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Introducción

Es t e lib r o, e s c r it o p or m i c ol e ga la s e ñ or a F if í B ig ot e s -
gr ises, es un trabajo m uy or iginal. El jefe lo pasó a m á-
quina porque los dedos de la pobre Feef eran demasiado
cor tos. Dios sabe que lo intentó, y por poco se car ga la
m á q u i n a . A s í e s q u e e l v i e j o l e d a b a a l t e c l a d o p or e l la .
¡ L a s p a r t e s h e c ha s p or m í s on m u y b u e n a s !
Todo el mundo me conoce, claro. Mi fotografía ha dado
la v uelta al mundo en la Prensa. Así es que no hablemos
de mí; dejen que les cuente algo de Feef, el jefe y el
ilustrador.
La señora Fifí Bigotesgrises es una vieja (dicho sea
claro) gata siamesa francesa de una raza pura con un
pedigree tan largo como el cuello de una jirafa. Se vino a
v iv i r c o n n o s o t r o s d e s p u é s d e u n a d u r a , d u r í s i m a v i d a .
¡Jo!, era un v iejo pelacho cuando la v i por primera v ez.
Su pelo erizado como los mechones de una vieja escoba,
p e r o l a h e m o s p u l i d o y p u e s t o e n f o r m a ; a h or a l a v i e j a
Biddy es inferior tan sólo a mí. Éste es su libro, su obra y
s i n o c r e e n q u e u n g a t o s i a m é s p u e d a e s c r i b ir u n l i b r o ,
corran (no tienen tiempo de andar) al psiquiatra más pró-
x i m o y d í g a n l e q u e t i e n e n u n a g u j e r o e n l a c a b e z a p or e l
que se les escapa el cerebro.
El jefe es un genuino lama del Tibet. Ahora es viejo,
g o r d o , c a lv o y b a r b u d o , p e r o n o e s n e c e s a r i o a n u n c i a r l e
con trompeta. Lean El tercer ojo, El médico de Lhasa e
Historia de Rampa. Son libros verídicos. Si no creen en
ellos llamen al enterrador más próximo, pues deberán de
estar muertos, hombre, muertos. Bueno el pobre tipo (el
j e f e , n o e l d e la f u n e r a r ia ) e s c r i b i ó e s t e l i b r o b a j o
e l d i c t a d o d e la v i e ja ga t a . ¡ P o r p o c o l e m a t a t a m b i é n !
Buttercup hizo la cubierta y las ilustraciones. Butter-

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cup es en realidad Sheelagh M. Rouse, una alta y cim-
b r e a nt e r ub ia q ue ha b la c o n a c e nt o i nglé s , q ue n o d e ja d e
asombrar de la noche a la mañana a los canadienses y
a m e r ic a nos d e p or a q uí. Ha he c h o u na s il us t r a c ion e s m u y
buenas, pero claro yo le di consejos. Si no entiende el
lenguaje gatuno peor para ella. A pesar de todo, trabajó
mucho y la señora Bigotesgrises está satisf echa con los
dibujos. De todos modos es ciega y no puede verlos,
¡Deberían ustedes dejar que Buttercup ilustrara su pró-
ximo libro!
Ma, claro está, es mi Ma. Nos ama, y sin Ma todos
nosotros estaríamos ya en la perrera. Este libro está
dedicado a ella. Sus antepasados eran escoceses, pero
nunca lo diría con lo generosamente que reparte la
comida. La vieja gata come como un caballo. Yo como
poquito. Ma nos alimenta a las dos.
Bueno, amigos, así es. Ahora a leerlo ustedes solos.
¡Ta! ¡Ta!
LADY KU'EI
Prólogo

«Te has vuelto loca, Feef —dijo el lama—. ¿Quién


va a creer que tú escribiste un libro?» Me sonrió con
condescendencia y me acarició debajo de la barbilla del
m od o q ue m á s m e gus t a b a , ant e s d e s a lir d e la ha b it a c ió n
para algún recado.
Yo me senté a deliberar. «¿Por qué no iba a poder
yo escribir un libro?», pensé. Es v erdad que soy un gato,
pero no un v ulgar gato, ¡oh no!, soy una gata siamesa
que ha v iajado y v isto mucho. «¿Visto?» Bueno, claro,
ahora estoy completamente ciega y tengo que confiar en
el lama y lady Ku'ei para que me expliquen el presente
escenario, pero tengo mis memorias.
Claro está que soy v ieja, muy v ieja desde luego, y no
poco enferma, pero ¿no es ésta una buena razón para
dejar escritos los hechos de mi v ida, mientras pueda?
Aquí está, pues, mi versión sobre la vida con el lama
y los chas más felices de mi vida, días de sol después de
una vida de sombras.

FIFÍ BIGOTESGRISES
Capítulo primero

L a f u t ur a m a d r e gr i t a b a a p u nt o d e e s t a l la r . « ¡ Q u ie r o
un gato! —chillaba—. ¡Un bonito y fuerte gato!» El
ruido, dijo la gente, era terrible. Pero, claro, a madre
se la conocía por su altísima voz. Ante su persistente
d e m a nd a , la s m e j or e s ga t e r í a s d e P a r ís f u e r on r e p a s a d a s
en busca de un buen gato siamés con el necesario pe-
d ig r e e. Cuanto más aguda se v olv ía la v oz de la futura
madre, más se desesperaban las personas mientras se-
guían la búsqueda incansablemente.
Finalmente se encontró un candidato muy presenta -
ble y él y la futura madre fueron presentados formal-
mente. De este encuentro, a su debido tiempo, aparecí
yo, y sólo a mí se me permitió vivir; mis hermanos y
hermanas fueron ahogados.
Madre y yo vivíamos con una vieja familia francesa
que tenían una espaciosa finca en las afueras de París.
El hombre era un diplomático de alto rango que iba a la
ciudad casi todos los días. A menudo no volvía por
la noche y se quedaba con su amante. La mujer, que
vivía con nosotras, madame Diplomar era una mujer
muy dura, superficial e insatisfecha. Nosotros los gatos
no éramos «personas» para ella (como en cambio sí lo
somos para el lama) sino meros objetos para ser mos-
trados en los tés.
Ma d r e t e n ía un g l or i os o t i p o , c on e l m á s n e gr o d e l os
rostros y una recta cola. Había ganado muchos premios.
Un día, antes de que yo dejara de mamar, estaba can-
tando una canción más alto que de costumbre. A mada-
me Diplomar le dio un ataque y llamó al jardinero.
«Pierre —gritó--, llévala al lago inmediatamente, no
puedo soportar más el ruido.»

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Pierre, un francés de corta estatura y rostr o
chupado, que nos odiaba porque a veces nosotras
ayudábamos en el jardín inspeccionando las raíces de las
plantas para ver si crecían, recogió a mi preciosa madre,
la metió dentro de un viejo saco de patatas y se alejó en
la distancia. Esa noche, sola y atem orizada, lloré hasta
caer dorm ida en un frío cobertizo donde no podía
estorbar a madame Diplomat con mis lam entos.
Iba dando v ueltas nerviosamente, enfebrecida en m i
fría cama hecha con viejos periódicos de París echados
sobr e el suelo de cemento. Retortijones de hambre es-
tremecían m i pequeño cuerpo y me preguntaba cóm o iba
a arreglármelas.

Cuando los pequeños rayos del alba se colaron con


desgana a través de las ventanas cubiertas de telarañas
del cobertizo, me sobresalté al oír el r uido de pesados
pasos que subían por el camino. Dudaron ante la puer ta
y entonces la empujar on y abrieron. «¡Ah! —pensé con
alivio—, es sólo madame Albertine, la mujer de limpieza.»
Crujiendo y con la r espiración entrecortada, bajó su ma-
siva forma hasta el suelo, metió un gigantesco dedo en
un bol de leche caliente y poco a poco m e persuadió par a
que bebiera.

Durante días m e m oví en el valle del dolor, penandc


por mi madre asesinada, asesinada únicamente por su
gloriosa voz. Durante días no sentí el calor del sol, ni m e
emocioné ante el sonido de una voz bien amada. Pasé
hambre y sed y dependía absolutamente de los buenos
oficios de madame Albertine. Sin ella me habría m uerto
de hambre ya que era dem asiado joven para comer sin
ayuda.

Los días fueron convirtiéndose en semanas. Fui


aprendiendo a cuidar de mí misma, pero las durezas de
mis primer os tiempos me dejaron con una constitución
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La finca era enorme y a menudo paseaba por ella,
alejándome de la gente y de sus patosos y mal dirigidos
pies. Los árboles eran mis favoritos, me subía a ellos
y me estiraba a lo largo de una amistosa rama, tomando
el sol. Los árboles susurraban anunciándome los días
más felices que m e llegar ían en el oca so de mi vida. En-
tonces no los entendí pero confié en ellos y siempre
retuv e las palabras de los árboles ante mí, incluso en
los momentos más oscuros de mi vida.
Una mañana me desperté con extraños deseos, difí-
ciles de definir. Solté un quejido interrogante que des-
graciadamente madame Diplomat oyó. «¡Pierre! —gri-
tó—. Busca un gato cualquiera, para empezar ya ser-
virá.» Más tarde durante el día, me cogier on y me metie-
ron bruscamente en un cajón de madera. Antes de que
pudiera darme cuenta de la presencia de alguien, un
v iejo gato de mal aspecto se subió a mi espalda. Madre
no había tenido mucho tiem po de explicarme «los hechos
de la v ida», así es que no estaba preparada para lo que
siguió. El viejo y apaleado gato se deslizó sobre mí y
sentí un espantoso golpe. Por un momento pensé que
u na d e la s p e r s ona s m e ha b í a d a d o u na p a t a d a . S e n t í u n
cegante dolor y como si algo se rompiera. Di un grito
de agonía y terr or y m e v olv í fier am ente contr a el v iejo
gato. Salió sangre de una de sus orejas y sus gritos se
sumaron a los míos. Como el rayo, la tapadera de la
caja fue retirada y unos ojos asombrados espiaron. Me
deslizé fuera, al escapar vi al viejo gato escupiendo y
rev olc á nd os e, sa ltar der e c ho a Pierr e q ue ca yó ha c ia a trá s a
los pies de madame Diplomat.
Corrí a través del césped y me dirigí al refugio de
u n a m i s t o s o m a n z a n o. Me e n c a r a m é s ob r e e l a m a b le t r o n -
co, llegué a uno de sus miembros y me eché a lo largo
con la respiración entrecortada. Las hojas susurraban
en la brisa y me acariciaban dulcemente. Las ramas se

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mecían y crujían y despacio me llevaron al sueño del
agotamiento.
Durante el resto del día y toda la noche estuve
echada en la rama, hambrienta, aterrada y enferma, pre-
guntándome por qué los humanos son tan crueles, tan
s a lv a je s , t a n p oc o c uid a d os o s p or los s e nt im ie nt os d e lo s
p e q ue ño s a nim a le s q u e d e p e nd e n a b s o lut a m e nt e d e e l los .
La noche era fría y caía una ligera llovizna proveniente
de París. Estaba empapada y temblando, sin embargo
me aterrorizaba bajar y buscar refugio.
L a f r ía l uz d e l a m a n e c e r d i o p a s o p o c o a p oc o a l gr i s
de un día cubierto. Nubes de plomo se deslizaban pre-
cipitadamente a través del bajo cielo. De vez en cuando
caían unas gotas de lluvia. Hacia media mañana una
figura familiar apareció a la vista; venía de la casa.
Madame Albertine, tambaleándose pesadamente y emi-
t ie nd o s on id os a m is t os o s , s e a c e r c ó a l á r b ol y m ir ó ha c i a
ar r iba con su m ir ada de cor ta de v ista. La llam é débil-
mente y alargó su mano hacia mí. «Mi pobre pequeña
Fifí, v en a m í corr iendo, que tengo tu com ida.» Me des-
lizé de espaldas por el tronco. Se arrodilló sobre la
hierba junto a mí, acariciándome mientras yo bebía la
leche y comía la car ne que había traído. Al terminar m i
comida, me restregué contra ella con gratitud, sabiendo
que no hablaba mi lengua y yo no hablaba francés
(aunque lo comprendía perfectamente). Subiendo a su
a nc h o h om b r o m e l le v ó a la c a s a y a s u ha b i t a c i ó n. Mir é a
m i alr ededor con los ojos abier tos de sor pr esa e inter és.
Ésta era una habitación nueva para mí y pensé lo
apropiada que sería para estirar las patas. Conmigo
todav ía sobre su hombro, madame Albertine se dirigió
pesadamente hacia un ancho asiento en la ventana y
miró hacia fuera. «¡Ah! —exclamó suspirando pesada-
mente—. ¡Qué lástima! Entre tanta belleza, tanta cruel-
dad.» Me subió a su anchísimo regazo y me miró a la

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cara al decir: «Mi pobre preciosa y pequeña Fifí, ma-
d a m e Dip l om a t e s u na m uj e r d ur a y c r u e l. Una a s p ir a nt e ,
si la hubo nunca, a subir en la escala social. Para ella
no er es más que un juguete para ser m ostrado; para mí
tú eres una de las pobres criaturas de Dios, pero claro
no entenderás lo que te estoy diciendo, gatita». Yo ron-
roneé para demostrar que sí la entendía y le lamí las
manos. Me dio unas palmaditas y dijo: «Oh, tanto
amor y afecto desperdiciados. Serás una buena madre,
pequeña Fifí».
Mientras me enroscaba cómodamente en su regazo
m ir é p or la v e nt a na . La v is t a e r a t a n int e r e s a nt e q ue t uv e
que levantarme y pegar la nariz contra el cristal para
tener mejor vista. Madame Albertine me sonrió amistosa-
mente al tiempo que jugueteaba con mi cola, pero la
v ista ocupaba toda mi atención. Volv iéndose se levantó
de golpe y, con las mejillas juntas, observamos. Debajo
de nosotros los bien cuidados céspedes parecían una lisa al-
fombra verde bordeada de dignos cipreses. Girando sua -
vemente hacia la izquierda, el suave gris de la avenida
se prolongaba hacia la distante carretera de donde lle-
gaba el sordo ruido del tráfico rodado procedente y en
dirección hacia la metrópolis. Mi viejo amigo el man-
zano estaba solitario y erguido junto al pequeño lago
artificial, cuya superficie reflejaba el pesado gris del
cielo y brillaba com o el plomo. Al borde del agua, crecía
una cinta de cañas que me recordaba la franja de pelo
del viejo cura que venía a ver al «duque», el marido
de madame Diplomat. Volv í a mirar el estanque y pensé
en mi pobre madre que la habían matado allí. «¿Y a
cuántos otros?», me pregunté.
Madame Albertine me miró repentinamente y dijo:
«Pero mi pequeña Fifí, si creo que estás llorando. Sí,
has vertido una lágrima. Es un mundo muy cruel peque-
5a cruel para todos nosotros». En la distancia se

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v ieron de repente pequeños puntos negros que yo sabía
que eran coches, los cuales entraron en la avenida y \se
acercaron a gran velocidad hacia la casa frenando entr e
una nube de polvo y un gran rechinar de neumáticos. La
campana sonó fur iosamente haciendo que se me er izase
el pelo y que mi cola se esponjara. Madame cogió una
cosa que yo sabía que se llamaba teléfono y oí la aguda
voz de madame Diplomar, agitada: «Albertine, Alber-
tine, ¿por qué no atiendes a tus deberes?». La v oz paró
de golpe y madame Albertine suspiró frustrada: «¡Ah!
Que la guerra me haya llevado a esto. Ahora trabajo
dieciséis horas al día por pura pitanza. Tú descansa,
p e q ue ña F if í; a q uí t ie n e s u n c a jón d e t ie r r a » , Sus p ir a nd o
otra vez volvió a darme unas palmaditas y salió de la
habitación. Oí crujir la escalera bajo su peso, luego
silencio.
La terraza de piedra bajo mi ventana estaba llena
de gente. Madame Diplomat iba y venía inclinando la
c a b e z a s um i s a m e n t e , a s í q ue s u p u s e q u e e r a n p e r s o n a s
importantes. Aparecieron, como por arte de magia, mesi-
tas cubiertas de finos manteles blancos (yo usaba pe-
riódicos —el Pa ri s S o i r— como mantel), y criadas que
iban sirv iendo com ida y bebidas en pr ofusión. Me v olví
para enroscarme cuando un pensamiento repentino me
h iz o e n d e r e z a r l a c o la c o n a la r m a . Ha b í a o lv id a d o la m á s
e l e m e n t a l d e la s p r e c a uc i o n e s ; ha b ía o lv i d a d o la p r im e r a
cosa que mi madre me había enseñado. «Siempre inv es-
tiga una habitación extraña Fifí —había dicho—. Re-
córrelo todo minuciosamente. Asegúrate de todos los
cam inos. Desconfía de lo poco cor r iente, lo inesperado.
Nunca descanses hasta conocer la habitación.»
Sintiéndome llena de culpa me puse sobre mis pies,
h u s m e é e l a i r e y d e c i d í c ó m o p r o c e d e r . T o m a r ía l a p a r e d
izquierda pr imero y daría la vuelta. Salté al suelo, miré
bajo el asiento de la ventana husmeando por si había algo

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e s p e c ia l, e m p e z a nd o a r e c on oc e r la s it ua c i ón, l os p e ligr o s
y las ventajas. El papel de la pared era floreado y gas-
tado. Grandes flor es amarillas sobre un fondo púrpura.
Altas sillas escrupulosamente limpias pero con el rojo
terciopelo del asiento gastado. Los bajos de las sillas y
mesas estaban Impíos y no tenían telarañas. Los gatos
ven los bajos de las cosas, no solamente lo de encima y
los humanos no reconocerían las cosas desde nuestr o
punto de vista.
Un alto arm ar io se er igía contra una de las par edes y
yo m e moví hacia el centr o de la habitación para estu-
diar cóm o subirm e a lo más alto. Un r ápido cálculo me
mostró que podía saltar de una silla a la mesa —¡oh
cómo resbalaba!— y llegar a lo alto del armario. Durante
u n r a t o e s t uv e a l l í l a m i é n d om e l a c a r a y l a s or e j a s m i e n -
tras iba pensando. Casualmente miré detrás mío y por
poco caí alarmada; una gata siamesa me m iraba, eviden-
temente la había estorbado mientras se lavaba. «Raro
— p e n s é — , n o e s p e r a b a e n c o nt r a r a q uí u na ga t a . Ma d a m e
A l b e r t i n e d e b í a d e t e n e r l a s e c r e t a m e n t e . L e d ir é " h o l a - . »
Me volví hacia ella, y ella al parecer tuvo la misma idea y
se volvió hacia mí. Nos miramos con una especie de
v entana entre nosotras. «¡Extraordinario! —murmuré—,
¿cómo puede ser?» Cautelosamente, anticipando una
trampa, observé alr ededor de la parte tr aser a de la v en-
t a na . N o ha b ía n a d ie a l l í. C ur i os a m e nt e c a d a m ov im ie nt o
que yo hacía ella lo copiaba. Al final caí en la cuenta.
Esto era un espejo, un raro artefacto del que mi madre
m e había hablado. Ciertamente éste era el pr imer o que
yo veía, ya que ésta era mi primera visita dentro de la
casa. Madame Diplomat era muy particular y a los gatos
no s e le s p e r m it ía es t a r d e ntr o d e la c a sa a m e nos d e q ue
quisiera mostrarlos. Yo hasta el momento me había es-
capado de esta indignidad.
«De todos modos —me dije a mí misma— debo con-

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tinuar con mi inv estigación.» El espejo puede esperar
Al otr o lado de la habitación v i una gr an estr uctura de
m e t a l c o n t ir a d or e s d e b r o nc e e n c a d a e s q u i n a y t o d o e l
espac io e ntre los t iradores, c ubiertos con un mante l. Rápi -
d a m e nt e m e d e s l iz é d e l a r m a r i o a l a m e s a , p a t i na nd o u n
p oc o s obr e e l e nc era d o y sa lté d ir ec ta s obr e la es tr uc t ur a
de metal cubierta por un mantel. Aterrizé en el medio y
ante mi horror la cosa me lanzó al aire. Al volver a
aterrizar eché a correr mientras decidía qué hacer.
P or unos inst ant e s m e se nt é e n e l c entr o d e la a lf om.
bra roja y azul de un dibujo como de «remolinos» que
aunque escrupulosamente limpia, había v isto mejores días
en otros lugares. Parecía ser perfecta para estirar las
patas, así es que le di unos suaves estirones y parecía
ayudarme a pensar más claramente. ¡Claro! Esa gran
estructura era una cama. Mi cama cra de viejos perió-
dic os e c ha d os s obr e e l s ue lo d e c em ent o d e un c ob ert iz o
Madame Albertine tenía como un viejo mantel echado
s ob r e una e s p e c i e d e e s t r uc t ur a d e hie r r o. R onr one a nd o d e
pla cer p or ha b er re s ue lt o e l pr ob lem a, m e d ir igí ha c ia é s t a
y e x a m i n é l a p a r t e i n f e r i o r c o n g r a n i n t e r é s . I n mens os
mue lles c ub ier t os p or lo q ue obv iam e nt e era una e s p e c i e d e
t r e m e n d o s a c o r a s ga d o , s o p o r t a b a n l a c a r g a a m ont o na d a
s ob r e é s t o s . P od ía v e r c la r a m e n t e d o nd e e l p e s a d o c u e r p o
de madame Albertine había destrozado algunos de los
muelles que colgaban.
Con espíritu de investigación científica tiré de una
tela a rayas que colgaba de una esquina al otro lado
cerca de la pared. Ante mi increíble horror , salieron
plu ma s v olando. «¡Por todos los gatos! —exclam é yo—.
Guarda pájaros muertos aquí. No me extraña que sea
tan enorme, debe comérselos durante la noche.» Unos
cuantos rápidos husmeas alrededor y había ya agotado
todas las posibilidades de la cama.
Mientras observaba a mi alrededor y me pregun.

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t a b a d ó n d e m i r a r l u e g o , v i u n a p u e r t a a b i e r t a . D i m e d ia
docena de pasos y sigilosamente me agaché junto a un
poste de la puerta, inclinándome un poco hacia delante
para que un ojo pudiera echar un primer v istazo. A pri-
mera v ista el cuadro era tan extraño que no podía com-
prender lo que estaba v iendo. Algo brillante en el suelo
c on un d ib u j o b la n c o y n e gr o. C on t r a u na d e la s p a r e d e s
una especie de abrev ader o (sabía lo que er a por que los
había cerca de los establos), mientras que contra otra
pared sobre una plataforma de madera, había la taza de
p or c e la na m á s gr a n d e q ue j a m á s ha b r ía p o d i d o im a gi na r .
Estaba sobre la platafor ma de m ader a y tenía una tapa-
dera de madera blanca. Mis ojos se iban agrandando y
tuv e que sentar me y r ascarm e la or eja der echa m ientras
d e l i b e r a b a . Q u i é n b e b e r í a e n a l g o d e s e m e ja n t e t a m a ñ o ,
me preguntaba.
En aquel momento oí el ruido de madame Albertine
subiendo las crujientes escaleras. Apenas parándome a
ver si mis mostachos estaban en orden, corrí hacia la
p u e r t a p a r a s a l u d a r la . A nt e m is gr it o s d e j ú b i l o, ll e na d e
contento, dijo: «¡Ah!, mi pequeña Fifí, he robado lo me-
jor de la mesa par a ti. Esos cerdos se están har tando,
¡uf! ¡Me dan ganas de vomitar!». Se agachó y me puso
los plat os, ¡verdaderos platos!, d ela nte m ío, pero no te nía
tiempo para la comida todavía, tenía que decirle lo mu-
cho que la quería. Ronroneé mientras ella me acogía en
su ancho pecho.
Esa noche dormí a los pies de la cama de madame
Albertine. Echa un ovillo en la inmensa colcha, estuve
más cómoda que nunca desde que me habían separado
de mí madre. Mi educación fue en aumento; descubrí la
razón de lo que en mi ignorancia había creído que era
una taza de por celana gigante. Me hizo enr ojecer r ostro
y cuello al pensar en mi ignorancia.
A la mañana siguiente madame Albertine se vistió

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y bajó la escalera. Se oían los ruidos de mucha conmo-
c i ó n , m u c h a s v o c e s a l t a s . De s d e l a v e n t a n a v i a G a s t o n ,
el chófer, limpiando el gran Renault. Al poco rato
d e s a p a r e c i ó p a r a v o lv e r d e s p u é s c o n s u m e j o r u n i f o r m e .
L l e v ó e l c o c h e a la e n t r a d a d e la c a s a y lo s c r ia d os l le na -
ron el portaequipaje de maletas y paquetes. Me agaché
más, monsieur el duque y madame Diplomat se diri-
g i e r o n a l c o c h e y f u e r o n c on d u c i d o s p o r G a s t o n a v e n i d a
abajo.
El ruido debajo mío creció, pero esta vez era como
d e ge n t e c e l e b r a nd o a l g o. M a d a m e A lb e r t i ne s ub i ó r ui d o -
sam e nte la s e sc aler as c on e l ros tr o re b osa nte d e fe lic id ad y
rojo por el vino. «Se han ido, pequeña Fifí —gritó,
aparentemente creyendo que yo era sorda—. Se han
ido, durante toda una semana estaremos libres de su
tiranía. Ahora nos div er tirem os.» Estr ujándom e contra
e l la m e l le v ó a b a j o d on d e s e c e le b r a b a un a f i e s t a . T od os
los c r ia d os p a r e c ía n m á s c o nt e nt o s a hor a , y yo m e s e nt í a
or g ul l o s a d e q ue m a d a m e A lb e r t in e m e ll e v a r a e n b r a z os a
pesar de que temía que mi peso de cuatro libras la
cansara.
Por una semana todos ronroneamos juntos. Al final
de esa semana lo arreglamos todo y asumimos la más
m iser able de nuestr as expresiones pr epar ándonos para
la v uelta de madame Diplomat y su marido. Él no nos
preocupaba, solía pasearse por ahí tocándose su Legión
d e Ho nor e n e l b ot ón d e la s ola p a . Se a c om o f ue r e e s t a b a
siempre pensando en el «servicio», no en los criados
ni gatos. El problema era madame Diplomat. Era una
mujer regañona, desde luego, y fue como el perdón de
la guillotina cuando oímos el sábado que volverían a
irse una semana o dos, ya que tenían que verse con lo
«mejorcito».
El tiempo pasaba rápidamente. Por la mañana ayu-
daba a los jardineros levantando una planta o dos para

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v er s i la s ra íc es cr e c ía n sat isfa ct oriam e nt e. P or la s tar d e s
m e r e t ir a b a a u na c óm o d a r a m a d e l v i e j o m a nz a n o s o ña n-
do en climas más cálidos y antiguos templos donde los
sacerdotes vestidos con túnicas amarillas daban vueltas
silenciosamente siguiendo sus oficios religiosos. Repen-
tinam e nt e me d e sp er ta ba e l s onid o de av ione s d e la s F uer -
zas Aéreas francesas rugiendo locamente a través del
cielo.
Estaba empezando a ponerme pesada ahora y mis
gatitos empezaban a moverse dentro de mí. No me era
f á c i l m ov e r m e a h or a , t e n ía q u e m e d ir m i s p a s os . D ur a nt e
los últimos días cogí el hábito de ir a la lechería a mirar
cómo ponían la leche de las vacas dentro de una cosa
que daba vueltas y producía dos chorros, uno de leche y
otro de crema. Me sentaba sobre un estante bajo para
no molestar. La lechera me hablaba y yo le contestaba.
Un atardecer estaba sentada sobre el estante a unos
s e is p ie s d e un c ub o lle no d e le c he . L a le c he r a m e e s t a b a
hablando de su último nov io y yo le ronroneaba asegu-
rándole que todo iría bien entre ellos. De repente se oyó
u n c h i l l i d o q u e a t r a v e s a b a e l t í m p a n o c o m o c ua n d o a u n
g a t o m a c h o s e l e p i s a l a c o la . M a d a m e D i p l o m a t e n t r ó e n
la lechería corriendo y gritando: «Te dije que no tuvieras
gatos aquí, nos e nv e n e n a r á s » . Cogió lo p r im e r o que
encontr ó a m ano, una m edida de cobr e y m e la tir ó c o n
toda su fuerza. Me dio en el costado con mucha
violencia y me hizo caer en el cubo de la leche. El dolor
fue terrible. Apenas podía chapotear para mantenerme a
f lot e . Se nt í s a lír s e m e la s e n t r a ña s . El s ue l o s e t a m b a le ó
bajo pesados pasos y madame Albertine apareció. Rápi-
damente inclinó el cubo y tiró la leche manchada de
sangre. Pasó suavemente sus manos sobre mí. «Llama
al señor v eterinario», ordenó. Yo me desmayé.
Al despertar estaba en la habitación de madame
Albertine en un cajón forrado y caliente. Tenía tres

23
c ost illa s r ot a s y ha b ía p er d id o m is ga t it os. Dura nt e a lgún
tiempo estuv e muy enferma. El señor v eterinario venía a
verme a menudo y me dijeron que le había dicho
p a la b r a s d ur a s a ma d a m e Dip lom a r . « C r ue ld a d . C r ue ld ad
innecesaria», había dicho. «A la gente no le gustará.
Dirán que es usted una mujer mala.» «Los criados me
han dicho —dijo él— que la futura madre gatita era
m uy lim pia y m uy honr ada. No, madam e Diplom at, fue
muy malvado de su parte.»
Ma d a m e Al b e r t i n e m e m o ja b a l o s la b i o s c o n a g ua , ya
que ta n s ólo p e nsar en le c he me ha c ía p a lid e cer . Día tr a s
día intentaba convencer me para que com iera. El señor
veterinario dijo: «Ahora no hay esperanza, morirá, no
puede vivir otro día sin comer». Pasé a un estado com a-
t o s o. D e s d e a l g ú n l u ga r m e p a r e c ía o ír e l s u s ur r o d e l o s
árboles, el crujir de las ramas. «Gatita —decía el man-
zano—, gatita, esto no es el fin.» Extraños ruidos me
z um b a b a n e n la c a b e z a . V i u na b r i l la nt e l uz a m a r il la , v i
maravillosos parajes y olí placeres celestiales. «Gatita
—susurraban los árboles—, esto no es el fin, come y
vive. No es el fin. Tienes una razón para vivir, gatita.
Tendrás días felices en el ocaso de tu vida. No ahora.
Esto no es el fin.»
Abrí los ojos pesadamente y levanté algo la cabeza.
M a d a m e A l b e r t í n e c o n gr a nd e s l á g r im a s c o r r i é n d o l e p o r
las mejillas, se arrodilló junto a mí aguantando algunos
finos pedazos de pollo. El señor v eterinario estaba de
p i e j un t o a la m e s a l le na nd o u na j e r i n ga c on a lg o d e u n a
botella. Débilmente tomé uno de los pedazos de pollo, lo
retuve un instante en la boca y lo tragué. «¡Milagro!
¡Milagro!», dijo madame Albertine. El señor veterinario
se v olv ió con la boca abierta y poco a poco fue dejando
la jeringa y vino hacia mí. «Es como usted dice, un
milagro —remarcó--. Estaba llenando la jeringa para
administrarle el golpe de gracia y ev itar así más sufri-

24
miento.» Les sonreí y emití tres ronroneos, todo lo que
pude. Mientras volvía a adormecerme les oí decir: «Se
recuperará».
Durante una semana continué en un pobre estado;
no podía respirar hondamente, ni podía dar más que
u n o s p o c o s p a s o s . M a d a m e A l b e r t i n e m e h a b ía t r a í d o m i
cajón de tierra muy cerca, ya que madre me había ense-
ñado a ser muy cuidadosa con mis necesidades. Una se-
mana más tarde madame Albertine me llev ó abajo. Ma-
dame Diplomat estaba de pie ante una habitación con
una mirada burlona y de desaprobación. «Hay que lle-
varla a un cobertizo, Albertine», dijo madame Diplomat.
«Con perdón, señora —dijo madame Albertine—, toda-
v ía no e s t á lo s uf ic ie nt e m e nt e b ie n, y s i s e la m a ltr a t a, yo
y otros criados nos iremos.» Con un altiv o resoplido y
mirada, madame Diplomat volvió a entrar en la habi-
t a c ión. Ab a jo e n la s c oc i na s a lguna s d e la s v ie ja s m uje r e s
vinieron a hablarme y dijeron que se alegraban de que
estuviera mejor. Madame Albertine me dejó en el suelo
suav em ente para que pudier a m ov erm e y leer todas las
n o t i c i a s d e c o s a s y d e l a g e n t e . P r o n t o m e c a n s é , y a q ue
aún no me encontraba bien, y me dirigí a madame Alber -
tine, levanté la mirada hacia su rostro y le dije que
quería ir a la cama. Me cogió y volvió a lo más alto
de la casa. Estaba tan cansada que me dorm í pr of unda-
mente antes de que me metiera en la cama.
Capítulo II

E s f á c i l s e r s e n s a t o d e s p u é s d e l os a c o nt e c im i e n t os .
Escribir un libro trae recuerdos. A través de la dureza
de los años, pensé a menudo en las palabras del viejo
manzano: «Gatita, esto no es el fin. Tienes un propósito
en la vida». Entonces pensé que no era más que una
amabilidad para animarme. Ahora lo sé. Ahora en el
oca s o d e m i v ida t e ngo m uc ha fe lic ida d; s i e s t oy a use nt e,
aunque no sea más que unos minutos, oigo: «¿Dónde
está Fifí? ¿No le ha pasado nada?». Y sé que soy amada
p or m í m is m a no s ól o p or m i a p a r ie nc ia . En m i j uv e nt ud
era distinto, no era más que una pieza de escaparate o
c om o d ir ía la ge nt e m od er na una « pie za d e c onv er sa c ión» .
Los americanos dirían un «juguete ingenioso».
Madame Diplomar tenía sus obsesiones. Tenía la
obsesión de ascender más y más en la escala social de
Francia, y mostrarme en público era un seguro amuleto
para el éxito. Me odiaba, ya que odiaba a los gatos (ex-
cepto en públic o) y no se me permitía entrar en la casa a
menos de que hubiera invitados. El recuerdo de mi
primera «presentación» lo tengo vívido en mi mente.
Estaba en el jardín un día caluroso y soleado. Du-
r a nt e un r a t o ha b ía e s t a d o m ir a nd o a la s a b e ja s lle v a ndo
p o l e n s ob r e s u s p a t a s . E nt o nc e s m e m ov í p a r a e xa m i na r
e l p ie d e un c ip r é s . E l p e r r o d e u n v e c in o ha b ía r e c i e nt e -
mente estado allí y dejado un mensaje que yo quería
l e e r . E c h a n d o f r e c u e n t e s m ir a d a s s o b r e m i h o m b r o p a r a
ver si estaba a salvo, dediqué mi atención al mensaje.
Poco a poco me fui interesando más y más y fui per-
diendo la conciencia de cuanto me rodeaba. Inesperada -
mente unas á speras ma nos m e agarraron y m e d espertaron
de mi contemplación del mensaje del perro. Pzzt, silbé

26
mie ntr a s m e liber aba d a nd o un f uer t e golp e hac ia a trá s a l
hacer lo. Subí al árbol y mir é hacia abajo. Siempre corr e
primero y mira luego —había dicho madre—. Es mejor
correr sin necesidad que parar y no poder volver a correr.»
M ir é ha c ia a b a j o. Es t a b a P i e r r e , e l ja r d i ne r o, a ga r r á n -
dose la punta de la nar iz, un reguerillo de sangr e le iba
corr iendo por entr e sus dedos. Mirándom e con odio, se
agachó, cogió una piedra y la tiró con toda su fuerza.
Di la vuelta al tr onco del árbol, pero así y todo la vibra-
ción de la piedra contra el tronco casi me hizo caer.
Volv ió a agacharse para coger otra piedra en el mismo
m o m e n t o q u e m a d a m e A l b e r t i n e a n d a n d o s i l e n c i o s a m e n te
s ob re e l m us gos o t err e no ad e la nt ó un pa s o. R e c ogie nd o l a
escena en una mirada, adelantó ágilmente la pierna y
Pierre cayó al suelo cara abajo. Le cogió por el cuello
y lo levantó sacudiéndolo. Lo agitó con violencia, no era
más que un hombre pequeñito, y le hizo tambalear.
«Dañas a la gata y te mato, ¿me oyes? Madame Diplo-
mat te envió a buscarla, hijo de perra, no para que la
dañaras.» «La gata se me escapó de las manos y me
caí contra el árbol y me sangra la nariz —balbució
Pierre—, perdí los estribos a causa del dolor.» Madame
Albertine se encogió de hombros y se volvió hacia mí.
«Fifí, Fifí, ven con mamá», llamó. «Ya voy», grité mien-
tras ponía mis brazos alrededor del tronco y me desli-
zaba de espaldas. «Ahora tienes que comportarte lo me-
jor que puedas, pequeña Fifí —dijo madame Albertine—.
La señora 1 quiere mostrarte a sus visitas.» La palabra
s e ñ o r a s i e m p r e m e d iv e r t í a . E l s e ñ o r d u q u e t e n í a u n a s e -
ñora en París así que, ¿cómo era madame Diplomat
la señora? De todos modos, pensé, sí quieren que tam -
bién se la llam e «señora», por mí no hay pr oblema. Esta
era gente muy rara e irracional.
1. En inglés mistress significa señora y amante. (N. de la T.)
27
Andamos juntas a través del césped, madame Alber-
tine m e llev a ba p ara q ue m is pie s e s t uv iera n lim p ios para
la s v is it a s . Sub im os los a nc hos p e ld a ñ os d e p ie d r a d ond e
vi un ratón escurriéndose en un agujero junto a un
arbusto y atravesamos la galería. Al otro lado de las
puertas abiertas del salón vi a una multitud de gente
sentada y charlando como un grupo de gorriones. «He
traído a Fifí, señora», dijo madame Albertine. La «se-
ñora» se levantó de un salto y me tomó con cuidado de
los brazos de mi amiga. «¡Oh, mi querida dulce y chi-
quit ina Fifí! », exclamó mie nt ras daba la v uelta tan apr is a
q ue m e m a r e é . La s m uje r e s s e le v a nt a r on y s e a gr up a r on
c erc a d e m í p r of ir ie nd o e xc lama cione s d e a dm ira c ión. L os
gatos siam eses en Francia eran una rareza en aquellos
t i e m p o s . I n c l u s o l o s h om b r e s a l l í p r e s e nt e s s e m ov i e r o n
p a r a m ir a r . M i n e gr o r o s t r o y b la n c o c ue r p o t e r m i na nd o e n
una c ola ne gra, pa re c ía intr igar le s. « Exc e p c iona l e ntre l o

e xc e p c iona l — d ij o la s e ñor a — . Un m a gníf ic o pedigree;


costó una fortuna. Es tan cariñosa, a veces duerme con-
migo por la noche.» Yo grité protestando ante tales men-
tiras y todo el mundo retrocedió alarmado. «Está ha-
blando», dijo madame Albertine, a quien se le había
ordenado que se quedara en el salón «por si acaso».
Como el mío, el rostro de madame Albertine reflejaba
s or p r e s a d e q u e la s e ñ or a d i je r a t a n t a s f a ls e d a d e s . « A h,
Renée —dijo una de las invitadas—, deberías llevarla a
A m é r i c a c u a n d o v a ya s . L a s m u j e r e s a m e r i c a n a s p u e d e n
ser una gran ayuda en la carrera de tu marido si les
gustas y la gatita ciertamente llama la atención.» La
señora apretó sus delgados labios de modo que su boca
desapareció por completo. «¿Llevarla? —preguntó—.
¿C óm o l o h a r ía ? Ar m a r ía ja l e o y t e nd r ía m o s d if i c ul t a d e s
cuando volviéramos.» «Tonterías, Renée, me sorpren-
des —replicó su amiga—. Conozco a un veterinario que
te dará una droga con la que dormirá durante todo d

28
vuelo. Puedes arreglártelas para que vaya en una caja
a c o l c h a d a c o m o e q u i p a j e d ip l o m á t i c o . » L a s e ñ o r a a s i n t ió
con la cabeza: «Sí, Antoinette, tomaré esta dirección».
Durante un rato tuve que quedarme en el salón.
Hacían comentarios sobre mi tipo, se admiraban de lo
largo de mis piernas y la negrura de mi cola. «Yo creía
que todos los mejores tipos de gato siamés tenían la
cola enroscada», dijo una. «Oh no —contestó la seño-
ra—, gatos siameses con colas enroscadas no están de
moda ahora, cuando más recta la cola mejor el gato.
Pr ont o e nv iare m os a é st a a juntar se y e nt onc es te ndr em os
gatitos para dar.» Finalmente madame Albertine dejó
el salón. «¡Puff! —exclamó—. Dame gatos de cuatro
patas en cualquier momento antes que esta variedad de
dos patas.» Rápidamente di una ojeada a mi alrededor;
n o ha b ía v i s t o n u nc a ga t os c o n d o s p a t a s a n t e s y n o c om -
prendía cómo podían arreglárselas. No había nada de-
trás mío excepto la puerta cerrada, así es que meneé la
cabeza con un gesto de extrañeza y seguí andando junto a
madame Albertine.
Es ta ba osc ure c ie nd o y una ligera llov iz na golpe ab a la s
v e n t a na s c u a n d o e l t e l é f o n o e n l a h a b i t a c i ó n d e m a d a m e
Albertine sonó irritablemente. Se levantó para contes-
tarlo y la aguda voz de la señora rompió la paz. «Alber-
tine, ¿tienes a la gata en la habitación?» «Sí, señora,
todavía no está bien», replicó madame Albertine. La voz
de la señora subió un octavo de tono: «Te he dicho,
Albertine, que no la quiero en la casa a menos de que
haya visitas. Llévala al cobertizo inmediatamente. ¡Me
as om br o d e m i b ondad de jánd ot e q ued ar; er e s ta n inút il!» .
Muy a pesar suyo madame Albertine se puso un grueso
abrigo de punto, se metió dentro de un impermeable y
se enroscó un pañuelo en la cabeza. Cogiéndome en bra-
zos m e arropó con un chal y me bajó por la escalera tra -
sera. Se paró en la sala de los criados para coger una lin-

29
terna y fue hacia la puerta. Un v iento tempestuoso me
dio en la cara; una s nube s b ajas c orrían a trav és de l cielo
nocturno; desde un alto ciprés un búho ululó desma-
ya d a m e nt e , ya q ue nu e s t r a p r e s e nc ia ha b ía e s p a nt a d o a l
ratón que había estado cazando. Ramas cargadas de
lluvia nos rozaban y echaban su carga de agua sobre
n os o t r a s . E l c a m i no e r a r e s b a la d iz o y t r a i d or e n la o s c u-
ridad. Madame Albertine se arrastraba cautelosamente
escogiendo sus pasos a la tenue luz de la linterna mur-
m ur a nd o im p r e c a c i o ne s c on t r a m a d a m e Di p l om a t y t od o
lo que ésta representaba.
Ant e n os ot r a s a p a r e c ió e l c o b e r t iz o, c om o u na m a r c a
más negra en la oscuridad de los sombríos árboles. Em-
pujó la puerta y entró. Hubo un golpe tr emendo al des-
li z a r s e a l s u e lo u na m a c e t a q u e ha b ía q ue d a d o c og i d a a
sus volum inosas faldas. Muy a mi pesar se me erizó la
c ola d e m ie d o y s e m e f or m ó un a gud o t r a z a d o a l o la r go
de mi espinazo. Iluminando con su linterna un semi-
círculo delante de ella, madame Albertine se adentr ó
en el cober tizo y fue hacia el m ontón de v iejos per iódi-
cos que eran mi cama. «Me gustaría ver a esa mujer
encerrada en un lugar como éste —murmuró para sus
adentr os—. Ya le bajarían un poco los humos.» Me dejó
con cuidado en el suelo, se asegur ó de que tenía agua,
nunca be b ía lec he a hor a, s ólo a gua, y p us o unos c ua nt os
pedacitos de pata de rana a mi lado. Después de darme
unas palmaditas en la cabeza, fue retrocediendo poco a
poco y cerró la puerta tras ella. El difuso sonido de sus
pa s os f ue a hogá nd os e ba jo e l morda z v ie nt o y e l c hap ot e o
d e la l luv ia s ob r e e l ga lv a niz a d o t e ja d o d e hie r r o. Od ia b a
este cobertizo. A menudo a la gente se le olvidaba mi
existencia por completo y yo no podía salir hasta que
abr ía n la p uert a. C on de ma s iada fre c ue nc ia me ha b ía q ue -
d a d o a llí s in c om id a ni b e b id a d ur a nt e d os o inc lus o t r e s
días. Los gritos no servían de nada, ya que estaba dema-

30
siado lejos de la casa, escondida en un bosquecillo de
á r b o l e s , l e j o s , d e t r á s d e t od o s lo s r e s t a nt e s e d if ic i o s . M e
estiraba hambrienta poniéndome más y más arrugada es-
perando a que alguien de la casa se acordara de que no
se m e había v isto por ahí por algún tiem po y v iniera, a
investigar.
¡Ahora es tan distinto! Aquí me tratan como a un
ser humano. En vez de casi morir de hambre tengo siem-
pr e com ida y bebida y duerm o en un dorm itor io con mi
propia cama de verdad. Mirando hacia atrás a través de
los años, parece como si el pasado fuera un viaje cru-
zando una larga noche y como si ahora hubiera salido
a la luz del sol y al calor del amor. En el pasado tenía
q ue e s t a r a le r ta a los p a s os p a t os os , a hor a t od o e l m und o
vigila por si yo estoy ahí. Los muebles no se cambian
nunca de lugar a menos de que se me enseñe su nuevo
sitio porque soy ciega y v ieja y ya no puedo cuidar de
mí misma; como dice el lama soy una querida vieja
abuela que goza de paz y felicidad. Mientras dicto esto
estoy sentada en una cómoda silla donde los calientes
rayos del sol se posan sobre mí.
Pero todo a su debido tiempo, los días de las som-
bras estaban todavía conmigo y todavía el sol tenía que
aparecer después de la tormenta.
Sentía extraños movimientos dentro de mí. En voz
ba ja, ya q ue me s e nt ía ins e gura , c ant é una ca nc ión. Dea m-
bulaba por el terreno en busca de a lgo . Mis deseos eran
vagos y sin embargo apremiantes. Sentada junto a una
ventana abierta, sin atreverme a entrar, oí a madame
Diplomat usando el teléfono. «Sí, está llamando. La en-
viaré inmediatamente y la recogeré mañana. Sí, quiero
vender los gatitos tan pronto como sea posible.» Poco
después Gaston vino a mí y me puso en una caja de
madera donde no se podía respirar con la tapa bien
cerrada. El olor de la caja, aparte del ambiente irrespi-

31
rable, era de lo má s intere sa nte. Había serv id o para llev a r
comida, patas de rana, caracoles, carnes crudas y ver-
duras. Estaba tan interesada que apenas noté cuando
Gaston cogió la caja y me llev ó al garaje. Durante un
rato dejó la caja sobre el suelo de cemento. El olor a
aceite y gasolina me daba ganas de vomitar. Por fin
Gaston volvió a entrar en el garaje, abrió las grandes
puertas de entrada y dio el contacto a nuestro segundo
c oc he , un v ie j o C it r oe n. T r as e c ha r m i c a ja c on b a s t a nte
r ud e z a e n e l p or t a e q uip a je s e nt r ó d e la nt e y s a lim os . F ue
un viaje terrible, tomábamos las curvas tan aprisa que
mi caja rodaba con violencia y paraba con un golpe. A
la próxima curva volvería a repetirse el proceso. La
oscuridad era intensa y los humos del tubo de escape
me ahogaban y me hacían toser. Creí que el viaje no
t e r m i na r ía nu n c a . D e r e p e n t e e l c o c ha s e d e s v i ó, s e o y ó
un espantoso chirrido de los neumáticos al patinar, y
cuando el c oc he v olv ió a p one rse rect o y s iguió c orriend o, m i
ca ja d io la v ue lta y s e q ued ó b oca aba jo. Me d i c ontra una
aguda ast illa y m i nariz em pezó a sangrar. El Citroé n s e
t a m b a le ó a l p a r ar y p r ont o oí v oc e s . Ab r ie r on e l p or t a -
equipajes y por un momento hubo silencio y entonces
«Mira, hay sangre!», dijo una voz extraña. Levantaron
mi ca ja, la se nt í ba lanc ear s e m ie ntra s a lguie n la llev ab a.
Subieron unos peldaños, se veían sombras a través de
las rendijas de la caja y adiviné que estaba dentro de
una ca sa o c ob er t iz o. Se cer ró una p uer ta, me lev antar o n
más alto y me colocaron sobre una mesa. Desmañadas
m a nos a r a ña b a n la s up e r f ic i e e xt e r na y a b r ie r on la c a ja .
Yo guiñé los ojos ante la repentina luz. «Pobre gatita»,
dijo una voz de mujer. Alargando los brazos puso la
m a n o d e b a j o m í o y m e c o g i ó . Y o m e s e n t í a e n f e r m a , c on
ganas de vom itar y mar eada por los hum os del tubo de
escape, medio ida por la v iolencia del v iaje y sangrando
bastante por la nariz. Gaston, allí, de pie, estaba blanco

32
y asustado. «Debo telefonear a madame Diplomat», dijo
un hombre. «No me haga perder mi trabajo —dijo Gas-
ton—, conduje con mucho cuidado.» El hombre cogió
el teléfono mientras la mujer me secaba la sangre de la
nariz. «Madame Diplomat —dijo el hombre—, su gatita
e s t á e nf e r m a , e s t á d e s n u t r id a y ha s i d o e s p a n t o s a m e n t e
a git a d a p or e s t e v ia je . P e r d e r á s u ga t a , m a d a m e , a m e nos
de que se la cuide mejor.» «Por Dios —oí que replicaba
la voz de madame Diplomat—, tanto jaleo por un gato.
Ya la cuidamos. No la tenemos consentida y mimada,
q u ie r o q ue t e n ga ga t it o s . » « T ie n e u s t e d u na ga t a s ia m e s a
m uy valiosa, del m ejor tipo en toda Francia. Descuidar a
esta gata es un mal negocio, como usar sortijas de
diamantes para cortar cristal.» «Ya la conozco —con-
testó madame Diplomat—. ¿Está el chófer aquí?, quiero
hablar con él.» El hombre pasó el teléf ono a Gaston en
s i l e n c i o. P or a l g u n os i ns t a nt e s e l t or r e nt e d e p a la b r a s d e
l a s e ñ o r a f u e t a n gr a n d e , t a n v i t r i ó l i c o q u e n o p o d í a p e r -
seguir su fin, simplem ente atontaba los sentidos. Final-
m e n t e , d e s p u é s d e m u c h o e s t i r a r l l e g a r o n a u n a c u e r d o.
Yo tenía que quedarme ¿dónde estaba yo?, hasta que
estuviera mejor.
Gaston se fue temblando todavía al pensar en ma-
dame Diplomat. Yo seguí ec hada sobre la mesa mientras
el hombre y la mujer me atendían. Tuve la sensación
de un ligerísimo pinchazo y casi antes de que pudiera
darme cuenta m e quedé dor mida. Fue una sensación de
lo más peculiar. Soñé que estaba en el cielo y que mu-
chos gatos me hablaban, preguntándome de dónde v enía y
q u ié n e s e r a n m i s p a d r e s . H a b la b a n e n e l m e j or f r a n c é s
gatuno siamés además. Levanté la cabeza pesadamente y
abrí los ojos. La sorpresa ante el lugar donde estaba
causó el erizamiento de mi cola y un escalofrío en mi
espinazo. A pocos centímetros de mi rostro había una
puerta de red de hierro. Yo estaba echada sobre paja lim-

33
pia. Detrás de la puerta de alambre había una gran
habitación que contenía todo tipo de gatos y algunos
perritos. Mis vecinos a cada lado eran gatos siameses.
«Ah, la desgraciada está mov iéndose», dijo uno. «¡Uf!
¡Cómo te colgaba la cola cuando te trajeron!», dijo el
otro. «¿De dónde vienes?», chilló un persa desde el
otro lado de la habitación. «Estos gatos me ponen en-
fermo», gruñó un pequeño poodle desde una caja en el

suelo. «Yeh —murmuró un perrito justo fuera de la


ór b it a de m i v is ta —, a e st as dama s le s d ar ía n una b ue na
p a l i z a e n m i E s t a d o. » « O í d a e s t e p e r r o ya n q u i d á n d o s e
aires —dijo alguien cerca—, no lleva aquí el tiempo
suficiente como para tener derecho a hablar. No está
más que a pensión, eso es!»
«Yo soy Chawa —dijo la gata de mi derecha—. Me
han sacado los ovarios.» «Yo soy Sang Tu —dijo la gata
de mi izquierda—. Yo luché con un perro, pequeña,
d e b e r ía s v e r a e s e p e rr o, d e s d e lue g o p oc o q ue d a d e é l. »
«Yo soy Fifí —respondí tímidamente—. No sabía que
había más gatos siameses aparte de mí y de mi desapa-
recida madre.» Por algún tiempo se hizo el silencio en
la gran habitación y entonces surgió un gran rugido al

entrar el hombre que traía la comida. Todo el mundo


ha b la ba a la v e z. L os per r os pe d ía n q ue se le s a lim e nt an
pr im er o, los ga t os llama ba n a los p err os c erd os e goíst as .
Se oía el entrechocar ruidoso de los platos de comida y

el gorjeo de agua al llenar los botes para beber y luego


el glup glup de los perros al comenzar a comer.
El hombr e se acercó a mí y me mir ó. La mujer entró y
atravesó v iniendo hacia mí. «Está despierta», dijo el
hombre. «Preciosa gatita —dijo la mujer—. Tendremos
q u e f o r t a l e c e r la , n o p u e d e t e n e r g a t i t o s e n s u p r e s e n t e
estado.» Me trajeron una abundante porción de comida
y siguieron con los otros. Yo no me encontraba denla.
siado bien, pero pensé que sería de mala educación no

34
comer, así es que me lo propuse y pronto lo hube ter-
minado todo. «¡Oh! —dijo el hombre cuando volvió—,
e s t a b a h a m b r i e n t a . » « V a m o s a p o n e r l a e n e l a n e x o — d i jo
la mujer—, tendrá más luz solar allí, creo que todos
estos animales la molestan.»
El hombre abrió mi jaula y me acunó en sus brazos
mientras me llevaba a través de la habitación y a través
de una puerta que no había podido v er antes. «Adiós»,
chilló Chawa. «Encantada de conocerte —gritó Sang
Tu—. Dales recuerdos míos a los gatos machos cuando
les veas.» Cruzamos el umbral de la puerta y entramos
en una habitación iluminada por el sol, donde había una
gran jaula en el centro. «¿Va a meterla en la jaula de los
monos, jefe?», preguntó un hombre a quien no había
visto antes. «Sí —replicó el hombre que me llevaba—,
necesita cuidados, ya que no llev aría en su presente es-
tado.» ¿Llevaría? ¿Llevaría? ¿Qué es lo que suponían
que iba a llevar? ¿Creían que iba a trabajar yo aquí
llevando platos o algo parecido? El hombre abrió la
puerta de la jaula grande y me metió. Se estaba bien
aparte del olor a desinfectante. Había tres ramas y es-
tantes y una agradable caja de paja forrada de tela para
dormir. Me paseé alrededor con cautela, ya que madre
m e ha b ía e ns e ña d o a q ue i nv e s t i ga r a c om p l e t a m e nt e c ua l -
quier lugar extraño antes de instalarme. Una rama de
á r b o l m e i n v i t a b a , a s í e s q u e s a q u é m i s p e z u ñ a s p a r a d e-
m o s t r a r q u e y a m e s e n t í a i ns t a l a d a . A l e n c a r a m a r m e p or
la rama v i que podía mirar sobre un pequeño cercado y
ver más allá.
Había un gran espacio cerrado con alambre todo
alrededor y por encima. Pequeños árboles y arbustos
llenaban el terreno. Mientras observaba, un gato siamés
de lo más magnífico salió a la vista. Tenía un tipo fan-
tástico, largo y delgado con pesados hombros y la más
negra de las colas negras. Mientras atravesaba despacio

35
el terreno iba cantando la última canción de amor. Yo
e sc uc hé e xt as iada , p er o p or e l m om e nt o te nía d em as ia da
vergüenza para contestar cantando. Mi corazón latía y
tuv e una sensación de las más extrañas. Se me escapó
un gran suspiro mientras él desaparecía.
Durante un rato me quedé sentada en lo más alto
d e e s a r a m a , l le na d e s or p r e s a . M i c ol a s e m ov ía e s p a s .
módicamente y mis piernas temblaban tanto de la emo-
ción que apenas podían soportarme. ¡Qué gato!, ¡qué
tipo más formidable! Podía imaginármelo llenando de
gracia un templo en el lejano Siam, con sacerdotes de
amarillas t únicas saludá ndole mie ntras d ormitaba al s ol.
¿Y m e e q uiv oc a b a ? S e nt ía q u e ha b ía m ir a d o e n m i d ir e c -
ción, que lo sabía todo de m í. Mi cabeza era un tor be-
llino con pensamientos sobr e el futur o. Despacio, tem -
b la nd o, d e s c e n d í d e la r a m a , e nt r é e n la c a j a d e d or m ir y
me eché para seguir pensando.
Esa noc he d orm í inq uie ta; al d ía s iguie nt e e l hom br e
d ijo q ue y o t e n ía f ie b r e a c a us a d e l m a l v ia je e n c o c he y
los hum os del tubo de escape. ¡Yo sabía por qué tenía
fiebre! Su bello rostro negro y su larga cola arrastran.
dose se habían apoderado de mis sueños. El hombre
dijo q ue m e e nc ont rab a dé b il y q ue t e nía q ue de s ca nsar,
Durante cuatro días viv í en esa jaula descansando y
comiendo. A la mañana siguiente me condujeron a una
c a s it a d e nt r o d e l c e r c a d o c o n r e d e s . A l i n s t a la r m e m ir é a
mi alrededor y vi que había un m uro de red entre m i
c om par t im ent o y e l d e l gua p o ga t o. Su ha b it ac ión e sta ba
cuidada y arreglada, su paja estaba limpia y vi que su
bol de agua no tenía polv o flotando sobre la superficie.
No estaba dentro en aquel momento, adiviné que esta-
ría en el cercado jardín dando un vistazo a las plantas.
Llena de sueño, cerré los ojos y di unas cabezadas.
Una poderosa v oz me hizo saltar despertándome y miré
tímidamente al muro de red. « ¡Bueno! —dijo el gato

36
s ia m é s— , e n c a nt a d o d e c o n o c e r t e , d e s d e l ue g o. » S u gr a n
rostro negro estaba contra la red, y sus vívidos ojos
azules disparaban sus pensamientos hacia mí. «Nos va-
mos a casar esta tarde —d i j o é l — . M e g u s t a r á , ¿ y a t i ? »
Enrojeciendo toda yo escondí mi cara entre la paja.
«Oh, no te preocupes tanto —exclamó él—. Estamos
h a c i e n d o u n n o b l e t r a ba j o ; n o h a y l o s s uf i c i e n t e s de
n o s o t r o s e n F r a nc ia . T e g u s t a r á , y a v e r á s » , r i ó m ie n t r a s
s e s e nt a b a a descansar después de su paseo matinal.
A la hora de comer, vino el hombre y rió al vernos
sentados cer ca el uno del otro con sólo la red entre nos-
ot r o s y c a nt a n d o u n d ú o. E l ga t o s e a lz ó s ob r e s u s p a t a s y
le rugió al hombre: «¡Saca esa... puerta de en medio!»,
usando algunas palabras que me hicieron enrojecer toda
otra vez. El hombre sacó despacio la clavija, volvió a
colgarla fuera de peligro, dio la vuelta y nos dejó.
¡ Oh ! E s e g a t o, e l a r d or d e s u s a b r a z o s , la s c os a s q u e
me d ijo. De sp ué s nos q ue da mos e c ha d os uno junt o a l ot ro
e n u n d u l c e c a l o r y e n t o n c e s t u v e e l e s c a l o f r ia n t e p e n s a -
miento: yo no era la primera. Me levanté y volví a mi
habitación. El hombre entró y v olv ió a cerrar la puerte-
cilla entre nosotros. Por la noche vino y me volvió a
llevar a la jaula grande. Dormí profundamente.
Por la mañana, v ino la mujer y me llev ó a la habita-
ción en la que había estado al ingresar en este edificio.
Me colocó sobre una mesa y me aguantó fuertemente
mientras el hombre me examinaba a fondo cuidados a -
mente. «Tendré que ver al dueño de esta gata porque
la pobrecita ha sido muy maltratada. ¿Ves? —dijo indi-
cando mis costillas izquierdas y tocando donde todav ía
me dolía—. Algo espantoso le ha pasado y es un animal
demasiado valioso para que se le descuide.» «¿Damos
un paseo en coche y nos acercamos a hablar con la due-
ña?» La mujer parecía estar realmente interesada en
mí. El hombre contestó diciendo: «Sí, la recogeremos, y

37
d e p a s o q uiz á p od r e m os c ob r a r nue s t r os honor a r ios t a m -
bién. La llamaré y le diré que devolveremos la gata y
r e c oge r e m os e l d ine r o» . De s c olg ó e l t e lé f on o y ha b ló c on
m a d a m e Dip lom a t . L a s ola p r e oc up a c i ón d e é s t a p a r e c ía
s er q ue « e l par t o de la ga ta» p ud iera c os tar le unos p oc os
f r a nc o s d e m á s . C o nv e n c i d a d e q u e n o s e r ía a s í, e s t uv o
de a c uer d o e n pa gar la c ue nt a ta n pr ont o c om o m e d ev ol-
v i e r a n . Y e s o f u e l o q u e d e c i d i e r o n : m e q u e d a r í a ha s t a
la tarde siguiente y luego me dev olverían a madame
Diplomat.
«Eh, Georges —gritó el hombre—, devuélvela a la
jaula de m onos, se queda hasta mañana.» Georges, un
v ie jo e nc or v a d o a q uie n no ha b ía v is t o a nt e s , v ino ha c ia
mí tam ba leá nd os e y m e c ogió c on s orpr e nde nt e c uida d o.
M e p u s o s ob r e s u h om b r o y e m p e z ó a a nd a r . Me l l e v ó a
la gran habitación sin parar para poder hablar con los
otros. La habitación donde estaba la jaula de monos y
cerró la puerta tras nuestro. Durante unos segundos
a rra s tr ó un p ed az o d e c uer da de la nt e d e m í. « P obr e c ita
— m ur m ur ó p a r a s í— , ¡e s t á c la r o q ue na d ie ha ju ga d o
contigo en tu corta vida!»
S o l a o t r a v e z , s u b í a l a e m p i n a d a r a m a y m ir é m á s
allá del cercado metálico. Ninguna emoción se mov ía
d e nt r o m í o a h or a , s a b ía q u e e l ga t o t e n ía c a nt id a d e s d e
R e ina s y y o n o e r a m á s q ue una d e t a nt a s . L a ge nt e q u e
conoce a los gatos, llama siempre a los gatos machos
«Toms» y a las hembras «Reinas». No tiene nada que
ver con el pedigree, no es más que un nombre ge-
nérico.
Una r ama s olit ar ia se me c ía c urv á nd os e ba jo un pe s o
considerable. Mientras estaba mirando, e l gran Tom salt ó
del árbol y se plantó en el suelo. Se encaramó a toda
velocidad por el árbol y volvió a hacer lo mismo una
y otra v e z. Y o m ira ba fa s c ina da y e nt onc es s e m e oc urr ió
que estaría haciendo sus ejercicios matinales. Perezosa.

