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Volver al pasado

Volviendo al ayer
Margaret Way

Volver al pasado (1987)


En Harmex: Volviendo al ayer (1987)
Título Original: Flight into yesterday 1976
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Julia 227
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Lang Frazer y Natalie Calvert

Argumento:
A pesar de la hostilidad con que él la trataba, existía una profunda atracción
entre ellos.
Para Lang Frazer, Natalie era solo una consentida, una chica sin corazón que
disfrutaba lastimando a su padre y a su madrastra Britt. Pero Natalie veía a Britt
como la mujer que había arruinado su relación con su padre. Cómo podía Natalie
recordar a Lang con otra cosa que no fuera resentimiento. ¿Y de todas formas,
que tenía él que ver en el asunto?
NOTA: Publicado en Harmex bajo el Sello/Colección "Julia 840" (1987)
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Capítulo 1
Había recorrido un largo camino buscando a la chica y ahora que la encontraba
le enfurecía la fuerza de sus propias reacciones. Era encantadora, de cabello negro,
ojos grises, tez blanca que contrastaba con su sedosa y abundante cabellera.
Nunca se habían conocido, pero sabía todo acerca de ella. Su propia posición no
era fácil ni envidiable, primo de Britt, amigo y socio de Drew y la chica poseía la
característica de ocupar largas horas de su valioso tiempo, de doble importancia para
todos ellos ya que Drew permanecía en silla de ruedas y eran muy pocos los
encargos que se le podían confiar. Líneas de presión se le formaron alrededor de la
nariz y la boca, y se encontró empuñando el volante para aferrarse a algo. Esa era la
peor misión del mundo y le disgustaba, pero estaba decidido a llevarla a cabo, desde
hacía más de un mes, después que Drew había chocado. Si la chica no hubiera
regresado con él en forma espontánea la hubiera arrastrado a la fuerza, violando sus
principios. Detestaba la violencia y ahora al verla a ella despertaba bellas tensiones.
Nadie, en especial una chica joven, tenía derecho a albergar tan amarga enemistad.
Se acercaba con rapidez hacia él, con la ligereza de una bailarina en pleno
movimiento, con dominio del estrecho talle, la brisa movía sus negros cabellos de un
lado a otro de su rostro, agitando los pliegues de su falda de seda estampada. Su
extrema delgadez resaltaba la belleza de sus hermosas piernas, creando, en aquella
tarde de primavera un cuadro de la más increíble inocencia, que, como él sabía, era
de lo más ilusorio. A los treinta y cinco años, había aprendido que el mayor engaño
de una mujer era su belleza. En otro tiempo, difícilmente hubiera creído que la
amargura y la hostilidad se albergaran en tan noble y joven criatura, pero ella había
perdido desde hacía muchos años sus más caras ilusiones. A pesar de toda la
perfección de su apariencia, estaba seguro de que existía la otra cara de la moneda.
La historia de Britt era demasiado conmovedora, sin contar con la nueva desgracia de
Drew.
Se sentía demasiado ofuscado para censurarla, por lo que se relajó
deliberadamente, encendió un cigarrillo e inhaló profundamente, sacando el humo
por la nariz. Su hermosa boca se endureció en forma cínica. Era imposible ignorarla,
pero, como arquitecto, suponía que podría justificar su propia susceptibilidad hacia
la belleza. Tenía poder hipnótico, ya que cuando pensaba en la pena que Drew
soportaba, la ira y el antagonismo le golpeaban como una ola gigantesca. Juró en
silencio y se dominó durante unos minutos. Lo único que nunca había sido capaz de
soportar en una mujer era el ansia de venganza y ella tenía esa inclinación en gran
medida. Podría recordar que, en forma extraña, como ahora, la mirada de ella lo
llenó de gran placer estético.
Por fortuna ella lo ignoraba, su rostro se levantaba embelesado entre las
florecientes buganvillas, rosa pálido, blanco y cereza, que invadían ambos lados de la
calle, transformándola de un lugar bastante común, en tierra de duendes. A simple
vista, era imposible presentar un cuadro más encantador e inocente, pero él no se
engañaba. Conocía todos sus secretos y sin embargo, era difícil conciliar los hechos
desagradables con la fresca realidad frente a él. El balance de credibilidad estaba

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marcadamente a su favor. Sabía que Britt no le hubiera mentido sobre la joven, ni


tampoco Drew, el padre de la chica. Se controló con esfuerzo y decidió, siendo un
hombre tenaz, encontrar el camino hacia ella. Por desgracia, esto parecía una
invasión a su privacidad ya que él la observaría sin su consentimiento. Se apeó del
coche, cerró de golpe la puerta y se dirigió hacia donde ella se encontraba.
Impaciente, anheló que la chica lo hubiese visto. Sintió fastidio de todo, mas tenía
que vencer los obstáculos. Drew estaba en un estado deprimente y ella tendría que
dar la solución. Si no lograba despertar cierto sentimiento de compasión aún latente
en ella, estaba dispuesto a sobornarla y este solo pensamiento lo hacía reaccionar.
Estando estacionado frente a ella, se preguntó si la chica habría notado su presencia.
Después de todo, su coche era impresionante, aunque ella tal vez estuviera
acostumbrada a los autos como ése.
Ella poseía todo excepto corazón. Se consideró afortunado de haber evitado el
matrimonio, salvándose del infierno de una desilusión. ¡Mujeres! Parecía que para lo
único que vivían era para vengarse.
Natalie, de repente, salió de su embeleso. Un hombre la miraba y el mundo
entero parecía cambiar, el resplandor del atardecer disminuía. Aun a distancia captó
el desprecio de su mirada. Sus ojos, en su inexpresivo rostro, eran muy azules y
brillantes.
"Perfectos zafiros", pensó, ella con ironía, "e igual de fríos".
De forma instintiva se detuvo, su corazón latía con dificultad, tratando de
buscar protección. Intuyó, sin dejar lugar a un pensamiento lógico, quién era y por
qué había ido. Lang Frazer, el socio de su padre. Con igual fuerza le vino la idea de
que su destino sería experimentar su desprecio. Su mirada, oscura y autoritaria, así
como la elegancia de sus ropas, le produjeron cierto presagio, por lo que necesitó de
todo su valor para adelantarse y pronunciar su nombre:
—¿Señor Frazer?
—¡Natalie!
Si había esperado sorprenderlo, él no estaba menos asombrado que ella por su
acierto, pues no creía que fuese factible que lo reconociera de inmediato. Él al menos
podía ver la imagen de un diablillo en forma de mujer, ya que Drew aún guardaba
en su cartera una vieja fotografía. No deseaba darle la mano, ni tener el más mínimo
contacto con él. Su dominante personalidad lo hacía distinto de cualquier otro
hombre que ella hubiera conocido, pero los buenos modales eran más convincentes y
protectores que ninguna otra cosa.
Su fina mano en la de él pareció ser el más importante saludo de su vida. Tenía
fuertes y hábiles manos, mas ella apartó la suya con rapidez; sus espesas y oscuras
pestañas se extendían hasta los pómulos, ocultando sus ojos mientras dolorosos
recuerdos volvían a su mente. Era primo de Britt. Nunca debía olvidarlo. Además,
había aprendido mucho durante estos años, aunque ahora, parecía tener una frágil
coraza. Levantó su distinguido rostro hacia él un momento.

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—Me imagino que usted tiene algo que decirme, señor Frazer, y con seguridad
ha hecho un largo viaje. Por favor, pase. Tengo una cita para cenar, pero dispongo de
unos minutos.
Durante un momento él adivinó huellas de tristeza en su mirada. Unos lindos
ojos siempre parecen ser lo más importante. Tan grises como una neblina, y a punto
de las lágrimas; uno de sus engañosos trucos. Hizo un pequeño ademán
manifestándole su rechazo.
—Gracias —dijo.
Su compromiso para cenar lo irritaba, pues no pensaba que pudiera ser de
importancia.
—Por aquí, por favor.
Sin poder ocultar la emoción de su voz, buscaba la llave en la desteñida puerta
de madera que conducía al solitario patiecito, a la entrada de la casa comprada para
ella con el dinero del abuelo Sabien. Caminó en silencio, a su lado, sin suavizar su
expresión. El pequeño jardín con su arce japonés y sus preciosas azaleas, presentaba
un cuadro de la más bella tranquilidad.
"Tan sereno como ella", pensó, y la clasificó de inmediato como una consumada
actriz.
Había sido muy hábil en todos los arreglos: las plantas, los pequeños pedacitos
de mármol blanco y los irregulares empedrados, el pequeño jardín acuático, con su
cerca de vigas.
En el interior de la casita de dos pisos, notó a simple vista que había heredado
el inmenso talento de su padre; el estilo de la decoración era a la vez elegante e
imaginativo. Como arquitecto hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que
el hogar y su decoración interior eran una prolongación de sí, en su caso particular
era un muy buen indicio de la clase de cliente que tendría; por lo menos hubiera
aceptado a Natalie Calvert como tal de inmediato. Su ardiente y severa mirada cruzó
con arrogancia la habitación, valorando y estimando a pesar suyo. Si no tuviera las
evidencias en su contra que necesitaba habría aceptado que Natalie Calvert era su
tipo de mujer; ¿existiría tal mujer?
—Por favor siéntese —dijo Natalie casi con tono de súplica. Le asustaba su
estatura y su autocrática cabellera oscura.
Su voz, como el resto de ella, recurrió a sus sentidos y él sabía que se esforzaba
en ser amable. Ya no tenía el tono de niña melancólica, y él casi gimió con
frustración. Ahora tendría cerca de veintitrés años, usaba su abundante cabello negro
con un corte al estilo paje deslizándose a través de su impecable tez blanca, estaba
sentada frente a él en un encantador y antiguo sofá estilo Victoriano tapizado con un
terciopelo azul Wedgwood; en su rostro se adivinaba una expresión de miedo al
advertir la amargura en los ojos y boca de Lang. Él tenía un rostro bello y duro, con
el misterio de la austeridad, con un poder que pocas mujeres no reconocerían. Miró
hacia ella, haciéndole sentir la hostilidad. Con tanto dolor, sin imaginar que ella
había sufrido bastante. Se hundió un poco, como si el peso de su desprecio fuese

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demasiada carga para ella. Había algo que lo irritaba y molestaba al mismo tiempo y
ella sabía que a él le sería difícil tratarla con amabilidad. Ahora o en el futuro. La
dejaba sin aliento el sólo sentir su mirada en su rostro y se movió, un poco incómoda,
llamando la atención de él por el ligero temblor de sus manos, fastidiada por la
sensación de que lo que iba a ocurrir había sucedido antes.
—¿Ha venido por mi padre?
—¡Por supuesto! ¿Se da cuenta de que él es un hombre enfermo?
—Lo sé —dijo con pena —; lo siento más de lo que puedo decir.
—Al menos hay lugar en su corazón para un poco de compasión —su voz era
fría y cortante, como si encontrara necesario utilizar un tono seco—. Nunca contestó
su carta. ¿Por qué?
—¿Una carta en tantos años, señor Frazer? En realidad, sí la contesté.
—¡Nunca llegó!
—No —se encogió de hombros elocuente, admitiendo su derrota—. Las
innumerables traiciones de Britt era algo que yo sabía desde hacía mucho —al
mencionar el nombre de su prima, sus ojos brillaron, tornándose más azules—. Supe
que Britt es su prima, pero tal vez usted no la conoce a ella tan bien como cree…
—Sé que existen mujeres posesivas —interrumpió él con tono de burla—, pero
cualquiera que haya sido el disgusto entre ustedes, quien me interesa es su padre. Yo
tengo que cuidar de él. Es un brillante arquitecto y un buen amigo. Cuando regresé
del extranjero, hace cinco años, me contrató de inmediato. Muy poca gente creyó en
mis ideas, pero en cambio su padre tuvo confianza en mí y en mi "muy individual
estilo". Después, juntos, hemos sobresalido de todos nuestros colegas. Al sufrir el
choque, sencillamente no pudimos manejar los negocios en los que estábamos
comprometidos, pero esto es al margen de nuestro asunto. En la actualidad él está
relegado a una silla de ruedas con un grado de recuperación mucho más lento de lo
que ninguno de nosotros esperó. El accidente, por fortuna, no fue tan grave, pero sus
médicos y todos nosotros, estamos afligidos por él. Mi opinión es que se está
consumiendo por algún remordimiento imaginario. Acerca de usted, ya sabe la clase
de hombre que es su padre, él aún la ama y por desgracia quiere que regrese a casa.
—¿Aún me ama, señor Frazer? —dijo con ironía—. ¿Por qué no habría de
quererme? ¿Acaso un padre deja de querer a una hija o una hija a un padre? Yo no lo
creo. Puedo sentirme cerca de mi padre aun a muchos kilómetros de distancia. La
clase de relación que tuvimos nunca podrá ser rota, ni aun estando Britt entre
nosotros. No puedo negar que mi padre me hirió y con facilidad, sólo porque es mi
padre, pero no es él quien me mantiene lejos de su lado. Nunca podré regresar a
Maccalla mientras Britt esté allí. Ella me odia y ni toda la buena voluntad de mi
parte, y admito que no tengo ninguna hacia Britt, podrá cambiar ese hecho. ¿Ve,
señor Frazer? Nada cambia y nada puede olvidarse. Mientras usted luchaba para
tener un nombre en el extranjero, su prima Britt me obligaba a alejarme de casa. Si
regreso a Maccalla, las mismas viejas complicaciones surgirán de nuevo.
—¡No habrá complicaciones! —repuso en forma breve.

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—Nunca lo podrá comprender —interrumpió con desaliento, desesperada,


mirando todo lo que ponía en peligro. ¿Era posible que su rostro traicionara los
verdaderos sentimientos que se manifestaban bajo la superficie? Sus ojos grises
capturaron la luz. "¡Eso es!" pensó con gran irritación. Más de un hombre se habría
engañado con aquel rostro encantador. Ella lo miraba fijamente; un sentimiento de
injusticia pesaba sobre sus frágiles hombros. Durante un instante, el parecido con su
padre, fue casi increíble, el mismo gesto en la boca, la misma elegante expresión en el
rostro, tanto, que la mirada de Lang se suavizó.
Ella lo advirtió y se dirigió a él hablando con tono amable:
—No puede culparme siempre a mí.
—Es verdad. Estoy mostrando menos tolerancia con usted que con cualquier
otra persona que pueda recordar y no debo continuar así; tenemos que llegar a
alguna conclusión satisfactoria. Por la forma en que están las cosas ahora, tendré que
ir y venir de Maccalla casi a diario durante el resto de mi vida. Sería imposible
eludirnos uno al otro. Usted es muy joven para ser culpada y no soy la clase de
persona que se aprovecha de un enemigo débil. Nos guste o no, los hechos hablan
por sí mismos. Britt nunca tuvo un hijo y ésta es la causa de todas sus presiones
escondidas, así como de todos sus resentimientos. Para ser justo con ella, nunca se ha
referido a usted sin cariño; es más, considera que usted fue una niña demasiado
mimada y por ese motivo no se le puede culpar por su comportamiento. La historia
de Britt no puede probarse o desmentirse, tal vez esto pesa mucho en la conciencia
de usted. Perdió a su hijo, y con él la capacidad de tener otro. Su padre, a pesar de
quererla a usted habría deseado tener un hijo. Ese es el asunto y, por supuesto,
Maccalla. Britt la culpa del accidente y así lo hizo su padre, aunque Drew y yo nunca
hemos hablado de eso. Si usted regresa conmigo ahora, tendrá la oportunidad de
reparar algo del daño que haya hecho. No siempre tenemos oportunidad de hacerlo.
La cabeza de Natalie se sacudió como si le hubiera dado un golpe, su blanca
piel palideció aún más.
—¡Ha hecho un mal trabajo, señor Frazer! —dijo casi gritando. Sus ojos
luminosos presagiaban nubes de tormenta.
—¡No tengo que enmendar nada! Al principio pude tener dudas, pero desde
hace tiempo llegué a la conclusión de que no existió ningún embarazo. Britt nunca
deseó un hijo. Ella nunca hubiera compartido el cariño de mi padre con nadie, ni
siquiera con su propio hijo, mucho menos con otra mujer. En realidad, usted no
conoce a Britt, aunque creo que ella lo presentó con mi padre y le consiguió su
empleo, cualesquiera que sean los méritos de usted. Britt era y aún debe ser muy
tenaz en el dominio de mi padre. Tenía celos de la secretaria de él, pero supongo que
usted ignora eso. De cualquier forma, logró que la despidieran. Mi abuela se dio
cuenta de inmediato de lo que era Britt, y Britt se cuidaba mucho manteniéndose
alejada de ella, pero, por desgracia, no vivió más tiempo para ayudarme. No tuve
apoyo en nadie cuando mi padre decidió contraer matrimonio por segunda vez; Britt
aprovechó mi vulnerabilidad. Fue muy fácil para ella apartarme de su lado. Mi padre
sólo fue un instrumento en manos de una mujer cruel.
Sin poder contenerse la joven siguió diciendo:

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—Britt es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir su objetivo. No tiene


sentido ético, ni respeta normas. Vislumbro, por el gesto en su rostro, que está muy
molesto, pero tendrá que escucharme. Mi padre no confió lo suficiente en mí. Se dejó
engañar por una mujer poderosa y posesiva. He reflexionado al respecto durante
todos estos años y le aseguro que aún hay suficiente lugar en mi corazón para
perdonarle a mi padre su falta de confianza. Simplemente él no tenía experiencia con
una mujer como Britt. Mi madre era muy distinta.
—Pienso que no es extraño que una familia tenga serios conflictos cuando un
padre decide volver a casarse —dijo él con voz firme—. Su vida debió sufrir un
cambio brusco. Por su relato, entiendo que la educaron como princesa. Según he oído
decir, Lady Sabien la adoraba, ya que era su abuela materna. Era comprensible que
hubiera sentido una tenue hostilidad hacia mi prima, quien de hecho ocupaba el
lugar de su hija, si Britt le hubiera dado un heredero para Maccalla, que como todos
nosotros sabemos es una preciosa residencia y uno de nuestros más puros ejemplos
de arquitectura colonial. No podemos olvidarnos de Maccalla pues siento que juega
un importante papel en toda esta triste historia.
—¡Qué absurdo! —exclamó Natalie. Sus ojos brillaban, controlando las
lágrimas—. ¿Britt le contó cómo era mi abuela? Mi abuela era muy conocida en
Adelaide, señor Frazer. Ella no necesitaba decirle a nadie cómo era. Sin duda sentía
antipatía por Britt después de haber efectuado un excelente fallo. Mucho mejor que el
mío. O el suyo —añadió con valor—. Veo que usted ha aceptado cada palabra de
Britt al pie de la letra.
—He creído en la palabra de mi amigo, que también es su padre.
De pronto, la joven sintió como si la tierra se abriera, y se apoyó en el sofá de
terciopelo viéndose tan frágil que hubiera podido romperse. El hombre miró lejos de
ella. Su rostro ejercía una extraña fascinación; se volvió, concentrándose en una
interesante pintura abstracta que decoraba magníficamente la habitación. Cada fibra
de su cuerpo le aconsejaba tener cautela con ella. Con un rostro como ese podría
engañarlo, convenciéndolo de lo que ella deseara. La voz de Natalie llenó el silencio,
al decir con cautela:
—Siente antipatía por las mujeres, ¿no es así, señor Frazer?
Él se volvió a mirarla y dijo con tono satírico:
—Son muy obsesivas.
—¿Más que los hombres? Esperaba que mi historia estuviera en pugna con la de
Britt, pero no puedo aceptar que mi padre no se haya dado cuenta de cómo es Britt
en realidad.
—Britt está al borde del colapso —dijo él.
La boca de la muchacha se apretó.
—Supongo que lo estará cuando sepa que he regresado. En esta ocasión no seré
tan manejable.
—Me parece que usted presagia problemas en forma deliberada.

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—No soy tan tonta para esperar evitarlos. No diré nada más acerca del
maquillaje mental de Britt. Usted no escucharía. Una vez ya me defendí con
vehemencia. Lo hice ante mi padre y él se alejó de mí. Nunca olvidaré la expresión en
sus ojos, la ira, el dolor, la censura. Me rendí ante eso. Mi padre estaba muy
enamorado de Britt… mi abuela lo llamaba "encaprichamiento". Había hecho una
clara elección, prefirió creerle a Britt. Por mi parte, estoy convencida de que no hubo
ningún embarazo y juro que nunca empujé a Britt por la escalera. Ella cayó, pero yo
no la toqué. Si tropezó o si se arrojó, no lo sé. Estaba demasiado trastornada en ese
momento para ser un testigo perfecto. Ella estaba histérica, me odiaba y dijo que yo
la había empujado, llena de celos y resentimiento por el futuro hijo. Mi padre debió
pensar que eso era más de lo que yo podría soportar. Ahora, no me importa.
—¡No sea tan amargada! —dijo él consternado.
—He sufrido a solas durante mucho tiempo, señor Frazer; le aseguro que de
ningún modo soy amargada. Sí usted no puede ver eso, no puede ver nada. Sólo he
sido rechazada por mi padre y de mi hogar. Tiene razón al pensar que me gustaba
Maccalla. Es muy fácil enamorarse de una casa como esa. Usted debería saberlo, pero
no puedo hacer nada con el tiempo que se ha ido. Tal vez estoy un poco amargada.
Ahora mismo, la vida se escapa de mis manos. Quizá mi padre esté muriendo. Tal
vez Britt haya cambiado, pero aún puede haber caído en una trampa hecha por ella.
No lo sé. He estado cinco años lejos de Maccalla, años llenos de lágrimas, risas,
algunos días volaban con optimismo y pensaba que todo iría bien de nuevo; otros,
desfallecía por completo de dolor, por el miedo al rechazo. ¿Cree que puedo disfrutar
de mis modestos alrededores después de Maccalla? Pero nunca más quiero que me
pase lo mismo con Britt. Siempre la encontraba, desde el día que regresaron de
Europa, tan amable como una víbora de cascabel, un poco desesperada por querer
tener a mi padre siempre junto a ella. Y la casa. Ambicionaba Maccalla, ¿comprende?
—Muchas personas la ambicionan. Incluyéndola a usted.
—No la "ambiciono", señor Frazer, usted utilizó un término erróneo. Amo
Maccalla. Nací allí. También allí nació mi padre y su padre antes que él. Mi bisabuelo
la construyó, y era uno de los mejores arquitectos de su tiempo. Maccalla tiene una
personalidad diferente. Le dio la bienvenida a todo el mundo antes que Britt llegara.
Si Britt hizo que mi padre me rechazara, la casa la rechazará a ella.
—¡Esta es una charla morbosa y estúpida! —exclamó él con severidad—. Si
usted pudiera ver a Britt como está ahora sentiría lástima por ella.
—¡Es obvio que usted la siente!
—¡Por supuesto que la siento! Después de todo es mi familiar.
—Y una mujer muy atractiva. Britt siempre fue muy hábil con los hombres,
pero dedicaba muy poco o nada de tiempo para las mujeres.
—Esa es una característica que ambas comparten —repuso él. Su tono reflejaba
bastante severidad, así como un claro toque de cinismo en su definida boca.
—Sí, podría parecer así. Sus ojos grises lo esquivaron.

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—Yo nunca le pedí que viniera, señor Frazer. No le he pedido nada a nadie.
¡Usted está aquí por influencia de Britt!
—¡Mi querida niña! —dijo con tono enérgico, dominándola con su estatura—,
permítame señalar por lo menos un punto. Britt no tenía idea de que yo proyectaba
venir. Alguien tenía que venir por usted; es obvio que soy un intruso, ya que ha
cerrado su corazón a Britt y a su padre. Britt desconfía de su temperamento tanto
como, al parecer, usted desconfía del de ella, pero Britt es mucho más madura que
usted en la evaluación de la situación. Dice que mi prima la odia. Sería en verdad
muy difícil para mí darle validez a eso. Ella habla de usted de una manera
comprensiva y con remordimiento. Piensa que le falló en un momento en que ella
sufría un trastorno emocional. Usted insistía en verla como la malvada madrastra,
cuando en realidad era una simple mujer muy enamorada de su esposo. Que usted
estuviera celosa y resentida con ella es la clásica situación, en especial por ser hija
única, además de ser una niña caprichosa y voluntariosa. Nunca podría Britt, en esas
condiciones, conseguir su estimación, por más que tratara, ya que su abuela influyó
en ello con vehemencia poniéndola en su contra. Le escribió muchas veces durante
aquel primer año, antes de que se fuera al norte; después perdió su rastro.
—Britt nunca me escribió —negó molesta. Parecía que estuviera recitando una
difícil lección—. Tampoco lo hizo mi padre, pero aun así yo siempre le envié un
regalo para su cumpleaños y para el Día del Padre, así como una semana antes de
Navidad. Nada que él hiciera podría hacerme abandonar esa costumbre. Eso es lo
que mi madre habría esperado de mí. Mi padre no me obligó a irme de mi casa; no
obstante, me hirió en lo más profundo. Britt lo hizo. Ella hizo imposible que me
quedara. Yo diría, también, que siempre supo en dónde vivía. Britt es de la clase de
mujeres que tienen que saberlo todo.
Los ojos de Lang recorrieron su rostro con irremediable frustración, como si ella
incitara las más ardientes emociones.
—Eso no es verdad, Natalie —su rostro trigueño, de agudos pómulos, se volvió
hacia ella—. Yo mismo he afrontado infinidad de problemas tratando de localizarla.
¿En realidad piensa que Britt me obligaría a ir de un lado a otro, cuando apenas
puedo desperdiciar un momento, permitiéndome dejar a su padre decaído por falta
de noticias suyas? Le digo, niña testaruda, que Britt ama a su padre. Nunca he oído a
nadie excepto a usted decir algo semejante. Ella está consagrada a él, mientras usted,
siendo sólo una criatura, es tan cruel como sólo una mujer puede serlo, rehusándose
a aceptar su cariño. Britt no me ha dicho nada que insinúe negarle una bienvenida.
Todo lo que ella quiere es obtener una actitud responsable de su parte y
colaboración. ¡Usted decide si afronta o no la realidad!
—¿Cuál es la realidad, señor Frazer? ¿Qué es lo que constituye la verdad para
usted? ¿Las cosas que se han dicho o las cosas que nunca se dijeron? De ningún
modo creo que Britt ame a mi padre. No como mi madre, quien lo amó de manera
desinteresada. Britt lastimaría a mi padre sólo para retenerlo a su lado, y…
perdóneme… ahora me doy cuenta de que estoy hablando de cosas que usted no
desea escuchar.

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—¡Tiene razón al decir eso! —repuso con firmeza—. No quisiera inmiscuirme


en esto pero lo cierto es que estoy demasiado comprometido. Soy amigo de su padre
y su socio en los negocios. Britt es mi prima. Usted parece ser el catalizador entre
nosotros. Este lío se originó por su culpa y el poder obtener una solución favorable
depende sólo de usted.
—Es irónico pensar que resulte mi renuente defensor. Es una persona segura de
sí misma, segura de sus cualidades. Sin embargo, tengo la impresión de que, al
parecer, todo lo que le digo lo molesta e irrita; usted no está muy seguro de mí. A
pesar de lo que Britt haya dicho. Eso es todo lo que en realidad puedo esperar si
regreso a Maccalla.
—De ninguna manera, Natalie. Considero que usted no tiene otra salida. Usted
puede y acabará por tener ese gesto.
—Hasta la forma de pronunciar mi nombre refleja una gran censura.
Se paró frente a ella, alto, sombrío, un inexplicable y distante extraño.
—Es demasiado sensible.
—Es muy raro —dijo, sus ojos resplandecían—, que usted tuviera un concepto
de mí aun antes de conocerme.
—Yo diría que usted tiene la facultad de insinuar muchas cosas. Si es cierto o
no, no tengo medios para decirlo y no tengo intención de discutirlo ahora —metió
una mano en el bolsillo y se volvió hacia la pintura abstracta que colgaba en la
pared—. Me gusta.
—¡Es la única cosa que le gusta de mí! —exclamó Natalie.
—¿Usted la pintó?
—Parece sorprendido; señor Frazer. Es obvio que soy todo un rompecabezas
para usted y que usted toma los rompecabezas con mucha seriedad ¿Por qué quiere
hacerme daño?
—Yo no quiero hacerle daño. Sólo quiero abatir un poco su ánimo, por su
propio bien.
—Podría estar muy equivocado.
—Hace cinco años, Natalie, usted tenía… ¿diecisiete? Pudo haber ocurrido en
otra vida. De cualquier forma, todos hemos sufrido y debemos aprender algo de esto.
Ella inclinó su hermoso y bien delineado rostro, sus ojos se nublaron. Él
comprendió el significado de ese gesto y le levantó la barbilla.
—Lo único que no puedo soportar es ver llorar a una mujer.
—Tal vez sería mejor que se fuera, entonces. Necesito que se vaya-
—No me iré sin su promesa.
—No tengo alternativa —dijo—. Iré a Maccalla a visitar a mi padre, pero quiero
que sepa que fue usted quien me llevó allí —su cercanía era misteriosa y ella quiso
resistir y resistirse a él, temerosa de encontrarse con alguna nueva fuerza peligrosa

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que la moviera en forma implacable hacía donde él quisiera—. Recuerdo cómo era
Maccalla y que tuve que escapar de ella. De nuevo será igual.
—Nunca más, igual, Natalie. Su padre es un hombre enfermo y Britt está en un
estado digno de compasión. ¿Cuándo puede ir? Yo tengo que regresar por la
mañana.
—Cuando mucho en una semana —dijo, volviendo la cabeza, aún afligida.
—Una semana puede ser demasiado tiempo.
—Está bien; entonces, mañana —asintió abriendo los ojos y mirándolo—. Pero
sería mejor que viniera por mí ya que puedo cambiar de opinión, ¿sabe? Sé que este
viaje no es acertado.
—¿Hasta qué punto es eso importante, si consideramos que ayudará a su
padre?
—Él no me necesitó antes. Usted mencionó la palabra remordimientos. Si mi
padre siente remordimientos, tal vez tenga alguna razón para sentirlos. La ausencia
de cariño puede ser tan terrible como su pérdida. He sentido la falta del cariño de mi
padre mucho tiempo. Britt es mi enemiga, una enemiga natural si usted quiere. No
me mire con tanto desprecio, señor Frazer, aunque sea una mirada que le queda muy
bien. Britt hace planes, calculando hasta el último segundo, sin errar una sola jugada.
Pudo ver en forma instantánea que él rechazaba sus declaraciones, como si
fuese un hombre inmune a los dramas de una mujer.
—No existe satisfacción en la autocompasión, Natalie.
—¡Y no existe equivocación acerca del odio cuando uno lo ve! —gritó con
impertinencia—. ¡Se siente en la mirada!
Como respuesta la empujó con amabilidad, sentándola en un sillón, frenándola
con cortesía, pero ella sintió ira.
—Si vamos a tener un intercambio de opiniones, sentémonos otra vez. La
mayoría de nosotros nos oponemos a un poco de honestidad cuando ésta no se
refleja muy bien en nuestro ser. Escúcheme, Natalie. Britt también tiene muchos
amigos, ninguno de ellos podría reconocerla con una descripción como la suya.
—¡Mis extravagancias! —dijo Natalie con una poca de amargura, reconociendo
que él había despertado alguna emoción en ella—. Uno debe caer dentro de cierta
categoría para provocar la celosa hostilidad de Britt. Los hombres sólo pueden ser
admiradores.
—Ella ha sido una buena esposa para su padre —señaló con paciencia—. Es una
excelente anfitriona en Maccalla, o al menos lo era antes del choque de Drew. Ahora
todo ha cambiado. Britt también. Está muy nerviosa y yo muy preocupado por ella.
El choque de Drew le causó un efecto devastador. Cuando la vea se dará cuenta de
que está al borde de una crisis nerviosa.
—¡Entonces es probable que yo le causaré un colapso! ¿Ha pensado en eso,
señor Frazer? Cuando le anuncie a Britt que me localizó y que intenta llevarme de

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nuevo a Maccalla, será mejor que le diga en el instante que sólo estaré allí una
semana.
—¿No cree que tiene a Britt en un concepto deplorable?
—¿No cree que me está pidiendo demasiado? Aun admitiendo el hecho de que
Britt es su prima y que es una mujer muy hábil, es Britt quien vive en mi casa, no yo.
—Entonces tengo razón en pensar que Maccalla juega un importante papel en
los resentimientos que la corroen.
—¡No puedo y no escucharé nada más! —exclamó ella. Con gesto frenético,
Natalie se cubrió el rostro con las manos para protegerse—. Fue muy difícil para mí
decidirme a hablar con usted esta tarde y será mucho más difícil regresar a Maccalla,
pero lo haré como me lo pidió, porque quiero a mi padre. Haré las paces con él si es
lo que él quiere, asegúrele que soy feliz con mi forma de vida.
—Muy bien, Natalie —aceptó Lang, retirándole las manos del rostro—. Es
obvio que actuamos como contrairritantes, Natalie, pero eso no tiene importancia. He
cumplido lo que me había propuesto. Llevarla de nuevo a Maccalla, en donde hará
que su padre vuelva a vivir.
—Tengo que contestarle ahora, ¿verdad? Adivino una amenaza en esto. No es
necesario, créame —durante un momento permaneció en silencio, abstraída, y luego
dijo—. Tengo que hacer varias llamadas. Por fortuna estoy libre estos días.
—¿Está libre, Natalie?
—¿No lo sabía? —lo retó. Se levantó con rapidez, alejándose de él—. Mencioné
esto en una carta que le escribí a mi padre y que nunca contestó. Como siempre, puse
mi dirección en el sobre. Estudio diseño de interiores, señor Frazer. Uno de estos
días, cuando tenga más experiencia, espero abrir mi propio negocio. Me han dicho
que tengo talento.
—¿Si?
La miró y la chica pudo sentir que su corazón comenzaba a latir con rapidez.
Había algo sensual en su rostro ascético. Nunca habría sentido atracción por él, pero
ahora podría confiar, ya que había demostrado ser justo en su evaluación al conocer
los hechos verdaderos. Sus ojos azules miraron la habitación, haciendo un avalúo
profesional.
—Tal vez su padre aporte algún capital.
—Aún conservo dinero del abuelo Sabien, como usted señaló con acierto —dijo
con su característica y cortante ironía—. Los impuestos de herencia fueron excesivos.
De ninguna manera soy una heredera, pues mi abuela dejó mucho dinero para sus
caridades y también dejó un gran legado para la investigación del cáncer; mi madre
tenía un raro cáncer en los huesos. Mi vida hubiera sido muy distinta de haber vivido
ella.
—Perder a su madre y, después de unos cuantos años, a su abuela debió
afectarla mucho. Tal vez toda esa aversión y antagonismo que siente por Britt, al

