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Palabras introductorias
El términos antropología significa ‘ciencia del origen y del desarrollo físico y cultural
del hombre’. Se compone del término ánthropos que significa ser humano; humanidad,
género humano. (Gómez, 2009); por su parte, logos se suele traducir como estudio,
tratado, razón, habla. En este sentido la antropología es el estudio del hombre. La
antropología filosófica es la indagación filosófica del hombre.
Desde un punto de vista muy general se puede afirmar que la antropología pregunta
por la esencia del ser humano; es decir, por aquello que hace que el hombre se distinga
de otros tipos de existencia, como los animales o las cosas inanimadas. La
antropología indaga la humanidad del ser humano, del individuo humano. Se suele
afirmar que la esencia del ser humano es ser persona. Lo que distinguiría al ser
humano del resto de las existencias es que el hombre, varón y mujer, es persona. Como
la humanidad del ser humano consistiría en ser persona, la pregunta por este sería
¿quién es la persona? Y no ¿qué es el hombre? Esta insistencia en la pregunta por el
quién y no por el qué de la persona es un intento de resaltar que la persona humana no
es una cosa ni un objeto. El animal y las cosas inanimadas serían definibles, pues
responder a un género y a una especie determinadas. A lo largo de la historia las mesas
son muebles que sirven para apoyar objetos, aunque sus estilos hayan variado. A lo
largo de la historia los gatos han sido valorados de diferentes maneras, pero nunca han
dejado de ser felinos pequeños susceptibles de ser domesticados. En cambio, el
hombre ha buscado a lo largo de la historia diversas formas de definirse sin que pueda
haber un acuerdo único sobre qué es lo que nos caracteriza.
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Estudió Filosofía y Literatura Latinoamericana
individuo se caracteriza por basarse en una incertidumbre que puede o no ser más
preocupante a lo largo de la vida. Somos capaces de vernos a nosotros mismos en
retorspectiva y aceptar o rechazar la personalidad que hemos construido. ¿Por qué
muchas veces nos sentimos como extraños para nosotros mismos, aunque cada quien
sea el más cercano para sí? Las respuestas han sido diversas. La gran mayoría de ellas
se diferencian por la concepción de libertad, persona e interpersonalidad que postulan
o presuponen. Pero, ¿quién o qué es el hombre?, ¿qué es la libertad?, ¿cómo es posible
la vida armoniosa con otros?
En la concepción del hombre homérica aparece más bien un ideal del guerrero y del
poeta, y no así una concepción elaborada temáticamente sobre el hombre. En ellos se
presenta una múltiple personalidad del yo. En el individuo no habita un yo único con
el que cada quien se autoidentifica, sino que, para decirlo con Sloterdijk, cada
“’personaje’ se manifiesta como punto de encuentro de los afectos o de energías
parciales que se hallan en su anfitrión; el individuo capaz de vivenvias y de
actuaciones se manifiesta como visitante que viene de lejor para utilizarlo según sus
circunstancias” (Sloterdijk, 2006: 21).
La concepción secundaria o general que se puede extraer de los relatos homéricos nis
indica que para la época prefilosófica no existía una concepción detallada o aclarada
sobre el ser humano. No obstante, si existía una concepción de aquello que da impulso
o vitalidad a los individuos. Antes de la filosofía, por lo tanto, existían dos
concepciones morales que correspondían a la concepción homérica del hombre, la
moral del guerrero y la moral de la gloria. La moral guerrera se caracteriza por la
capacidad del héroe de dejarse poseer por una fuerza más grande que él. El guerrero es
tanto más grandioso y temible en la medida en que está sujeto a posesiones, manías y
locuras. En él se desarrolla una fuerza impersonal y divina que le permite actuar más
alla de sus propias fuerzas individuales. Como afirma Sloterdijk: “El héroe es, por así
decirlo, un profeta sobre el que recae la tarea de hacer perceptible de manera
instantánea el mensaje de su fuerza” (Sloterdijk: 22). Por su parte, la moral de la gloria
corresponde a los poetas. Ellos son tanto mas capaces de cantar su poesía en la medida
en que no son ellos los que hablan, sino una inspiración maniaca. El poeta se convierte
en emisario de las musas, en el portavoz de una inspiración divina (Cf. Taylor: 133).
De manera muy breve podemos obervar que la concepción del hombre como un ente,
es decir una existencia, caracterizada por la unión de alma y cuerpo proviene de parte
del pensamiento heleno. Esta es una concepción dualista: alma y cuerpo. El alma sería
el principio de movimiento del cuerpo; por lo que el cuerpo es paciente, no tiene valor
por sí mismo. El cuerpo cambia, se transforma, se corrompe; por ello, la vida es
sufrimiento. La concepción helena, muchas veces, ha preferido ver en lo eterno lo más
perfecto, por lo que el alma sería más perfecta que el cuerpo. En este sentido, la vida
sería sufrimiento, pues está anclada a la corrupción o degeneración del cuerpo.
Según el filósofo Pitágoras (530 a.C - ¿?) el hombre también está compuesto de alma y
cuerpo. El alma provendría de partículas desprendidas del pneuma infinito que vagan
por la atmósfera hasta que encarnan en los cuerpos, a los que entran mediante la
respiración. El alma y no el cuerpo es inmortal; por ello, el alma sobrevive a la muerte
del cuerpo y puede volver a encaranar. El alma es caracterizada como un número que
se mueve a así mismo, es decir, el alma es individual y es el principio de vida en el
cuerpo. Como se mueve a sí misma, no necesita del cuerpo. El cuerpo envejece, en
cambio el alma no. Por ello, las almas pueden transmigrar, cambiar de cuerpo tras la
muerte de este sin que muera ella. Las almas proceen de un origen divino, por lo que
llegan al cuerpo solo para purificarse y así retornar a su divino origen. Esto marca una
explicación para el sentido de la existencia individual; pues si alguien no ha orientado
su vida de manera consciente, si ha vivido mal, su alma tendrá que reencarnarse una y
otra vez. Si la vida no se vive conscientemente, el alma preferirá reencarnar en seres
insconscientes, como animales o plantas. Es por esto que la vida virtuosa consiste en
un esfuerzo para realizar una vida armoniosa: se debe introducir una armonía en el
interior del hombre para elevarlo a la contemplación del orden del cosmos. La
purificación humana se logra cuidando del cuerpo y del alma. La purificación del
cuerpo, según Pitágoras, se logra mediante la dieta vegetariana, la abstención de
ciertos manjares como carnes y habas. El alma se purifica mediante la ciencia,
mediante el conocimiento verdadero, mediante el pensamiento y la contemplación del
orden del cosmos. La música, por ejemplo, servía para conocer el orden y la armonía
del cosmos, además que servía para aquietar las pasiones y elevar el espíritu para
percibir la armonía de todas las cosas.
Tras las guerras médicas y de las victorias de Maratón en el año 490, de Platea en 480
y Salamina en 479 a.C., Atenas se convirtió en la cabeza de la liga panhelénica,
además de tomar el centro de la vida comercial y cultural de la Hélade. El periodo más
importante de esta época se vivió bajo el gobierno de Pericles (499-429). Se pasó de
un régimen aristocrático a un régimen democrático. En este régimen los ciudadanos
libre tenían el derecho de intervenir en los debates públicos. Esta práctica hizo que se
perfeccione el arte de la palabra, de la retórica, de la dialéctica y de la lógica. El pubelo
greigo se convirtió en amante del buen decir. Esto generó una gran inquietud por las
formas de gobierno, por las mejores maneras de autogobernarse y por la capacidad de
presentar razones claras para convencer al interlocutor.
