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Vientos del cielo

Margaret Way

Vientos del cielo (1983)


Título Original: The winds of Heaven (1979)
Editorial: Harmex
Sello / Colección: Jazmín 5-41
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Marc Chandler y Amanda Raymond

Argumento:
¿Podría luchar contra la creciente atracción que Marc ejercía sobre ella?
Desde el principio, Amanda supo que sería desastroso trabajar para Marc
Chandler: era casado y con una hija. Pero por la niña, quien necesitaba de
la estabilidad de una compañera-institutriz y también por el bien de la
madre enferma de Marc, Amanda comprendió que no tenía más alternativa
que aceptar el trabajo.
NOTA: Publicado por Harlequin Ibérica como Jazmín (1979)
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Capítulo 1
Ya casi habían terminado la cirugía esa mañana del sábado cuando Marc
Chandler entró por la puerta del frente. Amanda levantó la vista automáticamente
segura de que sería otra paciente y luego sintió que se ponía rígida por el desagrado.
Un hombre fuerte y perturbador se le acercó.
—¿Cómo estás, Amanda?
Parecía haber provocación en esa vibrante voz.
—Bien, gracias, señor Chandler —respondió ella con voz baja—. Si desea ver al
doctor McGilvray, ya casi terminó. ¿Quiere que lo anuncie?
—¡No te molestes! —Se volvió a medias, tan altivo y dominante como sólo él se
portaba—. Si me esperas unos minutos, te llevaré a tu casa.
No sonrió al decirlo y Amanda se ruborizó.
—No tiene importancia, puedo tomar el autobús cerca de aquí.
La luz se filtró a través de las enormes ventanas y lo iluminó con claridad. Un
hombre alto, delgado y rudo, un poco aterrador, a pesar de su atractivo rostro. El
cabello y los ojos eran tan negros como la media noche y su piel tan bronceada como
el cobre. Marc Chandler era un hombre a quien todo el mundo respetaba y trataba
con cautela.
—¿No te simpatizo? —preguntó abruptamente.
—¡Por supuesto que sí! —Se vio forzada a mentir cruzando su mirada con la de
él y sus tersas mejillas se ruborizaron.
—¡Eso es una suerte! —Apretó la bien dibujada boca y Amanda se dio cuenta
del temblor de sus propias manos.
—Discúlpeme, tengo que terminar unas cuentas —trataba de controlarse.
—¡Adelante! —murmuró él, alejándose.
Ella sintió más que vio cómo se acercaba a la ventana y miraba al exterior, luego
ella se inclinó sobre la máquina de escribir.
El menor contacto con ese hombre la desconcertaba y sin embargo, no podía
ofenderlo. Como todo lo demás en el pueblo, el Centro Médico se beneficiaba por la
generosidad de Marc Chandler. Casi lo reconstruyeron, ya no era el lugar oscuro y
melancólico que fue en una ocasión, sino un lugar lleno de luz y aire acondicionado
apropiado para el trópico. El doctor McGilvray tampoco tenía mucho de qué quejarse
esos días con un equipo de primera clase y todos los aparatos nuevos. Y no era por
su agradecimiento hacia ella por lo que Amanda lo admiraba. Por supuesto que
estaba contento de tener un patrocinador tan espléndido, pero el doctor McGilvray
consideraba que Marc Chandler tenía una deuda con la comunidad, así como él tenía
una obligación con la gente enferma del pueblo. Los Chandler eran la familia más
importante del distrito dueños de la mina de cobre Mount Regina que en una ocasión
produjo oro tan rica y poderosa que resultaba el centro de todo.

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¡Y cómo le desagradaba! Amanda pensó, avergonzada de ser tan ilógica.


Apenas si lo conocía, excepto como poderoso e influyente. En una ocasión, casi hacía
dos años, propuso enviarla al sur, a la universidad. Amanda necesitaba que la
ayudaran, huérfana desde los ocho años y al cuidado de una tía anciana. A pesar de
que su record escolar había sido excelente, no tenía dinero suficiente para continuar
sus estudios. Amanda era una chica inteligente, pero se negó rotundamente a recibir
la ayuda de Marc Chandler. La tía Clare, estuvo de acuerdo con ella, a pesar de que
se sintió apenadísima porque no había dinero suficiente para sufragarle los estudios.
Ahora, la tía Clare también había desaparecido y Amanda estaba sola en una enorme
casa de forma irregular y muy contenta con su trabajo en el Centro. Aunque se vio
forzada a abandonar sus ambiciones, pensó que algunas cosas nunca se realizaban a
pesar de lo que uno luchara. Suspiró sin querer y el hombre alto parado junto a la
ventana se volvió para mirarla.
—¿Qué ocurre?—Le preguntó.
—Estaba pensando.
—¿En lo que pudo haber sido?
—¡No! —negó un poco desanimada.
—Me parece que sí.
Ella movió la cabeza, determinada.
—Creo que lo anunciaré, al doctor McGilvray no le gustaría tenerlo esperando.
En el momento que habló se oyó un murmullo de voces y luego el doctor
McGilvray y su paciente cruzaron el vestíbulo. Los ojos astutos del anciano doctor
recorrieron el rostro de Amanda, y le dio una palmadita a la señora Marshall en el
hombro, mientras la dama le dirigía una rápida mirada a Marc Chandler.
—¿Cómo estás, Marc? —Los dos hombres se estrecharon las manos—. Me da
gusto verte.
—¿Podrías dedicarme unos minutos? —preguntó Marc.
—Por supuesto —el doctor McGilvray se dirigió a Amanda—. Puedes irte,
querida, diviértete. Mereces una medalla por la forma en que manejaste a esos niños.
¡La madre es una tonta!
Amanda le sonrió y Marc Chandler, se volvió observando la bondad reflejada
en el rostro de la muchacha.
—¡Me gustaría que esperaras, Amanda!
Fue una orden y aun el doctor McGilvray pareció asentir con su cabeza
plateada.
—¡Muy bien! —Amanda seguía incómoda bajo la brillante mirada de esos ojos
oscuros.
Él inclinó la cabeza y la joven tuvo la impresión de que jamás persona alguna se
le había opuesto. Una mujer, seguramente no. Observó desaparecer a los dos
hombres y después comenzó a ordenar su escritorio. Estaba muy agradecida. Su

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trabajo como recepcionista estaba bien pagado y a ella le agradaba. Sabía que le
proporcionaba cierto consuelo a los pacientes, con su simpatía natural y su forma de
ser amistosa y sobre todo que el doctor McGilvray, contaba con ella para muchas
cosas pequeñas y esto la satisfacía. La había traído al mundo, como a casi la mayoría
de la generación joven del pueblo y él atendió a su querida y agonizante abuela,
había un lazo fuerte entre ellos. Parecía curioso que Marc Chandler quisiera llevarla a
su casa, tal vez le tenía compasión. Algo así…
Cuando cubrió la máquina de escribir, la delgada y lánguida figura de la última
paciente del doctor Courtney, se asomó por el corredor. Miró a Amanda con cara de
tonta, la saludó con la mano y se encaminó a la puerta. La mayoría de las pacientes
femeninas estaban enamoradas de Rob Courtney. Ese era el peligro con doctores
jóvenes y bien parecidos.
Unos momentos después, Rob llegó al mostrador del frente, ceñudo, como si
algo lo irritara.
—¿Todavía aquí?
—Así es.
—¿Por casualidad cambiaste de idea acerca de la invitación que te hice para
cenar? —Los ojos color avellana le escrutaban el rostro.
—¡Cielos, no! —Le sonrió Amanda.
—Te gustaría.
—Por supuesto que si. Lo que ocurre es que no me gusta mezclar el trabajo con
el placer.
—¡Como si todo el mundo no lo hiciera! Podrías decir que sí con toda facilidad.
—Lo que sucede contigo es que las mujeres se arrojan a tus pies.
—¡Qué interesante! Es la condición humana. ¿Estás segura que no cambiarás de
opinión? —Le sonrió.
—Segura —contestó calmada. Rob suspiró y miró a su alrededor.
—¿Alguien más está aquí?
—Marc Chandler está con el doctor McGilvray.
—¡Cielos! Me imagino que no como paciente ¿o sí?
—Creo que es una conversación privada.
—¡Estoy sorprendido! ¡Imagínate al gran hombre viniendo aquí! —Hubo una
ligera pausa y Rob miró hacia la puerta de frente—. ¿Y dónde está su bellísima
esposa?
—No está con él —Amanda se movió con rapidez.
—¿No es bellísima? —insistió Rob malicioso, pensó Amanda.
—Hace mucho tiempo que no la veo, pero sí, es bella, la mujer más bella que he
visto. Aunque creo que todo en el hogar de Marc Chandler es perfecto.

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—¡Entonces no has prestado mucha atención a los chismes!


—¡Así es! ¡Yo no hago caso de chismes, sobre todo cuando se refieren a cosas
desagradables!
Rob hizo un gesto burlón y le asió la barbilla.
—Ese sí es un comentario revelador. Las personas que están en un nicho se
exponen a ser blanco de chismes. ¿Quién no ha oído las curiosas historias acerca de la
encantadora y neurótica Caro? Todos saben que su matrimonio no es un éxito.
A la sensible Amanda le pareció de mal gusto la conversación.
—No creo que eso sea asunto nuestro.
—Yo diría que es bueno saber que los grandes y poderosos también tienen
problemas.
—¿No te simpatiza él?—preguntó Amanda.
—¡Lo admiro con locura! —exclamó con demasiado entusiasmo—. No lo tomes
tan a pecho, de todas maneras, me gusta mi trabajo y tú eres quien me desconcierta.
Vestida con ropa cara harías que aun la encantadora Caro se viera en decadencia y
sin embargo, no te interesan los hombres.
—¿Te refieres a los que se llaman Rob?
—No sales con ninguno!
—Lo hago a menudo.
—Sí, a conciertos o al cine, o a una fiesta. ¡Eso es terrible! —Levantó la mano y
tiró del pelo de Amanda deshaciendo el moño en que estaba recogido para hacerlo
caer como una cascada dorada sobre el hombro de la joven—. ¡Hasta la forma en que
te peinas es de solterona!
—Es apropiada para una oficina —se hizo a un lado.
—¿Mandy? ¿No crees que sólo quiero conocerte mejor? Eres una chica bella y
no puedes seguir viviendo una vida tan pasiva —parecía suplicarle.
—¿Así es como piensas de mí? —Echó el cabello para atrás en busca del broche
que lo recogía.
—No seas demasiado lista, se supone que una mujer no debe serlo.
—¡Tonterías! Esto es irritante, odio estar desarreglada —replicó con amargura.
Rob hizo una mueca y apartó el pie del broche de plata que había caído al suelo.
—¿No te atemoriza que los años pasen sin darte cuenta?
—Tengo diecinueve años.
—Lo sé —dijo un poco exasperado y se agachó para recoger el broche—. Eres
una niña, quiero enseñarte a disfrutar de la vida.
—Por favor, Rob —le tendió la mano para que le diera el broche—. El señor
Chandler me va a llevar a casa y no creo que se sienta impresionado con unos rizos
largos y sueltos.

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—¡Eso es lo que tú crees! —exclamó y su atractivo rostro se endureció—. ¿Sabes


que eres risible? No hay un hombre vivo que pueda resistir un cabello tan
espectacular.
—¡Eso es ridículo!
—¿Lo es?
El resto de lo que Rob iba a decir quedó en el aire porque el señor Chandler
apareció en el umbral sin hacer ruido, los ojos negros fijos en ellos, con dura y cínica
expresión, como de costumbre.
—¡Señor Chandler! —Rob pareció que saludaba al César.
—¿Cómo está, Courtney? —Chandler cruzó el vestíbulo como el Príncipe de la
Oscuridad tendiendo una mano que Rob estrechó con una extraordinaria muestra de
placer.
—Tengo deseos de agradecerle todo el nuevo instrumental, no se imagina lo
que significa para nosotros. ¡Un milagro!
—Me da gusto estar en posición de poder ayudar.
—¡Si, por supuesto! Creo que también tengo que agradecerle que haya entrado
en el Country Club.
—¡Fue un placer! —Marc Chandler inclinó la cabeza con suavidad, pero
Amanda estuvo consciente de su dura y observadora mirada. A Rob no pareció
importarle porque siguió parado, sonriendo.
—¿Estás lista, Amanda? —La curiosa mezcla de provocación y antagonismo
estaba de nuevo en esa extraña voz.
—Gracias —recogió sus cosas deseando tener la suficiente autoconfianza para
pasar antes que él en vez de titubear con timidez—. Adiós, doctor Courtney.
—¡Rob, no es ningún secreto! —Se rió quedo para dar una falsa apariencia.
Hubo un toque de ironía en los ojos oscuros de Chandler.
—Lo veré de nuevo, Courtney.
—Tal vez en el Club, me dijeron que era usted muy bueno en cualquier deporte.
—Era bueno. En estos días dispongo de muy poco tiempo… tengo algunos
planes para la mina.
—¡Maravilloso! —La voz de Rob implicó que él sabía mucho de grandes
negocios—. Todo el pueblo de Chandler depende de usted.
—Ocasionalmente me gusta alejarme de eso —estiró el brazo y abrió la
puerta—. Después de ti, Amanda.
Oyó a Rob gritar adiós y luego salieron a la cegadora luz del sol que hizo brillar
su pelo con destellos plateados. Levantó la mano para echarlo hacia atrás y el hombre
a su lado comentó con brusquedad:
—Déjalo, no voy a estrangularte.

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—Tal pensamiento jamás cruzó por mi mente.


—Entonces dime el significado de esa expresión inexcusable.
El rubor cubrió sus mejillas y enseguida desapareció.
—Ni por un momento me hubiera importado irme a casa en el autobús.
Él la ignoró.
—No creí que tuvieras que hacerlo con la obvia espera de Courtney.
Amanda miró hacia donde estaba estacionado el Mercedes.
—Por favor no interprete mal la situación. Sólo veo al doctor Courtney en el
trabajo.
—Eso lo sé.
Volvió la cabeza y se le quedó mirando.
—Me sorprende.
—Eso te demuestra lo joven que eres, tengo espías en todas partes. La gente me
dice todo cuando tiene oportunidad.
—¡Qué terrible!
Él se encogió de hombros como si le importara poco su opinión, luego se acercó
con rapidez al lado del asiento de pasajeros del Mercedes amarillo pálido y le abrió la
puerta. Ella agachó la cabeza murmurando un amable "gracias" y se deslizó en el
asiento disfrutando el penetrante olor del elegante y costoso cuero, muy a su pesar.
Después él se sentó a su lado y el enorme coche pareció mucho más pequeño de
pronto, casi le produjo claustrofobia.
—¡Relájate, mi meta no es aterrorizarte! —exclamó despreocupado.
—¿Ayudaría en algo decir que estoy calmada?
Los ojos negros la miraron por un momento, luego se dirigieron al
estacionamiento y a la calle ancha del pueblo que llevaba hacia el puente que se
extendía sobre el profundo río. Chandler era un pueblo muy agradable dominado en
su mayoría por la familia Chandler y dependiendo para su prosperidad en la rica
mina de cobre Mount Regina que estaba no muy distante del pueblo que crecía con
rapidez.
Era noviembre y los árboles que se veían a lo largo de las calles y las orillas del
río habían florecido: las poincianas, Jacarandas y una variedad de la familia de los
chícharos. Amanda consideró que una de las delicias de vivir en los trópicos eran los
hermosos paisajes y Chandler hacía gala de muchos bellos parques y jardines. Debajo
del puente había cisnes negros y blancos que se deslizaban y el césped que bajaba
hasta el agua de los cañaverales era verde jade.
Marc Chandler parecía sumido en sus pensamientos, por lo que Amanda
también se mantuvo en silencio. Tal vez cuando llegara a casa se refrescaría un poco
deambulando por la zona de los picnics del lago. Hacía calor y parecía todo tranquilo
como para que hubiera una tormenta al anochecer, pero para entonces ya estaría a

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salvo de regreso a su casa. Los rayos la aterrorizaban y siempre fue así desde que
tenía doce años y el enorme árbol de higos fue arrasado del patio del colegio en que
atrapó y mató a una de las profesoras. Siempre recordaba la escena y los gritos de las
niñas. Era imposible vivir en el trópico y no sobreponerse a su temor, y aunque ella
lo sentía, sólo se mostraba en un leve toque de sufrimiento en su mirada.
Marc Chandler tuvo que repetir la pregunta antes que ella lo oyera.
—Perdóneme, soñaba despierta.
—Dije que si eras feliz, Amanda.
—¿Acaso no se ve que lo soy? —Se sentó más erguida, esbelta como un junco,
con su aterciopelada piel y su expresión jovial revelando su juventud.
—No quise herirte, más bien, discutir algo contigo. Un cambio de trabajo, algo
que puedes hacer por mí.
—¿Tiene que ver con su visita al doctor McGilvray?
—Sí.
Hizo girar el coche para apartarlo de la carretera y se internaron en el camino
que llevaba al río donde vivían las familias más importantes.
—¡Vamos por el camino equivocado!
—Llegarás a casa bastante pronto —lo dijo con tanta brusquedad como si le
hubiera dado una bofetada—. Quiero un poco de tranquilidad para hablar contigo,
no una calle llena de vecinos chismosos. ¿Está bien? —La miró insolente.
—Si usted lo dice —se volvió para que no pudiera verle la cara. El enorme
bosque de árboles que proporcionaban sombra se juntaban en lo alto y formaban un
fresco túnel verde para todos los que recorrían ese camino exclusivo. El cabello le
caía como seda por el rostro, pero no se atrevió a levantar una mano. Tuvo que
permanecer sentada, en silencio y hacer lo que le decía. Marc Chandler era un ser
superior y tenía que pedirle algo, casi la hizo reír.
Después del recodo del río se deslizaron debajo de los árboles, y siguieron hasta
llegar a la ribera. Del lado opuesto, como una visión increíble, estaba la enorme y
blanca mansión que John Phillips Chandler, el bisabuelo de Marc mandó construir en
aquellos días en que la mina, llamada por su joven esposa Regina, operaba como
mina de oro.
Pertenecía a ese bello y sombreado paisaje, así como los magníficos viejos
árboles de sombra que la rodeaban y protegían sus blancos muros del ardiente sol,
una casa de elevadas columnas que animó el corazón de Amanda a pesar de su
tensión.
—¡Qué perfecta! —suspiró como si jamás pudiera entrar ahí.
—¡Una casa es sólo una casa! Lo que cuenta es la gente.
—¡Me da gusto que piense así! —Lo dijo sin poder controlarse.
—Continúa.

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—¡Lo siento! ¿De qué cosa quería hablarme?


—¿Sabes que tengo una hija?
—Sí —sorprendida, le dirigió una mirada brillante—. La he visto unas cuantas
veces, una niña encantadora.
—También está un poco delicada. Es muy sensible y ésta es la razón por la que
quiero que seas para ella una especie de institutriz y compañera. Karin tiene un
primo, el pequeño Philip y también tendrías que cuidarlo. Pip tiene seis años, es el
hijo de mi hermana Jennifer. Ella y su esposo permanecerán en el extranjero
alrededor de seis meses y no quieren llevar a Pip durante el invierno europeo. Sufre
de bronquitis de vez en cuando y quiso quedarse conmigo. Él tiene muchos parientes
con los que podría quedarse, pero está muy encariñado con su abuela, mi madre y
Four Winds es el hogar de ella así como el mío.
La joven lo miró temerosa de haber caído en una trampa de acero.
—¿Por qué yo?
—Por muchas razones, Amanda. Te conozco, tu ambiente, eres una chica
inteligente y una dama. He pensado mucho en eso y hablé con el doctor McGilvray al
respecto. Por supuesto que sentirá perderte, pero ve en ti las cualidades de
compasión que yo necesito. Eres muy competente y muy diplomática.
—En pocas palabras, soy lo suficientemente respetable para que se me permita
entrar en la Casa Grande.
—El doctor dijo que tenías tacto. ¡No fui yo!
—¡No puedo!
—¿Por qué no?
—Por favor no trate de convencerme. Soy muy feliz donde estoy ahora. De
todas maneras. ¿No querrá la señora Chandler ser la que me contrate? Por lo menos,
verme primero.
—¿Mi esposa o mi madre?
—¡Ambas! —respondió agotada.
—Mi madre está de acuerdo conmigo en todo, siempre lo ha estado porque
pensamos igual. A mi esposa nada le interesa en estos días. El nacimiento de Karin
fue difícil y ella jamás se ha recuperado totalmente. Tal vez no le agrades, pero no
dirá nada.
—¿Para complacerlo?
—¡Eso no está bien, Amanda! Supongo que has oído chismes.
—Supongo que sí. Aunque uno no quiera, la gente no deja de hablar de los
Chandlers.
—¡Mira si lo sé! La sociedad se ensaña contra los ricos y los famosos. Un
movimiento en falso y ya está.
—¡Imagino que tiene sus ventajas!

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—Mírame, Amanda.
Encontró sus ojos, pero estaba determinada a no dejarse guiar por ese hombre
duro y perturbador.
—Sigues enfadada conmigo por haberte ofrecido… caridad ¿no es así?
—Me dijo que tenía espías. No señor Chandler, no tengo nada en contra suya.
Lo que ocurre es que creo que no sería feliz en su casa.
—¿Y quién te pide que seas feliz? ¿No te has dado cuenta que nadie lo es? Tú
no fuiste feliz como colegiala con tu enorme resentimiento. Tu padre trabajó en la
mina, fue uno de nuestros mejores ingenieros. Yo estaba de viaje por asuntos de
negocios cuando cayó en el bosque tropical donde llueve todo el año, pero pude
haber estado allí. Te debíamos algo y no quisiste tomarlo.
—¡Y me siento contenta por eso! ¡Aunque fui una tonta!
—No debía importarte tanto.
—¡Oh, no me importa! —sintió un ligero latido en las sienes y el sol filtrándose
por los árboles hizo que su pelo pareciera más plateado que dorado—. Nunca
pregunté pero… ¿me nombró usted para el nuevo Centro?
—¿Otra cosa que no puedes olvidar?
—¿Lo hizo?—Ladeó la cabeza para mirarlo.
—¿Tiene importancia? Estoy esperando tu respuesta, Amanda, soy un hombre
ocupado.
—Eso puedo verlo, ha resuelto las cosas a su manera, sin hacer caso de las
dificultades de la gente.
—Una pequeña zorra con el aspecto de un ángel —se inclinó hacia adelante y
encendió el motor—. Tal vez cambies de idea, no te darán otra vez tu trabajo en el
Centro.
Quiso gritar, pero prefirió no hacerlo y al toparse con sus ojos vio en ellos un
irónico humor negro.
—Eso es lo que esperabas, ¿no es así? —dio marcha atrás con una mano y ella
estuvo consciente de que cruzaba un sendero a través de los árboles.
—Siento no poder ayudarlo, aunque creo que todo el asunto es fantástico. He
tenido muy poco que ver con niños.
—Tú misma no eres más que una niña —hizo girar el coche en redondo y de
nuevo estuvieron en la carretera—. Además ¿no oí al doctor felicitarte por la forma
en que manejaste a los niños Walker? Nuestros hijos son santos comparados con
esos. Karin ha tenido que interrumpir sus clases por periódicas enfermedades, una
enfermedad de niños después de la otra. Necesita a alguien como tú que pueda ser
su amiga así como su maestra.
—¿Así que habla en nombre de su hija?
—¡Estoy rogando! —dijo con dureza y el hoyuelo en la barbilla se le acentuó.

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—Con eso se podría ganar a mucha gente.


—Muy cierto. ¿Y a ti, Amanda?
—Yo amo a todos los niños y entiendo lo que siente, pero tal vez esté muy
equivocado al pensar que yo podría manejarlos, aunque su esposa me aceptara como
la institutriz de Karin.
—Entonces tengo que asegurarte que no podré alterar mi decisión de ninguna
manera.
—¿Acaso la mía? —Lo miró como si la desconcertara.
—No importa, piénsalo. Te doy hasta el lunes —pareció endurecerse en un
instante y Amanda se encogió en el asiento. Había una gran fuerza en ese cuerpo
delgado, una pasión contenida. Excitada, se dio cuenta de que era un hombre
peligroso. ¿Sería esa la razón por la que no quería entrar en su casa? ¿Por un sentido
de autoprotección? Y no porque alguna vez esos brillantes ojos negros le hubieran
insinuado nada. Era un hombre con un control de hierro y después de todo ella sólo
era una chica común y corriente. No tenía una buena razón para desconfiar.
Siguieron en silencio hasta la vieja casa con terrazas que en un tiempo
perteneció a los abuelos de Amanda. Supuso que socialmente pertenecía a la clase
media, pero estaba bastante lejos todavía del camino del río. Ella era inteligente, con
un porte distinguido, pero, pensó con amargura, que la señora Caroline Chandler
podría objetarla.
—Esta casa es demasiado grande para ti, muy difícil de sostener.
—Es todo lo que tengo.
Él apagó el motor y se volvió hacia ella.
—Estoy dispuesto a pagarte bien, Amanda, mucho más de lo que recibes ahora.
Tal vez dentro de unos seis meses, Karin mostrará una gran mejoría y tú estarás
mucho mejor económicamente. Lo que ganes lo ahorrarás, vivirás gratis como parte
de la familia.
—¿Funcionará eso? —Tuvo una visión instantánea de la dominante Caroline
mirándola a través de la larga mesa del comedor.
—Odio a los snobs. ¡De cualquier clase! —Le dijo él cortante.
La mirada de aquellos ojos verdes con espesas pestañas oscuras, pareció
perdida.
—Trato de entender, pero no puedo. Propone pagarme bien por un puesto que
tradicionalmente paga muy poco.
—¡Te lo ganarás! —Había un tono desagradable en su voz—. Entiendo que has
estudiado por las noches. Podrías, con lo que ahorres además de una bonificación,
estudiar durante un año, tal vez completar tu carrera.
—Podría perder mi libertad.
—¿Qué libertad? El mantener esta casa y a ti misma debe costarte todo lo que
tienes. Lo que te pido es que te intereses en mi pequeña hija, por lo que te pagaré

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bien. Vivirás en medio del lujo, y serías una joven muy extraordinaria si lo resintieras
y al término de tu empleo estarás más cerca de llevar a cabo tus propias ambiciones.
—¡Tal vez! —Se sintió torpe e insegura como una temerosa escolar en vez de
una competente mujer joven que se había valido por sí misma la mayor parte de su
vida—. Pensaré seriamente en el asunto.
—No debes hacer otra cosa. Mandaré cerrar la casa y cuidar los alrededores
hasta que estés lista para regresar de nuevo. Créeme, Amanda, se te necesita en Four
Winds.
Hubo un silencio en el que Amanda se mantuvo rígida y alejada de él. Había
algo magnético en el hombre, algo abrumador. La brisa perfumada de jazmín le
llegó.
—He vivido en este pueblo toda mi vida.
—Y todos te observamos crecer, conocemos tus buenas cualidades, Amanda.
—No soy el ángel que usted imagina.
Él se rió y su sonido fue atractivo con cierto dejo de burla. Sus miradas se
encontraron.
—Vete, tengo mucho trabajo —le dijo él.
Ella se bajó del coche y se quedó parada a su lado, una muchacha alta, esbelta,
con largas y bonitas extremidades.
—¿Quiere que lo llame o qué?
—¡Jamás te comunicarían conmigo! Yo te llamaré a la Clínica.
—¡Adiós y gracias por traerme a casa! —Lo miró, el cabello de Amanda como
una cascada y los ojos verdes del mismo color que el agua del lago.
—¿Te sientes mejor ahora?
—¿A qué se refiere?
—Adiós, Amanda. Tal vez debía llevarte a mi casa para que estés segura del
compromiso que vas a hacer. De todas maneras lo dejamos para el lunes.
—Se oye como si no tuviera otra alternativa.
—En cierta forma. Será mejor que entres ahora, creo que oigo el timbre del
teléfono… tal vez alguno de los vecinos. A propósito, Amanda, el doctor McGilvray
me dijo que eres muy leal. Yo valoro eso, la mayoría de la gente no sabe cómo serlo,
sobre todo las mujeres.
No pudo pensar a qué se refería y de todas maneras, no importaba. Él se
despidió y dio marcha atrás sin mirar mientras Amanda seguía mirando a lo largo
del camino, incrédula. Si aceptaba la posición en la casa de Marc Chandler sería un
cambio drástico en su vida.

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Capítulo 2
Era su teléfono el que timbraba y como no lo contestó volvió a oírlo a los quince
minutos.
—¿Mandy?
—Sí, Rob.
—¿En dónde estabas? Estoy llamando desde hace una hora.
—Estaba afuera en el jardín —mintió. Observó su rostro en el pequeño espejo
dorado encima del teléfono, se veía diferente. No sus rasgos físicos, sino la expresión.
Parecía estar iluminada, emanaba felicidad.
—¿Mandy, estás allí todavía?
—Por supuesto, Rob.
—Escucha, querida, sé una buena chica y cena conmigo esta noche. No quiero la
compañía de ninguna otra mujer sino la tuya, soy un tipo reformado. Iremos al
Contry Club, muy elegante lugar. Lo disfrutarás, para cambiar. Todo tipo de persona
estará allí, los Chandler y las amistades y parientes de ellos. Quiero decir que ése es
su mundo y es fascinante para nosotros los extraños. Di que irás. Hablé con Doc y él
me dijo que eras una chica tonta en rechazarme.
—De todas maneras no tengo un vestido apropiado.
—¡Oh no me digas eso, por todos los cielos! Te verías bien hasta con un costal.
Ella se rió y la voz de él se oyó más confiada.
—¡Qué buena, qué dulce, qué corazón tan gentil tienes! ¿Paso por ti como a las
ocho?
Ella levantó la mano y se acomodó el suelto cabello rubio detrás de las orejas.
—¡Está bien, tú ganas!
—¡Ya verás qué agradable resultará! Ahora me siento de maravilla. Por favor,
no quisiera ser un entremetido, pero ¿qué te dijo Chandler?
—Creo que hablamos de política.
—Mentirosa. Está bien, no me digas, pero sé que me lo dirás esta noche. ¡Nos
veremos pronto, cariño!
Amanda colgó el auricular y miró con agudeza su imagen reflejada en el espejo.
Tuvo una extraña sensación, como un salvajismo oculto y ella jamás había sido una
salvaje. Toda su vida había trabajado mucho y más que nada, que comportarse,
porque la tía Clare ya era una anciana y aunque estaba muy encariñada con Amanda
ésta jamás quiso darle la menor preocupación. La tía siempre estuvo orgullosa de
ella, de sus logros, de su fría belleza rubia. Ahora tenía la incómoda sensación de que
no se conocía realmente. Como todas las mujeres fue a su alcoba a ver sus trajes de

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noche. Sólo había un vestido que podría estar apropiado porque por lo menos sabía
que le quedaba bien.
Horas más tarde estaba frente a Rob en una mesa de esquina en el Country
Club Chandler. Había muchos otros clubes en el pueblo, pero ése estaba reservado
para la gente importante y era obvio que debía uno tener más que dinero para poder
entrar. Rob, aunque joven y prominente médico, no fue considerado elegible hasta
que Marc Chandler dio su aprobación. Después, nadie soñó con rechazarlo. De todas
maneras, sabía jugar bien al tenis, squash y al golf y no era fácil conseguir buenos
deportistas.
Esa noche, el club estaba casi lleno con gente mayor, muy mundana. Camareros
con entallados pantalones negros y cortas chaquetas blancas circulando en el
bellísimo comedor principal haciendo reverencias y tomando las órdenes para las
bebidas y cenas. Amanda no quiso un aperitivo, no estaba acostumbrada al alcohol y
no quería hacer el ridículo. Rob ordenó un Martini muy seco y cuando el camarero se
retiró se inclinó sobre la mesa y murmuró:
—Elegante lugar, ¿no es así? No hay nada como mejorar.
—¿Estás seguro que tienes el dinero?
—Cuidado, querida. No hables de eso ahora. ¡Eres una pequeña cosa muy
chistosa! Muy moral. De todas maneras te ves arrebatadora, no puedo quitarte los
ojos de encima.
—¡Eso es muy tranquilizador! ¡No me siento tan elegante como creía! —Su
vestido de jersey verde hasta el tobillo le entallaba muy bien, pero era muy sencillo y
barato. Lo único que podía ser magnífico era un exquisito chal viejo que perteneció a
su tía, de seda color de rosa bordado y con un enorme fleco y durante un rato creyó
que se veía muy elegante hasta que llegó al interior del club.
—¡No te preocupes! —Rob estiró la mano y le apretó las puntas de los dedos
para consolarla—. Tú no necesitas diamantes, ni vestidos de boutique, sólo brazos y
hombros desnudos y los bellos senos de una joven. Llamas la atención con sólo ser tú
misma. Mira a esa rubia-castaña de allá. Jamás había visto más diamantes juntos en
toda mi vida. Está radiante. Se necesitan sólo unos minutos para notar que su traje le
queda tan estrecho que está a punto de romperse. Si todas las mujeres de mediana
edad se miraran de frente y de espaldas, se pondrían a dieta.
—¿Y no sucede lo mismo con hombres de mediana edad? —preguntó Amanda
con aspereza.
—¡Cierto! —Rob miró a su alrededor y vio que la afirmación era evidente—.
Una cosa es segura, siempre me cuidaré. Es muy malo abusar de la comida y la
bebida y no hacer ejercicio. Debemos serle fiel a un régimen sano.
—¡Bueno, yo estoy tratando!
—Dejando las cosas serias a un lado ¿qué te parece si bailamos? No resisto la
tentación de tenerte en mis brazos.
—¡Me encantaría, siempre y cuando obedezcas las reglas!

