Sunteți pe pagina 1din 10

Contexto

Revoluciones europeas
FRANCIA

La Revolución Francesa fue producto del proceso de enriquecimiento de la burguesía debido al


comercio transoceánico y el consiguiente desarrollo de la producción. La mediana y pequeña burguesía
se lanzó a la conquista del poder político -hasta ese momento monopolizado por la aristocracia y
asentado en la posesión de la tierra- para satisfacer su anhelo de igualdad y libertad económica.

Francia contó también con un campesinado oprimido por el excesivo peso de los impuestos. Cuando la
burguesía parisina se alió con el campesinado (por ser ambos grupos sociales los sostenes efectivos de
la financiación del Estado) y con el proletariado obrero (explotado con interminables jornadas laborales
a cambio de míseros salarios), se dieron las condiciones adecuadas para expulsar del gobierno a la
nobleza y terminar con el absolutismo del régimen francés, estableciendo un sistema de libertades.

La Revolución en Francia se concretó el 14 de julio de 1789 y marcó el fin del Antiguo Régimen y el
surgimiento de una nueva organización socio-política. No tardaron en constituirse en toda Francia
gobiernos provisionales locales y una Asamblea Nacional Constituyente que redactó una Constitución
en la que se incluyó la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano y los ideales de la
Revolución, sintetizados en tres principios: "Liberté, Égalité, Fraternité" (Libertad, Igualdad,
Fraternidad). Además, suprimió los títulos hereditarios, estableció la división de poderes, propuso
modificar la legislación francesa y dispuso que el electorado quedara limitado a los miembros de la
clase burguesa, ya que se debía tener un nivel económico que permitiera tener propiedades para
acceder al voto.

Las bases para un estado monárquico con separación de poderes –el rey continuó a cargo del poder
ejecutivo controlado por la Asamblea que desempeñaba el poder legislativo-, estaban descritas en “Del
Espíritu de las Leyes” (1748) de Montesquieu; y los ideales de la Revolución, en los escritos de
Rousseau, Voltaire y otros intelectuales ilustrados.

Pero para los pobres de París nada había cambiado; continuaban reclamando alimentos y soluciones a
sus condiciones miserables de vida. Esto hizo que no tardaran en adoptar posiciones radicales que
llevaron hasta la decapitación de la pareja real.

En 1794, el gobierno francés pasó a ser ejercido por un Directorio, compuesto de un Poder Ejecutivo,
compuesto por cinco miembros. Este gobierno no tuvo la aceptación de la población y fue perdiendo
prestigio debido a la imposibilidad de proteger el territorio ante la invasión de monarquías extranjeras.

Ante esta situación, fue surgiendo la figura de Napoleón Bonaparte, coronado en 1804 como emperador
de los franceses. Desarrolló un gobierno en el que mantuvo estricto control de la situación interna. En el
ámbito externo, inició un proceso de conquistas militares. Su mayor rival fue Gran Bretaña, por quien
fue vencido en la batalla de Trafalgar. Como represalia, decretó el bloqueo continental, que disponía el
cierre de todos los puertos del imperio napoleónico y de sus aliados al tráfico con Gran Bretaña. El
objetivo era provocar una crisis en la naciente industria británica que, tras perder sus colonias en
América del Norte, requería de los mercados europeos para ubicar su producción y conseguir de
materias primas. En 1808, invadió Portugal y España y luego, fue derrotado en su campaña a Rusia por
el crudo invierno que diezmó a sus tropas.
Las monarquías extranjeras se atrevieron entonces a enfrentar las tropas de Napoleón, que se vio
obligado a abdicar en 1814. En 1815, intentó, sin éxito, retornar al gobierno. Finalmente, fue desterrado
a la isla de Santa Elena, donde falleció en 1821.

Luis XVIII, integrante de la dinastía borbónica, ocupó el gobierno y restituyó la monarquía absoluta.

GRAN BRETAÑA

En el siglo XVIII, cuando la industria y el comercio ingleses progresaban a pasos agigantados, cuando
la demanda crecía y las luchas obreras se iban volviendo más y más acuciantes, Inglaterra se vio
conmovida por un acontecimiento crucial: el invento de las primeras máquinas. Inmediatamente, se las
utilizó con profusión en la industria textil, los transportes -dando origen al ferrocarril- y más tarde, en los
barcos a vapor.

