo
comenta esta noche, que Grace y tú anunciarán su matrimonio?
—Una noticia de ese tipo debería darse con mayor exactitud y no quiero ser
irrespetuoso con Grace. Es sólo que a Grace le gusta dirigir y yo sigo mi propio
camino. No se necesita tener conocimientos muy profundos de psicología para
afirmar que no funcionaría. Además, hay algo muy planeado y torvo en todo esto.
Nunca he dicho en ningún momento de mi vida que me fuera a casar con alguien.
—Eso es demasiado radical, ¿no crees? —repuso la chica esperanzada.
—Tal vez nunca había sabido lo que en realidad quería, hasta ahora. En este
momento sólo deseo cortejarte, así es que si tienes miedo será mejor que te marches.
El extraño impulso de decirle que lo amaba se extinguió en ella. Él podría reír y
decir que no sabía lo que era el amor. Sus ojos tenían el mismo tono azul intenso del
zafiro que lucía en su mano y su burbujeante alegría de pronto se ensombreció. La
pasión que había en ella era de cuerpo y alma y sabía que no tendría la fuerza o la
determinación para pelear por él. Sentía una necesidad vital de permanecer en sus
brazos, bailando fascinada, como si fuera un sueño.
—¿En qué piensas?
—Pienso que ejerces alguna especie de magia negra en mí —admitió.
—¿Por qué negra? —preguntó, retirándola, buscando en su rostro con gran
interés—. A mí me parece exquisito.
Su mano se movió con suavidad y, tocando su mejilla, se burló de ella.
—Me estás hipnotizando —susurró ella.
—¿Por qué, porque quiero que me mires?
—Algo me sucede ya que no puedo mirar hacia otro lado.
—La verdad es, Natalie, que no quieres hacerlo y yo también dependo de ti.
¡Eso es así, el amor sin ser buscado es algo ineludible!
Sintiendo su mano en la desnuda piel de su espalda, luchaba con desesperación.
Él la sujetaba con firmeza.
—Natalie.
Hubo una débil interrupción en su voz. Las puertas francesas estaban abiertas,
las cortinas se movían, el jardín tenía el denso aroma de las rosas, que caía como
incienso alrededor de ellos. Lang la levantó tan fácilmente como si fuese una niña,
sus pasos hacían un ruido sordo sobre el aterciopelado césped, dirigiéndose hacia las
infinitas y frondosas cavernas de los árboles.
Estaban solos en el silencioso mundo de los sentidos y él la puso en el suelo,
manteniendo un brazo alrededor de su talle, volviéndola hacia él intempestivamente.
—¡No sé si esto tenga sentido, o si sólo tú tengas sentido en esto! Las hojas
temblaban y su fresco y fragante aroma se esparcía en la brisa nocturna. La luna
resplandecía en sus ojos como trémula luz de plata, iluminando la suave y a perlada
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piel. Lang la acercó hacia él con dulce pero dominante violencia que era una muestra
de amor. Sus labios tocaron su cuello, luego su boca, reclamando una escondida
respuesta que fue indescriptiblemente romántica, llena de un nostálgico abandono.
No había un solo rincón de su mente que pudiera distraerse ni él lo hubiera
permitido.
En sus brazos, ella le dijo lo indecible, lo imposible… lo amaba. Amaba todo lo
de él, todo su magnetismo, pero era insondable, perdido en elevados crescendo,
como un obsesivo sueño del cual no quería despertar nunca.
—¡Sólo deseo seguir besándote, sin parar nunca!
Lang le levantó la cabeza como si no tuviera fe en su propio sentido de control
mientras la luna se reflejaba de nuevo en su rostro, iluminándolo con mucha
intensidad.
—Ansiaba esto, Natalie, desde la primera vez que puse mis ojos en ti, cuando la
brisa agitaba tus cabellos y la seda de tu vestido. Desde entonces supe que me
trasladaba hacia una nueva dimensión. En todo caso había renunciado a mis viejas
ideas o mi visión era más aguda. ¿Qué sucede? ¡No me lo dirás!
Natalie trató de hablar, pero no pudo articular ni una sola palabra. Estaba
perdida en algún mundo incomprensible, en donde su cuerpo y alma le pertenecían.