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considerarla su enemiga personal, sea consecuencia de sus propias experiencias


traumáticas.
—Aún tenía a mi padre —repuso con calma—. ¡Nos teníamos el uno al otro!
—Eso no podía durar tiempo indefinido, Natalie. Aparte del hecho de que su
padre había enviudado muy joven, usted estaba destinada a casarse y a formar su
propio hogar. Drew era, y es, o al menos lo será cuando se restablezca, un hombre
atractivo y dinámico con todo para vivir. Era apenas lógico esperar que volviera a
casarse.
—Quizá, pero ninguno de nosotros se imaginó que lo hiciera con Britt. Tener a
mi padre y a Maccalla para ella sola se convirtió en una especie de religión; en
realidad, es difícil decir cuál era su mayor fantasía, mi padre o Maccalla —dijo
Natalie—. Estaba obsesionada con ambos. Todo lo que sé es que fue una terrible
experiencia la transformación de Britt después de que se casó con papá. Ella había
sido encantadora conmigo hasta entonces. Britt es una mujer muy extraña, llena de
sentimientos impenetrables. Ahora usted me pide que de nuevo reviva aquello. Los
años deben de haberle dado un dominio aún más fuerte de mi padre y de nuestra
casa; no obstante, usted me pide que la quiera como a una hermana. Eso no puede
ser. Ella es sólo doce años mayor que yo. Si una vez fui sincera con ella, nunca más lo
seré. Además, señor Frazer, confío en que usted será muy discreto, con el fin de
demostrarle que tengo razón y que no estaba equivocada. Una cosa que nadie podrá
poner en duda es mi sentido de integridad. Usted sólo ha visto a Britt llorando en
silencio o sonriendo. Yo la he visto gruñendo con excitada violencia.
—¡Por Dios, niña! —dijo con dulzura—. Nadie es del todo negro o blanco, hay
una gran variedad de colores. Me resisto a comparar a Britt con Lady Macbeth. Ella
es una mujer culta y atractiva, dedicada a su esposo. Me asustan esas salvajes
historias suyas. Debería estar avergonzada.
—¡Lo único que no siento es vergüenza! —contestó con firmeza. Sus brillantes
ojos grises lo miraron, estaba tensa.
—El fantasma de Britt, aún me causa frías y escalofriantes pesadillas. No me
culpe si no puedo creer en un cambio milagroso.
—Sin duda es usted una magnífica actriz o una niña muy injusta. ¿Qué es lo
que quiere de mí?
—¡Su protección! —contestó.
—Equivocada o no, Natalie —ofreció Lang, con suavidad—, voy quitar algún
peso de sus hombros. No puede continuar pensando así luchando con su
personalidad. Tal vez confundió sus recuerdos. Britt me dijo que sentía que su
relación estaba envenenada, desde un principio, por influencias extrañas.
—¿Se refiere a mi abuela?
—¡Cálmese, niña! —sintió cómo se estremecía—. Su abuela tenía fama de ser
muy excéntrica.
—Si lo que quiere decir es que ella acostumbraba a beber champaña en el
desayuno, yo también lo haría si tuviera mi propio viñedo. Mi abuela era una mujer

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maravillosa, muy franca y directa. No había lugar en su vida para intrigas mezquinas
y venenosas venganzas. Tenía una naturaleza maravillosa, comprensiva y romántica.
Seguro que usted oyó esto.
—¡En realidad, así es! Sin embargo, su abuela no asistió al matrimonio de Britt
con su padre.
—No, a ella no le gustaba ir a fiestas ni a aquellas que le interesaban. Irradiaba
salud y vitalidad hasta que mi madre murió, después envejeció en una noche. Lo que
sentía por Britt no era antipatía, sino que tenía… ciertos presentimientos.
—Influyó mucho en usted, ¿verdad?
—Sería inútil negarlo, pero si piensa que me llenó la cabeza con melodramas y
predicciones sombrías, le aseguro que no fue así.
—Entonces, ¿nunca consideró a Britt como dueña de Maccalla?
—Dudo que haya visto como tal a alguien que no fuera mi madre. Es cuestión
de temperamento. Mi abuela era una gran dama, de costumbres muy familiares.
Conocí personas que se estremecían al escucharla, pero ella era demasiado noble.
—Si influyó en usted en forma imprudente, Natalie, es comprensible. Su madre
fue su única hija y la vida de su abuela se centraba en ustedes.
—La abuela no tuvo que ver nada en esto —dijo fatigada y sorprendida por el
impulso que sintió de apoyar su cabeza en él—. El hecho es que nunca más quiero
volver a ver a Britt. No me inspira seguridad.
—Britt desea ser la abeja reina y yo no quiero caer otra vez en sus redes. Lo que
ella me hizo pudo tener consecuencias trágicas. Lo único que me salvó fue la
confianza de saber que sus argumentos eran infundados.
—¿Sería capaz una mujer de mentir en un asunto como ese? Le levantó el
rostro, tomando con firmeza su barbilla con una mano.
—¿Como cuál? —murmuró, un poco asustada.
—¡Acerca del hijo! —aclaró, con una mezcla de ira y lástima—. Britt me aseguró
que ella deseaba con desesperación darle a su padre el hijo que él siempre había
querido.
—Mientras mi madre vivió, mi padre parecía estar muy contento conmigo —las
lágrimas asomaron a sus ojos—. Tal vez papá deseaba un hijo, pero entonces yo
habría querido a mi hermanito. Es obvio que usted no ha considerado eso. La
supuesta desesperación de Britt por un hijo no es congruente con mi opinión de su
temperamento. Detestaba subir un solo gramo de peso; en realidad, era fanática de
su régimen dietético. Pero todo esto pertenece al pasado. Durante cinco años he
vivido en otro país, ahora usted quiere que regrese. ¡No creo que pueda, al menos no
sin ayuda!
Durante un instante el recuerdo del dolor que había sentido por el perjurado
cariño de su padre, volvió a su mente. Si regresaba a Maccalla podría ser traicionada
de nuevo. Tendría qué soportar el engaño de Britt y oír su fingido llanto por la

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pérdida de su hijo. De pronto le resultó insoportable estar cerca del primo y defensor
de Britt. Ante sus ojos nunca podría tener alguna cualidad.
—No se sienta acosada —dijo él cortante. Se mostraba afligido por el hecho de
que sus propios sentimientos e intereses se hubieran involucrado—. Le aseguro que
nadie la va a lastimar.
—¡Si lo hacen, será su culpa! —se volvió hacia él con garbo y seguridad, su
sedosa cabellera negra se deslizaba hacia adelante acariciando su pálida mejilla--.
¡Usted ve mi regreso a Maccalla como la salvación de mi alma! —dijo en forma
apasionada.
—Lo veo así —exclamó Lang manifestando su triunfo sobre ella con su talla y
autoridad—; si usted no regresa y le ocurriera algo a su padre, se condenaría a una
vida de remordimientos intolerables.
Hablaba con energía y tuvo la satisfacción de ver cómo abría sus enormes ojos
grises, de oscuras pestañas, cerrándolos después. No se preocupó por analizarlo,
pero en su camino a casa, pensó que le hubiera gustado sacudirla hasta que todos sus
huesos chocaran, para obligaba a reconocer su equivocación. Tenía, se había dado
cuenta, un aura de femineidad. Nada de opulencia, si no que transmitía algo más
delicado y sutil, una especie de embrujo contra él que tenía que estar alerta. Todo lo
que había visto en ella estaba en pugna con la imagen que se había formado, pero
además poseía gran talento para la actuación. En vez de sentir mal humor y
obstinados resentimientos, allí estaba, frente a ese rostro encantador. Esto no tenía
sentido, sus ojos brillaron con burla.
—Quizá, como usted vendrá conmigo mañana, debería cancelar su cita para
cenar —indicó sarcástico.
Había una tensa comunicación entre ellos que iba mucho más allá de sus
verdaderas palabras.
—No puedo —contestó con amabilidad—, Adrián es también mi jefe.
—¡Claro! —sus ojos azules brillaron y el desprecio volvió a su rostro—. Si usted
no dispone otra cosa, me gustaría salir en el primer vuelo de la mañana, a las ocho
cincuenta. Me tomé la libertad de reservar su pasaje.
El desafío asomó a sus brumosos ojos grises.
—Usted está muy seguro de sí mismo, señor Frazer.
—No la perjudicará volverse dócil, Natalie. De esa forma nunca me confundirá
con nadie más.
—Nunca fue mi intención hacerlo —dijo haciendo un gesto.
Estaban, lo sabía, moviéndose dentro de un nuevo círculo, peligroso y excitante
que podría destruir toda su tranquilidad.
Se movió en forma repentina, haciéndola retroceder un paso, sintiendo que un
suave rubor cubría sus mejillas y pudo captar la ironía en sus ojos; al fin aceptó que
se sentía atrapada.

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—¡Vendré por usted! ¿Verdad?


Su voz sedosa y satírica, tenía algo que ella no se atrevía a definir.
—Gracias.
Lo acompañó hasta la puerta, reconociendo las grandes diferencias que existían
entre ellos, pero el orgullo le impidió proclamar su disgusto por tener que viajar con
él. Por el bien de su padre tenía que sacrificarse y así era como lo veía, como un
sacrificio. Si es cierto que un tigre nunca cambia sus rayas, tampoco una tigresa lo
hace.

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Capítulo 2
Britt Calvert se paseaba nerviosa de un lado a otro de su alcoba, como si
pretendiera escapar de una intolerable prisión. Nada podía calmar la agitada
confusión de su mente; píldoras, bebida, nada. Las noches eran peor, cuando en otro
tiempo las había amado. La alegre vida social, los banquetes, los festejos. Ella era la
anfitriona perfecta, con Drew a su lado, constituyéndose en la envidia de todas sus
amistades. Era la dueña de la bella Maccalla, llena de flores y luces, coches
estacionados hasta las seis de la mañana en la calzada… Su boca se contrajo de
nerviosismo y autocompasión. Su mente, aun ahora, se resistía a aceptar que todo eso
pertenecía al pasado. Su suave y mimado cuerpo resentía las largas horas de
actividad, clamando continuamente contra los dioses que le habían sonreído sólo
para volverse ahora con furia en su contra.
Lo único que podría salvar de su vida destrozada era Maccalla. La pasión que
había sentido por Drew, que una vez había ardido con tanto esplendor, había
desaparecido. La enfermedad de él la aterraba; cualquier enfermedad lo hacía. Hizo
un gran esfuerzo para acercarse a él. Tembló de horror, su patológica repugnancia
hizo que sus grandes ojos dorados parpadearan. Todos le aseguraban que Drew se
recuperaría; Lang, los médicos, esa tonta enfermera, Janet Hodd. Se había
restablecido de la afección que sufrió en el habla, pero su fuerte cuerpo estaba lisiado
para siempre. Nunca volvería a ser el mismo hombre, su amante. Lo único que le
quedaba, además, del vacío de su matrimonio, era Maccalla. Sus ojos en el pálido
rostro eran impenetrables. Nadie, se podía decir, conocía a Britt, y la suya no era un
alma feliz, por el contrario se escondía bajo el disfraz de sus atributos físicos. El
sentimiento de amenaza se reflejaba en la ciega frustración que la rodeaba, no muy
diferente a la de una criatura salvaje obligada a vivir en cautiverio.
A través de la puerta contigua, pudo oír que Drew, en su sueño, emitía un débil
gemido, después, unas cuantas palabras incoherentes salieron de sus labios como
una agonía de lamentos. Britt cerró la puerta. No podía soportar más. Hoy había sido
un mal día para todos ellos. Un buen día para perdedores, pero ella aún no había
perdido. Aun quedaba Maccalla, una atractiva y preciosa residencia sin igual, creada
para ser majestuosa y romántica a la vez. Su posesión era de vital importancia para
ella. Si ahora perdía Maccalla le parecería que lo había perdido todo. Sería como si
nunca hubiera sido la señora de Andrew Calvert, establecida en un mundo
maravilloso, con riqueza, posición y antiguo abolengo familiar.
No era como Lang, cuya inteligencia sobresalía de todos. Su vida había tomado
forma debido a Drew y a Maccalla. Aunque perdiera a Drew nunca perdería el sello
de magnificencia que le daba la residencia. Estaba en verdad obsesionada con ella,
aunque nunca se había sentido segura allí, sino como una intrusa en una casa
siempre en guerra con ella. Maccalla era la joya que siempre temía le fuera
arrebatada, y sólo podía existir una Maccalla. Había un rostro fijo en su mente, y su
odio y temor eran una cuestión física. Y Lang traería a la chica aquí. El sólo pensar en
ello la llenaba de ira. ¿Nunca podría librarse de la muchacha? Su triunfo no estaba

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completo. Lo que antes había sido fácil de lograr podría ser difícil esta vez. Sus
recuerdos de la joven Natalie no se habían desvanecido.
Esta noche, como todas las noches, Britt no podía conjurar a sus demonios. Eran
como grandes aves aferradas a ella. Tomaría unos cuantos tragos para disminuir sus
tensiones, después planearía las medidas a tomar. En alguna medida tuvo éxito la
última vez. No permitiría ahora que todo para lo que ella había trabajado, la paz,
belleza y seguridad, se deslizara como agua entre sus dedos…

Llegaron a Maccalla por un camino privado que los condujo por las frondosas y
verdes praderas al pie de las colinas. Todo esto era propiedad de los Calvert, era una
finca que una vez abarcó veinte acres de campiña vendida en lotes a través de los
años hasta que la propiedad se redujo a poco más de dos acres de bellos y cuidados
prados y jardines, un camino de camelias, un jardín de rosas, grandes filas de azaleas
y rododendros con sus vistosas flores, montones y montones de hortensias y un
maravilloso invernadero que albergaba toda clase de exóticos helechos y plantas de
follaje, así como una amplia selección de orquídeas, nativas y de luminosas bellezas
traídas de todo el mundo.
Maccalla era la esencia del elegante estilo que Richard Calvert había
introducido en la Colonia. Desde su ventajosa posición, por la inclinación oeste del
terreno, se dominaba una espléndida vista de la ciudad y la resplandeciente luz azul
del golfo de San Vicente. La arquitectura colonial en su máxima expresión, Maccalla
surgía, amplia y elegante en armonía con sus alrededores. En donde una vez pavos
reales y dromedarios domesticados solían pasear, ahora había un lago ornamental
verde esmeralda con sus bellos estanques con flores de lis y cisnes con sus siluetas
etéreas reflejándose en el extenso espejo de agua.
A través de la alta fila de árboles, Natalie vislumbró el tejado de estilo gales.
Tuvo la sensación de que estaba soñando, y en su sueño sus viejos recuerdos volvían
en forma impetuosa. Ella había dejado Maccalla justo en un día tan hermoso como
ese. Aquel día, el cielo también estaba muy azul, las praderas del fondo
resplandecían y, a través de los árboles, se respiraba la suave tranquilidad del lago.
Maccalla siempre la había impresionado en grado extremo y ahora el reloj retrocedía.
—¡Maccalla jamás cambia! —exclamó, haciendo un gran esfuerzo para contener
su emoción—. Arena color miel y blanco hierro forjado, una fortaleza de cuatro pisos
con una magnífica cochera. Cuando vivía mi madre, en casa siempre había actividad
social. Ella y la abuela hacían muchas obras de beneficencia. Hospedábamos amigos
de todo el país y uno que otro pariente de papá, que llegaba de Inglaterra. ¡Maccalla
es preciosa! —añadió mostrando gran pasión—. Nunca he podido hacer una
descripción exacta.
—Está muy cerca de hacerla —dijo Lang—. Maccalla es una combinación muy
particular de lo clásico y lo romántico, su arquitectura es muy especial, construida
con gran conocimiento práctico. En todo Maccalla encontrará un estilo de excelente
uniformidad. La casa en sí es imponente; en la actualidad es muy elegante, ya que el

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dinero nunca fue problema. Sir Richard, como sabemos, heredó una cuantiosa
fortuna y construyó para la clase adinerada e ilustrada. Todo le favoreció.
Miró a Natalie, su cabeza apenas se volvió hacía él, en tanto que el sol se
reflejaba en su blanca piel.
—¿Le gustaría tener una casa como esa? —preguntó Natalie con extrañeza,
volviéndose a mirarlo.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Lang como una lluvia de luz, sus blancos
dientes contrastando sobre su piel bronceada.
—De ningún modo, Natalie. Cuando llegue mi hora, construiré mi casa. Tengo
mi estilo propio, que no se parece al de otros. En todo caso no se parece al de ayer,
sino que es actual.
—Y mi obstáculo es que ansió el ayer, ¿es eso lo que trata de decirme?
—Si quisiera decirle algo, Natalie, lo haría. En general, evito hacer declaraciones
misteriosas.
—¡Oh, lo ignoraba! —ella le sonrió y él miró a lo lejos. Su bello rostro se
endureció con cinismo—. Sé que le agrada ganarse a pulso la admiración de la gente,
señor Frazer.
—¿No ha sido así, Natalie? —preguntó con el exasperante razonamiento del
adulto que se dirige a una niña—. Creo que soy un buen arquitecto.
—Usted sabe que lo es. No hay mucho que discutir al respecto. Yo diría que
siempre tiene conceptos muy definidos acerca de todo y ¡de todos!
Lo miró con especulación y él correspondió a su mirada, con un intenso brillo
en los ojos azules. Durante un instante sus ojos se encontraron y Natalie sintió como
si hubiera dado un gran paso en dirección equivocada.
—¿Me está suplicando que la juzgue con discreción, Natalie?
—Sí.
En sus ojos azules había una mezcla de diversión y burla de sí mismo.
—Usted no tiene que rogar nada, no con unos ojos como neblina marina y
cabellos como la seda negra.
Durante un momento, fue tan perturbador su tono, que ella encontró difícil
hablar, pues tenía la sensación de estar en una tempestad.
—¿Fue esa una confesión hecha de mala gana, señor Frazer? Es obvio que
piensa que tiene que ser cruel para ser amable.
—Se le llama sicología de sondeo —repuso Lang divertido.
Hubo una extraña mezcla de burla y algo que no pudo averiguar en su tono.
Alejó de él la cabeza y su espesa y suave cabellera se balanceó como una llama negra.
Estaba consciente de que, a pesar de ser él una persona fría y desamparada, suscitaba
profundas vibraciones dentro de ella, y lo peor era que él lo sabía.

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—Casi cinco años desde el día en que salí de aquí —dijo. A pesar suyo sus ojos
se llenaron de lágrimas—. Sé que esto es tonto de mi parte, pero quisiera que se
detuviera un momento, cerca del lago. Quiero ver los cisnes, ellos me tranquilizarán.
Lang abandonó el camino de grava y condujo el coche hacia un sitio sombreado
bajo un espléndido y viejo árbol de goma. Cuando apagó el motor se percibía una
gran tranquilidad. A través de los centelleantes rayos de plata que emergían del
agua, ocho cisnes blancos se deslizaban junto con otros dos negros de pico rojo,
acompañándolos en tanto que dos más permanecían junto a unos junquillos. Parecía
que nada podría superar su belleza, su fácil y sereno desliz. Al observar su
incomparable avance, la expresión de Natalie se volvió más tierna y su sensitiva boca
se arqueó. Ella estaba tranquilizándose con el hermoso espectáculo que presenciaba.
—Mi padre solía referirse a mi madre y a mí como sus dos cisnes —dijo Natalie
volviéndose con garbo—. En casa había una gran pintura con un marco de oro.
Nadia y Natalie. Papá lo colgó en la sala, arriba de la chimenea. Se la encargó a un
amigo que también es un artista famoso. Usted sabría de quien se trata si le dijera su
nombre. Él siempre decía que era una de sus pinturas favoritas. Mamá, como la
abuela, inmaculada como la plata, yo tenía cerca de diez años, asomándome, como si
me hubieran cambiado por alguna otra niña de cabello negro, por encima de las
lindas manos entrelazadas de mamá. Mi padre juró que nunca la quitaría. ¿Está allí
en la actualidad?
Fue una lucha contestarle sin mostrar sus propias emociones.
—No, Natalie, ya no está. Yo nunca la he visto.
—Estaba casi segura de eso antes de preguntarlo —dijo. Calló de repente,
aspirando profundo—. Britt la detestaba.
—¡Dios mío! —respiró profundo.
—No se enfade. Sólo estoy diciendo que Britt será mi enemiga hasta el último
día de mi vida.
—Esta debe ser la décima vez que me lo dice, Natalie. El nombre de Britt
comienza a sonar como acompañamiento —casi en forma involuntaria la tomó de los
hombros, atrayéndola hacia él, sin advertir que la estaba lastimando—. Puede estar
segura de una cosa —dijo con aspereza—, no permitiré que nada ni nadie le haga
daño.
—¿Por qué se esfuerza en protegerme? —preguntó con un tono esquivo.
—Yo la traje aquí y usted es hija de Drew.
—¿Me protegerá, a pesar mío?
—Sí, si usted quiere ponerlo así.
—Pues no podría haber pedido nada mejor, ¿verdad? Había un temblor en su
voz y el abrazo de Lang se aflojó.
—Natalie, es tiempo de que reflexione acerca de algunos de sus puntos de vista
—dijo él con seriedad.

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—¡Qué insensibilidad! —exclamó con voz baja—. No debería herirme de esa


manera. He venido a ver a mi padre y no puedo pensar en otra cosa. Usted me
lastima los brazos, además.
—Lo siento, he sido muy rudo.
—Yo también lo siento. No puedo continuar pregonando mi inocencia de todas
las cosas que usted parece haber apilado en mi contra. Tal vez, en cierto modo, yo
haya tenido la culpa.
Mientras hablaba sabía cuál sería el efecto de sus palabras, pero estaba
demasiado confundida por un torbellino de emociones que le impedían retractarse
de lo que había dicho. Anhelaba que él creyera en ella, lo deseaba con gran
intensidad y la interpretación de ello creaba una barrera entre ellos.
—Sólo pretendo convencerme de que mi padre es, en realidad, la única persona
importante y que nadie más tiene influencia sobre mí —expresó.
Impediría que el recuerdo de viejas amarguras perdurasen. Britt siempre había
mostrado un extraordinario dominio de sí cuando la ocasión lo exigía, ¿por qué no
podría ella hacer lo mismo?
—Créame —dijo sin darse cuenta, sin querer decirlo en realidad.
—Sé que no va a ser fácil.
—No. Veo que me será difícil establecer comunicación con usted.
—Está aquí para ver a su padre, Natalie —señaló Lang—. Y la ayudaré en todo
lo que esté a mi alcance. Pienso que está un poco asustada. Trate de recordar que
Britt ama a su padre. Por lo menos, debe reconocer eso.
"¡Así es!", pensó Natalie, refugiándose en su silencio. "Dejemos que piense lo
que quiera. Que las mujeres no necesitan tener un motivo para ser incompatibles.
Que es imposible para dos mujeres vivir felices bajo el mismo techo. Que cinco años
antes sólo había sido una rencorosa y vengativa adolescente tratando de obstaculizar
a cada instante a su bienintencionada madrastra.
Él nunca había visto aquellos brillantes ojos dorados ni esa boca impetuosa y
apasionada, una boca codiciosa. De algún modo, Natalie pensaba que tendría que
hacer esta confrontación lo menos penosa posible, por consideración a su padre. Ni
con la mejor intención del mundo podría imaginar que la actitud de Britt hacia ella
hubiera cambiado.
La boca de Natalie se secó y su respiración se hizo un poco agitada. ¿Qué era lo
que en realidad había ocurrido hacía cinco años? ¿Lo sabría alguien alguna vez? Sin
embargo, el hecho jamás podría repetirse. Ella ya no era una chica inexperta. Aun así,
no era contrincante para Britt y cometería un grave error si así lo pensara.
—¿Natalie? —Lang Frazer volvió su oscura cabeza en forma repentina.
—Estoy bien. Un poco nerviosa, por supuesto, y con gran inquietud por mi
padre, pero continuemos, por favor. ¿Cómo encontraré a mi padre?

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—¡Feliz de tenerla en casa otra vez! —contestó con sencillez—. Pertenecen el


uno al otro.
Sus ojos, azules como el mar, se iluminaban al mirarla.
—Así que no se haga pedazos. El sólo verla será suficiente para él.
—Eso espero —dijo Natalie con fervor.
"Los ojos azules tienen una cualidad magnética muy peculiar", pensó, deseando
mirar lejos de él.
Sería una gran locura verse comprometida en forma emocional con Lang
Frazer. Era el primo de Britt, y eso debería ponerla alerta. Con certeza él estaba de su
parte, pero Britt siempre había sido muy hábil con los hombres. Ella tendría que
mostrar su propio dominio. Ese no era un país extranjero sino su propio hogar,
Maccalla, y le estaba dando la bienvenida.
Salieron de la arboleda de cipreses y ella contuvo la respiración, veía todo con
gran claridad. Maccalla era parte del escenario, como el pie de la colina era parte de
la vasta extensión de terrenos de pasto. La residencia y todo lo que había en ella era
de los Calvert. Alguien famoso había dicho alguna vez: "Nosotros modelamos
nuestra vivienda y después nuestras viviendas nos modelan". Natalie sólo sabía que
su casa era de gran importancia para ella y que siempre sería así.
La sangre fluía por sus venas y le daba un desacostumbrado color a sus
mejillas. Sus ojos buscaron y encontraron todos sus santuarios favoritos en el jardín;
los majestuosos árboles de sombra, los inesperados pequeños jardines en el extenso
paisaje, las grandes camas de tulipanes y amapolas, los narcisos que se amontonaban
alrededor del floreciente cerezo blanco, la fragancia de las magnolias.
Miró hacia la residencia, su cuello estaba tenso. Hubiera sido demasiado difícil
para ella ocultar la terrible marea dé emoción. Habían transcurrido cinco años, y
ahora parecía que hubiera sido ayer. Podría estar regresando de la fiesta de una
amiga. Pero Lang Frazer no era un amigo. Tampoco sería su enemigo, mas sintió la
resistencia en él como si, de manera deliberada, estuviera tratando de mantener la
rienda firme.
De algún modo Natalie salió del coche, y miró, a través de la abierta puerta de
entrada tallada, al dirigirse hacia la entrada de la sala blanca y oro. La bella y
brillante araña de luces aún estaba allí, colgando del techo. Una mujer bajaba por la
escalera dividida, con elegancia, apretando el pasamano de cedro; su oscuro cabello
brillaba contrastando con el resplandor del negro artesonado. El impacto de verla
pasó de los ojos de Natalie a su cerebro.
—¡Natalie, Natalie, querida! ¡Bienvenida, bienvenida!
Durante un momento Natalie pensó qué se desmayaría. Sólo la voz familiar era
la misma. No era Britt, ella era una mujer fuerte, segura de su propia fuerza, ataviada
de forma espléndida y en la cumbre de su condición física. El fantasma de la mujer
que había molestado a Natalie tanto tiempo se deslizaba por la escalera. Natalie
parecía hipnotizada, incapaz de hablar. ¿Quién era esa flaca y confusa mujer? Sus
nervios estaban muy exaltados, sus ojos dorados se llenaron con una especie de

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violento dolor. Miró a una mujer despedazada, angustiada por su esposo. Parecía
enferma.
Natalie sintió que el corazón se le salía, Britt, estaba junto de ella, la abrazaba y,
después del primer impacto, Natalie encontró el abrazo demasiado frío. No podía
saludarla, aunque quería hacerlo; sus nervios estaban destrozados. ¿Debería decir
que estaba encantada de haber regresado sumándose a esta farsa? La piel de Britt se
estiraba tensa sobre sus agudos pómulos, su amplia boca se movía, suplicando con
sus oscuros ojos colaboración y mostrando su buena voluntad para olvidar el pasado.
Natalie podría haber jurado que era sincera, pero conocía bastante bien las
expresiones de desamparo a las que Britt recurría cuando las circunstancias así lo
requerían.
Estaba preparada para un intercambio de insultos, ¿pero esto? Britt en realidad
temblaba y una lágrima se asomó a sus ojos, escurriendo por el contorno de su
afilada mejilla. Natalie la miraba con gran asombro y fascinación.
—¡No permitamos que nuestros recuerdos del pasado se interpongan entre
nosotras! —dijo Britt con voz ronca.
Aún sujetaba las manos de Natalie y debió sentir su instintiva resistencia ya que
las soltó de inmediato, con cierta delicadeza.
—¡No, por supuesto que no! —respondió Natalie, con suave y educada voz, el
único tono en que pudo hablar. Era un pensamiento repugnante, pero tal vez su
reacción a las súplicas de Britt podría ser prueba de su propia inmadurez. Britt estaba
patética, lo que mostraba que sus más indignos pensamientos persistían, que todas
las viejas peleas resucitarían de nuevo en cuanto soltara la primera indirecta. Dos
luchadoras en el cuadrilátero.
Los ojos de Britt estaban opacos, como cristal amarillo. Ella se interrumpió,
indefensa, como si sus peores temores se hubieran confirmado y no existiera
posibilidad alguna de rehabilitación con Natalie; en seguida, se volvió y retrocedió
hacia Lang Frazer, quien había llegado hasta la puerta de la sala, observando a ambas
mujeres con sus penetrantes ojos azules.
—¡Lang, querido!
Britt le tendió las manos sin la menor vacilación; su primo avanzó haciendo
gala de su característica flexibilidad y las tomó entre las suyas. Los rasgos de tensión
se advertían alrededor de la nariz de Britt, su boca se aflojó visiblemente y comenzó a
verse como era ella.
—¡Qué bueno que hayas traído de nuevo a Natalie! ¡Eres, muy, muy bueno con
nosotros, querido!
—No hay nada que yo no hiciera con tal de ver de nuevo bien a Drew —
contestó. Su seductor y melancólico timbre de voz tenía una profunda
preocupación—. Estás más delgada Britt, parece que con dificultad podrás soportar
una pérdida de peso.

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—No te preocupes por mí, querido. Supongo que es uno de los castigos por
amar demasiado. No existe mejor remedio que ser amada y estar rodeada de
nuestros cariños.
La dulzura de una mezzo-soprano resonaba en la voz de Britt al pronunciar
aquellas palabras con gran sinceridad. Natalie tuvo la triste sensación de que se
quedaría durante el resto de su vida con un tremendo complejo de culpa. Estaba en
verdad enervada por esta nueva, extraña y desolada mujer con el celo de las
cruzadas reflejándose en sus ojos de santa.
—¡Por favor, Natalie! —dijo Britt con ansiedad, extendiendo una mano,
recurriendo a un gesto de una persona de edad—. Cuando veas a tu padre, trata de
no excitarlo. ¡Oh! Sé cómo se sentirá, tú siempre fuiste la niña de sus ojos; pero,
querida, si algo le ocurriera…
Dejó sin concluir la oración, faltándole corazón y energía para continuar y Lang
Frazer constituía un excelente auditorio.
—¡Britt!
—¡No te angusties, querido! —lo hizo callar con un gesto de valor—. Estoy bien.
Sólo deseo lo mejor para mi esposo. Eso es todo lo que siempre he anhelado. Si a
Drew le hace feliz tener a Natalie aquí, eso es lo que yo quiero. Natalie siempre será
bienvenida en mi casa.
Como actuación era espléndida, una obra maestra. El teatro había perdido a
una gran actriz.
"Me ahorcaría o arrojaría al suelo solicitando perdón, si no hubiera aprendido,
después de recorrer el arduo camino, a reconocer los arranques de Britt", pensó
Natalie. "¡Si no hubiera presenciado una actuación mejor hace cinco años, con la que
me desterró al limbo!"
Se puso de pie, agobiada, oyendo el nervioso golpeteo de su corazón.
—Tal vez debería de subir a ver a su padre ahora —sugirió Lang Frazer en
forma bastante áspera, tratando de descubrir los secretos que guardaba ¡a
impenetrable y dorada mirada de Britt. Natalie permanecía de pie con la rígida
elegancia de una dama japonesa—. ¡Ahora! —repitió con el modo singular de
compulsión que lo caracterizaba cuando quería protegerla. ¡Dios sabía que así era! Su
sombrío rostro moreno y su voz estaban llenos de tensión. Se oyó demasiado
arrogante y pudo advertir que las lágrimas asomaban a sus encantadores ojos grises.
¿Qué más podía hacer, alzarla y correr con ella, cuando él siempre se había
distinguido por su gran dominio de sí? Lo único que sabía era que él estaba
prevenido. En el rostro de Britt no había ninguna emoción, aunque él sabía que ella
estaba muy impresionada. Si hubiera alguna disputa entre ellas con seguridad estaría
atrapado en una encrucijada.
—Eso intento hacer, señor Frazer —dijo Natalie en forma educada—. Estoy
impaciente por ver a mi padre y haré lo posible para no perturbarlo.
Aquellos ojos azules estaban fijos en ella y comprendió que no lo complacía del
todo. Su mirada tenía el brillo de los zafiros y mostraba con claridad hasta qué punto

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la apreciaba, pero, con alivio, ella siguió su consejo. Britt pareció gustosa de quedarse
sola con su primo. Debería producirle gran satisfacción saber que contaba con tan
apasionante defensor.
De pronto, los pies de Natalie volaron con las alas de la juventud y subió
corriendo la agradable escalera de cedro. Tomando hacia la derecha en el descanso
en donde ésta se dividía, continuó subiendo el corto tramo que conducía hacia el
apartamento de su padre.
Se precipitó hacia el corredor, era una fina y garbosa criatura que despertaba a
la vida, conduciéndose sin ningún sentido del deber; su corazón latía sin otro deseo
que poder escuchar la voz de su padre. La falta de generosidad nunca sería uno de
los defectos de Natalie, y los melodramáticos pensamientos acerca de su madrastra
no la llevarían a ninguna parte. Hasta le dio una buena acogida al inevitable
antagonismo de Lang Frazer. Permitámosle alinearse al lado de Britt, con sus ojos
azules tan fríos y brillantes como una profunda zanja en el mar. Si él había estado
dispuesto a menospreciarla, sólo había logrado obtener la mitad del éxito, pues, de
alguna manera, Natalie reconocía que el frío cinismo de su expresión sardónica no
heriría su corazón. Britt era impetuosa e insondable, una extraña en la enorme
tranquilidad que había sido Maccalla.
Al final del corredor, la figura uniformada de una mujer salió por una puerta.
Al verla, Natalie se llevó sólo una ligera pero favorable impresión; parecía una
persona amable y competente cuyos ojos castaños se encontraron con los de Natalie
en forma seria, con una mirada escrutadora pero amable, para la que fue obvio que
todos los cuidados de Natalie girarían sólo alrededor de su padre. Por esta razón su
saludo fue silencioso, pues mantuvieron una muda comunicación con los ojos. Janet
Hood tomó su propia decisión con rapidez, dejó abierta la puerta tras ella y,
poniéndose a un lado, dio un suspiro de aprobación y alivio. Estaba muy
impresionada con la joven criatura que tenía ante ella, aunque se había preparado
para una entrevista con una joven voluntariosa y malcriada, con un carácter
detestable. Que había carácter y pasión, Janet pudo notarlo de inmediato, pero
también advertía ternura y generosidad en abundancia; apostaría su prestigio
profesional en esto. Los lindos ojos grises de la chica brillaban con lágrimas y
mientras dirigía miradas tímidas a través de la puerta, una palabra se formaba
anhelante en su boca. Nada había cambiado en la habitación de su padre, excepto el
hombre y Janet advirtió que sus ojos se humedecían.
Dorados rayos de luz se propagaban alrededor de la figura sentada de su
paciente. La brisa entraba por las ventanas, abiertas al sol detrás de él, acariciando los
elegantes y sobresalientes huesos de su cabeza y sus manos entrelazadas.
—¡Natalie!
Para Andrew Calvert fue un momento de extrema reprensión para sí mismo
cuando aceptó la medida de alejar a su hija, aceptando así su culpa. Él era un adulto,
ella poco más que una niña. Ahora le parecía que la angustia por su cariño estaba fija
en su rostro y en su belleza y compasión. Su joven y temerosa ansiedad, sus brillantes
ojos grises, del mismo color que los suyos, y el balanceo de su negro y abundante
cabello, le golpearon como un cuchillo ardiente.