Surgieron las fábricas, que empleaban a centenares y luego a miles de obreros. Estos obreros fabriles,
lo mismo que los de las manufacturas, eran asalariados. Pero lo que diferenciaba a las fábricas de las
manufacturas era que en aquéllas se utilizaban las máquinas.

La revolución industrial no consistía solamente en la invención de las máquinas, sino también en el


nacimiento de dos clases sociales: la burguesía, integrada por los propietarios de las fábricas y de
todos los medios de producción y el proletariado, integrada por los obreros asalariados.

Este cambio radical se dio en Inglaterra gracias a:

1. La existencia desde el siglo XVII de una monarquía liberal, en la que los poderes del monarca
estaban acotados por la existencia de un parlamento elegido por votación y por una Constitución
cuyas disposiciones legales se encontraban por encima del poder real.
2. La insularidad actuó como una barrera de protección a la que se unía el desarrollo de una
poderosa flota de guerra que mantuvo su hegemonía mundial durante esos siglos.
3. La existencia de una moneda estable y un sistema bancario organizado.
4. La tecnificación del campo que posibilitó el aumento de la producción agrícola.
5. La abundancia de hierro y carbón que favoreció el desarrollo de la siderurgia y la utilización de la
máquina de vapor.
6. El control de buena parte de los intercambios comerciales de otros continentes con Europa, lo
que produjo abundancia de capitales procedentes en parte, de ese dominio comercial británico y
también la obtención de materias primas y mercados donde vender sus productos.

Esta organización económica estuvo imbuida por las ideas de Adam Smith que planteaba la no
intervención del Estado en las cuestiones económicas, ya que, el mercado se regularía a través de lo
que denominó la mano invisible; es decir, la interacción entre el interés individual, la ley de la oferta y la
demanda y la libre competencia. Estos elementos conjugados determinarían qué producir, cuánto
producir, a qué costo producir y cuál sería el precio de los productos. Smith, fue partidario del laissez
faire, insistía en la necesidad de la libre circulación de los productos. La función del Estado debía ser
tan sólo la de mantener el orden interno, defender el territorio nacional y encargarse de aquellas obras
públicas que la iniciativa privada no realizara.

El aumento de la productividad contribuyó a que hubiera mayor cantidad de bienes disponibles, por
ende, era también necesario asegurar mercados compradores. El bloqueo continental obligó a los
ingleses a buscar nuevos mercados en las colonias ultramarinas. Guerra expansiva y comercio estaban
estrechamente vinculados para los británicos. El primer ministro William Pitt planteaba a sus
compatriotas que “Cuando se trata del comercio, desde vuestra última línea de defensa, desde vuestra
última trinchera, debéis defenderlo o perecer.” Así, en 1806 y 1807, dirigieron su flota hacia Buenos
Aires intentando, sin éxito, apoderarse de la capital del virreinato. Pero el interés hacia el Río de la Plata
no era cosa nueva, desde tiempo atrás los comerciantes ingleses se acercaban a las costas del Río de
la Plata violando el monopolio establecido por el gobierno español haciendo llegar mercadería de
contrabando.

Luego del fallido intento de 1806 y 1807, el gobierno inglés había perdido interés en ejercer poder
político en América del Sur, pero tampoco aceptaría que otros Estados europeos lo hicieran. Entre 1810
y hasta 1816 el gobierno británico se esforzó para detener la codicia portuguesa sobre el territorio de la
Banda Oriental y también por evitar que Buenos Aires se supeditara a su autoridad. Gran Bretaña, que
tenía un incuestionable predominio comercial en el Río de la Plata y tenía intención de reconocer la
independencia de nuevos Estados cuando demostraran tener un gobierno estable con el que a través
del cual, los intereses británicos estuvieran asegurados. En consonancia con esta posición, el gobierno
inglés no se sumó a la política de intervención impulsada por las monarquías europeas tendientes a
sofocar procesos revolucionarios.