38
mente, porque no tenía nada mejor que hacer, seguí
echada en mi cama y afilando mis pezuñas hasta que
brillaron como las perlas alrededor de la garganta de
madame Diplomat. Luego aburrida, me dormí bajo el
reconfortante sol del mediodía.
Algún tiempo después cuando el sol ya no estaba
justo encima mío sino que se había ido a calentar algún
otr o lugar de Francia, me despertó una dulce, maternal
voz. Observé con cierta dificultad por una ventana casi
fuera de mi alcance y vi una vieja reina que había visto
muchos veranos. Estaba decididamente llenita y mien-
t r a s e s t a b a a l l í e n l a r e p i s a d e l a v e n t a na l a v á n d o s e l a s
orejas, pensé lo agradable que sería charlar un rato.
«¡Ah! —dijo ella—. Ya estás despierta. Espero que
s e a d e t u a gra d o la e s t a nc ia a q uí; nos e nor gulle c e p e ns a r
que ofrecemos el mejor servicio de Francia. ¿Comes
bien?» «Sí, gracias —contesté—. Me cuidan muy bien.
¿Es usted la señora propietaria?»
«No —contestó—, a pesar de que mucha gente cree
que lo soy. Tengo la r esponsable tar ea de enseñar les a
los nuev os Toms sementales sus deberes; yo les sirvo
de prueba antes de que sean puestos en circulación ge-
n e r a l . E s u n t r a b a j o m u y im p o r t a n t e , m u y p r e c i s o . » N o s
quedamos un rato absortas en nuestros propios pensa-
mientos. «¿Cómo se llama?», pregunté. «Butterball»,'
replicó ella. «Yo estaba muy llenita y mi pelo brillaba
como la mantequilla, pero esto era cuando era mucho
m ás jov en», añadió. «Ahor a hago var ios trabajos aparte
d e e s e d e q u e t e ha b l é , ¿ s a b e s ? T a m b i é n h a g o d e p o l i c ía
e n l o s a lm a c e ne s d e la c om i d a p a r a q u e n o n os m o l e s t e n
los ratones.» Se relajó pensando en sus deberes y luego
dijo: «¿Has probado ya nuestra carne cruda de caballo?
¡Oh! tienes que probarla antes de que te vayas. Es real-

1. Bola de mantequilla. N. de la T.)

39
me nte d e lic iosa, la me jor c ar ne d e ca ba llo q ue se p ued e
c om prar e n lugar a lguno. Cr e o q ue a lo me jor la t e ndr e.
mos para cenar, v i a Georges, el ayudante, cortándola
hace poco». Después de una pausa dijo con voz satis.
fecha: «Sí, estoy segura de que hay carne de caballo para
c enar». N os q ue dam os s enta d as p e nsa nd o y nos lav am os
un poco y entonces madame Butterball dijo: «Bueno,
tengo que irme, ya miraré de que te den una buena
r a c i ó n; cr e o q ue p u e d o o l e r a G e or ge s q u e t r a e la c e na
ahora». Salt ó de la v entana. En la gran habitación detrás
mío, podía oír gritos y chillidos. «Carne de caballo»,
«dame a mí primero», «¡estoy 'hambriento, aprisa Geor-
ges!», pero Georges no se in mutaba; al contrario, atra-
v es ó la gra n ha bita c ión y v ino d ir e ct o a m í, s irv ié nd om e a
mí primero. «Tú primero, gatita —dijo él—, los otros
p u e d e n e s p e r a r . T ú e r e s l a m á s c a l la d a d e t od o s , o s e a
que tú prim ero.» Ronroneé para demostrarle que apr e
ciaba c ompletame nte el honor. Me p us o dela nte una gra n
cantidad de carne. Tenía un perfume maravilloso. Me
froté contra sus pier nas y emití uno de mis más altos
ronroneos. «Tú no eres más que una gatita pequeña
— d ij o é l — , t e la c or t a r é . » M u y e d u c a d a m e nt e c or t ó t od a
la pieza en pequeños trocitos y entonces con un «que
comas bien, gata», se fue a atender a los otros.
La carne era sencillame nte marav illosa, dulce al pala -
dar y tierna a los dientes. Finalmente me senté hacia
atrás y me lavé la cara. Un ruid o como de arañaz os me
hizo mirar hacia arriba justo cuando un negro rostro
con ojos relampagueantes apareció en la v entana. «Buena,
¿verdad?», dijo madame Butterball. «¿Qué te dije?
Servimos la mejor car ne de caballo que aquí pueda en-
contrarse. Pero espera. Pes ca d o para desayunar. Algo
d e li c i os o, a c a b o d e p r o b a r l o yo. B u e n o, q ue t e ng a s un a
buena noche.» Al decir esto se dio la vuelta y se marchó
¿Pescado? Yo no podía pensar en comida ahora,

40
estaba llena. Esto era un cambio tan grande en compa -
ración a la comida de casa; allí me daban trozos que los
humanos dejaban, porquerías con salsas tontas que a
menudo me quemaban la lengua. Aquí los gatos viv ían
con un verdadero estilo francés.
La luz iba desapareciendo al ponerse el sol en el
c ie lo o c c id e nt a l. L os p á ja r os v olv ía n a c a s a a le t e a nd o, v ie -
jos cuerv os llamaban a sus com pañer os y discutían los
s uce s os d e l día. Pr ont o la os c ur ida d s e hiz o m ás pr of unda y
llegaron los murciélagos batiendo sus afelpadas alas
mientras iban y v enían persiguiendo a los insectos de la
noche. Encima de los altos cipreses aparecía la luna
naranja, tímidamente, como dudosa de meterse en la
oscuridad de la noche. Suspirando de satisfacción, me subí
perezosamente a mi cajón y caí dormida.
S o ñ é y t o d a s m i s e s p e r a n z a s s a l i e r o n a la s u p e r f i c i e .
Soñé que alguien me quer ía simplemente por mí misma,
simplemente como compañía. Mi corazón estaba lleno
d e a m or , a m o r q u e t e n í a q u e s e r r e p r i m i d o p o r q u e n a d ie
e n m i c a s a s a b ía na d a d e la s e s p e r a nz a s y d e s e o s d e u n a
joven gatita. Ahora, gata vieja, estoy rodeada de amor
y doy el mío también. Ahora conocemos momentos du-
ros, pero para mí esto es la v ida perfecta donde familia y
yo somos uno, y soy amada como una persona real.
La noche pasó. Estaba ner viosa e incóm oda porque
me iba a casa. ¿Volv ería a sufrir penalidades otra v ez?
¿Tendr ía una cam a de paja en v ez de viejos y húm edos
p e r i ód ic o s ?, m e p r e g u nt a b a . A nt e s d e q u e p u d ie r a d a r m e
cuenta, era de día. Un perro ladraba penosamente en la
ha b it a c i ó n gr a nd e . « Q u ie r o s a l ir , q u i e r o s a l ir » , d e c ía u na y
otra v ez. «Quiero salir.» Por ahí cerca un pájaro estaba
r e ga ña nd o a s u c om p a ñe r a p or ha b e r r e t r a s a d o e l d e s a yu -
n o. Gr a d ua l m e nt e i b a n a p a r e c i e n d o l o s s o ni d os n or m a le s
del día. La campana de una iglesia tañía con su áspera
voz llamando a los humanos a algún servicio. «Después

41
d e la m is a v oy a l p ue b lo a c om p r a r m e una b lus a nue v a ,
¿ M e a c om p a ñ a r á s ? » , p r e g u n t a b a un a v oz f e m e n in a . S i.
guieron su camino y no pude oír la respuesta del hombre.
E l e nt r e c h o c a r d e c ub o s m e r e c or d a b a q ue p r o nt o s e r ía
la h or a d e d e s a y u na r . De s d e e l c e r c a d o d e r e d e l g ua p o
Tom alzó la voz con una canción de saludo al nuevo
día.
La m ujer v ino c on mi d e sa yuno. « Hola, gat a —d ijo—,
c om e b ie n, ya q ue t e v a s a c a s a e s t a t a r d e . » Y o e m it í un
ronr oneo y me froté contra ella para demostrar que la
e nt e nd ía . L le v a b a r op a s nue v a s y c on v ola nt e s y p a r e c ía
e s t a r m uy a nim a d a . A menudo me s onr ío p a r a m is a d e n no s
c ua n d o p i e ns o e n c óm o no s ot r o s , l os ga t o s , v e r n o s l a s
cosas. Solemos saber el humor de una persona por s u
r o p a i n t e r i o r . N u e s t r o p u n t o de vista es distinto, ¿entiendes?
El pescado era muy bueno pero estaba cubierto de una comida,
algo como de trigo, que tuve que sacar. «Bueno, ¿verdad?», dijo una
voz desde la ventana.
«Buenos días, madame Butterball», repliqué. «Sí, esto es muy
bueno pero ¿qué es esta especie de cubierta de trigo que hay?»
Madame Butterball rió con benevolencia. «¡Oh! —exclamó—, debes de
ser una gata de campo. Aquí siempre, pero siempre, tomamos
cereales por la mañana para tener vitaminas.» «¿Pero por qué no me
las dieron antes?», persistí. «Porque estabas bajo tratamiento y te las
daban en forma líquida.» Madame Butterball suspiró: «Tengo que
irme ahora, hay tanto que hacer y tan poco tiempo. Intentaré verte
antes de que te vayas». Antes de que pudiera contestarle había
saltado de la ventana y pude oír su crujir por entre los arbustos.
Se oía un confuso murmullo procedente de la habitación grande.
«Sí —dijo el perro americano—, así que le digo a él, no quiero que
metas las narices en mi lamparilla, ¿ves? Siempre está vagando por
ahí para ver lo

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q u e p u e d e h u s m e a r . » T o n g F a , u n ga t o s ia m é s q u e ha b ía
llegado la tarde anterior, estaba hablando con Chawa.
« D í g a m e , s e ñ o r a , ¿ n o n o s p e r m i t e n i nv e s t i g a r e l t e r r e n o
por aquí?» Yo me enrosqué y eché un sueñecillo; toda
esta charla me estaba dando dolor de cabeza.
«¿La metemos en un cesto?» Me desperté con un
sobr esalto. El hombr e y la m ujer habían entr ado en mi
habitación por una puer ta lateral. «¿Cesta? —preguntó
la mujer—, no necesita que se la ponga en una cesta,
la llevaré sobre mi regazo.» Se dirigieron a la ventana y
se quedaron hablando. «Ese Tong Fa —murmuró la
mujer—, es una lástima acabar con él. ¿No podemos
ha c e r n a d a p a r a e v it a r l o ?» E l hom b r e s e m ov i ó i nc óm od o y
se acarició la barbilla. «¿Qué podemos hacer? El gato e s
viejo y casi ciego. Su dueño no quiere perder el
tiempo con él. ¿Qué podemos hacer?» Hubo un largo
silencio. «No m e gusta —dijo la m ujer—, es un crim en.»
El hombre siguió silencioso. Yo me hice tan pequeña
como me fue posible en una esquina de la jaula. ¿Viejo y
c ie g o? ¿Er a n é s t a s r a z one s p a r a una s e nt e nc ia d e m ue r t e ?
Ningún recuerdo de los años de amor y devoción;
matar a los v iejos cuando no se pueden cuidar ellos mis-
mos. Juntos, el hombre y la mujer entraron en la habi-
tación grande y cogieron al viejo Tong Fa de su caja.
La mañana fue pasando lentamente. Yo tenía pensa-
mientos sombríos. ¿Qué me pasaría a mí cuando fuese
vieja? El manzano me había dicho que sería feliz, pero
c ua n d o u n o e s j ov e n e i ne x p e r t o, e s p e r a r p a r e c e a l g o s i n
fin. El viejo Georges entró. «Aquí tienes un poco de
carne de caballo, gatita. Cómela que te vas a casa pron-
to.» Yo ronroneé y me froté contra él, y él se agachó
para acaric iarme la ca beza. Ape nas h ube t erminad o d e
comer y hacer mi toilette cuando la mujer vino por
mí. «B ue no, v amos, F if í —e xc lam ó, a casa con madame
Diplomat (la vieja perra).» Me cogió y me llevó a través

43
de la puerta lateral. Madame Butterball estaba esperando,
«Adiós, Feef —gritó---, ven a vernos pronto.» «Adiós,
m a d a m e B u t t e r b a l l — r e p l iq u é y o— , m uc ha s gr a c ia s p or
su hospitalidad.»
La mujer fue hacia donde estaba el hombre espe.
rando junto a un enorme y viejo coche. Ella entró y se
aseguró de que las v entanas estuv ieran casi cerradas; en.
t onc e s e ntr ó el hom br e y c onec t ó e l m ot or. Arr a nc am os
tomamos la carretera que conducía a mi casa.
Capítulo III

El coche iba zumbando por la carretera. Altos ci-


preses se erguían orgullosos al lado de la carretera con
frecuentes huecos en sus filas como testimonio de los
d e s a s t r e s d e una gr a n gue r r a , una gue r r a q ue yo c o noc í a
sólo por haber oído hablar de ella a los humanos. Se-
guim os cor r iendo, par ecía no tener fin. Me pr eguntaba
cómo funcionaban estas máquinas, cómo corrían tanto
y durante tanto rato; pero no era más que un pensa-
miento intermitente, toda mi atención estaba puesta en
las vistas del campo que iba pasando.
Durante la primera milla o así había ido sentada
sobre el regazo de la mujer. La curiosidad me ganó y
con pasos inseguros me dirigí a la parte trasera del
coche y me senté sobr e un estante al mism o nivel de la
v e nt a na t r a s e r a d on d e ha b ía u na g u ía M ic he l í n, m a p a s y
otras cosas. Podía ver la carretera detrás nuestro. La
mujer se mov ió más cerca del hombre y se murmuraban
dulzuras. Me preguntaba si ella también iría a tener
gatitos.
Al sol le faltaba una hora a través del cielo cuando
el hombre dijo: «Deberíamos estar casi allí». «Sí —re-
p l i c ó l a m u j e r — , c r e o q u e e s l a c a s a gr a n d e a u n a m i l l a y
m edia de la i gle sia. Pr ont o l a enco ntr ar em os.» Seg ui mos
conduciendo más despacio ahora, disminuyendo la
v elocidad hasta parar al girar hacia el camino y encon-
t r a r e l p or t a l c e r r a d o. Un d i s c r e t o b o c ina z o y u n h om b r e
sa lió c orr ie nd o de la p or t er ía y s e ac er c ó a l c oc he. V ie nd o y
reconociéndome, se volvió y abrió el portal. Sentí una

gran emoción al darme cuenta de que yo había sido el

motiv o de que se abrieran las puertas sin que tuv ieran


que dar ninguna explicación.

45
Cruzamos el portal y el portero me saludó grave.
m e nt e a l p a s a r. Mi v id a ha b ía s id o m uy e xt r a ña , d e c id í,
ya que ni sabía la existencia de la portería o el portal
Ma dam e Dip lomat e sta ba a l lad o d e uno d e los c é sp e d es
ha b la nd o a u n o d e l os a y ud a nt e s d e P i e r r e . S e v olv i ó a l
acercarnos y and uv o despa cio hac ia nosotr os. El hombre
paró el coche, salió e inclinó la cabeza educadamente.
«Hemos traído su gatita, madame —dijo él—, y aquí
tiene una copia certificada del pedigree del gato semen-
ta l.» L os ojos d e ma dam e Diploma t s e ab rier on a s om bra.
dos cuando me vio sentada en el coche. «¿No la en-
cerraron en una caja?», preguntó. «No, madame —re-
p lic ó e l h om b r e — , e s una ga t it a m uy b ue na y ha e s t a d o
quieta y com portándose todo el tiempo que ha estado
c on nos ot r os. C ons ider am os que e s una gat a q ue s e c om -
porta excepcionalmente bien.» Me sentí enrojecer ante
tamaños cumplidos y fui lo suficiente maleducada para ronronear
cumplidos dando e entender que estaba de acuerdo. Madame
Diplomat se volvió imperiosamente al jardinero ayudante y dijo: <<
Corre a la casa y dile a m a d a m e Alb e r t i n e q u e l a q u i e r o v e r
inmediatamente». «¡Pub! —gritó el gato del portero
de sd e d etr á s de u n ár b o l— , ya s é dónde has estado.
N o s o t r o s l o s g a t o s d e c l a s e b a j a n o som os s ufic ie nte
para-ti, tie nes q ue tener niños bonit os !» « D i o s m í o — d i j o
la mujer en el coche—, ha y un gato. Fifí no debe tener
contacto con Tom s.» Madame Diplomat se g ir ó en
r e d o nd o y t ir ó u n p a l o q ue a r r a nc ó d e la tierra. Pasó a
un pie de distancia del gato del portero «J a, ja —r i ó
mientras corría—, no podrías dar con la aguja de una
iglesia, con un cepillo de la ropa a seis pulgadas de
di s ta nc ia... v i e ja !», v o lv í a e nr o je c er. El lenguaje era
terrible y sentí un gran descanso al ver a m ada me
Alber t ine anda nd o pa t osam e nte a t oda pris a p or e l c am ino
c on s u r ostr o ra d ia nt e e n se ña l d e b ie nv e nida. Le grité y
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que la quería, cómo la había encontrado a faltar y todo
lo que m e había pasado. Por unos m om entos nos olv ida-
m o s d e t o d o e xc e p t o d e n os o t r a s , e nt o n c e s la r a s p os a v o z
de madame Diplomat nos hizo volver al presente. «Al-
bertine —chilló ásperamente—, ¿se da cuenta de que
me estoy dirigiendo a usted? Haga el favor de atender.»
«Madame —dijo el hombre que me había traído—,
e s t a ga t a ha s i d o m a l t r a t a d a . N o h a c om id o lo s uf i c ie nt e .
Las sobras no s on lo s ufic ie nt ement e b uena s para gat os s ia -
meses con p ed ig ree y debería tener una cama caliente y

cómoda.» «Este gato es valioso —siguió diciendo—, y


sería una gata de concurso si se la tratara mejor.»
Madame Diplomat fijó su mirada altanera. «Esto no
es más que un animal, hombre, le pagaré su cuenta,
pero no intente enseñarme lo que tengo que hacer.»
«Pero, madame, estoy intentando salvar su valiosa pro-
piedad», dijo el hombre, pero lo redujo al silencio
mientras leía la cuenta, cloqueando con desaprobación
de todo lo que veía. Luego, abriendo su monedero,
sacó su talonario de cheques y escribió algo en un trozo
de papel antes de dárselo. Madame Diplomat se v olvió
con r udeza y se fue con paso airado. «Tenem os que vivir
esto cada día», le susurró madame Albertine a la mujer.
Asintieron con simpatía y se fueron conduciendo des-
pacio.
Había estado fuera casi una semana. Mucho debía
de haber pasad o durante m i ause nc ia. Pasé e l rest o de l d ía
yendo de un lado a otro renovando asociaciones pasadas
y leyendo todas las noticias. Durante un rato descansé
segura y recogida sobre una rama de mi viejo amigo el
manzano. La cena fueron las acostumbradas sobras, de
buena calidad, pero así y todo sobras. Pensé lo mara-
v il l os o q u e s e r ía t e ne r a l g o c om p r a d o e s p e c ia lm e n t e p a r a
mí en vez de siempre tener «restos». Al llegar el cre-
púsculo Gaston vino a buscarme, y al encontrarme me

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a r ra nc ó d e l s ue lo y c or r ió a l c ob e r t iz o c o nm igo. Em p uj ó
la p u e r t a ha s t a a b r ir la y m e e c h ó e n e l os c ur o in t e r i or ,
dio un portazo tras él y se fue. Siendo francesa yo misma,
me d ue le m uc ho t e ner q ue ad mit ir q ue los hum a nos ha n-
ceses son, desde luego, muy duros con los animales.
Pasaron días y semanas. Gradualmente mi tipo se
conv irtió en e l de una matrona y mis mov im ientos fueron
más le nt os. Una noche c uand o e staba ca si a l final, P ierre
me tiró con rudeza al cobertizo. Al aterrizar en el duro
suelo de cemento, sentí un dolor terrible, como si me
est uv ieran romp ie ndo. Dolorosamente, en la osc uridad d e
ese c obert izo, nac ier on mis cinc o bebé s. Cuand o me hub e
recuperado un poco, rompí un poco de papel y les hice
un nido caliente y los llevé allí uno a uno. Al día si-
guiente nadie vino a verme. El día fue pasando lenta-
mente pero tenía trabajo alimentando a mis bebés. La
noc he me e nc ontr ó mar ead a de ha mbr e y c omp le tam e nt e
seca, ya que no había ni comida ni bebida en el cober.
tizo. El nuevo día no trajo alivio, no vino nadie y las
h o r a s s e a la r ga r o n m á s y m á s . M i s e d e r a c a s i i n s o p o r -
table y m e preguntaba por qué tenía que sufr ir tanto.
Al caer la noche los búhos ululaban y se precipitaban
sobre los ratones que habían cogido. Yo y mis gatitos
e s t á b a m o s e c ha d o s j un t os y y o m e p r e g u nt a b a c óm o ib a a
seguir viviendo el próximo día.
El d ía s i gui e nt e ha b ía ya a v a nz a d o c ua nd o o í p a s os .
Se abrió la puerta y allí, de pie, estaba madame Alber-
tine, pá lida y e nf erma. Se ha bía lev a nta d o e sp e c ia lm e nt e
de su cama porque había tenido «visiones» de mí en
a p ur os . C om o lo s i nt ió, t r a ía c om id a y a gua . Uno d e m is
bebés había muerto durante la noche y madame Alber-
tine estaba demas iado furiosa para poder hablar. Su furia
era tal al ver la manera como me habían tratado que
fue y trajo a madame Diplomat y al señor duque. Ma-
dame Diplomat sintió haber perdido un gatito y el dinero

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que eso representaba. El señor duque sonrió desampara-
damente y dijo: «Quizá tendríamos que hacer algo. Al-
guien tendría que hablar a Pierre».
Poco a poco mis gatitos fueron cogiendo fuerzas,
gradualmente iban abriendo sus ojos. Vino gente a v er-
los, el dinero cambió de manos y antes de que dejara
d e a m a m a n t a r l o s m e l o s s a c a r o n . Y o d iv a g a b a p o r l a f i n c a
d e s c o ns o la d a m e n t e . M i s l a m e n t os e s t or b a b a n a m a d a m e
Diplomat y ordenó que me encerraran hasta que
callara.
Ahora ya me había acostumbrado a ser exhibida en
l a s r e u n i o n e s s o c i a l e s y n o d a b a n i n g u n a i m p o r t a n c ia que
me s ac ara n d e m i tr aba jo p or el jar d ín par a pa s earm e p o r
el salón. Un día fue distinto. Me llevaron a una
habitación pequeña donde madame Diplomat estaba sen-
t a d a a n t e u n e s c r i t o r i o y u n h o m b r e e x t r a ñ o e s t a b a s e n-
tado en fr ente. «¡Ah! —exclam ó él, cuando me entrar on
en la habitación—, así que ésta es la gata.» Me examinó
e n s i le n c i o, t or c i ó e l s e m b l a nt e y s e r e s t r e g ó una d e s u s
orejas. «Está algo descuidada. Drogarla para que se la
pueda llev ar como equipaje en un av ión puede dañar su
constitución.» Madame Diplomat frunció el ceño enfa-
dada: «No le pido un sermón, señor veterinario —dijo
e l l a — , s i n o ha c e l o q u e l e p i d o m u c h o s o t r o s l o h a r á n » .
Postuló furiosamente: «¡Cuánta tontería por un mero
gato!». El señor v eterinario se encogió de hombr os im-
potente. «Muy bien, madame —replicó—, haré lo que
usted quiera, ya que tengo que ganarme la v ida. Llame
una hor a o a s í a nt e s d e c oge r e l a v ión. » Se le v a nt ó, b us c ó a
tientas su cartera y salió tropezando de la habitación.
Madame Diplomat abrió el balcón y me envió al jardín.
Había un aire de reprimida animación en la casa.
Sacaban el polvo y limpiaban las maletas y pintaban en
e l la s e l n u e v o r a ng o d e l s e ñ or d uq ue . L la m a r o n a u n c a r -
pintero y le dijeron que hiciera una caja de viaje de ma-

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d e r a q u e c up i e r a e n u na m a l e t a y c a p a z d e c on t e n e r u n
gato. Madame Albertine corría de un lado para otro y
te nía e l as p ec t o d e es p erar q ue ma dam e Dip lom at ca ye ra
muerta.
Una mañana, com o una semana más tarde, Gaston
vino al cobertizo por mí y m e llevó al garaje sin darme
desayuno. Le dije que tenía hambre, pero como de
costumbre no me entendió. La doncella de madame Di-
plomat, Yvette, esperaba en el Citroén. Gaston me
metió e n una c esta de ca ña c on una tapadera c on c orreas
y me c olocaron en el as ie nto de atrás. Arrancamos a gra n
velocidad. «No sé por qué quieren que droguen al gato
— d i j o Y v e t t e — , l a s r e g l a s d ic e n q u e s e p u e d e l l e v a r u n
gato a USA sin ninguna dificultad.» «¡Uh! —dijo Gas-
ton—. Esa mujer está loca, ya he dejado de intentar
a d i v i na r l o q u e l e h a c e g r a c i a . » S e q u e d a r o n c a l l a d o s y
se concentraron en conducir más y más aprisa. Los saltos
e r a n t e r r ib le s . Mi p oc o p e s o no e r a s uf ic i e nt e p a r a a p r e -
tar los m ue lle s d e l a s ie nt o y me iba p onie nd o m ás y m ás
morada dándome con los lados y la parte de arriba del
cest o. Me c oncentré e n est irar las patas y hund í las pez u-
ñas en la cesta. Fue realmente una triste batalla para
p r e v e n ir la p é r d id a d e l c o n o c im i e nt o a c a us a d e l o s g o l -
pes. Perdí toda noción del tiempo. Finalmente paramos
patinando y rechinando. Gaston agarró mi cesta, subió
unas escaleras y entró en una casa. Dejó caer la cesta
sobre una mesa y sacó la tapadera. Unas manos me co-
gier on y m e s e nta r on s obre la me sa. I nm ed ia tam e nte ca í,
mis piernas ya no me soportaban, había estado agarrotada
demasiado rato. El señor veterinario me miró horrori-
z a d o y l le n o d e c om p a s i ó n. « P o d r í a ha b e r m a t a d o a e s t a
ga t a — e xc la m ó e nf a d a d o a Ga s t on— , no p ue d o d a r le una
inyección hoy.» El rostro de Gaston se hinchó de furia.
«Drogue al... gato, el avión sale hoy. Le han pagado,
¿no?» El señor veterinario descolgó el teléfono. «No

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puede telefonear —dijo Gaston—, la familia está en el
aeropuerto de Le Bourget y tengo prisa.» Suspirando
el señor veterinario cogió una gran jeringa y se v olv ió
h a c i a m í. S e n t í u n a g u d o y d o l o r o s o p i n c h a z o e n l o m á s
pr ofundo de m is m úsculos y todo a m i alr ededor se v ol-
vió rojo, luego negr o. Oí una lejana voz decir: «Ya está,
esto la mantendrá ca llada durante...». Entonces el com -
pleto y absoluto olvido descendió sobre mí.
S e o y ó u n h o r r o r o s o r u g i d o , t e n í a f r í o y r e s p ir a r e r a
un esfuerzo espantoso. Ni una pizca de luz en ningún
sitio; nunca había conocido una oscuridad semejante.
Durante un rato temí haberme vuelto ciega. Mi cabeza
p a r e cía q ue s e e s t uv ie r a p a r t ie nd o e n p e d a z o s ; nun c a m e
había sentido tan enferma, tan maltratada, tan mise-
rable.
El horror oso rugido continuaba hora tras hora; creí
que me iba a estallar la cabeza. Sentía extrañas pre-
s i o n e s e n m i s o í d o s y l a s c o s a s d e d e n t r o h a c ía n click y
pop . El r ugido cambió haciéndose má s fiero, luego una
sacudida, un fuerte ruido metálico y fuí enviada con
v io l e n c ia c o n t r a la t a p a d e r a d e m i c a ja . Ot r a y o t r a s a c u -
dida y el r ugido disminuyó. Ahora un extraño retumbar
com o las r uedas de un coche rápido sobre una pista de
c e m e n t o . M á s e x t r a ñ o s m ov i m i e n t o s y r e t u m b o s y e n t o n -
ces el rugido murió. Otros ruidos aparecieron sin em-
bar go, e l ra s car d e m et a l, v oc es a hoga da s y un chug chug
justo debajo mío. Con un golpe perturbador se abrió
una gran puerta de m etal a mi lado y extraños hombres
e n t r a r on c o n gr a n e s t r u e nd o e n e l c om p a r t i m i e nt o d o nd e
y o e s t a b a . R ud a s m a n os a ga r r a b a n m a l e t a s y la s t ir a b a n a
un cinturón moviente que se las llevaba fuera de la
vista. Entonces me llegó el turno. Volé por el aire y
aterricé con un golpe como para romper los huesos.
Debajo mío algo daba tumbos y siseaba. Otro golpe y mi
viaje terminó. Me eché de espaldas y vi el cielo del ama-

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nec er a trav é s d e a lgunos a gujer os p ara e l a ir e. « Eh, a hí
ha y u n ga t o » , d i j o u na e xt r a ña v oz . « Ok a y, B u d , n o n o s
inc um b e » , r e p lic ó e l ot r o h o m b r e . Sin c e r e m onia a lguna
agarraron mi caja y la echaron sobre una especie de
v ehículo; apilar on otras maletas encim a y alr ededor y

ese algo con mot or arrancó c on un r uid o rum, rum, rum,


Perdí el conocimiento, debido al dolor y al susto.
Ab r í m is ojo s y m ir a nd o a t r a v é s d e la t e la m e t á lic a
v is lum b r é una d e s nud a b om b illa e lé c t r ic a . Me m ov í c on
d i f i c u l t a d y d é b i l m e n t e m e t a m b a l e é h a s t a u n p la t o d e
agua que había cerca de allí. Era casi demasiado esfuerzo
beber, casi demasiado problema seguir viviendo pero
después de beber me encontré mejor. «Bien, bien, se-
ñ or a , ¿ e s t á s d e s p i e r t a ?» Mir é y v i a u n v ie j o y p e q u e ñ o
h om b r e n e gr o q u e e s t a b a a b r ie nd o u na la t a d e c om i d a ,
«Sí, señora, tú y yo, los dos, tenemos caras negras,
espero cuidarte bien, ¿eh?» Me metió la comida dentro y
yo intenté un ronroneo para demostrarle que apre-
c ia b a s u a m a b ilid a d . Me a c a r ic ió la c a b e z a . « Eh, ¿a q u e
esto es algo? —murmuró para sí mismo—. Espera que
le cuente a Saddie, ¡hombre, hombre!»
Poder volver a comer era maravilloso. No podía co-
mer mucho porque me sentía muy mal, pero lo intenté
p a r a q ue e l h om b r e ne gr o n o s e s i nt ie r a i n s ul t a d o. Má s
tarde di otro mordisquito y bebí un poco y luego me
entró sueño. Había un trozo de manta en la esquina
así es que me enrosqué en ella y me dormí.
Más tarde me di cuenta de que estaba en un hotel.
El personal iba bajando al sótano para verme. «Oh,
¿v erdad que es lista?», decían las sirv ientas. «¡Caray!
Mir a , h om br e, e so s o j os, so n be l lí s im o s», de cía n lo s
h om b r e s . U na d e la s v i s it a s f ue m u y b i e nv e ni d a , un chef
f r a nc é s . U n o d e m i s a d m ir a d or e s lla m ó p or u n t e lé f o n o:
«Eh, FranÇois, baja aquí, tenemos un gato siamés fran-
cés». Unos minutos después un hombre gordo venía taro-

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baleándose por el corredor. «Tú eres el chat frarkaís,
¿no?», dijo mirando a los hombres que estaban de pie
alrededor. Yo ronroneé más y más alto, era como un
lazo con Francia el verle. Se acercó y miró con ojos de
m iop e y e c h ó a ha b la r e n un t or r e nt e d e f r a nc é s p a r is ino .
Yo ronroneé y le chillé que le entendía perfectamente.
«Ja —dijo una voz oculta—, ¿sabéis?, el viejo FranÇois y
el gato se tocan en todos los cilindros.»
El negr o abr ió mi jaula y yo salté directam ente a los
brazos de Francois, me besó y yo le di algunos de mis
mejores lengüetazos y cuando me volv ieron a meter en
la jaula tenía lágrimas en los ojos. «Señora —dijo el
ne gr o q ue s e c ui d a b a d e m í— , no d ud e s d e q ue ha s he c ho
un ligue. Supongo que vas a com er bien ahora.» Me gus-
taba mi asistente, como yo, tenía el rostro negro; pero
las cosas agradables no duraron para mí. Dos días más
tarde nos trasladam os a otra ciudad de los Estad os Unid os y
m e d e j a r o n e n u n a h a b i t a c ió n s u b t e r r á n e a c a s i t o d o e l
t ie m p o. Dur a nt e l os a ño s s ig uie nt e s la v id a e r a la m is m a,
día tras día, mes tras mes. Me usaban para producir
gatitos que me sacaban antes casi de que dejaran de
mamar.
Finalmente el duque fue reclamado a Francia. Otra
vez me drogaron y no supe nada más hasta despertar
mareada y enferma en Le Bourget. La llegada a casa
que yo había contemplado con placer fue, en cambio,
un triste suceso. Madame Albertine ya no estaba allí,
había muerto pocos meses antes de que volviéramos.
Habían cortado el viejo manzano y habían hecho mu-
chos cambios en la casa.
D ur a nt e a lg u n o s m e s e s v a g u é d e s c o ns o la d a m e nt e p or
ahí trayendo algunas familias al mundo y v iendo cómo
me las sacaban antes de que yo estuviera preparada. Mi
salud empezó a empeorar y más y más gatitos nacían
muertos. Mí vista fue volviéndose insegura y aprendí

53
a « s e n t i r » m i c a m i n o . ¡ N u n c a o l v i d é q u e a T o n g F a lo
habían matado porque era viejo y ciego!
C a s i d os a ño s d e s p u é s d e h a b e r v u e l t o d e Am é r ic a ,
m a d a m e D ip l om a t q ui s o ir a I r la nd a p a r a v e r s i e r a u n
lugar a pr opiad o para v iv ir e lla. Te nía la id ea f ija de q ue
yo le hab ía tra íd o s ue rt e (a unq ue no p or e s o m e tr ata ba
m e j or ) y y o t uv e q ue ir a I r l a nd a t a m b i é n. Ot r a v e z m e
ll e v a r on a u n s it i o d o nd e m e d r o ga r o n y p or u n t ie m p o l a
vida dejó de existir para mí. Mucho más tarde des.
p e r t é e n u na c a ja f or r a d a d e t e la e n u na c a s a e x t r a ña ,
Se o ía u n c o ns t a nt e z um b id o d e a v i o ne s e n e l c ie l o. E l
olor de carbón quemado me cosquilleaba los orificios
nasales y me hacía estornudar. «Está despierta», dijo una
a b i e r t a v o z ir l a n d e s a . ¿ Q u é h a b í a p a s a d o ? ¿ D ó n d e e s .
t a b a yo? Se nt í p á nic o p e r o e s t a b a d e m a s ia d o d é b il p a t a
moverme. Sólo más tarde oyendo voces humanas y

explicándomelo un gato del aeropuerto comprendí la

historia.
El a v ión ha b ía a t e r r iz a d o en e l a e r op ue r t o ir la nd é s
Los hombres habían sacado las maletas del departamento
de equipajes. «Eh, Paddy, hay un viejo gato muerto

aquí!», dijo uno de los hombres. Paddy, el capataz, se


acercó a mirar. «Busca al inspector», dijo. Un hombre
habló por el m icr o y pr onto apar eció un inspector del

Departamento de Animales en escena. Abrieron mi caj a y


m e c o gi e r on c ui d a d o s a m e n t e . « B u s c a d a l d u e ño » , d i j o e l
inspector. Mientras esperaba me exam inó. Madame
Diplomat se acercó furiosa al pequeño grupo que me

r od e a b a . E m p e z a nd o a b r a m a r y a c o nt a r lo im p or t a nt e
que ella era, fue cortada m uy pr onto por el inspector.
«La gata está m uerta —dijo el inspector —, por viciosa
crueldad y falta de cuidado. Está embarazada y usted
la ha drogado para evadir la cuarentena. Esto es una
seria ofensa.» Madame Diplomat empezó a llorar di.
ciendo que afectaría la carrera de su esposo si la llevaban

54
a los tr ibunales por una ofensa tal. El inspector tir ó de
su labio infer ior y entonces con una decisión r epentina
dijo: «El animal está muerto. Firme una renuncia con-
forme podemos disponer del cuerpo y por esta vez no
direm os nada. Per o le aconsejo no volver a tener gatos».
Madame Diplomat firmó el dicho papel y salió medio
llor ando. «Bien, Br ian —dijo el inspector —deshazte del
cuerpo.» Se fue y uno de los hombres me metió otra
vez en la caja y se m e llevó. Muy vagamente oí el sonido
de tierra revuelta, el ruido de metal sobre piedra y qui-
zás una pala rascando contra una obstrucción. Entonces
me cogieron y oí débilmente: «¡Glorioso sea! ¡Está
viva!». Ante esto volví a perder la conciencia. El hom-
b r e , a s í m e lo c o nt a r on, m ir ó d e s c o nf ia d a m e nt e a lr e d e d or y
entonces seguro de que no le observaban, llenó el foso
que había cavado para mí y se me llevó corriendo a una
casa próxima. No volví a saber nada hasta «Está des-
pierta», dijo una abierta v oz irlandesa. Manos dulces me
acariciaron, alguien me m ojó los labios con agua. «Sean
—dijo la voz irlandesa— esta gata está ciega. Le he
balanceado la luz delante de sus ojos y no la ve.» Yo
estaba aterrorizada pensando que me matarían por mi
edad y ceguera. «¿Ciega? —dijo Sean—. Realmente es
una bonita criatura. Iré a ver al vigilante para ver si
puedo quedarme sin trabajar el resto del día. Bueno, y
después la llevaré a mi madre, la cuidará. No podemos
tenerla aquí.» Se oyó el ruido de una puerta abriéndose
y cerrándose. Unas suaves manos me aguantaban y me
ponían la com ida justo debajo de mi boca, y hambr ienta
comí. El dolor dentro de mí era terrible y pensé que
pronto moriría. Mi vista había desaparecido por com-
p l e t o . M á s t a r d e , c u a n d o v iv í a c o n e l l a m a , ga s t ó m u c h o
d i n e r o p a r a v e r s i s e p o d í a h a c e r a l g o p e r o d e s c u b r i e r on
que mis nervios ópticos se habían roto con los golpes
que había tenido.

55
L a p u e r t a s e a b r i ó y s e c e r r ó. « ¿B ie n ?» , p r e g u n t ó la
mujer —. «L e dije a l v igila nt e q ue m e se nt ía m a l d e s p ué s
de v er c óm o tr at aba n a una cr ia t ura d e Dios. Dijo: " CIa.
ro, Sea n, tú s iempre f uis te únic o para sentir ta les c osas,
bueno, puedes marcharte". Así que aquí estoy. ¿Cóm o
sigue?»
«Mm, así así —contestó su mujer—. Le mojé los
labios y com ió un pedazo de pescado. Se pondrá bien
pero ha pasa do un mal tra go.» El hombr e deambulaba
por ahí: «Dame algo de comer, Mary, y llevaremos el
gato a madre. Voy a salir ahora y miraré los neumá-
ticos». Yo suspiré. Más v iajes, pensé. El dolor dentro
d e m í e r a u n r e p e t id o d o lor e s p a s m ód ic o. P or a hí s e oía
el entrechocar de platos y el sonido de un fuego que
a t i z a b a n . P r o n t o l a m u j e r f u e h a c i a l a p u e r t a y l l a m ó:
«El té, Sean, el agua está hirviendo:>. Sean entr ó y oí
cóm o se lav aba las manos antes de se ntarse para comer.
«Tenemos que callarnos —dijo Sean—, si no nos per-
s eguiría el guard a. Si p od em os p oner la b ie n, s us gat it os
nos d a r á n d ine r o. Es t a s c r ia t ur a s s on v a lios ís im a s , ¿s a -
b e s ?» S u m u je r ll e nó ot r a t a z a d e t é a nt e s d e c ont e s t a r .
«Tu madre lo sabe todo sobre los gatos, ella hará que
se reponga, ella es capaz si es que hay alguien que lo sea.
Má r c ha t e a nt e s d e q u e l o s o t r o s t e r m i ne n d e t r a b a ja r . »
«Y tanto» —dijo Sean mientras retiraba su silla ruido-
samente y se lev antaba. Se acercaron a mí y sentí que
c og ía n m í c a ja . « P u e d e s p o n e r la c a ja e n la b o ls a , S e a n
— d i j o l a m u j e r — , l l é v a la b a j o t u b r a z o , v o y a h a c e r u n
cabestrillo para que puedas llevar el peso en tus hom-
b r o s , a u nq ue n o e s q u e p e s e m uc h o, ¡ p ob r e c i l la ! » S e a n,
con un tirante en sus hombros y alrededor de m i caja,
se v olv ió y sa lió de la casa. El frío a ire ir land és s e c olab a
d e lic i os a m e nt e e n m i c a ja , t r a ye nd o c ons ig o s u v igor os o
aliento del mar. Me hizo sentir mucho mejor, ¡si tan
sólo el espantoso dolor se fuera! Un viaje en bicicleta

56
era una experiencia completamente nueva para mí. Una
dulce brisa me llegaba a través de los orificios para el
aire y el ligero mecimiento que no era desagradable me
r e c or d a b a e s t a r e c h a d a s ob r e la s a lt a s r a m a s d e u n á r b o l
que se mecía al viento. Un ruido como un crujido me
llenó de curiosidad durante un rato. Primero pensé que
mi caja se estaba r ompiendo, luego concentrándom e m u-
c h o d e c id í q ue la c os a d e l a s ie n t o d o n d e s e s e n t a b a S e a n
necesitaba aceite. Pronto llegam os a un terreno empi-
nado. La respiración de Sean empezó a raspar en su
garganta, los pedales se movían más y más despacio
hasta parar por completo. «¡Uf! —exclamó—, es una
pesada caja la que tienes», puso mi caja sobre el asiento,
sí, ¡rechinaba!, siguió a pie pesadamente empujando su
bicicleta despacio. Luego se detuvo, abrió el picaporte de
un portillo y empujó la bicicleta dentro; se oía el raspado
de la madera con el metal y el portillo se cerr ó de golpe
detrás nuestr o. ¿Dónde me meto ahora?, pensaba yo. Me
llegó a la nariz el agradable olor a flores. Lo inhalé
apreciativamente. «¿Y qué me has traído, hijo m ío?»,
preguntó una voz de vieja. «Te la he traído para ti,
madre», replicó Sean or gullosamente. Apoyando la
máquina contra la pared, cogió mi caja, se lim pió los
pies con cuidado y entró en el edificio. Se sentó con un
suspir o de alivio y le contó toda la historia que sabía de
mí a su madre. Después de manosear la tapa la levantó.
Hubo un silencio durante un momento. Luego, «¡Ah! ¡Qué
preciosidad de criatura debió de ser en sus tiempos!
Mírala ahora con su pelo burdo por la falta de cuidado.
M i r a c ó m o s e l e v e n l a s c o s t i l l a s . ¡ Q u é c r u e ld a d tratar así a
estas criaturas!».
F i na lm e n t e m e c og i e r o n y m e p u s ie r o n s ob r e e l s ue l o.
Es desconcertante perder la vista repentinamente. Al
principio mientras me movía con pasos vacilantes me
daba contra las cosas. Sean murmuró: «Madre, crees

57
que... ¿sabes?». «No, hijo mío, éstos son gatos mu\
inteligentes, desde luego, gatos mu y inteligentes. Re.
c uerd a que t e d ije q ue los ha bía v ist o e n Ingla t erra. N o,
no, dale tiempo y verás cómo se las arregla.» Sean se
v olv i ó ha c ia s u m a d r e : « Ma d r e , v o y a l l e v a r m e la c a ja y
dársela al vigilante por la mañana, sabes.»
L a v ie ja c or r ía d e un la d o a ot r o t r a y e n d o c om id a v

agua y muy oportunamente me llev ó a un cajón de tierra.


Finalmente Sean se fue prometiendo volver dentro de
unos días. La v ieja cerró la puerta con cuidado y echó
otro pedazo de carbón en el fuego hablando para sí

m is m a t od o e l r a t o e n lo q ue p e ns é s e r ía ir la nd é s . P a r a
l o s g a t o s , c l a r o e s t á , la l e ng u a n o t i e n e m u c h a i m p o n
t a nc ia , ya q ue c onv e r s a n y e s c uc ha n p or t e le p a t ía . L os
h um a n os piensan e n s u p r o p i o i d io m a y e s a v e c e s u n
poco confuso para un gato siamés francés aclarar pensa. mientos-
imágenes enmarcados en alguna otra lengua desconocida.
Pronto nos echamos para dormir, yo en una caja
junt o a l f ue go y la v ie ja e n un c a m a s t r o a l ot r o la d o d e
la hab ita c ión. Y o es ta ba a b s olutam e nt e agota da, s in em -
b a r g o, e l d o lor m or d i é n d om e d e n t r o, n o m e d e ja b a d o n
m ir . F ina lm e nt e e l c a ns a nc i o ga nó a l d ol or y m e d or m í.
M is s u e ño s f u e r on t e r r or íf i c o s . ¿ Ad ó nd e ha b ía i d o? Me
preguntaba en mis sueños. ¿Por qué tenía que sufrir
tanto? Temía por mis gatitos que tenían que llegar.
Temía que murieran al nacer, temía que no muriesen,
ya que ¿qué futuro tenían? ¿Podría yo en mi débil
estado alimentarlos?
P or la m a ña na , la v ie ja e m p e z ó a m ov e r s e . L os m u e-
lles del camastro crujieron al lev antarse y se acercó a
a t i z a r e l f u e g o . A r r o d i l l á n d os e j u n t o a m í , m e a c a r i c i ó
la c a b e z a y d i jo: « Y o v oy a ir a m is a y lu e go c om e r e m o s
algo». Se levantó y pronto se fue. Oí sus pasos desva.
necerse por el camino. Se oyó el clic de la verja del jat.

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din y luego silencio. Yo me di la vuelta y volví a dor-
mirme.
Al final del día había recuperado algunas fuerzas.
Pude moverme despacio. Primero me daba contra casi
todo, pero pronto aprendí que no cambiaban los mue-
bles muy a menudo. Con el tiempo aprendí a encontrar
mi camino sin darme demasiados golpes. Nuestros vi-
brissae (bigotes de gato) actúan como un radar y po-
demos encontrar el camino en la más negra de las
noches cuando no hay ni un destello de luz que ver.
Ahora mis antenas tenían que trabajar todo el tiempo.
Unos días más tarde la vieja le dijo a su hijo, que
había ido a verla: «Sean, limpia el cobertizo de la leña
que voy a ponerla allí. Con eso de que es ciega y yo
que tampoco veo bien, tengo miedo de darle una
patada y dañar a los gatitos y significa mucho dinero
para nosotros. Sean salió y pronto oí una gran
conmoción procedente del cobertizo de la leña al
mover cosas y hacer montones de carbón. Entró y dijo:
«Ya está todo arreglado, madre,, he puesto montones
de periódicos en el suelo y he cerrado la ventana».
Así que otra vez mi cama era de periódicos. Irlan-
deses esta vez. «Bueno —pensé—, el manzano dijo hace
años que la suerte me llegaría en uno de los momentos
más negros. Ya casi era hora.» El cobertizo era de
planchas de madera embreadas con una desvencijada
puerta y el suelo era de tierra pisada y en la pared se
guardaba una increíble colección de cosas de la casa,
trozos de carbón y cajas vacías. Por alguna extraña
r a z ó n l a v i e j a t e n í a u n e n o r m e c a n d a d o p a r a c e r r a r la
puerta. Cuando venía a verme se quedaba ahí
murmurando y rebuscaba sin cesar entre las llaves
ha s t a e nc o n t r a r l a c or r e c t a . Finalmente con la puerta
a b i e r t a e n t r a b a a t r o m p i c o ne s , t a n t e a n d o e l c a m i n o , e n
e l t r i s t e i n t e r i o r . S e a n q u e r í a reparar las ventanas para que
entrara algo de luz; ningún
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r a y o e n t r a b a e n e s t e os c ur o a g u je r o, p e r o, c om o d i j o la

v ie ja, «e l v idr io c ues ta d iner o, hijo m ío, e l v idr io c ue st a


dinero. Espera a que tengamos los gatitos para vender»
Los días iban arrastrándose. Tenía comida y agua
pero tenía también un const ante dolor. La comida era
escasa, s ufic ie nte para v iv ir, pero no s ufic ie nte para for.
talecerme. Viví para dar a luz a mis gatitos y seguir
v iv iendo era una luc ha. Cie ga, enferma y siem pre haría.
br ie nta ma nt uv e un d éb il a ga rram ie nt o a la v id a y fe e n
esos «mejores días que llegarían».
Pocas semanas después de llegar a Irlanda sabía que
mis gatitos nacería n pronto. Los mov imient os s e v olv ían
d if íc ile s y e l d ol or a um e nt a b a . Y a no p od ía e s t ir a r m e a
todo lo largo ni enroscarme en un círculo. Algo había
pasado dentro d e mí y s ólo p odía des cansar sentada c on
m i p e c ho a p o ya d o c ont r a a lg o d ur o p a r a e v it a r p e s o e n
mis partes bajas.
Dos o tres noches más tarde hacia medianoche me

asaltó un espantoso dolor. Chillé en la agonía. Poco a


poco con un inmenso esfuerzo mis gatitos v inieron al

mundo. Tr es de los cinco estaban m uertos. Me quedé


echada jadea nd o durant e hor as, todo mi cuerpo c omo en

llamas. Est o, pens é, era el fin de la v ida, pero no, no iba a


serlo. Seguí viviendo.
L a v ie ja e nt r ó e n e l c o b e r t iz o p or la m a ña na y d i j o
cosas terribles al encontrar tres gatos muertos. Dijo co s as

tan terrible s que lue go dijo una plegaria para ser perdo-
nada. Yo pensé que ahora con dos gatitos que cuidar,
p od r ía ir d e nt r o d e la c a s a dond e ha b ía c a lor y a lgo más

que periódicos para echarse. Pero la vieja parecía odiarme


por tener sólo dos gatitos vivos. «Sean —le dijo un
a t a r d e c e r a s u h i j o — , e s t a ga t a n o v iv i r á m á s d e d o s o
tres semanas. A ver si puedes dar v oces de que tengo
dos gatos siameses para vender.»
Me iba debilitando cada día. Ansiaba la muerte pero

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t e m í a p or m i s g a t i t o s . U n d ía , c u a n d o y a c a s i d e ja b a n d e
mamar, un coche aparcó junto a la entrada. Oí el clic
de la verja al abrirse y dos personas acudieron por el
caminito. Un golpe a la puerta de la casita. Unos segun-
dos más tar de se abr ió. La v oz de una m ujer dijo: «Cr eo
entender que tiene un gatito siamés para vender». «Ah,
claro, ¿quiere usted pasar?», replicó la vieja. Por un
tiempo hubo silencio, luego la vieja vino desordenada-
mente y agarró a uno de mis bebés. Unos minutos más
tarde volvió murmurando con mal humor: «Bah, ¿por
qué querrán verte?». Me agarró tan violentamente que
grité de dolor. Me llevó dentro de la casa mostrándome
un gran afecto. Voces suaves dijeron mi nombre y me
tocaron ligeramente. El hombre dijo: «Queremos llevar-
nos a la madre también. No v ivirá a menos de que sea
tratada». «¡Ah! —dijo la vieja—, es una gata muy
saludable y buena, lo es.» Yo leí los pensamientos en la
mente de la vieja: «Sí —pensó—, ya lo he leído todo
acerca de usted, puede pagar mucho». Empezó a hacer
mucho jaleo diciendo cuánto me quería y lo valiosa que
yo era. Que no tenía intención de venderme. Yo me
volví en dirección al hombr e y dije: «Me estoy muriendo,
ignóreme y cuídese de mis dos hijos». El hombre se
volvió a la vieja y dijo: «¿Dijo que tenía dos gatitos?».
Ella admitió que así era, así que el hombre dijo con
firmeza: «Nos llevaremos los tres gatos o ninguno». La
vieja dijo un precio que me sorprendió enormemente,
pero el hombre sólo dijo: «Bueno, prepárelos que nos
los llevaremos ahora». La v ieja salió aprisa de la habi-
tación para esconder su alegría y para poder volver a
contar el dinero. Pronto mis dos chicos fueron puestos
en una cesta muy especial que el hombre y la mujer
habían traído. La mujer se sentó en la parte trasera del
coche conm igo en su regazo y la gran cesta la colocaron
en el asiento delantero junto al hombre. Despacio y con

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c ui d a d o e m p e z a m o s la m a r c ha . « T e nd r e m os q u e l la m a r
al ve t para que vea a Fifí inmediatamente, Rob», dijo
e l hom br e. « Es tá m uy e nf erm a, llamar é t a n pr ont o c or no
ll e g ue m o s a c a s a , v e n d r á h o y. ¿ De ja r á s q u e lo s ga t i t os
vayan juntos?» «Sí», dijo el hombre. «Entonces no es.
tarán solos.» Seguimos marchando con tanto cuidado
que no sentí ningún dolor. Las palabras del manzano
v olv ieron a mi mente: «Conocerás la felicidad, Fifí»
¿Era esto?, me preguntaba.
Se gu im os r od a nd o p or la c a r r e t e r a d ur a nt e m uc ha s
m illa s , e nt onc e s gir a m os p or una a gud a c ur v a c on c uí•
d a d o y t om a m os una s ub id a m uy e m p ina d a . « B ue no, ya
e s t a m os e n c a s a , ga t os » , d ij o e l hom b r e . P a r ó e l m ot or ,
s a l i ó y s e l l e v ó l a c e s t a q u e c o n t e n í a a m i s ga t i t o s . L a
mujer salió con cuidado sin sacudirme y me llev ó en
brazos, subim os d os o tres p eldaños hasta la casa. ¡Qué
difer e nc ia ! Aq uí se nt í inm ed ia tam e nt e q ue se m e q uer ía y
e r a b ie nv e n id a ; d e c i d í q u e e l á r b ol t e n ía r a z ó n. ¡ P e r o
m e s e n t í a t a n t e r r i b l e m e n t e d é b i l ! L a m u j e r s e d ir i g i ó
a l t e l é f o n o y ha b l ó c o n e l v et q u e ha b ía n m e nc i o na d o.
De s p u é s d e d a r la s gr a c ia s c ol g ó. « V e nd r á e n s e g u id a » ,
dijo ella.
No te ngo la intención de e scr ibir s obre mi op eración
o mi larga lucha para v olv er a la v ida. Bastará decir que
m e hic ie r on una op e r a c i ón m uy d if íc i l p a r a s a c a rm e un
inm e ns o t um or ut e r in o. Me hic ie r o n una h is t e r e c t om ía ,
así que me quedé libre de la dureza de tener más
bebés. El hombre y la mujer se quedaron c onm igo noche
tras noc he, ya que la op eración fue tan sev era que cre ye -
ron que no me recuperaría. Yo sabía que no ser ía así
porque ahora estaba en casa y me querían.
Capítulo IV

Mi operación ya pasó, todo lo que tenía que hacer


ahora era recuperarme. Antes había estado demasiado
enferma para preocuparme de q u ién vivía en la casa o
cóm o era. El señor veterinar io irlandés había dicho: «De-
ben llevarla a casa y darle cariño, lo necesita mucho y
no vivirá si sigue viviendo aquí». Así que a casa me
llevaron. Durante los dos primeros días estuve muy
quieta, con el hombre y la mujer cuidándome todo el
tiempo y persuadiéndome para que probara las más ex-
quisitas comidas. No las tomaba muy fácilmente porque
yo quería que tuvieran que persuadirme. Quería saber
que me consideraban lo suficiente importante para to-
marse el tiempo necesario para persuadirme.
El tercer día después de que el veterinario irlandés
hubiera estado allí, el hombre dijo: «Voy a dejar entrar
a lady Ku'ei, Feef». Salió y pronto volvió murmurando
con afecto a alguien. Al acercarse dijo: «Feef, ésta es
lady Ku'ei. Ku, ésta es la señora Fifí Bigotesgrises».
Inmediatamente oí la más bella voz de una joven señora
gata siamesa que hubiera oído jamás. ¡El tono! ¡La
fuerza! Yo me quedé emocionada y deseé que mi pobre
madre hubiera podido oír una voz tal. Lady Ku'ei se
sentó en la cama con el hombre sentado entre nosotras.
«Yo soy lady K u'ei —d ijo ella—, pero como v amos a v iv ir
juntas, puedes llamarme miss Ku'ei. Estás ciega, así
que cuando puedas andar te enseñaré el lugar y te
indicaré los obstáculos, el excusado, donde comes,
etcétera. Y hablando de esto —remarcó en un tono de
satisfacción—, aquí no comemos restos, ni rebuscamos
las basuras (cuando nadie mira); nuestra comida la
compran especialmente para nosotras y es de la mejor
calidad.

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Ahor a a t ie nd e p or q ue v oy a h a b la r t e un p oc o d e la c a s a y
no voy a hacerlo dos veces.» «Sí, miss Ku —repliqué
h um il d e m e nt e— , t e p r e s t o t o d a m i a t e n c i ó n . » M e e s t i r é
un poco para aliviar la presión en mis puntos.
«Esto es Howth, condado de Dublín —comenzó miss
Ku—, vivim os en una casa colgada en lo más alto de
una colina. El mar está a ciento veinte pies bajo nues.
tro, justo debajo, así es que no caigas o la gente se mo•
lestaría si dieses con un pez. Debes mantener tu
dignidad con las visitas, recuerda que eres un P.S.G.,
pero puedes alborotar libremente con la familia.»
«Por favor, miss Ku —intercedí—, ¿qué es 1117
P.S.G.?»
«¡Bueno, vamos! Eres una estúpida vieja gata —re.
plicó miss Ku—, cualquiera sabe que P.S. G. indica que
eres un Pedigree gato siamés a pesar de que no estás
demostrando la inteligencia esperada de nosotros. Per o
no interrumpas, te estoy dando la inf ormación
esencial.> «Lo siento, miss Ku, no te interrum piré otra
vez.» Miss Ku pensativa se rascó la oreja con el pie. «El
hom bre, como tú le llamas, es el lama T. Lobsang
Rampa del Tibet. Entiende el siamés gatuno tan bien
com o tú y yo, así que no puedes esconderle los
pensamientos. Es gra n de, barbudo y calv o y está casi
muerto del corazón, ha tenido una o dos afecciones
cor onar ias. Ha estado muy enferm o, desde luego, y
todos pensam os que íbam os a perderle.» Yo asentí
gravemente sabiendo lo que era estar enferma. Miss Ku
continuó: «Si tienes problemas díselo y te ayudará en
seguida, si quieres alguna comida en particular, díselo,
le pasará el recado a Ma». «¿Ma? — p r e g un t é yo—,
¿está tu madre contigo?» «No seas t an r idíc ula —
rep lic ó m is s K u c on cier ta as p er eza —. Ms es Ra b, la
mujer, ya s ab e s, la q ue ha c e nues tra c ompra , lav a
nuestros plat os, nos hace la c ama, cocina para nos. o t r o s
y nos deja dormir en su cama. Yo soy su gata,

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¿s a b e s ?, t ú e r e s la ga t a d e l la m a — d i j o m is s K u c om o d e
pasada—. Dormirás aquí, en esta habitación, a su lado.
Oh, claro, no puedes ver a Ma. Es algo baja, bonitos
ojos y tobillos y una cóm oda gor dura en todas las otras
partes. Ningún hueso se te clavará cuando te sientes en
su regazo.»
Hicimos una pausa por un momento. Miss Ku para
r e c ob r a r la r e s p ir a c i ó n y yo p a r a a s im i la r la inf or m a c i ó n
que se me había dado tan repentinamente. Míss Ku
jugueteaba con la punta de su cola perezosamente y con-
tinuó: «Tenemos a una joven señora inglesa viviendo
con nosotros como uno de la familia. Es muy alta, muy
delgada y tiene el pelo del color de un Tom mermelada
q ue v i una v e z . B a s ta nt e a ma b le a l f in y a l c a b o y t e ha r á
caso a pe sar de q ue le gustan los grandes apest os os perros y
niños chillones».
«Bueno, Ku'ei —dijo el lama—, Feef debe descan-
s a r , ya l e c o n t a r á s m á s l ue g o. » C o gi ó a m i s s K u y la s a c ó
de la habitación. Durante un rato seguí echada en su
cama ronroneando de contento. Se acabaron los restos,
siem pr e había pensado que m e gustar ía tener algo com -
prado especialmente para mí. Ser querida, ésta había
sido mi ambición a través de los largos y míseros años.
Ahora me querían, y mucho. Sonreí satisfecha y caí
dormida.
Cuando mis heridas de operación se cerraron y me
s a c a r o n l o s p u nt o s , p ud e ir m ov i é nd om e m á s y m á s . M u y
cautelosamente al principio por mi ceguera, pero más
segura cuando me enteré de que no se movía nada sin
que antes me llevaran allí y me enseñaran su posición
en relación con las otras cosas. Miss Ku'ei iba conmigo
diciendo dónde estaba todo y a las personas que v enían
se las avisaba de que era ciega. «¿Qué? —replicaban— .
¿Ciega? Pero tiene unos ojos tan grandes y bonitos,
¿cómo puede ser ciega?»