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Fue una dicha poder relajarse y Rob era un buen bailarín, se movía con la
ligereza y coordinación de un atleta. Amanda no tuvo que fingir que se divertía.
Después de un rato, otras parejas comenzaron a levantarse y el conjunto comenzó a
tocar un ritmo más suave, una soñadora y popular canción de amor.
Ella podía sentir el calor que emanaba la piel de Rob, el ligero temblor de su
cuerpo.
—¡Me podría enviciar contigo, Mandy! —Le susurró contra la mejilla—. Me
haces sentir débil por él deseo. ¡Tu piel es como el satén!
—¡Eso es lo bueno de tener diecinueve años!
—¡Por todos los cielos! —La alejó un poco y la miró a los burlones ojos verdes—
. ¿Nunca hablarás en serio? No recuerdo a ninguna chica más fría y eso que he tenido
docenas a mis pies.
—¡Ya veo!
—¡No, no ves! —Volvió a estrecharla entre sus brazos—. Sé muy bien que
podría enamorarme de ti con facilidad.
—¡Entonces sí tendrías un problema! —sonrió.
—¡Eso puedo verlo! —contestó colérico—. Quiero decirte que no me rindo. Es
más, te daré unos cuantos libros para que los leas… Yo diría que sufres de represión,
temes al amor.
—Yo me divierto a mi manera tranquila, aunque sé lo que quieres decir.
Le deslizó la mano para acariciarle la espalda.
—No es inmoral dejar que te hagan el amor, heredaste unos valores pasados de
moda.
—Eso no puedo aceptarlo, las reglas son para nuestra protección.
—¡Cielos! —Rob retrocedió un poco para mirarla. Su perfecto cutis tenía un
ligero rubor y la boca suave y llena estaba hecha para el amor—. Está bien, tengo una
pregunta, sólo un pequeño detalle que me inquieta. ¿Podrías alguna vez enamorarte
de un hombre casado?
—¿Para qué? —Se encogió de hombros, pero el corazón le dio un vuelco—. ¿No
es demasiado complicado un romance común y corriente para buscarse cosas
desagradables?
—No sabes nada de nada. ¿Qué sucedería con un hombre como… Marc
Chandler? Es demasiado para una chica, estoy de acuerdo, pero me di cuenta que te
altera.
—¡Tú tampoco estuviste muy controlado! —insistió Amanda.
—Cierto, pero esa es otra cosa muy diferente. ¿Te gustaría que te lastimara? Es
un hombre muy sexy y agrega a eso toneladas de dinero mucha clase y…
—… sigue siendo un hombre casado.
—Muchas mujeres aceptan al hombre de otra.

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—Comienzas a molestarme —agregó con frialdad.


—¿Por qué, encanto? Seguramente no me di cuenta de algo. ¿No lo encuentras
excitante?
—Si pensara eso sería una tonta. La verdad es que es un extraño para mí y por
supuesto un hombre formidable. Claro que me hace sentir cautelosa.
—¿Entonces por qué dejarlo que te llevara a casa? Tuvo que salirse de su
camino.
En ese momento supo Amanda que no le diría nada a Rob. Había bastante
tiempo para ello; tenía primero que hablar con el doctor McGilvray. Necesitaba que
alguien la aconsejara. No Rob, que la observaba con mucha atención, con una
expresión dura en los ojos color avellana.
—¡Hablando del diablo! —murmuró mirando por encima de la cabeza de ella—
. ¿Adivina quién acaba de entrar por la puerta con bombos y platillos? Todo el
mundo parece girar a su alrededor. Cualquier otro se vería como un tonto, pero él
no. La bellísima Caro está a su lado, mucho más delgada que la última vez que la vi.
¿Qué es lo que él le hace? ¿La golpea? Tiene una exquisita chuchería alrededor del
cuello, pero no se ve animada. ¿Qué sucede allí? Uno pensaría que la vida para ella
sería dichosa, pero tal vez él la atemoriza. Tiene la reputación de ser cruel. ¿La habrá
comprado y luego decidió que no la quería?
Amanda sintió que se estremecía.
—No has estado bastante tiempo en Chandler para saber los antecedentes de
todo el mundo. La señora Chandler era Langland antes de casarse, y la fortuna de los
Langland se puede comparar con la de los Chandler. El viejo Douglas Langland
todavía está en la Mesa Directiva de la mina, fue muy amigo del abuelo de Marc.
—¿De veras? ¿Marc?
—El señor Chandler. Sentémonos —se movió adelante de Rob para regresar a la
mesa donde él le apartó la silla.
—¡No pierdas tu serenidad, cariño!
—Creí que esperabas que la perdiera lo más pronto posible.
Se sentó frente a ella y se rió.
—Sólo era una broma, querida. Me doy cuenta que dije puras tonterías.
¿Quieres cenar ya?
Amanda asintió sintiendo que todas las luces brillantes de la habitación se
habían opacado. El grupo de los Chandler estaba sentado en su mesa y la mayoría de
los ojos estaban fijos temporalmente en ellos, incluyendo a Rob. Ella mantuvo los
suyos sobre la perfecta rosa roja sobre la mesa. Era probable que tendría la
oportunidad de observar a la hermosa señora Chandler un poco más tarde y sin
mirar con tanta impertinencia. Era seguro que Marc Chandler los había visto. Era el
tipo de hombre a quien nada se le escapaba, y ese día casi le dijo que no tenía ningún
interés personal en Rob, aunque de ninguna manera era asunto de él. El camarero
llegó con una botella y después el primer platillo.

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Todo estaba delicioso y bellamente presentado, pero Amanda no compartió el


apetito de Rob. Pasó una hora antes que ella deslizara su mirada hacia la mesa de los
Chandler. Era un grupo de ocho y todos se veían espectacularmente prósperos. Marc
charlaba con la mujer a su lado. Ella se reía por lo que él decía y había una
maravillosa vivacidad en su rostro… y no era su esposa.
Caroline Chandler miraba de frente, contrastaba el claro color de los ojos con su
cabello negro azabache. Como Rob señaló, estaba excesivamente delgada, Amanda
pensó, aunque todavía era la mujer más bella que había visto. Su vestido negro de
chiflón estaba salpicado de flores encendidas, pero no había vida ni vivacidad en esa
cara perfecta. Podía haber sido una estatua de la Reina de la Nieve con ojos brillantes
y sin vida.
El sensible corazón de Amanda se impresionó y murmuró una plegaria. ¿Cómo
podía una mujer que tenía todo en la vida verse tan fría? Siguió mirándola con
ansiedad. ¿Demostraría la señora Chandler sus sentimientos a su esposo e hija? Los
ojos eran de un azul muy claro, casi transparentes, demasiado delgada, la piel muy
blanca y apagada como si jamás recibiera sol.
—Creo que está a punto de sufrir un colapso o ya lo sufrió —comentó Rob en
voz baja—. Perfecta pero desapasionada. ¡Extraña elección de esposa para un hombre
así!
—Tal vez está enferma… no es feliz.
—La niña sufre de repentinos accesos de cólera y creo que le duran bastante
tiempo, tal vez haya una inestabilidad básica en la familia. Es obvio que no por parte
del padre, quizá él es cruel con ella. Es un tipo muy bien parecido y debe ser quien se
impone.
Amanda terminó su vino en silencio. Le supo amargo, parecía que le hubiera
cambiado la química. De pronto quiso irse a casa como si la melancólica mujer la
hubiese afectado, aunque sabía que Rob se estaba divirtiendo. Bailaron una vez más,
le pareció que nadie de la mesa de los Chandler se fijó en ellos. Amanda reconoció a
los Hugh Elliot y al tío de Marc Chandler, Clive Chandler y su esposa, pero los
demás del grupo le eran desconocidos. Sólo en el momento que se iban, Amanda se
topó con los ojos de Marc brillando como carbones contra su bronceada piel. La
recorrió de pies a cabeza, aunque su mirada duró un segundo y luego se volvió con
característica arrogancia.
Era extraño sentirse ardiendo cuando salió al fresco aire nocturno. La brisa
soplaba del lago y Rob la atrajo hacia su hombro.
—Lo disfruté.
—Yo también —trató de inyectar calor a su voz, pero por alguna razón no lo
logró.
—No dejes que esos miserables Chandler te perturben. Nosotros vivimos en un
mundo muy distinto, aunque debo decir que la última vez que vi a la bella Caro
estaba de un humor completamente distinto. Tal vez sea adicta a las drogas.

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—¡Como dijiste, olvidémonos de ellos! —Amanda levantó la vista para observar


el brillo de las estrellas. El pasto se sentía mullido bajo sus sandalias y lo cruzaron en
silencio hacia el coche.
Antes de encender el motor, Rob la atrajo hacia él casi con rudeza.
—Bésame, querida. ¡Sólo Dios sabe que no puedo esperar más! —Se estremeció
al bajar la boca y encontrar la de ella explorando las curvas de sus labios tratando de
forzarla a abrir la boca.
—¡Por favor, Rob! —No estaba lista para un abrazo tan apasionado.
—¡Cede un poco, nena! Te deseo. ¿No comprendes cómo me siento? —Parecía
estrujarla lastimando su boca. Era mucho más fuerte que ella y su mano se movió de
su hombro a la curva del seno que lo incitaba por su tierna promesa.
Amanda lo odió y se odió a sí misma por no poder liberarse. No era el
momento para que nadie se acercara al coche, pero una voz fría y dura los hizo
reaccionar a los dos.
—Discúlpame, Amanda, olvidaste algo.
Ella se reclinó nerviosa hacia atrás, su largo cabello sostenido por la mano de
Rob.
—¡Señor Chandler! —Asombrada, vio que Marc le pasaba el chal rosa de seda a
través de la ventana abierta del coche.
—El camarero lo notó de inmediato, pero no conoce el coche de Courtney, por
lo que yo me ofrecí a traerlo. ¿Es tuyo, no es así?
—No me imagino cómo pude irme sin él, debe haberse caído al piso.
—¡No cabe duda que tu mente estaba en otras cosas!
La hizo sentirse como si ella fuera una niña y eso la enfureció.
—Esa es generalmente la explicación ¿no es así? Gracias, señor Chandler,
hubiera lamentado perderlo, era de mi tía.
—¡Entonces, buenas noches! —Levantó la mano.
Rob encendió el motor y respiró hondo.
—¿Qué esperaba que hiciéramos, confesarnos culpables? ¿Quién se cree que es?
Tal vez te desea.
Amanda se puso color escarlata.
—Debes tener más cuidado con lo que dices, Rob.
—¡Lo siento, querida! —Le asió la mano, arrepentido—. Y escucha… siento
haberte ofendido. Voy demasiado rápido para ti, pero no puedo evitarlo, afectas
demasiado mis sentimientos.
—No me gusta que me besen con ferocidad.
—¡Lo siento! De ahora en adelante seré muy tierno y respetuoso. ¿Me
perdonas? —Trataba de disculparse.

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—La única forma en que puedo perdonarte es si no vuelves a actuar de esta


manera. Me simpatizas, disfruté de la velada, pero soy muy sensible en cuanto al
trato.
—¡Yo te respeto mucho, cariño! —La miró muy serio—. Ese maldito Chandler
fue quien te hizo reaccionar así. Si es que alguna vez hubo un villano, ése es él y, sin
embargo, hizo que pareciera un delito besar a una chica, algo ilegal. Quizá pensó que
no teníamos derecho a hacer tal cosa en terrenos del Club.
Amanda desvió la mirada temerosa de hacer un comentario. La actitud de Marc
le molestó. Las manos le temblaban y se sentía acalorada. De seguro vio cómo Rob la
besaba y le colocaba la mano en el seno, pero ¿con qué derecho la censuraba? Tal vez
ahora la consideraría una compañera inapropiada para su preciosa criatura. ¡Cielos!
¡Pues que pensara que era mala!
Pasaron los coches a toda velocidad; aunque era tarde todavía había bastante
tráfico.
El cielo estaba cubierto de estrellas y el aire soplaba perfumado con el aroma
que despedían los pequeños mirtos que crecían en profusión. El rostro de Rob a la
luz del tablero se veía más serio que de costumbre, como si se le hubiera echado a
perder la velada.
—¡Ya casi llegamos! —estaba seguro de que no lo invitaría a pasar.
—Gracias por una velada encantadora y la disfruté hasta la llegada de
improviso de Marc. Para ser la primera cita, llegaste demasiado lejos.
—No volverá a suceder, cariño —otras chicas no pensarían mucho en su
seguridad y reputación—. Creo que lloverá mañana y supongo que no querrás dar
un paseo a Mundoora para el Festival de arte ¿o sí? La cerámica y el trabajo en cuero
siempre son magníficos.
—Me encantaría —respondió Amanda, feliz.
—Entonces iremos. ¿Quieres que pase por ti como a las dos?
—¡Me parece bien! —No titubeó.
Rob se detuvo frente a la reja de entrada y dejó el motor encendido a propósito
para tranquilizarla.
—Supongo que no se le permite la entrada a muchachos malcriados.
—Ni a los buenos.
—¡Si es que hay algunos! —Apenas si se movió y le besó la mejilla—. Cuídate,
bonita. Esperaré aquí hasta que vea las luces. La vieja chismosa de al lado se asomó
para ver si nos sorprendía.
—¿La señora Farrell? Es un encanto, una buena amiga —Amanda sonrió.
—Es fácil quererte, cariño, estoy seguro que todos los pacientes te adoran.
—Y yo también correspondo a su cariño.
—Sí, así es, pequeña cosa curiosa; tienes un corazón muy tierno.

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—¡Entonces hasta mañana! —se apartó y él siguió mirándola, una muchacha


esbelta y graciosa que se movía como una ninfa del bosque.
Momentos después, se filtraron las luces del vestíbulo y de la terraza del frente
y él pudo ver la perturbadora silueta femenina en la puerta de enfrente. Se despidió
de él con la mano y Rob se sintió esperanzado. ¡Una pequeña virgen tan encantadora
y temerosa!

El lunes por la mañana, Amanda llegó temprano al Centro Médico casi decidida
a rechazar el ofrecimiento de Marc Chandler. Era mucho mejor no comprometerse en
esa situación desagradable y quería hablar con el doctor McGilvray.
El doctor ya estaba ahí cuando ella llegó. La saludó con agrado, sus ojos azules
aprobaron su inmaculado aspecto, luego se volvió y la condujo a su consultorio.
—¿Disfrutaste el fin de semana? Siéntate, querida.
—Gracias —Amanda se deslizó en el asiento frente al enorme escritorio—. No
puedo decir que me divertí realmente —su voz se oyó un poco temblorosa—. He
estado demasiado preocupada con ese trabajo que me ofreció el señor Chandler. ¿Lo
discutió con usted?
—Sí —el médico también se sentó—. Debes comprender que el hombre tiene un
problema.
—El asunto es que no creo poder ayudarlo.
—¡Es posible! ¡Eres tan… tan joven!
—Además, me gusta mi trabajo aquí.
—¡Por supuesto que sí! ¿Quién manejará todo cuando te vayas? Has sido una
gran ayuda para mí, Amanda, por la forma en que cuidas las cosas. Todo el mundo
te quiere, sabes como tratar a la gente y tal vez por eso debías probar ese empleo. La
niña podría beneficiarse con tu ayuda y guía —se recostó en la silla y le miró el
rostro—. ¿Qué es en especial lo que te preocupa?
—Creo que la señora Chandler. No se le ha dado la oportunidad de verme ni de
entrevistarme. Puede tener ideas muy diferentes acerca de quién debe hacerse cargo
de su hija. ¡Es una gran responsabilidad!
—Tú llevas mi más alta recomendación. No olvides que soy el médico de la
señora Chandler y el de la niña. Creo que hay una buena posibilidad de que puedas
ayudar a Karin.
—Todo lo que he oído es que está delicada y que hace corajes —suspiró
Amanda.
—Esa pequeña está en medio de un campo de batalla. Es nuestro trabajo, tuyo y
mío, hacer todo lo que podamos por ella. Sé que es una niña privilegiada en cierto
sentido, tal vez sean los berrinches una sencilla forma de atraer la atención. Recuerda
que te habló con mucha confianza, así tomes o no el trabajo. Caroline Chandler jamás

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ha vuelto a ser la misma desde que nació la niña. No fue un parto difícil… yo debo
saberlo, estaba allí y corre el rumor de que casi la mató y esa no es la verdad.
Sencillamente no quiere tener más familia. Es una mujer extraña, muy sensible, así
como lo fue su madre.
—Aún así… —dijo Amanda vagamente.
—La verdadera víctima es la criatura. Su padre debe ausentarse durante la
mayor parte del tiempo. La vieja señora Chandler trata de cuidarla y protegerla. Casi
no puede hacerlo por la tensa relación que existe con su nuera. Debe ser agotador
cuando tienes más de sesenta años, aunque Elizabeth está mejor y más activa que la
mayoría.
—¿No cree que haya la posibilidad que Caroline Chandler se niegue a tenerme
en la casa?
El médico titubeó y luego dijo:
—Creo que Marc Chandler es tan jefe en su hogar como en cualquier otra parte.
También hay que compadecer a Caroline. Con el difícil temperamento que tiene,
debe ser como estar en una jaula, sus humores cambian. Un día puede estar muy
feliz y esto durante mucho tiempo; la próxima vez que la veo no quiere ni mirarme.
No me afecta porque estoy acostumbrado a tratar a personas con diferentes
comportamientos.
—También hay otro niño, el primo de Karin.
—¿El pequeño Pip? No ocurre nada con ese niño, no tendrás problemas con él.
Quiero decir, se enferma de vez en vez, tiene una ligera alergia bronquial y yo me
hago cargo de ello. Por lo menos puedes estar tranquila acerca del niño. Es un
chiquillo simpático, bien adaptado y bien educado. A Karin la consiente demasiado
su madre, si es que no la ignora por completo. Como imaginas, eso no le da
estabilidad a la criatura.
—¡Por supuesto que no! Ya estaba casi decidida a decir que no.
—Todavía puedes, querida mía. Nadie está tratando de obligarte y por
supuesto no quiero que salgas lastimada. Por una parte, tienes muchas cualidades
muy valiosas para la situación; por otra, tú misma no eres más que una niña a pesar
de tu sentido común. Como dices, es un trabajo de mucha responsabilidad. Si fuera
un tipo de familia normal, te hubiera mandado enseguida o por lo menos dentro de
unos días mientras entrenabas a otra persona, pero debo advertirte, como sin duda
Marc lo hizo, que su esposa es incapaz de cuidar a su propia hija. Es algo curioso y
me parece que no tiene remedio. Tal vez si no viviera esa vida de lujo… —el médico
se interrumpió, incómodo.
—¿Cree que podría hacerlo? —preguntó Amanda con seriedad.
—¿Crees que yo lo diría si pensara lo contrario? —Hubo una pausa mientras el
médico la miraba a la cara—. Te has convertido en una chica muy hermosa, Amanda.
Muchas cosas podían haber salido mal con eso de que te quedaste huérfana tan
pequeña; sin embargo, todo resultó muy bien mientras otras, mucho más

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afortunadas, hacen un lío de sus vidas. Si no aceptas el trabajo, Marc Chandler tendrá
que buscar a otra persona.
—¿Por qué quiere que sea yo?
El doctor frunció el ceño y se puso muy serio.
—Es posible que como hombre le guste tu aspecto. Sé que eso se oye un poco
inquietante, pero es un punto. Hagas lo que hagas, tenemos que pensar en todo. Eres
una chica lista y muy competente, conoce tus antecedentes y si no te tuviera
confianza no permitiría que te acercaras a su casa.
—Sé a lo que usted se refiere. Supongo que la única manera de saber si puedo o
no manejar la situación es hacer un periodo de prueba.
El doctor se frotó la barbilla y asintió sin comentario.
—¡Va a telefonearme hoy! ¿Qué debo decir?
—¡Que lo harás! —El médico recogió una carta, la miró y luego la arrojó al cesto
de los papeles—. ¿A quién conseguiremos para reemplazarte?
—¡A mucha gente! —contestó, sonriendo de pronto.
—¡Una lástima! Tú eras exactamente lo que queríamos.
—Entrenaré a alguien, ya verá.
—No quiero pensar en eso esta mañana —dijo el médico protestando—.
¿Pondrás un anuncio? Hazlo tan corto como puedas.
Amanda se puso de pie y dijo seria:
—Quiero darle las gracias por ser tan amable conmigo durante todos estos
largos años. Disfruté trabajando en el Centro y sé que aprendí mucho.
El médico se levantó y rodeó el escritorio poniendo una mano sobre el hombro
de la muchacha.
—Sé que sí y eres muy comprensiva ante el sufrimiento, recuérdalo. Y Amanda,
siéntete libre de hablarme en cualquier hora si algo te molesta. Yo generalmente voy
a la casa una vez cada quince días o cuando me necesitan. No dejes que la joven
señora Chandler te atormente, estarás allí por la niña.
—Y quiero ayudarla si puedo.

La tarde ya había avanzado cuando Marc Chandler llamó con voz seria y
bastante fría.
—Dime, Amanda, ¿ya decidiste?
—¡Ya lo hice! —respondió un poco tensa porque le afectó su tono—. Me
gustaría mucho ayudar a Karin si puedo, pensé que podría hacer una prueba.
—Cualquier cosa que digas. Por lo menos, con eso se me quita un peso de
encima.

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Hubo un largo silencio como si estuviera pensando en otra cosa.


—¿Cuándo le gustaría que empezara? —preguntó dudosa.
—Un momento, Amanda —por el tono de voz le pareció a la muchacha que
algo le preocupaba a Marc y oyó el murmullo de otra voz. Tragó el nudo que tenía en
la garganta y esperó, luego él le dijo—: Ahora —en un tono tan enérgico que imaginó
el brillante destello de sus ojos—. Quiero decirte que… luego puedes pasarme a
McGilvray… que ya encontré alguien capaz de reemplazarte, si Doc da el visto
bueno. Se llama Rae Walker y ha estado trabajando aquí en la oficina desde que salió
de la escuela.
—¡La conozco! —exclamó agradecida—. Creo que podría tomar mi lugar con
mucha facilidad.
—¡Así es! Si puedes arreglarlo, me gustaría llevarte esta noche a la casa, mi
madre desea conocerte.
—¿No está ya decidido todo? —preguntó con la garganta seca. Había visto
muchas, muchas veces en el curso de su corta vida a la señora Elizabeth Chandler y
estaba muy impresionada.
—Por supuesto y eso es bueno. No se debe estar con la mente en varias cosas
cuando se trata de los hombres y sus vidas. Pienses lo que pienses, Amanda, se te
desea y necesita en la casa. No tengo más tiempo para calmarte, eres una chica
sensible, así que, por todos los cielos, actúa como tal. ¿A qué hora te recojo?
—A cualquier hora que diga estoy libre.
—¡Eso espero! —fue como una advertencia—. ¿Y qué hay de cirugía? ¿La
señora Lindal te reemplazará a las seis?
—Sí.
—Entonces será a las seis. Más vale que cenes con nosotros.
Amanda movió la rubia cabeza para protestar, pero ya estaba comprometida.
—¿Podré ver a Karin?
—Sí. No diré que por mucho tiempo y ahora, como buena chica, comunícame
con McGilvray. Es difícil tratar de hacer todo.
—¡Lo comunicaré ahora! —Fue una reacción puramente personal, pero él hacía
que le temblaran las manos. ¿Qué le esperaba ahora?

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Capítulo 3
Amanda seguía temblando cuando llegaron esa tarde a la mansión de los
Chandler. Al entrar en su casa momentos antes, se lavó la cara y volvió a maquillarse
con todo cuidado, pero el vestido era el mismo con el que había empezado el día: de
algodón blanco, parecía un uniforme demasiado corriente para un lugar como la
Casa Grande que era como la gente del pueblo llamaba a la residencia.
Un sirviente chino los hizo pasar, la señora Elizabeth Chandler los esperaba en
la sala. Amanda no vio nada en especial aunque se sentía incómoda consciente de un
estilo de vida alejado del suyo. Observó antigüedades, pinturas, esculturas, objetos
de arte. Todavía había bastante luz, por lo que no estaban encendidos los
candelabros, pero sí había flores por doquier, encantadores arreglos que daban un
toque de bienvenida.
—¿Estás nerviosa? —Marc le miró la brillante cabeza rubia.
—Sí —fue sincera.
—¡Qué terrible ser joven! —dijo con pesar.
—No creo que ni de niño usted se pusiera nervioso alguna vez. De pronto él se
rió desapareciendo la autocrítica máscara.
—Para una institutriz eres muy franca.
—Entonces tengo que disculparme.
—¡No! Las disculpas… siempre me irritan.
—Es que no lo conozco bien.
—¡No me conoces nada!
¡Y no estoy muy segura que quiera! Los pensamientos de Amanda eran de
rebeldía, pero él la miró sin darle importancia.
Iban a mitad del vestíbulo de entrada cuando se oyó una conmoción arriba de la
escalera.
—¡Déjeme ir!
Era la voz de una criatura aguda y desafiante, Marc echó la cabeza hacia atrás
molesto y al momento, una niña como de ocho años bajó corriendo por la escalera
que se dividía en dos e hizo bastante ruido sobre el piso de terrazo.
—¡Papi!
—¿No te dijeron que te quedaras arriba?
—¿Por qué? —La niña se detuvo al lado de Amanda observándola de arriba
abajo con su mirada inteligente como si quisiera interrogarla.
—¡Oh, lo siento mucho, señor Chandler! —Una mujer maternal de mediana
edad bajó por la escalera detrás de la niña parpadeando nerviosa—. Se me escapó.

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—¡Está bien, olvídelo! Ahora que ya estás aquí, Karin, más vale que saludes a la
señorita Raymond. Vino aquí para ser tu amiga y ponerte al corriente con tus
lecciones.
Los radiantes ojos azules de Karin la miraron alerta.
—Ella puede ser una persona mala que me odie. Mami dice que no hay nadie
en quien podamos confiar. ¡Además, ya sabes cómo odio el cabello rubio!
Amanda sonrió, comprensiva.
—Te aseguro que es natural, Karin y una vez que me conozcas verás que no soy
tan mala. ¿Cómo estás tú esta tarde?
—¡Regular!—Se quejó la niña.
—¡Dios del cielo! —exclamó Marc estudiando el pequeño y exquisito rostro de
su hija como si lo desalentara—. Tal vez ahora será mejor que te vayas con Brenda,
después de haber visto a la señorita Raymond y expresado tu hiriente opinión.
Por un instante, Karin puso una cara como si sufriera una angustia indecible,
luego respondió venenosa:
—¡Ya verás! Los niños chicos siempre tienen algo qué decir. No debo tener una
institutriz loca si no quiero. Puedo recibir una educación en cualquier momento con
ir a la biblioteca.
—¡Basta! Ya hablaste lo suficiente, ahora puedes decir buenas noches —fueron
las frías palabras del padre.
Karin se quedó mirando vengativamente a Amanda.
—A mami tampoco le gusta el cabello rubio. ¡Ya verás!
—¡Entonces me atrevo a decir que ustedes dos son las únicas en el mundo a las
que no les gusta! —aclaró él.
—¡Oh, por favor, señor Chandler! —Amanda se asustó por su tono severo y el
efecto que tenía sobre la niña—. Karin y yo nos acabamos de presentar, necesitamos
un poco de tiempo para conocernos.
—¡Tengo la sensación de que no lo haremos! —espetó Karin con voz chillona
parpadeando para no llorar—. ¡No me importa lo que diga nadie, no voy a tener una
institutriz cruel en la casa!
—¡Aunque sea algo terrible y malo sí la vas a tener! —Su padre la miró
pensativo durante un momento, luego la cargó con un brazo y la subió por la
escalera mientras la apesadumbrada Brenda corría detrás de ellos. Amanda esperaba
oír chillidos o un lamento, pero hubo un completo silencio y luego el sonido leve de
una puerta que se cerraba.
—¡Oh, cielos! —exclamó en voz alta dándose cuenta que la observaban.
—¡Veo que ya conoció a Karin! —Una mujer alta de aspecto distinguido caminó
hacia ella y le tendió una mano—. ¿Cómo está, querida mía? Soy Elizabeth Chandler,
la madre de Marc… abuela de Karin y a veces muy desolada.

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Amanda correspondió a la agradable sonrisa y estrechó la mano de la señora


con gentileza.
—Lo siento, parece que tuve un mal comienzo.
—¡Nada de eso, querida mía! Karin se moría de ganas por conocerla. Lo que
ocurre es que tiene esa forma terrible de expresarse. Pase a la sala para que podamos
estar cómodas.
Se volvió y la precedió. Amanda tuvo tiempo de admirar la alta y erguida
figura, la espalda recta y estrecha cintura, las ondas plateadas que armonizaban tan
bien con los ojos y cejas negras. Casi cerca de los setenta, a Elizabeth Chandler
todavía se le podía describir como una mujer atractiva y no hizo sentir a Amanda
incómoda ni mal vestida durante la entrevista.
—¡Me da mucho gusto conocerla! —Se sentó y palmeó el sofá a su lado—.
Venga a sentarse aquí a mi lado, querida mía. Por favor no se moleste por la
referencia que Karin hizo a su pelo. Hace unos cuantos meses, su muñeca preferida
sufrió un accidente. Jamás lo ha olvidado y Francesca, ése era el nombre de la
muñeca… que Marc le trajo del extranjero… tenía unos bellísimos rizos rubios, es
una historia triste. Cuando Karin la conozca mejor, sin duda se lo contará.
Amanda se sentó en el sofá, uno de los que flanqueaban la magnífica chimenea
de mármol blanco.
—Eso me hace sentir un poco mejor, aunque por supuesto me apena oír lo de
Francesca. Cuando yo era niña también tenía una muñeca favorita.
—Ella posee muchas otras como se puede imaginar, pero Francesca era muy
bonita y se la había regalado su padre. ¡Pobre Karin! Nos insultó tanto a todos que
me sentí avergonzada, pero ya basta de eso. El doctor McGilvray habla muy alto de
sus capacidades, Amanda, a pesar de que fue Marc quien primero pensó en usted.
¡Gracias al cielo que lo hizo! Me doy cuenta enseguida que es una chica sensata y
sensible y que podemos confiar en usted. Como ve, querida mía, en este pueblo ser
una Chandler es como vivir en una pecera. Sé que la gente siempre tiene algo de qué
hablar, pero parecen ignorar todas las cosas buenas y se concentran en esparcir
chismes que la mayoría de la gente cree.
Amanda la miró y vio la perturbación de su rostro.
—¡No se preocupe, señora Chandler! Nada de lo que pase en esta casa lo sabrá
nadie. Le debo lealtad a mi jefe siempre y cuando Karin me quiera. Eso me preocupa
un poco.
Durante un segundo la señora Chandler pareció desconcertada, pero luego
miró a Amanda a los ojos.
—Por favor, querida, ¿no acabo de decirte lo contenta que estoy de que hayas
venido? Muy pocas chicas hubieran sido las apropiadas, sobre todo en esta casa. Para
ser franca, necesito tu ayuda con mi nieta. Como Marc está tan presionado con el
trabajo, la responsabilidad de educar a Karin ha caído en gran parte sobre mí. Al
mismo tiempo, no tengo control completo sobre la niña. Mi nuera, Caroline, está
demasiado enferma la mayor parte del tiempo y Karin no puede hablar con ella de

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sus pequeños problemas. Me preocupa tanto Carolina así como mi nieta. Los días en
que está agotada parece que es cuando Karin comete más diabluras. Es más, como yo
trato de mantener tranquila la casa, la niña hace lo que quiere. Luego, cuando
Caroline se siente mejor trata de compensar a su hijita con demasiada indulgencia y
no es bueno para la niña. También temo que como ya no soy joven, eso comienza a
notarse. Aunque la quiero mucho, debo admitir que Karin es un problema y si trato
de corregirla, Caroline se enfurece y es agotador. Yo jamás tuve que levantarle la
mano a ninguno de mis hijos. Mi esposo era muy estricto y Marc fue entrenado para
hacerse cargo de grandes responsabilidades. Ahora, una niña parece desafiarme y
eso que hay en ella mucho de bueno y dulce.
—Es una criatura preciosa —estuvo de acuerdo Amanda—. Y si usted que es su
abuela tiene problema en disciplinarla, ¿no cree que yo fracase, señora Chandler? A
la madre de Karin puede que le desagrade que yo interfiera y no estoy segura de
obtener buenos resultados, a menos de tener mano libre. Espero comprender a Karin,
pero no puedo permitir que me desafie, sobre todo porque debo ponerla al corriente
con las clases de la escuela.
Durante un segundo, la señora titubeó, con una mano sobre el hilo de perlas en
su cuello.
—Caroline sabe que tiene que hacer ese trabajo… Marc habló con ella. Además,
ya decidimos que el ala oriental de la casa será para el uso de los niños y tuyo. ¿Te
habló Marc de Philip?
—Sí, lo hizo.
—Con él no tienes por qué preocuparte, Pip es un pequeño encantador. Se
llevarán bien.
Amanda fijó la vista en el hermoso arreglo de rosas amarillas sobre la larga
mesa entre los dos sofás.
—¿También tendré que darle clases a Philip?
—Nada de eso, a menos que él quiera asistir como diversión o para mantenerse
ocupado. Es un niño muy inteligente y ya casi terminó el primer año en la escuela.
Creo que terminará al final de la próxima semana. Es una escuela particular y por eso
terminan antes que los otros niños. Entonces vendrá. Jennifer y Ross se irán al día
siguiente, es un viaje de estudio mezclado con placer. Jennifer se ha quedado con Pip
en casa todo el tiempo, pero ahora tiene edad suficiente para no extrañarla mucho y
ella necesita el cambio. A propósito, esta noche vendrán a cenar para saludar.
Amanda supo al momento que también para estudiarla. No pudo evitar una
exclamación al mirar su vestido.
—Si hubiese sabido que el señor Chandler me iba a incluir en la cena y que me
invitaría a la casa para conocerla me hubiera vestido con algo más apropiado.
—No te sientas incómoda por eso, tienes una elegancia natural. De todas
maneras, Jennifer sabe que viniste directamente del Centro. La verdad es que supo
de inmediato quién eras —los ojos oscuros miraron por encima del joven perfil de
Amanda—. ¡Oh, aquí, estás, querido!