ESPAÑA

Al comenzar el siglo XVIII e instalada la dinastía de los Borbones en España, Carlos III fue partidario de
las ideas de la Ilustración y encaró importantes reformas. Todo para el pueblo pero sin el pueblo, es
decir, gobernar en beneficio del pueblo pero sin la participación de éste en las decisiones y en los
resortes de poder, fue el lema del despotismo ilustrado.

Influido por las ideas fisiocráticas, se realizaron mejoras en el sector agrario, dividiendo las grandes
extensiones de tierra que se encontraban improductivas y entregándolas a los labradores. Para los
fisiócratas, el gobierno no debía interferir en los asuntos económicos más allá de lo imprescindible para
proteger la vida y la propiedad y la libertad de contratación, adherían al librecambismo. Sintetizaban
esta postura en la frase laissez faire, laissez passer, que significaba libertad para la actividad comercial
en el interior del Estado y comercio interior y exterior libre, sin trabas. En España, en consonancia con
estas propuestas, se mejoraron las vías de comunicación y los servicios de transporte. En pocos años,
la producción manufacturera y el comercio se triplicaron y la población creció notablemente.

En relación a la política con las colonias americanas, se evaluó que para ejercer un gobierno efectivo
sobre un territorio tan extenso era necesario reestructurar la administración, se crearon así, nuevas
capitanías generales y virreinatos, entre ellos el del Río de Plata (1776) que dependía hasta ese
momento del virreinato del Perú. Además, con el fin de incrementar el comercio con las colonias, se
dictó en 1778 el Reglamento de Libre Comercio que abrió más puertos en España y las colonias, entre
ellos, el puerto de Buenos Aires. Además de mejorar el abastecimiento de las colonias, la finalidad fue
la reducir el comercio ilegal del que usufructuaban franceses, portugueses, holandeses e ingleses en
las zonas del Caribe y el Río de la Plata. Se crearon instituciones como el Real Consulado para que se
encargara de promover las economías locales y el comercio en función de las necesidades de la
metrópoli.

En las reformas que encaró Carlos III trabajó Melchor Gaspar de Jovellanos favoreciendo la creación de
Sociedades Económicas Amigos del País, para beneficiar a las provincias. Consideró que era vital para
el crecimiento económico promover la enseñanza de las primeras letras y las artes y oficios. En 1793,
Jovellanos fundó el Real Instituto Asturiano, que incluía una Escuela Superior de Náutica y Mineralogía,
allí se enseñaba dibujo, náutica, y matemática. Jovellanos fue autor de la “Ley agraria”. En ella, criticó
al latifundio y se mostró partidario de la división de la tierra, con la finalidad de entregarla a quienes la
hicieran producir. Propiciaba el mejoramiento y construcción de vías de comunicación.

En 1761, Carlos III firmó con Francia un Pacto de Familia –los reyes de Francia y España eran
parientes- por el cual España participó en la guerra de los Siete Años y en la de la independencia de los
Estados Unidos de América, conflictos que no aportaron beneficios para España.
A la muerte de Carlos en 1788, heredó el trono su hijo Carlos IV, quien gobernó hasta 1808 sin poder
manejar exitosamente los hilos de la compleja situación europea y de sus colonias de ultramar.

Un ejército francés ingresó a Portugal como castigo por la violación del bloqueo continental, e rey de
España autorizó el paso por su territorio. La monarquía ibérica atravesaba momentos conflictivos
debido a las diferencias entre Carlos IV, y su hijo Fernando. Napoleón con el propósito de mediar entre
padre e hijo por la sucesión al trono reunió a ambos en Bayona y allí terminó haciéndose del trono José
Bonaparte hermano de Napoleón, quien el 6 de junio de 1808, fue proclamado rey de España y de
Indias.

La población española no aceptó al nuevo rey, inició la resistencia, levantándose en armas contra los
ocupantes. Jurando fidelidad a Fernando VII, el rey cautivo, se establecieron Juntas Provinciales, que
desconocieron al rey francés, adoptando la idea de la soberanía popular que recuperaba el poder
cuando el pacto social se hubiera quebrado, en este caso por la prisión del gobernante. Representantes
de todas las Juntas Provinciales formaron parte de la Junta Central establecida primero en Aranjuez y
luego en Sevilla.

