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AMERICANO
Por Jorge Kohon. Los ferrocarriles de América Latina y el Caribe tienen poco más de 160 años de historia.
Revisarla desde su nacimiento hasta el día de hoy permite distinguir, en general, tres grandes etapas.
La primera corresponde al surgimiento de la actividad, cuando las nuevas líneas ferroviarias se
establecieron sobre la base de garantías de rentabilidad mínima sobre las inversiones realizadas (un 7%
anual era una rentabilidad habitual) por parte de capitales principalmente ingleses, franceses y
estadounidenses. La introducción del ferrocarril desplazó, de manera gradual pero continua, a las
alternativas de transporte terrestre predominantes por aquel entonces: el lomo de burro, las carretas de
bueyes, las largas caravanas de mulas y caballos. Fue una transformación radical en las sociedades y en
las economías: los viajes que se realizaban en 20 días se comenzaron a hacer en 20 horas. Los países
extendieron rápidamente sus redes (en 1910 México contaba con 24.000 kilómetros de líneas y Argentina
con 33.800).
Locomotora del primer ferrocarril de América del Sur, entre Lima y El Callao, 1851
La crisis de 1929 y la creciente competencia del automotor (en 1920 en Argentina había 2000 camiones,
pero en 1930 ya había 98.000) golpearon a la actividad. Principalmente en la década de 1940, las
corrientes políticas e ideológicas predominantes en América Latina condujeron a la estatización de la gran
mayoría de las concesiones y a la creación de las grandes empresas ferroviarias estatales, que marcaron
la actividad durante los siguientes 40 a 50 años: entre otras, Ferrocarriles Argentinos, la Red Ferroviaria
Federal (Brasil), la Empresa de los Ferrocarriles del Estado (Chile), Ferrocarriles Nacionales de México y
la Empresa Nacional de Ferrocarriles (Bolivia). Fueron empresas muy grandes en sus respectivos países,
difíciles de gestionar y controlar políticamente, orientadas a la “producción” (correr trenes) más que a los
mercados, los costos y la calidad de servicio. El más explícito de los indicadores en relación con sus
dificultades de gestión era la disponibilidad de tracción: de cada dos locomotoras funcionaba una y, la que
funcionaba, no era confiable. Esto es: no se sabía si habría de completar su viaje. Sin locomotoras, no hay
“producción” ferroviaria.
Esfuerzos verticales: Producidos por el peso propio del vehículo que circula en la vía
Los cuales deben ser considerados para el diseño de la vía y la envolvente máxima para el material
rodante.
Balanceo
Trepidación
Rebote
Galope
Serpenteo
Vaivén
Durmientes de Hormigon
• El durmiente de hormigón pretensado o postensado tiene una vida útil en servicio, superior al doble de
los de madera.
• Conserva a lo largo de toda la vía una notable constancia en sus condiciones físicas.
• La vía muestra una mayor resistencia a los desplazamientos en su plano.
• Se puede diseñar en la forma más conveniente para resistir los esfuerzos que habrá de soportar en
servicio.
• Su costo es un poco mayor que el durmiente de madera tratada.
• Para aislar eléctricamente los dos rieles es necesario usar piezas de aislación especiales.
• El manejo es más difícil a causa del peso elevado (más de 300 kg) y su relativa fragilidad.
Durmientes metálicos
• Debido a la escasez y alto precio de la Madera, en algunos países industriales se inició el estudio y
construcción de durmientes metálicos. Se estudió especialmente la forma del durmiente para obtener
una buena área de apoyo y una buena resistencia al desplazamiento longitudinal y transversal.
• Estos durmientes son habitualmente de tipo monobloque y su perfil, ya definido por la experiencia, tiene
forma de artesa.
• Los durmientes metálicos no tienen mucho uso en la actualidad, y se utilizan sólo en aplicaciones
especializadas.
• Los durmientes metálicos se confeccionaron inicialmente en acero y en fundición, pero estos últimos
son muy frágiles y no dieron resultados aceptables, por lo que se dejaron de utilizar.