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Finalmente consideraron que estaba la suficientemente
bien como para salir al jardín. El aire era maravilloso con
e l l o r d e l m a r y l a s p l a n t a s . Durante muchos días no
dejaba a nadie entre la puerta y yo, estaba constantemen. te
aterrorizada de que me dejasen fuera. Miss Ku me regañaba:
«No seas una vieja absurda, Feef, somos per. sopas aquí,
nadie te dejará fuera nunca». Nos echába. mos en la cálida
hierba y miss Ku me describía la es. cena. Debajo nuestro
los movimientos de las olas llega. ban a nosotras con su
blanca espuma. El agua en la cueva debajo de la casa gruñía
y rugía y en días tormentosa parecía agitar todo el
acantilado. A la izquierda estaba el acantilado con el faro al
final. A un milla o así en el mar, se erigía el Ojo de Irlanda
cobijando al pequeño puerto de los peores estampidos del
turbulento mar
landés. A la derecha se veía el Diente del Diablo prote giendo
de las altas olas el lugar donde se bañaban los hombres. A
miss Ku le gustaba muchísimo mirar ba. ñarse a los
hombres, y probablemente a mí me hubiera gustado también
si hubiera podido ver todas las cosas, como los demás.
Detrás de la casa se erigía el pico del monte de Howth
desde cuya cima se veían, en un día claro, las mon. tañas
del País de Gales en la tierra firme y las montañas de
Mourne en Irlanda del Norte. Esos fueron días felices
mientras nos desperezábamos a la luz del sol y miss Ku me
hablaba de nuestra familia. Gradualmente fui per. diendo
mis temores de que me dejaran fuera. Ya no me enviaban a
un gran y rudo Tom. Ahora se me quería pura y simplemente
por mí misma y como la misma miss Ku dijo, me ensanché
bajo la influencia como una flor a la que se llevara a la luz
del sol después de haber estado encerrada en la oscuridad
de un solitario sótano Fueron días marav illos os; el lama
me ponía en las ramas b a j a s d e u n a r b o l i t o y m e t e n í a
cogida para que no

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pudiera caerme y yo soñaba que aquí finalmente había
entrado en el cielo.
Las gav iotas me preocupaban al principio mientras
volaban por encima y decían con sus gritos: «Mira esa
gata ahí abajo, la llevaremos al acantilado y entonces
nos la comeremos». Miss Ku rugía nuestro famoso grito
siamés de guerra y des e nv a i na ba s u s pe z u ñas pr epar ad a
para cualquier ataque. En el aire se oía débilmente sus
zug-zug-zug, y todos los pájaros encima daban vueltas
locamente y se escapaban. Por un tiempo no comprendí
lo que pasaba, no podía estar siempre haciendo
preguntas y entonces encontré la respuesta. Los barcos
de pescado estaban entrando y los pájaros iban en
busca de los desechos de pescado que se quedaban en
los muelles.
Ya estaba descansando en la agradable sombra de
un arbusto Veronica una tarde soleada cuando me
llamó miss Ku: «Prepárate, Feef, vamos de paseo en
coche». Un coche y miss Ku estaba contenta. «Pero,
miss Ku —expuse yo—, simplemente no podría ir en
coche, ¿y si me dejaran en algún sitio?» «Feef —gritó el
lama—, ven, vamos todos a paseo.» Yo estaba casi
desmayada del susto y me tuv ieron que coger y
llevarme en brazos al coche. No así miss Ku, que
cantaba de contento y corrió al coche gritando: «Yo
tengo el sitio de delante». «¿Conducirá el lama, miss
Ku?», pregunté tímidamente. «Claro que sí, y no le
llames el lama todo el tiempo, llámale jefe como yo.»
A s í q u e e l l a m a , p e r d ó n , e l j e f e , e nt r ó e n e l c o c he y s e
s e nt ó e n e l a s i e nt o d e la nt e r o j u nt o a m i s s K u . M a s e
metió en el coche y se sentó d etrás conmigo en la
falda. La joven señora inglesa (no podía decir su
nombre todav ía) se sentó junto a Ma. «¿Seguro que has
cerrado las puer tas?», pr eguntó el jef e. «Clar o, siem pr e
lo hacemos», replicó Ma. «Venga, venga, ¿para qué
p e r d e m o s e l t i e m p o ? » , g r i t ó m i s s K u . E l j e f e h i z o lo
necesario para poner el coche en marcha y nos fuimos.
67
Quedé sorprendida de la suavidad de nuestr o tta.
yect o. Est o era muy distint o d e ser tirado v iole ntame nte d e
un lado a otro como había sido mi experiencia en
F r a n c ia y Am é r ic a . B a ja m o s u na p e n d ie nt e m u y f u e r t e y
t om a m os una c ur v a d if íc il. R od a nd o q uiz á , ¿q ué e r a n
aq uí, m illas , k ilóm e tr os ?, tr e s o c uatr o m inut os girar nos
a la derecha, seguimos otro minuto o dos y paramos
Pararon el motor. El olor del mar era fuerte. Unas ligeras
gotas que llegaban con la brisa me cosquilleaban la nariz
R uid os d e m uc hos hombr e s, s onid os d e m ot or e s d e p u/ .
p uf . Un f u e r t e o l or a p e s c a d o, y p e s c a d o q u e ha b ía e s .
t a d o d e m a s ia d o r a t o a l s o l. O l or d e h um o y d e c ue r d a s
a l q u i t r a n a d a s . « A h , p e s c a d o b ue n o — d i j o la j ov e n in .
gl e s a r e s p ir a n d o e l a ir e — . ¿ V o y a b u s c a r u n p o c o ?» A s í
q u e f u e a v e r a u n v i e j o a m i g o q ue n os v e nd e r ía p e s c a d o
r e c ié n s a l i d o d e l m a r . ¡ C l i n g !, h iz o la c o s a d e l e q ui p a je
e n la p a r t e t r a s e r a d e l c o c he c ua n d o e c ha r o n e l p e s c a d o
a l lí. ¡ B a ng !, h iz o l a p u e r t a a l e nt r a r e n e l c oc h e la j ov e n
i ng l e s a y c e r r a r la d e g o lp e . « M is s K u —m ur m ur é — . ¿Q u é
e s e s t e lu ga r ?» « ¿ E s t o ? És t e e s e l p u e r t o d e p e s c a d o nd e
todas la s barcas v i e ne n a t r a e r n os n ue s t r a c e na ,
gr a nd e s na v e s p a r a g ua r d a r p e s c a d o j u nt o a n o s ot r o s y
a l ot r o la d o a g ua . B a r c o s a t a d o s c o n p e d a z os d e c u e r d a
para que no se vayan antes de que todo el mundo esté
preparado.» «¿Y ese humo?» «Oh, cuelgan pescado en
el humo, así no se corrompe tan aprisa o por lo menos
no puedes oler lo en seguida a causa del hum o.» Saltó
sobr e el r espaldo del jefe y gr itó: «¿A qué esperam os?
Vamos a Portmarnock». «Oh, Ku, eres un desastre de
impaciente», dijo el jefe, mientras ponía el coche en
marcha.
«Miss Ku —dije yo, me temo que en un tono preocu-
p a d o — , e s t a j ov e n i n g l e s a , n o p u e d o d e c i r s u n o m b r e y
la m a ne r a c om o lo p r o nu nc i o e s u n in s ult o p a r a un T om
demasiado embalado. ¿Qué hago?» Miss Ku se sentó y

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pensó durante un rato y entonces dijo: «Bueno, no sé» .
De repente se animó y dijo: «Eh, ya lo sé. Lleva un
vestido verde, es muy alta y delgada y el pelo encima es
una especie de amarillo. Oye, Feef, llámala Buttercup,'
ella no lo sabrá». «Gracias, miss Ku —repliqué yo—,
la llamaré miss Buttercup.» «Miss Nada —respondió
m is s K u — , s i d e b ié r a m o s d a r le t ít u l o s e r ía m i s s is , c om o
t ú h a t e n i d o g a t i t o s t a m b i é n . N o , F e e f , n o e s t á s e n t r e la
educada sociedad france sa ahora; estás en casa así que
dices, jefe, Ma y Buttercup. Yo soy miss Ku.»
El coche siguió avanzando despacio y suavemente.
Casi antes de saber lo que pasaba habíamos llegado allí y
paramos. Se abrieron las puertas del coche y me sacaron
en brazos. «¡Ah!, esto e s v iv i r » , gritó miss K u. Unas
manos suaves cogieron las mías y las hundieron en la
arena. «Mira, Feef, arena», dijo el jefe. El rugido y el
rumor de las olas contra las rocas me calmaba, el sol
calentaba m i espalda. Miss Ku cor r ía com o loca por la
are na c hilla nd o c on a le gr ía. La fam ilia (m i fam ilia ) es ta b a
sentada al lado tranquilamente. Yo me senté a sus pies y
jugaba con un guijarro. Yo era demasiado vieja y no me
había curado lo suficiente todavía com o para correr com o
u n c a b a l l o d e s b o c a d o c o m o m i s s K u . C o n l a a g r a dable y
cálida luz solar me quedé dormida...
Había nubes encima del sol y el débil gotear de
lluvia. «Raro —pensé—, ¿cómo puedo estar a q u í ?» En-

tonces lo comprendí, estaba v iajando en Astral. Ligera


c om o u na n ub e , m e s e nt í e m p u ja d a p a s a nd o s o b r e c a r r e-
teras costeras y mov iéndome hacia el interior. Más y
más al interior, el gran aeropuerto «Le Bourget». Una
la r ga hile r a d e e r guid os c ip r e s e s q uie t os c om o c e nt in e la s a
lo la r go d e una c a r r e t e r a r ec t a . L a a guja d e una igle s ia
medio tapada de niebla y los árboles en el cementerio

1. Flor (Botón de oro). (N. de la T.)


69
llor a nd o b a jo la ll uv ia p or a q ue ll os q ue e s t a b a n d e b a j o.
Me moví llevada por la corriente como un fantasma,
seguí mov iéndome y bajé. De repente v i, ya que no se
es ciego en el Astral. «En memoria de...»
Por un m omento no compr endí, luego sí. «Madame
Albertine —grité— enterrada aquí.» Se me escapó una
lágrima. O sea que había sido la única que me había
a m a d o. Ahor a s e ha b ía id o y yo ha b ía c on s e g uid o la f e li-
cidad y car iño. Per o entonces pensé que ella se había
ido de este malvado mundo y entrado en el amor y la
f e l i c i d a d t a m b i é n. C o n u n s u s p ir o y u na ú lt im a m ir a d a
volví a ascender y seguí mi camino.
Debajo mío el portero estaba barriendo un patio
detrás de la portería. Un perro atado al muro, gruñó y
gimió intranquilo a mi paso. La casa apareció amenazante
a nt e m í, m a je s t u o s a , f r ía c o n a s p e c t o d e p o c os a m i g o s ,
c om o p r oh ib ie nd o q ue s e e nt r a s e e n e lla . Ma d a m e D ip lo -
mat salió a la terraza. Instintivamente me volví para
c or r e r , p e r o c la r o, e l la n o m e v i o p la n e a n d o a la a lt ur a
de sus hombros. Parecía delgada y cansada. Grandes
arrugas de descontento destruían sus facciones. Los lados
d e s u b o c a s e v o lv ía n ha c ia a b a j o y c o n d e lg a d os la b i os
y apretados orificios nasales, se la veía desde luego
amargada.
Seguí mi camino, me moví hacia el viejo manzano y
me par é e n se c o at err ada . El árb ol hab ía d e sa par e cid o, l o
habían talado e incluso su base había sido extraída
Silenciosame nte, d olor osamente pla ne é alred ed or. Mov ida
por un extraño impulso me moví hacia el viejo cober-
tizo que había sido mi única casa. Mi corazón casi se
paró; los rest os d e mi amigo el manzano estaba n apilad os
c ont r a un m ur o c om o le ña p a r a e l f ue go. Un m ov im ie nt o
d e la p u e r t a y a h í e s t a b a P i e r r e c o n e l ha c ha l e v a n t a d a .
Yo grité y desaparecí del lugar...
«Pobre, pobre, Feef», dijo el jefe levantándome en

70
su hombro y echó a andar conmigo. «Has tenido una
pesadilla y a la luz del s ol. Me asombras, Feef.» Yo tuv e
u n e s c a l of r í o y r e p e nt i na m e nt e s e n t í gr a t i t ud . V olv ie nd o
mi cabeza le lamí la oreja. Me llev ó a la orilla del agua y
se quedó allí de pie conmigo sobre el hombro. «Sé lo que
sientes, Feef —dijo él—, yo tam bién he pasado por cosas
d u r a s , ¿ s a b e s ? » M e a c a r i c i ó l a e s p a l d a , y v o l v i é n d os e
e c hó a a nd a r e n d ir e c c ió n a los d e m á s . « ¿V olv e m os ? —
p r egunt ó— . L a v ie ja a b u ela B igo t esgr i ses est á ca nsa da.»
Yo r o nr o ne é , r o nr o ne é y r onr o n e é . Er a s im p le m e n t e
marav illoso tener a alguien que pensara en mí, que me
pudiera hablar. Subim os todos al coche y emprendim os
el camino de v uelta a casa. Supongo que soy una v ieja
ga t a c ha la d a o a l g o a s í, p e r o t e ng o u na s c ua n t a s f o b ia s .
Ni ahora me gustan los coches. El ser ciega tiene algo
que ver con ello, pero todavía ahora tengo el temor de
q u e m e v a n a d e j a r e n a l g ú n s i t i o . M i s s K u ' e i e s s e r e na ,
una experimentada dama de sociedad a quien nada sor-
p r e nd e . En t od o s l os m om e n t os e s d ue ña d e la s it ua c i ón .
Yo, bueno, como digo, soy a veces algo excéntr ica. Esto
hace todav ía más m arav illoso el que m e quier an tanto.
E s u n a s u e r t e q u e a s í s e a p o r q u e a h or a n o p u e d o s o p o r -
t a r e s t a r s ola . Dur a nt e a ños e s t uv e ha m b r ie nt a d e a f e c t o y
ahora quiero todo el que me faltó.
Corrimos sobre la montaña de Howth a lo largo de
d o n d e l a s v ía s d e l o s t r e n e s h a c í a n m e a n d r o s j u n t o a la
c a r r e t e r a , h a s t a l le ga r a l p u nt o m á s a lt o. L u e go b a ja m o s
al pueblo, giramos a la izquierda antes de llegar a la
iglesia, pasada la casa de los O'Grady otra vez a la iz-
quierda y llegamos a casa. El querido y viejo señor
Loftus, «nuestro policía», estaba mirando por encima
d e l m u r o. N u n c a p a s á b a m o s j u n t o a é l s i n h a b l a r l e , p or -
que el jefe decía que era uno de los mejores hombres
d e I r la nd a o c ua lq ui e r o t r o s it i o. Y o e s t a b a c a n s a d a , c o n-
tenta de llegar a casa. Todo lo que quería era un poco

71
d e c om id a , a lg o d e b e b e r y l ue g o d or m ir e n la c a m a d e l
jefe con el rum or de las olas adormecié nd ome, recordan.
do los tiempos en que madre me cantaba hasta que
me dormía. Lo último que oí antes de dormirme fue a
m is s K u: « Hi, q uie r o b a ja r c ont ig o a l ga r a je y gua r d a r e l
c oc he » . El r uid o s or d o d e u na p ue r t a y t od o s e q u e d ó
q uie t o. Er a m a r av illos o d or m ir , s a b ie nd o q ue na d ie v e n-
dría a perseguirme o buscarme para llevarme a un oscuro
c ob e r t iz o. Sa b ie nd o q ue s e m e r e s p e t a b a c om o a un s e r
humano, tenía los mism os derechos que los demás en
la casa. Con un suspiro de satisfacción me enrosqué v
ronqué un poco más fuerte.
«¡Feef! ¡Abuela Bigotesgr ises! Sal de esta cama, el
j e f e q u i e r e m e t e r s e . » « K u ' e i, n o s e a s t a n m a n d o n a . P o r
supuesto que Fifí puede quedarse en la cama. ¡Va, cá-
llate!» El jefe parecía enfadado. Levanté un poco la
c a b e z a p a ra oír m e jor , e nt on c e s a d iv iné d ónd e e s t a b a e l
suelo y salté. Unas manos suaves, pero firmes, m e co-
gi e r o n y v olv ie r o n a m e t e r m e e n la c a m a . « B u e no, F e e f ,
e r e s t a n m a la c om o K u' e i. Q u é d a t e e n la c a m a y ha z m e
compañía.» Me quedé.
El lama (perdón, el jefe) era un hombre enfermo,
Hacía ya algún tiempo que había tenido tuberculosis (uno
de m is b eb é s ha b ía m uert o d e e st o ha c ía a ños ) y a pe sa r
de que le curaron sus pulmones no se habían quedado
igual. Había tenido una trombosis coronaria tres v eces
y otras cosas también. Como yo, tenía que descansar
m uc ho. A v e c e s d ur a nt e la no c he s e p a s e a b a d e un la d o a
otro de la habitación a causa del dolor. Yo paseaba
junt o a él int e nta nd o c ons ola rle. Es as lar ga s hora s d e la
noche cuando estábamos solos eran las peores. Yo dor -
mía mucho durante el día para poder estar con él du.
rant e la noc he. Ma d orm ía e n una hab ita c ión a l otr o la d o
de la casa y miss Ku la cuidaba. Buttercup dormía en
una habitación del piso de abajo desde donde podía

72
m ir a r má s a llá d e l m a r ir la nd é s y p or la s m a ña na s v e r e l
barco de Liverpool dirigiéndose al puerto de Laoghaire.
El jefe y yo dorm íam os en una habitación que daba a
la b a hía d e B a ls c a d d e n y a l p ue r t o y e l m a r d e I r la nd a . S e
quedaba echado en la cama durante horas mirando la
siempre variada escena con sus poderosos binóculos
japoneses. Nuestro gran amigo, Brud Campbell, había
extraído el deficiente cristal de origen e insertado uno
de l má s p ur o cr ist a l p lata p ar a q ue e l pa is a je no per d iera en
nada.
Mie nt r a s e s t á b a m os s e nt a d o s junt os , é l e s c ud r i ña nd o
el paisaje, me iba diciendo todo lo que veía, poniéndolo
e n p e n s a m i e n t o s - i m á g e n e s t e l e p á t i c a s , a s í q u e y o p o d ía
verlo tan bien como él. El Ojo de Irlanda; me contaba
cosas sobre los monjes que muchos años atrás habían
intentado construir una pequeña iglesia allí, pero final-
mente se habían tenido que rendir a las tormentas que
azotaban el lugar.
Miss Ku me habló del Ojo d e Irlanda también. Había
s i d o l o s u f i c i e n t e m e n t e v a l i e n t e c o m o p a r a ir c o n e l j e f e
en un bote hasta allí atrav esando el mar, para jugar con la
a r e na d e la is la . M e c o nt ó c o s a s d e l os ga t o s p ir a t a s q u e
v iv ía n e n la i s la y a s u s t a b a n a l os p á ja r o s y l o s c o n e jo s .
E l je f e no m e e xp l ic ó na d a s ob r e l o s ga t os p ir a t a s (q u iz á
no creía que los gatos pudieran caer tan bajo), pero sí
m e c o n t ó c o s a s s o b r e l o s c on t r a b a n d i s t a s h u m a n o s e i n -
cluso podía n ombrarlos. Había bastante contrabando en
el distrito y el jefe conocía a casi todo el mundo conec-
tado con éste, había tomado muchas fotos con una má-
quina telefoto.
Ma también hacía fotografías y donde quiera que
fuese llevaba una cámara en su bolso. Pero la mayor
p r e oc up a c i ón d e Ma e r a c uid a r nos a t od os e i nt e nt a r q ue e l
j e f e s i g u i e r a v iv i e n d o u n o s c u a n t o s a ñ o s m á s . E s t a b a
siempre ocupada. Miss Ku, claro está, lo supervisaba todo

73
y s e a s e g u r a b a d e q u e na d i e h i c i e r a e l v a g o y d e t e n e r
todos los viajes en coche que quisiera.
Butt ercup estaba m uy ocupada tambié n. Ayuda ba e n
las cosas de la casa y cuidaba al jefe y daba grandes
paseos para coger ideas par a dibujar y pintar. Es una
art ista m uy háb il, me d ic e n mis s K u y e l jef e. És ta e s la
razón por la que le pedí que me ilustrara este librito mío. Y
miss Ku dice que lo está haciendo mejor de lo que
nadie podr ía hacer lo. Ojalá pudiera v er los per o nadie
puede darme la vista.
Siempre metíam os al jefe en cama antes de que le
diera un ataque de corazón y entonces v enía el señor
Loftus a hablar con él. El señor Loftus era un hombr e
e nor m e , a lt o y c ua d r a d o y t od os le a d m ir a b a n inm e ns a .
mente. Miss Ku, que me ha dado permiso para decir
que es un flirt, le a d or a b a . L a s e ñ or ' . O' Gr a d y e r a o t r a
v isita bienv enida, una que llegaba en cualquier momento
Una a quien se la aceptaba como a una de la familia.
Br ud Cam pb e ll no v e nía ta n a me nud o c om o hub iéram os
d e s e a d o, e r a u n h om b r e m u y oc u p a d o, o c u p a d o p or q ue
era un tr abajador tan bueno, y sus v isitas eran dema -
siado escasas.
U n d ía e s t a b a n h a b la nd o d e v ia j e s , d e v ia j e s a é r e o s
en particular. Miss Ku dijo: «10h! cuando vinimos de
Inglaterra (con gritos de alegría) la línea aérea no per.
m it ía ir a l os gatos e n e l m i s m o c om p a r t im e nt o q u e l o s
huma nos. El jefe dijo: "Bueno, si no quier en a mi gato
t a m p o c o m e q u i e r e n a m í, a l q u i l a r e m o s u n a v i ó n y n o s
llevaremos todas nuestras cosas también". —Miss Ku hizo
una pausa para crear más efect o dramático y continué—:
Así que alquilamos un avión y tenían una botella de
oxígeno para el jefe y se enfadó en el aeropuerto de
Dublín porque querían ponerle en una silla de ruedas
como a un inválido». Me dio como una sensación de
calor el pensar que la familia nos tenía tanto en cuenta

74
a miss Ku y a mí, como a cualquier ser humano. En-
tonces el jef e se r ió de nosotras y nos dijo que ér am os
un par de gatas criticonas.
«Miss Ku —dije yo una mañana—, la señora O'Grady
viene mucho por aquí, pero ¿por qué no el señor?»
«Querida, querida —replicó miss Ku—, tiene que tra-
bajar, se cuida de la electricidad de Irlanda y si no la
metiese en los hilos, ¿cómo íbamos a cocinar?» «Pero
miss Ku, nosotros utilizamos gas en una cosa de metal y
unos hombr es traen esas cosas de metal cada tres se-
manas.» Miss Ku suspiró exasperada. «Feef —dijo ella,
desp ués d e resp irar hond o p ara calmarse, como nos hab ía
enseñado el jefe—. Feef, la gente ve y para ver nece-
sita la electricidad, ¿entiendes? Tú no ves, por eso
no lo sabes. Tenemos unas botellas de cristal atadas a
unos palos y colgadas del techo. Cuando la gente les
echa electricidad nos llega la luz a trav és de los hilos.
Utilizamos electricidad, Feef.» Se v olvió medio murmu-
rando: «Los gatos me ponen enferma, siempre preg un -
t a n d o t o n t e r ía s » . S in l uga r a d ud a s , u t i l iz á b a m os e l e c t r i -
cidad. El jefe y Ma tomaban muchas fotos de color y la s
e ns e ña b a n e n una p a nt a lla c on u na lá m p a r a e s p e c ia l. Me
gustaba sentarme de espaldas a la lámpara y de cara a la
p a nt a lla p or q ue los r a yos d e la lá m p ar a e r a n m ar av illo -
samente calientes.
No teníamos teléfono en Howth, alguien me dijo
q u e l a g e nt e d e l os t e l é f on o s ir la nd e s e s n o t e n ía n l ín e a s .
No comprendía por qué no ponían más como hacían
otros países, pero a mí no me importaba. Usábamos el
teléfono de la señora O' Grady, que lo ofr ecía m uy con-
tenta. A Ma le gustaba mucho «Ve O'G», como la llamá-
bamos nosotras. Al jefe le gustaba también, pero veía
más al señor Loftus. Desde el gran ventanal que daba a
la bahía, se podía ver al señor Loftus viniendo por la
curva al pie de la alta montaña y luego avanzando pesa-

75
damente por la carretera de Balscadden hasta el final donde
iba todo el mundo de picnic. Cuando no estaba de servicio
solía venir a hacer una visita y era siempre una visita bien
acogida. El jefe estaba en la cama y el señor Loftus se sentaba
enfrente de él y de la ventana. Escuchábamos la v oz del mundo
también. El jefe tenía una poderosa radio de onda corta que
transmitía programas de China, Japón, India y de los puestos
de Policía y Bomberos de Irlanda. Yo prefería música de Siam
o Thailandia o como sea que llamen ahora al pais de mis
antepasados. Escuchando la música de Siam yo me quedaba
sentada meciéndome suavemente y seguía la melodía con la
cabeza. Yo v eía con los ojos de mi mente, los templos, los
prados y los árboles. Volvía los ojos atrás a toda la historia de
mis antepasados. Algunos de nosotros fueron al Tibet (el país
del jefe) y allí guardaban los templos y las lamaserías. Como
protectores del Tibet, también nosotros fuimos enseñados a
ahuyentar a los ladrones y a guardar las joyas y los objetos
religiosos. En el Tibet estábamos casi negros a causa del
intenso frío. Tal vez no sea un hecho generalmente conocid o
que mi raza altera el color de acuerd o c on la temperatura
ambiente. En un país frío, helado, nos volvemos muy oscuros.
En los países tropicales somos casi blancos. Nuestros gatitos
nacen absolutamente blancos y poco después aparecen las
«marcas» características. Del mismo modo que los humanos
tienen distintos colores, como blanco, amarillo, marrón y negro,
también nosotros. Yo soy un gato con características foca,
mientras que miss Ku tiene características marrón chocolate.
Su padre, por cierto, fue el soldado campeón de chocolate. Miss Ku
tenía un gran p edigree. Mis papeles, por s up ues to, se
ha b ía n per d id o. Miss K u y yo lo d is c ut ía m os un d ía.
«Ojalá pudiera enseñarte mis papeles, miss Ku —dije yo—.
Me apena pensar que se quedaron en Francia. Me

76
siento, bueno, un poco como desnuda sin ellos.» «Bueno,
bueno, Feef —me consoló miss Ku—, no pienses más
en ello. Hablaré con el jefe y le pediré que destruya los
míos y entonces las dos estaremos sin papeles.» Antes
de que pudiera contestarle, se había dado la vuelta y
salido de la habitación. La oí bajar las escaleras y diri-
girse donde estaba el jefe haciendo algo con un largo
t u b o d e b r o nc e q ue t e n ía c r i s t a l e n a m b a s p un t a s . P a r e c e
que ponía la cosa encima de un ojo para poder ver
m e j or m á s le j o s . P o c o d e s p u é s , e l j e f e y m i s s K u s ub i e r o n
t o d a v ía d i s c u t i e n d o . « B u e n o — d i j o é l — , s i a s í l o q u i e r e s .
Siempre fuiste una gata alocada.» Se dirigió a un cajón y
oí e l r oz a r d e p a p e le s y e l r a s c a r d e una c e r illa a l f r ot a r la .
Me llegó el olor a papel quemado y luego también el
sonid o d e las te nazas al ser remov idas las c enizas. Mis s K u
vino y me dio un empujón. «Bien —dijo con una son-
risa—, ahora deja de preocuparte por tonterías. Al jefe
y a Ma les importan un pito estos papeles o pedigrees,
nosotros somos sus hijas.»
Mi nariz se arrugó y estornudé. Había un olor deli-
cioso en el aire, algo que no había oído nunca antes.
«¡Feef! ¿Dónde estás, Feef?» Ma me llamaba. Le dije
que ya v enía mientras saltaba de la cama. Siguiendo mi
olfato, conducido por ese m aravilloso olor, bajé las esca -
leras. «Langosta, Feef —dijo Ma—, pruébala.»
Nuestra cocina tenía un suelo de piedra y el jefe nos
dijo a miss Ku y a mí que había una historia al efecto,
que había un pasadizo bajo las losas que conectaba la
c oc i na c on e l s ó t a n o. Me p o n ía ne r v i os a p e n s a r q ue a l g ú n
pirata o contrabandista podía empujar las losas desde
abajo y yo cayera. Pero Ma me estaba llamando y me
llamaba para que probara un nuevo tipo de comida.
Siendo una gata siamesa francesa, sentía un interés na-
t u r a l p or la c o m i d a . M a m e p e l l i z c ó l a s o r e ja s c o n c a r i ño
y me llevó al plato de langosta. Miss Ku estaba ya

77
delante del suyo. (Atácalo, Feef —dijo ella—, estás
h ur ga n d o c o m o un a v i e ja c r ia d a ir la nd e s a . » C la r o e s t á
n un c a m e i m p or t a b a lo q u e m e d e c ía m is s K u; t e n ía e l
corazón tan bueno como la más pura carne de gambas y
m e ha b ía a c e p t a d o a m í, u na d e s c o n oc id a , s o la y m u -
riéndose, en su casa y con alegría. A pesar de toda su
sev eridad, toda s s us manera s aut ocr áticas, era una p er.
sona a la cual si se la conocía se la amaba.
La langosta era deliciosa. «Es del Ojo de Irlanda,
Feef —dijo miss Ku—, el jefe creyó que nos gustaría
como algo especial.» «Oh —repliqué yo—, ¿no la
come?» «Nunca, cree que es una porquería. De todos
modos si a ti y a mí nos gusta, nos la comprará pata
nosotros. ¿Recuerdas esas gambas, Feef?» Desde luego
q u e m e a c or d a b a . C ua n d o e l je f e y Ma m e t r a j e r on a la
c a s a p or p r im e ra v e z , yo e s t a b a ha m br ie nt a , p e r o d e m a -
siado enferma para comer. «Dale una lata de gambas —
d i j o e l j e f e — . E s t á d e b i l i t a d a p o r e l h a m b r e . » A b r i e . r on
la la t a p e r o a s í y t o d o n o q u e r ía ni p r ob a r l o. E l je f e c o g i ó
u na ga m b a y m e la p a s ó p or l os la b i os . P e n s é q ue nunca
ha b ía c om id o na da ta n c ele s tia l. Ant es de q ue m e d i e r a
cuenta me ha bía terminad o toda la lata, Real. mente
sentí vergüenza de mí misma y aún ahora enrojezco
cuando pienso en ello. Si miss Ku quiere hacerme
enrojecer, me dice: «¿Recuerdas esas gambas, Feef?».
«Feef —dijo miss Ku—, el jefe va a llevarnos a dar
un paseo en coche. Pasaremos por delante de la casita
d ond e v iv is t e. B ue no, q ue no t e dé un a ta q ue; p as am os.»
Mis s Ku sa lió para dirigirs e al garaje c on e l jef e a b us ca r
e l c oc he, un b ue n Halc ón H um b er. Y o m e q ue d é c on Ma
ayudá nd ola a a rre gla rs e, lue go ba jé ab a jo p ara a se g ura rm e
de que Buttercup había cerrado la v erja lateral del jardín.
E nt r a m o s e n e l c o c h e y b a ja m o s la c o l i na , b a j o e l p ue n t e
del ferrocarril y hacia Sutton (donde otro viejo amigo,
el doctor Chapman vivía). Seguimos tragando muchas

78
millas y a su debido tiempo llegamos a Dublín. Miss Ku
ayuda ba a c ond uc ir al jef e, d ic ié nd ole c uá nd o ir d e pr isa, s i
venían coches y por dónde girar. Yo aprendí mucho
gr a c ia s a e lla . Ap r e nd í c os a s s ob r e Dub lín. M ie nt r a s d ir i -
gía al jefe, «¡Para, para! ¡Cuidado con esa esquina,
rápido! ¡No dejes pasar a ese coche!», me iba describiend o
lo que veía. «Esto es la estación de Westland Road
d e s d e d o nd e s a le n l os t r e ne s . Aq u í v e a la d e r e c ha , je f e .
S í, F e e f , a h or a e s t a m os e n l a c a l l e N a ss a u. V e d e s p a c i o ,
jefe, le estoy describiendo esto a Feef. Antes vivíamos
aquí, Feef, enfrente los terrenos de Trinity College.
Jef e, v a s ta n a pr is a q ue no p ued o c ontár s e lo a F ee f. Est o e s
e l p arq ue de St. St ep he n, yo he e sta d o aq uí. L os pa t os
hacen cua c-cua c a q u í . C u i d a d o , j e f e , c o n e l g u a r d ia e n
esa esquina. Compramos las radios en esta calle, Feef.»
Así fuim os siguiendo por las calles de Dublín con miss
Ku comentando sin parar. Entonces, dejando las calles y
las casas atrás, el jefe apretó algo con el pie y el
coche corrió más aprisa al ser más alimentado.
Fuimos siguiendo por las carreteras de la ladera de la
montaña junto a lo que miss Ku llamó un r eser voir, lo
que parecía ser un bol de agua para beber los de Dublín .
Llegamos a la casita. El coche paró. El jefe miró en mi
dirección y viendo lo afectada que estaba, apretó el
acelerador. Respiré hondo, aliviada, medio temiendo que
a p e s a r d e t o d o m e i b a n a d e v o lv e r c om o u na i n út i l, c i e g a
y v i e j a ga t a . P a r a d e m o s t r a r m i f e l i c i d a d r o n r o n e é y l a m í
la mano de Ma. «¡Por todos los Tom s! Feef —dijo m i s s
Ku—. Creímos que te iba a dar un ataque y que
morirías en olor de santidad. ¡Agárrate, niña, eres un
miembro de la familia!»
Jugamos entre el brezo durante un rato. Miss Ku
gritando cuántos conejos iba a coger. Entonces vio lo
que el jefe dijo que era una ov eja, y calló de repente. Yo
no podía ver a la extraña criatura, pero en cambio detecté

79
un r ar o olor ov e juno y la p e s te d e v ieja la na. Pr ont o v ol.
v im os a s ub ir a l c oc he y sa limos c orr ie nd o e n d ir e cc ión a
ca sa. Al pa sa r e l far o de B aile y, la s ir e na d e la nie b la
mugía c om o una v ac a a p unt o d e dar a luz. Un tra nv ía
pa s ó d a nd o t um b os c on s us rue da s ha c ie nd o c la nq ue ty.
c la nk , c la nq ue ty-c la nk s obre las v ía s d e hierr o. « Para e n
C orr e os — d ijo Ma —. Deb er ía ha b er unos pa q uet e s a hí.»
«F e ef — d ijo m is s K u mie ntr as e s per áb am os a Ma —,
F eef, un hom br e le dijo a l je fe q ue t us d os ga t it os es tá n
muy bie n. Cre c e n m uy b ie n y t ie ne n r ostr os ne gr os y
c ola s a hor a.» Sus p iré c ont e nta. La v id a era b uena para
c onm igo. Mis niños era n fe lic e s y e s tab a n junt os . Era n los
últim os ga t it os q ue jamá s t e ndr ía y m e s e nt ía or gullos a
de e llos, or gullos a d e q ue hub ier a n s id o a ce pt ad os y d e
que f uera n fe lic es.
Capítulo V

«¡Ah! Buenos días —dijo Pat el cartero cuando


Ma y yo abrimos la puerta después de oír su llamada—.
Hay una gran cantidad de cartas para él esta mañana.
Por poco me rompo la espalda, de veras, trayéndolas
cue sta arriba.» Pat, el cartero, era un v iejo amigo nuestr o.
Son muchas las veces que el jefe le recoge en su coche y
le ac omp a ña e n s us ronda s d e c art er o, c ua nd o s us p ier n a s
ya no pueden más. Pat lo conocía todo y a todo el
mundo del distrito y nos enterábamos de muchas cosas
p or é l. Y o s o l ía h u s m e a r e l d o b la d i ll o d e s u s p a n t a l o n e s
para saber si había pasado por la cuesta o a trav és de
las laderas de brezo. Solía saber también cuándo Pat
ha b ía e m p ina d o e l c od o p a r a m a nt e ne r s e c a lie nt e e n s u s
rondas al anochecer.
Ma llevó las cartas dentro y yo me subí a la cama
d e l je f e p a r a a yud a r le a le e r la s . Ha b ía m uc ha s e s a m a ña -
na, car ta s d e Ja p ón, d e la I ndia y de am igos d e Alema nia.
Una carta de Dublín. Se oyó el ruido de un sobre al ser
rasgado y del papel al ser extraído. «Mm —dijo el jefe—.
Los oficiales de impuestos de Irlanda son tan malos
como los ingleses. Lo que piden es un puro robo. No
tenemos recursos para seguir viviendo en Irlanda.» Se
quedó en un silencio lleno de tristeza. Ma revoloteaba
junt o a la c a m a . B ut t e r c up s ubi ó c or r ie nd o la s e s c a le r a s
para v er lo que había en el correo. «Me sorprende —dijo
e l j e f e — q u e l os d e l o s im p u e s t os ir la nd e s e s n o i nt e nt e n
que gentes com o nosotr os nos quedem os en el país, en
v e z d e e c ha r n o s c on s u s e xc e s iv o s y s a lv a je s im p u e s t os .
Gastam os m ucho aquí, pero la Oficina de Impuestos no
e s t á n un c a s a t i s f e c ha , q u ie r e n c om e r s e a la ga l l ina y l o s
huevos al mismo tiempo. A nosotros, los escritores, se

81
nos trata más duramente que a nadie, aquí.» Yo asentí
con simpatía y empujé mi cabeza contra la pierna del
j e f e . Q u e r í a n a c i o n a l i z a r s e i r l a n d é s , a do r ab a a l o s i r la s .
deses, a todos menos a los de los impuestos. Este cuerpo,
para el jefe era de una peste peor que la de una lata
sucia de un gato Tom, eran tan poco razonables, tan
ciegos. El jefe sacó una mano y me pellizcó una de mis
or e ja s . « Si n o f ue r a p or v o s ot r a s , ga t a s , F e e f , ir í a m os a
Tánger o a Holanda o a a lgún otro sit io d ond e nos dieran l a
b i e n v e n i d a ; p e r o t ú e r e s m i v i e j a g a t a a b u e l a y n o te
molestaría aunque mi vida dependiera de ello.» «Uf,
jefe! —repliqué yo—. ¡Mira quién habla! Aguantaré
tanto como tú y un poco más. Mi corazón está bien,»
«Sí, Feef —contestó él mientras me frotaba mi barbilla y
p e s c u e z o— . T u c or a z ó n e s t á b i e n, e r e s la ga t a a b u e l a m á s
b u e na q u e ha ha b i d o n un c a . » Q u iz á — r e p l iq ué y o — t ú y
yo mor iremos al mismo tiempo y entonces no nos
separaremos. Me gustaría esto.»
Tod os est uv imos a lgo tr iste s durante e l re sto de l día.
Es taba claro que era una pér dida de tiemp o intentar v iv ir
en Irlanda si los de los im puestos se lo iban a quedar
t od o. Y a t e nía m os b a s t a nt e s p r ob le m a s s in é s t e . L os p e .
r i o d i s t a s e s t a b a n s i e m p r e m e r o d e a n d o p o r a h í, a v e c e s
mirando la casa a trav és de binóculos y c olgand o e spe jos d e
u n os palos y or i e nt á nd o l o s ha c ia los d or m it or i os . La
Pre nsa ha b ía c ont ad o me nt ir as s obr e e l jef e y e n ningiín
mome nt o le ha b ía n de ja d o d ar su v er s ión s obr e la s c osa s .
El jef e c ons id era a los p er iodis ta s c om o a lo m ás ca nalla
del mundo, lo sé, se lo he oído decir demasiado a me-
n u d o . P o r l o q u e m e d i j o m i s s K u , s é q u e t i e n e t o d a la
razón.
«Voy a casa de la señora O'Grady a telefonear a
B r u d C a m p b e l l — d i j o Ma — , c r e o q ue a lg u i e n ha f or z a d o
la cerradura de la puerta trasera y hay que repararla.»
«¡Oh! Supongo que fueron esos turistas de Liverpool

82
—replicó el jefe—. Brud me contó que su padre había
tenido tur istas acampando en su jardín delanter o.» Ma
s a l i ó ha c ia la c a r r e t e r a y m i s s K u l la m ó d e s d e la c o c in a
diciendo que había una comida muy buena lista para
nosotras. Yo bajé y encontré a miss Ku al pie de la
escalera. «¡Ah!, estás ahí, Feef —dijo ella—. He conven-
c id o a B ut t e r c up p a r a q ue nos d ie r a nue s t r a c om id a t e m -
prano, para que así podamos ir al jardín a ver si las
flores crecen bien. Gruñó un poco, pero hizo lo que le
dije al final. ¡Ataca!» Yo siempre «atacaba». Me gus-
tab a la c om ida y s iemp re c re í e n c om er p ara e st ar f uer te .
Ahora pesaba siete libras completas y nunca me había
sentido mejor. Encontraba mi camino sin dicultad, tam-
bién. El jefe me enseñó cómo hacerlo. «Eres una vieja
tonta y despistada, Feef», dijo él. «¿Por qué, jefe?»,
p r e g un t é y o. « B u e n o, e r e s c i e ga y a s í y t o d o e n e l As t r a l
p u e d e s v e r . ¿ P or q u é c ua n d o d e s c a n s a s n o t e c o l oc a s e n
el plano astral para ver si se ha movido alguna cosa?
¿Por qué no das un buen vistazo al lugar ? Vosotros los
gatos no usáis el cerebro que se os dio.» Cuanto más
pensaba en ello más me gustaba la idea, así que cultiv é
e l h á b i t o d e v i a ja r a l m o d o a s t r a l c u a n d o d o r m ía . A h o r a
no me doy golpes ni tengo morados, sé el lugar de casi
cada cosa.
«Ha venido Brud», gritó Ma. Miss Ku y yo estába-
m o s e n c a n t a d a s , q u e r í a d e c ir q u e a h o r a p o d r í a m o s i r a l
jar dín porque el jefe siem pre salía y hablaba con Br ud
Campbell mientras éste trabajaba. Corrimos hacia la
puerta y miss Ku le dijo al jefe que debería tomar un
tónico, ya que empezaba a andar despacio. «¿Ir despa-
cio? —replicó él—; podría cogerte en cualquier mo-
mento.»
Al principio la situación de la casa me había sor-
prendido porque se entraba por el piso de arriba y el
piso primero estaba por debajo del nivel de la carre-

83
tera. Miss Ku me lo explicó: «Ves, estamos colgados
sobre el lado del acantilado como un grupo de gallinas
c l u e c a s . E l a c a nt i la d o d e s c i e n d e p or la c a r r e t e r a y ha y
un muro para impedir que caiga la gente. Bueno, el
caso es que esta casa tenía d os pisos hasta que lle gamos
nosotros y la convetimos en uno». Teníamos sitio de
sobra en la casa y el jardín. Había dos jardines, uno a
cada lado de la casa. Antes los inquilinos de arriba
tenían el jardín de la derecha y los de abajo el de la
izquierda. Nosotros los teníamos todos. Había árboles
c on ra ma s ba ja s, p er o a m í no me p erm it ía n sa lir nunc a
s ola p or q ue la f a m ilia t e nía m ie d o d e q ue m e c a ye r a d e l
acantilado o de que me subiera a un árbol y cayera,
Clar o e st á, no habr ía ca íd o d e he c ho, pe r o era a gra da ble
t e ne r a ge nt e q ue s e p r e oc u p a r a t a nt o d e m í. B ut t e r c u p
s olía s e nt a r s e e n e l ja r d ín t o m a nd o e l s ol, ha c ie nd o q u e
su am ar illo de encim a se volv iera m ás amar illo, com o
decía miss Ku. Nos gustaba que estuviera en el jardín
p or q u e s o l ía o lv id a r s e d e no s ot r a s y p o d ía m o s e x p lor a r
más. Una v ez fui al lado del acantilado e intenté des.
cender. Miss Ku llamó al jefe rápidamente y éste vino y
m e c o gi ó a nt e s d e q u e p ud ie r a c a e r m e . T e n ía m o s q u e
tener cuidado cuando estábamos en el jardín, todav ía
por otra razón. Había gente merodeando por ahí para
v er si podían fotografiar al lama. Dos coches paraban
junto a los m uros del jardín y la gente se encaramaba
p a r a v e r d ó n d e v iv í a L o b s a ng R a m p a . U n a s o l e a d a t a r d e ,
el jefe miró por la ventana y vio un grupo de mujeres
h a c i e n d o u n p í c n i c s o b r e e l c é s p e d . S e e nf a d a r o n m u c h o
cuando él salió y las echó. Muchos residentes en estas
c a r r e t e r a s c o n v i s t a s p a n or á m i c a s d e H o w t h , t e n í a n e x
p er ienc ia s s im ila r es; los t u r ist a s cr eía n q u e p od ía n ir
a todas partes, hac er tant os d años com o q uis ieran y de jar
sus basuras para que las recogieran los otros.
«Feef, acabo de oír al jefe y a Ma hablando», dijo

84
miss Ku. «¿Dónde está Marruecos?» «¿Marruecos? Miss
Ku, esto será Tánger , un lugar en el Mediter ráneo. A mí
me llevó allí madame Diplomat. Casi fuimos a vivir
allí. Hace calor, es apestoso e incluso los peces son
contrabandistas.» Desde luego que conocía el lugar. Me
habían llevado allí en un barco desde Marsella y me
había mareado durante todo el viaje. Por aquellos días
veía, y los fieros nativ os con sus sucias túnicas me ha-
bían asustado bastante. Yo esperaba que no fuéramos a
Tánger.
Miss Ku y yo dormimos toda la tarde. El jefe y Ma
se habían ido a Dublín y Buttercup estaba ocupada lim-
piando su habitación. Sabíamos que no podríamos salir,
así es que dormim os y viajamos un poco en astral. Como
todas las mujeres del mundo, ya sean mujeres gatas o
mujeres humanas yo tenía mis temores. Vivía con el
temor de que algún día me despertaría y me encontra-
ría en alguna sofocante y apestosa caja en algún aero-
puerto. Clar o está, cuando estaba despierta y oía voces,
la gente me tocaba y se preocupaban tanto de mí, sabía
que lo malo había desde luego pasado, pero cuando se
duerme, uno teme las pesadillas. A menudo por las
noches el jefe m e tomaba en sus brazos y decía: «Venga,
v enga, Feef, no seas una v ieja tonta. Claro que estás en
casa y te quedarás con nosotros para el resto de tu
vida». Entonces ronroneaba y me sonreía a mí misma
y m e sentía r ea segura da. Entonces m e v olvía a dor m ir y
volvía a tener una pesadilla.
«Feef, ya vuelven, están subiendo la colina.» Miss
Ku se dio la vuelta e hizo una carrera conmigo hasta la
puer ta de entrada. Llegam os allí justo a tiem po, cuando
el coche paraba. Miss Ku se metió en el coche para ayu-
dar al jefe a guar dar lo y com pr obar que se cerraba bien
el garaje. Luego tuvo que pasearse a lo largo del alto
muro para asegurarse de que los caracoles no se estaban

85
comiendo el cemento. Saltó por encima del portillo v erde y
gr it ó a nt e la p ue r t a : « ¡Ab r e , a b r e ! Es t a m os a q uí» . En.
tonces el jefe llegó junto a ella, abrió la puerta y en.
traron.
« ¿B u e n o? » , d i j o B ut t e r c up c ua nd o e s t uv im os t o d os
sentados. «¿Cómo te fue?» «Una pérdida de tiempo»,
dijo el jefe. «Fuimos a la Embajada marroquí, pero el
tip o de allí no nos ayud ó en nada. No iremos a Tánger,»
Se q u e d a r o n e n s i le nc i o y y o r o nr o ne é p a r a m is a d e n•
tros ante el placer de no Marruecos. «Vim os al señor y
la s e ñora vet e n Dub lín —d ijo Ma—. V e ndrá n ma ña na a
tomar el té con nosotros.» Sentí un bajón, el señor
v e t e r ina r io ir la nd é s e r a un hom b r e a gr a d a b le , un hom .
b r e m u y a m a b le y b ue n o, p e r o n in g ú n vet, n o im p or t a
lo b ue no q ue sea, es un héroe para sus pacient es gat os.
M is s K u f r u nc i ó e l c e ñ o. « ¡L a s or e j a s , F e e f , la s or e ja s !
Te ndr em os q ue e sc apa rnos maña na o nos limp iar á n los
oíd o s . » L a f a m ilia s iguió ha b la nd o, d is c ut ie nd o q ué ha.
c e r , d ónd e ir . N os ot r a s s a lim os d e la ha b it a c ió n y b a ja -
mos las escaleras para tomar nuestro té.
El señor vet ir l a n d é s l l e g ó c o n l a s e ñ o r a vet irlan-

desa. Nos gustaba m ucho, pero sus r opas olían horri-


blemente a entrañas de animales y a medicinas. El señor
vet irlandés estaba muy interesado en un gran telescopio

q u e ut i l iz a b a e l je f e p a r a m ir a r l o s b a r c o s e n la d is t a n -
cía. Miss Ku y yo estábamos escondidas debajo de un
sillón que tenía unos v olantes alrededor y escuchábamos
todo lo que decían.
« F i f í e s t á m u y b i e n » , d i j o e l j e f e . « S í, d e s d e l u e g o » ,
dijo el señor ve t irlandés. «¿Crees que aguantaría un
viaje a Cork o a Belfast?», preguntó el jefe. «Desde
luego —respondió el señor vet irlandés—, aguantaría
cualquier cosa m ientras estuviera segura de que se la
quiere. Tiene más salud como mínimo que tú.» «¡Anda,
anda! —murmuré yo para mis adentros—. Todo lo que
86
deseo es ser querida y ya lo puedo aguantar todo.» Sa-
lieron al jardín y colocaron el gran telescopio. Miss Ku
corrió a esconderse detrás del marco de la ventana par a
poder ver sin ser vista. «Están mirando un barco, Feef
—dijo miss Ku; y entonces repentinamente—: Escón-
dete, entran!» Se oyó el ruido del frotar de pies en la
alfombr illa y entonces entraron. «¿Has visto a las gatas,
hoy?», preguntó el jefe. Sólo sus colas desapareciendo
p or la s e s q u i na s » , d i j o e l s e ñ or v e t ir la nd é s . « De s d e l ue g o
me siento orgulloso de Feef —siguió—, fue una madre
muy buena. He examinado a los gatitos. Están muy
bien.» Yo empecé a ronronear de placer. Miss Ku me
hizo callar. «Cállate, vieja loca. Nos oirán.»
Esa noche el jefe se puso enfermo, más de lo normal.
Algo había ido mal dentro suyo. Yo pensé que quizá
tenía el mismo problema que yo había tenido y se lo
dije a miss Ku. «Feef —replicó ella, medio divertida
medio enfadada—, ¿cómo iba a tener el jefe un tumor
uter ino? Er es todavía m ás cor ta de lo que cr eía, Feef.»
Al día siguiente fue a ver al médico especialista ir -
landés. Vino un taxi a la puerta y el jefe y Ma se fueron,
bajaron la colina, giraron la curv a desapareciendo de la
vista de miss Ku y hacia Dublín. El tiempo apenas pa-
s a b a . E l t ie m p o ib a a r r a s t r á nd o s e m á s y m á s . E s t á b a m o s
preocupadas. Finalmente miss Ku percibió el ruido de
u n c o c he s ub ie n d o p e s a d a m e n t e la c ol i na . C a m b ia r on la s
m ar chas, el coche corr ió más, luego am inor ó la mar cha
y paró ante la puerta. Ma y el jefe entraron, el jefe
parecía más pálido y más cansado que normalmente y
miss Ku me lo susurró rápidamente. Nos movimos a un
lado para no estar por enmedio pero el jefe enfermo
o no, siempre tenía tiempo y energía para agacharse y
hablar a sus «criaturas». Yo noté la falta de vitalidad
en sus manos cuando me acariciaba y me sentí enferma
del estómago de tan preocupada. Poco a poco fue en-

87
trando en su hab itación y se echó e n la cama. Esa noc he
m is s K u y yo n os t ur na m os p a r a e s t a r d e s p ie r t a s c on é l.
S í, ya s é q u e m u c h o s hu m a n o s s e r e ir ía n d e e s t o, p e n.
sando que los «animales» no tienen sensibilidad, ni razón,
ni sentimientos por los otros, pero los humanos son
animales también. Miss Ku y yo entendemos todas y
cada palabra dicha o pensada. Nosotros entendemos a
los h um a nos , p e r o los hum a n os no n os e nt i e nd e n a no s -
otr os, ni lo int enta n pr ef ir ie nd o t omar nos p or « cr iat ura s
infer ior es», «animales mudos» o algo así. No nos hace.
mos la guerr a los unos a los otr os, ni nos otr os a nim a le s
m a t a m os s in ne c e s id a d , s ino t a n s ólo p a r a p od e r c om e ,
No torturamos ni metemos a nuestros compañeros en
campos de concentración. Nosotros los gatos siameses
tenemos probablemente el coeficiente más alto de inte-
ligencia entre todos los animales. Sentimos, amamos y
a m e n ud o t e ne m o s m i e d o, p e r o n u nc a od ia m o s . L o s b u-
rua nos nunca tie ne n t iem p o de inv es t igar nue stra inte li-
gencia, ya que están demasiado ocupados intentando
hacer dinero de un modo honesto o deshonesto, según
lo que se presente. El jefe nos conoce tan bien como a
s í m i s m o. P u e d e h a b la r n o s p or t e le p a t ía t a n b i e n c om o
hablamos miss Ku y yo. Y nosotras podemos (y lo hace-
m os ) ha b la r c on é l. C om o d ic e e l je f e , hum a nos y a nim a -
les p od ía n ha b lar p or t e le pa t ía e n los v ie jos t iem p os , p er o
e l hom b r e a b us ó d e l p r iv ile gi o y a s í p e r d ió e l p od e r . L os
animales todavía tienen este poder.
Los días se convirtieron en semanas y el jefe no
mejoraba. Se hablaba ahora de una clínica, de una opera-
ción y t od o el t iemp o tenía que de scansar más y se v olv ía
más pálido. Miss Ku y yo es tábamos muy quietas, muy
preocupadas y no pedíamos para ir al jardín. Nos do-
lí a m os p r iv a d a m e n t e e i nt e n t á b a m o s e s c on d e r n u e s t r os
temores al jefe.
Una mañana, después de desayunar, cuando yo estaba

88
sentada en la cama con él y miss Ku estaba en la ven-
tana diciéndoles a las gaviotas que no hicieran tanto
ruido, el jefe se volvió hacia Ma y dijo: «Lee este ar-
tículo. Dice las grandes oportunidades que hay en Ca-
na d á . Pa r e c e q ue e s c r it or e s , a r t is t a s , d oc t or e s , todos s on
apreciados. Tal vez sea el lugar para nosotros. ¿Qué
crees?» Ma cogió el artículo y lo leyó. «Por lo que
puedo leer está bien» —dijo ella—, pero no me fío de
ninguno de estos artículos. Creí que querías ir a Holan-
da. De todos modos no estás suficientemente bien.»
«No podemos quedarnos aquí —dijo el jefe—, los
de los impuestos irlandeses lo hacen imposible. ¡Shee-
lagh!», le gritó a Buttercup. El jefe siempre seguía la
costumbre oriental de consultar a toda la fam ilia. «Shee-
lagh —preguntó—, ¿qué piensas de Canadá?» Buttercup
le m ir ó com o si no estuviera del todo bien de la cabeza.
Miss Ku trabajaba extr a poniéndom e al corr iente de las
cosas que yo no podía ver. «Sí —dijo en un susurro—,
Buttercup cree que está tan enfermo que no sabe lo que
se dice. ¿Canadá? ¿Canadá? ¡Caramba!
Más tarde, durante la mañana, el jefe salió de la
cama y se vistió. Yo intuía que no sabía qué hacer.
Llamó a miss Ku, me levantó sobre su hombro y salió
al jardín. Andaba despacio, bajando por el camino del
jardín y se quedó de pie mirando al mar. «Me gustaría
quedarme aquí para el resto de mi vida, gatas —dijo él,
pero los de los impuestos aquí, hacen unas demandas
tan contorsionantes que ten emos que irnos para poder
vivir. ¿Os gustaría ir a Canadá?» «Claro, jefe —dijo
miss Ku—. Iremos donde tú digas.» «Sí, yo estoy bien
para viajar —dije yo—, estoy preparada para ir donde
sea, pero tú no estás suficientemente bien.»
Esa tarde, el jefe tuv o que ir al especialista irlandés
otra vez. Volvió horas más tarde y yo me di cuenta de
que las noticias eran malas. Así y todo todavía tuvo una

89
discusión sobre Canadá. «El ministerio canadiense de in.
migración pone anuncios en los diarios —dijo él—. Va-
mos a pedir deta lle s. ¿Dónde está la Embajada ?» «En 11
plaza Menion», dijo Buttercup.
Unos días más tarde cantidades de anuncios llegaron
procedentes de los canadienses en Dublín. La familia
s e p us ie r on a le e r los t od os . « Ha c e n m uc ha s p r om e s a s » ,
dijo el jefe. «Sí, pero este no es más que publicidad»,
dijo Ma. «¿Por q ué no llama mos a la Emba jada?», pr e-
guntó Butter cup. «Sí —r eplicó el jefe—. Tenem os que
estar muy seguros de que admitirán a las gatas, ni lo

pensaría un momento si tuvieran que quedarse en cuaren-


t e na o a lgo p a r e c id o. L a c ua r e nt e na d e t od os m od os e s
algo malvado.»
El jefe y Ma cogieron el Humber y se marcharon a

Dub lin. L a ma ña na pa s ó le ntam e nt e, e l t iem p o s ie mpr e


parece arrastrarse cuando el futuro es incierto y los seres
amad os e st án a use nt es. F ina lm e nt e v olv ier on. «B ur oc ra -
c i a , b ur o c r a c i a — d i j o e l j e f e — . S i e m p r e m e s o r p r e n d e
que est os d esgrac iados funcionarios sean tan d esagrada-
b l e s . Me g u s t a r ía p o ne r a a l g un o s d e e s t o s t i p os s o b r e
mis rodillas y darles una paliza en...» «Pero no tienes
q u e ha c e r l e s n i ng ú n c a s o — d i j o Ma — . N o s o n m á s q u e
of ic inis ta s q ue no sa b en na d a.» Mis s K u s ola pad am e nt e
susurr ó: «El viejo les ganaría a todos. Sus brazos son
mucho más fuertes que los de los occidentales y ha
t e n id o q u e l u c h a r m u c h o. » « ¡J a ! M e g u s t a r ía v e r l e d a r -
les una b ue na t und a», s us p ir ó. El je fe era gra nd e, ha b ía
e s p a c i o d e s ob r a s p a r a s e nt a r n os j u nta s s ob r e é l. C a s i
doscientas treinta libras y todo era m úsculo y hueso.
A mí m e gustan las personas grandes, pr obablem ente
p orq ue nunca t uv e la s uf ic ie nte c om ida p ara pe rm it ir me
crecer del todo.
« L l e na m os t o d os l os p a p e l e s , no s t om a r o n n u e s t r a s
huellas dactilares y todas estas tonterías —dijo el jefe-

90
Mañana os llevaré a verlas. Tú tendrás que ir como
nue stra hija a d opt iv a, s i no ha y q ue t e ner una c ier ta s um a
de dinero, alguien que te garantice o alguna otra ton-
tería. Los canadienses que he visto hasta ahora parecen
infantiles.» «Se te ha olvidado decir que todos tenemos
que ir a que nos hagan un examen médico», dijo Ma.
«Sí —replicó el jefe—, le pedir em os a la señora O'Gr ady
s i p u e d e q u e d a r s e c o n l a s ga t a s , n o l a s d e j a r í a s o l a s p o r
nada, significan más para mí que todo el Canadá junto.»
L a c om id a e s t a b a lis t a , a s í q ue a t e nd im o s a e s t o p r im e r o ;
yo siempre he creído que se pueden discutir las cosas
con m ás calma después de una buena com ida. Viv íam os
b i e n, na d a e r a d e m a s ia d o b u e n o p a r a n o s ot r a s , la s ga t a s .
Miss Ku era y es poco comilona, tenía mucho cuidado
con su tipo y desde luego era una mujer gata de lo más
elegante y bonita.
«¡Eh! —gritó el jefe—, la señora O'Grady se acerca
por la carretera.» Ma se apresuró a salir le al encuentro
y hacerla entrar. Miss Ku y yo bajamos abajo a ver lo
que hacía Buttercup, teníam os la esperanza de que estu-
v ie r a s e nt a d a e n e l ja r d í n, y a q u e a s í n o s ot r a s p od r ía m o s
salir y hacer un poco de jardinería. Yo ya hacía algún
t i e m p o q u e t e n ía p la ne a d o a r r a nc a r la s r a í c e s d e a l g u na s
p la nt a s p a r a a s e g ur a r m e d e q u e c r e c ía n s a t i s f a c t or i a m e n -
te. A miss Ku le había dado por observar atentamente
la casa del señor conejo. Am bas quer íam os decir le unas
pocas palabras acerca de lo poco amable que era. De
todos modos no fue así, Buttercup estaba haciendo algo
en su habitación, así es que divagamos por ahí y nos
sentamos en la habitación donde guardaban las maletas.
A la mañana siguiente hubo mucho trabajo. El jefe
nos llevó fuera temprano para que pudiéramos hablar
con el señor conejo. Miss Ku descendió com o unos doce
pies por la parte delantera del acantilado y le gritó s u
mensaje a través de su puerta. Yo estaba sobre el hom-

91
b r o d e l je f e , n o m e d e ja b a b a ja r , y le gr it a b a a m is s K u
la s c os a s q ue yo q uer ía d e c ir le. Est áb am os m uy e nfa da.
da s c on e l s e ñor c one jo. L ue go nos hic im os la s p e z uña s
en uno de los árboles. Teníamos que estar bien para
c uid a r a la s e ñ or a O' Gr a d y c ua nd o la f a m ilia e s t uv ie r a
e n Du b lí n. C a d a una d e n os ot r a s t om a m os un b a ñ o e n
el p olv o al final de l jardín, r estregá nd olo b ien p or nues•
t r o p e lo y e nt o nc e s ya e s t á b a m os p r e p a r a da s p a ra una
carr era loca p or e l jar d ín. Y o se guía d e c er ca a m is s K u
porque así me guiaba y yo no me daba contra nada
S ie m p r e t om á b a m os e l m i s m o c a m i no a s í e s q u e y o ya
conocía todos los obstáculos.
«¡Ve nga , v e nid d e ntr o, sa lv a je s!», d ijo e l je fe. Ar ra s.
trando los pies y pretendiendo ser fier o hizo correr a
miss Ku tanto com o podía para entrar en la casa. Me
cogió, me deslizó sobre su hombro y me llev ó dentro y
c e r r ó la p ue r t a t ra s é l. « ¿Ap r is a , a pr is a !, F e e f — gr it ó
m is s K u— . Aq uí ha y u na nu e v a c a ja d e l c olm a d o y e s t á
lle na d e n ot ic ia s . » El j e f e m e d e jó e n e l s ue l o y yo c or r í a
la caja para poder leer las últimas noticias de la tienda del
pueblo.
La familia estaba lista para irse. El jefe nos dijo adiós
t ir á nd onos d e la s or e ja s , y n os r og ó q ue c uid á r a m os d e
la señor a O'Grady. «Bueno —dijo m iss Ku—, estará a
salvo con nosotras, ¿tenem os que poner la cadena en
la puerta?» Por un momento pensé sugerir que le pi-
dieran al se ñor L oftus que v inie se a c uidarla, pero luego
d e c i d í q ue e l j e f e l o h u b i e r a h e c h o s i l o h ub ie r a c r e í d o
ne c e s a r io. L a s e ñor a O' Gr a d y s e ins t a l ó y m i s s K u d ijo:
«Venga, Feef, ahora es el momento de hacer algunas
d e e s a s f a e na s q ue no p od e m os ha c e r c ua nd o la f a m ilia
está aquí». Dio la vuelta y encabezó el camino hacia
abajo. Re corrim os toda s la s habitaciones de la ca sa para
a s e g ur a r n os d e q u e e l s e ñ or c o ne j o no ha b ía e n t r a d o y
robado nada. De vez en cuando miss Ku decía: «Subiré

92
un mom ento arriba a ver si Ve O'G está bien. Debemos
cuidarla». Se iba, da nd o t um b os p or la es ca lera , ha c ie nd o
r uid o a d r e d e p a r a v er q ue Ve O' G no s e s int ie r a e s p ia d a .
C a d a v e z m i s s K u v o lv í a y d e c ía : « S í, e s t á b i e n » . E l t ie m po
iba arrastrándose p oco a p oco, pe or aún, parec ía retro-
ceder . «¿Cr ees que están bien, m iss Ku», pr egunté por
m ilésim a v ez. «Clar o que están bien, ya he pasado por
momentos com o éste antes. ¡Clar o que están bien!», ex-
clamó ella intentando conv encerse a sí misma. Sólo por
el m ov im iento nerv ioso de la punta de su cola, traicio-
naba su emoción. «Ya sabes de sobras que tienen que
ir al m édico, tienen que examinarlos a los tres y luego
tie ne n q ue ir a un hos p it a l p ara q ue les v ea n p or ra yos X
los pulmones.» Se lamió una mano nerv iosamente, mur-
murando, tut-tut, tut-tut, m ie ntras s e e xaminaba s us bie n
cuidadas pezuñas.
No podíamos soportar la comida. La comida nunca
p od ía t om a r e l l uga r d e l a m or . Mie nt r a s s e gu ía ne r v ios a ,
recordé las palabras de mí querida madre: «Bueno, bue-
no, Fifí —había dicho—, conserva la calma bajo cual-
q uie r c ir c uns t a nc ia . L a p r e oc up a c ió n nu nc a r e s olv ió nin-
gún problema. Si estás ocup ada preoc upá ndote, no t ie nes
tiempo de ver la salida de una dificultad.» «¿Crees que
están bien, Feef?», preguntó miss Ku. «Sí, miss Ku —re-
pliqué yo—. Estoy segura de que ya están de v uelta.»
«Pobre señora O' Grady —dijo miss Ku—. Creo que
d e b e r ía m os ir ar r ib a y c ons o la r la . » N os le v a nt a m os y nos
dirigimos por el corredor, miss Ku en cabeza y yo si-
guie nd o s us pa s os. J unta s s ub im os las e sc aler as y s e gui-
mos por el corredor de arriba y entonces estallam os en
gritos de júbilo ante la puerta, que se abrió dejando
entrar a la familia.
E l h os p i t a l p r on t o n o t ó la s e nf e r m e d a d e s d e l je f e , s e
dieron en seguida cuenta de que había tenido tubercu-
losis y muchas otras cosas. «Escribiré una recomenda-

93
ción para que le permitan ir —dijo el doc tor del h os.
pital—, ya que con su educación y su habilidad para
e scr ib ir, se ría ust e d una p er s ona gra ta para e l Ca na dá.»
Pasaron más días y entonces el jefe recibió una carta que
decía que podía ir al Canadá si firmaba esto y aquello y
s e pr e se nta ba a l Of ic ia l Méd ic o d e Sa nida d e n Ca na dá El
jefe e staba ta n e nfadado por todas las t ontería s b uro.
c r á t ic a s q u e c a s i r a s g ó t od o s l o s p a p e l e s , d e s gr a c ia d a .
m e n t e ( c r e e m o s a h or a ), s e li m it ó a f ir m a r l o s e n c og i é n •
dose de hombros.
« ¿C óm o l l e v a r e m o s a la s ga t a s a l lí ?» , p r e g u nt ó Ma .
«Irán con nosotros en el avión o no iremos ninguno de
n os o t r o s . E s t o y ha s t a l a c or o ni l la d e t o d a s e s a s r e g la s
tan tontas», dijo el jefe. Durante días preguntar on en
d i s t i nt a s l i ne a s a é r e a s p a r a p o d e r c o g e r u na e n la q ue
nos permitieran ir con la familia en vez de ir en un
o s c ur o y d e s a gr a d a b le p or t a e q ui p a je s . F ina lm e nt e u na
lí n e a Sw i s s a ir a c or d ó q ue s i e l j e f e y la f a m i li a i b a n e n
pr im era y pa gaba n los precios del equipaje d e m is s K u y
yo, podríamos estar en el compartimento de primera
clase con ellos a condición de que viajáram os cuando
hubiera muchos asientos vacíos. El jefe dejó bien sen-
tado que no se separaría de nosotras, así es que pagó
las m uchas libras que pedían. Luego tuv o otr o pensa -
miento. íbam os a volar dir ectamente al aeropuerto de
Idlewild, Nueva York en vez de Montreal. Si una línea
aér ea ca na d ie ns e nos hub ie r a c ogid o, hub iéram os hec ho
el viaje por la r uta más cor ta, directamente a Canadá
pero como Swissair volaba directo a Nueva York no po-
d ía m os e s c o ge r . L a c ue s t ión a hor a e r a q ue Swis s a ir n os
dejaba ir en el compartimento de los pasajeros, pero
¿ y la lí n e a a m e r i c a na q ue n o s l le v a r ía d e N ue v a Y or k s
De t r oi t ? E l je f e t e m ía q u e s i n o l o a r r e g la b a t od o d e s d e
a q uí a c a b a r íam os q ue d á nd on os c ol ga d os e n N ue v a Y or k
sin transporte. Llevaba nuestras cosas una agencia de

94
viajes de Dublin, así que el jefe les hizo preguntar definitivamente lo
que pasaría con la línea americana y si estaban conformes, reservar y
pagar nuestros billetes de primera clase desde Nueva York a Detroit y
alquilar un coche que nos llevaría a través de la frontera americano-
canadiense hasta Windsor donde íbamos a vivir.
El de la agencia lo miró y viendo que la línea de Nueva York estaba
de acuerdo en llevarnos en compartimento de pasajeros, pagó todas las
cuentas. «Bueno —dijo—, ya no hay nada más de que preocuparse. Ahora
tiene que llevar este recibo a la Embajada, demostrarles que tiene
suficiente dinero para vivir en Canadá hasta encontrar trabajo y ya está.
Gracias por acudir a nosotros. Si quiere volver alguna otra vez estaré muy
contento de servirles.»

