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Mujer y capitalismo

El artículo principal de este folleto fue publicado en inglés en International Socialism número
23 (primavera de 1984). El apéndice apareció por primera vez en La Hiedra, marzo de 2009.
Primera edición en castellano publicada por el grupo En lucha: marzo de 2005. Nueva edi-
ción, con apéndice: marzo de 2011.

Chris Harman fue redactor de International Socialism, la revista marxista trimestral del So-
cialist Workers Party (SWP), grupo hermano en Gran Bretaña de En lucha/En lluita/Borrokan.
Escribió además La locura del mercado y La clase trabajadora en el siglo XXI (folletos de En
lucha), así como los libros Zombie capitalism, A People’s History of the World y The Lost
Revolution: Germany 1918-23, entre otros.

Angie Gago es militante del grupo En lucha. Contribuye frecuentemente a su revista, La


Hiedra. El artículo de Harman fue escrito como parte de un debate, acerca de este tema,
dentro del Socialist Workers Party en Gran Bretaña. Por lo tanto, da por sentado unos puntos
básicos, por ejemplo que nos oponemos a la opresión de las mujeres, que apoyamos las
luchas contra esta opresión, y cosas por el estilo.

El debate se centró en cómo entendemos la opresión, y a quién beneficia ésta. De las res-
puestas a estas cuestiones surgen propuestas diferentes en cuanto a cómo luchar por la
liberación de las mujeres.

Mujer y capitalismo
El origen de la opresión de las mujeres
Teorías erróneas sobre la opresión de
las mujeres
Socialismo revolucionario y la liberación de las mujeres
Notas
Apéndice: Género y clase: la liberación de las mujeres hoy

Mujer y capitalismo: de la opresión a la liberación


El origen de la opresión de las mujeres
Los marxistas revolucionarios se diferencian de todas las demás personas que defienden la
liberación de las mujeres en un aspecto importante. Nosotros no creemos que la opresión
de las mujeres sea algo que ha existido siempre, ya sea por causa de diferencias biológicas
entre los sexos o por algo inherente a la mente masculina.1

Sostenemos que la opresión de las mujeres surgió en un punto particular de la historia, en


el momento en que la sociedad comenzó a estar dividida en clases.2

En todas las sociedades de clases las mujeres están oprimidas; la evidencia sugiere que al
menos en algunas sociedades pre-clasistas no existía tal opresión.

La razón por la que la opresión de las mujeres comienza con la división de la sociedad en
clases es bastante simple. Las divisiones comenzaron una vez el avance de las fuerzas
productivas permitió a los seres humanos producir un excedente superior a lo que era nece-
sario para la subsistencia del conjunto de la sociedad. Este excedente no era suficiente para
que todos pudieran vivir por encima del nivel de subsistencia, pero era suficiente para que
algunos lo hicieran. Se hizo entonces posible un desarrollo adicional de las fuerzas produc-
tivas y con ello el crecimiento de la división entre una clase explotadora y una clase explo-
tada.

Con el aumento del excedente llegó una creciente división del trabajo. Aquéllos que ocupa-
ban ciertas posiciones en esta división del trabajo se convirtieron en los controladores del
excedente, la primera clase explotadora.

En este momento, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres tomaron una impor-
tancia que nunca habían tenido antes. Con la carga del cuidado de los hijos, las mujeres
tendían a ser encauzadas hacia ciertos papeles productivos y quedaban fuera de otros, fuera
de aquéllos que proporcionaban el acceso al excedente. Así, por ejemplo, cuando las socie-
dades pasaron del cultivo con azada, que puede ser realizado por mujeres a pesar de la
carga del embarazo, al uso de pesados arados o a la crianza de ganado, se tendió a des-
plazar a las mujeres de los trabajos productivos clave y el excedente pasó a ser controlado
por hombres.3

Allí donde se establecieron clases dominantes totalmente desarrolladas, los miembros fe-
meninos de esta clase dominante tendían a jugar un papel subordinado, a ser tratadas vir-
tualmente como posesiones de los dirigentes masculinos. Y exactamente la misma situación
se impuso entre campesinos independientes y entre las familias artesanas: un hombre, el
patriarca, controlaba la relación de la familia con el mundo exterior, y su mujer estaba tan
subordinada a él como lo estaban los niños y sirvientes (la excepción confirma la regla: si
una viuda tomaba el lugar de su esposo muerto, dominaba a todos los hombres y mujeres
de la familia4; allí donde se crearon situaciones en las que el papel productivo jugado por las
mujeres tendía a producir un excedente vendible, las mujeres tendían a desafiar ciertos as-
pectos de la familia patriarcal estereotipada).5

Así, en las sociedades precapitalistas, las mujeres de todas las clases estaban bajo la do-
minación de los hombres. Pero no de todos los hombres. Ciertos hombres estaban oprimidos
también. Los esclavos masculinos de la antigüedad y los trabajadores masculinos de la fa-
milia patriarcal no tenían más libertad que las mujeres (incluso aunque algunos de los hom-
bres de la familia patriarcal tuvieran esperanzas de escapar algún día de la servidumbre
ocupando el lugar del patriarca.)

El desarrollo de las fuerzas productivas requiere determinadas relaciones de producción. La


opresión de las mujeres es producto, en cada caso, de las relaciones entre estos dos facto-
res. Esto tiene su base en la historia material de la sociedad.

Por supuesto, una vez las relaciones de producción condujeron a la opresión de las mujeres,
se estableció su expresión ideológica. La inferioridad de las mujeres llegó a ser considerada
como parte del orden natural de las cosas, y estaba respaldada por elaborados sistemas de
pensamiento, rituales religiosos, promulgaciones legales, la mutilación del cuerpo feme-
nino… Pero no puede comprenderse el origen de ninguna de estas cosas sin comprender
sus orígenes en el desarrollo de las fuerzas y las relaciones de producción.

El capitalismo es la forma más revolucionaria de la sociedad de clases. Se apodera de las


instituciones de las sociedades de clases previas y las reforma a su propia imagen. No se
somete a sus jerarquías o a sus prejuicios. Más bien crea nueva jerarquías en oposición a
las viejas, y transforma completamente los viejos prejuicios para usarlos en su interés por
acumular.

Por lo tanto esto ocurre con todas las instituciones que se encuentran en el momento de su
aparición (religiones organizadas, monarquías, castas hereditarias, sistemas de propiedad
de la tierra, sistemas de pensamiento). El capitalismo da una alternativa clara a todo esto: o
ser transformado en interés de la acumulación del capital o ser destruido.

El capitalismo no se mueve por el deseo de mantener a la familia (y con ella la opresión de


las mujeres), más de lo que se mueve por la voluntad de propagar la religión, mantener las
monarquías, fomentar pensamientos oscurantistas, etc. Tiene una sola fuerza impulsora: la
explotación de los trabajadores para acumular. La familia, como la religión, la monarquía
etc., es sólo de utilidad al capitalismo en tanto ayuda a su objetivo.

Por esto, la familia capitalista no es algo fijo, una entidad sin alteración. Como Marx y Engels
apuntaron en el Manifiesto Comunista, el impulso de acumular significa una continua reforma
de las instituciones que el capitalismo mismo ha creado:

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instru-


mentos de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo
modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las
clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante
conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes
distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y
enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan ro-
tas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado
de esfuma; todo lo sagrado es profanado…

La familia capitalista

En su primera fase, el capitalismo industrial tuvo una tendencia no sólo a destruir el campe-
sinado patriarcal precapitalista y la familia artesana, sino también a destruir completamente
los vínculos de familia entre la nueva clase obrera. Importaba poco que esto entrara en con-
flicto con los viejos sistemas de creencias. Así, Marx y Engels, se refirieron en el Manifiesto
Comunista a “la práctica ausencia de la familia entre los proletarios.”

Pero la clase capitalista pronto encontró que esto era minar las bases de una acumulación
adicional: la reproducción de la clase obrera. Debía de haber alguna forma de asegurar que
los trabajadores fueran capaces de renovarse ellos mismos para un trabajo adicional y de
criar la próxima generación de trabajadores para que pudieran cumplir con los requerimien-
tos físicos y mentales del trabajo asalariado.

El capitalismo no tiene los recursos o la tecnología para proporcionar la reproducción socia-


lizada (guarderías, comedores comunales y otros) y, así, los representantes más perspica-
ces de la clase capitalista consideraron la creación de una nueva estructura familiar para la
clase obrera. Ésta se ocuparía tanto de las necesidades materiales de la generación exis-
tente de trabajadores como de tomar la responsabilidad de la crianza de la nueva genera-
ción.
Habiendo destruido la vieja familia patriarcal, el capitalismo tomó ciertos elementos de ésta
y los recombinó en una nueva familia obrera y, por supuesto, usó mucho de la ideología
asociada con la vieja familia patriarcal (textos religiosos y rituales etc.) con el fin de persuadir
tanto a trabajadores como a capitalistas individuales para que aceptaran la nueva familia.
Pero no era la ideología patriarcal la que motivó a la clase capitalista como conjunto, sino su
interés material en asegurar el abastecimiento de la fuerza de trabajo.

La nueva familia obrera era esencialmente la familia nuclear de un hombre, una mujer y sus
hijos. Del hombre se esperaba que trabajara a tiempo completo y ganara un salario capaz
de proporcionar un mínimo nivel de vida para la familia. Se esperaba que la mujer se hiciera
cargo de restaurar la fuerza de trabajo del hombre, así como de dar vida y cuidar a los hijos.

Por supuesto, esta familia ideal rara vez se realizaba en la práctica. Los capitalistas indivi-
duales rara vez estaban preparados para pagar un “salario familiar” a sus trabajadores mas-
culinos. Las esposas obreras se veían forzadas por presiones económicas a encontrar cual-
quier trabajo que estuviera disponible para ellas (trabajo estacional en oficios agotadores,
trabajo doméstico) mientras soportaban la carga del cuidado de los niños y el trabajo en
casa. Pero en un sentido, el ideal encajaba con las necesidades a largo plazo de la acumu-
lación de capital. Estas necesidades, antes que algún tipo de conspiración patriarcal entre
los empresarios masculinos y los trabajadores masculinos, explican por qué era el ideal.

La nueva familia obrera tenía sus ventajas ideológicas para el sistema. Aunque el trabajador
masculino se diferenciaba del viejo patriarca en que no controlaba ningún excedente, podía
imaginarse a sí mismo como el viejo patriarca: controlaba los fondos que el conjunto de la
familia tenía para subsistir y podía imaginar que el sueldo estaba a su disposición para gas-
tarlo como quisiera. Podía pensar que era el señor de su propio hogar, aunque desde el
punto de vista del sistema, él era sólo dueño de los medios que permitían que él y sus hijos
fueran esclavos asalariados.

La nueva familia creó una escisión en la clase trabajadora, ya que estimuló la identificación
de los trabajadores masculinos con algunos de los valores de sus explotadores.

Al mismo tiempo, el aislamiento de las mujeres en el hogar, podía alejarlas de movimientos


sociales más amplios. Su opresión redujo su capacidad para luchar contra el sistema gran
parte del tiempo y, de éste modo, las expuso a concepciones conservadoras de la sociedad.
Instituciones como la iglesia, explotaron su situación con el fin de intentar utilizarlas para
oponerse al cambio social.

Por esto Marx y Engels afirmaron que la precondición para la liberación de las mujeres era
su incorporación a la producción social (aunque fuera la producción capitalista bajo las con-
diciones de la más extrema explotación).

Sin embargo, sería erróneo pensar que las mujeres o los hombres trabajadores opusieron
alguna resistencia masiva a la imposición de la nueva familia trabajadora. Hubo alguna re-
sistencia de las mujeres a ser desplazadas de puestos relativamente bien pagados. Pero en
general el modelo de familia en la que serían mantenidas mientras educaban a sus hijos
estaba destinado a atraer a las mujeres, para quienes la alternativa era horrible (abortos
peligrosos y repetidos, 12 horas al día esclavizadas en una fábrica y a la vez la obligación
de cuidar a los hijos, o el celibato autoforzado.)6
El sistema creó el ideal de la nueva familia obrera porque buscaba que la próxima generación
de trabajadores fuera capaz de esforzarse por él, pero esto al menos implicaba algún tipo
de preocupación por la salud de la presente generación de madres trabajadoras. No sor-
prende, entonces, que la resistencia de las mujeres trabajadoras fuera no tanto al ideal como
al fracaso de la realidad para cumplir el ideal.

Las mujeres estaban oprimidas en la nueva estructura familiar en la que eran forzadas a la
dependencia de sus maridos y separadas del mundo exterior. Pero la carga de sufrimiento
impuesta por el nacimiento y el cuidado de los hijos se había reducido.

Para los hombres de la clase trabajadora, también la nueva familia era una ventaja. Tenían
que ser responsables del mantenimiento de la familia y a menudo se resentían de ello. Pero,
a cambio, se les proporcionaba la energía física necesaria para mantenerse en buena forma
y sanos.

Tanto para los hombres como para las mujeres trabajadoras la familia tenía otra ventaja.
Parecía proporcionar un refugio en un mundo de aislamiento y alienación psicológica. Ya
que el capitalismo atrajo a los trabajadores hacia las ciudades, a menudo les separó de sus
viejos amigos y parientes. La familia parecía proporcionar una forma de garantizar compa-
ñerismo y afecto. De nuevo, el fracaso de la realidad para corresponderse con el ideal no
impidió que la gente ansiara ese ideal.

La nueva familia no era, como algunas feministas afirman, el resultado de una conspiración
entre capitalistas y trabajadores masculinos. Era una reforma en beneficio del sistema con
la que los trabajadores (hombres y mujeres que no veían la posibilidad de acabar con el
sistema ), era probable que se identificaran. Por eso, la “defensa de la familia” fue siempre
un eslogan que las fuerzas reaccionarias podían usar para conseguir apoyo de los trabaja-
dores (incluyendo a las mujeres trabajadoras).

La opresión de las mujeres bajo el capitalismo

La forma en que la familia nuclear sirve para reproducir la fuerza de trabajo, es la raíz mate-
rial de la opresión de las mujeres de clase trabajadora bajo el capitalismo hoy. Es el cuidado
de los hijos y el trabajo doméstico lo que restringe el contacto de las mujeres de clase traba-
jadora con el mundo exterior al hogar y lo que produce su dependencia de los hombres de
clase trabajadora.

Esta es la razón por la que la opresión de las mujeres de la clase trabajadora no puede
acabarse sin el masivo cambio social necesario para socializar el trabajo doméstico y el
cuidado de los hijos.

Por supuesto, la opresión no es únicamente material. La opresión material está respaldada


por un conjunto de factores ideológicos. Por tanto, la opresión no acaba cuando las mujeres
salen del hogar, o si han decidido no tener hijos, o si los hijos han crecido. Presiones mate-
riales e ideológicas se combinan, por ejemplo, para persuadir a las mujeres de que trabajen
por salarios más bajos de los que la mayoría de hombres aceptarían.

Cuando se llega a la ideología de la opresión ha de tenerse en cuenta otro factor. Esta ideo-
logía no es generada por la clase trabajadora, sino que ha de serle impuesta desde arriba
por los representantes de la burguesía. Como Marx declaró, “las ideas dominantes son las
ideas de la clase dominante”. La forma en que las mujeres y los hombres de la clase
trabajadora ven y se relacionan con los demás está determinada no sólo por sus propias
condiciones materiales, sino también por la ideología generada por la familia de la clase
dominante.

Bajo el capitalismo existe una opresión de las mujeres burguesas paralela a la de las mujeres
de clase trabajadora, aunque bastante diferente en su origen y contenido.

En la familia burguesa clásica las mujeres eran liberadas de gran parte de la carga en el
cuidado de los hijos (por el empleo de numerosos sirvientes domésticos), pero se les negaba
también cualquier papel en la producción. Sus maridos tenían el control del excedente y eran
consideradas en muchos casos como mercancías (como adornos para los hogares de sus
maridos), mientras el matrimonio virtualmente era una forma de comercio entre familias do-
minadas por el hombre. Las mujeres de la clase dominante eran confinadas en sus hogares,
pero en ociosidad, no trabajando duro como las mujeres de clase trabajadora.

La ideología que respondió a este estado de cosas representaba a las mujeres con cualida-
des completamente diferentes a las de los machos “industriosos”, “seguros de sí mismos” y
“agresivos”, frente a la pasiva, dulce, emocional, frívola y “femenina” hembra.

Tal visión no se correspondía en todo con la posición real de las mujeres de clase trabaja-
dora, que trabajaban duro en la casa, en el servicio doméstico o en la fábrica. Pero propor-
cionaba la colección de imágenes estereotipadas con las que no sólo los hombres y las
mujeres de clase dominante, sino también los hombres y las mujeres de la clase trabajadora
se esperaba que vieran a los demás. Porque, hasta donde dan por supuesta la sociedad
existente, los trabajadores están siempre bajo una presión enorme para aceptar la concep-
ción del mundo de sus explotadores.

Los hombres de clase trabajadora fantasearían acerca de lo que harían si pudieran tener
éxito en la sociedad burguesa —y una de las cosas que podrían hacer sería poseer mujeres
como mercancías—. Las mujeres de clase trabajadora fantasearían sobre “triunfar” si pudie-
ran cultivar los atributos de la feminidad pretendidamente poseídos por las mujeres de clase
superior (fantasías reforzadas por las historias de las revistas y los seriales que encarnaban
a mujeres de la clase trabajadora que consiguen casarse con alguien por encima de su clase
de origen).

Todo esto, sirvió para idealizar y santificar la situación real de la familia de clase trabajadora
y de este modo pudo representar una función muy real para el capitalismo. Actuó como un
mecanismo para sostener a la familia de clase trabajadora unida y mantener el sistema vi-
gente. La religión, la pornografía, los seriales, las revistas de mujeres, la ley, todo actuaba a
la vez para hacer que la familia pareciera necesaria e inevitable, la más estable de las insti-
tuciones en un mundo siempre cambiante.

Pero bajo el capitalismo ninguna institución puede permanecer inmutable para siempre.
Nada es tan sagrado que pueda evitar ser modificado por el avance superior de las fuerzas
de producción.

