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Superhéroes:

mitología moderna
Christian Bronstein
Contenido
Prólogo ............................................................................................................................................... 2
I: Mitos y viñetas ............................................................................................................................... 6
II: El nacimiento del superhombre ............................................................................................... 12
III: El héroe solar............................................................................................................................. 16
IV: El camino del héroe ................................................................................................................. 22
I. Superpoderes .......................................................................................................................... 23
II. Identidad secreta: el arquetipo de La Máscara. ................................................................ 23
III. Uniforme distintivo y perfección anatómica. .................................................................... 24
IV. Sentido de Justicia y Sistema de Valores: ....................................................................... 25
V: Batman, el héroe en la sombra ............................................................................................... 28
I. La luz y la sombra ................................................................................................................... 28
II. El superhéroe trágico ............................................................................................................ 30
III. El arquetipo de La Sombra .................................................................................................. 30
IV. La Transformación Chamánica: ......................................................................................... 31
VI: El retorno de los dioses ........................................................................................................... 34
Fuentes: ........................................................................................................................................... 39

1
Prólogo

Chris Claremont, el clásico guionísta de los X-Men de los 80, fue el primero
en decirlo: “los superhéroes quizá son la mitología de Estados Unidos, cuyos
héroes —David Crekett, Buffalo Bili, G. A. Custer— y gestas más antiguas no
tienen mas de 200 o 300 años”

“Los superhéroes - explicó Claremont -


aparecieron con la Gran Depresión. Antes
existía otro tipo de comic, Little Nemo, Crazy
Cat, humor y aventuras de gente normal.
Luego, a la gente le comenzó a fascinar la
idea de que hubiera alguien más grande, más
fuerte, que hiciera cosas maravillosas. Clark
Kent (Superman), salía de la multitud y era la
gran expresión de la Democracia. El
superhéroe fue una respuesta fantástica a la
realidad”. Claremont consideró que la
pervivencia del género y la continuidad del
éxito del superhéroe se deben probablemente
a que “Estados Unidos no tiene una mitología
propia. Escandinavia tiene sus sagas y
leyendas, Germania su épica, España tiene al
Cid. Nosotros no tenemos héroes mitológicos,
nuestros héroes son muy jóvenes aún”. El
guionista señaló también que los superhéroes
pueden actuar como un factor de cohesión
social en Estados Unidos, “país en el cada 20 años parece producirse una nueva
oleada de inmigración”. El equipo de Marvel, según Claremont, intentaba introducir
constantemente personajes heroicos, dioses, semidioses y mitemas de otras
culturas en las publicaciones del grupo. Quizá el caso más claro sea el de Thor,
serie protagonizada por el dios nórdico y en la que intervienen todos los otros
seres de Asgard, el Olimpo escandinavo.

Las historias de superhéroes, una de las formas más actuales del relato
heroico, no han cejado en su influencia desde que el primero de ellos, Superman,
viera su aparición en Action Comics hace ya más de setenta años. Desde
entonces, los héroes enmascarados, dotados de poderes celestiales y armados de
elevadas virtudes morales, no han dejado de vivir aventuras interminables tanto en
la imaginación de la sociedad moderna como en prácticamente todas las formas
de representación estética: historieta, animación, cine, radio, televisión, teatro,
2
incluso literatura, y su notable influencia como fenómeno cultural no parece
estar disminuyendo con el tiempo, sino por el
contrario, parece estar creciendo. Hoy en día,
los superhéroes parecen estar más vivos que
nunca, sino tanto en las clásicas viñetas que
los vieron nacer como en el cine,
cuyas adaptaciones se han convertido, en los
últimos años, e n la mayoría de los estrenos
cinematográficos más taquilleros del mundo,
convocando al público de todas las edades
para presenciar sus aventuras durante
múltiples secuelas.

¿Podemos afirmar que semejante


influencia se explique meramente por los
rasgos actuales de la cultura moderna,
enajenada por el consumo de productos
visuales sorprendentes, por el escape al
mundo de la fantasía y del espectáculo sin
sentido? ¿O deberíamos suponer que la
relevancia de estos personajes y estas figuras
es tal porque tienen un sentido para nosotros? Guillermo del Toro, responsable de
las dos adaptaciones cinematográficas de Hellboy, sostiene algo muy similar a
esto: “El mundo necesita una nueva mitología, y ésa es la de los superhéroes (…)
Hay una demanda de una mitología fresca y aceptable para los jóvenes.
El superhéroe representa al Aquiles, al Héctor de nuestros días”. Para el
realizador, “éste es un período política y humanamente muy desconcertante, en el
que se ha producido un serio retroceso en la línea ética de la humanidad como
especie y se requiere de un replanteamiento de la existencia en términos
heroicos”. El hecho de que aparezcan cada vez más películas de superhéroes no
se debe a una falta de imaginación, sino a “la necesidad de crear ficción en un
mundo que progresivamente se olvida del aspecto espiritual, que no cree en la
magia ni en las cosas abstractas y sólo en lo material y en lo inmediato”.

En su libro Apocalípticos e Integrados, Umberto Eco alude a las


connotaciones mitológicas de los comics de superhéroes y analiza las estructuras
narrativas a través de las cuales esta forma moderna “del mito” se ofrece al
público mensualmente. Eco haya en esta estructura lo que diferencia los
superhéroes del comic frente a los héroes de los antiguos relatos antiguos míticos.
El comic sería entonces “un nuevo tipo de mito que deja de lado la tradición oral
para valerse de las ediciones mensuales, correspondiendo estas con la

3
combinación de drama, suspenso y aventura necesaria para que sus héroes
o antihéroes transiten peripecias, y el lector se entregue una y otra vez a las
desventuras de sus personajes predilectos.”

Pero, ¿qué es exactamente un


mito? Casi todos los mitólogos coinciden
en definirlo como un relato oral cuya
finalidad era dar sentido al mundo de los
pueblos antiguos. Sin embargo, la
psicología junguiana ha puesto al
descubierto como los mismos motivos
esenciales de los mitos ancestrales
siguieron apareciendo en los sueños y en
el arte de todas las culturas, hasta
nuestros días. A estos motivos
esenciales, Carl Gustav Jung denominó
arquetipos. Según la teoría jungiana, los
arquetipos, raíces de los mitos y de
la psique humana, se han
seguido representando a lo largo de los
tiempos, a veces con sofisticadas vestiduras, pero siempre revistiendo un mismo
núcleo de sentido.

Siguiendo con esto, podríamos decir que desde el punto de vista de la


psicología arquetípica, los mitos no son meramente esos relatos de tiempos
primitivos y supersticiosos que hoy en día consumimos raramente como piezas de
ficción: un “mito” es todo relato que posee una profunda significación simbólica
para la consciencia. Los mitos, así como los sueños, son la expresión vital del
inconsciente colectivo. El poder del mito reside precisamente en
la significación simbólica que contiene, en su capacidad de dar sentido a nivel
colectivo. Un mito es, diría Jung, el resplandeciente disfraz de un arquetipo.

Si bien están estructurados por medio de un lenguaje y un sistema


de significación social distinto, existen muchas razones para sostener que los
relatos de superhéroes, ya sea a través del comic o de otros medios, expresan, en
esencia, los mismos temas arquetípicos que los mitos más antiguos han venido
expresando desde antes de la existencia de la palabra escrita. No es una audacia
suponer que el simbolismo arquetípico de los superhéroes es a fin de cuentas lo
que hizo que lleguen a ser tan populares y que de a poco hayan ido abriéndose
camino más allá de las páginas de las historietas y convertido, en el mundo de la

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imagen y de los productos culturales, en una forma colectiva de mitología
moderna.

Al igual que el mito, que se va


constituyendo con diferentes versiones
contadas de la misma historia, que va
mutando y cambiando pero siempre
manteniendo su motivos esenciales, esto
ha tenido lugar también en los personajes
del comics, muchos de los cuales han ido
desarrollándose y adquiriendo el carácter
de cada época, llegando
a redescubrirse y reinventarse a sí mismos,
como si, en palabras del
mitólogo Joseph Campbell, “la fuerza
germinal de su fuente” fuera inagotable.
Desde sus versiones más sencillas,
ingenuas o infantiles hasta las que han
expresado temas de gran complejidad y profundidad humanos,
los superhéroes han desafiado los prejuicios de su género y se han abierto camino
a la consciencia popular por la propia fuerza de su valor simbólico. La última
película de Batman, The Dark Knight, de Christopher Nolan, ha entrado en la lista
de films que más dinero han recaudado en la historia del cine, y ha sido aclamada
de manera general tanto por el público como por la crítica como una autentica
“tragedia moderna”, elevando el listón para las futuras representaciones de estos
personajes, demostrando que sus elementos esenciales siguen siendo
tan significativos hoy para nosotros como lo fueron ayer y como probablemente lo
serán siempre.

5
I: Mitos y viñetas

“La psicología analítica nos ha enseñado que los mitos son las historias del
alma. Si queremos comprender la psique occidental, tenemos que estudiar sus
mitos.”

—Patrick Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos.

La primera entrega de la serie que explora la reaparición de los arquetipos,


surgiendo desde el inconsciente colectivo, en la figura de los superhéroes. Mitos
modernos, dioses que habitan la psique y que ahora son parte de la cultura pop.

¿Quién no ha sentido nunca una emoción


profunda al participar como lector o espectador
(a través de la literatura, el cine, el teatro o la
televisión) de un relato heroico? ¿Quién, ante
esas dramáticas representaciones épicas, no se
ha sentido nunca transportado por su eco
reverberante hacia las ondas distancias del mito
y de los ideales más altos? ¿Quién no se ha
identificado nunca con ese héroe, multifacético y
perseverante, que bajo todas las formas de la realidad y la ficción, vuelve una y
otra vez para inspirarnos?