Esta época de esplendor también trajo dificultades para los ciudadanos y para el orden
social. Se comenzó a generar un relativismo en torno a la concepción de las leyes, pues
ya no eran vistas como la prolongación de las leyes del cosmos, sino como acuerdos
entre mortales que podían o no ser respetados. Comienza a gestarse la idea relativista
sobre la verdad, afirmando que esta no existe o que solo depende del punto de vista del
individuo. En este contexto se hizo famosa la sentencia multívoca de Protágoras de
Abdera (444 a.C.): “El hombre es la medida (métron) de todas las cosas, de las que son
en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”. (Diels, 80B1 citado por
Fraile, 1976: 230). Esta transformación de pensamiento impulsó la discusión sobre
algunos problemas políticos; pues si no hay restricciones para el poder, y si el
poderoso piensa que hace justicia mediante la violencia, el violentado no tiene cómo
pedir justicia, si todo, incluso ella, la idea de justicia, es relativo. También surge el
denominado subjetivismo, que se deriva de lo anterior; pues el hombre aparece como
la medidad de todas las cosas. Otra repercusión es el escepticismo, la idea de que la
verdad no se puede conocer, si es que existe. Esto condujo a una actitud de
indiferencia moral y religiosa. Este fue el contexto en el que se produjo el
convencionalismo jurídico, es decir, que las leyes dejan de tener un fundamento eterno
y se convierten en el acuerdo de los individuos. El peligro de esto sería que los
poderosos pueden proponer leyes injustas y pueden obligar a todos injustamente bajo
el argumento de que no hay ninguna ley sobre la que dictan los humanos y no hay
ningún parámetro más que la imposición del poder o de la fuerza. Estas posturas abren
la puerta del oportunismo político.
¿Realmente el hombre no está sujeto a ninguna ley natural? ¿No existe la veradd? Si
existe, ¿se la puede conocer? ¿Es libre el hombre? ¿Quién debería gobernar? ¿Puede el
hombre ser justo? ¿Qué es el hombre? ¿Quién es el hombre? Estas preguntas
comenzaron a surgir en la época clásica de Grecia, en el periodo de los sofistas, de
aquellos profesores ambulantes de retórica. En esta época aparecieron las principales
concepciones antropológicas de la filosofía antigua y que caracterizan una de las
principales fuentes de la cultura occidental.
Gracias a este impulso en el pensamiento surge una de las fuentes más importantes del
pensamiento antropológico heleno proviene de Platón (429-354 a.C.). Platón escribió
textos en forma dialogados, cuyo personaje principal es una versión propia de su
maestro Sócrates. El pensamiento de Platón se divide en cuatro periodos (Cf. Freile,
1976: 281-409). El primer período socrático comprende los diálogos aporemáticos, en
los que no se llega a una solución. Los diálogos de este periodo son Apología de
Sócrates (expone la defensa de Sócrates ante sus jueces), Critón (trata sobre los
deberes cívicos y Sócrates aparece como el modelo de ciudadano por rehusarse a
escapar de su injusta condena), Laques (se ejercita una definición del valor y se aclara
el método dialéctico), Hippias menor (sobre la mentira y la verdad), Gorgias (se
contrapone la retórica y la verdadera sabiduría), Alcibíades (sobre la justicia, aparece
el ideal del autoconocimeinto en cuanto alma y la importancia de la virtud), Menón (se
discute sobre si la virtud puede ser enseñada), Ión (sobre la poesía), Hippias mayor
(sobre la belleza), Cratilo (sobre la propiedad de las palabras y la insuficiencia de ellas
para hallar la verdad y la esencia de las cosas y aparece la teoría de las ideas), Eutifrón
(sobre la piedad), República (sobre la justicia). El segundo período es de transición y
comprende desde la fundación de la Academia (387 a.C.) hasta el segundo viaje a
Cicilia (266-265 a.C.). En este segundo período los diálogos adoptan una forma
narrativa y también una forma mixta. Estos son Protágoras (sobre la virtud en
general), Lisis (sobre la amistad), Eutidemo, Cármides (sobre la templanza y se aleja
de la doctrina socrática), Clitofón (crítica a la doctrina socrática sobre la virtud),
Banquete (sobre el amor y la belleza, además de un desarrollo para la teoría de las
Ideas), Fedón (sobre la inmortalidad del alma), República (desarrollo de otros libros),
Menexeno, Fedro (sobre el amor y la belleza), Teeto (sobre el conocimiento
científico), Parménides (autocrítica de la teoría de las Ideas). El tercer período se
desarrolla entre el segundo y el tercer viaje a Sicilia (366-361). En estos textos se da
un retorno a la forma dramática. Los textos son Sofista (sobre el ser y la teoría de las
Ideas y continuación del Teeteto) y Político (sobre las condiciones del gobernante). El
cuarto período se desarrolla entre el tercer viaje (361 a.C.) a Sicilia hasta su muerte
(347 a.C.). Los textos de esta época son Filebo (sobre el placer y el bien), Timeo
(sobre cosmología), Critias (contraposición del Estado agrario al imperialismo
marítimo. Mito de Atlántida), Carta VII, Leyes.
Platón también mantiene la idea del hombre como un compuesto de cuerpo, alma a la
que se agrega el timós. La concepción platónica del alma sufre transformaciones a lo
largo de su obra. Estas transformaciones pueden apreciarse de manera especial en los
diálogos Fedón, República, Fedro y Timeo. De manera general se puede afirmar que
para Platón el alma posee naturaleza divina, preexiste al cuerpo y transmigra de un
cuerpo a otro, según el nivel de purificación que haya logrado en su última
encarnación. El alma es el principio de movimiento y de vida del cuerpo. El alma es
única e inmortal, en cambio el cuerpo se une de varios componentes y es perecedero.
Al alma le corresponde el pensamiento y así el hombre se relaciona con lo divino, con
las realidades inteligibles. Al cuerpo le corresponde la sensación de cosas individuales
y percederas.
En el Fedón, el alma aparece como ebria mientras está dentro del cuerpo (Fedón, 79c).
El alma tiende a separarse del cuerpo, pues busca el bien y la verdad que se hallan en
el mundo ideal. El alma trata de separarse del cuerpo mediante el pensamiento. El
ejercicio del pensamiento y el ascetismo son prácticas que ayudan a que el alma se
separe del cuerpo. El cuerpo busca el placer de las sensaciones, por lo que se concentra
en lo individual y en lo temporal, en lo percedero, en lo corruptible. A causa del
cuerpo, el hombre se concentra en las apariencias falsas de la realidad, pues las cosas
sensibles se tranasforman y nunca son lo que parecían ser. El cuerpo aparece bajo una
perspectiva peyorativa.
En el libro IV de República la división del hombre es tripartita según las funciones que
cada parte cumple. La primera parte del alma es la racional y es más divina y perfecta
que el resto. El alma racional nos permite acceder al conocimeinto verdadero y a la
vida buena. “Y sabio se le ha de llamar por aquella pequeña parte que mandaba en su
interior prescribiendo tales cosas, poseyendo en sí misma, a su vez, el conocimeinto de
lo que es provechoso para cada una y para la comunidad que integran las tres” (Rep.,
IV, 443 c). Platón compara el alma racional con la función de gobernante que tiene la
cabeza para el cuerpo. “Y al raciocionio corresonde que cada uno de nosotros será
justo en tanto cada una de als especies que hay en él haga lo suyo, y en cuanto uno
mismo haga lo suyo” (441 d). La segunda parte del alma es la irascible y corresponde
con el timos, es decir está relacionada con la voluntad y el valor. “Valiente,
precisamente, creo, llamaremos a cada individuo por esta segunda parte, cuando su
fogosidad preserva, a través de placeres y penas, lo prescrito por la razón en cuanto alo
que hay que temer y lo que no” (443 c). El alma irascible o apetitiva se compara con el
corazón y el pecho. La tercera parte del alma es el alma concupiscible. “… lo apetitivo,
que es lo que más abunda en cada alma y que es, por su naturaleza, insaciablemente
ávido de riquezs” (442 a). El alma irascible está más relacionada con el cuerpo y está
ligada a las pasiones, los palceres y los deseos sensibles o apetitos sexuales. Se la
compara con el vientre bajo o con el abdomen o con el hígado (Cf. Rep. IV, 440 a- 445
d).
