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Parcial n° 1: Monografía Temática.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE MISIONES.


FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES.
CARRERA: Profesorado y Licenciatura en Letras.
CATEDRA: Literatura Argentina I
PROFESORES: Figueroa, Javier
ALUMNA: Minadeo, Luciana
FECHA: 22/08/14

Consigna:

Focalizar el movimiento de las acciones (el manejo del espacio y el tiempo como producto
de la memoria). A qué intención del narrador responde esa estrategia textual. (Localice
fragmentos en capítulos).
Texto: "Recuerdos de Provincia”, de D. F. Sarmiento

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Recuerdos de Provincia…

Es uno de los libros más conocidos de Sarmiento y escrito a modo de autobiografía. Lo


escribió en Chile y se publicó en 1850, en el momento de su máximo prestigio como
escritor y periodista. Fue hecho para defenderse de los ataques de Rosas, en uno de los
períodos más duros de su polémica con el gobernador porteño. El género autobiográfico en
la literatura argentina ya había sido iniciado por Sarmiento con “Mi Defensa”, pero este,
posterior, tiene como resultado un trabajo admirable, uno de los mejores textos de nuestra
literatura. Las biografías, el retrato que hizo de su madre y la parte referida a su educación
fueron los que más conmovieron al público. Un viaje de recuerdos con personajes muy
queridos y no tantos. Entre las familias que evoca en el libro están los Mallea, los Jofré, los
Saavedra, los Funes, los Oro y los Albarracín. Está lleno de anécdotas graciosas que pintan
con todos sus matices el San Juan de aquellos años.

La intención

En el prólogo del libro, Sarmiento lo definió de este modo: “Mis Recuerdos de


Provincia son nada más que lo que su título indica. He evocado mis reminiscencias, he
resucitado, por decirlo así, la memoria de mis deudos que merecieron bien de la patria
subieron alto en la jerarquía de la Iglesia; y honraron con sus trabajos las letras americanas;
he querido apegarme a mi provincia, al humilde hogar en que he nacido; débiles tablas, sin
duda, como aquellas flotantes a que su desamparo se asen los náufragos, pero que me dejan
advertir a mí mismo que los sentimientos morales, nobles y delicados, existen en mí, por lo
que gozo en encontrarlos en torno mío, en los que me precedieron, en mi madre, en mis
maestros y en mis amigos. (…) Sin placer, como sin zozobra, ofrezco a mis compatriotas
estas páginas que ha dictado la verdad, y que la necesidad justifica. Después de leídas
pueden aniquilarlas, pues pertenecen al número de las publicaciones que deben su
existencia a circunstancias del momento, pasadas las cuales nadie comprendería. ¿Merecen
la crítica desapasionada? ¡Que he de hacer! Ésta era una consecuencia inevitable de los
epíteros de infame, protervo, malvado, que me prodiga el gobierno de Buenos Aires.

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¡Contra la difamación, hasta el conato de defenderse es mancha!”.
Claramente, aquí vemos el plan que tiene Sarmiento para la obra. Es, aparte de una
autobiografía, un tributo o recordatorio a sus seres queridos, que también podríamos
denominar como “héroes”. El autor al mencionar “las letras americanas” se vale de la
literatura para hacerla suya. Su visión a su hogar, a su infancia y su familia, son claves en el
desarrollo del libro. La tendencia que tiene de tomarse como figura heróica es consecutiva,
así también mencionando sus “modelos de inspiración”.

“Mi madre”

Gran parte del libro, Domingo lo dedica a su familia. Uno de los capítulos más
conmovedores lleva por título “La Historia de mi Madre”. En él, Sarmiento evoca a la
figura de doña Paula Albarracín. Dice así en las primeras líneas: “Siento una opresión de
corazón al estampar los hechos de que voy a ocuparme. La madre es para el hombre la
personificación de la Providencia, es la tierra viviente a que se adhiere el corazón como las
raíces al suelo. Todos los que escriben de su familia hablan de su madre con ternura (…) La
mía, empero, Dios lo sabe, es digna de los honores de la apoteosis, y no hubiera escrito
estas páginas si no me diese para ello aliento el deseo de hacer en los últimos años de su
trabajadora vida, esta vinculación contra las injusticias de la suerte. ¡Pobre mi madre” (…)
Por fortuna, téngola aquí a mi lado, y ella me instruye de cosas de otros tiempos, ignoradas
por mí, olvidadas de todos. ¡A los sesenta y seis años de edad, mi madre ha atravesado la
cordillera de los Andes para despedirse de su hijo, antes de descender a la tumba!” En este
fragmento podemos ver la apreciación que tenía Sarmiento por su madre. Era sin duda un
ícono dotado de valor y respeto para él. Evoca una figura de honor al referirse a ella, a la
cual en otros fragmentos, describía como una mujer de avanzada edad, estatura elevada, sus
formas acentuadas y huesudas como seña de decisión y energía, donde cree que lo exterior
merece citarse. Decía que su alma y su conciencia estaba educada con una elevación que la
más alta ciencia no podría producir por si sola jamás. De aquí esa figura “divina” de su
madre. El mencionaba conocer esa moral al ver a su madre obrar en circunstancias muy
difíciles, reiteradas y diversas sin desmentirse nunca, sin flaquear ni contemporizar, en