La figura del héroe, ese individuo extraordinario y semi-divino que lleva a


cabo extraordinarias hazañas dotado de virtudes y poderes superiores a los de los
simples mortales, es una constante histórica en todas las culturas. Sus primeras
historias vivientes, los registros extraordinarios de sus
hechos, se remontan a la era mitológica. Zeus,
Heracles, Sansón, Aquiles y Lancelot son algunos de
los nombres más conocidos que este héroe universal
ha llevado desde la lejana era del mito y la leyenda.

Para la mentalidad mítica, pre-lógica y pre-


filosófica, el mito no era concebido como una
expresión artística del pensamiento o el sentimiento
humano ni como una fábula ni como un género de la
literatura oral. Como señaló el psicólogo analítico
Wolfgang Giegerich: “el hombre no se había vuelto
aún un hombre psicológico, no había sitio para la
creencia o la fe en lo que los mitos cuentan. El mito
era inmediatamente la verdad de la naturaleza y la

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vida, era el conocimiento de la naturaleza.” En tanto el hombre de las culturas
orales no consideraba a su psique como separada de la naturaleza, el mito no era
considerado una creación humana y subjetiva, era objetivamente la voz de la
naturaleza expresándose a través de los hombres. Porque, en las poéticas
palabras del mitólogo Joseph Campbell: “los símbolos de la mitología no son
fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son
productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo la fuerza
germinal de su fuente.”

No fue hasta la invención de la escritura que las mitologías orales


comenzaron a “registrarse” y sistematizarse, convirtiéndose en obras narrativas
definidas, propias de un autor. Los mitos siguieron recreándose a partir de la épica
y el teatro, pero su estatus de “verdad” objetiva fue siendo gradualmente sustituido
por la filosofía racional. La introducción del nuevo medio de comunicación basado
en el ordenamiento y la abstracción (la escritura), favoreció el surgimiento
paulatino de una nueva forma de pensar: el Logos. La escritura daría lugar a la
lógica, las matemáticas y la ciencia empírica, desplazando poco a poco al mito
como sistema de significación colectiva.

Para la antropología clásica del siglo XIX, el “mito” como tal se extinguió
cuando la mentalidad mítica de las culturas orales fue reemplazada por la
mentalidad filosófico/racional de las culturas basadas en la escritura. Sin embargo,
los estudios sobre hermenéutica simbólica encabezados principalmente por Carl
Gustav Jung y Mircea Eliade durante la primera mitad del siglo XX comenzaron a
revelar un enfoque muy diferente sobre el mito. La razón de que los relatos míticos
e imaginativos nunca hayan dejado de representarse a la consciencia humana a
pesar del desarrollo de la filosofía y de la ciencia, comprendió Jung, residía en que
existe en estos relatos un valor simbólico – no
literal – que constituye un alimento indispensable
para la cultura. Fundamentalmente, la psicología
junguiana había puesto al descubierto como los
motivos esenciales de los mitos ancestrales
constituían una serie de núcleos de sentido
recurrentes que de ningún modo habían agotado
sus representaciones en el mito primordial, sino
que han seguido manifestándose como motivos
esenciales de todas las expresiones humanas, de
todas las culturas y de todos los tiempos, tanto en
la religión, como en la literatura, tanto en la
filosofía como en los sueños del hombre moderno.
A estos motivos esenciales, Jung denominó

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arquetipos, las estructuras o moldes simbólicos fundamentales de la psique.

Aunque los arquetipos en sí mismos son irrepresentables, se manifiestan en


la cultura a través de símbolos (imágenes y mitos) cambiantes, vistiéndose con la
imaginería de la época y de la psique individual en la que emergen. El mito es, así,
la versión narrativa de un símbolo arquetípico. Esto es, todo relato que posea una
profunda significación simbólica para la consciencia. El poder del mito reside
precisamente en la significación simbólica que contiene, en su capacidad de
resonar en nosotros emocionalmente, de dar sentido a nivel colectivo. Un mito es,
diría Jung, el resplandeciente disfraz de un arquetipo.

A través de sus imaginativas fantasías, el mito está expresando


metafóricamente las realidades arquetipales de la psique, así como las dramáticas
relaciones arquetipales que son significativas para la cultura y el momento
histórico en que este se manifiesta y cobra forma. Pues es la existencia de estos
arquetipos lo que hace que las fantasías más inverosímiles del mito sean sin
embargo significativas para nuestra consciencia, ya que el arquetipo convierte a
todo mito y a toda mitología en símbolos de una realidad interior, metáforas de una
realidad psíquica. La psicoterapeuta junguiana Francis Vaughan definió a los mitos
como “sueños colectivos que reflejan la condición humana” (Sombras de lo
Sagrado, 1996). En otras palabras, imágenes del alma.

Por esta razón, como explicó Campbell, estos sistemas míticos de


significación colectiva que antes se manifestaban en la consciencia, al ser
reemplazados por la forma lógica de ver el mundo, no fueron, de hecho, anulados,
sino que siguieron manifestándose en el inconsciente, que es su matriz y su
fuente, tomando forma en los sueños del ser humano, y manifestándose en su
vida consciente a través de su expresión estética y simbólica: el arte. El
surgimiento de conceptos seculares tales como “poesía”, “literatura” y “ficción”
serían metáforas sociales aceptables para seguir expresando y recreando
simbólicamente los motivos arquetipales del inconsciente de una forma que fuera
admisible para el literalismo de la consciencia racional, al que tan difícil le es
comprender y aceptar las realidades simbólicas de la psique. Vistos bajo esta luz,
los mitos dejan de ser, como los imaginó la antropología clásica, esos relatos de
tiempos primitivos y supersticiosos que hoy en día consumimos raramente como
piezas de ficción para revivir en nuestra consciencia como un autentico y
resplandeciente panteón de símbolos.

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Uno de los arquetipos principales
descubiertos por Jung es el del Héroe, y una
de sus manifestaciones mitológicas más
populares de los últimos setenta años es la
de los superhéroes. Las historias de
superhéroes no han dejado de multiplicarse
desde que el primero de ellos, Superman,
viera su aparición en Action Comics en
1938. Desde entonces, los héroes
enfundados en llamativas vestimentas, dotados de poderes celestiales y armados
de elevadas virtudes morales, no han dejado de vivir aventuras interminables tanto
en la imaginación de la sociedad moderna como en prácticamente todas las
formas de representación estética: historieta, animación, cine, radio, televisión,
teatro, incluso literatura, y su notable influencia como fenómeno cultural no parece
estar disminuyendo con el tiempo, sino por el contrario, parece estar creciendo.
Hoy en día, los superhéroes parecen estar más vivos que nunca, sino tanto en las
clásicas viñetas que los vieron nacer como en el cine, cuyas adaptaciones se han
convertido, en los últimos años, en la mayoría de los estrenos cinematográficos
más taquilleros del mundo, convocando al público de todas las edades para
presenciar sus aventuras durante múltiples secuelas.

Chris Claremont, el clásico guionista de los X-Men de los 80, fue el primero
en decirlo: “los superhéroes quizá son la mitología de Estados Unidos, cuyos
héroes -David Crokett, Buffalo Bili, G. A. Custer- y gestas más antiguas no tienen
más de 200 o 300 años. Estados Unidos no tiene una mitología propia.
Escandinavia tiene sus sagas y leyendas, Germania su épica, España tiene al Cid.
Nosotros no tenemos héroes mitológicos, nuestros héroes son muy jóvenes aún”.

Sin embargo, si los superhéroes tuvieron sus cunas en el gran país del
norte, su influencia pronto se trasladaría con fuerza prácticamente a todo
Occidente, sin perder su poder de fascinación en otras regiones y contextos.
¿Podemos afirmar que semejante influencia se explique meramente por el
imperialismo cultural norteamericano o por los rasgos actuales de la cultura
moderna, enajenada por el consumo de productos visuales sorprendentes, y por el
escape al mundo de la fantasía y del espectáculo sin sentido? ¿O deberíamos
suponer que la relevancia de estos personajes y estas figuras es tal porque tienen
un sentido para nuestra cultura, porque, pese a todos sus simbolismos locales,
parecen resonar en una universalidad de contextos?

9
Guillermo del Toro, responsable
de las dos adaptaciones
cinematográficas de Hellboy, sostiene
algo muy similar a esto: “El mundo
necesita una nueva mitología, y ésa es
la de los superhéroes… Hay una
demanda de una mitología fresca y
aceptable para los jóvenes. El
superhéroe representa al Aquiles, al
Héctor de nuestros días”. El hecho de que aparezcan cada vez más películas de
superhéroes no se debe, sostiene del Toro, a una falta de imaginación, sino a “la
necesidad de crear ficción en un mundo que progresivamente se olvida del
aspecto espiritual, que no cree en la magia ni en las cosas abstractas y sólo en lo
material y en lo inmediato… Este es un período política y humanamente muy
desconcertante, en el que se ha producido un serio retroceso en la línea ética de
la humanidad como especie y se requiere de un replanteamiento de la existencia
en términos heroicos”.

A los ojos de la psicología arquetipal, podríamos decir que el mito del


superhéroe, con una subjetividad cultural en parte norteamericana y en parte
intrínsecamente posmoderna y transcultural, se presenta actualmente como el
símbolo más fuerte del arquetipo del héroe. No es una audacia suponer que el
simbolismo arquetípico de los superhéroes es a fin de cuentas lo que hizo que
lleguen a ser tan populares y que de a poco hayan ido abriéndose camino más allá
de las páginas de las historietas y convertido, en el mundo de la imagen y de los
productos culturales, en una forma colectiva de mitología moderna.