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—¡Natalie, querida, perdóname!


Sus palabras desvanecieron sus más profundas desdichas, pero el dolor que
había en su voz era evidente.
Natalie retrocedió ante él. De pronto comprendió con dolor, que el encorvado
cuerpo de su padre, que tenía ante ella, no volvería a ser aquel fuerte y elástico
cuerpo que había sido una vez y al que ella siempre estaba dispuesta a obedecer. No
era necesario preguntarse si desfallecería. Las lágrimas se agolparon en su garganta
dejándola sólo decir con gran emoción:
—¡Papá!
Habría sido imposible decir más palabras pero las acciones fueron más
elocuentes. Agachó la cabeza, como una niña regañada, y voló hacia la enorme
habitación de hermoso mobiliario y con aterciopelada y suave alfombra, para abrazar
a su padre. Su brazo, sano y fuerte, la rodeó con emoción y ella rompió en llanto.
Fue así de sencillo. Nunca debió permitir que Britt los separara. Debería haber
sido capaz de cualquier sacrificio por cariño a su padre, pero había actuado como lo
hizo, por un violento sentimiento de traición y rechazo. Ahora le parecía que su
comportamiento había sido demasiado infantil. Ambos habían sido manipulados por
Britt, pero ningún poder en la tierra podría convencer a Natalie de dejar a su padre
otra vez. Así que lloró y lloró sin poder contenerse.
Janet Hood permaneció en silencio, lejos en apariencia, pero se encontraba
encerrada en un tenso triángulo. Se había entrenado, por necesidad, a no
involucrarse en forma emocional con sus pacientes y sus familias, pero ahora estaba
muy conmovida. Andrew Calvert, consciente de su silenciosa presencia, levantó su
oscura cabeza y le sonrió. La bondad de Janet y su seguridad irradiaron hacia él,
pudiendo verla y sentirla como lo había hecho desde la primera vez en que Lang la
llevó a casa. Aunque la causa de su sufrimiento había dejado huella en él, a la
observadora Janet le pareció que su paciente había sido relevado de una carga
intolerable, del peso de una culpa paternal que había llevado sobre sus hombros.
—¿Cómo pude, Janet? —le preguntó—. ¿Cómo pude ser tan ciego y duro con
mi única hija? ¡Los errores, los errores que cometemos! Pero debe haber un fin para
ellos. Si tuviera que morir ahora sabiendo que mi hija ha regresado a mí, moriría
gustoso, sin remordimientos.
Janet lo miraba y un presentimiento la asaltó, provocándole el efecto de un
latigazo.
—¡Cálmese, por favor, cálmese! —le dijo dando muestras de emoción y
haciendo un ademán protector—. Nuestros ruegos han sido escuchados. Ahora,
usted se va a poner bien de nuevo.
—¿Volveré a estar bien, Janet? —miró sus ojos con seriedad, pero había una
sonrisa en ellos. Al fin, Janet dijo con énfasis, emitiendo sonidos entrecortados.
—¡Claro, claro que sí!
Impulsada por una necesidad de acción, atravesó la habitación y apretó con
amabilidad los hombros de Natalie.

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—¡Natalie, querida!
Una tolerante, sutil e inteligente mujer era Janet, y a pesar suyo, se había
mezclado en las tensiones e intrigas de la casa. Sentía una profunda comunión con su
paciente y una sensación de ansiedad por él, y ahora esta joven criatura, de
apariencia tan frágil, con la dura mirada de su padre, había despertado en Janet lo
que ella solía llamar sus instintos de "Mamá Gallina". Con aguzada inteligencia
profesional y un bondadoso corazón debió ser capaz de cuidar el continuo progreso
a su paciente; en vez de eso Janet sentía como si estuviera suspendida al borde de un
precipicio. Janet detestaba a la señora Calvert con sinceridad; la sensatez escocesa en
ella reconocía la raíz de todas las evasiones de la señora Calvert y su renuencia a
permanecer con su esposo. Una mujer tan humana como Janet, consideraba esto una
crueldad que ella detestaba. Janet sentía que había partes sombrías en el alma de la
señora Britt Calvert, algún defecto particular que estaba muy escondido, pero Janet
había descubierto el fondo del problema. No era un simple caso de temor por la
enfermedad o de fastidio por estar en la habitación de un enfermo; había tropezado
con ese tipo de reacciones en varias ocasiones durante su carrera de enfermera. Era
más bien la ley de la selva: el feroz aferrarse a la sobrevivencia. La señora Calvert era
una criatura exótica e inestable y no existía ninguna duda de la antipatía entre ella y
la enfermera de su esposo, mucho menos con su joven hijastra con ojos tan dulces y
grises como las plumas de una paloma. La señora Calvert tenía una llama en el
centro de sus enormes ojos dorados una especie de hierro candente. Millares de
ansiedades se confundían en la mente de Janet; atrajo a la chica con dulzura hacia su
pecho, hablándole con cariño al mismo tiempo.
—¿Podré llamarte Natalie? Bienvenida a casa, querida. Tú eres justo lo que tu
padre necesitaba. En realidad, es difícil decir cuál de los dos está más radiante.
—Sin duda yo —Drew Calvert estaba lleno de felicidad y tomaba las manos de
su hija.
—¡Nunca volveré a dejarte, papá! —dijo Natalie emocionada. Era obvio que
estaba muy conmovida por su regreso al hogar y por el estado de salud de su padre;
sus ojos grises, cuando miraron a Janet, eran enormes y brillantes.
—Por favor, llámeme Natalie —dijo con sencillez—, y gracias por cuidar tan
bien de mi padre. Sé que está en buenas manos. No sólo manos competentes, sino
bondadosas y dedicadas. ¡Las mejores del mundo!
Janet experimentó una sensación de satisfacción, por tantos elogios
pronunciados con tanto encanto y sinceridad que le recordaron el candor y la belleza
de una niña. Sentía que estaba perdiendo el control, pues tenía una gran angustia.
Había cuidado a otros enfermos con una historia clínica peor que la de Drew Calvert
hasta su total recuperación. Por el rabillo de los ojos, Janet percibió movimiento.
Hubo agitación y un susurro de faldas largas, y de pronto, la señora Calvert estaba
entre ellos, alta y arrogante, recogiendo los largos pliegues ámbar de su falda, la viva
imagen de la palpitante vigilancia con sus extraños ojos resplandeciendo durante la
indescriptible escena amorosa.
—Ustedes ya tuvieron tiempo suficiente para saludarse, queridos, ahora deben
admitirme en su círculo encantador. También a Lang. Lang, ¿quieres subir?

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Volviéndose, Britt dio unos pasos hacia la puerta. Llamándolo con alegría,
trataba de disimular alguna nota discordante en la brillante cascada de sonidos.
—Una casi tiene que forzar a Lang para interrumpir esta tierna escena y fue él
quien trajo a Natalie aquí.
Introdujo sus dedos en su oscuro cabello y ellos casi escucharon el crepitar de la
electricidad.
"¡Hipócrita!" pensó Janet, y de inmediato se sobresaltó por su reacción.
La señora Calvert en realidad no había hecho nada para justificar su falta de
caridad; había interrumpido el encuentro como una impetuosa y ardiente intrusa,
creando tensiones y levantando una atmósfera de fuego a su alrededor. Para escapar
de sus propios e inquietos pensamientos, Janet se volvió de prisa, atendiendo a la
entrada de Lang Frazer en la habitación. Él era el primo de la señora Calvert, pero
había demostrado ser muy buen amigo de su paciente y la calurosa sonrisa en los
ojos de Drew Calvert en cuanto tomó la mano del muchacho, afirmó a Janet en su
concepto.
—¡Qué alegría verte de regreso, Lang! ¡No sé cómo darte las gracias por todo!
—No quiero molestar, Drew, ahora que está Natalie de nuevo en casa.
—¡Como si lo hicieras! Janet, con su aprobación, propongo abrir una botella de
champaña. Mi corazón está lleno de alegría, así que no importará, si yo renuncio a mi
parte.
—¡Eso sería espléndido! —secundó Britt con voz tan clara que contrastaba con
la fría firmeza de su cuerpo—. Es evidente que Natalie es justo el tónico que todos
hemos estado necesitando. Me apena muchísimo, señorita Hood, pero tendré que
pedirle el favor de traernos la champaña. Hoy es día de salida de la cocinera y fue
imposible persuadirla de que cambiara sus planes.
Dio esta explicación con una sonrisa de disculpa que no dejó el menor indició
de amistad en ella.
"¡Tengo un enemigo aquí!" pensó Janet con tristeza. "Pero, ¿por qué tenía que
ser precisamente ahora?"
¿Acaso era tan evidente que ella se inclinaba hacia el partido contrario? El
regreso de la hija pródiga significaba condiciones adversas para la señora Calvert.
Janet miró a su paciente en la forma inconsciente en que lo hace una persona que ha
alcanzado el afecto y comprensión del otro, una tranquila y seria amistad, basada en
el respeto mutuo.
—Pienso que una copa no le haría daño.
—Eso sería maravilloso, aunque estoy demasiado embriagado teniendo a
Natalie de nuevo en casa.
Natalie encontró un par de ojos azules en cuyas resplandecientes
profundidades podría caer. Una infinita sensación se vislumbraba dentro de ella, tan
perturbadora que cerró los ojos, sin poder remediarlo, extrañamente reacia a retener
aquella mirada iridiscente e impenetrable. Era inevitable que su presencia la excitara

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y perturbara como un centelleante y diáfano manantial cerebral. Debía concluir


ahora, justo al principio; nunca podrían ser amigos, si es que en realidad fuera
posible una amistad con un hombre tan apasionado y vital. Al verlo, la expresión en
su rostro moreno se endureció con ese cinismo dominado que aparecía cada vez que
él la miraba. Existía sólo una forma en que se podrían comunicar y el radiante y
temeroso pensamiento hizo que se traicionara, haciéndola aferrarse a la silla de su
padre en busca de apoyo, hablando un poco temblorosa.
—¡Déjenme hacerlo, por favor! ¿Por qué no? Prepararé la cena. Soy muy buena
cocinera, aunque parezca mal que lo diga, papá podría…
Se detuvo, titubeante, con cautela al ver que su padre Recobraba las fuerzas,
pero tal vez tanta excitación sería imprudente.
—¡Está bien, querida! —dijo su padre con dulzura—. Mi salud es igual a lo que
está sintiendo mi corazón. He descansado suficiente esta tarde —continuó con cierto
ánimo, porque no era cierto—, y ahora estoy bien despierto para disfrutar de una
buena cena abajo. ¿Te quedarás, Lang? Tú has hecho que mi existencia sea más feliz,
así que no puedes fallarme. Además, tengo la certeza de que Natalie preparará todo
en grande.
—Eso hará que todos nos sintamos contentos con nuestra suerte —dijo Lang
Frazer sonriendo—. ¡Nos sentimos espléndidos y ahora esto! —puso en Natalie toda
su atención, su sonrisa acentuaba la curva de su boca. Había adoptado una actitud
simpática, se distraía mimándola y Natalie sabía que lo hacía tan sólo por el bien de
su padre—. A propósito, Natalie, la acompañaré para ver qué hay en la cocina. Soy
muy hábil en la materia. Podremos cenar a las ocho, creo que es una hora accesible
para todos nosotros.
Andrew Calvert, dijo con tono alegre:
—Sólo te pido que no molestes a Natalie. ¿No crees que dos personas en la
cocina es demasiado, Lang? Eres bastante importante para perder tu prestigio si falla
tu arte culinario.
—¡Por Dios, Drew! Con tu hija seguro que estaré a salvo. ¡De cualquier forma
será bastante difícil para Natalie intentar superarme, pues es peso ligero! Ahora, si
ustedes no disponen lo contrario, nosotros nos retiramos. Ocuparé la habitación de
huéspedes de nuevo, si me lo permites, Drew. Me he enamorado de la colección de
ópalos. Combinan con mis ojos.
Giró con petulancia, reflejándose en el triple espejo de cuerpo entero.
—¡Eso no es verdad! —contradijo Natalie clavándole la vista—. Tal vez el color
sea el mismo, pero la superficie es opaca. Sus ojos son brillantes, excitantes, muy
claros y centelleantes.
Se volvió hacia ella, desconcertado por sus comentarios.
—¿Quiere decir que son cristalinos, Natalie?
Seguían el juego y ella estaba consciente de ello, presentando un intercambio de
halagos que Britt escuchó con expresión despectiva.

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—No veo la razón por la cual tengas que ensuciarte en la cocina, Lang. En el
peor de los casos yo puedo ayudar a Natalie, aunque sé de antemano que no le seré
de mucha utilidad.
—¡Lo ves! —dijo Lang Frazer con suavidad—. Soy bastante especial para mis
comidas. Permítenos cocinar por ti, Britt. Tendremos suficiente recompensa, lo
comprendo, al tener a Drew abajo, con nosotros.
—¡Está bien! —aceptó Britt, tratando desesperadamente de controlarse. Sus
enormes ojos recorrían a Natalie y a su primo—. Mientras tanto trataré de descansar,
me ha quedado poco tiempo para hacerlo. ¿No me necesitas, querido?
—No, gracias —Drew Calvert sonrió a su esposa, sin ninguna expresión en sus
ojos—. Janet se encargará de mí.
Lang Frazer de pronto tomó la fina muñeca de Natalie, provocándole un gran
desconcierto.
Alargó la mano hacia el picaporte de la puerta y dijo:
—Entonces, los veré luego. Drew, Britt, Janet, nos acompañarán, ¿verdad?
—¡Pero es que no habrá manera de defenderme de él!
—¡Precisamente! —dirigiéndose a Janet, levantó su oscura ceja y salió, una vez
fuera tomó del brazo a Natalie con firmeza—. ¡Por favor no tiembles como un
fugitivo, muchacha!
—¿Es eso lo que parezco? —lo retó—. Podría haber jurado que no te dabas
cuenta de mis reacciones.
—¡Natalie! —dijo con frialdad, y algo en su mirada la hizo ruborizarse.
—No tienes que ayudarme con la cena —protestó ella—. Todo lo que sé es que
te gustaría superarme.
—Sin duda lo hago en la mayor parte de las cosas, pero no en la cocina, querida.
No te engañes, permíteme ser tu ayudante.
Se detuvo asombrada, mirando hacia él.
—Pero dijiste… oh, bueno, ésa es una buena noticia de cualquier forma. No creo
que podría aguantar tu penetrante examen supervisando las cosas.
—Lo soportarás muy bien y te avergonzarás. La sola idea de que una hermosa
chica sea capaz de preparar una comida decente, me encanta. Yo sólo verificaré que
los ingredientes no se salgan de las ollas. Aunque nunca comprenderé por qué
diablos tuvo que escoger Vera salir esta noche. Si mi memoria no me falla, durante
los últimos tres años nunca había salido por la noche.
—Tal vez ella tenga muchos viejos chismes, recetas, cualquier cosa que yo deba
aprender. Si te dijera que tus temores son infundados y que mi guisado no te
convertirá en piedra, ¿te quedarías?
—No empieces de nuevo —le advirtió—. El problema principal ha sido
resuelto. Drew luce mejor de lo que nos hubiéramos atrevido a esperar. Ha habido

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alguna curiosa debilidad en su ánimo que nos ha puesto a todos frenéticos. Sé buena
con él, Natalie de cabellos negros y lustrosos, o ¡que Dios te ayude!
—Sólo porque sé que eres muy celoso de todo lo que respecta a mi padre
permito que me digas eso, de otro modo no aceptaría todos los castigos que estás
dispuesto a darme —dijo Natalie con dulzura.
—¿Por qué te duele tanto, mi pequeña e inocente criatura?
Lo miró con incertidumbre. Su rostro moreno tan atractivo e irónico, bastante
endurecido, se fijó en ella que, un poco turbada, trató de retirar su brazo de su fuerte
mano.
—¡Olvídalo Natalie! Era tan sólo una excelente sugerencia. Iré contigo —dijo, y
tratando de cambiar el tema añadió—: Esta ha sido siempre una casa de abundancia;
excesiva, en cierto modo. Es muy raro que yo coma más de una vez al día, parece que
es para lo único que tengo tiempo, pero me gusta el café negro. A menos que seas
mejor de lo que ambos pensamos, no trates de superar a Vera. Ella es muy eficiente; a
pesar de ser una insensible solterona es una verdadera Circe en la cocina. ¡Las cenas
que prepara para las fiestas son espléndidas!
—Por las que Britt recibe todo el crédito.
—¿Acaso no es la anfitriona quien recibe siempre todos los créditos?
—Dame un poco de tiempo y te deslumbraré —le aseguró Natalie.
—Me estás deslumbrando ahora, ¿no lo sabías? Mi sed de belleza en general es
reconocida como extravagante, y tú eres maravillosa, Natalie de los ojos diáfanos.
—Pero no crees en mí —pasaban por el vestíbulo que conducía a la cocina, y de
pronto ella se detuvo, mirándolo como si al no obtener una respuesta se negara a dar
un paso más.
—¡No, todavía no pequeña! —le dijo examinándola. Una llama en sus ojos
azules disipó por completo la ilusión de amistad que había estado creando para
ella—. Tienes que ponerte a prueba en toda clase de formas. Pero en verdad me
siento un poco más bondadoso contigo esta noche.
—Apenas lo había notado —replicó tratando de seguir caminando.
—¿Lo habías hecho? Bueno éste es un débil vínculo entre nosotros. Todo
depende de ti, pequeña Natalie. Tú puedes levantar o hundir a tu padre, devolverle
la salud o destrozarlo.
—¡Cómo dices eso! —se balanceó un poco asustada, y Lang la tomó de un
hombro para sostenerla—. Estás decidido a interrogarme, ¿verdad? Quieres conocer
mis motivos. No has podido advertir cuánto quiero a mi padre, no has notado que
me siento muy mal y preocupada de ver a mi padre físicamente destruido.
—Por supuesto que me doy cuenta —repuso contemplándola con insistencia y
retirando sus brillantes cabellos de sus hombros—. Pero el amor nos sorprende de
muchas maneras, Natalie. Es una fuerza poderosa que puede ir en una mala
dirección, manipulándonos tanto a nosotros como a los seres que amamos. Tú no

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estás exenta de prejuicios. Lo sabes y lo sé, y eso podría causar problemas más
adelante.
—¡De nuevo pareces otra persona! ¡Me detestas! —sus enormes y agitados ojos
plateados llenaban su rostro.
—No —dijo con una amable sonrisa—, pero Britt es mi prima y Drew mi amigo.
Ninguno de nosotros somos tan importantes para él como lo eres tú, aunque
contengas la respiración. Las cosas no marchan muy bien entre Britt y tu padre, lo sé,
pero es inevitable que me interese cualquier conflicto que surja entre tú y Britt. Por
ahora lo que más me preocupa es impedir que tu padre se derrumbe.
—Haré cualquier cosa para evitarlo —dijo Natalie sintiéndose desfallecer.
Se alejó de él, abriendo la puerta que conducía a la aerodinámica y reluciente
cocina. Se detuvo, estupefacta. La hermosa cocina de antaño había perdido su
antigua elegancia. Estaba renovada casi en su totalidad. Lang Frazer la había
seguido, sus ojos azules eran tan ardientes que el impulso de resistirse a él se avivó
en ella.
—¡Márchate! —dijo con rabia, retirando los negros cabellos de su rostro.
—No lo haré, aunque parece que existe algún motivo por el cual tratas de que
pierda mi imparcialidad.
—Pero tú no eres imparcial, ¿verdad? Tú eres quien ha dicho eso.
Sus ojos recorrieron con poco interés los hornos dobles, el refrigerador, el
congelador de pared y la zona del centro de la cocina, el acero inoxidable. La
excitación corría por sus venas como fuego y deseaba estar sola para calmarse.
—¿Sabes? —dijo, dejando escapar un suave suspiro—. Tengo un vestido largo
que es del mismo tono de tus ojos. Me lo pondré para la cena.
—Eso podría tener un resultado opuesto al que esperas —advirtió Lang
tomándola de la nuca y volviéndola hacia él—. Soy mucho mayor que tú, Natalie, y
esa sola razón debería decirte algo.
—Pensé que nuestras relaciones eran bastante tensas, sin necesidad de
preocuparnos por nada más —replicó con rapidez. Estaba dominaba por una extraña
urgencia que acentuaba su inclinación hacia él.
Él la tomó de la barbilla, una extraña luz se advertía en las profundidades de
sus ojos, su duro rostro parecía lleno de vitalidad y poder.
—¿Ninguna resistencia, Natalie?
—¿Tendría objeto?
—No —sus manos se posaron en sus hombros, atrayéndola hacia él—. En una
cosa podemos estar de acuerdo: esto tenía que suceder, así que es mejor que
venzamos los obstáculos. Tus expresiones reflejan casi con exactitud tus
pensamientos. La atracción física puede con gran facilidad esclavizarnos a todos,
pero poseo una coraza muy eficaz.

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—Entonces, ¿por qué me acaricias? —preguntó. Su cabeza se inclinó hacia atrás,


como una flor.
—Fue un impulso momentáneo. Cierra los ojos, así te librarás de mí. Te aseguro
que no había pensado en hacerlo hasta que comenzaste a provocarme.
—¡No te creo!
—Yo mismo no lo creo —dijo. Sus ojos brillaban—. Si vas a luchar, éste es el
momento.
Un antagonismo elemental parecía rodearlo, cambiando el color de sus ojos a
un azul fuego; ella inclinó su barbilla y dijo con voz muy baja:
—Debe ser una sensación terrible, querer besar a una mujer en la que no
confías.
—¿Dije que quería hacerlo, Natalie?
—Lo siento —hizo un extraño movimiento con la cabeza—. ¡Pensé que lo habías
hecho!
La luz se reflejaba en sus brillantes ojos, iluminando su aterciopelado cutis. La
excitación y sensación de flaqueza que se advertía en ella sólo consiguió realzar su
femineidad, él murmuró una exclamación que pudo ser una "maldición" y enredó su
mano en sus cabellos, entretejiendo una espesa y sedosa madeja, forzando su cabeza
hacia la curvatura de su hombro.
Su boca, cuando encontró la de ella parecía desear castigarla forzándola. Como
si él fuera víctima de su seducción, esa fuerza misteriosa lo empujaba a estrecharla,
haciéndola estremecerse, entre sus brazos con un terrible deseo que nadie le había
inspirado, impidiéndola moverse, dúctil y apasionada, cuando debería haber huido.
Cuando la soltó ella pronunció el nombre de él con suavidad, como si estuviera
despertando de un estado hipnótico y como si sólo tuviese que volver la cabeza para
que la excitación comenzara de nuevo, una hermosa llamarada de emoción que hacía
que su corazón latiera con gran rapidez.
—¡Sólo Dios sabe en dónde aprendiste a besar así! —dijo él, retirándola al
instante.
—Por alguna razón es muy importante para ti atormentarme, ¿verdad?
—¡Oh, Dios mío, qué tontería! —negó un poco enfadado—. Tú eres hermosa e
inspiras el deseo en un hombre. Ahora, a menos de que vayamos a ser demasiado
desdichados juntos, separémonos antes de que te bese de nuevo, y no me digas que
no me lo has pedido. Tal vez ambos hemos aprendido una lección, sin esperarlo:
somos capaces de ayudarnos el uno al otro. En lo personal estoy preparado para
sacrificar mis propias inclinaciones por el bien de mi alma, y eso en sí puede ser muy
perjudicial.
—¡Eres un solterón empedernido! —interrumpió. Estaba segura de que su
maravillosa arrogancia femenina era lo más desconcertante para un hombre tan
atractivo y extraordinario. Estaba convencida de que podría huir de él a menos que
volviera a tocarla. Era increíble pensar que hubiera experimentado esa sensación

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incomparable entre sus brazos. Pero, ¿podría rechazar cada insinuación que él le
brindara; el intenso fulgor de sus ojos azules, la forma de su boca y la elegante
complexión de su cuerpo?
—Desde el primer momento en que te vi, Natalie, supe que serías la causa que
rompería el equilibrio que siempre ha existido en mi vida.
—¡En ese caso, estoy satisfecha! —repuso con furia—. Sería espléndido darte
unos cuantos dolores de cabeza. Ahora, márchate de mi cocina, eres peligroso.
A pesar de todos los defectos de Lang, la falta de sentido del humor no era uno
de ellos. Sonrió, lo que lo hizo lucir muy atractivo, y la dura e inflexible expresión se
esfumó de su rostro.
—Supongo que era demasiado esperar que podríamos unir nuestras fuerzas.
Está bien, Natalie, ahora que te he mostrado la senda correcta, me iré. Todos estamos
demasiado sensibles y eso no debe sorprendernos, aunque supongo que ambos
podríamos crear conflictos en cualquier parte en que estuviéramos.
—¡Si es eso cierto, es tu culpa! —estalló desafiante—. Aunque debo admitir que
eres un atormentador muy elegante.
—Así debe ser, cuando tú lo dices —aceptó con gentileza. De nuevo había una
expresión sardónica en él—. Animo, Natalie, mi pequeña inestable, me marcho.
Después de todo, preparar una cena para cinco no es muy complicado. Por supuesto,
si alguien desea saber quién cocinó, espero que me des la mitad del crédito.
—¡Que gracioso! —dijo con alegría, pero él se había marchado.
Horas más tarde, después de la cena, cuando todos ellos prolongaban la
reunión tomando café, Natalie advirtió la mirada de aprobación de Lang. Si hubieran
organizado un concurso, de seguro ella habría ganado, todo se debía a que tuvo una
abuela francesa que tomaba la cocina con mucha seriedad. Los ojos azules de él se
detuvieron con burla en su hermoso vestido estampado, en un fino chiffon de seda
con discreto escote redondo.
La última huella de tensión había desaparecido del rostro de su querido padre,
y en un rápido y sincero impulso, ella le tomó una mano para deslizaría por su
rostro.
—¡Es maravilloso estar de nuevo en casa, papá!
—Así es querida.
Desde la cabecera de la mesa, adornada con sus encantadores manteles de
encaje, sus brillantes reliquias de plata, su fina porcelana y su pequeño centro con
preciosas florecitas blancas, Britt Calvert se reclinaba arrojando el humo del cigarrillo
por la nariz. La sangre bullía por sus venas, congestionando su rostro, y mostrando
sus sentimientos, tal vez por los efectos del alcohol que había bebido. Había vivido
mucho tiempo con la falsa esperanza de que la chica nunca regresara y aquí la tenía
nuevamente, frente a ella. Sus ojos dorados ardían con un intenso brillo. Todos sus
sentidos estaban exaltados hasta el punto en que sintió como si gritara su amarga
enemistad hacia la chica que podría causarle tantas dificultades en la vida.

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"¡Maldita seas!" se repitió una y otra vez. "¡Cómo te atreviste a regresar!"


Sus ardientes ojos ámbar se llenaron con lágrimas de frustración, y cuando la
atención de los demás se dirigió hacia ella, pareció que su reacción era sincera, como
si en realidad deseara construir un nuevo principio. Sólo Janet sentía la ambivalencia
que había en ella y ahora, después de una cena deliciosa y de la satisfacción de que le
provocaba ver a su paciente tan feliz, sintió que esto era tan abrumador como si a
uno le hubieran clavado un puñal. Con tanta violencia oculta en la casa, si tuviera un
poco de sentido común huiría a alguna otra parte, pero sabía que no podría
abandonar a su paciente. Tampoco podría ahora desamparar a la hija, que, con su
joven rostro lleno de alegría, sostenía, amorosa, la mano de su padre, en tanto que
sus ojos brillaban como estrellas.
Janet había visto que la gente podía morir cuando su corazón se debilitaba.
Antes de que su hija regresara a casa, Andrew Calvert había perdido su apego a la
vida. Ahora, en vez se sentir remordimientos tenía que estar firme ante esta mujer.
Janet hizo votos en silencio para que todo continuara así, al menos hasta que su
paciente se hubiese recobrado del todo.

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Capítulo 3
Durante las siguientes semanas, Andrew Calvert estableció y mantuvo tal
magnitud de progreso que poco antes de Navidad era capaz de moverse por todas
partes durante períodos bastante largos, con la ayuda de un bastón. Por las mañanas
era lo peor, esto lo manifestaba con un gesto, ya que sentía sus miembros, en especial
las piernas, como si estuvieran llenas de plomo, incapaz de moverlas con facilidad.
Tenía una enorme voluntad y mostraba gran ánimo sobre la estabilidad de su
cuerpo, pero el consumo de energía nerviosa era tal que en poco tiempo lo vencía el
cansancio. Se acostaba temprano, pero permanecía levantado la mayor parte del día.
Como pertenecía a lo más selecto de la sociedad y era uno de los más distinguidos
arquitectos de la ciudad, su convalecencia fue recibida con verdadera satisfacción y
alivio por todos sus amigos. Andrew Calvert era un fino y cortés hombre de
cualidades excepcionales y había despertado un legítimo cariño entre sus
compañeros, algo poco frecuente en la mayoría de los casos.
Aun los mezquinos y neuróticos pensamientos de Britt habían disminuido en
forma transitoria como si con Natalie en casa ella pudiera también recobrar la salud y
con ésta su anhelada vida social. La señora Britt Calvert había soportado un
purgatorio durante tiempo suficiente y sus ausencias tuvieron maravillosas
compensaciones. Con Britt fuera de la casa, frecuentemente y por períodos largos,
incluyendo la fortuita permanencia nocturna en su ciudad natal, Natalie y su padre
estaban muy dichosos. Janet, quien protegía con aguda perspicacia a su paciente, con
mucha diplomacia se mantenía lejos de ellos durante largos períodos, sintiendo que
ambos lo merecían. Ella no tenía idea de la causa del alejamiento de cinco años, pero
no le costó mucho trabajo adivinar que la señora Calvert había tenido que ver mucho
en eso. La alegría de Andrew Calvert por el regreso de su hija se expresaba con
claridad en su visible mejoría y en el mensaje que se leía en sus ojos; la barrera que
una vez hubo allí, ya no existía, y ninguno de los dos se refería a ella. La sangre
siempre fue y siempre sería más densa que el agua, por lo que muchos padres e hijos
estarían siempre agradecidos.
Junto con su mejoría, Andrew Calvert sintió deseos de reincorporarse a su
trabajo. "Lang ha resistido la carga durante suficiente tiempo", decía, aunque el cielo
sabe que Lang tenía la enorme energía y el suficiente vigor para vigilar que todos los
proyectos de Calvert, Frazer y Duncan se llevaran a cabo. Lang Frazer, el padre de
Natalie estaba orgulloso de decírselo a ella, era un verdadero arquitecto, que
combinaba su gran sentido de imaginación con el conocimiento de la más moderna
tecnología. Ambos, aunque no estaba bien que lo dijera, habían logrado su plena
realización, incluyendo al "joven Duncan", a quien Natalie debería conocer, pero
Lang tenía un estilo individual muy particular que podía reconocerse de inmediata.
Lang Frazer tenía un gran futuro y á Andrew Calvert le complacía pensar que él lo
había impulsado. Cuando otros arquitectos importantes se rezagaban, tal vez era
natural que un hombre joven pronto los opacara. Antes de su enfermedad, el trabajo
había estado fluyendo para todos ellos. Sin embargo, tenía que admitir que sólo Lang
poseía la fantástica energía para dirigir la compañía y supervisar la terminación de
los edificios de Andrew Calvert, así como de sus residencias particulares.