Unas pocas décadas después del establecimiento del estereotipo de familia de clase traba-
jadora, comenzó a ser socavado por cambios en las condiciones materiales de la sociedad
capitalista.
A mediados del siglo XIX la reproducción de la fuerza de trabajo era sólo posible si la mujer
corriente de clase trabajadora tenía 8 ó 10 embarazos (en Londres casi el 60% de los niños
morían antes de los 5 años en 1850) y, así, dedicaba prácticamente toda su vida tras el
matrimonio al embarazo o el cuidado de los niños.

Pero la verdadera expansión de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo tuvo,
como un producto adicional, el desarrollo de nuevas tecnologías que redujeron radicalmente
el esfuerzo que era necesario invertir para la reproducción de la fuerza de trabajo. La mejora
en la atención a la salud significó la muerte de menos niños.

Se hicieron accesibles nuevos métodos de control de nacimientos, ampliamente superiores


a los métodos brutales y disponibles en la infancia del capitalismo —primero el preservativo
y el diafragma, luego, en los primeros 60, la píldora y el DIU—. La tasa de nacimientos podía
declinar y las mujeres de clase trabajadora ser relevadas de algunas de las cargas del naci-
miento de los hijos. La necesidad del sistema de fuerza de trabajo no estaba amenazada.

Al mismo tiempo, comenzó a aplicarse nueva tecnología a las tareas de crianza de niños y
de cuidado de los trabajadores. La lavadora, el aspirador, el refrigerador, el cambio de la
cocina de carbón por los sistemas modernos de cocinado, todo tuvo el efecto de reducir
enormemente la cantidad de trabajo puramente monótono que se desarrollaba en el hogar.

Como algunos escritores sobre el trabajo doméstico han señalado, esto no acabó con el
tedio y la alienación de la mujer, que continuó estando encerrada en el hogar, especialmente
si era responsable de hijos pequeños. Pero significó que podía comenzar a pensar en obte-
ner un empleo fuera del hogar a diferencia de las mujeres de anteriores generaciones. Por-
que, especialmente después de que sus hijos tuvieran 5 ó 6 años, ella podía ganar vendiendo
su fuerza de trabajo lo suficiente para pagar formas de reducir (aunque no eliminar) el tedio
y la monotonía (niñeras pagadas, comidas preparadas, servicio de limpieza en la lavandería,
salidas al supermercado una vez a la semana en vez del recorrido diario por las tiendas del
barrio…)

Desde el punto de vista de la acumulación de capital, el viejo modelo de familia llegó a ser
muy antieconómico. Las mujeres estaban ahora gastando más trabajo en el hogar de lo que
era estrictamente necesario para reproducir la fuerza de trabajo para el sistema.

Si el número medio de hijos nacidos en una familia es 8 o más, es probablemente más


económico para el sistema porque casi con seguridad la educación de los hijos tendrá lugar
en el hogar. Pero una vez el número de hijos ha bajado a dos, las cosas empiezan a ser
diferentes. Una guardería media tendrá un adulto cuidando de seis niños. Por tanto, por cada
trabajador extra que habría de ser contratado para hacer asalariado el cuidado de los niños,
dos mujeres más eran liberadas para la explotación en el mercado de trabajo. Y esto espe-
cialmente si las mujeres tienen que pagar el cuidado de los niños fuera de casa con sus
propios sueldos: ¡el sistema entonces recibe un valor adicional de ellas sin haberse preocu-
pado del coste de pagar por el cuidado de niños socializado!

Desde el punto de vista del capitalismo desarrollado, una mujer atada al hogar cuidando sólo
de dos hijos y su marido, es un despilfarro de valor excedente potencial. El hecho de que
ella trabaje todo el día no es consuelo para el sistema. Su trabajo podría hacerse más efi-
cientemente liberándola para la esclavitud salarial.
Por lo tanto, ha sido una tendencia a largo plazo que el número de mujeres que participaban
en el trabajo asalariado creciera. En Gran Bretaña hoy, más de la mitad de las mujeres ca-
sadas ahora trabajan, frente a menos de una de cada cinco que lo hacía en 1950; en USA
la proporción de mujeres casadas entre 20 y 25 años que trabajaban, ascendió del 31% en
1957 al 43% en 1968. Este crecimiento se ha estado produciendo desde los años 20. La
recesión de los años 30 no lo invirtió, ni lo ha hecho la crisis de los últimos diez años. 7

Es verdad que la enorme afluencia de mujeres al trabajo asalariado durante las dos guerras
mundiales estuvo seguida de medidas para reemplazarlas por hombres cuando las guerras
acabaron, pero esta experiencia no consiguió parar a largo plazo el crecimiento durante más
de medio siglo en la proporción de mujeres casadas que trabajaban.

El estado capitalista, cargado con el mantenimiento de las condiciones subyacentes nece-


sarias para la acumulación de capital, se ha visto forzado en todos los países a responder a
estos cambios. Cada vez más, ha tenido que tomar medidas diseñadas para complementar
a la familia en la reproducción de la fuerza de trabajo; la provisión de seguridad social, edu-
cación preescolar y otras.8

Los cambios han sido acumulativos. Cuanto más se han integrado las mujeres de clase
trabajadora en la fuerza de trabajo, más facilidades han pedido para hacerlo posible. Con-
forme han comenzado a conseguir fuentes independientes de ingresos, han empezado a
cuestionarse las viejas concepciones de completa dependencia de sus maridos. Han comen-
zado a demandar métodos contraceptivos más efectivos, abortos seguros, a tener menos
hijos, alguna cesión de la responsabilidad de las tareas de la casa sobre los hombros de sus
maridos. Cada vez más, han tomado la iniciativa de acabar con matrimonios infelices.

El sistema está experimentando hoy lo que Marx pensó que ocurriría hace un siglo: una
tendencia a minar la familia. Sin embargo esta tendencia puede no llegar a realizarse nunca
por causa de contra-factores:

(1) La plena socialización del cuidado de los hijos requeriría un nivel de inversión que el
sistema capitalista está poco dispuesto a hacer, incluso en períodos de expansión.

(2) La ideología de la familia continúa siendo muy importante para la estabilidad del sistema.
La opinión de las mujeres, de que cuidar a sus hijos debería ser su primera preocupación
les lleva a trabajar por menos que los hombres. Organizaciones como la iglesia, que explota
el aislamiento de las mujeres usando el eslogan de la defensa de la familia, aún pueden
aportar un puntal ideológico valioso para el sistema. Así, los gobiernos aprueban leyes anti-
aborto y son reacios a liberalizar las leyes de divorcio, aunque tales cuestiones no sean en
sí mismas importantes para las necesidades económicas del sistema.

(3) Finalmente, el nuevo período de crisis económica que comenzó a finales de los setenta
ha reducido las presiones para incrementar el suministro de fuerza de trabajo, aportando un
mayor número de mujeres a ella, y ha incrementado la dependencia del sistema de fuerzas
reaccionarias que utilizan el eslogan de la “defensa de la familia”. Esto no ha impedido cierto
aumento continuado del número de mujeres que buscan trabajo, pero ha disuadido al sis-
tema de hacer inversiones necesarias para ayudarlas a hacerlo.

El desarrollo de las fuerzas de producción ha presionado las viejas relaciones sociales en-
carnadas en la familia de clase trabajadora. Pero no ha sido suficiente para acabar con ellas.
No se puede acabar con la opresión de las mujeres en el capitalismo

No se puede acabar con la opresión de las mujeres sin acabar con la reproducción privada.
Pero esto, a su vez, no es posible sin una completa revolución de las relaciones sociales.
Esto sólo sería posible en dos circunstancias:

(1) Si el capitalismo fuera capaz de entrar en un nuevo período de expansión virtualmente


ininterrumpida de las fuerzas productivas. El sistema podría entonces, indudablemente, re-
emplazar la reproducción privatizada por el trabajo doméstico socializado y mecanizado, e
incluso con la construcción de “granjas de niños” del tipo de “un mundo feliz”.

Pero simplemente proponiendo una alternativa como ésta se ve su imposibilidad práctica. El


sistema no puede entrar en un nuevo período de expansión de tal clase. El estancamiento
del capitalismo actual impide cualquier camino a la liberación de las mujeres a través de la
reforma del sistema.

(2) Si tiene lugar la revolución socialista. Algunos de los recursos masivos derrochados por
el capitalismo podrían entonces ser dedicados a proporcionar la base material real para la
socialización del cuidado de los hijos y del trabajo doméstico. Y una clase trabajadora insur-
gente consideraría esto como una prioridad, ya que constituiría un gran beneficio no sólo
para las mujeres de clase trabajadora, sino también para los hombres trabajadores. Por su-
puesto, después de una revolución como ésta, la herencia ideológica del capitalismo subsis-
tiría y esa herencia incluiría actitudes sexistas. Pero sería relativamente fácil luchar contra
esa herencia, una vez su base material hubiera sido destruida.

Es posible comparar las estructuras sociales que producen la opresión de las mujeres bajo
el capitalismo con otras estructuras opresivas que se han adoptado en el curso del desarrollo
capitalista, como las leyes Jim Crow (que supusieron, en los primeros años de este siglo, la
institucionalización en los Estados Unidos de un nivel creciente de racismo y por las que se
arrebató a los negros de los estados del sur el derecho al voto) y el “orangismo” en Irlanda
del Norte (la discriminación sistemática de los católicos).

Estas estructuras discriminaron a un cierto sector de la población a partir de las diferencias


de raza o religión. Llegaron a ser consideradas arcaicas por algunos seguidores del sistema
durante su largo período de expansión económica en los cincuenta y los sesenta. La acu-
mulación de capital parecía depender del acceso de fuerza de trabajo sin tener en cuenta
esas diferencias de raza o religión. Había una expansión general de ideologías que reitera-
ban la vieja doctrina liberal de la igualdad de oportunidades en el mercado. Crecieron movi-
mientos que presionaron por los derechos civiles burgueses. El sistema parecía capaz de
hacerles frente, incluso a pesar de que esos movimientos impulsaron a algunos de los sec-
tores más oprimidos de la sociedad a la acción política. Pero entonces, con los primeros
signos de crisis económica en los últimos sesenta, el capitalismo tuvo que retroceder, limi-
tando las concesiones a una igualdad simbólica para los sectores oprimidos.

El primer movimiento de liberación de las mujeres tuvo mucho que ver con esta agitación
general por la igualdad formal que el sistema prometía a todos los que vivían en él. Sus
demandas fueron promovidas inicialmente por mujeres de clase media que buscaban la po-
sibilidad de llevar el mismo tipo de vida que los hombres de clase media. Pero se correspon-
dían con el cambio de actitud de muchas mujeres de clase trabajadora quienes, por primera
vez, sentían que pertenecían a la fuerza de trabajo asalariado del capitalismo. En este
período, las reivindicaciones parecían conciliables con la necesidad del sistema de reformar
la familia y dar acceso al trabajo a las mujeres.

Sin embargo, los impedimentos a la igualdad real para las mujeres fueron incluso más gran-
des que aquéllos a los que se enfrentaban los negros americanos o los católicos del Ulster.
El sistema no podía hacer frente a los altos costes de la socialización de la reproducción,
incluso en los sesenta, y mucho menos durante la crisis de mediados de los setenta. Eran
posibles (y necesarios) cambios limitados para permitir a las mujeres convertirse en esclavas
asalariadas; un final a su opresión estaba excluido por la dependencia continuada de la fa-
milia nuclear para la reproducción privatizada.

El capitalismo y la crisis del movimiento de las mujeres

La dura realidad de que no puede conseguirse el final de la opresión de las mujeres bajo las
condiciones de la crisis capitalista ha enfrentado al movimiento de las mujeres a tres alter-
nativas:

1. Abandonar el objetivo de la liberación en favor de perseguir las muy limitadas reformas


que son posibles en el sistema actual. Efectivamente, esto significa demandar progresos
individuales para unas pocas mujeres privilegiadas, mientras se dejan intactas las condicio-
nes de la mayoría de las mujeres. Este fue el camino elegido por las mujeres burguesas
involucradas en el movimiento y por un sector muy amplio de feministas de clase media.
2. Tratar de separarse de la sociedad existente creando contrainstituciones separatistas.
3. Identificarse con los desafíos de la clase trabajadora a la sociedad existente como forma
de destruir las estructuras responsables de la opresión de las mujeres.

Dependió de las circunstancias concretas el que consiguiera la hegemonía una u otra opción.
Allí donde se produjo un alza en las luchas de los trabajadores en los últimos sesenta y los
primeros setenta (Francia, Italia, España, Gran Bretaña) hubo una tendencia por parte de
casi todas las secciones del movimiento de mujeres a orientarse, al menos en parte, hacia
la clase trabajadora. Sus demandas tendieron a ser aquéllas que tenían algún atractivo para
la masa de mujeres trabajadoras: igual salario, guarderías de 24 horas, derecho al aborto,
etc. Pero donde el movimiento obrero era débil (USA) o donde empezó a declinar a mediados
de los años setenta (en muchos otros lugares), el movimiento de las mujeres fue hegemoni-
zado por el feminismo por un lado y por el separatismo por otro.

En la práctica, el reformismo y el separatismo se refuerzan mutuamente. El prejuicio femi-


nista burgués frente a la clase trabajadora ayudó a crear un “sentido común” en el movi-
miento, que consideraba cualquier argumentación sobre la liberación de las mujeres a través
de la revolución de la clase trabajadora como “obrerismo crudo” y “leninismo pasado de
moda”. Y la objeción separatista a la colaboración con los hombres significó en la práctica,
mantenerse a distancia de las luchas de base de los trabajadores, lo que a su vez significaba
rechazar el compromiso en las únicas luchas que podían conseguir del sistema algo más
que cosas muy marginales.

La división del trabajo entre separatismo y reformismo tuvo su última expresión en el llama-
miento a una alianza entre políticos burgueses o reformistas, la burocracia sindical, “mujeres”
y “negros” (la “amplia alianza democrática” del eurocomunismo, la “coalición arcoiris” en Es-
tados Unidos, la estrategia electoralista de gente como Benn y Livingston en Gran Bretaña).
(Nota: el ejemplo actual es ‘el olivo’ de Italia)
La tendencia hacia el reformismo no es un accidente. En el capitalismo sólo hay una fuerza
capaz de imponer un cambio real: la clase trabajadora. Quien no se apoya en la clase traba-
jadora inevitablemente se ve conducido al compromiso con el sistema. Pero aquéllos que
predican el separatismo están rechazando la noción de lucha efectiva de la clase trabaja-
dora. Incluso cuando tratan de dirigirse a las mujeres trabajadoras se están basando en la
idea de que un sector de la clase puede ganar sin el apoyo de otras secciones (masculinas)
de la clase. Se elude así la movilización total de las fuerzas, la única forma de garantizar las
victorias.

Igual que los movimientos por los derechos civiles en EEUU y en Irlanda del Norte, el movi-
miento de las mujeres a finales de los 1960 y principios de los 1970 empezó a movilizar a la
gente contra la opresión creada por el sistema. Hasta este punto, fomentó el inicio de una
lucha contra el sistema. Pero, igual que aquellos movimientos, no podía llevar la lucha más
allá de un punto. De ahí en adelante, la elección era entre cambiar hacia un movimiento
radicalmente diferente, o bien meramente mejorar la suerte de unos pocos individuos afor-
tunados, mientras que la masa de la gente seguía igual de oprimida como siempre. 9

Por esto, para nosotros, no se puede hablar de reconstruir el tipo de movimiento de mujeres
que existía entonces. Pertenece a un período que ha terminado.

Por supuesto, es posible que la crisis del sistema llevará a ataques contra los derechos de
las mujeres que, a su vez, produzcan surgimientos de protestas de las mujeres. Hemos visto
tales surgimientos en Gran Bretaña últimamente, cada vez que se han hecho intentos para
restringir más los derechos al aborto. Hay que apoyar estas luchas totalmente; pero también
hay que ver que las personas involucradas en ellas rápidamente se polarizarán entre, por un
lado, las que apoyan el reformismo o el separatismo y, por el otro, las que sean ganadas a
una perspectiva socialista revolucionaria y de la clase trabajadora.

Teorías erróneas sobre la opresión de las mujeres


El movimiento de las mujeres de los años sesenta y setenta produjo sus propias teorías
acerca de la opresión de las mujeres. Es necesario considerar lo que era incorrecto en ellas,
ya que de este modo podremos ver más claramente lo que significa la perspectiva del mar-
xismo revolucionario.

El patriarcado

La teoría del patriarcado es la perspectiva dominante en el movimiento de las mujeres de


Gran Bretaña.

Sostiene que la opresión de las mujeres es un resultado de la dominación masculina y algo


completamente diferente de la división de la sociedad en clases económicas. Ve a “los hom-
bres” como beneficiarios de la opresión en todas las sociedades, 10 y mantenedores de esa
opresión incluso si la revolución socialista tiene lugar. Rechaza por “reduccionistas” los in-
tentos de explicar la opresión de las mujeres a partir de la dinámica de las sociedades de
clases. A partir de aquí, se extrae la conclusión de que la lucha por la liberación de las mu-
jeres es algo completamente separado (aunque paralelo) de la lucha por la revolución de la
clase trabajadora y por el socialismo.

La teoría es “hegemónica” en el sentido de que pocas feministas la ponen en duda y ha sido


adoptada sistemáticamente por sectores de la izquierda reformista fuera del movimiento de
las mujeres. De hecho, aunque unas pocas figuras en el movimiento de las mujeres (por
ejemplo Sheila Rowbotham) intentaron oponerse al término “patriarcado”, 11 hoy es un con-
cepto habitualmente considerado como incuestionable.

Tuvo gran aceptación porque, como ha observado Lindsey German, “el éxito de la teoría del
patriarcado se debe a que cada cual puede interpretarla a su manera. Prospera en los im-
precisos sentimientos tan queridos por sectores del movimiento de las mujeres antes que
sobre un análisis material…”12

Sin embargo, su base teórica es realmente muy débil. Ya que, si las mujeres han estado
siempre oprimidas por los hombres, la pregunta que surge es ¿por qué? ¿Cómo es que el
sexo masculino ha sido capaz de subordinar al femenino de esta forma?

A no ser que las teóricas del patriarcado puedan responder a estas preguntas, no pueden
explicar la opresión de las mujeres. Por lo tanto no pueden decir cómo ha de vencerse. Se
llega así, no a una teoría de la liberación de las mujeres, sino a una perspectiva que ¡excluye
cualquier liberación real!