Al igual que el mito, que se va


constituyendo con diferentes versiones contadas
de la misma historia, que va mutando y
cambiando pero siempre manteniendo su
motivos esenciales, esto ha tenido lugar también
en los personajes del comics, muchos de los
cuales han ido desarrollándose y adquiriendo el
carácter de cada época, llegando a redescubrirse
y reinventarse a sí mismos, como si, en palabras
del mitólogo Joseph Campbell, “la fuerza
germinal de su fuente” fuera inagotable. Desde
sus versiones más sencillas, ingenuas o infantiles hasta las que han expresado
temas de gran complejidad y profundidad humanos, los superhéroes han

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desafiado los prejuicios de su género y se han abierto camino a la consciencia
popular por la propia fuerza de su valor simbólico. La última película de Batman,
The Dark Knight, de Christopher Nolan, ha entrado en la lista de films que más
dinero han recaudado en la historia del cine, y ha sido aclamada de manera
general tanto por el público como por la crítica como una auténtica “tragedia
moderna”, elevando el listón para las futuras representaciones de estos
personajes, demostrando que sus elementos esenciales siguen siendo tan
significativos hoy para nosotros como lo fueron ayer y como probablemente lo
serán siempre.

En la segunda parte de este ensayo exploraremos la estructura simbólica


del arquetipo del héroe, y veremos cuan plenamente esta se actualiza en los
modernos relatos de superhéroes partiendo del primero de todos ellos, padre y
modelo de la extensa cadena de héroes y heroínas que vendrían detrás de él:
Superman, el Hombre de Acero.

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II: El nacimiento del superhombre

Segunda parte de la serie


que analiza los comics y los
superhéroes desde la perspectiva
de los arquetipos jungianos:
Superman como una nueva
encarnación del héroe (y dios)
solar, ahora bajo un uso (mito)
político

El arquetipo del héroe, nos dice el psicólogo analítico Eric Neumann, es el


arquetipo de la consciencia, y uno de sus mi temas o manifestaciones históricas
fundamentales es el del llamado “héroe solar”.

El mito del héroe solar, aquel


que enfrenta y vence al dragón (la
Gran Madre mítica), trayendo orden al
mundo, es análogo al desarrollo de la
consciencia, ya que describe el pasaje
de las culturas matriarcales al orden
patriarcal del mundo. En las culturas
matriarcales, cuando la individualidad
estaba fundida y subsumida con su
grupo social, con su propio cuerpo y
con su entorno, la figura del héroe
mítico aparece como el impulso auto-trascendente de la psique por conquistar la
consciencia de si misma. El mito del héroe solar es, de este modo, el mito de la
consciencia colectiva abriéndose camino frente a las fuerzas regresivas de lo
inconsciente, objetivándose del tejido de la naturaleza y del cuerpo, y
constituyéndose como un yo (ego). Esta la razón de que su apelativo sea “héroe
solar”, ya que su presencia trae la luz (la consciencia, el orden, los valores
sociales, “el bien”) de las sombras de la noche (lo inconsciente, el caos, “el mal”),
de la cual emerge triunfante. En períodos de confusión social, crisis y oscuridad, el
héroe solar emerge como salvador del grupo colectivo.

12
La figura mítica del superhéroe también surgió,
como una nueva síntesis imaginativa de elementos
simbólicos, de un profundo período de crisis cultural. En el
año 1929 la caída del sistema bancario estadounidense
golpeó los mercados mundiales sumiendo a la sociedad
moderna en una profunda crisis financiera. Desempleo,
hambre, caos e incertidumbre serían los signos de un
extenso período que fue denominado “Gran Depresión” y
se extendería durante una década, hasta finales de los
años 30. Una profunda desesperanza y una ruptura del
optimismo económico que predominaba hasta entonces
parecieron apoderarse del mundo occidental.

Durante esta misma época, sin embargo, la historieta popular comenzó a


crecer en EE.UU. a pasos agigantados. Los llamados “comic-books”, plagados de
historias fantásticas de aventuras, misterio y ciencia ficción, comenzaron a
multiplicarse. Deudores, por su temática, de las revistas pulp del primer tercio del
siglo XX, los comic-books se convirtieron pronto en un importante fenómeno
comercial, acaso como una respuesta a la necesidad colectiva de fantasía y de
símbolos heroicos frente a la oscura perspectiva que el mundo real presentaba.
“No es casual que el período que va desde el “crash” de 1930, pasando por los
años sangrientos de la revolución española, hasta el comienzo de la segunda
guerra mundial, coincida con la aparición de Superman, Batman, Capitán Marvel”
(Masotta, La Historieta en el Mundo Moderno, 1970).

Como una suerte de continuidad y


transformación de los personajes heroicos del pulp, el
comic fue dando origen a sus propios héroes: el clásico
detective Dick Tracy, el héroe espacial Buck Rogers y,
posteriormente, Flash Gordon, fueron los primeros
personajes más populares del medio, y que sirvieron
como modelo para posteriores tipos heroicos. La
aparición de “El Fantasma” en 1936, justiciero
enmascarado dedicado a combatir la piratería en una
isla paradisíaca, disfrazado con un vistoso uniforme
distintivo (una mezcla entre Tarzán y el Zorro) fue sin
lugar a dudas la principal influencia estética de todo un
género que nacería solo dos años después con la
aparición de su personaje más emblemático:
“Superman”.

13
Como personaje, Superman sin duda ha
trascendido los límites del comic-book y su lugar como
icono de la cultura popular estadounidense para pasar a
ser una figura arquetípica de la imaginación moderna. A
más de 70 años de su primer aparición en el histórico
Action Comics Nº1, puede afirmarse, sin temor a
equivocarse, que prácticamente no hay nadie, al menos
en la cultura occidental, que no reconozca siquiera su
imagen. Hoy en día, Superman es un personaje tan
universal como Zeus, El Quijote, Frankenstein o
Blancanieves. Sin duda alguna, y más allá de su
explotación visual y comercial, tenemos que admitir que
son en gran medida las características propias del personaje, su resonancia
simbólica, lo que han impactado profundamente en la consciencia del hombre
moderno, instalándolo plenamente en el imaginario colectivo de la cultura de
masas.

El propio nombre del personaje, “Super-man”, no es casual, sino más bien


paradigmático de todo un momento histórico. En realidad, el apelativo no sería
inventado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938 (los creadores del personaje),
sino que ya existía desde mucho antes. En 1885, el filósofo Friedrich Nietzsche
escribió su famosa obra Así hablo Zarathustra, en donde popularizó el concepto
de un “übersmench”, un super-hombre. Criticando la sumisión del hombre a los
dogmas religiosos y a los autoritarismos del Estado, Nietzche afirmaba que el
hombre debía ser superado, dando lugar a un “super-hombre”, un hombre
constituido ante sí mismo como el único ser supremo, un hombre ideal y
revolucionario que atestigüe su condición heroica afirmando en toda su grandeza
su individualidad frente a las creencias paralizantes y caducas del mundo
colectivo.

En la década de 1930, bajo una particular lectura de Nietzsche, Adolf Hitler


anunciaba la llegada del übersmensch a través de la “pureza aria guerrera” del
pueblo Alemán, declarándose el mismo la última manifestación de los héroes
teutónicos de antaño y fundando un movimiento político ideológico que es
considerado como una de las mayores aberraciones de la historia humana: el
nazismo o nacionalsocialismo.

Más o menos por esta época, dos jóvenes adolescentes de EE.UU. vendían
a la compañía editorial DC Comics por 150 dólares los derechos de un personaje
particular que pasaría a formar parte de la historia de la ficción universal:
Superman. Podemos decir que este “súper-hombre” norteamericano, este
dechado de fuerza y virtudes, este héroe ideal que representa a la nación

14
americana, fue la respuesta ficcional del capitalismo democrático liberal
estadounidense frente al ideal hegemónico de Hitler.

Tal como su nombre lo indica, Superman es “super”, un personaje hinchado


de poder y capacidades sobrehumanas exageradamente invencibles. No sería
aventurado considerar que, inconscientemente, el personaje fue la encarnación de
la idea de potencia o poder en que EE.UU., superada la crisis mundial,
comenzaba a posicionarse en la consciencia global. Como señala el sociólogo
Guillermo Sly: “A partir de 1930, hablamos de superhéroes con características
muy particulares que si bien son espíritu de época, son también producto de una
potencia mundial en ascenso, que es Estados Unidos” (citado en Sorondo, “Sobre
el Héroe y sus Máscaras”, 2006).

Como hemos visto, cuando el héroe arquetípico


asume un rol fundacional o salvífico de la cultura que le da
origen, estamos ante lo que la mitología comparada llama
un héroe solar. Asumiendo un carácter sobrehumano y
divino, el héroe solar es siempre un salvador del mundo,
así como una representación simbólica idealizada de su
cultura, y esto es lo que la aparición de Superman significó
originalmente para la cultura norteamericana. Frente a la
oscuridad de la crisis económica y de un mundo
atravesado por la guerra y el terror de los estados
comunistas autoritarias, Superman se presentaba como el
poderoso y brillante símbolo del triunfo de la democracia
liberal americana.

“Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre[“,
pronuncia Zarathustra, el profeta de Nietzche en 1885. En un mundo moderno
regido por la industrialización tecnológica y la razón, en que el que los antiguos
mitos parecían haber perdido ya todo significado y valor colectivo, nuevos mitos
estaban ya emergiendo en su hora más oscura. Sin sospecharlo ni lejanamente,
Nietzche estaba vaticinando con esas palabras no solo el alzamiento del régimen
fascista alemán, sino al mismo tiempo, el surgimiento de los superhéroes.