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Por esta razón Lang entraba y salía de Maccalla casi cada tercer día, pero nunca
a una misma hora; sólo cuando tenía tiempo disponible consultaba a su socio. Era
sorprendente, pero sus visitas parecían coincidir con la hora en que su prima no
estaba en casa y Natalie se mostraba muy agradecida. Los modales de Britt hacia ella
eran firmes, indiferentes y serenos, pero Natalie sentía, en presencia de su madrastra,
una especie de mecanismo de defensa debido a que antes había sido lastimada con
dureza y el dolor se había grabado en su cerebro como una advertencia permanente.
Durante las visitas de Lang, Natalie permanecía alejada. El tiempo era muy
valioso para él y ninguno de ellos deseaba fatigar a su padre en forma excesiva.
Además, tenía la impresión de que Lang Frazer trataba de esquivarla. "¡No había
tranquilidad con él!" Era demasiado hábil y tan diabólicamente seguro de sí mismo,
que su padre sonreía con gran placer aunque, por otro lado, deseaba pedirle que
fuera más despacio. En realidad, no existía una competencia que ganar aunque Lang
fuera una persona de casta y parte del placer de su vida era triunfar.
Con sorpresa, Natalie se encontró con él, aunque de hecho la había estado
buscando. Estaba muy sorprendida por su retadora e inesperada presencia en la
biblioteca, en donde ella colocaba un florero de bronce con unas preciosas rosas
amarillas. Se hirió la mano con el espinoso tallo. La suave expresión de dolor fue la
única razón para que él pudiera localizar su voz.
—¡Oh! —con ademán infantil acercó su punzante herida a su boca.
—¡Lo siento, Natalie! —murmuró sarcástico. Sus brillantes ojos azules estaban
fijos en ella—. ¿Fui yo quien provocó que te hirieras? —dio un paso hacia ella y
tomando su muñeca le inspeccionó la mano—. ¡Fue sólo un rasguño!
—¡Vaya! Me lastimé, pero no esperaba recibir tu compasión.
Un suave rubor cubría sus mejillas y su corazón comenzó su ya familiar carrera.
¿Por qué la hacía sentir como si tuviera que oponer toda su resistencia en su contra,
en especial ahora que le sonreía, con un molesto gesto burlón en sus ojos? Con brusco
ademán retiró la mano como si su solo contacto le quemara, lo que en cierto modo
ocurría.
—¿Has arreglado todos tus asuntos? —preguntó. Se esforzaba en evitar el ligero
contacto, encontrándolo demasiado difícil.
—¡Hmmm! —su lenta pronunciación resaltó el varonil tono de su voz.
—Papá está mejorando, ¿verdad?
—Todos tenemos que agradecértelo —sonrió, pero esta vez lo hizo con
sinceridad, haciendo a un lado el juego tonto del gato y el ratón. Puso su mano sobre
la mesa en forma terminante—. Ese arreglo floral ya está terminado, Natalie, de
cualquier manera pienso que estás muy nerviosa. Si cambias otra rosa un centímetro
hacia la derecha o hacia la izquierda todo se derrumbará.
Natalie movió la cabeza con tristeza.
—Nunca sé cómo actuar cuando tú estás cerca.

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—Me agrada que así sea —comentó Lang. Estaba a punto de perder la
paciencia, aunque en realidad no tenía mucha. Acercó un dedo a su barbilla y volvió
su rostro hacia él—. ¡Qué modales, Natalie! Pensé que eras una chica refinada y quise
hablar contigo. Drew me dijo que va a descansar alrededor de una hora y después
Janet le tiene preparado un programa de ejercicios, así es que tienes el resto del día
libre. Para mí —añadió en forma breve.
—¡Me dejas sin aliento! —dijo Natalie estremeciéndose.
Esto era verdad y ella lo atribuía tanto a su edad como a su dominante
masculinidad.
—¡Bueno, te he visto así antes, sin aliento!
Añadió con tono áspero, al mismo tiempo que sus ojos azules se encendían
sensualmente como siempre que sentía atracción por alguien.
—¿Debo entender que me vas a llamar a alguna parte? —preguntó ella con
torpeza.
Lamentaba que él quisiera ridiculizarla.
—¡Sí! —deslizó la mano dándole una palmadita en la mejilla, como si se tratara
de un animalito que hubiera aprendido una lección—. Te llevaré a Bellwood, uno de
nuestros nuevos proyectos de vivienda; no es nada extraordinario, ni ambicioso.
Diseñar casas originales es muy poco lucrativo en muchos aspectos. He encontrado
que tengo que reservar mis mejores ideas para personas muy exclusivas, con un
cierto estilo de vida. Puede ser una experiencia muy personal y costosa. Sin embargo,
este proyecto en particular es muy bueno en su tipo. Quiero que lo veas y también así
lo desea tu padre. Debo decir que estoy interesado en ti profesionalmente y fascinado
porque sé que estás desarrollando tus habilidades. Tu padre no parece saber mucho
acerca de tus capacidades, sobre las que yo te diría que no son insignificantes si no
pensara que esto podría hacerte volar demasiado.
Natalie le dirigió una mirada indiferente, después contestó con sinceridad:
—No he creído que mi padre esté lo bastante bien de salud para discutir ese
punto con mucha exactitud. Es casi como si él hubiese regresado después de haber
recorrido un largo camino, una especie de retiro de la vida. Considero que mi
presencia aquí ha sido suficiente por el momento.
—Sí —afirmó con una sonrisa, dirigiéndole una mirada de aprobación —debo
admitir que adornas la casa en más de una manera —y añadió, dirigiéndole una
mirada intencionada—: Si quieres cambiarte de ropa, te espero en el coche en…
digamos… ¿quince minutos? Veremos los proyectos que tenemos por los
alrededores, después tomaremos el almuerzo por el camino de regreso. Acabo de
escoger el lugar y tú te has mostrado bastante buena chica, pequeña…
—… lo cual hasta tú tienes que aceptarlo —interrumpió ella.
—¿Qué quieres decir con hasta, Natalie? —sus ojos la miraron en forma
dominante, y concluyó—: No soy tu adversario.
—Pensé que lo eras.

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—No temas, ¡hasta llegaré a amarte!


—Palabras, señor Frazer, ¡qué sería de los hombres sin ellas! Además, aprecio el
hecho de que seas un soltero de corazón.
—¡Te equivocas! —protestó, entre divertido e irritado—. Sólo estoy a la espera
de la mujer adecuada.
—La que con seguridad aún no descubres.
—Perdóname si no contesto a eso, pero te diré que mi teléfono no deja de sonar.
En general me encuentro en la lista matrimonial.
—Lo que sólo demuestra que las mujeres disfrutan teniendo problemas.
—¡He aprendido eso, pequeña! —dijo, sus ojos brillaban burlones—. Pero,
dime, ¿vienes o no conmigo? Rara vez reitero una invitación, ¡piensa en la lista de
espera!
—¿Por qué no? —le sonrió, mostrando en sus ojos una gran alegría, y añadió
irónica—: Te aseguro que no interferiré en tu libertad.
—Mi pequeña niña, no te incluyo en la categoría de mis amigas. Te espero en el
coche en diez minutos.
—Puedo estar lista en ocho.
—Desde ahora empiezo a contar el tiempo.
Con rapidez se alejó de ella, tomando con elegancia una cartera de la dorada
consola del corredor. Durante un momento, Natalie lo miró fijamente, absorta, movió
la cabeza como si de pronto volviese a la realidad, salió en forma apresurada de la
biblioteca y subió por la dividida escalera hasta su habitación, situada en el ala oeste.
Se sintió viva y con un desbordante placer. Después de todo, las construcciones eran
su propio mundo, sentía que tenía algo valioso que aportar. A decir verdad, con
ninguna otra persona que no fuese su padre le habría interesado conocer dicho
proyecto, pero ahora aceptaba hacerlo con Lang Frazer. Se daba cuenta de que era un
hombre diabólico, autócrata, sarcástico y con quien debía tener los pies bien puestos
sobre la tierra, pero, a pesar de eso consideraba un gran honor que él la hubiese
tomado en cuenta. Estaba reconocido como un arquitecto muy brillante que podría
explorar con plenitud todos los estilos, así como los ingredientes esenciales que lo
convertirían en un notable arquitecto. Justo ese día su padre le había comentado que
Lang tenía un enorme talento y con él la capacidad de influir en otros, así que ella
tenía que responder con una conducta apropiada y respetuosa.
Cuando llegó al Mercedes, los ojos de Lang aprobaron su elegante falda corta
con esplendoroso estampado de peonías de un bello color carmesí, así como la blusa
lisa de seda con fragmentos azules, contrastando con los preciosos colores de la falda.
Sus altas sandalias eran del mismo tono azul. Se deslizó en la costosa tapicería de
cuero y él miró sus piernas, luego sus pies, haciendo un gesto de aprobación.
—Muy lindo, Natalie. Lo primero que me llamó la atención de ti fueron tus
hermosas extremidades.
—Gracias.

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—Dime, ¿siempre has tenido inclinación por el azul?


—Para ser sincera, sólo desde que te conocí. Ahora me pregunto por qué será
que no tengo preferencia por ningún otro color. ¡Es tan bonito!
Rió y la miró con insistencia, ella, nerviosa, se alisó hacia atrás los cabellos y se
hundió en el asiento, murmurando apenas:
—No debí provocarte, ¿te ha molestado?
—Así es, Natalie. No des demasiado valor al poder de tu belleza.
—Olvídalo, por favor. Desde este momento cuentas con toda mi atención —le
aseguró, entrelazando sus finas manos —, soy una profesional consciente del gran
honor que le están haciendo.
—Lang solía juzgar con dureza a las mujeres de carrera, así es que rió, dejando
escapar un suspiro débil y burlón.
—Esa es una gran satisfacción para ti, ¿verdad? ¡Una mujer profesional!
—¿Por qué habría de serlo? —preguntó.
—¿Por qué mueves tu cabello de esa manera, o llevas tu ropa con tanto señorío,
o utilizas tus ojos en forma tan apabullante?
—¿Quieres decir que eso no es compatible con el exitoso ejercicio de una
carrera? ¿No puedes aceptar que sea mujer profesional?
—¡No comprendo quién te lo permitió! —señaló. La miró con insistencia
cambiando con su característica habilidad el giro de la conversación—. ¿Qué hay con
ese hombre llamado Adrián? ¿No era ese el nombre de tu jefe?
—Si —contestó ella secamente, mostrándose un poco resentida. No añadió el
menor comentario.
—¡Qué silencio tan elocuente! ¿Es casado Adrián o te ha pedido que te cases
con él?
—Lo hemos discutido —dijo, lacónica.
—¿Hace poco?
—Sí.
—Eres una mina de información. Ampliemos más la lista. ¿Cuántos más?
—No me interesa hablar de este asunto —dijo—. No tengo intención de
casarme en muchos años.
Lang la miró brevemente y ella se volvió para otro lado con rapidez.
—Debe de ser algo muy evidente para ti, Natalie, pero a menos que
permanezcas corriendo, tu soltería será un estado bastante difícil de mantener.
Incluso puedes contar conmigo, cuando cambies de opinión. Eres demasiado
encantadora y tienes estilo e inteligencia. Después de todo, casarse contigo no será
muy problemático.

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—Prefiero sobresalir en mi carrera —insistió—. Eso no molestaría a los


poderosos. El diseño de interiores es un área bastante apropiada para una mujer. No
tengo aptitudes para la enfermería, como Janet, aunque supongo que pude haber
sido profesora de escuela o bibliotecaria, o cualquier otra cosa permisible.
—Hay algo que quiero saber —dijo con firmeza—. ¿Es esto lo que en realidad
deseas, una carrera? ¿O sólo quieres llenar tu tiempo de una manera agradable? No
puedo aceptar que una verdadera mujer pueda soportar el alto grado de sacrificio
necesario para lograr una exigente y experimentada posición. Tienes la experiencia
personal de tu jefe. Es un hombre y estoy seguro de que es muy competente en su
trabajo. Hay muy pocas mujeres que alcanzan la cima y una infinidad de motivos
para ello. La mayor parte de las mujeres desean hijos. Insisten en casarse aun en la
actualidad. Si salen en busca de trabajo es sólo para proporcionarles a sus familias
unas cuantas comodidades o tienen que hacerlo con el fin de alcanzar su propia
realización, o porque la casa las enloquece y prefieren preparar el té y mecanografiar
unas cuantas cartas, pero sólo hay una pequeña cantidad de ellas que en realidad son
aptas para trabajar. Es por eso que muchas mujeres se estancan felices en la rutina,
con el fin de hacer alarde de su vida amorosa o del poco tiempo que les dedican a sus
esposos.
—Entonces, ¿debo entender que no confías en las mujeres con profesión?
—No, Natalie, yo no. Te aseguro que no se trata de nada personal, sólo tengo la
experiencia de algunos amigos que se han enfrentado al problema de los celos
profesionales. Ahora todos están divorciados y no por ello son más felices, cuando
hubiera sido más sencillo sacrificar una carrera y salvar el matrimonio. Es duro, lo sé,
que la mujer siempre tenga que ser noble, pero debe haber recompensas, ¿no crees?
Llenando tu tiempo con creatividad y luchando por tu matrimonio. Será mucho más
fácil, y si eres una chica inteligente, lo que es indudable, cumplirás con todos los
requisitos de este mundo. En realidad no necesitas que te ilustre en estos asuntos.
Miles de mujeres sacrificarían su profesión para casarse en la próxima primavera.
—Bueno, ¿por qué no querrías casarte de una vez?
—Mi querida niña —dijo mirándola con pena —, te dije que ya estoy casado
con mi trabajo. La que estuviera dispuesta a soportarme sería excepcional.
—De acuerdo.
—Y no necesitas ser impertinente.
—¡Nunca lo fui! —protestó volviendo los ojos hacia él—, sólo quise decir, ¿qué
mujer podría estar a tu altura?
—¿No piensas cuando abres esa suave y dulce boca? —preguntó con sequedad.
—Si lo hiciera no tendríamos ningún tema de conversación. Contigo reacciono
sin responder, algo muy primitivo, ya que me considero civilizada y estoy segura de
que tú lo eres también.
—Mi pequeña niña —dijo Lang con ternura—, hombres y mujeres nunca son
civilizados en su trato entre unos y otros. No hemos aprendido nada en absoluto
desde que salimos de las cavernas. Por ejemplo, a mí sólo me gustaría levantarte y

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llevarte entre las margaritas. Por fortuna soy un hombre preparado y tengo una cita
con nuestro constructor dentro de veinticinco minutos.
—¡Eso es lo que llamo un alto grado de formalidad! —dijo con admiración.
Recibió una dura mirada azul.
—¡Antes de que termine el día, buscarás protección, Natalie!
—Entonces tendré cuidado de no desperdiciar ni un solo instante.
Descendían por el pie de las colinas, Natalie se volvió para contemplar el
paisaje pues le encantaba y embrujaba. Significaba algo indescriptible para ella, como
una pintura o un fragmento musical o algún objeto que apreciara, aunque aún
podían lastimarle los viejos recuerdos. La campiña estaba muy tranquila con su
característico silencio, el soñoliento y moderado calor de verano, cada detalle le hacía
experimentar una sensación de maravillosa seguridad, como si hubiese encontrado el
lugar ideal para estar a solas.
—Amas todo esto, ¿verdad? —preguntó Lang de repente, rompiendo el
silencio.
—¡Claro que sí!
—Tal vez Maccalla tiene demasiada influencia en ti. ¿No te importará cuando
vuelvas a alejarte? Quiero decir, cuando te cases. Así es que será mejor que olvides
tus bellos propósitos de permanecer aquí.
—Creo que no podría soportarlo si no pudiera regresar de vez en cuando —dijo
con seriedad.
—Tendrás que realizar una ardua labor para encontrar un esposo que se adapte
a tan delirante fantasía.
—Ya te expliqué —dijo tratando de hablar con alegría—, que no quiero un
esposo. Encontraré otras cosas con que llenar mi tiempo.
—Sería absurdo que una casa fuera la causa de que hubiera un gran desacuerdo
entre nosotros. Es obvio, Natalie, que sientas una gran pasión por tu hogar.
—En efecto, es muy importante para mí —repuso.
Por primera vez se sentía aturdida.
—¡Eso es lo que pensé! —dijo brevemente, pareciendo que tampoco podría
detenerse—. Se tiene la esperanza de que encuentres aquí al compañero adecuado
que tolere tu inevitable dedicación.
—Estoy haciendo un gran esfuerzo para mantener buenas relaciones —señaló
ella con rapidez—, mientras que tú no has sido muy cortés conmigo desde que
llegué. Eres una persona a quien las mujeres han desilusionado.
—Aún estoy bajo tu hechizo, Natalie. —le sonrió, pero no había humor en sus
ojos. Fue un extraño momento de tensión y Natalie decidió resistirlo. Reclinó la
cabeza en el respaldo, cerró los ojos y dio un débil suspiro de pesar.

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—No, Lang Frazer, no puedo catalogarte como un ser romántico; yo no te


gusto.
—De momento, dejémoslo así, por favor.
Lo miró de una manera furtiva, dudando de su estado de ánimo, después
volvió a cerrar los ojos; en sus párpados cerrados la luz del sol aún reflejaba su
imagen, el perfecto ángulo de su cabeza, la firme barbilla, el delineado corte de su
boca y la fría ironía de sus ojos. Era el clásico cínico y un enemigo declarado de las
mujeres. En realidad merecía despertar sentimientos recíprocos, y resultaba
desmoralizante saber que no pretendía provocarla en ningún aspecto.
El silencio parecía ser la mejor solución. En menos de media hora llegaron al
desarrollo habitacional, un hermoso terreno que alguna vez había sido una hacienda.
Resplandecían seis casas, semiocultas por espesos arbustos, y dos más esperaban ser
techadas por los trabajadores encaramados en ellas. Natalie, miraba a su alrededor
con gran interés en cuanto cruzaron el enorme letrero que anunciaba el proyecto
Hayes-Murray, diseñado por Calvert, Frazer y Duncan. Su impresión inmediata fue
que todo el diseño era sensacional, un verdadero reto incluso para las inmediaciones,
con un medio ambiente sorprendentemente bello al ofrecer tan maravilloso paisaje.
Las casas tenían el característico toque australiano y lucían muy acogedoras, al
mismo tiempo que tenían una gran funcionalidad arquitectónica. En gran parte se
había utilizado secoya, cedro teñido, y pedacería gris plata para su construcción, y
aunque todas las casas eran hermosas, una en particular era casi escultural, con
muros de estuco blanco y madera oscura.
—¡Esa es preciosa! —dijo volviendo la cabeza—. Es muy llamativa, parece que
nos diera la bienvenida. Quisiera ver el interior.
—¡Está bien! Empezaremos allí. Primero tengo que hablar con Bart Hayes. Me
gustaría que lo conocieras. Siento que el negocio está en vías de convertirse en un
gran conglomerado. Tengo que lograrlo y me agradaría que Hayes y Murray lo
hicieran junto con nosotros. Son personas muy competentes e interpretan muy bien
las ideas. Sólo estoy esperando que Drew se sienta un poco más fuerte para discutir
el asunto. Los viejos tiempos se han ido para bien —prosiguió. El toque pausado,
demasiado personalizado—. En la actualidad tenemos una presión tremenda, como
es la realización de proyectos como éste: construir casas con buenos acabados pero
que estén al alcance de la clase media. Sólo un pequeño sector de la población tiene
recursos suficientes para pagar un diseño especial. Estamos aquí para sobrevivir y al
menos tenemos que llegar a ser tan buenos ejecutivos como los de las compañías a
quienes les diseñamos. Por mi parte me considero satisfecho de haber sido capaz de
construir una casa diferente a las tendencias actuales. Reconozco que para llegar a
esto tiene que transcurrir mucho tiempo jugando al arquitecto aficionado.
—¿No has llegado a ser como mi padre?
—Hasta ese grado no. Aunque en cierta forma él no ha sido suficientemente
bueno. Natalie, espero que respetes mi confianza en lo que voy a decirte. Tu padre
fue educado para un cierto tipo de vida, una agradable y muy cómoda existencia, el
clásico arquitecto caballeroso con sus clientes pertenecientes a su mismo círculo
acomodado. Hasta ahora su arquitectura tiende a ser un poco… "impersonal". La

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única falla en todo esto es que la profesión ha sido revolucionada por completo.
Quiero acercar a Drew poco a poco a mis ideas.
—Bueno, estas casas parecen ser un ejemplo de lo que buscas —convino
Natalie.
—Eso espero —dijo encogiendo sus fuertes hombros—. Es evidente que son
diseños muy satisfactorios, bastante funcionales, que no han desperdiciado ni el más
mínimo espacio. Desde luego que son diseños diferentes, pero muestran un patrón
coherente.
—Tal vez aquella ha establecido el modelo para las demás —dijo Natalie,
señalando hacia el majestuoso edificio blanco.
—¡Puede ser! —aceptó indiferente—. Es un poco más personal, Natalie. Debe
haber sido muy difícil de vender. Frustrante, pero en general es así.
—¿Es tuya?
—Aquella fue espontánea —dijo asintiendo con la cabeza—. No la tomes como
prototipo de mi obra. No puede serlo. Si deseas ver una de las casas que realmente
significa algo importante para mí, te llevaré a la mansión de Magda Frank. Está en la
orilla del fraccionamiento, y muy próxima a ser terminada.
—¿Magda Frank, la concertista de piano?
—Sí. Regresará a casa ahora que se retire. Estará lista cuando llegue. Conocí
muy bien a Magda en Londres, lo que no quiere decir que ella no sepa con exactitud
lo que desea. Le he ofrecido esta residencia que tiene un gran valor.
—Sin duda, me encantaría verla.
Lang dio la vuelta hacia el lado de Natalie y la ayudó a salir del coche,
dirigiéndose hacia una de las casas que aún estaban sin terminar.
—Magda Frank es una mujer profesional —dijo Natalie sin poder evitarlo.
—Magda —señaló, mirándola—, es una brillante artista y uno siempre debe
hacer una excepción con los artistas. Asimismo, tiene dos fracasos matrimoniales
detrás de ella.
—¡No sabía eso! —respondió Natalie con ingenuidad—. Y he leído mucho
acerca de ella.
—Bueno, no publica el hecho en la cubierta de sus discos, pero es verdad. No
tienes edad suficiente para saberlo todo. Soy muy amable en decir esto.
—No eres tan bondadoso.
—No, no para ti. Harry Banks, el paisajista —dijo tomándola con fuerza del
brazo, como si quisiera evitar que se escapara—, ha estado trabajando con nosotros
desde el principio. Abajo habrá jardines y, como puedes ver, todas las calles
convergen en la parte posterior. Ha sido una gran satisfacción para nosotros saber
que todo el proyecto está despertando mucho interés en el medio. Pronto dejaremos
entrar al público, que es en realidad el más importante.

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—Bueno, ellos valorarán lo que has hecho aquí. A mí me parece un paso


gigantesco.
—Con diseño de interiores —rectificó—. Proyectamos hacer una o dos casas
como muestra. Todas las casas lucen mejor amuebladas. ¡Ah, aquí está Bart! Sonríe
en forma amable, Natalie, como digna hija de Drew Calvert.
—Eso es pedir muy poco —dijo. Inclinó la cabeza hacia él, sus ojos grises se
apropiaron de su gesto burlón—. Sin duda tengo algo importante que aportar.
—Ojalá que así sea, Natalie. ¿Pensaste que estaba tratando de limitarte? Sería
un gran placer construir una casa a tu gusto. Puedo mirarte en cada habitación. Me
has impresionado mucho.
—Entonces ya no puedo describirte como un desahuciado, ¿verdad?
Durante un momento una atmósfera magnética los envolvió; los ojos de él
reposaron con franqueza en las suaves y ardientes líneas de los labios de la joven
como un dardo azul brillante.
—No te aprovechas de tus errores, ¿verdad?
—Sólo me burlo un poco —contestó ella agrandando los ojos.
—Creo que lo has hecho durante todo el camino. Aquí viene Bart, quien me
necesita.
Ambos se saludaron con la característica camaradería tan difícil de reproducir
entre las mujeres. Natalie fue presentada y respondió de una forma tan encantadora
que hasta Lang le sonrió como nunca lo había hecho, como si en realidad quisiera
llegar a la esencia, pues parecía que, por mandato divino, Natalie hubiese escogido
precisamente la casa que él había diseñado. En ese momento hubiera preferido elegir
una de las casas diseñadas por Bruce Duncan, pero reconocía el elegante estilo de su
padre, que no había cambiado mucho. Los ojos color avellana de Bart Hayes
brillaban como si quisieran enviarle un mensaje y ella le sonrió caminando hacia la
sombra de un árbol cercano a la bellísima fachada blanca.
Adentro, el interior hizo que su corazón latiera con el más excitante
sentimiento, el amplio espacio era una bendición en un clima tan caluroso y una
recompensa adicional para una nación con personas que gozaban divirtiéndose en
sus casas. El nivel de la estancia salía al patio, abierto al azul del cielo, conduciendo
hacia los enormes ventanales de las alcobas situadas en el otro extremo. La avivada
mente de Natalie empezó a visualizar el patio interior, encontrando que hacía un
bello contraste con el atrevido diseño de la casa y se preguntaba qué clase de plantas
y pequeños arbustos introduciría en el área Harry Banks. Con tan excelente
reputación era seguro que lo convertiría en un oculto jardín privado a la entrada de
la casa.
Los elevados muros de la sala y el comedor eran de ladrillo pintado de blanco,
que reflejaban la abundancia de luz que entraba a través de los ventanales que
encerraban el patio en tres costados. Una negra escalera en espiral, de hierro forjado,
emergía del salón de descanso con piso de mosaico de madera, conduciendo a un
pequeño cuarto, que podría ser un estudio, que hacía un ángulo con el dramático

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declive del techo. Todo el espacio disponible había sido utilizado. Tenía todo lo que
uno podría desear, belleza y estilo, abundancia de luz solar y aire fresco, y, en un
futuro, se vislumbraría a través de los enormes ventanales el abrigo de un verde y
frondoso árbol.
En la mente, Natalie ya había decorado el piso y los muros, con mobiliario de
diferentes estilos y toda clase de ideas florecían para crear un ambiente acogedor.
Claro que habría que considerar un presupuesto y se preguntó cuál sería el tope para
esto. Adrián se pondría feliz si se le encomendara esa tarea.
Cruzó el patio y deslizó las puertas que conducían a la alcoba principal. Tenía el
mismo artesonado de madera, con detalles de dos por cuatro, que el techo de la sala
de recepción de la casa. De nuevo, enormes muros blancos; el baño, de magníficas
dimensiones, estaba decorado con bellísimos azulejos españoles de diseño arabesco.
Otras tres alcobas, más pequeñas, después otro baño para los miembros más jóvenes
de la familia, cubierto con los mismos preciosos azulejos en un azul Wedgwood y
papel tapiz blanco, pero con un diseño menos sofisticado. Hasta ahora todo había
estado muy lindo, pero había llegado el momento de ver la cocina y la sala de estar.
Caminaba con mucha determinación a través del patio, cuando Lang Frazer la
atajó, sus ojos azules llenos de vida brillaban, su oscuro cabello, a la luz del sol,
resplandecía con repentinos destellos cobrizos.
—¡Mi cabeza está llena de ideas!
—¡En verdad! —dijo él con voz suave e insinuante—. ¡Eso aumenta el placer!
—¡Alfombras, tapices, muebles! —continuó Natalie.
—Por supuesto, Natalie. Comprendo lo que quisiste decir. ¿Cómo decorarías un
lugar como éste? —preguntó negligente.
—Primero tengo que ordenar todas mis ideas. Existen muchas posibilidades en
la decoración, hay tal cantidad de recursos en diferentes estilos que podrían encajar
en el diseño, pero una vez establecido se experimentaría, de una manera imparcial y
con gran sinceridad, un enorme placer. Puedo intuir la norma de vida. Claro que
podría tener ciertas dificultades con una casa del tamaño de Maccalla.
—No estoy hablando de Maccalla, Natalie —dijo un poco fastidiado—, tienes
obsesión en eso. Después de todo, Maccalla fue construida con la idea de una
mansión para un hombre rico. No existen muchas de ellas en los alrededores.
Sus ojos azules parecían abrasarla y ella casi tuvo que escapar de ellos.
—¡Lo siento! Creo que te he molestado —dijo ella apenada.
—De ninguna manera. Si estoy molesto es conmigo mismo. Tengo pasión por
hacer las cosas por encima de todo, y contigo, Natalie, quisiera comenzar todo de
nuevo.
—¿Significa que no soy lo que quisieras que fuera? —bajó la cabeza consciente
de su relativa inmadurez.
—¡Eso es! —dijo él con determinación. Sus ojos azules brillaron al humedecerse,
deslizándose sobre ella—. Hablemos con sentido. ¿Te gustaría conseguir un trabajo?

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En breve, pondremos esta casa como muestra. Tengo que atraparte de alguna
manera.
—¡Me encantaría! —contestó un poco asustada y sorprendida, su rostro se
iluminó con la idea—. Estoy convencida de que las oportunidades no vuelven a
presentarse si uno titubea.
—¡De acuerdo! —asintió él con sequedad.
Recordaba tantas veces que había saltado de un lado a otro hasta ubicarse.
—Sería toda una proeza. ¡Una victoria! Un encargo del gran Lang Frazer. ¡Si
sólo pudiera llevarlo a cabo! —Natalie casi hablaba para sí, después se volvió y lo
miró—. Una cosa, ¿podré hacerlo a mi manera?
—Desde luego que me gustaría mantenerme informado, pero sí, puedes hacerlo
a tu manera, de acuerdo a la medida de tus posibilidades. Generalmente damos estos
trabajos a profesionales experimentados, pero contigo haré una excepción. Tengo fe
en tus capacidades.
Lo miró fijamente, como un gatito asustado; su negro y aterciopelado cabello
contrastaba con el tono de su piel, similar a la de una gardenia blanca.
—¿Estaré caminando entre nubes?
—Es muy probable —dijo con afabilidad—. En realidad tengo una
impresionante colección de nubes, pero deja que sea yo quien se preocupe por eso.
Dio una vuelta haciendo una violenta pirueta, sus cabellos caían como una
cascada, haciendo más seductor su atractivo y joven rostro.
—¡No puedo creerlo! ¡Es maravilloso! ¡Te aseguro que voy a lograrlo!
Contemporáneo en su totalidad, nada tradicional. La casa tiene su propio sello y yo
me adaptaré a él. ¡Traigan la comitiva!…
—Déjalo así, pequeña —dijo mostrándose un poco divertido—. Harry se
encargará de todo. Te aseguro que no nos dejará fuera a ninguno de los dos.
—¿Qué sucede con los presupuestos y otros aspectos?
—Primero anota todo. No espero que detalles cada pulgada de madera
empleada en los muebles, pero comunícame la idea básica. Supongo que te basas en
un plan de trabajo. Precipitarse con grandes ideas que no se llevan a cabo, conduce al
desastre.
—Eso significa que estás dispuesto a confiar en mí —dijo con dignidad.
—Por lo que respecta a la decoración, sí, Natalie de los ojos color humo.
Hubo una temblorosa y rara nota en su fuerte y vibrante voz que tuvo el
poderoso efecto de una caricia. La fuerza repentina de su acometida la sorprendió.
Echó hacia atrás su pequeña y equilibrada cabeza, sus grandes ojos resplandecían,
tratando de protegerse, extrañamente reservados.
—¿Por qué me miras de ese modo, Natalie? ¡Dios sabe que eres bastante
misteriosa!

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Algún fragmento de él, ella lo sabía, deseaba retroceder, separándose, como si


quisiera juzgarlos a ambos. Fue con una sensación de alivio el ruido repentino que se
escuchó en la sala de atrás. Con sólo oírlo, se adivinaba vigor y seguridad en su firme
tap, tap. Ambos se volvieron en esa dirección para ver a una alta y muy atractiva
mujer, con cortos y graciosos rizos dorados, luciendo en su delicada figura un
elegante y costoso traje completo, amarillo oro, con una esplendorosa blusa
estampada de seda. Sus accesorios eran perfectos y tenía un tremendo porte, enérgico
con gran donaire.
—¡Lang! Estaba decidida a sorprenderte —dijo con clara y frágil voz—. Estás
tan esquivo en estos días. ¡Otras veinticuatro horas y hubiera tenido que admitir mi
derrota total!
—¿Sucede algo importante? —caminó hacia ella, hablando en forma
despreocupada.
—Tal vez no para ti, querido —contestó con tono de reproche—, ¡sino para mí!
—¿Qué quieres decir?
—¡Oh, eres terrible! ¡Un hombre terrible, pero tan inteligente! Avanzó como un
torbellino, llamando la atención con las pulseras de oro sonando en su brazo.
—No me digas, lo sé. ¡La hija de Drew! Puedo ver el parecido. Grace Copeley,
querida —añadió presentándose y ahorrando tiempo—, tú sabes, Copeley y
Asociados.
—¡Encantada! —dijo Natalie.
En forma cortés estrechó la firme y extendida mano, buscando sin encontrar
una argolla matrimonial.
—¿Señorita, señora? ¡Qué importa! —dijo la mujer. Se encogió de hombros,
leyendo con precisión la mirada de Natalie—. En realidad soy señorita, aunque tengo
un ex marido en algún sitio, ¿no es así Lang?
—¡Sí, Gracie! —asintió él, retrocediendo y sonriéndole.
—No me llames Gracie —dijo volviéndose hacia él—, me haces sentir muy mal,
lo sabes muy bien.
—Pensé que te agradaba —murmuró, relajando su delgado cuerpo.
—¡Bestia! De cualquier modo, querido, lo que en realidad quiero saber y tengo
que investigar para poder resolver, es, ¿cuándo puedo empezar en esto? Debo
reconocer que todo es maravilloso.
—¡Ah, lo que quieres saber es cuando puedes comenzar! —Lang Frazer
interrumpió su actitud negligente—. En realidad, Gracie, querida. Ya he vendido una
casa.
—¡Vaya noticia! —trató de controlar su sorpresa pero un pequeñísimo tic
nervioso se apoderó del ángulo de su boca.
—No dije que fuera noticia.

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—Bueno, en realidad, querido —dijo mirándolo con insistencia—, puedes


culparme si fui un poco brusca. Quiero decir, trabajamos tan contentos en el pasado.
—Y espero que así siga siendo en el futuro, pero esta casa la he vendido.
—Pero yo la quiero, ¡maldición! —se alejó murmurando entre dientes. Poco
después se dirigió a Natalie—: Discúlpeme señorita Calvert; por lo general soy una
persona educada, ¡pero este hombre!… ¡Dios! Algunas veces sólo deseo gritar.
—¡Grita, si quieres! —aceptó Lang con trivialidad—. ¡La última vez funcionó de
maravilla!
—Si me disculpan —dijo Natalie, tratando de ayudar —, me iré y esperaré sin
hacer ruido en un rincón.
—No es necesario. Permanece en donde estás. En realidad, Gracie, es a Natalie a
quien le he dado el empleo.
—¿Por qué? ¡Qué extraño! Eso es terrible, terrible, es muy extraño —Grace
Copeley miró a la chica con inagotable habilidad crítica, sin aprobar lo que veía—.
¿Acabas de salir de una escuela de arte, o acaso del Tecnológico? ¡Contesta, querida,
no te pongas nerviosa!
—No me he introducido en forma clandestina, ni he hecho alguna trampa para
obtener el empleo. Desde hace algunos años he estado trabajando en una empresa
maravillosa, llena de personas, ¡encantadoras, encantadoras! —dijo enfatizando con
malicia ya que si a la señorita Copeley le gustaba usar, adjetivos dobles—, Courtland
and Masón.—¡Nunca he oído nada de ellos! —contestó con furia—. ¿Qué debo
deducir de esto, Lang? ¿Juegan pelota o alguna cosa?
—¿Por qué lo tomas así, querida? —preguntó con un tono de voz que guardaba
para las personas dulces e indefensas—. Elige cualquier otra casa que te guste. La
que tú quieras.
—¡Menos ésta!
—Así es.
Su contrariedad fue tan grande, que el pequeñísimo tic nervioso era cada vez
más evidente. Natalie empezó a sentirse culpable, como si hubiera imprimido una
inmerecida apreciación. Había una agria mirada en los verdes ojos de Grace Copeley.
—Señorita Calvert, le deseo que…
—¡Gracie!
—… se rompa el cuello. ¡Eres un cerdo, Lang!
—Muy gentil de tu parte desistir de tu propósito —su rostro mostraba un gran
entusiasmo, sus ojos azules se fijaron en los de Grace Copeley—. ¿Qué te parece si
cenamos juntos mañana?
—¿Para salvar tu conciencia? —preguntó con tono amargo—. ¡Está bien, eso
suena espléndido! ¿A las ocho, en mi apartamento?
—Soy muy buena decoradora, señorita Copeley —dijo Natalie un poco molesta.
Se sentía obligada a defenderse.