Las almas son eternas e inmortales como los dioses. Pero aunque son
inferiores a estos, su naturaleza es semejante a la divina y originariamente
figuraban en el séquito de la magna procesión que, guiada por Zeus, circula
por los cielos, llegando periódicamente a los últimos confines del Universo,
desde donde pueden contemplar las Ideas. Los dioses, los demonios y las
almas van en sus carros, tirados por caballos alados. Pero mientras que los
caballos de los dioses son excelentes, los de los carros de las almas uno es
blanco, bueno y noble, pero el otro es negro e indómito. El auriga se esfuerza
por armonizarlos en sus movimientos. El caballo blanco obedece con
docilidad, pero el negro se rebela y se resiste a su dirección y es causa de que
el alma caiga de su estado feliz y sea castigada a encarnarse en un cuerpo
material y mortal. (Fraile, 1976: 373)
Se puede apreciar en la cita que sintetiza lo expuesto por Platón en Fedro que el
hombre tiene tres partes del hombre que tratan de estar armonizadas, ya que en
principio no lo están. El auriga sería el alma racional, el caballo blanco el alma
irascible y el caballo negro sería el lama concupiscible. En el Timeo aparece
nuevamente la concepción tripartita del hombre: el alma racional que estaría en el
cerebro y tendría porobjetivo dirigir las operaciones superiores del hombre. El alma
pasional o irascible estaría fijada en el torax y transmite sus órdenes a través de las
venas, además es la fuente de las pasiones nobles y generosas. El alma concupiscible o
apetitiva reside en el abdomen y de ella provienen los apetitos sexuales y las pasiones
inferiores. Estas dos últimas almas serían mortales y no la primera.
La inmortalidad del alma racional asegura al hombre una etapa que trasciende la vida
corporal. La vida post-corporal del hombre depende la virtud o no ejercida en la vida
encaranda. Lsa almas inferiores mueren con el cuerpo, pues después de este mundo
temporal que degenera no se necesitan las funciones sensibles o apetitivas.
Según el filósofo Charles Taylor, Platón inicia una larga tradición de pensamiento que
se caracteriza por la identificación del individuo con el yo. Él afirma su tesis de la
siguiente manera: “«La obra de Platón probablemente debería verse como una
importante contribución a un proceso a largo plazo, mediante el cual, la ética de la
razón y la reflexión logra el predominio sobre la ética de la acción y la gloria” (Taylor,
1986: 133); por lo que, para Platón, el hombre virtuoso es el que puede dominarse a sí
mismo. Esta identificación del individuo y del yo cimienta la base para la
autocomprensión humana en términos de conciencia frente al mundo. Platón lograría
transformar, o expresar las transformaciones realizadas, del múltiple yo de la moral del
guerrero y de la moral de poeta para llevarla al ideal del yo autodominio. Allí donde el
guerrero y el poeta debían dejarse llenar por las fuerzas divinas externas, en la
concepción Platónica, el hombre debería ser cada vez más capaz de atodominarse y
autocontrolarse. Taylor trata de caracterizar esta transformación, afirmando que Platón
desacreditaría la concepción de inspiración maniaca y dubordinaría la moral guerrera
mediante la introducción del espíritu (thumos), además del deseo y la razón. El papel
del espíritu es auxiliar a la razón para subordinar los deseos a la razón, así como el
guerrero se subordina al liderazgo político (Cf. Taylor, 1986: 133).
¿Qué significa propiamente ser dueño de uno mismo según Platón? Taylor trata de
explicarlo con las siguientes ideas. “‘Ser dueño de sí mismo’ significa que las partes
superiores del alma rigen sobre la inferior: la razón debe gobernar sobre los deseos”
(Taylor: 131). Los tres rasgos caracterizan al alma virtuosa son 1) el disfrute del orden
(kosmos), 2) la concordia (xumphonia) y 3) la armonía (harmonia). En cambio, el
deseo es insaciable por naturaleza (Taylor: 132). Los tres frutos del autodominio serían
la unidad con uno mismo, serenidad y un sosegado dominio de sí mismo. La
consideración racional del mundo permitiría percibir las cosas correctamente y
dominio sobre uno mismo. En este sentido, eer racional es equivalente a ser dueño de
sí mismo y la visión correcta de la realidad es criterial, reconoce la jerarquía en el
orden de las cosas y le da orientación a la jerarquía de las necesidades particulares.
Ser dueño de sí mismo implica, entonces, una determinada concepción del hombre,
una concepción del cosmos (o del orden de lo que existe, de las cosas o de la
naturaleza) y una particular manera de explicar la relación entre esa autocopmrensión y
el mundo. Así, la concepción moralista de Platón de la razón afirma que el alma es un
lugar único, es la sede única de todo pensamiento y sentir y es un concomitante
esencial de la moral de hegemonía racional. Centrar o unificar el yo no es lo mismo
que la interioridad. Platón centró y brindó unidad al yo, pero no creó la interioridad
(Cf. Taylor: 136); la interioridad recién aparecerá con Agustín de Hipona.
A partir de Platón se establece el predominio de una visión racional del orden racional
del cosmos. Ser regido por la razón significa configurar la vida a partir de un orden
racional preexistente, que uno conoce y ama (Taylor: 140). Como se verá más
adelante, esta concepción platónica del yo centrado en el individuo y de un individuo
que debe buscar que su yo domine las partes más inferiores de su vida psíquica será
muy influyente, por ejemplo, en los estoicos. También veremos que esta concepción
platónica del autodominio abrió paso para el descubrimiento de la interioridad
planteada ya en el cristianismo con Agustín de Hipona. Antes de llegar a ellos
debemos indagar en la concepción hilemórfica del hombre en Aristóteles para
comprender un poco mejor las conocidas definiciones del hombre como animal social
y racional.
Aristóteles ofrece una nueva concepción de ser humano que se ha convertido en una de
las fuentes más importantes de la cultura occidental. Se suele identificar tres etapas en
el pensamiento de Aristóteles que difieren entre sí por su concepción de alma y, por lo
tanto, de hombre. La primera etapa es platónica y en ella se considera al alma y el
cuerpo como dos sustancias distintas, incluso opuestas. El alma preexistiría al cuerpo.
La segunda etapa es de transición y en ella el alma es distinta del cuerpo, pero está
unida a él accidentalmente, ya que el cuerpo le sirve a ella como un instrumento. El
cuerpo se convierte en un instrumento del alma, así que esta obra mediante el cuerpo.
El alma debe gobernar al cuerpo. La tercerta etapa presenta mayor independencia
respecto al pensamiento platónico. En esta última etapa Aristóteles propone que existe
una unidad sustancial entre cuerpo y alma. Alma y cuerpo son modos de expresar
aspectos de una misma existencia individual. En esta etapa aparece la concepción
hilemórfica (hyle= materia; morphé= forma) del hombre. El alma es la forma del
cuerpo; el cuerpo es la parte material del alma. El alma, por lo tanto, es el acto del
cuerpo. Gracias a que el hombre es cuerpo y alma puede diferenciarse de todas las
demás sustancias, por ejemplo, de los animales y de las cosas inanimadas.
