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Complemento

10 de septiembre

San Nicolás de Tolentino


Año 1305
Obra santa y piadosa es orar por los difuntos, para que
descansen de sus penas (2 Macab.)

El nombre Nicolás significa: "Victorioso con el pueblo" (Nico = victorioso. Laos =


pueblo).
El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y murió.
Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir
del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario
de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que
les había conseguido el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.
Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar.
Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicando un famoso fraile
agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: "No amen
demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará". Estas
palabras lo conmovieron y se propuso hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino,
y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.
Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario lo
encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado
en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de
destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que
estaba gravemente enfermo diciéndole: "Dios te sanará", y el niño quedó instantáneamente
curado. Desde entonces los superiores empezaron a pensar que sería de este joven religioso
en el futuro.
Ordenado sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre
la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer
recobró la vista inmediatamente.
Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy
confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le
decía: "A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás". Comunicó esta noticia a sus
superiores, y a esa ciudad lo mandaron.

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Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por
una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, lo güelfos y los gibelinos, que se
odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. “Oportuna
e inoportunamente”. Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.
A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse
los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que
cesara las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó:
"Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad,
pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen
quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se
arrepienten de su mala vida pasada".
Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible por no
escuchar a este predicador que les traía remordimientos de conciencia.
Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de sus amigos
a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre Nicolás. Este siguió predicando
como si nada especial estuviera sucediendo. Y de un momento a otro el jefe del desorden
hizo una señal a sus seguidores y entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de
rodillas, muy arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo
escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás empezó a
tener que pasar horas y horas en el confesionario, absolviendo a los que se arrepentían al
escuchar sus sermones.
Nuestro santo recorría los barrios más pobres de la ciudad consolando a los afligidos,
llevando los sacramentos a los moribundos, tratando de convertir a los pecadores, y llevando
la paz a los hogares desunidos.
En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento que su
esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre Nicolás, cambió
totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos confirmaron tres milagros obrados
por el santo, el cual cuando conseguía una curación maravillosa les decía: "No digan nada a
nadie". "Den gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre
pecador".
Murió el 10 de septiembre de 1305, y cuarenta años después de su muerte fue
encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió
bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha
sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.
San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del purgatorio
que le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde entonces se dedicó a
ofrecer muchas santas misas por el descanso de las benditas almas. Quizás a nosotros nos
quieran pedir también ese mismo favor las almas de los difuntos.

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Santa Clara de la Cruz de Montefalco
Santa Clara de Montefalco nació en Montefalco,
Perusa (Italia) en el año 1268. El nombre de sus padres era,
Damiano e Iacopa Vengente, que tuvieron 4 hijos en total.
Su hermana mayor, Giovanna de 20 años y su amiga
Andreola, establecieron una Ermita, en donde se dedicaron
a una vida de oración y de sacrificio.
En el año 1274 se le concedió aprobación de las
autoridades eclesiástica y fue entonces que, Giovanna
pudo recibir más hermanas en la Orden. La primera
candidata fue su hermana Clara, de 6 años de edad.
El ejemplo de sus padres, quienes tenían una gran
devoción al Señor y a su Madre, y el de su Hermana y su
compañera, contribuyeron a que se desarrollara en Clara el
deseo de amar y servir al Señor a través de una vida de
oración. Ella era una niña muy viva a la que todos
encontraban que sobrepasaba a las niñas de su edad. Era, además, extremadamente amorosa.
Desde que entró al convento aun cuando era más joven que las demás, se mantenía al
mismo nivel que sus dos compañeras, tanto en la oración como en la penitencia.
Desde muy pequeña, tuvo un ardiente amor por el Señor, especialmente por su Pasión.
Este fuego interior fue el que le dio la energía, el celo y la fuerza, para vivir una vida que
para muchos sería imposible. Desde pequeña tuvo gran apetito, y tenía que luchar contra sus
deseos de comer los platos que más le gustaban, ayunando constantemente, especialmente
durante la Cuaresma.
Aun cuando ninguna Regla Religiosa se había establecido, Clara practicó una estricta
obediencia a su hermana Giovanna, que era la líder del grupo. Una vez, que Clara rompió la
Regla del silencio dada por su hermana, se impuso la penitencia de pararse en un cubo de
agua helada, con los brazos hacia arriba rezando 100 veces el Padre Nuestro.
En 1278 dos años después de haber entrado Clara al Convento entró Marina, amiga
de Clara, y fue seguida de muchas otras por lo que tuvieron que mudarse a una montaña cerca
de la ciudad, donde construyeron otra Ermita.
Se levantó una gran persecución contra ellas, no solo por parte de laicos de la ciudad,
sino también por los Franciscanos del lugar que decían que la ciudad era muy pequeña para
tener otra comunidad pidiendo limosna. Pero el Señor que es justo, movió al oficial del
Ducado a votar por ellas y se quedaron. Con la Ermita teniendo el techo a medio hacer,
pasando frío y hambre, la pequeña comunidad era sostenida por su fe y llamado, que era más
fuerte que la persecución de las personas de la ciudad.