La mano de Lang tocó su rostro y ella pensó:
"No dirás que me amas. Tal vez nunca lo harás; sin embargo, a mí me parece
que siempre te he conocido y amado, sin restricciones. ¡Qué gran diferencia hay entre
nosotros!"
No obstante, cuando él tomó de nuevo su enigmático y joven rostro, no se
resistió sino que cedió por completo., ya que esa era la forma en que él acostumbraba
comportarse con ella. Su orgullo se doblegaba, ya que su acariciante boca
transformaba su corazón una y otra vez. La razón le decía que debía detenerse, mas
ella se sentía impotente para interrumpir aquella deliciosa sensación.
Lang retiró su boca de la de ella en forma tan repentina que ella podría haber
gritado por la pena; sin embargo, sus manos, cuando él las estrechó, estaban
apacibles.
—Natalie, rostro de camelia, me has sorprendido por completo. Escoge,
¿regresamos a la casa o escapamos? —dijo apasionado.
—¿A dónde?
—¡Oh, a alguna parte! ¡Nunca permitiré que te alejes de mi vida!
La miraba con mucha atención, tomando entre los dedos su oscuro cabello. De
pronto, una voz de mujer sacudió el ambiente.
—¿Qué significa esto?
Grace Copeley se acercaba con rapidez hacia ellos. El tono de su voz era de
evidente y amargo sarcasmo.
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—Nada que queramos ocultar, Gracie —respondió Lang con cortesía—. ¡No me
importa si el mundo entero nos mira!
La mujer se llevó una mano al cuello, y dijo malévola:
—Por cierto, querida, te habrás dado cuenta que el éxito dé Lang se debe a
todos estos… rendezvous bajo las estrellas.
—¡Debes recordar, Gracie, que nunca hemos tenido uno!
—¡Oh, por favor! —Natalie pudo percibir el dolor y turbación de aquella
mujer—. ¡Sólo salí a tomar un poco de aire fresco! —pudo murmurar.
—¡Y en vez de eso parece que te encontraste con una escena amorosa!
—Interprétalo como quieras, Gracie —dijo Lang, haciendo la cabeza hacia atrás,
categórico, mostrando su varonil arrogancia.
—¡Eres un cruel demonio, Lang! —se quejó Grace desolada. Estaba a punto de
estallar en sollozos.
—Con el permiso de ustedes yo me retiro —dijo Natalie, apenada al pensar en
tal exhibición.
—En ese caso, tendrás que irte sola, —Grace volvió a utilizar su acostumbrada
actitud dominante—. Lang, quiero que tú permanezcas aquí, tenemos que hablar.
—¿Te sorprende, Gracie, que se haya roto tu compromiso matrimonial? —
preguntó él con tono amable—. A los hombres no nos agradan todas esas excesivas
exigencias.
—¡Ella no es mujer para ti! —dijo Grace, impetuosa y con malos modales—.
¿Por qué? Es poco más que una niña y tú eres mucho mayor que ella. ¡Oh, es muy
hábil! He estado conversando con Bart Hayes…
—¡Detente! —le ordenó imperativo—. ¿También Britt?
—¿Britt? —preguntó de manera vaga. Se mostró algo sorprendida como si
hubiera mencionado un pensamiento insubstancial—. Sí, por supuesto, Britt, como
suele suceder. Britt arregló todo. Quiero decir, conoce a Nancy Hayes desde hace
muchos años. De cualquier forma, ¿a qué viene esto?
—¿De qué estabas hablando? —insistió él, sugiriendo de un modo vago que
trataba de organizar ciertas acusaciones graves.
—De nada. De nada en absoluto. Quiero decir, no pude dominarme y decir que
esto es sensacional, que lo es. Pero eso no me habría hecho ganar la apreciación de
Britt. Detesta a esa chica, ¿no lo sabías?
—¡Por supuesto, que lo sabía!
—Bueno, no me importa decirte, que estoy segura que esto terminará mal;
fracasarán. No puedo pensar cómo imaginas que semejante relación tenga éxito.
—¡Así es el destino! —dijo Lang un poco divertido—. ¡El curso del destino!
¿Qué satisfacción puede aportarme una carrera sin tener a mi lado a la más hermosa
mujer de Adelaide?