Para comprender la concepción hilemórfica del hombre se debe pensar que alma y
cuerpo forman una sola sustancia, que no podría ser lo que es, si le faltara bien el alma
o el cuerpo. Por otra parte, se debe comprender que no se podría hablar de cuerpo o de
alma, si en primer lugar no hubiera una unidad sustancial, llamada hombre, a la que
esas dos partes del corresponden; es decir, la unidad (el hombre) es primero y,
después, podemos hablar de las partes (alma y cuerpo) de esa unidad. En el libro II del
De Anima Aristóteles propone una analogía que busca aclarar la relación entre cuerpo
y alma: “Así como el ojo comprende la pupila y la vista, así el alma y el cuerpo forman
juntamente el ser viviente” (De Anima, II, I, 412 b). El ser viviente es como el ojo, una
unidad cuyas partes le permiten ser lo que es, un ojo y no una nariz o una oreja. Las
partes del ojo son la pupila (materia) y la vista (forma, una función). Las partes del
cuerpo son el cuerpo y el alma. Por lo tanto, el cuerpo es a la pupila, lo que el alma es
a la vista.
En el libro ya citado de Aristóteles se lee también: “No es el cuerpo el acto del alma,
sino el alma el acto de un cuerpo cuerpo… no puede ser ni sin un cuerpo ni un cuerpo;
porque ella no es un cuerpo, sino alguna cosa del cuerpo, y a causa de esto ella está en
un cuerpo” (De An., II, I, 413). En esta cita se dice que el alma es el acto del cuerpo. El
cuerpo puede llegar a hacer algo que se determina por el alma. El alma permite que el
cuerpo se realice; por ello, “[e]l alma es forma de un cuerpo natural que tiene la vida
en potencia” (De Anim., II, I, 412 a). El alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y
pensamos; el alma es la función desarrollada del cuerpo. Con esta concepción
hilemórfica se deja de lado las nociones de preexistencia y transmigración del alma
que se proponía en posturas como la platónica.
La vida vegetativa sería una clase inferior de vida que incluye tres funciones básicas:
la nutrición, el crecimiento y la generación. La nutrición y el crecimiento aseguran la
existencia del individuo. La generación asegura la exitencia de la especie. Esta
capacidad la tienen también las plantas.
Son, además, famosas las dos definiciones del hombre que aparecen en Política. En el
libro I de Política, Aristóteles señala que la ciudad y la vida en comunidad es un hecho
natural y “que el hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por
naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre” (1253 a). En
este fragmento el hombre aparece como un animal, es decir, como un ser vivo. Este ser
vivo se caracteriza de otros por vivir en sociedad o en comunidad; es decir, cuando se
piensa correctamente sobre el hombre se lo debe pensar a partir de su vida en común,
de su vida en comunidad. Pensar en el hombre es pensar en su relación con los otros.
El viviente que dispensa de la vida social es o un animal o un dios. ¿Cuál es el
fundamento de esta vida en común, de esta vida social que diferencia al hombre de los
animales y de los dioses? Aristóteles nos lo dice:
La razón por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que
cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace
nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. Pues la voz es
el signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás
animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer
e indicárselos unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y
lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre
frente a los demás animales: poseer, él solo, el sentido del bien y del mal, de lo
justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de
estas cosas constituye la casa y la ciudad. (Pol., I, 1253 a)
En el tránsito de la Edad Antigua a la Edad Media hay dos etapas importantes que aquí
solo se puede mencionar sin demasiado desarrollo. La primera etapa es el helenismo,
en ella veremos un par de ideas de Epicuro y algunos rasgos centrales del estoicismo.
La segunda corresponde a la patrística, en ella nos concentraremos en algunos aportes
de Agustín de Hipona.
Epicuro de Samos (341-270 a.C.) fue un filósofo que fundó el denominado Jardín, que
era un círculo de amigos, y funcionaba como un seminario o una congregación, o más
bien como una casa de retiro y un santuario moral para personas que buscaban un asilo
de paz y de amisad (Cf. Fraile, 1976: 587). Epicuro era una persona que sufría muchas
enfermedades, como una afección renal y tal vez también hidropesía. Esta deficiencia
física constrastaba con su carácter afable y dulce. Su filosofía se caracterizará como
una medicina para el alma que ayuda a aprender a sobrellevar los sufrimientos.
“Enseñaba a vivir en paz, a conservar la serenidad de alma en medio de las
turbulencias exteriores” (Ibíd.). Su filosofía también se dividía en Lógica, Física y
Ética. La Lógica consistiía en el estudio del conocimeinto y de las normas y criterios
para distinguir lo verdadero de lo falso; por ejemplo, los criterios de los sentidos, que
permiten la percepción sensible que nos anoticia de los objetos actuales y presentes; la
anticipación que versa sobre los objetos lejanos o invisbles como los recuerdos que
sirven para preveer y para inferir emdiante la analogía; finalmente, las pasiones que
tratan sobre cosas presentes, en cuanto producirían sensaciones de placer o de dolor, de
los que se puede establecer el criterio para el bien y el mal. La Física debe ofrecer un
concepto de la realidad para liberar al hombre del temor al destino, a los dioses y a la
muerte. La Ética se trata de los medios adecuados para lograr la felicidad.
Zenón dice que el esperma que el hombre emite, pneuma con humedad, es
parte y fragmento del alma, mezcla del esperma de sus progenitores y fusión
total de las partes del alma. Al tener, en efecto, las mismas proporciones que el
Universo, cuando es lanzado hacia la matriz, favorecido por otro pneuma,
partes del alma de la hembra se vuelven connaturales a él, y lo engendran en
secreto, y al ser movido y reanimado por aquél, adquiere en secreto, y al ser
movido y reanimado por aquél, adquiere de continuoo humedad y con ella se
acrecienta. (Eusebio, Op. Cit., XV 20, 1, citado en Obras de los estoicos
antiguos, 1982: 71)
Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre
las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible –pues entonces también se
lo habría parecido a Sócrates—sino que la opinión sobre la muerte, la de que
es algo terrible, eso es lo terrible. Así que cuando suframos impedimentos o
nos veamos perturbados o nos entristezcamos, no echemos nunca la cula a
otro, sino a anosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones. Es propio del
proanos reclamar a los otros por lo que uno mismo ha hechos mal; el
reclamarse a sí mismo, propio del que ha empezado a educarse; propio del
instruido, el no reclamar ni a los otros ni a sí mismo. (Ibíd: 6)
Para los estoicos las pasiones (páthos) se originan en el impulso general primitico de la
naturaleza. Cuando este impulso inicial no es regulado por la razón, se hace irracional
y se desvía de la rectitud y, a partir de ese momento, el hombre va en contra de la
naturaleza. Las pasiones no reguladas por la razón serían movimientos excesivos de la
parte sensitiva contrarios a la naturaleza y a la razón. Estas serían desviaciones de la
rectitud que debe imponer la razón. Por ello, ellos las caracterizan también como
perturbaciones que proceden de representaciones falsas, las cuales originan un juicio
erróneo de la razón. Es así que para dominar las pasiones es necesario no prestar
asentimiento a las representaciones engañosas que perturban el juicio. Las principales
pasiones son cuatro. La primera es la concupiscencia ciega (hepithymía, hórexis), que
consiste en el deseo desordenado de un bien futuro. La segunda es es el temor
(phóbos), cuyo objeto es un mal futuro. La tercera es el dolor o la tristeza (lyte), que se
refiere a un mal presente. La cuarta es el placer (hedoné), que se refier a un bien actual.