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Durante esta época pocas personas les daban algo para comer, y se sostuvieron de
hierbas silvestres. Clara que tenía un don para cocinar, les hacía pasteles de plantas con tanto
amor, que las hermanas recordaban estos tiempos como tiempos de gozo en vez de miseria...
Finalmente, Giovanna obtuvo permiso para enviar a algunas hermanas a pedir
limosna. Clara que tenía 15 años, insistió tanto en ir que, venció las objeciones de su hermana,
y ella junto con Marina, salieron durante 40 días en busca de limosnas; nunca regresaban sin
haber cumplido su cometido. Su hermana Giovanna, pensando en proteger a Clara, no le
permitió salir más, y Clara estuvo en el convento por el resto de sus años.
Clara pasaba de ocho a diez horas diarias en oración, y por las noches caía de rodillas
rezando el Padre Nuestro.
Practicaba actos tan severos de mortificación, que su hermana Giovanna tuvo que
poner restricciones en sus prácticas. Siempre estaba buscando una forma más ascética de
oración.
En el año 1288, cuando Clara tenía 20 años. Parecía que estaba llegando a alcanzar la
completa unión con Jesús, cuando el Señor la probó adentrándola en un desierto. Fue una
prueba dada por el Señor para castigar su orgullo y para que ella viera que sin El no podía
hacer nada. Clara entró en el desierto. Perseguida por todo tipo de tentaciones, víctima de las
emociones. Sentía que Dios la había abandonado. Esta tortura duró once años de su vida, a
través de la cual estuvo sin la asistencia espiritual que ella desesperadamente ansiaba. Clara
cargaba el peso de sus sentimientos de inseguridad en su corazón.
Como no recibía las penitencias deseadas, comenzó a imponérselas ella misma,
causando tanto daño físico que su hermana tuvo que detenerla otra vez.
El 22 de noviembre de 1291, muere su hermana Giovanna. Fue un golpe muy duro
para Clara pues veía en su hermana el ejemplo a seguir y la persona que la formaba en su
vida espiritual.
El representante del Obispo llegó para la elección de la nueva Abadesa. Las monjas
unánimemente escogieron a Clara. Sintiéndose totalmente indigna, les rogó que escogieran a
alguna más, que fuera santa y sabia, diciendo que ella no era ninguna de las dos cosas; pero
su petición no fue escuchada.
Aceptó su responsabilidad, aunque se sentía indigna, y se convirtió en Madre,
Maestra, y Directora Espiritual. Enseñaba a sus hermanas a ofrecerle al Señor todas sus
necesidades individuales, para que fuesen moldeadas en las necesidades de la comunidad,
formando así en ellas un verdadero cuerpo, con una vida en común.
Balanceando la oración y el trabajo necesario del monasterio, traía a la comunidad
gozo y amor. Sensible a aquellas que sentían el llamado a más oración, les permitía hacerlo,
pero con la condición que todo el mundo tenía que hacer trabajo manual.
Ella dirigía, personalmente, e incesantemente a las hermanas en sus necesidades
espirituales y corporales. Decía: "¿Quién enseña al alma, sino Dios? No hay mejor

