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El doctor Winters salió de la minúscula estación de auto- Entró en el edificio de los juzgados por una puerta
buses de la Greyhound a medianoche y se encontró en una lateral. Sus tacones resonaron en el linóleo del pasillo. Una
calle que olía a pinos y al río, aunque la calle estaba situada puerta situada al final, sobre la que estaba escrito NA-
en el corazón del pueblo. Pero, claro, el pueblo sólo conta- TE CRAVEN, SHERIFF DEL CONDADO, se abrió bastante antes
ba con cinco calles de importancia, y éstas se extendían de que llegara a ella, y su amigo salió de la habitación para
apenas unos dos kilómetros a lo largo de la cañada. Por lo recibirle.
más hondo de esa cañada corría el río, y su rugir apagado
—Maldita sea, Carl, sigues estando tan delgado
fluía, perfectamente nítido, por entre las orillas formadas
que te podrían usar como látigo. Dame eso. Se te ve dema-
por los oscuros escaparates. En la ventana de la estación se
siado sano. No te hace falta tanto ejercicio.
veía brillar la única luz, con excepción de un reloj lumino-
so que se encontraba varias puertas más allá, y un pequeño La maleta colgaba de su mano como si no pesara
neón que anunciaba una cerveza a dos manzanas de distan- nada, sin hacer que sus hombros de toro se inclinaran en lo
cia. Cuando hubo recorrido unos pocos metros, el doctor más mínimo. Pese al reproche que había implícito en sus
Winters dejó su maleta en el suelo, se metió las manos en palabras, no tenía demasiada barriga para un hombre de su
los bolsillos y contempló las estrellas, parecidas a un mon- edad y talla. Su rostro estaba tallado en toscas líneas, y la
tón de guijarros, en el negro golfo del cielo. masa formada por la frente, la nariz y la mandíbula hacía
que sus ojos verdes parecieran pequeños, hasta que uno se
—Una aldea de montaña…, un pueblo minero —
fijaba en ellos y sentía la tensa penetración de su inteligen-
dijo—. Estrellas. No hay luna. Estamos en Bailey.
cia. Llenó hasta la mitad dos tazas con una jarra de café
Hablaba con su cáncer. El cáncer se hallaba situa- que había sobre la mesa, y luego completó la ración con
do en su estómago. Desde que conoció su existencia, había bourbon de una botella que sacó de su escritorio. Cuando
llegado a desarrollar esta irónica costumbre de comunicar terminaron de beber, también habían acabado de intercam-
con él. Pretendía mostrarse cortés hacia su huésped no biar noticias sobre sus amigos mutuos. El sheriff sirvió otra
invitado, la Muerte. No le encontraría grosero ni hosco, ronda, y fue tomando sorbos de su taza en un silencio que,
pues ello haría que su victoria fuera absoluta. Claro que, evidentemente, era el preludio a una conversación sobre el
por supuesto, su victoria sería absoluta, con o sin sus iro- trabajo que les esperaba.
nías.
—Dicen que la justicia es dura —suspiró—. Aho-
Cogió su maleta y siguió andando. El resplandor ra lo he visto. Uno de esos…, esos pacientes tuyos sobre
de las estrellas convertía en débiles espejos la negrura de los cuales tendrás que trabajar… Era un asesino. A decir
los escaparates, y le mostraba al hombre que iba pasando verdad, la palabra «asesino» no explica ni la mitad de lo
ante ellos: delgado como una lagartija, el pelo blanco (a los que hizo. Podrías afirmar que él tuvo lo que se merecía al
cincuenta y siete), un hombre que viajaba para encargarse ser ejecutado en esa explosión. Sí, maldita sea, fue un acto
de los asuntos de la muerte, llevando dentro de él su propia de justicia. Pero en cuanto a los otros nueve, la cosa fue
muerte e, incluso, transportando en su maleta el vestuario bastante dura. Y el asunto no termina con su muerte, no…
de la muerte, pues la maleta —dejando aparte su equipo ¡Ese jefe tuyo, ese maldito besaculos! Se romperá la espal-
médico y unos parcos artículos necesarios para él— estaba da intentando tocarse los pies con cada reverencia que hace
llena de bolsas para cadáveres. El sheriff le había contado a la Mutua Fordham. ¿Qué parte te ha contado?
por teléfono los arreglos improvisados que se habían hecho
—Supongo que te refieres al muy estimable foren-
con los cadáveres, y el forense había cogido esas bolsas,
se Waddleton del condado de Fordham. —El doctor Win-
colocándolas en su maleta con una amarga diversión,
ters hizo una pausa para beber de su taza y, con una delica-
comprobando la anchura de la última ante el espejo, enci-
da dilatación de sus fosas nasales, comunicó todo el dis-
ma de su propio pecho, igual que una mujer juzgaría un
gusto, desprecio y diversión que había sentido en sus
vestido antes de ponérselo, y diciéndole a su cáncer: «¡Oh,
cuatro años como patólogo en el departamento de Waddle-
sí, hay espacio más que suficiente para los dos!».
ton. El sheriff se rió—. De las palabras del forense rara vez
La maleta pesaba, y el forense se detenía a menu- se puede sacar una imagen clara —siguió diciendo el
do para descansar y mirar al cielo. ¡Qué trabajo para hacer- doctor—. Tomó tu nombre en vano. De forma tan enérgica
lo de noche, hurgando por entre despojos carentes de alma, como repetida. Tales expresiones fueron las primeras
los ojos clavados en la tierra bajo ese techo de estrellas! frases con que abordó el asunto. Luego, se dedicó a desa-
Habían hecho falta cinco días para sacarlos. El equinoccio rrollar el tema de la estricta responsabilidad que nuestro
de otoño ya había pasado, pero el tiempo había seguido departamento le debe a la letra de la ley y, en particular, a
siendo cálido. Y, sin duda, a tales profundidades todavía lo la ley de compensaciones a los trabajadores. Los beneficios
sería más.
por razón de muerte deben ir sólo a quienes dependieran de suya, y las llenó hasta las dos terceras partes de su capaci-
los difuntos, cuya muerte tenga lugar por causa directa de dad con bourbon, añadiendo luego un poquito de café en la
su trabajo, no meramente en el curso de éste. Las víctimas del forense. Los dos amigos se miraron fijamente, sin
de un ataque cometido por un maníaco, aunque mueran en parpadear, como dos jugadores de póquer que se encuen-
su trabajo, no tienen por qué dar derecho a compensacio- tran en la mano decisiva de la partida. El sheriff bajó la
nes legales. Luego estuvimos meditando sobre la trágica vista hacia su taza y tomó un sorbo de ella.
injusticia sufrida por una compañía de seguros (cualquier —In locem mortis. ¿Qué quiere decir exactamente
compañía de seguros), que debe pagar a personas que todo eso?
carecen de todo derecho a ello, únicamente por la incom-
—En el lugar de la muerte.
petencia y laxitud de los funcionarios que han realizado la
investigación. Tu nombre apareció de nuevo. —Oh. ¿Quieres un poco más?