Otra vez el jefe y Ma fueron a la Embajada canadiense y mostraron


que todo estaba en orden. «¿Tiene un certificado del veterinario diciendo
que las gatas están bien?», preguntó un amargado oficinista. «Sí», dijo
el jefe enseñando los papeles pedidos. Ahora, sin nada más de que
quejarse, los oficiales tuvieron que darles el permiso necesario para
entrar en Canadá como «inmigrante aterrizado», como dice ahora el jefe
crudamente, «desde luego que nos aterrizaron». Con los papeles en
orden, Ma y el jefe volvieron agotados a Howth.
«Bueno, gatas —dijo el jefe—, cuando salgamos tendréis que ir en
vuestras cestas, pero tan pronto como volemos podréis salir y sentaras
con nosotros. ¿Está claro?» «Está claro, jefe —dijo miss Ku—, querremos
salir, no te preocupes.» «Seguro que saldréis; ahora dejad de
preocuparos, me habéis costado vuestro peso en oro.» Luego se quedó
pensando por un minuto y añadió: «Y os lo merecéis absolutamente». El
señor veterinario irlandés conocía a unos humanos ciegos que hacían
cestas, así que el jefe hizo que nos hicieran una para cada una,

95
mis s K u y yo. Ca da una era de l ta ma ño má xim o y t e nía -
m o s m uc h o e s p a c i o l i b r e . E l je f e s u g ir i ó q u e us á r a m o s
l a s c e s t a s c o m o d o r m i t o r i o d u r a n t e u n a s e m a na o d o s
para acostumbrarnos. Así lo hicimos y era divertido.
La salud del jefe em peor ó. Según todas las leyes
d e l s e n t id o c om ú n, h u b i é r a m o s t e n id o q u e d e s is t ir d e l
v iaje a Canadá. En v ez de est o, el jefe fue al e spe cialista
ir la nd é s ot r a v e z y le hic ie r o n a lgo p a r a q ue p ud ie r a ir
aguantando. Tenía que descansar más y más y yo, sa -
biendo lo que era estar viejo y enferm o, tem ía mucho
p o r l o q u e p u d i e r a o c u r r ir . E l j e f e h a b í a p a s a d o s u f r i -
m ie n t os y d ur e z a s e n m uc h o s lu ga r e s y a h or a s e v e ía n
los resultados. Miss Ku y yo lo cuidábamos lo mejor
que podíamos.
« ¿ C ó m o v a m o s a ir h a s t a S h a n n o n ? » , p r e g u n t ó B u
tercup—. «En el tren irlandés, no —replicó el jefe—.
Tendríamos que cambiar en Limmerick y yo no me
siento con fuerzas. Tú y Ma tendréis que ir a Dublin y
v er si algún garaje puede llev arnos en un minibús o
algo parecido.» «Iremos un día antes —dijo Ma—, por-
que nece sitas un día de d esc anso a ntes d e empre nder e l
v ue l o. S e r á m e j or p a r a la s g a t a s t a m b i é n. » S e f ue r o n a
Dub l ín d e já nd ono s a m is s K u y a m í a l c uid a d o d e l je f e y
vigilando que no saliera de la cama. Mientras espe,
rábamos a que Ma y Buttercup volvieran, el jefe nos
contó historias de gatos que conooió en el Tibet.
« Es t á t od o a r r e g la d o — d i j o Ma — . Es t á n d e a c u e r d o
en llevarnos y tienen un minibús que utilizan para visitas
de t urista s. El hombre q ue conducirá s ue le ir a Sha nnon
a recoger a t urista s america nos.» Ahora ya q uedaba p oc o
q u e h a c e r . E l j e f e t u v o q u e ír t o d a v í a o t r a v e z a l e s p e .
c ia lis t a ir la nd é s . T od os n ue s t r os p r e p a ra t iv os los ha c ía -
m o s m uy e n s e c r e t o p or q ue l a P r e ns a n o n o s d e j a b a e n
paz. Recuerdo poco antes cuando el jefe había estado
muy enfermo y fue a ver al especialista por vez primera

96
Tan pronto como el jefe salió de la casa, se le acercó un periodista
en el coche y empezó a preguntarle impertinencias. Siempre le
sorprendió al jefe que los periodistas creyeran que tenían una especie de
derecho divino para hacer preguntas. «Chismosos pagados», les llamaba el
jefe y realmente le hubiera gustado tirarlos por el acantilado.

«¡Eh, conejo irlandés! —chilló miss Ku, a unos doce pies del lado
del acantilado—. Nos vamos, conejo, así que no destroces el jardín
durante nuestra ausencia.» El señor conejo irlandés no contestó. Miss
Ku se contentó con respirar pesadamente y luego subió corriendo a la
cima del acantilado. «Pájaros, pájaros —gritó miss Ku—, vamos a volar
como vosotros, vamos a volar más lejos que vosotros.» «Chitón, chitón,
miss Ku —la reñí yo—. Se supone que es un secreto. Ahora todos los
pájaros y el señor conejo irlandés lo saben.» Miss Ku miró por encima
de su hombro y la sentí ponerse rígida. «Fúgate, Feef —exclamó ella—,
sígueme. Se acerca el rostro del viejo vet.» Corrimos dentro, atravesamos
la cocina y nos metimos en la carbonera. «¡Uf! —tembló míss Ku—,
casi puedo sentir un hormigueo en mis oídos sólo de pensar que
puedan limpiármelos.» Cautelosamente miss Ku sacó la cabeza por la
esquina, vio que la costa estaba libre y se aventuró fuera. Voces, voces
arriba de la escalera. «Tranquilizantes —decía el señor vet irlandés—.
Dales uno de éstos a cada una antes de subir al avión y descansarán en
paz, son tranquilizantes especiales.» Hubo un silencio durante un rato y
luego el jefe dijo dudoso: «eLe irán bien a Feef?» «Claro que le irán
bien, y a vosotros también», dijo el señor vet irlandés. Se encaminaron
a una habitación y ya no oímos más. Ciertamente no íbamos a arriesgar
nuestros oídos acercándonos para que nos cogieran. El señor vet irlandés
era muy eficiente limpiando oídos.

97
Y a ha b ía n e nv ia d o la s m a le t a s p a r a q u e f u e r a n e n
barco. Ropa, libros, equipo fotográfico y una nueva
máquina de escribir que había comprado el jefe justo
ant es d e d ec id ir em igra r. Ahora el eq uip a je q ue iba a ir
con nosotros estaba amontonado en la entrada. No mucho
porque no se podía llevar mucho yendo por aire. Miss
K u y y o l l e v á b a m os c a d a u n a nu e s t r a la t a p e r s o na l d e
toilette, una gran ca ntidad de musgo (que utilizábam os
en vez de tierra) y una reconfortante cantidad de comida.
No pasaríamos hambre. El je fe estaba se ntad o hab land o
con la señora O'Grady. El señor Loftus estaba de pie
f u e r a , p a r e c ía m u y p á l i d o y p r e o c u p a d o . M i s s K u y y o
r e c or r im os la c a s a q ue ib a a q ue d a r d e s ie r t a , d ic i e n d o
a d iós a los q ue r id o s m ue b le s . Mis s K u s a lt ó a una v e n-
tana y gritó: «Adiós, señor conejo, adiós, pájaros».
«El autobús está aquí», dijo 1\42. Ansiosas manos
c ogi e r on la s m a le t a s y la s c olo c a r on d e t r á s . El s e ñor \
la s e ñor a O' Gr a d y int e nt a b a n ha c e r c his t e s p a r a ha c e r
más ligera la d es p ed ida. El q uer id o se ñor L of t us e st ab a
de pie allí, tris te, limp iánd os e a escondida s los ojos c on el
revés de la mano. El jefe recorrió la casa despacio para
a s e g ur a r s e d e q u e n o n o s d e já b a m o s na d a y l u e g o c o n
un ge s t o d e c a ns a nc i o c e r r ó la p u e r t a d e la nt e r a y s a c ó
la llav e entregándosela al señor O'Grady para que la
enviara al abogado que iba a ocuparse de la venta de
la ca sa. De sp ué s de sa ludar al s e ñor O' Gra d y y a l s eñor
L o f t u s o t r a v e z , e l j e f e s e v ol v i ó y e n t r ó e n e l a u t o b ú s
La p uer ta s e c err ó. P oc o a p oc o e l a ut ob ús ba jó r oda nd o
p or la c o l in a , a l e j á n d on o s d e la p r e s e nc ia f ís i c a d e l o s
m e jor e s a m igos q ue t e n ía m o s e n e l m und o. Gir a m os p o r
la curva y empezamos una nueva vida.
Capítulo VI

El autobús iba rodando a lo largo del puerto, pasó


p o r d e b a j o d e l v i e j o p u e n t e d e l t r e n , a p r e s ur ó l a m a r c ha y
pronto dejamos el castillo de Howth detrás. íbamos
todos en silencio, el jefe cansado y agotado ya, mirando
a la tierra que amaba y que le pesaba dejar. «Si tan sólo
l os d e l os im p u e s t os n o f u e r a n t a n r a p a c e s » , p e ns a b a y o .
Nos sentamos junto a él en silencio. En Sutton todos
m ir a m os ha c ia la iz q uie r d a p a r a d e c ir un s ile nc i os o a d i ó s
a otro viejo amigo, el doctor Chapman. Seguimos, se-
guimos hasta Dublín con el olor de las algas que venía
de la boca del río Liffey y las gaviotas que gritaban un
triste adiós por encima nuestro.
Miss Ku se sentó detrás sobre una rejilla de equipaje
desde donde podía ver fuera. «Escucha bien esto, Feef
—me llamó. Yo estaba sentada junto al jefe—. Voy a ir
dándote un comentario corr iente de todas las cosas que
no has visto nunca. Esto es Clontarf, estamos pasando
por los jardines en este momento.» Había poca charla
en el autobús, nadie hablaba aparte de miss Ku. Yo
ha b ía t e nid o s e is m e s e s d e p a r a ís o e n I r la nd a , s e is m e s e s
en los que darme cuenta de que se me quería, de que
«pertenecía». Ahora nos íbamos, ¿adónde? El autobús
siguió rodando sin maniobras bruscas ni saltos ya que
la gente de Irlanda son muy corteses y siempre consi-
deran los derechos de los otros conductores.
Ahora el tráfico se iba v olv iendo más intenso. A v e-
ces parábamos cuando las luces estaban en contra nues-
tra. De repente miss Ku dijo: «Estamos pasando Trinity
College, Feef, dile adiós». Trinity College, justo enfrente
estaba la agencia de v iajes que lo había arr eglado todo.
Hubiéramos deseado poder parar y haberlo cancelado

99
tod o. El jefe se agac hó, me ac arició de bajo de la barb illa y
me estrechó más cerca suyo. El tráfico fue disminuyen. d o
a l ir l le ga nd o a la s a l id a d e la c i u d a d . E l c o n d u c t or
apresuró la marcha.
« V a m o s a L im m e r i c k , F e e f — d ij o m is s K u — , p o d r í a
explicarte una..., había una joven gata en Kildare que
tenía hierba gatera en el pelo...» «Calla, Ku —dijo el
jefe—. ¿Cómo puede nadie pensar, si tú estás munan.
rando continuamente?» Durante un rato todo se quedó en
silencio, pero mis s Ku nunca se quedaba callada muc ho
t i e m p o. S e nt a d a e r g u id a , ib a ha c ie nd o c om e nt a r i os d e
todas las cosas interesantes que creía que yo debería
s a b e r . Y o s oy v ie ja y he t e ni d o una v id a d ur a . Ar r e glá r -
s e la s s i n v i s t a e s d if í c i l. E l v ia j e m e c a ns a b a , a s í e s q u e
dormí un poco.
De repente sentí un cambio en el movimiento y rá-
pida me nt e m e er guí. ¿Ha bía mos lle ga d o? ¿C uá nt o ha b ía
d orm id o? ¿Qué pa sa ba ? El a ut ob ús r es ba ló ha sta parar -
se. «No pasa nada, Feef —dijo el jefe—, sólo hemos
parado para tomar el té.» «Estamos a mitad de camino
de Shannon —anunció el conductor—, siempre paro aquí,
s ir v e n m u y b ue n o s t é s . » « V o s ot r a s d o s id d e n t r o — d i jo
e l j e f e — . L a s ga t a s y y o n os q u e d a r e m os a q uí. » « B u e n o
—dijo Ma—, te traeré el té aquí. Ku'ei y Fifí pueden
tomar el suyo al mismo tiempo.» Ma y Buttercup salieron
del autobús y yo podía oírlas andar. El clic de una puerta y
ya estaban dentro de la tienda.
«Un pueblo con mercado —dijo miss Ku— muchos
coches aparcados. Un lugar pequeño y tranquilo. La
gente parece simpática. Hay una vieja que te está
sonriendo, Feef, devuélvele la sonrisa. Está ciega —
gritó miss Ku a la vieja—, no puede verte, háblame a
mí en cambio.» «¡Oh, claro! —dijo la vieja, acercando
su rostro a la ventanilla—, ¡qué bonitas sois! Yo
hablaba a la pequeñita. Maravilloso lo que tienen hoy
en día.» «Eh, venga,
100
Maw, tienes que preparar el té de Pew o se irá a tomarlo
al bar de Schaughnesseys». «Sí, sí, tienes razón, tengo
que irme», dijo la vieja mientras se iba arrastrando los
pies. «Me gusta su echarpe —dijo miss Ku—. Me gus-
taría tenerlo como colcha.»

Ma salió trayendo comida y bebida para el jefe. Nos


dio nuestra merienda también, pero estábamos dema-
siado excitadas para com er m ucho. «¿Qué tienes, jefe?»,
pregunté yo. «Pan con mantequilla y una taza de té», re-
plicó él. Me hizo sentir mejor saber que estaba comiendo
aunque fuera poco, así que fui y di algunos deshilvana-
dos mordiscos a mi merienda, pero ¿cómo va a comer
una gata cuando está tan excitada? Pensé en los viajes
que había hecho antes, traqueteada en un coche de carre-
ras o drogada y medio s of oca d a en una ca ja d e ma d era
casi sin aire. Ahora iba a viajar en primera y sin
separarme de mi familia. Me instalé al lado del jefe y
ronroneé un poco. «La vieja Feef lo aguanta muy bien
—le dijo a Ma—, creo que se está divirtiendo aunque
no lo admita.» «Di algo de mí», gritó miss Ku desde la
parte trasera del autobús donde estaba vigilando el
equipaje y dirigiendo al conductor. «No sé cómo nos
las arreglaríamos sin Ku'ei para cuidarnos y
mantener el orden — d i j o e l j e f e p e l l i z c á n d o m e u n a
oreja—. «Miss Ku organiza más jaleo que todos los
gatos de Kilkenny juntos.» El autobús siguió rodando,
tragándose las millas, alejándonos de todo lo que
amábamos y conocíamos, ¿para ír adónde? Dejamos
e l c ond a d o d e T í p p e r a r y y entramos en el condado de
Limmerick. La oscuridad se cernió sobre nosotros
ahora y teníamos que ir más d es pacio. El viaje era
largo, largo, y yo me preguntaba cómo aguantaría el jefe.
Miss Ku dijo que se iba poniendo más y m á s p á l i d o a l i r
pasando las millas. El tiempo ya no tenía ningún
s i g n i f i c a d o , h o r a s y m i n u t o s s i m p l e m e n t e corrían juntos
como si estuviéramos viviendo en la eter-

1 01
nidad. El monótono zumb id o del a ut ob ús, e l rec hinar de
los neumáticos, las millas haciendo carreras con nosotros
pasando debajo de nosotros y cayendo en la nada detrás.
Incluso m iss Ku se había quedado en silencio. Nadie
ha b la b a a h or a , s ó l o e l s o n i d o d e l a ut ob ú s y l os r u i d o s
de la noche. El tiempo se quedó quieto mientras las
millas volaban hacia el anonimato de la oscuridad.
Miss Ku saltó sobre sus pies; del más profundo
s ue ñ o s e d e s p e r t ó c om p le t a m e nt e e n u n ins t a nt e , « F e e f —
l l a m ó — . ¿ E s t á s d e s p i e r t a ? » « S í , m i s s K u » , r e p l i q u é yo.
«Unos d ed os d e luz e st án ba rrie nd o e l c ie lo, sa ca ndc l a s
nubes para los aviones —exclamó ella —. Debem os de
e s t a r c e r c a d e Sha nnon, d e b e m os d e e s t a r c a s i a llí. » El
autobús siguió z umband o monót oname nte, pero ahora
había un aire de e xpe ctac ión, la familia se ir guió y miró. E l
c on d uc t or d i j o: « C i nc o m i n ut o s m á s . ¿ Q u i e r e n la e n t r a d a
principal? ¿Salen esta noche?» «No —dijo Ma—,
de s ca nsar em os aq uí es ta noc he y t od o ma ña na, y sa ldre -
m o s p a r a N u e v a Y or k m a ña na p or la n o c he . » « E nt o nc e s
querrán ir al mote l _____ dijo e l cond uct or—, ha y un siti o
muy elegante.» Siguió conduciendo un poco más, giró
bruscamente y siguió quizás una media milla por una
carretera del aeropuerto antes de pararse ante un edificio.
Saliendo del autobús se dirigió a recepción. «No —dijo al
v o l v e r a l a u t o b ú s — , n o l e s h a n r e s e r v a d o s i t i o , t e n em o s
q u e ir a l q u e e s t á c e r c a d e la e nt r a d a , ya s é d ó nd e e s . »
Tal vez otra media milla antes de parar enfrente de
o t r o e d i f i c i o . E l c o n d u c t o r h i z o l o s t r á m i t e s y a n tes de
marchar esperó a que llegáramos al edificio que nos
c or r e s p ond ía . L le v a m os nue s t r o e q uip a je d e nt r o o a l m e -
nos las cosas q ue ne ces itaría mos para la noche, mie ntras
que e l eq uip a je má s p e sa d o s e llev ó d ir ec tam e nte a l a er o-
p u e r t o . « N e c e s i t o e l t o c a d o r d e s e ñ o r a s » , gr i t ó m i s s K u .
«Aquí lo tienes», dijo Ma mostrándole la lata especial
que había colocado en el cuarto de baño. Cogiéndome

102
suavemente me llevó al cuarto de baño y me dejó tocar
cuál era mi lata. Luego, cuando entramos en el
dormitorio, nos sentíamos mucho mejor. Como de
costumbre la familia tenía una habitación para cada
uno. Yo dormí con el jefe, miss Ku durmió con Ma y la
pobre Buttercup tuvo que dormir sola. Miss Ku y yo
trabajamos duro investigándolo todo y asegurándonos
que sabíamos todas las rutas de escape y el lugar
exacto de todas las cosas necesarias. Entonces nos
volvimos para cenar. Ningún gato debería ser molestado
hasta después de haber tenido todas las oportunidades
de investigar la habitación. Los gatos tienen que saber
siempre exactamente dónde está todo. Nuestra vista es
muy distinta de la de los humanos y casi siempre vemos
en dos dimensiones en vez de tres. Podemos detener el
movimiento, esto sorprendería a los humanos, podemos
alterar nuestros ojos así que podemos aumentar el
tamaño de un objeto del mismo modo que un humano
con un cristal adecuado. Podemos alterar nuestra vista,
así es que podemos ver claramente a mucha distancia o
ver cosas a un palmo de nuestra nariz. El r ojo está más
allá de nosotros, se nos muestra como color plateado.
La luz azul es para nosotros tan brillante como la luz
del sol. El grabado más fino, el insecto más pequeño es
claro para nosotros. Los humanos no comprenden
nuestros ojos, son instrumentos maravillosos y nos
permiten ver incluso luz infrarroja. Pero no mis ojos, ya
que soy ciega. Mis ojos, según dicen, parecen ser
perfectos, son de un azul violeta y están muy abiertos,
pero a pesar de esto no ven nada.
Todos dormimos esa noche, sin que nos molestaran
los zumbidos de los aviones cuando aterrizaban o
despegaban para irse lejos a través del océano. A la
mañana siguiente Ma y Buttercup salieron y trajeron
desayuno para todos. Nosotras no hicimos nada. Miss
Ku sentada
103
en la v e ntana admiraba los v estidos de las m ujere s que
iban y v enían del aeropuerto. El jefe se v istió y nos llev ó a
jugar en la hierba fuera del edificio, Yo me aseguré de
e s t a r c e r c a d e s us m a n o s . N o q u e r í a r i e s g o s y p e r . derme
ahora.
«Feef —dijo miss Ku—. ¿Es éste el aeropuerto
d o n d e v i n is t e a l l le ga r d e F r a nc ia ?» « S í, m i s s K u —r e .
pliqué yo—, pero entré por la puerta del equipaje, nunca
había te nid o una e xperienc ia tan feliz c omo é sta. De sde
aquí volamos al aeropuerto de Dublín pero claro yo
e s t a b a inc on s c ie nt e . » « Es t á b ie n, v ie ja ga t a —d ijo m is s
Ku—, ya te vigilaré y me aseguraré de que hagas lo
que tienes que hacer. Yo tengo mucha experiencia en
estas cosas.» «Gracias, miss Ku —repliqué yo—. Te
agradeceré mucho que me hagas de guía.»
Llegó la hora de la comida y Ma nos hizo entrar den.
tro porque teníamos que comer y luego descansar. Termi-
nada la comida, nos echamos todos, miss Ku y Ma,
B u t t e r c u p s o la y e l je f e c on m i g o. D e s c a n s a m os m u c h o
ya q u e n o s a b í a m os l o q ue p o d r í a m os d e s c a ns a r e n e l
avión. A mí me despertaron las caricias del jefe que
me decía: «Feef, eres una vieja dormilona, tú y Ku'ei
id a c or r e r p a r a a b r ir o s e l a p e t i t o p a r a e l t é » . « ¡V e ng a ,
Feef! —gritó miss Ku—. No hemos explorado el corre
d or , no ha y na d ie a hor a . ; V am os !» Y o s a lt é d e la c a m a ,
m e r a s q u é la o r e j a p o r u n m o m e n t o m i e n t r a s p e n s a b a
qué camino tomar, y entonces encontré las manos del
je f e gu iá nd om e ha s t a la p ue r t a a b ie r t a . Miss K u ib a e n
cabeza e hicimos nuestra investigación científica del corre-
dor y analizamos a la gente que había pasado por allí
«Vamos a recepción —dijo miss Ku—, podremos prei
sumir.» Muc ha gent e no han v isto gatos s iamese s y d eb o
a d m i t ir , a p e s a r d e c or r e r e l r i e s g o d e i n m o d e s t a , q u e
causamos sensación. Me enorgullecí enormemente cuando
la gente pensó que yo era la madre de miss Ku. Dimos la

104
vuelta por la oficina de recepción y luego volvimos a
nuestra habitación para dormir otro rato.
Todas las luces del aeropuerto brillaban cuando nos
levantam os otra v ez y cenam os. La oscur idad se fue v ol-
v iendo más pr ofunda y se conv ir tió en noche. Despacio,
r e c o g im os n u e s t r a s c o s a s , s a li m o s a l a c á l id a n oc he ir la n -
desa, y atravesando la carretera nos dirigimos al aero-
puerto. Los empleados cogieron nuestro equipaje y lo
d e j a r o n p r e p a r a d o p a r a l a in s p e c c i ó n d e a d u a n a s . E l j e f e
tenía siem pr e palabras am abilísimas con los aduaner os
irlandeses, nunca había problemas con ellos. Nuestro
único problema con oficiales irlandeses fue con los de
los impuestos y era precisamente su codicia lo que nos
hacía abandonar Irlanda.
Un hombre de Swissair muy cortés nos saludó y nos
dirigió un par de palabras a miss Ku y a mí. «La Com-
pañía desearía que cenaran como invitados nuestros»,
dijo educadamente a la familia. «No gracias —replicó el
je f e — , ya h e m os c e na d o y n o d e ja r ía m o s a n ue s t r a s ga t a s
ni por tan poco rato.» El hombre les dijo que le hiciéra-
mos saber si había algo que podía hacer por nosotros y
luego se fue dejándonos solos. Ma dijo: «¿Les das los
tranquilizantes a los gatos?». «Aún no —dijo el jefe—,
y no voy a darle ninguno a Feef, siempre está quieta.
Ya veremos cómo estará Ku cuando subamos al avión.»
Como soy ciega tengo grandes dificultades cuando
int e nt o d e s c r ib ir lo s s ig uie nt e s s uc e s os . Mis s K u, d e s p ué s
de m ucha per suasión y m uy incom odada por ello, se ha
puesto de acuerdo para escribir las próximas pocas pá-
ginas.
Bueno allí estábamos sentados como unos desgra-
c ia d os e n la e nt r a d a p r inc ip a l d e l a e r op ue r t o d e S ha nn o n.
Había cantidades de gente allí sentadas como gallinas
c l u e c a s . L o s ni ñ o s c h i ll a b a n ha s t a r om p e r s e la c a b e z a d e l
mal humor y haciendo que la mía me doliera a causa

105
del bullicio. Algunos tipos yanquis que estaban sentados
en una e squina parec ían pat os rellenos. Creía n que eran
im p or t a nt e s p or q ue lle v a b a n b ols a s q ue p onía n C D c on
etiquetas par a Par ís, de donde v enía la v ieja gata. El
re loj de l a er op uer t o de b ía e s tar oxida d o o a lgo p are c id o
p or q u e e l t i e m p o p a s a b a m u y d e s p a c i o. F i na lm e n t e u n
tip o v estid o t odo d e azul v ino hacia nos otros y cas i be s ó
el p olv o d el s ue lo m ie ntras nos de cía q ue e l v uelo Swiss.
air de Shannon al aeropuerto internacional de Nueva
Y or k es ta ba list o. Y o p e ns é q ue v a ya una t ont er ía, c óm o
iba a ser el v uelo si todav ía estaba en tierra. Intentó
a ga r ra r m i c e s t a p e r o e l je f e y Ma no lo p e r m it ie r o n. El
j e f e c o g i ó l a c e s t a d e l a v i e ja g a t a y M a a g a r r ó l a m ía .
B ut t e r c up s ó lo Dio s s a b e lo q ue c og ió, yo e s t a b a d e m a .
s ia d o oc upa da para mirar. C om o un gr up o de c ole gia le s
en domingo, atrav esamos la sala principal y salirnos
f ue r a , a la os c ur id a d , q ue e n r e a lid a d no lo e r a . L o hu.
b ie r a s id o p e r o p a r e c ía q ue t od a s la s luc e s d e Sha nn o n
b r i l la s e n. F u e r a , e n la p i s t a , ha b ía n t od o t ip o d e l uc e s
de c olor es. Otra s luc es ha c ía n s e ña le s c om o d e d os e n e l
cielo. Entonces miré delante y vi el avión. ¡Jo! Vaya si
era gra nd e, má s gra nde q ue c ua lq uier a d e los q ue ha bía-
mos visto en el aeropuerto de Dublín. Me pareció casi
tan grande como Howth sobre ruedas. Seguimos andando
e n f ila y nos a c er cam os m ás y má s a l av ión, q ue par ec ía
hacerse más y más grande. En la entrada delantera había
como una escalera tapada por los lados para que los
hombres en tierra no pudieran ver lo que nosotros
gatos podemos ver siempre. Las mujeres quiero decir.
El v ie j o, c on la v ie ja ga t a e n b r a z os , s ub ió d e s p a c i o l a
escalera o escalinata o como quiera que lo llamen. Un
bien alimentado comisario de a bordo (¡jo!, si debía de
c om e r b ie n ) s e i nc l in ó t a n t o q u e c a s i h iz o crak. U na
azafata todav ía mejor alime nt ada, v estida de azul marino y
cuello blanco nos saludó. No se inclinó, su faja no

106
se lo permitía. Todas las camareras y azafatas llevan fajas;
s é e s t o p o r u n l i b r o q u e e l je f e e s c r i b i ó h a c e ya t i e m p o .
Bueno, nos colocaron a todos en el compartimento de
p r im e r a c l a s e y l ue g o s e f ue r o n a b us c a r a lo s p a s a j e r os
de pan y mantequilla para meterlos a bordo. Los colo-
caron en la parte de donde procedía el ruido.
Se encendió una luz para decir que no debíamos
fumar ( e quién oyó jamás de un gato que fumara?), y
que debíamos atar nuestros cinturones. Así lo hicimos.
El jefe agarró su cesta com o si fuera algo pr ecioso. Ma
aga rr ó la m ía sa bie nd o q ue lo er a. Una de sm e s ura da gra n
puer ta de m etal se cerr ó ruidosamente y todo el av ión
tem bló com o si fuer a a r omper se en pedazos. De todos
mod os no oc urr ió a sí, s ino q ue p oc o a p oc o s e fue m ov ien-
do a lo largo de muchas luces. Multitud de gente fuera
saludaba c on la mano. Vimos sus b oca s ab iertas a l gritar.
Parecían como unos peces que habíamos tenido en un
recipiente hacía algún tiempo. Seguimos rodando, ha-
c ie nd o un r u id o h or r or os o, e nt onc e s c ua nd o ya c r e ía q ue
habíamos conducido hasta América, toda la cosa giró
en r edondo casi punzando m i oído y el r uido aum entó.
Yo chillé para que el piloto parase per o no podía oírme
con todo el ruido que estaba haciendo. Hubo una repen-
tina sensación de violenta velocidad, tan repentina que
casi mezcló mi comida con mi cena, y ya estábamos en
el aire. El piloto debía ser inexperto, ya que puso el
avión de lado y dio la vuelta al aeropuerto para real-
m ente asegurar se de que había salido. Vi luces debajo
d e m í, c i e n t o s d e e l la s , l u e g o v i m u c h a a g u a b r i l l a n d o a
la luz de la luna. «Eh —le grité—, hay agua ahí debajo,
n os a h o ga r e m os s i c a e m o s . » De b i ó d e oír m e p or q u e p us o
el avión bien y en seguida puso la cosa en dirección a
América.
Subimos más y más alto arriba entre las nubes pin-
tadas de plata por la luz de la luna, más arriba y más

107
a lt o t od a v ía . Se gu im os m á s y m á s r á p id a m e nt e y m á s
más alto y yo miré hacia fuera por la ventana y vi llamas
detrás de las alas. «¡Jolines! —me dije a mí misma—
ya q ue no ha n c ons e guid o a hogar nos, v a n a fr e ím os.» Ss

lo dije al jefe y me contestó O.K. (esto es amer icano,


p a r a d e c ir q ue e s t á b ie n ) y q u e n o d e b ía p r e o c u p a r m e
Miré un poco más y v i que unos tubos del motor estaban
blancos de calientes. Yo también me sentía así. El piloto
debió de recoger m is pensamientos porque nos habla
desde el techo y en su arenga nos dijo que no nos preocu-
páramos, que siempre salían llamas mientras ganábamos
altura.
La gorda azafata se nos acercó, me perdí lo que dijo
porque yo estaba muy alarmada por los crujidos cuando se
inclinaba. «Sus ropas no podrán aguantarlo», pensé yo.
Una pareja de estúpidos yanquis estaban echados en primera.
Aparte de éstos, ¡qué gordos y miedosos eran!, estábamos
solos. Subimos a más de treinta mil píes o así, cerca del
cielo, y entonces el av ión se niv eló y seguimos nav egando
junto a las estrellas.
«Voy a darle a Ku una tableta», dijo Ma, deslizándome
una sustancia nociva entre los labios antes de que yo o el
v iejo pudiéramos objetar. Yo guiñé los ojos y tragué. Por un
momento no pasó nada, luego sentí un deliciosa ligereza de
cabeza que me iba ganando. El deseo de cantar era
irresistible. ¡Jo! Desde luego estaba alta. Los v iejos se iban
enfadando más y más mientras que yo me sentía más y más
feliz.
Nota especial para los aficionados a los gatos: el v iejo
preguntó en el zoo de Detroit después y se enteró de que
los gatos no se tranquilizan con tranquilizantes.
Simplemente nos emborrachan. Un tipo en el zoo de Detroit
dijo que había tenido la misma experiencia que el jefe con
un gato borracho. Bueno fue div ertido mien• tras duró.
Bien, ahora supongo que ya he hecho mi parte

108
y le volveré a pasar la tarea a la vieja gata, después de
todo ella lo empezó y es su paloma blanca.
El avión siguió monótono cubriendo cientos de millas
cada hora. Las luces se habían vuelto tenues y finalmen-
te se convirtieron en una desmayada luz azul. Miss Ku
estaba echada en su cesta, riéndose bajo para sus aden-
tros. Risita tras risita se le iba escapando. Al final ya
no pude resistirlo más, la curiosidad pudo más que los
buenos m odos. «Miss Ku —dije yo bajo para no m olestar
a nadie—, miss Ku, ¿de qué te estás riendo?» «¿Qué?
¿Yo riendo? Oh, sí, ¡ja, ja, ja!» Yo sonreí para mis
adentros, miss Ku realmente estaba encendida, como
d ic e n l os hum a nos . Y o s ólo h a b ía v is t o una v e z a nt e s a u n
gato en este estado y éste era un Tom que tenía la cos-
tumbre de meterse en una bodega de vino y beber las
gotas de vino. Ahora miss Ku estaba así. «Feef —rió—,
es demasiado bueno para callármelo, Feef, ¿estás escu-
chando? ¡Feef!» «Sí, miss Ku —respondí yo—, claro
q ue e s t oy e s c uc ha nd o, e s t a r é e nc a nt a d a d e oír t u c ue nt o. »
«Bueno —empezó ella—, pasó justo antes de que tú
l l e g a r a s a H o w t h . E l j e f e e s u n s a c e r d o t e b u d i s t a o la m a ,
como ya sabes. Estaba un día sentado sobre una roca
junto al agua, cuando un monje católico, que estaba de
vacaciones con todo un grupo de ellos, se sentó junto
al jefe. «Hijo mío —dijo el monje (el jefe era suficiente-
mente viejo como para ser su abuelo)—. Hijo mío, no
has ido a misa hoy.» «No padre, no he ido», dijo el jefe
educadamente. «Debes ir a misa, hijo mío —dijo el
joven monje—, prométeme que irás hoy.» «No, padre,
no puedo pr om eter le esto. » «Entonces no er es un buen
cr istiano, hijo m ío», r espondió enfadado el jov en m onje.
«No, padre —contestó el jefe humildemente—. Soy un
sacerdote budista, un abad de hecho.»
Miss Ku paró un momento y rompió a reír. «Feef
—dijo finalmente—, Feef, deberías haber visto a ese

109
jov en m onje, s e e sc ap ó c or rie nd o c om o s i le p ers iguier a
e l d i a b l o . » F i n a lm e n t e i n c l u s o m i s s K u s e c a n s ó d e h a -
blar y reír y se quedó dormida.
El jefe estaba enfermo cuando yo me desperté; el
comandante de a bordo estaba inclinado sobre él, dándole
una dr oga. El jef e es v ie jo y ha pa sa d o m uc ha s pr ue ba s y
enfermedade s, en e l av ión tuv o un ataque de c orazón y y o
n o e s p e r a b a q u e l l e g a r a a l f i n a l d e l v ia j e . D e t o d o s
mod os, m e d ijo a m í a nt es d e sa lir: « Si t ú p ue d es a gua n-
tar lo, F e ef, yo t am bié n. Es un d e saf ío al q ue t e s om e t o» ,
Yo tenía un sentimiento muy especial por el jefe, un
sent imient o muy esp ecia l por que él y yo pod emos hablar
juntos tan fácilmente como miss Ku y yo podemos.
«¡Jolines! —dijo miss Ku en un t ono apesadumbra.
do—, ciertamente tengo resaca. Me gustaría darle al
viejo vet alguno de sus tranquilizantes para que viese
cómo son. ¿Qué saben los v eterinarios humanos sobre los
ga t o s d e s p ué s d e t od o ?» « ¿ Q u é h or a e s , p or f a v or , m is s
Ku?», pregunté yo. «¿Hor a? ¿Eh? ¡Oh! No lo sé, estoy
trastor nada con la hor a, per o bueno, la lucecita azul
e stá ap a gad a y t oda s la s luc e s es tá n e nce nd id a s. Pr ont o
s e r á l a h or a d e show p a r a e l l o s . » M e d i c u e nt a d e l e n t r e -
chocar de plat os y los peq ue ños r uid os que hace la ge nte
al despertarse. Casi me había acostumbrado a mi ceguera,
per o e ra fr us tra nt e no v er lo que pa sa ba a m i a lr e de d or,
n o p od e r v e r . L a s m a no s d e l je f e b a ja r on p a r a a c a r ic ia r -
me. «Tonta vieja gata —dijo él—, ¿de qué te preocupas
ahora? Desp ierta, es la hora d el desa yuno y pront o aterri-
zaremos.»
Una v oz en e l tec ho exp lotó llena de v ida. «Abróc he n•
se los cinturones, por favor, estamos aterrizando en el
Aeropuerto Internacional de Nueva York.» Oí el cling
de metal y entonces el jefe cogió con firmeza mi cesta.
La nariz del avión se inclinó y el sonido del motor cam-
bió. Hubo una sensación como de planear, de flotar y

110
entonces el motor puso toda su fuerza. Un golpe y un
rechinar de neumáticos. Otro pequeño golpe y el avión
rodó por la pista. «Quédense en sus asientos, por favor
—dijo la azafata—. Esperen a que el avión esté com-
pletamente parado.» Seguirnos r odando con el ocasional
r echinar de los fr enos cuando el piloto m ov ía el v olante
y vigilaba la velocidad. Un tirón final y nos quedamos
quietos. Los motores disminuyeron su marcha y pararon.
Por un momento se oyó sólo el ruido de los pasajeros
respirando, entonces un gran golpe vino de fuera, se-
guido del rozar de metal contra metal. Una puerta se
abrió ruidosamente y entró una racha de v iento helado.
«Adiós —dijo el comandante de a bordo—, vuelvan a
volar con nosotros.» «Adiós —dijo la azafata—. Espe-
ramos tenerlos con nosotros otra vez.»

Bajamos por la rampa con el jefe que me llevaba, Ma


llevando a miss Ku y Buttercup a la cola. Hacía un frío
espantoso y no podía entenderlo. «Brr —dijo miss Ku
con asco—. Una resaca primero y ahora... nieve.» La
familia se apresuró para que no tuviéramos que estar
fuera en el frío más de lo necesario. Pronto entramos
en un enorme vestíbulo. Miss Ku, que lo sabía todo,
dijo que era la Sala de Inmigración y Aduanas y era el
edificio más grande de este tipo en el mundo. El jefe
sacó todos nuestros papeles y todos pasamos por Inmi-
gración y fuimos a la Aduana. «¿Qué lleva usted?», pre-
guntó la voz de un hombre. «Nada para declarar —dijo
el jefe—, estam os de tránsito a Canadá.» «¿Qué son esos
gatos?», preguntó el aduanero. «¡Ohhh! —dijo una
aduanera con un suspir o bobo—, ya he v isto antes. Pr e-
cio-sos.» Seguim os nuestr o cam ino, por la difer encia de
olor sabía que un hombre de color llevaba nuestras ma-
letas, per o el jefe y Ma todavía nos cogían a m í y a m iss
Ku. En la sala principal el jefe se sentó porque estaba
tan enfermo y Ma fue a ver al personal de la compañía

111
aérea americana que nos iban a llevar a Detroit. Tardó mucho
en volver. Cuando volvió hervía por lo enfadada que estaba.

«Han roto su contrato —dijo ella—. No quieren a los gatos en el


compartimento de los pasajeros, dicen que tienen que ir con el
equipaje, es algo que tiene que ver con sus reglamentos. Dicen
que los de Shannon se equivocaron.»

De repente sentí mi edad, me sentí muy vieja. No me


sentí capaz de sobrevivir en el compartimento del equipaje, ya
había tenido demasiada experiencia en estas cosas y me
sorprendía que alguien pudiera pensar que mis s Ku lo
aguantaría. El jefe d ijo: «Si los gatos no pueden ir, nosotros
tampoco iremos. Vuelve y diles que armaremos un escándalo y
reclamaremos el dinero, ya que se pusieron de acuerdo en
llevar a los gatos si pagábamos por adelantado.» Ma volvió a
irse y otra vez volvimos a sentarnos esperando. A su debido
tiempo Ma volvió y dijo: «Les he dicho que estabas enfermo,
nos enviarán a La Guardia en un coche especial. Sugieren que nos
instalemos en el motel de allí y que v eamos si la compañía
aérea cambia de opinión.»

Pronto estuvimos en un enorme coche, un inmenso Cadillac


que incluso tenía aire acondicionado. «Caramba —dijo Buttercup,
mientras deshilvanábamos nuestro camino por el intenso
tráfico de las autopistas americanas—, no me gustaría
conducir aquí.» «No pasa nada si uno se queda en su propia
fila, señora», dijo el conductor. Veinte minutos más tarde
paramos ante lo que miss Ku me dijo luego, era el motel más
grande que jamás había visto. Entramos todos. «f Hay alguna
objeción en tener gatos siameses aquí?», preguntó el jefe. «Son muy
bienvenidos», dijo el hombre de recepción, echándonos una
buena mirada. «Desde luego son muy bienvenidos», repitió
mientras nos asignaba las habitaciones. Parecía

112
que nos e s tab a n llev a nd o p or m illas d e c orr e d or a nt es d e
llegar a nuestras habitaciones.
«¡El tocador de señoras, corriendo!», chilló miss Ku.
Yo le estaba agradecida por haberlo dicho. Sacaron las
necesar ias facilidades rápidamente y contr ibuyeron en
gran manera a nuestra comodidad y paz mental.
«Comida», dijo Ma. «Prepara la de las gatas pri-
mero», replicó el jefe. Nuestra rutina estaba muy alte-
rada, pero así y todo creímos que podríamos comer.
V a ga m os a lr e d e d or , m ir a nd o e n la s t r e s ha b it a c io ne s
q ue ha b ía m os t om a d o e inv e s t iga m os c on m u c ha c a ut e la e n
e l p a s illo. « De s d e a q uí s e v e e l a e r op ue r t o — d ijo m is s K u —
. Esto debe de ser La Guardia.» Ma se levantó.
«Bueno —dijo—, voy a ir a ver a los de la compañía
a é r e a , a v e r q u é p u e d e ha c e r s e . » L a p u e r t a s e c e r r ó t r a s
ella y mis s Ku y yo nos se nt amos a cuidar al jefe. El v iaje
ha b ía s id o d ema s ia d o par a é l y e sta ba ec had o c ua n lar go
era sobre la cama. Buttercup entró. «¿Cómo iremos a
Windsor si la compañía aérea no nos lleva?», pr eguntó
ella. «No sé, quizás en tren —dijo el jefe—. Podríamos
tener un saloncito en el tren y las gatas estarían con
nosotros.» Yo estaba echando un sueñecillo cuando Ma
volvió. «No nos llevarán si los gatos no van en el com -
partimento del equipaje», dijo ella. «No —replicó el
jefe—. Encontraremos alguna otra solución.» Reinó el
silencio por un rato. Miss Ku y yo nos quedam os senta-
da s, junta s, a mba s t em ie nd o t e ner q ue ír c on el eq uip a je ,
d e s p u é s d e t o d o n o p o d í a m o s q u e d a r n o s m u c h o t i e m p o en
el motel, los precios eran increíbles.
«Lo único que sugirieron fue un aerotaxi», dijo Ma.
«Bueno —replicó el jefe—. Nos devolverán el dinero
de los billetes de La Guardia a Detroit, ya que la com-
pañía a érea rompió el contrato. Esto reducirá el coste.
¿ Di j e r on l o q ue c o s t a r ía v o l a r t od o s d e a q uí a l C a na d á ? »
Ma le dijo lo que ellos habían estimado que podría cos-

113
tar y él casi se desmayó del susto. Lo mismo miss Ku y
y o. E nt o n c e s d i j o: « R e s e r v a e l a v ió n p a r a m a ña na p or la
mañana, pero de be ser lo s ufic ie nte grand e c om o para
llevar a las gatas con nosotros». Ma asintió y volvió a
salir.
Miss Ku y yo hicimos ejercicio haciendo carreras
a lr e d e d or d e la ha b it a c ión. C om o e r a n ha b it a c ione s d e s -
c o n o c i d a s , m i s s K u m e d i j o d ó n d e e s t a b a t o d o y c or r ía
de lant e d e m í, yo la s e guía d e c er ca. N os la s arr e glam os
p a r a d iv e r t ir nos d e v e r d a d y e nt r e t e ne r a l je f e a l m is m o
t i e m p o; l e g u s t a b a m uc h o v e r n os ju ga r y s a lt a r a l a ir e .
Cuando nos cansamos, miss Ku me condujo a una ven-
t a na y m e c ont ó c os a s s ob r e la s a lt a s t or r e s d e Ma nha t-
tan entre las c uales e l jefe había v iv ido y trabajad o años
atrás.
Ma volvió y nos dijo que todo estaba arreglado y

que estaríamos en Windsor, Canadá, mañana a esta hora.


Lue go nos p us imos a t omar e l té, d esp ué s de lo c ual nos
s enta m os y pe nsam os e n la nuev a t ier ra d ond e íbam os a
v iv i r . L a o s c u r i d a d l l e g ó p r o n t o y t o d o s f u i m o s a n u e s -
tras camas para descansar lo máximo posible; el v iaje
d e s d e Ho w t h ha b ía s id o i nc l u s o m á s c a ns a d o d e l o q u e
h a b í a m o s a n t i c i p a d o . E r a u n m o t e l b a s t a n t e a gr a d a b l e
per o m uy car o, estando tan cer ca del aer opuer to y de
N u e v a Y or k , p e r o e l j e f e no h ub ie r a p o d id o a gu a n t a r e l
viaje sin descansar. Por la mañana tomam os nuestr os
desayunos y nos de spe dim os del encargad o de recep ción,
le gustábam os bastante miss Ku y yo, lo cual, me dijo
miss K u, demostraba se ntid o com ún p or s u parte. Deb id o
a q ue e l jef e e sta ba e nf erm o y t e níam os m uc ho eq uipa je,
t omam os un c oc he d e l m ot e l para q ue nos llev ara a l otr o
la d o d e la c a r r e t e r a h a s t a la c om p a ñ ía d e a e r o t a x is . U n
h o m b r e d e c o l o r , m u y a g r a d a b l e , s e d e s v iv í a c o n s i d e r a -
blemente asegurándose de que nos dejaba en la oficina
correcta y nos dejó lo más cerca posible. «Esperaré aquí,

114
señor —le dijo al jefe— hasta que vea que lo tienen todo arreglado.»

Nos dirigimos a la oficina y primero nadie parecía saber nada sobre


nosotros. Entonces una tenue lucecita pareció brillar en la mente de uno
de los hombres y descolgó el teléfono. «Seguro, seguro —dijo él— el
piloto viene hacia aquí, ahora. Esperen aquí.» Esperamos y seguimos
esperando. Finalmente un hombre se precipitó furioso en la oficina y
dijo: «¿Son ustedes los que van a Canadá?» Dijimos que sí lo éramos,
miss Ku y yo añadiendo nuestras voces para dar más énfasis. «O.K. —
dijo él—, llevaremos el equipaje a bordo y ¿qué hacemos de las
gatas?» «Vienen en el avión con nosotros», dijo el jefe con firmeza.
«O.K. —dijo el piloto—. Las dos damas deben sentarse detrás con una
cesta cada una en las rodillas.» Encabezó el camino hacia el avión.
«jolines! —exclamó Miss Ku con una voz asustada—. No es más que...
un juguete! Dos motores. ¡Jolines!», volvió a exclamar con fervor. «No sé
cómo vamos a meter el trasero del jefe en este pequeño asiento. Pero —
rugió ella—, incluso el piloto se ha afeitado la cabeza para tener más sitio.»

Ma y Buttercup escalaron al avión que según miss Ku tenía casi


tanto sitio dentro como un coche pequeño, con espacio en los asientos
traseros para dos personas normales. Ma está bien encojinada, Buttercup
es delgada, así es que hacen dos personas normales. Sentí que todo el
avión oscilaba cuando el jefe subió a bordo. Pesaba unas doscientas
veinticinco o treinta libras (tal vez hubiera perdido una libra o dos en el
viaje) y el avión se inclinaba un poco. El piloto debía de ser el más
pequeño del grupo, ya que su peso aparentemente no tuvo ningún efecto.
Puso en marcha los dos motores, uno después del otro y los dejó que
se calentaran; entonces dejando poco a poco los frenos fue moviéndose
despacio. Hici-

115
mos algunas millas p or el s ue lo ye nd o hasta e l otr o lad o d e l
a e r o p u e r t o. M i s s K u m e i b a p o n i e n d o a l c o r r i e n t e . « ¡ J o !
Todos los aviones de América salen de aquí, uno cada
m i n u t o p o r l o m e n o s . » D e r e p e n t e e l p i l o t o d e j ó salir
una palabra muy fea y d esv ió e l av ión hac ia e l lad o f u e r a
d e l a p i s t a . « T e n e m o s u n p i n c h a z o — g r u ñ ó — . E l p ilot o d e
e sa líne a a ca ba de av isar me p or ra d io.» De trá s n ue s t r o s e
o ía u n r u id o a g ud o, q ue r o m p ía e l t ím p a n o, de sire nas y
motore s de carreras. Toda una caba lgata d e c o c h e s s e
desvió de la pista y nos rodeó. «¡Dios, olí Di os ! — gr it ó
m i s s K u p o r e n c i m a d e l r u i d o — . H a n he c ho v e nir a l a
Gua r d ia N a c iona l. » Sa c ó l os oj os c a ut e losa me nt e p or la
par te ba ja d e la v enta na c on la s or e ja s lla na s p a r a q u e n o
la v i e s e n, « P ol i s , m uc h o s p o l is a q uí a b a j o , l o s b o m b e r o s
y u n c och e l len o d e ofi cia les de aeropuerto y tienen
también una camioneta de reparac ion e s » . « ¡J olin e s ! ¡P or
Dios! —exclam ó el jefe—. Qué espantoso jaleo por un
pobre y pequeño neumático r e v e nt a d o. » L os h om b r e s
c or r ía n p or t od os la d os , la s s ir ena s em itía n s us últ im os
s ilb id os m or ib und os y s e oía e l s onido de los mot ores de la
camioneta m ezclad os c on los d e l os a v ion e s c or r ie nd o
a nt e s de d e s p e ga r . R e p e nt in os golpes pesados y
mov imientos debajo de nosotros y lev antaron e l av ión unos
palmos para p oder remov er la rueda. Los coche s se a lejar on
corrie nd o y e nt onc es la camioneta se alejó llevándose nuestra
ofensiva rueda. Nos sentamos cóm odament e a es perar.
Es peramos una hora, dos horas « P o d r í a m o s h a b e r i d o a
Canadá andando en todo este t ie mp o», d ijo el jefe
t ot alme nt e a sq uea d o. P a us adam e nte la c a m i on e t a de
a v e r ía s v o lv ía p or la c a r r e t e r a d e s e r v i c i o e v i t a nd o la
p i s t a . P a u s a d a m e nt e n o, lánguidamente, salieron hombres
de la camioneta y se acercaron al av ión, paseando.
Finalmente fijaron la rueda otra vez y la camioneta se
f u e r á p i d a m e n t e . E l p i l o t o v o l v i ó a p o n e r e l motor en
marcha y lo dejó calentar. Habló por micro a

116
la torre de control comunicando que estaba preparado
para salir. Finalmente le dieron el permiso y apretó el
a c e le r a d or , hiz o c or r e r a l av ión p or la p is t a y f á c ilm e nt e y
despacio lo subió al aire. El piloto ganó altura poco a
poco, se mantuvo m uy por debajo de las rutas de las
líneas aéreas, situó el avión al nivel correcto y puso el
acelerador a la velocidad normal.
Volamos y volamos y volamos pero no parecía que
llegáramos a ningún sitio. «¿A qué velocidad vamos,
miss Ku?», pregunté yo. Alargó el cuello por encima
del hom br o del piloto. «Ciento veinticinco, altitud seis
mil pies, compás con dirección Noroeste.» Le envidié
sus conocimientos, su posibilidad de ver. Yo no podía
ha c er otr a c osa q ue se ntar m e, d e pe nd iend o de los d emá s
para que me e xp licaran las c osas. P ensé, s in embargo, e n
t o d os l os v ia j e s q ue ha b ía h e c h o e n c e r r a d a e n u na c a ja ,
inc o ns c i e nt e . És t e e r a mucho m e jor , a hor a m e t r a ta b a n
m ejor que a los humanos, ya que estaba sentada en el
regazo de Ma.
Capítulo VII

«¡ P on t, P o m! —dijo miss Ku asomando entre el


hombro del piloto y el del jefe—. ¡Pom, Pom, Pom!
N e c e s it a r e m os un p a r a c a íd a s , F e e f , la a guja d e la ga s o-
lina está tocando el final.» El jefe se v olvió al piloto,
« ¿N o f u n c i o na la a g u ja d e la ga s ol i na ?» , p r e g un t ó. « N o
tenem os com bustible —dijo el piloto sin dar le im por -
tancia—, siempre podemos bajar.» Debajo de nuestras
p e q u e ñ a s a la s , s e e x t e n d ía n l a s c i m a s c o m p l e t a m e n t e
ne v a d a s d e l a s m o nt a ña s d e Al l e gh e ny e n P e n s i lv a nia .
Mis s K u hiz o q ue m e r e c or r i e r a un e s c a lof r ío d e hor r or
d e a r r i b a a b a j o d e l e s p i n a z o a l d e s c r i b ir m e l o s v a c í o s
e ntr e m ont e s y la s c umb re s afila da s c om o hojas d e af e i -
tar que estaban esperándonos para recoger nos del cie lo.
El p ilot o c ons ult ó s u ma pa y a lt er ó ligera me nt e nue str a
ruta. «10h! Miss Ku —exclamé yo aterrada—. Bajamos.»
«Eh, ten la cabeza con calma —replicó miss Ku calma-
damente —. Aterrizam os para poner comb ustib le, ha y un
pequeño aeródromo justo delante de nosotros. Ahora sim -
plemente clava tus pezuñas en la cesta y aguántate.»

B u m, h iz o e l a v i ó n, b u m , b u m , v o lv i ó a h a c e r . N o s
« Eh, t e n la c a b e z a c on c a lm a — r e p lic ó m is s K u t r a nq ui
la m e nt e— . At e r r iz a m os p a ra p one r c om b us t ib le , ha y u n
estación de servicio, abrió la puerta de golpe dejando
e ntr ar e l a ir e he la d o. Sa lt ó a l s ue lo y llam ó a una m ujer
que e staba junto a la mangue ra de la ga solina. «Llé ne lo»,
ordenó, mientras corría al más cercano excusado. La
mu jer se acercó y echó mucha gasolina en la s alas, sin

n i s iq ui e r a m ir a r e n n u e s t r a d ir e c c i ón. E l a e r ó d r om o e s -
t a b a e nv ue lt o p or la nie v e , q ue c ub r ía e d if ic ios y p is t a s .
M is s K u m e d e s c r ib i ó lo s n u m e r os o s a v i o ne s p e q ue ñ os ,
trabados al suelo esperando a que sus dueños los dejaran

118
libres para volar. Alrededor del aeródromo la nieve cubría las
laderas de la cordillera montañosa esperando a los desprevenidos. El jefe
dio unos pasos por la nieve sin su abrigo. «Cuidado —le grité—, vas a
pescar un resfriado.» «No seas tonta, Feef —dijo miss Ku— este tiempo
helado es como una ola de calor comparado a lo que normalmente el
jefe está acostumbrado. En el Tibet, de donde viene él, el frío es tan
intenso que incluso las palabras se hielan y caen al suelo.»
Los motores volvieron a rugir y avanzamos sobre la sucia nieve
de la pista. No había torre de control aquí, en este pequeño lugar, así
es que el piloto calentó sus motores, apretó el acelerador y corrió por la
blanca pista. Al subir hizo círculos alrededor del pequeño aeródromo
hasta que hubo ganado la suficiente altura y entonces se dirigió
atravesando las montañas hacia Cleveland. Ahora ya habíamos oído
motores en marcha durante tanto tiempo que ya ni los notábamos.