15
III: El héroe solar

Siguiendo con la serie que explora la dimensión arquetípica de los


superhéroes nos encontramos con la figura de Superman, una especie de
Jesucristo de la cultura pop

En la segunda parte de este ensayo hicimos referencia


a la relación entre el nacimiento de los superhéroes
(encarnado en la figura de Superman) y la crisis y
renacimiento de Norteamérica como poder político y como
símbolo cultural para Occidente. Pero, como hemos visto,
desde la perspectiva arquetipal nos equivocaríamos si
redujéramos el sentido de un símbolo a sus meras
dimensiones sociológicas. Los símbolos, como ha mostrado la
psicología junguiana, son multidimensionales, lo que significa
que tienen siempre una dimensión social (condicionada por la
cultura y el momento histórico en la que aparecen), una
dimensión personal (condicionada por la imaginería
inconsciente de su “autor”) y una dimensión universal,
arquetípica o cósmica, según la perspectiva con que se miren.
La resonancia de estos personajes -Superman en particular y
los superhéroes en general- en multitud de contextos nos habla
de esa dimensión del símbolo que trasciende los factores
sociopolíticos e históricos y que muy posiblemente está en la
esencia que hace a estos personajes tan universales. Esa
esencia arquetípica en el mito de Superman es lo que
intentaremos revelar ahora.

El relato del héroe solar presenta su propia estructura


arquetípica, la cual podríamos sintetizar en 3 fases:

1) Nacimiento y Exilio: El nacimiento del héroe solar es siempre un


suceso milagroso, afirmando su naturaleza divina, sobrehumana. Este origen
milagroso involucra comúnmente el nacimiento por parte de una madre virgen,
encinta por un procreador espiritual (un dios, padre divino del héroe).

Al principio del relato, el niño héroe corre peligro de ser aniquilado


(generalmente por su padre terrenal, un rey despótico que teme ser destronado).
Para evitar su aniquilación, las fuerzas que favorecen el destino del pequeño (su
madre, aliados cercanos, hadas, dioses), se ven forzadas a alejarlo para
mantenerlo oculto, en secreto. En casi todas las versiones más antiguas, el niño

16
héroe es depositado en una canasta o en un recipiente similar y abandonado a su
suerte en la corriente de un río o la orilla de un océano. Despojado así de su
condición real/divina pero favorecido por su destino heroico, el niño héroe
sobrevivirá a la oscuridad de las aguas y llegará eventualmente a una costa
segura. Allí será encontrado por personas de categoría humilde y conducta
bondadosa (generalmente campesinos) quienes, considerando el suceso un
milagro, lo criarán como su propio hijo.

2) Iniciación: El héroe pasará por una etapa de aprendizaje y a lo largo de


su crecimiento irá dando cuenta de virtudes sobrenaturales. Al llegar a la mayoría
de edad, comenzará a descubrir los signos de su herencia secreta y divina. Esto lo
llevará a asumir su condición de héroe, debiendo atravesar determinadas pruebas
(las cuales involucran comúnmente la lucha contra monstruos y búsquedas
extraordinarias) de las cuales saldrá transformado. Esta etapa constituye el
llamado arquetipo de la Iniciación, e involucra siempre un activo descenso del
héroe al inframundo (averno, caverna, Hades) para enfrentar al monstruo que
guarda a la doncella o conquistar el tesoro escondido, símbolo de su propia
transformación. Este descenso se configura como una muerte, literal o simbólica,
que el héroe debe atravesar para poder emerger renacido (deificado).

El termino héroe solar proviene, en parte, de los antiguos rituales cíclicos de


la fertilidad asociados a estos personajes como figuras de culto. En estos, la
muerte y el renacimiento del héroe coinciden con los ciclos estacionales y con la
“muerte” y el “renacimiento” (solsticios y equinoccios) del Sol a lo largo del ciclo
anual.

3) Apoteosis o Deificación: Finalmente, el héroe asumirá su condición


divina, cumpliendo su destino de salvador del mundo. Por regla general, en
muchas mitologías, esta consagración supone la ascensión del héroe regional en
dios solar, convirtiéndolo así en una figura religiosa. Las deidades solares del
mundo antiguo eran, de esta forma, “héroes ascendidos”.

Ejemplos de esta estructura arquetípica se


encuentran en prácticamente todas las culturas conocidas:
Perseo en la mitología griega, Sargón El Grande en la
mitología caldea, Mitra en Persia, Krishná en la India,
Abraham y Moisés en el Antiguo Testamento, Starkadr en la
mitología escandinava, Rustam en la mitología iraní,
Chandragupta en la mitología hindú, Lugh en la mitología
celta… son solo algunos de los tantos y diversos ejemplos
que la mitología registra.

17
Como explicábamos en la segunda parte, según la psicología junguiana, el
héroe solar es el representante arquetípico de la consciencia colectiva abriéndose
camino frente a las fuerzas regresivas de lo inconsciente. En los relatos antes
mencionados, las fuerzas regresivas y devoradoras del inconsciente que el héroe
debe enfrentar están simbolizadas por las aguas, el océano y los clásicos
monstruos terribles que constituyen sus pruebas. Las aguas que acosan al
pequeño héroe al principio y lo llevan a la deriva simbolizan la inconsciencia
colectiva de la que el héroe debe emerger para poder afirmar su individualidad.

Contemplemos entonces a Superman, nuestro


moderno héroe solar, y veamos cómo está estructura
arquetípica vuelve a aparecer, refundida en simbolismos
modernos. En la historia de Superman, el “mar del
inconsciente” que el niño-héroe debe atravesar ya no es el
océano, sino que aparece simbolizado como el espacio
exterior. Esto, desde el punto de vista de la psicología
junguiana, tiene gran coherencia: en la antigüedad, el
hombre proyectaba sobre el mar todo lo desconocido,
convirtiéndolo en el símbolo principal de lo inconsciente
colectivo. En la modernidad lo desconocido (lo inconsciente
colectivo) ya no está proyectado sobre el mar, que para el
hombre moderno es más o menos conocido, sino sobre el espacio exterior. En
esta versión moderna del héroe solar, los elementos milagrosos/divinos son
sustituidos por una explicación de ciencia ficción: el héroe proviene no ya del
mundo de los dioses celestiales, sino de otro planeta. La “cuna” del héroe en la
que este es exiliado se convierte en nave espacial: la nave en la que Jor-El, padre
del héroe, envía a la Tierra al pequeño Kal-El para salvarlo de la inminente
destrucción de su planeta natal, Kripton. No será casual que el guionista John
Byrne, al volver a contar la historia del origen de Superman para los lectores de
1986, convierta la nave del pequeño Kal-El en una matriz de gestación.

Al llegar a la tierra, el último hijo de Kripton será,


como todo héroe solar, criado por una bondadosa familia
de granjeros, los cuales le enseñarán el valor de la
humildad, la generosidad y la responsabilidad. Al descubrir
su legado cósmico (divino/celestial), su origen y sus
poderes, Clark Kent pondrá estos al servicio de la
humanidad, convirtiéndose en Superman. A diferencia del
übersmench de Nietzsche, que se encuentra más allá del
bien y el mal, el código de conducta de Superman estará
implícitamente anclado en una moralidad judeocristiana y

18
un sistema de valores liberal-democrático norteamericano.

Antes de Superman, el último de los héroes solares de la cultura occidental


fue Jesucristo. La historia de Cristo, en el Nuevo Testamento, repite la misma
arquetípica estructura solar: el nacimiento de virgen, el exilio, el descenso al
infierno y finalmente, la consagración, reformulándose en nuevos motivos.

Como Cristo, al final de su propia consagración, Superman se elevará por


encima de nuestras ciudades, todopoderoso, iluminado por nuestro sol (el cual
Byrne, más tarde y apropiadamente, convertirá en el origen de los poderes del
héroe), transformándose en nuestro salvador, la bondadosa divinidad celestial que
desde los cielos vela por nosotros, castigando al culpable y protegiendo al
inocente.

Incluso los padres terrenales del héroe, Martha y Jonathan Kent remitirán
directamente a aquellos pastores bíblicos del Nuevo Testamento que cuidaron a
Jesús, el hijo celestial entregado a nuestro mundo por su padre para salvar a la
humanidad. Acaso las iniciales de los nombres de Martha (madre de un hijo sin
pecado concebido) y Jonathan Kent (un padre trabajador, humilde y granjero),
idénticas a las de María y José, padres terrenales de Jesucristo, no sea casuales.

En 1978, conscientes de esta simbólica analogía, los guionistas de la


primera película de Superman ponen en boca de Jor-El, el “padre cósmico” del
Superman: “Pueden ser un gran pueblo, Kal-El, desean serlo. Sólo necesitan la luz
que les muestre el camino. Por eso especialmente, por su capacidad para el
bien… te he enviado a ellos, a ti… mi único hijo.”. Su director, Richard Donner,
diseñaría la nave de Superman como una estrella de Cristal, aludiendo claramente
a la Estrella de Belén, signo de la llegada del salvador a nuestro mundo.

Superman Returns, la reciente película de Brian Singer


que homenajea y sigue los pasos de los films originales,
profundiza esta analogía cristiana, creando una película de
superhéroes llena de alusiones religiosas. Singer nos muestra
a Superman como un ser superior que vela por nosotros
desde los cielos, pero a la vez tiene prohibido, por orden de su
padre de Kripton, alterar con sus poderes la historia de los
hombres, dejándolos a su libre albedrío para que elijan entre
el bien y el mal. “El hijo se convierte en padre y el padre en
hijo”, pronuncia Jor-El al principio de la película, haciendo
referencia a la Santísima Trinidad.

Semejanzas similares entre Superman y Jesucristo (así como otros héroes


solares divinizados de la antigüedad) podemos encontrar entre la muerte y la

19
resurrección de Superman y las resonancias sociales que causaron en su
momento. Como los héroes solares del mito, que morían cada invierno para
renacer con el nacimiento del verano, Superman morirá solo para volver a la vida
resucitado y nutrido por la matriz solar conservada en su fortaleza en el Polo
Norte.

En Superman Returns, Superman atraviesa su propia pasión crística:


despojado de sus poderes, es apaleado por los hombres de Lex Luthor, recibiendo
una puñalada de kriptonita en el costado. Finalmente sacrificándose para salvar el
mundo, Superman atraviesa una especie de muerte. Su caída desde el espacio
asume la postura del Cristo crucificado, con los brazos en cruz y las piernas
unidas. Luego del despertar/resurrección de Superman, Singer culmina el film con
el personaje asegurándole a Lois Lane: “siempre estaré por aquí”, resonando con
la promesa de Jesús a sus apóstoles “estaré con vosotros hasta el fin de los
tiempos”.