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instrucción para el mundo que la que viene de Dios". Las ayudaba e instruía a reconocer la
voz del Espíritu y a discernir Quién era el poder en sus vidas. Pero, cuando era necesario,
corregía y amonestaba a las hermanas, haciéndolas conscientes de los peligros a sus almas.
Velaba por todas, aun a costa de su salud.
La hermana Tomasa decía: “Ella permanecía despierta hasta tarde en la noche, pero
siempre estaba despierta temprano en la mañana”.
Como Clara fue tan probada y sufrió tantas luchas y dudas, podía hablar con autoridad
a otros. A través de su experiencia podía relacionarse con la batalla espiritual sufrida por
otros. Podía ministrar a las personas fuera de la comunidad, que venían a verla, contando con
los dones de conocimiento y sabiduría que le había dado el Señor.
Por su amor y cuidado genuino, Clara atraía al monasterio a sacerdotes, teólogos,
obispos, jueces, santos y pecadores. Nunca descuidó sus responsabilidades hacia sus
hermanas dentro del monasterio por su apostolado con aquellos de fuera del claustro.
Clara tenía un amor muy grande por los pobres y perseguidos. Enviaba a las hermanas
externas con comida y medicamentos para los necesitados. Le daba a amigos y enemigos
igualmente, y a veces más a los enemigos. Así como era amorosa, generosa y entregada, así
mismo era firme. Enfrentaba a todos sus perseguidores con estas cualidades, nunca
retrocediendo ante ellos. Ella se atrevió a ser impopular, enfrentándose al pensamiento
popular del mundo, así como al de sus propias monjas, si ella pensaba que estaba incorrecto.
Testigos afirman que ella tenía el don de bilocación.
Aunque ella era una mística, generalmente en contemplación de su Amado Señor
Jesucristo (especialmente en su pasión), y en adoración estática a Dios Padre, al Hijo y el
Espíritu Santo en la Santísima Trinidad, estaba consciente del mundo a su alrededor. Ella no
estaba alejada de él, pero envuelta en él, orando y haciendo penitencia por su salvación.
El año 1294 fue un año decisivo en la vida de Clara. En la fiesta de la Epifanía,
después de haber hecho una confesión general delante de todas las hermanas, cayó en éxtasis
y permaneció así por varias semanas. Las hermanas la mantenían con vida dándole agua de
azúcar. Durante este tiempo, Clara tuvo una visión, en la que se vio siendo juzgada delante
de Dios, "vio el infierno con todas las almas perdidas sin esperanza y el cielo con los santos,
gozando perfecta felicidad en la presencia de Dios. Vio a Dios en toda su majestad. Le reveló
cuan incondicionalmente fiel un alma debe ser a Él para vivir de verdad en El y con El. Al
recobrarse, resolvió "nunca pensar o decir algo que la separara de Dios". También decía: Si
Dios no me protegiera, sería la peor mujer en el mundo".
En el año de 1303 consiguió construir la Iglesia que tanto soñó, que no solamente
serviría al convento, pero también a la comunidad del pueblo. La primera piedra fue
bendecida en junio 24 de 1303 por el Obispo de Espoleto y ese día la Iglesia fue dedicada a
la Santa Cruz. Clara tuvo también la visión de Jesús vestido como un peregrino pobre. “Su
rostro agobiado por el peso de la cruz y su cuerpo mostrando los signos de un camino duro
cargando la cruz. Clara estaba de rodillas tratando de evitar que El siguiera caminando, y

