Sunteți pe pagina 1din 5

A comienzos del siglo XIX, la ciudad de Chuquisaca seguía siendo uno de los centros

privilegiados después de Lima y Buenos Aires, equidistante entre ambas capitales y vecina de
uno de los mayores reservorios de Plata que el mundo ha conocido: Potosí. Sede de la Real
Audiencia de Charcas y de la Universidad de San Francisco Xavier.

La primera tenía bajo su jurisdicción inconmensurables territorios que se extendían desde la


costa del Pacífico y comprendían gran parte de la cuenca del río de La Plata y de Moxos,
abarcando el norte argentino y prácticamente todo el desértico chaco boreal. La Universidad, por
otra parte (fundada en 1624 por el jesuita Juan Frías de Herrán), se hizo célebre en los dominios
de la Real Audiencia de Charcas por su famosa Academia Carolina, en la que los abogados
iniciaban el ejercicio pleno del derecho y administraban las Leyes de Indias dictadas por el
soberano en la capital del Imperio español.

De ahí que no fue casual que en Chuquisaca y en los claustros de San Francisco Xavier
fermentara durante décadas (desde fines del siglo XVIII, cuando se produjeron los
levantamientos indígenas liderados por Tomás Katari, Tupac Amaru y Julián Apaza) la idea
revolucionaria de la independencia de la corona española. El proceso fue madurando,
cocinándose a fuego lento bajo el influjo de los movimientos enciclopedistas que alborotaban y
encendían pasiones clandestinas por la libertad y la emancipación del yugo monárquico.

Una convergencia de ideólogos de los Virreinatos de Lima y del Río de La Plata se produjo en
Chuquisaca y llevó adelante el proceso revolucionario que culminaría el jueves 25 de mayo de
1809 a las seis de la tarde. Para entonces, la Universidad era un hervidero de noticias, rumores
y especulaciones sobre la situación de la gran Metrópoli que un año antes, el 2 de mayo de
1808, se había rebelado en las calles contra la invasión de José Bonaparte, impuesto por su
hermano, el emperador Napoleón Bonaparte, iniciando la guerra de la independencia de Francia.
Francisco Goya y Lucientes ha dejado plasmado ese día de furia en su alucinante cuadro: “Los
fusilamientos del 2 de mayo”.
La intelectualidad universitaria, auténtica élite
de la ciudad y del Alto Perú, estaba buscando
una oportunidad, una coartada para lanzar lo
que después se convertiría legítimamente en el
primer grito libertario.

Los historiadores que han buceado los remotos


antecedentes de la gesta independentista
sacan de la baza muchas otras explicaciones,
motivaciones, cuándo no justificaciones para la
ruptura que cambió el destino de un continente
y de un reino en decadencia: la difusión
subrepticia de las doctrinas liberales de fines
del s. XVIII, el decurso de las invasiones
napoleónicas que derivaron en la abdicación de
Carlos IV, la creación de la Junta de Sevilla, el
hastío de más de dos siglos de colonialismo y
centralismo de la corona que pesaba como un
dogal sobre los criollos e indígenas. También
influyeron, desde luego, las piadosas críticas de religiosos (como Fray Bartolomé de las Casas),
que habían plantado junto a los conquistadores la fe en Cristo, sobre el régimen de servidumbre
que padecían los americanos y el despotismo que emanaba de sus actuaciones, dirigidas casi
exclusivamente a engrosar las arcas de la corona.

No estaban lejanas, asimismo, en la conciencia de los súbditos, las gloriosas epopeyas escritas
en la Revolución Francesa y en la Independencia de los Estados Unidos de Norte América. De la
primera, el ideario de libertad, igualdad y fraternidad, sonaba como música en los espíritus
libertarios que convertían aquellas gestas en modelos a seguir para acabar de una vez y para
siempre con el dominio español.

Tal fue el fermento, el verdadero caldo de cultivo del levantamiento del 25 de mayo de 1809.
Sus efectos iniciales, constreñidos en principio a la sublevada Chuquisaca y a sus oidores, pronto
se dejarían sentir, como efecto dominó en otras ciudades del Virreinato, y, por supuesto, de la
inconmensurable Audiencia de Charcas.