Seguimos volando, subiendo y bajando suavemente según las


variables corrientes, y continuamos volando mientras anochecía. El
humo de Pittsburgh pasó debajo de nuestra ala izquierda, la niebla de
Cleveland se distinguía delante de nosotros. «Volaremos por encima de
Cleveland —dijo el piloto— y atravesaremos el lago Erie desde Sandusky.
Entonces tendremos tres islas debajo en caso de fallos del motor.» El
avión siguió monótonamente, con los dos motores cantando la misma
monótona canción y el piloto inclinado sobre los controles.
Nosotros teníamos los traseros insensibilizados de tanto estar sentados. Yo
me moví incómodamente cuando el avión giró repentinamente hacia la
derecha. « ¡Por todos los gatos saltarines! —exclamó miss Ku—. Alguien ha
volcado la nevera y tirado todos los cubitos de hielo.» Tartamudeó algo
molesta y dijo: «No son cubitos de hielo de hecho, a pesar de que lo
parece desde esta

119
alt ura. T od o e l la go es tá hela d o y ha y m ont one s d e hie lo
p o r t o d a s p a r t e s . » « D e s d e a q u í p a r e c e n c u b i t o s d e h i e lo
que hayan caído», añadió insegura.
Debajo de nosotros se amontonaba el hielo y cual-
quier claro de agua se helaba inmediatamente. Este,
ha b ía d ic h o e l p il ot o, e r a u n inv ie r no e xc e p c io na lm e nt e
f r ío y p r e v e ía n má s fr ío t od a v ía . « L a is la d e P e le e — d ijo
el piloto—, estamos exactamente a medio camino a tra-
v és del lago. Pasamos s obre Kingsv ille y ha cia "W ind sor.»
El avión hacía com o un silbido ahora, el aire enfriado
p or e l hie lo, ca usa ba a lguna t urb ule nc ia. Y o e sta ba ca n-
sada y hambrienta y me sentía como si hubiera estado
viajando siempre. Luego pensé en el jefe gravemente
enferm o y v iejo. Si él lo aguantaba yo también podía.
M e c ua d r é d e h om b r os , m e s e n t é m á s f ir m e m e nt e y m e
s e nt í m e j or . « C in c o m i n ut o s y a t e r r iz a r e m os e n e l a e r o -
puerto de Windsor», dijo el piloto. «Ohhh! —dijo miss
Ku excitada—, ya veo los rascacielos de Detroit.» El
tono del motor cambió y el av ión pareció estirarse. Un
suave rascado sobre la pista cubierta de nieve y ya
e s t á b a m os a b a jo, e n C a na d á . El a v ión r od ó s ua v e m e nt e
y g i r ó a l a d e r e c h a . « I z q u i e r d a , I z q u ie r d a — d i j o e l j e f e
q u e c o no c ía b ie n e l a e r o p ue r t o — . És t e e s e l a e r o p ue r t o
que ya no se utiliza, tiene que ir al nuev o.» En ese pre-
c is o m om e nt o los d e la t or r e d e c ont r o l c onf ir m a r on p or
radio lo que le había dicho el jefe. El piloto hizo rodar
su motor derecho para dar la v uelta al av ión, siguió
m ov i é nd o s e q u iz á d ur a n t e u n c ua r t o d e m i l la , e nt o n c e s
puso los frenos y cortó el contacto de los motores.
Durante un momento nos quedamos sentados quietos,
sintiendo los m úsculos tan contraídos que nos pregun-
tábamos si podríamos salir de ahí jamás. Miss Ku mur-
muró: «Tan blanco como la parte de arriba de un pastel
de Navidad. ¿De dónde venía todo el personal?» El
piloto empujó una puerta para abrirla y empezó a salir,

120
De r e p e n t e , á s p e r a m e n t e , r e t um b ó una v o z : « ¿P a r a d ó n d e ,
gente?» El gritar áspero del hom bre me sorprendió
desagradablemente y me preguntaba en qué especie de
lugar estábamos. Ahora sé que todos hablan de esta
manera tan ruda aquí. El jefe dice que se piensan que
e s t á n t o d a v ía e n e l S a lv a je Oe s t e d o nd e la c or t e s ía y la
cultura se consideran «cursis».
El jefe replicó que éramos inmigrantes y que tenía-
mos todos los papeles en orden. El hombre gritó: «No
son horas, Inmigración está cerrado», y se v olv ió en-
trando en el edificio.
De s p a c i o y c o n a g u je t a s s a l i m o s d e l a v i ó n y n o s d ir i-
gim os hacia una p uerta que decía: « Ad uanas de Canadá».
L a c r u z a m o s y n o s e n c o n t r a m o s e n u n a e n o r m e y v a c ía
sala. Yo sabía que era grande y que estaba vacía por
los ecos de nuestras pisadas. Seguimos andando hasta
llegar a un mostrador. El hombre estaba detrás. «Han
llegado demasiado tarde —dijo—, no nos anunciaron
s u l le ga d a . A h or a n o ha y n i n gú n of i c ia l d e I nm igr a c i ón,
yo no p ue d o t ocar s us c osa s has ta q ue ha yan p as ad o p or
Inmigración.» «Se lo notificaron —dijo el piloto—. Se lo
notificaron de La Guardia, Nueva York, ayer. ¿Y yo
q ué ? Y o t e ng o q ue v olv e r , f írm e m e e s t e p a p e l, no e s m á s
que para decir que me presenté en las Aduanas de Ca-
nadá.» El hombre de Aduanas dio un suspiro tal que su
u nif or m e c r u j i ó y c a s i s e r o m p i ó. « R e a lm e nt e n o d e b e r ía
hacerlo —dijo él—, ya que mi turno acaba dentro de
pocos minutos. De todos modos...» Su pluma arañó el
p a p e l, e l p i l ot o m ur m ur ó « gr a c i a s » a l a d ua ne r o y « A d ió s ,
b ue na s g e nt e s » , a no s ot r os y s a lió p a r a s ie m p r e d e n ue s -
t r a v id a . L os m ot or e s d e s u a v ión s e p us ie r on e n m a r c ha y
murieron en la distancia.
Una puerta se abrió y se cerró. Unos pesados pasos
se acercaban más y más. «Eh! —dijo el aduanero a su
relev o—, esta gente dice que son inmigrantes. ¿Qué

121
hacemos? No son horas; bueno es tu problema, ahora se ha
terminado mi turno.» Se volvió y sin más se fue El hombre que le
había relevado habló en una buena voz irlandesa. «Seguro que
los pasaremos. Haré que venga un oficial de Inmigración del
Túnel.» Se volvió hacia un teléfono y fue dando una síntesis de
nuestra situación y de los problemas que tenía, se volvió a nos.
otros y dijo: «Ahora viene un oficial, yo no puedo tocar
sus cosas hasta que él les declare Inmigrantes aterrizados.
¿Qué lleva ahí?», preguntó. «Dos gatos siameses —re-
p lic ó e l je f e— . Aq uí e s t á n s us p a p e le s q ue c e r t if ic a n s u
buen estado de salud.» El hombre suspiró y v olvió al
t e l é f o n o « . . . s í , d o s g a t o s s ia m e s e s . S í , h e v i s t o s u s p a -
p e le s , s í, s ólo q ue p e ns é q ue q uiz á q ue r r ía v er los , ¿no?
0.K». Se v olv ió hacia nosotros. «Los gatos pueden pasar,
a h o r a t e n e m o s q u e e s p e r a r a q u e u s t e d e s p u e d a n p a sa r. »
Mis s K u s e r ió t ont a m e nt e y m e s us ur r ó: «N os ot r a s y a
estamos, pero la familia se queda plantada».
Esperamos y esperamos. Esperamos tanto tiempo —o a s í l o
creímos— como para poder volver volando de
donde vinimos. El aeropuerto era mortalmente aburrido,
apenas si se oía un ruido romper el silencio. Yo intuí
que el jefe se iba poniendo más y más enfermo. Ma
v a ga b a p or a h í im p a c i e nt e y B u t t e r c u p r e s p ir a b a c om o s i
hub ier a lle ga d o a l lím it e d e l a gotam ie nt o y s ue ño. En a l g ú n
lado se oyó el ruido de una puerta. «Ah —dijo el
aduaner o— aquí v iene.» Sonab an pasos p or el pas illo. Se
ac er cab a n má s y m ás. « Es ta ge nt e d ic e n s er inm igra nte s —
dijo el aduanero—. Te he llamado porque no puedo
dejarles pasar hasta que los hayas declarado libres. A las
gatas ya las ha dejado pasar Sanidad. El oficial de In-
migración era un v iejo agradable per o no parec ía conocer e l
a e r op ue r t o e n a b s olut o, ni s a b ía a q ué of ic ina e nt r a r . I b a
p r e g u n t á n d o l e c o s a s a l a d ua n e r o . F i na l m e n t e d i j o : «Vengan
por aquí» y se fue hacia una pequeña habita

122
c ión lat era l. « Ant es d e p oder em pe zar, t e nem os q ue t e ner
papele s y c osas», murm uró p ara sí mismo mie ntras tiraba
sin sentido de cajones cerrados. «Esperen aquí —dijo—,
tengo que encontrar unas llaves.» Salió y pr onto v olvió
c on e l a d ua n e r o. J unt os f ue r on p r ob a nd o c a j one s y p ue r -
t a s d e a r m ar ios , m ur m ur a nd o im p r e c a c io ne s p a r a s í m is-
m o s a l e n c o n t r a r l o s t o d o s c e r r a d o s . Am b o s h o m b r e s s a -
lieron y nosotros nos acomodamos para otra larga es-
pera.
« L a s t e ne m o s , y a t e n e m os la s l la v e s — d i j o e l h om b r e
de Inmigración con aire de triunfo, ahora no tardare-
mos.» Durante unos minutos fue probando llave tras
llav e v olv ié nd os e m ás y má s pe s im is ta. Ninguna e ntra ba.
Salió corriendo para solicitar la ayuda del aduanero.
juntos avanzaron hasta el ofensivo escritorio. «Tú le-
vantas —dijo el de Inmigración— y yo empujaré hacia
abajo, si podemos meter esto en medio, lo forzaremos.»
E l r ui d o d e g e m id os y gr u ñ i d o s c a s i n o s e nv i ó a d or m ir ,
luego el ruido de astillas y el sonido de un clavo o dos
d e la c e r ra d ur a q ue c a ía a l sue l o. P or un m om e nt o na d ie
habló; entonces el hombre de Inm igración dijo con una
voz estrangulada: «El escritorio... está vacío».
Él y el aduanero siguieron dando vueltas por ahí,
ha c ie nd o e xp e r im e nt os m e t ie nd o y t ir a nd o d e e s c r it or ios y
armarios. Mucho más tarde el de Inmigración dijo:
«¡Ah, ya lo tengo!». Se oyó el crujir de papeles e impre-
caciones murmuradas, entonces una voz tapada dijo:
«Ahora tenem os los papeles que hay que llenar, ¿dónde
están los sellos?». Más búsquedas, más imprecaciones,
más espera. Miss Ku y yo echam os un sueñecillo y nos
de s pe rta m os a l s e ntir q ue c ogía n nue s tra s c es ta s. « Ahor a
v ue lv a n a Ad ua na s , p or d on d e e nt r a r o n» , d i j o e l h om b r e
de Inmigración. Volvimos a la sala. «¿Todo claro?»,
d ijo e l of ic ia l d e Ad ua na s , in s p e c c i ona nd o nue s t r os p a p e -
les que ahora decían, «Inmigrantes aterrizados». Con

123
a ir e c a n s a d o e l je f e c o g ió la s m a l e t a s y la s p u s o s ob r e
el mostrador y las abrió para la inspección. Metódica.
mente el aduanero repasó nuestra lista de maletas y
miró nuestros efectos. «Bueno —dijo—, pueden irse.»
Fuera d el aerop uert o se exte ndía la niev e esp esa, «e l
invierno más frío desde hacía tiempo», nos dijo un em-
pleado de limpieza del aeropuerto. Rápidamente pusieron
nue stra s ma le ta s de ntr o d e un c oc he q ue e s pe rab a. Ma,
B u t t e r c u p , m i s s K u y y o n os in s t a la m o s d e t r á s . E l je f e
se sentó delante con el conductor. Arrancamos por la
r e s b a la d iz a c a r r e t e r a . E l c o n d u c t or no p a r e c í a e n a b s o -
luto seguro del camino e iba murmurando para sus
a d e nt r os : « Gir a m os aq uí, no, t od a v ía no, no d e b e d e s e r
a q uí» . El t r a ye c t o f ue i nc óm o d o y m uy la r go. A n os ot r o s
nos parec ía lo s uficie ntem ent e le jos c om o para haber id o
v olando. Saltamos por una carretera terriblemente mala y
casi volcamos al parar. «Aquí es —dijo el conductor—,
é s t a e s la c a s a . » Sa lim os y lle v a m os la s ma le t a s d e nt r o.
Miss K u y yo e st ába m os d em as ia d o c a ns ada s para ha c er
una v erdadera i nspe cc ión, así que d eambulamos un p oc o
i nt e n t a nd o n o t a r la s c o s a s m á s im p or t a nt e s . El je f e m e
subió a su cama y caí profundamente dormida.
Al llegar la mañana, miss Ku vino y me despertó
diciendo: «Venga, vieja per ezosa. Tenemos trabajo que
ha c er, a hora a nda d e trá s m ío y t e lo ir é ind ica nd o t od o».
Y o s a lt é d e la c a m a y m e r a s q ué b ie n p a r a d e s p e r t a r m e .
Entonces seguí a miss Ku. «Aquí es donde comemos
—dijo— y ésta es la estación de necesidades. Aquí hay
una p a r e d c ont r a la q u e t e r o m p e r ía s e l c e r e b r o s i l o tu-
v ieras. Bien, rec uerda s u p osición p orque no lo repet iré.»
Siguió: «Aquí hay una puerta, lleva a un pequeño jar-
dín con un garaje al final y la carretera está después».
Me llevó por toda la casa y saltó a la repisa de una
ventana en la habitación del jefe. «¡Eh, Feef! —ex-
clamó—. Hay un porche para tomar el sol y luego un

124
gr a n c é s p e d y d e t r á s d e é s t e e l m a r . El m a r e s t á h e la d o. »
« N o s e a s t a n t o n t a , K u » , d i jo e l j e f e , l e v a n t á n d o m e s o b r e
su hom br o. «Ven, Ku», gr itó yendo hacia la otr a puer ta.
La abrió llevándome y miss Ku pasó corriendo para lle-
gar al jardín la primera. «Esto no es el mar —dijo el
jefe—. Es el lago de Saint Clair y cuando el tiempo sea
más caluroso podréis salir las dos y jugar sobre la
hierba.»
Era un tipo de casa extraña, una rejilla en el techo
de cada habitación de abajo, hacía que pasara aire ca-
liente a la habitación superior. Miss Ku adoraba sen-
tarse en un dormitorio arriba sobre la rejilla, y mirar lo
que pasaba abajo en la cocina. Le llegaba calor extra de
los hornos de la cocina y también disfrutaba de la gran
atracción de saber todo lo que pasaba en la cocina, co-
n o c e r l o s c o m e r c i a n t e s q u e l l e g a b a n a la p u e r t a y l o q ue
se decía en la habitación del jefe.
Pocos días después de llegar a Canadá fue Navidad.
Desde luego era tranquilo, no conocíamos a nadie y du-
rante todo lo que para los otros eran las festividades,
no vimos a nadie ni hablamos con nadie. El tiempo era
muy frío, constantemente nev aba y la superficie del lago
e r a u na s ó li d a s á b a n a d e h i e l o s ob r e la c ua l c or r ía n u n os
yates para el hielo. Yo pensé en otros años y otras
nav idades. Madame Diplomat había sido una fervorosa
católica, y «Noél» significaba mucho para ella. La última
Navidad. que recuerdo, me habían encerrado en ese os-
curo cobertizo y todo el día siguiente también. A causa
de las celebraciones se habían olv idado de mí. Esta Na-
vidad fue realmente la más feliz de mi vida, ya que
podía pensar en los años pasados y saber que ahora me
querían realmente y saber que ya nunca más estaría
sola u olvidada o hambrienta. Durante mi época con
madame Diplomat procuraba esconderme lo más posible.
Ahora si no me ven durante unos minutos, alguien dice:

125
«¿Dónde está Feef? ¿Está bien?» y se organiza en se-
guida una búsqueda. Ahora he aprendido que me quieren,
así que me quedo a la vista, o aviso mi presencia tan
pronto como oigo mencionar mi nombre. La comida
también es regular. El jefe dice que como una comida du-
rante todo el día. No cree en alimentar a los animales
s ól o u na v e z a l d ía . C r e e q ue t e ne m os e l s uf ic ie nt e s e n -
t id o c om ú n p a r a s a b e r c ua nd o he m os c om id o b a s t a nt e ,
En c ons e c ue nc ia m is s K u y y o s ie m p r e t e ne m os c om id a a
mano, día y noche.
L a N a v id a d p a s ó y s e n t ía m o s l o r e m o ta q ue e s t a b a
nuestra casa de las tiendas. Ningún aut ob ús pa saba por
delante de nuestra puerta y la ciudad estaba a unas
q u i n c e m i l l a s . L a ú n i c a m a ne r a d e i r a a l g ú n s i t i o e r a
e n ta xi. L os m uc ha chos d e la s t ie nd as v e nía n a nues tra
p ue r t a t r a ye nd o le c he , c a r ne y p a n, p e r o no ha b ía p os i-
bilidad de elección. El jefe decidió com prar un coche.
«Primero compraremos uno viejo —dijo—, y cuando
nos hayamos acostumbrado a los salvajes conductores
canadienses compraremos otro mejor.» Una cosa que
impresionó mucho al jefe era la total falta de cortesía
e n l a c a r r e t e r a . C o m o d e c í a a m e n u d o , l o s a m e r i c a na s
eran los pe ores c onduct ores d el mund o c on los canad ien -
s e s s igu ié nd ole s m uy d e c e r c a . C om o q ue e l je f e ha c on-
ducido por unos sesenta países debía de saber algo sobre ello.
El taxi llegó a la puerta y tocó la bocina. El jefe
salió. Miss Ku le gr itó: «Com pr a un buen coche, jefe,
no dejes que te estafen». Oí la puerta del taxi cerrarse
de golpe y el ruido de un coche al arrancar. «Espero
que compre uno bueno —dijo miss Ku—. Adoro ir en
coche, simplemente no puedo esperar a ir en él sólo
de vez en cua ndo.» Era absolutamente cierto, m iss K u
ir ía e n c oc he a c ua lq uie r la d o e n c ua lq uie r m om e nt o, le
gustaba la velocidad. A mí no me gusta ir en coche a

126
m e n o s q u e v a ya m o s a no m á s d e v e in t e m i l la s p or h or a .
No hay nada div ertid o en la v eloc idad c uand o se e s ciego.
Miss Ku prefiere correr por la autopista yendo como
m í n i m o a la v e l o c i d a d m á x i m a a u t o r i z a d a p o r l a l e y. L a
mañana pasó lentamente, nosotras nos poníamos ner-
v iosas s in el jefe y Ma. Las orejas de miss K u se er izaron.
«Llegan, Feef», dijo ella. Yo escuché y entonces oí.
Desgraciadamente era un taxi lo que volvía. Butter cup
b a jó d e p r is a la s e s c a le r a s y c or r ió ha c ia la p ue r t a . Mis s
Ku saltó a la repisa de la ventana y dejó salir una ex-
clamación de disgusto. «Han vuelto en taxi, no han
comprado el coche», dijo con irritación.
Buttercup abrió la puerta. «¿Bueno? ¿Cómo os
fue?», preguntó. Miss Ku gritó: «¡Aprisa! ¡Aprisa! Con-
tad, decid algo. ¿Qué pasó?» «Bueno —dijo el jefe—,
vimos un coche q ue parecía ser lo q ue buscábam os. Es
un viejo Mo n a r c a . Van a enviarlo aquí para que poda-
m o s p r o b a r l o d ur a n t e u n d í a , s i n o s g u s t a lo p a ga m o s y
nos lo quedamos.» Miss Ku se volvió y corrió escaleras
arriba moviendo la cola de alegría. «Subiré y miraré
desde la ventana del baño», gritó. El jefe y Ma nos
c on t a r on a B ut t e r c u p y a m í t o d o l o q u e ha b í a o c ur r i d o.
íbamos a tomar una taza de té cuando miss Ku gritó:
«Vienen dos coches, ¡yupi!». Yo podía oírla haciendo
una pequeña danza de alegría en la habitación de en-
cima. El jefe y Ma salieron fuera y a miss Ku le dio
f i e b r e d e im p a c i e n c i a , c o r r ía e n r e d o n d o c o m o u n a g a t a a
q u ie n a c a b a n d e q u i t a r s us ga t it o s . « ¡C a r a m b a , c a r a m b a
— r e s p ir a b a — , ¿q u é d e b e n d e e s t a r ha c i e nd o ?» B ut t e r c u p
tampoco podía soportar el suspense. Se puso su
abr igo má s gor d o y sa lió f uer a. Mis s K u e mit ió un a ullid o
q u e a t r a v e s a b a e l t í m p a n o. « D e s d e a q u í l o v e o , F e e f . E s
v erde y tan grande como un autobús.» La familia entró
j u s t o a t i e m p o d e s a lv a r a m i s s K u d e e s t a l l a r d e e x c i t a -
ción. El jefe la miró, luego la cogió y dijo: «¿Así que

127
quieres v er el coche, eh? ¿Quieres venir, Feef?» «No,
gracias —dije yo—, dejadme aquí, en lugar seguro.» El
jefe llevando a miss Ku y Buttercup bien abrigada,
salier on al aire frío. Oí el ruido de un m otor . Ma m e
acar ició la cabeza: «Ahor a podr em os ir a sitios, Feef».
Media hor a m ás tarde v olv ier on. Miss Ku herv ía de
excitación. «Marav illoso. Mar avilloso», m e gr itó. «Fui a
Tecumseh.» «Miss Ku —dije yo—. Te dará un ataque si
sigues así. ¿Por qué no te sientas aquí y me lo cuen-
tas todo? No puedo seguirte cuando tartamudeas de
tan excitada.» Por un momento creí que iba a
enfadarse, luego cruzó la habitación y se sentó sobre
el r adiador. Cruzando sus manos pr im or osam ente
dijo: «Bueno, fue así, Feef. El v iejo me llev ó fuera y
me puso en el asiento de atrás. Él se metió en el
asiento del v olante y había sitio de sobras para él, ya
sabes cuánto sitio ocupa. Butter cup se sentó en el
asiento delantero de pasajeros y el jefe puso el
contacto. Oh, tengo que decirte esto, el coche es
verde y es automático, lo que quiera que esto
signifique, y hay sitio para todos nosotros y dos más.
El jefe condujo despacio, se atiene demasiado a la
ley, se lo dije, y él dijo que esperara a que hubiera
pagado el coche. Van a ir allí esta tarde a pagar el
dinero y as1 podrem os correr. Así que fuimos a
Tecumseh y v olv imos, y aquí estamos». Hizo una
pausa m ientr as se peinaba la punta de su cola y dijo:
«Deberías verlo, Feef. ¡Oh! Olvidé que eres ciega,
bueno deberías poner el trasero en esos asientos. Tre-
m en-do». Yo me sonr eí para m is adentr os, m iss Ku
estaba realmente emocionada con el coche. Yo estaba
emocionada al pensar que ahora el jefe podría salir
un poco. «Feef —dijo miss Ku—, el coche está
caliente. Podrías fr eír huev os en él si quisier as.»
La com ida term inó pr onto y entonces el jefe y Ma
se prepararon para salir. «No tardaremos —dijo Ma—.

128
Vamos sólo a pagar el coche y a comprar algo de comida.
Os llevaremos de paseo en cuanto volvamos.» «Yo no
quisiera salir, miss Ku —dije—. No me gustan los co-
ches.» «Oh, eres una gata vieja y tonta», dijo miss Ku.
Se sentó e hizo a fondo su to i le tt e, orejas, detrás de su
cuello, todo el cuerpo y hasta la punta de su cola. «Ten-
go que darle una buena impresión al coche nuev o —ex-
plicó--, si no le gusto quizá no irá bien.» Sorprendente-
mente aprisa Ma y el jefe v olv ieron. Yo estaba encantada
de oír el crujido del papel marrón y así saber que
habían traído comida fresca. Una de mis fobias, de los
días de hambre, era el terror a quedarme sin comida.
Mi sentid o común me decía que era un terror absurdo
pero las fobias no son fáciles de hacerlas desaparecer.
Una fobia incluso m ayor era, a pesar de que m i sentido
com ún me decía que no tenía por qué preocuparme, que
alguien intentara cogerme por la piel de detrás de mi
cuello. Esto es algo ta n ma lvado que voy a escribir una s
líneas sobre ello. Después de todo si nosotros, los gatos,
no les decimos nuestros problemas a la gente, nadie lo
sabrá nunca.
Cuando iba a tener gatitos por ter cera vez, Pierre, el
jardinero francés empleado por madame Diplomat, una
v ez me cogió repentinamente por la piel trasera del cue-
llo. El dolor en los músculos de mi cuello fue sin duda
muy grande y mis bebés de pronto cayeron fuera de mí
y se mataron sobre el camino de piedra. El shock tan
repentino me causó daños internos. Llamaron al señor
veterinario y tuvo que empaquetar una parte de mí con
algo para comprimir la sangre. «Me has perdido cinco
gatitos, Pierre —dijo madame Diplomat enfadada—. De-
bería descontarlo de tu sueldo.» «Pero, madame —dijo
Pierre con la voz entrecortada—, tuve mucho cuidado,
la cogí por el cuello, debe de ser una criatura muy en-
fermiza, siempre tiene algo.» El señor veterinario estaba

129
rojo de ira. «Están arruinando a esta gata —gritó—
L o s g a t o s a d u l t o s n o d e b e n c o g e r s e n u n c a p o r la p i e l
del cuello, sólo los tontos tratarían así a animales caros,»
Ma d a m e D ip l om a t e s t a b a f u r i os a p or la p é r d i d a d e d i.
mer o q ue hab ía ca usa d o la muer t e d e mis ga tit os, p er o
estaba algo sorprendida. «Pero señor —dijo—, las nim
dres gatas llevan a sus gatitos por el cuello, ¿qué hay
de malo en ello?» «Sí, sí, madame —replicó el señor
v eterinario—, pero las gatas madres llevan así a sus
gatitos cuando no tienen más que días. Cuando no tienen
más que unos días son tan ligeros que no les causa ningún
daño. Los gatos adultos deberían cogerse siempr e de
mod o q ue e l p es o lo llev e e l p e cho y la s p at as tra s era s, Si
no se puede dañar internamente a un gato.»
Yo soy una v ieja gata tonta, pero tengo miedo de
que me coja alguien que no sea de mi familia. El jefe,
no dejará que me coja ningún desconocido, de todos

modos, así es que ¿por qué me preocupo? Él me coge


mejor que nadie y lo hace del modo correcto. Pone su
m ano izquier da debajo de m i pecho, entr e m is patas
delanteras donde se juntan con el cuerpo. Su mano
derecha soporta o bien la parte de delante de mis m úscu-
los o si no deja que apoye las patas traseras sobre su
mano d ere c ha. C ua nd o s e a gua nta a un gat o nerv ios o o
desconocido, deberían tener siempre la mano derecha
a g ua nt a d o la p a r t e d e d e la n t e d e l o s m u s lo s , e nt o n c e s
e l ga t o no p ue d e e s c a p a r s e o d a r p a t a d a s y e s la f or m a
m e n o s d o l o r o s a d e c o g e r a lo s g a t o s . H a y g e n t e q u e l e
ha dicho el jefe: « ¡Oh!, yo siempre los cojo por el
c ue l l o, c om o d i c e n a l g un o s l ib r o s s ob r e ga t os » . B u e n o,
no importa lo que digan «algunos libros sobre gatos»,
nosotros los gatos sabemos lo que preferimos, y ahora
u s t e d e s l o s a b e n t a m b i é n . A s í q u e , p o r f a v or , s i a m a a
los gatos, si no quiere hacernos daño o injuriarnos,
cójanlos como lo hemos descrito antes. ¿Cómo le gustaría

130
a usted que le cogieran? ¿Por su cuello? ¿O su pelo?
Nosotros lo odiamos.
Ni tampoco nos gusta que nos hablen pusy-pusy. Entendemos
cualquier lengua si la persona piensa lo que está diciendo. El habla de
bebé nos irrita y nos hace totalmente incooperativos. Tenemos cerebro y
sabemos cómo utilizarlo. Una de las cosas que nos sorprende de los
humanos es que estén tan seguros de que no somos más que «animales
mudos», tan seguros de que no hay otra vida y modo de sentir que la
humana, tan seguros de que no puede haber vida en otro mundo, ya
que los humanos creen firmemente que son lo más alto de la evolución.
Déjenme decir algo. No hablamos inglés, ni francés ni chino, por lo
menos no el sonido, pero entendemos estas lenguas. Conversamos a
través del pensamiento. También así lo hacían los humanos antes..., sí,
antes de que traicionaran al mundo de los animales y perdieran así el
poder de conversar por pensamiento. Nosotros no usamos la «razón»
(como tal) no tenemos lóbulos frontales. Sabemos por intuición. Las
respuestas nos llegan sin que nosotros tengamos que desenmarañar los
problemas. Los humanos utilizan un «número». Nosotros los gatos
cuando sabemos el número del gato a quien deseamos hablar,
podemos enviar nuestros mensajes a cientos de millas de distancia por
telepatía. Pocas veces los humanos pueden entender nuestros mensajes
telepáticos. Ma, algunas veces, el jefe, siempre. Bueno, como miss Ku
me ha recordado, esto está muy lejos de hablar de nuestro primer coche
de Canadá. Pero yo sigo diciendo todavía, con todo el respeto a miss Ku,
que es bueno dar la opinión de una gata sobre la mejor manera de coger
y de tratar a un gato.

A la mañana siguiente el cartero trajo cartas, montones de cartas.


El jefe miró los sobres y yo oí el papel al ser rasgado. Se oyó crujir al
sacar el jefe una carta

131
d e l s ob r e , l u e g o u n s i l e n c i o p or u n m om e n t o m ie n t r a s
la leía. «¡Oh! —dijo—, estos canadienses son salvajes
Aquí hay una carta del Ministerio de Sanidad diciéndome
q u e s i n o m e p r e s e n t o a p a r t ir d e a h or a p u e d e n depor.
tarme.» Ma cogió la carta y la leyó ella misma. «La
pr im er a v ez que te han escr ito, m e pr egunto por qué
e s c r i b e n d e e s t a m a n e r a » , d i j o e l la . « N o lo s é — r e p l i c ó
e l j e f e — . T o d o l o q ue s é e s q u e m e a r r e p i e nt o a m a r ga «
mente de haber venido a este espantoso país.» Siguió
le ye nd o la s car ta s. « Aq uí ha y una d e Ad ua na s, d ic ie nd o
que nue stras c osas, las e nv ia das por mar, han lle gad o y
a l g ui e n t ie n e q u e ir a a r r e g l a r l o. Es t o e s e n O ul l e t t e . »
«Yo iré», dijo Ma saliendo para prepararse.
Ma v olv ió justo a tiempo para la comida. «No sé
p or q u é e s t o s of ic ia le s c a na d i e ns e s s o n t a n d e s a gr a d a -
b l e s — d i j o a l e nt r a r — . I nt e n t a r o n p o ne r d if i c ul t a d e s a
causa d e la s máquinas d e e s cribir. Dice n q ue s i q uerías
u na m á q u ina d e e s c r ib ir t e n ía s q u e ha b e r la c o m p r a d o
en Canadá. Les dije que la compram os antes de ni si-
quiera pensar en venir a este país. Ya está todo arre-
gla d o a hor a, per o f ue m uy d e sa gra da b le. » Se s ent ó y c o-
m im os . « ¿ Q u ié n q u i e r e ir e n c o c he ?» , p r e g u nt ó e l j e f e .
«Yo», gritó m iss Ku corriendo hacia la puerta. «Yo m e
quedaré en casa y har é com pañía a Fifí», dijo Ma. El
jefe, miss Ku y Buttercup salier on fuera y oí cómo se
a b r ía l a p u e r t a d e l g a r a j e y e l c o c h e a l a r r a n c a r . « A h í
van, Feef —dijo Ma, haciendo correr su mano arriba y
abajo de mi espinazo—. Van a visitar Windsor,»
Hicimos cosas por la casa, ayudé a Ma a hacer las camas,
yo c orr ía arr iba y ab ajo d e la s sáb a na s y q ued aba n m uy
bie n planchada s. Tuv imos que atend er a v ended ores que
lla m a r on a la p ue r t a, e l p a na d e r o y e l le c he r o y a lg uie n
que vino a preguntar el nombre del propietario. Los
c oc he s c or r ía n f ue r a , n u nc a he p od id o c om p r e n d e r p or
qué la gente va y viene tanto.

132
Al cabo de una hora aproximadamente, el jefe volvió.
Buttercup llevaba en brazos a miss Ku para que sus pies
no se enfriaran en la nieve. El jefe cerró el garaje y
entró a tomar el té. «No es bonito como Dublín, Feef
—dijo miss Ku—. Windsor es una ciudad muy pequeña
y todos los hombres parecen fumar puros fuertes y dicen
weal 1 gu ess.' Bajamos por una calle y yo creí que había
grandes rascacielos. Cuando llegamos al final vi el río
y los grandes edificios estaban en Detroit.» «Un hombre
ha traído nuestras maletas de la Aduana», dijo Ma. Poco
a poco entramos las maletas. Maletas de ropa, cajas de
libros, un magnetófono y la gran máquina de escribir
eléctrica. Durante todo el resto de la tarde estuvimos
ocupados desempaquetando. Miss Ku y yo, por nuestra
parte, lo examinamos todo y escarbamos ropas y pa-
peles. El jefe abrió la gran caja que contenía la má-
quina de escribir. «Ganamos mucho tiempo —dijo él—
adaptando allí el motor al voltaje canadiense. Ahora
podemos empezar otro libro sin perder tiempo.» Se
agachó, cogió la máquina del suelo y la colocó sobre la
mesa. Después de insertar una hoja de papel y enchufar
el cable, se sentó a escribir. La máquina saltaba y se
movía. El jefe se iba enfadando más y más. Se levantó,
fue a la caja de la electricidad y leyó «115 voltios, 60
ciclos. Volvió a la máquina, le dio la vuelta y leyó,
«115 voltios, 50 ciclos». «Rab —llamó—, han puesto
un motor que no correspondía a esta máquina. No se
puede utilizar.» «Llamaremos a la casa donde la fabri-
can —dijo Ma—, tienen una delegación en Windsor.
Semanas más tarde vimos que a los de la fábrica no les
interesaba, ni nos la querían cambiar, ni v enderla. Final-
mente el jefe cambió la máquina por una portátil corrien-
te de una marca distinta y de otra empresa. Buttercup

1. Modo americanizado de decir «supongo». (N. de la T.)

133
utiliza esa máquina. El jefe utiliza la misma vieja Olympia
portátil en la que escribió, El tercer ojo, El médico de Lhasa,
e Historia de Rampa y ahora me escribe ni

libro.

Un d ía Ma y B ut t e r c up f ue r o n a W ind s or a c om p r a r
m us go p a r a m is s K u y p a ra m í. T a n pr ont o c om o v olv ie-
ron, m is s K u d ijo s om br íam e nte: « Hue lo a lgo ra r o, F e ef,
recuerda lo que te digo. Buttercup está fuera de sí. Huelo
a l g o r a r o» . A s i n t i ó c on la c a b e z a s a b ia m e nt e y s e a le j ó
murmurando bajo su aliento. «Sheelagh ha visto un
mono», dijo Ma. El jefe suspiró. «¿Supongo que habrá
visto monos antes?», dijo él. «Eh, Feef —me susurr ó
m i s s K u c o r r i e n d o h a c i a m í — . É s t a e s la r a z ó n p o r l a
q u e h ue l e d e e s e m od o t a n e xt r a ñ o, ha e s t a d o c e r c a d e
un mono. ¡Por todos los gatos! Una nunca sabe lo que
h a r á e s t a j o v e n. » « ¿ C óm o ? ¿ T e g u s t a r í a t e n e r u n m o n o
en casa?», Ma preguntó al jefe. « ¡Qué dices! —repli.
có---. ¿No vivimos ya con v osotras dos?» «No, en serio
— d ijo Ma — . She e la gh q ui e r e un m on o. » « B ut t e r c up , oh,
B u t t e r c u p , ¿q u é ha s h e c h o a h or a ?» , p r e g u nt ó m i s s K u .
«Feef —susurró--, al viejo le ha caído esto como una
patada. Un mono. ¿Qué querrá luego?»
El jef e e s ta ba s e nta d o e n una s illa, yo m e a cer q ué a
él y froté mi cabeza contra su pierna para demostrarle
que s im pa t iza ba c on é l. Me d e s ord e nó e l pe lo y se v olv ió
a Buttercup. «¿A qué v iene esto?», le preguntó. «Bueno
—dijo ella—, entramos para comprar el musgo y ahí
había ese m ono sentado tristemente en una jaula. ¡Es
monísimo!, le pedí al hombre que me lo dejara ver y
p a r e c e q ue t ie ne p a r á lis is d e e s t a r e nc e r r a d o d e ma s ia d o
t i e m p o . P e r o p r o n t o s e r e c up e r a r á s i l o t e n e m o s a q u í » ,
añadió con rapidez. «Bueno, no puedo pararte —dijo el
jefe—, si quieres un mono ve por él. Hacen mucha
porquería, sín embargo.» «Oh, ven a verlo», dijo But-
134
la m e n t e q ue s e nt í c r u j ir s us b ot o n e s , e l j e f e s e l e v a n t ó.
«Venga, vam os, pues —dijo—, o si no coger em os el trá-
f ic o d e la h or a p unt a . » B ut t e r c up c or r ía a lr e d e d or , d e e x-
c i t a c i ó n, f ue e s c a l e r a s a r r ib a y v o lv i ó a b a ja r c or r i e nd o.
Mis s K u s e r e ía p a r a s us a d e nt r os m ie nt r a s s a lía n. « T e n-
drías que ver la cara del jefe», dijo ella.
Esto es algo que me g u sta ría ver, el rostro del jefe.
Sé q ue e s c a lv o, ba r b ud o y gr a nd e , m is s K u m e d e s c r ib e
a la gente y lo hace bien, pero no hay nada que pueda
compararse con ver. Nosotras, las personas ciegas, ad-
quirimos un «sentido» por eso, hacemos como una es-
pecie d e ima gen me ntal del a spect o f ísico de una p ersona.
Podemos tocar el rostro de una persona, olerla, y decir
mucho por el tacto de las manos de ésta y por la voz.
Pero el color de una persona está más allá de nosotros.
D iv a ga m o s p or a h í, c o n n ue s t r a s m e nt e s m e d i o e n la
casa y el té que se preparaba y la otra media en el jefe y
Buttercup preguntándonos lo que traerían al v olv er. «Yo
he v iv ido días y días en una jaula de monos, miss Ku» ,
dije yo para conv ersar. «¿Qué? Bueno, deberían
haberte dejado allí, supongo», dijo miss Ku. «Monos,
¿quién quiere monos?», siguió en tono agraviado. Nos
sentamos y esperamos. Ma tenía el té preparado y se
s e nt ó ju nt o a no s ot r a s y p r o b a b le m e nt e p e n s ó e n m o no s
también. «Voy a subir a mirar por la ventana del
b a ñ o — d i j o m is s K u — , ya o s e nv ia r é u n c a b l e e n c ua n t o
vea algo», añadió m ientras se volvía y corría ágilm ente
por las escaleras. Un chico v ino a la puerta trayendo el
periódico de la tarde. Ma fue y lo recogió del buzón y
e nt r ó p a r a e c ha r u na o je a d a a los t it u la r e s . N i un s on id o
de miss Ku, instalada sobre la ventana del baño. Es-
peramos.
Capítulo VIII

Se abrió la p uerta. El jefe y B utterc up entraron. P or e l


modo d e andar, sabía que llev aban algo p esad o o v olu -
minoso. Miss Ku corrió a mi lado. «¡Uf! ¡Qué peste!»,
e xc la m ó. Y o a r r u g u é m i na r i z . Había u n o l or a c r e , u n
olor com o de conejo m ojado, malas cloacas o un viejo
Tom. «Bueno, gatas —dijo el jefe—, venid a decirle
hola al m ono.» Puso algo sobre el suelo y ante lo raro
de m is impresiones, sentí algo recorrer mi espinazo y
mi cola empezó a ponerse como una escoba.
«¡Cuidado, Feef! —me adv irtió miss Ku—. Tenemos
u n s i n g u l a r c o m p a ñ e r o a q u í. E s t á d e n t r o d e u n a g r a n
j a u l a d e l o r o. ¡ O h ! ¡ J o ! — e x c l a m ó e l l a d e s m a ya d a m e n .
te—. Ha echado un escupinazo.»
¿Crees que podemos sacarle esta cadena? —preguntó
Buttercup—. Estoy segura de que no pasaría nada sin
ella.» «Sí —dijo el jefe—, deja que le saquemos de la
j a u l a p r im e r o. » S e a c e r c ó a l a j a u l a y o í e l r u i d o c o m o
de una pequeña puerta al ser abierta. De repente, de
una maner a aplom ante em pezó la torm enta. Un r uido
q ue e r a e nt r e e l s onid o d e la s s ir e na s d e los b a r c os q ue
había oído en el puerto de Nueva York y el toque de
niebla en el faro de Bailey en Dublín. Miss Ku se echó
hacia atrás consternada. «¡Jolines! —exclam ó—. Ojalá
pudiera hacer un ruido tal y que no me pasara nada.
Re t íra te, F e ef, otr o e s c up ina z o.» Y o m e re t ir é v ar ios p ie s
a t r á s , s i n v olv e r m e d e e s p a l d a s a la c r ia t ur a , e n t on c e s
m e inc l iné a m is s K u y p r e g unt é : « ¿L a e s t á n m a t a nd o?» .
«¿Matando? Por Dios, no. La criatura está neurótica,
e m p e z ó t od o e s t e ja l e o i n c l u s o a nt e s d e q u e la t o c a r a n.
El jefe le está sacando una gran y ruidosa cadena para
que esa cosa esté más cómoda.»

136
«Pon algunos periódicos en el suelo —dijo el jefe—, a
ver si utilizam os la prensa para algo.» Oí el crujir de
p a p e l e s y e nt o n c e s la c r ia t u r a e m p e z ó a c h i l la r , s il b a r y
aullar otra vez. «Miss Ku —pregunté yo—, ¿cómo le
llamaremos a esa cosa?» «Yo voy a llamarle Mono-chi-
llón», replicó miss Ku. «¡Por todos! ¡Oh, oh! —aña-
dió—. Buttercup se ha salido realmente de sus casillas
ahora.» «Mira, Sheelagh —dijo el jefe—, si colgamos
la ja u la a q u í e nt r e la s d os ha b it a c i o ne s , p od r á v e r m á s ,
¿qué crees?» «Bueno, sí —r eplicó ella—, per o lo quiero
fuera de la jaula.» «Me parece a mí que necesita cuida -
dos —dijo el jefe—, buscaremos a un ve t para que le
mire.» «Feef —susurró miss Ku—, larguémonos. Va a
v enir un vet, ta l v ez pe sq ue nue str os oíd os. » P or s i a ca s o
nos retiram os al refugio debajo de la cama del jefe. Ma
volvió del teléfono. «El vet vendrá mañana —dijo—,
no quería v enir, pero, como le dije, era difícil llevarle
un mono. Vendrá hacia las once de la mañana.» «O.K.,
Feef —dijo miss Ku—. Salvadas por el gong, puedes
salir.» «Miss Ku —dije yo—, ¿qué aspecto tiene este
mono?» «¿Qué aspecto? ¡Oh!, como algo extraterrestre.
Una criatura feísima. La última vez que vi algo tan
horrible fue cuando Butter cup tuvo un bebé. Esto f ue
en Inglaterra, sabes. La cosa era un macho y tenía una
c a r a c om o e s t e m o n o o e l m o n o t i e ne u na c a r a c om o e s e
pequeño Tom. Arrugado, acartonado, desolado. Hacen
e xt r a ños s o nid os s in s e nt id o y s ie m p r e e s t á n b a b e a nd o. »
Miss Ku hizo una pausa reflexiva: «Ah, esos eran extra-
ñ os d ía s — d i j o— , B u t t e r c up t e n ía un m a r id o y e nt o nc e s
un día dijo: "Eh, voy a tener un bebé", y dicho y hecho
lo tuvo en aquel momento. Ahora tiene un mono. ¡Puf!»
« ¡ O d i o , odio! _ _ _ dijo M o n o c h i l l ó n — . Odio, odio,
odio todo. Vida en tienda mala. No quería ir. Eddie me
vendió rápidamente. ¡Odio!»
«Miss Ku —dije yo consternada—, ¿tú crees que

137
deberíamos hablar con Monochillón? No p od emos p e r -
mit ir t od o e st e od io a q uí, és t a e s una buena casa.» «iliuf 1
El tipo está nueces»,' replicó miss Ku, que a veces
hablaba de modo canadiense o americano. «¿Nueces?
¿Nueces? —dijo Monochillón—. ¡Cacahuetes! Yo buen
americano, no me gustan las otras. Gatas tontas, dejadme
en paz.»
El jefe vino y me tomó en sus brazos. «Feef —dijo
é s t e — , y o t e l le v a r é j u nt o a la ja ula y d i l e a l m o n o q u e
n o s e a e s t ú p id o. N o p ue d e s a l ir n i t o c a r t e , F e e f . » « Od io
t od o, od io t od o —grit ó Monoc hillón—. Marc ha os d e aq uí,
m a r c ha os d e aq uí. » Y o s e nt í un int e ns o d o lor a l v e r q ue
una cr iat ur a f ue se ta n t onta, e st uv iera ta n e q uiv oca da y
fuera tan cie ga esp irit ualme nte. «Monochillón —d ije yo—.
escúchame, queremos hacerte feliz, queremos que salgas de
esta ja ula y v e ngas a jugar c on nos otras, te c uidarem os.»
« Est úp id a v ie ja ga ta — gr it ó Monoc hillón, sa lid d e aq uí. »
El je fe m e ac ar ic ió la bar b illa y e l pe c ho. « Es igua l, F e ef
—dijo él—. Quizá le v olv erá un poco el sentido común,
si le dejamos ir un poco.» «O.K., jefe —repliqué yo—.
Miss Ku y yo le cuidaremos y te diremos si podemos
c om un ic a r nos c o n é l. C r e o q ue ha e s t a d o e n una t ie nd a
demasiado tiempo. Está neurótico. En fin, el tiemp o
dirá.» «Eh, jefe —llamó miss Ku—, le diré unas pala-
bras a Buttercup. Si lo pone en el suelo, fuera de la
jaula, tal vez se encontrará mejor.»
La jaula estaba suspendida de la arcada entre las dos
habitaciones. El jefe intentó sacar a Monochillón mientras
B ut t erc up a gua nta ba la ja ula para q ue no s e m ov ies e. E l
aire se desgarró, nos hizo pedazos por los gritos de
M o n oc h il l ó n q u e s e a ga r r a b a a la ja u la y gr i t a b a , g r it a b a y
gritaba. «¡Jo! —dijo miss Ku—, desde luego es un

1. Del inglés nuts (nueces), que en el lenguaje corriente tam-


bién significa «chalado». (N. de la T.)

138
mono neurótico.» «Odio, odio», chillaba Monochillón.
Finalmente se quedó fuera y sentado sobre el suelo. Oí
un ruido como de gotear y empecé a moverme hacia
adelante para inv estigar. «¡Cuidado! —dijo miss Ku—.
S i a d e l a n t a s t e n d r á s q u e s a lt a r e l m a r A m a r i l l o y s i n o
vigilas —rugió—, te cogerán las olas que se acercan.»
«¡Rab!» «¿Sí?», replicó Ma. «¿Por qué no abrigas a
las gatas y las llev amos a v er el agua? La pobre miss K u
se está muriendo de ganas.» Miss Ku y yo tenemos
c h a q u e t a s e s p e c ia l e s p a r a e l f r í o, e s t á n t e j i d a s e n l a n a
gruesa y tienen agujeros para meter los brazos y nos
abrigan mucho. Ahora, con éstas puestas y cada una
env uelta en una manta todav ía más caliente estábamos
pre par ada s par a sa lir f uera; e l jefe llev a ba a m is s K u, ya
que él y m iss Ku eran más aventur eros. Ma me llevaba
a mí. Abrimos la puerta al otro lado del porche para
tomar el sol y bajamos a la hierba cubierta de nieve.
Por el tiempo que andamos, estimé que el jardín era
del tamaño del largo de tres casas. Al final había un
ancho muro de piedra detrás del cual había el lago he-
lado. «Tened cuidado —nos dijo el jefe a Ma y a mí—,
es muy resbaladizo por aquí.» «¡Ohhh! —chilló miss
Ku—. El lago es grandioso.» «¡Oh, Feef! —exclamó
e lla v olv ié nd os e ha c ia m í— . Es t a n gr a nd e c om o un m a r ,
tan grande como el mar de Howth. Y está helado. Vea-
mos, ¿qué puedo explicarte? ¡Ah, sí! Ante mí está el
lago. A mi izquierda hay una isla y en la cima de ésta
hay una torr e donde hay hom br es v igilando que nadie
r ob e e l h i e l o. D e b e r ía n c om p r a r r e f r i g e r a d or e s , s a b e s , y
ha c er ne goc io. J ust o d ela nt e a lo le jos p ue d o v er Es ta d os
Unid os y a la d er ec ha el la go s e ha c e má s y má s gra nd e.»
«¿Qué tal te va, Feef? —preguntó el jefe—. ¿No tienes
frío?» Le dije que estaba muy bien y encantada del
cambio.
«Ku —dijo el jefe—, ¿eres una gran y valiente gata?»

139
«¿Yo? Claro que lo soy», replicó miss Ku. «Bueno,
agárrate bien —dijo el jefe—, tú y yo iremos sobre el
h ie l o y e n t on c e s p o d r á s c o n t á r s e l o a F e e f . » Mi s s K u d i o
chillidos de contento. Oí el ruido de pasos que subían
sobre madera helada y miss Ku gritó desde lejos: «Eh,
Feef, estoy sobre el hielo. Tiene mucho grueso de es-
pesor. Podría andar hasta los Estados Unidos, Feef».
Estábamos contentas de regresar a casa, sin embargo,
donde se estaba caliente y donde Buttercup estaba cui-
dando a Monochillón, lo que demostraba una gran fe.
Cuand o entramos s e lev antó rápidamente y puso al m ono
sobre el suelo: «Oh, qué asco, encima de mi vestido
limpio». Miss Ku se volvió a mí: «¡Ugh —murmuró—,
recuérdame no tener nunca... un mono, Feef!».
La tormenta rugió toda la noche. «La peor desde
hacía años», dijeron los sabios que traían el pan y la
leche. «Habrá más», dijeron. Nosotros también lo sa-
bíamos, ya q ue es cuchábam os el tiempo p or la radio. Las
cañerías en los sótanos estaban heladas, sólidas. «Una
pe na q ue la s ca ñer ía s d e Monoc hillón no s e hie len», d ijo
miss Ku sombríamente. El vet d e m o n o s h a b í a v e n id o y
p a r a n u e s t r a gr a n a l e g r ía s e h a b í a v u e l t o a i r . « N o h a y
cura —había dicho—. Pruebe a darle masajes en las
p i e r n a s , t a l v e z a y u d e p e r o l o d ud o, l e ha n d e j a d o d e m a -
siado tiempo.» Con un r ápido m ov im iento negativ o de
cabeza se fue. Nosotras salim os de debajo de la cam a
del jefe. Se oían golpes en el tejado de la casa de al
la d o. En a lgún la d o, una lata ib a r od a nd o s obr e la c arr e-
t e r a c u b i e r t a d e n i e v e , i m p u l s a d a p o r e l v ient o. Mono-
c hillón e st ab a s e ntad o e n m ed io d e l s ue lo. N os otr as e s -
táb am os se nta da s s obr e un s ofá. « ¡Ugggh!», d e c ía el
v ie nt o, d and o un pr of und o sop lid o. « ¡P on, R ap N, d ijo
nue stra d ob le v e nt a na a l e ntr ar e n la ha b it ac ión tra ye nd o
la t or me nta c ons igo. B ut terc up e ntr ó e n la ha b it a ción,
re c ogió a Monoc hillón y v oló a una hab ita c ión d is ta nt e

140
con él. Miss Ku y yo corrimos debajo de la cama del
jefe a esperar acontecimientos. El jefe cogió herramien-
tas, clav os y m ater iales y salió fuer a a la tor m enta an-
sios o p or hacer a lgo ant es d e que v olara algo o se derrum -
bara n la s pa re d es. B utt er c up ba jó las e sc a ler as ha c ie nd o
r uid o c on s us t a c on e s , v e s t id a c on u na ga b a r d ina y c ua l-
quier cosa que la protegiera del viento y la nieve. «¡Rep-
t i l e s , g u s a n o s ! — m ur m u r ó m i s s K u — . N o s o t r a s , p o b r e s
gatas, volarem os a través del cielo hasta Am érica si no
se dan prisa.» La casa temblaba ante la furia del tem-
p or a l. El je f e y B ut t e r c up lu c ha b a n c o n s á b a na s d e p lá s -
tico y pedazos de madera. Luchaban y casi volaron
c ua n d o e l v ie nt o s e m e t ió d e b a j o d e la s s á b a n a s d e p l á s -
tico. Ma agarraba con toda su fuerza las cortinas para
que la nieve no llenara toda la habitación. Arriba Mono-
c h i l ló n gr it a b a c om o l oc o. A l r e d e d or d e l a c a s a e l v i e nt o
ha c ía lo m is m o. F i na lm e nt e e l je f e y B ut t e r c up e nt r a r on,
después de haber r em endado un poco la ventana r ota.
«Llama al propietar io —dijo el jefe—, dile que lo hem os
r e p a r a d o t e m p or a lm e n t e p e r o q u e s i n o l o a r r e gla n b ie n
caerá todo el tejado.» «El jefe tiene muy mal aspecto
—dijo miss Ku—, es su corazón, ¿sabes?»
El inv ierno parecía interminable. Miss Ku y yo pen-
sábamos q ue Canadá estaba en algún lugar cerca de l P olo
N or t e . D ía t r a s d ía e r a l o m i s m o, t i e m p o a b ur r id o, n ie v e y
temperaturas heladas. Miss Ku iba mucho en coche,
yendo a comprar y diciéndole al jefe dónde ir. Gritaba a
l o s c o n d u c t o r e s q u e i b a n d e t r á s q u e n o f u e r a n p i s á n d ole
la c ola y r epr e ndié nd ole s p or s us ma la s c os t um br es . U n
día el jefe y Buttercup le pidieron que fuera a Detroit
con ellos. Se fueron dejándonos a Ma y a mí haciendo
las tareas de la casa. Monochillón estaba en su ja ula .
C u a n d o v o l v i e r o n , m i s s K u e n t r ó c o n u n g r a n a ir e d e
s up e r i or id a d y s u c o la ha c ia a r r i b a . « P ue d e s s e n t a r t e
junto a mí, Feef —dijo ella condescendientemen-

141
te —, y t e c ontar é c osa s de Detr oit. De b es e nsa nc har t us
hor iz ont e s , d e t od os m od os . » « Sí, m is s K u» , r e p liq ué yo,
conte nta de que se tomara tanto interé s por mí. Me mov í
hacia donde estaba ella golpeando impaciente el suelo con
su cola y me se nté. Ella se instaló cóm odame nte y se iba
peinando los bigotes perezosamente mientras hablaba.
«Bueno, todo fue como sigue —empezó—: dejamos
este agujero y fuimos hacia donde el viejo Hiram hace
su whisky. Esto está cerca del lugar donde el jefe fue a
hacerse mirar los pulmones. Giramos a la izquierda,
p a s a m os p or e nc im a d e la s v ía s d e l t r e n y n os d ir ig im os a
Wyandotte. Seguimos la marcha hasta que yo creí que
h a b í a m o s i d o l o s u f i c i e n t e l e j o s c o m o p a r a h a b e r v ue lt o
a Ir la nda, e nt onc e s e l jef e gir ó a la d er ec ha y otra v e z a la
iz q uie r d a . Un t ip o q ue ib a d e unif or m e no s hiz o u n a s e ñ a l
con la mano y logramos meternos debajo del suelo. N o
t u v e n a d a d e m i e d o , n o c r e a s , p e r o r o d a m o s p or un
t ú n e l t e n ue m e nt e i l um i na d o. E l j e f e m e d ij o q u e í b a m o s
p o r d e b a j o d e l r í o d e D e t r o i t . Y o p o d í a c r e e r l o b ie n, e s t o
e s l o q u e s e nt ía , é s t a e r a la r a z ó n p or la q u e s e nt ía
e s c a lof r íos a r r ib a y a b a jo del e s p ina z o. Se g uim os
c ond uc ie nd o y sa lim os arr ib a y giram os d ond e hab ía una
s e ñ a l q u e d e c í a « R e s b a la d i z o c u a n d o e s t á m o j a d o » y e n-
tonces pagam os algo de diner o. Unos cuatr o pies más
allá, un hombre metió su fea cabeza por la ventanilla y
dijo: «¿Dónde vais, buena gente?». El jefe se lo dijo y
B u t t e r c u p c om o d e c os t um b r e d i o la n o t a y e l h om b r e
dijo: «O.K.», y seguimos nuestro camino.
«Debió de ser maravilloso, miss Ku —dije yo—.
Me gustaría muchísimo poder ver tantas marav illas.»
«Uf —dijo miss Ku—, todavía no has visto nada. Te
enterarás de todo. Nos dirigimos a una gran calle con
edificios tan alt os q ue esp eraba ver ángeles sentados
e n c i m a , e n c im a d e l e d if i c i o , c l a r o , l o s á n g e l e s t e n d r í a n
que estar sentados sobre sus traseros. Los coches corrían

142
com o si hicier an carr eras, com o si los conductor es se
hub ier a n v ue lt o loc os, p er o, c lar o e stá , er a n am er ica nos.
Se g u im os c o nd u c ie nd o un p o c o y e n t on c e s v i e n e l a gu a
dos barcos amarrados con sus abrigos de inv ierno para
q ue no le s e nt r a r a la nie v e. El je f e d i jo q ue le s s a c a r ía n
las cubiertas de lona y llevarían a muchos am ericanos a
cua lquier lad o y los v olv ería n. «Para es o pa garán m u cho
d i n e r o. » Y o a s e n t í, s a b i e n d o a l g o d e e s t a s c o s a s , ya q u e
ha b ía estado en un barco en Ma r s e ll a , le j os , en la s
orillas del cálido Mediterráneo. Sonreí pensando que
ahora estaba sentada vigilando a un mono loco en el
helado Canadá. «No interrumpas, Feef», dijo miss Ku.
«P er o s i no he d ic ho una s ola pa la bra, m is s K u», r e p liq ué
yo. «No, per o estabas pensando en otras cosas. Quier o
t u a b s ol u t a a t e n c i ó n s i q u ie r e s q u e c o nt i nú e . » « Sí, m i s s
K u, s oy t od a a t e nc i ón» , r e p li q ué y o. S us p ir ó y c ont in uó:
«Entramos en unas soberbias tiendas. Buttercup tenía
la m a ní a d e l o s z a p a t os . M ie nt r a s m ir a b a l os z a p a t o s y o
me eché de espaldas para poder observar un edificio
más que grande. El jefe me dijo que ese edificio en
particular se llamaba "Poster escocés", o algo así, pero
no me enteré de por qué iban a colgarlo. Bueno, final-
mente Buttercup decidió que ya había v isto bastantes
zapatos, así que pudieron atender a la pobre Ku otra
vez. íbamos por una carretera horrible, tan destarta-
lada que creí que se me caerían los dientes y el jefe
dijo que estábamos en Porter. Primero pensé que era
el oporto que se bebe (no yo, claro) y luego pensé que
sería un hombre que cargaba cosas. Finalmente vi que
e r a l a c a l l e P or t e r . G i r a m o s y n o s d i m o s c o n t r a u n a t a l
p r o t ub e r a n c ia e n la c a r r e t e r a q ue c r e í q u e s a lt a r ía n la s
ruedas. El jefe le dio dinero a otro tipo de uniforme y
pa sam os una hiler a d e p eq ue ña s c as ita s d e sd e d ond e c on -
trolaban el tráfico. Al levantar la mirada vi una estruc-
tura como un Meccano gigante y que llevaba una eti-

143
queta "Puente Em bajador ". Seguim os adelante y ¡oh!,
la vista. Al ir a Detroit habíamos ido por debajo del
río con los traser os de los barcos encima de nosotros.
A h o r a a l v o lv e r a C a n a d á í b a m o s t a n a l t o s q u e u n a m e -
r i c a n o d i r ía q u e e s t á b a m o s i n t o x i c a d o s . P a r a m o s e n e l
puente para mirar la vista. Detroit se extendía ante
nos ot r os c om o uno d e los m ode los q ue ha bía v ist o ha c er
al jefe. Trenes ferries llev aban vagones a través del agua.
Un f ue r a b or d a s e a c e r c ó c or r ie nd o y los gr a nd e s b a r c o s
del la go pare cían juguet es e n una bañera. Sop ló el v ie nto y
el puente tem bló un poco. Yo tam bién. "Vám onos de
aquí, jefe", dije yo y él dijo que bueno y seguimos
hasta el final del puente. "¿Qué llevan, buena gente?",
preguntó un hombre echándome una mirada terrible.
"Nada", dijo el jefe. Así es que seguimos conduciendo
hasta Windsor y aquí estamos.»
«¡Caramba! —suspiré yo—. ¡Qué aventura!» Pero
no era nada comparado con la av entura que tendría pocos
días después.
El jefe tiene muchas manías con los coches. Las cosas
tienen que estar bien y si el jefe piensa que un coche
no e s c om o d e b e r ía s e r , ha c e q ue lo a r r e gle n inm e d ia t a .
m e nt e . T r e s o c ua t r o d ía s d es p ué s d e q ue m is s K u f ue r a
de viaje a Detroit, el jefe vino y dijo: «No estoy satis-
fecho con la dirección del coche. Parece que va algo
dura». Ma dijo: «Llévalo a este garaje que hay en la
carretera, será más rápido que ir hasta Windsor». El
jefe se fue. Poco después creí oír el sonido de una
s ir e na d e P o li c ía , p e r o d e s e c hé la id e a . Me d ia h or a m á s
tarde paró un coche delante de casa, se oyó el golpe de
una puerta y el jefe entró en la casa mientras el coche
se iba. «¿Ya está?», preguntó Ma. «No —dijo el jefe—.
Volví en taxi. Nuestro coche no estará hasta la tarde,
nec esita nuev os p unt os d e dirección p ero irá bie n c uand o
los cambien.» «¿Qué ha pasado?», preguntó Ma que

144
conoce bien la expresión del jefe. «Yo iba a veinticinco
millas por hora por la carretera —replicó el jefe— cuan-
do una s irena de P olic ía emp ezó a s onar detrás de mí. Un
c oc he d e la P o l ic ía p a s ó r á p i d a m e nt e p or m i la d o y p a r ó
justo delante de mí. Yo paré, claro, y un policía salió de su
coche y se acercó bamboleándose hacia mí. Yo me pre-
guntaba qué habría hecho mal, yo iba a veinticinco mi-
llas o sea más bajo del límite. "¿Es usted Lobsang
Rampa?", preguntó el policía. "Sí", repliqué. "He leído
uno de sus libros", dijo el hombre. En fin, no quería
más que hablar y me dijo que los de la Prensa estaban
intentando encontrarnos.» «Es una lástima que no ten-
gan nada mejor que hacer —dijo Ma—. No queremos
nada con la Prensa, ya han dicho demasiadas mentiras
sobre nosotros.»
«¿Qué hora es?», preguntó el jefe. «Las tres y me-
dia», replicó Ma. «Creo que iré a ver si el coche está
arreglado. Si está, volveré a recogerte a ti y a miss Ku
y saldremos a probarlo.» Ma dijo: «¿Los llamo por
teléfono? Si está pueden traerlo, tú puedes llevar el
mecánico al garaje y entonces venir a buscarnos». «Voy
a l l a m a r a h o r a » , d i j o M a c or r i e n d o a l p i e d e l a e s c a l e r a
donde teníamos el teléfono. Miss Ku dijo: «¡Oh!, estu-
pendo, v oy a salir , Feef, ¿quier es algo?». «No, gracias,
miss Ku —repliqué yo—, espero que tengas un buen
viaje». Ma volvió corriendo: «El mecánico ya viene para
a q u í» . E l j e f e n o l l e v a b a u n a b r i g o gr ue s o, c o m o e l r e s t o
de la gente, llevaba sólo algo liger o, lo justo para que
no le entrara la nieve. A menudo me hacía sonreír ver
a l j e f e s a l ir c o n s ó l o p a nt a l o ne s y c ha q u e t a c ua n d o t od o
el mundo iba vendado con todo lo que podía ir me-
tiéndose.
«El coche está en la puerta», gritó Buttercup desde
arriba donde estaba entreteniendo a M onoch illón. «Gra-
cias», dijo el jefe saliendo hacia donde estaba esperando

145
e l m e c á nic o s e nt a d o e n e l Monarca v e r d e . « V e nga , m is s
Ku —dijo Ma—, tenemos que arreglarnos, no tardará
más que unos pocos minutos.» Miss Ku la siguió dando
pequeños saltitos para que Ma la ayudara a ponerse su
abrigo, el de lana azul con el ribete rojo y blanco. El
coche tenía calefacción, per o el camino hasta el coche
no. «Pensaré en ti, aguafiestas —me dijo miss Ku—,
m ie nt r a s r ue d o p or la a ut op is t a , t ú e s t a r á s e s c uc ha nd o
los chillidos de Monochillón.» «Ya ha llegado», dijo
Ma. «Adiós, miss Ku —grité—, cuídate.» Las puertas
se cerraron, el coche arrancó y yo me senté a esperar. Era
t e r r i b l e e s t a r s o l a ; y o d e p e nd í a c o m p l e t a m e n t e d e l j e f e y
de miss Ku, eran mis ojos y a menudo mis oídos. Al
ha c e r s e una v ie ja , p a r t ic ula r m e nt e d e s p u é s d e una v id a
d ur a , e l o íd o s e v ue lv e m e n o s a g u d o. M i s s K u e r a j ov e n y
ha b ía e s t a d o s i e m p r e b ie n a l im e nt a d a . Er a v i t a l, s a lu -
dable, alerta y tenía un intelecto brillante. Yo, bueno,
yo no era más que una v ieja gata que había tenido de-
masiados gatitos, demasiadas durezas.
«Tardan mucho, Feef», dijo Buttercup bajando las
e sc aler as de s p ués de ha b er c alm ad o a Monoc hillón. « De s-
de luego», repliqué yo antes de recordar que no com-
p r e nd ía e l lengua j e ga t uno. F ue ha s t a la v e nt a na y m ir ó
ha c ia f uera y e nt onc e s emp e z ó a pr e parar c om ida. P or ' o
que recuerdo era algo que tenía que ver con fruta y
verdura, ya que Buttercup adoraba la fruta. Personal-
mente no puedo soportar la fruta aparte de hierba v ulgar.
A miss Ku le gustaba una uva de vez en cuando, las
bla nc as , le gus ta ba n p e lad as y e nt onc e s s e se nta ba y la s
c hup a b a . C ur ios a m e nt e t a m b ié n le gus t a b a n (a m is s K u )
la s c a s t a ña s a s a d a s . Y o u na v e z c o n oc í u n ga t o e n F r a n-
cia que comía ciruelas y dátiles.
Buttercup encendió las luces. «Se está haciendo tarde,
Feef, me pregunto qué hacen», dijo. Fuera, el tráfico
rugía en la carretera al volver la gente de Windsor a casa

146
después de un día en la tienda o fábrica u oficina.
Ot r o s c oc he s c or r ía n e n d ir e c c i ó n op u e s t a c on g e nt e d e
v id a p l a c e n t e r a q ue ib a n ( l u e g o e s t a r ía n a r r u i na d o s ) e n
busca de placeres al otr o lado del río. Coches, coches,
coches por todos lados, pero no el que quería ver yo.
Mucho después de que el último pájaro en v olar a
c a s a h ub i e r a e xp u l s a d o l a n ie v e d e s u r a m a p a r a p a s a r
la noche y hubiera escondido su cabeza debajo del ala
para dormir, se oyó finalmente el golpe de una puerta
d e c o c h e . En t r a r on e l je f e , Ma y m is s K u. « ¿ Q ué p a s ó ?» ,
preguntó Buttercup. «¿Qué pasó?», repetí yo. Míss Ku
v ino ha c ia m í y m e d ij o c on la r e s p ir a c ión e nt r e c or t a d a :
«Ven debajo de la cama, Feef, tengo que contártelo».
Juntas dim os la vuelta y nos dirigim os a la habitación
del jefe y debajo de la cama, donde teníamos nuestras
c onf id e nc ia s. Mis s K u se inst aló bie n y cr uz ó los bra z os.
Se oían murmullos provenientes de la otra habitación.
«Bueno, Feef, fue así —dijo miss Ku—. Entramos
en el coche y yo le dije al jefe: "Vamos a exprimir esto,
v e r e m os c óm o v a " . F u im os a la c a r r e t e r a y a t r a v e s a m o s
Tecumseh, éste es el lugar del que ya te conté antes donde
casi todo el m undo habla francés y luego nos m etim os
e n u na d e e s t a s s u p e r a u t o p i s t a s , d o n d e p o n e s e l p ie e n
el pedal del acelerador y te olvidas de todo.» Miss Ku
hizo una pausa por un m om ento para ver si su cuento
hacía e l nece sario efect o. Satisfecha de q ue la esc uc haba,
c o n t i n u ó : « S e g u i m o s c a r a c o le a n d o d u r a n t e u n t i e m p o y
e n t on c e s d ij e : " V e n ga , j e f e , a p r i e t a b ie n e l v i e j o a c e l e r a -
dor". Lo apretó un poco, pero yo vi que no íbamos a
más d e s e s e nta, lo c ua l es m uy le ga l. Ap re tam os un p oc o
más tal v ez sesenta y cinco y entonces se oyó un cling
m e t á lic o y una lluv ia d e c his p a s (c om o s i f ue r a la noc he
de Guy Fawkes) ' se disparó debajo de nosotros y por

1. Fecha en que se tiran petardos en conmemoración de un


Intento de volar el Parlamento en 1605. (N. de la T.)

