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Créditos
Melusanti
Nelly Vanessa
Axcia Maye
Lvic15 caronin84
Dubi ivettelaflaca
Mona lau_sp_90
Magdys83 YaniM
Maria_clio88 Lila
Gigi
Mimi
Carosole
nElshIA
Kath
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Sinopsis
Paul James amaba a Clara Bateman.
Odiarla habría sido fácil.
Era el pasado, y él estaba malditamente empeñado en mantenerla ahí.
O eso pensó<

Avisos clasificados: BUSCANDO DESESPERADAMENTE A EPIC


Eres mi padre.
No sé mucho sobre ti. Sé que tu nombre es Paul James, eres un aventurero, y
hace un tiempo hacías acrobacias y la gente te llamaba “Epic”.
Me ha dicho que no sabes sobre mí. Que es complicado.
Pero para mí es simple.
Así es la cosa: Tengo doce años< y estoy muriendo.
Y por mucho que esto pueda lastimar a mi madre, tengo que conocerte antes
de irme.
Con el tiempo, seguro lo entenderá. Todavía está enamorada de ti.
Así que, Epic, si lees esto, por favor regresa. No tienes que ser mi papá. Ni
siquiera tienes que decirme que me amas o que lo sientes. Sólo ven a verme.
Pacientemente esperando, pero quedándome sin tiempo,