Los estoicos proponen que sería mejor extirpar las pasiones, solo así se llega a la
imperturbabilidad, a la impasibilidad, que es la base de la felicidad del sabio. Al
respecto dice Casadesúss, en su “Introducción general” a Obras de los estoicos
antiguos:
Para los estoicos, solo puede ser feliz el sabio que logre seguir libre y
racionalmente los preceptos de la razón universal. Sin embargo, la mayoría de
los hombres, que desconoce la composición racional y divina de la naturaleza,
vive infelizmente sin adecuarse a ella. El ignorante, al no comprender el
significado del imperativo de vivir de acuerdo con la naturaleza (frag. 348) y
llevado por su insensatez se deja arrastras por las pasones y los vicios
causando su propio malestar y originando violencia en el cosmos. En la actitud
del sabio estoico se manifesta, en cambio, el ideal de imperturbabilidad, de
apátheia, que ha caracterizado la actitud ética del estoicismo a lo largo de la
historia. En efecto, el conocimiento de todo lo que acontece en el universo
responde a una providencia racional y divina induce al sabio estoico a ajustar
sus pensamiento y acciones a ese orden cósmico. Al adaptarse, se integra en el
devenir universal y, con esa aceptación, contribuye a la armonía cósmica. Por
ello, el sabio estoico acepta la muerte sin inmutarse, porque sabe que esta es
un componente más de la naturaleza. En cambio, los ignorantes e insensatos se
inquietan y viven infelices, atemorizados por la idea de la muerte y sin lograr
captar que esta forma parte del acontecer de la naturaleza tanto como la vida.
(Casadesús, 1982: XX-XXI)
Según Agustín basta conocer el alma y a Dios para acceder a la verdad. Para acceder a
la verdad hay que partir de una certeza, es decir de un conocimiento indudable. Esta
certeza es la existencia del yo, pues todo lo que sentimos y conocemos podría ser falso,
menos el hecho de que nosotros estamos pensando eso que sería falso. Como afirma
Beuchot, Agustín al buscar la certeza, el principio absolutamente firme, “lo encuentra
en el yo pensante, pues aun si me equivoco, esto sucede porque existo. (…) Este es el
fundamento racional de la verdad, pues si dudo pienso, y si pienso, existo; pero la
verdad viene propiamente de Dios” (Beuchot: 2013: 32). Las preguntas que siguen son
de dónde proviene este yo, desde cuándo existe y para qué exite.
Según Agustín, el hombre consta de alma y cuerpo. El alma sería una sustancia
inamterial e inmortal. Según Agustín, el alma espiritual es el principio de la vida
vegetativa, sensitiva y racional. El alma tiene certeza de sí misma, como ya vimos. El
alma posee una actividad inamterial, puede realizar acciones sin tener que relacionarse
con las cosas corpóreas; como cuando realiza operaciones matemáticas o cuando
recuerda o imagina. La verdad es el objeto del intelecto, y su actividad la realiza el
alma libremente. El alma parece estar encarcelada en el cuerpo; por lo que se puede
apreciar la influencia de Platón en Agustín. El cuerpo material tendería a entorpecer las
acciones del alma. No obstante, a diferencia de Platón, Agustín ya no sostiene una
preexistencia eterna del alma; sino que las almas han sido creadas por Dios. El alma
posee memoria, entendimiento y voluntad. Estas tres facultades del alma son un reflejo
de la Trinidad, Dios, Hijo y Espíritu Santo. Agustin afima la exitencia de la libertad; la
libertad humana no es aparente ni desaparece, aunque Dios sea omnisciente. La
existencia de la libertad está atestiguada en primer lugar por la conciencia y por el
papel que tienen las decisiones voluntarias. Dios ve desde la eternidad las acciones
humanas, pero no las determina; por el contrario, Él garantiza la realización de la
libertad humana. Solo hay sentido del bien, en la medida en que el hombre uede
racional y voluntariamente decidir a favor de una acción hecha por amor al prójimo en
contra de lo opuesto.
Como teólogo, Agustín marcó una pauta para la apertura de la Verdad en el interior del
hombre. Él escribe en Confesiones:
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas
dentro y yo fuera, y fuera de mí te buscaba. Desfigurado y maltrecho, me
lanzaba, sin embargo, sobre las cosas hermosas que tú has creado. Tú estabas
conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían lejos de ti todas esas cosas que
no existirían si no tuvieran existencia en ti. Me llamaste y me gritaste hsta
romper mi sordera. Brillaste sobre mí y me envolviste en resplandor y
disipaste mi ceguera. Derramaste tu fragancia y respiré. Y ahora suspiro por ti.
Gusté y ahora tengo hambre y sed. Me tocaste y quedé envuelto en las llamas
de tu paz. (Conf., X, 27: 287)
Taylor propone que «Agustín iba a entender la oposición cristiana entre el espíritu y la
carne mediante la ayuda de la distinción platónica entre lo corporal y lo incorpóreo.»
(Taylor, 1996: 143). Lo incorpóreo corresponde con el alma y con el conocimiento
intelectual; en este sentido, Agustín habría sumido la concepción de las Ideas
platónicas. Las ideas matemáticas y las operaciones lógicas son ahora los
pensamientos de Dios y, por tanto, podrían seguir siendo eternas incluso en este nuevo
contexto teísta. Dios y los números. «Tanto para Agustín como para Platón, --dice
Taylor– la visión del orden cósmico es la visión de la razón, y en ambos el bien para
los humanos implica percibir y amar dicho orden.» (Taylor: 144)
Pese a estas similitudes, existen por lo menos dos imporantes diferencias entre las dos
doctrinas. La primera diferencia importante: “que esa misma oposición entre
espíritu/materia, superior/inferior, eterno/temporal, inmutable/cambiante es descrita
aquí por Agustín, no precisamente ocasional y periféricamente, sino central y
esencialmente, en términos de lo interior/exterior” (Taylor: 144). En este punto,
Agustín comenzaría a elaborar la idea de interioridad. El camino a la verdad está
marcado por el hecho de que prestemos atención a nosotros mismo como seres
interiores. «Noli foras ire, in teipsum redi; in interiore homine habitat veritas»
(Agustín citado por Taylor: 145). Esto significa que «la principal ruta hacia Dios no se
halla a través de la esfera de los objetos sino ‘en’ nosotros mismos” (Ibíd.)
Con la interioridad incia una concepción marcadamente relfexiva del hombre; es decir,
si el hombre quiere saber quién es él, debe pasar por un proceso de reflexión, de
introspección, de búsqueda en su interior. Taylor propone el término de reflexividad
radical para referirse a este nuevo punto de vista de la primera persona que aporta la
reflexividad o interioridad. Taylor lo explica de la siguiente manera: “tratar de
experimentar nuestra experiencia, centrarnos en la manera en que el mundo es para
nosotros. A esto es a lo que llamo adoptar una postura de reflexividad radical, o bien,
adoptar el punto de vista de la primera persona” (Taylor: 146). En este sentido, la
reflexividad radical destacaría una especie de presencia ante sí mismo, inseparable del
hecho de que uno sea el agente de la experiencia. Uno se reconoce como el único
capaz de llegar a la interioridad de su propia existencia. El acceso a la interioridad,
debido a su propia naturaleza, sería asimétrico: “existe una diferencia esencial entre la
manera en que yo experimento mi actividad, mi pensar y mi sentir y la manera en que
lo haces tú o cualquier otra persona. Eso es lo que hace de mí un ser que puede hablar
de sí mismo en primera persona” (147).