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Amanda volvió la cabeza cuando Marc cruzó el brillante piso de parquet con
ricos tapetes esparcidos por todas partes.
—¡Ya debes haberte dado cuenta que Karin se tranquilizó!
—No le pegaste ¿verdad, querido?
—Sí lo hice —allí parado no parecía un hombre amable, sino uno de crueles
decisiones—. No te preocupes, mamá, nos separamos como buenos amigos. Brenda
se encargará de ella aunque parece que esa tarea le resultaba agotadora. ¿Cómo está
todo aquí?
Elizabeth Chandler le sonrió a Amanda.
—Como siempre, querido, tu elección es impecable.
—¿De veras? —Durante un momento puso cara de amargura y mal humor—.
Estoy seguro, Amanda, que comprenderás que el trabajo no será fácil.
—Haré lo mejor que pueda, siempre y cuando tenga completo control sobre
Karin durante las horas de trabajo.
—¡Ya veo! ¿Algo más?
—No lo creo. Me da mucho gusto que la señora Chandler me haya aprobado.
—¡Al fin la conociste!
—¡Vamos, Marc! Le aseguré a Amanda que hablaste con Caroline y que ella
entiende muy bien que Amanda debe tener mano libre si va a hacerse cargo de Karin
y ponerla al corriente en sus lecciones. Todas esas pequeñas enfermedades la han
retrasado, pero si se interesa en su trabajo se pondrá al corriente en poco tiempo.
—¡Ah! —dijo su hijo.
—¡Estás de un humor extraño, querido!
—¡Estoy cansado! ¿A qué hora salió Caro?
—Enseguida después de almorzar. No dijo si regresaría a cenar o no. Pero no
hay problema, siempre hay bastante de todo. Le estaba diciendo a Amanda que
Jenny y Ross estarán aquí.
—No te avergüences, Amanda —le dijo Marc con bastante crueldad—. ¡Te veo
maravillosa!
—¿No sería bueno que tomaras algo para relajarte, querido? —Le dijo su madre
preocupada.
—¡Me caería bien! Primero le enseñaré a Amanda el ala oriental. Tú y los niños
estarán juntos y nadie los molestará. Hay también una habitación encima del sendero
de las rosas que convertimos en un salón de clases. Tendrás completa autoridad para
hacer lo que gustes para imponerte.
—¡Espero que no sea necesario! —replicó Amanda un poco brusca y la señora le
dirigió una mirada de aprobación.

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—Ve con Marc, querida. Ahora que te conocí me siento mucho mejor. Y
escucha, Amanda, en mí tienes una aliada.
—¡Entonces acepto el reto!
—¡Bien hecho!
—¡Una buena chica valiente! —Marc exclamó con sequedad—. Vamos Amanda,
te llevaré a recorrer tus dominios.
Amanda le sonrió a la señora Chandler y se puso de pie.
—Debo confesarle que jamás había estado en una casa tan bella. Será un
privilegio vivir aquí mientras dure mi empleo.
—¡A nosotros nos encanta! —aceptó la señora—. De recién casada, para mí era
un reino mágico. Mi familia se consideraba acomodada, pero jamás tuvimos lo que
los Chandler… las antigüedades, las glorias del pasado, la colección de pinturas
todas tan bien conservadas. Se necesita una casa grande, techos altos y detalles
arquitectónicos que contribuyen tanto a exhibir las posesiones atesoradas y queridas.
Cuando tengamos tiempo te enseñaré muchas cosas.
—¿No estarás interesada en las cuentas para su manutención? —Marc dirigió a
Amanda una mirada sardónica.
—Me imagino que deben ser enormes —comentó ella.
—No les prestó mucha atención, sólo de vez en cuando. ¿Nos disculpas, mamá?
—Por supuesto, querido. Tal vez ella quiera sugerir algo para que las cosas le
sean más fáciles. Nos lo dirás, ¿verdad Amanda?
—Si usted lo desea, señora Chandler.
—¡Sí, lo deseo, querida! ¡Si logramos que estés cómoda y razonablemente feliz,
te quedarás y yo quiero que te quedes!
—¡Gracias y yo deseo ayudar!
—¡Eso es alentador! —Marc estuvo de acuerdo—. ¿A qué hora llegará Jen?
—Como a las siete.
—Entonces ven, Amanda —la tomó con firmeza del codo y la hizo cruzar la
habitación—. Tal vez arriba no encuentres tanta opulencia, pero creo que estarás
cómoda.
La joven se estremeció a pesar de que la brisa que soplaba a través de las
puerta-ventanas traía todo el calor y el fragante aroma del jardín. Para poder estar al
nivel de Marc tendría que renovar constantemente su vitalidad, pero por lo menos
algo la hizo sentirse bien mientras caminaba al lado del hombre alto y moreno: la
señora Elizabeth Chandler aprobaba que trabajara para ellos y eso significaba mucho.
Pudo ver una serie de cuartos rica y armoniosamente decorados, la escalera de
forma de Y con brillantes balaustradas de caoba, los largos corredores cuya
monotonía se rompía con pinturas y sillones, luego, Marc se detuvo y abrió una de
las pesadas puertas con paneles.

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—Tú alcoba —le dijo y esperó que lo precediera en la habitación—. Tiene una
salita que conecta con el cuarto de Karin. A Pip lo pusimos en la alcoba más pequeña
de la izquierda. Te la mostraré cuando terminemos aquí.
—¡Está espléndido! —Amanda caminó sobre la enorme alfombra para asomarse
por la ventana abierta—. ¡Jamás en mi vida me habían halagado tanto!
—¡Te lo mereces! —Le dijo y se volvió hacia el candelabro colgado, una
encantadora fantasía de bronce y porcelana en la forma de un ramo de rosas—. La
tradicional cama imperial de cuatro postes con dosel. Un escritorio, ya que vas a
trabajar muy duro.
—¡Es bellísimo! Una alcoba magnífica, me será muy difícil volver a
acomodarme en la mía.
Él medio sonrió con una expresión cínica en los ojos.
—¡Eres una criatura honesta!
—¿Por qué no?
—Sin duda el tiempo te cambiará, las mujeres están llenas de subterfugios.
—Espero no ser así. ¿Puedo ver la habitación de Karin? Creo que es su alcoba
nueva, ¿verdad?
—Ya cambiamos la mayor parte de sus tesoros. Por lo general, Brenda la cuida
durante la noche. Le tiene devoción a la familia y ha estado con nosotros durante
años, pero sus deberes están más conectados propiamente con los quehaceres
domésticos. ¡Lo que ocurre es que tuvo una enfermedad del corazón y Karin es
demasiado para ella!
Se quedó parado en la puerta del cuarto contiguo y Amanda tuvo que pasar.
Fijó los ojos en la pequeña mesa circular más allá y la cabeza le dio vueltas
ligeramente. Había algo en Marc, una sensualidad latente que ella no quería aceptar,
pero ya estaba consciente de que sentía su fuerte atractivo.
Prestó atención a cuanto le rodeaba. Plantas interiores florecían exuberantes y
había un muro con nichos llenos de libros y objetos artísticos.
—¡Podríamos tomar nuestros alimentos algunas veces aquí!
—Podrán hacerlo. ¡Y estoy seguro que querrán!
Ella titubeó nerviosa y luego se asomó por la ventana que daba al jardín lleno
de rosas. Ya el sol casi se había ocultado, pero pudo ver la enorme cantidad de rosas
acariciadas por la brisa, ramilletes de ellas en una exquisita variedad de colores,
desde rosa hasta carmesí, del crema pálido al anaranjado, el puro y virginal blanco.
Aspiraba su aroma y vislumbró un balcón de hierro blanco forjado cubierto por una
enredadera de jazmines y la rosa Primavera de China.
—¡Vamos, Amanda! —Sintió la pesada mano de Marc sobre su hombro—.
Tendrás bastante tiempo para contemplar las rosas.
Su contacto la estremeció aunque él no pareció darse cuenta de que se encogió
nerviosa. Fue con él al cuarto de Karin, que no era tan grande como el suyo y estaba

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amueblado más sencillo con cortinas vaporosas y una sobrecama blanca y azul. En
un rincón del cuarto estaba un sofá-cama cubierto con el mismo diseño azul y blanco
y los muros color marfil. Complementaban la decoración un tapete circular de
enorme fleco, una cómoda antigua con estantes que albergaba una colección de
muñecas muy costosas y Amanda supo que por lo menos dos de ellas, de rostros
como cera con enormes ojos color café, pertenecían a la época victoriana. Era el retiro
perfecto para una niña rica y consentida.
—Tendrán que compartir un baño del otro lado del corredor, pero imagino que
eso no será problema. ¿Alguna sugerencia?
—Ni una sola.
—Entonces le echaremos un vistazo al cuarto de Pip y al salón de clases —el
caminó delante y al hacerlo iba encendiendo las luces—. Esta siempre ha sido el ala
de visitas, así que se hicieron pocos cambios excepto otras cortinas y las cosas en el
cuarto de Karin. Mamá se encargó de todo eso.
—¿Cuándo podré conocer a la señora Chandler, la mamá de Karin?
—¿A mi esposa? —Se volvió hacia ella obligándola a quedarse quieta y ella
levantó la mano, asustada. Se veía muy delicada contra la puerta de paneles, los ojos
llenos de turbulentas emociones. ¿Por qué trataba ese hombre de hacerla sentir como
una tonta?
—Es un poco difícil con dos señoras Chandler. A menos que diga sénior y
júnior.
—¡Entonces vamos a arreglado porque sí hay dos!
Amanda levantó la cabeza y el rubor cubrió sus mejillas.
—Usted me eligió para este puesto, señor Chandler y sin embargo puedo ver
que no soy de su completa aprobación.
—Por el contrario, me pareces apropiada en muchos aspectos.
—¿Entonces por qué trata de que yo parezca una tonta?
—Discúlpame si te di esa impresión. No estoy acostumbrado a tratar a jóvenes
sensibles.
—Tiene una hija.
—Si —le dio la espalda y su actitud le hizo comprender que estaba impaciente
por terminar el recorrido. El cuarto de Philip resultaba un poco abrumador para un
niño pequeño, pero el que dedicarían a salón de clases era ideal para su propósito,
lleno de luz natural, ventilado, con muebles muy apropiados para el caso, una larga
mesa funcional y sillas giratorias de respaldo alto. A una de las paredes estaba fijo un
enorme pizarrón negro y había un armario alto compuertas de vidrio lleno de libros
de texto y ejercicio de todos tipos.
—¡Creo que aquí nos sentiremos muy felices estudiando! —exclamó Amanda.
—¡Sólo tienes que decirme si hay algo que necesitas!
—Gracias —se volvió para sonreírle y observó que él la miraba preocupado.

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—Nadie podría tener menos aspecto de institutriz —comentó de pronto.


—¡Debió pensarlo antes!
—Por lo menos mi madre está a tu favor.
—¿No sería mejor que Karin y la mamá fueran de esa misma opinión?
—Te prometo que ninguna de las dos te causará problema.
Eso hizo que Amanda sonriera con ironía.
—Espero que tenga razón. Algunas veces el primer encuentro es una muestra.
—¡Lo sé! —Él apagó la luz deliberadamente y el cuarto quedó en una penumbra
que hizo desconfiar a Amanda—. ¡Vámonos! —La apresuró impaciente.
Perturbada, ella cruzaba el cuarto tratando de salir como si estuviera
desesperada por alejarse de allí. Apenas si había luz para encontrar el camino y la
sangre le bullía como si quisiera salírsele de las venas. Casi había pasado a su lado
cuando tropezó con una pequeña caja de madera que más tarde encontró llena de
gises. Resultó humillante y como si hubiera sido un truco, así que cuando él la asió
por los hombros para sostenerla, ella luchó tratando de librarse.
—¡Pequeña tonta! —La voz sardónica estaba llena de desdén.
—Perdóneme, me quise librar de usted por una razón muy diferente.
—¡Lo dudo, actuaste como si me tuvieras miedo! —su voz se oyó tranquila pero
había cierta furia en ella.
Amanda se volvió y lo miró a los ojos.
—Pensé que trataba de hacerme parecer una tonta.
—¿Cómo exactamente?
—Al permitir que tropezara con esa maldita caja.
Frunció el ceño y luego su boca se torció en involuntaria sonrisa.
—¡Mejor una criatura tonta que una mujer! Esa caja no estaba allí esta mañana,
yo también pude tropezar con ella.
—Entonces, acepto su explicación.
—¡Es muy amable de tu parte! —La miró con su habitual arrogancia—. Soy
mayor que tú unos diez años o más, Amanda, un hombre casado con una hija…
créeme que no soy blanco para tu puritana desaprobación.
—Jamás sentí tal cosa —mintió.
—¿De veras? —Su voz se oyó indiferente—. Uno imaginaría que luchas cuando
cualquier hombre te toca, aunque yo sé que no es así.
Entonces ella hizo girar el picaporte y abrió la puerta.
—¡No te molestes en contestar! —La alcanzó con facilidad y la miró a la cara.
—No creo que necesito hacerlo ¿o sí? —Se recuperó enseguida aunque se dio
cuenta que las extremidades le temblaban.

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—No, a menos que te metas en un lío serio. Me diste la impresión que estabas a
punto de pedir ayuda.
Su voz se oyó seca y dura y Amanda tuvo que luchar para controlar su enfado.
—Usted me causa pánico, señor Chandler, mucho más del que alguna vez
podría causarme Rob Courtney.
Aceptó las palabras sin cambiar de expresión.
—Puedes estar segura que no de la misma manera.
Se ruborizó y lo observó con los ojos muy abiertos.
—Sabe muy bien a qué me refiero.
—Lo sé y en realidad estoy muy preocupado por tu bienestar.
—Yo no me preocuparía en lo más mínimo —replicó acalorada—. Me he estado
cuidando sola durante mucho tiempo.
—Jamás en tu vida has estado expuesta a riesgos.
—¿Así es como me veo? —Tuvo que preguntar a pesar de sí misma.
—Sí —sus ojos le recorrieron de nuevo el rostro—. Una pequeña inocente de
ojos límpidos, pero lo encuentro muy bien para una institutriz.
Habían llegado a lo alto de la escalera que se separaba y Amanda, temblorosa,
respiró hondo.
—¡Sólo espero que funcione, señor Chandler!
—¿Acaso encuentras la perspectiva demasiado intimidante?
—Me gustaría tener éxito por el bien de Karin.
—Eso es todo lo que pido. Bajemos, Amanda. Ha sido un día largo y me
vendría bien una bebida.
Ella lo precedió como una criatura asida del barandal. Algo instintivo clamaba
por ser oído mientras su mente trataba de ocultarlo. Marc Chandler era el tipo de
hombre que dejaba a una mujer sintiéndose herida y todas sus simpatías se
dirigieron a la esposa ausente. Caroline Chandler sería la que decidiera su estancia en
esa casa.

Durante la cena, bajo la tranquilizadora influencia de Elizabeth Chandler, a


Amanda le fue fácil hablar. Fue una cena mucho más formal que cualquiera de las
que estaba acostumbrada, sin embargo nadie pudo descubrir torpeza ni timidez en
ella. Sabía que Jennifer y Ross Fullerton la escuchaban y observaban con atención,
pero no tenía de qué preocuparse. Lo que vieron y oyeron los hizo relajarse más y
más y se sintieron agradecidos en vez de ansiosos de que Amanda atendiera a su
único hijo.

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Jennifer era muy parecida a su hermano sin ese estremecedor carisma, y su


marido Ross era simpático y estaba muy enamorado de su esposa. Se notaba en su
tierna expresión cada vez que volvía la cabeza para mirarla y Amanda no pudo
evitar compararlo con su cuñado. Ambos hombres eran como de la misma edad,
viviendo en un ambiente parecido, pero Amanda sentía que se podía comunicar con
Ross como con una persona normal y agradable mientras que era inevitable
experimentar cierto temor frente a Marc. Su aspecto y actitud la hipnotizaban contra
su voluntad y estaba consciente de que mientras que el matrimonio de los Fullerton
era feliz, el de Marc no. Era un hombre muy cínico y raras veces su sonrisa era franca.
El café se sirvió en la sala y Jennifer se sentó al lado de Amanda en uno de los
enormes sofás y equilibró con delicadeza su taza de café contándole a la institutriz
todas las pequeñas peculiaridades de Pip. Elizabeth Chandler las miró complacida.
—Deja que te retire la taza, Amanda, ya terminaste. ¿Te gustaría otra?
—No, gracias. Generalmente no tomo mucho café, pero éste estaba excelente.
—¡Aún su precio me pone nervioso! —añadió Ross con su voz agradable y bien
modulada—. Creo recordar a tus padres, Amanda. Tu madre era tan rubia como tú
¿verdad?
—¡Sí, bellísima!
—¿Quién puede dudarlo? Sé que estaría muy orgullosa de ti —agregó galante.
—Gracias, me agrada pensarlo.
—¿Ahora estás sola, querida?—Le preguntó Ross.
—La tía de Amanda murió en marzo de éste año —intervino Marc—. No puede
ser agradable siendo tan joven y estando tan sola.
—Ahora que nos conocemos, podemos ser amigas —agregó Jennifer dejando
sobre la mesa la taza de café vacía—. Me gustaría que fueras a cenar con nosotros
antes que nos fuéramos. Podrías conocer a Pip y familiarizarte con él un poco. No
porque yo lo diga, es una criatura deliciosa, aunque usa su encanto a veces en forma
deliberada, ¡Igual que su tío Marc!
—¡Vamos, vamos! —Su hermano bromeó y por primera vez Amanda percibió
el atractivo de su sonrisa.
Ross y Jennifer sonrieron.
—¡No te preocupes… sabes que los adoro a ambos! —se estiró y le tocó el brazo
a su hermano—. Es maravilloso verte relajado —agregó Jen.
—¿Y crees que lo estoy?
—¡Mucho más que en nuestra última visita!
—Preferimos no hablar de eso, ¿verdad, mamá?
—Si, querido, no lo hagas. Estoy disfrutando esta velada.
—Lo noté y Amanda debe tener algo que ver en eso.

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—¡Por supuesto que sí! —Sonrió la señora y se mostró tan amistosa como su
hija—. Ayuda el ser de aspecto encantador, pero estoy segura que Amanda me será
de gran ayuda cuando tú salgas de la casa y yo trate de hacerme cargo de todo.
—Creo que es algo natural en ella —Marc miró a Amanda obligándola a
levantar la vista para mirarlo.
—¡La única que no parece estar de mi parte es Karin! —dijo Amanda con toda
honestidad.
Jennifer miró a su madre por un momento.
—¿Eso quiere decir que Amanda ya conoció a Karin?
—Durante unos minutos —contestó la señora.
—¿Y fue tan terrible?
—Nada de eso —contestó Amanda con franqueza—. Después de todo Karin
sólo es una niña pequeña.
Jennifer bajó la vista como si hubiera mucho que decir acerca de cómo manejar
a Karin, pero no era el momento preciso.
—Karin estará muy bien con la persona adecuada y le tiene mucho cariño a Pip.
No te preocupes, Amanda, sólo actúa como si tú estuvieras a cargo de todo y lo
supieras.
—¡Entonces está bien! —Amanda sonrió y miró su reloj—. Creo que no debo
quedarme más tiempo, ustedes querrán hablar en privado. Ha sido una experiencia
muy agradable y de mucha ayuda el venir a cenar esta noche. ¡Gracias!
—¡Qué exquisito comportamiento! —expresó gentilmente Marc.
—¡No le hagas caso, Amanda! —Le advirtió Jennifer—. No puede estar cinco
minutos sin burlarse, es un tipo de juego.
Y Amanda pensó que era un maestro en eso.
La señora Chandler se levantó y le tendió la mano.
—¿Cuándo puedes venir a quedarte, Amanda?
—A principios de la semana que viene —recogió su enorme bolso que se colgó
del hombro—. Tengo que quedarme unos días más a entrenar a la nueva
recepcionista.
—Entiendo —aceptó Elizabeth Chandler—. También quiero darte las gracias,
querida, por venir esta tarde. ¡Ahora estamos tranquilos!
—Mamá quiere decir con eso que ahora Ross y yo podemos irnos felices de
dejar a Pip a tu cargo —aclaró Jennifer acercándose a su madre. Como todos los
Chandler tenía su propio magnetismo y su aspecto encantador. A pesar de ello,
sonrió con calidez como si estuviera ansiosa de tener a Amanda de su lado—.
¿Quieres que te llame para que vayas a conocer a Pip? ¡Podremos hablar durante
largo rato!

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—Me gustaría —contestó Amanda con sencillez. O era muy valiente o muy
tonta al comprometerse con los Chandler.
—¿Y cómo irás a casa? —Le preguntó Ross Fullerton preocupado—. ¿Tienes
coche?
—¡No con mi actual salario! —confesó Amanda.
—Entonces podrás ahorrar en cuanto trabajes con nosotros —agregó Marc con
suavidad—. Ahora te llevaré a tu casa para facilitarte el camino.
—Gracias —fue todo lo que pudo decir. Nadie en esa zona usaba transportación
pública porque había un sólo autobús que iba a lo largo del camino del río.
Todos se dirigieron al vestíbulo de entrada cuando dos personas entraron
riendo a toda prisa a través de las enormes puertas dobles que estaban abiertas al
perfumado aire nocturno.
Jennifer, al lado de Amanda, se detuvo de pronto mirando casi temerosa el
torvo perfil de su hermano mientras que la cara aristocrática de la señora Chandler
mostraba una mezcla de disgusto y pesar. Sin embargo, Amanda sólo estuvo
consciente de esa impresión porque la joven señora Chandler la dominaba con la
mirada.

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Capítulo 4
Los ojos azul pálido de Carolina brillaban esa noche extraordinariamente y las
mejillas tenían color.
—¡Hola a todos! —exclamó Caro con alegría—. ¡Si éste fuera cualquier otro
lugar yo diría que era una fiesta de bienvenida!
—¡Oh, Caroline!—exclamó Jennifer rompiendo el silencio.
—¡Oh, Caroline! —La joven señora Chandler imitó la voz de su cuñada y luego
se rió.
Amanda pensó que los había asombrado a todos. Supo que la miraba con fijeza,
pero no podía creer el cambio operado en la esposa de Marc. ¿Acaso no había malicia
en esas perfectas facciones? Recordó la extraña calma de la mujer en el Country
Club… aunque en este momento no podía detectar ninguna calma en Caroline
Chandler. Aunque la veía muy atractiva, había cierto descuido en su arreglo porque
el largo cabello oscuro le caía por el cuello y hombros y el delgado vestido azul se
veía bastante arrugado. Era como mirar una horrorosa copia de una obra de arte y
Amanda tuvo un instante de desilusión.
Todos ignoraron al hombre que venía detrás de ella, como si no lo vieran.
—¡No te tardes, querido! —Caroline le dijo casi furiosa a su marido—. ¡Despide
a Dom!
—Haré algo mejor que eso, ¡lo mataré!
El hombre llamado Dom reaccionó al instante.
—Obtendré una orden judicial para impedirlo.
—¡Y yo tendré el placer de romperte el cuello primero!
Amanda no pudo evitarlo. Contuvo la respiración, Elizabeth dio un paso al
frente y puso una mano sobre el brazo de su hijo.
—¿Tienes que hacer eso, Dominic? ¿No quieres a tu prima? Las mejillas de
Dominic se enrojecieron.
—¡La quiero más que su precioso hijo!
—Perdóname, pero nadie lo puede creer. ¿Quieres irte por favor? Este es mi
hogar y jamás serás bienvenido aquí.
—¡No te vayas, Dom! —ordenó Caroline poniéndose tan pálida que Amanda
pensó que se iba a desmayar.
—¡Fuera de aquí! —exclamó Marc con una voz que hubiera impresionado hasta
a una piedra.
—¡Despídete de mí, Dom! —gritó Caroline y Amanda se dio cuenta que ya no
tenía control sobre sí misma—. ¡Te necesito, nos necesitamos uno al otro!

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Marc se le acercó con tanta rapidez que no se dio cuenta de sus intenciones
hasta que él la cargó como si fuera una criatura.
—¡Suéltame! ¡Te odio!
Apretó más contra su pecho el delgado cuerpo y comenzó a subir por la
escalera.
—¡Te odio, Marc! —Caroline siguió luchando durante un rato, luego se rindió
contra su fuerza y pareció disolverse contra él—. Te odio, Marc. ¡No pensé que fuera
posible odiar tanto a alguien!
—¿Por qué no te divorcias de mí?
Tal vez fue una suerte que sus gemidos se ahogaran contra el pecho de él.
Molestaron terriblemente a Amanda que apenas se dio cuenta que ese hombre
Dominic, no dejaba de mirarla con insistencia.
—¿Y quién es esta criatura de cabello dorado?
—¡Eso no es asunto tuyo! —contestó Ross con agudeza—. Se te pidió que te
fueras y sugiero que lo hagas. Y ya que hablas de órdenes estrictas puedes evitar
venir a esta casa.
—¡Creí que Marc estaba en la mina!
—Eso sólo se le ocurrió a Caroline —respondió más tranquila Elizabeth—.
Disfruta las confrontaciones. ¡Así como yo sé que tú le temes a mi hijo!
—¡Con buena razón! —exclamó Jennifer y se rió con desdén—. Vete, Dom. A
Caroline no le importas un comino. ¡Te utiliza como a todo el mundo!
—¡Jennifer! —La señora Chandler se volvió hacia su hija—. Por favor no digas
más. Todo es tan…
—¿Degradante? —El primo de Caroline hizo una mueca—. Una familia tan
respetable, Marc tan rico y casado con una mujer que lo odia.
—¿Puedes creer eso realmente? —preguntó la señora en voz baja—.Todos nos
damos cuenta de los problemas de Caroline.
—Seguro. ¡Ya se los saben de memoria! —Dominic se quedó mirando a
Amanda quien estaba parada entre la madre de Marc y su hermana—. ¡Te veo
escandalizada, pequeña!
—¡Se sentiría mejor si te fueras! —estalló Jennifer.
—¿Quién es ella? ¿O acaso es un secreto?
Elizabeth se irguió orgullosa a pesar de que Amanda notó que la dama
temblaba.
—Amanda va a estar con nosotros como institutriz y compañera de Karin.
No trató de presentarlos y Dominic estalló en una carcajada.

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—¿Institutriz de Karin… o por fin se enamoró Marc? —Volvió a reírse y


Amanda se encogió instintivamente—. Chiquilla de los enormes ojos verdes ¿acaso
estás ciega? ¿No sabes que corres peligro?
—¡Sé que está usted muy confuso! —replicó Amanda. Le costaba trabajo fijar la
vista en el rostro delgado y sufrido del hombre. Como primo de Caroline se parecía
bastante a ella, tenía los mismos brillantes ojos claros de su parienta.
—No te mezcles con esta noble familia, chiquilla. ¡Caro te hará pedazos!
—¡Haz exactamente lo que te digo! —Le ordenó Ross serio acercándose al
hombre—. ¡Vete de aquí y llévate contigo tus viles sugerencias!
—¡No te preocupes, me voy! —Dominic respondió con voz ahogada y Amanda
creyó ver lágrimas en sus ojos—. ¡Dale mis saludos a Marc! —De pronto captó odio
en los pálidos ojos. Recorrieron a todos, incluyendo a Amanda y luego bajó la
escalera tambaleándose un poco como si estuviera ebrio.
—¡Dios del Cielo! —exclamó Ross como si rezara.
Elizabeth Chandler se dio cuenta de la palidez de la chica que tenía a su lado.
—Lo siento, Amanda. No hubiera querido que eso sucediera por nada del
mundo. Dominic viene a esta casa muy raras veces aunque durante su adolescencia
entraba y salía de aquí todo el tiempo. Dominic es primo de Caroline. Sus madres
eran hermanas. Es una persona trágica, débil e inestable y quiere a Caroline a su
manera. Lo que ocurre es que lo consideramos mala influencia, pero no podemos
proteger a Caroline todo el tiempo. Es una mujer adulta y Dominic es miembro de su
propia familia. En cuanto baje Marc de nuevo, querrás irte. Por favor trata de no
tomar en cuenta nada de lo que Dominic dijo para perturbarte. Esa es su especialidad
y la mayor parte de su atención se la presta a esta familia.
—¿Recuerdas que cuando eran niños idolatraba a Marc? —Jennifer casi habló
para sí.
—¡Tanto Dominic como Caroline pueden odiar y amar con igual ferocidad! —
Preocupado, Ross habló detrás de su esposa—. ¡Jovencita, creo que nosotros
debemos llevarte a tu casa! ¡El pobre Marc ya tiene bastante con todo esto!
—¡Yo me quedaré con mamá! —dijo Jennifer furiosa, al ver que a su madre le
temblaban las manos—. Por favor Amanda, no dejes que este pequeño incidente
cambie nada. ¡Té necesitamos y Karin más que nadie!
Amanda miró con simpatía a la elegante joven a su lado, aunque se sentía
también nerviosa y agotada.
—Me da pesar verlos tan perturbados, sobre todo a la señora Chandler. Acepté
venir y lo haré. Tomaremos cada día como se presente y prometo hacer lo mejor que
pueda. Tal vez no sirva yo, por supuesto, y si las cosas no funcionan bien, imagino
que lo sabré.
—¡Supongo que sí! —Jennifer suspiró profundo—. Yo estaba tan… tan
decidida. Eras todo lo que esperábamos. Amanda, pero ahora estoy preocupada de
nuevo. ¡Será mejor que me quede en casa y cuide por lo menos a mi propio hijo!

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—¡Oh, vamos, querida! ¿Qué caso tiene dejar que Dominic nos perturbe? Jamás
ha sido bueno para ninguna otra cosa y nada cambia con Caroline. No has ido de
viaje conmigo desde nuestra luna de miel y no sabes con qué ansiedad espero éste.
Por todos los cielos, no digas que no. Pip no será problema para nadie y quiere
quedarse con la abuelita, Karin y Marc. ¿Te quedarás, verdad, Amanda? —preguntó
Ross preocupado.
—¡No presiones a la chica! —Ordenó Marc abruptamente detrás de ellos—.
¿Quién puede culparla si no quiere? —Bajó los últimos escalones sin expresar nada
tratando de ocultar a toda costa sus emociones—. Sírvele un brandy a mamá, Jen y
llevaré a Amanda a su casa. Será mejor que esperes hasta que yo regrese. Ross, hay
algo que quiero que hagas por mí.
—Seguro. ¿Cómo está Caroline?
—¡Inconsciente! —contestó con indiferencia—. Amanda, nos iremos si estás
dispuesta.
Afuera en el coche le dijo casi cortante que se abrochara el cinturón de
segundad, luego giró el volante y se dirigieron a lo largo del sendero hacia la enorme
cerca de hierro forjado que cuidaba la entrada exterior de la propiedad. Amanda
estaba tensa a su lado sin atreverse a mirar su perfil. Él le dio la impresión de
crueldad y encontró que en el fondo de su ser compadecía a su esposa. Era probable
que la tratara de manera detestable y sin embargo, toda su familia y hasta el pueblo
lo respetaba y quería. Tal vez había dos facetas en él, la crueldad, la latente
sensualidad y el inherente orgullo de familia. Su madre lo adoraba y ella era una
mujer que no podía amar sin respetar. Todo era muy difícil.
No le dirigió una palabra hasta que llegaron a casa de Amanda, entonces apagó
el motor y se volvió hacia ella.
—Amanda, decidí después de todo que no creo que sirvas —se estiró por
encima de ella y abrió la puerta y por un instante ella pudo sentir la fuerza de su
brazo apretando su cuerpo contra el asiento tocando las curvas de sus senos—. Lo
siento. Así es como están las cosas, no ha habido daño. Seguirás como de costumbre
en el Centro Médico y me gustaría pagarte por los inconvenientes que te causé.
—¡Gracias, pero no! —expresó enfática, desconcertada por el aniñado temblor
de su voz—. Entiendo perfectamente señor Chandler. ¡Buenas noches y permítame
decirle que lo siento por todos excepto por usted!
—Por supuesto, yo soy el villano de pelo negro —aceptó enfadado—. Está bien,
pequeña, estoy acostumbrado a ello, ahora entra. ¡Yo sólo puedo lastimarte!
Algo en su voz la detuvo, un tono que jamás había oído, casi de ternura, como
si le importara.
—¡No entiendo! —Giró para mirarlo acercándose un poco más para ver sus
ojos. Estaba oscuro porque sólo había unas cuantas estrellas y percibía lo tenso que
estaba.
Durante un momento de locura, Amanda se preguntó qué le estaba sucediendo,
porque temblaba mostrando la atracción que sentía hacia él, a pesar de lo que fuera…

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un sádico, un hombre que golpeaba a su esposa. Estaba asustada y desconfiada y sin


embargo su cuerpo casi ansiaba que la lastimara. Temió estar soñando, pero
consciente de su cercanía y de la forma en que su mano de dedos largos descansaba
en el respaldo del asiento. Lo poco natural del silencio hacía que su corazón y pulso
enloquecieran, jamás había conocido a nadie que tuviera el poder de desencadenar
tan profundas emociones en ella.
—¡Métete en tu casa! —Le volvió a decir y la voz sonó dura haciéndola
estremecer.
—¡Qué hombre tan cruel eres! —Las lágrimas asomaron a sus ojos y ella se echó
para atrás agitada, sintiéndose humillada—. ¿Cómo podría quedarme aquí contigo?
—Así es, pequeña tonta, es lo que he estado tratando de decirte —entonces se
movió como una pantera mientras que ella se quedó helada sin poderse mover. Él la
atrajo a sus brazos con fuerza irresistible y le aprisionó la sedosa cabeza dejando
descubierto el rostro—. ¡Ahora estoy completamente seguro que no puedo dejarte ir!
—¡Oh, no! —murmuró con vehemencia aterrorizada por lo que pudiera
suceder.
—No puedes escaparte de mí, Amanda. ¿Sabes lo que es no encontrar agua en
el desierto? ¡Ni vida, ni amor! ¡Ninguna mujer con quien dormir! ¡Ninguna piel
sedosa que se rinda a la pasión que me consume!
—¡Esto es una locura!—murmuró ella.
—Lo sé. ¡Debiste esperarlo! —Inclinó la cabeza y le abrió la boca, por lo que su
suspiro se esfumó en el viento. Pudo sentir cómo temblaba en sus brazos mientras él
buscaba en su joven boca el elíxir de la vida.
Fue un éxtasis y después de eso ella se iba a sentir desgarrada por la pasión a la
que le correspondió. Su prisionero corazón latía con fuerza como queriendo escapar.
Era una locura, pero no era ninguna pesadilla porque él la consumía en una flama de
tal manera, que sus extremidades no tenían fuerza. No se dio cuenta de nada, de
nadie, sólo de ese peligroso y orgulloso hombre que seguía besando su boca con la
profundidad de una pasión que debió asustarla.
Pasó una eternidad antes que él se apartara de ella.
—¿Lo ves? —Con mucha gentileza le tocó el cuello—. ¿Qué sabes de la vida,
pequeña? ¿De violencia y angustia auto infligida? Sólo eres una niña con un futuro y
desearía que me dejaras hacer algo al respecto.
—¿Cómo puedo? —Tenía que seguir apoyada contra él porque sus temblorosas
extremidades seguían negándose a funcionar.
—Fácilmente, haz lo que te digo. Elige cualquier universidad que te guste y ve
allí el próximo año. Primero busca un lugar donde vivir, te abriré una cuenta y
podrás pagarme cuando regreses dentro de unos cuantos años. Siendo como eres, sé
que tratarás de hacerlo. Mi mundo está aquí, Amanda, y no hay lugar para ti.
—¡Me alejas de todo lo que siempre conocí!