En mayo de 1809, la Junta Central convocó a la formación de Cortes no estamentales, donde estuvo
representada la población con diputados elegidos popularmente. En 1812 fue promulgada la
Constitución Española. Estableció el principio de la soberanía popular, conformándose el pueblo
español con los habitantes de España, y sus colonias en América y Asia; instauraba como sistema de
gobierno, una monarquía moderada hereditaria controlada por un parlamento (cortes).

La guerra contra los ocupantes se tornó dificultosa pero, finalmente fueron desalojados. Por el Tratado
de Valençay, firmado el 11 de diciembre de 1813, Fernando VII recuperó el trono español. Con la
reasunción de Fernando VII, quedó sin efecto la Constitución de 1812 y se inició la lucha por la
recuperación de sus colonias americana.

Del Comercio Exterior


I. De Frutos

Las razones en que acaba de fundarse la necesidad del libre comercio interior de nuestros frutos,
concluyen también a favor de su comercio exterior, y prueban que la libre exportación debe ser
protegida por las leyes, como un derecho de la propiedad de la tierra y del trabajo, y como un
estimulo del interés individual. Prescindiendo, pues, del comercio del trigo y de las demás semillas
frumentarias, que siendo de diferente naturaleza y relaciones, debe examinarse por diferentes
principios, la Sociedad no duda, en proponer á vuestra alteza como necesaria una ley que proteja
constante y permanentemente la libre exportación de los demás frutos por mar y tierra. Y puesto
que nuestra legislación dispensa en general esta protección, sólo habrá que combatir aquellos
principios en que se fundan las modificaciones de este comercio respecto de ciertos artículos.

Pueden reducirse á dos clases. La primera abraza a aquellos que, sin ser de primera necesidad, se
reputan como muy importantes para la publica subsistencia, tales como el aceite, las carnes, los
caballos, etc. Se ha creído que el mejor medio de asegurar su abundancia era retenerlos dentro del
reino, y en consecuencia fue prohibida su exportación, ó gravada con fuertes derechos, ó sujeta á
ciertas licencias y formalidades, casi equivalentes á la prohibición.

Ya en otra parte combatió la Sociedad el error que envuelve esta máxima, y le parece haber
demostrado que el mejor camino de conseguir la abundancia de los productos de la tierra y del
trabajo, sean los que fueren, era estimular el interés individual por medio de la libertad de su
tráfico; siendo tan seguro que supuesta esta libertad, abundaran doquiera que el hombre industrioso
tenga interés en cultivarlos y producirlos, como que ningún sistema, ninguna ley podrá asegurar
esta abundancia donde no se sienta aguijado por el interés.

Pero es digno de observar que tales providencias obran en sentido contrario de su fin, y son de un
efecto doblemente dañoso á las naciones que tienen la desgracia de publicarlas; por que no solo
menguan su cultivo en aquella parte en que pudiera fomentarle el consumo exterior, sino que
aumentan el cultivo extranjero en aquella en que dejando de proveerse de los productos de la
nación que prohíbe, acuden á proveerse á otra parte y por consiguiente a fomentar el cultivo de las
naciones que traen; y esto sucederá tanto mas seguramente, cuando la política general de Europa
favorece ilimitadamente la libre exportación de sus frutos. Será, pues, un desaliento para el cultivo
propio lo que es un estimulo para el extraño.

Nos hemos fiado en demasia de la excelencia de nuestro suelo, como singularmente favorecido de
la naturaleza para la producción de frutos muy preciosos; pero si se exceptúan las lanas, ¿qué fruto
hay que no pueda ser cultivado con ventaja en otros países?¿No podrá fomentar sus cosechas de
aceite la Francia y la Lombardia, mientras nosotros desalentemos las de Andalucía, Extremadura, y
Navarra? La ganadería de Portugal y África ¿no podrá prosperar y crecer cuanto decaiga y mengüe
la nuestra? Y para contraer más la reflexión, ¿no podrá el mismo Portugal fomentar sus yeguadas, y
hacer con el tiempo la remonta de su caballería con potros de su cría, si nos obstinamos en prohibir
á nuestros criadores la introducción de caballos en aquel reino? Jamás se debe perder de vista que la
necesidad es seria y siempre el primer aguijón del interés, axial como el interés lo es de la industria.