Un intento de explicación consiste en atribuir la opresión de las mujeres a factores ideológi-


cos. Ahora, ciertamente, el hecho de que la ideología imperante considere a las mujeres
como subordinadas refuerza su subordinación: los hombres crecen viéndose a sí mismos
como el sexo superior y muchas mujeres crecen aceptándolo. Pero, ¿de dónde viene la
ideología misma de la subordinación de las mujeres?

Los partidarios de la teoría no pueden explicar esto y, a menudo, acaban abandonando cual-
quier explicación materialista, afirmando, por ejemplo, que el materialismo histórico es erró-
neo, que las ideologías existen por derecho propio, como “diferentes modos de discurso”.

Otras teóricas del patriarcado intentan explicar la opresión de las mujeres de forma materia-
lista. Pero recurren a un materialismo que abstraen de la sociedad de clases. Todo lo que
permanece entonces como la base de la opresión de las mujeres es la diferencia biológica
entre ellas y los hombres. Es esto, al parecer, lo que permite a los hombres conspirar exito-
samente para subyugar a las mujeres. Según una de estas teóricas, Heidi Hartmann, los
hombres “controlan el trabajo de las mujeres y restringen su sexualidad”.

Hartmann llega incluso a tratar de reclutar a Engels para su causa. 13 Cita un famoso pasaje
de Los orígenes de la familia donde Engels escribe que:

El factor determinante en la historia es… la producción y reproducción de la vida inmediata…


Por un lado la producción de los medios de existencia, de comida, vestimenta y techo y los
instrumentos necesarios para esta producción. Por otro lado la producción de los seres hu-
manos mismos, la propagación de la especie. La organización social en la que las personas
de una época histórica concreta viven está determinada por ambos tipos de producción.

Heidi Hartmann ve los dos “modos” de producción como entidades de igual importancia y
afirma que no hay una conexión necesaria entre cambios en un “modo” y cambios en el otro.

Engels claramente pensaba de otra forma, ya que él mismo continúa diciendo que cuanto
más se desarrolla una sociedad de clase es menos posible la coexistencia de los dos tipos
de producción. Surge una sociedad en la que “las relaciones familiares están enteramente
subordinadas a las relaciones de propiedad”.
De hecho es absolutamente confuso hablar de “dos modos”.

El modo de producción en cualquier sociedad está constituido por la unión de fuerzas y re-
laciones de producción. El primer término del conjunto, ejerce continuamente presión para
cambiar el segundo término. Cada incremento en la capacidad de los seres humanos para
controlar la naturaleza, produce nuevas relaciones entre los seres humanos mismos y, por
tanto, comienza a transformar las relaciones de producción preexistentes. O cambia la so-
ciedad o las nuevas formas de controlar la naturaleza han de ser abandonadas. Hay siempre
una tensión, una dinámica en el modo de producción que determina la forma de la historia
humana.

No existe una tensión semejante inherente al “modo de reproducción”. Los seres humanos
no están continuamente descubriendo nuevas formas de reproducirse (clonando en una
época, poniendo huevos en otra, pariendo en una tercera). Estas nuevas formas de repro-
ducción no están continuamente surgiendo contra la barrera de las relaciones existentes
entre las personas.

La forma en que los humanos se reproducen es relativamente estática. 14 Si se percibe esto


como factor de desarrollo de la historia humana, entonces no puede haber ningún cambio
en ella, ningún desarrollo. Si las “fuerzas de reproducción” determinan las “relaciones de
reproducción”, entonces la opresión de las mujeres realmente es algo que debe haber exis-
tido siempre (y que existirá siempre).

Pero las “relaciones de reproducción” (por ejemplo las relaciones familiares) de hecho cam-
bian. Cambian, con el resto de las relaciones humanas, como resultado de lo que sucede en
la esfera de la producción material.

Como hemos señalado antes, cuando en las sociedades precapitalistas las áreas más im-
portantes de la producción material pueden ser cubiertas incluso por mujeres embarazadas
o con responsabilidad en el cuidado de los hijos, entonces encontramos sociedades en las
que las mujeres tienen alto prestigio e igualdad (o incluso superioridad a los hombres).

Las relaciones de reproducción —la familia— resultan de las condiciones materiales de pro-
ducción, no de algún “modo de reproducción”.

Una vez se comprende esto, se puede ver cómo el capitalismo prepara el terreno para la
abolición de la opresión de las mujeres. Produce un desarrollo de las fuerzas productivas tan
inmenso que, por un lado, la producción puede ser llevada a cabo por cualquiera, por mucho
que las muy crudas “realidades biológicas” puedan ser un impedimento para ello; por otro
lado crea, por primera vez, la tecnología para transformar la biología humana (control de
fertilidad, etc.). Pero el capitalismo mismo impide la realización completa de estas potencia-
lidades.

La teoría del patriarcado se niega a reconocer esto. De hecho, nos presenta la sociedad
actual como un cuadro formado por dos cosas bastante diferentes. Una es el afán de acu-
mular capital por medio de la explotación. La otra, un complot de los hombres de todas las
clases para dominar a las mujeres de todas las clases.

La lógica de la teoría del patriarcado consiste en que aunque percibe el papel que juega la
lucha de clases, no considera que ésta tenga nada que ver con la opresión de las mujeres
que depende de una segunda lucha, la de todas las mujeres contra todos los hombres. De
esta forma, si realmente se busca acabar con la opresión de las mujeres, en la práctica se
vuelve la espalda a la lucha de clases.

La teoría encaja hábilmente con la necesidad tanto de la tendencia separatista como de la


reformista dentro del movimiento de las mujeres. La tendencia separatista puede verse a sí
misma como la aplicación consistente de la teoría. Son las personas que toman seriamente
el punto de vista de la historia como una lucha de poder entre sexos. Tanto si es una cuestión
de culpar a todos los hombres de los crímenes sexuales, de oponerse a “instituciones mas-
culinas” como los sindicatos, de intentar formar áreas de sexualidad femenina liberada, como
si se trata de contraponer “valores femeninos” a la agresión del macho que causa guerras
nucleares, las partidarias del separatismo son capaces de pasar a la ofensiva contra las
feministas que ven que la colaboración con algunos hombres es importante.

Pero la tendencia reformista puede usar también la teoría del patriarcado. Ya que hay dos
campos de batalla distintos, entonces se puede luchar en un terreno mientras se llega a un
compromiso en el otro. Por lo tanto, la manera en que en Gran Bretaña se habla de “luchar
contra los valores patriarcales” ha sido utilizada para justificar la colaboración entre los líde-
res sindicales y un futuro gobierno laborista con el fin de conservar los salarios con una
“política de control de los salarios feminista”. De ahí, la forma en que las mujeres en la bu-
rocracia sindical pueden aceptar la idea de sindicalistas profesionales nombrados desde
arriba, que reciben el doble o el triple del salario medio, que no están sujetos a revocación,
etc., siempre que hay una “estructura profesional adecuada para las mujeres” dentro de la
burocracia.

Teorías a medio camino

Algunas feministas socialistas han visto los peligros e inconsistencias de la concepción de


la teoría del patriarcado y han intentado argumentar contra ella. Pero, a menudo, han aca-
bado por ceder a medias ante sus argumentos.

Así, Sheila Rowbotham rechaza la teoría del patriarcado. Pero explica la persistencia de la
familia con una versión del argumento de los “dos modos de producción”. En Conciencia de
mujeres, mundo de hombres afirma que la familia es un modo de producción precapitalista
existente dentro de un sistema capitalista más amplio.15 Pero la lógica de esta posición es la
misma que la de la teoría del patriarcado: que hay dos luchas distintas, no necesariamente
conectadas aquí y ahora.

Incluso socialistas revolucionarias que han tratado de oponerse a algunos de los argumentos
del movimiento de mujeres de clase media han cometido el error de aceptar algunas de sus
formulaciones teóricas.

Un buen ejemplo de esto se encuentra en un debate que tuvo lugar hace algunos años en
las páginas de la revista International Socialism entre Joan Smith e Irene Bruegel.

Joan comenzó el debate16 con algunas críticas muy reveladoras e importantes de la política
del estilo de vida que estaba entonces convirtiéndose en hegemónica en el movimiento de
mujeres. Contra aquella política, insistió en que la opresión de las mujeres persiste a causa
de la importancia económica de la familia para el capitalismo. Pero luego pasó a fundamentar
su propia posición en la teoría de los dos modos de producción elaborada por Sheila Row-
botham, Shulamith Firestone y Heidi Hartmann, completada con la misma cita truncada de
Engels. El resultado es un argumento que resulta absolutamente confuso y confundido.
El punto de vista de Joan era que la familia existente era un rasgo tan característico del
capitalismo como la explotación de los trabajadores en el ámbito de la producción. Era “parte
de la base” —no de la superestructura—. Justificó esto diciendo que el capitalismo depende
del “trabajo libre” y que no se podía tener “trabajo libre” a menos que fuera reproducido en
la familia privada.

El argumento era tortuoso en extremo. Marx caracterizó el “trabajo libre” como trabajo donde
(1) el trabajador no tenía ningún control sobre los medios de producción, y (2) el trabajador
no pertenecía al capitalista individual y por tanto podía ser rechazado en el momento en que
su trabajo ya no se necesitara. Es bastante fácil imaginar una sociedad en la que tal trabajo
sea reproducido en instituciones estatales y después enviado a venderse a sí mismo o a
pasar hambre.

Una sociedad así no existe en la actualidad porque, como hemos explicado antes, no con-
viene a las necesidades económicas de la acumulación de capital, ya que la “base” econó-
mica no necesita todavía una transformación como ésa de la superestructura institucional.
Como Kath Ennis apuntaba en International Socialism hace diez años, “en teoría, el capita-
lismo podría funcionar sin la familia… Pero en la práctica, esto requeriría tales cambios fun-
damentales en la sociedad que es difícil imaginar que alguna vez se lleve a cabo”.

Irene Bruegel tomó y elaboró el punto de vista de Kath Ennis en su respuesta a Joan. 17 Mos-
tró cómo el capitalismo tenía un interés económico en socializar ciertos aspectos del trabajo
doméstico, para permitir que las mujeres fueran explotadas en el mercado de trabajo. Su
argumento económico era irrefutable. Socavaba cualquier pretensión de que la familia es
esencial para el capitalismo de la misma forma que la explotación y la acumulación.

Una vez eso se acepta, lo lógico es ver a la familia como parte de la superestructura; algo
creado por las necesidades de acumulación en un cierto momento del desarrollo del capita-
lismo, que el capitalismo ahora comienza a minar, pero que no puede abolir por su propia
naturaleza proclive a la crisis.

La propia Irene se lanza en la dirección del análisis de la opresión de las mujeres proporcio-
nado por Anne Foreman. Su punto de partida no es la producción, sino las necesidades
sicológicas de los hombres de clase trabajadora. La familia existe, según Anne, porque “los
hombres encuentran alivio a su alienación a través de su relación con las mujeres; para las
mujeres no hay alivio”.

Irene acepta esta perspectiva en su conjunto. Ambas inevitablemente acaban desplazán-


dose de la lucha socialista revolucionaria contra el sistema hacia la política del estilo de vida
de ciertas feministas de clase media. Joan es, con razón, totalmente sarcástica acerca de
esta conclusión:

Si seguimos un tipo de análisis como el de Anne Foreman, entonces son los atributos de
genero de la feminidad, la polaridad masculino-femenino lo que es opresivo para las mujeres,
en vez de ser las manifestaciones ideológicas de la opresión de las mujeres. Se trata esen-
cialmente de un análisis idealista, en el que las formas ideológicas que oprimen a las mujeres
son generadas dentro de las relaciones que las mujeres tienen con los hombres con los que
conviven.18

Aunque acepta que la familia no es en todo momento una necesidad económica del capita-
lismo, Joan, como Irene, tampoco consigue extraer la conclusión lógica. En la practica, con
el uso de frases como “el sistema familiar de reproducción de la fuerza de trabajo”, ella
desecha la teoría de los dos modos de producción. Pero no puede desechar la idea de que
la familia —y la opresión de las mujeres— es tan importante para el capitalismo como la
explotación y la acumulación. Por tanto se aferra, siempre tenuemente, a la perspectiva de
que sólo la familia puede producir “trabajo libre”. Incluso llega a afirmar que esto es válido
para todas las sociedades de clases:

El elemento esencial de la familia permanece intacto en todas las sociedades de clases,


porque la familia es la única forma de reproducir la sociedad que permite diferencias esen-
ciales en la reproducción y que toma la carga de la reproducción de la sociedad en general
y la coloca sobre individuos o grupos en la sociedad.19

De este modo Joan, que había sido anteriormente tan crítica con el discurso patriarcal de la
familia como invariable, se ve arrastrada a una perspectiva muy cercana a esta teoría del
patriarcado. De hecho, comienza a usar la fraseología de la misma teoría del patriarcado
cuando afirma que “la historia esencial del patriarcado y de la opresión de las mujeres, es la
historia del sistema de reproducción de la familia…”.

Al mismo tiempo, Joan da otro paso más allá de su inicial punto de partida. Se trata de
localizar la opresión de las mujeres en el estado. Usando de nuevo la terminología del aná-
lisis feminista de la clase media, escribe que, “el control patriarcal de las mujeres se traslada
desde la familia patriarcal al estado capitalista patriarcal (con su infinita batería de leyes
sobre el control de las mujeres) y el mercado capitalista, donde las mujeres son siempre
peor pagadas que los hombres…”.

¡Incluso llega a hablar del “estado masculino”!

Algunas de sus razones para tratar de subrayar el papel del estado son buenas. Aún intenta
atacar las ideas que localizan la opresión de las mujeres en las relaciones individuales entre
hombres y mujeres. Sin embargo, la formulación es mística y errónea a la vez. No es el
estado el que suministra al sistema su dinámica, es el afán de acumular. El estado es sola-
mente uno de los mecanismos usados por el sistema en este afán; es parte de la superes-
tructura. La familia es otro de estos mecanismos: también es parte de la superestructura.

Es simplemente falso, que toda la opresión de las mujeres proceda del estado, o que el
estado simplemente oprima a las mujeres dejando intacta la familia existente. La opresión
de las mujeres procede, en última instancia, del afán de acumular. El estado ayuda a soste-
ner este afán y, por eso, ha de apoyar a la familia. Pero también interviene sustituyendo
ciertas funciones familiares conforme las necesidades del sistema cambian, proporcionando
(aunque no a una escala suficiente) guarderías y escuelas, prestaciones sociales, fácil ac-
ceso a métodos anticonceptivos, políticas de igualdad de salario para las mujeres (aunque
dejando inmensas lagunas ).

Es el sistema lo que oprime a las mujeres, no sólo el estado. Y la opresión a menudo tiene
lugar de forma contradictoria. Este punto es importante. Para Joan es confuso. Y su confu-
sión ha servido para alejar a la gente del análisis marxista revolucionario de la opresión de
las mujeres y acercarla al análisis que presentan aquéllos que rechazan el marxismo. Ella
escribe sobre su obra:

Mis artículos en International Socialism intentaron tender un puente entre el argumento sobre
la naturaleza del patriarcado y la escuela del trabajo doméstico sobre la relación entre
opresión de la mujer y capitalismo. Era un intento de discutir la relación entre la dominación
masculina (el patriarcado) y el modo de producción capitalista.

Patriarcado, como hemos visto, es la expresión teórica de las secciones reformistas y sepa-
ratistas del movimiento de las mujeres. Lo que Joan está intentando hacer es “tender un
puente” entre esos argumentos y el marxismo. Era un intento que estaba destinado a provo-
car una confusión completa.

Hay confusión práctica también. Lo que subyace en todas las etapas de la argumentación
de Joan es un intento de probar que la opresión de las mujeres, como la explotación de los
trabajadores, conduce a los comienzos del rechazo espontáneo del capitalismo.

Esto sucede, afirma, porque el sistema capitalista descansa en dos puntos igualmente im-
portantes; la explotación de los trabajadores y la opresión de las mujeres. Afirma esto de
nuevo cuando pasa a echar la culpa, por toda la opresión de las mujeres, directamente al
estado.

En ambos casos, se considera que las luchas separadas de las mujeres entran en conflicto
automáticamente con el capital y el estado. La lucha contra el patriarcado entonces se con-
vierte, para Joan, en un aliado automático de una lucha separada de los trabajadores contra
el capitalismo. Se ha puesto la base para una alianza de luchas “distintas pero no separa-
das”.

La parte correspondiente a las mujeres en esta alianza está constituida, según Joan, por
todas las mujeres, aunque dirigida por las revolucionarias. Como ella declara:20

Podemos persuadir y reclutar mujeres a la política revolucionaria sobre la base de su opre-


sión tanto como de su explotación. Muchas mujeres han roto tanto con su pasado de clase
media, como de clase trabajadora y, como en el caso de los estudiantes, es posible organizar
a esas mujeres alrededor del partido revolucionario. Pero, para conseguirlo, necesitamos
una organización de mujeres más amplia que el partido revolucionario, que se ocupe de los
asuntos de la opresión de las mujeres y de su explotación … Es necesario construir un mo-
vimiento de mujeres con su propio periódico que pueda unir a todas las mujeres (mujeres
del sector público, trabajadoras industriales, mujeres en el hogar). Ya que el capitalismo
oprime a todas las mujeres, la base material para tal organización existe.

Obsérvese que Joan se refiere a “todas las mujeres” como base de tal movimiento, no a las
mujeres de clase trabajadora. Porque, en cada una de las tres etapas de su análisis, todas
las mujeres son forzadas, por lo que ella llama “patriarcado” o el “estado masculino”, a luchar
contra él. Es esto lo que le permite hablar acerca de organizar a “todas las mujeres” sin
referencia a su posición de clase (¡abandonan su pasado tanto de clase trabajadora como
de clase media!) Sin embargo este movimiento se comprometerá en una “plataforma socia-
lista” y una “lucha de la clase trabajadora por la libertad”. Joan personifica el embrollo que
se obtiene cuando se casan dos perspectivas contradictorias de las raíces de la opresión de
las mujeres; la del feminismo de la clase media y la del marxismo revolucionario. Se acaba
cambiando de una posición a otra, nunca se termina sobre la base sólida, que es la única
realmente posible para luchar por la liberación de las mujeres.