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—Es mejor que lo seas, muchachita —repuso brevemente—, pues ya conoces mi


punto de vista. Seguiré todos tus pasos, dispuesta a tomar posesión en el momento
preciso.
—El verdadero problema contigo, Gracie —dijo Lang Frazer, pronunciando con
lentitud cada palabra—, es que sólo te interesan los negocios, negocios.
—¡Tonto!
Grace Copeley, era una mujer alta, en sus finas manos se adivinaba firmeza, de
pronto, se volvió y lo besó con pasión en la boca. Fue tan espontánea su reacción que
lo encontró atroz y frenéticamente atractivo, y de momento Natalie no la culpó sino
aplaudió su iniciativa. Lang Frazer, era capaz de atormentar por lo menos a diez
mujeres cada día, pero muy pocas de ellas habrían sido capaces de una acción tan
directa. Uno se preguntaba, ¿cómo era posible que su esposo se hubiera escapado? O
lo que era lo mismo, ¿cómo había sido expulsado del paraíso? Muchas mujeres
sentirían miedo de ella. Muchos hombres también, ya que Grace Copeley demostraba
lo que era, una inteligente y exitosa mujer de gusto exquisito. Ahora, una especie de
crueldad se apoderaba de ella, tomó el brazo de Lang.
—¡Me llevaré a este hombre unos minutos, y no intentes detenerme!
—¡Tal pensamiento nunca cruzó por mi mente! —dijo Natalie—. ¡Sería
imposible tal cosa!
—¡Entonces, adiós!
Grace Copeley se volvió con una mezcla de compasión y desprecio, sin intentar
ocultar su derrota.
—Me gustaría decir que tengo mucha fe en ti, pero estaría diciendo una
mentira. Me conformo con pensar que lo dije.
—Mi fe en mí no es mi lado débil —anunció Natalie.
—¡Querida! —había hielo en su verde mirada—. No es posible que seas tan
capaz como yo y aún es tiempo de corregir esta absurda decisión.
—Sólo por una imperiosa necesidad, Gracie. He comprobado lo que es Natalie,
es una digna hija de su padre, debemos Reconocerlo. Tiene calidad. No frunzas el
ceño —reprobó Lang—, destruye tu atractivo por completo.
—¿Qué diablos, esperas que haga?
—En realidad…
Casi la empujó a través de los cristales corredizos dejando perpleja a Natalie,
quien se había puesto un poco pálida al tener un sentimiento de culpa.
Transcurrieron veinte minutos antes de que volviera a ver a Lang, acompañando a
Grace Copeley hasta su coche, era un Maquiavelo se inclinaba hacia adelante para
besar la mejilla ofrecida en forma estoica. Natalie espiaba por las ventanas de la
cocina, a pesar de su convicción de que una persona educada jamás debería hacerlo,
vio aquella verde y afilada mirada ablandarse convirtiéndose en suplicante. Se
despidió con rapidez, teniendo que imaginar el resto. Sus propias emociones se
refinaban a cada instante de una manera más impersonal, mientras se daba cuenta de

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que sin duda no era la única mujer que ardía cuando Lang Frazer la tocaba. Justo en
ese momento se sentía incapaz de cambiar unas palabras con él. Era un extraño
estado de ánimo y no se atrevía a analizar la causa.
Por supuesto que él advirtió el cambio que se había operado en ella, tenía buen
conocimiento de las mujeres, pero en una forma inteligente no hizo ningún
comentario. Sólo le mostró el resto del desarrollo y Natalie estaba resuelta a no
permitirle que la distrajera en ningún sentido.
—¿Aún quieres comer conmigo? —preguntó él en forma seca, mientras
regresaban al coche.
El corazón de Natalie dio un pequeño e involuntario salto; respondió,
sintiéndose atormentada:
—¿Tal vez, en otra ocasión?
—¿No quieres acompañarme ahora? —le levantó la barbilla con sus largos
dedos, volviéndola hacia él, sus grandes ojos se oscurecían con una sensación
insatisfecha y conflictiva. Algo agudo había ocurrido entre ellos y ella aspiró
profundo, deseando abrazarlo.
—¡Vendrás conmigo! —resolvió decidido.
Después, Natalie deseó no haber ido, pues durante el resto del día tuvo peculiar
la intimidad de un sueño. Era una advertencia para ambos que cada uno intentaba
esconder pero ninguno de los dos tenía dificultad en advertir. Lang podría lastimarla
con mucha facilidad y eso lo había descubierto Natalie de una manera dolorosa,
siendo esto muy significativa. Si alguna vez él vio en la clara y brillante profundidad
de sus ojos que imploraba su ayuda en silencio, había sido muy torpe para
ofrecérsela; había algo en su conducta que, en una forma sutil, acrecentaba el
peligroso sentimiento que tenía de una amenazadora afinidad, aunque sus espíritus
poseían una extraña armonía en las cosas que les gustaban y en lo que hablaban,
como aquella noche en que discutieron de muy mal humor. Natalie decidió que
había sufrido una extraña experiencia aquella tarde, sintiéndose como si estuviera en
un trance hipnótico. Cuando al fin se quedó dormida, fue para soñar que se arrojaba
en forma precipitada del pináculo de una nube aborregada, a través del brillante
cielo azul, hasta los ansiosos brazos de Lang.

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Capítulo 4
Natalie durmió hasta muy tarde por la mañana y cuando bajó a desayunar se
aterró al encontrar a Britt sentada a la mesa, moviendo el té como autómata.
—¡Buenos días!
Aun para los oídos de Natalie sonó como una nerviosa oración. "Nada podría
convencerme de eso", pensó. La voz de Britt se afirmaba, sus palabras eran tan
heladas que parecían estrellarse contra el suelo.
—¡Oh! —Natalie se sirvió, asustada por el reflejo de su rostro en el espejo de la
vitrina; estaba muy pálida, lo que era más notorio por su oscura cortina de cabello—.
¿Ocurre algo?
Se alejó y tomó asiento, a una distancia respetuosa, en la cabecera de la mesa,
todavía resuelta a controlarse.
—Recibí una llamada telefónica de una amiga, Grace Copeley —anunció Britt
como si eso fuera suficiente explicación.
—No perdió tiempo —comentó Natalie.
—¡No! —debido a la brillante y dorada luz solar que se esparcía en el
desayunador, Britt mostraba un pavoroso y tormentoso aspecto—. Lo que
desconozco es cómo influiste en Lang para que te permitiera intentar tal cosa.
—¿Te refieres al proyecto habitacional? —Natalie preguntó esto con mucho
cuidado, encontrando el delicioso café tan amargo como hiel.
—No perdamos el tiempo —dijo Britt molesta—; estoy demasiado preocupada
de sólo pensar en ello. Grace está furiosa y dispuesta a descargar su ira por todo el
pueblo.
—No lo creo. Es verdad que estaba bastante furiosa, pero no creo que sea una
mujer vengativa —dijo Natalie con voz baja. Y añadió para sí: "Como tú, que eres
demasiado rencorosa".
—¡Que Lang haya sido tan tonto! No puedo creerlo. De hecho nada ha sido fácil
para mí en estos días. No contigo de nuevo en casa, dispuesta a atacarme en cuanto
tienes oportunidad. No es divertido para mí pasar a un segundo término, pero debo
someterme a este nuevo arreglo por el bien de tu padre —Britt miró hacia arriba un
instante y sus ojos ámbar parecían embrujados por el espectro de un completo
fracaso—. Nunca quise tener que volver a tomarte en consideración —dijo usando un
tono de voz del que Natalie habría querido guarecerse.
—Me preguntaba cuánto tiempo te tomaría decir eso —murmuró la joven casi
ausente. Comenzaba a temblar por dentro—. He estado en casa, ¿cuánto tiempo?
¿Seis semanas? Supongo que has estado contando cada instante.
El rostro de Britt esbozó una rara sonrisa.
—Sé y tú lo sabes también que nada se ha resuelto entre nosotras. Te culpo con
amargura por la pérdida de mi hijo.

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—¿Estás segura de que eres capaz de distinguir entre fantasía y realidad? Creo
que estabas embarazada de un niño fantasma, el nuevo heredero, y fue una forma
ideal e ignominiosa para desterrarme.
—¡Estaba embarazada! —afirmó Britt. Su rostro lucía tan malévolo, que Natalie
hubiera querido retroceder cuando se dio cuenta de que Britt no había cambiado en
nada. Después de todo, cinco años en el destierro no la habían hecho más fuerte.
—Si persistes en eso, Britt —dijo con voz baja—, harás que la vida sea
insoportable para todos nosotros.
—¡Me conformaría si pudiera hacértela imposible en mil formas diferentes!
—¿En realidad lo deseas? Eso va más allá de toda razón. Por favor, detente
antes de que esta escena llegue a ser desagradable e incivilizada.
La frágil risa de Britt tuvo el efecto de un choque eléctrico.
—¡Tú y tu civilización! —dijo en tono de burla—. Tu padre es igual, siempre el
caballero civilizado viviendo en el cómodo esplendor. Detesta las escenas; él clásico
aristócrata.
—Mientras que tú pareces gozar injuriándome.
Hubo un silencio aterrador, con el eco de la voz de Natalie resonando, Britt
exclamó horrorizada:
—¡Qué perversidad de tu parte hablarme de esa forma! Natalie podría haberse
reído de la ironía que encerraban sus palabras, pero estaba poseída por la misma
vieja sensación que Britt había causado en ella. La brillante y oscura cabeza de Britt
estaba inclinada hacia atrás, su amplia boca temblaba.
—Te estás buscando un colapso —observó Natalie.
—¡Has hecho un análisis muy astuto y notable!
—Pensé que estabas bajo los efectos del valium, pero creo que se trata de algo
más —dijo Natalie con calma—. ¡Tus ojos!
Durante un segundo la inexpresiva mirada de Britt resplandeció, en seguida se
desplomó. Era una mujer neurótica, una presa fácil para toda clase de fijaciones
peligrosas.
—¡Ahora Grace! —dijo cambiando de repente el tema y pareciendo segura de
nuevo—. Grace Copeley es una mujer hábil y ambiciosa y tiene un mensaje que
comunicarte. No existe nada que puedas enseñarle acerca de cualquier cosa. Tiene
algo que les falta a muchachitas como tú; es una profesional muy competente. Debe
inquietarte saber que posee una gran determinación, y puedo arriesgarme a decirte
que le interesa Lang. Ambas reconocemos que tienes un lindo rostro, aunque tu sola
presencia me crispa los nervios. Los rostros hermosos suelen despertar
apasionamientos repentinos, pero que también se marchitan muy pronto. Además de
ser un destacado arquitecto, Lang es un hombre como todos: se enamora
temporalmente, y esta… aberración lo comprueba. Si ahora eres una novedad para él,
pronto se aburrirá de tus grandes ojos, como lo ha hecho miles de veces en el pasado
y, para prevenirlo, me adelantaré a hablarle.

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—Eso, espero, de seguro no te conducirá a nada —dijo Natalie con ironía—.


Lang Frazer seguirá su propio camino por una ley natural, ya que su mente
profesional es tan brillante y tan dura como un diamante. Con respecto a que se
pueda dejar influir por un rostro bello es la más absurda observación que he oído.
Conozco mi trabajo. Por supuesto que no tengo la experiencia de la señorita Copeley,
pero seré capaz de triunfar sin necesidad de recibir la ayuda de terceras personas.
Además, no hay nada nuevo acerca de mí que tú puedas decirle.
—¡Sería una suerte que así fuera! Puede ser que hayas podido interponerte
entre Grace y Lang, pero nunca podrás hacerlo conmigo. No quiero tenerte
amenazándome, como un terrible enemigo. Quiero que te vayas. Grábatelo en el
pensamiento y no seas tan ingenua para pensar que seré incapaz de encontrar la
manera de lograrlo.
—Sí, ¡eres experta en accidentes! —dijo Natalie, mostrando su fuerte carácter y
segura, más que nunca, de que Britt siempre había mentido—. ¿Qué es lo que crees
que te puedo arrebatar? ¿Quién es la presa? No se trata de papá, has perdido todo
interés en él. No soy tan tonta, lo he notado.
—¡No es ningún descubrimiento! —Britt casi gritó con una voz horrible—.
¡Maccalla es lo que me interesa! ¡Algún día esta casa me lo agradecerá, aunque
todavía no me hagas caso!
—Perdóname si pienso que estás un poco loca. Hablas como si la casa fuera una
persona viviente.
—¡Así es! —Britt dijo esto dando una asombrosa media vuelta, tan fría como su
helada hostilidad—. ¡Qué irónico! —continuó en un terrible arrebato de cólera y
desesperación—. ¡Viviente, llena de risa! Tu madre y esa bruja de abuela que tenías.
Lady Sabien, ¡bah! Esa, ¡cuántos problemas me causó!
—Si eso es lo que piensas, entonces debería empezar a compadecerte —dijo
Natalie. Trataba de controlar sus nervios.
—¡Compadécete tú misma, querida! —murmuró Britt, girando de nuevo hacia
atrás con un furioso vaivén lleno de una erizante locura—. Tú y yo estamos
encerradas en una crisis mortal. No te engañes. Lo que ves en mi rostro, en realidad
está allí. ¡Te odio! Y después de todo, ¡quiero Maccalla! En un principio, casarme con
tu padre fue bastante difícil, mi único triunfo hasta entonces. Yo lo amaba. Él era
todo lo que yo deseaba, pero, ahora él se ha consumido. ¿Qué más queda, además de
la casa? Un siglo no sería demasiada espera para ello.
Natalie miraba el pálido rostro de su madrastra, que parecía deleitarse con su
malicia, inexpresivo por completo.
—Uno debería cuidarse de desear cosas, Britt. Maccalla pertenece a mi padre y
mi padre aún está vivo.
—Si te imaginara muerta, podría sentirme casi feliz.
—¡Dios te perdone por decir eso! Hay tanto odio en ti que te está envenenando.
Esto te va a pesar, Britt, pero, esta vez, no huiré. ¡Voy a declarártela guerra!

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Había tan celosa convicción en la clara y joven voz de Natalie que Britt bajó su
asustada mirada. Si la chica esperaba que su madrastra concluyera dando el último
latigazo, el largo discurso de Britt había terminado. La luz de la batalla se alejó de sus
enormes ojos dorados, se tomó la oscura cabeza con las manos y estalló en llanto,
dando repugnantes e histéricos sollozos que daban muestra de un peligroso
desequilibrio.
Fue Janet Hood quien oyó los roncos, ahogados sollozos y se dirigió con
rapidez al desayunador. Sus penetrantes ojos trataron de indagar lo que había
ocurrido. Natalie permanecía como un pequeño fantasma, su rostro estaba lívido.
—Discúlpame, pero no pude evitar oír. ¿Le ocurre algo a la señora?
Natalie volvió la cabeza, bastante indecisa; parecía muy joven y afligida de
haber provocado disgusto en Janet. Esta conocía bien el clima de la casa. Caminó
alrededor de la mesa, dirigiéndose a Britt.
—Señora Calvert, ¿puedo ayudarla?
Al oír su voz, Britt levantó la cabeza, la humedad de sus lágrimas habían
corrido en una forma grotesca el maquillaje de sus ojos.
—¡Por Dios, salga de aquí! —gritó—. ¡Cómo se atreve a irrumpir en esa forma!
¿Quién la llamó? No me escondo bajo ningún disfraz para usted, enfermera. Usted
no representa ninguna maldita cosa para mí en una u otra forma. ¡Salga! No recibirá
ninguna clase de agradecimiento de mi parte.
Janet se sintió rechazada, pero sus ojos no titubearon.
—Sería mejor que dejara de hacer esa clase de comentarios de inmediato —dijo
con tranquilidad.
—¿Por qué? —la retó Britt, su voz era horrible—. Debe de estar acostumbrada a
los conflictos familiares. Además es de lo más divertido que una simple enfermera le
diga a uno lo que debe hacer en su propio hogar.
—Una enfermera, sí, pero simple, no —replicó Janet con gran severidad, con
una mirada melancólica—. El señor Calvert bajará dentro de unos minutos y le
recuerdo que protejo su bienestar por encima de todo lo demás.
—¡Oh, disculpe mi enfado! —rugió sarcástica. Levantó su simétrica y alhajada
mano, en la que los diamantes brillaban despidiendo un precioso fulgor azul—.
Encuentro los ideales de su abnegada profesión demasiado aburridos.
Janet se mantenía alejada, observando con mucha claridad la oscura aura que
pulsaba alrededor de la cabeza de Britt, de un raro y oscuro color rojizo. Trató de
controlarse ante la mujer desencajada, pensando preocupada que la señora Calvert
seguía manifestando síntomas de una progresiva depresión. ¿Por qué tendría que
complicar las cosas sin necesidad, cuando su mayor preocupación al estar en la casa
de un enfermo era hacer las cosas con la mayor corrección? Desvió su atención hacia
Natalie. ¡Pobre criatura! Parecía un pálido espectro. Janet se inclinó hacia ella,
sentando a la chica en una silla.
—Siéntate, hija. Estás tan blanca como una hoja de papel.

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—¡Qué lindo, es toda una exhibición! —dijo Britt riendo con mordaz
sarcasmo—. La hija sumisa y la enfermera; una alianza formada contra mí, pero no
vencerán. Nunca confié en ti, enfermera, y esto no te concierne, así que no lo tomes
como el trabajo de tu vida. Saldrás de aquí antes de lo que te imaginas. Ahora,
permite que baje Drew y nos encuentre en una tranquila conversación.
—¡Eso no ocurrirá! —Janet giró en un impulso de tomar una acción decisiva;
había tal desprecio en sus ojos que en realidad se convirtió en una mujer más joven,
moviéndose con agilidad, como si temiera una represión física.
—¡Ya estoy bien, enfermera!
Britt dijo esto en forma vivaz, palideciendo, como si estuviera a punto de
desmayarse, y siguió hablando casi a gritos:
—¡Sólo eso faltaba! Se siente un ángel vengador, y yo siempre he tenido una
fantástica imaginación. Su oportuna intervención ha triunfado. Supongo que ha
pasado la vida espiando a otras personas a través del ojo de la cerradura. No, no se
acerque, no necesito sus servicios. Me repugna. Soy capaz de salir de aquí por mi
propio pie.
A pesar suyo, Janet temblaba de horror. En toda su carrera de enfermera nunca
había conocido a otra mujer como la señora Britt Calvert. Aparentemente era una
mujer fascinante, pero en realidad era demasiado vengativa, y de instintos egoístas y
malévolos. Cuanto más se vive, uno se da cuenta de que la vida tiene la costumbre de
pagarnos con nuestra propia moneda. Janet ignoraba lo que sería del futuro de Britt
Calvert, pero de lo que estaba segura era de que en Maccalla nunca más habría paz.
"¡Qué manera tan atroz de comenzar el día!" se dijo.
Afuera, a través del enorme ventanal, se veía la gran extensión del jardín, las
rosas florecían en medio de su follaje verde oscuro. Era increíble imaginar que en el
interior el clima prevaleciente fuer el odio y la hostilidad.
Natalie se acercó a su lado, y ambas miraron la ostentosa belleza del jardín de
verano.
—Siento lo que ocurrió, Janet. Te has dado cuenta del odio que mi madrastra
siente por mí. Es increíble —añadió—, pero en verdad está celosa de mí.
Janet permaneció un momento en silencio, tratando de disminuir la escueta
verdad.
—Sin duda se encuentra bajo una gran tensión. Es mejor que te mantengas
apartada de su camino.
—Pensé que ya estaba haciendo eso —dijo Natalie haciendo un gesto.
—¡Lo sé! El hecho es, querida, que aunque tu padre haya progresado de una
manera sorprendente, no me atrevería a contrariarlo, porque corremos el peligro de
que toda nuestra dura labor, todos nuestros sacrificios, habrían sido en vano.
—Nunca volveré a contrariarlo, Janet —dijo Natalie con fervor—. Nada me lo
impedirá —sus claros ojos grises tenían un doloroso fulgor—. Britt piensa que estoy
tras Maccalla.

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—¡Qué gran equivocación, muchacha! —dijo Janet.


Sabía que Maccalla produciría una fortuna si se vendiera, sin considerar la
exquisita y deslumbrante colección de finísimos muebles de los siglos XVIII y XIX,
así como antigüedades, pinturas, plata y porcelanas, innumerables adornos, marfil,
vajillas de Dresden, Limoges y Cloisonné. La residencia era tan fascinante como un
museo, ya que había sido decorada por generaciones de coleccionistas y la mayor
parte de lo que en ella había era la herencia del hogar de la familia Calvert de
Inglaterra.
—Una casa tan grande como ésta, está diseñada para una familia grande, con
muchos niños, aunque supongo que no hay muchas personas que puedan hacer
frente a los gastos de su mantenimiento. Además, todos los objetos de valor tendrían
que estar bajo llave.
—Nunca lo estuvieron para mí —dijo Natalie, sonriendo con alegría por
primera vez—. ¡Adoro Maccalla! Es la casa más romántica que conozco y en ella pasé
una preciosa infancia. ¡Las fantasías que solía tejer! Creo que me proporcionó un
gran sentido de la belleza, elegancia y simetría, además de algo de historia. Supongo
que se podría decir que representa una forma de vida que en realidad ha pasado, la
época de la elegancia. Ahora es la era del espacio, de los avances tecnológicos y de la
estricta funcionalidad, pero el señuelo de la belleza aún debe atraer al artista creativo.
¡Cómo explotar las dos imágenes al mismo tiempo! Tengo mucho cariño por
Maccalla, pero no soy una persona interesada. No he regresado para reclamar mi
herencia. Él no me debe nada. ¡En todo caso es al contrario!
—Lo sé, querida —asintió Janet con rapidez, bastante conmovida—. Así es que,
¿por qué te mortificas?
—Porque esa es la triste realidad, Janet, y estoy obligada a aceptarla; Britt no
descansará hasta que yo salga de esta casa.
—Es muy probable. Tal vez cuando tu padre esté bien de nuevo, quiero decir,
en verdad bien, sería mejor que te cambiaras a un lugar de tu propiedad que no
estuviera demasiado lejos de aquí. Una chica tan hermosa como tú, con una visión
propia, podría tener el mundo a sus pies.
—¿Qué pasa con papá, Janet? —preguntó Natalie. Su mirada era muy dulce y
clara en su rostro semejante a una camelia—. Parece que sientes temor por él —dijo la
chica temerosa—. Si es así, por favor, dímelo.
—Sólo quiero evitar contrariarlo —explicó Janet—. Significa que debes ser una
chica valiente y buena y que aceptes todos los castigos que tu madrastra te tenga
preparados, al menos durante una corta temporada.
—¿Y qué me dices de ti? No puede ser agradable tener que aguantar los
insultos de Britt.
—No te preocupes por mí, querida. Soy una persona experimentada en poner
oídos sordos. Estoy decidida a que tu padre vuelva a caminar de nuevo por su
propio pie.

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—Y así será, ¿no es así, Janet? Es un compromiso. Tienes una gran


determinación para lograr que las cosas se lleven a cabo. Eres una profesional.
—¡Siempre, desde que era niña! —dijo Janet, sin poner atención al concepto de
Natalie—. Mi padre fue un médico rural, muy dedicado. Murió pobre pero
respetado, allí y en todas partes. Mi madre no estaba dentro de la profesión, pero ella
también brindaba su amor a todos los pobres menesterosos que se cruzaban en su
camino. Se podría decir que yo lo traía en la sangre.
—¡Qué suerte para nosotros! ¡Has sido muy buena con papá!
—¡Eso espero! Ahora, ¿qué te parece si tomamos un delicioso café? —preguntó
Janet—. Iré a prepararlo, ya que soy muy eficiente.
—¡Es una excelente idea! No he tomado nada, así que lo apetezco en realidad.
De cualquier forma, no me llevo muy bien con Vera. ¿Tomarás una taza conmigo?
—Lo haré.
—Excelente. Tengo algunas noticias para ti. Agradables, esta vez.
—Esperaba eso con ansiedad —dijo Janet con franqueza.
Más tarde, sentadas en un sereno aislamiento, afuera, en el pórtico, saboreaban
su aromático café, con una cucharada de crema fresca salpicada con canela.
—Brindo por la paz —dijo Natalie.
Tenía una perversa sonrisa.
—Es un lindo brindis. Yo también brindo por eso.
Casi en forma simultánea, bastante teatral, Britt, descendía con precipitación al
pórtico, vestida muy a la moda. Su maquillaje era perfecto, pero su piel sé estiraba
tensa sobre sus agudos pómulos.
—¡Voy a salir! —dijo con mucho sarcasmo—. Estoy segura de que todos ustedes
podrán arreglárselas sin mí durante un rato.
En seguida salió, dirigiéndose hacia los viejos establos transformados en una
cochera múltiple.
"¡Aleluya!", pensó Janet con callada gratitud, "¡Muera Lady Macbeth!"

En una casa del tamaño de Maccalla, Natalie encontró que tendría que
refugiarse en la casa de campo de los Calvert, ubicada en el jardín, ya que
consideraba que era el único lugar seguro para protegerse y poner en orden sus
ideas. Necesitaba concentrarse totalmente en la realización de su trabajo e intuyó que
el mejor camino para lograr esto era evitar en forma tajante toda confrontación con
Britt. Era el exilio de nuevo, pero había una gran diferencia, ya que estaría muy
ocupada y absorta desempeñando algo que hacía muy bien, pues tenía habilidad
innata para resolver problemas de decoración.

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Cuando, por primera vez, le dijo a su padre acerca de su trabajo, fue casi
imposible para él continuar la conversación de una manera normal, pues le causó
una enorme sorpresa. Era como si le hubiese comentado que interpretaba a Giselle en
el Ballet Bolshoi, pero Lang la auxilió como ella nunca lo hubiera imaginado,
garantizando su capacidad y dando muestras de una gran confianza, ya que había
logrado la unión de su propio hogar. Después de eso, fue muy fácil continuar, ya que
su padre se sentía orgulloso e impaciente de que pudiera desarrollar con éxito su
carrera. Fue él quien sugirió "la vieja casa de campo", la cual hacía tiempo que había
sido transformada en una perfecta y encantadora casa de huéspedes. Asimismo, era
muy fresca en el verano, protegida por espléndidos y añejos árboles de sombra;
además ofrecía una mágica y serena vista de los cisnes deslizándose en el lago. Con
el feliz y entusiasta semblante de su padre y Lang sonriéndole con sardónica
indulgencia, Natalie se sentía como si estuviera en el cielo. Lo único que faltaba era
que lo que había imaginado se convirtiera en realidad.
Los días enteros transcurrían explorando escaparates y tiendas de decoración,
asegurándose del sitio y los detalles, ya que Natalie se cambiaría a la casa de campó
hasta que el plano maestro y el diseño completo hubieran sido entregados a su padre
y a Lang para su revisión. Se levantaba muy temprano y se acostaba muy tarde,
corrigiendo una y otra vez los detalles, hasta que sus planes, en el papel, parecían tan
completos como claros. Como requisito, los muebles y accesorios debían tener un
precio moderado, pero había una gran cantidad de muebles modernos que lucían
muy bien al reunirlos, y se encontró utilizando los innumerables artículos de esa
línea de muebles, los cubos y equipos, las diversas unidades multiusos para colocar
libros y otros objetos, equipo de sonido, así como el monstruoso y deslumbrante
televisor.
Al principio, comenzó imaginando a sus clientes, los eventuales propietarios de
la casa, y trató con ellos en su imaginación. A los matrimonios jóvenes, les daba una
orientación de estilo contemporáneo; dos jóvenes muchachos, una chica y un chico, le
permitieron decorar la habitación de cada uno. Sus clientes habían elaborado una
lista de sus necesidades, que incluía un plano maestro tentativo, añadiendo
comodidad, precio y un poco de excitación. Deseaba colocar un mueble de
extraordinaria calidad; para su gusto particular, una antigüedad, pero tendría que
consultarle a Lang acerca de esto. Al final apareció una decoración que poseía una
gran seguridad y elegancia. Fue extraordinario trabajar con los espacios amplios y
continuos que Lang había diseñado.
Fue en la construcción en donde por vez primera se encontró con Bruce
Duncan, quien se había mantenido dedicado a su trabajo como un chico con tarea.
Bruce era muy atractivo, tenía ojos y cabello castaños, era muy alto y aún un poco
desgarbado, y de mente muy ágil, ya que esa misma noche invitó a Natalie: "¡Al
teatro, a bailar, a cenar, tú escoges!" y a una fiesta para el siguiente sábado por la
noche.
Con su mente saturada de decoración, barnices para el suelo y tapices, Natalie
aceptó encantada su invitación. Bruce, como le informó con rapidez, la había seguido
en forma deliberada hasta la construcción desde Maccalla, en donde había hecho una
visita de cortesía a su padre, aprovechando el tiempo para intentar obtener una

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valiosa información, acerca de un fuerte y extraño problema de tensión en lo que


Drew Calvert era experto. Por desgracia "el jefe" no se había dado cuenta hacia
dónde se dirigían la infinidad de hábiles preguntas hechas por Bruce, pues estaba
muy ocupado elogiando a Lang, "El Hombre del Destino", y el talento escondido de
su única hija. Todo lo que Bruce había podido averiguar era que Natalie había ido a
Bellwood aquella mañana. Allí la había atrapado, con lo que él consideraba "tácticas
de guerrilla". No existía ninguna posible comparación entre él y Lang; de hecho,
Bruce le había rogado no hacer eso, pero a Natalie le gustaba insistir en lo mismo. Se
trataba de un asunto mutuo.
Aquella noche, Natalie se vistió con un traje informal para cenar en el Gallio,
donde la alta cocina era extraordinaria y los precios exorbitantes. El salón de baile y
las mesas para cuatro personas eran magníficos para aquellos que no deseaban
permanecer a solas. Para Natalie y Bruce eso resultaba excelente, ya que ambos
gustaban de bailar, charlar, reír, como lo hicieron desde el instante en que Bruce
insistió en ordenar un Chateau Lafitte Rothschild del año en que ella había nacido. El
camarero lo ignoró, pues ese vino tenía un precio de alrededor de mil dólares la caja
y, en cambio, le sugirió un excelente Barossa Valley, un tinto seco, o un Beaujolais
para tomar ligeramente frío si Bruce consideraba los vinos nacionales un poco
ordinarios.
—¡Imagínate, un mesero tratando de sorprenderme! —observó Bruce en forma
irónica cuando el hombre se alejó—. La luz me deslumbra, permíteme cambiar de
lugar. Eres increíble, Natalie, bellísima. Ojos cristalinos, tez a perlada y cabello negro
y brillante. Por la forma, tan reservada en que Lang se expresa de ti, llegué a pensar
que era demasiado caballeroso para mencionar que eras fea, aunque tampoco pensé
que tu padre pudiera tener una hija fea —Bruce se interrumpió un momento, y
continuó exaltado—: Qué contento estoy de verlo restablecido. Como sabes, somos
muy buenos amigos y no me avergüenzo de referirme a él de esa manera. Es un
hombre refinado, brillante, pero muy accesible. Como Lang. ¡Es extraño! Los que no
son tan brillantes son los más vanidosos y petulantes. ¿Qué piensas de Lang? —
preguntó de repente.
—Me dio trabajo y me trajo a casa de nuevo —contestó Natalie con cautela.
—Lang tiene influencia en todas partes. "El Hombre del Destino", le decimos en
la oficina, como creo que te había dicho. Pero eso no es lo que quiero decir. También
se sabe que es un gran conquistador, en cuanto a mujeres se refiere, guapo, bien
formado, incitante. ¿No lo crees así?
—En realidad, no lo había advertido.
—Vamos, Natalie, pensé que las mujeres tenían radar para esas cosas. Quiero
decir, el atractivo físico de Lang es sólo una extensión de su mente. El es brillante, es
la única forma de describirlo, y tiene una gran influencia en mí. Mi propio trabajo ha
mejorado de manera asombrosa. Creo que en realidad estoy comenzando a
desarrollarme como arquitecto.
—Eres muy modesto, Bruce. Lang me dijo que tienes mucho talento.