Melchor Gaspar de Jovellanos, Ley agraria.

Instruyendo a los labradores

El segundo medio de acercar las ciencias al interés consiste en la instrucción de los labradores. Sería
cosa ridícula quererlos sujetar á su estudio; pero no lo será proporcionarlos á la percepción de sus
resultados, y he aquí nuestro deseo. La empresa es grande por su objeto, pero sencilla y fácil por sus
medios. No se trata sino de disminuir la ignorancia de los labradores, o por mejor decir, de multiplicar y
perfeccionar los órganos de su comprensión. La Sociedad no desea para ellos sino el conocimiento de las
primeras letras, esto es, que sepan leer, escribir, y contar. ¡Qué espacio tan inmenso no abre este
sublime, pero sencillo conocimiento, á las percepciones de un hombre! Una instrucción, pues, tan
necesaria a todo individuo para perfeccionar las facultades de su razón y de su alma tan provechosa a
todo padre de familias para conducir los negocios de la vida civil y domestica, y tan importante a todo
gobierno para mejorar el espíritu y corazón de sus individuos, es la que desea la sociedad, y la que
bastara para habilitar al labrador, axial como a las demás clases laboriosas, no solo para percibir más
fácilmente las sublimes verdades de la región y la moral, sino también las sencillas y palpables de la
física, que conducen á la perfección de sus artes. Bastará que los resultados, los descubrimientos de las
ciencias más complicadas, se desnuden del aparato y jerga científica y se reduzcan y simplicísimas
proporciones, para que el hombre más rudo las comprima cuando los medios de su percepción se hayan
perfeccionado.

Dígnese, pues, vuestra alteza de multiplicar en todas partes la enseñanza de las primeras letras; no haya
lugar; aldea ni feligresía que no la tenga; no haya individuo por pobre y desvalido que sea, que no pueda
recibir fácil y gratuitamente esta instrucción. Cuando la nación no debiese este auxilio a todos sus
miembros, como el acto más señalado de su protección y desvelo, se le deberá á si misma como el medio
más sencillo de aumentar su poder y su gloria. Por ventura ¿no es el más vergonzoso testimonio de
nuestro descuido ver abandonado y olvidado un ramo de instrucción tan general, tan necesaria, tan
provechosa, al mismo tiempo que promovemos con tanto arderlos institutos de enseñanza parcial, inútil o
dañosa?
Por fortuna la de las primeras letras es la más fácil de todas, y puede comunicarse con la misma facilidad
que adquirirse. No requiere ni grande sabios para maestros, ni grandes fondos para su honorario; pide
solo hombres buenos, pacientes y virtuosos, que sepan respetar la inocencia y se complazcan en
instruirla. Sin embargo, la Sociedad mira como tan importante esta función, que quisiera verla unidad á
las del ministerio eclesiástico. Lejos de ser ajena de él, le parece muy conforme á la mansedumbre y
caridad que forman el carácter de nuestro clero, y á la obligación de instruir los pueblos, que es tan
inseparable de su estado. Cuando se halle reparo en agregar esta pensión á los párrocos, un eclesiástico
en cada pueblo y cada feligresía, por pequeña que sea, dotado sobre aquella parte de diezmos que
pertenecen á los prelados, mesas capitulares, prestamos y á la vista y bajo la dirección de los párrocos y
jueces locales. ¿Qué objeto más recomendable se puede presentar al cielo de los reverendos obispos, ni
al de los magistrados civiles? Y ¿qué perfección no pudiera recibir este establecimiento, una vez
mejorados los métodos los libros de la primera enseñanza? ¿no pudiera reunirse a ella la del dogma y de
los principios de moral religiosa y política? ¡Ah! ¡De cuántos riesgos, de cuántos extravíos no se
salvarían los ciudadanos, si se desterrase de sus ánimos la grasa ignorancia que generalmente reina en
tan sublimes materias! ¡Pluguiera á Dios que no hubiese tantos ni tan horrendos ejemplos del abuso que
puede hacer la impiedad la simplicidad de los pueblos, cuando no las conocen!