La tesis central que propone Taylor sobre el aporte de Agustín a la conformación del
yo occidental parece ser la siguiente:
Esto significa que la verdad mora dentro de cada individuo, como ya se expuso. Dios
es Verdad y garantiza el acceso individual a la interioridad. Una de las maneras en que
esto se manifestaría sería en nuestro intento de probar la existencia de Dios. La prueba
de Dios aparece en el libro II de El libre albedrío: se trata de demostrar que hay algo
superior a la razón. Eso debe ser llamado Dios. «Agustín da un paso protocartesiano
decisivo: demuestra a su interlocutor que él no puede dudar de su propia existencia;
puesto que ‘si tú no existieras sería imposible engañarte’. Como observa Gilson,
Agustín utiliza frecuentemente este protocogito» (Taylor: 148).
La novedad del pensamiento agustiano sobre el hombre radica en el papel central que
adopta la certeza de la propia existencia y el punto de vista de la primera persona. Esta
certeza se convierte en un conocimeinto individual. Es el individuo el que encuentra
«una certeza para mí; estoy seguro de mi existencia: la certeza es contingente con el
hecho de que el conocedor y el conocido son lo mismo. Es la certeza de la
autopresencia” (Taylor: 149) Agustín serñia el inventor del argumento que conocemos
como ‘cogito’, porque Agustín habría sido el primero en asumir como fundamental
para la búsqueda de la verdad el punto de vista de la primera persona. «Dios se halla en
la intimidad de la autopresencia» (Taylor: 150) .
Sin lugar a dudas, uno de los pensadores más importantes de la Edad Media es Tomás
de Aquino. Este es considerado como uno el sistematizador más importante de esta
época del pensamiento. Su filosofía se desarrolla en un asombroso intento de
relacionar la filosofía de Aristóteles con las verdades reveladas en el cristianismo.
Además de alma existe otro término que ha estado relacionado con el problema alma-
cuerpo, este término es espíritu. Espíritu, noús, pneuma, mens, spiritus, indica “un
principio de ser y de obrar superior e inmaterial, que por consiguiente está por encima
de lo corporal y material” (Coreth: 188). Muchas posturas antropológicas se
diferencian entre sí en la medida en que afirmen o no la diferencia entre cuerpo, alma y
espíritu.
La defensa de los indios que realizó Bartolomé de las Casas se fundamentó en una
interesante antropología filosófica. Su antropología se basó en la concepción de
persona humana. Esta noción de persona se nutre de la filosofía aristotélico-tomista y
del pensamiento cristiano. Bartolomé propone una idea de hombre como compuesto de
cuerpo y alma espiritual. De esto resulta que la naturaleza humana es compartida con
todos los individuos humanos sin excepción. Cada individuo posee ciertos predicados
esenciales y propios que provocan derechos y deberes en el hombre. Según De las
Casas, la conquista habría violentado estos derechos naturales de todos los hombres al
colocar a los indios en un estado de esclavismo. Veamos a continuación los aspectos
más importantes de la concepción antropológica propuesta por De las Casas.
De las Casas retoma la idea de que la vida vegetativa y sensitiva del hombre se nutre
de los cinco sentidos. Estos sentidos básicos ofrecen datos a los cuatro sentidos
internos: sentido común, imaginación o fantasía, cogitativa (o estimativa) y memoria
sensitiva. Así las especies sensibles, o datos, se convierten en especies imaginativas o
fantasmas, sobre los que recaería la función intelectiva.
El intelecto puede cumplir dos funciones, una práctica y otra teórica. El intelecto
teórico tiene los principios lógicos. El intelecto práctico tiene los principios de la vida
activa. En primer principio práctico es la sindéresis, es decir, la facultad de diferenciar
el bien del mal y del impulso a realizar el bien en vez que el mal. La sindéresis
gobierna toda la ctividad y moralidad del hombre.
2
Cf. Mercado, Martín. (2016). Al encuentro de la filosofía: La filosofía moderna. La Paz, Bolivia: Ed.
Rincón.
Como se puede apreciar en la cita, para Descartes alma y cuerpo corresponden con dos
sustancias distintas. Una es una sustancia racional o pensante, inespacial y atemporal,
incambiante. La otra es una sustancia corporal o extensa, espacial, temporal y
cambiante. El hombre es un compuesto de estas dos sustancias; el hombre es cuerpo y
alma; pero el hombre es específicamente su alma. Cada uno se puede concebir como
un alma que no cambia, aunque su cuerpo envejezca, se transforme, se quiebre o
pierda alguno de sus miembros. Es también importante señalar que con Descartes se
vuelve a unificar dos términos que podrían comprenderse de manera diferenciada:
alma y espíritu. Para Descartes el alma es racional, el alma es le nombre popular para
la razón, para la capacidad cognoscitiva y volitiva del hombre.
En la sexta Meditación, Descartes busca aclarar la relación entre alma y cuerpo, pues
siendo tan diferentes entre sí, surge la pregunta por su relación. Descartes escribe:
Para comenzar, pues este examen, señalo aqu´primeramente que hay una gran
diferencia entre el espíritu y el cuerpo, pues euq ele cuerpo, por su naturaleza
es siempre divisble y el espíritu es enteramente indivisible. Pues, en efecto,
cuando lo considero, es decir, cuando me considero a mí mismo en tanto que
soy solamente una cosa que piensa, no puedo distinguir en mí parte alguna,
sino que conozco y concibo muy claramente que soy una cosa absolutamente
una y entera. Y aunque todo el espíritu parezca estar unido a todo el cuerpo,
sin embargo cuando un pie o un brazo o cualquier otra parte viene a ser
separada de él conozco bien que nada ha sido cercenado de mi espíritu. Y las
facultades de querer, sentir, concebir, etc, no pueden ya ser denominadas
partes suyas, pues es el mismo espíritu el que se emplea todo entero en querer,
y todo entero en sentir y en concebir, etc…
Pero como esos nervios deben pasar por la pierna, el muslo, los riñones, la
espalda y el cuerllo, para extenderse desde el pie hasta el cerebro, puede
suceder que aunque sus extremidades, que están en el pie, no sean movidas
sino que lo sean solamente algunas de sus partes pasan por los riñones o por el
cuello… Esto produce los sentimientos…
En Descartes también podemos apreciar una nueva conepción del yo. El yo es el alma
o espíritu, la parte racional en el ser humano. El cuerpo es una máquina de la que nos
servimos para modernos e interactuar en el mundo material. Esto significa que con este
filósofo francés llegamos a una nueva etapa de la transformación del yo en la cultura
occidental. Aquí se puede apreciar una transforamción de la idea del yo de la Edad
Media con el del yo en la Edad Moderna.