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—No, te estoy persuadiendo por tu propio bien. Eres una muchacha inteligente.
Sigue adelante y deja que todos estemos orgullosos de ti; más tarde podrás escribir
una novela o algo.
—Como señalaste, uno tiene que saber acerca de la vida. Yo en realidad no sé
nada.
—Sabes de lo que eres capaz —la apartó de él—. Nada es fácil, absolutamente
nada. Yo cometí el error de pensar que podías ayudar… o más bien, me permití una
aberración temporal.
—Por favor no digas más, ya me siento bastante lastimada. Me imagino que le
dirás a tu familia lo que decidiste.
—¡Lo haré! —Volvió a su antigua arrogancia—. Y tú qué, Amanda, ¿harás lo
que te pido?
—Por supuesto que eso esperas, pero creo que no, señor Chandler. Créeme,
jamás te causaré un momento de vergüenza, pero me niego a aceptar lo que me
ofreces. En la vida hay cosas más importantes que ir a una universidad. Por lo menos
parece que en el Centro me necesitan —se bajó del coche—. ¡Buenas noches! ¡Jamás
recordaré nada de esta noche!
—Yo tampoco —le anunció él de buen humor.
Amanda no se quedó parada. Corrió á través de la oscuridad, envuelta en un
torbellino de pesar, furia y sueños inconcebibles. Horas más tarde, cuando por fin se
durmió, su almohada estaba mojada con las lágrimas que había derramado.

No fue difícil para Amanda enterarse de cuándo Jennifer y Ross partieron en su


viaje al extranjero. Su foto apareció el fin de semana en la sección de sociales de los
periódicos a pesar de que ninguno de los dos estaba demasiado alegre con la
perspectiva. También descubrió, a través de los rumores que había contratado a una
compañera-enfermera para la casa, pero nadie parecía saber para cuál de las dos
señoras Chandler.
Para apartar su mente de esas cosas, Amanda dejó que Rob la sacara con más
frecuencia de lo que debía. Sabía muy bien que jamás podría sentir por él más que lo
que se siente por un atractivo y divertido compañero, pero cosa extraña para Rob, él
parecía bastante satisfecho con eso. En cuanto a ella, había perdido toda su antigua
tranquilidad. Su mente se negaba a permanecer en el presente, revivía un incidente
que no debió ocurrir jamás. Aunque no volvió a ver a Marc en las semanas
siguientes, Amanda se asustaba de encontrar la casi tangible presencia de él a su
lado. La perseguía tanto que supo lo que era estar obsesionada. Lo más doloroso era
que ella estaba consciente de que se había enamorado de un hombre que podía
deshacerse con facilidad de algo si le molestaba. Tal vez cuando tuviera treinta y
cuatro o treinta y cinco años habría aprendido a tener el mismo talento. Ahora, a los
diecinueve, casi veinte, sufría sin remedio.

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Durante la semana le resultaba fácil perderse en el trabajo. La vida estaba llena


de cosas buenas, se dijo Amanda y eventualmente su mundo volvería estar bien de
nuevo. Nadie la había traicionado, sino ella a sí misma. Mientras tanto, perdió peso y
se convirtió de una chica despreocupada en una mujer con secretos. No parecía
posible que todo eso hubiera ocurrido en un tiempo tan corto, pero así era. La
sombra de Marc Chandler se tendía sobre su camino y había alterado su vida.
Lo que precipitó el curso de los acontecimientos fue el ligero ataque al corazón
que la anciana señora Chandler sufrió dos semanas antes de navidad. Había sido un
día muy atareado en el Centro y Amanda esperaba ansiosa tener tiempo para ir a
nadar durante la tarde. Cuando llamaron por el conmutador supo antes de contestar
que venía de casa de los Chandler.
—Con el doctor McGilvray, por favor, inmediatamente. La señora Elizabeth
Chandler sufrió un ataque.
Era la voz de una mujer cortante y profesional y Amanda pasó la llamada sin
aviso previo. Un minuto después, el doctor McGilvray salió corriendo de su oficina
señalando a Amanda con una mano levantada.
—Ven conmigo, es posible que te necesite.
Durante el rápido trayecto camino al río, le contó que Karin había escogido ese
día para una de sus acostumbradas rabietas afectando mucho a su abuela y la señora
Caroline, ante el temor que le tenía a las enfermedades se quedó acostada en su
cuarto.
—¿Y Marc? —preguntó Amanda sin darse cuenta siquiera que había usado su
nombre de pila.
—Probablemente llegará a la casa antes que nosotros. La enfermera ya se
comunicó con él. Jamás sabré cómo ese hombre puede cargar con la responsabilidad
de una esposa e hija así. ¿Qué importa ser rico y notable si no se tiene un minuto de
paz en el hogar?
—No podría dejarlas —explicó Amanda—. Lo necesitan.
—¡Callejones sin salida por todas partes! —suspiró el doctor—. Cuando
lleguemos, quiero que te hagas cargo de los niños. La enfermera parece eficiente,
pero me dijo enseguida que no puede manejar a Karin. Mantenlos callados y ruega a
Dios que la joven señora Chandler no se ponga en tu camino.
Cuando llegaron a la casa, los sirvientes estaban parados en el vestíbulo de
entrada esperando al doctor. Se notó alivio en sus rostros cuando lo vieron y la
señora Harper, el ama de llaves, quiso decir algo, pero el doctor McGilvray levantó
una mano y corrió como un jovencito por la amplia escalera.
—¡Señorita Raymond! —Brenda salió de atrás del ama de llaves y asió el brazo
de Amanda—. Es terrible, ¿no le parece? Todos estamos muy preocupados. La joven
señora Chandler me hizo sentir muy culpable, muy descuidada…
—Mira, Brenda —interrumpió la señora Harper—, sólo se puso nerviosa.
¡Todos estamos muy excitables! Me da gusto que esté aquí, señorita. El doctor

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prometió que la traería para que cuidara a los niños. La última vez que la vi, Karin
estaba llorando desconsoladamente.
—¿Y dónde está? —Amanda levantó la vista.
—Tengo que decirle que me vi en la necesidad de encerrarlos en el salón de
clases. La situación se hacía insostenible y tuve que hacer algo —metió la mano en el
bolsillo del uniforme y sacó una llave que le tendió a Amanda—. Haga lo que pueda,
cariño y hágalo rápido. La pobre chiquilla es una niña demasiado caprichosa.
—¿Quiere que suba con usted, señorita? —preguntó Brenda.
—No, no es necesario, conozco el camino.
—En mis días, decían que los niños siempre son niños y ahora las niñas sólo son
niñas, ¿no es así? —dijo la señora Harper—. Quiero decir que hasta la amenazan a
una. El señor Chandler llegará en cualquier minuto, no podemos estar paradas aquí
hablando.
Amanda cruzó el bello piso de terrazo y comenzó a subir por la escalera. Sólo
había visto a Karin una vez, pero no podía imaginar por qué una niña tan chica
volvía locos a tantos adultos. Al caminar por el corredor pudo oír los toques en la
puerta del salón de clases. Sería un milagro si Karin no salía corriendo y la derribaba.
—¡Basta ya! —gritó con firmeza y metió la llave en la puerta girándola con
lentitud para poder controlar a la niña en caso de que saliera a toda prisa. No hubo
ninguna salida violenta y cerró la puerta a su espalda volviéndose para mirar a dos
caritas pálidas que la contemplaban sin hablar.
—Hola, niños, ¿la estaban pasando mal?
El niño se movió de pronto.
—¡Puedes decirlo de nuevo! Rogaba porque sucediera un milagro. ¿Cómo está
abuelita?
Amanda lo miró, tenía revuelto el oscuro y rizado cabello, muy abiertos los ojos
color café y ella lo atrajo a su pecho manteniendo un brazo alrededor de su hombro.
—El doctor está aquí, querido. ¿Eres Pip, verdad? Yo soy Amanda.
—¡No seas tonto, Pip! ¡Aléjate de ella! —gritó Karin.
Amanda apretó con más fuerza al pequeño mientras él seguía recostado sobre
ella.
—Conseguimos nuestro milagro —le dijo con severidad—, tú eres la tonta.
Karin estaba llena de resentimiento y terror.
—¿Está muerta, verdad? ¡Viniste a decirnos que está muerta y que yo la maté!
A Amanda se le hizo un nudo en la garganta al mirar ese pequeño rostro
apasionado, luego estiró su otra mano y habló con mucha gentileza.
—Ven acá, Karin, acércate. Te prometo que abuelita está bien —rezaba porque
no sabía cuál era la verdadera condición de la señora Chandler.

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Karin parpadeó, estremeciéndose.


—¿No me estás diciendo mentiras?
—¡Cómo podría ser tan cruel! Por supuesto que no, Karin. Te dije que el doctor
McGilvray está ahora con abuelita y tu padre llegará tan pronto como pueda —con la
mano estirada mantuvo los ojos en el rostro de Karin tratando de que la niña se
calmara.
—¡De verdad, no quise que sucediera!
—¡Por supuesto que no quisiste! —Amanda trataba de tranquilizarla.
—¡Mira, Karin! —exclamó Pip confidencialmente—. El doctor está aquí para
salvarla y Amanda nos dejará salir.
Karin trató de hablar y todo lo que pudo lograr fue una serie de hipos y jadeos.
—¡Rápido, Pip, sírvele un vaso de agua a Karin! —ordenó Amanda dándole al
niño algo qué hacer.
Él le soltó la mano y corrió a la jarra de agua mientras Amanda se acercaba
lentamente a Karin. Casi había llegado cuando Pip le puso el vaso de agua en la
mano.
—Aquí tienes, querida, toma una poca de agua.
Esperó unos segundos antes que Karin tomara el vaso de su mano bebiéndoselo
todo y manteniendo la vista en el rostro de Amanda.
—Gracias.
—¿Te sientes mejor ahora?
—Sí —contestó Karin y le acercó el vaso vacío a su primo.
—¡A veces eres una tonta! —le dijo Pip con afecto.
—¡Mami dijo que abuelita iba a morir! —anunció Karin y había desesperación
en su voz.
—¡Karin! —Se agachó al lado de la niña—. Cuando tu abuela se sienta mejor,
voy a llevarte a verla. Ahora descansa y el doctor McGilvray probablemente le dará
algo para que pueda dormir un rato. Después, tú, Pip y yo iremos a su cuarto unos
minutos y tú le dirás lo mucho que la quieres.
—¡Oh, sí la quiero! —Karin parpadeó con los ojos llenos de lágrimas como si
estuviera muy cansada y Amanda le dio una ligera palmadita en la mejilla mojada.
—No creas que tu abuela no lo sabe. Pero no lo olvides, querida, porque
tenemos que estar muy callados mientras la abuelita descansa.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Karin—. Es terrible estar aquí. ¡Yo quiero a
papito!
—Y lo tendrás. Tal vez ya esté ahora aquí, pero todos debemos portarnos bien
para no preocuparlo más.

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—Te quedarás, ¿verdad? —murmuró Karin y puso la mano encima de los


dedos de Amanda—. No me meteré en líos si te quedas. ¡Mami le dirá a papito que
me porté mal otra vez!
—¡Así es! —confirmó Pip—. Karin tiene una mamá diferente que la mía.
—¡Yo soy mala! —agregó Karin con voz quebrada.
—¡Qué tontería! —Amanda atrajo a la niña a sus brazos y Karin no se alejó—.
¿Quién podría creer eso de una niña tan bonita?
—Tu cabello huele agradable —murmuró Karin—. Yo tenía la esperanza de que
volvieras.
—¿De veras? —Amanda se ruborizó.
Karin no contestó, pero suspiró profundamente enterrando la cara debajo de la
barbilla de Amanda.
—¿Y si vamos ahora a ver a la abuelita? —murmuró por fin y se enderezó. Los
ojos azules rogaban y estaban todavía llenos de temor.
—¿Por qué no te quedas un minuto aquí con Pip mientras yo voy a ver? —dijo
Amanda con los ojos en el rostro de la niña.
—No quiero que nos dejes.
—¡Yo estaré aquí! —dijo Pip y sonrió con tanta dulzura que Amanda se
enterneció.
—¡No tú! —dijo Karin con desdén—. ¡Tú sólo eres un niño!
—¡Oh, perdón!—dijo Pip y Karin se arrepintió enseguida.
—Eres un niño bueno, es cierto… todo mundo lo dice. Yo soy la que se mete en
líos siempre.
—¡No es de sorprenderse! —exclamó Pip.
No debió decir eso porque Karin se puso lívida.
—¿Por qué no te vas si no quieres quedarte aquí? ¡Esta es mi casa!
—Y Pip es tu invitado —señaló gentilmente Amanda—. Si prometen estar muy
callados iremos a preguntar cómo está la abuela.
Ambos niños se le quedaron mirando. Pip se paró a su lado y le deslizó una
mano confiada en la suya y después de un minuto, como si fuera lo único sensato por
hacer, Karin siguió su ejemplo y murmuró:
—No te preocupes —miró a Amanda—. Me portaré bien. Abuelita vivirá
debido a ti.
—¡No a mí, querida!
—¡Sí a ti! —replicó Karin convencida—. Tú eres el primer milagro que jamás ha
sucedido.
Amanda se quedó asombrada, pero no dijo nada. Era obvio que ambos niños
creían que había llegado en respuesta a sus ruegos y quién sabe, a lo mejor si.

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Cuando salieron al corredor, Amanda los miró y les habló con voz apenas
audible:
—¡Ahora, ssh!
Pip caminó en puntitas y Karin apretó la mano de Amanda. No se oía ruido por
ninguna parte de la casa y la joven sintió que el corazón le latía apresurado. Sería
horrible que la señora Chandler no hubiera respondido al tratamiento. No podía
siquiera soportar la idea. Esperaba ver a Brenda o a la señora Harper darles la noticia
moviendo las cabezas con tristeza. No lo sabía, pero ella misma se había puesto muy
pálida.
En lo alto de la escalera el frágil control de Karin se rompió.
—No puedo ver a nadie, ¿tú sí? ¿Acaso estamos solos en la casa?
La misma terrible alarma comenzó a apoderarse de Amanda, pero se esforzó
por hablar tranquilamente.
—Vamos, Karin ¿no te prometí que todo estaría bien? Bajaremos.
Llegaron al descanso antes que Marc entrara en el vestíbulo. Miró a Amanda
con sus brillantes ojos, luego a los niños, agarrados a sus manos.
—¿Tu mamá? —susurró Amanda sintiendo que no podría soportar, por el bien
de los niños si la noticia era mala.
—Descansando tranquilamente —dijo con gravedad.
—¡Gracias a Dios! —Sintió que se le doblaban las rodillas—. Los niños han
estado muy preocupados. ¿Puedo bajarlos?
—Sí —le dijo él.
Nada hubiera podido mantener a Karin lejos de él. Se zafó de la mano de
Amanda y bajó volando la escalera desesperada por el amor y consuelo de su padre.
Él pescó su pequeño cuerpo y lo alzó en sus brazos mientras ella le cruzaba los
brazos alrededor del cuello como si no soportara dejarlo ir.
—¡Papito!
Pip siguió. Bajó corriéndola escalera detrás de su prima y se apoyó en las largas
piernas de Marc levantando los ojos para mirarlo.
—Yo le estaba diciendo a Karin que sucedería un milagro y luego llegó
Amanda.
—¡Eso ocurrió! —exclamó Marc con una expresión indescifrable—. Todos
ustedes se ven como si debieran llevarlos a la cocina para alimentarios. Jamás he
visto caras tan blancas.
Amanda todavía titubeó con la mano en el barandal.
—¿Ya se fue el doctor McGilvray?
—Todavía no. Mi madre debía ir a un hospital para tener un descanso
completo, pero no podemos persuadirla a dejar la casa.

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—¡No! —Amanda movió la cabeza compasivamente. Podía ver a la señora


resistiéndose aún estando enferma—. Les prometí a los niños que los llevaría más
tarde a verla sólo durante unos segundos para tranquilizarlos, espero haber hecho
bien.
—¿Por qué no? Hará sentir mejor a todos. Baja, Amanda, te ves muy frágil
parada ahí.
—¡Así me siento!
No era bueno estar desesperada por ver a un hombre llamado Marc Chandler.
Hizo un esfuerzo por parecer normal sin saber que su rostro era joven y muy
transparente.
Marc la observó en silencio y Pip levantó la vista hacia su tío y sonrió.
—¡Manda se va a quedar con nosotros! —anunció feliz.
—Tuve la loca idea de que tal vez podría ayudar por un tiempo —explicó
Amanda con rapidez.
Karin levantó la sedosa cabeza oscura y suspiró hondo.
—¿Se quedará, verdad, papito?
Marc no contestó enseguida.
—Hasta que tu madre se sienta un poco mejor —repitió Amanda bastante
preocupada.
Antes que Marc pudiera contestar, el doctor McGilvray bajó la escalera seguido
por una mujer de aspecto eficiente vestida con un uniforme azul pálido.
—¡Aquí estás, Marc! —exclamó el doctor, luego su mirada abarcó a Amanda y a
los niños—. ¡Alégrense todos, nuestra paciente nos dio un pequeño susto, eso es
todo! —
—¿Y consintió ir al hospital? —preguntó Marc y bajó gentilmente a Karin al
piso.
—No —contestó el doctor McGilvray—. ¡Ya conoces a tu madre, Marc! De todas
maneras, creo que podremos manejar todo entre nosotros, y veo que los niños se
están portando bien.
—¿Cuándo puedo verla? —preguntó Karin con su vocecita suplicante.
—Bueno… —el doctor levantó una mano y la enterró en su cabeza blanca,
titubeando y Karin agarró la esbelta cintura de Amanda.
—¡Tú nos lo prometiste!
—¡Así fue! —La voz de Amanda se suavizó inconscientemente—. Pero tenemos
que esperar con paciencia hasta que el doctor McGilvray diga que sí.
El doctor levantó las cejas, la mirada era amable y comprensiva.

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—Parece que hiciste la decisión por mí, Amanda. Muy bien, un poco más tarde.
La enfermera les dirá cuándo —miró hacia la escalera y la enfermera bajó,
acercándose.
Marc presentó a las dos mujeres y Amanda observó que la examinaba de pies a
cabeza.
—¿Cómo está, señorita Raymond?
Amanda supo enseguida que no le había simpatizado, así que no se sorprendió
cuando la enfermera agregó:
—Sería bueno que usted y los niños esperaran hasta mañana.
—Por el contrario —Marc Chandler la miró—, mi madre quiere verlos esta
noche de ser posible.
—¡Si usted lo dice, señor!
A pesar de que el tono fue respetuoso, Amanda volvió a sentir corrientes
extrañas. Se quedó mirando al doctor para que él confirmará y el hombre dijo:
—Sé que puedo depender de ti, Amanda, para juzgar la situación. Si ahora
tienes unos minutos, Marc, hay unas cuantas cosas que quisiera decirte antes de
irme. El primer bebé de los Lacey está por hacer su aparición.
—En ese caso, venga a la biblioteca —Marc se volvió y lo precedió mientras el
doctor seguía diciendo unas cuantas palabras por encima del hombro.
—No te vayas, Amanda, puedes acompañarme hasta el coche.
—¿Quiere decir que va a quedarse, señorita Raymond? —la enfermera Mellon
preguntó con tanta insolencia que hizo enfadar a Amanda.
—Por unos días —luchó contra el deseo de decirle a la enfermera que se
preocupara de sus propios asuntos.
—Tendrá en sus manos un gran trabajo con los niños.
—¡No lo creo!
—¿Por qué iba a tenerlo? —preguntó Pip—. Podemos divertirnos.
—¿Divertirse? —La enfermera repitió dudosa—. Sé que esta jovencita casi
enloqueció a su pobre madre, para no hablar de la abuela. Ahora tengo dos cuidados.
Como usted sabe, estoy aquí para cuidar a la señorita Caroline. Ella siempre ha sido
muy delicada y tan excitable que no puede tener ningún tipo de tensión. Es muy
bella, la persona más hermosa que he visto.
—¿Hace tiempo que la conoce? —preguntó cortésmente Amanda.
—Desde que era niña, señorita Raymond. Yo estuve con la señora Langland, la
madre de Caroline, hasta el final. Nos unimos mucho a pesar de que yo sólo era una
enfermera. Luego, Caroline me pidió que viniera con ella y por supuesto dije que sí.
No hay nada que yo no haría para hacerle más fáciles las cosas.
—¡Qué dulzura! —dijo Amanda y se quedó mirando a la beligerante Karin—.
Para ella debe significar mucho el saber que está usted aquí.

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—Sí —aceptó la enfermera—, así es —apretó los labios y estudió el rostro de


Amanda con severidad—. Es difícil creer que usted se encargue de niños.
—Soy la recepcionista del Centro Médico… ¿no se lo dijo el doctor McGilvray?
—No, sólo me dijo que iba a traer a alguien para cuidar a los niños. ¡Debe usted
ser muy inteligente!
—¡Se sorprendería de saber cuánto! —dijo Amanda modestamente—. Ah, aquí
viene el doctor. Nos perdona ¿verdad enfermera? Los niños pueden jugar en el jardín
mientras yo hablo con el doctor.
—Como guste —dijo la enfermera con indiferencia—. Yo estoy aquí para cuidar
a la señorita Caroline.
—Y espero que también a la señora Chandler ¿o no?
—¡Por supuesto!
—¡Amanda! —La voz del doctor se oyó impaciente.
Ella asió de la mano a los niños que aceptaron de buena gana y Karin hizo una
irónica exclamación antes de salir para encontrarse con el doctor.
—¡Oh, la odio! ¡Tiene los ojos duros como cristal de roca!
Pip comenzó a reír y Amanda los empujó gentilmente frente a ella.
—Vayan a jugar al columpio durante un rato, tengo que ver al doctor.
—Te juego una carrera —le gritó Pip a su prima y se echó a correr a través del
pasto mientras Karin se quedaba atrás.
—Siento haber dicho lo que dije de tu pelo la última vez —expresó la niña.
—¡No importa! —respondió Amanda, sonriente.
—La verdad es que me encanta. Tuve una muñeca con pelo rubio y largo como
el tuyo, pero se murió.
—¡Oh, lo siento! —murmuró Amanda y miró a la niña con ojos gentiles—. Tal
vez me lo podrás contar alguna vez.
—Sí —sonrió Karin y se echó a correr.
El doctor la esperaba parado al lado de la puerta del coche.
—¡Bonito lío! —comentó cuando Amanda lo alcanzó.
—Creo que está hablando de la enfermera Mellon.
—En parte, pero es bastante competente. Cuidará a nuestra paciente, no te
preocupes por eso. Después de todo, es buena enfermera, ya lo comprobé. Lo que
ocurre es que no ve sino por los ojos de Caroline. No se da cuenta que ya creció o que
debió crecer. Eso no importa. Parece que tienes a los niños controlados. Sigue así, por
lo menos hasta que la señora Chandler esté más fuerte.
—¿Y cómo está? —Amanda preguntó en serio.

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—¡Vulnerable! Siempre ha sido una mujer admirable, aunque está agotada. El


ataque fue ligero, pero es una advertencia. Podría suceder de nuevo, me dice que
cumplirá setenta en marzo… y es la primera vez que me lo confiesa —las manos
seguras y capaces abrieron la puerta del coche y el doctor se sentó frente al volante—.
Haz lo que puedas, Amanda, usa toda tu diplomacia, y si se te hace demasiado
desagradable, llámame. Yo de todas maneras estaré viniendo a la casa hasta que
Elizabeth esté bien. Le simpatizas y parece ansiosa de que te quedes, le dije que te
había traído. Cuando conozcas a la joven señora Chandler no olvides que estás
tratando con un temperamento sorprendente. Sé tolerante, pero no dejes que te
intimide. La razón por la que estás aquí es para cuidar a los niños e, indirectamente a
mi enferma.
—¡Entiendo!
—Bien, siempre he sabido que podía contar contigo —el doctor puso en marcha
el motor, Amanda retrocedió y se despidió con la mano. Tal vez el doctor la
considerara capaz, pero en ese momento no sentía gran confianza en sí misma, era
terrible pero cierto. La enfermera Mellon jamás sería una aliada y ella no sabía cómo
la recibiría la señora Caroline. Lo único que podía hacer era regresar enseguida y
enterarse.
Los niños se bajaron del columpio, corrieron a su encuentro y juntos caminaron
de regreso a la espléndida casa blanca donde ahora se veían algunas luces en las
ventanas superiores.
—¿Sabes nadar, Amanda? —preguntó Pip esperanzado.
—¡Yo no puedo! —dijo Karin casi temerosa.
—¿No puedes? —Amanda la miró sorprendida—. Tienes el río, el lago y una
piscina, ¿y no sabes nadar?
Los enormes ojos de Pip trataron de advertirle algo, pero inesperadamente
Karin exclamó:
—Mami dice que ni siquiera se atreve a pensar que yo me pueda ahogar.
—¡En eso estriba todo! —objetó Amanda—. Para un buen nadador es muy
difícil ahogarse, tendré que enseñarte.
—Será mejor que te prepares a oír gritos —Pip levantó las manos y se puso los
dedos en los oídos—. La última vez que tío Marc, trató de enseñarla casi tuvo
convulsiones.
—Tal vez le irá mejor conmigo. ¿Qué dices, pequeña Karin?
—Creo que tal vez haya una oportunidad, siempre y cuando no nos
acerquemos al río. Allí es donde se ahogó Francesca.
—¡No digas eso! —exclamó Pip y se quedó mirando a Amanda—. ¡No puedes
ahogar a una muñeca!
—¡Sí puedes! —Durante un segundo la voz de Karin sonó tan dura como la de
su padre—. ¡Y yo sé quién la ahogó!

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Capítulo 5
Lee, el criado chino, llevó a Amanda a su casa para que pudiera recoger todo lo
que necesitaba mientras durara su estancia en la mansión Chandler. Fue un viaje
rápido porque la muchacha estaba preocupada por haber dejado a los niños estando
enferma la anciana señora Chandler. Por lo menos Lee era muy amistoso y gentil, le
tenía devoción a Marc y a la familia Chandler, tanto como la que la enfermera Mellon
parecía tenerle a Caroline. Amanda logró recoger sus cosas en menos de una hora y
cerrar la casa, pero aún ese corto espacio de tiempo resultó ser demasiado.
El Mercedes de Marc aún permanecía en el camino privado de la casa y
Amanda acababa de entrar cuando oyó los gritos de Karin. Lee dejó caer la maleta
grande y se le quedó mirando.
—Tendrá que hacer que se calle, señorita, la señora Chandler está muy enferma,
el coche del señor no está aquí, así que él salió.
Amanda también dejó caer su pequeña maleta y subió corriendo la escalera
para dirigirse hacia donde se oía el escándalo. ¡Pobre señora Chandler, tener que
soportar todo esto! Debió irse al hospital por el bien de todos, Amanda debía tener
éxito con Karin, quien indudablemente estaba fuera de control.
Llegó al corredor y quiso gritarle a la pareja que peleaba que dejara de hacerlo.
Cuando ella dejó a Karin, la niña estaba bastante tranquila, pero en ese momento
pateaba furiosa a la enfermera Mellon mientras ésta le apretaba las muñecas y la
hacía gritar más.
—¡Pequeña bruja, necesitas una buena paliza!
—¡Suéltela, por favor! ¡Van a molestar a la señora Chandler! —los ojos llorosos.
Amanda cruzó el pasillo casi corriendo para agarrar a la enfermera por el
hombro.
—¡Suéltela, por favor! ¡Van a molestar a la señora Chandler!
—¿Quiere decir que usted hará que se calle este pequeño demonio?
De pronto, Karin dejó de gritar y fijó los ojos en Amanda.
—¡No me quiso dejar entrar a ver a abuelita!
—¡Y tuvo razón! —intervino Amanda—. Una promesa es una promesa Karin.
¡Funciona de ambas partes y tú nos defraudaste a ambas!
—¡De nada sirve, soy mala! —estalló Karin.
—¡Tonterías! —dijo Amanda—. Te gusta molestar, pero no ahora Karin, cuando
sabes que tu padre confía en que te portarás bien porque tu abuela necesita
descansar. Discúlpate con la enfermera, porque si no, no verás a tu abuela esta tarde.
—¡Lo siento! —Los radiantes ojos recorrieron a la fornida enfermera.
—¡Ambas sabemos que no es así! —La enfermera apretó los músculos de la
mandíbula, luego miró el ansioso rostro de Amanda—. La niña tiene una madre, eso

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lo sabe usted, señorita Raymond, pero parece olvidarlo. Una madre ante la que yo
soy responsable, mi obligación es acusar a esta niña, es muy desobediente.
—Como usted dice —Amanda aceptó con gravedad—, Karin tiene mamá.
Desafortunadamente, no nos hemos conocido, pero ¿acaso no se sentiría lastimada si
usted le señala las limitaciones de su hija?
—Está consciente de ellas. Usted parece olvidar que el doctor McGilvray la dejó
a mi cuidado. ¡Le prohíbo que vaya a ver a la señora Chandler esta noche!
—¡Lo dice en serio! —Karin contuvo la respiración como si se sintiera
derrotada.
Amanda se encogió de hombros y los verdes ojos brillaron.
—El señor Chandler dio su permiso y yo recibo órdenes de él.
—¡Me imagino que sí! —dijo significativamente la enfermera y Amanda tomó a
Karin de la mano girando en redondo y caminando por el corredor hacia el ala
oriental.
—¡Qué bueno que estabas allí para protegerme! —dijo Karin.
—¿De veras? —Amanda la miró con ojos nada divertidos—. ¡Lo hubiera hecho
gustosamente, aunque me parece que la enfermera llevaba la peor parte!
—¡Tiene manos de sádica! —exclamó Karin para sorpresa de Amanda.
—Tonterías, lo que ocurre es que es fuerte. ¿Qué quiere decir sádica de todas
maneras?
—¡Que odias a la gente!
—Cielos, no. Yo creo que sólo estaba desesperada por que te callaras.
—No fue idea mía hacer coraje —explicó. Karin—. Ella me agarró de pronto y
me dijo que iba a darme una lección importante.
—¡Ese es trabajo mío! —dijo Amanda con firmeza y se detuvo ante la puerta de
la alcoba de Pip—. ¿Aquí fue donde dejaste a Pip?
—Se fue con papi. Está muy interesado en conocer el negocio.
—¿Y tú no?
—Por supuesto que no, cuando crezca seré rica.
—¡Qué pesar! —dijo Amanda con frialdad—. Es muy aburrido estar sentada
todo el día sin nada que hacer.
—Cómo mami —Karin dijo.
Amanda echó una mirada a su alcoba.
—¡Qué bueno, Lee ya subió mis cosas. ¿Por qué no vienes conmigo y me ayudas
a guardarlas? Además, tengo algo para ti.
—¡Odio las sorpresas! —replicó Karin pero se fue contenta con Amanda.
—Está bonito tu cuarto, ¿verdad? —comentó la niña.

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—Sí, así es —aceptó Amanda—, jamás había dormido en una cama de cuatro
columnas.
—¡Eso es extraño en una princesa! —Karin se sentó en el sillón—. Es el aspecto
que tienes, el de una princesa de un cuento de hadas. Puedo mostrarte algunos de
mis libros, tienen bellas ilustraciones. Mami se parece a la reina de Blanca Nieves,
pero antes que se volviera mala. Todo el mundo me dice que cuando crezca voy a ser
exactamente igual a ella.
—Entonces eres una niña con suerte, tu madre es una mujer muy bella.
—Me gustaría que fuera también así de simpática —Karin se río.
—¡Querida! —Amanda logró que no se le cayera el montón de ropa que tenía
en las manos.
—¡Es cierto! —insistió Karin al ver que Amanda estaba escandalizada—. No
debes hacerla enfadar hagas lo que hagas. ¿Te puedo ayudar? —Se levantó y se
acercó a Amanda junto a la cómoda.
—Si quieres puedes colgar algunos vestidos en los ganchos.
—Pásame los ganchos —dijo Karin—. Tú siempre estás muy bonita, pero no
tienes vestidos tan lindos como mami. Ella tiene montones y montones de todo,
luego, los junta y los tira. Una vez oí a papi decir enfadado que mami sólo sabe
gastar dinero. Que por eso está con él, porque es lo único que quiere.
Amanda decidió no seguir con ese tema de conversación. Se acercó a su
pequeña maleta y sacó un abanico encantador que había encontrado en uno de los
viejos baúles en el cuarto vacío de su casa. Estaba decorado con pájaros y flores y una
serie de damas orientales.
—¡Esto es para ti para cuando tengas calor!
—¿Para mí? —Karin aplaudió encantada y su rostro se veía inocente y dulce—.
¡Es una belleza! Jamás había tenido un abanico.
—Lo necesitarás cuando salga el sol, sobre todo con ese cutis tan bello.
Karin comenzó a moverlo con gracia de un lado para otro como si lo hubiera
hecho toda su vida.
—La casa tiene aire acondicionado, ¿lo sabes?
—¡Bueno, eso me pone en mi lugar!
Karin se rió y Amanda hizo lo mismo.
—Tengo que felicitarte por la forma en que lo manejas.
Karin dio un pequeño salto para mirarse en el espejo deslumbrándose consigo
misma cuando se oyó la voz de su padre en la puerta abierta.
—¡Aquí estás!
Karin dio media vuelta y dijo con cierta timidez:
—Si, papi, ayudaba a Amanda a guardar sus cosas.

