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La distinción entre poder constituyente y poderes constituidos significa

distinguir entre la ley constitucional y las leyes ordinarias, fijando las


diferencias: rígida la primera, flexibles las segundas; las leyes ordinarias deben
guardar conformidad con la ley constitucional para tener validez, no la pueden
contradecir o violar. De este modo, los poderes constituidos quedan
enmarcados y limitados por el poder constituyente.
Expresado de otra manera, los poderes constituidos son las instituciones
políticas organizadas por el acto constituyente y que son incorporadas a la
Constitución, es decir los poderes constituidos emanan de un ordenamiento
superior, al cual quedan subordinados.[1]
En síntesis, el poder constituyente es la consecuencia directa de las
características de supremacía o superlegalidad y del determinado grado de
rigidez que posee la Constitución. Kelsen, quien no da importancia a la teoría
del poder constituyente, considera que ésta es tan sólo una manifestación de
la rigidez constitucional; que no tiene más sentido que el de dificultar la
modificación de la norma fundamental.
Según Kelsen, la "norma hipotética fundamental", en la que se basa, en último
término, la validez de la Constitución no tiene un determinado contenido, no
expresa quién es el "soberano" o titular del poder constituyente. Este puede
corresponder a cualquiera: tanto al autócrata como al pueblo. Kelsen piensa
que señalar al pueblo o a la nación como titular del poder constituyente es
puro derecho natural, no aceptable para la teoría “pura” del Derecho. [2]
Hasta aquí el análisis del poder constituyente como una cuestión de técnica
jurídica constitucional.
Las experiencias norteamericana y francesa

Una de las primeras aplicaciones concretas de la teoría del poder constituyente se dio en los
Estados Unidos, donde los representantes de los trece nuevos estados se reunieron en la ciudad
de Filadelfia (mayo de 1787); este cuerpo colegiado tomó la denominación de Convención y,
luego de dictar su reglamento, debatió diversos proyectos sobre la organización de la Unión hasta
aprobar, finalmente, un texto constitucional que existe hasta hoy.
Un año después de la Convención de Filadelfia, en los inicios de la Revolución Francesa, un
pensador político y constitucional, el abate Emmanuel Sieyès (1747-1836) va a desarrollar con
mucho ingenio la doctrina del poder constituyente que se convertirá en un referente obligado
sobre este tema. [4]
La primera fase de la Revolución Francesa se caracterizó por la presión sobre el rey Luis XVI para
que convocara a los estamentos del reino (nobles, clero, estado llano o “tercer estado”) con el fin
de proceder a una serie de reformas políticas. Éstas debían terminar con el absolutismo
monárquico y transformar la antigua asamblea de corte medieval –donde predominaba la nobleza
y sus privilegios- en una asamblea nacional constituyente.
En 1788, en vísperas del primer cambio revolucionario, se publicaron muchos escritos contra el
sistema político imperante; uno de ellos, que se volverá célebre, se intitula ¿Qué es el Tercer
estado? Su autor, el abate Sieyès pasa a ser un político de gran autoridad durante la primera fase
de la Revolución francesa. [5]
Sieyès concibe una nueva idea de nación y adapta el principio de soberanía a la nueva realidad;
su escrito, que va más allá de reformar el Antiguo Régimen, le convierte en oráculo de una clase
económica —la burguesía— que aspiraba, no sólo a ejercer un poder político sino a organizar la
sociedad estatal bajo unos principios nuevos. Entre la monarquía (Estado) y la sociedad
individualista y clasista hay un verdadero poder intermedio, que no es el conjunto de los
estamentos sino uno de ellos, convertido por su poder económico y cultural en el eje de la nueva
comunidad política.
Tal eje es el tercer estado, al cual Sieyès le da el nombre de “nación”, con un sentido nuevo; la
nación es la titular de la soberanía y, en consecuencia, ejerce el poder constituyente, el cual es
ilimitado por su propia naturaleza: por provenir del pueblo. La nación elige a sus representantes
que conforman la asamblea constituyente encargada de elaborar una Constitución que recoja los
cambios trascendentes del nuevo régimen llamado a sustituir al anterior.
En suma, tanto en la independencia de los Estados Unidos como en la Revolución Francesa se
consideró que el pueblo, en ejercicio de la soberanía, elegía a sus representantes para que
reunidos en una convención o asamblea constituyente dictaran la ley suprema de la comunidad
política. Históricamente este poder soberano lo habían tenido los reyes pero luego se transfiere al
pueblo, sólo en Inglaterra -que nunca adoptó una Constitución escrita- la soberanía y el poder
constituyente pasaron directamente al Parlamento, lo que consagró el principio de la soberanía
parlamentaria con interesantes consecuencias. [6]
El constitucionalismo, acorde con sus postulados, señala al pueblo o a la nación como único
titular del poder constituyente.

[1] La diferencia formal y técnica entre la ley constitucional y la ley ordinaria está en el distinto
órgano que las crea, como en los procedimientos. Esto implica una mayor dificultad, lo que
significa que hay rigidez.
[2] Hans Kelsen: Teoría General del Estado, traducción de Luis Legaz Lacambra, décimaquinta
edición, Editora Nacional, México, 1979, pp. 329 y siguientes.
[3] Su obra, que tuvo eco en Europa de la época, se condensa en “Los seis libros de la República”
(1576), los críticos le señalan (aparte del indiscutible mérito de la obra) una incoherencia al
sostener el carácter absoluto de la soberanía y, por otro lado, buscarle determinados límites en la
ley de Dios y de la naturaleza (derecho natural), y en varias leyes humanas comunes a todos los
pueblos. Por lo demás, Bodino (o Bodin) seculariza su visión de la política y del gobierno;
restringe los derechos del monarca (que –en su concepción- es la cabeza de la República).
[4] Ver: Escritos políticos de Sieyès. Introducción, estudio preliminar y compilación de David
Pantoja Morán, Fondo de Cultura Económica, México, 1993. Georg Jellinek, Teoría General del
Estado, Prólogo y traducción de Fernando de los Ríos, Fondo de Cultura Económica, México,
2000, p. 471.
[5] Emmanuel Sieyès, ¿Qué es el Tercer Estado? (1789), Ediciones Orbis, S. A., Barcelona, 1985. El
autor inicia el texto con estas frases: “¿Qué es el Tercer Estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora
en el orden político? Nada. ¿Qué pide? Llegar a ser algo”.
[6] Como fue señalado al tratar el constitucionalismo inglés, esta transferencia ocurrió a finales
del siglo XVII, luego de la denominada Gloriosa Revolución, que derribó del trono a Jacobo II y dio
lugar a la Declaración de Derechos inglesa (1689).

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