Argumentos contra la posición marxista revolucionaria


Los que se oponen totalmente a la teoría marxista de la opresión de las mujeres y aquéllos
que buscan confundirla con otra teoría utilizan ciertos números de argumentos. Veámoslos,
uno por uno.

“La perspectiva marxista efectivamente rechaza la realidad de la opresión de las mujeres al


reducir todo a una cuestión de clase”.

Si se lee nuestra primera sección se puede ver la falsedad de este argumento. Nosotros no
“reducimos” el asunto a una cuestión de clase. Las mujeres de todas las clases están opri-
midas, exactamente como las minorías étnicas de todas las clases son oprimidas en ciertas
sociedades. Lo que decimos, sin embargo, es que no puede haber liberación de esta opre-
sión sin cambiar sus raíces en la sociedad de clases. No hay dos luchas, una contra la so-
ciedad de clases y otra contra el “patriarcado”. Hay una única lucha contra la causa de todas
las formas de explotación y opresión.

Y hay enormes diferencias en el tipo de opresión que sufren las mujeres de clases diferentes.
La esposa de un propietario de esclavos puede estar oprimida, pero su opresión es bastante
diferente a la de una esclava (incluso a la de un esclavo masculino). La mujer la de clase
dominante puede protestar por su opresión, pero una aplastante mayoría de ellas se situaran
al lado del sistema que mantiene esta opresión contra cualquier desafío serio a éste. Y, así,
cuando todos sus problemas estén solucionados, ayudarán y serán cómplices no sólo de la
explotación, sino de la opresión de otras mujeres. Las mujeres de la clase dominante siem-
pre insisten en que el movimiento de las mujeres es algo completamente separado del mo-
vimiento de las clase trabajadora, y opuesto a él.

Las mujeres de clase trabajadora, por otro lado, necesitan examinar toda la cuestión de la
separación de otro modo.

Los prejuicios de los trabajadores masculinos, a menudo han llevado a que las mujeres tra-
bajadoras no hayan tenido otra elección, si querían organizarse, que hacerlo separadamente
de los hombres. Pero han tenido que luchar contra su separación forzosa, porque ésta ha
debilitado la lucha del conjunto de la clase trabajadora, haciendo así más fácil para la clase
dominante mantener su opresión.

Históricamente han sido los grupos de trabajadores económicamente más poderosos y me-
nos oprimidos quienes han apoyado formas separadas y seccionalistas de organización. Las
mujeres y los grupos étnicamente oprimidos de trabajadores se han organizado separada-
mente (con los sindicatos de mujeres, etc.) solamente como un medio de obtener la fuerza
para derribar los muros del separatismo.

“La perspectiva marxista significa que la inferior posición, que actualmente las mujeres están
forzadas a aceptar, se perpetua, con los hombres dirigiendo a las mujeres. No se ve la propia
actividad de las mujeres como medio de acabar con su opresión, sino como algo que los
hombres hacen para ellas.”

Las personas oprimidas encuentran la confianza para levantarse y luchar contra su opresión
a través de la lucha. Pero esto no significa que la única lucha que les proporciona esta con-
fianza sea la lucha del grupo oprimido particular al que pertenecen. Las luchas contra todo
tipo de aspectos de la sociedad de clases pueden tener el mismo efecto.
Ésta ha sido, por ejemplo, la experiencia de las luchas sindicales que han dado a muchas
mujeres la confianza para empezar a desafiar los papeles tradicionales que se esperaba que
representaran en la familia.

Por supuesto, las divisiones entre los diferentes sectores de la clase trabajadora (hombres
y mujeres, blancos y negros, oprimidos y menos oprimidos) significa que a menudo no se
producen luchas simples, homogéneas y unificadas de todos los trabajadores. Así, hay lu-
chas que involucran en su mayor parte a trabajadores negros, o a trabajadores blancos, más
a trabajadoras o a trabajadores, más a trabajadores cualificados o a no cualificados. Sin
embargo, la lucha de cualquiera de estos grupos de trabajadores siempre tiene implicaciones
para las luchas de otros grupos de trabajadores. Ningún grupo oprimido puede separar sus
luchas del resto de la clase. Es desastroso para ellos tratar de hacerlo así.

Si un grupo relativamente poderoso de trabajadores, como los mineros en Gran Bretaña o


los trabajadores de automóviles en USA, tienen éxito en la lucha, esto se convierte en un
estímulo para las luchas de otros grupos de trabajadores (aunque los grupos más poderosos
sean principalmente masculinos y los más débiles principalmente femeninos). En otros mo-
mentos puede ser la resistencia de un grupo de trabajadores previamente débil (principal-
mente femenino) el que detenga una ofensiva de los empresarios e inspire así a otros grupos
de trabajadores más fuertes (principalmente masculinos).

De hecho, las mayores luchas contra la opresión de las mujeres han tenido lugar siempre
durante períodos de lucha más amplia, más generalizada (durante la gran revolución fran-
cesa de 1789-1794, en el período inmediatamente anterior y posterior a la primera guerra
mundial, en los últimos sesenta y los primeros setenta). El éxito de estas luchas ha depen-
dido siempre del éxito de luchas más amplias. La derrota de estas luchas más amplias pre-
sagió el fracaso de la lucha de liberación de la mujer también: así ocurrió en el Termidor de
los 1790, con el estalinismo y el nazismo en los años de entreguerra, o el giro hacia la dere-
cha a finales de los 1970.21

No podía ser de otra forma. La opresión es un producto de la sociedad de clases. Y la única


forma efectiva de enfrentarse a la sociedad de clases es a través de la lucha unificada de la
clase trabajadora, no por medio de la lucha separada, aislada, de éste o aquél grupo opri-
mido particular.

Esto no significa en absoluto que “las mujeres sigan a los hombres”. El grupo particular de
trabajadores que esté en la vanguardia de la lucha será unas veces femenino, otras princi-
palmente masculino y otras completamente mezclado.

Lo necesario en cualquier caso es que el grupo de trabajadores dirigente comprenda que su


propia lucha es una lucha en nombre de todos los trabajadores (pese a todos los esfuerzos
de la clase dominante para hacerles creer otra cosa) y que haya un debate con todos los
otros grupos de trabajadores para respaldar la lucha. Esto no sucederá a menos que exista
una batalla implacable de los socialistas contra la tendencia de los trabajadores menos opri-
midos a identificarse con las ventajas de las que disfrutan con respecto a los trabajadores
más oprimidos, y se explique a los trabajadores más oprimidos que los enemigos reales no
son los menos oprimidos, sino la clase dominante que explota a todos los trabajadores. Tiene
que explicarse a los grupos de trabajadores que están en lucha que ellos necesitan el apoyo
de las trabajadoras, pero que no lo conseguirán si continúan sosteniendo la visión sexista
de que las mujeres son objetos sexuales cuyo sitio está en la casa, etc. Ha de señalarse que
las mujeres que son forz
adas a ser pasivas y dependientes de los hombres no pueden ser auténticas luchadoras en
la batalla de su clase contra el sistema.

La opresión permite a la clase dominante dividir y dominar al conjunto de la clase trabaja-


dora, tanto a los sectores más oprimidos como a los menos oprimidos. El compromiso en
cualquier lucha lleva a la gente a comenzar a desafiar esta opresión, y sólo el desafío a esta
opresión puede conducir su lucha al éxito.

En otras palabras: tomar en serio la afirmación de que las mujeres sólo pueden seguir la
dirección de otras mujeres es decir que no tienen ningún papel que jugar en algunas de las
principales batallas de la lucha de clases. De hecho, algunos de los más importante ejemplos
de luchas de mujeres trabajadoras han sido en apoyo a los trabajadores masculinos, como
las Brigadas de Emergencia de Mujeres en la fábrica Flint en 1937.

Las grandes mujeres socialistas revolucionarias comprendieron esto y por eso no conside-
raron que su tarea era sólo organizar mujeres. Cuando hablamos de Eleanor Marx, Rosa
Luxemburg, Mother Jones o Elizabeth Gurley Flynn, estamos hablando de luchadoras que
dedicaron sus energías a intervenir en cualquier lucha que tuviera lugar en ese momento,
fuera de hombres o de mujeres trabajadoras.22

Incluso aquellas revolucionarias, como Clara Zetkin o Alexandra Kollontai, que se centraron
en la organización de mujeres, nunca concibieron ésta como su única actividad. Alexandra
Kollontai estuvo activa en el trabajo general tanto de los bolcheviques como de los menche-
viques, mientras Clara Zetkin jugó un papel clave en todos los debates del PC alemán entre
1919 y 1923. Incluso Sylvia Pankhurst, que sólo llegó a ser una completa socialista revolu-
cionaria en el curso de la Primera Guerra Mundial, extrajo la conclusión de que lo necesario
era no un periódico de mujeres, el Women’s Dreadnought, y una organización de mujeres,
la Federación de Sufragistas del Este de Londres, sino un periódico de los trabajadores, el
Workers’ Dreadnought y una organización mixta, la Federación de Trabajadores Socialistas.
¡Esto, por supuesto, no ha detenido a algunas feministas confundidas, en su reivindicación
de Kollontai, Zetkin y Pankhurst para la causa del separatismo!

Todas ellas adoptaron esta posición porque comprendieron que no hay y no puede haber
ningún camino separado a la liberación de las mujeres, bajo otro nombre (feminismo socia-
lista, feminismo revolucionario o cualquiera que sea), que el de marxismo revolucionario.
Comprendieron que no hay dos tradiciones (la de la lucha contra la opresión y la de la lucha
por el poder de los trabajadores), que han de ser fundidas, sino una única tradición que
intenta construir un movimiento revolucionario de la clase trabajadora que sea “la tribuna de
todos los oprimidos y explotados”.

En semejante movimiento unido, la mayor aspiración para las mujeres revolucionarias debe-
ría ser estar en cabeza de los hombres, y para los hombres revolucionarios estar a la cabeza
de las mujeres, dependiendo de la sección particular de la clase que estuviera en lucha en
determinado momento.

“Los hombres de la clase trabajadora están implicados en el mantenimiento de la opresión


de las mujeres y se benefician de ella. Por eso no pueden comprometerse en la lucha por
acabar con esa opresión.”

Hemos afirmado al principio que la causa real de la opresión de las mujeres no son los
hombres individuales, sino las necesidades de la acumulación de capital. Sin embargo es
verdad que estas necesidades sólo son satisfechas en tanto que encuentran un agente para
imponerlas. Algunos hombres están ciertamente involucrados en la opresión de las mujeres.
Personas como Anna Paczuska y Lin James parece que hacen un comentario válido cuando
insisten en que:

No es el capitalismo el que golpea a las esposas, viola mujeres, paga a prostitutas y degrada
a las mujeres con la pornografía, son los hombres.23

Pero sólo tienen razón hasta un punto. En primer lugar, no todos los hombres participan en
las actividades que citan —a menos que se acepte la afirmación de las separatistas radicales
de que “todos los hombres son violadores”—. En segundo lugar, su lista de lo que constituye
la opresión de las mujeres es desesperadamente inadecuada. Si se añaden otros elementos
de la opresión de las mujeres (por ejemplo, la negación del derecho al aborto o el salario
desigual), entonces vemos que no son los hombres de clase trabajadora con los que viven
las mujeres quienes provocan esto, sino el Estado o los empresarios. Y cuando se añade la
socialización de las niñas para aceptar los papeles “femeninos” subordinados, el principal
agente no es el padre, sino la madre. Algunas de las campañas más grandes contra el de-
recho al aborto han sido llevadas por mujeres. ¡Incluso en sociedades genuinamente patriar-
cales, la opresión de las mujeres más jóvenes es impuesta no sólo por el patriarca mismo,
sino también por las mujeres de más edad!

Cuando las mujeres de clase trabajadora comienzan a desafiar su opresión, se encuentran


no sólo frente a muchos hombres, sino también frente a muchas mujeres.

Pero se afirmará que los hombres se benefician de la opresión de las mujeres de una forma
en que no lo hacen otras mujeres.

De hecho, sin embargo, los beneficios que los hombres de clase trabajadora reciben de la
opresión de las mujeres son realmente marginales. No se benefician de los bajos salarios
percibidos por la mujer (sólo sirven para ejercer una presión a la baja sobre su propio salario).
Ni puede afirmarse realmente que ganen con el tratamiento del cuerpo de las mujeres como
mercancías (¡los únicos hombres que pueden beneficiarse de esto son los hombres con la
riqueza para comprar y vender mercancías!)

Los beneficios realmente se reducen a la cuestión del trabajo doméstico. La cuestión es en


qué grado los hombres de clase trabajadora se benefician del trabajo no pagado de las mu-
jeres.

Pero en la familia capitalista modelo esto es imposible de medir. Como Lindsey German ha
señalado:

La división del trabajo es, después de todo, una división del trabajo donde los hombres rea-
lizan diferentes trabajos tanto en la fábrica como en el hogar. Pero decir que soldar es mejor
o peor que el trabajo doméstico es percibir las cosas en términos completamente subjetivos
y no computables. Lo mismo ocurre con el tiempo libre. Los hombres tienen definido más
rígidamente el ocio, que tiende a ser social (el bar, el fútbol), en la medida en que tienen más
rígidamente definidas las horas de trabajo. Pero no se puede decir simplemente que sea
más. Es diferente.

El trabajo doméstico, por definición, es trabajo que no está sujeto al ritmo impuesto por la
explotación capitalista en la fábrica o la oficina. No supone esfuerzo intensivo por un cierto
número de horas, seguido de un período de recuperación para permitir la realización de otro
período fijado de esfuerzo intensivo. Por lo tanto no hay forma de que la cantidad de trabajo
que entra en él pueda medirse, al contrario que la cantidad de trabajo que se realiza en la
fábrica…

La gran desventaja que las amas de casa (de clase trabajadora) sufren no es que estén de
alguna manera explotadas por los hombres sino que están atomizadas y separadas de la
participación en la acción colectiva que puede dar la confianza para luchar contra el sis-
tema…

De hecho, el problema de los “beneficios” surge sólo realmente cuando hay un abandono de
la vieja y estereotipada división del trabajo entre el “trabajador masculino” y la mujer “ama
de casa”. Al incorporarse las mujeres casadas cada vez más a la fuerza de trabajo, algunas
se encuentran haciendo trabajo asalariado a tiempo completo pero aún se espera de ellas
que se ocupen de la casa.

A ellas se les deja mucho menos tiempo que a sus maridos para recuperar su fuerza de
trabajo ya que tienen que combinar trabajo asalariado y doméstico. Sin embargo, incluso en
estas situaciones, es dudoso que los maridos se beneficien más que marginalmente.24

Lo que los hombres de clase trabajadora ganan directamente en términos de trabajo de su


mujer sólo puede ser medido aproximadamente. Es la cantidad de trabajo que tendría que
realizar si tuviera que limpiar y cocinar por él mismo. No supondría más que una o dos horas
al día: una carga para una mujer que tiene que hacer este trabajo por dos personas después
de un día de trabajo asalariado, pero no una ganancia enorme para el trabajador masculino.

Es sólo en el momento en que surge la cuestión de la reproducción de la próxima generación


de trabajadores (el nacimiento de los hijos) cuando la carga para las mujeres llega a ser
insoportable, y la aparente ganancia para el marido inmensa.

Pero el trabajo dedicado a criar a los hijos no puede ser tratado como algo dado por la esposa
al marido. Es más bien algo que la esposa proporciona al sistema, satisfaciendo su necesi-
dad de renovar la fuerza de trabajo. Como ha señalado Ann Rogers, “la mujer de clase tra-
bajadora está atada al mantenimiento de los hijos, no a servir a los hombres”. 25

El principal aspecto, sin embargo, es que la clave de la liberación real de las mujeres de
clase trabajadora está en la socialización de ambos componentes del trabajo doméstico. Y
esta socialización no supondría una pérdida para el hombre de clase trabajadora. Él no per-
dería si existieran buenos establecimientos, dirigidos colectivamente, que le proporcionaran
excelentes comidas, si un sistema de guarderías de 24 horas liberara a su esposa de la
carga constante de preocuparse de sus hijos.

De hecho, en tanto estos cambios liberan tanto a hombres como a mujeres de tener que vivir
en relaciones obligadas y a menudo amargas, son una ganancia para ambos.

Ciertamente, si se miran las cosas bajo esta luz, no se puede decir que los hombres de clase
trabajadora obtengan alguna ventaja material de la opresión de las mujeres. Cualquier ven-
taja que pudieran obtener en la presente situación en relación a su esposa no sería nada
comparado con lo que ganarían si la situación fuera revolucionada.
¿Y en cuanto al otro tipo de ventaja que se podría decir que tiene, la ventaja ideológica, el
sentimiento de que, en cierta forma, él tiene el control sobre la familia, de modo que a pesar
de que sea algo insignificante en el mundo, es el dueño en la casa?

Éste será un factor muy importante en el momento en que los trabajadores no estén enfren-
tándose al sistema. Entonces sus mentes estarán llenas de toda la basura ideológica habi-
tual. Pero una vez comiencen a luchar contra el sistema, entonces pueden ver que hay una
alternativa, una alternativa en la que ejercen el control sobre el conjunto de sus vidas, no
necesitando así el sentimiento falso de control que procede del dominio en el interior de la
familia.

Las teóricas del patriarcado y las feministas socialistas que les siguen no ven esto porque
no tienen realmente ninguna noción de cómo las ideas pueden transformarse en la lucha.
Generalizan a partir de los períodos de retroceso de la lucha, sacando la conclusión de que
las ideas que imperan ahora serán las dominantes siempre. Igual que algunas personas
sacan del período actual la conclusión de que la clase trabajadora ha muerto, las teóricas
del patriarcado y las feministas socialistas consideran que los trabajadores nunca pueden
desafiar la reproducción privada y la opresión de las mujeres.

“La experiencia muestra que puede haber una revolución socialista que deje intacta la opre-
sión de las mujeres.”

Éste es un componente central de todas las teorías del patriarcado. Es la consecuencia de


considerar que, de alguna manera, Rusia, Cuba, Vietnam y China son socialistas. En estas
sociedades la opresión de las mujeres continúa existiendo y, por tanto, se dice: el socialismo
puede coexistir con la opresión de las mujeres.