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—¡Eso no fue lo que yo oí! —hizo un gesto de impaciencia. Por encima del
pequeño rostro de Karin miró a Amanda—. ¿Por qué nunca puedo salir de esta casa
y esperar llegar normalmente?
—¿Eso implica una crítica hacia mí?
—¡Va a funcionar o no! La enfermera acaba de abordarme en el vestíbulo para
desahogarse. Casi no lo pude soportar y por lo que a ella respecta podemos
prescindir de tus servicios enseguida.
—Tal vez tenga razón —dijo Amanda temblorosa—. No hay necesidad de
violencia, me iré sin luchar.
—¡Magnífico! Ahora tú también te vas a poner sentimental.
Karin miró ansiosa a uno y al otro, luego se arrojó sobre Amanda y tiró de su
mano implorando:
—¡No puedes hacerlo! —exclamó.
—¡No quiero hacerlo!
—Cuéntame exactamente qué sucedió —preguntó Marc agotado—. Veo que
ahora Kar te ama, o imagina que te ama.
—¡Eso es consolador! —aceptó Amanda y se dejó caer en una silla—. Sabes que
Karin ha estado ansiosa por ver a su abuela y quiso hacerlo, eso fue todo. Yo regresé
a tiempo para contenerla; la táctica de la enfermera no funcionaba.
—Después de todo no es su trabajo —se encogió de hombros—. Es deprimente
que mujeres adultas no puedan manejar a una niña.
—¿No pudiste haberte llevado a Karin contigo?
—No creo que quisiera ir. ¿Ahora es a mí a quien juzgas?
—Sólo señalo que podías haberlo hecho.
—¿No se te ha ocurrido que mi reunión exigía toda mi atención?
—Llevaste a Pip.
—¡Lo sé! —Y de pronto se relajó—, Pip es un niño muy tranquilo; me sentiría
orgulloso de que fuera mío.
Karin movió la cabeza desilusionada y su padre la observó.
—¿Qué ocurre, nena?
No hubo respuesta.
Se dejó caer en la silla frente a Amanda y atrajo a la niña a sus brazos.
—¡Ven acá, dímelo!
Otro movimiento de cabeza y luego Karin comenzó a llorar… sollozaba con
suavidad, pero desalentada y triste.
—¿Es algo que yo hice? ¿Algo que dije? ¿Es por abuelita?

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—¡Tal vez es importante que le digas que también estás orgulloso de que sea
tuya! —intervino Amanda con suavidad.
—¿Es por eso? —Marc se lo preguntó a su hija con verdadero interés.
Karin lo abrazó con más fuerza y asintió con la cabeza.
—¡Pero, nena, mi orgullo por ti es lo primero!
Si lo que dijo fue sin querer, Amanda pensó que sería terrible sentirse lastimada
siendo su esposa. Era extraño porque a ella se le derritió el corazón al ver la ternura
en su rostro al hablarle a Karin. Apoyó contra el respaldo la rubia cabeza y los
observó. Karin ya no sollozaba, rodeaba el cuello de su padre con un brazo y
apretaba el rostro contra su pecho.
Marc levantó la vista hacia ella y, por un momento, Amanda pudo sentir los
fuertes latidos de su corazón. La sonrisa masculina fue reemplazada por cierta
mirada burlona. Observó fríamente a Amanda y ella tuvo la sensación de que la
tocaba.
—¡Así qué aquí estás! —Le dijo él con una voz apenas audible.
Los ojos verdes brillaron y trató de ser cautelosa. Tenía temor de contestar y
supo que él se había dado cuenta de ello, porque dejó escapar una breve risa irónica.
—¡Amanda al rescate!
—¿No estás enfadado?
—No tiene caso hablar del asunto, estoy abrumado —Karin seguía en su
maravilloso estado de encantamiento y Marc habló con suavidad por encima de su
cabeza—. Límpiate las lágrimas, nena, me imagino que irás a ver a tu abuela.
—¡Oh, papi, por favor! —Karin levantó la sedosa cabeza oscura.
—Entonces corre a arreglarte. Luego, hazle compañía a Pip hasta que vaya por
ustedes. ¿Entendido?
—¡Sí! —contestó Karin, convencida—. ¿Irá también Amanda?
—Sí, no puedo luchar contra ella.
—¡Eres chistoso! —Le dijo Karin cuando se fue saltando.
Después que la niña se alejó hubo un silencio significativo, luego una tensión a
la que Amanda no se podía sustraer. Marc estaba parado en medio del cuarto.
—No es muy sabio pedirte que me ayudes a resolver mis pequeños problemas.
—¡Lo hiciste antes!
—Eso fue antes que se me ocurriera la loca idea de tratar de hacerte el amor.
—Estoy segura que no querrás hacerlo de nuevo.
—¿Es lo que tú crees? Eres el tipo de mujer a la que un hombre le gusta hacer
sufrir por el sólo placer de besarla mejor, porque es demasiado tierna y deseable. En
cuanto entré, supe que debí obligarte a que te fueras enseguida.

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—¡Todavía puedes hacerlo! —El color inundó su piel y se puso de pie de un


salto cómo si la hubiera lastimado—. Espero que Karin entienda, díselo tú… yo no
puedo.
—¡Entonces será mejor que lo haga! —dijo con arrogante sencillez—. No puedo
dejar que te comprometas.
—¡Ya estoy comprometida!
—No profundamente, ¿o sí?
Al igual que Karin, no le pudo contestar y entonces él dijo gentilmente:
—Acércate a mí, pequeña.
Ella se ruborizó en forma alarmante y se pasó la lengua por los labios para
ganar tiempo. El hombre que la miraba ya no estaba apartado. Había sensualidad en
su rostro al mirarla, una expresión de crueldad y ternura que la embriagó y la
excitaba.
Para su horror, el salvó la distancia que los separaba, levantó una mano y con la
punta de los dedos le acarició el cabello levantándole después el rostro.
—¿Entonces no me tienes miedo?
—Sabes que sí.
—Sería muy fácil arruinar tu vida, pero no lo haré.
—¡Yo sólo quiero ayudarte! —Su corazón le latía con fuerza y de pronto supo
que si la tomaba en sus brazos iría con él a cualquier parte.
—¡No! —dijo él con rudeza y le echó dolorosamente la cabeza hacia atrás.
Los ojos de Amanda se llenaron de lágrimas y protestó con voz ahogada.
—¡Por favor, Marc, suéltame!
—¡Yo no dije que podías llamarme Marc con esa dulce vocecita de niña!
—¡Oh, por favor! —suplicó de nuevo porque él seguía sin soltarla y la
lastimaba.
—¡Por ti… cualquier cosa! —dijo con amargura—. Ya estás medio enamorada
de mí ¿no es cierto?
—¡Maldito seas, no lo estoy! —Se alejó de él con el rubio cabello desordenado—
. ¡Eres un hombre cruel! ¡Un hombre cruel y casado!
—¿Si soy tan cruel como dices, por qué entonces no dejó que te quedes?
—¡No te molestaré para nada! —Amanda se cubrió el rostro con las manos
como si quisiera dejar de ver su perturbadora presencia.
—Sé que lo dices en serio, Amanda, pero tal vez no lo logres. Tú eres una chica
hermosa y yo soy un hombre cruel, ¿o no?
—Puedes ser muy tierno con tu hija —y lo dijo en tono melancólico—. Me
gustaría ver a tu madre, fue muy amable conmigo. ¿Sabías que… me mandó una
notita?

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—Algo muy de ella. Me costó trabajo evitar que fuera a verte, también Jenny te
dejó una carta.
—¡No la recibí! —Se volvió para mirarlo preocupada.
—No me sorprende. La rompí.
—¡No tenías derecho! —dijo con fervor y se limpió una lágrima de la tersa
mejilla.
—Mi querida niña, lo hice por tu propio bien. Es obvio que tú no sabes cómo
cuidarte —se dirigió rápido hacia la puerta—. Por todos los cielos, en este momento
te estás desgarrando a pedazos. Quédate un día o dos, Amanda, puedo soportarlo.
Luego, definitivamente te irás a casa, y lo siento, pero no voy a tenerte en el Centro.
Quise ayudarte la primera vez que te vi, entonces sólo eras una niña. Quiero
ayudarte ahora, aunque no lo creas. Mi arreglo inicial para tu futuro me parece bien.
Piénsalo, yo siempre consigo lo que quiero.
—¡No conmigo! —exclamó.
—¡Eres muy valiente separados por un cuarto!
Era aterradora la atracción que ejercía sobre ella y se volvió casi frenética para
coger su cepillo con mango de plata y pasárselo con rudeza por el revuelto cabello.
Todavía podía sentir el contacto de sus dedos contra su cuero cabelludo.

Amanda no estaba preparada para la profunda sinceridad que mostró al darle


la bienvenida la señora Chandler. Recostada en las almohadas se veía mucho más
vieja y frágil que la última vez que Amanda la vio. A los niños se les había permitido
verla por un momento y darle un beso de buenas noches, luego Marc le hizo señas a
Brenda para que los llevara a preparar para la hora de dormir. Se fueron muy
callados y con timidez por la evidente fragilidad de su abuela y Amanda supo que
ninguno de los dos daría el menor problema esa noche.
Cuando los niños se fueron y la puerta volvió a cerrarse la señora Chandler le
pidió a Amanda que se acercara a la cama y miró el encantador e inteligente joven
rostro que la observaba preocupado y compasivo.
—Amanda, para mí es un gran consuelo saber que estás aquí —murmuró la
anciana.
—No tiene por qué preocuparse de nada —contestó Amanda.
La señora extendió una mano y la joven la aprisionó.
—Prométeme que te quedarás hasta que yo esté bien para poderme levantar de
nuevo.
—No necesito prometerlo. ¡Usted sabe que lo haré!
La voz de Marc estaba calmada pero en ella hubo una corriente oculta llena de
sentimiento.

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—¡La estás comprometiendo, mamá!


—¡No sólo por mí! —agregó en forma extraña la señora—. Jamás confiaría los
niños a Caroline.
—¡Cielos, mamá, ése es nuestro problema! ¿O no? —preguntó Marc,
exasperado.
—¡Mi querido hijo!
Marc se le acercó y le aprisionó la otra mano.
—Para mí eres demasiado valiosa, sólo mejórate.
—Lo haré, querido. Cuida a Amanda y ella cuidará a los niños. Ahora, váyanse
ambos, estoy cansada.
Cerró los párpados y casi al instante la enfermera tocó la puerta trayendo el
medicamento de la señora.
—Creo que su madre debe descansar ahora, señor Chandler.
—Sí. En caso de necesidad, ¿me despertará enseguida?
—Espero que pase una noche tranquila, pero de no ser así, por supuesto que se
lo haré saber —recorrió a Amanda con la mirada, luego fijó los ojos en el hombre
atractivo que hacía tan desgraciada a su señorita Caroline.
—¿Y mi esposa?—preguntó él.
—Durmiendo tranquilamente. Tuve que darle un sedante, estaba muy
perturbada.
Al oír eso, la señora Chandler parpadeó, pero su hijo nada dijo.
—Entonces, buenas noches.
—Buenas noches, señor Chandler. Señorita Raymond.
Amanda movió la cabeza sin quitarle los ojos a la frágil figura en la cama.
Aunque parecía increíble la señora había puesto toda su confianza en ella y decidió
que la mantendría libre de toda ansiedad hasta que se aliviara de nuevo.
Marc le puso una mano sobre el hombro guiándola hacia la puerta. Durante un
instante al volver a mirar a su madre su mano apretó con fuerza a Amanda y ella
sintió la tensión y la ansiedad que había en él. La señora levantó una mano pálida y
sonrió y Amanda le sonrió de nuevo. La enfermera, al lado de la cama los miró con
dureza, luego se volvió hacia su paciente y la expresión se le suavizó.
—¿Se siente mejor? —le preguntó.
—¡Mucho mejor, gracias a Dios!
Marc cerró la puerta, se veía desconcertado y molesto como si todos sus planes
se hubieran venido abajo.
—Si se muere…
—¡No se va a morir! —A pesar de sí misma, Amanda le puso una mano en el
brazo y sintió el calor de su piel.

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—Voy a salir de nuevo —refunfuñó.


—¿Adónde?
—Sería tan fácil poseerte.
Su voz fue como un latigazo, parecía que nada podía saciar esa vitalidad.
—Entonces no me conoces.
—¿Ah, no?
—Buenas noches, señor Chandler. ¡Le prometí a tu madre quedarme hasta que
se aliviara y no voy a permitir que hagas las cosas más difíciles para mí!
Había electricidad en el aire y ella giró dirigiéndose a lo largo del corredor
como si el Príncipe de la Oscuridad la persiguiera. No había cenado, pero no tenía
hambre. Lo que deseaba era su cama, su propia cama, sola, no casi ahogándose en los
ojos brillantes de un hombre. Todo estaría mejor cuando conociera a la joven señora
Chandler y ese mundo de emoción cesara de pronto. Marc estaba casado, feliz o
infeliz, le pertenecía a otra mujer y ella no iba a olvidarlo. Él también tenía que
aceptarlo, aunque deseó que no lo hubiera dicho en forma tan brutal. Era sólo una
oscura fantasía y ella tenía que acabarla. Al día siguiente llamaría a Rob, que no la
excitaba, pero la quería y tenía derecho a hacerlo.

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Capítulo 6
Karin pasó una noche tan intranquila, que Amanda se vio forzada a llevársela a
su cama para calmarla. La joven comprendió que Karin era una niña muy alterada y
que tal vez era una tonta en pensar que podría hacer un milagro con ella. Karin tenía
padre y madre, mientras que ella había quedado huérfana desde muy chica. Pero
hubo paz y risa con su amada tía, brazos amorosos para estrecharla. La entristecía
pensar que tales cosas no las tenía Karin porque la misma niña le dio a Amanda la
clave de la personalidad de su madre. No podía existir una criatura que no cambiara
la belleza por la bondad. En eso consistía ser madre, en tener la ternura y fuerza para
inspirar confianza y un profundo amor.
Karin habló y tembló durante más de una hora, luego se durmió, pero dejó a
Amanda mirando hacia la oscuridad, obsesionada por lo que la niña había dicho. Por
fin, ya agotada, ella también se durmió y ninguna de las dos se movió hasta que la
puerta de la alcoba de Amanda se abrió de golpe un poco antes de las siete de la
mañana. La joven se despertó al instante, se puso de pie y cogió su bata.
La luz del sol de la mañana la bañó en toda su deslumbrante belleza
acentuando la impecable piel joven, el esbelto cuerpo de la muchacha, y la brillante
cascada de cabello rubio. Una mujer estaba parada ahí mirándola arrogante, casi
frenética de furia.
—¡Cómo se atreve! —Y cruzó la alcoba hacia donde estaba su hija todavía
soñolienta y desconcertada—. ¿Qué haces aquí, Karin? —Estiró las manos para coger
a la niña y ésta comenzó a luchar de inmediato.
—¡Señora Chandler! —exclamó Amanda tratando de mantener calmada la
voz—. Karin tuvo una pesadilla y no podía dormir.
—¡No me hable! —Casi gritó Caroline mientras Karin empujaba a su madre
para bajarse de la cama y exigir la protección de Amanda.
—¡Cómo se atreve a apoderarse de mi hija! ¡Cómo se atreve a causarme un
momento de ansiedad!
—¡Lo siento mucho! —Amanda parecía abrumada por el tono terrible y las
manchas carmesí en las pálidas mejillas—. Karin necesitaba que la tranquilizaran y
yo estaba despierta.
Caroline seguía mirándola, enfurecida.
—¿La he visto, no es así?
—El doctor McGilvray pensó que tal vez pudiera ayudarla con los niños —
explicó Amanda.
Caroline se rió y cosa increíble los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Está tratando de quitármela, ¿no es cierto?
—¡No! —protestó Amanda—. ¿Cómo podría?

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—Marc la trajo aquí, ¿o no? —preguntó Caroline triunfante—. A él no le


importa cómo me lastima. Da órdenes y todo el mundo obedece.
Amanda podía haber llorado por ella, se veía tan frágil y amargada, su bata
azul caía apartada del exquisito camisón y revelaba la extrema delgadez de su
cuerpo.
—La señora Elizabeth Chandler me pidió que me quedara —respondió
Amanda con un tono que se oyó tan honesto que Caroline frunció el ceño.
—¿No Marc?
—No creo que el señor Chandler quiera que me quede más de unos cuantos
días, o sólo hasta que su madre esté mejor.
—¡Esta criatura por poco la mata! —Caroline miró a la niña con ojos
acusadores.
—¡Eso no es cierto! —dijo Amanda con rapidez y trató de no parecer
escandalizada.
—¿Cómo lo sabe si no estaba aquí?
—¡No, mami! ¡Ya dije que lo sentía! —Karin se volvió y se apoyó en Amanda,
quien asió a la niña con firmeza y se quedó mirando a la hermosa y demacrada
mujer.
—¡Muestre una poca de misericordia! —Le rogó Amanda.
—¡Misericordia… Dios mío! —Caroline elevó la voz y la tensión de su cuerpo
sugirió que eran grandes sus sufrimientos—. ¿Alguien se apiada de mí?
Amanda la miró, callada. Por intuición y experiencia, sabía que Caroline se
sentía atormentada y sin embargo parecía disfrutar su papel, como una gran actriz
que se siente posesionada.
—¿Por qué no vas a ver si Pip está despierto? —Le dijo Amanda a la niña
tratando de que su voz se oyera natural.
—¡Se quedará aquí! —Ordenó Caroline y eso fue suficiente para su pequeña
hija, Karin volvió la cabeza para mirar el rostro de su madre y luego lo volvió
enseguida hacia Amanda como si fuera a ahogarse.
—Señora Chandler, ¿no podemos hablar de todo esto cuando Karin no esté
aquí?
Caroline no dijo nada y miró a la joven. No llevaba maquillaje y su piel se veía
blanca como la de un muerto. Había algo terriblemente desconcertante en su mirada,
una insistencia que no era normal.
—¡Señora Chandler! —La frase se le escapó involuntariamente a Amanda con el
tono que usaba en el Centro cuando algo sucedía con uno de los pacientes.
Caroline desvió la mirada y la dirigió a la temblorosa niña.
—¡Esta niña causará mi muerte! No se deje engañar por la forma en que actúa
ahora. ¡Es un pequeño diablo!

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Los verdes ojos de Amanda provocaron a la señora Chandler.


—Si voy a hacerme cargo de ella me gustaría discutir sus pequeños problemas
en privado. ¿No ve que está temblando y está asustada?
—¡Más vale que así esté! —replicó Caroline con brevedad—. Y créame, sea
usted quien sea, no se quedará.
Karin dejó escapar un grito que hizo que le diera un vuelco al corazón de
Amanda. Deseó ser lo bastante fuerte como para cargar a la niña y salir corriendo con
ella del cuarto, pero tenía que pasar junto a Caroline y sabía que ésta, que era
bastante fuerte y estaba demasiado furiosa, lo impediría.
—¡Apártate de allí, Karin! —Exigió Caroline acercándose a ambas como un
animal en acecho.
—Hasta que el señor Chandler me diga lo contrario, Karin se quedará a mi
cuidado.
—¡Por supuesto! —Caroline se detuvo y dijo en voz alta—. Todo el tiempo se
trataba de Marc. Él la escogió… ¿Tiene algo que ver con él?
—¡Con quien tengo que ver es con Karin! —la contradijo Amanda sin
moverse—. Y tengo la intención de hacer lo mejor que pueda por ella.
La presencia temblorosa y muda de Karin le dio a Amanda todo el valor que
necesitaba. Bajo ninguna circunstancia le entregaría ahora la niña a la madre. Era
obvio que en el humor en que estaba, Caroline atemorizaba a su hija.
—¿Quiere decir que me desafía en mi propio hogar? —preguntó Caroline con el
cuerpo tan tenso como si fuera a saltar.
—No la desafío, señora Chandler —replicó Amanda con tranquilidad—. Sólo
trato de pensar lo que es mejor para Karin.
—Usted… usted.
Amanda se encogió, pero no soltó a la niña. Exactamente en ese momento la
enfermera entró apresurada y mencionó el nombre de Caroline.
—¡Señorita Caroline!
Caroline se volvió con la boca abierta y gritó lastimosa.
—¡Me quiere quitar a mi hija!
—¡Eso lo veremos! —declaró la enfermera—. No se preocupe usted, yo me
encargaré de ello. ¡Y ahora, jovencita —habló con firmeza a Karin que estaba de
espaldas—, acércate a tu madre!
Karin se quedó sin fuerza y Amanda disipó sus propios temores.
—¡No se meta en esto, enfermera! —La miró fijamente con desagrado—, ¡Karin
es mi responsabilidad!
La enfermera movió la cabeza, incrédula.
—¡Qué descaro!

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—¡Vamos, salga de este cuarto!


—¡La audacia! —La enfermera tartamudeó y casi no pudo respirar. Miró a la
silenciosa Caroline para que la apoyara, pero Caroline se veía muy mal.
—Parece que la señora Chandler no se siente bien —señaló Amanda—. Siento
que haya pasado esto, sobre todo porque Karin estaba dormida, pero ahora no es el
momento adecuado para hablar. Cuando la señora quiera, estoy dispuesta a hablar
con ella a solas.
—¡Es usted una chica muy curiosa! —respondió Caroline de pronto—. ¡La
persona más curiosa que jamás conocí!
La enfermera se le acercó y trató de tranquilizarla.
—¡Ya no estará aquí esta tarde!
—¿Conque dando órdenes, enfermera?
El susto dejó sin habla a la mujer. Giró en redondo y vio a Marc parado en la
puerta con una expresión de superioridad.
—Le ruego disculpe, señor Chandler, pero esta joven ha estado perturbando a
su esposa.
—¡Mucho que eso le importa a él! —respondió Caroline.
Marc entró en el cuarto muy seguro de sí mismo y nada amable.
—Sugiero que permitamos que la señorita Raymond tenga la intimidad de su
alcoba. Me siento un poco culpable porque no la preparé para la posibilidad de estos
disturbios mañaneros —apenas si miró a Amanda y luego pasó a su lado y cargó a
Karin.
—Papi tiene que ir a trabajar ahora, Pip todavía está dormido. Ve y acurrúcate
sin hacer ruido a su lado hasta que Amanda vaya por ti. Se va a quedar a cuidarte y
voy a poner un coche a su disposición. El día está bonito para ir a un picnic y cuando
regrese a casa estoy seguro que tendrás muchas cosas que contarme.
—¡Te quiero! —dijo Karin en un susurro tembloroso.
—¡Sigue queriéndome, nena! —Le dijo y la puso en el piso—. Vete por la puerta
lateral.
—Sí, papito.
Karin se fue y Amanda se sintió enferma de compasión. Miró a Marc consciente
de que llevaba puesta su delgada ropa de noche, pero tranquila al ver su controlada
expresión.
—Señor Chandler, ¿quisiera aclarar antes de irse que si voy a ayudar a Karin no
podemos seguir teniendo estas escenas?
Caroline se rió devorando a su esposo con los ojos.
—¡La oíste, me prohíbe ver a mi hija!

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—Señora Chandler, lo que quiero decir es que no puedo permitir que la


enfermera Mellon interfiera o haga escenas frente a los niños.
La enfermera levantó un rostro resentido y escandalizado.
—¡Créame, señor Chandler, sólo actuaba para que todo saliera bien! Esta joven
mujer… jamás la oyó usted… le habló muy irrespetuosamente a la señora Chandler,
yo no podía permitirlo.
—¡Por supuesto que no! —replicó Marc con suavidad—. ¿Está segura que
quiere quedarse ante tales circunstancias?
La enfermera dijo ansiosa.
—La señora Chandler me necesita —insistió.
—¿Mi madre?
—Por supuesto, señor. También la señorita Caroline. Después de todo, fui
contratada para cuidarla.
—¿No cree entonces que lo mejor es evitar estos disturbios?
El delgado cuerpo de Caroline se estremeció.
—La extrañé, fui a su cuarto pero no estaba. Cada día me aterroriza más pensar
que pueda bajar hasta el río y ahogarse.
—¡No! —dijo simplemente Marc—. Mientras estés aquí, Amanda, tal vez
podrías enseñar a Karin a nadar. Pip por supuesto sabe, la casa de mi hermana es
diferente a ésta.
—¡No lo permitiré! —estalló Caroline con los labios pálidos.
—Tengo que hacer caso omiso de ese temor —dijo con dureza su esposo—. La
única forma de evitar ese tipo de accidentes es enseñando a los niños a nadar, y
mientras más pronto, mejor. Ya has asustado a Karin bastante en ese aspecto. Como
tú misma señalaste puede costarle la vida. Siento mucho que ayer no estabas bien
para conocer a Amanda, pero se quedará aquí por lo menos unas semanas.
—¿Ya lo decidiste?
—Así es —no quería discutir—. Puede irse, enfermera. Estoy seguro que desea
saber cómo está mi madre.
—Por supuesto, señor —respondió y se dirigió a la puerta.
—¡Pero le advierto, enfermera! —La voz de Marc la detuvo—. No permitiré que
mi madre se preocupe. Usted tiene sus obligaciones y confío en que las cumplirá
como es debido. La señorita Raymond está a cargo de los niños, es la única y es
responsable ante mí. Si hay algo que la molesta, siéntase en libertad de ir a hablar
conmigo del asunto. El doctor McGilvray vendrá hoy y si me necesita llame a mi
secretaria, me encontrará en cualquier lugar.
—Muy bien, señor.
—¿Nos vamos también, Caroline? —preguntó Marc y miró a su esposa.

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—¿Cómo puedo?
—Bueno, yo tengo que irme —se encogió de hombros y la tomó del brazo— y
tú tienes que irte conmigo.
—¡No creas que no puedo adivinar! ¿La has besado alguna vez hasta hacer que
su mente de vueltas y su cuerpo haga todo lo que tú deseas?
—Lo siento, ni siquiera me atrevo a pensarlo. Jamás te abandonaré, Caroline.
—¡Quieres hacerlo! —Caroline parecía más tranquila, agradecida por el brazo
que su marido le puso alrededor de los hombros.
—Recuerdo muy bien todas las veces que te he dicho y que no quiero volver a
repetir que jamás te abandonaré, jamás. Eres mi esposa, mi responsabilidad.
—La gente siempre habla —murmuró Caroline y dio un largo suspiro.
—Déjalos.
—¡Oh, Amanda! —Caroline ladeó la cabeza y sonrió ya no en forma peligrosa
porque la sostenía el brazo de su esposo—. Perdona la pequeña escena de esta
mañana. Soy una madre tan ansiosa que me asusté al ver que Karin no estaba en su
cama.
—Comprendo, señora Chandler —respondió Amanda, amablemente.
—¿Puedo ir a su picnic?—agregó Caroline—. Quiero ir.
—¿No vas a que te arreglen el cabello? —comentó Marc—. Tengo que agasajar
al senador Bradford y a su grupo. Llegarán en el vuelo de esta tarde.
—¿Sigues orgulloso de mí… como tu esposa? —Caroline lo miró temblorosa.
—Eres una mujer muy hermosa.
—¡Sí, lo soy! —replicó con placer—. Lo siento, Amanda, tendrás que llevar a los
niños sin mí.
—Tal vez otro día —dijo Amanda y Caroline asintió.
—Será agradable.
—¿Sabes manejar? —Marc la miró por encima de la cabeza de su esposa.
—Sí y tengo licencia. Teníamos un coche, pero resultó ser un lujo y tuve que
deshacerme de él.
—Mandaré uno durante la mañana. ¡Uno que puedas manejar!
—¡Gracias! —contestó con cierta sequedad preguntándose si habría un hombre
que no pensara que las mujeres y los motores de coche no se llevaran.
Él sonrió de pronto como si leyera sus pensamientos y ella deseó que se fuera.
Su rostro tenía una oscura fascinación que jamás sería para ella. Volvió la cabeza y al
momento se habían ido.
Al darse cuenta de lo temblorosa que estaba se sentó en un sillón. Hasta ese
momento había pensado en Marc como en un hombre duro y excitante,
contradictorio, tierno con su hijita y tal vez cruel con su esposa. Ahora sabía que se

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aferraba con tenacidad a su matrimonio. No se explicaba si porque era hombre de


honor o porque permanecía la flama del amor, jamás lo sabría, pero era asunto suyo
y tenía que olvidar el terrible significado de su pulso acelerado.
De lo único que estaba segura era que no podía abandonar a Karin ahora.
Tendría tiempo para ello cuando la señora Chandler estuviera mejor y ella tuviese
tiempo de realizar el pequeño milagro de estabilizar a una niña muy sensible que
había sufrido el comportamiento extraño de su madre. Sólo un tonto podía pensar
que sería fácil y Amanda no lo era. Lo que había que hacer era seguir con lo
planeado. Ese día un picnic, una recreación muy merecida para Karin, luego al día
siguiente establecerían un horario. Las horas de clase y ya que tenía la aprobación de
Marc, enseñaría a Karin a nadar.
Parecía que todos los temores de la niña los causara la madre y Amanda se
preguntó si Caroline habría sufrido alguna experiencia traumática que la hacía
temerle al agua y le impedía a su hijita acercarse a ella. Eso no debía continuar así,
sobre todo porque vivían junto a un río y con una magnífica piscina que semejaba
una joya en esos bellísimos terrenos. Si trataba a Karin con comprensión, todo
resultaría bien. Pip sería de gran ayuda.
Al pensar en los niños, Amanda se puso de pie. Había que hacer las cosas al
instante y ella era una institutriz con poderes limitados. Se lavaría y vestiría y luego
supervisaría el vestuario de los niños antes que todos bajaran a desayunar. Luego, si
la abuela de los niños estaba mejor, para dejarla tranquila, pasarían el día en el lago,
y entre los pájaros. Ella siempre los amó cuando era niña.

Amanda se enteró con detalle de la cena por los comentarios de Brenda a quien
le gustaba el chisme, luego por la señora Harper, quien se sintió muy orgullosa de
que el senador le llamara para felicitarla por la espléndida comida. La tarde la
pasaron en la mina observando las gigantescas palas cargar las enormes piedras de
mineral en los camiones que esperaban para transportarlas al molino, donde las
trituraban, quitaban el desperdicio y fundían la mezcla resultante con alto contenido
de cobre. Un gran porcentaje del metal producido en Mount Regina era usado por la
industria eléctrica y uno de los miembros del grupo era una autoridad del gobierno.
Amanda había visto la mina una vez en un recorrido que hizo su escuela, y como le
interesó el trabajo en cobre todavía tenía unas cuantas piezas que había martillado y
convertido en platos decorativos y en joyería.
Le dijeron que la joven señora Chandler se había visto radiante y Amanda
comprendió que tenía poderes de recuperación extraordinarios. Eran esenciales en la
primera dama de los Chandler porque ahora comenzaba la semana navideña y el
teléfono timbraba la mayor parte del día y de la tarde.
Para mantenerse con el sentimiento festivo general, Amanda no le daba a Karin
más de una hora de clase por la mañana, pero cuando terminaran las fiestas iba a
tener que estudiar más si quería ponerse al corriente con sus compañeros de clase.
Como Amanda sospechó, Karin era muy inteligente, aunque le costaba trabajo

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concentrarse y desdeñaba las matemáticas. Pip, por el contrario, dos años menor que
ella, resolvía todas las pequeñas sumas que su prima no podía con los que
demostraba su precocidad que provocaba accesos de cólera en Karin que tanto él
como Amanda trataban de ignorar. Sin tener un público que se angustiara Karin se
veía forzada a abandonar esas exhibiciones de mal humor y tenía que comportarse
como un pequeño ser humano razonable. Cuando lo hacía, era encantadora, pero
todavía había ocasiones en que se portaba obstinada y resentida y hasta el momento
no había querido tomar clases de natación; Amanda, que sintió su temor, no la forzó.
Ella y Pip nadaban todos los días y Karin se acercaba cada vez más al agua por
propia voluntad.
Los eventos se sucedían y Amanda no estaba incluida en ninguno de ellos,
aunque no esperaba estarlo. La anciana señora Chandler mejoraba de salud pero
parecía depender de las visitas diarias de Amanda con los niños y de las pequeñas
consultas rápidas que lograban hasta que la enfermera encontraba alguna razón para
ir a ver a su paciente. Según los sirvientes, Karin se comportaba como un angelito sin
precedentes y Amanda estaba contenta con ese resultado. También la abuela, quien
un día se levantó un rato de la cama para ver el árbol gigantesco que Amanda y los
niños habían decorado.
Amanda veía poco a Marc, estaba segura que la evitaba, aunque ella deseaba
desesperadamente que no se tomara la molestia de hacerlo. Toda su mente estaba en
los niños y casi le divertía ver a Caroline salir de la casa y entrar siempre
fabulosamente vestida seguida por Lee, tambaleándose bajo el peso de los abultados
paquetes envueltos en alegre papel de navidad y las cajas decoradas con listones y
esferas.
Llegó la Nochebuena y Rob y Amanda irían a una fiesta. Se sorprendió cuando
le hizo la invitación, porque le había dicho lo que pensaba de su posición en casa de
los Chandler. Rob era demasiado posesivo a pesar de que ella no lo alentó para que
lo fuera, aunque fue un alivio salir con él el día que celebraban una fiesta grande en
la casa.
Con el salario, bastante espléndido, que recibía como institutriz de los
Chandler, Amanda se compró un vestido de fiesta, entusiasmada, al ver a Caroline
ponerse todos los días ropa encantadora. No es que pensara que alguna vez podría
verse como esta señora, con su extraña y exótica belleza, ella sólo era Amanda o
Mandy, como los niños la llamaban ahora. De todas maneras, el vestido estaba muy
bonito y después de mirarse en el espejo entró en la salita donde los niños veían la
televisión para mantener la promesa que les había hecho.
Ambos levantaron los sonrientes rostros al mismo tiempo.
—¡Estás muy hermosa! —exclamaron los dos al unísono. Pip sin ninguna
limitación y Karin mirándola de arriba abajo.
—Desearía que pudieras usar algunas de las joyas de mami. Tiene
demasiadas… y no es porque esa cadena no se te vea bonita.
—Me gustas así como estás —dijo Pip para tranquilizarla—. ¿A quién le
importan las tontas joyas?