Vemos así como las semblanzas entre las


figuras de Cristo y de Superman, los héroes solares
más representativos de la cultura judeocristiana, a
través de la propia imaginería colectiva, se
enriquecen y se van tornando más evidentes.
Podemos entender, finalmente, que quiso decir el
visionario escritor de comics Grant Morrison cuando
con brillantez definió a Superman como “un Jesús
pagano y tecnológico de ciencia ficción”.

Como otra identificación explicita de


Superman con los héroes solares de la mitología clásica, Morrison nos presentó
en el 2009 la que ya es considerada, a juicio de muchos, una de las mejores
historias de Superman de todos los tiempos, llevada también al campo de la
animación: All Star Superman. En ella, Morrison asume sin rodeos el carácter
mítico-divino del personaje poniéndolo en la tarea de realizar sus 12 trabajos o
pruebas definitivos, en clara referencia a los 12 trabajos de Hércules. Hércules,
héroe solar por antonomasia, y sus 12 trabajos no son otra cosa que una versión
simbólica del camino que realiza el Sol a lo largo de su ciclo anual, pasando por
las 12 constelaciones zodiacales, las doce pruebas de la consciencia en su
camino trascendental hacia si misma.

Las vestiduras cambian, el arquetipo


permanece. Alimentándose con el bagaje

20
subterráneo de los símbolos y valores sociales de las culturas que los conforman,
los símbolos arquetípicos emergen del crisol ardiente de sus épocas, y las reflejan.

A partir de la aparición de la figura de Superman en las páginas de los


comics, un nuevo tipo de mito heroico se hace presente en la psique colectiva. En
la cuarta parte analizaremos los elementos que conforman este nuevo mito que ha
llegado hasta nuestros días con una enorme fuerza vital: el mito del superhéroe.

21
IV: El camino del héroe

En la cuarta parte de la serie que relaciona a los superhéroes con mitos y


arquetipos jungianos, recorremos el camino circular (que acelera la modernidad)
del héroe con todas sus características, variaciones pop de un tema eterno.

En su clásica obra El héroe de las mil caras, el


mitólogo Joseph Campbell realizó una exhaustiva
comparación entre los mitos heroicos del mundo entero y
describió la dinámica del arquetipo del héroe en un patrón
narrativo que llamo “El Camino del Héroe”. Este camino es
el de un viaje circular, iniciado por una perdida, una
tragedia, un paraíso perdido. El héroe será llamado a
emprender el camino para recuperarlo. Abandonando el
mundo conocido, ingresará en “otro mundo”, un más allá salvaje y simbólico (un
bosque, el mar, una caverna) en donde deberá superar determinadas pruebas, las
cuales involucran comúnmente la lucha contra
monstruos y búsquedas extraordinarias en las cuales
deberá poner a prueba sus virtudes heroicas, contando
para ello con un auxilio mágico o poder especial.
Finalmente el héroe triunfará en su búsqueda,
restituyendo lo perdido, e iniciará el regreso, cerrando
el viaje circular.

En la posmodernidad, los tiempos y los espacios de ese viaje heroico se


han acelerado y reducido. Despojados de la tradicional geografía mágica y de la
sacralidad de un “tiempo mítico” que caracterizaba a la mitología antigua, los
superhéroes residirán en un presente histórico reglado por la lógica del mundo
moderno. El llamado “súper-villano”, contraparte necesaria del superhéroe,
constituirá el enemigo a la altura sin el cual este no podría atravesar su camino
heroico. Lex Luthor, el Duende Verde, el Joker, Dr. Doom y
tantos otros, serán las modernas versiones del monstruo
arquetípico, de las pruebas que el superhéroe deberá vencer
en su camino heroico.

Como primer eslabón y modelo de la extensa cadena


de héroes y heroínas que vendrán detrás de él, Superman
reúne en sí mismo todos los elementos característicos que
constituirán esta moderna manifestación del arquetipo del
héroe:

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I. Superpoderes.

En cierta forma, podría decirse que los superhéroes pueden reconocerse


por sus superpoderes. Al igual que los héroes de la mitología, todos los
superhéroes cuentan con poderes o habilidades especiales que los distinguen,
elevándolos sobre el resto de los meros mortales: super-fuerza, super-velocidad,
poder de vuelo, invulnerabilidad, lanzar rayos energéticos, telequinesia… son
algunos de los poderes más comunes entre los superhéroes.

Como señaló el filósofo y semiólogo francés Roland Barthes, en estos mitos


modernos las explicaciones sobrenaturales se ven desplazadas por las
tecnológicas: “a pesar del aparato científico de esta nueva mitología, hubo simple
desplazamiento de lo sagrado: el elemento religioso ha sido sustituido por la
ciencia ficción.” (Barthes, Mitologías, 1957).En esta nueva mitología, la mayoría de
los poderes de los superhéroes, como los de Superman, serán de naturaleza
explicable en términos científicos, en concordancia con la lógica de la ciencia
ficción: naturaleza extraterrestre, mutaciones (como los X-Men), experimentos
científicos (como Spider-Man, Hulk, Flash o el Capitán América) o artefactos
avanzados (como Linterna Verde o Iron Man). Sin embargo, con el tiempo,
elementos maravillosos, e incluso provenientes directamente de los mitos
antiguos, pasaran a ser campo de cultivo en la abundante proliferación de nuevos
personajes, fusionándose con las características más típicamente ci-fi del género.
Tal es el caso de personajes mítico-mágicos como Wonder Woman, Thor, Dr.
Destino y muchos otros.

En la primera fase del Camino del Héroe descripta por Campbell hay una
situación a la que se refiere como “el llamado a la aventura”, en donde el héroe
debe tomar la decisión crucial que lo llevará a aceptar o rechazar su camino
heroico. En el superhéroe, será la adquisición de estos dones sobrehumanos lo
que lo conducirán a la decisión moral de aceptar este destino.

II. Identidad secreta: el arquetipo de La Máscara.

La dualidad entre una identidad civil y una


heroica está presente prácticamente en todos los
relatos de superhéroes. La máscara y el escondite
secreto serán elementos habituales a fin de
preservar el secreto de esta doble identidad.

23
Lo notable de los superhéroes es que su máscara heroica parece revelar en
realidad su verdadero rostro, su identidad genuina. Su verdadera mascara pasa a
ser entonces la de la cotidianeidad, la que oculta sus poderes y su identidad
heroica. Esto se literaliza en Superman, el cual lleva su rostro desnudo cuando
porta su identidad heroica, mientras que, como Clark Kent, disfraza su rostro con
gafas, haciéndose pasar por un humano mediocre y llevando su traje de
superhéroe bajo el disfraz de hombre corriente.

Volviendo a situarnos en el Camino del Héroe, el pasaje al “otro mundo”,


menos geográfico ahora que psicológico, será el pasaje de hombre cotidiano a
superhéroe que este realiza al vestirse con su traje heroico. Ponerse el traje y la
máscara será para el héroe pasar del mundo cotidiano al otro mundo, el mundo de
la aventura superheróica.

En la psicología junguiana, la máscara es un arquetipo virtualmente reciente


en la historia del desarrollo de la consciencia, el cual refiere a nuestra capacidad
adaptativa de asumir diversos roles sociales en distintos contextos en los cuales
no siempre podemos mostrarnos como somos realmente. El hecho de que en las
mitologías antiguas los héroes no tengan una segunda identidad puede
entenderse justamente como parte de este desarrollo cultural de la consciencia, en
el cual el lugar del individuo ha ido cambiando radicalmente dentro del orden
social: en la antigüedad, en la que el concepto de individuo es más bien vacuo
cuando no inexistente, el héroe mítico encarna la figura del líder o rey, asumiendo
la individualidad por el grupo colectivo. En los tiempos democráticos de la
modernidad, los individuos se han multiplicado. De esta manera, la máscara del
superhéroe porta, como señala el sociólogo Guillermo Sly un mensaje simbólico:
“La traducción es que el hombre individual, el self made man americano o
cualquiera puede llegar a ser un superhéroe” (Sly, “Sobre el héroe y sus
máscaras”, 2006).

III. Uniforme distintivo y perfección anatómica.

Como uno de los rasgos más distintivos del género, el alter-


ego del superhéroe está vinculado siempre a un disfraz que lo
distingue como tal, ocultando su identidad secreta, siendo
generalmente un traje ajustado de colores llamativos y una capa.
En tanto encarnación simbólica de un ideal social, el héroe (o
heroína) debe ser integralmente perfecto, no solo en sus valores,
sino también en su fisonomía. El físico del superhéroe, en el

24
fondo, no se alejará tanto de los cánones grecolatinos. En la historia del arte, el
héroe clásico se representa prácticamente siempre desnudo o semidesnudo, a fin
de resaltar su esplendor físico. La función del uniforme del superhéroe pegado al
cuerpo parece ser la de representar la clásica fisonomía apolínea del héroe,
preservando la “decencia” de las vestimentas.

IV. Sentido de Justicia y Sistema de Valores:

“Batman, Superman o Spiderman son justos y hacen


justicia. Son capaces de superar sus inclinaciones y sus
deseos y entregar sus vidas al servicio de la sociedad (…)
en eso consiste ser superhéroe: no bastan poderes
especiales para serlo, sino que también hay que saber cómo
usarlos, y esto es, probablemente, lo que atrae la atención (y
la identificación) del público de este género. Superman no es
Superman por poder volar sino porque vuela para hacer el
bien.” (Miguel Tovar, “Superhéroes, psicoanálisis y
moralidad”, 2007).