Razones de índole económica vinculadas al comercio entre las colonias y la Península se


entremezclan en toda esta vorágine que precedió a esa improbable tarde de otoño en la que la
pasividad de la ciudad y de sus gentes de rancio abolengo cedió la iniciativa a la euforia popular,
desencadenada por un arresto ordenado por el presidente de la Audiencia, don Ramón García de
León y Pizarro. El monopolio en el intercambio de mercancías entre España y las colonias
desalentaba la expansión y venta de los productos, mayormente minerales, con los que
alimentaba América a la economía del Imperio. La producción de minerales, basada en un
sistema de esclavitud de los indígenas, enriqueció a la corona, pero, del mismo modo, convirtió
a Inglaterra en la primera potencia industrial y a su armada en la más temida.
La incierta situación de la Metrópoli, signada por la creación de la llamada Junta de Sevilla por
José Bonaparte, dio lugar a lo que Gabriel René Moreno (Santa Cruz 1802-1866) calificó como
silogismo altoperuano. El razonamiento parte del hecho de que ante la ausencia del rey —
depuesto por Bonaparte— la Junta de Castilla dejaba en manos de los americanos la posibilidad
de elegir su futuro, en tanto y cuanto las colonias eran literalmente propiedad sucesoria del
monarca. La tesis fue asimilada en otras latitudes del Virreinato y avivó, en Buenos Aires como
en Charcas, la idea de la emancipación. Las condiciones estaban dadas.

La argumentación de los “doctores de Charcas”, contenida en el acta del Claustro de la


Universidad de San Francisco Xavier y cuya autoría correspondería, por propia confesión, a
Jaime Zudáñez (en respuesta a los papeles recibidos de José Manuel de Goyeneche y de la
Infanta Carlota Joaquina), sostiene: “El pacto de los pueblos americanos es exclusivamente
personal con el Monarca y no a sus reinos metropolitanos. Si el legítimo Rey ha abdicado, aquel
pacto ha dejado de existir y, por tanto, el intruso (José Bonaparte) no merece obediencia; sus
autoridades deben cesar en sus funciones, y las provincias deben proveer su gobierno”.

La crisis del imperio español, desgastado por permanentes guerras contra los ingleses, debilitó
profundamente la tuición que ejercía (casi a control remoto) desde Madrid sobre los vastos
territorios conquistados. El mundo estaba cambiando: la revolución industrial en Inglaterra y la
resignación de la península a favor de Napoleón, tras la abdicación de Carlos IV y de su hijo
Fernando VII, crearon un panorama de confusión en las colonias. España estaba, en aquellos
inciertos y claudicantes años, más ocupada en restablecer el orden monárquico arrebatado por
los franceses, que en atender y entender los inequívocos síntomas de rebeldía en América,
expresados en los levantamientos indígenas, sofocados cruelmente en Chayanta, el Cuzco y La
Paz por Tomás Katari, Tupac Amaru y Tupac Katari en 1780 y 1781.

LOS PROTAGONISTAS CENTRALES

Tupac Katari, un hombre con indómito carácter

A los 30 años, Julián Apaza, Tupac Katari, era un hombre curtido por una vida de vicisitudes.
Vivió en circunstancias difíciles: las de un pobre comunario asentado en un ayllu rural del
altiplano. Una presumible poliomielitis lo había dejado con las piernas retorcidas. Esta aparente
debilidad no le impedía desarrollar una energía sólo comparable con su indómito carácter. Desde
joven se sentía, y así lo demostraba, autosuficiente. Conoció de cerca el trabajo laborioso y
esclavizante de las minas y, por supuesto, el poder económico que conllevaba la industria
minera colonial.

Trashumante en actividades comerciales, recorrió palmo a palmo las provincias del altiplano.
Tompson añade que “estaba acostumbrado a tratos bruscos con los otros indios, cholos y
mestizos que llevaban sus caravanas de llamas o recuas de mulas por las mismas rutas, y a
través de sus encuentros escuchó historias acerca de los lugares más distantes del reino”. En
sus viajes conoció sobre la vida de la gente que residía en el altiplano y en los valles
interandinos. Adquirió con el tiempo y sus relaciones comerciales un amplio conocimiento de los
modos de dominación colonial cotidianos y sutiles, así como de los sufrimientos comunes de los
indios, sus miedos y resentimientos, y su aspiración a liberarse del pesado yugo.

Jaime Zudáñez, el principal exportador

Puede afirmarse que la detención de Jaime Zudáñez fue la chispa de la chispa. Es decir: convocó
a la insurrección y ésta al proceso emancipador. El protagonista más destacado nació en La Plata
en 1772 y falleció en Montevideo en 1832. Su perfil es la del revolucionario, legislador y
magistrado. Se le atribuye a Zudáñez la redacción del llamado “Catecismo Político Cristiano”, un
panfleto que señala el rumbo de la emancipación chilena.