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Mucho después de que todos se habían ido a su casa, sin dejar una sola caja de
champaña sin abrir, Britt dio su acostumbrado paseo por su alcoba, lo que la
sobreexcitaba. Toda la radiante noche se había estropeado para ella; su forma de vida
estaba amenazada. Nadie, ni siquiera Lang, podía compadecerla. Él se había puesto
del lado enemigo… era inconcebible, pero allí estaba, una amarguísima píldora.
Nunca había experimentado tan terrible sensación de soledad. De ahora en adelante
sólo habría disputas todo el tiempo. Se detuvo ante su mesita de noche, tomando un
cigarrillo de la caja de marfil que había sobre ella. Lo encendió, acercándolo a sus
labios, tosió y empezó a reír, todo en unas cuantas erupciones de histeria. Mientras
reía, atraía más humo hacia sus pulmones. La puerta contigua a la serie de
habitaciones de su esposo se abrió y Andrew entró, cojeando bastante.
—¿Qué ocurre, Britt? No pude evitar escuchar.
—Nada. Dame un poco de agua. Por favor, —añadió.
Las fosas de su nariz muy abiertas, su rostro agrio y cauteloso.
Drew se dirigió al baño decorado con lujosos espejos blanco y oro, en donde
encontró un vaso, que llenó con rapidez. Cuando regresó, Britt había recuperado el
aliento y, en forma parcial, el control de sí misma. Se hallaba hundida en un sillón
tapizado en seda de damasco, muy pálida ahora que el acceso de tos había pasado,
sin maquillaje, más vieja, más triste, aun más trágica. Recibió el vaso de su mano,
sorbió como si su contenido tuviera estricnina, luego le devolvió el vaso haciendo un
gesto para que él volviera a colocarlo en su sitio.
—No te divertiste esta noche, ¿verdad? —preguntó Drew. Se hizo hacia atrás,
sentándose con lentitud en la cama que una vez habían compartido.
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manera en que Britt se conducía. Sacudió su cabeza con energía, la sangre se agolpó
en su cerebro y su corazón latía con precipitación haciendo un lento y penoso sonido.
—Ahora esto, querida, ¡no lo concibo! El instinto y la experiencia me dicen que
eso no puede ser cierto.
—Está bien, no me creas —dijo—. No es la Biblia. Sin embargo, según Nancy
Hayes, Lang emplea mucho tiempo soñando dirigir una enorme corporación.
—Britt, querida —dijo un poco cansado—, de nuevo estás en tus dominios,
causando problemas. Es deprimente y estropeará tu espíritu. Lang mencionó algo de
eso alguna vez, hace alrededor de un año, pero fue algo momentáneo. Entonces
estábamos demasiado ocupados para discutirlo, pero Lang siendo Lang, sabía que lo
haría de nuevo. Lang es mucho más hombre de negocios que yo, pero está contento
trabajando conmigo, así como yo lo estoy con él. Tenemos la más prestigiosa
compañía de la ciudad.
Britt evitó su mirada y cruzó los brazos como si se estuviera congelando.
—¡Lang es ambicioso como tú nunca lo has sido!
—¡Eso es cierto! —observó con calma—. Pero Lang es un hombre íntegro. Lo sé
y lo sabes, así es que ¿por qué insistes en tratar de engañarme? La verdad se sabrá,
Britt, no importa cuánto tiempo tome y Dios sabe que tiene que haber un tiempo para
arrepentirse. Tú ya no puedes conmoverme como puede hacerlo Natalie. Ella
siempre lo ha hecho. ¿Has tramado ahora otra historia acerca de ella?
—Ninguna historia. Es una desagradable realidad —dijo Britt con incurable
veneno y patológica confianza en sí misma—. Lang, tampoco me creyó, pero lo hará.
El semblante de Drew Calvert mostraba el mayor alivio. Se veía casi radiante.
—¡Me alegro por Lang! No me había dado cuenta de todo lo que sabía. ¡Eres
muy cobarde, Britt, y a ningún cobarde le gusta el castigo! Creo que Lang ama a mi
hija; eso me hace feliz y me proporciona gran satisfacción.
Britt movió la cabeza hacia adelante, había ira en su corazón. Había ido más allá
de toda reclamación, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, inquietando a un
hombre que estaba mucho más grave de lo que ella suponía.