Como veíamos en la tercera parte, el código de conducta del superhéroe, a


diferencia de los héroes míticos de la antigüedad, se encuentra implícitamente
anclado en una moralidad judeocristiana, emparentándolo nuevamente con el
caballero andante medieval: altruismo, sacrificio, piedad, sentido de justicia y
autocontrol serán los valores centrales de los superhéroes, convirtiéndolos en
verdaderos ejemplos de rectitud moral, resplandecientes símbolos de inspiración
colectiva.

Desde otro punto de vista crítico, sin embargo, la búsqueda de justicia del
superhéroe clásico puede ser considerada como política e ideológicamente
ingenua. A diferencia de los héroes prometeicos, revolucionarios, que se proponen
cambiar el status quo y modificar para mejor el orden existente, el superhéroe
clásico es el primer defensor del orden establecido. Al sustentarse su accionar en
un sistema de valores democrático liberales, el superhéroe debe apegarse a la ley
como modelo de conducta. El propio accionar al margen de la ley del superhéroe
suele estar apoyado por las autoridades o el consenso social, funcionando como
una especie de para-policía legitimado socialmente. Aun en los casos en que la
opinión pública o las autoridades no apoyen sus andanzas (como es el caso de
Batman o Spider-Man), puede afirmarse que sus acciones siguen estando en
función del sistema.

25
Y en este sentido podría objetarse, como lo hace Pedro Granoni en su
artículo “Justicieros del Imperio” (2010), que el superhéroe “defiende un orden
económico capitalista, donde rige la propiedad privada de los medios de
producción y la distribución desigual de la riqueza (…) sus poderes garantizan la
reproducción de dicho orden burgués”. La legalidad del sistema siempre triunfa al
final, significando una restitución del orden social alterado al inicio del relato,
convirtiendo al género, desde esta lectura, en literatura tranquilizadora,
socialmente integradora, que no deja espacio para el cuestionamiento de las
estructuras sociales. O como señala Umberto Eco: “Superman es prácticamente
omnipotente (…) un hombre que puede producir trabajo y riqueza en dimensiones
astronómicas y en unos segundos, se podría esperar la más asombrosa alteración
en el orden político, económico, tecnológico, del mundo. Desde la solución al
problema del hambre, hasta la roturación de todas las zonas actualmente
inhabitables del planeta. Sin embargo, cuando no debe defender al planeta de
amenazas exteriores, la acción heroica de Superman se limita solo a actuar como
agente de la ley”. (Eco, Apocalípticos e Integrados, 1965).

En sus formas más claramente norteamericanas,


el superhéroe se presenta como el defensor del
american way life (caso explícito en las versiones más
clásicas de Superman y en el Capitán América). Durante
los años de la segunda guerra, la identidad patriótica de
los superhéroes estuvo claramente evidenciada, cuando
sus principales enemigos eran los nazis. Posteriormente
serían rusos, japoneses o terroristas de algún país
ficticio ubicado en medio oriente. No será casual que
algunos de los superhéroes más icónicos lleven los
colores de la bandera estadounidense: Wonder Woman,
Superman, Spider-Man y, obviamente, el Capitán
América.

Sin embargo, con la exportación cada vez más sistemática de estos


personajes, especialmente a través del cine y la televisión, y la necesidad de que
encarnen ideales de moralidad más globales que meramente locales, los
superhéroes se han ido tornando con el paso del tiempo gradualmente más
universales, como podemos ver reflejado en el número 900 de Action Comics
(publicado este año) en el que Superman toma la decisión de abandonar su
ciudadanía estadounidense para convertirse en ciudadano del mundo.

Desde los años 80 hasta nuestros días, tomando la publicación del


Watchmen de Alan Moore como punto de quiebre paradigmático en los relatos de
superhéroes, los conflictos morales e ideológicos de estos se han complejizado,

26
acaso como sus propios lectores y como la cosmovisión social en general se han
ido complejizando psicológicamente con el correr de las últimas décadas. Incluso
podría hablarse de un cierto despertar de la inocencia política de los superhéroes
clásicos, con historias como Kindome Come de DC o Civil War de Marvel, en las
cuales se trata el problema de la libertad de acción de los superhéroes en relación
al estado democrático en el cual funcionan.

Por otra parte, no podemos dejar de tener en cuenta que la lectura crítico-
política de los relatos de superhéroes si bien puede constituir un valioso
acercamiento que ponga en evidencia cuestiones implícitas de profunda
relevancia ideológica, puede también convertirse fácilmente en mero
reduccionismo cultural cuando se propone como la única lectura posible. En
muchos casos, quizás sería más adecuado hablar de una ingenuidad ideológica
subyacente en los relatos de superhéroes (inconsciente incluso para sus propios
autores) antes que de una intención de filtrar deliberadamente contenidos políticos
en relatos que se presentan como ideológicamente inocentes. Pero condenar la
totalidad del valor simbólico de un
relato de superhéroes por estas
ingenuidades (como parecen haber
tratado de hacer algunos) significa
soslayar todas las dimensiones de la
obra a una sola, mutilando en el
proceso su propio sentido. Sin ignorar
esta aproximación crítica, deberíamos
tratar de ir más allá de ella,
destacando precisamente el valor en
el que este género presta especial
atención: el tema del héroe. Veríamos
entonces que los relatos de superhéroes han funcionado (y aún funcionan)
maravillosamente como una legítima forma moderna de ese mismo mito que ha
fascinado e inspirado la imaginación humana desde los tiempos más antiguos: el
del arquetipo del héroe.

Dentro de esta nueva forma del mito, existe un tipo heroico que por su
particularidad y complejidad, merece una distinción especial: el superhéroe
sombrío, también llamado antihéroe. En la próxima parte exploraremos este
particular tema, partiendo de su ejemplo más popular y representativo: Batman, el
Caballero Oscuro.

27
V: Batman, el héroe en la sombra
“Como hombre de carne y hueso puedo ser ignorado o destruido, pero
como símbolo… como símbolo puedo ser incorruptible, puedo perdurar.”

Bruce Wayne, Batman Begins.

A diferencia de Superman, arquetipo de la luz, Batman está ligado a la


oscuridad y al proceso chamánico de asimilar la sombra y el dolor para curar, así
como la incorporación de un espíritu animal, fuente de una fuerza excepcional

I. La luz y la sombra

“Son como el ying y el yang. Uno es oscuro y


misterioso, el otro es brillante y aventurero”. Casi de la misma
manera en que un junguiano habría descrito metafóricamente
la esencia arquetípica de las tendencias a la introversión y a
la extroversión en el psiquismo humano, el dibujante Dave
Gibbons definía con estas palabras la relación entre Batman y
Superman, los dos icónicos superhéroes por antonomasia. Al
igual que Superman, la aparición de Batman en los comic-
books significó un quiebre total en la historieta
norteamericana, específicamente en la historieta clásica de

28
detectives, a la que paso a desplazar casi por completo, y, al igual que el
kriptoniano, influyó en la gestación de toda una nueva generación de héroes.

Mezcla de Drácula y El Zorro, pero con claras influencias de “La Sombra”


(su predecesor directo), Batman sintetiza los elementos esenciales de estos tres,
incorporando su propia y significativa particularidad. Al igual que Lamont Cranston
(La Sombra) y Diego de la Vega (El Zorro), Bruce Wayne (Batman) es un
millonario que se dedica a combatir el crimen por sus propios medios, actuando
fuera de la ley y utilizando para ello una doble identidad. Los tres personajes
utilizan sus grandes recursos económicos, elevada inteligencia y habilidades
atléticas, de subterfugio y de combate (El Zorro el esgrima, La Sombra las armas
de fuego y Batman las artes marciales) para luchar contra sus enemigos,
ocultando su identidad por medio de un antifaz, disfraz o una máscara. Pero la
máscara no es simple ocultamiento, sino que es el rostro de la identidad heroica
del personaje, una identidad que habitualmente el mismo considera más real que
su identidad pública.

Estos elementos (la máscara, el subterfugio y el actuar


fuera de la ley y del reconocimiento público) convierten a estos
personajes en “antihéroes”, término bastante impreciso que
refiere a un tipo de héroes que es menos representativo de la
moralidad pública que de un propio sentido de justicia. Este
llamado antihéroe, que aquí llamaremos superhéroe sombrío, se
acerca más en realidad a los héroes del policial negro, hombres
justos que actúan en un sistema legal, político y social que no
funciona, y se ven obligados a regirse por un código ético
personal.

Desde una lectura sociopolítica, Superman y Batman pueden verse como


las dos caras del Norteamérica: “Superman actúa generalmente de día, sus
colores son los de la bandera estadounidense, no tiene nada que esconder,
aparece con el rostro descubierto y representa a EEUU tal cual se piensa a sí
mismo, fuerte, poderoso e invencible. Batman en cambio actúa de noche, con el
rostro enmascarado, representa a su país tal cual es en la realidad, sus sombras y
dudas nos permitirán conocer la psiquis de los superhéroes.” (Granori, “Justicieros
del Imperio”, 2010).

29
II. El superhéroe trágico

Casi todos los superhéroes sombríos comparten dos


rasgos que los distinguen aún más del resto de los
superhéroes del comic. El primero es su humanidad. La
mayoría de ellos no poseen fuerza sobrehumana ni poderes
especiales sino que son hombres de carne y hueso que se
distinguen del resto de los hombres comunes por su
extraordinario valor, determinación y voluntad.

El segundo rasgo es que todos ellos se han convertido


en héroes a partir de un hecho traumático que torció el rumbo
de su existencia. Batman, cuyos padres fueron asesinados
frente a sus ojos siendo niño, convertirá este acontecimiento en el sentido de toda
su existencia, y actuará el resto de su vida movido por este. Análogamente,
Punisher/Frank Castle padecerá el asesinato de toda su familia; Daredevil perderá
la vista en un accidente (que lo dotará al mismo tiempo de sentidos aumentados);
Rorschach habrá crecido arrastrando profundos traumas infantiles.