Feministas socialistas como Sheila Rowbotham no pueden argumentar contra esta posición
ya que ella también piensa que ya existen sociedades socialistas (¡una de las razones por
las que dejó International Socialists hace 13 años fue porque nos dignamos a afirmar que
Vietnam del Norte no era socialista!).

Sin embargo quienes reconocemos que el surgimiento del estalinismo estableció el capita-
lismo de Estado en Rusia no necesitamos en absoluto sacar esta conclusión.

De hecho, la experiencia de la revolución rusa de 1917 prueba lo contrario de lo que afirman


las teóricas del patriarcado y las feministas socialistas.

La revolución tuvo lugar en las condiciones más adversas. Se produjo en un país en el que
la clase trabajadora era una pequeña minoría de la población, donde la mayoría de la pobla-
ción era aún campesina, organizada sobre una base auténticamente patriarcal, viviendo en
condiciones casi medievales y sujeta a supersticiones y prejuicios muy profundos. Aunque
había un número sustancial de mujeres en ciertas industrias y fábricas que jugaron un papel
importante en la revolución de febrero, los hombres trabajadores constituían la gran mayoría
de los revolucionarios conscientes —sólo en torno al 10% de los bolcheviques eran muje-
res—.

Sin embargo, la revolución llevó a cabo un programa para la liberación de las mujeres nunca
antes intentado en ningún lugar: libertad completa de aborto y leyes de divorcio, igual salario,
provisión masiva de guarderías comunales, comedores socializados, etc.
Al luchar por la emancipación de su clase, las mujeres trabajadoras comenzaron a enfren-
tarse a las tradiciones de subordinación a los hombres. Y la mayoría de los trabajadores
militantes vieron la necesidad de apoyar y alentar su desafío.

Esto sucedió así porque la revolución era una revolución: una conmoción masiva en la que
los de abajo se levantaron y lucharon para controlar sus propios destinos. No podían hacerlo
a menos que se sacudieran toda jerarquía y se enfrentaran a cada elemento de opresión
que dividía y subyugaba a su clase. Por supuesto hubo resistencia por parte de algunos
trabajadores que deseaban mantener su papel dominante tradicional en la familia. Pero lo
más impresionante fue la forma en que los trabajadores avanzados, organizados en el par-
tido bolchevique, entendieron la necesidad de romper con tal comportamiento divisor y lleno
de prejuicios y cómo fueron capaces de ganarse a la mayoría de la clase a su punto de vista.

Por tanto, después de la conquista del poder del estado, el partido estableció un departa-
mento especial dirigido a involucrar a más mujeres de clase trabajadora en el proceso revo-
lucionario. Inesa Armand se colocó al frente de esta tarea y, tras su muerte, Alexandra
Kollontai. Pero también se esperaba que los hombres revolucionarios tomaran parte en este
trabajo, asistiendo a sus conferencias, etc.

La experiencia de la revolución rusa fue bastante diferente, entonces, de lo sucedido más


tarde, tras el surgimiento del estalinismo, con la reimposición de la familia modelo, las leyes
antiaborto, las restricciones sobre el divorcio… Fue también bastante diferente de lo suce-
dido con el establecimiento del capitalismo de estado en otros países, por medio del ejército
ruso o a través de revoluciones dirigidas por ejércitos guerrilleros.

Rusia mostró lo que sucede en una revolución de la clase trabajadora. ¡Esos otros casos
muestran lo que sucede sin ella!

Socialismo revolucionario y la liberación de las mujeres


Los socialistas revolucionarios partimos de lo que podemos aprender a partir de los momen-
tos “altos” en la historia de la lucha de clases; que las secciones menos oprimidas de traba-
jadores pueden unirse a las más oprimidas en una lucha conjunta contra todas las formas
de explotación y opresión. Los trabajadores blancos pueden ser ganados para apoyar las
luchas de los trabajadores negros, los trabajadores hombres pueden ser ganados para apo-
yar las de las mujeres trabajadoras, los cualificados para apoyar las luchas de los no cualifi-
cados.

Nuestro argumento fundamental —que la clase trabajadora puede emanciparse a sí misma


y en ese proceso emancipar a toda la sociedad— parte de lo que sucede en períodos de
alza de las luchas, no de lo que ocurre cuando toda la basura ideológica dominante triunfa
en los períodos de retroceso.

Nosotros, sin embargo, vamos más lejos. Entendemos que debe haber una lucha dentro de
la clase trabajadora por el comienzo del avance —por la solidaridad, por la unidad de los
trabajadores blancos y negros, de los hombres y las mujeres de clase trabajadora— en los
períodos más oscuros del retroceso de la lucha. Sólo de esta manera podemos preparar a
una minoría de la clase trabajadora para las tareas que afectan al conjunto de la clase. Sólo
así podremos estar seguros de que cuando se intensifique la lucha, existirá una dirección
dentro de la clase que pueda llevarla hacia la victoria.
Nos proponemos, en pocas palabras, construir las bases de un partido revolucionario en el
período de retroceso.

No podemos hacerlo si caemos en la idea errónea de que hay una alternativa fácil (dejar a
las organizaciones de los oprimidos la lucha contra el racismo y el sexismo). El partido mismo
ha de luchar contra la opresión en el terreno de la raza, el sexo, la religión o el origen étnico.
Es parte de la tarea de luchar para unir al conjunto de la clase en la lucha.

Ha de verse a los miembros del partido como gente que discute entre los trabajadores blan-
cos y los hombres en apoyo de los intereses de los trabajadores negros y las mujeres traba-
jadoras. Tienen que comprender que en un período bajo de luchas serán a menudo una
minoría. Pero también, que su situación cambiará una vez comience un período de lucha
real. Tienen que aprender a actuar como participantes ilusionados en las luchas de los tra-
bajadores y como una minoría conocida por su apoyo abierto a los intereses de los sectores
más oprimidos de la clase.

Sin embargo, el argumento sobre la unidad de la clase no sólo ha de defenderse entre blan-
cos y hombres. También tiene que defenderse entre las secciones más oprimidas de la clase.
Por ejemplo, es necesario entre las mujeres trabajadoras blancas en apoyo de los trabaja-
dores negros y entre los trabajadores negros en apoyo de las mujeres trabajadoras. Por
encima de todo, ha de haber una lucha dentro de cada sección oprimida de trabajadores
contra la influencia burguesa y pequeño burguesa que intentará persuadirles de que no
puede haber unidad con los trabajadores blancos y hombres menos oprimidos.

De este modo, cada miembro de la organización revolucionaria tiene que comprender cómo
en los puntos altos de la lucha de clases, sectores de trabajadores blancos y hombres han
luchado en interés de trabajadores negros y mujeres. La meta es construir un partido que
recoja esta experiencia.

La construcción de un partido como ése es algo incluso más necesario para las secciones
oprimidas de trabajadores que para el resto, pues el capitalismo no puede ser derrotado sin
un partido como ése y no se puede acabar con la opresión sin acabar con el capitalismo.

Quienes rechazan la perspectiva de construir tal partido, afirmando que significa “hombres
dirigiendo a mujeres” y “blancos dirigiendo a negros”, que “subordina la lucha contra la opre-
sión a la lucha contra la explotación” abandonan de hecho cualquier perspectiva de destruir
las raíces de la opresión. En el mejor de los casos, hablan de movimientos de protesta contra
la opresión, movimientos que son incapaces de acabar con ella.

Reformismo, estalinismo y partido

Cada vez que surge la cuestión del partido nos enfrentamos con un problema. La gente que
ha tenido la experiencia de partidos no revolucionarios saca fácilmente la conclusión de que
todos los partidos son malos. Así ocurrió durante las dos primeras décadas de este siglo: el
anarquismo recibió un empuje de la burocratización gradual de la socialdemocracia; en los
años cuarenta y cincuenta la gente que había sido manipulada por el estalinismo prosoviético
a menudo reaccionó rechazando cualquier tipo de política socialista; en los setenta, la expe-
riencia del estalinismo maoísta estimuló todo tipo de corrientes “autónomas” y separatistas.

Pero nuestra respuesta a estas experiencias no puede y no debe ser abandonar nuestra
propia lucha por un partido revolucionario. Ha de ser explicar, que estas experiencias son el
resultado de la no existencia de una organización marxista revolucionaria que combata la
influencia de la socialdemocracia y el estalinismo.

Cuando los socialistas revolucionarios presentan el argumento sobre el partido nuestros


oponentes siempre afirman: “pero olvidáis que la autoactividad es una precondición para el
socialismo”. Hace ochenta años, éste era el argumento usado por activistas sindicales (los
“economicistas”) opuestos a la construcción de un partido centralizado en Rusia. Hoy es
usado a menudo por activistas negros o feministas opuestos a la construcción de una orga-
nización revolucionaria unificada. Lenin contestó a los economicistas:

[Hace falta] menos lugares comunes sobre el desarrollo de la actividad independiente de los
obreros —¡los cuales saben desplegar una enorme actividad revolucionaria independiente
que ustedes no perciben!—, y más atención a no desmoralizar a los obreros atrasados con
el seguidismo de ustedes.

Ésta tiene que ser nuestra actitud hoy. La cuestión no es si la autoactividad existe o no. Es
más bien si tratamos de desarrollar una conciencia dentro de la auto-actividad: esto es, hacer
a la gente consciente de la necesidad de generalizar su lucha si desean ganar. Esto significa
decir a las mujeres y a los negros trabajadores en lucha no sólo que tienen que luchar contra
su propia opresión —saben esto pues están en lucha— sino cómo han de combatir, cómo
ganar. Y no se puede hacer esto sin exponer el argumento acerca de la unidad con los
trabajadores masculinos o blancos.

Surgen todo tipo de luchas “independientemente” de una organización revolucionaria. Pero


no ayuda a las luchas en absoluto el que los revolucionarios digan “estas luchas son inde-
pendientes de nosotros, por lo tanto no debemos discutir, con las personas involucradas en
ellas, qué necesitan hacer para ganar”. Es nuestro deber en todo momento expresar tales
argumentos. Ya que, si tales luchas no están influidas por nuestras ideas, lo estarán por las
ideas imperantes en cualquier sociedad, las ideas de la clase dominante.

Luchas “independientes” surgen siempre. Pero no hay algo parecido a ideas “independien-
tes”. Hay ideas que apoyan a la sociedad existente e ideas que sirven para su derrocamiento
revolucionario. Las ideas que existen entre estos dos polos no son “independientes” sino,
simplemente, un embrollo.

El retroceso de la lucha y el peligro de movimientismo

Hemos señalado al principio que el retroceso en la lucha de clases desde mediados de los
años setenta ha llevado a algunas activistas, en el movimiento de las mujeres, a cambiar su
orientación desde la clase trabajadora hacia el reformismo y el separatismo. El retroceso
también ha tenido un efecto en las actitudes de los activistas en organizaciones revolucio-
narias de muchos países. Se han visto repentinos surgimientos de movimientos orientados
a un único objetivo, mientras la masa de trabajadores ha continuado retirándose en vista de
las ofensivas capitalistas. Fue el caso de los disturbios de los “marginales” en Italia en 1977,
del crecimiento de los movimientos antinucleares en Francia y Alemania en los últimos se-
tenta, de la lucha antiracista en Gran Bretaña entre 1977 y 1978 y del movimiento pacifista
en los primeros ochenta. Ha sido fácil sacar la conclusión de que se podía olvidar a la clase
trabajadora y concentrarse sólo en esos movimientos.
Estos movimientos han acercado a la actividad política a nuevas capas de la población. Pero
debido a que el conjunto de la clase trabajadora no ha estado luchando, ganar a estas per-
sonas a la perspectiva marxista revolucionaria ha sido muy difícil.

A menudo, en vez de que la izquierda revolucionaria haya ganado nuevas personas de estos
movimientos ha sucedido lo contrario: estos movimientos han ganado miembros de la iz-
quierda revolucionaria a su perspectiva no basada en la clase trabajadora. Los revoluciona-
rios han empezado a hacer concesiones a la idea de que las metas de los movimientos
podían ser alcanzadas sin la acción de la clase trabajadora.

La situación ha empeorado por el patrón inevitable de tales movimientos. Pueden surgir muy
rápidamente precisamente porque sus participantes no están enraizados en la producción.
Pero la misma falta de raíces significa que no tienen poder real. Y de este modo los movi-
mientos comienzan un declive terminal en el momento en que han alcanzado su meta. Suben
como un cohete y bajan como una roca.

Los socialistas revolucionarios que ponen su confianza en esos movimientos reciben un es-
tímulo inicial, para después sufrir toda la desmoralización que llega con el declive.

Entonces, se produce una gran presión sobre los activistas de los movimientos para desli-
zarse hacia la derecha. Hacen concesiones al sistema ya que encuentran que no pueden
conseguir sus objetivos enfrentándose a él. Los revolucionarios que han hecho concesiones
a los argumentos de los movimientos se ven arrastrados por la atracción del sector de la
derecha.

Es bastante malo disolver la política en un movimiento dinámico, entusiasta y creciente. Es


incluso peor hacerlo en un movimiento cansado, desmoralizado y que cada vez más mira a
su interior.

Esto explica la conexión entre “movimientismo” y lo que en el SWP llamamos el “pantano”:


el horizonte de ex-izquierdistas que han derivado hacia la derecha conforme se han ido
adaptando al reformismo, la burocracia sindical y el misticismo del separatismo feminista.

No se pueden resistir las presiones que empujan a los antiguos activistas a la derecha a
menos que se parta de una comprensión muy clara de las limitaciones de todos los movi-
mientos de un único objetivo, por muy vital que sea el asunto por el que traten de luchar.

Se ha de insistir en que no pueden conseguir sus demandas a menos que conecten con las
luchas de la masa de trabajadores. Y esto significa discutir claramente y con fuerza en favor
de una organización socialista revolucionaria que haga tales conexiones en la teoría y en la
práctica.

Las teorías que separan una lucha concreta, sea ésta por la paz, contra la opresión de las
mujeres o contra el racismo, de la lucha de clases, impiden hacer estas conexiones.

Por eso las ideas de gente como E.?P.?Thompson impiden la lucha contra la guerra nuclear.
Por eso los argumentos de las teóricas del patriarcado y las socialistas feministas impiden
la lucha por la liberación de las mujeres. Y por eso las ideas separatistas del nacionalismo
negro impiden la lucha por la liberación negra.
Los que propagan tales ideas pueden jugar un papel importante durante un período, ani-
mando a la gente a luchar contra aspectos del sistema. Pero si sus ideas no son desafiadas,
dirigirán la lucha hacia un callejón sin salida más pronto o más tarde.

Los socialistas revolucionarios debemos ser muy duros políticamente para que podamos
evitar que los activistas sean llevados, con los ojos vendados, al pantano. Por supuesto,
estamos del lado del movimiento pacifista contra el “establishment” militar, pero esto no sig-
nifica que retiremos nuestra crítica muy dura de las ideas de E.?P.?Thompson. De la misma
forma, estamos del lado de todas las mujeres que se enfrentan a su opresión, pero no nos
guardamos de una lucha implacable contra las ideas equivocadas del feminismo de clase
media.

Nada es tan peligroso como presentar formulaciones verbales que ocultan la diferencia entre
marxistas revolucionarios y tales personas.

Es en esto en lo que el SWP británico discrepamos profundamente de los revolucionarios


que han presentado fórmulas organizativas que, en nuestra opinión, están proyectadas para
unir lo que no puede unirse: la idea de un partido revolucionario por un lado y la noción
separatista de gran parte del movimiento de las mujeres por otro.

Hablan de un “movimiento de mujeres independiente” que “debe ser parte del movimiento
de la clase trabajadora en conjunto”, de un movimiento que es “distinto pero no separado”
del partido revolucionario, de modo que “nos organizamos independientemente, pero somos
parte del movimiento socialista más amplio”.26

Tales formulaciones son extremadamente nebulosas: ¿“independencia” de la sociedad ca-


pitalista, del reformismo o de las ideas del marxismo revolucionario? Si no significa indepen-
dencia de las ideas marxistas ¿le está al partido revolucionario entonces permitido intervenir
dentro del “movimiento independiente”? Si no es así, ¿cómo combate la influencia de las
ideas burguesas y reformistas en las luchas de las mujeres?

¿La formulación significa que los socialistas revolucionarios tienen que organizar a las mu-
jeres trabajadoras separadamente de los hombres trabajadores? Si es así, esto es muy pe-
ligroso. Ya que significa organizarlas separadamente de las principales luchas de la clase
trabajadora, luchas que integran tanto a hombres como a mujeres (aunque en diferentes
proporciones en cada sector).

Se termina organizando a las mujeres de clase trabajadora en los lugares donde es menos
posible que experimenten el poder de la acción colectiva y ganen confianza para desafiar al
sistema y sus ideas, incluyendo la de que tienen que estar subordinadas a los hombres. Se
focaliza sobre la casa y la comunidad, los lugares donde las mujeres tienden a estar más
atomizadas y aisladas, no sobre la fábrica o la oficina, donde comienzan a descubrir la fuerza
colectiva de la clase.

En el mejor de los casos, te involucras en movimientos que están en alza, pero entonces te
encuentras bloqueado dentro de ellos sin ninguna otra arena para la lucha, cuando están en
decadencia. Te dejas llevar por la idea de que el “movimiento independiente de las mujeres”
ha de mantenerse como una cuestión de principios, sin tener en cuenta el número de perso-
nas que realmente moviliza. En el proceso te desmoralizas y desmoralizas a cualquier mujer
en el movimiento.
Los revolucionarios que intentan poner en práctica tal perspectiva, difícilmente pueden evitar
ser influenciados por las actitudes que dominan en lo que queda del movimiento de las mu-
jeres (actitudes que consideran que las ideas cambian mediante una elevación de la con-
ciencia, no a través de la lucha, que sustituyen la política personal por el combate contra el
sistema y que conducen a más y más pasividad).

El ser social determina la conciencia. Si te apartas de las áreas más importantes de la lucha
de clases, al insistir en una organización “separada” de mujeres, inevitablemente te ves
arrastrado fuera de las ideas que fluyen de la lucha de clases. A pesar tuyo, acabas extra-
viado en el pantano.