—Es el momento de que tome los asuntos en mis manos —dijo con absoluta
insensibilidad—. Natalie y Lang no se casarán. ¡Nunca lo permitiré!
El rostro de su esposo se reflejó una expresión de doloroso desprecio, mezclado
con lástima.
—Piensa en esto, Britt. Todos cosechamos lo que sembramos, y para ti los
futuros podrían ser muy amargos. Te digo esto por tu propio bien. No me atrevo a
ser indulgente contigo como lo fui en el pasado. Dudo tener la fuerza para soportar
ver cómo te destruyes. Lo digo de veras, Britt. Infórmate con alguien, confiésate.
Janet conoce a un buen hombre.
—¿Janet, esa mujer? —dijo insolente.
—Desprecias a toda la gente, Britt, ese es tu enorme problema.
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Capítulo 6
Para Natalie siguió un período de terrible oscuridad. No era posible que su
padre hubiera muerto. En realidad no podía aceptarlo, aunque Richard y Louise
fueron capaces de disminuir en su joven sobrina el insoportable dolor. Cuando
pasaron más semanas, Richard y los dos chicos mayores tuvieron, por necesidad, que
regresar a Inglaterra, pero habían decidido que Louise y los dos menores
permanecerían en Maccalla durante un período indefinido. Era inconcebible dejar
sola a Natalie, ya que no estaba en disposición, ni era conveniente que viajara.
Durante esos días no se preocupaba por nada. El mundo le hubiera podido caer
encima. Los días transcurrían en llegadas y salidas. Anhelaba que llegara la noche
sólo para dormir sumida en el inconsciente. Todo su mundo era gris, sin color ni
sonido, cada palabra que escuchaba era como una neblina impenetrable. Después, de
una manera gradual, por períodos más y más largos, el dolor se fue calmando y en su
interior fue tranquilizándose y adormeciéndose. Había amado Maccalla, su hogar,
con gran pasión. Ahora no sentía nada. Sólo era otra preciosa residencia que había
pertenecido a otra etapa de su vida. A los años que habían transcurrido hacía mucho.
Al pasado.
Louise señaló en la forma más dulce y cariñosa que pudo, que la vida tenía que
seguir, pero para Natalie no era más que un triste carrusel; en su interior estaba
totalmente vacía, flotando alrededor de un terrible hueco. Louise veía y entendía su
aturdimiento y dolor y debido a ello se encargó del manejo de la casa, lo que Natalie
permitió muy agradecida.
Natalie evitaba a Lang como si fuera una plaga y todos lo sabían. Lang era
cruel, dominante, con ojos exploradores y demasiado inteligentes. Era muy
incómodo discutir y siempre estar en guardia. Había sido Lang quien le había
avisado de la muerte de su padre.
Estaba en sus brazos, después se había desplomado, pero, en forma extraña,
ahora entre Lang y Natalie había nacido una especie de rechazo sobrenatural,
enajenante, que Natalie había conocido con su padre. No tenía nada que decirle a
Lang. Tenía que eliminarlo de su mundo y podría ser tan cruel como él era. Podría
herirla y excitarla, despertar grandes sentimientos. Tenía muchas exigencias en su
duro e inflexible corazón que demandaba su atención total. No era sorprendente que
ella hiciera todo lo posible para evitarlo, agotada y frágil, pensando en toda clase de
excusas y maniobras, haciendo todo más difícil, porque Louise lo había aceptado por
completo en su mundo, en ausencia de su esposo, recurriendo a Lang con cientos de
pequeños asuntos que requerían atención y consejo. También estaba el negocio y
Lang había sido nombrado administrador de los bienes de Andrew Calvert. Lang
sabía que no contaba con su aprobación, Natalie lo demostraba con su
comportamiento. Hubiera querido sacudirla. Lo podía ver en sus ojos tan
deslumbrantemente azules como el sol al mediodía… raro, era el único color que se
filtraba en ella. "Lang, mi amor".