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—¡De seguro no a niños chicos! —Karin se oyó sarcástica. Se levantó de un salto


de la silla para palpar uno de los dobleces del vestido de Amanda—. ¡Esto es un
sueño! Me encanta verte con trajes vaporosos. Debías ponerte una flor en el pelo.
—¡Yo te traeré una! —ofreció ansioso Pip.
—¡No ahora, querido! —Amanda se rió—. ¡Los invitados estarán llegando a la
fiesta!
—¿Y por qué no vas tú? —preguntó Karin por enésima vez.
—¡Ya te dije! —Amanda dejó de girar para beneficio de Pip y le palmeó la
mejilla a Karin—. Yo soy parte del personal, trabajo aquí. Esta gente es toda amiga de
papi y mami.
—Yo también creí que era muy curioso —Pip apagó la televisión para poder
participar mejor en la discusión—. Me sorprende que no te importe.
—¡Pues no me importa! —respondió Amanda con ligereza—. ¡Arriba, arriba,
arriba! Me prometieron que se irían temprano a la cama porque mañana tendrán un
día grande.
—¡Eso espero! —exclamó Pip con ojos brillantes de expectación—. Mami y papi
dejaron todos mis regalos con tío Marc y van a llamarme de donde estén, aunque sea
del Polo Norte.
—¡Tonto! —Se burló Karin—. ¡Sabes muy bien que están en Italia!
—Va a ser fabuloso oírlos ¿verdad, querido? —Amanda le sonrió a los
hermosos ojos del niño conmovida por el parecido de Pip con el tío Marc.
—Prometieron que la próxima vez me llevarían cuando me alivie de la
bronquitis.
—¡Maravilloso! Ahora tengo que irme, así que a la cama. ¡Primero tú, Pip y
luego Karin!
Más tarde, cuando bajó la escalera, Rob ya estaba ahí en animada conversación
con Caroline.
Se detuvo, admirado, cuando vio a Amanda, y revelando un enamoramiento
que Caroline también tuvo que volverse para mirarla.
—¡Oh, estás ahí, Amanda! ¡Te veo maravillosa! —Se lo dijo con mucha dulzura
y sin embargo, de pronto se sintió Amanda menos segura de sí misma. Caroline
usaba un entallado vestido dé jersey negro con toques carmesí en el corpiño y el
collar y los aretes haciendo juego dejaban escapar un brillo cegador a la luz del
candelabro del techo. La veía esplendorosa y muy confiada en sí misma, como las
mujeres ricas siempre se muestran.
Amanda no contestó pero les sonrió a ambos. Se oía el ruido de los coches que
llegaban al camino privado y voces en el jardín. Rob seguía arrobado, mirando a
Amanda, cosa que a la chica le pareció curiosa ya que estaba al lado de Caroline. De
pronto ésta le asió un brazo a Rob.

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—No deben irse y dejarnos. Estoy segura que si se lo pide a Amanda consentirá
en quedarse.
Amanda no pudo decir que no la habían invitado, y por la mirada de Rob,
pensó que era una idea espléndida.
—¡Qué amable de su parte, señora Chandler!
—¡La verdad es que la fiesta necesita otro hombre joven bien parecido! —
Caroline le sonrió a Rob estableciendo una cálida intimidad y luego le dirigió una
breve mirada a Amanda—. ¡Quédense, Amanda, me hará feliz que lo hagan!
Sencillamente no era cierto ¿o sí lo era? Caroline era una mujer muy extraña y
algo de ella hizo sentir muy incómoda a Amanda.
—¡Es muy amable de su parte, señora Chandler! —Amanda repitió las mismas
palabras de Rob—. Pero nos esperan en otra fiesta, ¿verdad, Rob?
—Podemos deshacernos de ese compromiso —contestó él quien siempre
buscaba colocarse socialmente—. Relájate Mandy, estoy seguro que a la señora
Chandler no le importará que llame a mis amigos. Ellos entenderán.
—¡Adelante! —exclamó Caroline con alegría—. Use la extensión en la biblioteca
y así no lo molestarán, Amanda le mostrará el camino.
—¡Gracias! —Rob agarró a Amanda del brazo y ella pudo darse cuenta de su
excitación.
—Es por este lado —le dijo con frialdad.
—¡Querida! —Miro su hermosa y brillante cabeza.
—¡Y no creo que comprendería si yo fuera el amigo que da la fiesta! —agregó
ella.
—¡Tú eres una persona muy correcta! A ellos no les importará, créeme, sobre
todo cuando les diga que nos invitaron a la Casa Grande.
—¿Una invitación de último minuto? —dijo Amanda con brusquedad.
—¿Y qué hay de malo en eso? —Rob le sonrió y se veía muy atractivo con su
ropa de etiqueta—. Uno tiene que aprovechar las oportunidades. ¡Tú lo propiciaste
querida!
Se alejó de él y lo hizo disculparse enseguida.
—¡Lo siento, Mandy! Todo el día estuve con deseos de verte, no lo echemos a
perder discutiendo. Te veo bellísima, como la primavera y tus ojos son tan verdes
como las hojas de tu vestido —la recorrió toda—. ¡Es un vestido muy bonito… muy
femenino!
—¡Costó bastante! —Trató de decir con ligereza.
—¿Y todo lo planeaste para mí?
Reconoció la malicia en su voz y se dirigió a la biblioteca para encender la luz.
Rob la siguió y silbó con suavidad al mirar a su alrededor.

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—¡Todas las buenas cosas de la vida! ¡Qué casa! Casi se tiene uno que poner
verde de envidia.
—No yo —respondió sincera—. ¿Sabes el teléfono de tus amigos?
Rob caminó detrás del enorme escritorio de caoba y sonrió.
—Toda mi vida he querido un escritorio así.
—¿Entonces por qué no tratas de conseguir uno?
—Porque se necesita mucho dinero y el lugar apropiado para ponerlo. Cálmate,
cariño, parece que estás buscando pleito cuando yo todo lo que quiero es paz. ¡Y
amor! —La miró sonriendo.
—Te dejo para que hables —Amanda comprendió que no deseaba escuchar su
conversación—. Como vamos a quedarnos iré a hablar con la señora Chandler.
—¿Con Caro?
—Con la señora Elizabeth Chandler —corrigió, casi agradecida. Comenzaba a
dejar de sentirse excitada para ponerse inquieta. Unos minutos en compañía de la
señora la calmarían. No tenía deseos de estar en ninguna fiesta, hubiera preferido
quedarse leyendo en su cuarto. La enfermera no estaba, le habían dado permiso para
visitar a su única pariente, una hermana viuda. A Amanda no le preocupó dejar a
Rob solo un rato. Era lo bastante listo para cuidarse.
Tocó con suavidad en la puerta de la alcoba de la señora y oyó una voz calmada
decir:
—¡Pase!
Entró mostrando una sonrisa que desapareció al ver a Marc inclinado sobre la
cama de su madre. A la luz de la lámpara, su rostro se veía anguloso y sombreado.
Jamás, jamás podría ser inmune a él por mucho que tratara. Las miradas de ambos se
encontraron a través del pequeño espacio y, durante un segundo, ella descubrió
cierta emoción en la mirada masculina. Luego, él se enderezó y dijo burlón:
—¡Bien, bien, la pequeña Amanda! ¿Lista para salir esta noche?
Con que facilidad la hería. Ella echó la cabeza hacia atrás viéndose casi etérea
contra el oscuro panel de la puerta.
—Sólo quería darle las buenas noches a la señora Chandler.
—¡Qué suerte tiene ella! ¡Acércate, Amanda, no voy a morderte!
—¡Marc! —La voz de la señora se oyó calmada, pero implacable. Le hizo un
gesto a la muchacha para que se acercara a la cama con los ojos sonrientes y el cabello
gris-plateado muy bien peinado—. Eres una buena chica, Amanda y te veo
encantadora. ¿Qué ocurre?
—¡Tal vez está enamorada! —agregó Marc para provocarla—. ¿No ha llegado
Courtney todavía?
—¡Ah, sí! —Amanda levantó la cabeza.
—¿Y bien? —Su sonrisa se endureció mientras su madre miraba a uno y a otro.

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—¡Debiste estar allí! —contestó Amanda ligeramente molesta—. La señora


Chandler nos invitó a la fiesta.
—¿De veras?
—¡Debió hacerlo hace años! —respondió la anciana con firmeza—. Ve y
diviértete, Amanda.
Ella trató de hablar y se dio cuenta que estaba a punto de llorar.
—¡Es que yo… yo… no sé!
—¡Tonterías! —Elizabeth Chandler le asió una mano oprimiéndola—. ¿Crees
que es una especie de juego cruel, criatura?
—No, por supuesto que no —protestó sin querer causarle a la madre de Marc la
menor ansiedad.
—¿Entonces por qué tienes los ojos llenos de lágrimas? —preguntó Marc, tan
atractivo, que ella lo odió.
—¡No están! —Lo miró, molesta y un encantador rubor le tiñó las mejillas—.
¡Qué hijo tan terrible tiene, señora Chandler!
—Lo sé, pero lo amo y sólo quiero que sea feliz.
—¡No tiene aspecto de serlo! —dijo Amanda como una niña agitada.
—¿Y ésa es una novedad? —preguntó Marc un poco cáustico, luego se agachó y
besó la mejilla de su madre—. Buenas noches, mamá, que duermas bien.
—Buenas noches, querido —levantó una mano y le acarició el cabello.
—Buenas noches, señora Chandler —se despidió Amanda con cariño—. Gracias
por ser siempre tan amable conmigo.
—¡Mi querida niña! Tú eres quien hace más fácil mi progreso al ser tan buena
chica, —estaba sorprendida.
—Nadie va a discutirlo. ¡Vamos pequeña, si tienes que ir a la fiesta, ven
conmigo!
—¡Dios los bendiga a ambos! —La señora levantó una mano y sonrió.
Afuera en el corredor, difusamente iluminado, Amanda se sintió impulsada a
decir:
—Siento si es que tú no querías que estuviera en la fiesta.
—¡Ni llorar es bueno ahora! —Su mirada arrogante le recorrió la cara y los
tersos hombros como si el sólo verla lo irritara.
—Quiero que sepas que yo no tenía deseos de asistir.
—¡Porque eres lista! ¡Sólo procura estar tan lejos de mí como puedas!
Amanda se sintió palidecer e inclusive tambalearse y de pronto él la sostuvo
cerrando las manos sobre los delicados hombros.
—¡Ya basta!

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Emitió un quejido y cerró los ojos.


—Odio cuando te portas tan cruel. ¡Es tan innecesario!
—¿Lo es? —respondió tenso lastimándola tanto que ella tuvo que hacer una
insinuación para que aflojara los dedos.
—¡Me siento bien! Ni siquiera miraré hacia donde estés, lo prometo —mentía.
—¡Oh, por favor! Me sorprende que Courtney se quiera mezclar con mis amigos
cuando te encuentra tan deseable.
—¡Haces que se oiga extraño! —respondió con ironía y se alejó de él.
—¿Qué cosa? ¿Qué te desee tanto?
—Eso es asunto mío y tú no eres quién para aprobar o desaprobar —agregó
ella, imprudente.
—¿Y por qué debe importarme? —Le preguntó con un tono desagradable.
Ella tragó con dificultad consciente del antagonismo entre ellos.
—Estoy dispuesta a irme de esta casa cuando digas.
—¿Ahora que casi eres indispensable?
—¡No lo creas!—Amanda negó con la cabeza.
—No quiero que lo hagas ¡todavía! Me siento obligado a decirte, Amanda, que
estoy profundamente agradecido por la forma en que manejas a los niños y
proporcionas cierta tranquilidad a mi madre. Cuando te sientas más tranquila,
tendremos una larga conversación al respecto.
No había manera que pudiera contestar a su arrogancia, ella estaba temblando
y él muy controlado.
—¿Me perdonas? —Trató que su voz se oyera normal.
—Encantado de hacerlo.
Amanda no esperó más. Casi voló a lo largo del corredor y bajó por la escalera,
donde Rob la esperaba ansioso.

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Capítulo 7
El día de Navidad Amanda despertó temprano después de unas cuantas horas
de sueños desagradables en los que Marc era la figura más importante. La fiesta fue
un evento que la desilusionó porque Caroline usó todas las ocasiones posibles para
humillarla sutilmente haciendo que se enteraran de la verdadera posición de
Amanda en la casa, la de una empleada. A muchos de los invitados no les importó;
cualquier chica tan bella y amable como Amanda podía encontrar amigos y los tíos
de Marc, Clive y su esposa, se portaron gentiles tratando de desviar la conversación
para suavizar el efecto que pudieran causar las que parecían inocentes provocaciones
de Caroline.
Casi demasiado tarde, Rob comprendió lo que sucedía, la venganza detrás de
las brillantes y vacías sonrisas de Caroline, así que su velada también se echó a
perder porque le dejó un sabor amargo. En el momento que tomó a Amanda en sus
brazos y la besó para darle las buenas noches le dijo con bastante brutalidad que su
instinto de auto preservación no funcionaba adecuadamente. En su opinión, Caroline
era una mujer amenazadora a pesar de su belleza y estaba loca por su esposo fuera
por amor o por odio.
Amanda, acostada en su enorme cama, miraba el rosado dosel embellecido con
un dibujo de ramas con flores. Un espeso marco dorado colocado en la pared
devolvía su imagen. Se veía pálida, con ojeras, una chica diferente de la que llegó a
esa casa unas semanas antes. A pesar de lo mucho que ayudaba a Karin y a su vez a
la anciana señora Chandler, tendría que irse. Durante la fiesta, ni siquiera intentó
dirigir la mirada a Marc, pero nada más que el pensar en él complicaba su vida.
Luchó contra el recuerdo de los pocos minutos que pasó sola con él anoche, que
volvía y parecía ahogarla. Dormida o despierta siempre la desafiaba. Como se sintió
avergonzada, se volvió y enterró la cabeza en las almohadas sin fuerzas, como una
muñeca de trapo demasiado consciente de la sangre que corría rápida por sus venas.
Sin ningún sonido que la alertara, los niños entraron en el cuarto, se quedaron
mirando su cabeza entre las almohadas, y cuando la vieron moverse se le acercaron,
riendo y muy excitados:
—¡Feliz Navidad, Mandy!
—¡Feliz Navidad!
Ella se rodó a un lado y ellos subieron a la cama, dando saltos.
—¡Cuéntanos de la fiesta!
—¡Estás cansada! —comentó el observador Pip—. Puedo verlo en tu cara.
—Sí, estoy un poco cansada, querido, pero no importa, tengo algo para ambos.
—¿De veras? —Karin le deslizó los brazos por los hombros y la besó—.
Nosotros también, quiero decir que tenemos regalos para ti, pero están debajo del
árbol.

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—Fue muy amable de su parte, encontrarán los de ustedes en los closets grandes
de sus cuartos.
—¡Qué Lindo, la búsqueda del tesoro!
Ambos niños se fueron y Amanda, agotada, se deslizó de la cama poniéndose la
bata. Una mirada al reloj al lado de la cama le dijo que apenas eran las seis… aunque
de todas maneras ya no podía dormir. Pensó en la última Navidad que había pasado
con su tía y de pronto se sintió sola. La Navidad era por supuesto para familias y ella
no tenía ninguna. Rob iba a volar a la capital del Estado a pasar dos días con sus
padres. La invitó, preocupado de que se quedaría sola e infeliz dentro de aquella
mansión y ahora le parecía que tuvo razón. De todas maneras, ella no quiso ser la
intrusa en la reunión privada de la familia Courtney, ni tampoco que Rob actuara en
forma más posesiva de como lo hacía.
Los niños regresaron corriendo al cuarto de Amanda luchando con los listones
y la joven volvió a hundirse de nuevo en la cama tranquila y consolada por su
inocente placer y excitación. No pudo comprarle a ninguno de los dos nada
extraordinario, pero sus rostros le dijeron que lo que decidió era valioso para ellos.
Pip apretó su camión de carga del aeropuerto encantado y Karin se la quedó mirando
con los ojos bien abiertos antes de ponerse un encantador brazalete de plata
adornado con un corazón que tenía grabado su nombre. Luego, ambos se le
acercaron y cada uno le besó una mejilla. Amanda pensó entonces que de eso se
trataba la Navidad, los sacrificios que hacía todo el mundo para tener felices a los
niños.
A media mañana, cuando Karin y Pip jugaban con un montón de juguetes que
parecía la cueva de Aladino, Marc entró en la salita a hablar con Amanda. Se habían
visto a la hora del desayuno, una comida que fue agradable debido a las risas y
excitación de los niños y había que aceptar la ausencia de Caroline. Karin le había
dado a Amanda un regalo diciendo que era de "todos ellos" y le rogó con los ojos que
lo abriera tan pronto pudiera. En ese momento lo llevaba puesto… un costoso y muy
elegante reloj ovalado de oro con una correa de piel de cocodrilo. No se atrevía a
pensar lo mucho que habría costado, pero el dinero no era el problema en la casa de
los Chandler.
Marc se quedó parado medio sonriendo, medio serio y miró a los niños, luego
sus ojos encontraron los de Amanda.
—¿No dormiste, verdad? —Le preguntó.
—¿Se nota tanto?
—Ojalá y todas las mujeres se vieran como tú en la mañana. ¿A qué hora te
despertaron?
—¡A las seis y media. Después de esa hora ya no pude detenerlos!
—¿Está bien, papi? —Karin levantó la orgullosa cabecita y le sonrió.
—¡Perfecto!—Le devolvió la sonrisa.
Ella se rió feliz, regresó a su juego y Amanda se dio cuenta que ni una vez había
preguntado por su madre. La joven se enteró que Caroline estaba durmiendo y que

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no había que molestarla. Tampoco era ningún secreto que Marc y su esposa no
compartían el mismo cuarto a pesar de que todas las alcobas principales estaban en el
ala occidental.
—¿Qué es lo que querías hacer hoy en especial? —Le preguntó Marc.
—¿Yo? —Lo miró desconcertada.
—¡Sí tú, ojos verdes! —Él estaba muy atractivo y relajado en su ropa informal,
libre de la terrible tensión que había tenido hacía poco.
—Me siento feliz con hacer lo que tú quieras, es decir que es un día familiar, ¿no
es así? ¿Día para los niños?
—Aunque sea así, nos tomaremos en cuenta. Mi esposa dormirá la mayor parte
del día, no comparte las festividades comunes y los esfuerzos de la familia. Tal vez la
veamos cuando salga esta tarde, visitará a su familia.
—¿Y se llevará a Karin?
—¡No, no lo hará! Aunque quisiera, y se oiga patético, no quiere. No te aburriré
con detalles complicados, sé que pudieras entenderlos. Diga lo que diga Caroline, no
puede llevarse a Karin.
—¿Y se supone que yo debo impedirlo? —Su voz se elevó con agudeza, muy a
su pesar.
—Por supuesto, el tiempo suficiente hasta que yo llegue a casa. Pero no te
asustes, pequeña. Caroline es indiferente —se acercó a la enorme ventana y miró
hacia afuera—. Una agradable pareja. Ahora… mi madre decidió que irá a casa de
Clive y Janet durante unas horas. La salida le hará bien… es más, está ansiosa por ir.
No tenemos una comida de Navidad a medio día, hace demasiado calor, pero me
dijo que estará con nosotros aquí esta noche.
—¡Esas son buenas noticias!
—Yo la llevaré cuando ella lo ordene y Clive la traerá. Les pedí que se quedaran
a cenar y aceptaron. Su hijo, mi primo Julián está en Washington. Es diplomático de
carrera y Anne su esposa estaba pintando en las Islas Griegas la última vez que
oímos de ella, así que mis tíos también están solos.
—Me simpatizan —dijo Amanda honestamente—. Anoche se portaron muy
amables conmigo.
—¡Supongo que, entre otras cosas, admiraron la forma en que manejaste una
situación difícil!
Ella no tuvo nada que decir y la pausa se hizo larga, pero Pip la rompió con su
risa por haber ganado el juego.
—¡Hiciste trampa!—Acusó Karin.
—¡No, no! —Amanda miró de reojo y dijo con voz firme y agradable—: No
debes decir eso, Karin. Sabes que Pip jugó limpio.
—¡Está bien! —Aceptó la niña casi distraída—, juguemos de nuevo, esta vez me
concentraré.

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—Tendrás semanas para jugar con eso —agregó Marc complaciente—. Ahora
en la mañana llevaremos a la abuelita a casa del tío Clive. Todos saludaremos
amablemente, recibirán más regalos y luego iremos en el coche a Crystal Cascades.
Encontraré un lugar donde podamos estar solos y haremos un bonito recorrido a pie.
¿Te parece bien?
—¿Podemos llevar el almuerzo para el picnic? —preguntó Karin animada.
—Por supuesto que sí, no pasarás hambre.
Pip comenzó a guardar el juego de inmediato.
—¿Estará bien si llevo unos juguetes, tío Marc?
—Siempre y cuando no ocupen toda la cajuela.
—¡Fabuloso! Es mucho mejor salir que quedarse aquí, voy a vestirme —anunció
Pip, feliz.
Amanda se convirtió en la eficiente institutriz.
—Iré contigo Pip y veremos qué ropa usarás. Tienes que verte bien, porque vas
de visita a casa de tus tíos.
—Te dejo para que te encargues de eso. Iré a decirle a la señora Harper lo que
necesitamos y creo que estaremos listos para salir dentro de una hora —aclaró Marc.
—No tengo que nadar si no quiero ¿verdad, papito? —preguntó Karin,
preocupada.
—Sería más divertido si lo hicieras con nosotros, pero puedes quedarte sentada
a mirar. Amanda sí nadará, ¿no es cierto?
—Me moriría de calor si no lo hiciera, pero encontraremos una bonita sombra
para ti, Karin —respondió la joven sin dejar de mirar a la niña.
—Mejor lleva mi traje de baño en caso de que cambie de idea —sugirió Karin.
Durante un segundo, Marc se quedó parado con una expresión de tan buen
humor que a Amanda le dieron ganas de llorar; luego le sonrió por encima de la
cabeza de Karin, estaba segura de que lo amaba.

Amanda recordaría después ese día de Navidad como uno de los más felices de
su vida. Tal vez porque fue el comienzo de tantas cosas y por primera vez vio a Marc
relajado y sin preocupaciones. Fue un maravilloso día que ambos compartieron con
los niños. En casa de Clive Chandler aceptaron un jerez y un pedazo de pastel de
frutas y después Elizabeth, Janet y Clive se quedaron parados en la terraza cubierta y
se despidieron de ellos agitando las manos. Amanda recordó la expresión en sus
rostros, el afecto y la ligera huella de intranquilidad.
No se preguntó por qué sería, era inevitable, pero durante todo el día, Marc la
trató como a una hermana menor, galante, sin conmoverse al verla como una ninfa
del agua. Como si fuera el hermano mayor, le plantó un sombrero en la cabeza para

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que no fuera a sufrir insolación y le puso una mano firme en la cintura mientras
subían por las rocas. El cielo estaba azul y los vientos de la montaña llegaban frescos
del cielo.
Eso era vida, y ella estaba enamorada por primera y única vez en su vida. Karin
también se sintió afectada por el calor y la tranquilidad que fluía entre ellos y se
metió en el lago de agua brillante sin ningún temor. Un día hecho para la felicidad y
Amanda lo aceptó ciegamente como un valioso regalo que llegó a sus manos, no
parecía importar que tuviera que pagar por ello más tarde. Estaba deslumbrada por
los radiantes sentimientos que le invadían el corazón, la mente y el cuerpo.
Esa curiosa sensación de contento le duró toda la semana hasta el Año Nuevo.
Caroline también parecía divertirse con las fiestas y las compras necesarias para
ampliar su guardarropa y los viajes al peluquero para mantener inmaculado su
hermoso cabello oscuro. Aunque a veces se tambaleaba un poco y su voz no era muy
clara; la enfermera Mellon había regresado para cuidarla y ver que se quedara
tranquila hasta que fuera la hora de vestirse para la siguiente fiesta. Amanda y los
niños la vieron poco, aunque la institutriz seguía escandalizada por la manera en que
Karin, de ocho años, tomaba las cosas. Esos días se portó dócil y estaba alegre y
Brenda y la señora Harper le decían a Amanda que era una chica admirable por
haber ido a quedarse y llevar tanta paz y orden a su existencia. En pocas palabras
Karin, la enfant terrible, se había topado con la horma de su zapato.
Cuando pasaron las fiestas, Amanda sintió que era necesario tener un horario
más estricto. Karin tendría que regresar en febrero a la exclusiva escuela de St.
Margaret y su trabajo todavía no estaba a la altura de lo que se esperaba de ella. Se
dio cuenta que Pip era un niño muy brillante para su edad; al parecer así había sido
su tío Marc cuando niño y su presencia tranquilizaba a Karin porque estudiaba mejor
cuando Pip lo hacía con ella. Lo peor del calor no llegaba todavía y el primer ciclón
de la estación había golpeado el Norte Lejano con brevedad antes de llegar al Mar de
Coral.
Sentada en el salón de clase, Amanda se compadeció de Karin al oírla suspirar.
—¿Qué te ocurre, querida?, ¿tienes mucho calor?
—Extraño a papito. ¡Siempre se va muy temprano y jamás lo vemos para
almorzar o cenar!
—Está ocupado, querida, lo sabes. Debe ser una gran responsabilidad ver que la
mina y el molino sigan con la producción.
—¡Desearía que no fuera tan importante! —insistió Karin y los ojos se le
llenaron de lágrimas.
—¡Vamos, vamos! —Amanda acercó su silla y abrazó a la niña. Has estado
trabajando tan bien que me gustaría premiarte con algo.
—¿Qué tal si nadamos? —pregunto Pip, el pez humano.
—¿Qué te parece? Ahora que comienzas a disfrutarlo —lo apoyó Amanda.
—Está bien —contestó Karin y Amanda le levantó el mentón para mirarla a la
cara. Ni el aire acondicionado funcionaba bien en ese día tan caluroso—. Papi se

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sentirá muy complacido con tu progreso, y si llega a casa a buena hora lo invitaremos
a que suba a cenar con nosotros.
—No llegará temprano —añadió Karin sin esperanza—. Ni siquiera el señor
Gerhardt ha logrado verlo. Oí que Brenda hablaba esta mañana por teléfono; llegó
una nueva orden de Japón y están explotando otras vetas.
—Entonces tenemos que aceptarlo —comentó Amanda con filosofía—. Papi es
un hombre muy importante con mucho éxito y mucha gente depende de él. Me
imagino que también se cansa de la constante presión.
—Iré por tus aletas —ofreció Pip con su acostumbrada gentileza.
—¡También mis gafas protectoras! —agregó Karin con tristeza—. Se me
irritarán los ojos sin ellas.
En la piscina, Amanda y Karin se quedaron en la parte poco profunda y
chapotearon; una manera fácil que la institutriz encontró para acostumbrar a la
temerosa niña al nuevo ambiente. Después, Amanda le puso las aletas a Karin y con
la ayuda de una tabla la niña pudo moverse en el agua con cierta agilidad aunque se
negó a meter la cabeza debajo del agua a pesar de llevar puestas las gafas. Por alguna
razón, ese día estaba más rígida y temerosa que nunca aunque Amanda se paraba
cada rato para demostrarle lo poco profunda que estaba el agua. Casi se había
olvidado del confiado Pip, pero lo vio subir a la superficie.
—¡Vamos, Kar, no tengas miedo! —Su placer dentro del agua era evidente y se
movió hacia la orilla de la piscina para agarrar la otra tabla que les había dado el tío
Marc—. Vamos a practicar bien la patada. Las aletas te lo harán más fácil.
—¡No quiero!
—Entonces vamos a practicar meter las cabezas bajo el agua. Si no lo haces,
jamás nadarás bien.
Amanda notó que Karin se ponía más nerviosa cada minuto. Quiso agarrar a la
niña para tranquilizarla cuando Karin comenzó a gritar en serio, llamando la
atención de todos los de la casa.
—¡Basta! —exclamó Pip disgustado.
—¡Fuera del agua, Karin! —ordenó Amanda con firmeza—. Ya que no tienes
ganas de estar aquí.
Los ojos de Karin brillaban detrás de las gafas y Amanda se las quitó a la niña,
sabiendo que debía de tratar a la criatura con calma. Los gritos aterradores de Karin
habían aumentado a pesar de que en ese momento estaba en uno de los escalones de
la piscina.
—Karin, ¿qué ocurre? —Amanda la miró a los ojos.
—¡Sácame de aquí! ¡No puedo soportarlo!
—Está bien, no te asustes, sólo tienes el agua alrededor de los tobillos.
Mientras ella tranquilizaba a la niña, Caroline corrió frenética a lo largo de la
casa seguida por un hombre alto que Amanda reconoció como su primo Dominic

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O'Neill. No era tan tonto como para ir a la casa cuando Marc estaba, y como éste no
se encontraba allí y lo sabía, se presentó.
Amanda también se puso nerviosa al ver el rostro de Caroline. Estaba pálida y
sudaba y se alejó de la piscina gritándole a Amanda:
—¿Qué estás haciendo? —El pánico la invadía como si hubiera encontrado a
Amanda dándole a la niña respiración de boca a boca.
—Trato de sacar a Karin del agua —los ojos de Amanda observaron a Dominic;
ella desvió la mirada. Él no se movía con la vista clavada en la muchacha.
—Tuviste que hacerle eso, ¿verdad? Tú y Marc, entre los dos. Ella no ha
cambiado. ¡Está aterrorizada!
Como cosa curiosa Karin cesó de gritar y en ese momento se aferraba del
hombro a Amanda.
—¡Tendrás que rendir cuentas por haber asustado a mi hija!
Amanda dominó su enfado y salió de la piscina sacando a Karin que ya no
protestaba para quedarse parada frente a Caroline—. Señora Chandler, si no le
importa, llevaré a Karin a la casa. En realidad ha mejorado, esto fue un ligero
retroceso.
Caroline dejó escapar de nuevo su risa aguda.
—¿Ves lo que están haciendo, Dom?
Dominic estiró una mano y tocó el largo cabello mojado de Amanda, pero ella
retrocedió en forma abrupta.
—¡Discúlpeme!
Aunque era un hombre muy delgado vestido con una impecable chaqueta
informal y pantalones angostos, había en él una cosa muy burda, algo animal que la
hizo temblar de disgusto. ¿Cómo interpretaba esa mirada la prima Caroline? Esta ni
siquiera lo veía porque no podía ocultar el odio que sentía por Amanda.
Milagrosamente Karin se había callado dejando que la histérica fuera su madre.
Amanda apenas si oyó lo que Caroline gritó a su espalda mientras guiaba a los niños
frente a ella. Karin comenzó a llorar en voz baja y Amanda no había oído un sonido
más desolado en toda su vida.
—Todo está bien, querida, créeme. ¡Nadie está enfadado!
Mirando de reojo, Pip expresó su opinión.
—¡Cómo puede gritar la tía Caroline! ¿Y por qué gritaba?
—¡Quiere que me ahogue! —Se estremeció Karin.
—¡No es tan mala para eso! —dijo el niño.
—¡Por favor, Pip! —interrumpió Amanda—. La mamá de Karin se pone muy
ansiosa cuando se acerca al agua. Tal vez tuvo un accidente cuando era niña.
Algunos temores quedan y hay que superarlos.

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—¡Ella ahogó a Francesca! —Karin se estremeció.


—¡Tengo que meterte en la cama! —decidió Amanda—. ¡Tal vez estás
incubando algo!

Y a las siete de esa noche la temperatura de Karin había subido tanto que
tuvieron que llamar al doctor McGilvray. Como él se entretuvo en otro caso más
urgente mandaron a Rob en su lugar y Amanda lo llevó al cuarto de Karin alarmada
por la alta temperatura.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Rob a la paciente.
—¡Me siento terrible! —Se quejó Karin.
—El clima no está para tener fiebre —aceptó Rob y abrió su maletín—. Hay una
epidemia local de rubéola. ¿Estuvo Karin en contacto con otros niños últimamente?
—La llevé con Pip al parque de los leones y al santuario de los pájaros; había
muchos niños por los alrededores.
Rob se inclinó para examinar a la paciente.
—El paladar está ligeramente congestionado, las amígdalas están enrojecidas y
los ojos un poco inyectados.
—La tuve hoy en la piscina. Tal vez no debí hacerlo porque desde hace un par
de días que la notaba desganada, pero lo atribuí al calor.
—Creo que las manchas comenzarán a salir dentro de un par de horas, cuando
le suba la fiebre; en este momento no la tiene alta. Está un poco quemada por el sol.
He visto a muchos chicos que no tienen fiebre y así se ven. La erupción generalmente
comienza en el rostro o en el cuello y baja con rapidez. En la mayoría de los casos,
desaparece tan rápido como se desarrolla. Es posible que Pip también se contagie,
pero es una enfermedad benigna. Mantenla aislada y en la cama hasta que los
síntomas hayan desaparecido.
—¿Y puede haber complicaciones? —preguntó ansiosa Amanda.
—Son muy raras. ¡Tómalo con calma! Más vale que le haya dado ahora que es
una niña. Muchas madres que conozco exponen deliberadamente a sus hijas al
sarampión. ¿Ya lo tuviste?
—Creo que sí, no estoy segura.
Rob le sonrió a Karin y le apartó el cabello del rostro.
—Tenla cómoda y estará bien, aspirina para la fiebre. Como el sarampión, la
rubéola es contagiosa, pero sólo un día o dos antes que aparezca la erupción, así que
pronto lo sabrás. ¿Ya tuvo sarampión?
—¡Sí, ya lo tuve! —aceptó Karin casi con orgullo.
—¡Entonces es posible que te dé rubéola con más facilidad que a la niña que no
tuvo! Amanda me llamará mañana para decirme como sigues. No te preocupes, no te

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sentirás mal, más de un par de días —Rob guardó el termómetro y cerró el maletín—.
¿Me prestas a Amanda un par de minutos?
Karin pareció no estar de acuerdo, pero Amanda dijo con rapidez:
—Le diré a Brenda que se quede contigo hasta que yo regrese.
—Entonces está bien. ¡No te tardes!
—No. ¡Te lo prometo!
Brenda revoloteaba por el pasillo muy encariñada con la niña a pesar de todos
sus enfados.
—¿Cómo está?
—El doctor Courtney cree que tiene rubéola —dijo Amanda.
—¡El doctor Courtney sabe! —corrigió Rob—. ¿Quiere estar con ella unos
minutos? Me gustaría hablar con Amanda acerca del tratamiento.
—¡Por supuesto, doctor! —Brenda sonrió visiblemente más tranquila.
—¡Cielos, que pequeño diablillo echado a perder! —murmuró Rob entre dientes
mientras bajaba la escalera.
—¡Está enferma y perturbada, Rob! —protestó Amanda un poco acalorada.
—Está bien, no digas tonterías. ¿En dónde están los padres, por todos los cielos?
—El señor Chandler todavía no ha llegado a casa y Caroline se mantiene alejada
en caso de que sea algo contagioso. ¡Ya me hizo trizas!
—¿Entonces por qué te quedas? —preguntó Rob con ironía.
—Karin me necesita.
—¡Ah, sí! Es muy triste, una pequeña niña rica que tiene todo y muchos
parientes, para no hablar de una madre, un padre y una abuela, y te necesita a ti.
—¡Por el momento! —insistió Amanda.
La señora Harper esperaba en el vestíbulo de entrada ansiosa por oír el
diagnóstico. Amanda le sonrió.
—No se preocupe, es rubéola.
—¡Gracias a Dios por eso! —exclamó la señora Harper mirando al doctor—.
Tuvo sarampión y estuvo bastante enferma por un tiempo. Llamó el señor Chandler,
quiere que en cuanto se vaya el doctor lo llame. La señora Chandler no quiere hablar
del asunto, es decir que se descompone cuando hay una enfermedad —agregó en
tono más confidencial.
—Tal vez necesita que la analicen —observó Rob al recordar su terrible velada
de Nochebuena y a Caroline.
—Iré al coche contigo —agregó Amanda mirando preocupada hacia lo alto de
la escalera.

