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En el proceso de su construcción, el sujeto oscila en el debate que toma lugar entre sus
impulsos y aspiraciones1, previos a la acción, y la tolerancia de vivir en comunidad, lo que
revela la existencia de deseos individuales convergentes y divergentes, capaces de hacer
reinar la armonía o provocar el caos. Para esto, se ve como primordial considerar una
estructura de valores adecuada a cada circunstancia, lo que significa que el deseo pierde su
primitiva inocencia y entra así dentro de las categorías del bien y el mal. Así pues, el sujeto
debe contemplar la posibilidad de tener la facultad de equilibrarse, para poseer de manera
natural un preciso y certero mecanismo de regulación: saber ser, actuar y hacer.
En un primer momento, es importante reconocer que para obtener una relación con la
verdad, el sujeto debe proponerse como fundamental el cuidado de sí, acción denotada por
un concepto perteneciente al origen de la tradición occidental en la antigua Grecia:
épiméleia, el cual a lo largo de la historia se actualiza y se acompaña por el conocimiento y
la ocupación de sí mismo.
En esta misma instancia, la épiméleia se funda desde diferentes formas del cuidado de sí.
En primera medida, equivale a un modo determinado de enfrentarse al mundo y lograr
establecer la relación con el otro. Este principio de razonamiento implica entonces adoptar
una actitud con uno mismo, con los otros y con el mundo exterior. De igual manera, la
épiméleia es una forma particular de atención y preocupación de sí mismo,
lo que implica que el sujeto debe reconvertir su mirada para desplazarla desde
el exterior hacia su interior con el objetivo de reflexionar o proyectar una
vigilancia del pensamiento, en palabras de Foucault, para así tener la capacidad de
saber actuar.
Pero, ¿Qué es lo que hace que exista lo verdadero? Ya se sabe de antemano que la filosofía
es la forma de pensamiento que se pregunta por lo verdadero y lo falso, por las formas,
mediaciones y límites que tiene el sujeto para acceder a la verdad. Si se denomina a esto
filosofía, dice Foucault, se puede llamar espiritualidad a las prácticas que el sujeto
experimenta para llegar a la verdad; tales como: las purificaciones, la ascesis, las renuncias
y las conversiones de la mirada. La noción de espiritualidad se puede esclarecer en la
medida en que el sujeto se transforma para tener acceso a la verdad ya que esta misma no le
es concedida como un derecho. No existe tal verdad sin una transformación del sujeto, la
cual se precisa a través del impulso del eros. En últimas instancias, la verdad es lo que
perfecciona al sujeto. Foucault (1982): “La gnosis es en suma lo que tiende siempre a
transferir, a trasladar al propio acto de conocimiento, las condiciones, las formas y los
efectos de la experiencia espiritual” (p. 39).