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—Oh, querida, eso es. Tengo talento. Pero quiero ser fantástico y Lang es la
clave. ¡La forma en que ese hombre adapta los diseños a sus alrededores! Muchos
arquitectos están endiabladamente celosos de él. Él no despierta indiferencia; no me
digas que "no lo has notado".
—Sé que le causó a Grace Copeley un disgusto al ponerme en su lugar.
—¡Ah, Grace! —dijo Bruce con un raro tono de voz—. En realidad no puedo
decir que Grace me moleste. Le gusta dar opiniones, y dime si una mujer a quien le
guste dar consejos no es la peor compañía. Es probable que a ti te tome un poco de
tiempo volverte loca por alguien, pero no a Grace. Está enloquecida por Lang y no es
ningún secreto; me atrevo a decirlo porque ella se lo dice a todo el mundo. De
cualquier forma las mujeres inteligentes no son mi tipo.
—¿Por qué opinas eso? —preguntó con sequedad—. ¡Estos hombres y sus
ideas!
—Porque; mi querida jovencita, y no frunzas esa preciosa y ardiente boca,
tienen un defecto mortal, han perdido todo atractivo. Grace es una mujer muy
atractiva. Es una mujer que viste muy bien y tiene un gran estilo, pero es demasiado
profesional. Podría llegar muy lejos sin esforzarse tanto. Las mujeres de empresa
destruyen su atractivo femenino. Me agrada divertirme, como ahora.
—¿De veras?
—Sí. Solía pensar que una rubia con un vestido negro era lo más incitante, pero
ahora no estoy seguro del todo. Tienes una tez encantadora.
—Gracias, Bruce —Natalie miró hacia sus intrigantes ojos castaños—. Creo que
te has puesto de acuerdo con alguien. Hay más invitados a la fiesta. No te vuelvas.
Son Grace Copeley y Lang.
Sobre los hombros del muy bien cortado traje de Bruce, Natalie encontró la
fuerte y helada mirada azul. Había muchos hombres atractivos a su alrededor. Ella
estaba cenando con uno, pero Lang parecía tener una posición envidiable entre todos
ellos. Era como s no pudiera disimular su propio poder, o como si en realidad no
estuviera enterado de ello.
"El gran conquistador", pensó, sonriéndole con un elegante y misterioso
movimiento de la boca.
—¡No hagas eso! —dijo Bruce en forma tan repentina que ella casi brincó.
—¿Qué?
—No mires a Lang de esa forma. Recuerda que estás conmigo.
—Y prefiero estar aquí que allá —dijo con sinceridad.
Grace Copeley siguió la dirección de la mirada de Lang. Hizo un pequeño
saludo con los dedos y ellos debieron quedar satisfechos con eso. Lang les tendió la
mano y Bruce se levantó y saludó, recibiendo una amable y blanca sonrisa. En
seguida el jefe de los camareros se dirigió al grupo y Natalie volvió toda su atención
hacia Bruce.

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—¡Grace es una arpía terrible! —murmuró Bruce, desconcertado por algo.


—Parece que quiso disfrazarse de dalia comentó Natalie con franqueza—. ¡Es
un vestido soberbio!
—Cambiará el lugar contigo algún día, criatura. Eres la mujer más atractiva en
este sitio. Es grandioso para mi amor propio.
—¡Tú también satisfaces el mío!
Continuaron tratándose con mucha familiaridad hasta el fin de la cena, riendo
mucho, sin pronunciar ni una sola palabra peligrosa. Sólo eran dos atractivas y
jóvenes personas que podían comunicarse con facilidad.
Hacia las diez de la noche, Lang se dirigió a su mesa, perfecta en todos los
detalles. Bruce se levantó de inmediato, y permaneció de pie, emocionado.
—¡Hola! ¿Cómo están? Pensé que debería venir y hacerles una visita, aunque
ninguno de los dos parece necesitar mucho estímulo.
Sus ojos de un azul intenso, enmarcados con largas y oscuras pestañas,
observaron ambos rostros con afecto imparcial.
—Toma asiento, Bruce. Siempre haces que me sienta como un profesor.
—Bueno, eso es verdad, me apoyo en cada una de tus palabras —dijo Bruce,
con mucha seriedad.
—Y ahora sabes que "Natalie" no es fea. ¿Cómo estás Natalie?
—Disfrutando de la velada, Lang —dijo sonriendo por su acento.
—¿Cómo va el plano maestro?
—¡De maravilla!… espero —respondió con la voz un poco quebrada—. Estará
listo para su revisión en un día.
—¿En realidad quieres que se convierta en una chica profesional? —preguntó
Bruce—. Escucha, Lang, Grace parece un poco molesta.
—¿De veras? En tal caso no puedo contrariarla. Antes de que termine la noche,
Natalie, regresaré para pedirte una pieza. ¿No te importa, Bruce? —preguntó Lang
afable.
—No ganaría nada con decir que sí, ¿verdad?
—Claro que no. Los socios menos antiguos están obligados a aceptar estas
cosas. Natalie, ¿te dije que luces una elegancia misteriosa y que pareces una persa
genuina?
Lang se puso de pie y miró hacia abajo para mirarla; su rostro mostraba un
gesto divertido y peligroso.
—¡No trates de quitarme a mi chica! —le advirtió Bruce indiferente; era un
hombre joven que estaba decidido a superarse a cada momento. Ahora mismo,
estaba preocupado observando el efecto que Lang producía en las mujeres. Si
observaba con detenimiento podría adquirir experiencia en ciertas cosas que podrían
más tarde serle de utilidad. El problema era que no lucía como Lang, aunque había

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investigado el nombre de su sastre, no hablaba como él, ya que no tenía la lenta


pronunciación australiana, ni cualquier otra, y no poseía la inteligencia de Lang, ni
jamás la tendría, y no tenía sentido pretenderlo.
—¡De acuerdo, me rindo! —dijo Natalie. Sonrió a aquellos vivaces ojos azules.
—¡Qué extraño! —exclamó Bruce mirando a uno y otro.
—Lang tiene una manera muy particular de conseguir las cosas —observó
Natalie—. ¿No lo habías notado?
—Por supuesto, pero es demasiado directo.
—Parece, Lang —dijo Natalie con sequedad—, que atraes a todas las mujeres.
—Por lo menos a Grace —replicó sonriendo—. Te veré más tarde.
—Es una de las pocas tonterías en las que en verdad estoy de acuerdo —
murmuró Bruce, mirando la alta y apuesta figura de Lang—. Sería mejor irnos ahora.
—Aún no quisiera hacerlo, estoy pasando una velada encantadora gracias a ti,
Bruce. ¿Puedo pedir una copa de champaña?
—¿Para celebrar nuestro encuentro?
—¡Por supuesto!
—Entonces, la respuesta es sí.
Bruce volvió ligeramente la cabeza para atraer la atención del camarero, cuya
actitud hacia él era muy amable, y al mismo tiempo miró hacia el selecto y sofisticado
grupo en que se encontraba Lang.
—Según parece hay muchas cosas que no están bien en la mesa de Lang —
murmuró Bruce.
—¿De qué hablas? —preguntó ella.
—¡Ah! No es nada, querida; la expresión de Grace está mejorando. Detesto a las
mujeres celosas, ¿tú no?
—También a los hombres celosos —dijo Natalie. Frunció el ceño al concluir su
observación.
—Y apuesto que te has tropezado con varios.
—Sí, con unos cuantos. ¿Te parece bien que bailemos?
—Casi me quedo sin aliento de sólo pensarlo; en realidad, estoy temblando por
dentro —bromeó Bruce, confesando lo que en verdad sentía.
Media hora después, el grupo de Lang se dispersó y él y Grace se reunieron con
la pareja más joven, aunque era obvio que no fue idea de Grace. Esta, se había dado
cuenta de que no podía manejar a Lang, lo que era desconcertante y muy extraño, ya
que había abandonado a su marido justo por lo contrario.
Natalie y Bruce observaban su acercamiento en silencio, a la expectativa, cada
uno con sus propios pensamientos, que de ninguna manera eran similares, hasta que
Bruce susurró en voz baja:

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—Se necesita mucho más que un hermoso vestido para hacer bella a una mujer.
Sin duda es encantadora y sabe que todo el mundo… está loco por ella.—¡Ssh! —
murmuró Natalie, temiendo que lo pudieran oír.
—¡No me calles, preciosa!
—Se aproximan, quiero decir nuestro camarero.
El jefe de meseros les hizo una seña; después, avanzando despacio hacia la
mesa acomodó sillas extras y retiró con cuidado las que la pareja que se acercaba en
ese momento ocuparían, siendo recompensado con una sonrisa además de una
generosa propina.
Natalie principió admirando el vestido. En realidad había algo en el atractivo
conjunto de Grace, cuya excesiva delgadez hacía que su cuello se viera sensacional.
Era obvio que el modelo de su vestido era demasiado sofisticado, en un bello satín
oro. Con él, Grace usaba un collar largo de lo que parecían ser, por su extraordinario
y tenue brillo, perlas auténticas. Una chaqueta persa de oro brillante, adornada con
pequeñísimas perlas, complementaba el atuendo. Natalie dejó vagar su mirada. Un
paso atrás de Grace, Lang llamaba la atención ya que su indumentaria era muy
llamativa y él caminaba elegante, poderoso, un poco satírico. Juntos se veían muy
atractivos, haciendo que hasta los más indiferentes se volvieran a mirarlos.
Cuando por fin llegaron a la mesa, Lang, hizo una reverencia con mucha
elegancia.
—¿Nos permiten acompañarles? —preguntó—. Y no traten de detenernos.
—¡Buenas noches! —Grace saludó de manera cordial, había en su mirada algo
de malicia. La oscura y bien formada cabeza de Lang estaba cerca de su rubio cabello
cuando le acomodó la silla y arregló su hermosa chaqueta sobre el respaldo del
asiento.
—¡Escucha, Grace! —dijo Bruce galante—, ¡luces estupenda esta noche! Las
perlas, ¿son auténticas, querida?
—¿Tú qué crees? —replicó Grace, sin pestañear, revisando con gran atención el
atractivo y sedoso cabello negro de Natalie—. ¿Cómo está, señorita Calvert?
—Dígame Natalie, por favor —dijo la chica sonriendo—. ¡No seamos enemigas
en público!
—¡Chicas! —exclamó Lang mirando a una y otra, dirigiendo un gesto de
protesta a Natalie. Lang la miró de una manera que pudo parecer cruel, pero Natalie
no estaba segura. Hasta entonces él apenas la había mirado.
—¡Hablen! —dijo Grace alegremente—. Hablen, hablen, hablen. Que haya una
charla animada.
—¿Escuchaste eso, Bruce? —preguntó Lang mirando a su joven colega—.
Tenías organizada tu velada, Natalie, ¿serías tan amable de permitirme que baile
contigo? ¡No más charla por hoy, o mi mente estallará!
—Dime, Grace —dijo Bruce, dando un paso largo hacia ella—, ¿qué hay de
nuevo en la compañía Copeley? He oído que te va muy bien con las cortinas.

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—¡Tú, descarado, presuntuoso! —reprochó Grace.


—Él te admira, Grace, no te puedes quejar. Ponte al día en las noticias, mientras
Natalie y yo bailamos.
Con una molesta presencia a sus espaldas, Natalie parecía navegar en la pista
de baile.
—¿No es una gran noche? —preguntó Lang, tomándola en sus brazos.
—Bruce me agrada mucho —repuso, acercándose pero sin olvidar por completo
la presencia de Bruce.
—¿Fue esa mi pregunta? En realidad, también a mí me agrada Bruce. Y por lo
visto, se mueve con gran rapidez. Ignoraba que se conocieran.
—Nos conocimos esta mañana.
Natalie permanecía con la mirada baja, aturdida, en un estado apasionado.
"¿Lo habrá notado?", se preguntó.
La mano de Lang sujetaba con firmeza su desnudo brazo.
—Insisto. ¡Él es muy rápido y no estoy seguro de que eso me agrade mucho!
La tomó, acercándola más hacia él y ella dio un pequeño traspié.
—De seguro que eso es culpa de la champaña —dijo mirándolo brevemente.
—¡Natalie, Natalie!
Se estremeció, su voz era cada vez más pausada, enunciaba con lentitud cada
palabra.
—Eres exquisita, te lo dice un aburrido y abrumado arquitecto. ¡Dios mío!
¿Cómo pude pasar por alto el concepto de tu padre? No hablemos. Sólo deseo
sentirte y captar tu aroma. Después de un día de continuos problemas te necesito con
desesperación.
—Hace una hora, parecías necesitar a Grace. En realidad, aparentaban ser una
pareja encantadora.
—¡Qué descortesía de tu parte mencionar eso ahora!
Retrocedió un poco y se inclinó para mirar su rostro. Natalie sintió que se
ruborizaba. Si él no dejaba de mirarla de esa forma tan particular, ella se haría añicos,
ya que era tan frágil como el cristal. Sus ojos tenían el color del infinito azul del cielo,
o del océano, y esta excitación que se producía entre ellos podría con facilidad ser un
espejismo. El fuego corría a través de ella cuando él la tocaba y no había nada que
pudiera hacer para evitarlo.
—Natalie, estás temblando —le dijo Lang.
—Siempre me ocurre eso cuando me enfrento al peligro.
—No puedo pensar que te refieras a mí.
—Yo tampoco puedo explicarlo —dijo un poco temblorosa—. Un juego
diferente. Tal vez con distintos jugadores.

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—No hables así.


—Puedo hacer que te enfades, ¿verdad? —preguntó.
—Sí. Eres una de las femme fatales de este mundo. Tu rostro dice todo. Sonríes.
Sonríeme, Natalie. No sólo con aquellas miradas agridulces. Gracias a Dios, Bruce y
Grace están mostrando una gran afinidad. Ese es el lado bueno de Bruce, es digno de
confianza.
"¡Y tú eres dinamita!", pensó Natalie.
Haciendo a un lado el raciocinio, sólo disfrutaba el momento. Lang también
permanecía en silencio; de pronto tocó su pulso. En seguida, sin una razón, levantó
su muñeca besando la fina y delicada piel.
¡La sorprendió! Ella podría amarlo, el pensamiento se elevó como una enorme
nube, y ¿cómo, oh, cómo podría remediarlo? Sería inconcebible amar a Lang Frazer,
la haría pedazos. Pero en ese momento pensaba que lo haría. Era verdad que él
quería atraparla. Se alejó un poco de él. Como si se alejara de lo imposible.
—¡No!
Su suave negativa registró el efecto de su femineidad en él.
—Tú no vas a ninguna parte, Natalie. Te quiero toda para mí.
—¡Yo no valgo! —dijo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Qué tonterías dices, Natalie! De ningún modo eres tonta. No llores, pequeña.
No esta noche, por favor. Casi te estoy suplicando y no es algo que haga muy
seguido. ¡Además, ya es demasiado tarde! —enredó un poco de su brillante cabello
alrededor de un dedo—. No has cambiado nada desde que hicieron esa pintura
donde apareces junto a tu madre. "Nadia, Natalie". ¡Es muy memorable! Pensé que
no la habías visto —dijo con voz baja.
—No lo había hecho hasta hace unos días. Tu padre me indicó en donde estaba;
en la torre, desterrada. Tu madre era una mujer muy hermosa, y no te pareces nada a
ella físicamente. Eres muy parecida a tu padre, pero desde luego, tienes tu propia
personalidad. ¡En realidad, Natalie, eres la criatura más encantadora que yo haya
visto, con tu piel de seda!
—La mujer que te ame tendrá que pagar, y pagar muy caro —dijo con
suavidad.
—Si continúas pensando así, tú tendrás que pagar. ¿Quién está temblando, tú o
yo? —las manos de Lang se deslizaron por su angosto talle y se detuvo entre la
muchedumbre que bailaba en la pista—. ¡Vamos, un hombre no puede soportar
tanto! ¡Es una lástima que Bruce tenga que llevarte a casa, justo ahora te busca
impaciente!
—De cualquier modo, estoy cansada.
—¿Por qué ahora? Hace un momento tus ojos brillaban como estrellas.

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Grace se veía molesta. Parecía que un minuto más en la pista de baile la hubiera
orillado a hacer una escena de celos. Su mano sostenía el hermoso collar de perlas
que pendía con soltura alrededor de su cuello. Todos los años transcurridos
comportándose como una distinguida y sofisticada dama, al parecer no contaban
para nada. En seguida la aterciopelada voz de Lang murmuraba que era hora de
regresar a casa. Horas más tarde, en un ensueño adormecedor antes de dormir,
Natalie se tocó la muñeca donde su boca se había posado. Sentía una agradable y
extraña sensación en todo su ser. ¡Había ido demasiado lejos!

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Capítulo 5
En el Año Nuevo, Maccalla dio la bienvenida a la invasión británica
representada por Richard, el primo hermano de Andrew Calvert, acompañado de su
esposa, Louise, y sus cuatro hijos: Mark, Matthew, Sarah y John. Fue el joven John,
con su destrozado sistema nervioso, así como el empeoramiento de una fuerte
afección bronquial, quien no sólo había hecho el viaje aconsejable, sino apremiante.
Pasar el invierno en casa no era posible y ambos primos, quienes se escribían con
frecuencia, decidieron que la mejor solución sería unir a las dos familias bajo el
brillante y seco sol australiano.
Sus primos ingleses necesitaban poca incitación. Apartados por más de veinte
mil kilómetros, aún estaban muy unidos. En realidad había sido Louise, con la
completa aprobación y estímulo de su esposo, quien le había escrito a Natalie
durante los primeros días del alejamiento, ofreciéndole que fuera a compartir su
hogar con ellos. Aunque un poco reacios, pues no les agradaba mucho interferir en
esta difícil y en apariencia inexplicable situación, ya que ellos no conocían a Britt, el
pensamiento de Natalie, sola con su abuela Lady Sabien, ahora muerta, afligieron a
esta rama inglesa de la familia durante algunos años, aunque recibían la constante
correspondencia de Natalie. Ella había permanecido en sus corazones y mentes
desde que la vieron por primera vez cuando era un poco mayor que su Jo-Jo. En los
trágicos días siguientes a la muerte de Nadia, Drew Calvert había llevado a su hija al
extranjero con el objeto de distraer su joven mente que se desesperaba con facilidad.
La casa de Richard Calvert, en Surrey, había sido su base durante un extenso
recorrido por la Gran Bretaña y el continente europeo. Por lo tanto ninguno de ellos
le era desconocido. Richard y Louise en dos ocasiones habían ido a Australia en los
días en que Nadia aún vivía, por lo que sólo era el primer viaje para Sarah y Jo-Jo,
quienes estaban muy emocionados, "fuera de sí".
La visita de la familia causó una gran alegría a Natalie y a su padre, y cayó
como una bendición del cielo. Todos ellos tenían un enorme sentimiento familiar,
acrecentado por personalidades y temperamentos compatibles. Hasta Britt resucitó
para la ocasión, viéndola como un reto, no estando demasiado distante para no
poder desenterrar los afables modales del pasado, por lo que rió de todas las
continuas y sardónicas bromas y ocurrencias de Richard y se lució con una
abundante y excelente cena.
El parecido de Richard con su primo y por consiguiente con Natalie y el de
Natalie con sus dos primos menores era el tema de conversación. Los dos chicos
mayores eran la viva imagen de su madre. Todos los jóvenes Calvert reaccionaban
encantados encontrando el lado bueno de las cosas, pasando la mayor parte del
tiempo visitando puntos de interés y haciendo excursiones por la hermosa piscina de
Maccalla, con abundancia de áreas adyacentes para tomar el sol situadas en el rincón
de la residencia. Nunca, excepto cuando había fiestas, las instalaciones para asar
carne habían sido utilizadas. Con la ayuda de sus dos hermanos mayores,
empeñados en enseñarle a nadar, Jo-Jo empezaba a mostrar los visibles beneficios
que el sol y la admirable terapia causaban en su organismo.

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Natalie encontró en Louise una excelente orientadora profesional para el


proyecto de la casa, ya que era encantadora. Louise era una mujer serena y
fascinante, con una misteriosa sensibilidad y la brillante apariencia de una diosa, lo
que proporcionaba un maravilloso equilibrio entre Natalie y su madrastra, cuyo
sentido de frustración se disipó en forma dramática en cuanto nuevos intereses y un
gran entusiasmo comenzaron a esparcirse por la casa. Los amigos entraban y salían
para conocer a los primos, y la alegría de las actividades sociales era contagiosa. Britt
no volvió a tener tiempo para pensar en sus tensiones y, para completar su felicidad,
Drew manifestó que nada le daría mayor placer que abrir de nuevo los magníficos
salones de baile de Maccalla para una fiesta.
—¡No, no para una fiesta, sino para la inolvidable noche, excitante y
extravagante, de un verdadero baile!
Todos pensaban que se trataba de una maravillosa idea. Previniendo algún
riesgo, acordaron que Drew permanecería sentado, reposando y alejado de las áreas
de actividad, evitando así que pudiera fatigarse. Él ya había rechazado cualquier
insinuación de que tal vez su salud no estaba en disposición de soportar un evento
social de tal magnitud. Su primo lo miró con afecto, tratando de adivinar algo en su
mirada y no encontró una razón por la cual no pudiera ofrecer un baile en su hogar y
disfrutar durante unas cuantas horas Las señoras se encargarían de todo y él se sentía
con ánimo de verificar las existencias de la bodega.
Una magnífica disposición de buena voluntad y entusiasmo reinaba en la casa,
propiciada por Louise, quien tenía una experiencia excepcional y una habilidad
natural para manejar a las personas. Nada requería mayor atención y paciencia que
educar a tres muchachos, y ella solía comentarlo, riendo, con su esposo en la lujosa
privacidad de la mejor habitación de huéspedes de Maccalla, así que manejar a Britt
no representaba un problema para una mujer de su experiencia. Lo que no mencionó
era que Jo-Jo casi había agotado todas sus energías y ella era una mujer con mucho
vigor. Había tenido muy pocos momentos exentos de angustia con los periódicos
ataques de Jo-Jo. Algunos medicamentos habían sido demasiado severos para el
sistema nervioso del chico y estaba demasiado delgado; el hueco que había en su
pecho era muy notorio. Ahora madre e hijo recuperaban las energías.
Louise tenía motivos para estarle agradecida a Janet Hood, la enfermera de
Drew, quien había instituido un sencillo programa de fisioterapia para Jo-Jo, el cual
tanto ella como tío Drew se encargaban de desarrollar en forma de juego, ya que
Drew y Jo-Jo hacían sus ejercicios juntos. A todos los cabos sueltos que interesaban a
Louise se les daba mucha importancia, lo que significaba una enorme alegría para
ella.
Natalie, también había encontrado una nueva libertad, aunque trabajaba con
más ahínco que nunca. El proyecto de la alcoba principal y la sala-comedor ya estaba
terminado y sólo tenía que incluir su concepto particular proyectando las demás
áreas de la casa. El completo manejo de la residencia, que ahora incluía a Janet y
excluía a Britt, quien estaba más interesada en las actividades sociales, era el
comentario de todos, así como el reconocimiento al es fuerzo de Natalie, que todos
calificaban utilizando la novedosa palabra de la pequeña Sarah pero que era muy

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antigua en el idioma australiano: "¡Beaut!" Esto lo interpretaba su padre como:


"exhibición de un tremendo poder de imaginación".
La revisión final de Lang parecía estar de acuerdo con ella, excluyendo sólo un
adorno tejido a mano y unos cuantos detalles de iluminación. Insólitamente
presionado y con mucha prisa, aún encontraba tiempo para acompañar a los
huéspedes, explicándoles cada innovación que se estuviera realizando, despertando
su característica admiración en las personas, aún entre los niños. Lang era un hombre
de un físico excepcional y con enormes dotes mentales, nacido para destacar en
cualquier parte, por ser espíritu de creatividad. Desde el principio, se convirtió en el
ídolo de Jo-Jo que quería ser arquitecto, como tío Drew, y como él. Esto no era
sorprendente, ya que sus padres tenían una cultura impresionante, y la habían
reflejado en sus hijos. Matthew, quien había heredado la dorada apariencia de su
madre, quería estudiar su último año en Timbertop. Si había sido una buena escuela
para el Príncipe Carlos, también lo sería para él. Mark, el menos expresivo, pensaba
también lo mismo. No podía existir ningún problema financiero, ya que Richard
Calvert se las estaba ingeniando muy bien para mantenerse a flote en un mundo
anegado por la crisis económica. Cada negocio nuevo en que se aventuraba,
prosperaba, y ahora había encontrado un importante desarrollo en esta parte del
mundo en donde podría crear una floreciente y productiva empresa.
Por el momento el mundo era para Natalie sólo una gigantesca araña de luces,
cada día movida por una especie de resplandor. Había encontrado en Louise el
esplendor femenino, la comodidad y la compañía que tanto había amado y después
perdido con la muerte de su madre.
Andrew Calvert, al fin lo había reconocido, lo consideraba una compensación,
Pero no tenía importancia. Se movía en una tierra de su propiedad y en ella no era
extraño. Cada día amanecía como un milagro, el ardiente y brillante sol esparcía sus
rayos en su alcoba, calentando sus miembros de plomo y estaba feliz como nunca
antes lo había estado, como si con gran valor hubiera aceptado una dura y dolorosa
lección y estuviera a punto de obtener la recompensa. Agradecía profundamente la
presencia de su hija, tan hermosa, tan feliz, que manifestaba claramente los dones
que había heredado de él. Tenía a Richard, quien lo comprendía como su propia
imagen reflejada en un espejo, Louise era una mujer como Nadia había sido, y Jo-Jo
había vuelto la casa a la vida, convirtiéndose en su constante y pequeña compañía,
luciendo mucho mejor que cuando había llegado.
¡Britt!… Bueno, Britt ya no lo aturdía más, ni lo lastimaba como lo había hecho
en el transcurso de los días cuando se acercaba a él sólo unos cuantos minutos. Se
daba cuenta de que Britt no soportaba la enfermedad. Era una mujer extraña,
embargada por muchos conflictos internos, llena de secretos y artificios. En realidad,
nunca había llegado a conocerla. Britt era un capítulo cerrado. Tal vez si hubiera
tenido un hijo… Pero él ya no podía pensar en eso. Su hija había regresado a él y
estaba seguro de que era inocente de todo. Cuando Lang lo visitó aquella tarde,
estuvo a punto de pedirle que colgara de nuevo la enorme pintura. Lang era un
hombre íntegro y, sin embargo, tampoco sabía cómo era Britt en realidad. Britt tenía
una felina capacidad para disfrazar la verdad. Detrás de sus grandes ojos dorados se
escondía un ser ladino del que ella estaba orgullosa. Había cambiado su verdadera

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existencia, cubriendo a Maccalla de infortunio por un objetivo: la cruel victoria.


Natalie era su legítima heredera, y la pintura cambiaría todo. Pudo causar el efecto
de una parra venenosa cuando Britt la vio colgando de la pared, no vio a la madre de
Natalie, inmaculada como la plata, junto a su hija con largos y oscuros cabellos de
piel como una magnolia. Después de eso Britt se volvió inalcanzable y la locura que
había en ella estaba próxima a encontrar salida. Sintiendo esto, Janet observaba a su
paciente con cautela.

Las celebraciones a menudo concluyen en controversias y el baile de gala de


Maccalla no sería la excepción, pero, al menos para sus invitados, las actividades
llevadas a cabo durante la noche fueron todo un éxito. Los estratos sociales más altos,
competían con fiereza con sus fiestas y eventos, que eran organizados para constatar
cuál era el estilo real existente en ciertos niveles que había logrado la sola posesión de
grandes cantidades de dinero.
Andrew Calvert, había logrado su ambición de ver el magnífico salón de baile
de nuevo lleno de vida, y sabía que nunca más volvería a verlo. Durante la mayor
parte de la velada, Britt, simulando ser una atractiva y guapísima mujer, ataviada
con una túnica de seda color ámbar y luciendo diamantes en sus oídos y garganta,
guardaba el violento batir dé su mente bien escondido, pero sus impulsos la
conducían hacia la malicia. La pintura, reinstalada después de años de haber
permanecido oculta, era un insulto intolerable, era algo que Drew había hecho con el
fin de atormentarla. Miles Langford, el pintor, había volado muchos cientos de
kilómetros para estar en la fiesta y durante el curso de la velada había manifestado
que la pintura era, probablemente, una de las mejores cosas que había hecho. La
mayor parte de los invitados observaban con interés el cuadro, colocado en la
biblioteca, a la izquierda de la chimenea.
Era un retrato de gran tradición, compuesto con una enorme destreza técnica,
representando la majestuosa cumbre del romanticismo. Contrastando con el fondo
oscuro, destacaba el hermoso cabello rubio cenizo de Nadia Calvert, su translúcida
piel brillaba como una lustrosa perla rosada. Frente al peculiar vestido de Nadia y
del precioso tapiz de seda azul de la silla tallada en hoja de oro, surgía Natalie como
una exótica niña traviesa, de piel blanco mate muy diferente en textura a la de su
madre, y su cabello caía alrededor de su pequeño rostro como terciopelo negro. El
magnífico zafiro que relucía en la mano de su madre lo usaba Natalie esta noche.
Cuando la vio, su padre pensó que no podría estar más hermosa de lo que a él
le parecía esa noche. En seguida, cuando advirtió que otras personas se detenían en
su camino para admirarla, un gran sentimiento de sorpresa y amor se esparció por él.
Su belleza no era sólo física, tenía algo más importante, tranquilidad de espíritu, así
como inteligencia. Con el cabello suelto hasta los hombros, sus ojos grises y sus
preciosas facciones, tenía el porte que daba una buena educación, lo que todo mundo
notaba, pero Natalie ignoraba la impresión que causaba.
Cerca de las diez de la noche el baile estaba en pleno esplendor y Britt tenía una
helada sonrisa en el rostro. Se sentía rechazada en forma cruel y desamparada, como

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si el haber colgado el retrato fuera el símbolo de la mayor infidelidad de su esposo. El


enorme espejo ovalado sobre el blanco tablero de mármol de la chimenea francesa,
reflejaba las dos extraordinarias arañas de luces que iluminaban el amplio salón y el
brillante calidoscopio de colores hacía remolinos con los vestidos de las damas.
Podría haber sido una escena de la era pasada. Abajo, a lo largo del salón, Natalie,
ataviada con un precioso y extravagante vestido que podría haber sido de la
protagonista de "Lo que el Viento se Llevó", giraba con entusiasmo acompañada por
el no muy hábil Bruce Duncan, a quien Britt nunca había aprobado. Jamás le había
demostrado particular respeto y, al verlo ahora, los ojos de Britt se estrecharon en
forma peligrosa.
—¡Britt! ¿Puedo traerte una copa de champaña? —oyó la voz de Lang.
Había salido del viejo salón de billar en donde se servían los refrescos, y
permaneció un rato a su lado, observando la dirección de su mirada.
—Hacen una bonita pareja, ¿no crees?
Se volvió hacia él como si necesitara en forma desesperada el apoyo de su
presencia.
—Entonces, ¿por qué no se la lleva? Le ha dado suficiente estímulo.
—¿Tú crees? Pensé que la estábamos cuidando para mí. Parece tan frágil como
una pieza de porcelana Chantilly y cada fragmento es muy bello.
—¡Los hombres siempre se deslumbran con un rostro bello! —dijo Britt con
amargura.
—Y, ¿por qué no? Sería demasiado tonto si esperara mirar después de Bruce.
—Esa chica nació para ocasionar problemas —murmuró Britt con pesimismo.
Su primo la miró con rigor.
—¡Contrólate, Britt!
—Tengo que hablar contigo —dijo ella de repente; con urgencia.
—¿Qué sucede? Pareces distraída, cuando deberías estar divirtiéndote.
—¡Qué maravilla!
Respondió con voz tan quebrada que él la tomó del brazo, conduciéndola hacia
el otro lado de las puertas francesas.
—¡Cómo pudiste hacer lo que hiciste con Grace!
—Escucha, Britt —dijo con paciencia—, no estoy del todo de acuerdo contigo.
¿No crees que estás siendo un poco teatral?
—No lo creo. Lo que planean tú y Bart Hayes, podría lastimar a Drew
terriblemente si se enterara de que están haciendo proyectos sin tomarlo en cuenta,
casi como si consideraran que estuviera acabado. ¿Y Natalie? ¿Qué clase de doble
juego está jugando? Tú le diste esta misión y, sin embargo, ella intriga a tus espaldas.
Sin duda quiere que su padre la financie en un negocio propio. Demasiados halagos
se le han subido a la cabeza y tú has tenido mucha culpa en ello.