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circunstancias que para otros, según él, habrían “santificado las concesiones hechas a la
vida”. En los años 50 supo decir que las industrias manuales poseídas por su madre eran
muchas y muy variadas, que su enumeración “fatigaría la memoria con nombres que allí no
tendrían ya significado”. El respeto que tenía por la labor de su madre la cual consideraba
como pura vocación, la dejaba en manifiesto mencionando los pañuelos de lana de vicuña
para mandar obsequios, corbatas y pochos suavísimos, y la visión detallista de nuestro
autor, al contarnos detalladamente los dibujos formados en las puntillas que su madre
realizaba.
Por otro lado, tenemos al padre de Domingo: José Clemente Sarmiento. En el primer
capítulo; “A mis Compatriotas Solamente” este no es mencionado… pero más adelante
nuestro autor recuerda así a su padre: “Era mi padre un hombre dotado de mil cualidades
buenas, que desmejoraban otras que, sin ser malas, obraban en sentido opuesto. Como mi
madre, había sido educado en los rudos trabajos de la época: peón en la hacienda paterna de
La Bebida, arriero en la tropa, lindo de cara y con una irresistible pasión por los placeres de
la juventud, carecía de aquella constancia maquinal que funda las fortunas, y tenía, con las
nuevas ideas venidas de la revolución, un oído invencible y rudo en que se había creado.
Oyóle decir una vez el presbítero Torres, hablando de mí: -¡Oh, no! ¡Mi hijo no tomará
jamás en sus manos una azada!-. Y la educación que me daba me mostraba que ésta era una
idea fija (…) Tenía mi padre encogida una mano por un callo que había adquirido en el
trabajo; la revolución de la independencia sobrevino, y su imaginación, fácil de ceder a la
excitación del entusiasmo, le hizo malograr en servicios prestados a la patria, las pequeñas
adquisiciones que iba haciendo. Una vez, en 1812, había visto en Tucumán las miserias del
ejército de Belgrano, y de regreso a San Juan, emprendió una colecta en favor de la madre
patria, según la llamaba, que llegó a ser cuantiosa (…) quedándole desde entonces el
sobrenombre de Madre Patria, que en su vejez fue origen en Chile de una calumnia con el
objeto de deslucir su hijo. En 1817 acompañó a San Martín a Chile, empleado como oficial
de milicias en el servicio mecánico del ejército, y desde el campo de batalla de Chacabuco
fue despachado a San Juan llevando la plausible noticia del triunfo de los patriotas. San
Martín lo recordaba muy particularmente en 1847 y holgóse de saber que era yo su hijo”.
Como aquí podemos entender, la figura paterna no está ausente, también se tomó el
atrevimiento de mencionar a su padre y utilizar los recursos anecdóticos que figuran a lo

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largo del libro, pero en el final de la cita, vemos que al fin de cuentas los héroes que destaca
son San Martín y a él mismo.

“La Toribia” y el Hogar

Era otro de los habitantes de la casa paterna y así al recordó Sarmiento con cariño: “Una
zamba criada en la familia; la envidia del barrio, la comadre de todas las comadres de mi
madre, la llave de la casa, el brazo derecho de su señora, el ayo que nos crió a todos, la
cocinera, el mandadero, la revendedora, la lavandera, y el mozo de manos para todos los
quehaceres domésticos (…) ¡Qué pensar en sorprender a la cocinera de los niños devuelta a
la escuela. Con su mendruguillo de pan escondido, introduciéndonos en vía y forma de
visita, para soportarlo en el caldo gordo del puchero! Si el tiro se lograba, era preciso tener
listas las piernas y correr sin mirar atrás hasta la calle, so pena de ser alcanzado por el más
formidable cucharón de madera que existió jamás, y que se asentó por lo menos treinta
veces en mi niñez sobre mis frágiles espaldas…” La criada de la casa, dejó una huella en
Domingo que no pudo dejar de destacar. La vida de Sarmiento transcurrió rodeada de
muchas mujeres, muchas más que la la de cualquier contemporáneo suyo. Sin olvidar que la
primera de todas fue su madre, doña Paula, a quien tanto admiró. Quizá por eso tuvo en tan
alta estima el sexo femenino, algo para nada común en los hombres de su tiempo.
El hogar era muy humilde y los recursos escasos, por lo que Paula –ante la ausencia del
padre por largos períodos y su falta de trabajo- fue la que afrontó todo el peso de la crianza
de sus hijos con su trabajo en el telar. Dice Sarmiento así: “Hacia la parte del sur del sitio
de treinta varas de frente por cuarenta de fondo, estaba la habitación única de la casa,
dividida en dos departamentos: uno sirviendo de dormitorio a nuestros padres, y el mayor,
de sala de recibo con su estrado alto y cojines, resto de las tradiciones del diván árabe que
han conservado los pueblos españoles. Dos mesas de algarrobo, indestructibles, que vienen
pasando de mano en mano desde los tiempos en que no había otra madera en San Juan que
los algarrobos de los campos, y algunas sillas de estructura desigual, flanqueaban la sala
adornando las lisas murallas dos grandes cuadros de óleo de Santo Domingo y San Vicente
Ferrer, de malísimo pincel, pero devotísimos, y heredados a causa del hábito dominico. A
poca distancia de la puerta de entrada, elevaba su copa verdinegra la patriarcal higuera que