147
tod os lad os. Y o miré a l jefe y giré la m irada rá pidamente.
El v olante estaba suelto en sus manos.» Volv ió a hacer
una p a us a p a r a c ont r ola r e l s us p e n s e y c ua nd o ob s e r v ó
que me latía bastante el corazón, resumió.
«Allí estábamos, en la larga autopista yendo a se-
s e nt a y c inc o y a lg o m á s . N o t e nía m os v ola nt e , los hilo s
de la d ir e c c ión hab ía n ca íd o. P or s uer te no ha b ía m ucho
tráfico. El jefe de algún modo consiguió dominar el
c oc he y s e d e s l iz ó ha s t a p a r a r c on u na r u e d a d e la n t e r a
c olga nd o e n la c unet a. El air e ap e st aba a goma q uem ad a
ya que había tenido que frenar mucho para que no
cayéramos a la cuneta. El jefe salió, giró las ruedas delan-
teras manualmente y luego v olv ió y utilizó la marcha
a t r á s p a r a v o lv e r a la c a r r e t e r a . M a s a l i ó y s e f ue a u n
lugar donde había un teléfono y llamó al garaje para
q ue v inie r a n a b us c a r nos . En t onc e s no s s e nt a m os t od o s
en el coche mientras esperábamos a que viniera la grúa.»
A m í m e m a r a v i lla b a q ue m i s s K u n o d i e r a n i ng u na
s e ña l d e ne r v ios , e s t a b a c a lm a d a y r e c ogid a . Y o a p e na s
podía esperar a que continuara. «Pero, miss Ku —le
d ije — , a c a b a b a n d e a rr e gla r e l v ola nt e , é s a er a la ra z ón
p or la q ue e l c o c he e s t a b a e n e l ga r a je . » « Sí, s í —r e p li c ó
miss Ku—, todas las cosas de la dirección que habían
cambiado cayeron porque se olvidaron de poner los tor-
nillos o algo par ecido. Bueno, com o iba diciendo, una
gran camioneta c on una grúa detrás v ino des de muy lejos
a r e c o ge r n o s . E l h om b r e s a li ó e h iz o u n os r u id o s c o m o ,
uf, uf, ¿y t o d a v ía e s t á n v iv o s ? E nt r e t od o s m ov im os e l
coche para que la camioneta pudiera estar delante. Yo
estaba sentada en el asiento delantero y gritaba por
encima del ruido diciéndole a todo el mundo lo que
ten í a q u e h a c e r . O h , F e ef , f u e r ea l m e n t e algo —
e x c l a mó—, todavía no te he contado ni la mitad.
B u e n o , l o s t r e s n os m e t im o s e n la p a r t e d e la nt e r a d e l
Monarca y la grúa levantó las ruedas delanteras. Yo pensé en el
aspecto
148
p oc o d igno q ue d eb íam os de pre s e nt ar y e nt onc e s la gr úa
e m p e z ó a m ov e r s e c a m i n o d e c a s a c o n n o s o t r o s m e c i é n -
donos y saltando detrás. Hicimos millas y yo diré siem-
pre q ue la ra p id e z d e la gr úa romp ió nue str a tr a ns mis ión
automática.» Dio un triste resoplido y dijo: «No eres
ningún ingeniero, Feef, si lo fueras sabrías que es muy
malo arra s trar un c oc he c on tra nsm isión a ut omá t ic a. Un
arrastre demasiado rápido puede romperlo todo y esto
fue lo que ocurrió. Pero, bueno, no voy a darte una
conferencia técnica, de todos modos sería demasiado
para ti, Feef».
«Miss Ku —pregunté—, ¿qué pasó entonces?»
«¿Qué pasó entonces? ¡Ah, sí!, pasam os dando tum bos
sobre la v ía del tren en Tecumseh y pronto estuv imos
en el garaje. El jefe estaba e nfadado p orque hab ía pagad o
para que le cambiaran las piezas, pero el hombre del
garaje no admitía culpa diciendo que era una "fuerza
mayor", lo que quiera que esto signifique. Nos condujo
a c a s a e n s u p r op io c oc he s i n e m b a r go, yo le d ije q ue no
p od ía c a r ga r c on e l je f e t od o e l c a m ino. Y a q uí e s t a m os . »
Y o o ía e l e nt r e c h o c a r d e p la t o s y p e n s é q u e ya e r a h or a
de ir pensando en nuestra comida; yo no había comido
na d a m i e nt r a s e s p e r a b a p r e o c u p a d a . P r im e r o t e n ía u na
pregunta: «Miss Ku, ¿no estabas asustada?», pregun-

té. «¿Asustada? ¿ A su sta d a? Por todos los gatos, no.


Sabía que si alguien podía sacarnos del atolladero,
éste era el jefe y yo estaba allí para aconsejarle. Ma
e s t uv o m uy c a lm a d a , n o t uv i m o s p r o b le m a s c o n e lla . Y o
creí que tal vez le cogería pánico y podría arañar, per o
lo tomó todo como si nada. Ahora voy por comida.»
Nos levantamos de nuestros asientos de debajo de
la c a m a y n os d ir igim o s a la c oc ina d ond e la c e na e s t a b a
preparada. «El v iejo aguanta hasta el final —dijo miss
Ku—. ¿Me pregunto qué le ha dado ahora?» Subi-
mos corriendo arriba con nuestra cena para poder entrar

149
y e s c u c ha r s i n p e r d e r d e m a s ia d a c om id a ni d e m a s ia d o s
conocimientos. «Corre, Feef —me urgió miss Ku—,
p o d e m o s la v a r n os m ie n t r a s e s c uc ha m o s . » N os d ir i gi m o s
a la salita y nos sentamos para lav arnos después de nues-
tra cena y coger todas las noticias. «Estoy cansado de
este coche —gruñó el jefe—, deberíamos cambiarlo por
otro mejor.» Ma hacía ruido, aclarándose la garganta y
todo eso, lo que indicaba duda. «Abajo con Ma —su-
surró miss Ku—, está contando el dinero.» «¿Por qué
no esperar? —preguntó Ma—. Todavía tenemos que re-
cibir es os dere chos de aut or, llegarán uno de e stos d ías.»
«¿Esperar? —preguntó el jefe—. Si cambiamos el coche
a h or a t od a v ía t e ne m o s a l g o c on q ué ha c e r e l c a m b i o. S i
e s p e r a m o s ha s t a q ue p od a m o s , e l v i e j o Monarca estará
he c h o p e d a z os y no v a ld r á na d a . N o, s i e s p e r am os ha s t a
que podamos, no lo haremos nunca.» «Monochillón se
ha comportado muy mal —dijo Buttercup cambiando el
tema—. No sé qué hacer con él.» Miss Ku se lo dijo y
f ue u na s ue r t e q ue B u t t e r c u p n o e nt e n d i e r a e l l e ng ua j e
gatuno. El jefe sí, y aplaudió dándole una traducción
educada y altamente censurada a Buttercup.
Esa noc he a l a c ost arm e para dor m ir p ens é e n lo p e li-
grosos que eran los coches. Pagar m ucho para que los
pus ieran a punt o y lue go la s piezas caía n y c ostaba n más
dinero. Me parecía fantástico que la gente quisiera ir
haciend o carreras por el cam po en una lata s obre r uedas.
Peligroso en extremo, diría yo, y preferiría quedarme
e n c a s a y no s a lir má s . Y a hab ía v ia ja d o d e ma s ia d o, p e n-
sé, y ¿adónde me había llevado? Entonces me desperté
de golpe. Me había llevado a Irlanda y si no hubiera
ido a ese país, no hubiera podido conocer al jefe, Ma,
Buttercup y miss Ku. Ahora completamente despierta,
me deslicé a la cocina para tomar una ligera colación
para p as ar las hora s d e la noc he . Allí e nc ontr é a mis s K u
que no había podido dormir pensando en los peligrosos

150
m o m e n t o s d e l d ía . M o n o c h i l l ó n c h a r l a b a ir r i t a d a m e n t e y
como siempre ocurría con Monochillón oí como un
gotear de agua. Miss Ku me dio un codazo y murmuró:
« M e j ue g o l o q u e q u i e r a s q u e e l r í o d e De t r oi t e s m uc h o
m á s p r o f u n d o d e s d e q u e e s a c o s a h a v e n i d o a v iv i r c o n
nosotros. Buttercup debe de haber perdido la cabeza
para querer a una criatura tal». «Odio, odio», gritó
Monochillón al aire nocturno. «Buenas noches, Feef»,
dijo miss Ku. «Buenas noches, miss Ku», repliqué yo. A
la m a ña na s i g u ie n t e e l je f e f u e a l g a r a j e p a r a v e r q u é s e
p o d í a h a c e r c o n e l c o c h e . S e p a s ó f u e r a c a s i t o d a la
m añana y cuando v olv ió conducía el Mo n a r ca . El jefe
s i e m p r e t i e n e u n a c o n f e r e n c i a f a m i l i a r c u a n d o ha y q ue
d e c id ir a lgo im p or t a nt e . Es t o e s una c os t um b r e or ie nt a l a
la q ue nos ot r a s , la s ga t a s , nos s u s c r ib im os . M is s K u y y o
s i e m p r e d i s c u t í a m os la s c o s a s a nt e s d e q ue n i ng u na d e
nosotras hiciera algo importante. En la conferencia
f a m ilia r e l je f e y y o n os s e nt a m os junt os y Ma y m is s K u
se se ntaron juntas. B utterc up se s ent ó s ola, ya que Mono -
chillón no tenía ningún inte lect o y s implem ent e chillaba:
«¡Odio, odio. Quiero irme. No quería venir». «Primero
—dijo el jefe—, tendremos que irnos de esta casa. Me
he enterado por la gente del garaje que al otr o lado de
l a c a r r e t e r a v a n a t ir a r t o d a s l a s b a s u r a s d e la c i u d a d ,
v an a llenar e l agujer o c on ba s ura s. Es t o tra er á m illone s
de moscas en verano. Luego esta carretera es casi intransi-
t a b le e n v e r a n o p or la c a n t i d a d d e e xc ur s io n i s t a s a m e r i-
c a n o s . As í q u e n os ir e m os . » Se d e t uv o y m ir ó a lr e d e d or .
«Luego —continuó— han arreglado bien el volante del
c oc he , p e r o p r ont o t e nd r e m os q ue v olv e r a ga s t a r d ine r o
con él. Yo propongo ir a Windsor y cambiarlo por otr o.
La tercera cosa es qué vamos a hacer con Monochillón.
Se v a p o ni e nd o p e or y, c om o d i c e e l vet, n e c e s it a r á m á s y
más atención. ¿Se lo devolvemos a ese howbre? Lo
sabe todo sobre monos.» Durante bastante rato nos que-

151
damos quiet os disc utiend o c osas, coches, casas y monos
Miss K u t om aba nota d e t od o, te nía una cab e za m uy b ue na
para los negocios y siempre podía arreglar los de la otra
gente. «Creo que deberíamos ir a Windsor esta mañana —
dijo Ma—. Si lo tienes metido en la cabeza es mejor
hacerlo. Quiero mirar una casa también.» «¡Caramba!
dijo miss Ku—, acción finalmente; de seguro que hay
t r a b a jo p a ra ra t o e s t a m a ñana . » « B ue no, She e la g h, ¿q ué
hacemos con Monochillón», le preguntó el jefe a Butter-
c up . « L o c o g im os p a r a v e r s i p o d ía m os c ur a r l o — r e p li c ó
ella— y com o es obv io que no m ejora y que encuentra a
f a l t a r a l o s o t r o s a n i m a l e s , c r e o q u e d e b e r ía v o l v e r . »
«Bien —contestó el jefe—, veremos lo que puede ha-
cerse. Vamos a tener una semana muy ajetreada.» Miss
Ku interrumpió para decir lo absurdo que era vivir en el
campo lejos de Windsor. «Yo quier o ver las tiendas, ver
la vid a » , dijo ella. «¡Encontraremos un lugar en el
m ism o Windsor esta v ez!», dijo el jefe. Ma se lev antó.
« N o e nc ont r a r e m os na d a s i no s q ue d a m os a q uí s e nt a d os —
d ijo e lla — , v oy a a r r eglar me. » Sa lió cor r iend o y el jefe
fue fuera a insultar al Monarca que no nos había
servido bien. Antes de que Ma estuviera arreglada y se
dirigiera al coche, el jefe volvió. «Ese hombre de la
carretera —dijo él— pasaba por ahí y me vio en el
garaje. Ha parado para decirme que han estado inves-
tigando por ahí, intentando saber dónde vivimos.» La
familia ha t e nid o p la ga s de la ge nt e de la Pr e n sa, v e nían
d e d is t int a s p a r t e s d e l m und o, t od os p id ie nd o una e nt r e -
v is t a e xc lu s iv a . T a m b ié n lle g a b a n c a r t a s d e t od a s p a r t e s
del mundo y a pesar de que ni uno entre mil incluía
s e l l o d e v ue l t a , e l j e f e la s c o nt e s t a b a t o d a s . S e e s t á v ol -
viendo más sensato, sin embargo, y ya no responde a
todas la s ca rta s. Mis s K u y yo t uv im os q ue ha b lar le m uy
d ur a m e nt e a nt e s d e q u e hi c i e r a una f r ía d is c r im ina c ión.
Esto es algo muy suyo, se le puede persuadir si ve la

152
sensatez de una cosa. Miss Ku y yo a menudo tenemos
que e sc arba r a lgún he c ho p a ra p oder c onv e nc er le d e q ue
el sentido común es mucho más seguro que la emo-
ción.
El jefe llamó a B utterc up por las e scaleras: «Sheela gh,
hay una multitud de idiotas de la Prensa por ahí. Su-
giero que no contestes a la puerta y asegúrate de que está
c e r r a d a c o n l la v e » . É l y Ma s a l i e r on, d e já n d on o s a m i s s
Ku y a mí protegiendo a Buttercup de la Prensa. Oí
arrancar el coche y los ruidos del jefe al hacer marcha
atrás y girar. «Bueno, vieja gata —dijo miss Ku jovial-
m ente—, pr onto ir é en otr o coche m ejor. Deber ías pr o-
bar a ir más en coche, Feef, te ensancharía la mente.»
« C ui d a d o, ga t a s — d i j o B u t t e r c u p b a ja n d o la e s c a l e r a — ,
quiero fregar este suelo.» Miss Ku y yo salimos y nos
sentamos sobre la cama del jefe. Miss Ku miró hacia
f ue r a d e la v e nt a na y m e c ont ó la e s c e na . « El hie l o e n e l
lago se está rompiendo, Feef —me dijo con ilusión—.
Veo grandes pedazos dando vueltas y desapareciendo
d ond e la c orr ie nt e e s f uert e. Es t o s ignif ica q ue e l t ie mp o
pr onto será más cálido. Tal v ez incluso podam os ir en
bote, te gustaría esto, toda la bebida a tu alrededor,
nunca tendrías sed.»

Los gatos siameses somos. muy gregarios, tenemos


q u e t e n e r g e n t e q u e r i d a j u nt o a n o s ot r os . E l t ie m p o i b a
arrastrándose y casi s e paró mientras esp erábamos se nta -
d a s . B ut t e r c up e s t a b a oc u p a d a e n la c o c ina y n o q u e r ía -
mos est orbarla. Monochillón iba canta nd o para s í m ism o:
«Quiero irme, quiero irme. Lo odio todo. Lo odio todo».
Pensé lo trágico que era, aquí tenía el mejor de los
hogares y no estaba satisfecho.
El gran reloj francés dio la hora. Yo bostecé y decidí
echar un sueñecillo para pasar el tiempo. Miss Ku ya
estaba dorm ida, su respiración era un suave murm ullo
en el silencio de la habitación.
Capítulo IX

«¡Oh, Oh! —exclamó miss Ku emocionada—. Qué


p o d e r o s o y p r e c i os o a u t o m óv il. » S u v oz f ue s ub i e n d o d e
tono hasta convenirse en un chillido: «Y es mi coche

nuevo, para a q uí». Apre t ó más y má s s u nar iz c ontra e l


c r is t a l d e la v e nt a na d e la c oc ina . « ¡P or t od o s l os ga t os !
—suspiró—. Capota dura, es azul, Feef, el color de tus
ojos y la parte de e nc ima es blanca. ¡Hombre! N o e s p oc o
listo el jefe quedándose una cosa así!» «Debo cargarme
de paciencia —pensé yo— y esperar a que me cuente
más.» Es bastante duro a veces ser ciega y tener que
depender tanto de las buenas obras de los demás. Un
coche del color de m is ojos había dicho. Yo m e sentía
muy contenta de esto. Con la parte de encima blanca,
además; esto sería muy elegante y se notaría el azul
con gran ventaja. Pero ahor a podía oír las puertas del
coche que se cerraban, el jefe y Ma entr ar ían pr onto.
Los pasos se acercaban por el camino. Se oyó el abrir
d e l a p u e r t a p e r s i a n a y e l go l p e a l c e r r a r s e s o l a p o r e l
resorte de m uelle. L ue go entraron e l jefe y Ma. B utt ercup
bajó corriendo las escaleras tan expectante como miss
Ku y yo.
«¿Venís a verlo?», nos preguntó el jefe a miss
Ku y a m í. Yo dije: «No, m uchas gracias, ya me lo des-
cribirá m iss Ku cuando vuelva». El jefe y Buttercup,
e s t a ú l t i m a l l e v a n d o a m i s s K u b i e n a b r i ga d a , s a l i e r o n a
v er e l c oc he. Y o p od ía ca pta r e l p e ns am ie nt o t e lep át ic o d e
m is s K u c om o e l la q ue r ía . « Sunt u os o, F e e f , t r e m e nd o o l o r
a piel. Alfombrillas en las que realmente puedes
c la v a r t u s p e z uña s . ¡ P or t od o s l os s a lt a m o nt e s ! Ha y m e -
tros de cristal y sitio para sentarse en la ventana tra-
sera. Vamos a dar una vuelta por aquí la carretera, olé,

154
olé, Feef, hasta luego.» Algunos dirán: «Bueno, señora
Bigotesgrises, ¿por qué no podías coger los mensajes
telepáticos todo el rato?». La respuesta a esta sensata
pregunta es: Si todos los gatos utilizan con toda su
f ue r z a lo s p od e r e s t e l e p á t ic o s c o n s t a nt e m e n t e , e l « a ir e »
e s t a r ía t a n lle n o d e r uid os q ue na d i e e nt e nd e r ía n ing ún
mensaje. Incluso los humanos tienen que regular sus
estaciones de radio para no tener interferencias. Los
gatos pueden coger la onda del gato que quieran y en-
t onc e s la d i s t a nc ia n o im p or t a , p e r o c ua lq uie r ot r o ga t o
q u e e s t é e s c uc ha nd o e n e s a m is m a o nd a t a m b ié n o y e e l
m e n s a j e , a s í q u e s e p i e r d e la i n t i m i d a d . U t i l i z a m o s l e n -
gua je v oc a l c ua nd o q ue r e m os ha b la r p r iv a da m e nt e y ut i -
lizamos te lepat ía para disc us iones a d ista ncia y me nsa jes
q u e h a y q u e d a r a la c o m u n i d a d g a t u n a . C o n o c i e n d o l a
onda de un gato, determinada por la básica frecuencia
d e l a ur a , uno p ue d e c onv e r s a r c on un ga t o e n c ua lq u ie r
parte y el lenguaje no es una barrera. ¿No es una barrera?
B ue no, no m uc ho. La ge nte, inc luye nd o los gat os, t ie nde a
p e ns a r e n s u p r op ia le n g ua y a p r o ye c t a r f ot o s - im á g e ne s
c onstr uida s d ir e ct am e nt e d e s u c ult ur a y c once p c ión d e
las cosas. No me excuso por perderme en detalles
s ob r e e s t o, ya q u e s i m i li b r o d a a l os h um a n os a u nq ue
no sea más que un poco de compr ensión de los proble-
mas y pensamientos de los gatos, ya habrá valido la
pena.

Un humano y un gato v en la misma cosa pero desde


un punto de v ista distinto. Un hum ano v e una mesa y
cualq uier c osa q ue haya sobre ésta. Un gat o v e s olament e
lo que hay debajo de esta mesa y la parte baja de la
m e s a . V e m o s h a c ia a r r i b a , d e s d e e l s u e l o h a c i a a r r i b a .
La parte de debajo de las sillas, la v ista debajo de un
c oc he , p ie r na s e s t ir á nd os e h a c ia a rr ib a c om o ár b ole s e n
un bosque. Para nosotros un suelo es una inmensa llanura
con objetos inmensos y pies patosos. Cualquier gato,

155
n o im p or t a d o nd e e s t é , v e e l m i s m o t ip o d e v is t a , o s e a
que otros gat os p ued en compr ender el se ntid o de un men -
s a j e . P or l o q u e o ig o e s c om p l e t a m e nt e d i s t in t o c o n l o s
humanos, ya que proyectan una fotografía de perspec-
t iv a c om p le t a m e nt e a je na a nos ot r os , a s í e s q u e a v e c e s
nos sorpre ndem os. Los gatos v iv en con una raza de gigan-
t e s . L os hum a n os v iv e n c on una r a z a d e e na nos . Éc ha t e
en el s ue lo con tu cabeza des cansando s obre é ste y v erás
como los gatos vemos. Los gatos se suben a los mue-
b l e s y a l a s p a r e d e s p a r a p od e r v e r c om o v e n l o s h u m a -
nos y así poder entender sus pensamientos.
Los pensamientos humanos son incontrolados y ra-
d ia n a t o d a s p a r t e s . S ó lo p e r s o na s c om o m i je f e p u e d e n
controlar la radiación y d istribuc ión de sus pe nsamient os
para no «mezclarlos» con otros. El jefe nos contó a
miss Ku y a mí que los hum anos conversaban por tele-
patía hace muchos años, pero abusaron del poder y lo
perdier on. Éste, dice el jefe, es el sentido de la Tor re
d e B a b e l. C om o n os o t r os , l o s hu m a n o s a nt e s ut i li z a b a n
el habla vocal para hablar privadamente con un grupo
y t e le p a t ía p a r a la r ga s d is t a nc ia s y m e n s a j e s a la r a z a .
Ahora, por supuesto, los humanos o la mayoría usan
sólo habla vocal. Los humanos no deberían nunca con-
siderar inferiores a los gatos. Tenemos inteligencia, ce-
rebro y habilidades. No utilizamos la «razón» del m odo
generalmente aceptado, utilizamos la «intuición». Las
c os a s « nos l le ga n» , sabemos la r e s p ue s t a s in ne c e s id a d
de tener que desenmarañar el problema. Muchos huma-
nos no cr e erá n e st o, p er o, c omo d ic e e l jefe, « s i los hum a-
nos exploraran las cosas de este mundo antes de intentar
la s d e l e s p a c io, le s s a ld r ía me jor lo últ im o. Y s i no f ue r a
p or la s c os a s d e la m e nt e no ha b r ía c os a s m e c á nic a s e n
absoluto, se necesita una mente para inventar algo
mecánico».
Algunas de nuestras leyendas cuentan grandes cosas

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sobre humanos y gatos en los v iejos tiempos antes de
que los humanos perdieran sus poderes de telepatía y
clariv idencia. ¿Rió algún humano ante la idea de leyendas
de gatos? Entonces, ¿por qué no reír de los gitanos
h um a n os q u e t ie n e n l e y e nd a s d e ha c e s ig l o s ? L o s ga t o s
n o e s c r ib e n, n o l o ne c e s it a m o s , ya q u e t e n e m o s u na m e -
moria total de todos los tiempos y podemos utilizar el
Archivo Akarico. Muchos gitanos humanos no escriben
t a m p o c o p e r o la s h is t or i a s q u e s a b e n p a s a n a t r a v é s d e
los siglos. ¿Quién entiende a los gatos? ¿Los entiende
usted? ¿Puede usted asegurar que los gatos no tienen
i n t e l i g e n c i a ? R e a l m e n t e v iv e n u s t e d e s c o n u n a r a z a d e
gente que no conocen porque nosotros, los gatos, no
queremos que se nos conozca. Espero que un día el jefe
y yo podamos escribir un libro de leyendas de gatos y
s e r á un lib r o q ue r e a lm e nte s or p r e nd e r á a los hum a n os .
Per o t od o e s t o es tá m uy le jos de lo q ue e st oy e scr ib ie nd o
ahora.
El sol brillaba cálido a través de la ventana de la
cocina cuando volvió miss Ku. «Brrr —dijo al entrar—,
ha c e f r í o f u e r a , F e e f , m e n o s m a l q u e e l c o c he t ie n e u na
c a le f a c c ión m u y e f ic ie nt e . » S e f ue a t om a r a lgo li ge r o d e
c om e r d e s p ué s d e la e m oc ió n d e l c oc he nue v o. Y o p e n s é
que t amb ié n c omer ía algo sa bie nd o q ue le gus tar ía t e ner
compañía. «La comida sabe bien, Feef —dijo ella—,
s u p o n g o q u e e l s a l i r m e h a a b i e r t o e l a p e t i t o. D e b e r í a s
sub ir al coche, tal v ez ent onc es c omieras inc luso más q ue
ahora si es que esto es posible.» Sonreí, ya que nunca
he e s c ondid o q ue me gus tara c om er. De sp ué s d e a ños d e
s e m i-ha m b r e e r a a gr a d a b le y r e c onf or t a nt e p od e r c om e r
cuando uno quería. Mientras sentadas juntas nos lavá-
bamos después de nuestra comida, yo dije: «¿Me cuen-
t a s c os a s d e l c o c he , p or f a v or , m is s K u ?» . P e ns ó p or u n
momento mientras se lavaba por detrás de sus orejas y
peinaba sus bigotes. «Te he hablado del color —dijo

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e l la — y s up o ng o q ue q ui e r e s s a b e r l o q u e p a s ó. B ue n o,
nos m e t im os e n e l c oc h e y e l je f e no s c ont ó a B ut t e r c up y
a mí todo sobre el coche. El jefe y Ma fueron a los de
los coches y a llí exam inar on muchos coches. El ger e n t e
conoce bien al jefe y le señaló éste como uno muy
bueno. El jefe lo probó, le gustó y lo compró.
Hicieron un cambio con el viejo Mo n a rca . El jefe nos
lle v a r á a la s d os lue g o, ir á e s p e c ia lm e nt e d e s p a c io p a r a
ti.»
Monoc hillón e s tab a grita nd o ha st a d e s ga ñita rs e otra
v e z . « ¡Quie r o ir m e , q uie r o ir m e ! » , a ulla b a . B ut t e r c up le
riñó, pero muy amablemente, por hacer tanto ruido.
Monochillón estaba loco, de esto estábamos seguros.
Siempre quejas de él. «¿Cuándo vamos a devolverlo?»,
preguntó Buttercup al jefe. «¡Hurra! —gritó miss Ku,
s a l t a nd o a l a ir e d e a l e gr í a — . E l v ie j o y m i s e r a b le m o n o
se v a, tod o e stará más se c o e ntonc es. Ojalá se le he laran
los grifos.»
La noche anterior había sido más fría que de cos-
tum br e y el agua se nos había quedado helada, Com o
decía miss Ku, Monochillón era el más mojado de los
monos que jamás existió.
«De b er íam os te lef onear y d e cir q ue v a m os a dev olv er l o
— d ij o e l j e f e — ; n o p o d e m o s s im p l e m e n t e d e ja r a e s t a
c r ia t ur a a u n m u nd o q u e n o l o s o s p e c ha . » Ma f ue a l p ie
d e la e s c a l e r a a t e l e f on e a r . E l je f e nunca u t i l iz a b a e l t e -
l é f o n o s i p o d í a e v i t a r l o, y a q u e a m e n u d o c o g í a l o s p e n -
samientos de una persona en vez de lo que estaban di-
ciendo, ¡d o s cosas muy distintas! Después de dos inci-
d e n t e s e n l o s q u e e l j e f e ha b í a r e c o g i d o e l s e n t i d o e q u i -
v o c a d o, d e c i d i e r o n q u e s ó l o M a o B u t t e r c u p u t i l i z a r í a n
el aparato. Ma actuaba como «manager de negocios»
porque el jefe decía que le iba. Ma se cuidaba de todas
las cuentas, pero sólo porque el jefe así lo quería.
«Sí, podemos llevarle —dijo Ma añadiendo sombría-

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mente—, pero no nos dev olv erán el dinero.» «Bueno,
Sheelagh, ¿qué haremos?», preguntó el jefe. Buttercup
estaba tan enojada que tartamudeó un poco mientras
golpeaba el suelo con los pies. «Bueno —dijo—, no
mejora y es obvio que no le gusta estar aquí. Creo que
t ie ne m ie d o d e la s ga t a s o e s t a r ía m e jor e n una c a s a s in
gatos. Dev olvámoslo.» «¿Seguro? ¿Seguro del todo?», la
presionó el jefe. «Sí, lo devolveremos por su propio
bien.» «De acuerdo, sacaré el coche ahora.» El jefe se
levantó dirigiéndose al garaje. «¡Odio, odio! —chilló
Monochillón—. Quiero irme, quiero irme.» Tristemente
B u t t e r c u p l o s a c ó d e l a gr a n j a u l a y l o e n v o l v i ó e n u n a
m a n t a . E l j e f e e n t r ó y c o g i ó l a g r a n j a u l a y la m e t i ó e n
e l e s p a c io s o p or t a e q ui p a je s d e l c o c he . S e s e nt ó un r a t o
en el coche con el m otor en marcha para que el coche
e st uv iera ca lie nt e pa ra Monoc hillón. Ent once s s at isf ec h o
de la t em pe rat ura, hiz o s ona r la b oc ina para q ue e ntrar a
B ut t erc up. Oí c err ars e la p u ert a de l c oc he y e l r uid o de l
m ot or c o g ie n d o m á s y m á s v e l o c id a d y a l e já n d os e e n la
distancia.
El c oc he era pr e c ios o y m is s K u lo q uería m uc hís im o.
Yo me monté en él unas cuantas veces pero, como ya
he dicho antes, no me gustan nada los coches. Un día
el jefe nos llev ó a Ma, a miss Ku y a mí a un agradable
lugar debajo del Puente Embajador. Nos quedamos sen-
t a d os e n e l c oc he y e l j e f e a b r ió un p oq u it o la v e nt a nilla
para q ue p ud iera a s pirar e l a rom a de Detr oit a l otr o la d o
del río. Miss Ku me recuerda que «aroma» es definitiva-
m e nt e la p a la b ra e q uiv oc a d a a q uí, p e r o c om o m ínim o e s
u na p a la b r a e d u c a d a . M ie nt r a s e s t á b a m os a l lí s e nt a d o s
en el calorcillo de l c oc he, mis s Ku me de scrib ió la esc ena.
«Encima nuestro está el Puente Embajador que atra-
viesa el río de Detroit como si fuera un Meccano encima
d e u na b a ñ e r a . L o s c a r r o s , e s d e c ir , c a m i o n e s e n a m e r i -
cano, Feef, ruedan sobre el puente como una intermí-

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na b l e p r o c e s i ón. Ha y t a m b ié n m u c ho s c o c h e s p a r t ic u la -
res. Los turistas paran sus coches en el puente para hacer
fotografías. Al otro lado nuestro hay una estación de tren
de mercancías, mientras que a la derecha los americanos
están construyendo un gran edificio, porque a los ame-
rica nos les gusta ir a e s t os s itios y ha blar. C onf ere nc ia s o
conv enciones, lo llaman, significa realmente que se
escapan de la esposa y llenos de bebidas se lían con
m ujeres pagadas.» Miss Ku par ó un m om ento y luego
dijo: « ¡Oh!, cómo está bajando el hielo. Si pudiéramos
c oger un p oc o y guar dar lo has ta e l v era no har ía m os una
f or t una . B ue no, c om o ib a d i c ie nd o, s i q uie r e s le d ir é a l
jefe que nos lleve a Detr oit». «No, miss Ku, no gracias
— r e p liq ué ne r v ios a m e nt e — . Me t e m o q ue no d is f r ut a r ía
nada. Como no puedo ver, no valdría la pena que yo
fuera. De todos modos estoy segura de que al jefe le
e n c a n t a r ía l l e v a r t e a t i . » « E r e s r e a l m e n t e u n a c u r s i l l o -
rosa, Feef —dijo miss Ku—, estoy cansada de tu poco
esfuerzo.»
«Llevem os las gatas a casa y vamos a ver si encon-
tramos casa», dijo Ma. «De acuerdo —replicó el jefe—.
Ya es hora de que nos vayamos, de todos modos no me
gustó este lugar desde el pr incipio.» Yo gr ité: «Adiós,
s e ñor P u e nt e Em b a ja d or . » Y o ha b ía t e n id o a s oc ia c i one s
prev ias con embajadores y cónsules así que no quería ser
p o c o r e s p e t u os a c o n e s t e p u e n t e . E l m o t or c o b r ó v i d a y
m is s K u le gr i t ó a l j e f e : « O. K . a r r a n c a » . E l je f e p r e s i on ó
suavemente el pedal y el coche em pezó a moverse des-
p a c i o h a c ia u na c u e s t a c u b i e r t a d e ni e v e y l u e g o p or l a
r ib e r a d e l r í o. Al p a s a r la e s t a c i ó n d e W in d s or , un t r e n
silbó impaciente y casi salí de mi piel del susto. Segui-
mos a lo largo del río, pasamos la fábrica de bebidas y
continuamos. Pasamos un convento y miss Ku remarcó
q ue s ie m p r e p e ns a b a e n e l s e ñor L of t us , a llí e n I r la nd a ,
cuando pasaba por aquí. El señor Loftus tiene una hija

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m o n j a q u e v iv e e n u n c o n v e nt o y p a r e c e q u e l e v a m u y
bien.
Paramos junto a la carretera después del largo tra-
yecto y el jefe dijo: «Estamos en casa, Feef, pronto
't o m a r em o s e l t é . ¿ T o m a m o s e l té p r im e r o, R a b ? » , p r e -
guntó volviéndose a Ma. «Bueno —dijo ella—, así no
t e nd r e m os q u e p r e o c up a r n o s p or la h or a . » E l je f e ha s u-
frido tanto que tiene que comer a menudo y poco.
A causa de los años «flacos» que pasé antes de llegar a
casa, com o había pr edicho el viejo manzano, yo tam -
bién había sufrido y tenía que comer a menudo y poco.
Entramos en casa, llevándonos el jefe y Ma bien abri-
gadas, ya que todav ía había niev e en la tierra. En casa
B ut t e r c up ha b ía p r e p a r a d o e l t é , a s í q ue m é d ir igí ha c ia
ella y le dije que estaba contenta de volver.
El té se acabó pronto. El jefe se levantó y dijo:
«Bueno, vamos, o si no cogeremos la hora punta.» Se
despidió de miss Ku y de mí y nos dijo que cuidáramos
de B utt er c up. L ue go s alió s e guid o d e Ma. Otra v ez oím os
el r uido del m otor muriendo en la distancia. Sabiendo
que estaríam os solas durante una hora o dos, hicim os
un poco de ejercicio prim ero; yo corría detrás de m iss
K u p or la ha b ita c ión y lue go e lla m e p er se guía a m í. De s-
pués hicimos una competición a ver quién podía hacer
más agujeros en el periódico en el mínimo de tiempo.
Esto pronto falló porque no teníamos más periódicos.
«Vamos a ver quién pued e andar más tiempo sobre la
b a r a n d a d e la e s c a l e r a s i n c a e r , F e e f — s u g i r i ó m i s s K u
e inmediatamente siguió—. Oh, olv idé que no puedes
ver, bueno esto no.» Se sentó y suavemente se rascó la
oreja izquierda esperando así obtener un rayo de ins-
piración.
«Feef», llamó. «Sí, miss Ku», contesté yo. «Feef,
c ué nta me una his t or ia, una de la s v ie ja s le ye nda s. Hab la
bajito porque quiero dormirme. Tú puedes dormirte

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después», añadió magnánima. «Bueno, miss Ku —repli-
qué yo—, te contaré la de los gatos que salvaron el
Reino.» «Uy, ésta es una buena; empieza.» Se instaló
cóm odamente y yo me volví para estar de cara a ella y
empecé. «En aquellos tiempos, hace tal v ez mil o un
millón d e a ños, la I s la s e e xt e ndía v erd e y pr ec iosa ba jo la
cálida mirada de un amable y sonrient e sol. Las aguas
a z ule s d a b a n go lp e s j ug ue t o ne s a la s ind ole nt e s r oc a s y
env iaban duchas de blanca espuma al aire en las que
danzaba el arco iris. La tierra era fértil y rica, con
a lt os y b e llís im os á r b ole s q u e lle ga b a n a l os c ie los p a r a
ser acariciados allí por bálsamas brisas. De las tierras más
a lt a s s a lía n r ío s s a lt a nd o s o b r e e nor m e s r oc a s y q u e c a -
yendo en chorros formaban lagunas antes de ensancharse y
d e s l i z a r s e t r a n q u i l a m e n t e h a s t a e l m a r q u e l e s d a b a la
b i e nv e n i d a . A l o l e j os s e e l e v a b a n la s m on t a ña s y e s -
condían sus coronas por encima de las nubes, prov eyendo
quizá fundaciones para las ca sas de los d ioses. A lo largo
d e l a s d o r a d a s p la y a s r i b e t e a d a s p or l a b l a n c a e s p u m a
de las olas, jugaban y nadaban y hacían el amor los
nativos.
Aq uí no ha b ía má s q ue p az, ale gr ía, una sa t isfa cc ión
inefable. No se pensaba en el futuro, ni en las penas
ni e n la ma ldad, ta n s ólo f e lic id ad b ajo la s p alme ra s q ue
se mecían suavemente.
»Una ancha carretera llevaba al interior desde el
m a r , d e s a p a r e c i e nd o ha c ia e l f r e s c o o s c ur e c e r d e un in -
menso bosque, para volver a aparecer millas después
d ond e la e s c e na e r a c om p le t a m e nt e d is t int a . Aq uí ha b ía
templos forjados de piedra de colores y metales como
plata y or o. Pod erosa s esp iras que llegaba n muy alt o para
p inc ha r los c ie l os , c úp u la s y v a s t a s e xt e ns ion e s d e e d if i-
cios int egrados p or e l tiemp o. De sde lo alt o d e un a lféizar
d e un t e m p l o s e o ía n la s n ot a s d e u n g o n g d e t on o s p r o-
fundos que hacía volar desparramados a cientos de pá-

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' aros que habían estado durmiendo en los sagrados muros
tocados por el sol.
»Mientras continuaba el profundo tañido, unos hom-
bre s v e s t id os d e amar illo se apr es urab a n e n lle gar ha s ta
un edificio central. Durante un rato continuaron estas
prisas, luego fueron calmándose y v olv ió a quedarse
todo quieto bajo el cielo abier to. En la asam blea pr in-
cipal del inmenso templo, los monjes arrastraban sus pies
moviéndose de un lado a otro, especulando sobre cuál
sería la razón para esta repentina llamada. Finalmente se
oyó un ruido de una puerta en las lejanías del templo
y apareció una pequeña hilera de hombres con túnicas
amarillas. El obvio líder, un viejo marchito y seco por
los a ños, a nd aba de s pa c io a la ca be za, es c oltad o p or d os
ga t os inm e ns os , ga t os c o n c ola s , or e ja s y r os t r os ne gr os
y cuerpos blancos. Juntos andaron hasta un podio, donde
el v iejo se quedó un m om ento de pie m irando hacia el
mar de rostros fijos en él.
»"Hermanos de todos los grados —dijo finalmente,
despacio—. Os he llamado aquí para deciros que esta
nuestra Isla está en peligro mortal. Hace ya tiempo
q ue he m os s uf r id o la s a m e n a z a s d e c ie nt íf ic os q ue ha b i-
tan la tierra al otr o lado de la montaña. Separados de
nosotros por un profundo desfiladero que casi divide
e s t a is la , n o s on d e f á c il a c c e s o. En s u t e r r it or i o la c ie n -
c ia ha t om a d o e l l uga r d e la r e l ig i ó n. N o t i e ne n d i os , n i
c onc e p c ió n a lg una d e los d e r e c hos d e los d e m á s . Ahor a ,
he r m a nos d e t od os l os gr a d o s — e l v ie jo s e d e t uv o y m ir ó
tristemente a su alrededor. Satisfecho de que tenía la
absoluta atención de su audiencia, resumió—, nos han
amenazado. A menos de que nos arrodillem os a los sin
dios y nos convirtam os en sirvientes de esos malvados
hom br es , nos a me naza n e n matar nos c on e xtr años y m or -
t a l e s g é r m e ne s . " P a r ó, c a ns a d o, c on e l p e s o d e s us a ñ o s
encima. "Nosotros, hermanos, estamos aquí para discutir

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cómo ev itar esta amenaza a nuestra existencia y libertad
Sa b em os d ónde s e guard a n los c ult iv os d e gérm e ne s, ya
que algunos d e nos otr os ha n inte nta d o r obar los e n v a no
para destruirlos. Hemos fallado y quienes fueron en-
viados han muerto torturados."
» " P a d r e Sa gr a d o — d i j o u n j o v e n m o n je — , e s os c u lt i -
v os d e gé r m e ne s ¿s on v olum i nos os o p e s a d os d e l le v a r ?
¿Podría un hombre robarlos y correr con ellos?" Se
s e nt ó s int i é nd o s e ll e no d e t e m or p or ha b e r s e a t r ev id o a
dirigirse al Sa grado Padre. El v iejo miró tristeme nte ante
sí. "¿Volumen? —dijo—. No tiene volumen. Los culti-
v os d e gérm e ne s es tá n c onte nid os e n un t ub o q ue p ue d e
cogerse entre el pulgar y un dedo y sin embargo una
g o t a s e e x t e n d e r ía p o r n u e s t r a t i e r r a a n i q u i l á n d o n o s a
t od os . N o ha y v olum e n p e r o e l c ult iv o d e gé r m e ne s e s t á
d e nt r o d e u na t or r e m uy v ig i la d a . — V o lv i ó a ha c e r u na
pa usa y s e s e c ó la fre nte —. P ara d em ostr ar s u de s pre c io
por nosotros lo han colocado en una ventana abierta
a la vista de todos los que hem os enviado a su tierra.
Un delgado árbol estira su frágil rama cruzando la ven-
t a na , una ra m a s in e m b ar go, d e l t a m a ño d e m i m uñe c a .
P a r a d e m os t r ar q ue no n os t e m e n, e nv ia r on un m e n s a je
diciendo que rogáramos hasta que nos sintiéramos ligeros
de cascos y entonces tal vez la rama nos aguantaría."
» L a r e unión c o nt in uó ha s t a la m a dr uga d a , m ie nt r a s
los monjes discutían entre sí los modos y maneras de
salvar a su pueblo de la destr ucción. "¿No podr íam os
derruir la torre para que se r ompiera, así de saparecería n
y nos salvaríamos de la destrucción?", dijo un monje.
" S í , c l a r o — d i j o o t r o — , p e r o p a r a d e r r u ir l a , t e n d r ía m o s
que llegar hasta allí y si pudiéramos coger el tubo ten-
dríamos el poder, ya que dicen que no hay ningún
antídoto, ningún modo de parar los malvados gérmenes."
»En un santuario interior, estaba el viejo echado
sobre su camastro. Junto a él yacían los dos gatos

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guardándole. "Vuestra Santidad —dijo uno por telepa-
tía— , ¿no p odr ía ir yo a e sa t ierra, s ub ir a l árb ol y r ob ar
el tubo?" El otro gato miró a su compañero. "Iremos
j un t os — d i jo — , t e n d r e m o s d o b l e s p r o b a b i li d a d e s d e c o n -
seguir lo." El v iejo sacer dote se quedó pensativ o, ref le-
xionando en todo lo que se ponía en juego. Finalmente
habló telepáticamente. "Tal vez tengáis la solución
—dijo—, ya que nadie más que un gato podría encara-
m a r s e a e s e á r b o l y a g u a n t a r s e e n la r a m a . T a l v e z t e n -
gá is la s ol uc i ón. " Se q ue d ó m e d it a nd o s us p e ns a m ie nt os
pr iv ad os d ura nte un r at o, y ningún gat o t e lepá t ic o p ue de
inm iscuirse en los pensamientos pr ivados de uno. "Sí,
tal vez sea la respuesta —volvió a decir el viejo—. Os
llev are m os ha sta arr iba y cr uzar em os e l d e sf ila der o p ara
que no os canséis y estaremos allí esperando a que v ol-
váis salv os." Hizo una pausa y luego añadió: "Y no le
diremos a nadie más lo que haréis porque incluso en
una c omunidad com o é sta, los hay que hab lan demas iad o
libremente". "Sí —dio unas palmadas de contento con
las manos —, les env iaremos un em isario d ic iéndoles nue s-
tros términos, esto les distraerá su atención."
»Los días que siguieron fueron de trabajo. El alto
sacerdote les hizo saber que quería enviar un em isar io
y se recibió respuesta de que lo permitían. Unos hom-
b r e s q ue c u s t od ia b a n a l e m i s a r io y p or t a b a n d os c e s t a s ,
s ub ie r o n la m o nt a ña , c r uz a r o n l os p a s o s d e la ga r g a n t a
y llegaron hasta el territorio enemigo. El emisario se
adentr ó en el territorio y, protegidos por la oscur idad,
l os ga t o s s a l ie r o n d e l a s c e s t a s . Sa l ie r o n t a n s i l e n c i os o s
como la misma noche. Se acercaron cautelosamente al
á r b o l y p a r a r o n a l p i e d e é s t e . U t i l iz a r o n a l m á x im o s u s
poderes telepáticos para determinar la presencia de un
enem igo. Sigilosam ente ascendió uno, m ientr as el otr o
v igilaba haciendo uso de todas sus capacidades telepá -
ticas. Con infinita cautela el gato que subía se arrastró

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p o r l a r a m a h a s t a q u e f i na l m e n t e p u d o a g a r r a r e l t u b o
b a jo la s m is m a s na r ic e s d e l s or p r e nd id o gua r d ia . Muc h o
antes de que pudieran salir los hombres de la torre,
los dos gat os hab ían d esapar ecid o e n la osc uridad, llev án-
d o l e a l v i e j o s a c e r d o t e e l t u b o q u e g ua r d a r ía a s u t i e r r a
durante los años venideros. Ahora, en esta tierra, los
ga t os s on sa grad os p ara los de s c e nd ie nt e s d e l pa ís y sólo
el gato sabe la razón.»
Un suave ronquido remató mi sentencia final. Le-
vanté la vista y escuché para cerciorarme. Sí, era un
ronq uid o, uno f uer t e e st a v e z. Sonr e í sa t isfe c ha y p e ns é:
«Bueno, soy una vieja y aburrida gata, pero como mí-
nimo puedo hacer dormir a miss Ku». De todos modos
no dur m ió m ucho. Pr onto se enderezó, alta y er guida.
«Empieza a lavarte, Feef —ordenó—. Están llegando a
c a s a y no p ue d o p e r m i t ir q u e t e n ga s m a l a s p e c t o. » U n o s
mome nt os m ás t ard e oím os e l m ot or d e un c oc he se guid o
del ruido de la puerta del garaje. Luego pasos por el
camino y el jefe y Ma entraron.
«¿Cómo os fue?», preguntó Buttercup, sacándose el
delantal y dejándolo a un lado. «Hem os encontrado un
sitio —replicó el jefe—. Nos irá estupendamente. Te
llevaré a verlo si quieres, llevaremos a "Fanny Flap"
también.» El jefe a menudo llamaba Fa nny Flap a miss
K u, F a n ny F la p p or e l m o d o c om o r e v o l ot e a b a a lr e d e d or
cuando estaba excitada. Yo estaba contenta de que no
m e p i d i e r a q u e f u e s e a l n u e v o a p a r t a m e n t o, p e r o, c la r o,
e l jef e sa b ía q ue yo od ia ba e st as c osa s, y pref er ía e sp erar
ha s t a q u e t od o s n os t r a s l a d á r a m o s j u nt os . ¿Q u é s e n t i d o
tenía ir para una gata ciega? ¿Por qué iba a ir cuando
no s a b ía na d a d e l s it i o, ni s iq uie r a s a b ía los ob je t os q u e
d e b ía e v it a r ? P r ef e r ía e s p e rar a q ue t od o e s t uv ie r a e n s u
sitio, porque entonces el jefe y miss Ku me llevarían a
c a d a h a b it a c i ó n y m e s e ñ a l i z a r ía n l a l o c a l i z a c i ó n d e l a s
cosas, y el jefe me subiría y bajaría de los objetos para

166
poder memorizar la distancia a que había de saltar.
C ua nd o c o noc ía e l luga r , p od ía s a lt a r pa r a s ub ir y b a ja r
d e u na s i ll a s i n e q u iv o c a r m e o ha c e r m e d a ñ o. M e p on g o
de pie y toco una silla primero para ev itar saltar al res-
p a l d o y l ue g o s a lt o d on d e q u ie r o. C la r o e s t á , a l g una v e z
m e d oy c ont r a a lgo, p e r o t e ngo la s uf ic ie nt e c a b e z a p a r a
no darme contra la misma cosa dos veces.
No estuv ieron mucho tiempo fuera. En cuanto vol-
v ie r a n m i s s K u se e c h ó e n c i m a m í o. « C o n e c t a t us o í d os ,
Feef —ordenó—, ya es hora de que se te expliquen
algunas cosas. Es una casa div idida en dos apartamentos.
Hem os c ogid o toda la casa pa ra que el jefe pueda es cribir
otr o libro. Nosotr os vivirem os en el piso de arriba. Las
habitaciones son grandes y dan al río de Detroit. Hay
un gran balcón con barrotes que dice el jefe que podr e-
mos utilizar cuando el tiem po sea más bueno. Y, Feef,
ha y u n á t ic o d ond e p od e m os ju ga r y c ub r ir nos d e p olv o.
Te gustará.» Así que el jefe iba a escribir otro libro,
¿eh? Yo sabía que la gente le había estado persiguien-
do para que hiciera otro libro, sabía que había recibido
ins truc ciones e spe ciales d e e ntidad es d escarnada s. Ya ha -
bían decidido el título. Miss Ku recogió mis pensamien-
tos: «Sí —exclam ó alegremente—. Tan pronto com o nos
i ns t a l e m o s la s e m a na p r ó x i m a , ir e m o s a v e r a la s e ñ or a
Durr para coger papel y em pezar el libr o». «¿La señora
Durr? —pregunté yo—. ¿Quién es la señora Durr?»
«¿No conoces a la señora Dur r ? Per o s i to d o el mundo
la c o n o c e ; e s u na s e ñ or a v e n d e d or a d e l ib r o s q ue d e m o -
me nt o tr ab aja p ara una e mpr e sa de W ind s or, p er o pr ont o
tendrá su propio negocio. No conoces a la señora Durr.
Bueno, bueno, ¿habráse oído nada semejante?», denegó
c on la c a b e z a m ie nt r a s m ur mur a b a c on a s c o. « P e r o, ¿q ué
aspecto tiene, miss Ku? —pregunté yo—. No puedo ver,
¿sabes?» «Oh, no claro, lo olvidé —dijo miss Ku dulci-
ficada en gran manera—. Siéntate, vieja gata, y te lo

167
d ir é . » N os e n c a r a m a m o s a la r e p i s a d e la v e nt a na y n o s
sentamos mirándonos la una a la otra. Miss Ku dijo:
«Bueno, te has perdido algo. La señora Durr —Ruth
p a r a l o s a m i g o s— e s elegante. R e c h on c hi t a p or e l b u e n
la d o, b onit a s f a c c io ne s y Ma d ic e d e p e l o c a s t a ño- r oj iz o,
lo que quiera que esto sea. Lleva crinolina casi todo el
tiempo, supongo que no en la cama, y el jefe dice que
p a r e c e u na f i g ur il la d e p or c e la na d e Dr e s d e . B ue na p ie l
tam b ié n, ¿sa b es ? C om o la p or c e la na, ¿e nt ie nd e s, F eef ?».
«Desde luego, m iss Ku, m uy gráfico, gracias», contesté
yo. «Vende libros y cosas y a pesar de que realmente
e s h ola n d e s a , v e n d e l ib r o s e n i n g lé s . V e nd e r á l o s l ib r o s
del jefe. Nos gusta. Esperamos verla más, ahora que
vamos a vivir en la ciudad de Windsor.»
N os q ue d a m os s e nt a d a s p e n s a nd o e n la s v ir t ud e s d e
la señora Durr y entonces se me ocurrió preguntar:
«¿Tiene alguna familia de gatos? Miss Ku se ensom-
b r e c i ó. « A h, s i e nt o q u e m e ha ya s p r e g u nt a d o e s o, e s u n
caso muy triste, muy triste.» Hizo una pausa y estoy
s e g ur a d e q u e la o í ha c e r p u c h e r os u na s c ua n t a s v e c e s .
Pronto ganó el control de sus emociones y continuó:
«Sí, tiene a Stubby que es un Tom que no puede y
también una reina que tam poco puede. Fue una espan-
tosa equivocación; el pobre Stubby está todo mezclado
e n s u d e p a r t a m e nt o v it a l; p e r o t ie n e u n c or a z ó n d e or o.
L a p e r s o n a m á s a m a b l e q u e p o d r í a s e n c o n t r a r . T í m i d o,
m u y r e s e r v a d o c om o c a b e e s p e r a r d e a l g u i e n e n s u c o n -
dic ión. El p obr e s ería una b ue na ma dr e par a a lgún gat it o
sin casa. Tendré que hablarle al jefe de esto».
«¿Hay un señor Durr?», pregunté yo y añadió:
«Claro que debe de haberlo porque si no ella no sería la
señora Durr». «Sí, hay un señor Durr, hace la leche de
Windsor , sin él todo el m undo tendr ía sed. Tam bién es
holandés, eso hace a la hija doble holandesa, cr eo. Sí,
Feef, te gustará la señora Durr, vale la pena hacerle

168
ronroneos. Pero no tenemos tiempo ahora de discutir
tales cosas, tenemos que arreglar lo de la casa. La semana
q u e v ie n e t e n e m os q u e t r a s l a d a r n o s y le d i je a l j e f e q u e
yo me cuidaría de que no tuvieras miedo.» «No tendré
m iedo, m iss Ku —r epliqué—, m e he tr asladado bastan-
tes v eces.» «Bueno —dijo miss Ku ignorando mi frase—,
la semana que viene se llevarán en una camioneta el
equipaje y las cosas y Ma estará allí para recibirlas.
P oc o d es p ué s, e l jef e nos llev ará a t i, a B ut t erc up y a m í y
c ua n d o e s t e m o s in s t a la d a s , e l j e f e y Ma v o lv e r á n p a r a
a s e gur a r s e d e q ue t od o e s t á b ie n a q uí, lim p i o y t od o e s o
y devolverán la llave al propietario.
Ahora la nieve empezaba a derretirse y el hielo en
el lago se empezaba a rom per y flotaba por encima del
río. Algunas tormentas repentinas nos recordaban que
todavía no era verano, pero podíamos suponer que lo
p e o r h a b í a p a s a d o. V iv i r e n C a n a d á e r a i n c r e í b l e m e n t e
car o, t od o v a lía e l d ob le o m ás d e lo q ue hub iera c os tad o
en Francia o Irlanda. El jefe intentó conseguir trabajo
escribiendo o en el mundo de la televisión. Constató, e
trav és de una amarga e xperie ncia, q ue las empre sas cana-
die nse s no q uieren res ide ntes a menos de que sea n (c om o
dice el jefe) p eo n es d e ca rga . Viendo que no podía me-
t e r s e e n a l g o d e e s c r ib ir o d e t e l e v i s i ó n, l o i nt e nt ó t od o y
se encontr ó con que tam poco le quer ían. A nadie de
nos ot r os nos gust aba Ca na dá , ha b ía una nota ble f alta d e
c ul t ur a , u na gr a n f a l t a d e i nt e r é s p or la s c os a s b o n it a s
d e l a v id a . M e c o n s ol é a m í m is m a p e n s a n d o q u e p r o nt o
llegaría el verano y nos sentiríamos todos mejor.
E l je f e , B ut t e r c u p y m i s s K u f ue r o n a d a r una v ue l t a
en coche un día, y creo que fueron a una tienda para
bus car musgo. Ma y yo hic imos las camas y unas c uanta s
c os a s d e la c a s a . Ha b ía q ue s a c a r e l p olv o d e la e s c a le r a
y tirar los periódicos viejos. Para cuando terminamos
esto, ya habían vuelto. «¿Qué crees, Feef?», preguntó

169
miss Ku, acercándoseme y s us urrándome al oíd o. «¿Qué ?
Miss Ku, ¿qué ha pasado?» «Oh, ¡por... por! Nunca
l o a d iv in a r á s . Es t o t e matará. Ha e n c on t r a d o a u n h om -
bre q ue se llam a He dd y q ue ad ora a los m onos. ¡Monos !»
Miss Ku rió cínicamente: «No, Feef, no vamos a tener
un m o no, t e nd r e m os d os d e e s os hor r or e s . Sup o ng o q ue
te ndr em os q ue na dar c on d os tra st os d e e s os tr aba ja nd o a
t od a p a s t illa e n e l d e p a r t am e nt o d e in und a c i one s . » Se
quedó en silencio por un momento, luego dijo: «Pero
q uiz á los p ond r á n e n e l p or c he , no p od r ía m os t e ne r d o s
m onos s a lv a je s c or r ie nd o p o r a hí. Monoc hil lón no p od ía
andar, estos d os funciona n bien, garantizad os, si no es ta-
mos satisfechos d ev olv erán el dinero». Exhaló un suspir o
espantoso y dijo: «Buttercup irá a ver a ese tal Heddy
pronto, ella adora a los monos». «¡Qué raro! —re-
marqué yo—. Los monos tienen tan mala reputación.
Recuerdo uno en Francia, era el animalito querido de
un hombre de mar retirado y se escapó un día y casi
d e s t r oz ó una f r ut e r ía . Y o n o lo v i, no c r e a s . Una s e ñ or a
llam ada B ut te rba ll m e lo d ijo, s e c uida ba d e un hos p ita l
v eter inar io. Cuando estuv e allí de paciente, m e contó
la his t or ia d e l últ im o oc upa nte d e la ja ula, e s e m ono q ue
se cortó tirándose contra el cristal de un escaparate.»
Es tá bam os t od os oc up ad os e mpaq ue ta nd o; ha b ía q ue
m e t e r t a nt a s c os a s e n la s m a le t a s , m is s K u y y o t r a b a ja-
mos muc ho p isando la s cosa s para ocupar menos e spacio
en los ba úles. A v ece s t eníamos q ue es carbar las cosas d e
una maleta llena para asegurarnos de que no se había
olvidado nada. Tuvim os que arrugar papel tisú porque
todo el mundo sabe que el papel tisú arrugado es más
suave que el nuevo y duro. Trabajamos mucho, desde
luego, y estoy muy orgullosa de ello. Nos encantaba so-
b r e t o d o d e ja r l a s s á b a na s li m p ia s a p un t o p a r a s u u s o .
A nadie le gustan las sábanas que llegan de la colada,
tiesas y poco amistosas. Miss Ku y yo teníamos un sis-