Todos ellos han asumido su identidad heroica como un destino fatal que no
han elegido, sino que les ha sido impuesto. Como el héroe de las antiguas
tragedias griegas, el cual ya no era un dios o un semi-dios sino un extraordinario
hombre condenado a un destino funesto, el superhéroe sombrío se diferenciará
del clásico superhéroe solar por su humanidad, su dolor y su complejidad
psicológica.

III. El arquetipo de La Sombra

“¿Sabes quién soy, basura? Soy la peor pesadilla que


has tenido jamás, de las que te hacen llamar a gritos a tu
madre.” Así se presentaba a sí mismo Batman ante un
criminal desesperado en la obra maestra de Frank Miller, El
Retorno del Caballero Oscuro.

Una característica que define tanto a Batman como a


todos los superhéroes sombríos que surgirán posteriormente,
como Punisher, Daredevil o El Espectro, es la de encarnar
una figura de terror que causa miedo en el corazón de sus
enemigos. Todos ellos pueden asociarse simbólicamente a un

30
elemento terrorífico: la noche (Batman), lo diabólico (Daredevil), la muerte
(Punisher), lo fantasmagórico (El Espectro).

En la mitología griega existían unas figuras llamadas Erinias o Furias, las


cuales tenían la función de impartir justicia persiguiendo a los autores de un
crimen (generalmente asesinato), y cuyo horroroso aspecto incluía cabellos de
serpiente, grandes alas negras y gritos aterradores, que causaban espanto a los
perseguidos. El terror ante la persecución de estas figuras espantosas constituía
simbólicamente el sufrimiento y la tortura del alma del culpable frente a la
consciencia de sus propios crímenes o errores morales. Este motivo mítico es
también arquetípico.

En la interpretación analítica de los símbolos


existe un arquetipo llamado La Sombra. Jung lo
considera una estructura arquetipal formada por todos
los contenidos reprimidos de la psique consciente. La
Sombra en general se presenta en sueños (o en
narraciones ficcionales) con la forma de un monstruo
horrendo o una figura oscura vestida de negro que
persigue y acecha al culpable (la consciencia),
obligándolo a enfrentarse a ella. En términos poéticos,
La Sombra es el espejo en donde se reflejan los aspectos más oscuros de
nosotros mismos.

IV. La Transformación Chamánica:

Una de las formas más antiguas del arquetipo del


héroe es la del chamán. En todas las culturas tradicionales,
el chamán es aquel que ha llevado a cabo el viaje heroico a
los otros mundos y ha vuelto transformado portando un
conocimiento y un poder esencial para el bien de la tribu.
Para convertirse en chamán, el iniciado debe pasar por una
serie de pruebas muy difíciles que involucran descender
hacia las sombras más oscuras de su propio ser y atravesar
profundas crisis internas, en las cuales está siempre
presente el peligro de la desintegración del alma (o lo que
es lo mismo, la locura y la muerte).

El chamán ha sido también llamado tradicionalmente “el sanador herido”, ya


que solo a través del conocimiento de sus propias heridas podía este tener el
conocimiento para sanar a los otros y el poder para hacer el bien. Como señala el

31
investigador de chamanismo José María “El contacto con el dolor y la muerte
constituyen un modo poderoso de exposición al conocimiento o a la necesidad de
saber acerca de situaciones críticas… sus cicatrices son señales de su
transformación en el camino del conocimiento para sanar” (Poveda,Chamanismo,
el arte natural de curar 1997).

Otro aspecto de la dimensión chamanica en el superhéroe en general, y en


el héroe sombrío en particular, lo constituye el arquetipo de lo teriomorfico, el cual
está en la fuente de los poderes (literales o simbólicos) de muchos de estos
personajes, así como de sus antítesis, los supervillanos. Lo teriomorfico hace
referencia a una fusión entre lo humano y lo animal, y puede rastrearse hasta las
mitologías más antiguas de la humanidad. En las eras prehistóricas, el héroe
chamánico buscaba la conexión con las fuerzas telúricas (instintivas) de los
poderes animales. Al colocarse la máscara de su animal de poder, el chamán
asumía los poderes de este. Al respecto, el mitólogo Esteban Ierardo menciona:
“El héroe se identifica con lo animal, y de ahí le viene su fuerza excepcional. Hay
que ver en esta posible identificación un proceso por el cual el héroe es capaz de
trascender los límites de lo humano y recuperar su relación con fuerzas más
arcaicas que trascienden a la razón”. Batman, Wolverine, Aquaman, Hawkman y
Catwoman son algunos ejemplos de este arquetipo presente en la imaginación
heroica posmoderna.

En el mito del superhéroe trágico, vemos como esta


dimensión chamanica y autotrascendente constituye la
diferencia substancial entre este y el héroe trágico de la
antigüedad. Si la historia del héroe trágico culmina en su
ineludible condena, la del superhéroe sombrío nace con
esta. La particularidad del superhéroe sombrío radica en
que a partir de su tragedia personal él ha constituido su
virtud. En lugar de ser consumido por ella, el superhéroe
sombrío se convierte en un héroe por la propia fuerza de la
tragedia que traza su destino. Asumiendo su Sombra (su
obsesión, su ira, sus temores, su locura), se convertirá el
mismo en una furia, en un monstruo, en un ser mitológico. Se transformará, como
el chamán al ponerse la máscara de su animal totémico, en algo más que
humano, en un símbolo arquetípico. En términos junguianos: “Un jefe primitivo no
solo se disfraza de animal; cuando se aparece con su disfraz completo de animal
“es” el animal. Aún más, es un espíritu animal, un demonio terrible (…) La función
de la máscara es la misma que la del originario disfraz animal. La expresión
humana individual queda sumergida, pero, en su lugar, el enmascarado asume la
dignidad y la belleza (y también la expresión horrible) de un demonio animal. En

32
lenguaje psicológico, la máscara transforma a su portador en una imagen
arquetípica” (Jung, El Hombre y sus Símbolos, 1961).

Podemos imaginar así, como Alan Moore imaginó, a este oscuro héroe
repetir para sí mismo las terribles palabras de Nietzche: “No luches contra
monstruos, conviértete en monstruo. Si miras al abismo, el abismo te devuelve la
mirada.”

Llegados a este punto, creemos que puede hablarse sin dudas de una
continuidad arquetípica entre la mitología antigua y el mundo imaginativo de los
superhéroes de la posmodernidad. En la última parte utilizaremos este enfoque
simbólico como plataforma para dar un salto cualitativo, de la ficción al mito, y del
mito… al reino de los dioses.

33
VI: El retorno de los dioses

La entrega final de la serie que analiza los


superhéroes de la cultura pop desde la psicología
arquetipal de Jung, cierra abriendo las puertas del
panteón: los antiguos dioses persisten en nosotros,
son parte de nuestra propia, psique, puente con el
origen.

Superhéroes. Hoy en día, todavía. ¿Para qué


necesitamos esta fantasía?

Hombres y mujeres con poderes sobrenaturales y estrambóticas


vestimentas… ¿no nos hemos elevado ya, o deberíamos elevarnos de una vez,
por encima de estos ingenuos sueños infantiles? ¿No son acaso símbolos del
imperialismo mítico con el que el gran país del norte, luego de colonizar nuestras
economías, quiere colonizar nuestra imaginación, importándonos sus ídolos? ¿No
hemos madurado o deberíamos madurar de una vez para afrontar nuestras
condiciones existenciales sin la necesidad de seguir bebiendo de iconos
extranjeros de capas y colores gastados? ¿No son acaso más que productos en la
estantería del mercado, numerosos ejemplos de la decadencia de nuestra propia
cultura? ¿Tenemos derecho aún de disfrutar, identificarnos, sentirnos enriquecidos
o conmovidos por cualquier cosa que salga de una mitología como esta?

Las cinco partes precedentes que componen este


análisis constituyen un intento de pensar estas
producciones culturales desde una perspectiva diferente
de la que han sido pensadas habitualmente. De
pensarlas no sólo en su traducción –a veces forzada,
casi siempre reduccionista- en términos políticos e
imperialistas. Considerarlas no sólo en sus rasgos
meramente locales (norteamericanos) ni como
producciones meramente personales de sus autores, ni
tampoco como mecanismos meramente deliberados de
control ideológico o imposición cultural. Sin negar la
realidad e importancia de estas lecturas, plantear, de ser posible, una perspectiva
más profunda. Verlas, más bien, como manifestaciones paradigmáticas de una
época (la posmodernidad despojada de mitos) y de una cultura colectiva que,
trascendiendo los límites de EEUU y de América, podríamos identificar más
ampliamente como la de las sociedades industriales contemporáneas. La
concepción jungiana de los arquetipos universales y el concepto de símbolo -en

34
tanto representación surgida de un inconsciente personal y colectivo- nos ha
servido de lámpara hermética para recorrer este camino, y creemos haber abierto
un paisaje de su expresión en esta particular manifestación popular de la
imaginación de nuestra época.

Desde el punto de vista de la psicología arquetipal, podría decirse que toda


la historia de la especie humana puede ser pensada a partir de las relaciones que
esta ha establecido con sus fantasías. Es decir, con sus símbolos arquetípicos,
con sus dioses. Desde la antigüedad más remota la humanidad ha contemplado el
mundo como poblado de dioses: figuras sobrehumanas que personifican fuerzas o
atributos universales. Esas manifestaciones del folklore universal que la
modernidad ha llamado “mitos” no son otra cosa que sus historias vivientes, el
registro extraordinario de sus hechos. Y como hemos
visto, desde el punto de vista de la psicología
arquetipal, existe en estos relatos míticos un valor
simbólico – no literal – que constituye un alimento
indispensable para la cultura. “Para nosotros es difícil
creer en la realidad de los dioses, héroes y heroínas
del mito porque damos muy poco crédito a la realidad
metafórica. Al llamar a los dioses “arquetipos” Jung
confiaba en volverlos aceptables para la mentalidad
científica. De este modo, corría el riesgo de hacernos
olvidar que los dioses no se manifiestan en abstracciones. Llegan a nosotros en
imágenes concretas de sueños e imaginaciones, como personas o símbolos
personificados. Todo lo que sabemos, dirá Jung “es que sin ellos parecemos
incapaces de imaginar… Si nosotros los inventamos, lo hacemos según los
modelos que ellos nos dictan” (Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos, 2002).

