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Elías Pino Iturrieta

La cacareada unidad

La opinión de Elías Pino Iturrieta @eliaspino

29 de julio de 2018 12:13 AM

Las intenciones de unidad, si se quiere ganar un juego de pelota, fundar una compañía de
negocios o apoderarse del gobierno, se han convertido en una especie de necesidad a la cual
se atan los hombres para lograr sus propósitos. Así se ha planteado desde la antigüedad, sin
que a nadie se le ocurra poner en duda el requisito. Parece lógico, desde luego. Mientras
más masa, más mazamorra, se dice en términos populares. Estamos ante un tema alejado de
las polémicas debido a que encierra, según parece a primera vista, la receta perfecta de
todos los tiempos para que las intenciones de un grupo de individuos se conviertan
necesariamente en realidad. Todas las frases que llaman a la unidad gozan de general
aceptación no solo por la lógica que encierran, sino también porque las han pronunciado
personas famosas que han logrado sus objetivos después de proclamarla. Pero ¿su
contenido es realmente infalible?

Depende de las fuerzas que se quieran o se deban unir. El cacareado mandato unitario pasa
por el análisis de los elementos que se deban o se quieran juntar, porque no siempre resulta
conveniente la reunión de ingredientes que no pueden conducir a destino cierto debido a su
debilidad o a su heterogeneidad. La agrupación de factores débiles solo puede conducir a la
creación de una debilidad descomunal. Del apiñamiento de flaquezas no va a salir el
portento de la fortaleza, ni siquiera con un golpe de suerte. Tal vez una gordura aparente,
un cuerpo grueso sin cosas de importancia en su interior, pero nada más. Por si fuese poco,
la acumulación de ingredientes diversos puede terminar en un caldo incomible, porque una
apresurada preparación de condimentos que no son capaces de complacer el gusto de los
destinatarios conducirá a una mesa vacía. Nadie se tragará el menú, por mucho que se
insista en anunciarlo como el mejor producto del restaurante. A menos que se tenga un
cocinero diestro, un chef realmente excepcional, pero tales maestros generalmente no están
a la mano porque no son criaturas de la improvisación, en especial si salen del seno de los
desfallecidos y dispares elementos que tratan de fundirse en uno solo.

La presentación del argumento que ahora apenas se esboza no tiene pretensiones


pontificales, pero le viene al pelo a la política venezolana debido a cuyas calamidades se
pide a gritos la unificación de las fuerzas opositoras como prioridad para desembarazarnos
de la dictadura. En un primer vistazo estamos ante una exigencia perentoria, pero si uno
escarba un poco en el interior de la necesidad encuentra que no es mucho lo que se pueda
sacar de la exploración. La oposición, tal y como la siente ahora buena parte de la sociedad,
está formada por piezas frágiles que al juntarse solo multiplicarán su endeblez. A menos
que suceda un milagro, es decir, algo que dependa de un fortalecimiento inesperado de los
elementos que se caracterizaron por su precariedad en la víspera. ¿Es posible semejante
portento? ¿Los alfeñiques se volverán atléticos? Los hechos del último lustro señalan lo
contrario, si pasamos revista al desfile de sujetos cuya estatura no pasa del medio metro,
pero que quieren tener la medida de los gigantes. Desde su triunfo en las elecciones
parlamentarias, han faltado a las reglas mínimas de la unificación para actuar como
pigmeos dislocados que ahora, después de mirarse en un descarnado espejo, quieren verse
como Hércules frente a los monstruos olímpicos.

Puede ser que se esté planteando una exageración y que haya materia para sacar fuerzas de
flaquezas, vigor de desfallecimiento, virtud de necesidad. Muy bien, de acuerdo, pero ¿es
conveniente juntarse con cualquier bicho de uña?, ¿caben todos los opositores con
comodidad y con justicia en la misma sala situacional, como si fueran semejantes sus
merecimientos, sus realizaciones, sus ejemplos y sus intenciones frente a los negocios
públicos? Hay algunos tan impresentables que tomarse un café con ellos en la barra de la
esquina causa grave daño a la reputación, y debe recordarse que los políticos viven de la
fama que se ha labrado y de cómo deben cuidarla para que no se destruya, entre otras
razones, por la asiduidad de ciertas compañías. Siento que así piensan muchos de los líderes
que ahora insisten en juntarse en un solo proyecto contra la dictadura, pero no lo dicen en
público debido a la debilidad que les es intrínseca y porque no se atreven a nadar contra la
corriente de las afirmaciones que se toman como prédica infalible cuando son apenas frases
afortunadas que sirven para todo y, por lo tanto, no sirven para nada.

epinoiturrieta@el-nacional.com

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