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Era triste admitirlo, pero Natalie no deseaba volver a amar. Bruce era diferente,
su amigo. Amable, poco exigente, sencillo. Bruce quería ayudarla y se lo decía una y
otra vez. Era de suponerse que se volvería hacia los confortantes y tendidos brazos
de Bruce hasta que la vida volviera a ser soportable para ella. Los niños… sus
pequeños primos, alegres como todos los niños, jugaban felices en la hermosa
extensión, e invitaban a todos sus nuevos amigos. Jo-Jo respondía de una manera
milagrosa al calor seco y a los diarios ejercicios en la piscina. En forma ocasional, con
los niños de ojos grises como los de ella, formales y dulces, abrazándola y besándola,
Natalie volvía a todo lo que significaba estar consciente de lo que era la vida.
Era suficiente saber que Louise estaba en la casa, aunque conversaban muy
poco. Natalie no deseaba charlar. Su padre había muerto. Maccalla le pertenecía pero
a ella de ningún modo le importaba. Con frecuencia Louise le asignaba alguna tarea
y Natalie simulaba interesarse en cierta forma, pero durante la mayor parte del
tiempo, sólo miraba hacia el cielo o nadaba con los niños en la piscina, instruyendo al
pequeño Jo-Jo, quien mencionaba todos los días a tío Drew. Esto lo hacía con mucha
naturalidad, refiriéndose a su gran amigo que "se había ido al cielo", en donde debía
estar feliz y tan seguro como Jo-Jo y Sarah lo estaban en Maccalla. Tan simple como
eso.
Todos se cuidaban de Britt. Britt era ahora una mujer rica, pero privada de todo
lo que en realidad quería, la propiedad conocida como Maccalla, sentía la agonía del
dolor moral y el remordimiento, aunados a la mortificación por sentirse injuriada y
humillada en público; esto la había llevado a tomar la decisión de hacer un
inmerecido viaje por el mundo, pensando que no era posible que todo el universo
estuviera en su contra. Nadie se mostró afligido con su partida. Nadie la vio alejarse,
pero todos eran de la opinión de que sin duda regresaría con otro marido… lo que,
en realidad, así fue. Sin embargo, ninguno de ellos, sería molestado por ella de
nuevo.
Un día, Natalie empezó a olvidar un poco y permitió a Bruce llevarla a la casa
de unos amigos para pasar un domingo familiar. Se trataba de disfrutar de un día
informal y los Nicholson eran expertos en organizar ese tipo de reuniones. Los
invitados podían nadar, jugar tenis, conversar animadamente, disfrutar de una
espléndida comida, por lo general de una deliciosa barbacoa en los jardines, tomar
toda clase de bebidas y pasear por los alrededores.
Los Nicholson, Stephen y Marisa, eran muy estimados, agradables y
afortunados, y Stephen siempre tenía un buen número de divertidas anécdotas que
contar. Natalie estaba contenta de permanecer callada, permitiendo que Bruce
pensara y decidiera todo. Se sentía tan tranquila con él como cuando estaba con
Louise y los niños, pero pensaba que merecía una mejor compañía femenina.
Ignoraba que el sólo verla era más que suficiente para Bruce, la curva de su mejilla, el
brillo de su cabello, la forma en que entrelazaba sus manos sobre su regazo como
niña dócil. Lucía exquisita e inaccesible.
"¡La Princesse Lointaine!", Lang la llamaba así. Últimamente Lang estaba de un
extraño mal humor, pero Bruce no se atrevía a comentárselo a Natalie. Todos ellos
conocían la situación entre Lang y Natalie y esto era tan enredado como difícil para
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Lang, quien sin duda, en el fondo, participaba con gran empeño en la empresa
trabajando muy duro poniendo en orden todos los asuntos de Andrew Calvert.
Alguien debía de hablar con Natalie acerca de ello, pensaba Bruce, pero desde luego
no hoy. Era bastante remoto que ella respondiera… en tal caso de nuevo podría
derretirse como la nieve, parecía tan etérea. Hoy lucía fascinante, llevaba un vestido
largo de seda en un exquisito tono verde que dejaba sus brazos al descubierto.