En sus Olimpos posmodernos, los superhéroes o nuevos dioses kyrbinianos


reencarnan a los inagotables arquetipos de lo inconsciente en una nueva y
compleja mitología. Pues es en los imaginarios e inagotables territorios de la
fantasía en donde la psique revela
simbólicamente su multifacética naturaleza
arquetipal. Como Jung señaló: “Si usted
está en busca del alma, vaya en primer
lugar a las imágenes de su fantasía, pues
así es como la psique se presenta
directamente”. No debemos ver nuestras
ficciones fantásticas simplemente como
recreaciones conscientes de los mitos
clásicos ni relatos posmodernos que beben

35
de la nostalgia de las viejas mitologías, son de hecho nuestros mitos, están
hablando de nuestro mundo interior colectivo, son expresiones vitales del alma de
nuestra cultura. Los mundos simbólicos de la ficción fantástica, lo más cercano a
los sueños que nuestra imaginación consciente es capaz de producir, son el reino
en el que los arquetipos se representan ante nuestra consciencia de manera más
clara, en el que los dioses asumen personalidades y expresan sus dramáticas
relaciones en todo su esplendor luminoso. A través de nuestras fantasías, los
arquetipos emergen.

En todas las mitologías patriarcales, que tienen al héroe y al soberano


como centro de la cultura, los dioses son héroes deificados, héroes que han sido
elevados a una condición divina, y habitan, en su consagrada majestad, sobre el
reino secular de los hombres. Con una nueva lógica, nuevos valores, pero
manteniendo el fecundo y prolífico politeísmo de la psique, las nuevas formas
arquetipales de los dioses están presentes en la polifacética mitología de los
superhéroes. Nuestros superhéroes no son otra cosa que los héroes divinizados
de la última mitología de Occidente. Apolo aún se eleva, brillante con el Sol, y
esparce la justicia desde las alturas celestiales, o protege nuestra galaxia con la
“llama verde” de su luminosa voluntad. Hades sigue reinando sobre su
inframundo, oscuro y solitario, desde las entradas cavernosas de la tierra,
esparciendo la venganza de las Erinias sobre calles sombrías y sin esperanza.
Thor aún golpea con su trueno y desintegra con un rayo las sombras enemigas de
la noche. Hefesto sigue creando maravillosos artefactos, y vuela sobre los cielos
en una armadura invulnerable: su poder divino se ha convertido en el inagotable
poder de la tecnología. Poseidón es aún es el señor de los océanos, y su imperio
se extiende por los siete mares. La sabiduría y la fortaleza femenina de Atenea
vive ahora en una poderosa guerrera amazona. Váli, el del arco perfecto, aún
dispara sus miles de flechas. Ares y los poderosos titanes habitan en la furia brutal
y en la violencia telúrica e incontenible de un científico mutado por rayos gamma.
Hermes sigue siendo el más veloz de entre los dioses…

Estos llamativos ejemplos ilustran menos como


las divinidades de las antiguas mitologías de
Occidente viven disfrazadas en nuestras fantasías
postmodernas antes que como nuestra imaginación
colectiva trabaja desde lo profundo reimaginando y
reelaborando sus símbolos arquetipales. Si algo nos
enseñó la psicología junguiana ha sido a no confundir
los símbolos con los arquetipos. Porque los dioses
que podemos imaginar y representarnos no son los
arquetipos en sí mismos, sino sus imágenes. Imágenes simbólicas,

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representaciones culturales de las estructuras arquetipales de la psique fraguadas
en el espíritu de nuestro tiempo sobre el espíritu de todos los tiempos que lo
precedieron. Son, de hecho, una imagen viva de nuestra psique colectiva, en el
sentido más profundo de la expresión. Pero, en fin, ¿qué puede decirnos está
mitología de nuestra cultura, de nuestro tiempo, de nuestra alma contemporánea?

En primer lugar, nos dice que los héroes no están muertos. Que el
arquetipo del héroe aún es relevante para nosotros. Nos dice que su numinosa luz
aún está viva en nuestra imaginación, que su idealismo resuena todavía en
nuestra consciencia posmoderna y
sigue siendo significativo para
nosotros. Aún ahora, en esta era
de desconcierto y desorientación
moral y filosófica, carente de
ideales absolutos, en crisis con
todos sus valores y estructuras
sociales, tambaleante entre un
cinismo pesimista y un
individualismo superficial elevado a los cielos, en fragmentación (o vertiginoso
redescubrimiento) de su propio suelo ontológico, y en carencia de una causa o
motivo común y colectivo que la unifique en una dirección trascendente más allá
del narcisismo consumista e insaciable en el que ha colapsado y que rápidamente
la devora a sí misma, precipitándola a su propia extinción. Aún ahora.

O especialmente ahora. Justamente ahora.

A la luz de esta exploración simbólica que hemos realizado, podríamos


entonces volver a pensar en las intuitivas palabras del cineasta Guillermo del Toro:
“El mundo necesita la mitología de los superhéroes… El péndulo de la fantasía va
muy ligado al de la realidad. En los tiempos más duros, con las realidades sociales
más brutales, surgen nuevas fantasías, y éste es uno de esos momentos. Este es
un período política y humanamente muy desconcertante, en el que se ha
producido un serio retroceso en la línea ética de la humanidad como especie y se
requiere de un replanteamiento de la existencia en términos heroicos… la
necesidad de crear ficción en un mundo que progresivamente se olvida del
aspecto espiritual, que no cree en la magia ni en las cosas abstractas y sólo en lo
material y en lo inmediato”.

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Existen dos modos principales, a mi parecer,
de entender estas mitologías superheróicas, que
pueden verse en realidad como la cara pesimista u
optimista del mismo fenómeno. El primero es como
compensación: los héroes de nuestras fantasías
representan la falta de heroísmo e ideales de nuestra
actitud consciente. Consumimos héroes para vivir en
nuestras fantasías lo que no nos atrevemos a llevar a
cabo en la vida “real”.

Pero el segundo modo de entenderlas es


opuesto y a la vez complementario al primero.
Radica en contemplar las imágenes de nuestra
fantasía como símbolos necesarios que resuenan en nuestra consciencia para
inspirarnos hacia nuestro futuro desarrollo. “Las imágenes idealistas pueden ser
útiles si se utilizan adecuadamente… Una manera adecuada de utilizar los ideales
es verlos no sólo como metas que deben ser alcanzadas sino cómo imágenes que
nos guían o visiones que proporcionan señales y direcciones para nuestras vidas y
decisiones. Tales símbolos nos atraen para actualizarlos y actualizarnos a
nosotros mismos… Satisfacer esta demanda puede ser profundamente
gratificante. No responder a ella puede resultar no solo en una falta de
crecimiento, sino en una especie particular de sufrimiento psicológico, una especie
de sufrimiento que a veces sigue sin ser reconocido… El psicólogo humanista
Abraham Maslow las llamó “metapatologías”, describiendo ejemplos como la
enajenación, la falta de sentido y el cinismo, así como diversas crisis existenciales,
filosóficas, religiosas. Estos constituyen los mismos síntomas que han infestado de
manera creciente a las sociedades occidentales en las últimas décadas.” (Roger
Walsh, “Human Survival & Consciousness Evolution”, 1994).

A lo largo de los artículos precedentes he intentado introducir una mirada


sobre los relatos de superhéroes que sea capaz de tender un puente entre estos y
todas mitologías heroicas de la antigüedad. La psicología arquetipal, a mi parecer,
nos provee de una llave hermenéutica que permite explorar nuestras fantasías
imaginativas desde un punto de vista más profundo y más amplio, ayudándonos a
tender ese puente hacia el otro lado. Porque es ese puente el que vincula los
sueños y las fantasías fascinantes de nuestra imaginación posmoderna con los
sueños y las fantasías que fascinaron la imaginación de todas las humanidades
que nos precedieron. Es el puente que nos une al reconocimiento de la
importancia simbólica que estos sueños y fantasías han tenido y tienen todavía
hoy para nosotros. En otras palabras, es el puente que nos une a nuestra propia
alma.

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Fuentes:

“El mundo necesita la mitología de los superhéroes”, El espectador, Bogotá, 2008.

Antón, Jacinto, “Chris Claremont: “Los superhéroes quizá son la mitología de EE


UU”, El País, Barcelona, 1985

Carl Gustav Jung, El Hombre y sus Símbolos.

Carl Gustav Jung, Símbolos de Transformación.

Downing Christine, Espejos del Yo.

Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra.

José María Poveda, Chamanismo, el arte natural de curar,

José Pablo Feinmann, "Superman y Übermensch", Pagina /12


(http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2004-02-07.html)

Joseph Campbell, El Héroe de las Mil Caras.

Joseph Campbell, The Way of the Animal Powers.

Ken Wilber – Después del Edén.

Masotta, Oscar, La historieta en el mundo moderno.

Miguel Tovar, “Superhéroes, psicoanálisis y moralidad”, en www.boulesis.com

Pablo María Sorondo, "Sobre el héroe y sus mascaras"


(http://www.myriades1.com/vernotas.php?id=157&lang=es)

Pedro Granoni, “Justicieros del Imperio: los superhéroes en la guerra contra el


terror”, en www.tebeosfera.com

Robin Robertson - Introducción a la Psicología Junguiana.

Roland Barthes, Mitologías.

Umberco Eco, Apocalípticos e Integrados.

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