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preguntándole Señor, ¿a dónde vas?”; Jesús le respondió: "He buscado en el mundo entero
por un lugar fuerte donde plantar firmemente esta Cruz, y no he encontrado ninguno". Clara
lo mira y toca la cruz, mostrando al Señor el deseo de tantos años de compartir su cruz. El
rostro de Jesús ya no estaba exhausto, sino brillando de amor y de gozo. Su viaje había
terminado. Él le dice: "Si Clara, aquí he encontrado un lugar para mi cruz; al fin encuentro
a alguien a quien puedo confiar mi cruz", y se la implantó en su corazón. El intenso dolor
que sintió en todo su cuerpo, al recibir la Cruz de Jesús en su corazón, permaneció con ella.
Desde ese primer momento, siempre estuvo consciente de la cruz, que no solamente sentía,
sino que la sentía con cada fibra de su ser. Él era parte de ella, su Amor Jesús y ella era una
en su Cruz.
"La vida de un alma es el amor a Dios", decía Clara. Ella oraba para que todo aquel
que ella conociera experimentara a Nuestro Señor Jesucristo, profundamente en su corazón.
Ella oraba, sufría y ardía de pasión, como lo hizo nuestro Señor, porque le había entregado
totalmente a Él su corazón. Debido a sus penitencias de tantos años, su cuerpo comenzó a
debilitarse y en Julio de 1308 ya no pudo levantarse más de su cama. El demonio la atacaba
incansablemente, tratando de hacerla sentir que ella era indigna de Dios; que Dios no la
encontraba agradable, que se había equivocado en todo lo que ella había dicho y hecho;
llevando así a la perdición a muchas almas. Pero con la fortaleza del Señor y su fe no cedió
a las insinuaciones del demonio.
En la noche de agosto 15, llamó a las monjas y les dejó su último testamento
espiritual:
"Yo ofrezco mi alma por todas ustedes y por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Sean bendecidas por Dios y por mí. Y oro, mis hijas, que ustedes se comporten bien y que
todo el trabajo que Dios me ha hecho hacer por ustedes sea bendecido. Sean humildes,
obedientes; sean tales mujeres, que Dios sea alabado siempre a través de ustedes".
Después de hablar, pidió el Sacramento de Extrema Unción. Cuando una hermana
estaba muriendo era la costumbre que cada hermana fuera e hiciera la señal de la cruz en la
frente. Cuando se lo estaban haciendo a ella, les dijo: "Porque me hacen el signo de la Cruz?
Yo tengo a Jesús crucificado en mi corazón".
El viernes 16 de agosto, en la tarde, Clara pidió que viniera su hermano Francisco.
Esa noche llegó y la encontró muy cansada; pero a la mañana siguiente, Clara parecía estarse
recuperando. Francisco se marchaba cuando dos hermanas lo llamaron y llevaron a ver a
Clara, que sentada en la cama, con el color del rostro encendido y sonriendo, parecía
completamente recuperada. Le dio a su hermano dirección espiritual, ya que ella era su
directora espiritual y maestra, hablando largamente con él. Un ambiente de gozo y
celebración comenzó a esparcirse por el convento, cuando Clara llamó a Fray Tomaso, el
capellán del convento, y le dijo: "Yo confieso al Señor y a usted todas mis faltas y ofensas",
y más tarde, decía a sus monjas: “Ahora ya no tengo nada más que decirles”. Ustedes están
con Dios porque yo me voy con El. Y se mantuvo así, sentada en la cama, sus ojos mirando
al cielo, sin moverse. Pasaron varios minutos y Francisco le tomó el pulso; mirando a las
hermanas, llorando les anunció que Clara había muerto.
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Murió el sábado 17 de agosto, de 1308, a las nueve de la mañana. Las monjas
inmediatamente prepararon el cuerpo de Clara para que todos pudieran verla. Primero le
quitaron el corazón y lo pusieron en una caja floreada de madera. La Misa funeral fue
celebrada el 18 de agosto. Esa noche, las hermanas abrieron el corazón de Clara para
prepararlo y ponerlo en un relicario, para su asombro, las palabras de Clara se hicieron vida;
delante de ellas estaban las marcas de la Pasión de Jesús.
Dentro del corazón estaba la forma perfecta de Jesús Crucificado, aún la corona de
espinas en la cabeza y la herida de la lanza en el costado. Además, hechos de ligamentos o
tendones, los flagelos usados en la flagelación, con las puntas mostrando las bolas de metal
con los huesos para desgarrar la carne y los huesos del Señor. La noticia de este milagro se
propagó inmediatamente.
Otro hallazgo fue el de 3 piedras dentro de su vejiga. Cuando las monjas investigaron
más, descubrieron que las 3 piedras, del tamaño de una nuez, eran perfectamente iguales en
tamaño, forma y peso. Todas pesaban lo mismo, una pesaba tanto como dos, dos como tres
y una como tres. Las hermanas interpretaron esto como un signo del amor tan grande que
Clara tenia hacia la Santísima Trinidad.
El cuerpo de Clara producía tal fragancia, que no pudieron enterrarla. Su cuerpo,
después de 700 años, nunca se ha descompuesto.
El proceso ordinario de la vida de Santa Clara, sus virtudes, sus revelaciones y
milagros atestiguados gracias a su intercesión después de su muerte, comenzó en 1309. El
proceso Apostólico llegó al Papa en 1328, pero su canonización en San Pedro, ocurrió el
ocho de diciembre de 1881, Fiesta de la Inmaculada Concepción.
En la Iglesia de la Santa Cruz en Montefalco se conserva hasta hoy el cuerpo
incorrupto de Santa Clara de Montefalco. Se pueden contemplar las reliquias de su corazón
con las marcas de la pasión y las tres piedritas de la vejiga.
En el jardín del monasterio (junto a la Iglesia), se encuentran unos árboles muy
valiosos. Resulta que Jesús se apareció a Santa Clara en el jardín con un callado, el cual le
pidió a Sta. Clara que lo sembrara. Ella le preguntó cómo hacerlo ya que no era una planta.
Jesús le dijo que igual que si fuera una planta. En obediencia, Sta. Clara siembra el callado y
de pronto se convierte en un árbol milagroso que dio frutos. La santa utilizaba sus semillas
para hacer rosarios con los que oraba por los enfermos y se sanaban.
Los descendientes del árbol milagroso aún están en el jardín del convento de
Montefalco. Las hermanas del convento, siguen hasta hoy, haciendo estos rosarios. Se
pueden adquirir en la tiendecita de la Iglesia.