La existencia de una organización separada de las mujeres, lejos de permitir que las mujeres
socialistas revolucionarias desarrollen la confianza para dirigir la lucha, tiene el efecto
opuesto. En la práctica, se aíslan de la dirección de las luchas que afectan tanto a hombres
como a mujeres: la gran mayoría.

La experiencia del SWP

Para el SWP esas son ideas que no sólo han llegado a nosotros a partir de la discusión
teórica (aunque ésta haya sido inmensamente importante). Se corresponden con nuestra
propia experiencia como organización. Durante más de diez años intentamos producir un
periódico de mujeres específico, Women’s Voice y durante un periodo también intentamos
construir una organización separada, la Women’s Voice Organisation. Al final, una aplastante
mayoría de mujeres comprometidas en el intento, decidieron que era equivocado.

Descubrieron que estaban siendo forzadas todo el tiempo a concentrarse en asuntos que
enfatizaban la debilidad de las mujeres y no la fuerza que las mujeres de clase trabajadora
podían descubrir en la lucha de clases de todos los trabajadores. Cuando las mujeres traba-
jadoras comenzaron a movilizarse como trabajadoras, nos dimos cuenta de que una organi-
zación sólo de mujeres no estaba en absoluto capacitada para intervenir. Porque en cual-
quier huelga es necesario recibir solidaridad y apoyar huelgas no puede concebirse como
un asunto sólo de mujeres. Así, Women’s Voice Organisation sólo fue capaz de organizarse
alrededor de asuntos vecinales (cierre de hospitales, aborto, etc.)

Por supuesto, estos temas pueden ser importantes para construir una organización revolu-
cionaria, pero sólo si están unidos a la lucha de los trabajadores organizados. Una organi-
zación separada hace, de hecho, esta unión imposible. En lugar de enseñarlas a dirigir,
nuestras compañeras decidieron que la experiencia de Women’s Voice sólo estaba lleván-
dolas a quedarse atrás con respecto al curso principal de la lucha. Nuestras mejores miem-
bros mujeres llegaron a ver que estaban quedando encerradas dentro del ghetto de la polí-
tica “sólo-de-mujeres” y que esto tenía serias consecuencias para nuestro partido. Separaba
la lucha por la liberación de las mujeres de nuestro principal trabajo político.

El partido en su conjunto raramente discutía o trabajaba en torno a los asuntos en los que
las mujeres estaban actuando. Esos temas se dejaban a los grupos de Women’s Voice. Y
nuestras compañeras no estaban siendo formadas o alentadas para tomar un papel dirigente
en el partido. En lugar de eso se las enviaba a construir Women’s Voice. De este modo
produjimos una generación completa de mujeres incapaces de discutir la política socialista
total y que no estaban preparadas para dirigir agrupaciones, intervenir en discusiones, en
resumen, para dirigir. ¡Women’s Voice tendía a producir un SWP dominado por hombres!
Construir en el periodo de declive de la lucha

Con cualquier forma de movimientismo surge un peligro adicional: pasar de considerar los
movimientos referidos a un asunto particular como algo que puede hacer una contribución a
ampliar la lucha de clases a percibirlos como un fin en sí mismos.

Poner el énfasis en la necesidad de movimientos “independientes” de mujeres o negros


puede fácilmente llevar hacia una especie de teoría de etapas (una teoría que sostiene que
el discurso sobre la lucha de la clase trabajadora puede ser postpuesto indefinidamente
mientras se construye otro tipo de luchas). En los Estados Unidos, en particular, lleva a la
gente a decir que ya que la mayoría de la clase trabajadora es negra, hispana o femenina,
entonces los movimientos de estos grupos oprimidos han de preceder a cualquier renaci-
miento general de la lucha de la clase trabajadora.

Pero esto, es convertir un posible escenario para acabar con el retroceso en un escenario
necesario.

Puede ser que el renacimiento de la lucha en los USA comience (como en los sesenta), fuera
del núcleo de la clase trabajadora que está en las fábricas y oficinas. Pero es igualmente
posible que comience (como antes de la Primera Guerra Mundial y en los años de entregue-
rra), desde luchas que involucraban tanto a blancos como a negros, tanto a hombres como
a mujeres.

Es más, donde quiera que comience, no será capaz de ir más allá de un cierto punto a no
ser que exista al menos el embrión de una organización revolucionaria que señale la nece-
sidad de que el conjunto de la clase, blanca y negra, masculina y femenina, se integre en la
lucha.

Hemos de intentar crear este embrión ahora, mientras hay retroceso. No podemos hacerlo
si trabajamos como si el alza hubiera ya empezado y hubiera empezado de una forma y no
de otra.

En el aquí y ahora, hay una pequeña minoría de personas que están preparadas para escu-
char ideas revolucionarias. Los horrores causados por la amplia crisis mundial implican que
en cada localidad, en cada centro de trabajo, en cada universidad, hay unos pocos individuos
receptivos a lo que los socialistas revolucionarios tienen que decir.

La clave para construir el embrión de una organización revolucionaria es localizar a estas


personas y discutir la política general con ellos.

En parte, se encuentra a estos individuos mediante la actividad de propaganda general de


una organización (vendiendo el periódico, organizando reuniones abiertas, etc.).

En parte, se les encuentra cuando surgen movimientos auténticos, que involucran por pri-
mera vez en la actividad a gente nueva y joven (ha de distinguirse tales movimientos de
aquéllos que meramente reagrupan a los “muertos vivientes”, los restos fracasados de la
generación de los sesenta).

A veces se les encuentra en las huelgas que aún se producen, a pesar del retroceso. En
ellas, trabajadores negros y blancos, hombres y mujeres, se encuentran unos al lado de los
otros en los piquetes, y comienzan a recibir una pequeña luz de las posibilidades que la
lucha de clases y la solidaridad abren.
El movimientismo paraliza a los revolucionarios que trabajan en cualquiera de estas activi-
dades. Se da la impresión de que el futuro está en los movimientos y no en la construcción
de una organización que se relacione con la lucha de la clase trabajadora. Y nos alejamos
así de los argumentos que deben defenderse en el período actual.

Lo peor de esto es que inevitablemente desmoraliza a la gente, que pone todos sus esfuer-
zos en intentar construir, mediante grandiosos esquemas que no se corresponden con el
período actual en absoluto y acaba sufriendo el pesimismo más profundo.

Se paga un precio muy alto por cualquier fallo en comprender la relación entre la lucha contra
la opresión y la lucha contra la explotación, entre la construcción de movimientos y la cons-
trucción del partido: se desperdician las oportunidades que existen para empezar a construir
una organización revolucionaria.

En cualquier ciudad, localidad o universidad, podemos ganar a unas pocas personas para la
tarea de construir tal organización. Pero sólo si somos nosotros mismos muy claros acerca
de las posibilidades del poder de los trabajadores y no hacemos concesiones a aquéllos que
han perdido la fe en él.

Notas
1. Esta afirmación causó más discusión que cualquier otra entre las personas a las que mos-
tré el primer borrador de este artículo. Se me sugirió que la antropología, en realidad, ha
demostrado que la supremacía masculina y la opresión de las mujeres existen en todas
las sociedades. Se citó a gente como Godelier para resaltar que “aunque pobres, nuestras
fuentes antropológicas e históricas parecen sugerir, por el momento, que los hombres
hasta ahora han ocupado el poder… En todas las sociedades, incluidas las más igualitarias,
existe una jerarquía de poder en la que los hombres ocupan los puestos clave.”
Tales afirmaciones han sido el juicio mayoritario en la antropología académica durante
el último medio siglo y, ya que la antropología (al igual que una disciplina relacionada con
ella, la sociología), demanda el estatus de “ciencia”, muchos marxistas las han aceptado.
Pero, de hecho, la antropología es poco más que el cotejo de las observaciones de visitan-
tes de las sociedades capitalistas avanzadas en diversas sociedades precapitalistas. Y es-
tas observaciones no pueden considerarse valiosas para proporcionar información sobre
cómo era la sociedad antes del desarrollo de las clases por dos razones:
1) Casi todos los antropólogos que hacen estas observaciones reflejan los prejuicios de
sus sociedades capitalistas de origen. Perciben a los pueblos “primitivos” a través de estos
estereotipos, interpretando su comportamiento en los términos que se usarían para ex-
plicar el comportamiento bajo el capitalismo.
Así, los antropólogos han visto la familia nuclear como una característica invariable de
toda sociedad donde las parejas tienen hijos (incluso aunque el papel que juega la rela-
ción hombre-mujer en las sociedades cazadoras-recolectoras, dicen, sea marcadamente
diferente del que desempeña en las sociedades actuales). De nuevo, Levi Strauss y sus
seguidores se refieren al “cambio de mujeres” en sociedades donde las mujeres de un
linaje familiar se casan en otro linaje al que se trasladan y con el que viven. Pero el tér-
mino “cambio” sólo puede usarse en su sentido normal cuando se habla de lo que sucede
en las sociedades productoras de mercancías. Dar y tomar tiene un significado bastante
diferente en las sociedades no productoras de mercancías. La prueba está en la existencia
de sociedades en las que los hombres han de casarse fuera de su propio linaje familiar y
vivir con las familias de sus esposas. ¿Significa esto “cambio de hombres”? Pero Levi
Strauss ignora prácticamente esto. Como ha señalado Eleanor Leacock, en las más de 400
páginas de su “Estructuras elementales de parentesco”, sólo una página y media se ocu-
pan de tales sociedades “matrilineales-matrilocales” (¡Y estas páginas contienen cuatro
errores básicos!).
Estas crudezas no han detenido a gente como Godelier, que acepta los argumentos de Levi
Strausss en su valor superficial. Pero entonces, este antiguo colega de Althusser opina
que él mismo rechaza la teoría del valor-trabajo, mostrando que no es aplicable en una
sociedad pre-capitalista, la de los baruya de Nueva Guinea.
2) Las sociedades “primitivas” de hoy en día no pueden ser simplemente equiparadas a
las sociedades en que vivían todos los humanos hasta el desarrollo de las sociedades de
clases, hace 6000 años aproximadamente. Todas ellas han cambiado desde aquellos años,
en parte debido al impacto de las sociedades de clases con las que han entrado en con-
tacto. Al menos algunas de ellas son “pseudoarcaicas”: estuvieron una vez en un estadio
más elevado del desarrollo social, y sufrieron una regresión por las circunstancias, por
ejemplo, de ser sociedades agrícolas a recolectar y cazar.
No se puede considerar a las sociedades cazadoras-recolectoras como sociedades idénti-
cas a las de la vieja edad de piedra. Como ha apuntado Rayna Rapp Reiter:
“No podemos interpretar literalmente las vidas de pueblos extranjeros existentes —como
los bosquimanos Kung del Kalahari, los esquimos, los aborígenes australianos— como
muestras y réplicas de los procesos que suponemos que han ocurrido en el Paleolítico.
Tampoco podemos suponer que la existencia de pueblos diezmados, marginados, empu-
jados a los límites de su entorno por miles de años de penetración, presentará caracterís-
ticas originales”.
La expansión del capitalismo en un sistema mundial ha reorganizado todas las sociedades
capitalistas con las que ha entrado en contacto. Las sociedades preclasistas, cazadoras-
recolectoras y hortícolas de hoy están implicadas en mayor o menor grado con el mundo
capitalista más amplio (mediante la compra o venta de bienes, el suministro de fuerza de
trabajo…). Esto ha producido cambios fundamentales en su organización interna. Y al
mismo tiempo, agentes externos (gobiernos, iglesias, sistemas educativos) han intentado
imponerles normas “civilizadoras” de conducta (como leyes de propiedad y formas de
matrimonio capitalistas). No es sorprendente que bajo tales circunstancias algunas ca-
racterísticas de la opresión de las mujeres que se encuentran en sociedades “avanzadas”,
aparezcan también en sociedades “primitivas” que aún sobreviven.
La forma en que el impacto del capitalismo ha distorsionado los rasgos de estas socieda-
des hace más fácil para los antropólogos aplicar categorías sociales de nuestra sociedad
(como “jerarquía”, “subordinación”, “poder” y “familia nuclear”) a aquéllas. Eleanor
Leacock ha intentado demostrar cómo ha ocurrido esto en dos casos significativos, el de
los montangais-naskapi y los indios iroqueses norteamericanos.
Estas influencias oscurecedoras han tenido tanta fuerza como para conseguir que algunos
expertos pongan en duda que podamos saber algo sobre cómo era la situación de las mu-
jeres antes del surgimiento de las sociedades de clases.
Pero podemos saber algo: que han existido sociedades en las que la posición de las muje-
res respecto a los hombres era tan diferente a la de la nuestra (o de otras sociedades de
clase) como para excluir cualquier discurso sobre la opresión de las mujeres en esas so-
ciedades. Así, en sociedades cazadoras-recolectoras como los montangais-naskapi, los
kung y los mbuti, las mujeres participaban en todas las principales decisiones hasta hace
poco, controlaban su propia sexualidad y llevaban una existencia basada en la coopera-
ción mutua con otras mujeres y hombres.
Hay mucho debate sobre otras sociedades cazadoras-recolectoras. Mientras Eleanor
Leacock defiende que las mujeres tuvieron un elevado estatus en todas las sociedades de
ese tipo, otras personas como Ernestine Friedl, diferencian sociedades cazadoras-reco-
lectoras dependientes de la recolección (principalmente realizada por mujeres) para la
provisión de alimento y aquéllas, como la de los esquimos y los aborígenes australlianos,
en las que la caza (principalmente realizada por hombres) es la más importante. En las
últimas, afirma, los hombres tienden a ser mejor considerados que las mujeres.
No obstante, Friedl también señala que incluso en aquellas sociedades cazadoras-reco-
lectoras en las que las actividades de los hombres son mejor consideradas que las de las
mujeres, no existe nada comparable a la opresión sistemática de las mujeres en las socie-
dades de clase. Las mujeres siempre juegan algún papel en la toma de decisiones y son
libres de dejar a sus maridos.
“Son posibles las decisiones individuales tanto para hombres como para mujeres en lo
referente a los asuntos cotidianos… Hombres y mujeres son igualmente libres para deci-
dir lo que harán durante el día, si cazarán o recolectarán y con quién..”
Lo que se aplica a las sociedades cazadoras-recolectoras también se aplica a algunas so-
ciedades hortícolas, por ejemplo sociedades en las que se cosecha usando la azada y ca-
vando en vez de usar el arado. Aunque casi todas están hoy integradas en el sistema ca-
pitalista mundial y producen cultivos para venderlos, en el pasado reciente las mujeres
jugaban un papel en ellas completamente diferente al que desempeñan en las sociedades
de clase. El caso más conocido es el de los iroqueses. Desde Morgan (cuyo libro Ancient
Society influyó en Los Orígenes de la Familia de Engels) los observadores se han visto sor-
prendidos por la influencia ejercida por las mujeres en la toma de decisiones.
Las mujeres parecen tener una posición relativamente alta en toda sociedad “matrilineal-
matrilocal” (por ejemplo, sociedades en las que el parentesco se establece a partir de la
línea femenina y los hombres se trasladan a vivir con la familia de la mujer). Es erróneo
describir estas sociedades como “matriarcados” (la clave es que ningún sexo ejerce el
mismo tipo de dominación en ellas como lo hacen los hombres en las sociedades patriar-
cales), pero se encuentran en agudo contraste con las sociedades donde el poder es mo-
nopolizado por una minoría de hombres.
Arqueólogos como Gordon Childe han afirmado, siguiendo a Engels, que todas las socie-
dades eran como ésta en los comienzos del período de “barbarie” (el término usado por
Morgan, Engels y Childe para las primeras sociedades horticultoras). Karen Sacks ha dis-
tinguido entre un estadio inferior de estas sociedades donde la “producción comunal”
prevalece, y un estadio superior en el que el control estaba en manos de las “corporacio-
nes familiares”. Aquí la dirección estaba a cargo de “hombres grandes” que podían incre-
mentar su supremacía casándose con muchas mujeres y tomando el control de su trabajo.
Pero incluso en este estadio, afirma Sacks, las propias mujeres progresaban conforme se
hacían mayores, convirtiéndose en “directoras del trabajo y medios productivos, herma-
nas que controlaban los asuntos de los hijos de sus hermanos y madres que controlaban
a sus hijos y los medios productivos de sus hijos…” Y las propias mujeres podían, ocasio-
nalmente, convertirse en “grandes hombres”, incluso contrayendo matrimonio como
“maridos” de otras mujeres para tomar el control de su trabajo.
Así, incluso en estas sociedades, la posición de las mujeres era bastante diferente de la
completa subordinación que se encuentra una vez comienza la división en clases.
No se puede contradecir a Eleanor Leacock cuando escribe:
“Tales elementos patrilineales, del mismo modo que podían haber existido en sociedades
hortícolas, también podían haber sido diferentes de la patrilinealidad tal y como se desa-
rrolló en sociedades con estructuras de clases, propiedad privada y organización polí-
tica… La familia patriarcal, en la que el hombre individual puede tener completo control
sobre una estructura familiar formada por esposas, niños, y sirvientes o esclavos, no tiene
paralelo en el mundo prepolítico.”

• Ver Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Para tratar de actuali-
zar Engels ver Leacock, op cit, Sacks op cit, Fluer-Lobban, op cit.
• Éste es básicamente el argumento de Engels que fue tomado por Gordon Childe, op cit.
Algunas recientes evidencias antropológicas tienden a volver a esta visión. Aberle apunta
que:
“En general, la matrilinealidad es asociada con la horticultura, en la ausencia de mayores
actividades llevadas a cabo y coordinadas por hombres, del tipo construir castillos o gran-
des obras públicas. Tiende a desaparecer con la cultura del arado, y se desvanece con la
industrialización” (David F. Aberle “Descendencia matrilineal en perspectiva transcultu-
ral” en David Schneider y Kathleen Gough (eds) Parentesco matrilineal). A pesar de que
la matrilinealidad no puede ser identificada con el matriarcado, tiende a existir en socie-
dades donde las mujeres tienen un relativamente alto nivel de vida.
La misma visión está implícita en los trabajos de Sack. Ella apunta la manera en que la
subordinación de las mujeres coincide con la “subversión” de “corporaciones de parien-
tes” por el nacimiento de las clases y el Estado.
Leacock enfatiza el desarrollo de la producción de mercancías como socavador de los li-
najes de parentesco que daban influencia a las mujeres. Esto explica que pasa en algunas
ocasiones, pero no en otras, donde las clases se desarrollan a través de la diferenciación
fuera de las capas de funcionarios de Estado o grupos religiosos dominantes, sin el desa-
rrollo de la producción de mercancías.