Instruida la clase propietaria en los principios de las ciencias útiles y perfeccionados en las demás los
medios de provecharse sus conocimientos, es visto cuanto provecho se podrá derivar á la agricultura y
artes útiles. Bastará que los sabios abandonando las vanas investigaciones, que solo pueden producir una
sabiduría presuntuosa y estéril, se conviertan de todo a descubrir verdades útiles, y a simplicarlas y
acomodarlas a la comprensión de los hombres y literatos, y á desterrar en todas partes aquellas absurdas
opiniones que tanto retardan la perfección de las artes necesarias, y señaladamente la del cultivo.

Melchor Gaspar de Jovellanos, Ley agraria


La bandera

Su creación

A mediados de febrero de 1812, Belgrano instaló en Rosario dos baterías de artillería a efectos de impedir el paso de los
navíos realistas por el río Paraná. Denominó a los dos campamentos Libertad e Independencia, respectivamente.

Manuel Belgrano se dirigió por nota a los miembros del Triunvirato, sugiriéndoles que establecieran la escarapela nacional
que debían utilizar las tropas. Le respondieron que la escarapela debía ser de dos colores, blanco y azul celeste.

En el momento de inaugurar la batería Libertad, el 27 de febrero de 1812, Belgrano presentó a sus tropas una bandera
confeccionada por María Catalina Echavarría de Vidal, que tenía dos paños verticales, uno blanco –del lado del asta- y otro
celeste. Mientras flameaba la bandera, arengó a sus soldados diciendo que: “… la América del Sud será el templo de la
Independencia y de la Libertad…”

Los miembros del Triunvirato desautorizaron el acto de Belgrano porque comprometía la política prudente que el Ejecutivo
sostenía respecto a la declaración de la independencia del país.

Desconociendo la oposición del gobierno, Belgrano marchó al norte con sus tropas y se hizo cargo del ejército. El 25 de
mayo de 1812, aniversario de la Revolución, hizo bendecir y jurar en Jujuy la bandera celeste y blanca.

Será el Congreso de Tucumán quien apruebe oficialmente en 1816 el pabellón nacional

Belgrano

Su vida

El 3 de junio de 1770 nació Manuel Belgrano en Buenos Aires. La casa de la familia estaba ubicada en la calle Santo Domingo
430 (actualmente, la calle lleva el nombre Belgrano). Así se presenta en su Autobiografía:

“El lugar de mi nacimiento es Buenos Aires; mis padres, don Domingo Belgrano y Peri conocido por Pérez,
natural de Onella, y mi madre, doña María Josefa González Casero, natural también de Buenos Aires. La
ocupación de mi padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió riquezas
para vivir cómodamente y dar a sus hijos la educación mejor de aquella época".

Manuel Belgrano, Autobiografía.

Hacia 1750, el padre de Belgrano pasó de Génova a Cádiz para ejercer el comercio y después de naturalizarse español, viajó
a Buenos Aires donde prontamente, se convirtió en un prominente comerciante. Con una buena posición económica, le
brindó a sus hijos varones una buena educación. Así lo recuerda Belgrano:

"Me proporcionó la enseñanza de las primeras letras, la gramática latina, filosofía y algo de teología en el
mismo Buenos Aires. Sucesivamente me mandó a España a seguir la carrera de las leyes, y allí estudié en
Salamanca; me gradué en Valladolid, continué en Madrid y me recibí de abogado en la cancillería de
Valladolid.
Confieso que mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como el estudio de
los idiomas vivos, de la economía política y al derecho público, y que en los primeros momentos en que tuve
la suerte de encontrar hombres amantes al bien público que me manifestaron sus útiles ideas, se apoderó
de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos
hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de la patria.”

Manuel Belgrano, Autobiografía.

Estudió las primeras letras en su casa, con maestros particulares, como era habitual en esa época. Luego, ingresó al Real
Convictorio Carolino donde se graduó en 1786. Viajó a España y se graduó en Leyes en la Universidad de Salamanca a los
diecinueve años de edad.

Aún en España, complementó sus estudios con la lectura de las obras de Montesquieu y de los enciclopedistas (Diderot,
D'Alembert, Rousseau, Voltaire, D'Holbach, Quesnay y Turgot). Se interesó mucho por las ideas de Gaspar de Jovellanos,
que por entonces, había redactado un informe sobre la ley agraria, criticando las formas en las que se explotaba la tierra en
Andalucía, ya que se producía poco; propuso formas alternativas de división de la tierra y el aumento de producción de la
misma. También estudió idiomas y realizó prácticas profesionales en algunos bufetes de abogados.