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—¡Correcto! —Rob la tomó del brazo y salieron al silencio de la noche—.


¿Pasamos juntos el fin de semana?
—¿Qué, día y noche?
—¿Por qué no? Ya sabes lo que siento por ti y no hay necesidad de
escandalizarse ni de alejarse. El sexo es saludable, Amanda. Métete eso en tu solemne
cabecita. El vivir con una tía de mente celestial no te hizo mucho bien. ¡Estás
temerosa de tu propio cuerpo!
—Por el contrario, lo que ocurre es que no quiero dárselo a un hombre con
quien no estoy casada.
—¡Por todos los cielos! —exclamó asombrado—. Eres demasiado virtuosa para
tu propio bien. He dormido con muchas chicas con las que jamás me casé.
—¡Qué vergüenza! —respondió con sequedad sin importarle con quién se
acostaba Rob.
Rob luchaba contra su frustración y arrojó el maletín en la parte trasera del
coche.
—¡Apuesto a que te entregarías a Chandler; él sí te excita!
Amanda apretó las manos.
—Rob, te llamaré mañana para decirte cómo está Karin.
—¡Maldita Karin! —La atrajo hacia él—. Si dejaras que te amara hasta me
casaría contigo, lo juro.
—¡Basta, Rob!
Trató de subir las manos pero él inclinó la cabeza y la besó en la boca con más
ira que deseo.
—Mandy… —tembló mientras con una mano le apretaba la cintura.
Con la misma rapidez con la que se juntaron se separaron. Unos faros brillaron
en sus rostros acercándose al sendero privado.
—¿Es esto un atraco? —preguntó Rob disgustado.
El rostro de Amanda ardió en la oscuridad. El coche giró en forma abrupta y se
detuvo delante de los escalones, pero no era el Mercedes sino un elegante coche rojo
deportivo que Amanda ya había visto. Se quedó perpleja porque no estaba
preparada para ver a Caroline llevando una maleta y bajar corriendo los escalones
para acercarse al coche que esperaba.
—¿Señorita Raymond? —Por el tono parecía furiosa.
—¡Dile que se vaya al diablo! —expresó Rob.
—Me gustaría, pero no esta noche; tengo que irme, Rob.
—¡Lo dijiste bien claro! ¡Espero que llegue el día en que recobres la razón! —Sin
una palabra más se metió en el coche y puso en marcha el motor.
—¡Buenas noches, Rob! —Le gritó ella y se dirigió hacia Caroline.

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—¿Ya terminó de despedirse de su novio?


—¿Hay algo que desea? —preguntó Amanda con mucha amabilidad.
El hombre en el coche se le quedó mirando fijándose en su rostro, en la esbelta
figura y en la manera en que se echó el cabello sobre el hombro.
—¡Hola, señorita Raymond!
—Señor O'Neill —dijo ella con frialdad sintiendo sus siniestras emanaciones.
—¿Le importaría prestarme atención? —preguntó Caroline con agudeza—. Voy
a quedarme en casa de mi abuelo durante unos días, por lo menos hasta que Karin
esté mejor. Brenda me dice que tiene rubéola, ¿es cierto?
—Sí, es contagiosa pero nada serio —contestó Amanda.
—¡Estoy consciente de ello! Lo que ocurre es que no sé atender a Karin durante
sus pequeñas enfermedades. ¡Para eso se te paga a ti!
—Me sentiré feliz de hacerlo por usted, señora Chandler.
—¡Eso es lo que sucede! —añadió Caroline con voz temblorosa—. No lo haces
por mí, sino por Marc, pero ya lo oíste, jamás me abandonará.
—Entraré a ver a Karin —respondió Amanda volviendo la cabeza.
—Puede llamarme cuando se mejore. Yo también amo a mi hija, señorita
Raymond, aunque tú trates de robarme su afecto.
Dominic tosió ligeramente y Caroline recordó sus intenciones.
—¿Qué ocurrió con mi maleta, Dom? Ponla en la cajuela.
—¡Ponla tú! No voy a poner un pié fuera de este coche, no sea que Marc regrese
a casa.
—Yo la ayudaré —Amanda levantó la maleta y Caroline permitió que la
metiera en la cajuela del coche parada como una inútil, dejando escapar pequeños
sollozos que se oían en el silencio que los rodeaba.
—Nos iremos —dijo O'Neill sin sonreír ni moverse—. Buenas noches, señorita
Raymond. ¡Nos veremos de nuevo!
Amanda pensó con un estremecimiento de repulsión, que no si ella podía
evitarlo. Dominic O'Neill era un hombre atractivo; sin embargo, tenía un horrible
efecto en ella, deseaba echarse a correr.
Se quedó allí parada mientras el coche salía del camino privado. Caroline, con
el rostro pálido ladeó la cabeza tratando de ignorar sus problemas y ansiedades. Era
muy triste que una mujer tan hermosa no le tuviera cariño a su hija… Y a su marido.
No porque Marc pareciera necesitarla. Amanda alejó sus pensamientos de ese
matrimonio no era asunto suyo y ninguno de ellos pensaba ser libre. De todas
maneras, ya no estaría a cargo de Karin mucho tiempo más. En la primera semana de
febrero la niña regresaría a la escuela y ella ya no tendría que seguir ayudando a la
niña.

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Respiró hondo y regresó a la casa. Iría a ver a Karin de nuevo y luego llamaría a
Marc.

De alguna manera, Karin disfrutaba del drama de sus pequeñas enfermedades.


Estaba acostada en la enorme cama mientras todos los miembros de la casa venían a
verla y hacerle fiestas. A nadie parecía importarle si se contagiaba o no de la rubéola
y Pip se negó a aislarse al usar el argumento que ya estaba inmune, puesto que
habían permanecido juntos durante todo el período de la incubación así que no tenía
caso separarlo ahora y Amanda se había encariñado tanto con él que su alegre
presencia le daba consuelo.
Llamó a Marc como le pidió y como de costumbre se oyó muy profesional por
teléfono. Como de costumbre, también una curiosa sensación de timidez sobrecogió a
Amanda, una insistente llamada de atención a su cerebro advirtiéndole que no debía
permitir que él se apoderara de sus pensamientos… Le dijo que si el asunto no era
urgente, no podía estar seguro de cuándo llegaría a casa. Amanda le dijo que
Caroline se fue a casa del viejo señor Langland y él dejó escapar una exclamación
exasperada como para decirle que no debía importunarlo con detalles tan sin
importancia.
Ella permaneció parada durante unos minutos después de colgar con el sonido
del auricular en el oído por la forma en que él dejo caer el teléfono. El trabajo de la
mujer era manejar el hogar, pero el ama de Four Winds parecía alejarse corriendo de
las responsabilidades sin mirar para atrás. Se volvió lista para ir a sentarse al lado de
la cama de Karin toda la noche de ser necesario. Después de todo, alguien tenía que
hacerlo y Karin no quiso que fuera la enfermera Mellon. Esta recogió sus cosas y se
fue durante unos días hasta que su adorada señorita Caroline volviera a casa, o tal
vez se fue a casa de los Langland. Amanda no lo sabía ni le interesaba.
Cuando el resto de las tareas de la casa se pusieron en orden, la fiebre de Karin
había subido y era obvio que estaba a punto de hacer otro coraje. Parecía que no
soportaba que Amanda saliera del cuarto por lo que ésta se resignó a pasar una larga
noche de vigilia en el sillón. Ya a las diez, los ojos de Karin estaban cerrados y parecía
profundamente dormida. La fiebre había cedido porque se veía perlada de sudor en
la frente y el cuello.
—¡Pobre pequeña! —susurró Amanda junto a la niña dormida.
Con mucha gentileza le ladeó la mojada cabecita y se la secó con suavidad para
no molestarla y Karin murmuró, pero no abrió los ojos. A la difusa sombra de la
lámpara de noche, Amanda pudo ver detrás de las orejas la erupción rosada.
Karin murmuró de nuevo y se movió inquieta, así que Amanda puso de regreso
la lámpara sobre la mesa de noche y le arregló la sábana para que le cubriera
ligeramente las extremidades. Allí no había manchas, pero sin duda ya en la mañana
tendría todo el cuerpo cubierto. Amanda suspiró y se volvió a sentar en el sillón. Era
como si Karin no tuviera madre; ella no podía entenderlo y sus ojos verdes brillaban
como joyas a la pálida y dorada luz. Echó la cabeza hacia atrás y dobló los desnudos

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pies debajo de ella dejándose llevar por el sueño. La luz de la noche hacía que su
cabello pareciera un listón brillante. Había dolor en su pecho, pero tuvo que
ignorarlo para que no se volviera algo demasiado urgente y no lo pudiera controlar.
Después de unos minutos dejó caer la mano apretada y su hermoso rostro se deslizó
más sobre el sillón.
—¡Amanda!
Ella oyó su voz, pero no estaba segura si soñaba o no.
—¡Despierta!
Una mano le asió el hombro y la sacudió. Ella abrió los ojos alarmada incapaz
de darse cuenta, en su aturdido estado, de la dura mezcla de emociones en el rostro
de él. Comúnmente se hubiera sobresaltado o por lo menos le hubiera contestado,
pero su corazón dio un vuelco y se quedó sin aliento.
—¡Soy yo, soy real! —La oscura cabeza de él estaba inclinada sobre ella, luego,
la tomó en sus brazos mientras el traidor cuerpo de ella se acurrucaba contra él como
una criatura.
—¿Qué pensabas hacer? ¿Quedarte sentada toda la noche? —preguntó en voz
baja.
Ella lo miraba buscando sus ojos como si fueran espejos en los que podría leer
su corazón y su mente. Su propio corazón le latía sin misericordia, tanto, que él debía
sentirlo.
—¡No me mires así! Te llevaré a tu cama para dejarte allí.
La joven se ruborizó, las mejillas parecían arderle.
—¡Te creo! —Le dijo tensa, al fin pudo hablar.
—¿Me crees?
—Por favor, bájame.
—¿Cuando estoy disfrutando de un placer tan inocente? —Su mirada se deslizó
por el rostro, cuello y la sombreada hendidura de los senos—. ¡Eres peligrosa para
mí, Amanda!
—¿Por qué hacerlo más difícil entonces?
—¡Hablas demasiado! —En vez de soltarla, Marc la llevó a su cuarto casi
arrojándola sobre la cama, que cayó como un bulto sedoso. Los rápidos latidos de su
corazón movían el corpiño de su bata y sus ojos verdes se veían enormes por el susto.
—¡Quítate esa bata! —Le ordenó y se movió hacia la puerta—. Karin duerme
tranquilamente y la fiebre cedió.
La media luz hizo brillar el cabello y el perfil de él. Lo veía muy moreno y
masculino, estimulando sus sentidos de manera intolerable. El cabello caía sobre el
rostro de Amanda como una cascada y era incapaz de articular una palabra.
—¡Buenas noches, pequeña! No sueñes conmigo —la voz, aunque ruda, parecía
acariciarla.

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Capítulo 8
Pip no se contagió de la enfermedad de Karin, pero pasaron diez días antes que
la niña pudiera volver a tomar sus clases. Era una criatura delicada y todo el mundo
suspiró aliviado cuando fue evidente que se había recuperado por completo y sus
mejillas estaban otra vez rosadas. Durante su convalecencia la madre se mantuvo
alejada, algo que ofendió profundamente a la anciana señora Chandler, quien a pesar
de todo, no dijo una palabra, pero Brenda y la señora Harper y aun la discreción en
persona que era Lee, dieron rienda suelta a sus sentimientos en la intimidad de la
cocina durante el té de media mañana. Para entonces, Amanda era una de ellos,
aunque comía con la familia y todos pensaban en ella como la acompañante de Karin,
y como la señora Harper decía, la "gran libertadora".
Amanda se avergonzó después de sí misma, pero en un par de ocasiones le
permitió a la señora Harper el lujo de un buen chisme, y fue en esas ocasiones en las
que Amanda se enteró de muchos hechos extraños acerca de Caroline y la finada
señora Langland. La señora Harper hubiera dado la vida por su jefe, pero encontraba
a su esposa desconcertante. Si se lo hubiese permitido, la señora hubiera enterado a
Amanda de más hechos asombrosos acerca de Caroline, pero comenzó a encontrar
perturbadoras todas las descripciones. En lo que sí estaba de acuerdo con la señora
Harper era en una cosa: el primo de Caroline, Dominic, era una mala influencia y
siempre la había sido… era la oveja negra de la familia Langland y la enfermera
Mellon era el enemigo común. Nadie del personal simpatizaba con ella aunque
aceptaban que protegía bien a Caroline y como enfermera hizo bien su papel para
que la señora Chandler recuperara la salud.
Durante todo ese tiempo Amanda no dijo una sola palabra acerca de un
descanso, pero Marc le habló una mañana antes del desayuno llamándola a su
estudio. Era un cuarto más pequeño que la biblioteca, tan elegante como aquél y ella
miró a su alrededor con interés. Estantes llenos de libros forraban los muros y en un
rincón del cuarto había una hilera de archiveros.
Marc se paró detrás del enorme escritorio y recogió unas cuantas carpetas
metiéndolas a un cartapacio. Con un matrimonio nada feliz, tal vez más valía que se
mantuviera tan ocupado; tenía la cabeza gacha y se veía cejijunto.
Amanda se quedó parada mientras él revisaba con rapidez sus papeles, luego la
miró dirigiéndole una sonrisa entre dulce y amarga.
—No creas que porque he estado ocupado no he sabido lo maravillosamente
bien que te has encargado de todo. Mamá no deja de alabarte en cuanto me ve.
—Te agradezco que lo digas.
—No seas irónica, pequeña, no es tu manera de ser.
—¿Acaso no se me permite comentar? —El color coral de su vestido hacía
resaltar sus ojos y se veía diferente, más atrevida y mucho más sexy.
—¡Se te permitirá más que eso! —Caminó alrededor del escritorio con tanto
dinamismo que ella retrocedió un paso.

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Él se rió y la miró, sonriente.


—Está bien… está bien… iba a sugerir que tomaras un descanso. Dios sabe que
lo necesitas.
—¿Y a dónde iría yo?
—A cualquier parte que quieras, sólo tienes que decirlo y yo lo arreglaré.
Tenemos una casa de playa en la costa. Podrías volar allá por unos días. O tal vez
prefieras las luces de la ciudad.
Parecía agitada.
—Supongo que de ir a la playa no podría llevarme a los niños.
—¿Y por qué ibas a hacerlo?
—Porque los quiero y disfruto su compañía, podríamos divertirnos y le haría
bien a Karin.
Marc la miró con fijeza.
—Tendré que pensarlo.
—¿No confías en mí?
—No quiero que tú y los niños estén solos. Por supuesto que confío en ti, pero
necesitarás algún tipo de protección.
—¿No hay teléfono? ¿Qué esperas que suceda?
—Mi querida niña, harás que suficientes cabezas se vuelvan a verte sin que
toquen a tu puerta y difícilmente podrías ser la madre de dos niños.
—¡Jamás pensé en eso!
—Lee puede ir contigo. Hay habitaciones separadas en la parte trasera de la
casa y él estará cerca si lo necesitan. No es muy alto pero es muy capaz de despachar
al más feroz asaltante… uno de sus talentos que me atrevo a decir que no sabías. Lo
conocí en una callejuela en Hong Kong hace años. Un sicópata trataba de encajarme
un cuchillo, Lee lo dobló hacia atrás aun antes que yo tuviera tiempo de volverme.
—¿Y querrá ir? —preguntó Amanda.
—Hará cualquier cosa para complacerme y el cambio no le vendrá mal. Déjame
ocuparme, hoy arreglaré todo. No tiene caso sugerir que mi madre vaya con
ustedes… no le gusta volar y yo quiero tenerla donde pueda verla por el momento.
Se está recuperando muy bien, pero todavía no por completo.
—¿Y la señora Chandler?
—¡No seas tonta! —Le dijo con suavidad.
—¿No podría objetar? —Amanda no pudo evitar decirlo.
—Deja que yo me encargue de los dramas. Caroline se olvida de su hija durante
largas temporadas, ¿o no te has dado cuenta? —Amanda no contestó y él se dirigió a
la puerta—. ¿Tienes todo lo que necesitas?
—¡Me pagas más que bastante!

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—No tienes idea de tu verdadero valor. Hasta luego, pequeña, trataré de llegar
temprano esta noche. Karin me ve como si fuera un extraño.
—¡No, te quiere mucho! —corrigió Amanda—. Lo que ocurre es que te extraña.
—En ese caso, será mejor tener una cena familiar. ¿Quieres decirle a la señora
Harper? No necesita mucho para hacer un banquete y a los niños les gustará.
Amanda sonrió y Marc le devolvió la sonrisa, pero ella supo que él no le daría
más que pesares y dolor. Era algo muy triste amar sin esperanza.
—¿Quieres que les diga a los niños lo de las vacaciones o lo harás tú? —
preguntó ella.
—Sólo tendré tiempo de decírselo a Caroline, y será mejor que lo haga ahora.
Durante los siguientes diez minutos en que todavía estuvo él en la casa
Amanda casi no respiró. Por alguna razón inexplicable tenía la sensación de que
Caroline objetaría violentamente, aunque sólo fuera porque no le simpatizaba
Amanda. El día pasó y Caroline no dijo nada, al parecer indiferente a las propuestas
vacaciones. Después de almorzar decidió salir sin decir adonde y, al volverse
sorprendió a Amanda y a Brenda mirándola; sus pálidos ojos azules brillaron con
una extraña luz.
—No puedo decir que disfruto de las cenas familiares, pero esta noche estaré
aquí. ¡Mi esposo así lo quiere!
Su cara estaba demacrada, pero su ropa era exquisita como de costumbre,
elegida con mucho gusto y estilo. Se encaminó al porche, luego a su auto y Brenda se
volvió silenciosa.
—¡Por lo menos no parece importarle lo de las vacaciones! —exclamó Amanda
en voz alta sintiendo la tensión que Caroline creaba.
—¿Por qué habría de importarle? A quien quiere es al… señor Marc. Lo que
siente por él no está bien, no le importa si lo lastima a él o a la niña, pero no los deja.
—¡Bueno, Brenda, eso es asunto de ellos!
—¡Y de la niña! —replicó con énfasis—. Usted es una chica buena y demasiado
amable. He estado en esta casa durante ocho años y he visto muchas cosas. Jamás
sabré porqué él no la ha abandonado. Aunque sea muy bella, ¡es una mujer inestable,
jamás será feliz; sin embargo, tiene todo para serlo!
En ese momento la enfermera bajó por la escalera. Era obvio que oyó lo que dijo
Brenda, pero ésta ni se inmutó. Karin apareció detrás de ella con su bonito vestido
amarillo, luego Pip; Amanda saludó amablemente a la enfermera y llamó a los niños.
A pesar de la presencia de la enfermera bajaron corriendo por la escalera y Amanda
los asió de las manos y los sacó al jardín. El cielo estaba azul y radiante aunque había
nubes formándose en el horizonte. Habían pronosticado una tormenta, pero hasta el
momento las lluvias no habían sido fuertes. Se veía venir y ese caluroso paraíso
tropical echaría vapor a torrentes. Aunque era excitante no era para reírse y Amanda
decidió que era mejor que fuera a la casa por la ropa que necesitaría para las

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vacaciones. No le llevaría mucho tiempo y Brenda podría encargarse de cuidar a los


niños durante más o menos una hora.

Al entrar en su casa encontró que volaban insectos y se preguntó cómo habrían


podido entrar. Se quedó mirando su viejo hogar tenuemente iluminado debido a las
persianas cerradas y a la oscuridad del exterior. Con ternura imaginó a su tía
saliendo a saludarla aunque sabía que estaba sola en la casa. Entró en cada uno de los
cuartos, ligeramente alarmada por todas las palomillas que volaban. ¡Podrían acabar
con las alfombras! Antes de hacer cualquier otra cosa tenía que limpiar la casa de
esos invasores. También había que sacudir porque a pesar de las ventanas y
persianas cerradas una capa de polvo se veía sobre las barnizadas superficies, cosa
que hubiera horrorizado a su tía.
Encendió algunas luces en la triste casa y abrió las puertas del frente y de atrás.
No había señales de la señora Farrell, su vecina. La verdad era que la casa se veía
cerrada, y entonces recordó Amanda que a menudo iba a visitar a cada una de sus
tres hijas casadas que vivían ahora en Brisbane. ¡Una lástima! Le hubiera gustado
hablar con ella.
—¡Por todos los cielos, contrólate! —Se dijo en voz alta y cogió un trapo de
sacudir. Mientras trabajaba todos los recuerdos de su niñez parecieron volver a su
mente y sus ojos ardían a menudo. Al terminar y ver los muebles brillantes de nuevo,
se animó. Sintió tan cerca la presencia de su tía que fue como si tuviera a un fantasma
gentil detrás de ella.
Después se bañó antes de buscar su ropa de playa. Había un sombrero de paja
verde que le protegería la piel. El asunto era encontrarlo. En casa de los Chandler
jamás había usado sus pantaloncillos cortos y sus corpiños, pero serían ideales para
la playa.
Se sobresaltó cuando la puerta del frente se cerró después de azotarse. Bajó de
un salto de la silla donde estaba parada para poder buscar en lo alto del guardarropa
y corrió atemorizada al frente de la casa para abrir la puerta. Ningún ser humano la
saludó sino un cielo lívido. Se le quedó mirando con los ojos bien abiertos. Una
fragancia peculiar como a incienso flotaba en el aire. En ese momento no había
ráfagas pero los loros gritaban con fuerza en los árboles. Ella se había entretenido
demasiado y la tormenta parecía inminente. Había algo irreal en el cielo, algo
intolerable a través de la oscuridad de las nubes de tormenta. Estas se veían bajas,
amenazadoras. Su rostro palideció y se dijo que tendría que luchar sola contra el
temor que les tenía a las tormentas. Durante años lo hizo y tenía la casa para
protegerla. No intentaba manejar el coche hasta que hubiera pasado. Tal vez sería
fuerte, pero breve como todas las tormentas tropicales.
Una enorme lagartija corrió por una de las tablas del piso por encima de su pie
y ella dejó escapar un grito nervioso. ¡Eso era ridículo! Suspiró hondo, puso el retén
de la puerta del frente y entró en la casa a terminar de recoger. Mentalmente se tenía
que preparar para el peligroso fenómeno de los rayos. Las manos le temblaron y

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movió la cabeza desconcertada como para pensar mejor. Tenía que calmarse, no
podía permitir que el temor la dominara. ¿Por qué no dejaban de chillar los loros y
volaban a un lugar seguro?
Encontró el sombrero de paja y lo arrojó sobre la cama. A través de la ventana
de la alcoba pudo ver las nubes negras revoloteando por encima del magnífico árbol
de mango alrededor del cual había jugado cuando era niña. ¿Por qué no comenzaba a
llover? La espera resultaba insoportable. Un minuto después las luces de la casa
bajaron de intensidad y un aterrador estallido de truenos sacudió los cimientos del
viejo hogar. Amanda sintió que los músculos del estómago se le hacían un nudo y
vio la imagen de su pálido rostro en el espejo. Sus ojos se veían extraños, brillantes
pero llenos de un tonto terror que no parecía poder controlar. Había soportado
durante años muchas tormentas, pero por lo menos no tuvo que hacerlo sola.
Se sentó a un lado de la cama y agachó la cabeza. La tormenta se acabaría y
entonces podría regresar a la casa. Tal vez la señora Chandler estaría ansiosa, le había
dicho a Amanda que regresara antes de la tormenta. Se oyeron los truenos y luego la
lluvia que caía a torrentes. Quizá granizara, como la vez en que las ventanas de un
lado de la casa se rompieron. El techo era viejo, pero esperaba que resistiera.
Lo que sucedió después resultaba alarmante, hasta que Amanda se dio cuenta
de que alguien tocaba la puerta. Durante un minuto sintió que se desmayaba, pero
incrédula se puso de pie y notó que sus piernas casi no la sostenían.
—¿Amanda?
Nerviosa, dio un salto. Esa voz la conocería en cualquier parte.
Inconscientemente trató de erguir los hombros y se dirigió a la puerta de la alcoba.
—¡Marc!
Él se veía pálido debajo de su piel bronceada y su cabello y cutis brillaban por la
lluvia.
—¿Por qué no contestas el teléfono? —preguntó con arrogancia.
—¡No lo oí! —respondió temblorosa esperando que él no lo notara.
Arrojó su húmeda chaqueta sobre una silla. La camisa estaba seca, se aflojó la
corbata y se subió los puños de la camisa.
—Mi querida niña, por lo que yo sé, las líneas están funcionando todavía. ¿En
dónde está el aparato?
—A tu espalda.
Ella gesticuló hacia la pequeña alcoba y observó cómo levantaba el auricular y
exclamaba impaciente:
—¡Ni siquiera estaba colgado!
—Traté de ordenar todo, supongo que lo desconecté.
—¿Estás bien?
Ella asintió con la cabeza, vio que la observaba con fijeza y más tranquilo por
fin.

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—¡Me tenías preocupado!


—¿Viniste por mí? —preguntó ella con gentileza—. Tengo el coche.
—¡Lo sé! Este es un lugar bastante apartado y tú estás sola. De todas maneras,
¿a qué viniste?
—¡Por unas cosas! —Ella titubeó, él se le acercó y le puso una mano en el
hombro.
—¿Te asustan las tormentas?
—Un poco.
—¡Yo diría que mucho!
—¿Y bien? Todo el mundo se asusta de algo ¿o no? Excepto tú.
—Yo te llevaré a la casa, el coche estará bien aquí.
—¡No, Marc no iré!
—¿Quién eres tú para llamarme Marc? —La miró brevemente, un poco hostil.
—Pues ya lo hice ¿no es así? —dejó escapar una curiosa risita y se reclinó contra
el muro para apoyarse.
Las luces de la casa disminuían y la lluvia sobre el techo hacía un ruido
continuo, bloqueando los pensamientos racionales.
—No podemos quedarnos aquí, Amanda. Eso sería una locura mayor que
manejar en la tormenta, ven conmigo, pequeña. ¡No dejaré que nada te haga daño!
Ella trató de controlarse y se apartó de la pared.
—¡Es una tontería, lo sé!
—Todo tu cuerpo está temblando.
—Iré por mi impermeable. ¿Y para ti? Un paraguas sería inútil.
—¡Al diablo con eso! ¡Vámonos! —exclamó decidido.
Amanda caminó rápido por el largo pasillo y en ese momento un trueno se oyó
sobre su cabeza, como si fuera el fin del mundo.
Trató de ahogar un quejido y cayó contra el muro cubriéndose los oídos con
manos temblorosas.
—¡No quiero ir, Marc, no puedo!
—¡Cálmate, enseguida! —Se le acercó atrayéndola a sus brazos con violencia.
—¡Sólo abrázame! ¡Abrázame, ya no recuerdo quién eres, ni lo que eres!
Él pareció contestar haciendo un gran esfuerzo y por una vez su rostro traicionó
sus emociones, que generalmente mantenía controladas.
—Amanda, ¿tienes una idea de lo que podría suceder?

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—No —se quedó apoyada durante un momento contra su pecho como una
criatura cansada, no una seductora. Toda su vitalidad parecía consumida, él era la
única fortaleza en el mundo y ella pudo oír el rápido latido de su corazón.
—¡No puede ser! —Con una mano le asió el largo cabello y lo haló para atrás
como un castigo forzándola a mirarlo.
—¡Yo no quiero nada! —protestó ella desesperada con los ojos llenos de
lágrimas.
—¡Que Dios me ayude, pero yo sí! —murmuró él con rudeza.
Lo oyó respirar hondo y luego sintió su boca sobre la de ella cosa que le
provocó una agitación instantánea. Abrió su suave y dulce boca y él la tomó con
urgencia deslizándole las manos por la cintura y atrayendo su cuerpo hacia sí con tal
fuerza que los pequeños botones de su camisa se le encajaron a ella en el pecho.
—¿Por qué no te alejaste corriendo de mí? —murmuró él contra la cálida
sedosidad de su piel.
Amanda no pudo contestar aunque hubiera querido porque la boca de él cubrió
de nuevo la suya explorándola profundamente y excitándola en forma convulsiva. Se
sintió débil y mareada y cerró los ojos empañados por las lágrimas. Si ésa iba a ser la
única felicidad que tuviera en su vida valía el inevitable dolor. Ni siquiera le
atemorizaba aunque sabía que no podía detenerlo; sus caricias la incitaban
demasiado, resultaba peligroso, trágico, las pasiones desatadas por la furia de la
tormenta.
Él la abrazaba con fuerza moviendo la boca a lo largo de su cuello,
murmurando su nombre, exigiendo que los cuerpos se fundieran en uno solo. Sus
manos se movieron sobre los hombros de ella encontraron el corpiño de su vestido
de sol y lo hicieron a un lado.
Ella jadeó, asustada, pero él no hizo caso impulsado por la necesidad masculina
de conocer el cuerpo femenino. Amanda jamás había experimentado tal intimidad y
gemía sin palabras mientras las manos de él no cesaban de acariciarla, las fuerzas la
abandonaban. No creyó poder soportarlo ahora que sus manos se apoderaban de los
suaves contornos de su cuerpo se sintió sobrecogida por un deseo que no le permitía
oponerse a él.
Afuera había relámpagos y la lluvia era azotada por un fuerte viento, pero ella
no tenía conciencia de nada, estaba fuera de control, sólo existía para una cosa…
satisfacer a ese hombre. Marc la cargó sin que sus ojos dejaran de mirarla.
—¡Ámame! —murmuró ella con los ojos cerrados.
—¿Ahora? ¿Quieres ser completamente mía?
—¡Sí!
—¡Yo quería que lo fueras desde hace mucho tiempo!
Ella sintió el temblor de sus fuertes brazos y luego él la llevó cargada a la alcoba
como si nada importara excepto que él hiciera con ella lo que deseara. Amanda
murmuró su nombre y él la dejó caer sobre la cama.

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—¡Casi podría hacerlo —susurró con gravedad—, pero me importas


demasiado!
—¡No te importo nada! —gritó en un extraño estado de emoción.
—¿Quieres que sea el primer hombre?
—¡Te amo!—susurró ella—. ¡Sólo quiero lo que tú anheles!
Con toda gentileza él se agachó y la cubrió.
—¡No puedo traicionarte, Amanda, aunque lo deseo terriblemente!
—¡Perdóname, no quiero hacer nada que después resulte desagradable para ti!
—Ladeó la cabeza.
—Nunca debí tocarte. Me dije que jamás lo volvería a hacer, pero no sé cómo
me hiciste perder la cabeza. Me olvidarás y voy darte esa oportunidad.
—¡Jamás te olvidaré mientras viva! —Las lágrimas le corrían por las mejillas y
volvió la cabeza hacia la almohada.
La mano que ahora le acarició el cabello era la misma que acariciaba los suaves
y sedosos rizos de Karin.
—Encontrarás a alguien que pueda ofrecerte toda su vida. No Courtney, él no
es lo suficientemente bueno para ti, sino algún hombre joven con ambición e
integridad.
—¡Yo no quiero a nadie más, sólo a ti!
—No llores, Amanda —le rogó él.
—No puedo evitarlo. Cuando tenga que irme, dímelo.
—¿Crees que me gusta mi vida? —contestó con ira respondiendo a su quebrada
voz.
—¡Déjame, ya se me pasará! —Se llevó ambas manos a la cabeza—. Sabía que
las consecuencias serían trágicas. Supongo que nací para amarte y sufrir por ello.
—¡Tendrás que irte! Si te quedas, seguramente te haré mía.
Ella abrió desmesuradamente los ojos y él la miró, luego se inclino y la besó en
la boca.
—Debo hacer arreglos para que estés a salvo. Tengo deberes, responsabilidades
y no puedo abandonarlos, ni siquiera por ti!
—Creo que debo tener muy mala suerte. ¡Parece que pierdo a toda la gente que
amo!
—Tendrás felicidad, Amanda, cree en ti. Piensa que la encontrarás. Tienes todo
para ofrecerle a un hombre. ¡Todo lo que es valioso!
Trató de sonreírle.
—¡Te amo, Marc Chandler y siempre te amaré!
Él le puso las puntas de los dedos sobre la boca.

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—¡Dentro de un año ya no te acordarás de mí y me dará gusto! Se movió hacia


la puerta y volvió la cabeza hacia el cielo.
—Ya casi pasó la tormenta. Te esperaré en el coche —dijo con amargura.
La dejó y Amanda supo que no iba a permitir que ella destruyera sus planes
para el futuro. Tendría que irse y aceptar su ayuda aunque jamás olvidaría al hombre
que le estaba prohibido amar.

