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Comunión

El Segundo Sacramento del Nuevo Testamento

Nosotros tenemos dos sacramentos, bautizo y comunión. Ambos han sido dados para fortalecer
nuestra débil fe y apoyarnos en nuestra tentativa de fe. El bautizo ocurre solamente una vez. Si
alguien se aleja del pacto bautismal y se va al mundo, él no necesita ser bautizado de nuevo cuando
recibe la gracia del regreso y el arrepentimiento.

La comunión, por otra parte, está prometida para ser disfrutada más a menudo. Al establecer la
comunión Jesús dijo: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la
muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.” (1 Co. 11:26).

La comunión fue parte de la vida de las congregaciones del Nuevo Testamento desde sus
comienzos. Lucas describe la vida en una de las primeras congregaciones, después del primer
Pentecostés, de esta manera: “Y preservaban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos
con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.”” (Hch. 2:42). Al comienzo ellos se reunían,
cada día, para una comida, después solamente en el primer día de la semana, y más tarde no tan
frecuentemente. Nosotros no debemos poner guías en que tan frecuentemente uno debe participar de
ella, pero las palabras “tan a menudo” refuerzan el gran significado de la comunión.

Lutero enseña: “Cristo desea decir claramente: ‘Yo instituyo para ustedes un festival de Pascua o
cena, de la cual ustedes deben tomar parte, no solo en esta tarde una vez al año, sino que ustedes
deben disfrutarla frecuentemente, cuando y donde ustedes elijan, de acuerdo con la oportunidad y
necesidad de cada uno, y no estando atados a un lugar o tiempo definido.’ Así que ustedes ven, no
se garantiza libertad para tratar el sacramento con desprecio. Para prescindir del sacramento sin un
obstáculo positivo, por un largo tiempo, para no sentir deseo por ella – eso yo lo llamo tratar la
Cena del Señor con desprecio” (Catecismo Mayor de Lutero 47 – 49).

La Pascua del Antiguo Testamento y la Comunión

Los hijos de Israel se estaban preparando para dejar Egipto hacia esa tierra, que el Señor le había
prometido a sus padres. Antes de su partida ellos comieron la cena de Pascua siguiendo las
direcciones del Señor (Exodo12).

Un cordero primal sin mancha, se mató y se asó con fuego. La sangre del cordero se pintó en las
puertas, ya que cuando los israelitas estaban comiendo su cena de Pascua, el Señor castigó a los
egipcios hiriendo a todos sus primogénitos. Cuando el destructor vio las marcas de sangre en las
puertas no se detuvo. Preparados para el viaje, la gente comió el cordero pascual, y cuando
terminaron la comida ellos salieron para el viaje.

Ningún desconocido podía comer del cordero pascual. Esta comida no se ingirió solamente en esa
histórica noche de partida, sino que el Señor ordenó que la cena de Pascua fuera comida cada año,
también después de que ellos hubieran llegado a la tierra prometida. “Guardaréis esto por estatuto
para vosotros y para vuestros hijos para siempre. Y cuando entréis en la tierra que Jehová os dará,
como prometió, guardaréis este rito. Y cuando os dijeren vuestros hijos: Qué es este rito vuestro?,
vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de
los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas” (Ex. 12:24-27).

Cuando Jesús llegó a Jerusalén, con sus discípulos, para el banquete de Pascua, en la época cuando
Él sufriría y moriría, ellos comieron la comida de Pascua como el Señor lo había ordenado. Jesús le
dio a la comida del Antiguo Testamento un nuevo significado. Él fue el cordero pascual. Su sangre,
que fue derramada para el perdón de los pecados, hizo que el destructor se retirara. Él fue el pan de
vida (Juan 6:51). La Palabra del Señor Jesús, se unieron a los componentes visibles de la cena, el
pan y el vino, y el nuevo pacto del sacramento nació.

La parte en el Evangelio de Juan (6:51) como tal no habla de comunión. Lutero ha escrito una nota
en el margen de su propia Biblia “esta parte no habla del sacramento, el pan y el vino sino de
comida espiritual, el cual es creer, que Cristo – Dios y hombre – ha derramado su sangre por
nosotros.”