170
tema especial de correr arriba y abajo de las sábanas
ha s ta q ue s e q ue da ba n s uav e s y ya no te nía n la s d ure za s
de los pliegues de las sábanas recién planchadas.
«¡Sheelagh! —llamaba Ma desde la cocina—. Aquí
h a y e l c a r p i n t e r o p a r a v e r lo d e l a j a u l a d e l o s m o n o s . »
«Ya v oy», gritó Buttercup taconeando por las escaleras.
Miss Ku dio un gruñido desdeñoso. «¡Una jaula de mo-
nos! Esto costará un ojo de la cara. Vaya, no sé dónde
ir em os a par ar. Deb er ía m os ir a e s c uc har, nunca s e sa b e
lo bastante.» «Sí, sí —decía el carpintero—. Quiere la
jaula con secciones, ¿no? Las haré de prisa. Mi mujer
quiere v er los monos, ¿la traigo? ¿Sí? Ya v oy.» Miss Ku
reía: «Tan pronto como dijo ya v oy, se fue, Feef. ¡Oh,
qué e norm ida d v a a ser e s ta jaula! El jef e, Ma, B ut ter c up y
n o s o t r a s p o d r í a m o s e n t r a r a l a v e z » . « ¿ H a b r á s i t i o e n la
c a s a nu e v a , m is s K u? » , p r e g un t é y o. « S í, s í, d e s ob r a ,
tendremos un porche muy grande arriba rodeado com-
pletamente de red. Yo creí que lo tendríamos como
h a b i t a c i ó n d e j u g a r , e n l u g a r d e s e r a s í, s e r á l a s a la d e
los monos, ¡qué le vamos a hacer! Así cuecen las cas-
tañas.
Los últim os días fuer on pasando despacio. El jefe y
Buttercup fueron a ver al señor carpintero holandés y
v olv ieron con las noticias de que la jaula estaba terminada y
la e s t a b a n c o lo c a nd o e n la c a s a n ue v a . C o n c a d a v ia je
q u e ha c ía e l je f e a W in d s or s e l l e v a b a m á s y m á s c os a s .
Miss Ku fue a ver si todo estaba en orden y v olv ió di-
c i e n d o : « B u e n o , F e e f , m a ña n a d o r m ir e m o s e n l a c i u d a d
d e W i n d s o r , d e s d e d o n d e p ue d e s m i r a r y v e r la v i s t a d e
De t r oi t . Ha y u na b u e na v i s t a , ha y g e n t e q u e v i e n e ha s t a
a q uí e n s us im p r e s i ona nt e s c oc he s . En f i n, t r a e n d óla r e s
al país. Bueno, para el comercio y todo eso».
El jefe me cogió y jugamos juntos un poco. Me gus-
t a b a m uc h o j u ga r c o n é l; t e n ía u n p a l o d e l ga d o c o n a lg o
que sonaba en la punta y al arrastrarlo por el suelo yo

171
podía cazarlo por el sonido. Claro está, me lo dejaba cazar
muy a menudo para darme confianza. Yo sabía que me
estaba dejando coger el palo, pero hacía v er que no lo
sabía. Esa noche me despeinó el pelo y me acarició el
p e c h o. « P r o n t o, a la c a m a , F e e f , q u e m a ña na t e n d r e m o s
un día muy ocupado.» «Buenas noches», dijeron Ma y
B u t t e r c u p . « B u e na s n o c h e s » , r e p l ic a m o s n os o t r o s , l ue g o
el clic d e l i n t e r r u p t o r a l a p a g a r e l j e f e la l u z p o r ú l t i m a
vez en la casa.
¿Mañana? Mañana sería otro día y nos llevaría a
otra casa. Esa noche me eché y dormí.
Capítulo X

«¡Tralará, la, la!», cantaba miss Ku. «Otra vez en


movimiento, damos la vuelta al enorme mundo, como
un gat o T om en una barcaza. Vamos e n c oc he a la c iudad
d e W ind s or , m ue v e q ue t e m ue v e . » « Oh, c á lla t e u n p oc o,
Ku —dijo el jefe—. Uno no es capaz ni de imaginarte
intentando cantar. Resígnate, de musical como yo, nada.»
Yo m e sonreí para m is adentr os. Era por la m añana y
miss K u d espe día al pasad o crepúsc ulo c on una canción.
Al hab la rle e l jefe, se a le jó mur m ura nd o: «N o a pr ec ia s el
arte, desde luego que no».
Y o e s t ir é los b r a z os p e r e z os a m e nt e , p r ont o d e s a yuna -
ríamos. Ma ya estaba atareada en la cocina. El entre-
chocar de platos me llegó al oído, luego, «¡Ku! ¡Feef!
Venid a desayunar». «Voy, Ma», repliqué yo mientras
buscaba con el tacto el lado de la cama y saltaba al
suelo. Siempre era una aventura, salir de la cama y saltar
el suelo por la mañana. Los sentidos y percepciones de
uno no s o n t a n a g ud os c ua nd o s e e s t á a p e na s d e s p i e r t o y
s i e m p r e t e m ía s a l t a r e n l os z a p a t o s d e l j e f e o a l g o p a -
r e c id o. N o e r a m á s q u e u n d é b il t e m or , s i n e m b a r g o, y a
que tenían especial cuidado para que no me hiciera
daño. «Feef ya viene», le gritó el jefe a Ma. «Ven a
tomar el desayuno, Feef —dijo Ma—. Deambulas medio
dormida esta mañana como una vieja abuela.» Yo son-
reí y me senté a desayunar. «No, un poco más a la
derecha, así», dijo miss Ku. «¿Qué más se ha de coger
ahora?», preguntó el jefe. «Voy a buscar el correo.» Ma
sugir ió las cosas que eran más frágiles, y el jefe y But-
tercup las llevaron al coche. Teníamos un apartado de
correos en Windsor, porque si la gente sabía nuestra
dirección, se presentaban inesperadamente y esto compli-

173
c a b a la s c os a s , ya q u e e l j e f e no q ue r ía v e r a na d ie q ue
simplemente llamara y pidiese entrar. Miss Ku me dijo
que cuando la familia vivía en Irlanda, antes de apa-
recer yo en es ce na, llegó una mujer de Alema nia y orde nó
q ue s e la a d m it ie s e i nm e d ia t a m e nt e , ya q ue « q ue r ía s e n-
tarse a los pies del lama». Al decirle que no podía en-
trar, acampó al píe de la puerta hasta que el señor
Lof tus le ordenó que se fuera con un aire muy marcial y
fiero en su uniforme.
El t r a s la d o e r a a lgo q ue no n os c on c e r nía a m is s K u y
a mí. Pronto los hombres de las mudanzas cargaron
nuestras cosas y se fueron. Miss Ku iba por la casa
despidiéndose de todas las habitaciones. Ésta era una des-
p e d id a d e la q ue e s t á b a m os c ont e nt a s , ya q ue n unc a ha -
bíam os sentido sim patía por la casa. Finalm ente, nos
llevaron a miss Ku y a mí bien env ueltas al coche cal-
d e a d o ya . E l je f e c e r r ó la s p ue r t a s d e la c a s a y no s p u s i -
m o s e n m a r c ha . L a c a r r e t e r a e r a m a la , m u y m a la , c om o
tantas carreteras canadienses; miss Ku me dijo que había
un letrero que ponía, «Carretera rota, conduzca a su
propio riesgo». Seguim os conduciendo y llegamos a un
cr uce. Miss Ku gr itó: «De aquí traían nuestr a com ida,
Feef, un lugar que se llama Para y Compra. Ahora esta-
mos en la carretera principal de Windsor». Esta carre-
tera era más uniforme. Arrugué la nariz al sentir un
repentino olor familiar, un olor que me recordaba al
s eñor vet ir la nd é s y s u hos p it a l para gat os. Mis s K u r ió:
« N o s e a s t o nt a , F e e f , e s t o e s u n h o s p it a l h um a n o d o nd e
ll e v a n a la s p e r s o na s q u e e s t á n ya p r á c t i c a m e n t e a c a b a -
das». Seguimos adelante y d ijo: «Y aquí es donde hacen
c oc he s, e st am os p as a nd o la f ábr ica F ord . T e lo d ir é t od o,
F eef, t e d ar é d e ta lle s d e t od o» .
«Mis s K u —d ije yo—. ¡Qué olor ta n r ar o! En c ier t o
mod o m e r e c ue rda las v iña s f ranc e sa s; s in em bar go, e s un
olor d is t int o.» « De s de lue go q ue lo es —d i j o m i s s

174
Ku—. Esto es una fábrica de bebidas. El grano que po-
dr ía a lim e nt ar a ge nt e ham b rie nt a lo pr e nsa n p ara ha c er
un tipo de bebidas que mejor sería que la gente no las
bebiera. Ahora pasamos sobre un puente ferroviario.
T od os lo s t r e ne s q ue v a n y v i e ne n d e s d e c ua lq ui e r lu ga r a
Windsor pasan por debajo de este puente.» Seguim os
conduciendo un poco y entonces se oyó un golpe tan
ruidoso que salté directa al aire. «No seas boba, Feef —
dijo miss Ku—. No es más que el ruido de un tren.» El
jef e g ir ó e l c oc he y par ó. « Es tam os e n ca sa, Fe ef», dijo
Ma. Nos llevaron en brazos a miss Ku y a mí a trav és
d e l c a m i n o c u b i e r t o d e n i e v e y l a p u e r t a p r i n c i p a l hasta
llegar escaleras arriba.
Se nt ía m os un olor a bar niz f re sc o y jab ón. Y o hus me é
e l s ue l o y d e c i d í q u e l o ha b í a n e n c e r a d o m uy b ie n ha c ía
poco. «No te preocupes de esto —dijo miss Ku—. Ya
m ir a rá s e l s ue l o l ue g o. V oy a lle v a r t e p or t od a s la s ha b i -
t a c i o ne s y d e s c r ib ir t e e l l u g a r . Es t á a t e n t a p or q ue t e ne -
mos algunos muebles nuevos.» «¡Sheelagh! —gritó el
jefe—. Vamos a devolver las llaves al propietario, no
t a r d a r e m o s . » E l j ef e y Ma s a li e r o n, l e s oí b a ja r la s e s c a -
leras, entrar en el coche e irse. «Bueno, ahora ven con-
migo», dijo miss Ku.
Fuim os por todo el apar tam ento, m ientras m iss Ku
iba señalándome los obstáculos y las posiciones de las
sillas.
Luego salim os a la par te traser a del por che. «Abr e,
por favor», gritó miss Ku. «¿Quieres salir, Ku? —pre-
guntó Buttercup—. Bueno, abriré la puerta.» Cruzó la
cocina y abrió la puerta. Una ráfaga de aíre frío entró
dentro y nosotras salimos fuera. «Aquí —dijo miss Ku-
está el porche superior. Tapado por tres lados y pronto
será el Salón de los Monos. Lo calentarán. ¡Brrr! Vám o-
nos , ha c e d e m a s ia d o f r ío a q uí. » N os d ir igim os a la c oc ina
y Buttercup cerró la puerta del porche con un suspiro

175
d e a l iv i o y o t r o s u s p i r o p or lo s g a t o s t o n t o s q u e d e a r n.
bulan, según ella, sin rumbo.
« Aq uí e s t á la ha b it a c i ón q ue c om p a r t ir á s c on e l j e f e .
Da a la v ía del tren, al río de Detroit y a la ciudad de
De t r oi t . E n v e r a n o, s e g ú n m e ha n d i c h o, b a r c o s d e t od o
el mundo pasan por delante de esta v entana. Veremos.
Veremos.» Miss Ku estaba en su elemento describiendo
la vista. «Un poco a nuestra izquierda, está el lugar
donde unos hom bres cavar on un hoyo debajo del r ío e
hic ie r o n u na c a r r e t e r a q ue v a a los Es t a d os U nid o s ; m á s a
la izquierda está el Puente Embajador. El jefe dice que
la palabra Detroit es una corrupción del francés d e
«derecha», supongo que tú lo sabrás, Feef.» De re-
pente miss Ku viró en redondo tan aprisa que su cola
me rozó la cara. «¡Caramba! —exclamó ella— un tipo
h or r i b l e m e e s t á m ir a nd o, a d e m á s l le v a u na c a r t e r a q u e
parece oficial.»
E s a n o c he d or m im o s i nt e r r u m p i d a m e n t e , m u y e s t or -
bad os p or el r uid o y golp e s d e los tr e ne s a l pa sar d e la nt e
de nuestras ventanas. Por la mañana Ma bajó los pel-
daños para recoger la leche. Volv ió con la leche y una
carta que le pasó al jefe. «Qué es esto?», preguntó él.
«No lo sé —dijo Ma—, estaba en el buzón.» Se oyó el
ruido de un sobre al ser rasgado y abierto y luego silen-
cio mientras el jefe leía. «¡Por Dios! —exclamó éste—.
¿Es que no hay límite a las tonterías de los oficiales
canadiens es ? Esc uc ha est o. Es una carta de l De partamen to
de Producción Nacional. Empieza:
Muy señor mío:

I nf or m a c ión r e c ib id a p or e s t a of ic ina ind i c a


q ue e s t á us t e d p a ga nd o a lq u ile r a un e xt r a nje r o
n o r e s id e nt e e n C a na d á y q u e n o ha p a ga d o l os
impuestos requeridos. Como no ha pagado dí-

176
c h o s i m p ue s t o s d e s d e e l 1 d e m a y o d e 1959, s e
le pide que en el próxim o alquiler envíe el sufi-
ciente dinero para cubrir la cantidad que debe-
ría haber sido pagada.
Si no cumple pagando dicho impuesto re-
querido por el Acta de Impuestos, será penali-
zado de acuerdo con...

«¿Ves? —dijo el jefe—. Llegamos aquí ayer y ya


recibimos amenazas. Ojalá pudiéramos despertarnos como
una pesadilla y encontrarnos otra v ez en la v ieja y que-
r id a I r la nd a . ¿P or q ué e s t o s inm a d ur os c a na d ie ns e s n os
amenazan e importunan de ese modo? Creo que voy a
llevar todo este asunto a oficiales de Ottawa.»
Miss Ku me dijo con un movimiento de cabeza:
«¿Ves, Feef?, como te dije, ese hombre horrible de ayer
e r a un e s p ía d e im p ue s t os . L e v i. » Es c uc ha m o s m ie nt r a s
el jefe seguía hablando de ello. «No comprendo este
p a í s , m e a m e n a z a n c o n d e p o r t a r m e e n l a p r im e r a c a r t a
q u e m e e nv ía n. E n v e z d e p e d ir m e q ue v a y a a la Of i c i na
de Sa lud Na c iona l, m e amenazm si no v oy. Ahora e l m is -
mísimo día de mudarnos, nos amenazan con todo tipo
de penalidades. La gente de este país no tiene la sufi-
c i e n t e c a b e z a p a r a c om p r e nd e r q u e l o s d í a s d e l S a lv a j e
Oeste se acabaron.» «El jefe se está poniendo salvaje
— s u s ur r ó m is s K u— , d e b e r ía m o s e s c o nd e r n o s d e b a j o d e
la cama.»
L os d ía s ib a n p a s a nd o t r a nq uila m e nt e . Gr a d ua lm e nt e
nos acostumbramos a los ruidos de los trenes. El jefe
a r m ó un ja le o t e r r ib le a c e r c a de la s c a r t a s a m e na za nt e s , y
r e c ib ió e xc u s a s d e los e m p le a d os d e I m p ue s t os L oc a le s y
también del gobierno de Ottawa. Apareció una nota en
l o s p e r i ó d i c o s h a b l a n d o d e lo s o f i c i a l e s c a n a d i e n s e s que
trat ab a n d e int im idar a los r e cié n lle ga d os. El t iem p o fue
volviéndose más cálido y miss Ku y yo podíamos sen-

177
tamos fuera en-el balcón y jugar en el jardín de abajo.
Una mañana, el jefe volvió de la Oficina de Correos de
Walkerville con bastantes cartas, como siempre, pero ese día,
en particular, trajo una carta muy bonita de la señora
O'Grady. «La encuentro a faltar —dijo Ma—, Ojalá pudiera
venir a vernos.» El jefe se quedó quieto durante un rato: «Era
una buena amiga, ¿por qué no le dices que venga?». Ma y
Buttercup allí sentadas se quedaron en silencio y
sorprendidas. «Al final, el jefe ha perdido la cabeza —susurró
miss Ku—. Esto es lo que le ha hecho el Canadá.» «Rab —dijo
el jefe—, ¿por qué no le escribes a la señora O'Grady
invitándola a venir? Dile que si viene el mes próximo estará
aquí al mismo tiempo que la reina de Inglaterra. Fíjate en esto,
la reina de I nglat err a y la s eñora O' Gra d y de Ir la nd a aq u í
al m ism o t iem p o. Dile q ue la re ina cr uzar á e l r ío aq uí,
delante de nosotros. Díselo, por todos los santos, que tengamos
respuesta pronto.»

Miss Ku con humor algo inconsciente dijo: «Bueno, Feef,


ahora que finalmente nos hemos librado de los monos,
tendremos a la señora O'Grady». Todos queríamos mucho a la
señora O'Grady y la teníamos como una amiga de v erdad. Yo reí
y dije a miss Ku que parecía tener el mismo concepto de Ve
O'G que de los monos. Miss Ku, con su humor de costumbre, lo
giró contra mí diciendo: «Tonterías, Feef, todo el mundo aparte
de ti sabe que después de las tormentas viene el sol brillante.
La señora O'Grady es el sol después de la tormenta de monos.»
Los monos habían sido «una tormenta», estaba completamente de
acuerdo. Poco después de instalarnos en la casa junto al río, el
señor carpintero holandés llegó con una camioneta y una jaula.
«Quiero traer a mi mujer para que vea a los monos, ¿puedo?»,
dijo él. Buttercup, l a r e i n a d e l o s m o n o s , d i j o s í , q u e
p o d í a t r a e r a s u mujer para ver a los monos cuando se hubieran
insta-

178
lado. El señor carpintero holandés y el hijo del señor
carpint ero hola ndés llev aron todas las p iezas y trabajaron
con todas sus fuerzas, bueno no demasiadas fuerzas para
juntar t oda s e sa s p ie za s. L ue go s e fr ot ar on la s ma nos, s e
quedaron de pie a un lado y esperaron los dólares. Con
e s t o a r r e g l a d o s e f u e r o n d e s p u é s d e h a b e r s e a s e g ur a d o
de que la señora del carpintero holandés sería invitada
al Salón de los Monos. Creo que al día siguiente llega-
r on d os m on os e n una gr a n c e s t a , c la r o e s t á . B ut t e r c up ,
e xc it a d a p or v e r los , c on p oc a c a ut e la , a b r ió la t a p a una
f r a c c ión d e m a s ia d o. « Ohh — c hill ó m is s K u— . T ír a t e
d e b a jo la c a m a, F e e f, m onos s a lv a je s a nd a n s ue lt os . » N os
z a m b ullim os d e b a jo d e la c a m a p ar a no e s t a r e n m e d io d el
p a s o, ní im p e d ir la c a z a d e los m o nos . El je f e , M a y
Buttercup corrían por todas las habitaciones, cerrando
puertas y v entanas. Durante un rato fue la locura. Pa-
r e c ía q ue hub ie r a or d a s d e m onos ha c i e nd o c a r r e r a s p or
ahí. Miss Ku dijo: «Me quedaré cerca de la pared, Feef, y
a s í e s t a r é a s a l v o p a r a a g a r r a r t e y t i r a r t e h a c i a a t r á s si
un mono viene por ti».
Finalmente cogieron a un mono y lo metieron en la
jaula y luego, después de mucha lucha, el segundo. La
familia se sentó y se secaron el sudor de sus frentes.
Pronto se levantó Buttercup y se transformó en una
mujer del cuerpo sanitario corriendo por la casa y sa-
cando las huellas de monos distribuidas en gran profusión
por todas par tes. Com o dijo m iss Ku sabiam ente: «¡Ca-
ramba! Menos ma l q ue esos seres no vuela n, Feef!». El
jefe y Ma fueron recorriéndolo todo también, poniendo
las cosas en orden y ayudando a dejar el lugar en s u
estado pre-mono.
El experimento monos no fue un éxito. El ruido,
el olor, la conmoc ión ge neral que causaba n esas criat uras
era dem asiado. Un llanto f renético fue dir igido al hom -
bre llamado Heddy. «Sí —acordó— estos salvajes monos

179
de los bosques sudamericanos no eran realmente apro-
piados para casas privadas sino para zoológicos.» Se
ll e v a r ía a l os m o n os y d e ja r í a q ue d a r no s c o n un o d om e s-
ticado, uno que había crecido en cautividad y por lo
t a n t o a p r o p i a d o p a r a la s c a s a s . U n a p á l i d a y a g i t a d a f a -
milia dijo: «¡No! —al unísono—, simplemente, llévese a
éstos. Llévese también la jaula, es de una buena me-
d id a » . As í p ue s , d os m onos y una ja ula m uy gr a nd e e s p e -
cialmente construida para ellos se fueron por el mismo
camino por donde vinieron. Ahora miss Ku y yo pa-
seábam os por la casa con m ás confianza, no constante-
m e nt e p e nd ie nt e s d e lo s m on os q ue p od ía n ha b e r s e e s c a -
pado. Cuando hubo desaparecido el olor y después de
que hubieron limpiado a conciencia varias veces el por -
che, pasábamos mucho tiempo allí. Era un lugar agra-
dable, donde br illaba el sol sobre nosotr os por las ma-
ñanas y desde donde podíamos oler las flores que cre-
c ía n e n los ja r d ine s c e r c a no s . N os r e ía m os m uc ho d e l os
monos pero sólo en retrospectiva, sólo en retrospec-
tiva.
Nuestra alegría por la marcha de los m onos pr onto
se hizo m ayor con una car ta de la señora O'Grady. Sí,
v e nd r ía , e s c r ib ió. Su m a r id o e s t a b a m uy c ont e nt o d e q ue
t uv ie r a una op or t u n id a d s e m e j a n t e d e v ia ja r . « ¿ A q ué s e
dedicaba él?», le susurré a miss Ku. «Era un hombre
muy importante —me susurró ella—. Era la voz de un
barco y solía hablar para que todo el mundo le oyese.
Entonces le llamaban "chispas".» Miss Ku pensó por un
momento y luego añadió: «Creo que tenía algo que ver
c on la r a d i o, s í, d e b ía s e r a s í; a h or a p a r e c e s e r que ha c e
t o d a l a e l e c t r i c i d a d p a r a D u b l í n » . « ¿ T i e n e n f a m i l i a , mis s
Ku?», pregunté yo. «Sí, claro —replicó ella—. Tienen
una gatita niña, llamada Doris, también vendrá, y el
señor perro Samuel que vigila la casa. Es casi tan viejo
como tú, Feef.»

180
Las s ema na s f uer on pa s and o. Una ma ña na e l jef e nos
ll a m ó a m i s s K u y a m í y n o s d ij o: « B ue n o, ga t a s , l a s e-
m a na p r óxim a ha br á m uc ho t r a b a jo y r uid o. L a r e ina d e
I n gla t e r r a v ie n e a W i n d s or , ha b r á n b a n d a s d e m ú s ic a y
fuegos artificiales; la señora O'Grady y Dor is llegarán
hoy. Tú, Ku, tienes que cuidar de Feef. Yo te hago res-
p o n s a b l e d e q ue F e e f e s t é f u e r a d e p e l i gr o» . « O. K . , j e f e ,
O.K. —dijo miss Ku—. ¿No la cuido siempre como si
fuera mi propia tatarabuela?» Había muchos prepara-
tiv os; Ma y B ut te rc up ut iliz ab an c er a e xt ra para la c as a, e l
je f e y nos ot r a s ut il iz á b a m os e ne r gía e xt r a int e nt a n d o n o
e s t a r e n m e d i o p a r a i m p e d ir q u e n o s b a r r i e r a n . « V a m os
a l á t ic o — d ij o m is s K u f ina lm e nt e— . E s t a s m uje r e s c o n s u
l i m p i e z a h a c e n q u e e l l u g a r s e a p e l i g r o s o p a r a vivir.»
E l t ie m p o e r a c a l ur os o, t e r r ib le m e nt e c a l ur os o. Mi s s
K u y y o e nc o nt r á b a m os d if íc il i nc l us o r e s p ir a r . D e l m i s -
mo modo que nuestro primer invierno en Canadá fue
e xc e p c i o na lm e n t e f r í o, t a m b i é n é s t a , la e s t a c i ó n d e l c a l or
era e x c e p c i o na lm e nt e c a l ur o s a . C om o dijo miss K u:
« ¡C a r a m ba , F e e f !, no s e p ue d e c om e r na d a c r ud o a hor a ,
todo se cuece con esta temperatura». Ma había ido a
Montreal el día antes para poder v olar de v uelta con la
s e ñ or a O' Gr a d y. H a c ia la u n a d e l d ía d e l l e ga d a , e l je f e
sacó el gran coche y se fue al aer opuerto de Windsor.
Buttercup deambulaba por ahí e iba mirando por la
v e nt a na t od o e l r a t o. Mis s K u d ij o q ue ha b ía m uc ho q ue
v e r. De nt r o d e p oc os d ía s ha b r ía d e s f ile s , b a nd a s y a e r o-
planos volando por encima. No en honor de la señora
O'Grady, aclaró miss Ku, sino de la reina inglesa que
estaba e n el distrit o. Habría espe ctác ulos de f ue gos artifi-
ciales, lo q ue sab ía que s ignificaban grande s exp losiones.
P e r o a hor a e s t á b a m os e s p e r and o a nue s t r a b ue na a m iga la
señora O'Grady.
Miss Ku y yo estábamos tomando una comida ligera

181
para f or ta le cer nos. B utt er c up mira ba p or la v e nta na. De
r e p e nt e d ij o: « ¡Ah !, a q uí e s t á n» (l o d ij o e n i nglé s , ya q ue
n o ha b l a b a ga t o ) y e n t on c e s c or r i ó e s c a l e r a s a b a j o p a r a
a b r ir la p ue r t a . « T ú no t e m e t a s e n m e d io d e l p a s o, F e e f
—dijo miss Ku—. La joven hija gatita tal vez sea algo
patosa con los pies.» «Todos los humanos lo son», dijo
con un pensamiento retardado. «Tú quédate cerca de
mí y yo haré que no te pase nada.»
Ha b ía u na gr a n c o nm oc i ó n e n la e s c a l e r a , c ha r la s y
risas y el ruido de maletas al ser depositadas con estruen-
do en el suelo. «¡Caramba! —dijo miss Ku— la pobre
Ve O'G tan acalorada como un pedazo de bacon recién
f r it o. E s p e r o q ue s o b r e v iv a . » F ina lm e nt e l l e ga r o n a r r ib a
d e la e s c a l e r a y la s e ñ or a O' Gr a d y s e d e j ó c a e r s ob r e l a
s i l la m á s c e r c a na . C ua n d o s e h ub o r e c u p e r a d o u n p oc o
Ma dijo: «Sal al balcón, tal vez se esté más fresco»
Tod os nos d irigim os a llí y nos se ntamos. Durant e un rat o
se habló de Irlanda, un tema muy querido por el jefe y
Ma . L ue g o e m p e z a r on a h a b la r d e la r e i na i n gl e s a , u n
t e m a a m a d o p or B u t t e r c up , p e r o q u e d e ja b a f r í o a l j e f e .
Miss Ku dijo: «Si quieres hablar de reinas, nosotras
som os las mejores reinas que jamás conocerás». La se-
ñ or a O' Gr a d y p a r e c ía m á s y m á s a c a l or a d a . F in a lm e nt e
s e r e t ir ó a l p is o d e a b a jo d o nd e s e r e f r e s c ó c on la m e jor
agua de Windsor y a su debido tiempo v olv ió algo más
fresca. Ma se había pre oc upad o de q ue la se ñora O'Grady e
hija s e instalaran en un b ue n hot el, el Metr opole, y des -
p ué s d e m irar d ura nte un b ue n rat o la s luc e s d e De tr oit ,
e l j e f e y Ma la s l l e v a r o n a l h ot e l. Mi s s K u f u e p a r a e n s e -
ña r le e l c a m i n o a l j e f e y d e c i r le p or d ó nd e c o nd u c ir . S u -
pongo que sería una media hora más tarde cuando el
jefe, Ma y miss Ku volvieron y todos nos fuimos a la
cama para descansar y estar preparados para el día si-
guiente.
Por la mañana Ma dijo: «Las recogeremos después

182
de desayunar cuando vayam os por el corr eo. Creo que
de b er íam os llev ar la s a dar una v ue lt a en c oc he p or W ind-
s or p a r a q u e v e a n e l l uga r » . T om a m o s e l d e s a y un o y e n-
tonces miss Ku y yo ayudamos al jefe a v estirse. Está
muy enferm o, sabéis, y ha soportado lo bastante como
para acabar con cualquiera. Ahora tiene que descansar
mucho y cuidarse. Miss Ku y yo hemos dedicado nues-
t r a s v id a s a c uid a r le . P r ont o é l y Ma b a ja r on p or la e s c a -
lera tr as era y cr uzar on el ja rd ín ha s ta e l gara je. N ue str a
p r o p i e t a r i a v i v ía e n D e t r o i t , p e r o e n W i n d s or s u s a s u n t os
e sta ba n b ie n v igilad os p or s u pr ima, una s e ñora m uy
a g r a d a b l e q u e s i e m p r e n o s ha b l a b a m u y e d u c a d a m e n t e a
miss Ku y a mí. A todos nos gustaba mucho. Nuestro
c oc he e r a d e m a s ia d o gr a nd e p a r a e nt r a r e n e l ga r a je d e
nuestra casa, as í q ue la prima de nue stra prop ietaria nos
dejaba tener el coche en su garaje que era muy grande
d e s d e lue go. Sí, e r a una m uje r m uy a gr a d a b le y ha b la b a
muc ho c on nos otra s. R e c ue r d o q ue un d ía nos c ont ó q ue
en v ida de su padre todos los que llegaban aquí traba-
jaban con escopetas al lado debido a la auténtica ame-
naza de ataques indios. Su padr e, nos dijo, llevaba al
ga na d o v a c u n o a b e b e r e n e l r í o d o nd e ha b ía n a h or a la s
vías de tren. Tenía otra casa a unas millas de Windsor
q u e e r a u n a v e r d a d e r a c a b in a d e l e ñ o s , c o n s t r u i d a c o n
leña de nogal. Miss Ku fue a v erla una v ez y se quedó
m u y im p r e s i ona d a p or la s e xt r a ña s c r ia t ur a s q ue v iv ía n
debajo de los peldaños. «¡Saltamontes gloriosos! —dijo
m iss Ku—, tardan m ucho. » Pensam os que era una pér -
d i d a d e t ie m p o s e nt a r n os y e s p e r a r , a s í e s q u e s u b i m o s
al ático y nos hicim os la m anicura con la ayuda de las
vigas y tomamos un refrescante baño de polvo. Desde
l a r e p i s a m á s a l t a d e l a c a s a , m i s s K u m i r ó ha c i a a b a j o a
la calle unos cuarenta y cinco pies debajo. «Han lle-
ga d o» , gr it ó y s a l t ó á gi lm e nt e a l s u e l o d e l á t ic o. C or r i e n do
por las escaleras llegamos justo a tiempo de decirles

183
hola al entrar. El jefe m e cogió sobr e su hom br o y m e
subió arriba. Miss Ku corría delante llamando a Butter-
cup para que viniera y dijera «buenos días, visitantes».
« F uim os a v e r los b uq ue s d e gue r r a b r it á nic os — d i jo
el jefe—, están amarrados en el parque Dieppe. Tam-
bién dimos una vuelta por la ciudad. Ahora la señora
O'Grady quiere sentar se y recuperarse del calor.» Cogi-
mos sillas y las llevamos al balcón. La señora O'Grady
estaba desde luego m uy inter esada en la v ista del r ío,
con barcos procedentes de todas partes del mundo pa-
s a nd o p or d e la nt e d e s u s oj o s . El je f e ha b ló d e una r ut a
marítima diciendo que era por esa razón que había tan-
t os b a r c os . N o lo e nt e nd í e n a b s olut o y m is s K u f ue m uy
vaga, pero parece que los humanos habían cavado un
h o y o p a r a q u e e l a g u a d e l o s g r a n d e s la g o s p a s a r a m á s
d e p r is a a l m ar . C om o q ue a lguna s c i ud a d e s a m e r ic a na s
cogían demasiada agua colocaron compuertas y unos cana -
d i e ns e s t e n ía n la s l la v e s . T e n ía n q ue a b r ir la s c o m p u e r -
t a s y d e ja r s a lir a lgo d e a gu a p a ra q ue p ud ie r a p a s a r un
b a r c o, e nt onc e s c e r r a b a n la c om p ue r t a d e a t r á s y a b r ía n
otra vez la de delante. Todo era muy misterioso para
m i s s K u y p a r a m í , p e r o e l j e f e l o s a b ía t o d o s o b r e e s t o y
s e l o c o n t ó a l a s e ñ o r a O ' G r a d y q u e p a r e c í a e n t e n d e r de
lo que se trataba.
Pasaron unos cuantos días en los que la familia lle-
v a b a a la s e ñ o r a O ' G r a d y a c o n t e m p l a r l a s v i s t a s . A m í
m e p a r e c ía q u e e r a u na p é r d i d a d e t ie m p o, ya q ue c om o
d e c ía m is s K u é s t a s p a s a b a n p or d e la nt e d e nue s t r a v e n-
tana. « ¡Eh, Feef! —exclamaba—. Mira a esa mujer,
¿verdad que es una buena vista?» Había mucha activi-
d a d d e l a n t e d e n ue s t r a c a s a , ha b ía n h om b r e s c o l oc a n d o
a d or n o s y p a p e le r a s . P e q u e ñ o s b ot e s c o n e n c a r ga d o s d e l
trabajo pasaban r ugiendo por el agua gr itando para de-
m o s t r a r s u im p or t a n c ia . L a s m u c he d um b r e s v e n ía n y s e
sentaban sobre las vías de tren, mirando al otro lado del

184
a g ua y c a n t i d a d e s d e c o c h e s p a r a d o s e nt or p e c ía n la c ir -
c u l a c i ó n p o r l a s c a r r e t e r a s . L a f a m i l ia se sentaba en el
balcón. El jefe hiz o m uchas fotografía s y ese día tenía
una c osa c on t re s p ata s c on una má q uina e nc ima. Sobr e
la m á q uina ha b ía lo q ue m is s K u l la m ó u n t e le f ot o, s uf i-
cie nteme nte p ote nte c omo para fotografiar un gato e n De -
troit. La señora O'Grady s e mov ía impacie nte e n s u silla.
«¡Mirad! —exclamó muy excitada—. Toda la orilla
estadounidense americana está alineada con chaquetas ro-
jas de la guardia montada.» Miss Ku se aguantó la risa
m i e n t r a s e l j e f e r e p l i c a b a : « N o , s e ñ o r a O ' Gr a d y n o s o n
la guardia montada, es un tren cargado de tractores rojos
que ha n sid o e xp ortados de Canadá». Como d ijo mis s Ku,
parecían t r o p a s c o n c ha q ue t a s r o ja s , a s í q u e c ua lq ui e r a
podía ser disculpado por tan inocente equivocación.
Se acercaban más bar cos por el r ío. El r uido de la
muchedumbr e se ahogó tem poralm ente, luego un gran
bla, bla, bla, y g r a n d e s g r i t os d e j ú b i l o . « A l l í e s t á — d i j o
M a — s o l a d e p i e s o b r e l a c ub i e r t a t r a s e r a . » « Y a l l í e s t á
e l p r ínc ip e — d ijo B ut t e r c up — , m á s a l c e nt r o d e l b a r c o. »
«Tomé una bonita foto de ese helicóptero —dijo el
je f e — . Un hom b r e e s t a b a a s o m a d o a la v e nt a nilla y f ot o-
gr a f i a b a a l os b a r c os d e b a j o . S e r á u na b ue na f o t o. » L o s
barcos fueron alejándose río arriba y al desaparecer el
últ im o b a je l d e la v is t a , s e v olv ie r on a p one r e n m a r c ha
los coches. La m uchedum bre se disper só, y com o dijo
m iss Ku todo lo que quedó para r ecor dar lo f ue m edia
tonelada de basura. Otra vez volvieron los ferríes de
trenes a cruzar y cruzar el río y los trenes tronaban y
u l ula b a n a l o la r g o d e la s v í a s d e la nt e d e n u e s t r a s v e n -
tanas.
M ie nt r a s ha b ía t o d a v ía l uz , a r r a s t r a r o n a l g u na s b a r -
c a z a s ha c ia e l c e nt r o d e l r ío y la s d e ja r on s ob r e e l a gua
allí donde Canadá se volvía Estados Unidos y Estados
Unidos se volvía Canadá. Parece que si los fuegos arti-

185
fidales salian desde esta posición, ambos países y no
uno s olo s er ía n r e sp onsa b les por los da ños q ue p ud ier a n
c a us a r s e . Ot r a v e z s e j u nt ó e l ge n t í o t r a y e n d o c o n e l l os
comida y bebida, sobre todo lo último. Todos los trenes
parar on y a lguie n de b ió d e c ir a los bar c os q ue no p od ía n
ír m á s le j o s . F ina lm e nt e l le g ó l a h or a d e l o s f u e g os a r t i -
f ic ia le s . N o o c ur r i ó n a d a . P a s ó m á s t i e m p o y t od a v í a n o
p a s a b a n a d a . Un h om b r e gr i t ó q u e u na d e la s p i e z a s d e
los juegos artificiales había caído al agua. Finalmente
se oyer on unos c uant os p etardos ni suf icient emente alt os
para asustar a un gatito recién nacido y miss Ku dijo
que habían unas luces extrañas en el cielo. Y entonces
se acabó todo. El jefe y Ma dijer on que ya er a hora de
llevar a la señora O'Grady al hotel. Ma dijo: «Toma-
rem os un ta xi, nunc a p od re m os sa ca r e l c oc he d e l gar a je
con una multitud semejante». Llamó a la compañía de
taxis y le dijeron que todos los taxis estaban parados en
embotellamientos de tráfico. «Había un millón de per-
sonas o más delante del río —le dijeron— y el tráfico
es como un bloque sólido.» El jefe sacó el coche y él,
Ma y la señor a O'Grady desaparecier on entre la m ulti-
tud. Más de un hora después volvieron Ma y el jefe y
dijeron que habían tardado una hora para hacer dos
millas.
Al día siguiente el jefe y Ma llevaron a la señora
O'Grady a ver Detroit, condujeron mucho y luego vol-
vieron a miss Ku y a mí. La señora O'Grady dijo que
quería hacer algunas compras allí, así que ella, Ma y
Buttercup se fueron juntas, dejándonos a miss Ku y a
mí cuidando del jefe. Ésa fue una semana muy llena,
muy oc upada c omo si f ues en dos o tres semana s de c osa s
para ver comprimidas en una. Muy pr onto los de los
aviones tuvieron que fletar un avión de vuelta a
Irlanda, a Shannon, desde donde habíamos salido
nosotros.
El jefe y Ma llevaron a la señora O'Grady e hija
186
aeropuerto de Windsor. Como oím os que le decía Ma a
B u t t e r c u p m á s t a r d e , e s p e r a r o n ha s t a q ue e l a v i ó n d e s -
pegó. Los O'Grady comenzaban un viaje de vuelta a
I r la nd a q ue n os o t r os h ub ié r a m o s d e s e a d o p o d e r h a c e r .
El jefe había pr obado duramente encontrar trabajo en
Windsor o en Canadá. No le importaba ir a cualquier
sitio en el campo. Lo único que le ofrecieron una vez
fue trabajar com o jor naler o y esto es demasiado tonto
p a r a d e s c r ib ir l o. C a na d á , e s t a m os t od o s d e a c u e r d o, e s
u n p a í s d e l o m e n os c iv i l iz a d o y t o d os v iv im os p a r a v e r
el día en que podamos dejarlo. De todos modos este
li b r o n o e s u n t r a t a d o d e l o s d e f e c t o s d e l C a na d á ; e s t o,
de todas formas, llenaría una biblioteca entera.
Miss Ku y yo podíamos salir a menudo al jardín
ahor a, nunc a s olas, c lar o, ya que ha b ía n m uc hos p err os
en el distrito. Los gatos siameses no tememos a los
perros, pero los humanos sí tienen miedo de lo que
nos ot r os p odam os ha cer le s a los p err os. Es b ie n sa b id o,
q u e s e no s ha v i s t o s a lt a r s ob r e la e s p a l d a d e un p e r r o
que nos ataca, clavar las pezuñas y montar como un
hum a no m o nt a u n c a b a llo. A p a r e nt e m e nt e e s t a b a p e r m i-
tido que los humanos se ataran púas de hierro en los
talones y arrancasen los costados de un caballo con ellas,
p e r o s i n os o t r os c la v á b a m os la s p e z u ña s a u n p e r r o e n
defensa propia, se nos llamaba salvajes.
Esa tarde se estaba muy bien. Estábamos juntas de-
bajo de la silla del jefe —es muy grande; para sus doscien-
tas veinticinco libras necesita una gran silla— cuando todo
un grupo de coches pasó por nuestro lado haciendo sonar
sus estridentes bocinas. Nunca me había preocupado antes
p or e s t o, p ue s p e n s a b a q ue s im p le m e nt e e r a n c a na d i e n-
s es, c on lo q ue no hac ía falt a que la s c osa s q ue hic ie ra n
t uv ie r a n s e n t id o a l g u n o. Se m e o c ur r i ó d e c ir : « M i s s K u,
me pregunto por q ué hac en t od o e ste r uid o». Miss K u era
muy erudita y al no ser ciega me llevaba una gran

187
ventaja. «Te lo diré, Feef —replicó—. Aquí cuando un
T om y una r e ina huma nos se ca sa n, p one n c int as en s us
c oc he s y c ond uc e n e n pr oce s ión ha c ie nd o s onar las b oc i-
na s t od o e l ra t o. Sup ongo q u e s ignif ica: "V igila d, un gr u-
po de locos se acer ca".» Se sentó más cóm odamente y
a ña d ió: « Y c ua nd o un hum a n o m ue r e y s e lo lle v a n p a r a
e c ha r l o e n u n a g u je r o e n la t i e r r a , t o d o s l o s c o c he s d e l
funeral dejan sus luces encendidas y llevan banderas
a z ule s y b la nc a s q ue p one n " f une r a l" v ola nd o a l la d o d e
los c oc he s . T ie ne n d e r e c ho a p a s a r e n e l t r áf ic o y n o
t ie ne n q ue p a r a r e n los s e m á f or os » . « Es t o e s m u y int e r e-
s a nt e , m is s K u, m uy int e r e s a nt e » , d ije yo.
Mis s K u m or d ió u na b r iz na de hie r b a unos ins t a nt e s y
lue g o d ij o: « P od r ía c ont a r t e m uc ha s c os a s s o b r e C a nadá.
Aquí, por ejemp lo, c uand o un humano muere s e lo llev an a
una ca sa d e f unera les, lo arr e gla n, em ba lsama r lo llaman,
le p inta n la cara y lo m ues t ran en s us ata úde s o cajas
como las llaman aquí. Entonces unas personas les o f r e c e n
los últimos respetos: A v eces ponen el cuerpo medio
sentad o en la ca ja. El jef e dice q ue esta s casa s de
funera le s s on los m a yore s ne goc ios q ue s e ha n he c ho
nunca. También cua nd o la ge nte v a a casarse s us amigos
los duchan». Miss Ku paró y rió a carcajadas. «Cuando
oí esto por primera vez, Feef —rió—, pensé que los
amigos les daban un baño, sabes, una ducha. Pero no,
s i g n i f i c a q u e l o s d u c h a n c o n r e ga l o s . S o b r e t o d o c o n
cosas que no quieren o cosas que todo el mundo les da.
¿Que hace una novia con media docena de coladores de
c a f é » S u s p i r ó. « E s u n p a í s d e l o c o s r e a l m e n t e » , d i j o . « L o
mismo con los niños. No les hacen nada a los queridos
niñit os , n o l e s r iñe n, t ie n e n gua r d ia s e s p e c ia le s q ue le s
ayuda n a cr uzar la c alle. L os tra ta n c om o s i no t uv iera n
c e r e b r o p r op io, l o c ua l e s t á b ie n, p e r o e l p r ob l e m a lle ga
c ua nd o d e je n e l c ole gio, es ta rán s olos. Nad ie le s c uidar á
entonces. En estas partes, Feef, existe la insana costura-

188
b r e d e c uid a r d e ma s ia d o a l ga t it o hum a no. N un c a ha c e n
nada malo. Malo para ellos, Feef, malo para el país.
Deberían poner disciplina o años más tarde caerán en
e l cr im e n p or hab er s id o tra tad os d ema s ia d o s uav em e nt e
cuando eran jóv enes. Los niños de aquí son rastreros y
ga m b e r r os , ¡b a h!» Y o a s e nt í c on s im p a t ía . Mis s K u t e nía
razón. Mima demasiado a un gatito y construye los ci-
m ie n t os p a r a u n a d ul t o i n s a t i s f e c h o. El j e f e s e l e v a nt ó .
«Si vosotras, gatas, queréis quedaros aquí más rato
— d ijo- - y o ir é a r r ib a a b us c a r la m á q uina d e f ot ogr a f ia r .
Quier o f ot ogra fiar e sta s r osa s .» El jef e era un gra n am an t e
d e l a f o t o g r a f í a y t e n í a u n a m a r av illos a c ole c c ió n d e f ot o s
d e c ol or . Dio la v ue lt a y s ub ió e n b u s c a d e s u b ue na
m á q uina ja p one s a T op c on. « P s s s » , s us ur r ó a l ga t o d e l ot r o
la d o d e la c a lle , « P s s s , t e ngo a lgo q ue d e c ir os , la d y K u' e i
s i v ie ne s u n m om e nt o a la c e r c a » . Mis s K u s e le v a nt ó y f ue
p a s e á nd os e t r a nq uila m e nt e ha s t a e l c e r c a d o m e t á lic o a l
la d o d e l ja r d ín. El la y e l ga t o d e l ot r o la d o d e la c a lle
ha b la r on e n s us ur r os d ur a nt e u n r a t o, lue g o m is s K u
v olv ió y s e s e nt ó ju nt o a m í ot r a v e z . « Sólo q ue r ía d a r m e
le c c i one s e n e l ú lt im o a r got a m e r ic a no — d ijo e lla — . N a d a
im p or t a nt e . » El je f e s a lió c o n s u c á m a r a pa r a f ot ogr a f iar
la s f lor e s . Mis s K u y yo n o s r e t ir a m os d e b a jo d e unos
a r b us t os , ya q ue od iá b a m os q ue se nos f ot o gr a f ia ra .
T a m b ié n od iá b a m os q ue no s m ir a s e n t ur is t a s c ur io s os .
Mis s K u t e nía un m or t if ic a n t e r e c ue r d o d e una e stúpida
mujer ca nadie ns e metiend o s us nar ices por la v e nt a n i ll a
d e l c o c he s e ña la nd o a m is s K u y d i c i e nd o: « ¿ Q u é e s , u n
m o n o ? » P o b r e m i s s K u , e n r o j e c í a t o d a ella cada vez que lo
pensaba.
Esa noche, al ser sábado, había demasiada gente fuera.
Había una especie de fiesta en una casa de bebidas un
poco más arriba de la calle. Los coches iban rugiendo
p or a h í y s e o ía n m u c h o s g r it o s y d i s c u s i on e s m ie nt r a s
los hombres regateaban con mujeres que esperaban en

189
la calle. Nosotros nos fuimos a la cáma, Buttercup se
quedó en una habitación lateral de la casa donde tenía
fotos de monos y gatitos humanos y la estatua de un
b u l ld o g l la m a d o C h e s t e r . Ma y m is s K u t e n ía n u na ha b i -
t a c i ó n q u e d a b a a la p a r t e d e la n t e r a d e la c a s a y e l j e f e
y yo dormíamos en otra habitación que daba delante
t a m b i é n, d e c a r a a D e t r o i t y a l r í o . P r o n t o o í e l c l ic d e l
i nt e r r u p t or a l c e r r a r e l j e f e l a l uz y e l c r u j ir d e l a c a m a
al m et er s e e n ella. Y o m e q ued é se nta da un rat o s obr e la
ancha repisa de la v entana, recogiendo los sonidos de
la noc he y pe nsa ndo. ¿P ensando? ¿Qué estaba pensand o?
Bueno, estaba comparando el dur o pasado con el agra-
d a b le p r e s e n t e y p e n s a n d o q u e , c om o m e ha b ía d i c h o e l
v ie j o m a nz a n o, a h or a t e ní a u n h o ga r , e r a a m a d a y v iv ía
e n p a z y f e l ic id a d . A h or a , p o r q u e s a b ía q u e p o d ía h a c e r
l o q u e q u i s i e r a o ir a c u a l q u i e r p a r t e d e l a c a s a , p o n í a
un cuidado particular en no hacer nada que hubiera
p o d id o of e n d e r a la i n c lu s o le ja na m a d a m e D ip l om a t e n
Francia. Recuerdo el lema del jefe: «Haz lo que te gus-
tar ía q ue t e hic ie s e n a t i». Una cá lida r áfa ga d e f elic idad
m e e m b a r ga b a . E l je f e r e s p i r a b a s ua v e m e nt e y c r u c é la
ha b it ac ión ye nd o ha s ta s u ca ma p ara as e gurar me d e q ue
estaba bien. Me enrosqué sobre su cama y caí dormida.
De repente me desperté por completo. La noche
estaba silenciosa excepto por un ruido lejano como de
r a s p a r . ¿ U n a r a t a ? E s c u c h é d u r a n t e u n r a t o. E l r a s p a r
c ont inuaba. L ue go s e oyó e l ruid o s ord o c om o de ma d era
a l a s t illa r s e . Sa lt é s il e nc i os a m e nt e d e la c a m a c r uz a nd o
la ha b i t a c i ó n e n b u s c a d e m is s K u. É s t a e nt r ó e n a q u e l
mome nt o e n la ha b it ac ión: «T e ngo not ic ia s par a t i, m e jor
será que te lo creas. Me enteré de ello hoy por el gato
d e l o t r o l a d o d e l a c a l l e . H a y u n l ad r ó n a b a j o , ¿ v a m o s
a cortarle el cuello?» Yo pensé durante un rato, los
gatos siameses hacen cosas por el estilo en defensa de
su propiedad, pero luego pensé que se nos suponía

190
c iv iliz a d os a s í q ue d ije : « N o, c r e o q ue d e b e r ía m os av is a r
al jefe, miss Ku». «Oh, de acuerdo, sí —exclamó ella—,
pronto le romperá las siete costillas a ese ladrón.» Yo
salté a la cama y suavemente le di al jefe unas palmaditas
en el hombro. Alargó la mano y me acarició la barbilla.
«¿Qué pasa, Feef?», preguntó. Miss Ku se encaramó de
un salto y se sentó sobre su pecho: «Eh, jefe, hay un
ladrón abajo. Dale una buena tunda». El jefe escuchó
p o r u n m o m e n t o y l u e g o silenciosamente buscó sus
zapatillas y su bata. Tras coger una potente linterna
que había ahí cerca, se arrastró sigilosamente por la
escalera con m iss Ku y yo siguiéndole. Butter cup salió
de su habitación. «¿Qué pasa?», preguntó. «Shh, ladr o-
nes», dijo el jefe m ientras continuaba bajando. Debajo
nuestr o el raspar había parado. Miss Ku gritó: «Ahí
está». Oí unos pasos pesados y el golpe del portillo del
jardín. Ahora Ma y Buttercup se habían unido ya con el
jefe. Todos registramos el piso bajo. Una fuerte brisa
entraba por una ventana abierta. «¡Por todos los dem o-
nios! —exclamó m iss Ku—. El tipo ha r oto el marco de
la ventana.» El jefe se vistió y salió para clavar el
marco de la ventana rota. No llamam os a la Policía.
Una vez antes un gr upo de niños robaron el portillo
trasero. Ma llam ó a la Policía y cuando finalmente llegó
un policía dijo: «Mm, tienen ustedes suerte de que no
se llevaran el tejado sobre sus cabezas».
Nosotr os los gatos siameses tenemos un gran sentido
de la responsabilidad. En e l T ibet guardamos los temp los y
también cuidamos a los que amamos aunque nos cueste la
vida. He aquí otra de nuestras leyendas.
Ha c e c i e n t os y c i e nt o s d e a ñ o s v iv ía u n v ie j o q ue e r a
el guardián de las selv as de una v ieja lamasería en el
L e ja n o Or ie n t e . V iv ía e n l o m á s p r of u nd o d e un b os q u e ,
compartiendo su cueva con una pequeña reina siamesa
que había sufrido muchas penalidades en este mundo.

191
Junt os, el v iejo guard ia, que era v enerado com o un sa nto,
y la p e q ue ña ga t a s ia m e s a p a s e a b a n p or los c a m in os d e l
bosq ue, ella a una resp et uosa distancia detrás d e él. Jun-
t o s i b a n e n b us c a d e a n im a l e s e nf e r m os o ha m b r ie nt o s ,
llevándoles consuelo a los afligidos y ayuda a los que
t e nía n m ie m b r os r ot os . Una noc h e e l v ie jo g ua r d iá n, q ue
de hecho era un monje, se retiró a su cama hecha con
h oj a s , a g o t a d o p or un e xc e p c i on a l d ía d e t r a b a j o. L a p e -
queña gatita se enr oscó cerca suyo. Pr onto estuv ier on
dormidos, sin temer ningún peligro, ya que eran los
amigos de todos los animales. Incluso el salvaje jabalí y
el tigre respetaban y amaban al guardián y a la gata.
Dur a nt e la s hor a s m á s os c ur a s d e la noc he , una s e r -
p i e nt e v e n e n os a c o n m a l é v ol a i nt e n c i ón r e p t ó d e n t r o d e
la c ue v a . C e l os a y c o n un a m a ld a d i ns a na q u e s ól o u na
serpiente venenosa podía mostrar, se deslizó sobre la
cama de hojas del durmiente monje y estaba a punt o
de darle con las venenosas fauces. Saltando sobre sus
pies, la gata s e la nzó al c ue llo de la s erpie nte dis traye nd o
su atención del ahor a despier to m onje, La batalla fue
lar ga y fer oz con la ser piente culebr eando y r etor cién-
dose a lo largo y ancho de la cueva. Finalmente, casi
desplomándose de agotamiento, la gata mordió en la
espina dorsal de la serpiente que pr onto quedó inmovi-
lizada por la muerte. Suavemente el m onje separó a la
ga t it a d e los m ons t r uo s os p l i e gue s d e la s e r p ie nt e m u e r -
t a . L a a c un ó e n s u s b r a z o s y d i jo: « Ga t i t a , ha c e ya t ie m -
po que tú y los de tu especie nos habéis cuidado a nos-
otros y a nuestros templos. Siempre tendréis un lugar
en los hogares, los fuegos y los cor azones del hom br e.
A partir de ahora nuestros destinos estarán unidos».
Y o p e ns é e n t od o e s t o m ie nt r a s nos d ir igía m os t od os
en tropel otra vez a nuestras habitaciones para dormir.
El jefe estir ó su brazo y me tir ó de las orejas cariñosa -
mente, luego se dio la vuelta y se quedó dormido.
Capítulo XI

«¡Feef!» Miss Ku subía la escalera en un gran estado


d e e x c i t a c i ó n. « ¡ F e e f ! — e x c la m ó a l l l e g a r a r r ib a y e nt r a r
e n la ha b it a c i ón. El v ie jo ha p e r d id o e l ju ic i o» , m ur m ur ó
para sí misma mientras entraba corriendo en la cocina
en busca de algo de comer. ¿El jefe había perdido el
juic io? N o p od ía e nt e nd e r lo q ue q ue r ía d e c ir ; s a b ía q ue
había llevado a miss Ku en coche a Riverside. Ahora,
después de haber estado fuera más de una hora, miss
Ku d ecía que é l había perdid o la cab eza. Salté a la re pisa
d e la v e nt a na y r ef le xio né s o b r e e llo. En e l r ío un b uq ue
hiz o s ona r la s ir e na , c uya s e ña l, nos ha b ía d ic ho e l je f e ,
quería decir: «Giro hacia el puerto».
Se o y ó e l s ua v e p a t e a r d e p i e s y m i s s K u s a lt ó l i ge r a
junto a mí. «Tiene una roca en la cabeza del tamaño de
la colina de Howth», dijo ella mientras se lavaba cuida-
dosamente. «Pero, miss Ku —expuse yo—. ¿Qué ha
pasado? ¿Cóm o ha perdido el jefe la cabeza?» «Oh —re-
p l ic ó e l la — . Í b a m o s c o nd u c i e n d o t a n p a c íf i c a m e nt e y d e
r epente al v iejo se le metió una abeja en el som br er o.
Paró el coche y miró el motor. "No me gusta el ruido
que hace —dijo él—. Sé que va a ocurrir algo." Ma es-
taba allí sentada com o un pato relleno sin decir nada.
Volvió a subir al coche y al arrancar dijo: "Llevaremos a
Ku a casa y luego iremos al garaje a ver qué otros
c oc he s t i e ne n " . As í q u e a q u í e s t o y, d e s p ué s d e ha b e r m e
echad o aquí c omo si fuera un montón de ba sura mie ntra s
ellos van placenteramente por aquí y por allá en mi
coche.» Se sentó malhumorada en el borde de la repisa
murmurando para sus adentros.
«¡Oh!», miss Ku saltó y bailó sobre la repisa de la
ventana en un ataque de excitación. «¡Caramba! —gritó,

193
con la v oz hac ié ndose le más y más aguda—, e s realm ent e
fantástic o, m uy elegante, un t remend o autom óv il. B lanc o y
rosa.» Yo s eguí sentada y quie ta, esperand o a que se
calmara y me dijera lo q ue estaba oc urriendo. En aquel
moment o oí la p uerta de un coche al cerrarse y unos
segundos más tarde, el jefe y Ma s ubía n por la esca lera,
«¿c oche nuev o, eh?», pregunt ó But terc up. «Bue no —pe ns é
yo—, ahora sabré la hist oria.» «Sí, otr o c oc he, un Mercurio
—dijo e l jefe—. No ha tenid o más que un prop ietario y m uy
pocas m illas. Un buen coche. Creo que c on el otro tendrán
problemas de lev as. És te está a prueba por el día, ¿q ueréis
dar una v ue lta?» Miss Ku s altó sobre s us p ie s y corrió
hacia la puerta para que por lo me nos a e lla no la
olv idaran. «¿V ienes a dar una v uelta e n el nuev o c oc he,
Feef?», preguntó e l jefe mie n tras me acariciaba la barbilla.
«No, gracia s —rep liq ué yo—. Me guedaré aquí c on Ma y
v igilaré la casa.» Me dijo que era una v ieja v aga y lue go
bajó la e scalera. Mis s K u y B utterc up estaba n se ntadas en
el c oc he. Les oí arrancar y luego Ma y yo preparamos e l t é
para cuando v olv ieran.
Ring, ring, ring, d ijo el t eléf ono. Ma c orrió a c ogerlo, ya
que a los teléfonos no les gusta que los haga n esp erar.
«Oh, hola, señora Durr», dijo Ma. Esc uchó un m ome nto. Y o
pod ía oír los e nc ubrid os s onidos de l te léfono, pero no lo
bastante fuert es para pod er compre nder los. «Ha salid o,
está proband o un coche nuev o. Se lo d iré cua ndo v ue lv a»,
dijo Ma. Ella y la se ñora Durr hablar on durante un rato y
luego Ma v olv ió a su traba jo. Prontc oím os al jefe, a
Butt ercup y a mis s Ku q ue v e nían p oi la e scalera de atrás
desp ués de guardar el coche. «La se ñora Durr ha
telef oneado —d ijo Ma— s ólo era uní llamada amis tosa,
pero ha te nido algún pr oble ma, al guie n la ha de jado
colgada con el local que iba a alq ui, lar.» A t od os nos
gustaba la señora Durr. Desp ués d e

194
ha b e r t r a b a ja d o d ur o p a r a o t r a e m p r e s a i b a a p o ne r s u
propia librer ía que iba a llamarse «Tierra del libro» en
la P l a z a D or w in, e n W in d s or . « E s t á f ur i o s a — d i j o Ma — ,
no tiene donde guardar los libros y cosas hasta que
p u e d a t r a s la d a r s e a la t i e nd a n u e v a e n D or w in » . E l je f e
s igu ió t om a nd o s u t é s in d e c ir na d a ha s t a q ue hub o t e r -
mina d o, e nt onc e s: « ¿P or c uá nt o tiem p o q uer ía e l s it io?»,
preguntó. «Un mes, no más», dijo Ma. «Dile que venga a
vernos. Puede guardar todas las cosas en el apartamento de
aba jo p or un m es. Pa ga m os e l a lq uiler, la pr op iet ar ia n o
p ue d e d e c ir nos na d a m ie nt r a s no v e nd a m os a llí. » Ma s e
dirigió al teléfono y marcó el número... «Ahí está
Ruth», gritó miss Ku. «Ku —dijo el jefe—, tú no eres
c a na d ie ns e p a r a lla m a r a t od o e l m und o p or s u nom b r e
de pila, es la señor a Dur r.» «¡Uf! —dijo m iss Ku—, es
Ruth para mí y el pequeño c aballer o señor gato e s Chuli,
no señorito Durr.»
La s e ñora Durr s ub ió la s e s c alera s d e d e la nte y t od os
dijim os hola y lue go t od os b a jam os p or la s es ca lera s tra -
s e r a s p a r a v e r e l a p ar t a m e nto d e a b a jo. El j e f e m e p us o
s ob r e s u hom b r o p or q ue c r e yó q ue ha b r ía n d e m a s ia d os
pie s par a yo p oder ev itar los, ya q ue no los v e ía. « B ue no,
aquí estamos, señora Durr —dijo el jefe—. Puede guar-
d a r s u s c o s a s a q u í y t r a b a ja r t o d o e l d í a s i q u i e r e . N o
p u e d e v e nd e r a q u í, n i p u e d e p a ga r n o s n i n gú n a lq ui l e r .
Entonces ni la propietaria ni el Municipio de Windsor
C i t y p u e d e n o b j e t a r . N o ha y t i e n d a s p or a q u í , c o m o ya
sabe.» La señora Durr parecía muy contenta. Jugó con-
migo y yo di mi mejor ronroneo de segundas, siempre
g ua r d a m o s l o s m e j or e s p a r a la f a m i l ia . Y o s a b ía q ue e l
señor Chuli Durr podr ía explicar le esto a ella cuando
fuera algo más viejo. En aquel momento era todav ía
un gatito pequeño, desde luego, con su rostro y su cola to-
d a v í a b la n c o s . A h o r a e n e s t e m o m e n t o e n q u e e s c r i b o ,
creo entender que se ha convertido, desde luego, en un