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Santa Rita de Casia
Santa Rita nació en 1381 en Italia. Su casa natal
quedaba cerca del pueblito de Casia, a 40 millas de Asís, en
la Umbría, región del centro italiano. Aquella época era de
guerras, terremotos, conquistas, invasiones, rebeliones y
corrupción.
Sus devotos padres, Antonio Mancini y Amata Ferri,
eran analfabetos y conocidos como los “pacificadores de
Jesucristo” porque los llamaban para que apacigüen las
peleas entre vecinos. Ellos le enseñaron a Rita todo sobre el
Señor, la Virgen y los santos más conocidos. Santa Rita
nunca fue a la escuela, pero Dios le concedió la gracia de
leer milagrosamente.
Quiso ser religiosa toda su vida, pero sus padres, ya en edad avanzada, le escogieron
un esposo, Paolo Ferdinando, y ella aceptó en obediencia.
Su esposo demostró ser un bebedor, mujeriego y maltratador, pero Santa Rita se
mantuvo fiel y en oración. Tuvieron dos gemelos que sacaron el mismo temperamento del
papá. Tras 20 años de casados, el esposo se convirtió, Rita lo perdonó y juntos se acercaron
más a la vida de fe.
Antes de su conversión, el esposo tenía malas juntas. Una noche, él no llegó a casa y
Santa Rita sabía que algo había pasado. Al día siguiente fue encontrado asesinado.
Los hijos juraron vengar la muerte de su padre y la pena de Santa Rita aumentó más.
Ni sus súplicas los hacían desistir. La afligida mamá rogó al Señor que salvara las almas de
sus hijos y que tomara sus vidas antes de que se condenaran por la eternidad con un pecado
mortal. Ambos contrajeron una terrible enfermedad y antes de morir perdonaron a los
asesinos.
Más adelante, la Santa quiso ingresar con las hermanas agustinas, pero no se la
hicieron fácil porque no querían una mujer que había estado casada y por la sombría muerte
de su esposo. Ella se puso en oración y cierta noche se produjo un milagro.
Mientras dormía oyó que la llamaban tres veces por su nombre. Abrió la puerta y se
encontró con San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan el Bautista, de quien ella era
muy devota. Ellos le piden que los siga y después de recorrer las calles de Roccaporena, en
el pico del Scoglio, donde ella acostumbraba orar, sintió que la elevaban en el aire y la
empujaban suavemente hacia Casia.
Después se encontró arriba del Monasterio de Santa María Magdalena, allí cayó en
éxtasis y cuando volvió en sí estaba dentro del Monasterio. Las monjas agustinas ya no
pudieron negarle más el ingresar a la comunidad.