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—¡Detente! —ordenó Lang. Sus ojos azules despedían fuego—. Parece que algo
te molesta, Britt, así que será mejor que empieces desde el principio.
—¿Te agradaría que la noticia llegara a oídos de Drew? —preguntó retándolo—
. ¡Esto podría matarlo!
—Hasta donde estoy enterado —dijo con tono de advertencia—, no hay
ninguna noticia.
—¡Según la hija de Drew, proyectas dirigir un conglomerado de corporaciones
y quieres que Drew quede fuera!
—Natalie nunca dijo eso —interrumpió Lang.
Estaba impávido, de espaldas a la brillante lluvia de luces.
—¿Estoy mintiendo?
Britt rió en forma muy peculiar.
—No estoy muy seguro de lo que pretendes, Britt, ni por qué lo haces.
—¡Trato de ayudarte Lang! ¡Y también a mi esposo!
—¡Oh!, tu esposo. De un tiempo a esta parte, pensé que lo habías olvidado.
—Así que, ¿también te contó eso?
—¡Insistes! —dijo severo—. Tú iniciaste esto.
Estaba tan tenso que sus ojos parecían relámpagos, luciendo de un tono azul
muy intenso.
—Es difícil encontrar personas con tan peligrosa fijación, Britt. Si lo haces para
difamar a Natalie, tu historia no tiene un fundamento.
Los nervios de Britt estaban demasiado alterados para tolerar esta ofensiva
discusión, alejada de toda lealtad. Lang había sido su confidente durante mucho
tiempo, y ahora se ponía en su contra en cuestión de segundos, con sus brillantes ojos
mirándola con desprecio. Había una dura arrogancia en él que la hacía recordar a su
abuelo, a quien toda la familia llamaba a sus espaldas "Jack el Terrible". Lang pudo
sentir la espantosa violencia que había en ella, al volverse hacia él como una tigresa.
—¡Pareces ignorar la terrible posibilidad de que ella le cuenta a Drew tus
planes!
—¡Si cualquier historia llega a oídos de Drew —dijo él brevemente—, tú serás la
responsable! ¡Britt, ten cuidado! No soy Drew, un caballero de principio a fin,
incapaz de contradecir a una dama. Hay en mí algo más que un simple toque dé la
antigua crueldad de los Frazer, aunque tú pareces haber heredado la parte del león.
Creo que contabas con el hecho de que te creería a toda costa. Por alguna razón,
Natalie desata las fuerzas destructivas en tu naturaleza. Tus celos son casi
psicopáticos y ahora estoy seguro de ello. Y te advierto que me estás haciendo dudar
de todas tus antiguas confidencias. Me has dejado muy poco a la imaginación y
podría haberte creído siempre si no hubiera conocido a Natalie. No importa cuáles
hayan sido sus faltas, pero te puedo asegurar que, al menos, no es vengativa. Es una
pasión tan ajena a su naturaleza como lo es innata en ti. Todo esto lo he estado

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pensando largamente. Verás, al principio discutí mucho acerca de todo esto con
Natalie, culpándola injustamente. Siempre trataba de buscar algún motivo para
dudar de ella, pero ese es un defecto en mí. Nunca en realidad me habían interesado
las mujeres.
—¡Oh, eso está muy bien! —Britt rió con bastante crueldad.
—Si lo que quieres decir es que podría haber tenido muchas mujeres de donde
escoger en este mismo salón, esto no es lo mismo.
—¡No estoy preparada para tus intempestivas reacciones! —explotó Britt. Su
rostro se ruborizó con ofuscación y añadió furiosa—. Tengo que hablar contigo esta
noche, por tu propio interés.
—¡Hazlo ahora, Britt!, ya que desempeñas el papel de una mujer obstinada por
la perfección. Ahora me doy cuenta de que tus sentimientos hacia Natalie superan
toda antipatía normal. Supongo que podemos estar de acuerdo en el hecho de que la
odias y te aferrarás a cualquier cosa para injuriarla o difamarla. De alguna manera,
escogiste esta historia. Tienes una forma muy hábil para averiguar las cosas y
muchísimo tiempo libre para reunir información.
Los ojos de Britt ardían y parpadeaban como los de un leopardo. Sus celos se
derramaron en un repugnante diluvio.
—¡Ve con ella, —dijo mostrando los dientes, sus ojos parecían ansiosos—, y al
diablo con ambos!
—¡Gracias! —sus ojos azules se estrecharon fijándose con mucha frialdad en su
rostro—. Sabes Britt, al hablar de estas cosas, en especial ahora, muestras una
definitiva falta de estilo y eso es lo que a ellos les sobra, el estilo Calvert. ¡No puedes
negarlo!
Britt parecía desmoronarse por dentro.
—¡Es increíble! —dijo secamente—. ¡Volverme la espalda en esa forma!
—Bueno, en realidad nunca te simpaticé, Britt —dijo amable—, pero ignoraba
que llevaras tanto veneno dentro de ti. Ninguno de nosotros somos libres de caminar
nuestro propio camino. Tiene que haber unas cuantas reglas que debemos soportar
para evitar la autodestrucción.
Todo el cuerpo de Britt se estremecía y sus ojos ámbar destellaban con
asombrosa malicia.
—¡Eres inhumano, y todo por esa traidora muchacha! Cuando sepas la verdad
acerca de esto, será demasiado tarde.
Eso pareció divertirlo y su rostro varonil se mostraba duro e insolente.
—Perdóname, querida, si no considero la pérdida de tu amistad un desastre.
Britt hizo hacia atrás su oscura cabellera, la que le había tomado al estilista tres
horas arreglar. Su garganta murmuraba, sin lograr emitir ningún sonido. Lang le
dirigió una breve sonrisa, tan peligrosa como una descarga de rayos. Parecía, él lo

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sabía, tan pavoroso como el mismo demonio y signos de desesperación comenzaron


a aparecer en los ojos de Britt.
—Sería mejor que valoraras de nuevo la situación —dijo con frialdad—. ¡Si
Natalie no puede defenderse sola, y no creo que haya aprendido mucho en nuestra
jungla, yo lo haré! —añadió él despectivo.
—Creo que te encontrarás con que Grace pondrá alguna objeción.
Britt dijo esto con irrefrenable malicia.
—¿Grace?
Lang volvió la cabeza hacia el salón de abajo; en donde Grace Copeley era el
centro de su círculo pequeño y encantador. Tenía echada su rizada cabellera hacia
atrás y reía estruendosamente de las ocurrencias de sus compañeros; lucía
elegantísima con un vestido de noche de raso color verde jade con enormes
aplicaciones de flores bordadas.
—No creo deberle nada a Grace Copeley.
—¡Eres cruel! —dijo Britt, mirando por primera vez la dura expresión de su
rostro.
Hubo un brillo momentáneo en sus ojos intensamente azules.
—Sí, y tú lo sabes muy bien. ¡Natalie, es sólo una criatura en medio de un
bosque que les preocupa tanto a ti como a Grace! Y Britt —le advirtió—, ¡estoy de
parte de Natalie!
Britt permanecía mirándolo y temblaba como si una corriente de aire helado
corriera sobre su rostro. Aunque se mantenía cautelosa, Lang la había descubierto. A
pesar de su franco desprecio, ella deseaba hacerlo volver, explicarle su situación;
sería horrendo si Lang la abandonaba. Lo miró acercarse con decisión a Natalie; el
contraste entre sus oscuros cabellos, su blanca piel y la cristalina claridad de sus ojos,
era más evidente que nunca. Lang la alejó de su socio con mucha seguridad y
exasperante don aire masculino. Britt respiró profundamente, deseando que el
grandioso Dios del Viento soplara arrojando a ambos al infierno.
Por primera vez durante esa noche, Natalie experimentó una sensación de total
ligereza, como si nadie sino Lang pudiese acompañar su encantador compás al
bailar. Su delgado y joven cuerpo estaba lleno de inconsciente atractivo y la sostenía
en sus brazos, cerca de él, sumisa por completo. El champaña, la música y la
intoxicante adulación que sin duda había recibido, surgían a un mismo tiempo
embriagando sus sentidos, pero nada podía compararse con la firme excitación de
estar en los brazos de Lang.
—No te arrepientes de que te haya arrancado de los brazos de tu pareja,
¿verdad, Natalie? —con suave voz se burló de ella.
—No —se volvió hacia arriba para mirarlo con sus grandes ojos de oscuras
pestañas. Sería un infierno si amara a Lang, sin ninguna esperanza—. Pensé que sólo
tratabas de lastimarme un poco —explicó—. Es nuestra primera pieza, esta noche.
—Pero ambos sabíamos que sucedería.

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—No estaba segura.


Sus ojos azules brillaron mirando su rostro, deteniéndose en sus labios.
—¿No es suficiente, Natalie?
—En realidad no estaba segura —insistió.
Cada nervio de su cuerpo respondía a su contacto. Su gran sensibilidad percibió
las escondidas tensiones que había en él.
—¿Qué sucede? —preguntó la joven.
Al mirarla había algo extraño en los ojos de Lang.
—¡No puede ser que los antiguos problemas se estén repitiendo! ¡Hablabas con
Britt!
—Sí. Me daba algunos consejos.
—Pensé que lo considerabas tabú en una mujer.
—Tienes razón. Dime, pequeña, ¿encuentras algún parecido entre Britt y yo?
—No, ni el más ligero. ¿Por qué?
—Oh, no me hagas caso. ¿Qué puede importar? —dijo él estremeciéndose—.
Britt habla un extraño lenguaje, que yo nunca antes había escuchado —hizo una
pausa y continuó—. No puedo negarlo. Eres una chica muy linda, Natalie, tienes un
bellísimo cabello. ¿Cuándo vas a permitirte amar a alguien más que a tu padre?
Sus azules ojos miraban implacables su rostro, prolongando la pulsación que
empezaba a palpitar en su garganta.
—¡Nadie planea cosas como ésta! —suspiró ella con un toque de gran
melancolía.
—¿Enamorarse? Natalie, estás tan hermosa que podríamos deslizamos hasta
aquellas puertas francesas y permitir que la noche nos devorara.
—¿Has amado a alguien alguna vez? —se atrevió a preguntarle.
—¡Eso es mi secreto!
Había una inflexible indiferencia en él y ella advirtió que de ninguna manera
era petulante, sino muy formal.
—Sí, es verdad, —dijo Lang mientras el ligero cuerpo de Natalie se estremecía
cerca de él—. Quiero besarte hasta quedar sin aliento. Te da miedo, ¿verdad? ¿Qué
esperabas, con tu recuerdo abrasando mi memoria?
—Hay algo más que te causa eso, ¿no es así? —su voz era suave, sus ojos
brillaban como la plata y sus mejillas se ruborizaron—. Algo te preocupa. Algo muy
cruel y desagradable.
—No tengo corazón para hablar de ello esta noche. ¿De qué color es tu vestido?
—Azul celeste —respondió de inmediato, en forma automática. Su mente se
encontraba en otro sitio, pero cualquier cosa que él hubiera pensado sólo le hizo
sonreír—. No estoy muy acostumbrada a tu sonrisa —murmuró, adivinando con

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angustia que había una inexplicable tensión en él. Después, al ver a Grace en el fondo
del salón, comentó—. Es muy atractiva. Dime, ¿es cierto lo que todo el mundo
comenta esta noche, que Grace y tú anunciarán su matrimonio?
—Una noticia de ese tipo debería darse con mayor exactitud y no quiero ser
irrespetuoso con Grace. Es sólo que a Grace le gusta dirigir y yo sigo mi propio
camino. No se necesita tener conocimientos muy profundos de psicología para
afirmar que no funcionaría. Además, hay algo muy planeado y torvo en todo esto.
Nunca he dicho en ningún momento de mi vida que me fuera a casar con alguien.
—Eso es demasiado radical, ¿no crees? —repuso la chica esperanzada.
—Tal vez nunca había sabido lo que en realidad quería, hasta ahora. En este
momento sólo deseo cortejarte, así es que si tienes miedo será mejor que te marches.
El extraño impulso de decirle que lo amaba se extinguió en ella. Él podría reír y
decir que no sabía lo que era el amor. Sus ojos tenían el mismo tono azul intenso del
zafiro que lucía en su mano y su burbujeante alegría de pronto se ensombreció. La
pasión que había en ella era de cuerpo y alma y sabía que no tendría la fuerza o la
determinación para pelear por él. Sentía una necesidad vital de permanecer en sus
brazos, bailando fascinada, como si fuera un sueño.
—¿En qué piensas?
—Pienso que ejerces alguna especie de magia negra en mí —admitió.
—¿Por qué negra? —preguntó, retirándola, buscando en su rostro con gran
interés—. A mí me parece exquisito.
Su mano se movió con suavidad y, tocando su mejilla, se burló de ella.
—Me estás hipnotizando —susurró ella.
—¿Por qué, porque quiero que me mires?
—Algo me sucede ya que no puedo mirar hacia otro lado.
—La verdad es, Natalie, que no quieres hacerlo y yo también dependo de ti.
¡Eso es así, el amor sin ser buscado es algo ineludible!
Sintiendo su mano en la desnuda piel de su espalda, luchaba con desesperación.
Él la sujetaba con firmeza.
—Natalie.
Hubo una débil interrupción en su voz. Las puertas francesas estaban abiertas,
las cortinas se movían, el jardín tenía el denso aroma de las rosas, que caía como
incienso alrededor de ellos. Lang la levantó tan fácilmente como si fuese una niña,
sus pasos hacían un ruido sordo sobre el aterciopelado césped, dirigiéndose hacia las
infinitas y frondosas cavernas de los árboles.
Estaban solos en el silencioso mundo de los sentidos y él la puso en el suelo,
manteniendo un brazo alrededor de su talle, volviéndola hacia él intempestivamente.
—¡No sé si esto tenga sentido, o si sólo tú tengas sentido en esto! Las hojas
temblaban y su fresco y fragante aroma se esparcía en la brisa nocturna. La luna
resplandecía en sus ojos como trémula luz de plata, iluminando la suave y a perlada

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piel. Lang la acercó hacia él con dulce pero dominante violencia que era una muestra
de amor. Sus labios tocaron su cuello, luego su boca, reclamando una escondida
respuesta que fue indescriptiblemente romántica, llena de un nostálgico abandono.
No había un solo rincón de su mente que pudiera distraerse ni él lo hubiera
permitido.
En sus brazos, ella le dijo lo indecible, lo imposible… lo amaba. Amaba todo lo
de él, todo su magnetismo, pero era insondable, perdido en elevados crescendo,
como un obsesivo sueño del cual no quería despertar nunca.
—¡Sólo deseo seguir besándote, sin parar nunca!
Lang le levantó la cabeza como si no tuviera fe en su propio sentido de control
mientras la luna se reflejaba de nuevo en su rostro, iluminándolo con mucha
intensidad.
—Ansiaba esto, Natalie, desde la primera vez que puse mis ojos en ti, cuando la
brisa agitaba tus cabellos y la seda de tu vestido. Desde entonces supe que me
trasladaba hacia una nueva dimensión. En todo caso había renunciado a mis viejas
ideas o mi visión era más aguda. ¿Qué sucede? ¡No me lo dirás!
Natalie trató de hablar, pero no pudo articular ni una sola palabra. Estaba
perdida en algún mundo incomprensible, en donde su cuerpo y alma le pertenecían.
La mano de Lang tocó su rostro y ella pensó:
"No dirás que me amas. Tal vez nunca lo harás; sin embargo, a mí me parece
que siempre te he conocido y amado, sin restricciones. ¡Qué gran diferencia hay entre
nosotros!"
No obstante, cuando él tomó de nuevo su enigmático y joven rostro, no se
resistió sino que cedió por completo., ya que esa era la forma en que él acostumbraba
comportarse con ella. Su orgullo se doblegaba, ya que su acariciante boca
transformaba su corazón una y otra vez. La razón le decía que debía detenerse, mas
ella se sentía impotente para interrumpir aquella deliciosa sensación.
Lang retiró su boca de la de ella en forma tan repentina que ella podría haber
gritado por la pena; sin embargo, sus manos, cuando él las estrechó, estaban
apacibles.
—Natalie, rostro de camelia, me has sorprendido por completo. Escoge,
¿regresamos a la casa o escapamos? —dijo apasionado.
—¿A dónde?
—¡Oh, a alguna parte! ¡Nunca permitiré que te alejes de mi vida!
La miraba con mucha atención, tomando entre los dedos su oscuro cabello. De
pronto, una voz de mujer sacudió el ambiente.
—¿Qué significa esto?
Grace Copeley se acercaba con rapidez hacia ellos. El tono de su voz era de
evidente y amargo sarcasmo.

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—Nada que queramos ocultar, Gracie —respondió Lang con cortesía—. ¡No me
importa si el mundo entero nos mira!
La mujer se llevó una mano al cuello, y dijo malévola:
—Por cierto, querida, te habrás dado cuenta que el éxito dé Lang se debe a
todos estos… rendezvous bajo las estrellas.
—¡Debes recordar, Gracie, que nunca hemos tenido uno!
—¡Oh, por favor! —Natalie pudo percibir el dolor y turbación de aquella
mujer—. ¡Sólo salí a tomar un poco de aire fresco! —pudo murmurar.
—¡Y en vez de eso parece que te encontraste con una escena amorosa!
—Interprétalo como quieras, Gracie —dijo Lang, haciendo la cabeza hacia atrás,
categórico, mostrando su varonil arrogancia.
—¡Eres un cruel demonio, Lang! —se quejó Grace desolada. Estaba a punto de
estallar en sollozos.
—Con el permiso de ustedes yo me retiro —dijo Natalie, apenada al pensar en
tal exhibición.
—En ese caso, tendrás que irte sola, —Grace volvió a utilizar su acostumbrada
actitud dominante—. Lang, quiero que tú permanezcas aquí, tenemos que hablar.
—¿Te sorprende, Gracie, que se haya roto tu compromiso matrimonial? —
preguntó él con tono amable—. A los hombres no nos agradan todas esas excesivas
exigencias.
—¡Ella no es mujer para ti! —dijo Grace, impetuosa y con malos modales—.
¿Por qué? Es poco más que una niña y tú eres mucho mayor que ella. ¡Oh, es muy
hábil! He estado conversando con Bart Hayes…
—¡Detente! —le ordenó imperativo—. ¿También Britt?
—¿Britt? —preguntó de manera vaga. Se mostró algo sorprendida como si
hubiera mencionado un pensamiento insubstancial—. Sí, por supuesto, Britt, como
suele suceder. Britt arregló todo. Quiero decir, conoce a Nancy Hayes desde hace
muchos años. De cualquier forma, ¿a qué viene esto?
—¿De qué estabas hablando? —insistió él, sugiriendo de un modo vago que
trataba de organizar ciertas acusaciones graves.
—De nada. De nada en absoluto. Quiero decir, no pude dominarme y decir que
esto es sensacional, que lo es. Pero eso no me habría hecho ganar la apreciación de
Britt. Detesta a esa chica, ¿no lo sabías?
—¡Por supuesto, que lo sabía!
—Bueno, no me importa decirte, que estoy segura que esto terminará mal;
fracasarán. No puedo pensar cómo imaginas que semejante relación tenga éxito.
—¡Así es el destino! —dijo Lang un poco divertido—. ¡El curso del destino!
¿Qué satisfacción puede aportarme una carrera sin tener a mi lado a la más hermosa
mujer de Adelaide?

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—¡Querido! —Grace parecía llena de esperanzas y al mismo tiempo llena de


dolor.
—Mientras discuten este asunto, yo regreso a la casa. —Natalie estaba agitada y
comenzaba a percibir las primeras implicaciones. ¿Qué tenían que ver en todo esto
Britt, Bart Hayes y el proyecto de la casa? Tenía la impresión de que Grace Copeley
no lo sabía, pero Lang sí. Ese pensamiento la inquietaba y molestaba. Britt siempre se
cuidó de mantenerla alejada… una posición insostenible.
—¡Gracie y yo no tenemos nada más que hablar! —dijo Lang.
Su mano tomó su brazo con un movimiento rápido e inflexible.
—¡En realidad, mucho! —interrumpió Grace—. Deja que la niña se vaya.
—¡No!
Esa enfática decisión no pasó inadvertida para ninguna de las dos. La
significativa mirada de Grace se esparció en la atmósfera como dardo envenenado.
—Con franqueza —dijo con tono amable—, pienso que cometes un grave error,
Lang, pero ahora veo que eres un hombre al que le falta mucha experiencia.
—¡Querida —replicó cortante—, no me confundas con tu esposo! Eso no nos
conduce a nada bueno.
Furiosa, Grace giró hacia Natalie, exclamando con acento feroz:
—¡No te envidio, eres muy tonta! —había dolor en sus palabras—. ¡Cualquier
mujer que se enamore de Lang Frazer, comenzará a lamentarlo!
—Bueno, no es eso lo que espero —repuso Natalie con tranquilidad—. Lo
siento, señorita Copeley, por nada del mundo quisiera lastimarla.
—Y yo no imaginé que lo harías —dijo Grace extrañada—. En muchos años
nunca había sido tan generosa con ninguna otra mujer.
—¡En ese caso, todos nosotros terminaremos siendo amigos de nuevo! —Lang
miró a ambas en forma diabólicamente viril, demostrándoles su aprobación y muy
seguro de sí.
—¡No! —el grito de Natalie, resonó como si se tratase de un pájaro herido—.
¡No voy a permitir que nadie me maneje!
Se soltó de la firme mano de Lang y tomó su vestido con rápido impulso,
alejándose presurosa.
La voz de Lang vibró con una fría pasión que la estremeció del todo.
—¡Natalie!
Pero ella sólo deseaba alejarse, sacudida por temores que sobrevolaban a su
alrededor. Una centelleante transición de trémula sumisión a un deseo de asegurar
su propia personalidad, echó fuera la hechizante excitación.
La voz de Grace repercutió en ella cuando alcanzó a escuchar su frágil risita.
—¡Ahora la chica da muestras de inteligencia!

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—Silencio, Gracie, —dijo Lang Frazer, implacable.


Pero Grace sólo sonrió. A pesar de su mundanidad no pudo esconder el
sentimiento que él despertaba en ella. Le producía una convulsiva y peligrosa
excitación y ella se castigaría una y otra vez sólo por tener unas cuantas horas de su
compañía. Después de esta noche sólo la perseguiría el recuerdo de cómo sostenía a
Natalie en sus brazos. Él nunca, la había besado en esa forma, pero tenía la patética
esperanza de que lo hiciera.
Por fin, Lang la tomó del brazo, de muy mal humor y condujo a Grace por el
césped hacia la iluminada casa.
—¡Todas las jovencitas son conejitas! —dijo Grace, tratando de ser servicial.
—¡Bebamos algo!
—¡Eso ayuda mucho!
Grace relucía como girasol, apasionada al sentir el contacto de su mano sobre su
brazo desnudo, irradiando vida. Sólo el cielo sabía cuántos desenfrenados
pensamientos se cernían en su mente, como si el statu quo pudiera ser reconstruido.
Una mujer inteligente y madura valía más que una docena de inexpertas jovencitas.

Mucho después de que todos se habían ido a su casa, sin dejar una sola caja de
champaña sin abrir, Britt dio su acostumbrado paseo por su alcoba, lo que la
sobreexcitaba. Toda la radiante noche se había estropeado para ella; su forma de vida
estaba amenazada. Nadie, ni siquiera Lang, podía compadecerla. Él se había puesto
del lado enemigo… era inconcebible, pero allí estaba, una amarguísima píldora.
Nunca había experimentado tan terrible sensación de soledad. De ahora en adelante
sólo habría disputas todo el tiempo. Se detuvo ante su mesita de noche, tomando un
cigarrillo de la caja de marfil que había sobre ella. Lo encendió, acercándolo a sus
labios, tosió y empezó a reír, todo en unas cuantas erupciones de histeria. Mientras
reía, atraía más humo hacia sus pulmones. La puerta contigua a la serie de
habitaciones de su esposo se abrió y Andrew entró, cojeando bastante.
—¿Qué ocurre, Britt? No pude evitar escuchar.
—Nada. Dame un poco de agua. Por favor, —añadió.
Las fosas de su nariz muy abiertas, su rostro agrio y cauteloso.
Drew se dirigió al baño decorado con lujosos espejos blanco y oro, en donde
encontró un vaso, que llenó con rapidez. Cuando regresó, Britt había recuperado el
aliento y, en forma parcial, el control de sí misma. Se hallaba hundida en un sillón
tapizado en seda de damasco, muy pálida ahora que el acceso de tos había pasado,
sin maquillaje, más vieja, más triste, aun más trágica. Recibió el vaso de su mano,
sorbió como si su contenido tuviera estricnina, luego le devolvió el vaso haciendo un
gesto para que él volviera a colocarlo en su sitio.
—No te divertiste esta noche, ¿verdad? —preguntó Drew. Se hizo hacia atrás,
sentándose con lentitud en la cama que una vez habían compartido.

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—Esa es la diferencia entre nosotros —contestó ella implacable—. Tú parecías


estar muy contento, aunque ahora te ves agotado.
Andrew Calvert, estaba decidido a evitar catástrofes.
—¿Qué nos pasó, Britt? —preguntó con tono amable. Su humildad despertó en
ella un extraño sentimiento de compasión.
Se encogió de hombros y cambió a su actitud displicente.
—No puedo pensar que quieras iniciar un interrogatorio ahora —contestó
cortante—. Quiero decir, estas cosas suceden, Drew.
La costosa bata de seda, de él, rojo oscuro, colgaba de su delgado cuerpo,
anudada estrechamente alrededor de su angosta cintura, pero en forma incongruente
sus encorvados y estrechos pies estaban introducidos dentro de sus más viejas y
cómodas pantuflas. Drew, quien siempre había sido impecable para vestir. Hubo una
terrible debilidad en él de repente y Britt se dio cuenta de ello.
—Justo después de tu accidente —dijo con tristeza, pasándose su cansada mano
por el rostro—, cuando estabas en terapia intensiva, creí que perdería la razón de
pena y desesperación. Yo te amé, Drew.
—Pero ahora ya no. No en el estado que estoy —dijo él de pronto.
—¡Todo el mundo parece pensar que te restablecerás del todo de nuevo!
—¡Todo el mundo excepto tú y yo!
Se volvió y, mirándolo fijamente, dijo:
—¿Qué quieres decir?
—No te asustes, Britt. He estado a punto de morir y eso significa mucho.
Sus ojos grises estaban pensativos.
—¿Dime, fue verdad lo de nuestro hijo? ¡Todos estos años y en realidad nunca
lo he sabido!
Britt bajó la mirada y comenzó a mecer sus largas y perfectas piernas, de atrás
hacia adelante.
—¡Por supuesto que sí! —dijo con violencia, disipándose así la última ilusión de
él.
Una mirada de desesperada concentración apareció en su rostro.
—Tal vez, todo hubiera estado bien para nosotros, sin Natalie, mi pequeña hija.
Sin quererlo o entenderlo, actuó como catalizador.
—¡Estoy segura de ello! —dijo Britt con dureza—. Esta casa, por ejemplo, sería
mía. En cambio, en esta forma, nunca estoy segura de que así será.
—¿Para eso te casaste conmigo, para obtener la casa? —le preguntó sin huella
de censura.
—Ya te dije —contestó molesta—, te amaba… tu apariencia, tu agudeza de
ingenio y tu estilo de vida. ¡Y esta maravillosa casa! Me impulsa a hacer ciertas cosas

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—su rostro mostraba el característico gesto de dolor o de agonía como si se diera


cuenta de que su comportamiento era demasiado artificial aunque elegante—.
Algunas veces desearía que pudiéramos comenzar de nuevo, en alguna otra parte en
donde yo podría ser diferente.
—Si puedes pensar eso, Britt, entonces existe una oportunidad para ti. ¿Por qué
no buscas ayuda? Habla con algún médico acerca de todas las preocupaciones que te
angustian.
—La ciudad está llena de psiquiatras, ¿es eso lo que quieres decir?
—¡Escoge al hombre idóneo y tal vez él pueda ayudarte, Britt, estoy seguro de
que necesitas ayuda!
—Bueno, en realidad, Drew, lo siento si acaricias esa idea, pero no necesito a
nadie. ¿Por qué no te marchas? ¡Ya has dicho demasiado!
—¡Domínate, Britt! —dijo con tranquilidad—. Esta es aún mi casa. Todo lo que
hay en ella me pertenece… incluyéndote a ti.
Percibió su sinceridad y miró, estremeciéndose, hacia lo alto, la sensación de ser
de su propiedad era irresistible.
—¡Todos ustedes están en mi contra, aun Lang!
—¿Por qué Lang y por qué ahora? —le preguntó—. ¿Porque sus ojos siguen a
Natalie por donde quiera que va?
—No pierdes nada, ¿verdad? —murmuró Britt.
Sus ojos estaban fijos en la alfombra, pero él continuó observándola con
atención.
—Mi corazón lamenta, Britt, la manera en que te castigas. Por otra parte, no
puedo permitir que sigas castigándonos al resto de nosotros. Lang aún es tu amigo.
—No lo es, en lo más mínimo —se quejó en un irremediable arranque de
rechazo—. No trates de animarme. Yo no pienso bien de los traidores.
Andrew se alejó con violencia de ella, como si se tratara de una araña venenosa.
—¿Qué significa eso?
—Nada, olvídalo —profirió con considerable aspereza—. Pareces muy cansado,
Drew. Ve a acostarte.
—Perdóname, querida, pero quisiera aclarar mis ideas. Aunque ahora, en el
último momento, todo parece estar muy claro. Además, quiero hacer las paces
contigo, pero tú no me lo permitirás.
Lo miró con sorpresa, como si esa insinuación fuera tan inesperada como
inoportuna.
—Estoy rendida, Drew, dejémoslo así. ¡A propósito, Lang tiene planes de
independizarse!
Su voz estaba llena de un detestable antagonismo y Drew Calvert conocía la
causa de ello… una deliberada forma de decirle, con dolo, lo que le molestaba. Era la

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manera en que Britt se conducía. Sacudió su cabeza con energía, la sangre se agolpó
en su cerebro y su corazón latía con precipitación haciendo un lento y penoso sonido.
—Ahora esto, querida, ¡no lo concibo! El instinto y la experiencia me dicen que
eso no puede ser cierto.
—Está bien, no me creas —dijo—. No es la Biblia. Sin embargo, según Nancy
Hayes, Lang emplea mucho tiempo soñando dirigir una enorme corporación.
—Britt, querida —dijo un poco cansado—, de nuevo estás en tus dominios,
causando problemas. Es deprimente y estropeará tu espíritu. Lang mencionó algo de
eso alguna vez, hace alrededor de un año, pero fue algo momentáneo. Entonces
estábamos demasiado ocupados para discutirlo, pero Lang siendo Lang, sabía que lo
haría de nuevo. Lang es mucho más hombre de negocios que yo, pero está contento
trabajando conmigo, así como yo lo estoy con él. Tenemos la más prestigiosa
compañía de la ciudad.
Britt evitó su mirada y cruzó los brazos como si se estuviera congelando.
—¡Lang es ambicioso como tú nunca lo has sido!
—¡Eso es cierto! —observó con calma—. Pero Lang es un hombre íntegro. Lo sé
y lo sabes, así es que ¿por qué insistes en tratar de engañarme? La verdad se sabrá,
Britt, no importa cuánto tiempo tome y Dios sabe que tiene que haber un tiempo para
arrepentirse. Tú ya no puedes conmoverme como puede hacerlo Natalie. Ella
siempre lo ha hecho. ¿Has tramado ahora otra historia acerca de ella?
—Ninguna historia. Es una desagradable realidad —dijo Britt con incurable
veneno y patológica confianza en sí misma—. Lang, tampoco me creyó, pero lo hará.
El semblante de Drew Calvert mostraba el mayor alivio. Se veía casi radiante.
—¡Me alegro por Lang! No me había dado cuenta de todo lo que sabía. ¡Eres
muy cobarde, Britt, y a ningún cobarde le gusta el castigo! Creo que Lang ama a mi
hija; eso me hace feliz y me proporciona gran satisfacción.
Britt movió la cabeza hacia adelante, había ira en su corazón. Había ido más allá
de toda reclamación, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, inquietando a un
hombre que estaba mucho más grave de lo que ella suponía.
—Es el momento de que tome los asuntos en mis manos —dijo con absoluta
insensibilidad—. Natalie y Lang no se casarán. ¡Nunca lo permitiré!
El rostro de su esposo se reflejó una expresión de doloroso desprecio, mezclado
con lástima.
—Piensa en esto, Britt. Todos cosechamos lo que sembramos, y para ti los
futuros podrían ser muy amargos. Te digo esto por tu propio bien. No me atrevo a
ser indulgente contigo como lo fui en el pasado. Dudo tener la fuerza para soportar
ver cómo te destruyes. Lo digo de veras, Britt. Infórmate con alguien, confiésate.
Janet conoce a un buen hombre.
—¿Janet, esa mujer? —dijo insolente.
—Desprecias a toda la gente, Britt, ese es tu enorme problema.

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Se levantó de la cama, mirando con cuidado alrededor de la habitación, como si


presintiera que no la volvería a ver. Después caminó hacia su esposa, deteniéndose
para tomar su brazo.
—Buenas noches, querida. ¡Trata de dormir!
De pronto, su aspecto, el tranquilo y educado tono de su voz, la hizo darse
cuenta de lo que estaba haciendo.
—¿También tú me detestas, Andrew?
—Querida —dijo mirando su rostro—, sólo siento lástima por ti. Debo confesar
que siempre has sido un misterio para mí y supongo que, a menos que hagas un gran
esfuerzo, siempre será así. Ahora, si me disculpas, me iré a mi habitación. ¡Sabes
Britt, tienes razón… soy muy poca cosa comparado con lo que fui!
Había una terrible finalidad en la forma en que hablaba.
Las mejillas de Britt ardían de vergüenza, se sentía vencida, con
estremecimientos de verdadero arrepentimiento. Las lágrimas asomaron a sus ojos,
corriendo por su rostro. Se puso de pie, precipitándose hacia él, tomando su mano y
deslizándola por su boca; era una extraña actitud.
—¡Perdóname, Andrew, por todo!
Tiempo después Britt recordaría que la abrazó mostrando una sonrisa en sus
hermosos ojos, sus modales eran suaves y finos; en seguida se volvió y se marchó,
inflexible, de su vida.
Cuando Louise lo encontró al día siguiente sentado en su sillón preferido
delante del lago, con los cisnes deslizándose serenamente sobre la superficie verde
oscuro del espejo de agua, no podía creer que hubiera muerto. Su rostro, desplomado
hacia un lado, tenía la misma dulce inocencia de Jo-Jo. Después, se arrodilló junto a
él, acariciando su cabeza.
—¡Querido mío, querido mío!
Con gran pesar, prorrumpió en llanto.

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Capítulo 6
Para Natalie siguió un período de terrible oscuridad. No era posible que su
padre hubiera muerto. En realidad no podía aceptarlo, aunque Richard y Louise
fueron capaces de disminuir en su joven sobrina el insoportable dolor. Cuando
pasaron más semanas, Richard y los dos chicos mayores tuvieron, por necesidad, que
regresar a Inglaterra, pero habían decidido que Louise y los dos menores
permanecerían en Maccalla durante un período indefinido. Era inconcebible dejar
sola a Natalie, ya que no estaba en disposición, ni era conveniente que viajara.
Durante esos días no se preocupaba por nada. El mundo le hubiera podido caer
encima. Los días transcurrían en llegadas y salidas. Anhelaba que llegara la noche
sólo para dormir sumida en el inconsciente. Todo su mundo era gris, sin color ni
sonido, cada palabra que escuchaba era como una neblina impenetrable. Después, de
una manera gradual, por períodos más y más largos, el dolor se fue calmando y en su
interior fue tranquilizándose y adormeciéndose. Había amado Maccalla, su hogar,
con gran pasión. Ahora no sentía nada. Sólo era otra preciosa residencia que había
pertenecido a otra etapa de su vida. A los años que habían transcurrido hacía mucho.
Al pasado.
Louise señaló en la forma más dulce y cariñosa que pudo, que la vida tenía que
seguir, pero para Natalie no era más que un triste carrusel; en su interior estaba
totalmente vacía, flotando alrededor de un terrible hueco. Louise veía y entendía su
aturdimiento y dolor y debido a ello se encargó del manejo de la casa, lo que Natalie
permitió muy agradecida.
Natalie evitaba a Lang como si fuera una plaga y todos lo sabían. Lang era
cruel, dominante, con ojos exploradores y demasiado inteligentes. Era muy
incómodo discutir y siempre estar en guardia. Había sido Lang quien le había
avisado de la muerte de su padre.
Estaba en sus brazos, después se había desplomado, pero, en forma extraña,
ahora entre Lang y Natalie había nacido una especie de rechazo sobrenatural,
enajenante, que Natalie había conocido con su padre. No tenía nada que decirle a
Lang. Tenía que eliminarlo de su mundo y podría ser tan cruel como él era. Podría
herirla y excitarla, despertar grandes sentimientos. Tenía muchas exigencias en su
duro e inflexible corazón que demandaba su atención total. No era sorprendente que
ella hiciera todo lo posible para evitarlo, agotada y frágil, pensando en toda clase de
excusas y maniobras, haciendo todo más difícil, porque Louise lo había aceptado por
completo en su mundo, en ausencia de su esposo, recurriendo a Lang con cientos de
pequeños asuntos que requerían atención y consejo. También estaba el negocio y
Lang había sido nombrado administrador de los bienes de Andrew Calvert. Lang
sabía que no contaba con su aprobación, Natalie lo demostraba con su
comportamiento. Hubiera querido sacudirla. Lo podía ver en sus ojos tan
deslumbrantemente azules como el sol al mediodía… raro, era el único color que se
filtraba en ella. "Lang, mi amor".