195
magnífico ejemplar de Tom. Recientemente, miss Ku
recibió una foto de él y lo describió con gran gusto y
detalladamente.
A la m a ña na s iguie nt e t r a je r on c a nt id a d e s y c a nt id a -
d e s d e lib r os a l a p a r t a m e nt o d e a b a jo. Dur a nt e la m a yor
parte de la maña na parec ía haber hombres cargand o gran-
des cajas y gruñendo fuertemente mientras luchaban para
meter esas cajas por las puertas. Poco después de la
comida oí que v enían más hombres «Los hombres del
teléfono —dijo miss Ku—, tiene que tener un teléfono,
¿no? Cualquier tonto sabría esto.» Se oyeron ruidos
como de martillazos y poco después sonó la campanilla
del teléfono al probarlo. «Voy a bajar para ver si todo
va bien», dijo miss Ku. «Espera un minuto, Ku —dijo
el jefe—. Deja que terminen esos hombres y entonces
bajarem os todos a v er a la señora Durr.» Me par eció a
mí que lo mejor que podía hacer era tomar algo de
comer, ya que no sabía cuánto tardaríamos. Me dirigí
hacia la cocina y tuve la suerte de descubrir a Ma que
acababa de poner una por ción de com ida fr esca. Le di
un em p ujonc it o c on m i ca be z a y m e fr ot é c ontr a s us p ier -
n a s a m o d o d e g r a c i a s . Q u é l á s t i m a p e n s é , q u e t o d a v ía
no hable gato como el jefe.
Al poco rato el jefe abrió la puerta de la cocina que
daba a la escalera trasera. Miss Ku corrió de cabeza hacia
abajo y yo ahora pod ía arreglármelas con la esca lera,
c on o c ie nd o t o d os l o s p e l d a ñ o s y s a b i e nd o q ue n o ha b r ía
ob s t á c u l os . E l je f e e r a m u y firme c o n e s t o. E r a f a ná t i c a -
mente quisquilloso en lo referente a que mis «rutas»
est uv ieran siempre libres de obstá culos y que los muebles
e s t uv ie r a n s ie m p r e e n e l m is m o s it io. S up o ng o q ue c om o
que el jefe había estado ciego durante un año, entendía
mis problemas mejor que nadie.
Bajamos corriendo la escalera y patinamos al parar
en seco ante la puerta de la señora Durr. La abrió y nos

196
d e jó e nt r a r e nc a nt a d a . Y o e s p e r é a l je f e e n la p ue r t a, ya
que no conocía los obstáculos. Me cogió y me llevó den-
t r o , c o l o c á n d o m e s o b r e u n a g r a n c a ja p a r a q u e p u d i e r a
husmear todas las noticias. Algunas eran mensajes mal
educados dejados por perros, otros olores indicaban que
el fondo de la caja había estado sobre un suelo húmedo.
E n u n l i b r o l e í u n m e n s a j e d e Sr . - Sr t a . S t u b b y D u r r .
É l - e l l a e s t a b a e n c a n t a d o d e t e n e r a l. s e ñ o r i t o C h u l i
Durr a quien cuidar. Miss Ku dio un suspiro ante esos
felices recuerdos. «El viejo Stubby era un compañero
m u y a g r a d a b l e — d i j o — . E s t r i s t e t e n er q u e d e c i r q u e
algo se mezcló cuando le dieron el sexo, el pobre Stubby
tenía [os dos. Daba v ergüenza. Yo fui una tarde a casa
d e [ o s D u r r y a p e n a s s i p o d ía m a n t e n e r l a m i r a d a f u e r a
d e . . . , n o , q u i e r o d e c ir q u e n o s a b ía d ó n d e m ir a r . »
«Sí, sí, miss Ku —dije yo—, pero tengo entendido que
é l - e l l a t i e n e u n c a r á c t e r m uy d u l c e y e l s e ñ o r i t o C h u l i
Durr estará bien atendido.»
Miss Ku salía mucho en el coche Mercurio, y veía
todas las cosas interesantes alrededor o iba a
Leamington y lugares así. Yo estaba encantada cuando
v o l v ía y m e [ o c o n t a b a t o d o , m e e x p l i c a b a t o d a s l a s
cosas que yo no podía v er. Una tarde cuando v olv ió
e s t a b a r a d ia n t e d e p l a c e r . D á n d o m e e m p u j o n c i t o s d i j o :
«Ven debajo de la :ama, Feef, te lo contaré todo». Me
lev anté y la seguí bajo la cama. Juntas nos sentamos
muy cerca una de la ntra. Míss Ku empezó a lavarse y
m i e n t r a s s e la v a b a la b l a b a . « B u e n o , F e e f , e m p e z a m o s l a
excursión yendo Yor la autopista. Pasamos muchas
paradas de frutas y v erduras donde la gente v endía los
p r o d u c t o s q u e h a - D í a h e c h o c r e c e r . B u t t e r c u p gr i t a b a
¡ohhh! y ¡ahhh! cada vez que pasábamos una. Pero el
j e f e n o p a r ó. S e g u i m o s P a r c h a n d o u n p o c o y l u e g o m á s .
F u i m o s e n d i r e c c i ó n 1 1 la g o y e n t o n c e s p a s a m o s u n a
f á b r i c a d o n d e h a c í a n :incuenta y siete variedades distintas de
comida. Piensa

197
en esto, Feef, piensa en cómo te gustaría perderte ahí.»
L o p e n s é y c ua nt o m á s l o p e ns a b a m á s s e g ur a e s t a b a de
que nada podía ser mejor que mi presente hogar. Cin-
c ue nt a y s i e t e v a r i e d a d e s d e c om i d a s , t a l v e z , p e r o a q u í
tenía una variedad de amor, el mejor. El mero pensa-
mie nt o m e ha c ía r onr onear. « Ent onc e s f uim os a e c har un
vistazo al lago —dijo miss Ku—, y vimos que el agua
estaba tan mojada como la de Windsor, así que dimos
la v uelta y v olvimos a casa. En las paradas de fruta,
Buttercup hizo: "¡Ah! ¡Oh!", así que el jefe paró y ella
bajó y c ompró algunas de e s as apest osas cosas que hac e n
paf c ua nd o la s m u e r d e s . E s t uv o r a d ia nt e t o d o e l c a m i no
d e v ue lt a y d e v e z e n c ua nd o t oc a b a la s a p e s t os a s f r ut a s y
pensaba en cómo iba a atacarlas. Entonces giramos
hacia Walkerville y recogimos el correo y aquí estamos.»
«V os otr as gat as d e be ría is a b roc har os las or e ja s —d ijo
el jefe—, maña na trasladarán las c osa s de la s eñora Durr,
ahora ya tiene term inado su local en la Plaza Dorwin.»
«¡Oh!, chilló miss Ku—, ¿me llevarás a verlo?» «Clar o
—dijo el jefe—. Y a Feef también si quiere.» Fuimos
abajo y llamam os a la puerta. La señor a Durr la abr ió y
muy educadamente nos invitó a pasar. Miramos por
t o d a s la s ha b i t a c i o ne s , h us m e a m os t od a s la s c a ja s d e l i -
b r os e m p a q ue t a d a s , lis t a s ya p a r a s e r tr a ns p or t a d a s a la
nuev a tienda. « ¿Por q ué las habían des empaque tado, mis s
Ku?», pregunté yo. «Porque, vieja gata tonta —dijo
miss Ku—, tenía que mirarlos para asegurarse de que
e s t a b a n a l l í y ha c e r u n c a t á l og o. C ua lq u ie r ga t o s e n s a t o
sabría esto. De todos modos yo vi como lo hacía.» Me
acerqué a la señora Durr y me froté contra ella para
demostrarle que sentía que tuv iera que trabajar tanto.
Entonces el jefe y Ma bajaron y todos salim os f uera al
jardín a oler las rosas.
Unos d ía s m á s t a r d e e l je f e y Ma e s t a b a n d is c ut ie nd o
gravemente. «Los precios en este país son tan fantástica-

198
m e n t e a lt o s q u e t e nd r é q u e e nc o nt r a r u n t r a b a j o» , d i j o e l
je f e . « N o e s t á s lo s uf i c i e nt e b i e n d e s a l u d » , d i j o M a . « N o ,
pero así y todo tenem os que vivir. Iré a la Oficina d e
Empleo a ver qué dicen. Después de todo puedo
escribir, he estado en la radio y hay muchas cosas que
sé hacer.» Salió en busca del coche. Ma le llamó: «Ku
q u ie r e ir a W a lk e r v i l le c o n n os o t r o s a b u s c a r e l c or r e o» .
P o c o d e s p u é s e l je f e c o nd u j o e l c o c he d e la nt e d e l a c a s a v
Ma salió llevando a miss Ku. Subió al coche y se
f ue r on. Ha c ia la hor a d e c om e r v olv ie r on c on un a s p e c t o
sombrío.
«Ven debajo de la cama, Feef —susurró miss Ku—,
te contaré lo que ocurrió.» Me levanté y me dirigí a
nuestro rincón de confidencias bajo la cama. Cuando
estuvimos bien instaladas, miss Ku dijo: «Después de
r e c o ge r e l c or r e o, f u im o s a l a Of ic i na d e Em p le o. E l j e f e
b a j ó d e l c o c h e y e n t r ó. M a y y o n o s q u e d a m o s s e n t a d a s
en el coche. Al cabo de mucho rato el jefe salió con
un aspecto como de estar realmente harto de todo.
Ent r ó e n e l c oc h e , lo p us o e n m a r c ha y a rr a nc ó s in d e c ir
ni una p a la b r a . F uim os a e s e s it i o d e b a j o d e l P ue nt e Em -
b a ja d or , ¿s a b e s , F e e f ?, d o nd e t e l le v a m o s . P a r ó e l c oc h e y
dijo: "Ojalá pudiéramos irnos de este país". "¿Qué
pasó?", preguntó Ma. "Entré —dijo el jefe— y una ofici-
nista detrás del mostrador se r ió tontamente, haciendo
r uidos com o de cabr a, m ientras manoseaba una imagi-
naria barba. Yo me dirigí a otr o empleado y le dije que
quería trabajo. El hombre rió y dijo que no encontraría
ot r a c os a m á s q ue t r a b a jo m a nua l c om o c ua lq uie r ot r o. . .
P. D." "¿P.D.?", preguntó Ma. 'Qué es esto" "Persona
desplazada —replicó el jefe—. Estos ca nadienses cr een
que son un regalo al mundo del cielo, creen que cual-
quier extranjero es un ex presidiario o algo parecido.
Bueno, el hombre me dijo que ni siquiera encontraría
trabajo de jornalero si no me afeitaba la barba. Otro

199
empleado vino y dijo: "No queremos beatniks aquí, damos
nuestr os trabajos a los canadienses".»
Miss Ku paró y suspiró con simpatía. «El jefe lleva
barba porque no puede afeitarse, sus huesos de la man-
díbula se los r ompier on los japoneses a patadas cuando
estaba pr isionero. Ojalá pudiéram os salir de Canadá o
por lo menos fuera de Ontario», añadió miss Ku. Yo
sentía más lástima de lo que podía describir. Yo sabía lo
que era sentirse perseguido sin ninguna razón válida. Me
levanté, me acerqué al jefe y le dije cuánto lo sentía.
Miss Ku me llam ó: «No le digas nada a Buttercup, no
querem os desilusionar la sobre Canadá. Oh, olvidé que no
entiende gato».
Durante el resto del día, el jefe se quedó muy quieto
y tenía poco que decir a nadie. Cuando esa noche nos
fuim os a la cama, yo me senté junto a su cabeza y
ronr oneé hasta que cayó dor mido.
Después de desayunar a la mañana siguiente, el jefe
llam ó a m iss Ku y dijo: «Eh, Ku, vamos a la Plaza Dorwin
a ver la tienda nueva de la señora Durr. ¿Vienes?».
«Jolines!, sí, señor jefe», dijo m iss Ku excitada. «¿Y tú,
Feef?», me preguntó el jefe. «Yo no, jefe, gracias —r e-
pliqué yo—, ayudaré a Buttercup a cuidar de la casa.»
Mientras el jefe, Ma y miss Ku visitaban la tienda de la
señora Durr, Butter cup se tom ó un baño extra y yo m e
senté sobre la cama del jefe y pensé y pensé.
«¡Eh! —chilló miss K u mientras corría esca leras arri-
ba—. Eh, Feef, tiene un local m uy bueno, no puedo q ue-
darme, tengo que comer algo antes.» Cr uzó corriendo la
habitación, desordenando las alfombras y entr ó en la
cocina. Yo salté perezosamente de la cama y escogí cui-
dadosamente m i cam ino, cuidadosamente porque no que-
ría tropezar con una de las alfombras mal puestas. «Oh,
desde luego tiene un bonito local —dijo m iss Ku entre
mordiscos—, tiene tar jetas para todas las ocasiones, car-

200
tas de felic itac ión para cua ndo e ntras e n la cárc el, cartas
de condolencia para cuando eres lo suf iciente bobo de
e n t r a r e n C a n a d á , y cartas de p ésame para cua nd o t e
casas. En c uanto a libr os tie ne de tod o. Tiene cant idades le
libr os de l jefe, El t ercer ojo y El médico d e Lhasa. De bería s
ir, Feef, es just o ye nd o a Dougal, al otro lad o de las v ías de l
tren y toda s las tiendas a la derecha s on P laza Dorwin. El
jefe te llev ará en cualq uier momento. También t ie ne libros
franceses, Feef.» Me s onre í a mí misma y el jefe reía a
carcajadas d etrás mío. « ¿Cómo v a a le er mi Fe ef si es
cie ga?», le preguntó a miss K u. Oh! —exclam ó contraída—.
Olv idé q ue la p obrec illa no p uede v er.»
El jefe se puso e nfermo. Muy enfermo. Creímos que iba
a morir, pero de algún mod o s e las arregló para agarrarse a
la v ida. Una noc he mientras le cuidaba, los Dtr os hac ía
rato que había n ido a la cam a, un hombre le l otro lad o de
la muerte v ino y se p us o a nues tro lad o. Yo estab a
acost umbrada a e stas v is itas, tod os los gatos o e stán, p ero
éste era, desde luego, un v isitante mu y imp ortant e. Los
cie gos, c omo ya les he dic ho antes, no un c ie gos c uand o s e
trata del astral. La forma astral del ¡efe de jó s u cuerpo de
este m undo y s onrió al v is itante. El jefe, e n e l astral,
llev aba la s t únicas y v est imentas de in alto abad d e la
orden lamást ica. Y o ronroneé hasta :asi rev entar c uand o el
v isitant e se inclinó y me hiz o :osq uilla s e n la barbilla y
dijo: «¡Qué preciosa amiga iene s aquí, Lobsang!». El jefe
pasó sus astrales d edos ;obre mi p ie l, env ia ndo e xtáticos
escalofríos de p lacer a o largo de mi c uerp o y replic ó: «Sí,
es una de las pers onas más leales de la Tierra». Disc utieron
cosa s y yo c erré ni s p e r c e p c i o ne s al p e n s a m i e nt o
t e le p á t i c o, ya que uno lo debería ja m á s robar los
pensamientos de nadie, sólo :scuchar cuando te lo
p i d e n . P e r o a p e s a r d e t o d o o í : 1Como te mostramos en el
cristal queremos que escribas

201
un libro que se titule Historia de Rampa». El jefe parecía
triste y el visitante resumió: «¿Qué más da si la gente de la tierra no
cree? Quizá no tienen la capacidad. Tal vez tus libros, al estimularles
el pensamiento, les ayudarán a tener esta capacidad. Incluso su
propia Biblia cristiana dice que a menos de que se vuelvan como
niños, creyendo...». El cuerpo astral del jefe, en las radiantes y dora-
das túnicas de la Alta Orden, suspiró y dijo: «Como quieras; después
de haber llegado tan lejos y sufrido tan to, sería una pena dejarlo
ahora».
Miss Ku entró. Vi su forma astral salir de golpe de su cuerpo con el
susto de ver a las brillantes figuras./ «¡Oh! —exclamó ella—. Me siento
como un gusano entrometiéndome así. ¿Habrá bastante con una
reverencia?» El jefe y el visitante se volvieron hacia ella y rieron.
«Bienvenida eres siempre, lady Ku'ei», dijo el visitante. «Y también lo es
mi vieja gata, Feef», dijo el jefe, rodeándome con sus brazos. El jefe me
quería más a mí, probablemente porque él y yo habíamos sufrido tanto
con los duros golpes de la vida. Nosotros teníamos los lazos más
fuertes posibles que nos unían. Me gustaba que fuera así.
Por la mañana, Ma y Buttercup entraron en la habitación para
ver cómo estaba el jefe. « ¡Bueno! —exclamó él—. Voy a escribir un
nuevo libro.» Esta frase produjo gruñidos.. Ma y Buttercup fueron a
ver a la señora Durr para comprar papel y otras cosas. El jefe se
quedó en cama y yo me senté junto a él y lo cuidé. No estaba lo
bastante bien para escribir, pero el libro simplemente tenía que
escribirse. Lo empezó ese mismo día y se sentó en la cama tecleando
con la máquina de escribir. «Doce palabras en cada linea, veinticinco
líneas en cada página, esto son trescientas palabras en cada página, y
haremos unas seis mil palabras por capítulo, más o menos», dijo el
jefe. «Sí, supongo que estará bien así», dijo miss Ku.

202
«Y no olvides que un párrafo no debiera tener más de
c í e n p a l a b r a s — a ña d i ó — , o c a n s a r á s a l o s c l i e n t e s . » S e
v olv ió con una risita y dijo: «Deberías escribir un libro,
F e e f . P a r a a le ja r a l l ob o d e l a p u e r t a . B ut t e r c u p n o p u e -
de, todos los lobos vendr ían en manada a la puerta, si
comenzara su lúcido cuento».
Yo sonreí. Miss Ku estaba de muy buen humor, y
e s t o m e ha c í a f e l iz . E l j e f e a la r gó la m a n o y m e a c a r ic i ó
la oreja. «Sí, escribe un libro, Feef, yo te lo pasaré a
máquina», dijo él. «Debes continuar con la Historia de
Rampa, jefe —repliqué yo—. De momento sólo has es-
c r it o e l t ít u lo. » Él r i ó e hiz o r od a r a m is s K u, q ue e s t a b a
intentando meterse sobr e sus rodillas en el lugar de la
máquina, de cabeza. «Venga, Feef —llamó mientras se
ponía en pie—, ven a jugar conmigo, deja que el viejo
juegue y teclee con la máquina.»
Ma estaba ha bla ndo con alguien, no sé q uién. «Está
muy enfermo —dijo ella—, su vida ha sido demasiado
dura. No sé cómo puede seguir viviendo.» Miss Ku me
d i o u n o s g o l p e c i t o s , s o m b r ía . « E s p e r o q u e n o l a p a lm e ,
Feef —dijo en un susurro—, va muy bien tenerlo por
aquí. Recuerdo lo amable que fue cuando murió mi her-
mana. Todavía no había crecido del todo y enfermó y
murió en brazos del jefe. Era la mismísima imagen
tuya, Feef, el tipo de mujer gorda de bar. El jefe ado-
r a b a a m i he r ma na Sue . Oh, c la r o —d ijo e l la — , t ú t ie ne s
t us anz ue los c lav a d os e n e l c ora z ón d e l jef e, de s de lue go.
Yo también, admira mi cerebro.» Yo salté a la cama y
m e a c e r q ué a l je f e . P a r ó d e t e c l e a r p a r a a b r a z a r m e , siem-
pre tiene tiempo para nosotras. «No te mueras, jefe
— d i j e y o — , r om p e r ía s l o s c or a z o n e s d e t o d o s n o s o t r o s . »
Froté mí cabeza contra su brazo mientras recogía su
m ensaje telepático. Sintiéndom e m ejor m e dir igí a sus
pies y me enrosqué allí.
Cartas, cartas, cartas. ¿Es que no había trabajo en

203
Canadá? ¿No querían más que jornaleros o peones? El
jefe env ió solicitudes de trabajo, una después de otra,
pero parecía, como dijo él, que los canadienses sólo daban
t r a b a jo a los c a na d ie ns e s o a a q ue llos q ue t e n ía n a lg una
influencia política o de algún sindicato. Alguien dijo
que habían m uchos trabajos en la más cultivada y civi-
lizada Columbia Británica, así es que el jefe decidió ir
a l lá y v e r e xa c t a m e nt e c u á l e s e r a n la s c o nd i c i o n e s . C on -
serv ó sus fuerzas con mucho cuidado y se decidió que
Buttercup iría también para cuidarle. Y así llegó el día y
se fueron a ver si las condiciones en Vancouver eran
mejores.
No hay ninguna alegría cuando el ser amado está
fuera, cuando los minutos tardan en conv ertirse en tristes
horas. Cuando esperar es un siglo y uno está preocu-
pado. La casa estaba m uer ta, m ar chita, incluso Ma se
m ov ía s ile nc ios a m e nt e c om o s i f ue r a u n v e la t or io. L a l uz
s e ha b ía id o d e m i a lm a , s e nt í los os c ur os t e nt á c ul os d e l
m i e d o a p o d e r á n d o s e d e m í , d i c i é n d o m e q u e n o v o lv e r í a ,
q ue e s t a b a e nf e r m o, t od o lo q ue e r a t e r r or íf ic o y p r e oc u-
pante. Por la noche me acurrucaba junto a su fría y
triste cama para asegurarme de que no era una pesad illa.
Los c ie gos v iv en e nsim ismad os y los temore s, a los c iegos,
les corroen y hielan el alma.
Mis s K u ju ga b a c on f or z a d a a le gr ía . Ma nos c uid a b a ,
pero sus pensamientos estaban en otro lugar. Había un
frío alrededor que me penetraba inexorablemente. Yo
me sentaba sobre el telegrama que había enviado y tra-
taba de tranquilizarme a trav és de ést e. Ésta e s una ép oca
q u e t e n g o q ue p a s a r a p r is a i nc l u s o e s c r ib i e n d o. S e r á s u -
ficiente decir que cuando se abrió la puerta y v olv ió el
jefe, me sentí dilatar de amor. Mi vieja forma estaba
a punto de reventar de alegría, y ronroneé tan alto y
tanto que casi me cogió dolor de garganta. Yo divagaba
por ahí, dándole cabezadas al jefe, frotándome contra

204
todo el mundo y contra todo. «No seas tan asna, Feef
—me riñó miss Ku—, se diría que eres una jovencita
s a lid a d e l nid o, e n v e z d e una v ie ja t a t a ta t a ta t ar a b ue la
ga ta. Me s or pr end e t u liger e z a.» Ella e s tab a s e nt ada b ie n
puesta con sus brazos cruzados delante suyo. El jefe le
e sta ba e xp lica nd o a Ma t od o e l v ia je, a nos ot ra s tam b ié n,
s i hub ié r a m os e s c u c ha d o e n v e z d e r onr one a r s in p a r a r.
Buttercup no estaba bien, el viaje y la comida distinta
la habían trastornado, estaba echada sobre su cama.
«Salimos del aeropuerto de Toronto y llegamos a
V a nc ouv e r a l c a b o d e c ua t r o hor a s y m e d ia . N o e s t á m a l,
s i s e c o n s i d e r a la d is t a n c ia d e u n os m i l e s d e m i l la s . V o -
lábamos a más de siete millas de altura, más altos que las
Rocosas.» «¿Qué son las Rocosas, m iss Ku?», pregunté
yo en un susurr o. «Pedazos de piedras grandes con nie-
v e encima», replicó ella. «Encontramos Vancouv er muy
amistoso, un bonito lugar, desde luego —continuó el
jefe—. Pero hay mucho desempleo allí. Es tan distinto
de Ontario como el cielo del infierno. Si alguna vez
tenemos la oportunidad es allí donde viviremos.»
Miss Ku entró corriendo. «Creo que Buttercup está
muriéndose —exhaló—, ¿llamo a los de la funeraria?»
El jefe y Ma fueron a su habitación, pero la pobre But-
tercup sólo tenía nervios debido al cam bio de comida y
clima. El jefe le dijo contento a miss Ku que no había
necesidad de los de la funeraria.
«¡Mira! —le dijo el jefe a Ma—. Vi esto en Van-
couver y no pude resistir comprarlo. Es igual q ue la se-
ñora Durr. Lo compré para ella.» «Feef —dijo miss Ku
excitada—, es una figurilla de por celana de una m ujer,
e s e xa c t a m e nt e ig ua l q ue la s e ñor a D ur r . El m i s m o c ol or
de pelo y también como ella lleva crinolina. «jo! ex-
c l a m ó m i s s K u — s e g u r o q u e e s t o l a t um b a r á e n l a v i e j a
calle Kent.» Tuve que reírme, el argot de miss Ku era
realmente internacional, incluso sabía el peor en francés.

205
Esa noche, echada en la cama al lado del jefe, sentí mí
cor a z ón a punt o de estallar de felicidad. El chocar de los
t r e n e s d e s v iá n d o s e y a n o p a r e c í a a m e n a z a n t e . A h o r a c a d a
vagón que chocaba con el siguiente, moviéndolos hacia
d e l a n t e , p a r e c í a d e c i r : « Ha v u e l t o , j a , j a , j a . Ha v u e l t o , ja ,
j a » . Y o m e e s t ir é y s u a v e m e n t e p u s e l a m a n o d e l j e f e
e n t r e la m í a y e n t o n c e s m e d o r m í .
Durante las siguientes semanas el jefe estuvo muy
ocupado con la Historia d e Rampa. Del mundo astral
venían visitas especiales y por la noche le hablaban
mucho. Como dice el jefe en sus libros, no hay muerte;
«La Muerte», es solamente el proceso de renacer a otro
tipo de existencia. Es muy complicado para un gato todo
e s t o . P e r o e s t a n s im p l e , t a n n a t u r a l . ¿ C ó m o v a u n o a
explicar el proceso de respirar o andar? ¿Cómo va uno a
explicar el proceso de v er? Es tan difícil explicar todo
esto como lo es explicar que no hay muerte. Es tan fácil
explicar lo que es la vida como explicar lo que la muerte
no es. El jefe y los gatos pueden v er siempre el mundo
a s t r a l y h a b la r c o n l a g e n t e d e l a s t r a l.
Había llegado el momento de pensar en otro lugar
d o n d e v i v ir , y a q u e W i n d s o r n o o f r e c í a n a d a . N o h a b ía
posibilidad de empleo y el escenario de Windsor era
aburrido y poco interesante. Unos poc os árboles trataban
de embellecer el lugar, que era sobre todo industrial en
p e q u e ñ a e s c a la . L a a t m ó s f e r a e r a h ú m e d a d e b i d o a l os
grandes depósitos de sal debajo de toda la ciudad. Como
dijo sabiamente miss Ku, «Oh, qué húmedo agujero de
queso es Windsor». Miramos mapas y leímos libros y
finalmente decidimos mudarnos a un lugar en la Penín-
sula del Niágara. Ma puso anuncios en los periódicos
e s p e r a n d o o b t e n e r u n a c a s a c o n v e n i e n t e . L l e g a r o n r e s-
p u e s t a s , y l a m a y o r ía d e g e n t e c o n c a s a s p a r a a lq u i l a r ,
p a r e c ía n c r e e r q u e s u s c a s a s e s t a b a n c o n s t r u i d a s c o n l a -
d r i l l o s d e o r o , j u z g a n d o p or e l d i n e r o q u e p e d ía n .

206
Le dijimos a la simpática prima de nuestra pr opieta-
r ia e n W ind s or q ue nos íb a m os , y s e p us o a gr a d a b le m e n t e
triste. Ahora llegó el momento de la gran limpieza. El
h ob by de Buttercup es jugar con una rugiente aspi-
r a d or a , y a h or a t e n í a u n a g l o r i o s a e x c u s a p a r a t e n e r e l
chisme gritando todo el día. Al jefe le habían enviado a
la c a m a . Ha b ía t e n id o t r e s a t a q ue s d e t r om b o s is c or o na -
ria e n e l pa sa d o, t ub erc ulos is y otra s c osa s. Esc rib ir His-
toria de Rampa le había agotado. La señora Durr vino v
le dijo a Ma: «Yo la llevaré a usted y a las gatas en
coche cuando quiera. Tal vez Sheelagh pueda llevar al
doctor Rampa». Siempre se podía confiar en la señora
Durr para cosas como ésta. Yo sabía que tendría el
completo asentimiento de Chuli.

í b a m o s a a lq u i l a r u n a v iv i e n d a a m u e b l a d a , d e m o d o
que podíamos v ender nuestros muebles, que eran casi
n u e v o s . N a d i e q u e r ía p a g a r p o r e l l o s d i n e r o e n b i l l e t e s .
L os ca na d ie ns e s p ref ier e n ir a per s ona s q ue d eja n d iner o a
los que llaman «Compañías Financieras», ya que así,
creen ellos, todo el proceso parece más bonito. Habién-
dose asegurado del dinero de estos usureros, el canadiense
suele comprar cosas absurdas pagando un poco cada
semana. Miss Ku me dijo una vez que había visto un
anuncio que decía «cualquier coche por diez dólares de
depósito». Finalmente el jefe y Ma supier on de un agra-
dable joven que iba a casar se, así que decidier on darle
la m a yor p ar t e d e los m ue b le s c om o r e ga lo d e b od a s . Ma
h a b í a p r e g u n t a d o a n t e s y l e d i j e r o n q u e e nv i a r l o s m u e -
b l e s h ub i e r a s id o p r o h ib it iv o. C o ge r ía m o s t a n s ó l o un a s
c ua nt a s c os a s e s p e c ia lm e nt e q ue r id a s e hic im os a r r e glos
c on u na c a s a d e m u d a nz a s . M is s K u y y o e s t á b a m os c o n-
tentas de que nuestro caballito meciente viniera. Tenía-
mos un v ie jo ca ba llet e q ue utilizá bam os c om o lima d e la s
uñas y com o plataforma para saltar también. Teníam os
también un arreglo con el jefe, según el cual, no araña-
207
riamos los muebles mientras tuv iéramos nuestra lima.
Las v isitas a veces miran sorprendidas cuando v en el
c a b a l l e t e e n t r e l o s m u e b l e s , p e r o e l j e f e d i c e : « E s i g u a l lo
que piense la gente, mis gatas son primero».
Abajo en el jardín, miss Ku llamó en v oz alta: «Eh,
gato del otr o lado de la calle, ven aquí». Pronto el gato
salió de su puerta trasera, miró a ambos lados por el
tráfico y cruzó la calle. Se quedó de pie con su nariz
pegada contra el cercado de alambre esperando a que
miss Ku hablara. «Nos vamos, gato —dijo ella—. Nos
v a m os ha c i a d o nd e e l a g ua c or r e a p r i s a . T e nd r e m o s u n a
casa con árboles; tú no tienes árboles, gato.» «Debe de
s e r m a r a v i ll o s o m ov e r s e t a n t o c om o t ú, la d y K u' e i» , d i j o e l
gato del otr o lado de la calle. «Me v oy dentr o ahora, pero
t e m a n d a r é u n t e l e p a t o g r a m a c u a n d o l l e g u e m o s a nuestra
nueva casa.»
A la m a ña na s i g u ie nt e l os h om b r e s d e l a s m u d a nz a s
vinieron por los muebles que iban a llevarse. Bajaron
las cosas por la escalera y las cargaron dentro de un
camión que según miss Ku era tan grande como una
ca sa. Pr ont o las gr and e s p ue rta s s e c errar on de golp e, un
p ot e nt e m ot or s e p us o e n m a r c ha y nue s t r a s c o s a s e m p e -
zaron su viaje. Ahora teníamos que sentarnos en el
s ue lo c om o un gr up o d e ga llina s c lue ca s; no p odía dar m e
contra na da ahora, no había nada en medio. «Eh, Feef ,
no h e m os d i c ho a d iós a l á t i c o» , d ijo m is s K u. Sa lt é s ob r e
mis pies y corrí junto con ella escaleras arriba. Juntas
c o r r i m o s p o r e l p i s o y n o s e n c a r a m a m o s a l a s v i g a s q ue
s op orta ba n e l t ejad o de la ca sa. Esa s v iga s era n d e noga l,
de árboles que crecían en los alrededores cuando los
indios vivían allí. Era n fantásticas para la s uñas; m iss
K u y yo e m p e z a m os c on gr a n v olunt a d a a f ilar los b or d e s
d e n u e s t r a s p e z u ña s a la p e r f e c c i ó n. L u e go n os m e t im o s
por un agujero cerca de la recta chimenea donde los
humanos no podían meterse. «Adiós, arañas —dijo miss

208
Ku—, ahora podréis tejer unas cuantas telas y no nos
cazaréis.» Rodamos por última vez en el polv o debajo
de los ma der os d e l s uelo, a lgunos no los ha b ía n c oloca d o
bien cuando v inieron los ele ctricistas, y luego corrimos
bajando la escalera otra vez casi sin aliento.
Un coche paró fuera. Miss Ku saltó a la repisa de la
v e n t a na y g r i t ó : « V a y a , R u t h, tarde otra vez, como de
costumbre. ¿Qué ocurre contigo, pies de plomo?». La
señora Durr s ub ió la es calera y tod os le d imos los b ue nos
días. Ent once s, except o e l jef e, tod o e l mund o c ogía c osas
pequeñas y las bajaba y metía en el coche. El jefe es-
taba muy mal y le hicieron una especie de cama en la
parte trasera de nues tro c oc he. Butterc up iba a c ond uc ir,
ya que el jefe estaba enferm o, y pensaba hacer el viaje
e n d os et ap as. Ma, la s e ñora Durr y m is s K u y yo íbam os
a hacer la s d osc ie ntas c inc ue nta millas en un día. Pr ont o
estuvo todo listo para nuestra marcha. «Adiós, jefe
—dije yo—, te veremos mañana.» «Adiós, Feef —re-
plicó él—, no empieces a preocuparte, todo irá bíen.»
«O.K. —dijo miss Ku—. En marcha.» La señora Durr
hiz o a lgo c on s us p ie s y el c oc he em pe z ó a m ov er se ha c ia
delante. Fuim os sobre el puente del tr en, pasamos por
C or r e os d e W a lk e r v i l le , ha s t a a r r ib a d e t od o, y d e ja m o s
e l a e r op ue r t o d e W i nd s or a l a iz q uie r d a . Y o c o no c ía e s t e
distrito, pero pronto estuvimos en carreteras nuevas y
d e p e nd ía d e la i nf or m a c i ó n d e m i s s K u. « A l lí e s t á Sa n t o
T o m á s » , gr i t ó m i s s K u . O h , p e n s é , ¿ h a b ía m o s c h o c a d o ?
¿C óm o e r a q ue nos e nc ont r á b a m os e n Sa nt o T om á s ? « T o-
m a r e m os a lgo d e c om e r , F e e f , t a n p r ont o c om o s a lga m o s
d e e s t e c r u c e » , d i j o m i s s K u. E n t o n c e s c a í e n l a c u e n t a
y me s onr ojé a l pe nsar e n m i e st up ide z. Sa nt o T om ás e ra
una peq ue ña ciudad. En Cana dá una peq ueña ald ea es un
pueblo, y un pueblo algo mayor es una ciudad. En fin
s up o ng o q ue l o s f r a nc e s e s t a m b i é n t i e n e n a l g una s p e c u-
liaridades, si tan sólo las supiera.

209
Viajam os dur ante horas y finalm ente m iss Ku dijo:
« L a s s e ña l e s m e d i c e n q u e e s t a m os c a s i a ll í. S í, a h í e s t á e l
hotel Fort Erie. Hay agua delante de nosotros, Feef, el
otro lado del lago». «¿Hemos llegado, miss Ku?», pre-
gunté yo. «¡Cielos! Todavía no —replicó ella—. Tene-
m o s a l g u n a s m i l l a s m á s q u e h a c e r . » V o l v í a a p o s e n t a r me
bien.
El coche giró a la izquierda y luego a la derecha. El
motor aminoró la marcha y paró. Pequeños ruidos me-
t á l i c o s s a l ía n d e l t u b o d e e s c a p e . P or u n m om e nt o na d i e
habló, luego miss Ku dijo: «Bueno, ya estamos, Feef.
Coge tus c osas». Ma y la señ ora Durr salieron del coche y
nos llevaron a miss Ku y a mí a la casa. Otra vez
e stá bam os e n una c as a de p as o. Ahora e s tab a a ns iosa p or
que llegara el jefe, pero esto no sería hasta la mañana
siguiente.
Capítulo XII

«Debemos darnos prisa, Feef —dijo miss Ku—, el


jefe y Buttercup llegan mañana y tenem os que conocer
c a d a c e nt ím e t r o d e a q uí a nt e s d e q ue lle g ue n. Síg ue m e . »
Se volvió y encabezó el camino entrando en una habita-
ción. « Ésta es la sala de estar —dijo ella—. Sa lta aq uí,
e s la alt ura d e tr e s gat os y e nt onc e s e s tá s d e la nte de una
v e nt a na . » F ue guiá nd om e , in d ic á nd om e t od os los p unt os
de interés. Luego entramos en la habitación que iba a
ser del jefe y mía. «Desde aquí se ve el agua entre los
árboles, Feef», dijo miss K u. En aq uel pr eciso instante
se oyó un espantoso estruendo, un sonido como un
r ugido, un r echinar y m artillear lleno de silbidos. Sal-
t a m os a l a ír e a s us t a d a s y a l c a e r m e d e s p is t é y e n lu ga r
de caer sobre la cama caí en el suelo.
«¡Gloria sea y cincuenta Toms! —exclamó miss Ku-
¿Qué ha sido esto?», afortunadamente Ma hablaba con
la s e ñ or a D ur r : « Oh, ha b r á s i d o la b om b a s u p on g o, t od a
el agua del lago la sacan con una bomba.»
Nos sentamos tranquilizadas, no había por qué
preocuparse, ya había memorizado el ruido. Aquí hay
una cosa como una rejilla —dijo miss Ku—, debe de ser
para dejar salir el agua si la casa se inunda o así.» De
repente se oyó como un rugido apagado debajo nuestr o
un a ire c a lie nt e nos dio c ontr a nos otra s c om o e l a lie nt o d e
u n g i g a n t e . D i m o s l a v u e l t a y v o l a m o s a s a lv o d e b a j o d e
la cama esperando los acontecimientos. «Oh —dijo
miss Ku asqueada—, no es nada, no es más que el aire
d e la c a le f a c c i ón. C r e í p r im e r o q ue e l ga t o m á s gr a nd e d e
la creación venía tras nuestro.» «Feef —m iss Ku me dio
un em pujoncito, yo había estado durm iendo un poco—,
Feef, hay un pequeño bosque fuera. Supongo que el

211
v iejo nos dejará jugar allí cuando v uelva a enderezarse
sobr e sus patas traseras.» Me puso triste pensar que el
jefe e sta ba t odav ía en la c ar ret er a y q ue no lle ga ría ha s t a
m a ñ a na . P a r a d i s t r a e r m i m e n t e d e e s t o s p e n s a m i e n t os ,
me levanté y divagué por ahí, sintiendo el camino con el
t a c t o c o n m u c h o c u i d a d o . De a l g ú n l u g a r v i n o u n t a p t a p
al agitarse una rama en el viento dando contra el
t e ja d o. E l l u ga r n o e r a n i ng u na m a r a v i lla , ya q u e e s t a b a
b a s t a n t e d e s c u i d a d o , p e r o e s t a r ía b i e n p o r e l m om e n t o .
No era un lugar al que nos gustaría llamar hogar, no
hubiéramos vivido allí per manentemente aunque nos lo
hubieran regalado.
Esa noche fuimos temprano a la cama. La señora
Durr tenía que conducir de vuelta a Windsor por la
mañana. Miss Ku y yo habíamos tenido la esperanza de
que se quedara unos días, pero al pensar en ello nos
d im os c u e nt a d e q ue s us lib r os s e s e nt ir ía n s o lit a r ios s i n
e lla y e l s e ñor it o C huli Durr s e e sta ba c onv ir t ie nd o e n un
joven y bonito gato siamés y necesitaría atención. Por
la noche la bomba de agua gim ió y rechinó y el sistem a
de calefacción silbó y sopló. Fuer a, los ár boles cr ujían y
hacían caer sus hojas durante la noche con el v iento
procedente del lago. Miss Ku se arrastró cerca de mí y
susurr ó en una entr ecor tada v oz: «Eh, es un lugar algo
siniestro, Feef, con todos esos árboles, y acabo de ver
una araña enorme m irándome». La noche parecía tardar
mucho en pasar, cuando empezaba a creer que no ter-
minaría nunca, oí el lejano piar ele los pájaros en los
árboles m ientras hacían sus planes del día para buscar
c om id a . En a lg ún luga r una a r d illa r a s c a b a r uid os a m e nt e
debajo de la ventana. Sentí que había llegado el día.
Ma se mov ió y sin ganas se levantó para encararse
con el nuevo día, un día en el que había que hacer
muchas cosas para limpiar la casa. Miss Ku y yo deam-
bulamos por ahí, tratando de pensar en algún lugar que

212
todav ía no hubiéramos investigado. Sabíamos que ha-
b ía un gr a n s ót a n o d e b a j o d e la c a s a , p e r o Ma nos ha b ía
dic ho q ue no p od íam os ir ha st a q ue v iniera e l jef e p or q ue
ha b ía b om b a s d e a g ua y c o s a s q ue d a b a n v ue l t a s y z um -
b a b a n y s e m o v ía n . N o s d i r ig i m o s p e r e z o s a m e n t e a u n a
habitación de delante y nos subimos a la repisa de una
v e n t a na . « B u e n o , e n f i n , ¿ h a s v i s t o ? — e x c l a m ó m i s s K u —
. Hay una ardilla ladrona, no, cientos de ellas, co-
miéndose nuestros árboles.» Dio unos golpecitos con los
p i e s e n o j a d a y p a r a d i s t r a e r la l e d i j e : « ¿ C ó m o e s l a v i s t a
a h í f u e r a , m i s s K u ? » « O h , un l u g a r b a s t a n t e a b a n d o n a d o
—remarcó—. Los árboles necesitan una poda, el terreno
ne c e s it a q u e l o li m p ie n, la c a s a ne c e s it a s e r p in t a d a , l o
de costumbre en estos agujeros que se alquilan. Si lees
los anuncios creerías que vas a un palacio. Lo ves y
te preguntas cómo el montón de piedras aguantará otro
invierno.»
El resto de la mañana fue muy duro, muebles que
había que cambiar de sit io, y la limp ieza, y s ólo miss K u y
yo para decirles a Ma y a la señora Durr cómo hacer lo.
E s t á b a m o s b a s t a n t e a g o t a d a s c u a n d o m i s s K u m ir ó p o r
la v e nt a na y d ij o: « E l j e f e y B u t t e r c u p a c a b a n d e l le ga r » .
«Tengo el tiempo justo de decir adiós —dijo la señora
Durr—. Debería marcharme ya o tendré problemas.»
Dur ante el r esto del día nos quedam os dentr o y tra -
b a ja m o s . A l d ía s i g u ie nt e e l t i e m p o e r a c á l id o y s ol e a d o .
El jefe dijo: «Venga, gatas, vayamos al jardín». Me
cogió y me puso sobre sus hom bros. Miss Ku ya estaba
bailando excitada ante la puerta. Salimos y el jefe me
dejó en el suelo al pie de un árbol. «¡Ohhh! —chilló
miss Ku—, los árboles son enormes.» «Yo solía encara-
marme a árboles como éstos, miss Ku —repliqué yo—
Teníam os ár boles com o éstos en Francia.» «Gr rr —r ugió
la amarga v oz de un gato de dos casas más allá—. Vos-
o t r a s , gatas extranjeras... no sois buenas para nada. Esa

213
ciega y vieja gata no ha subido a un árbol en su vida,
sólo los gatos canadienses pueden subir y de qué ma-
nera.» Se volvió y gritó lleno de m ofa al que se cuidaba
de los gatos de una institución local: «Esos extranjer os
creen que nosotros somos unos palurdos, ellos sí que
no pueden encaramarse». «¿Ah sí, gato canadiense? —
respondí yo—. Pues v erás cómo esta v ieja y ciega gata
puede subir.» Estiré mis brazos y los puse alrededor del
tronco del árbol y empecé a subir como solía hacerlo en
los v iejos y malos tiempos. Subí unos v einticinc o o treint a
pies y lue go me eché a lo largo de una rama. Ma salió
corrie nd o preocupada, Butt e rcup también, hac ie nd o «Ts h,
tsh, tsh». C orrieron detrás de la casa donde s e guardaba una
escalera. El jefe se quedó junto al árbol para pod er cogerm e
si caía. Ma y B utterc up v inier on c orrie nd o c on la esca lera, el
jefe la agarró y la c oloc ó contr a el tronco. Poco a p oc o s ub ió,
me cogió s uav ement e y me pus o sobre s u hombro. «Vieja,
tonta gata —dijo d ulceme nte —. ¿Quié n oyó hablar jamás de
gatos v iejos y c iegos q ue sub e n a los árboles ?» Y o e staba ta n
arrepentida, pod ía oír s u c orazón palpita ndo y e nt once s
pens é e n s u tr ombosis c o r o n a r i a . D e t o d o s m o d o s l e h a b í a
dado una lección a ese estúpido gato canadiense que
h a b í a q u e r i d o insultarme.
Miss Ku echada para atrás reía, reía y reía. «Oh,
Feef —exclamó cuando pudo controlar su alegría—, fue
lo más divertido que he visto durante años, tiraste las
piñas de medía docena de ardillas, que cayeron rodando
com o cosas locas. El gat o de dos casa s más allá salió com o
el rayo con el perro de una casa más allá tras él. Eres
muy lista, Feef.» Estaba tan divertida que se había
echado sobre su espalda dando más y más vueltas. «De-
berías dejar que te hicieran un test de tu cerebro —dijo
el jefe—, aunque no tienes cerebro con el que hacer
las pruebas.» Así y todo me hizo sentir bien saber que

214
u na v i e j a c ie ga ga t a s ia m e s a f r a nc e s a p ud i e r a ha c e r r e ír a
miss Ku.
El jefe y Ma solían llevarnos a miss Ku y a mí al
b os q ue y nos d ejab an jugar e ntr e los árb ole s. C om o s ab ía
que los gatos dan sorpr esas, el jefe guardaba una esca -
lera cerca. El terreno estaba lleno de serpientes y a
m is s K u le f a s c ina b a n. Y o t e nía s iempr e m uc ho c uida d o, ya
que t e nía m ie d o d e tr op ezar con una. Ha b ía un cab a ller o
er iz o q ue v iv ía e n un a guje r o c er ca de un v ie jo árb ol. Y o le
ha b lé m uc ha s v e ce s. Mis s K u m e d ijo q ue s olía se ntar s e
ant e s u p uer ta y nos mir ab a mie ntr as ha -d am os nue str o
e jer c ic io. C lar o es tá, guar dá bam os las d is ta nc ia s, ya q ue
na d ie nos hab ía pre s e nt ad o, per o le adm iráb am os m uc ho y
nos c onta ba m uc has c osa s s obr e e l luga r y los hab ita nt e s
loca les, as í c om o ta mb ié n s o bre los ár b ole s y e l ter rit or io.
«T e nga n c uidad o c on e l ra c oon — nos d ijo—, e s algo v iole nt o
s i es tá e nf ada d o y e s ca pa z d e sa car le las e ntra ña s a
c ua lq uier p err o. B ue no, t e ngo q ue tra ba jar y ha c er la
lim p ie za.» De sa par ec ió y m is s Ku dijo: « Eh, e n nombr e d e.. .
¿q ué e s un r ac oon?». « Me t em o q ue no p ue da d ec ír t e lo, m is s
K u», r e pliq ué yo. Se q ued ó un r at o s e nt ad a y ent onc e s
ras cá nd os e una or e ja r ef le xiv ame nte d ijo: « Ma c olec c iona
una s f ot os d e a nima le s de los paq ue te s de t é. L e s ec haré un
v is ta z o c ua ndo v olv am os. ¿Rac oon? Mmm». Entra m os y
B ut t erc up e s tab a sa ca nd o e l p olv o. Siem pr e int e ntá bam os
sa lir d e l pa s o c ua nd o t enía e l hum or d e sa ca r e l p olv o, ya
que siem pr e hab ía e l p e ligr o de q ue nos barr iera. T od o er a
s uc ie da d a nt e ella c ua nd o t e nía un tra p o d e p olv o o la
as p irad ora e n la ma no. Mis s K u r ev olv ió a lgo p or a hí y oí
c osa s ca ye nd o al s ue lo. « ¿Qué e s tá s hac ie nd o, K u?» ,
pre gunt ó B utt er c up algo e nf ada da. «V e n a la ha b ita c ión,
F eef — d ijo m is s K u—. N o ha gas ningún ca s o d e B ut t erc up,
tie ne ma l hum or p orq ue la as p irad ora ha d ic ho p a f y n o
va.»

215
El jefe había alquilado una especie de bote y una
tarde cuando el sol ardía y estaba en el cielo, dijo: «Va,
llev emos a las gatas al lago». «A mí no, jefe —repliqué
yo nerviosamente—, déjame fuera.»
«Oh, venga, Feef, no seas tan cursi», dijo el jefe. Ma
llevaba a miss Ku y el jefe me llevaba a mí. Bajamos por
e l s e nd e r o ha s t a e l l a g o y e l je f e p r e p a r ó e l b ot e y a g ua n t ó
fuertemente una cuerda para que no escapara. Ma y
miss Ku subieron al chisme y luego el jefe me subió a
mí. Sentí un mecimiento y una salpicadura o dos y
luego sentí que nos movíamos. «No voy a poner el mo-
tor —dijo el jefe—, el ruido tal vez sería demasiado
para ellas.» Nos deslizamos tranquilamente y miss Ku
se sentó delante cantando: «Un gato que teme al mar
soy yo». Desgraciadamente tuv o que parar para decir:
«Oh, v oy a v om itar ». El jefe tir ó de un pedazo de cor del y
el gruñido del motor nos dio tal susto que un poco
más y tuvimos gatitos. El bote iba aprisa y miss Ku
e s t a b a t a n i nt e r e s a d a q u e s e o lv i d ó d e v om it a r . M e gr it ó:
«Estamos a veinte pies de Estados Unidos, Feef, esto es
Grand Island. ¡Qué grande es esto de ir en bote!».
Afortunadamente, el sol se escondió detrás de una nube y
el jefe decidió llevarnos a casa. Yo estaba muy con-
tenta, ya que no me gustaba la idea de toda esa agua
alrededor. Simplemente no le veía ningún sentido flotar
e n a lgo q ue p od ía hu nd ir s e , m e p a r e c ía a m í q ue ya t e nía -
m os s uf ic ie nt e s p r ob le m a s s in b us c a r m á s. F uim os a c a sa
y t omamos e l té. L os atardec eres emp ezaban a hac erse más
cortos así que nos fuimos todos a la cama temprano.
Miss Ku y yo estábamos sentadas en la repisa de la
ventana de la habitación del jefe. Fuera había todos
los ruidos de la noche. Debajo de los maderos del suelo
había un ratón de campo diciendo que debía buscar más
c om i d a y e nt r a r la p a r a e l i n v ie r n o. R e p e n t ina m e nt e , m i s s
Ku se agachó y gruñó profundamente con voz ronca:

216
«¡Vaya! —exclamó—. Hay un enorme gato con un jersey
de fútbol a rayas». Una voz telepática muy agradable
rompió el silencio: «¿Son ustedes las damas gatas ex-
tranjeras de las que he oído hablar?» «Desde luego,
l o so m o s — r e p l i c ó m i s s K u — . ¿ Q u i é n e r e s t ú ? » S e o y ó l a
voz otra v e z y hab ía c om o una p izc a d e r is a es c ond id a e n
ella: «Soy Raku, el oso, vivo aquí y mantengo la noche
li b r e d e p e r r o s e n t r om e t i d os » . « E nc a nt a d a s d e c o n o c e r l e
—replicó miss Ku—, sobre todo ya que hay gruesos
cr ista les entr e nosotr os.» «Oh, estar ían com pletam ente
a salv o conmigo —contestó Raku, el oso salvaje—. Yo
s ie m p r e r e s p e t o los int e r e s e s d e los q ue a lq uila n. B ue no,
ahora tengo que irme a mis negocios.»
«Miss Ku —dije yo—, parece un caballero muy
agradable, ¿qué aspecto tiene?» Se quedó pensando un
momento y luego empezó a lavarse mientras replicaba:
«Bueno, p ar e c e un e nor m e T om , e l má s gr a nd e q ue ha ya s
vist o j a m á s . M u c h o m á s g r a n d e q u e m u c h o s p e r r o s . R a -
yas en la cola com o si fueran restos de pintura m ojada
de una jaula. ¡Y sus pezuñas...! —Hizo una pausa para
dar énfasis y luego añadió—: tiene pezuñas como la
c os a q u e u t i l iz a B ut t e r c up p a r a r e c o g e r la s h o ja s d e l ja r -
dín. Oh, un caballero muy agradable mientras uno esté
en su buen lado, y el lado bueno es con un m ur o de la-
drillos por medio». La voz se dejó oír otra vez: «Eh,
ant es de q ue lo olv ide, p ue d e n pa s ear p or e l b osq ue c om o
si f u e r a s u y o, s e r á n m u y b ie nv e ni d a s » . « D e s d e l ue g o n o s
hace un gran honor —repliqué yo—. Le diré a Ma que
le invite alguna vez a tomar el té.» «Bueno —exclamó
miss Ku—, supongo que debo meterme en el saco, un
dfa muy ocupado mañana, el jefe me lleva a Ridgeway,
tengo algunas compras que hacer.» Se fue a dormir
con Ma.
El tiempo se iba enfriando rápidamente, las hojas
caían con un continuo crujir seco, y las ardillas, que ha-

217
bía n e sta d o s in hac er nad a d ura nt e t od o e l fa ls o ca lorc illo
d e l ot oño, e s t a b a n e s c a r b a nd o f r e né t ic a m e nt e e n los m on-
t o n e s d e h oja s e n b u s c a d e p i ña s . B ut t e r c up r e c o gía c on
e l r a s t r i l l o la s h o ja s , ha b la b a s u l e ng ua j e y o l ía a h o ja s .
Y s e g uí a n c a y e n d o la s h o ja s e n gr a n p r of us i ó n. E l h um o
de las hojas al quemarse, subía al cielo desde todas las
casas del distrito y desde todos los lados del parque. El
a i r e s e h i z o m á s f r í o, a h o r a s ó l o e l j e f e s a l í a s i n a b r i g o .
Buttercup se abrigó, como dijo miss Ku, como si estu-
viera en algún lugar concreto del Polo Norte. Una ma -
ñana al despertar encontramos algo de niev e que v olaba
s o b r e e l l a g o, s e a m o n t o n a b a d e l a n t e d e la c a s a y ha c í a
la s c a r r e t e ra s int r a ns it a b le s . C on s us t r e m e nd os r ug id os
y e n t r e c ho c a r s a li e r o n la s m á q u i na s s a c a ni e v e s , c o n s us
c uc h il la s e s c a r d a d or a s c or t a nd o y r a s p a nd o la ni e v e a l o
lar go de la s uperf ic ie d e la c arre t era. Des p ués d e la niev e
llegar on las helada s. El la go se helé, un arroyo por a hí
cerca se conv irtió en una sólida masa de hielo. Locos
pe s ca d or es v inier on c on herr amie nta s e sp e c ia les p ara c or -
tar agujeros en el hielo de v arios centímetros de grueso
para poder sentarse y tiritando tratar de pescar algo.
Mañana tras mañana la carretera se llenaba de niev e y
el tráfico tenía que parar. Grandes tormentas aullaban
furiosamente por la casa. Una noche la bomba del agua
p a r ó. E l j e f e s a l i ó d e l a c a m a a l a s d o s d e l a m a d r u g a d a
y bajó al lago llevando una gran barra de hierro y un
pesado martillo. Ma se levantó y puso el agua a hervir
para hacer té. Yo podía oír martillazos y el sonido de
hielo al romperse. «Miss Ku —pregunté yo—. ¿Qué
pasa?» «Si el jefe no puede romper el hielo alrededor de
la bom ba de agua, no tendrem os agua par a el inv ier no.
Sabes, Feef, hace tanto frío que el lago se ha helado.
El viejo ahora ha ido a sacar el hielo y entonces pondr e-
mos un tapón encima.» Yo me estremecí, esto de Canadá

218
parecía ser un frío y cruel país, sin ninguna amenidad
civilizada como tenía Europa.
Con la llegada del frío, Ma ponía comida cada noche
para las criaturas salvajes, ya que si no morirían de
hambre. El señor Raku estaba m uy agr adecido y v enía a
nue s t r a v e nt a na c a d a noc he . El s e ñ or t op o c a na d ie ns e
v in o t a m b ié n, p e r o e l e p i s od i o m á s d iv e r t id o l o d e b e m o s
al ratón Rouse. Un día, Buttercup estaba haciendo la
colada en los bajos cuando un ratón muy agradable y
bien hablado llegó y se sentó a sus pies. (Miss Ku dice
que era un cone jo de Nor ue ga pero para mí era un rat ón.)
Este ratón le cogió un gran cariño a Buttercup y ella
t a m b i é n p a r e c ía t e n é r s e l o. D e s p u é s d e l e p i s o d i o d e l o s
monos nada nos sorprendía de Buttercup. «Debemos re-
cordar nuestros modales, Feef, y no com ernos al tipo»,
dijo miss Ku. Buttercup y el ratón pasaban muchos mo-
mentos agradables en los bajos. Miss Ku y yo le asegu-
ramos que no le haríamos da ño, así que no se pre oc upaba
por nosotras y sólo daba vueltas alrededor de Buttercup.
Era emocionante.
El invierno dejó paso a la primavera y estuvimos
contentos de dejar este sitio y trasladarnos a otr o más
cerca de las tiendas. Todavía no había trabajo para el
je f e . De s e s p e r a d o e s c r ib ió a l p r im e r m inis t r o d e C a na d á,
al ministro de Inmigración y al ministro de Trabajo. A
ninguno parecía im portar le en lo má s mínim o. Estos
ministros parecían ser todavía peor que los de otros
p a í s e s . S up o ng o q u e e s t o e s p or q u e C a na d á e s t a n p o c o
civilizado, tan poco amable. Ahora vivimos con la espe-
ranza de ahorrar dinero suficiente para salir de Canadá.
Yo estaba sentada en la ventana de nuestro nuevo
apar tam e nt o y ha b lab a am is t osam e nte c on un gat o e ncar -
ga d o d e un m ot e l. L e e xp li c a b a nue s t r a s a v e nt ur a s . « Uh,
Feef —dijo miss Ku—. Deberías escribir un libro.» Lo
pensé en la quietud de la noche; cuando estábamos los

219
dos despiertos lo discutí con el jefe. «Jefe —dije—. ¿Crees que yo podría
escribir un libro?» «Claro que podrías, Feef —replicó él—. Eres una vieja
gata abuela muy inteligente.» «Pero no puedo escribir a máquina»,
protesté yo. «Entonces me lo dictarás y lo escribiré yo, Feef», dijo él. Por
la mañana nos sentamos juntos. Abrió la máquina de escribir, la gris Olimpia
con la que ya había escrito El tercer ojo, El médico de Lhasa e
Historia de Rampa. Abrió la máquina de escribir y dijo: «Venga, Feef,
empieza a dictar». Así pues, con su apoyo y con miss Ku para ayudarme,
por fin he terminado este libro. ¿Les ha gustado?
Epílogo

Y a s í f u e c o m o d u r a n t e d o s a ñ o s m á s v iv i m o s b a j o e l
helado clima del Canadá, y la disposición más helada
aún de las autoridades canadienses. A causa de esto
d e c i d i m o s p o r f i n e m i g r a r ha c i a p a í s e s m á s c á l i d o s . E l e -
gim os Uruguay, puesto que allí me habían ofrecido una
oportunidad de continuar con mi trabajo.
Ku'ei y Fifí se hallaban excitadísimas, la primera en
m u c h o m a y o r gr a d o , p u e s t o q u e d u r a n t e d ía s s e l o p a s ó
tratando de ¡r onr onear en castellano! Y por fin llegó el
día d e la p art ida. N ue s tr o e quipa je, e nv ia d o pr ev iam e nte ,
ya deber ía estar a bordo del bar co. Subim os al tr en en
Buffalo, en el Estado de Nueva Yor k atrav esando en la
rugiente máquina la oscuridad de la noche.
T od a e s a n oc h e e l t r e n n o s m e c ió c on s u v a iv é n e n el
c a m in o ha c ia la c i u d a d d e N u e v a Y or k . L a ú ni c a p e na q u e
n o s a b r u m a b a a l d e j a r e l C a n a d á e r a l a d e s e p a r a r n os d e
a l g un o s f i e l e s a m i g os . L os g a t o s p e n s a b a n q ue e l t r e n e r a
d i v e r t i d o , p e r o m i s p e n s a m ie n t o s e s t a b a n m u y l e j o s d e
a l l í ; m e p r e g u n t a b a q u é m e p r o p o r c i o n a r í a l a n u e v a v id a
q u e i b a a e m p r e nd e r . ¡ E l C a na d á h a b ía r e s ul t a d o u n a
desilusión tal! Por fin llegamos a Nueva York y a ll í
d e s c a n s a m os d ur a n t e e l r e s t o d e l d ía e n u n c o n oc i do hotel.
Al atardecer nos dirigim os al puerto donde embarca-
mos en un modernísimo b uque. Fifí y Ku'ei rondaron
juntas por los camarotes, olfateando nuevos olores y
volviendo a sentir nuevamente el gusto de la vida a
bordo.
Se sucedier on las tormentas que llevaron la destruc-
ción y la muerte a muchos. Navegamos con una de las
peores tormentas que se produjeron en los últimos años.

221
D ur a nt e la s e g u nd a n o c he d e na v e ga c i ó n a r r e c i ó la f ur i a
d e la t or m e n t a y n o l e j os d e n os ot r o s s e hu n d i ó u n b a r c o
c on s u p e s a d a c a r ga . L a s e ñ or a F if í B i g ot e s gr is e s , c i e g a ,
v ie ja y d é b il s uf r ió un a t a q ue a l c or a z ón q ue la a le jó p a ra
s i e m p r e d e e s t a v i d a . P e r o l le v ó c o n e l l a n u e s t r o im p e r e -
cedero amor.
Apesadumbrados, continuamos nuestra travesía del
At lá nt i c o, c on nu e s t r os c or a z o n e s d e s t r o z a d o s . A l lí ll e ga -
mos a nues tr o d e s tino: la Re p úb lica Or ie nta l de l Ur ugua y.
Incluso antes de tocar tierra nos encontramos con extra-
ños —ahora firmes amigos—, dispuestos a ayudarnos.
C om o F if í l o hu b ie r a q ue r i d o , le s d i la s gr a c ia s p or t o d os
nosotros a dos amigos en particular: el señor Alfredo
Pérez Lagrave y a su muy atractiva y amable esposa,
Sabina, que tanto hicieran por evitarnos trabajos e inco-
modidades. Fifí la hubiera a d o ra d o en la m isma forma
que lo ha hecho Ku'ei.
No pienso en Fifí como un animal, ni como un con-
junt o d e hue s os e nv ue lt os e n una ga s t a d a p ie l. T e nía un a
d e f in i d a p e r s o na li d a d y u n e s p ír i t u b e l l o y a m a b l e , p le n o
de encanto y de calor humano. Viv í con ella las veinti-
c ua t r o h or a s d e l d í a , la conocía. M e e r a t a n f á c i l c o nv e r -
sar con ella (por telepatía) como con cualquier otra
persona. Era en v erdad una prueba v iv iente de que los
a n im a le s p os e e n u n a lm a y q u e c um p l e n ha s t a e l f i n c o n
s u t a r e a , a p e s a r d e s u c om p l e x i ó n a n a t ó m i c a , d if e r e nt e
de la de los seres humanos.
Fifí, te echo mucho de menos; ¡fuiste una maravi-
llosa compañera!

T. LOBSANG RAMPA

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