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Hizo su profesión religiosa ese mismo año (1417) y allí vivió 40 años de
consagración. Fue puesta a prueba con duras pruebas por las superioras. Como obediencia le
ordenaron regar todos los días una planta muerta. La planta llegó a ser una vid floreciente
que dio uvas que sirvieron para el vino sacramental.
En la cuaresma de 1443, fue a Casia un predicador que habló sobre la Pasión del
Señor. La reflexión tocó mucho a Santa Rita y a su retorno al monasterio pidió al Señor
participar de sus sufrimientos en la cruz. Recibió estigmas y las marcas de la corona de
espinas en la cabeza. A diferencia de otros santos con este don, las llagas en ella olían a
podrido y tuvo que vivir alejada de sus hermanas y la gente por muchos años.
Cuando quiso ir a Roma por el primer Año Santo, Jesús le quitó la estigma que tenía
en su cabeza mientras duró la peregrinación. Al regresar a casa, volvió a aparecer la estigma
y tuvo que aislarse nuevamente.
Los últimos años de su vida sufrió una grave y dolorosa enfermedad que la tuvo
inmóvil sobre su cama de paja por cuatro años. En este tiempo le mostraron una rosas que
brotaron prodigiosamente en su huertecito de Roccaporena y en pleno frío invernal. Ella
aceptó sonriente este signo como don de Dios.
Partió a la Casa del Padre en 1457. La herida de espina en su frente desapareció y en
su lugar apareció una mancha roja como un rubí, que tenía deliciosa fragancia. Fue velada en
la Iglesia por la gran cantidad de gente que fue a rendirle honores.
Nunca la enterraron, su ataúd de madera fue reemplazado por uno de cristal y su
cuerpo permanece incorrupto. El Papa León XIII la canonizó en 1900.
Las abejas de Santa Rita
Se dice que cuando era bebé, mientras dormía, abejas blancas se agrupaban en su boca
y allí depositaban la miel sin dañarla o hacerla llorar. Después de 200 años de su muerte en
el monasterio de Casia las abejas blancas surgían, cada año, de las paredes del monasterio
durante Semana Santa, permaneciendo hasta la fiesta de Santa Rita.
El Papa Urbano VIII pidió que le llevaran a Roma una de las abejas, le ató un hilo de
seda y la liberó. Luego se encontró a la abeja en su nido del monasterio de Casia (a 138
kilómetros de distancia). Los hoyos en la pared, donde las abejas permanecen hasta el
siguiente año, pueden ser vistos por los peregrinos.

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Santo Tomas de Villanueva
Gracias Señor por estos santos tan admirables.
El que ayuda al pobre, presta a Dios,
y Dios le recompensará (Proverbios).