Todo se desarrollaba con lentitud, así lo había dispuesto Bruce. Cuando
llegaron y Natalie bajó del coche como un sinuoso gatito, él suspiró. No podía haber
duda, estaba enamorado de ella, pero no era tan tonto para pensar que sus
sentimientos podrían ser correspondidos, aun después de un razonable y continuo
trato. Sin embargo, había decidido que no se daría por vencido. El hecho de que
ahora Maccalla le perteneciera era más inconveniente que ventajoso hasta donde
Bruce sabía. No tenía objeción en salir con una chica que tuviera dote, pero Maccalla
era mucho más que eso. Requería algún tiempo acostumbrarse a una casa como esa,
pero él no presumía pensando en que lo haría; un día, le pedirían compartirla. Era de
suponerse que encontraría su propio lugar en el mundo, pero escondiéndose en lo
más hondo de él existía la lunática idea de que Natalie un día se volvería y le diría:
"¡Te amo, Bruce!"
Ese solo pensamiento iluminaba su existencia aun conociendo el poco frecuente
mal genio de Lang, que cuando estallaba parecía el mismo diablo. Bruce tenía que
admitir que Lang podía ser muy difícil, pero era tan fantásticamente brillante, que
Bruce saltaría desde el techo si Lang se lo hubiera pedido, para hacer un
experimento. La aprobación de Lang era de mucha importancia y Bruce siempre
sentía un placer supremo cuando Lang reconocía, aunque en forma breve, que el
joven estaba haciendo más de lo que le correspondía. Todo lo que Bruce tenía que
hacer ahora, como él deducía, era persistir y esperar, aunque en realidad era muy
difícil tratar de cortejar a una chica que se mantenía todo el tiempo apartada.
Era un esplendoroso día de otoño en que todos los colores del verano y las
generosas cosechas se teñían de rojo, cobre satinado y oro. El césped, de un verde
intenso, estaba salpicado con alegres vestidos floreados y había mucha trivialidad a
un lado de la piscina, donde una pelirroja de tersa piel con un bikini negro y blanco
nadaba en forma espectacular y atrevida. Todos charlaban, reían, unos cuantos
discutían, otros parecían fastidiados, todos permanecían de pie por todos lados con
vasos llenos hasta el borde de cerveza o algo que burbujeaba. Un grandioso, hermoso
y bullicioso domingo.
Stephen y Marisa, recibían a los invitados bajo un plateado abedul y Natalie era
conducida de una a otra parte. De pronto, todos supieron, por medio de una
sensación de comentarios, que era la hija de Drew Calvert y se mostraron muy
amables con ella, percibiendo una gran nobleza y una peligrosa debilidad. Bruce le
llevó un magnífico T-bone steak con diversos condimentos, que después tuvo que
comerse él; se sentaron en una larga mesa a la sombra de los árboles.
La casa, ahora Natalie podía apreciarla, estaba construida en tres niveles, que
no se veían desde la entrada. Seguía el declive del terreno y conectaba de una bella
manera con el solar… el río y los árboles de goma, los frescos helechos y plantas
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Era la casa de una concertista, la acústica era perfecta, en donde la música podía
esparcirse y elevarse hasta el enorme techo de madera con sobresalientes detalles
arquitectónicos. La luz oculta de la habitación iluminaba la brillante e importante
colección de arte moderno, introduciendo color en la decoración que, de otra forma,
sería monocromática, ya que las cortinas de lino que colgaban del enorme ventanal
eran color arena.
Todo el diseño mostraba virtuosismo en un plano que Natalie, hasta ahora,
nunca había encontrado. Se veía maravillosamente natural e idóneo, y sin embargo,
ella sabía que se requería de una gran habilidad técnica para lograr tal efecto. Cada
pieza que había en la habitación parecía ser una copia a escala del gran salón en
donde Magda solía ofrecer sus conciertos, sólo que aquí lo hacía en forma privada.
Un espléndido pájaro de bronce con las alas extendidas pendía de una ventana con
tal naturalidad que parecía escapado de un árbol.
Ella sabía que habría un recorrido de rigor. El sólo pensar que tendría que
hacerlo con Lang, era como si las olas del mar rompieran implacables contra las
rocas. Nunca debió venir. No podía resistirse a él. Era como un mar que podría
arrastrarla para siempre.
—No hay nada que pueda decir. ¡Nada! —dijo.
Parecía una pobre criatura abandonada, que en forma evidente estaba al borde
de las lágrimas.