José Bernardo, Monteagudo Cáceres

Uno de los “doctores” de Charcas. Salido de la Universidad de San Francisco Xavier de la


Facultad de Leyes. Recibió el título de abogado en 1808. Dicen que Monteagudo era un criollo
español al que se lo conocía por el apodo de “El Mulato”. Su radicalismo lo alejó a la retaguardia
del movimiento primigenio.

Mamuel Zudáñez de La Torre

Otro de los ilustres charquinos que, junto a su hermano Jaime, estuvo en la línea de fuego en el
movimiento emancipador, destacándose antes en la publicación de pasquines con ideas
libertarias. Miembro activo de las llamadas juntas clandestinas y también uno de los principales
opositores al “carlotismo” que se endilgaba a Goyoneche. Fue protagonista del levantamiento del
25 de mayo de 1809. Murió en la cárcel.

José Joaquín de Lemoine

Nació en La Plata en 1776 y murió en la misma ciudad en 1856. Tuvo un papel destacado en la
revolución del 25 de mayo. Su actuación le ocasionó el destierro a Puno durante la presidencia
del Gral. Nieto. Un espíritu inquieto como él, se unió a los ejércitos argentinos y combatió en las
batallas de Tucumán, Salta, Sipe Sipe y la guerrilla de Güemes. Retornó a la nueva república.

Mariano Michel Mercado

Fue uno de los emisarios del levantamiento del 25 de mayo de 1809. La Audiencia gobernadora
lo envió primero a Cochabamba y luego a La Paz, donde llegó el 11 de julio para informar sobre
los antecedentes y el carácter de los hechos acaecidos en Chuquisaca. El diccionario histórico de
Barnadas sostiene que, así como por investigaciones, se valora el rol que jugó Mariano Mercado.

Fernando VII

Puede afirmarse que bajo su reinado España perdió la mayor parte de sus colonias en América, a
partir de 1824. En realidad, no fueron tiempos fáciles los que le tocó a este rey: la invasión
napoléonica que desató la Guerra de la Independencia de España, los levantamientos libertarios
de América, la restauración de la monarquía absolutista, la cesión de La Florida a los EEUU.

José Manuel Goyeneche

Este militar nacido en Arequipa se hizo famoso porque fue portador de las pretensiones de la
Infanta Carlota para detentar el control de las colonias. La Junta de Sevilla lo envió a América
para que informe sobre la situación de las autoridades del Virreinato del Río de La Plata. Cuando
llegó a La Plata, la Audiencia, la Universidad de San Francisco Xavier y el Cabildo rechazaron las
intenciones de la princesa Carlota Joaquina. Goyoneche reprimió a los insurgentes y combatió
sin tregua.

Teresa Bustos Lemoine

A semejanza de Juana Azurduy (que combatió junto a su esposo durante la Guerra de la


Independencia), Teresa Bustos es una de las mujeres de la revolución del 25 de mayo y una de
las adherentes más entusiastas a la causa junto a José Joaquín de Lemoine. En la jornada del
levantamiento estuvo entre las personas que tocó a rebato las campanas en el templo de San
Francisco.

Francisco Ríos (El Quitacapas)

El Quitacapas fue uno de los cabecillas del levantamiento. Liberó a los presos y recibió 4.000
pesos del arzobispo Moxó para repartirlos entre los sublevados. Su huella se pierde después de
actuaciones pasajeras en varias movilizaciones surgidas desde el 25 de mayo. Se subió al carro
de la insurrección, su arrojo no tuvo límites.

Juan Antonio Álvarez de Arenales

Fue el héroe militar del levantamiento del 25 de mayo de 1809. Forjador de la independencia de
Charcas con el II Ejército Argentino y la guerra de las republiquetas. Brigadier Gral. del Ejército
Argentino, Mariscal de los Ejércitos de Chile y Perú por su gloriosa participación en Ejército de
los Andes y en el Ejército Unido”. Su acción más relevante fue la proclamar el derecho del Alto
Perú a “decidir libremente su destino”.

Los aborígenes, unas veces aliándose con los criollos para hostigar a los colonizadores y otras
tomando partido en las guerras intestinas de españoles, sacudieron a los atormentados
territorios del Nuevo Mundo.

S-ar putea să vă placă și