Este inmenso predicador que fue llamado por sus oyentes


"el divino Tomás", nació en España en 1488 y su sobrenombre le
vino de la ciudad donde se educó y creció.
Sus padres no le dejaron riquezas materiales en herencia,
pero sí una herencia mucho más importante: un profundo amor
hacia Dios y una gran caridad hacia los demás.
Hizo sus estudios con gran éxito en la universidad de
Alcalá y en 1516 pidió y obtuvo ser admitido en la comunidad de
los padres agustinos, en Salamanca. En 1518 fue ordenado
sacerdote y luego fue profesor de la universidad. Poseía una
inteligencia excepcionalmente lúcida y un criterio muy práctico
para dar opiniones sobre temas difíciles. Pero tuvo que ejercitarse continuamente para
adquirir una buena memoria y luchar mucho para que las distracciones no le alejaran de los
temas que quería tratar.
Sentía una predilección especial por atender a los enfermos y repetía que cada cama
de enfermo es como la zarza ardiente de Moisés, en la cual se logra encontrar uno con Dios
y hablar con Él, pero entre las espinas de incomodidad que lo rodean.
Fue nombrado Provincial de los Agustinos Recoletos y en 1533 envió a América los
primeros Padres Agustinos que llegaron a México.
Frecuentemente mientras celebraba la Santa Misa o rezaba los Salmos, le sobrevenían
los éxtasis y se olvidaba de todo lo que lo rodeaba y sólo pensaba en Dios.
En esos momentos el rostro le brillaba intensamente.
Cierto día mientras predicaba fuertemente en Burgos contra el pecado, tomó en sus
manos un crucifijo y levantándolo gritó "¡Pecadores, mírenlo!", y no pudo decir más, porque
se quedó en éxtasis, y así estuvo un cuarto de hora, mirando hacia el cielo, contemplando lo
sobrenatural. Al volver en sí, dijo a la multitud que estaba maravillada: "Perdonen hermanos
por esta distracción. Trataré de enmendarme".
El emperador Carlos V le había ofrecido el cargo de arzobispo de Granada, pero él
nunca lo había aceptado. Entonces un día el emperador le dijo a su secretario: Escriba:
"Arzobispo de Valencia, será el Padre...", y le dictó el nombre de otro sacerdote de otra
comunidad. Cuando fue a firmar el decreto leyó que el secretario había escrito: "Arzobispo
de Valencia, el Padre Tomás de Villanueva". "¡Pero este no fue el que yo le dicté!", dijo el
emperador. "Perdone, señor" – le respondió el secretario. "Me pareció haberle oído ese
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nombre. Pero enseguida lo borraré". "No, no lo borre, dijo Carlos V, el otro era el que yo
pensaba elegir. En cambio, este es el que Dios quiere que sea elegido". Y mandó que lo
llamaran para dar el nombramiento.
Tomás se negó totalmente a obedecer al emperador en esto. El hijo del gobernante (el
futuro Felipe II) le rogó que aceptara, pero tampoco quiso aceptar. Solamente cuando su
superior de comunidad le mandó bajo voto de obediencia, entonces sí aceptó tan alto cargo.
Llegó a Valencia de noche, en medio de terrible aguacero, acompañado solamente
por un religioso de su comunidad. Pidió hospedaje de caridad en el convento de los Padres
Agustinos, diciendo que le bastaba una estera en el suelo para dormir (Cuando los frailes
descubrieron quién era él se arrodillaron a pedirle su bendición). Antes de posesionarse del
arzobispado hizo seis días de retiro de oración y penitencia en el convento. Quería empezar
bien preparado para su difícil oficio.
Al posesionarse de su cargo de Arzobispo, los sacerdotes de la ciudad le obsequiaron
4,000 monedas de plata para hospital diciendo: "los pobres necesitan esto más que yo. ¿Qué
lujos y comodidades puede necesitar un sencillo fraile y religioso como soy yo?".
Algunos lo criticaban porque usaba una sotana muy vieja y desteñida, y él respondía:
"Lo importante o es una sepultura. Lo importante es embellecer el alma que nunca se va a
morir".
El emperador Carlos V al oírle predicar exclamaba: "Este Monseñor conmueve hasta
las piedras". Y cuando estaba en la ciudad, el emperador nunca faltaba a los sermones de
Monseñor Tomás. Sus sermones producían cambios impresionantes en los oyentes, y aun
hoy día conmueven profundamente a quienes los leen. La gente decía que Tomás de
Villanueva era como un nuevo apóstol San Pablo, enviado por Dios para transformar a los
pecadores.
Lo que más le interesaba era transformar a sus sacerdotes. A los menos cumplidores
se los ganaba de amigos y poco a poco a base de consejos y peticiones amables los hacía
volverse mejores. A uno que no quería cambiar, lo llamó a su palacio y le dijo: "Yo soy el
que tengo la culpa de que usted o quiera enmendarse. Porque no he hecho penitencias por su
conversión, por eso no ha cambiado". Y quitándose la camisa empezó a darse fuetazos a sí
mismo hasta derramar sangre. El otro se arrodilló llorando y le pidió perdón y desde ese día
mejoró totalmente su conducta.
Dedicaba muchas horas a rezar y a meditar, pero su secretario tenía la orden de
llamarlo tan pronto como alguna persona necesitara consultarle o pedirle algo. A su palacio
arzobispal acudían cada día centenares de pobres a pedir ayuda, y nadie se iba sin recibir
algún mercado o algún dinero. Especial cuidado tenía el prelado para ayudar a los niños
huérfanos. Y en los once años de su arzobispado no quedó ninguna muchacha pobre de la
ciudad que en el día de su matrimonio no recibiera un buen regalo del arzobispo. A quienes
lo criticaban por dar demasiadas ayudas aun a vagos, les decía: "mi primer deber es no negar