—¿Por qué te preocupas? Sé cómo te sientes. Permitiré que Magda te muestre el
resto de la casa. Natalie, haré algo mejor que todo lo que ves aquí. ¡Ahora sólo te
quiero a ti!
Extrañamente tenso, estaba detrás de ella; sin ningún aviso la alzó en sus
brazos, meciéndola, como si no pudiera esperar ni un día más. Ella no deseaba ceder,
pero estaba demasiado aturdida para impedirlo.
—No te resistas —dijo con un tono que la llenó de excitación—. No ahora. ¡Ya
has sido bastante cruel! —estaban juntos, en la esquina de uno de los enormes sofás y
él oprimía su espalda contra su hombro—. Sólo quédate aquí conmigo y descansa.
¡No te tocaré, Natalie, te lo aseguro! ¡Tendrás que rogarme!
Casi en forma simultánea, tan puras como una lágrima, se escucharon las notas
de apertura de la Balada en Fa Menor, de Chopin. Una de las más grandes
composiciones para piano; comenzó con una breve introducción andante, siguiendo
con un movimiento lento, un vals, repetido muchas veces, haciendo primorosos
arreglos, anunciando la enorme tranquilidad del tema principal que se desarrollaba
en la más estupenda rapsodia.
En las primeras notas de introducción el cuerpo de Natalie estaba tenso y lleno
de aprensión. ¡Chopin! El más romántico, el más conmovedor de todos ellos. Podría
haber gritado de dolor; después, poco a poco, su cuerpo comenzó a relajarse y se
extasió escuchando. Chopin había conocido amargas penas, y el éxtasis. Ningún
dolor era insoportable. La mañana sucedía a la noche. Su corazón palpitaba. Lang…
bueno, le gustaba ardientemente, pero ella ignoraba que se entregaba a su amor.
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Como si su necesidad fuera más fuerte que su promesa, la tomó del cuello y
ella abrió los ojos, deslumbrada por el brillo de su mirada azul… Aquella barrera de
cristal que la había protegido se hacía pedazos en un millón de brillantes fragmentos,
la música aún se escuchaba a lo lejos. Lang y la expresión en sus ojos parecían acabar
con todo.
—¡Azules del color del cielo! —dijo extrañada.
Pensó que se desplomaría, y en vez de eso subió sus delgados brazos y rodeó su
cabeza.
—Dime, ¿cómo te sientes? —preguntó tenso.
—¡Te amo! —sus ojos, brillantes, resplandecían al mirarlo.
—¿Estás segura?
—¡Sufro por ti!
—¡Natalie!
La abrazó, alzándola en sus brazos, uniendo su boca a la suya. Era como estar
tomando el sol con el resto del mundo alejándose de ellos. No había nadie excepto
ellos y él era lo más hermoso que ella había conocido. Su cabeza estaba recostada en
su hombro, la música murmuraba como plata fundida a su alrededor. ¿Cómo podría
ella empezar una nueva vida sin él? ¿Cómo podría ella vivir sin su dulce y ardiente
deseo?
—Dime, ¿me amas? —preguntó junto a su boca.
Sus ojos azules y brillantes aún retenían vestigios de burla.
—Pensé que era muy arriesgado hacer eso. ¡Sí, te amo, mi testaruda chiquilla!
—sus fuertes y hábiles manos cubrieron su rostro—. Y yo me cuido mucho. Así lo
quiero, Natalie, ¡eres todo lo que deseo!
Había tal torrente de ternura y pasión en su voz, que empezó a llorar como si se
le fuera a romper el corazón.
—¿Qué sucede, dime? —tensión y ansiedad había ahora en la voz de Lang.
—¡Lo siento! —tomó las manos de él y las oprimió contra su rostro.
—¿Por qué lloras? —preguntó con calma, mientras enredaba su mano con sus
cabellos.
—No lo sé —dijo, volviéndose a él en busca de consuelo—. Tal vez haya sido
una forma muy estúpida de comportarme. Jugando a las escondidillas con mi propio
corazón.
Él inclinó la cabeza y le dio un rápido y violento beso.
—Has dado un gran rodeo, ¿no es así? Tú me perteneces.
—¡Sí! —dijo—. Te pertenezco íntegramente. Papá… se habría sentido dichoso
con lo nuestro, ¿no crees?
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Fin
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