Con Descartes se producidiría la desvinculación del alma y del cuerpo, del alma y del
mundo exterior, del alma y de alguna fuente objetiva de la moral. Según Taylor, la
interiorización que se realiza en la Edad Moderna coloca las fuentes morales dentro de
nosotros, en un sentido muy real (Cf. Taylor: 175). Que la fuente de la moral ya no
esté en un plano objetivo y trascendente, sino en la interioridad del sujeto, significa,
según Taylor, que la modernidad desvinculará al hombre de un plano absoluto para
llevarlo a un terreno principalmente subjetivo. La desvinculación aparece de manera
clara, según Taylor, a partir de la filosofía de René Descartes. Al respecto dice Taylor:
En Descartes hay un vuelco reflexivo que «reside precisamente en alcanzar una certeza
autosuficiente» (172). El filósofo canadiense continúa: «Es más bien la certeza de que
la percepción clara y distinta es incondicional y autogeneradora. La que ha sucedido es
que la existencia de Dios se ha convertido en una etapa de mi progreso hacia la ciencia,
mediante el ordenamiento metódico de la intuición evidente. La existencia de Dios es
un teorema de mi sistema de ciencia perfecta.» (172). «La prueba cartesiana no es ya la
3
Cf. Mercado, Martín. (2015). Fenomenología del cuerpo. Ensayo sobre el propio cuerpo. España:
Académica.
búsqueda del encuentro interior con Dios. Ha dejado de ser el camino hacia una
experiencia de todo en Dios. Lo que encuentro ahora es a mí mismo: alcanzo la
claridad y la plenitud de la autopresencia de que carecía hasta entonces.» (173). Con
esto habría quedado abierta la ruta al deísmo. Esta es una nueva concepción de
interioridad: es una interioridad autosuficiente, de autónomas facultades para el
ordenamiento por la razón, también ha preparado el terreno para la increencia
moderna. (173).
Además, señala Taylor: «La ética de Descartes, al igual que su epistemología, apela a
la desvinculación del mundo y el cuerpo, y a la asunción de una postura instrumental
respecto a amabas. Lo que empuja a desvincularnos, tanto especulativa como
prácticamente, es la esencia de la razón.» (171) «Descartes da un vuelco radical a la
interioridad agustiniana conduciéndola por una nueva dirección, que también ha hecho
época. Este cambio se podría describir diciendo que Descartes sitúa las fuentes
morales dentro de nosotros.» (159)
Esto significaría que Descartes rechaza el modelo teleológico y que abandonaría toda
teoría del logos óntico, de la realidad viviente. «El universo ha de entenderse de un
modo mecanicista a través del método compositivo-resolutivo del que fuera pionero
Galileo. Este giro en la teoría científica, como actualmente lo denominaríamos,
también provocó un cambio fundamental en la antropología.» (160)
Comprender la realidad que nos rodea significa a la luz de la segunda Meditación, que
no conocemos los cuerpo más que por la facultad de entender qué está en nosotros y
no por la imaginación ni por los sentidos. No los conocemos por el hecho de verlos o
tocarlos, sino solamente porque los entendemos. «Y hacemos esto al objetivarla, es
decir, al entenderla como ‘desencantada’, como un simple mecanismo, desprovista de
toda esencia espiritual o dimensión expresiva.» (161).
«La razón domina las pasiones cuando las sujeta a su normal función instrumental.
Para Descartes la hegemonía de la razón es una cuestión de control instrumental.»
(166). La definición del dominio de la razón produce una interiorización de las fuentes
morales. «Cuando la hegemonía de la razón se entiende como control racional, el
poder para objetivar el cuerpo, el mundo y las pasiones, es decir, para asumir una
postura perfectamente instrumental hacia ellos, las fuentes de la fortaleza moral no
pueden percibirse ya fuera de nosotros, como en la manera tradicional (…)» (167)
Ética del control racional: «La ética del control racional, dado que encuentra sus
fuentes en el sentido de la dignidad y la autoestima, traslada adentro algo del espíritu
de la ética del honor. Aquí la fama ya no se adquiere en el espacio público; actuamos
para preservar el sentido del valor ante nuestros propios ojos. Se produce un vuelco en
los términos de la virtud.» (168) Aparecen temas como la autoestima, la fortaleza y el
autocontrol. Algunos autores hablarán de los tonos o tensión del alma buena, así como
hoy en día se habla de tono muscular. «La fortaleza, la firmeza, la resolución y el
control son cualidades cruciales, un subconjunto de las virtudes guerrero-aristocráticas,
solo que ahora se han interiorizado. Ya no se despliegan en grandes acciones de valor
militar en el espacio público, sino en el dominio interior de la pasión por el
pensamiento.» (169)
Gehlen reconoce que la teología posee una concepción del hombre, pero esta no
consiste en una ciencia empírica o exclusiva del hombre. Para la teología, propone
Gehlen, el hombre es criatura de Dios, es obra de Dios. Su modo de creación sería
inmediato y consistiría en la unión del cuerpo material con el alma espiritual,
individual e inmortal. Es así que de los primeros padres formados descenderían todos
los seres humanos en cuanto cuerpos, mientras el alma de cada individuo seguiría
siendo creada directamente (Cf. Gehlen: 28). La Antropología Filosófica se habría
independizado por primera vez en el siglo XVII con los aportes de Descartes. “No fue
sino en el siglo XVII que la filosofía logró emanciparse de la teología, por lo cual,
hasta entonces no hubo Antropología Filosófica (…)” (Gehlen: 28). Esta
independencia de la antropología, es decir, del interés sobre el hombre por la filosofía
se habría logrado sin cuestionarse sobre la creación, generando un sentido dualistmo.
Es decir, el primer momento de independencia fue solo relativo, aunque significativo.
Al respecto dice Gehlen:
Gran parte del pensamiento europeo de inicios del siglo XX estaba apoyado en una
mentalidad positivista y cientificista; mentalidad que desembocaba en un materialismo
intelectual. Esta tendencia surgió como una respuesta a las, a veces, exageradas
elucubraciones idealistas del siglo XIX. Y tal respuesta consistió precisamente en
restringir el ámbito de la verdad a los juicios, proposiciones, razonamientos y teorías
que se basan exclusivamente en la experiencia y en la comprobación de hechos. La
ciencia experimental aparecía como un modelo de saber seguro, preciso, acumulativo y
con unas repercusiones prácticas muy contundentes, por ejemplo: la luz eléctrica, el
automóvil, el teléfono, la aviación, etc. Estos avances tecnológicos llevaron a pensar
que solo el método científico experimental era válido, era el único que nos podía decir
qué era verdad y qué no. Aparejado a esto, se desarrollaba la idea de que la vida solo
podía guiarse por los resultados de la acciones; no por los valores éticos, sino solo por
los resultados pragmáticos. Solo lo que era útil era verdad; solo esta verdad podía guiar
la vida.
Dentro de las ciencias experimentales o empíricas, una que dio aportes sorprendentes
fue la biología y la antropología descriptiva, ya que ambas permitían pensar en el
hombre como el resultado de una evolución material que no tenía una finalidad pre-
establecida. El hombre era el resultado de la adaptación a un medio; el hombre era,
según esta concepción, solo el resultado de una evolución ciega, que avanza a tientas
respondiendo a cada paso con lo que le salga al encuentro de manera azarosa. Por lo
tanto, toda la dimensión espiritual del hombre no era más que parte de las herramientas
que él poseía para adaptarse de mejor modo al medio. Este tipo de lecturas, condujo a
pensar que lo único que diferenciaba a unos seres vivientes de otros era su capacidad
de adaptación a su medio ambiente. Esta idea tiene terribles repercusiones políticas.
Persona es una noción antigua de origen cristiano que fue retomada por la filosofía
escolástica, el pensamiento moderno y contemporáneo. La persona es un ente
radicalmente distinto a cualquier otro. Una mesa no puede ser una persona. Tampoco
un gato puede ser persona. Un ser humano o es persona o no es nada. Por lo tanto, todo
ser humano es una persona. Sin importar su determinación racial, de género, cultural,
de clase social o de edad. La persona es un subsistente autónomo pero esencialmente
social. La persona es un ser eminentemente social y comunitario que posee un valor
absoluto en sí mismo; por lo tanto, la comunidad solo existe en tanto hay personas.