• Esto fue verdad en la Europa medieval, ver, por ejemplo, Susan Cahn “La ideología pa-
triarcal y el auge del capitalismo”, International Socialism (IS) 2:5.
• Donde las mujeres controlan el comercio, como en algunas sociedades del oeste de África,
disfrutan de un alto estatus. Y lo mismo ha sucedido a través de los tiempos en Europa.
Walter Scott señaló el alto estatus de las mujeres (que él llamó “gineocracia”) en algunas
villas pesqueras de Escocia, donde ellas vendían el pescado y controlaban los ingresos
familiares porqué sus maridos estaban constantemente en el mar. (“Las que venden los
bienes marcan el camino, las que marcan el camino dominan la casa” The Antiquary, Lon-
dres 1907, pág. 304). Antropólogas feministas han señalado recientemente un fenómeno
similar en algunas villas en Galicia, al noroeste del Estado español.
• Para conocer más de la familia de clase trabajadora a mediados de los 90 ver Ivy Pinch-
beck Mujeres trabajadoras y revolución industrial y Janet Humphries La persistencia de la
familia de clase trabajadora.
• Ver Ruth Milkman “El trabajo de las mujeres y las crisis económicas: algunas lecciones de
la Gran Depresión” en Review of Radical Political Economy, 1976.
• Ver la sección “Fuerza de trabajo en el largo boom” en mi libro Explicando las crisis, Lon-
dres 1984.
• Para un excelente informe sobre los movimientos de mujeres en Gran Bretaña y en los
EEUU, ver Tony Cliff, Lucha de clases y liberación de la mujer, Londres, 1984
• Como Karen Sacks ha apuntado, estas feministas comparten la presunción de la supre-
macía de los hombres quienes ven la subordinación como característica innata de todas
las sociedades: “mucho del pensamiento feminista ha sido moldeado por… una
aproximación innata… aceptando un punto de vista innatista, pero alterándolo para com-
placer iguales derechos para las mujeres eximiéndolas de tratos deshonestos… subyace
en alguno de los feminismos radicales contemporáneos” (Sacks, op cit, p25)
• Ver su artículo en la revista, New Statesman, enero 1980, reeditado en la colección No
turning back.
• Lindsey German “Teorías del patriarcado” IS 2:12.
• Heidi Hartmann “La infeliz boda del marxismo y el feminismo”, Capital and Class nº8, ve-
rano de 1979.
• Uso la palabra “reproduce” aquí en su sentido más estrecho, significando la reproducción
física de miembros individuales de una especie. Por supuesto, hay un significado más am-
plio, la reproducción de un adulto completamente socializado capaz de desempeñar ta-
reas socialmente necesarias. Ciertamente hay diferencias entre sociedad y sociedad en la
medida que esto se realiza. Pero no altera el argumento fundamental. Porque estos cam-
bios son un resultado de otros factores sociales, y no se desarrollan de acuerdo con su
propia dinámica. Lo mismo sucede con la manera en que, en ciertas sociedades, las muje-
res controlan su propia fertilidad a través de periodos de abstinencia sexual, etc. Para
debates sobre estos asuntos, ver Friedl, op cit, p8.
• Women’s Consciousness, Man’s World, Harmondsworth 1973, pp59-66. A pesar de su
errónea teoría, este libro es mucho mejor que cualquiera producido por los remanentes
del movimientos feminista hoy en día (incluyendo los actuales escritos de Sheila Rowbot-
ham).
• IS 1:100.
• IS 1:68.
• IS 2:1.
• IS 2:3.
• IS 1:104.
• Para un resumen de los efectos de estas derrotas en el movimiento de las mujeres ver
Cliff, op cit.
• El gran error de los socialistas revolucionarios a principios de los 1970s fue el no enten-
der esto, y suponer que, fuese cuál fuese del estado de la lucha de clases, las mujeres re-
volucionarias sólo pudieron organizar a las mujeres trabajadoras. Éste fue el error en el
que cayó Kath Ennis en su excelente artículo de 1973, y que fue repetido en mi propio
trabajo en el boletín interno del Socialist Workers Party en febrero de 1979, “Women’s
Voice, Some of the Issues at Stake”. Deberíamos haber prestado más atención a la expe-
riencia de las grandes mujeres revolucionarias!
• “El socialismo necesita feminismo”, IS 2:14.
• Lindsey German, op cit.
• Reseña de Brothers en Socialist Review, nº61
• La formula usada aquí es del folleto de Barbara Winslow Feminismo revolucionario y de
varios artículos de Joan Smith. Pero no fueron los únicos intentos de cuadrar el círculo en
los 1970s, ver la discusión sobre el tema en Women’s Voice en los boletines internos de
International Socialists y del Socialist Workers Party de 1977-82.

Género y clase: la liberación de las mujeres hoy


Angie Gago

Un siglo después de la creación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las


mujeres siguen estando oprimidas. En este artículo explicaremos por qué el marxismo
sigue siendo una herramienta clave en la teoría y en la práctica para conseguir su
liberación.

Cada 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora que conme-


mora la realización de una huelga de obreras textiles que se desarrolló en Nueva York
en 1908 tras la muerte de 146 trabajadoras que perecieron calcinadas debido a las
malas condiciones laborales que padecían.

Esta jornada de lucha se creó a propuesta de la comunista alemana Clara Zetkin en


la 1ª Conferencia Internacional de Mujeres celebrada en Copenhague en 1910 con el
objetivo de inaugurar un día de protesta global contra la opresión de la mujer. Como
cada año, millones de mujeres salen a la calle para reivindicar sus derechos. Sin em-
bargo, los pasos de la lucha por la liberación de las mujeres son lentos y, en muchas
ocasiones, son pasos en falso.

Es obvio señalar que, en el último siglo, las mujeres de los países occidentales han
conseguido grandes avances en materia de derechos civiles y económicos. La incor-
poración al mundo laboral, el acceso a los anticonceptivos, el aborto legal o la flexibi-
lidad de las leyes del divorcio son buenos ejemplos de ello.

Pero, por otra parte, también es necesario subrayar que la situación de las mujeres
sigue siendo desigual respecto a la de los hombres en muchos sentidos.

Aunque el movimiento feminista ha conseguido grandes avances a través de la pro-


testa, la presión política y las reivindicaciones sociales, la realidad es que la lucha por
la liberación de la mujer parece encontrarse en un impasse. Aunque hemos conse-
guido incorporarnos al mundo laboral, lo hemos hecho en las mismas condiciones de
explotación que la mayoría de los hombres.

Además, las mujeres sufren en mayor medida las consecuencias de la denominada


“flexibilidad laboral”: tienen trabajos más precarios y salarios más bajos por el mismo
trabajo y son las grandes protagonistas de los contratos temporales. Por otra parte,
las mujeres padecen acoso sexual en el trabajo, cuentan con bajas por maternidad
insuficientes y cuando pueden volver a trabajar se encuentran con que las oportuni-
dades para conseguir la conciliación laboral son inexistentes. La mayoría de las mu-
jeres no pueden optar por la reducción de jornada laboral por el mismo salario y tam-
poco pueden acceder a plazas de guarderías públicas ya que el número de éstas
últimas es insignificante.

Aunque trabajan fuera de casa, es en ellas en las que sigue recayendo gran parte del
trabajo doméstico y del cuidado de los niños y de los ancianos. Por si esto fuera poco,
las mujeres tienen que soportar altos niveles de violencia: son asesinadas, violadas
e insultadas por el simple hecho de ser mujeres y, en no pocos estados, no tienen
derecho a decidir sobre si quieren ser madre o no.

Por último, el cuerpo de la mujer es considerado y tratado como una mercancía y


éstas tienen que vivir una presión insoportable para responder a los cánones de be-
lleza impuestos por la moda.

Asimismo, aunque contamos con más derechos sexuales, la mercantilización del


cuerpo femenino ha provocado un gran retroceso en cuanto a la lucha emancipadora.
Si bien en los años 60 y 70 la lucha por la liberación sexual consiguió que gran parte
de las mujeres pudieran hablar de sexo sin tabúes y practicarlo libremente, la apa-
rente liberación sexual que vivimos las mujeres se ha convertido en una cadena más.
Y, ni que decir tiene que para la gran mayoría de las trabajadoras es imposible acce-
der a la imagen de “ejecutiva, delgada, madre ejemplar y a la moda” que nos venden
los medios de comunicación. La liberación, por lo tanto, sigue siendo un espejismo.

Todo esto hace que para conseguir dar un salto hacia adelante en la lucha para la
liberación de la mujer tengamos que ser conscientes no sólo de cuál es el origen
histórico de nuestra opresión sino también de qué estrategias tenemos que seguir
para alcanzar la emancipación total de las mujeres hoy en día.

El feminismo anticapitalista y el feminismo materialista

Dentro del feminismo existen diferentes perspectivas. Desde el feminismo liberal, que
no cuestiona al sistema capitalista, al feminismo socialista, existe toda una variedad
de enfoques que tienen como objetivo acabar con la opresión de la mujer.

De la misma manera, dentro del movimiento anticapitalista también existen diferentes


posiciones al respecto: la anarquista, la materialista, la marxista o la autónoma, son
todas teorías que comparten la idea de que la lucha por la liberación de la mujer tiene
que ir de la mano de otras luchas emancipatorias y de un cambio global de la sociedad
en la que vivimos para conseguir un mundo más justo, solidario, sostenible y demo-
crático.

A pesar de la gran diversidad de teorías, en este artículo nos centraremos especial-


mente en dos perspectivas concretas: el feminismo materialista y la teoría marxista
de la opresión de la mujer, ya que alrededor de estos enfoques existe un debate re-
levante en torno a diferentes cuestiones, como pueden ser el origen de la opresión o
la importancia de la cuestión de clase.

Mientras que el concepto de patriarcado se utilizaba antiguamente para denominar a


la familia nuclear en la que el hombre albergaba todo el poder, en la actualidad, algu-
nos sectores del movimiento feminista que defienden la teoría del patriarcado afirman
que los hombres y las mujeres constituyen dos clases diferentes que mantienen una
relación de explotación a través de la cual los hombres extraen un beneficio (econó-
mico, social y psicológico) de la mujer. Aún así, gran parte del movimiento anticapita-
lista utiliza el concepto de patriarcado como sinónimo de la opresión que sufren las
mujeres.

Una de las feministas que ha popularizado esta teoría del patriarcado es la investiga-
dora Christine Delphy, quien afirma que “hombres y mujeres son dos clases en con-
flicto a través del cual los hombres se apropian del trabajo de las mujeres”. En general,
las defensoras del patriarcado utilizan este término para explicar que éste es un modo
de producción paralelo al capitalismo que mantiene a las mujeres en discriminación
respecto a los hombres.

Como hemos comentado antes, muchas marxistas también creen en la teoría del pa-
triarcado. Según Sylviane Dahan, militante de Revolta Global-Esquerra Anticapita-
lista, el marxismo no ha sabido dar una respuesta de por qué surge la opresión de la
mujer sino que ha establecido una asociación “demasiado mecánica” entre la opresión
y el surgimiento de la sociedad de clases y la propiedad privada.

Dahan afirma en su artículo, “Marxismo y feminismo: las amistades peligrosas (entre


movimiento obrero y feminismo”, que la superación del capitalismo es necesaria pero
no suficiente para la liberación de la mujer. Y aunque es verdad que en principio la
revolución socialista no conseguirá esto de un día para el otro, la teoría marxista
afirma que sentará las bases para su consecución.

Aunque las feministas materialistas no aceptan todos los supuestos de la teoría del
patriarcado, sí que han adoptado muchas de sus hipótesis como propias, sobre todo
respecto al origen de la opresión y respecto a quién beneficia la misma. Esto ha dado
lugar a una sub-teoría que podríamos denominar “teoría del patriarcado materialista”,
siendo una de sus precursoras la feminista-marxista Heidi Hartmann.

Tres causas principales han dado lugar a esta situación. Por una parte, la experiencia
del estalinismo. Por otra parte, los enfrentamientos que han existido a lo largo de la
historia entre el movimiento obrero y las reivindicaciones feministas. Y, por último, el
hecho de que muchas organizaciones revolucionarias aceptaran el hecho de que des-
pués de la revolución social la opresión de la mujer desaparecería sin más ha dado
lugar en varias ocasiones a que la cuestión de la mujer quedara en un segundo plano.

Algunos de los argumentos que utilizan los defensores de la Teoría del Patriarcado
para justificar que el marxismo no posibilitará la liberación de la mujeres es afirmar
que la prueba está en la experiencia de la Unión Soviética. El argumento es sencillo:
si la URSS era comunista y existía la opresión de la mujer, eso quiere decir que el fin
del capitalismo no acabará con la misma. A simple vista, puede parecer lógico.

Pero si analizamos de una manera más detallada esta afirmación nos daremos cuenta
que es insostenible por una razón muy sencilla: la URSS no era ni comunista ni los
países que la conformaban eran estados obreros degenerados, como aún argumen-
tan muchos grupos de la izquierda anticapitalista.

Después de la Revolución Rusa en 1917, la situación de la mujer avanzó más que en


cualquier otro momento de la historia. Éstas gozaban del derecho total al aborto y se
despenalizaron la homosexualidad y el divorcio. Las mujeres tenían exactamente los
mismos derechos que los hombres no sólo a nivel formal sino real. Y todo esto en una
sociedad mayoritariamente campesina con estructuras muy reaccionarias de hace si-
glos.

Fue la experiencia de la revolución social y la implantación de la democracia obrera


las que proporcionaron a las mujeres la liberación del yugo familiar. Éstas participaban
en igualdad de condiciones en la vida pública: en el ejército, los sindicatos, las fábricas
etc. Sin embargo, la corta vida de la democracia obrera no permitió que la liberación
de la mujer se desarrollase en todas sus consecuencias. Aunque sí que sentó las
bases de una sociedad libre de opresiones.

Sin embargo, la contrarrevolución estalinista acabó con todo lo conseguido hasta


aquel momento. El aislamiento de la Revolución Rusa tras el fracaso de la alemana
dejó a la primera en una situación catastrófica para poder avanzar económica y de-
mocráticamente. Esto dio lugar a que tras la llegada de Stalin al poder cambiaran las
relaciones de producción (vuelta a la explotación de trabajadoras y trabajadores en
las fábricas, falta de democracia directa, etc.) lo que provocó un cambio en las rela-
ciones sociales que llegó a desmantelar todos los derechos conseguidos hasta en-
tonces. De esta manera,a partir de 1933 se comienza a considerar la homosexualidad
como un delito, se vuelven a poner tasas elevadas para conseguir el divorcio y el
aborto se convierte de nuevo en algo ilegal.

El reverso en las políticas económicas fue tal que, aunque la economía estaba en
manos del Estado, dejó de estar controlada por los trabajadores y las trabajadoras,
imponiéndose así un sistema capitalista de estado. Por lo tanto, las feministas que
aceptan el argumento de que el socialismo no acabará con la opresión de la mujer
(por lo que pasó en la URSS) caen en un error fundamental al no analizar las conse-
cuencias que la contrarrevolución estalinista tuvo en el modo de producción y en las
relaciones sociales.

Respecto a la segunda causa, podemos afirmar que la relación entre los sindicatos o
grupos políticos de izquierda, incluso socialistas revolucionarios, y el movimiento fe-
minista no siempre ha sido amistosa. Las actitudes y comportamientos machistas de
muchos de estos grupos respecto a las demandas de sus compañeras han dado lugar
en varias ocasiones a que éstas entendieran que se tenían que separar de la lucha
obrera. Durante la Revolución Española, por ejemplo, muchas mujeres fueron aleja-
das del frente para realizar tareas de enfermería o cocina.

También durante la Transición Española, aunque las mujeres comprendieron que su


liberación vendría de la mano del fin del franquismo, quedaron relegadas, sin em-
bargo, a tareas a las que se les asociaba normalmente, como las de secretariado,
dando lugar a un gran conflicto entre hombres y mujeres en la lucha antifranquista.
Esto provocó en algunos casos la separación de éstas en un movimiento aparte.

En el ámbito europeo también existen otros ejemplos. El Partido Comunista francés


tenía posiciones antiabortistas y en defensa de la familia en los años 30’ y, en Italia
en diciembre de 1975, la organización de extrema izquierda Lotta Continua forzó la
presencia de un bloque mixto en una manifestación sola para mujeres acusándolas
de amenazar a la unidad de la clase trabajadora. En muchas de estas ocasiones el
movimiento de los trabajadores estaba dominado por ideas machistas.

De esta manera, el desencuentro entre las feministas y el movimiento obrero, por una
parte, y el lastre del llamado “socialismo real” dio lugar a que muchas activistas co-
menzaran a buscar explicaciones alternativas a la pregunta del origen de la opresión
de la mujer hasta la que entonces había proporcionado el marxismo.

La teoría marxista

Al contrario de la teoría del patriarcado, la teoría marxista no defiende el hecho que


las mujeres y los hombres constituyan dos clases diferentes. La tradición marxista
analiza la historia en función de la lucha de clases, pero las clases no están definidas
en función del género sino de las relaciones de producción. En este sentido, en el
capitalismo existen fundamentalmente dos clases: la capitalista, que posee los me-
dios de producción, y la clase trabajadora, que tiene que vender su fuerza de trabajo
para conseguir un salario. Los capitalistas extraen un beneficio económico, la plusva-
lía, del trabajo de los y las trabajadoras.
Éste es el mecanismo de explotación del capitalismo. Sin embargo, al mismo tiempo,
éste necesita conseguir que la clase trabajadora, la cual es la única que tiene el po-
tencial revolucionario para revertir el orden de las cosas por la posición que ocupa en
el sistema productivo, no se una y no luche para conseguirlo. De ahí que durante
siglos el capitalismo haya utilizado cualquier tipo de división social, de género, el color
de la piel, la etnia, religión, la tendencia sexual,la nacionalidad, etc., para dividir a la
clase trabajadora.