Durante la cena esa noche Marc apenas si le dirigió la palabra, pero no pareció
tener importancia. Caroline había hecho una de sus extraordinarias transiciones de
una persona enfurecida a una muy amistosa. Estuvo sentada a la mesa jugando con
los alimentos y el vino y de vez en cuando sus exquisitos labios hacían pucheros
como promesa tentadora. Amanda debía sentirse cautelosa cuando la mujer
pronunció su nombre, pero no fue así. Estaba demasiado desesperada por sus
pensamientos inclusive los niños la encontraron ensimismada y ausente. La hora de
irse a la cama llegó como un alivio a pesar de que los niños querían disfrutar algo
más de la compañía de Marc, pero él no los acompañó a sus cuartos, sino que les dio
un beso de buenas noches al pie de la escalera.
Amanda durmió mal esperando que el día siguiente Marc le comunicara su
decisión. La anciana señora Chandler salió a la mañana siguiente, Lee la llevó en
coche a la casa de su cuñada y Brenda y la señora Harper aprovecharon la
oportunidad para ir al pueblo. El día estaba tan caluroso que Amanda propuso
darles sólo unas cuantas lecciones en el prado y tal vez un viaje al lago y a sus frescos
y verdes alrededores. Caroline también había salido muy temprano y la enorme casa
parecía encerrar una amenaza a pesar de su esplendor colonial. La compañía de la
enfermera era para evitarse ya que había estado dirigiendo miradas feroces a
Amanda toda la mañana. Casi estaban listos para irse al lago cuando Caroline
regresó a casa y se dirigió al cuarto de Amanda donde los niños esperaban que
guardara unas cuantas cosas en el bolso de playa amarillo. Sus pequeños rostros
estaban intranquilos al sentir la preocupación de Amanda, pero cuando Caroline
entró, se atemorizaron más.
—¡Deja eso, señorita Raymond! —Le gritó cogiéndole la mano a Karin y
halándola a su lado—. ¡Tengo otros planes para mi hija! —su voz se oía muy clara
farfullaba de excitación y sus ojos despedían chispas amenazadoras.
Pip se paró cerca de Amanda como para protegerla y la joven sintió que
deslizaba su mano en la de ella que se la apretó mirando a Caroline con fijeza.
—¿Va a llevársela a pasar el día con ustedes, señora Chandler?
—¡Ese es asunto mío! —El rostro de Caroline se veía contorsionado por la ira.
—¡Yo no quiero ir! —dijo Karin.
—¡Cállate! —estalló su madre como si no tuviera paciencia—. Será mejor que te
explique, señorita Raymond. No pienso dejar que te lleves a mi hija a ninguna parte.
Es más, tengo que darte una noticia importante. ¡Yo misma la llevaré!

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—¿A dónde, señora Chandler? —preguntó Amanda con calma como si


estuviera interesada.
—¡Pues no estoy segura! —titubeó Caroline—. No soy como tú, señorita
Raymond. No pienso todo el tiempo, pero puedo llevar a mi hija cada vez que yo
quiera, adonde quiera.
—¿Es sólo por el día, señora Chandler? —Insistió Amanda alarmada por la
actitud poco natural de Caroline.
—¿Estás loca? —gritó Caroline—. Me la voy a llevar de viaje.
Amanda sintió que le fallaba el corazón. La piel de alabastro de Caroline estaba
perlada de sudor y las manos de dedos largos, se retorcían y retorcían… se veía casi
desequilibrada y Karin parecía demasiado asustada para correr hacia Amanda a
pesar de la súplica que había en sus ojos.
El instinto le dijo a Amanda que no se opusiera a ella, pero tenía que llegar al
teléfono de alguna manera. Marc le había dicho repetidamente que Karin no podía ir
sola con su madre a ninguna parte.
—Supongo que entonces querrá que le recoja alguna ropa, señora Chandler —le
comunicó y le apretó la mano a Pip como una advertencia.
Carolina soltó una carcajada.
—Esperé que luchara contra mí, señorita Raymond.
—¿Y por qué iba a hacerlo? Usted es la madre de Karin. ¿Quiere que también le
haga su maleta?
Un sollozo se le escapó a Karin y la expresión de Caroline traicionó su asombro.
—Yo iba a comprarle todo nuevo —contestó, desconcertada.
—¿Y para qué molestarse? Karin tiene bastante ropa bonita y no creo que me
lleve mucho tiempo acomodarla; bajaré un momento. Brenda ya planchó varios de
los vestidos de Karin, pero todavía no los ha subido —Amanda casi no podía
soportar ver el pequeño rostro angustiado de Karin—. No tardaré nada.
—¡Ven acá! —Ordenó Caroline con voz peligrosa y Amanda se volvió con el
corazón que parecía salírsele por la boca. Caroline les decía a los asustados niños que
se sentaran y esperaran.
Bajó casi volando la escalera y se metió en la biblioteca desesperada por
comunicarse con Marc. Eso llevaría mucho tiempo y tuvo la extraña sensación de que
jamás volvería a hablar con él de nuevo. El dedo con el que marcó el número de la
mina le temblaba tanto que tuvo que comenzar de nuevo maldiciéndose en voz baja.
Los niños sufrían y todo su ser estaba concentrado en hacer que Marc regresara a la
casa para hacerse cargo de la situación. En el estado presente de Caroline no sabía lo
que hacía. ¿Estaría desequilibrada, o drogada, o qué?
El teléfono sonó dos veces en el otro lado de la línea antes que una mano
delgada y cruel cubriera la de ella y le torciera el brazo hacia atrás.

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—¡Traviesa, traviesa! —Dominic le susurró contra la oreja—. ¿Acaso vas a


decirme que llamabas a Marc? ¡Eso no podemos permitirlo!
El rostro de él estaba muy cerca del de ella que percibió la excitación del
hombre.
—¡Suélteme! —Respiró jadeante y sus ojos lo miraron con desagrado.
—¡Calla! —susurró él de nuevo—. ¡No quiero lastimarte, por lo menos, no así!
El brazo y el hombro le dolían y él la empujó, burlándose.
—¿Ya eres la amante de Marc? ¿No contestas? Supongo que se casaría contigo si
pudiera, pero ya está atrapado en un matrimonio sagrado… y mira que lo atrapó la
encantadora y loca Caro.
Su voz se oía temblorosa con una mezcla de susto y enfado.
—¿Si piensa de ella así cómo puede dejar que se lleve a Karin? A los niños hay
que protegerlos.
—¿Hay que hacerlo? Jamás pensé en ello. Sube la escalera, rizos de oro. Por
supuesto que te darás cuenta que Caro se molestará contigo.
—¡Eso no es nada comparado con lo que te pasará a ti! —replicó Amanda
furiosa—. Karin es muy importante para su padre y me parece que estás
participando en un secuestro.
Él la torció contra él y ella se encogió para no sentir el contacto de su cuerpo.
—No hables como una tonta, Caro es la madre. Además, yo haría cualquier cosa
para perjudicar a Marc. Atractivo, brillante, duro y determinado Marc Chandler. Lo
compadezco tanto como tú querida chica, pero por razones diferentes. Mi abuelo
quiere mucho más a Marc que a mí. Inclusive mis padres sienten así. Mis amigos.
Marc estableció el patrón de mi vida. Comparado con él, yo soy un desperdicio y
todo el mundo hizo el símil, éramos buenos amigos de niños.
—¡Me estás lastimando! —exclamó Amanda desdeñosa.
—Y lo estoy disfrutando. ¡No me había dado cuenta de cuánto hasta este
momento!
El dolor hacía que se le nublara la vista, pero no le suplicaría de nuevo aunque
le rompiera el brazo. La soltó en la puerta de su alcoba, y la empujó a que entrara
antes que él.
—¡Esta pequeña mujerzuela traidora trataba de telefonearle a Marc!
—¡Eres una!… —Caroline la acusó y cruzó el cuarto como una tigresa
abofeteando el rostro de Amanda—. ¡Cómo te atreves a engañarme!
—El señor O’Neill se equivocó, yo trataba de comunicarme con la señora
Chandler. Se supone que debo ir a recogerla —fueron las palabras de Amanda.
—¡Mientes!
—¡No miente! —dijo Pip orgulloso—. Yo mismo oí que abuelita se lo pedía.

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—¡Entonces puede esperar! —gritó Caroline—. Algunas veces me enfermas,


Dom.
La repentina discusión entre ellos le dio confianza a Amanda.
—¿Pueden esperar los niños en el salón de clases hasta que esté todo dispuesto,
señora Chandler?
Caroline la miró como si tratara de saber lo que ocurría en la mente de Amanda.
—No me importa donde esperen, siempre y cuando tú te apresures.
—¡No se te ocurran más trucos! —Dominic se acercó por atrás de Amanda y le
apretó dolorosamente el brazo—. ¡Te conozco, aunque la pobre de Caro no!
—Mi única preocupación es por los niños que deben estar tranquilos —
respondió Amanda.
—¡Vamos, apresúrate! —gritó de pronto Caroline—. ¡Hicimos un trato!
—Sí, señora Chandler —Amanda inclinó la cabeza y se llevó al salón de clases a
los asustados niños mientras Dominic revoloteaba por el pasillo listo a saltar como
un halcón.
Antes de tocar el picaporte Amanda supo lo que iba a hacer.
—¡Confíen en mí! —Les gritó a los niños y los empujó cerrando la pesada
puerta de paneles y dando vuelta a la llave a toda prisa. Su corazón parecía estar a
punto de estallar en su garganta al correr hacia la salita con O'Neill pisándole los
talones, pero pudo arrojar la llave a través de la ventana abierta para que cayera en el
jardín de las rosas.
—¡Mujerzuela! —El hombre la golpeó.
Perdió el equilibrio y se cayó por el golpe lastimándose la cabeza contra la
antigua mesa ovalada en el centro del cuarto.
Caroline corrió a la puerta respirando agitada y se les quedó mirando.
—¿Qué sucedió?
—Tiró la llave por la ventana —contestó furioso—. ¿Por qué no te llevas nada
más que a la niña?
—Prometiste que me ayudarías —agregó Caroline sorprendida—. ¿No lo
hiciste, Dom?
—¡Ah, por todos los cielos! —Se le acercó a Amanda como si fuera a pegarle de
nuevo y todo el cuerpo de la muchacha se puso rígido en espera del golpe.
—¡Ve por la llave, Dom! —Le rogó Caroline, ansiosa—. Alguien podría regresar
a casa.
—¡Mientras no sea Marc no me importa quién! —Miró a Amanda, pero ella
desvió la vista—, ¡Ya me desquitaré contigo, muchachita!
—¡Déjala en paz! —agregó de pronto Caroline—. Tiene valor se lo concedo. Ve
por la llave, Dom, no puede estar lejos.

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—¿Crees acaso que voy a arrastrarme? —preguntó ultrajado.


—¿Por qué no? ¡Estaría muy apropiado para ti! —exclamó Amanda de pronto.
—¡Me simpatizaste, de veras que sí! —respondió él.
—¡No te muevas o te mato!
Una voz desde el umbral se oyó tan amenazadora que Caroline se volvió
gritando:
—¡Marc!
—Te atreves a entrar a mi casa y te atreves a llevarte a mi hija. ¿Y qué le ibas a
hacer a Amanda? —Los brillantes ojos negros miraron sombríos al silencioso
hombre.
—¡Nada, lo juro! —Dominic pareció animarse.
—¿No? —Marc se movió con tanta rapidez que ninguno vio el golpe que le
asestó a O'Neill que lo hizo caer como un títere. Se agachó de nuevo para levantarlo
con la intención de repetir el golpe.
—Por favor, Marc, los niños están en el salón de clases, los encerré —Amanda
trató de ponerse de pie, pero su súplica llegó demasiado tarde para ayudar a O'Neill.
Marc lo golpeó de nuevo y pareció sentir placer en hacerlo. Era más alto y
fuerte que su adversario y en esa ocasión O'Neill fue a dar a la pared lastimándose el
hombro.
—¡Fuera de aquí, vete mientras puedas! —gritó Marc.
—¿Por qué no terminas? ¡Podrías aplastarme!
—¡Eres un tonto, Dom! —agregó Marc en voz baja—. Has dejado que Caro te
tuerza alrededor de su dedo meñique durante tanto tiempo y tan a menudo que no
sé quién de ustedes es más culpable de corrupción.
La voz de Caroline se rompió en un sollozo y se cubrió el rostro con las manos.
—Dom es el único que ha sido amable conmigo durante toda mi vida.
—¿Amable? ¡Oh, no! —respondió O'Neill—. Pude haberte ayudado muchas
veces, pero no lo hice.
—¡Déjala, ya hiciste bastante daño! Si casi está destruida, tú tienes mucha culpa
—ordenó Marc.
—¡Culpa a la familia! —La risa de O'Neill era histérica—. ¿Tú no lo sabías,
verdad, Marc? Y aunque todos son tan aristócratas no te lo dijeron.
Marc se había acercado a Amanda ayudándola a ponerse de pie.
—¡Tú no mereces nada de esto!
—Ella te llamó, ¿verdad? —Caroline estaba furiosa.
—Por el contrario yo lo hice, señorita Caroline —la enfermera Mellon estaba
cerca de la puerta y se oprimía los labios con un pañuelo—. Venga conmigo, querida
mía, no está bien.

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Caroline se le quedó mirando.


—¿Usted llamó a Marc?
—¡Era necesario! —respondió la enfermera con una voz que Amanda jamás le
había oído, suave y temblorosa—. Ahora veo lo equivocada que había estado. Espero
que me perdone, señor Chandler, usted también, señorita Raymond. Siempre actuó
con el mejor interés por los niños.
—¡Perdónenme si tengo que irme! —dijo burlón Dominic.
—¡Si, Sí, vete! —gritó histérica Caroline—. Siempre le has tenido miedo a Marc.
—Venga conmigo, señorita Caroline, venga a su cuarto —la enfermera se veía
indefensa como si estuviera a punto de llorar.
Caroline se volvió y la llamó un nombre que Amanda jamás deseó haber oído,
pero eso, en vez de asustar a la enfermera pareció animarla para sacarla de su
vergonzosa situación.
—¡Ya basta! —dijo cortante—. Usted no está bien.
Dominic levantó la mano para parodiar una despedida y salió de la mansión
cosa que hizo enfurecer de nuevo a Caroline.
Miró a su alrededor; luego, sus ojos se fijaron en el bordado que Amanda le
enseñaba a hacer a Karin. Unas afiladas tijeras estaban al lado de la caja de costura
abierta y Caroline las tomó echándose sobre Amanda.
—¡Tú me hiciste eso!
Amanda estuvo consciente del fuego en la mirada de Caroline aun por encima
del grito incoherente de la enfermera.
La muchacha cerró los ojos mientras el cuarto le daba vueltas. El golpe a su sien
la desconcertó y un instante más las puntas de las tijeras la herirían. ¿En el rostro o en
el pecho sin protección? De cualquier manera, el efecto sería terrible.
Por tener mucha experiencia y fuerza, Marc se movió con rapidez evitando el
golpe y aprisionando la muñeca a su esposa, pero ella luchó como una loca y usó su
breve espasmo de súper fuerza para causar una herida en el brazo que la tenía asida.
La sangre brotó enseguida a lo largo de la herida, Caroline dio un grito y tiró las
tijeras que había usado como arma.
—¡Marc! —Su voz se oía acongojada.
—Llévesela a su cuarto, la sangre siempre la preocupa —le dijo casi con voz
normal a la enfermera.
—¡Señor Chandler! —La enfermera miró asombrada la manga de la camisa
desgarrada.
—¡Por favor, haga lo que le pido! —exclamó iracundo—. Creo que encontrará a
mi esposa al punto del colapso. Amanda puede llamar al doctor McGilvray, él conoce
el problema.

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La enfermera se llevó a la sollozante Caroline casi sin voz por el susto. Estaba
en peor estado que la paciente porque había cerrado legamente los ojos a todas las
señales. Caroline la había persuadido muchas veces con su insistencia, pero por lo
menos tuvo la cordura de llamar al padre de la niña. La enfermera salió del cuarto
con un sabor de acritud en la boca mientras que Caroline se fue con timidez, como si
todo pensamiento de violencia ya no existiera.
Amanda miró preocupada el brazo herido de Marc. Él se lo sostenía por el
codo, pero no se veía en él ningún cambio excepto por una gran indiferencia.
—Tendré que sacar a los niños y luego llamaré al doctor.
—Lee ya se los llevó de la casa, hay un duplicado de llaves para cada cuarto.
—No lo sabía. Gracias a Dios, tampoco la señora Chandler.
—¿Y por qué iba a saberlo ella? Jamás se ha interesado lo más mínimo en el
manejo de la casa. Lee siempre sabe dónde están y nunca lo olvidaré por su agilidad
mental y su devoción a esta familia. Por lo menos esa tonta mujer actuó con sensatez.
Caroline ha sido adicta a barbitúricos durante años. Desde que era colegiala tragaba
tabletas para ayudarla a pasar el día. Dom y su círculo fueron una siniestra
influencia, pero cuando me casé con ella sus cambiantes humores sólo parecían tener
un alto grado de sensibilidad por haber estado tan consentida. Era muy hermosa y
podía ser muy alegre y encantadora aunque yo me casé con ella por la razón
equivocada. No la amaba, pero en esos días no iba yo en busca del amor. Era
demasiado ambicioso y seguro de hasta dónde quería llegar. Nuestras familias
estaban muy unidas y siempre esperaron que nos casáramos, así que yo contraje un
perfecto matrimonio de conveniencia. Puedes ver las consecuencias. Caroline
depende completamente de mí a pesar de como se comporta y mi deber es cuidarla
hasta el día que muera. Su familia sabía que era una adicta, pero nunca me lo dijeron.
Más tarde, el viejo Douglas me comunicó que rogaban para que nuestro matrimonio
le diera a Caroline la estabilidad que necesitaba, pero ella sufrió un deterioro mental
y físico desde que Karin nació. Cuando supo que estaba encinta gritó durante días y
yo he tenido buen cuidado para que no se volviera a embarazar de nuevo. Esa era
una de las fuentes de sus terrores y no tiene defensas contra la tensión. Si nuestro
matrimonio fracasó, yo acepto la culpa. Caroline siempre fue y siempre será una
criatura irresponsable, pero paga por ello. Sufre a su propia manera mientras nos
hace vivir en un infierno a los demás. He querido muchas veces que mi madre se
vaya de la casa, pero se niega a hacerlo. Me quiere y también a Karin y la mayor
parte del tiempo entre los dos mantenemos la situación controlada.
Amanda movió la cabeza y su joven rostro estaba lleno de compasión.
—No tenías que decírmelo, Marc.
—Quiero que entiendas. Tengo que pedirte que te vayas, Amanda, por tu
propia seguridad. Le romperá el corazón a Karin, pero ahora es una necesidad
absoluta.
—Entiendo. Llamaré al doctor McGilvray, ese brazo necesita atención.

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Llegó hasta la puerta y se detuvo, una esbelta chica que en el espacio de unos
cuantos meses se había convertido en mujer.
—Las cosas estarán bien para ti, Marc, ya verás y todos los días de mi vida
rezaré por Karin.
—¡Debes hacerlo! Quiero que tengas una cantidad de dinero, Amanda. Has
ayudado a Karin más que nadie en su vida.
—¡No, Marc! —Movió la cabeza con lentitud—. No lo quiero, no me moriré de
hambre, lo sabes. Siempre puedo conseguir un trabajo.
—¡De todas maneras lo tendrás! —dijo con vehemencia y por primera vez lo vio
palidecer—. Es todo lo que puedo darte y debes tenerlo, sabes que te quiero.
—Sí —respondió abruptamente y se fue corriendo antes que él pudiera ver las
lágrimas en sus ojos.

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Capítulo 9
El invierno en la ciudad era de un frío intenso, pero por lo menos estaba lejos
del calor de los trópicos y había poco para recordarle a Amanda el mundo que había
dejado. Los primeros seis meses fueron terribles, casi una lucha para poder pasar el
día y enfrentarse a las largas y solitarias noches. Marc llenaba tanto su mente que
parecía más vivido que antes su recuerdo y como resultado jamás podía tener éxito
en lo que trataba de hacer. La ciudad era como una jungla, llena de ruido y gente que
corría como loca y coches que se le echaban encima cada vez que trataba de cruzar
las calles y sus ojos seguían a cada hombre alto de pelo y ojos oscuros que parecía
tener una semejanza con Marc. Durante seis meses sufrió mucho. Luego, comenzó a
controlarse. No tenía derecho a darle la espalda al mundo cuando había tantos que
tenían más que soportar. A pesar de sus airadas protestas, Marc puso a su
disposición tanto dinero que podía vivir sin hacer nada, pero obstinadamente ella se
negó a usarlo excepto para buscar un lugar adecuado donde vivir. Además, el trabajo
era su salvación y aceptó el primer empleo al que la envió la agencia secretarial, una
oficina contable en la calle principal de la ciudad. Sólo pasó tres meses ahí, luego
encontró un trabajo mucho mejor, como asistente de la secretaria de una de las
diseñadoras de modas más famosas de la ciudad, una mujer muy atractiva y muy
talentosa llamada Martina Linden.
Después y por necesidad los contactos sociales de Amanda comenzaron a
multiplicarse y cuando Martina sugirió que modelara algunos de sus modelos
exclusivos para ciertos clientes y compradores comprendió que tenía que prestarle
mucha atención a su aspecto. Su rubia belleza le había atraído un sinfín de
admiradores, pero fuera de Marc Chandler nadie le conmovía el corazón.
En una ocasión, sentada en la oficina de Martina mientras ésta hacía bocetos
usando su rostro y su esbelto cuerpo como inspiración, Amanda se desmayó.
Martina dio un salto y gritó, pero la joven sólo perdió el conocimiento durante unos
cuantos segundos.
Si alguien se hubiera tomado la molestia de recoger los periódicos que estaba
leyendo, tal vez hubiera notado una pequeña columna que escribía acerca de la
muerte de la señora Caroline Louise Chandler, esposa del magnate minero Marc
Chandler de la mina Mount Regina, quien había muerto trágicamente en un
accidente automovilístico. El médico forense había dado el veredicto de muerte por
accidente porque el coche de la señora Chandler, que ella manejaba, falló al tomar
una curva en el camino y se fue al río, murió ahogada.
Martina mandó por comida de inmediato, pensando que Amanda se estaba
matando de hambre y ahora que lo pensaba, por trabajar demasiado. Amanda
temblaba tanto que Martina la envió por fin a casa de su propia hermana durante
unos días dándose cuenta que algo andaba muy mal, pero sin saber qué. Sophy era
una mujer tan espléndida, de tan buen carácter y tenía tal capacidad de escuchar, que
lograría que la chica le contara toda su historia, pero Amanda, quien llegó a
simpatizar y a confiar en Sophy jamás le habló de su tragedia. Pasó tres días con

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Sophy y regresó al trabajo mientras Martina seguía ordenando traer comida extra en
caso de que Amanda realmente no supiera cuidarse sola.
Pasaron las semanas, luego los meses, y Amanda jamás oyó hablar de ningún
miembro de la familia Chandler aunque ellos no sabían dónde vivía. Marc había
deseado mantenerla fuera de su vida, así que un futuro contacto con la familia fue
imposible a pesar del terrible día en que tuvo que despedirse y ellos revelaron el
verdadero afecto que sentían por la muchacha. Karin se escondió, se negó a bajar,
pero Pip se paró al lado de su abuela y los ojos de ambos brillaban con las lágrimas.
La madre de Marc le dio un bello collar antiguo para demostrarle su gratitud y
Amanda lo atesoraba aunque jamás se lo había puesto dejándolo para el momento en
que le fuera indiferente su dolor.
Era inútil aferrarse a sus recuerdos. La atormentada y desgraciada Caroline ya
no existía y a Marc le sería fácil encontrar otra mujer para madre de su hija en el
momento que levantara un dedo. Él nunca le escribió ni trató de buscarla, así que
dedujo que lo poco que sentía por ella había desaparecido ya. Comprendió. Ella era
parte de su lamentable pasado y también ya se había sobrepuesto al susto de la
muerte de Caroline. Amanda estaba fuera de su vida para siempre.
Se convirtió en modelo profesional para la Casa de Martina y su encantador y
ligeramente melancólico rostro se veía continuamente en las cubiertas de todas las
revistas nacionales. Se hizo el propósito de triunfar y trabajaba duro para lograrlo.
Pero el daño existía. Su corazón se había congelado y ella continuaba su camino
sabiendo que estaba condenada a desear a un hombre que jamás podría tener. A
pesar de que sus verdes ojos brillaban y sus labios se abrían para sonreír, ella no
disfrutaba con la compañía de muchos de los ardientes hombres jóvenes que
imaginaban podían convertir su frialdad en fuego.
Vivía su vida muy organizada con viajes a Hong Kong y a Bali y a las bellas
ciudades de Auckland y San Francisco, que eran los lugares donde se tomaban las
fotos de moda para Martina, pero todo lo hacía sin entusiasmo. Casi dieciocho meses
después que Amanda salió de Chandler la llevaron al Hotel Sothern Cross junto con
sus compañeras modelos para tomar parte en un desfile de modas y almuerzo
organizado por la fantástica Lady McAllen para una de sus exhibiciones de caridad.
Martina, con su flamante cabello rojo llegó antes que ellas, y fue quien le subió a
Amanda el cierre del traje que según la diseñadora "dejaría sin respiración a los
asistentes", un traje de noche muy romántico y sexy de encaje negro y chiflón. Con
ese vestido, Amanda usaba un fabuloso collar y aretes haciendo juego de esmeraldas
y diamantes que tenían que devolverle enseguida a Lady McAllen cuando terminara
el desfile.
—¡Bellísima, querida! ¡Haces una joya de mi trabajo! —El pálido rostro de
Martina se había ruborizado mostrando su vulnerabilidad ante la belleza de su
propia creación—. ¡Sal y atúrdelos!
—¡Es el vestido adecuado para hacerlo! —Estuvo de acuerdo Amanda pasando
con reverencia un dedo por el maravilloso collar alrededor de su cuello. Al verla
moverse su amiga Liz murmuró:

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—Estás fabulosa. Lástima que no puedas quedarte con las joyas. ¡Jamás se verán
igual colgadas del enorme pecho de Alicia McAllen!
—¡Yo muestro más que suficiente del mío! —contestó Amanda con cierta
tristeza. Era un vestido magnífico para ver y usar, el problema era que mostraba
demasiado de su piel porque el entallado corpiño ponía énfasis en sus jóvenes y
exquisitos senos.
—¡Tan desnuda como puedes estar! —Liz se volvió y sonrió burlona por
encima de su hombro—. ¡Qué suerte que desfilo antes que tú porque si no ni se
fijarían en mí!
—¡Se fijarán en mi vestido! —gritó Martina airada.
Amanda sonrió y le palmeó la mejilla, luego se movió con gracia junto al
escenario esperando que le llegara el turno para salir al estrado temporalmente
erigido. Podía oír la agradable voz del compañero masculino leyendo la descripción
preparada de la ropa de noche de Martina. El azul eléctrico de Kim, los olanes color
vino de Liz, luego anunció el nombre de ella…
—Amanda en una creación asombrosamente bella.
Salió al escenario cuando comenzaron los aplausos y para mostrar la
encantadora falda en movimiento dio unas cuantas vueltas haciendo que flotara. El
continuo aplauso era todo lo que Martina deseaba y cuando Amanda pasó al lado de
la mesa de Lady McAllen hizo una encantadora inclinación de cabeza que a los
fotógrafos de sociales les pareció magnífica para imprimir de inmediato.
Los ojos de las asistentes la siguieron anhelantes. Las atractivas mujeres
mayores envidiando su juventud; sus contemporáneas, determinadas a tener más
disciplina en sus regímenes de belleza. ¡Una figura tan preciosa y un cutis tan
impecable! Era imposible verse así sin ningún esfuerzo. Los pocos hombres del
público disfrutaron de una chica bella admirando todo acerca de ella. Era importante
que una mujer tuviera ese pequeño aire de misterio.
El desfile terminaba con más brillo del que había comenzado y por supuesto
Martina mantuvo su ropa de fiesta para lo último. Amanda acababa de salir para dar
la vuelta final cuando pensó que su mente la traicionaba. Las luces brillaban en sus
ojos, pero por un momento se imaginó que Marc estaba parado dentro del cuarto.
Tenía que estar equivocada porque de no ser así jamás podría llegar al estrado.
¿Acaso no pensó que lo había visto en otras ocasiones? Y cada vez resultaba ser otra
persona.
Se puso pálida, luego un rubor se extendió por sus pómulos y su compañero la
miró. Cuando Liz y Kim regresaron al escenario para unirse a ella, Amanda fijó los
ojos en la parte de atrás del enorme cuarto decorado con flores. No había nadie,
debía estar acostumbrada a eso, al vuelco de su corazón. Después, Martina le dijo
que se fuera a casa. Aunque le tenía cariño a su pequeña protegida, estaba
convencida que Amanda era demasiado frágil. El desfile había sido un éxito y nadie
trató de robar las esmeraldas.

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Amanda tomó un taxi para irse a casa, demasiado inquieta. Marc Chandler no
quería saber de ella y ella tampoco de él. Fiel a su promesa, pensaba en la pequeña
Karin todos los días, pero tuvo que borrar el dolor que le producía su amor por Marc.
Le pagó al chofer del taxi al llegar a la acera y se volvió para subir a su pequeño pero
elegante apartamento. Con el dinero de Marc podía haberse dado el gusto de tener
uno lujoso con vista a la bahía, pero ésa era una zona verde bastante buena y ella lo
podía pagar.
Sólo vislumbró a un hombre que se movió hacia ella desde el patio, pero fue
suficiente. Sintió un leve mareo y pareció respirar con dificultad.
—¡Marc! —Se quedó quieta como en un trance y él se movió para acercarse a
ella, y tomándola del brazo y mirándola.
—Perdóname, no me di cuenta que mi aparición te perturbaría, te pusiste muy
pálida.
—¿Estuviste en el desfile? —murmuró con la garganta seca.
—Si, llamé al establecimiento de la señorita Linden y me dieron la dirección.
Entra, Amanda, no puedes desmayarte aquí.
—La verdad es que jamás pensé que te vería de nuevo —temblaba y se separó
de él para subir corriendo por los sinuosos escalones de piedra flanqueados por
vistosas flores de brillantes colores.
Sus delgados y sensibles dedos parecían no poder meter la llave en la cerradura
y Marc se la quitó para abrirle la puerta y cerrarla con cuidado detrás de ellos. Ahora
el amplio cuarto agradablemente amueblado la hizo sentir claustrofobia. Amanda lo
cruzó de prisa para abrir la puerta corrediza que daba a una pequeña terraza y la
brisa se sintió de inmediato con todo el perfume de las plantas que ella había
cultivado.
—¿No quieres sentarte? —Lo invitó tratando de luchar contra su confusión—.
¿Puedo ofrecerte algo?
—No, ven aquí a mi lado, Amanda —su voz se oía tranquila, pero con una nota
autoritaria que ella recordaba tan bien.
—¡No Marc, de veras! Estoy tratando de labrarme un porvenir —se quedó
parada, apoyada en la cortina, sus ojos verdes se veían casi aterrorizados.
—¡Ven acá y dímelo!
—Jamás esperaba saber de ti. ¿Para qué viniste ahora?
—¿Cuántos meses más tendré que sufrir? —preguntó iracundo.
—No te entiendo.
—¡Desde allí nunca podrás! —Sus ojos parecían tocar cada parte de su rostro y
cuerpo.
—Te veo bien —logró decir para parecer normal—. Creí que estabas algo
cambiado, pero te veo igual que siempre.
—¿Sabes que Caroline se mató en un accidente automovilístico?

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—Lo leí en el periódico.


—Fue un accidente, Amanda.
—Jamás pensé que fuera otra cosa —respondió escandalizada por la dureza de
su tono.
—Algunos pensaron que fue suicidio.
—¡Oh, Dios! —Se quejó y se desplomó de pronto.
Marc la detuvo antes que emitiera un grito, la levantó y la llevó con él al sillón.
—¡No llores, querida, no!
—¡No tienes idea de lo desdichada que he sido!
—¿No la tengo? —Le levantó el mentón sosteniéndole la cabeza—. Me
perteneces ¿no es así?
—Hay muchas dificultades, puedes tener a cualquier mujer que quieras.
—Me asusta la idea de que sólo te quiero a ti —le echó el cabello hacia atrás
para mirar la perfección de su rostro y el esbelto cuerpo delicado como una flor—.
¿Qué puedo decirte que quieras oír?
—¿Cómo están Karin y tu madre? —Le era difícil hablar con normalidad
porque sentía la misma magia peligrosa y única.
—¡Esperando que regreses!
—¡No seas cruel, Marc!
Él frunció el ceño juntando las cejas.
—Lo seré si no te acercas a mí por propia voluntad. ¿A menudo usas vestidos
como el que te pusiste hoy? ¿El negro?
—¿No te gustó?
—¡Oh, sí me gustó! Lo que ocurre es que no quiero que uses vestidos así en
público.
—Entonces tu arrogancia todavía sigue viva.
—Así como mis celos. Si quieres usar casi nada, tendrás que hacerlo en la
intimidad de nuestra alcoba.
—¡No!
—¿Disfrutas en atormentarme?
Amanda lo miró mientras sus ojos parecían iluminarse con una llama verde.
—¡De la misma manera que tú me has atormentado durante todos estos largos
meses! —replicó ella.
—Debías darme las gracias. ¿Sabes qué aspecto tienes en este momento? ¡El de
una mujer lista para ser amada y amar!
Ella comenzó a luchar, pero él la sostuvo con firmeza.

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—Tengo la oportunidad de una nueva vida, de tener un hijo. Te quiero y te


necesito y voy a tenerte. Hasta haré que duermas conmigo, luego podremos discutir
todo cuando sepas lo que realmente quieres.
—¿Juraste que jamás le dirías a una mujer que la amas? —Le preguntó
maliciosa.
Se quedó perplejo.
—¿No lo he dicho, mi adorada pequeña tonta?
—¡No, no lo has dicho!
Fue todo lo que pudo decir porque él, ansioso, la atrajo a su pecho
apoderándose de la suave boca y al comprender Marc la pasión que le había
despertado comenzó a besarla profundamente. Poco a poco los envolvió el torbellino
de sus emociones que se convirtió en una llama que amenazaba consumirlos.
Cuando Marc levantó la cabeza una luz brilló en sus ojos.
—¡Ahora dime que no te amo!
—¡Mi corazón late como si estuviera loco! —exclamó ella con voz temblorosa—.
No me dejes, Marc. ¡Jamás vuelvas a hacerlo!
Él enredó su mano en el sedoso cabello, se inclinó a besar de nuevo su boca,
pero en esa ocasión con demasiada ternura.
—Nadie nos separará jamás. Lo que ocurrió en mi vida no puede cambiarse,
pero eso es el pasado. Traté de olvidarte, pero eres mía. Regresa conmigo, Amanda,
la vida no tiene sentido sin ti y Karin te necesita mucho. Juntos podremos darle el
amor y la estabilidad que su temperamento requiere. Y yo quiero un hijo, nuestro
hijo. ¡Pero primero te quiero para mí! —Las manos le moldearon el rostro
acariciándolo—. La primera vez que te vi supe que alterarías mi vida. ¡Es extraño,
pero te juro que es cierto!
Amanda no dudó que hablaba en serio. Instintivamente ella estiró la mano para
acariciarle el espeso cabello negro.
—¡Oh, Marc! —murmuró—. ¡Ámame para que sepa que es verdad!
Él la acercó aún más a sí y ella supo que pronto encontraría entre sus brazos el
éxtasis soñado al convertirse en la esposa de Marc Chandler.

Fin

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