Si solo la persona humana es libre, se sigue una consecuencia fundamental que Kant la
expresó con rigor en el segundo capítulo de Fundamentación de la metafísica de las
costumbres:
[E]l ser humano, y en general todo ser racional, existe como un fin en sí
mismo, no meramente como medio para uso caprichoso de esta o aquella
voluntad, sino que debe ser considera siempre al mismo tiempo como fin
en todas las acciones, tanto las dirigidas hacia sí mismo como hacia otro
ser racional (…). Los seres cuya existencia no depende de nuestra
voluntad, sino de la naturaleza, tiene solo un valor relativo cuando se trata
de seres irracionales, y por esto se llaman cosas; pero los seres racionales
se denominan personas, porque su naturaleza ya los señala como fines en
sí mismos, es decir, como algo que no puede ser usado como medio.
Si las personas son todas libres sin ningún matiz de grados de libertad;
entonces todas las personas son un fin en sí mismas. Por ser persona, todos y
cada uno de los seres racionales somos absolutamente valiosos, tanto para
Dios como para los demás seres racionales. Ninguna persona es más o menos
libre que otra. Toda esclavitud o racismo o discriminación no puede ser menos
que injusta y antinatural, ya que toda persona por “facultad de voluntad y
razón”, por libre albedrío, es digna de modo absoluto. Ninguna persona es un
medio para otra; no puede ser ni un medio para conseguir bienes materiales, ni
placeres sensuales. Ninguna persona existe para hacer feliz a otra; sino que
todas personas debemos alegrarnos de la simple y maravillosa existencia de las
demás personas. Ninguna persona es propiedad de otra; ninguna voluntad
puede estar sojuzgada por un pueblo, nación o líder político. Toda persona es
absolutamente libre y valiosa. De esta precisión, Kant deriva el siguiente
imperativo categórico
Este imperativo categórico es comentado por el filósofo Karol Wojtyla (papa Juan
Pablo II) en Amor y responsabilidad: Esta norma en su contenido negativo constata
que la persona es un bien que no puede ser utilizado, porque no puede ser tratado
como un objeto de uso, por lo tano como un medio. Su contenido positivo se
desarrolla paralelamente: la persona es un bien hasta el punto de que solo el amor
constituye la actitud adecuada y completamente válida respecto a él. Es lo que
enuncia el mandamiento [cristiano] del amor. (Karol Wojtyla, Amor y
responsabilidad, 37-38)
Sobre estas bases se pueden considerar los aportes del personalismo. La persona
humana es radicalmente distinta con respecto a las demás criaturas existentes. Su
radical diferencia radica en que posee “facultad de voluntad y razón”, libre albedrío,
capacidad de deliberar sobre los medios que seguirá para conseguir tal o cual fin y no
solo en su capacidad de proponerse metas. Libertad de voluntad, decisión, de
deliberación o razón, y acción que convierte a toda persona en un fin en sí misma y no
en un medio para otra. Estas bases fundamentales del personalismo, nos permiten
comprender por qué esta filosofía surgió como una respuesta a los totalitarismos y al
individualismo-liberal del siglo XX.
Por ello, los aportes del personalismo se encuentran en revalorar las dimensiones
espirituales del ser humano. Por ejemplo, la afectividad, pues nacemos en el seno de
una relación interpersonal. No estamos fundamental “arrojados al mundo” como
pensaba Heidegger, sino que podemos vernos “arrojados al mundo” en vista de que
primero estuvimos en medio de una relación interpersonal fundamental: nuestra vida
intrauterina. Madre-hijo es la primera relación interpersonal fundamental. También la
historicidad es otra de las dimensiones rehabilitadas por el personalismo. Pero no la
historicidad de los pueblos en primer lugar, sino el de las historias personales; siendo
las historias de los pueblos historias impersonales. Con la afectividad, la familia y la
historia personal surge la importancia de la sociedad, pues al fin y al cabo las personas
y las familias no están “suspendidas en el aire”.
Ahora bien, la persona no es un objeto. Es, incluso, lo que en cada hombre no puede
ser tratado como un objeto. He aquí mi vecino. Él tiene de su cuerpo un sentimiento
singular que yo no puedo experimentar; pero yo puedo mirar ese cuerpo desde el
exterior, examinar los humores, las herencias, la forma, las enfermedades, en suma,
tratarlo como una materia de saber filosófico, médico, etc. El es funcionario y hay un
estatuto de funcionario, una psicología del funcionario, que yo puedo estudiar sobre su
caso, aunque todo eso no sea él, él todo entero y en su realidad comprehensiva.
Asimismo, es también un francés, un burgués, o un maniaco, un socialista, un católico,
etc. Pero no es un Bernard Chartier: es Bernard Chartier [esto es como decir, que Abel
Carvajal no es un un Abel Carvajal, sino que es el propio Abel Carvajal y que en el
universo no hay dos de él mismo. O tú que también eres singularísimo y no existe en el
universo otro exactamente como tú]. Las mal maneras en que puedo determinarle
como un ejemplar de una clase me ayudan a comprenderle y sobre todo a utilizarle, a
saber cómo comportarme prácticamente con él. Pero esto no son más que cortes
tomados cada vez sobre un aspecto de su existencia. Mil fotografías combinadas no
conforman un hombre que camina, que piensa y que quiere. Es un error creer que el
personalismo exige solamente que, en lugar de tratar a los hombres en serie, se tengan
en cuenta sus sutiles diferencias. (…)
No es que existan, pues, los guijarros, los árboles, los animales… y las personas, que
serían árboles móviles o animales más astutos. La persona no es el más maravilloso
objeto del mundo, un objeto al que conoceríamos desde fuera, como a los demás. Es la
única realidad que podemos conocer y que al mismo tiempo hacemos desde dentro.
Presente en todas partes, no está dada en ninguna.
Actividades
¿Qué es la antropología filosófica?
Realiza un cuadro compartivo del desarrollo general de la antropología
filosófica
¿Qué significa que Aristóteles afirme que el hombre es un tipo de animal?
¿En qué sentido el hombre es un animal con razón?
¿En qué sentido el hombre es un animal social?
¿Hasta qué punto se puede estar de acuerdo con la valoración estoica de las
pasiones?
¿En qué se diferencia la concepción del yo premoderna de la moderna
según Taylor?
¿Por qué una concepción antropológica fue importante para la defensa de
los indios?
¿Cuál es el principal aporte de Descartes en la elaboración de la
antropología filosófica?
¿En qué se diferencia la persona de las cosas y de los animales según el
personalismo?
¿Cuáles son los fundamentos principales del personalismo?
¿Cuál es el universo de la persona según Mounier?
¿Sabías que actualmente se discute si las personas provienen de ancestro
común en África llamada “Eva mitocondrial? Puedes discutir al respecto a
partir del video que encontrarás en el siguiente link:
https://www.youtube.com/watch?v=4wNgST8dgDs&has_verified=1
Si te interesó el pensamiento de Agustín, aquí tienes el link de una película
sobre su vida: https://www.youtube.com/watch?v=kvsvqf7j2N4
Si te interesó la vida de Descartes, aquí tienes un link sobre una película
dirigida por el afamado Rossellini:
https://www.youtube.com/watch?v=tLt1NoVfaUU
Aquí un video para dialogar sobre Scheler y su aporte al personalismo
ético: https://www.youtube.com/watch?v=EukOE6SDvIA
Si te pareció interesante el personalismo, aquí tienes un video sobre el
personalismo en el siglo XX:
https://www.youtube.com/watch?v=WQpgbzT-iyg
Si te pareció interesante el personalismo, puedes ver esta entrevista al
fundador del Instituto Emmanuel Mounier:
https://www.youtube.com/watch?v=lVlb5cR6UN4
Bibliografía
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