En 1794, regresó a Buenos Aires, habiendo sido designado Secretario del Real Consulado.

Sus amores

Uno de los mitos de la historia argentina puso en duda la masculinidad de Manuel Belgrano. Tal vez, sus modos delicados,
su voz aflautada, la enfermedad venérea que padecía (sífilis), las representaciones generadas a través de la iconografía,
contribuyeron a la construcción de esta idea. Pero para ser fieles a la historia, debemos decir que hubo en la vida de
Belgrano muchas mujeres, tanto en España durante su juventud como en el Río de la Plata y, a pesar de estar ocupado en
actividades periodísticas, políticas y militares, no dejó de destinar tiempo a cultivar relaciones amorosas.

En la época, las tertulias eran espacios apropiados para mostrar en sociedad las cualidades de las jóvenes casamenteras y
para arreglar su matrimonio. El matrimonio de las hijas de las familias de la elite era una cuestión de importancia, ya que de
esa manera, se controlaban los destinos de la descendencia. Por eso, en los arreglos matrimoniales el amor era lo de
menos. Sólo en algunos casos, se iniciaba una relación amorosa, tal es la historia de Belgrano y María Josefa Ezcurra.

En una de las tertulias que frecuentaba, conoció a María Josefa Ezcurra en 1802, cuando él había regresado a Buenos Aires.
Era la mayor de la familia Ezcurra. Ella había contraído matrimonio con Juan Esteban Ezcurra, un primo que llegado de
Navarra, había logrado hacer fortuna rápidamente pero que, disconforme con los ideales de la Revolución de Mayo, regresó
a la península ibérica y dirigió sus negocios desde allí. Estuvieron casados durante nueve años; ella quedó en Buenos Aires
gozando de las libertades de una viuda sin hijos de los que hacerse cargo.
Luego de la creación de las baterías sobre el río Paraná para impedir el avance de los realistas y de enarbolar por primera
vez la bandera de la patria, Belgrano regresó a Buenos Aires. Se encontraron nuevamente y se enamoraron, él tenía algo
más de cuarenta años y ella tan sólo veintisiete.

Cuando le ordenaron a Belgrano partir hacia el norte para comandar el ejército patriota, el amor hizo que María Josefa lo
siguiera por Salta, Tucumán y Jujuy sin temer a los peligros a los que se enfrentaba. Sin embargo, temía a la opinión de los
miembros de la sociedad cuando conocieran que ella no respetaba las rigurosas normas éticas de la época ya que, sin estar
casada con Manuel Belgrano estaba esperando un hijo de él.

Avanzado el embarazo, ella no podía continuar viajando con el ejército, decidieron entonces que el niño naciera en Santa
Fe, en la estancia de unos amigos. El 30 de julio de 1813 nació un varón. Sin apellido, fue bautizado en la catedral de Santa
Fe. El nacimiento se mantuvo en absoluto secreto.

Los padres no reconocieron al niño, que fue entregado a una de las hermanas de María Josefa, Encarnación Ezcurra casada
con Juan Manuel de Rosas. Esta pareja adoptó al niño dándole el nombre de Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
En 1812, Belgrano y María Dolores Helguero tuvieron un primer encuentro. Él habría quedado prendado por la hermosura
de la joven y le habría prometido matrimonio.

Debido a los trajines de la guerra, debieron distanciarse pero cuando se reencontraron, vivieron un intenso romance, fruto
del cual Dolores quedó embarazada.

Belgrano marchó a cumplir con sus obligaciones militares y los padres de Dolores la obligaron a casarse con otro hombre.
Durante este matrimonio, nació la hija de Belgrano; luego, el esposo de Dolores la abandonó.

El 4 de mayo de 1819 nació Manuela Mónica del Corazón de Jesús, cuando Belgrano ya estaba muy enfermo. Habiendo
solicitado licencia para atender sus afecciones, viajó a Tucumán para conocer a su hija, pero no pudo disfrutarla por muchos
tiempo.