Los Evangelios sinópticos del Nuevo Testamento (Mateo 26:19-21, 25-29, Marcos 14:22-24, Lucas
22:14-20) consistentemente dicen de la institución de la comunión. Las diferencias en detalles
enfatizan el significado de las diferentes partes de la comunión. Juan no relata de la comunión
siendo establecida, sino que en su lugar el lavatorio de pies que la precedió (Juan 13:1-17). Pablo
habla de Cristo como el cordero pascual que fue sacrificado en vez de nosotros (1 Co. 5:7) y de la
comunión del Nuevo Testamento (1 Co. 10,11) como lo hacen Mateo, Marcos y Lucas. En adición
el exhorta a los corintios a tratar ellos mismos, que ellos serían aceptables, no inaceptables,
invitados de la comunión.

La Comunión Es una Comida de Conmemoración

Al relatar la institución de la comunión, ambos, Lucas y Pablo mencionan que Jesús dijo: “Haced
esto en conmemoración mía.” Al comer la comida de Pascua del Antiguo Testamento, los hijos de
Israel recordaban el ser liberados de Egipto. En la comunión nosotros recordamos a Cristo, nuestro
cordero pascual, quien dio su vida y derramó su sangre por nuestros pecados y los pecados del
mundo entero. Como creyentes nosotros podemos comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre, en
la comunión, siendo así participantes de su trabajo de expiación. Aunque nosotros no
comprendemos, completamente, el misterio de la comunión, nosotros, sin embargo, sentimos la
presencia de Cristo y el poder de su gracia en la mesa de la comunión. La comunión fortalece
nuestra fe y lleva nuestra vista a esa tierra, que el Señor Jesús ha prometido, y preparado, para los
suyos.

¿Quién Es un Huésped Aceptable para la Comunión?

Esto fue preguntado el último otoño, cuando en una tarde juvenil, en Vaasa, nosotros discutimos los
sacramentos. Como era de esperar, ya que la comunión es sagrada, y la Palabra de Dios nos exhorta
a tratar nosotros mismos, que nosotros no seríamos invitados indignos a la comunión, que disfrutan
el sacramento del altar para su propia condenación. El pequeño catecismo responde la pregunta así:
“Pero es realmente valioso, y bien preparado, quien tiene fe en estas palabras: ‘dado y derramado
por usted, para la remisión de los pecados.’ Pero aquel que no cree en estas palabras, o quien duda,
es indigno e incapaz, por que las palabras ‘para usted’ requieren corazones verdaderamente
creyentes. “ Lutero confirma esto, brevemente, en el gran catecismo:” Pero aquel que no cree no
tiene nada” (V:35). Al considerar la pregunta de aceptabilidad, él separa a aquellos que se han
endurecido y toman parte de la comunión pensando que como un acto comprometido trae una
bendición, y a aquellos que entienden el significado y el valor de la comunión, pero son temerosos,
sintiendo su propia pecaminosidad e inaceptabilidad ante la santidad de Dios. A estos últimos
Lutero les dice: “La gente con estos temores debe aprender que es la mayor sabiduría caer en cuenta
que este sacramento no depende de nuestro merecimiento” (V:61).

Los creyentes sienten una santa timidez cuando van a la comunión. Ellos ruegan por el perdón para
cada uno. En los hogares, los padres piden perdón para cada uno y para sus hijos, cuando ellos han
herido y ofendido a otros y, de la misma forma los niños piden por sus padres y por cada uno. Yo
también me he dado cuenta que, en la fila de la comunión durante los grandes servicios del verano,
muchos llevan el asunto a un padre confesor. Nosotros hemos sido guiados a este uso por la
narrativa de Juan, que antes de la primera comunión Jesús les lavó los pies de los discípulos (Juan
13) y por la enseñanza de Jesús: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu
hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con
tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre
tanto que estás con él en el camino” (Mt. 5:23-25).

Juhani Uljas
Iglesia Luterana Laestediana
Traducido del Siionin Lähetyslehti número 9, 1997

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