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un favor a quien lo necesita, si en mi poder está el hacerlo. Si abusan de lo que reciben, ellos
responderán ante Dios".
A los ricos les insistía continua y fuertemente acerca del deber tan grave que cada uno
tiene de gastar en dar limosnas todo lo que le sobre, es vez de gastarlo en lujos y cosas
inútiles. Decía a la gente: "¿En qué otra cosa puedes gastar mejor tu dinero que en pagar tus
culpas a Dios, haciendo limosna? Si quieres que Dios oiga tus oraciones, tienes que escuchar
la petición de ayuda que te hacen los pobres. Debes anticiparte a repartir ayudas a los que no
se atreven a pedir".
Algunos le decían que debía ser más fuerte y lanzar maldiciones contra los que vivían
en unión libre. Él respondía: "Hago todo lo que me es posible por animarlos a que se pongan
en paz con Dios y que no vivan más en pecado. Pero nunca quiero emplear métodos agresivos
contra nadie". Si oía hablar de otro respondía: "Quizás lo que hizo fue malo, pero
probablemente sus intenciones eran buenas".
En septiembre de 1555 sufrió una angina de pecho e inflamación de la garganta.
Mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su casa. Hizo que le celebraran
la S. Misa en su habitación, y exclamó: "Que bueno es Nuestro Señor: a cambio de que lo
amemos en la tierra, nos regala su cielo para siempre". Y murió. Tenía 66 años.

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San Ezequiel Moreno
Ezequiel Moreno nació en Alfaro (La Rioja,
España), el 9 de abril de 1848. Siguiendo el ejemplo de
su hermano Eustaquio, el 21 de septiembre de 1864
vistió el hábito en el convento de los agustinos
recoletos de Monteagudo (Navarra) y tomó el nombre
de fray Ezequiel de la Virgen del Rosario.
En 1869, después de sus estudios de teología,
fue enviado a las islas Filipinas, tierras de sus sueños,
con 17 hermanos. Llegó a Manila el 10 de febrero de
1870. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de junio de
1871 y fue destinado enseguida a la isla de Mindoro,
con su hermano Eustaquio. Como capellán demostró su
celo apostólico en la colonia militar y sus anhelos
misioneros en la búsqueda de pueblos que no conocían
a Dios. Las fiebres le obligaron a volver a Manila. Poco
después fue nombrado párroco de Calapan y vicario
provincial de los agustinos recoletos de la isla de Mindoro; de 1876 a 1880 ocupó los cargos
de párroco de Las Piñas y de Santo Tomás en Batangas y de 1880 a 1885 ejerció los oficios
de predicador del convento de Manila, párroco de Santa Cruz y administrador de la
casahacienda de Imus.
El capítulo provincial de 1885 nombró a fray Ezequiel prior del convento de
Monteagudo, donde se modelaban les conciencias de los futuros misioneros. Terminado su
mandato de superior de ese convento, se ofreció como voluntario para restaurar la orden en
Colombia. Nombrado jefe de una expedición, partió de España a finales de 1888 con otros
seis religiosos voluntarios, llegando a Bogotá el 2 de enero de 1889. Su primer objetivo fue
restablecer la observancia religiosa en las comunidades.
En 1893 fray Ezequiel fue nombrado obispo titular de Pinara y vicario apostólico de
Casanare; recibió la ordenación episcopal en mayo de 1894. Habría preferido acabar sus días
en medio de sufrimientos y privaciones—como manifiesta en una de sus cartas—, pero Dios
lo había destinado a una misión más ardua y delicada. En 1895 fue nombrado obispo de
Pasto. Cuando se le comunicó la noticia, le vino a la mente una pregunta angustiante: “¿Me
habré hecho indigno de sufrir por Dios, mi Señor?”. En su nueva misión le esperaban
situaciones mucho más difíciles y amargas: humillaciones, burlas, calumnias, persecuciones
e incluso el abandono de parte de sus superiores inmediatos.
En 1905 se vio afectado por una grave enfermedad—cáncer en la nariz—, que le hizo
saborear hasta la última gota el cáliz del dolor. Los médicos le animaron a volver a Europa
para operarle, pero él se negaba a abandonar su grey. Aconsejado por los fieles y los
sacerdotes, en diciembre de aquel mismo año regresó a España para someterse a varias
operaciones. Con el fin de conformarse más con Cristo, rechazó la anestesia. Soportó las

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dolorosas operaciones sin un lamento y con una fortaleza tan heroica que conmovió al
quirurgo y a sus asistentes.
Sabiendo que estaba herido de muerte, quiso pasar los últimos días de su vida en el
convento de Monteagudo, junto a la Virgen. El 19 de agosto de 1906, después de de haber
padecido acérrimos dolores, con los ojos clavados en el crucifijo, entregó su alma al Señor.
Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975.
Fuente: http://www.fundacionsanezequiel.org.co/publicacion.php?id=63

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