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Era triste admitirlo, pero Natalie no deseaba volver a amar. Bruce era diferente,
su amigo. Amable, poco exigente, sencillo. Bruce quería ayudarla y se lo decía una y
otra vez. Era de suponerse que se volvería hacia los confortantes y tendidos brazos
de Bruce hasta que la vida volviera a ser soportable para ella. Los niños… sus
pequeños primos, alegres como todos los niños, jugaban felices en la hermosa
extensión, e invitaban a todos sus nuevos amigos. Jo-Jo respondía de una manera
milagrosa al calor seco y a los diarios ejercicios en la piscina. En forma ocasional, con
los niños de ojos grises como los de ella, formales y dulces, abrazándola y besándola,
Natalie volvía a todo lo que significaba estar consciente de lo que era la vida.
Era suficiente saber que Louise estaba en la casa, aunque conversaban muy
poco. Natalie no deseaba charlar. Su padre había muerto. Maccalla le pertenecía pero
a ella de ningún modo le importaba. Con frecuencia Louise le asignaba alguna tarea
y Natalie simulaba interesarse en cierta forma, pero durante la mayor parte del
tiempo, sólo miraba hacia el cielo o nadaba con los niños en la piscina, instruyendo al
pequeño Jo-Jo, quien mencionaba todos los días a tío Drew. Esto lo hacía con mucha
naturalidad, refiriéndose a su gran amigo que "se había ido al cielo", en donde debía
estar feliz y tan seguro como Jo-Jo y Sarah lo estaban en Maccalla. Tan simple como
eso.
Todos se cuidaban de Britt. Britt era ahora una mujer rica, pero privada de todo
lo que en realidad quería, la propiedad conocida como Maccalla, sentía la agonía del
dolor moral y el remordimiento, aunados a la mortificación por sentirse injuriada y
humillada en público; esto la había llevado a tomar la decisión de hacer un
inmerecido viaje por el mundo, pensando que no era posible que todo el universo
estuviera en su contra. Nadie se mostró afligido con su partida. Nadie la vio alejarse,
pero todos eran de la opinión de que sin duda regresaría con otro marido… lo que,
en realidad, así fue. Sin embargo, ninguno de ellos, sería molestado por ella de
nuevo.
Un día, Natalie empezó a olvidar un poco y permitió a Bruce llevarla a la casa
de unos amigos para pasar un domingo familiar. Se trataba de disfrutar de un día
informal y los Nicholson eran expertos en organizar ese tipo de reuniones. Los
invitados podían nadar, jugar tenis, conversar animadamente, disfrutar de una
espléndida comida, por lo general de una deliciosa barbacoa en los jardines, tomar
toda clase de bebidas y pasear por los alrededores.
Los Nicholson, Stephen y Marisa, eran muy estimados, agradables y
afortunados, y Stephen siempre tenía un buen número de divertidas anécdotas que
contar. Natalie estaba contenta de permanecer callada, permitiendo que Bruce
pensara y decidiera todo. Se sentía tan tranquila con él como cuando estaba con
Louise y los niños, pero pensaba que merecía una mejor compañía femenina.
Ignoraba que el sólo verla era más que suficiente para Bruce, la curva de su mejilla, el
brillo de su cabello, la forma en que entrelazaba sus manos sobre su regazo como
niña dócil. Lucía exquisita e inaccesible.
"¡La Princesse Lointaine!", Lang la llamaba así. Últimamente Lang estaba de un
extraño mal humor, pero Bruce no se atrevía a comentárselo a Natalie. Todos ellos
conocían la situación entre Lang y Natalie y esto era tan enredado como difícil para

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Lang, quien sin duda, en el fondo, participaba con gran empeño en la empresa
trabajando muy duro poniendo en orden todos los asuntos de Andrew Calvert.
Alguien debía de hablar con Natalie acerca de ello, pensaba Bruce, pero desde luego
no hoy. Era bastante remoto que ella respondiera… en tal caso de nuevo podría
derretirse como la nieve, parecía tan etérea. Hoy lucía fascinante, llevaba un vestido
largo de seda en un exquisito tono verde que dejaba sus brazos al descubierto.
Todo se desarrollaba con lentitud, así lo había dispuesto Bruce. Cuando
llegaron y Natalie bajó del coche como un sinuoso gatito, él suspiró. No podía haber
duda, estaba enamorado de ella, pero no era tan tonto para pensar que sus
sentimientos podrían ser correspondidos, aun después de un razonable y continuo
trato. Sin embargo, había decidido que no se daría por vencido. El hecho de que
ahora Maccalla le perteneciera era más inconveniente que ventajoso hasta donde
Bruce sabía. No tenía objeción en salir con una chica que tuviera dote, pero Maccalla
era mucho más que eso. Requería algún tiempo acostumbrarse a una casa como esa,
pero él no presumía pensando en que lo haría; un día, le pedirían compartirla. Era de
suponerse que encontraría su propio lugar en el mundo, pero escondiéndose en lo
más hondo de él existía la lunática idea de que Natalie un día se volvería y le diría:
"¡Te amo, Bruce!"
Ese solo pensamiento iluminaba su existencia aun conociendo el poco frecuente
mal genio de Lang, que cuando estallaba parecía el mismo diablo. Bruce tenía que
admitir que Lang podía ser muy difícil, pero era tan fantásticamente brillante, que
Bruce saltaría desde el techo si Lang se lo hubiera pedido, para hacer un
experimento. La aprobación de Lang era de mucha importancia y Bruce siempre
sentía un placer supremo cuando Lang reconocía, aunque en forma breve, que el
joven estaba haciendo más de lo que le correspondía. Todo lo que Bruce tenía que
hacer ahora, como él deducía, era persistir y esperar, aunque en realidad era muy
difícil tratar de cortejar a una chica que se mantenía todo el tiempo apartada.
Era un esplendoroso día de otoño en que todos los colores del verano y las
generosas cosechas se teñían de rojo, cobre satinado y oro. El césped, de un verde
intenso, estaba salpicado con alegres vestidos floreados y había mucha trivialidad a
un lado de la piscina, donde una pelirroja de tersa piel con un bikini negro y blanco
nadaba en forma espectacular y atrevida. Todos charlaban, reían, unos cuantos
discutían, otros parecían fastidiados, todos permanecían de pie por todos lados con
vasos llenos hasta el borde de cerveza o algo que burbujeaba. Un grandioso, hermoso
y bullicioso domingo.
Stephen y Marisa, recibían a los invitados bajo un plateado abedul y Natalie era
conducida de una a otra parte. De pronto, todos supieron, por medio de una
sensación de comentarios, que era la hija de Drew Calvert y se mostraron muy
amables con ella, percibiendo una gran nobleza y una peligrosa debilidad. Bruce le
llevó un magnífico T-bone steak con diversos condimentos, que después tuvo que
comerse él; se sentaron en una larga mesa a la sombra de los árboles.
La casa, ahora Natalie podía apreciarla, estaba construida en tres niveles, que
no se veían desde la entrada. Seguía el declive del terreno y conectaba de una bella
manera con el solar… el río y los árboles de goma, los frescos helechos y plantas

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exóticas. Podía detectar la influencia de Lang en el diseño y el uso de grandes


tragaluces, pero no hizo ningún comentario al respecto, sólo se concretó a felicitar a
Bruce por un excelente trabajo.
De pronto, en el centro, despertando un gran interés, apareció Lang, de
espaldas, saludando, con una mano sobre sus ojos para protegerlos de la
deslumbrante luz de sol y del resplandor de la piscina. Sin gran esfuerzo, era la
elegancia personificada. Una chica de largos cabellos color miel, llevando una
guitarra, se colocó a su lado, como si fuera su pareja, su hermoso rostro lucía muy
serio, pensativo, un fleco completo cubría su amplia frente, sobre sus enormes ojos
cafés.
Por alguna razón, Natalie escogió ese preciso instante para pedirle a Bruce que
le mostrara el interior de la casa. De algún modo, a pesar de su mejor discernimiento,
Bruce se encontró al regresar con ella por el césped con la perversa y burlona mirada
de Lang. Lang estaba confuso y Bruce no supo qué hacer hasta que Marisa salvó la
situación corriendo hacia Lang y tomándolo con firmeza de la mano para conducirlo
a su grupo.
Adentro, por el enorme ventanal de la sala, la mirada de Natalie se dirigía hacia
una audaz gráfica que dominaba el muro del fondo.
Era una de las de Lang, pero Bruce no se atrevía a contribuir con tan vital
información. No tuvo que hacerlo, como ocurrió, ya que Natalie volvió suavemente
su cabeza hacia otro lado.
—¿Lo hizo Lang?
—¡Cariño! —exclamó Bruce, sorprendido—. ¡Por lo visto eres muy perceptiva!
—Parece que lo hizo Lang —dijo con moderación—. Nadie más que él pudo
haberlo hecho.
—¡Vamos! ¿Qué quieres decir con eso, pequeña? En lo personal pienso que es
supremo, Dios sabe que le toma cerca de dos minutos hacerlos. Aquellas raras y
pequeñas esculturas son en realidad muy vistosas, ¿no lo crees?
Natalie volvió la espalda en forma intencional hacia el grabado y Bruce,
después de una momentánea indecisión, atacó donde los ángeles temen pisar.
—Natalie, querida, discúlpame por haber dicho eso, pero, ¿no crees que estás
complicando las cosas sin necesidad? Quiero decir, con Lang. No tenía idea de que
estaría aquí hoy. Él no comentó nada, aunque es bienvenido en todas partes. Pero
ahora que está aquí, podemos evitarlo. ¡No me gustaría tener que pasar el invierno
en Siberia!
—¿Tienes alguna sospecha? —preguntó Natalie, imitando el tono seco de Lang.
—Bueno, querida… de vez en cuando Lang me hace indicaciones en el sitio
preciso. Él tiene mucha influencia en muchos y diversos lugares.
—¡Eso debe de ser muy útil! —dijo con suavidad.

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—¡Oh, no hables así, cariño! Er siempre me ha parecido magnífico. Un poco


infernal, de un tiempo a esta parte, pero puedo resistirlo. ¡Créeme, el corazón de
Lang sabe lo que quiere!
Pero Natalie no escuchaba, caminaba por la amplia y original habitación como
si estuviera ciega.
—Quisiera irme —dijo con voz baja.
—¡Pero sólo hemos estado aquí unas cuantas horas! —protestó Bruce—. Pero
está bien, si te quieres ir.
—Soy muy egoísta, ¿verdad?
—Sí.
Fue inútil que Bruce tratara de alegrarla para sacarla del peligroso estado de
ánimo en que se encontraba; sin embargo, las pupilas de sus ojos grises se dilataron
en forma extraordinaria y su mirada se alejó de él.
Al oír un ruidito, Bruce volvió la cabeza, diciendo:
—¡Oh!
Su tono de voz era amable, pero en su rostro apareció una sonrisa burlona.
—¿Qué es lo que te trae por aquí, Lang?
—¿No lo sospechas? —preguntó Lang, con tono seco pero cortés—. Vine a ver
si estabas bien, Natalie. No conseguí verte durante estos días. ¡Eres como la Bella
Durmiente encerrada en una caja de cristal!
—¡Oh! —dijo Bruce de nuevo, conmovido en forma profunda por esa
observación.
Lang tenía una gran facilidad de expresión; de manera diplomática Bruce
retrocedió uno o dos pasos, sin deseos de estorbar. Encontraba su trabajo demasiado
interesante para convertirse en obstáculo en el camino de Lang, ya que era obvio que
deseaba charlar con Natalie.
—¡Es una abrumadora bienvenida, pequeña! —dijo Lang—. ¡Sin embargo, no te
preocupes, no esperaba menos!
Hubo una pausa y Bruce, teniendo un presentimiento, juzgó conveniente
desaparecer un rato. Natalie estaba débil y frágil, pero tuvo la certeza de que sería
mejor hablar con Lang diez minutos.
—¡Todos estos domingos hemos tenido mucho trabajo! —dijo Bruce
alegremente—. Es una fiesta encantadora. ¡Creo que iré a prepararme algo de beber!
Natalie volvió de nuevo a la vida, era tan hermosa como una pintura.
—¡No! No te vayas.
—¡Regresaré en seguida, querida! —dijo con tono cortés—. ¡No temas!
El rostro de Lang era amable pero burlón.
—¡Eso depende! —previno.

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Bruce no pudo evitar escuchar su tono de voz. Cuando se marchó, Lang se


volvió hacia Natalie.
—¿No crees que deberías decirme qué es lo que he hecho? O lo que no he
hecho. ¿O es que tendremos que empezar de nuevo?
—¡Oh, por favor, Lang! —suplicó ella.
—¿No te das cuenta de que así, ambos somos muy desdichados? —preguntó
Lang.
—¡Tú no, Lang! —dijo con amargura, casi a punto de llorar.
—¿Por qué yo no? ¿Qué es diferente para mí? —la retó.
Sus ojos azules estaban fijos en su piel.
—¡Todo!
Campanas de advertencia parecían repiquetear en su cabeza; de pronto pasó su
mano sobre las sienes y desvió su rostro.
—Tengo dolor de cabeza. Quiero irme a casa. ¿Podrías avisarle a Bruce?
—¡Con mucho gusto! —dijo amable—. Si es eso lo que quieres. ¿No vas a
despedirte de Stephen y Marisa?
—Por supuesto —contestó, muy lejos de desconfiar de su diligente
condescendencia—. ¿Podrías llamar a Bruce?
—¡Lo considero un deber! —repuso con su característica forma impenetrable.
Cinco minutos después, caminaba por el césped de regreso hacia ella, y al
detenerse, distraída, lo miró con miedo.
—¿En dónde está Bruce?
—Bruce, mi corderito —dijo conciso—, no vendrá. Bruce es muy leal, sincero, el
clásico muchacho con visión hacia el futuro. ¡Lo he entrenado para eso!
—¡No va a venir! —repitió, como si no pudiera entenderlo.
—¡Despierta de ese lindo sueño! —dijo con suave vehemencia.
—¡Tú no sabes lo desdichada que me haces!
—Pero, ¿por qué, Natalie? ¿Puedes decírmelo?
—No quiero regresar contigo —dijo desesperada—. Somos demasiado
diferentes.
—Me pediste que llamara a Bruce —le recordó bruscamente, con tono
imperativo—. Bueno, lo hice, y ahora tienes que asumir las consecuencias.
—¡Gritaré! ¡Me desmayaré!
—Natalie —dijo tranquilizándola—, no sé qué hacer para infundirte fortaleza.
—Eso es lo que estás haciendo, ¿no es así? —preguntó impetuosa.
—Te llevaré a casa o adondequiera que desees.

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—¡No me confundas! —dijo áspera.


Con dificultad soportaba su mirada; y sus propias emociones, durante tanto
tiempo reprimidas, resplandecían peligrosamente.
—¡Natalie! —su tono de voz era bastante firme, distaba mucho de ser
cariñoso—, ¡Me estás enloqueciendo! Te estoy pidiendo que vengas conmigo y si te
niegas ahora con tan ansiosas miradas te juro que te alzaré en brazos y te llevaré al
coche.
—¡Lo harás! Oh ¿serías capaz? —preguntó contrariada.
Molesto, la sujetó de una muñeca con firme e insoportable fuerza, en tanto
aparecía una llama del fulminante carácter en su rostro.
Esto hizo que se dominara de inmediato y, aturdida, aceptó subirse a su coche.
No había amenaza que él no se atreviera a cumplir.
—¡No soy tan compasivo como Bruce! —dijo mostrando su blanca dentadura.
—¡No me toques! —rogó con voz baja y conmovedora.
—Después de esto estarás bajo mi poder. ¡No permitiré que te vayas!
Dejó escapar un largo y estremecedor suspiro y él la miró con sus hermosos ojos
azules.
—Deseas tener alguien a quien amar, Natalie. Alguien que te ame y corteje. ¡Te
conozco!
—¡No! —respondió ella con furia.
Violentamente dio marcha atrás con gran pericia, alejándose de la casa y
regresando a la ciudad por una brecha; al menos eso fue lo que ella pensó. La brisa
que entraba por la ventana, sutilmente perfumada, refrescaba sus sonrojadas mejillas.
—Ven conmigo a la casa de Magda.
—¡No! —dijo asustada—. No podría soportar escuchar música.
—¿De qué tienes miedo?
Su moreno perfil era implacable, parecía delineado en oro.
—¿De qué se trata todo esto, Lang? Dime.
—¡Pensé que lo había hecho! —dijo con tranquilidad.
El poderoso coche corría a una gran velocidad, el paisaje y verde césped
cruzaban zumbando como un relámpago.
—¡Conduces demasiado aprisa!, —dijo temerosa. Su delgado cuerpo estaba
tenso.
—¡Pensé que no lo notarías!
—¡Bueno, ya lo noté! —gritó con voz quebrada—. ¿Qué pretendes, que nos
matemos?

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—¡Tontita! —dijo tiernamente—. Podríamos pasar la noche en la cárcel.


Compartiendo la misma celda, ¡a mí no me importaría!
Ahora, fuertes sensaciones se apoderaban de ella y la sangre comenzaba a
correr de prisa por sus venas; era como si se estuviera derritiendo.
—¡Por favor, llévame a casa, Lang!
—¡No! —sus brillantes ojos la miraban con fijeza.
—Preferiría que no me miraras así —dijo con voz ronca y melancólica.
—¿Te estaba mirando? Lo siento. Me han dicho que eso se debe a los ojos
azules. Magda vive en este camino, ¿Nunca has visto la casa?
—¡No entraré! —amenazó.
Eso sonaba ridículo al estar en un coche que iba a toda velocidad. Pudo darse
cuenta de que él hacía esfuerzos para contener la risa.
—Te lo dije, Lang —dijo suplicante—. No podría soportar escucharla tocar.
Sus labios se cerraron y permaneció en silencio.
—Eres muy sensible a la música, ¿no es así? Está bien, entonces, si te contraría
escucharla tocar, sólo veremos la casa. Le dije a Magda que la visitaríamos.
—No puedes haberle dicho que me traerías —dijo incrédula.
—¡En realidad, lo hice!
—¿Cómo pudiste decidirlo?
—Muy fácil, como sucedió.
—¡Eres un hombre muy arrogante, Lang!
—¡Dime algo que no sé! —dijo en forma breve, para que tomara en cuenta su
intrépida seguridad—. Dime, por qué has estado revoloteando en derredor,
eludiéndome con la destreza de una mariposa. Ha sido demasiado difícil en realidad,
¡todos mis esfuerzos se habían cifrado en esta tarde!
—¡Espero que no estés tratando de decirme que te he estado molestando! —
exclamó amable—. ¡Eso suena maravilloso!
—¿Maravilloso, no tener modales, Natalie? —le respondió—. Quiero decir, me
he estado preocupando por tu carencia de ellos. ¡Tengo la impresión de que nunca
me volverás a hablar, o de que acabarás como cierta pequeña de un cuento,
demasiado reprimida!
Para su asombro, ella rió, ese sonido fue como una cascada de plata, ya que casi
lo había olvidado. La analizó escrupulosamente, observando todo acerca de ella, su
mente era clara para ese propósito. Pasó las pálidas y heladas yemas de los dedos
sobre su frente.
—Mis motivos para eludirte, Lang, se deben a que considero que tu
personalidad es muy fuerte. Demasiado fuerte para mí. Estar contigo es como
hundirse por tercera vez, como ahogarse. ¡No te pareces a nadie más!

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—¡Espero que no! —hablaba tan vehementemente que la hirió de manera


profunda, olvidando, como lo hizo, que su actitud había provocado esa reacción. En
seguida, su voz dominó la tensión—. De cualquier forma no es muy agradable
parecerse a alguien. Al tener un doble sería muy fácil que tratara de echarme una
zancadilla. A propósito, ¿cómo sigues de tu dolor de cabeza?
Preguntó esto, increíblemente atento, su mirada estaba fija en su rostro y cuello,
haciéndola más vulnerable a cada momento.
—¡Está pasando, gracias! —contestó con timidez; después miró a través de la
ventana con mucha decisión.
—¿Lo habrá ocasionado la reunión? —sugirió—. Tú no llevas amistad con ellos.
Si no hubiera sido por mi loca obsesión por ti, habría pasado un día muy tranquilo,
pero en forma casual hablé con Louise…
—…y, sólo por casualidad, Louise mencionó que Bruce y yo iríamos a casa de
los Nicholson, ¿no es cierto?
—¡Es una sorprendente deducción, Natalie!
—Tú y Louise han hecho una encantadora amistad, ¿no es así? —preguntó,
extasiada mirando sus hábiles manos sobre el volante.
—Me gustaría pensar que es así —respondió—. Louise es un ser humano
extraordinariamente atractivo. Lo son todos ellos. Quisiera que se quedaran aquí. En
realidad iría un poco más lejos y me atrevería a decir que no habría mayor dificultad
en trasladarlos a todos ellos. Nunca había visto transformación igual en un niño
como en el pequeño Jo-Jo. ¡Debe haber aumentado cinco o seis kilos! El rostro de
Natalie resplandeció con afecto.
—Supongo que el cambio de clima, así como la natación, le han sentado bien.
Maccalla ha sido maravilloso para él. He pensado muchas veces, de un tiempo a esta
parte, que podría arrendarles o venderles la propiedad. ¡Antes de que papá muriera,
Richard estaba sorprendido del desarrollo de los grandes negocios de este país!
Su sorpresa fue tan auténtica que su pie resbaló involuntariamente del
acelerador, disminuyendo la velocidad como por arte de magia.
—¿Vas a vender Maccalla? ¡No puedo creerlo! ¡Por favor, repítelo otra vez!
—En general no soy tan indiscreta —dijo haciendo un gesto—; al principio lo
hice para sorprenderte, Lang. Pensé que no era un secreto; yo he cambiado. Maccalla
tiene demasiados recuerdos para mí… de felicidad y de tristeza. En realidad, no
puedo soportar permanecer en ella mucho tiempo más.
—¡Oh, por Dios, Natalie, date un poco de tiempo! ¡Doce meses más, producirán
la diferencia!
Si ella lo había sorprendido, él estaba sorprendiéndola a ella.
—Es extraño que tú me aconsejes tener paciencia, Lang. Tenía la extraordinaria
impresión de que esto te agradaría.
Su mirada, azul como un rayo, estaba fija en ella.

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—¡Tienes mucha suerte de ser mujer! Lo que necesitas es una bofetada y, si


insistes, podrías recibir una. El asunto es, Natalie, que he descartado cualquier cosa
que pueda hacerte desdichada. En cuanto a tus propias ideas, no sé. De seguro que
Louise y los niños son felices aquí, sobre todo por el pequeño Jo-Jo. Louise me ha
dicho que ha sido causa de gran aflicción para ella. Por lo que respecta a Richard y a
los chicos mayores, podría ser más difícil desarraigarlos. Estoy seguro de que tienen
un hermoso hogar de su propiedad.
—¡El cual podrían arrendar! —sugirió con mucha seriedad, imaginándose en el
lugar de su tía—. Richard conoce a todo el mundo. Estoy segura de que llegaría con
algo, y no existe nadie sino Richard y Louise a quienes quiera venderles Maccalla. De
cualquier manera, es sólo una idea que se me ocurrió. ¡Oh, sólo se trata de eso! Puedo
decir que Louise ha llegado a encariñarse con Maccalla y el viejo Sir Richard es el
vivo retrato de Jo-Jo. Todos nos hemos reído de eso. El asunto es, Lang —su voz se
quebró—, que quiero alejarme, ¡sola!
—¡Tú, mi pequeño gansito! Eso me parece perfecto. ¿Alejarte sola? Me fascinas,
Natalie, en realidad me encantas. Eres un enigma de primer orden. En todo caso
estás envuelta en un drama. ¡En una o en otra forma, voy a descubrirlo!
Parecía una clara advertencia, breve y dinámica, volvió la cabeza hacia él, sus
ojos se agrandaron por tan cruel ataque. Él hizo una sensual é irónica mueca y un
estremecimiento la hizo temblar.
—¡A pesar de que todos los demás tratan de ser amables conmigo, Lang, no has
olvidado cómo herirme verbalmente!
—Mi amor, yo no sería capaz de lastimar ni un solo cabello de tu cabeza. He
aprendido a ser paciente… he tenido que hacerlo. Lo ves, Natalie, me he fijado en ti
con indiferente fanatismo. Cúlpate a ti misma. ¡No debiste cruzarte en mi camino
para seducirme!
Ella respiró profundo ya que sentía que se asfixiaba.
—¡Qué cosas dices! ¡Yo no he hecho nada!
—Tal vez no lo hayas hecho en forma deliberada, pero eso ¿qué importa? El
asunto es que lo has hecho.
Se quedó en absoluto silencio y él la ignoró, desviando el coche del camino
principal y subiendo por una larga entrada de coches oculta por los árboles. Llegaron
a la casa y ella no pudo encontrar paralelo en su mente por la forma en que la afectó.
Era la mañana. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se mordió los labios, sintiendo que
su control emocional la abandonaba.
La miró directamente a los ojos con mucha dureza, tratando de investigar la
causa de sus brillantes lágrimas.
—¡Natalie! —dijo con voz baja.
Sus ojos, la miraron y ella, dejó escapar un tembloroso suspiro.
—No te conozco, ¿no es cierto? —preguntó Natalie.
—No lo creo. ¡Pero lo harás!

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¡Forma y funcionalidad en el más puro sentido! La casa se levantaba sobre una


colina en solitario esplendor, pero habría sobresalido en cualquier sitio. Lang tenía
un raro don, era un hombre íntegro, el hombre que ella amaba. Debería de esforzarse
en conseguir que su vida tuviera algún sentido sin él, pero eso no era posible. Esta
reflexión sólo emergía en su subconsciente, como un fantástico salto mortal. Ahora
no se podía explicar cómo había aceptado salir con él ni por qué lo había hecho. Su
rechazo hacia él era en realidad una fantasía.
El día estaba cambiando, el color amatista invadía el tono dorado de la tarde,
alterando la melancolía del paisaje. Natalie también se había transformado, iba muy
callada a su lado. Se detuvieron frente a la casa y Lang dijo con tono amable y jovial:
—Esta no es la clásica situación, Natalie, ni es el resultado de un plan
premeditado, pero, ¡parece que Magda no está en casa!
Le tendió la mano, como si ella pretendiera escapar, atrayéndola a su lado.
—Sin embargo, con mucha perspicacia, parece que dejó una nota.
El blanco fragmento de papel con las esquinas rasgadas en forma desigual
contrastaba con la bellísima decoración de la aldaba de bronce sobre la sólida puerta
doble de la entrada principal. Lang la desdobló y Natalie leyó sobre su hombro. Su
corazón latía. Por la letra, que parecía más bien una sarta de garabatos, se adivinaba
que Magda había tenido que salir de prisa y en forma inesperada. La nota decía:
"Querido Lang: Molly necesita consejo con urgencia… ¡otra vez! No te enfades.
No le daré más de una hora de mi tiempo. ¡Entra!"
—¡Molly, Dios mío! —Lang suspiró, frunciendo el ceño con irritación que de
manera inexplicable desapareció como por arte de magia—. Molly es un caso, es una
mujer con una terrible imaginación… y la bebida no ayuda. Margaret Sinclair, la
cantante —explicó—. La única razón por la que te cuento esto es que, como amiga de
Magda, tienes que saberlo y entenderlo. Molly simplemente no se controlará hasta
que no haya ni una sola gota en la botella. Sin Magda, quien es demasiado dulce para
su propio bien, creo que ella se hubiera caído varias veces de su mecedora. Es una
lástima que eso sea lo que quede de un gran talento. ¡Tenía todo a su favor… todo!
Bueno, ¿qué diablos estamos esperando? ¡Entremos!
—Me parece perfecto —dijo Natalie.
Lang se estiró detrás de ella y buscó una llave en una de las dos grandes plantas
de camelias.
—Magda, a pesar de ser la gran artista que es, es exacta a otras mujeres cuando
se trata de esconder llaves… ¡siempre escoge el lugar más conspicuo!
—En realidad, ¿es así?
Preguntó como en sueños, mientras él abría de par en par la puerta de madera
tallada dirigiendo su mano hacia el interruptor. Allí no había lámparas
convencionales o tradicionales, ni candiles contemporáneos, sin embargo la hermosa
estancia de dos pisos parecía llena de vida. Natalie caminaba delante de él por el piso
de relucientes azulejos de cerámica. Eran color blanco, como el magnífico Steinway
que estaba en el rincón.

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Era la casa de una concertista, la acústica era perfecta, en donde la música podía
esparcirse y elevarse hasta el enorme techo de madera con sobresalientes detalles
arquitectónicos. La luz oculta de la habitación iluminaba la brillante e importante
colección de arte moderno, introduciendo color en la decoración que, de otra forma,
sería monocromática, ya que las cortinas de lino que colgaban del enorme ventanal
eran color arena.
Todo el diseño mostraba virtuosismo en un plano que Natalie, hasta ahora,
nunca había encontrado. Se veía maravillosamente natural e idóneo, y sin embargo,
ella sabía que se requería de una gran habilidad técnica para lograr tal efecto. Cada
pieza que había en la habitación parecía ser una copia a escala del gran salón en
donde Magda solía ofrecer sus conciertos, sólo que aquí lo hacía en forma privada.
Un espléndido pájaro de bronce con las alas extendidas pendía de una ventana con
tal naturalidad que parecía escapado de un árbol.
Ella sabía que habría un recorrido de rigor. El sólo pensar que tendría que
hacerlo con Lang, era como si las olas del mar rompieran implacables contra las
rocas. Nunca debió venir. No podía resistirse a él. Era como un mar que podría
arrastrarla para siempre.
—No hay nada que pueda decir. ¡Nada! —dijo.
Parecía una pobre criatura abandonada, que en forma evidente estaba al borde
de las lágrimas.
—¿Por qué te preocupas? Sé cómo te sientes. Permitiré que Magda te muestre el
resto de la casa. Natalie, haré algo mejor que todo lo que ves aquí. ¡Ahora sólo te
quiero a ti!
Extrañamente tenso, estaba detrás de ella; sin ningún aviso la alzó en sus
brazos, meciéndola, como si no pudiera esperar ni un día más. Ella no deseaba ceder,
pero estaba demasiado aturdida para impedirlo.
—No te resistas —dijo con un tono que la llenó de excitación—. No ahora. ¡Ya
has sido bastante cruel! —estaban juntos, en la esquina de uno de los enormes sofás y
él oprimía su espalda contra su hombro—. Sólo quédate aquí conmigo y descansa.
¡No te tocaré, Natalie, te lo aseguro! ¡Tendrás que rogarme!
Casi en forma simultánea, tan puras como una lágrima, se escucharon las notas
de apertura de la Balada en Fa Menor, de Chopin. Una de las más grandes
composiciones para piano; comenzó con una breve introducción andante, siguiendo
con un movimiento lento, un vals, repetido muchas veces, haciendo primorosos
arreglos, anunciando la enorme tranquilidad del tema principal que se desarrollaba
en la más estupenda rapsodia.
En las primeras notas de introducción el cuerpo de Natalie estaba tenso y lleno
de aprensión. ¡Chopin! El más romántico, el más conmovedor de todos ellos. Podría
haber gritado de dolor; después, poco a poco, su cuerpo comenzó a relajarse y se
extasió escuchando. Chopin había conocido amargas penas, y el éxtasis. Ningún
dolor era insoportable. La mañana sucedía a la noche. Su corazón palpitaba. Lang…
bueno, le gustaba ardientemente, pero ella ignoraba que se entregaba a su amor.

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Como si su necesidad fuera más fuerte que su promesa, la tomó del cuello y
ella abrió los ojos, deslumbrada por el brillo de su mirada azul… Aquella barrera de
cristal que la había protegido se hacía pedazos en un millón de brillantes fragmentos,
la música aún se escuchaba a lo lejos. Lang y la expresión en sus ojos parecían acabar
con todo.
—¡Azules del color del cielo! —dijo extrañada.
Pensó que se desplomaría, y en vez de eso subió sus delgados brazos y rodeó su
cabeza.
—Dime, ¿cómo te sientes? —preguntó tenso.
—¡Te amo! —sus ojos, brillantes, resplandecían al mirarlo.
—¿Estás segura?
—¡Sufro por ti!
—¡Natalie!
La abrazó, alzándola en sus brazos, uniendo su boca a la suya. Era como estar
tomando el sol con el resto del mundo alejándose de ellos. No había nadie excepto
ellos y él era lo más hermoso que ella había conocido. Su cabeza estaba recostada en
su hombro, la música murmuraba como plata fundida a su alrededor. ¿Cómo podría
ella empezar una nueva vida sin él? ¿Cómo podría ella vivir sin su dulce y ardiente
deseo?
—Dime, ¿me amas? —preguntó junto a su boca.
Sus ojos azules y brillantes aún retenían vestigios de burla.
—Pensé que era muy arriesgado hacer eso. ¡Sí, te amo, mi testaruda chiquilla!
—sus fuertes y hábiles manos cubrieron su rostro—. Y yo me cuido mucho. Así lo
quiero, Natalie, ¡eres todo lo que deseo!
Había tal torrente de ternura y pasión en su voz, que empezó a llorar como si se
le fuera a romper el corazón.
—¿Qué sucede, dime? —tensión y ansiedad había ahora en la voz de Lang.
—¡Lo siento! —tomó las manos de él y las oprimió contra su rostro.
—¿Por qué lloras? —preguntó con calma, mientras enredaba su mano con sus
cabellos.
—No lo sé —dijo, volviéndose a él en busca de consuelo—. Tal vez haya sido
una forma muy estúpida de comportarme. Jugando a las escondidillas con mi propio
corazón.
Él inclinó la cabeza y le dio un rápido y violento beso.
—Has dado un gran rodeo, ¿no es así? Tú me perteneces.
—¡Sí! —dijo—. Te pertenezco íntegramente. Papá… se habría sentido dichoso
con lo nuestro, ¿no crees?

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—¡Querida, él lo sabía! Y pronto, si me lo permites, ¡haré que todo vuelva a


funcionar de nuevo! ¡Natalie, no puedo vivir sin ti!
La primera estrella empezaba a brillar a través del frondoso enrejado de los
árboles.
"Luz de las estrellas, brillo de las estrellas, primera estrella que he visto esta
noche…"
Lang se inclinó hacia ella, perdiéndose en una declaración de amor.

Fin

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