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Problemas

Frecuentemente nos encontramos ante situaciones que nos exige contestar una serie de
preguntas a partir de unos datos específicos. A esto le llamamos un problema. Diferentes
profesiones requieren de los procesos para resolver problemas. Si estos problemas involucran
cantidades numéricas o figuras, por lo regular lo clasificamos como un problema matemático.

De modo que puedas estar seguro que hay un problema y que las matemáticas pueden
ayudarte a resolverlo, el enunciado debe ser analizado cuidadosamente. Por ejemplo, asume
que tienes que responder a la pregunta:

¿Cuántos sellos de 3 centavos hay en una docena?

Observa que ésta pregunta no plantea un problema ya que la información que se pide, ya se
tiene.

El primer paso para resolver un problema es comprenderlo. Esto es, tener claro que
información necesitas determinar, cuál tienes a tu disposición que sea pertinente o cuál te falta.

Por otro lado, hay problemas cuya información no está disponible en el enunciado. Esto no
quiere decir, necesariamente, que no se pueda resolver. Solo te recuerda que necesitas más
información.

Modelo de Polya
El modelo de Polya provee un marco conceptual para resolver problemas. Éste consiste en
cuatro pasos:

1. Comprender el problema. Resume la información dada y que deseas determinar.

2. Desarrollar un plan. Expresa la relación entre los datos y la incógnita a través de una
ecuación o fórmula. Busca patrones.

3. LLevar a cabo el plan. Resuelve la ecuación, evalúa la fórmula, identifica el término


constante del patrón, según sea el caso.

4. Revisar. Examina la solución que obtuviste. Pregúntate si la respuesta tiene sentido.


Cuento del leñador y su hacha

El cuento dice así:


“Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo
era bueno, y las condiciones de trabajo, mejores aún, así que el leñador se propuso
hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del
bosque. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó
dieciocho árboles.
–Te felicito, sigue así –dijo el capataz.
Animado por estas palabras, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día
siguiente. Así que esa noche se acostó temprano.
A la mañana siguiente se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de
todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
–Debo de estar cansado –pensó. Y decidió acostarse con la puesta del sol.
Al amanecer se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin
embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y
el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba
pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del
desfallecimiento. El capataz le preguntó:
– ¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?
– ¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado
talando árboles”.

¿Cuantas veces seguimos talando y talando árboles sin recordar que


deberíamos afilar la hacha?
¿Cuantas veces seguimos trabajando y trabajando sin acordarnos de
descansar para recuperar energía?
Felices vacaciones !!
Un abrazo,

Dicen que una vez un leñador muy trabajador se presentó a una oferta de
empleo en un bosque. Viendo su motivación y su energía, le contrataron
enseguida. El jefe le dio un hacha y le mando a cortar árboles.

Cuando acabó el primer día, el dedicado leñador había conseguido traer


18 árboles, una cifra impresionante. Pero el hombre era muy trabajador y
quería demostrar que podía hacerlo todavía mejor, y el día siguiente salió
a batir su record. Sin embargo, al finalizar el día, solo pudo volver con 15
troncos.

Conforme iban pasando los días el leñador se esforzaba por superarse,


pero pese a gastar tanta energía, cada vez volvía con menos árboles.
Estaba desesperado.

Fue a hablar con su jefe y le explicó la situación.

– No lo entiendo. Por más que me esfuerce, cada día corto menos


árboles.
El hombre que le había contratado le miró y preguntó:
– ¿Cuánto haces que no afilas el hacha?
– ¿Afilar? No tengo tiempo para afilar. Estoy muy ocupado cortando
árboles.

Enseñanzas

Quizás para cada uno de nosotros afilar el hacha tenga un sentido


diferente. Algunos pensaran en la formación, otros en la necesidad de
descansar, o también en lo importante que es una buena organización.

El caso es que en el trabajo, si no tuviéramos a nadie para darnos


orientaciones, es muy posible que muchos de nosotros acabáramos
esforzándonos como esclavos en tareas poco productivas, porque es muy
fácil perder la perspectiva.
Normalmente, si eres empleado, siempre tienes a un jefe para recordarte
que tienes que afilar el hacha, pero si trabajas solo, como freelance o
emprendedor, corres el riesgo de dar palos a un tronco a la desesperada
sin ver el verdadero problema. Por eso, de vez en cuando tienes
que tomarte un respiro y reflexionar sobre lo que haces.

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