Alejado de sus amores y vencido por la enfermedad, murió en Buenos Aires a los pocos meses.

Sus hijos

A veces, era preferible la infelicidad a soportar el reproche social por no haber respetado las normas establecidas. Una
mujer casada debía respetar a su marido aunque –como en los casos de María Josefa y de María Dolores- su esposo no
conviviera con ella, la hubiera abandonado y no hubiera regresado nunca. No podía volver a casarse a menos que
enviudara. Belgrano sabía que el esposo de Dolores se había trasladado al Alto Perú y recurría a informantes para conocer si
aún vivía, porque de lo contrario, podría contraer nupcias con su amada.
Esta concepción social, llevó a Belgrano a no reconocer a sus hijos, como modo de no deshonrar el buen nombre de sus
madres. Es por eso, que ni siquiera los reconoce en su testamento.

Belgrano había solicitado a Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas -los tíos de Pedro Pablo, que lo adoptaron y lo
criaron- que cuando fuera mayor de edad, se le informara que él era su verdadero padre, lo que fue cumplido.

El hijo mayor de Belgrano se instaló en la zona de los actuales distritos de Azul y Olavarria, donde Rosas, le había
obsequiado enormes extensiones de tierra. Fue designado juez de paz y comandante militar interino de esos pagos y se
dedicó a las tareas vinculadas a la explotación ganadera. Se casó en 1851 con Juana Rodríguez con la que tuvo dieciséis
hijos.

Belgrano tuvo ocasión de conocer a Manuela Mónica de la que debió distanciarse cuando su estado de salud se agravó y
decidió viajar a Buenos Aires. En ese momento, remitió una misiva al Cabildo de Tucumán, a través de la cual declaraba:
“[…] Que la cuadra de terreno, contenida en la donación que me hizo la M.I. Municipalidad y consta de los documentos
antecedentes, con todo lo que en ella edificado por mí, pertenece por derecha de heredad a mi hija Manuela Mónica del
Corazón de Jesús, nacida el 4 de mayo de 1819 en esta capital y bautizada el 7, siendo sus padrinos la Sra. Dña. Manuela
Liendo y Don Celestino Liendo, hermanos y vecinos de la misma. Para que conste la firmo hoy 22 de enero de 1820 en la
valerosa Tucumán, rogando a las juntas militares, como a las civiles, le dispensen toda justa protección”.

Manuela Mónica vivió con su madre hasta 1825, cuando se trasladó a Buenos Aires para quedar al cuidado de sus tíos Juana
y Domingo Belgrano, cumpliendo el deseo de su padre. Con ellos vivió en el actual distrito de Azul (Provincia de Buenos
Aires), donde conoció a su hermano Pedro Pablo que tenía allí sus campos. Cultivaron una profunda relación y se presume
que fue su hermano quien le presentara a su futuro esposo, Manuel Vega Belgrano, un pariente político con quien se casó
Manuela en 1852 y tuvo tres hijos.

Manuel Belgrano sabía que su hijo no necesitaría su protección económica por eso, lo poco con lo que contaba trató de
dejarlo para su hija. En un escrito citado por Mitre, Belgrano solicita a su hermano, el sacerdote Domingo Estanislao
Belgrano "[…] que, pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a favor de una hija natural llamada
Manuela Mónica, de edad de poco más de un año, que había dejado en Tucumán".

Campañas militares

Las campañas

Luego de la Revolución de Mayo y en vistas de mantener la integridad territorial heredada de la colonia hubo que vencer, al
mismo tiempo, dificultades internas e internacionales.

Los habitantes del Virreinato del Río de la Plata no habían tenido experiencia en el arte de la guerra más allá de los
enfrentamientos contra los británicos durante el curso de las invasiones inglesas en 1806 y 1807. El litoral, mejor dicho
Buenos Aires, recogió útiles enseñanzas, pero no las suficientes como para formar ejércitos de línea disciplinados, bien
preparados, con oficialidad aleccionada en la guerra regular.

La acción militar por la independencia se inició con la expedición a las provincias del Norte, que llegaría hasta el límite del
Virreinato, de acuerdo con la petición popular del 25 de mayo de 1810.

S-ar putea să vă placă și