Por otra parte, el capitalismo también ha utilizado la opresión de la mujer para aho-
rrarse grandes cantidades de dinero en servicios públicos. La creación del tipo de
familia nuclear en el siglo XIX sirvió para que ésta se encargase de alimentar a la
clase trabajadora y del cuidado de los niños y niñas, los cuales serán la próxima ge-
neración de obreros.

El hecho de que el sistema privilegie un género sobre el otro no es la consecuencia


de ningún orden natural sino de la necesidad imperante del capitalismo de imponer
las ideas de la clase dominante para conseguir que la clase trabajadora no tenga
conciencia de su potencial revolucionario. La opresión de algunos sectores de la so-
ciedad es una condición sine qua non del capitalismo.

La prueba de esto se encuentra en la historia. Existen muchos casos en los que hom-
bres y mujeres se han unido para luchar contra la explotación capitalista. Si antes
poníamos el ejemplo de la Revolución Rusa, ahora también podemos hablar de la
Comuna de París. Además, después de la Segunda Guerra Mundial, la existencia de
un movimiento obrero fuerte y cohesionado organizado en sindicatos combativos dio
lugar a una serie de logros sociales que repercutió claramente en una mejora de vida
de la mujer tras la implantación de la sanidad y la escuela pública, la creación de
comedores escolares y guarderías, etc. Si bien la lucha obrera debe ser siempre fe-
minista, el feminismo que reivindica la luchas de la clase trabajadora es sin duda al-
guna el que consigue mejoras más contundentes para la calidad de vida de la gran
mayoría de las mujeres.

Podemos afirmar que los capitalistas harán todo lo que esté en sus manos para con-
seguir que los y las trabajadoras no se unan para luchar contra ellos. De ahí que la
estrategia del capital sea dividir a la clase trabajadora a través de la imposición de
una ideología concreta.

Las mujeres, en tanto en cuanto no son una clase social, no son explotadas por el
hecho de ser mujeres, según una concepción marxista de la sociedad. Las mujeres
son oprimidas como mujeres y explotadas como trabajadoras. Una cuestión que es
recurrente cuando hablamos de género y clase es el hecho innegable de que las mu-
jeres que pertenecen a las clase capitalista también están oprimidas. Es cierto, la
opresión, sea del signo que sea, trasciende a la cuestión de clase. Las mujeres bur-
guesas también están oprimidas: sufren la violencia de género casi en la misma forma
que las de la clase trabajadora, están relegadas a un segundo lugar en la vida pública
y aunque lleguen a ser empresarias o políticas de renombre siempre estarán siendo
juzgadas por ser mujeres. Sin embargo, las mujeres capitalistas sacan una plusvalía
de las mujeres y los hombres trabajadores. De ahí que ellas mismas estén interesa-
das en continuar con esta opresión. La conclusión es que las mujeres capitalistas se
benefician de la explotación de las mujeres trabajadoras.
Por otra parte, eso no quita que los y las socialistas revolucionarias no estemos obli-
gados a luchar contra la opresión de la mujer burguesa. Debido a que el discurso
sexista divide a la clase trabajadora, si aceptamos las críticas a la ministra Carme
Chacón por su vestimenta o su maquillaje, estaremos reforzando las ideas de la clase
dominante. Además, no es muy difícil encontrar otras muchas críticas contra ella, tra-
tándose como se trata de la ministra de la guerra.

Como explica Tony Cliff, teórico marxista, en su artículo “La clase trabajadora y los
oprimidos”; “al referirse a la clase trabajadora, Marx nunca usó la palabra oprimidos
porque en primer lugar sabía que distintos grupos de personas oprimidas no se unen
ni tan siquiera ante la opresión que sufren en común”.

El feminismo liberal lucha por las reformas legales del sistema político burgués que
mejoran la calidad de vida de las mujeres y sirven para avanzar en la emancipación
de la mujer. Sin embargo, el liberalismo burgués nunca irá más allá en la lucha por la
liberación de la misma.

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo,que está formado por más
ministras que ministros, aplica políticas económicas que van en detrimento de las
condiciones laborales de las mujeres trabajadoras. Si aceptáramos que las mujeres
constituyen una clase social ¿cómo explicaríamos que la ministra de Igualdad, Bi-
biana Aído no proponga crear más guarderías o implementar la máxima de “igual
trabajo, igual salario”?. La conciencia de la mujer como clase es inexistente ya que
no se basa en las relaciones materiales. La afirmación de la feminista Delphy “nuestra
clase es plural” es errónea y no sólo pone la solidaridad de género por delante de la
clase social sino que elimina esta última.

En este sentido, las defensoras del “patriarcado material” caen en una falla teórica al
intentar combinar dicha teoría con el marxismo, ya que lo aíslan de la sociedad de
clases. Esto ha dado lugar a que en algunas ocasiones hayan tenido que recurrir a
terceras teorías para explicar la opresión de la mujer. En su artículo, “El feminismo de
la izquierda anticapitalista”, Lidia Cirillo, militante de Sinistra Crítica -organización de
la izquierda anticapitalista en Italia- utiliza el psicoanálisis y la teoría freudiana de la
castración (las mujeres se sientes inferiores porque no tienen pene) para explicar por
qué existen las estructuras patriarcales.

Explicar la opresión de la mujer únicamente a través de teorías psicológicas obvia el


origen material de la sociedad de clases y, aunque pueden ayudar a explicar algunas
cuestiones relacionadas con la superestructura (autoestima, violencia de género, etc.)
deja la lucha por la liberación de la mujer en un plano completamente idealista y utó-
pico. Al utilizar la psicología para explicar la opresión, las feministas materialistas no
reconocen el mecanismo del materialismo histórico, a través del cual es la vida mate-
rial la que determina en gran medida la conciencia y no al revés.

La teoría marxista argumenta que realizando un cambio en las relaciones de produc-


ción se crearían los pilares básicos para avanzar hacia la liberación de la humanidad.
Si aceptamos lo contrario no tenemos nada a lo que agarrarnos a nivel práctico, ex-
cepto esperar a que por una revolución cultural en el plano de las ideas la opresión
desaparezca sin más. Esto no quiere decir que la lucha en el plano ideológico, cultural
o educativo no sea importante sino que es insuficiente.
Origen y beneficio

Las dos cuestiones centrales sobre las que la teoría del patriarcado diverge del mar-
xismo son: una, el origen de la opresión de la mujer y, dos, sobre quién se beneficia
de la misma, las cuales están intrínsecamente relacionadas.

Para luchar contra algo, es imprescindible saber por qué existe. En este sentido, los
marxistas han utilizado durante más de un siglo el estudio realizado por Frederich
Engels El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado de 1884 para
explicar el origen de la opresión de la mujer. Según Engels, antes del surgimiento de
la sociedad de clases y de que las relaciones sociales estuviesen determinadas por
la acumulación del excedente, existieron comunidades primitivas en las que la mujer
y el hombre vivían en situación de igualdad. Aunque existía la división sexual del tra-
bajo esto no comportaba que un género predominara sobre el otro ya que todas las
decisiones se decidían en igualdad de condiciones y las tareas contaban con el mismo
valor.

Fue la necesidad de proteger el excedente lo que dio lugar a la opresión, la cual es


consecuencia de las relaciones de propiedad y no de la división sexual de trabajo,
como bien apunta Xulia Mirón, del Partido Revolucionario de los Trabajadores, en su
artículo “Explotación y opresión”. Como argumenta Mirón la superestructura política
e ideológica que más tarde adopta el estado capitalista no proviene de las “esencias
del hombres” sino que es un instrumento para someter a la clase trabajadora.

Por su parte, las defensoras de la teoría del patriarcado niegan el hecho de que la
opresión de la mujer surgiese con la aparición de la sociedad de clases y argumentan
que ya en las sociedades primitivas la división sexual del trabajo (el hombre salía a
cazar, la mujer se encargaba de la agricultura, medicina, etc.) suponía que las muje-
res estuviesen oprimidas por los hombres. Así, defienden la idea de que la opresión
de la mujer ha existido siempre debido a la división sexual del trabajo.

La teoría marxista explica que aunque la opresión no surge con el capitalismo, fueron
las características más profundas, las que pertenecen a las entrañas de este sistema,
las que determinaron el origen de la misma: la acumulación del capital, la propiedad
privada y la división de la sociedad en clases.

Además, desde un punto de vista materialista, la opresión no viene por la división


sexual del trabajo sino por las relaciones de propiedad. De hecho, la incorporación
masiva de las mujeres al trabajo “público” y la equiparación de tareas sin distinción
del sexo no ha supuesto en ninguno de los casos su liberación. Si el problema era la
división de tareas, ¿por qué con la incorporación de la mujer al trabajo no hemos
acabado con la opresión?

Por otra parte,las feministas materialistas afirman que todos los hombres se benefi-
cian de la opresión de la mujer. Es ésta una cuestión que puede parecer sencilla.
Planteemos el siguiente ejemplo:si en una pareja los dos trabajan y cuando llegan a
casa es la mujer la que realiza las tareas del hogar, mientras el hombre descansa,
está claro que el hombre está obteniendo un beneficio directo de la mujer. Mientras
ella trabaja, él descansa.
Sin embargo, este planteamiento es completamente erróneo. Primero, porque los
hombres en general no constituyen una categoría de análisis desde una perspectiva
materialista, al igual que no lo son los negros o los chinos. Plantear esta cuestión en
términos de comportamientos individuales es hacerlo desde un enfoque liberal. La
teoría marxista, al contrario, analiza la sociedad en términos de luchas de clases.

Además, el hecho de que los trabajadores no compartan las tareas domésticas, no


es porque sean personas egoístas o vagas, ni siquiera porque obtengan un beneficio
de ninguna clase, sino todo lo contrario: es porque viven determinados por la ideología
de la clase dominante. La realidad es que seguimos viviendo en una sociedad de
clases y nuestras relaciones sociales se conforman dentro de este sistema. El femi-
nismo materialista extrapola el concepto del beneficio a la plusvalía, sin embargo, los
hombres no sacan ningún beneficio económico de la mujer como clase.

Es una obviedad que existen trabajadores y trabajadoras machistas, racistas, homó-


fobos, fascistas, etc. La clase trabajadora no es revolucionaria en abstracto, al igual
que tampoco es socialista ni de izquierdas de una manera idealista.

El problema estriba en que los que siguen afirmando esta hipótesis no tienen en
cuenta esto y piensan que la clase trabajadora debe ser progresista, feminista, eco-
logista por “naturaleza”.

La clase trabajadora tiene contradicciones de clase. Otra cosa muy diferente es que
ésta, por el lugar que ocupa en la producción tenga el potencial de revertir las relacio-
nes de producción. Es a través de los procesos de lucha y de cambio social radical
liderados por los trabajadores y las trabajadoras unidas cuando lo que parecía el or-
den natural de las cosas se vuelve patas arriba. La solidaridad de clase y las batallas
contra el capital generan una transformación de las relaciones sociales. Durante una
huelga, los trabajadores y las trabajadoras experimentan relaciones de solidaridad y
de camaradería embrionarias de lo que pasaría en una sociedad comunista.

Los trabajadores simplemente no son conscientes de que la opresión de la mujer les


perjudica a ellos como clase social. Además, esto no es siempre así. Existen miles de
experiencias en las que los trabajadores se unen con las mujeres trabajadoras para
acabar con la opresión. Si los hombres obtuvieran un beneficio de la opresión de la
mujer ¿por qué se unirían a ellas para conseguir su liberación?

En este sentido, sería un paso adelante que las feministas anticapitalistas nos pon-
gamos de acuerdo en que el único que se beneficia del trabajo doméstico de la mujer
es el sistema capitalista.

Estrategias

Si los socialistas caemos en esta trampa impuesta por el capitalismo podemos enfo-
car nuestras estrategias dentro del movimiento anticapitalista desde un enfoque que
no nos ayude a avanzar como movimiento.

El quid de la cuestión no es que discutamos largas horas sobre las comunidades


primitivas sino acertar en las tácticas que tenemos que aplicar para avanzar en la
lucha por la liberación de la mujer. De ahí que ésta tenga que ir ligada a una lucha
más general por la emancipación de la humanidad, la cual, desde un punto de vista
marxista, es la lucha por la emancipación de la clase trabajadora.

En el movimiento anticapitalista, existe un consenso sobre que el origen de la opre-


sión es el capitalismo y las estructuras patriarcales, entendidas como sinónimo del
machismo, sexismo, etc. Sin embargo, si aceptamos que el problema son los hom-
bres, como categoría, estaremos enfocando nuestra estrategia al punto equivocado.

Podemos estar siglos hablando de la necesidad de un cambio de valores e ideas o


de una revolución cultural, pero para acabar con la opresión de la mujer hace falta
atacar las bases materiales del sistema que sustenta la explotación.

Además, a nivel táctico, en momentos en los que las ideas generales de la teoría del
patriarcado han sido hegemónicas dentro del movimiento anticapitalista, y coinci-
diendo con un momento bajo de movilizaciones, éste ha tendido en ocasiones hacia
dos estrategias de lucha diferentes que en muchas ocasiones chocaban con la lucha
obrera: el separatismo y el reformismo.

Respecto al separatismo, es comprensible entender a las compañeras que en un mo-


mento de la historia tuvieron que escindirse de organizaciones de izquierdas donde
primaban los comportamientos machistas. Si ya es duro luchar por nuestra liberación
dentro de las dinámicas de la sociedad capitalista, me imagino que debía ser muy
frustrante tener que luchar contra tus compañeros socialistas para que entendieran la
importancia la lucha feminista.

Aquí se plantea a la clásica dicotomía de luchar desde dentro o escindirse. De hecho,


es necesario que, en la actualidad, dentro de las organizaciones marxistas las muje-
res estén organizadas alrededor de publicaciones y asambleas de mujeres indepen-
dientes y que asuman el liderazgo de las mismas para conseguir que la lucha femi-
nista sea una cuestión transversal para toda la organización.

Sin embargo, el separatismo debilita al movimiento anticapitalista en general, ya que


el hecho que los colectivos feministas participen en los marcos unitarios hace mucho
más fácil poder hacer girar los discursos y las movilizaciones hacia objetivos subya-
centes a la liberación de la mujer.

La realidad es que en los sindicatos, asambleas y grupos revolucionarios existe una


mayoría aplastante de hombres y, por eso, es fundamental que las mujeres participe-
mos dentro de estos marcos. La actuación de las feministas en los foros sociales o
en las asambleas de los movimientos sociales ha sido clave para que nuestras de-
mandas estén dentro de las prioridades estratégicas de los mismos.

Algunos de los colectivos feministas acaban participando en las estructuras políticas


legales o burguesas o se dedican exclusivamente al mundo académico lo cual es
necesario pero insuficiente. El movimiento feminista reformista ha conseguido gran-
des victorias y en muchas ocasiones muy radicales, por ejemplo, con el logro del
derecho al voto tras la lucha de las sufragistas.

También las luchas del movimiento feminista han sido fundamentales para conseguir
derechos sexuales. Sin embargo, la separación del movimiento feminista puede
puede provocar su aislamiento de las luchas populares. Así, como argumenta el
socialista revolucionario Chris Harman, “el ser social determina la conciencia. Si te
apartas de las áreas más importantes de la lucha de clases, al insistir en una organi-
zación separada de mujeres, inevitablemente te ves arrastrado fuera de las ideas que
fluyen de la lucha de clases”.

Por un mismo objetivo

En otro sentido, cuando los y las socialistas revolucionarias trabajamos juntas en las
asambleas, campañas y sindicatos, junto con las feministas anticapitalistas o junto
con marxistas, que siguen utilizando el concepto de patriarcado como sinónimo de
opresión, encontramos que son más las cuestiones que nos unen que las que nos
separan. Si bien en la teoría podemos tener posiciones diferentes, en la práctica lu-
chamos por un mismo objetivo, que es no es otro que derrocar el sistema capitalista
y acabar con cualquier tipo de opresión machista, homófoba, racista, etc.

Como argumenta Chris Harman, mientras el capitalismo impide la realización de todas


las potencialidades de la humanidad, también las posibilita: “produce un desarrollo de
fuerzas tan inmenso que, por un lado, la producción puede ser llevada a cabo por
cualquiera por mucho que las muy crudas “realidades biológicas” puedan ser impedi-
mento para ello, y, por otro lado, crea la tecnología para transformar la biología hu-
mana (control de fertilidad, etc.)”.

El problema de la opresión de la mujer, como argumenta Lindsey German, marxista


revolucionaria, está en la atomización y el aislamiento de la participación en la acción
colectiva. De esta manera, la clave para salir de esta situación está en que, cuando
las mujeres son independientes económicamente y participan en los sindicatos, las
asambleas, etc., esto les da la confianza necesaria para luchar contra el sistema. Sin
embargo, mientras que el cuidado de los niños y los ancianos siga recayendo en las
manos de las mujeres, éstas seguirán siendo oprimidas. De esta manera, la estrategia
por la liberación de la mujer nunca puede dejarse en el ámbito privado.

A corto plazo, puede parecer que la solución más sencilla sea que los hombres ayu-
den en estas tareas, pero esto, aunque es muy importante y positivo, es un proceso
lento, insuficiente y difícil de garantizar. La solución debe pasar por lo tanto por una
lucha conjunta por la socialización de estos servicios, que es lo que hará tambalear a
la clase capitalista. Las demandas de creación de más colegios, comedores y resi-
dencias socializadas, organizadas democráticamente por los y las trabajadoras, no
debe ser entendida sólo como una lucha “puramente” obrera, sino como un paso fun-
damental para la emancipación de la mujer. Es imposible negar que la minoría de
mujeres de la clase capitalista ya cuentan con estos servicios, mientras que a la gran
masa de mujeres trabajadoras se les niega.

Imaginémonos un mundo en el que las mujeres y hombres podamos decidir sobre


nuestras vidas. Un mundo en el que las relaciones sociales estén basadas en la
cooperación, la solidaridad y en la máxima marxista de “de cada cual según sus po-
sibilidades, a cada cual según sus necesidades” y luchemos por ello entre todos y
todas las trabajadoras unidas. La revolución socialista no conseguirá esto de un día
para otro, pero si nos imaginamos un mundo así es más fácil pensar que todos los
tipos de opresión acabarán desapareciendo.

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