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sombreaba aún en mi infancia aquel telar de mi madre, cuyos golpes y traqueteo de husos,
pedales y lanzadera, nos despertaban antes de salir al sol para anunciarnos que un nuevo día
llegaba, y con el la necesidad de hacer por el trabajo frente a sus necesidades. Algunas
ramas de la higuera iban a frotarse contra las murallas de la casa, y calentadas allí por la
reverberación del sol, sus frutos se anticipaban a la estación ofreciendo para el 23 de
noviembre, cumpleaños de mi padre, su contribución de sazonadas brevas para aumentar el
regocijo de la familia”.
Aquí tuvimos una cercanía muy íntima al autor. La descripción detallada es otro recurso
que Faustino disfrutó utilizar al escribir su autobiografía. Tenía una apreciación material
muy lúcida, mientras que aparte de describirnos materiales, formas y tamaños, también nos
daba su apreciación de cada objeto. No solo tenemos en nuestras manos una descripción
sino también una valoración, y sus estándares respecto a lo que le parecía bello.

Batalla en el Puente

Recordemos que “Recuerdos de Provincia” incluye audaces anécdotas de nuestro autor.


Uno de los párrafos más divertidos del libro es aquel en el que sarmiento cuenta acerca de
un encuentro de pandillas en el que el sanjuanino se sintió todo un general por defender un
pequeño puente que cruzaba una acequia con apenas seis bravos compañeritos contra una
turba de chiquillos. El desafío era mayúsculo, pero el niño Sarmiento reparó que la zona del
puente estaba plagada de piedras, así que decidió hacer frente al ataque. Llovieron pues las
piedras sobre los “invasores” y los hicieron retroceder. Pero después de la victoria inicial
surgió un inconveniente: “Olvidaba que lo mejor no se me había pasado por las mientes, y
era que las mismas piedras que habíamos tirado podían volvérnoslas a su turno…” Se
reanudó entonces el combate y abundaron los heridos por ambos bandos. Recién se detuvo
la lluvia de guijarros cuando el “general”, en este caso Sarmiento, no pudo mover más sus
brazos por el esfuerzo. Los vencedores se acercaron a él, pero nada le hicieron. Y hasta
recibió la felicitación por su valentía de parte de algunos adultos que habían visto todo.
Lo que quise apreciar en el párrafo anterior, es como nuestro autor utiliza el recurso de
la anécdota, como si estuviéramos ante un exclusivo diario íntimo de Sarmiento. Su

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personificación tan heroica, también nos permite ver la mirada hacia el pasado que tiene de
él mismo.
Según Bajtín “el tiempo y el espacio artísticos, irreversibles y establemente
arquitectónicos, en correlación con el tiempo compactado de la vida adquieren una
tonalidad emocional-volitiva e incluyen como tales tanto la eternidad como la
extratemporalidad, tanto ilegible como la infinitud, tanto el todo como la parte; todas estas
palabras tienen, para el filósofo, un peso valórico, es decir, están estetizadas”.
Otra anécdota que me gustó es la que declara el amor por los libros que tenía nuestro
autor. En ella explaya una de sus grandes pasiones cuando dice: “La Historia de Grecia la
estudié de memoria, y la de Roma en seguida (…); y esto mientras vendía yerba y azúcar, y
ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo que yo había descubierto para
vivir en él. Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba leyendo, y una señora
pasaba para la Iglesia y volvía de ella, y sus ojos tropezaban siempre, día a día, mes a mes,
con este niño inmóvil insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo
que, meneando la cabeza decía en su casa: “¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si fueran
buenos los libros no los leería con tanto ahínco!”

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Conclusión

Para comenzar este final, si tuviera que elegir un nuevo nombre para esta obra, el mismo
sería “Un Viaje en la Memoria de Domingo Faustino”. Los recuerdos, anécdotas, las
valoraciones, las descripciones, se ven plasmadas en el libro con una modalidad de diario
íntimo, el cual te permite indagar con imágenes los detalles de la vida más íntima de
nuestro prócer.
Preferí tomar el lado del libro que más me agradó dado que es en el que se plasman más
los hechos, lo sucedido, por sobre las ideas o la filosofía del autor. Por ello dejé de lado el
capítulo dedicado por Sarmiento a los huarpes, donde hizo una de las primeras referencias a
los indígenas.
No me esperé, a decir verdad, una lectura en la que permanezca tanto la intimidad
escritor-lector. El vocabulario emprendido por el mismo creó la atmosfera que hoy
mencionaba de “diario íntimo” al cual, lo único que lo aleja de serlo, es no haber sido
escrito día tras día sobre el momento en que los hechos fueron sucediendo, y considero que
es un gran material relacionado al aspecto psicológico de Domingo.

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