Neena.
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Capítulo 1
Buscando desesperadamente a Epic, Tú eres mi padre. No sé mucho sobre ti. Sé
que tu nombre es Paul James, eres un buscador de emoción, y una vez en el tiempo, hiciste
acrobacias y la gente te llamaba “Epic”. Me han dicho que no sabes acerca de mí. Eso es
complicado. Pero para mí es muy sencillo. Aquí est{ la cosa. Tengo doce años… y estoy
muriendo. Y por mucho que esto podría destrozar a mi madre, tengo que conocerte antes de
irme. Con el tiempo, estoy segura de que ella entenderá. Todavía está enamorada de ti. Así
que, Epic, si lees esto, por favor, vuelve. No tienes que ser mi padre. Ni siquiera tienes que
decirme que me amas o que lo sientes. Solo tienes que venir a verme. Esperando
pacientemente, pero con el tiempo acabándose, Neena.
La taza de café en mi mano se estrella contra el suelo, partiéndose a la mitad,
el líquido marrón salpicando mis piernas desnudas.
―No ―jadeo.
Ignorando el ardor de las gotitas de café que gotean por mis piernas, me
apresuro a donde está la pequeña televisión y subo el volumen. Mi programa
favorito de la mañana, “This World, This Morning” est{ encendido. La
presentadora de noticias rubia, Veronica Marsh, sentado frente a ella su co-
presentador, Brett Adams, y una gran pantalla detrás de ellos representado un
anuncio de Craigslist titulado: Buscando desesperadamente a Epic.
―Esto ―Veronica gira en su silla y se mueve hacia la pantalla―, me rompe
el corazón, Brett.
―El mío también. ―Brett está de acuerdo―. Este anuncio de Craigslist fue
publicado hace cuatro días y se ha extendido entre los medios sociales como un
reguero de pólvora. This World, This Morning está trabajando diligentemente para
localizar al autor de este anuncio porque nos gustaría más que nada encontrar a su
padre.
―Así es ―interviene Veronica―. De modo que si alguno de ustedes conoce a
esta joven chica o a un Paul James que es conocido con el nombre de Epic, vaya a
nuestro sitio web y m{ndenos un correo electrónico. Y, Neena< ―Encogiéndome,
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escucho que Veronica dice el nombre de mi hija, su tono lleno de intención―. Si
estás viendo esto, nos encantaría tenerte en el programa.
Golpeando el botón de apagado, me giro con la intención de entrar como un
relámpago en la habitación de Neena y darle la paliza verbal de su vida, pero me
resbalo en el café que se me cayó dos minutos antes, aterrizando duro sobre mi
culo.
Con un gemido, me muevo lentamente sobre mis rodillas, tratando de
levantarme, pero parece que no puedo completar la tarea. No hago ecos de felices
para siempre dentro de mí. Incluso el recuerdo de esas palabras es como un
puñetazo en el estómago. De la nada, un sollozo se propaga hacia arriba y se libera
de mi pecho. ¿Cómo pudo hacer esto? ¿Y por qué no me preguntó primero? Mi
cuerpo se sacude a medida que continuo llorando, las imágenes parpadean a
través de mi mente como un canal de televisión con mala recepción; rápida y no lo
suficiente como para comprender realmente. Lo cual es Paul perfectamente. Tú
sólo consigues probarlo y nunca es suficiente.
Casi salto fuera de mi piel cuando alguien toca ligeramente mi hombro.
Cuando levanto de un tirón mi mirada, los ojos rojos e hinchados de Neena se
encuentran con los míos mientras pone sus rodillas en el suelo cerca de mí.
―No ―gimoteo―. El suelo está pegajoso y conseguirás que se moje tu
pijama. Por favor, busca piezas de mi taza. La rompí. ―Señalo donde está la taza
frente a nosotras.
Me ignora y se desliza más cerca.
―Lo siento, mamá ―gime, después de un momento. Me olvido del café y tiro
de ella, abrazándola fuertemente. Estoy enojada, enojada como el infierno. Pero no
puedo verla deshacerse, no ahora, no cuando hay tan poco tiempo―. No sabía que
lo pusieron en un programa de televisión.
―Lo sé, cariño. Pero ahora está ahí. Ellos lo encontrarán.
Apartándose, se limpia la nariz con el antebrazo.
―Pero eso es una buena cosa.
Exhalo lentamente mientras me levanto, luego me inclino y la ayudo a
ponerse de pie. No tengo forma de explicar que no es bueno si lo encuentran. Es
una niña con esperanza con la idea romántica de que su padre biológico se reunirá
con ella y se enamorará. Eso es muy poco probable, y lo último que necesita es
tener a un padre que la rechace en la televisión nacional.
No hago lo de bebés y vallas blancas.
Solo he querido protegerla. Pero tal vez no puedo protegerla más. Es
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inteligente y amorosa, y muy curiosa. Y cuando se trata de Paul, es mejor mantener
la mayoría de las cosas en la oscuridad.
―Sé que él tal vez no quiera encontrarse conmigo ―admite―. Sé que tal vez
no pueda amarme.
La aplasto contra mi pecho en otro abrazo.
―Es imposible no amarte, cariño.
Nos movemos para estar paradas en la cocina y abrazadas.
―Vamos a tratar de encontrarlo. Pero por favor, no te hagas ilusiones. ―No
puedo decirle que ya he intentado, en varias ocasiones, llegar a él. No puedo
decirle que he tomado medidas drásticas en un último esfuerzo para traerlo de
vuelta. Eso solo crearía falsas esperanzas y rompería su corazón si él no aparece.
―No lo haré. Gracias, mamá.
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Capítulo 2

Nunca bebo.
Ha habido menos de un puñado de veces en la vida en que he tenido un mal
día y me vuelvo a una botella para ahogar mis penas. Hoy es uno de esos días.
La luz en la oficina se enciende y hago una mueca de dolor, entrecerrando los
ojos mientras me giro en mi silla de cuero en la oficina, el líquido ámbar en mi vaso
de papel se mueve, aterrizando en los resultados de las pruebas en mi escritorio.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunta Marcus mientras me mira desde la
puerta. Camina con cautela hacia mi escritorio, con expresión de incertidumbre.
Me río al mirar el vaso de papel.
―Estoy bebiendo.
No estoy mirando hacia él, pero puedo sentirlo desinflarse. Toda la esperanza
que lleva dentro de él se funde de su cuerpo, se evapora.
―Mierda ―susurra y mueve la silla de visitas a su derecha. Hecho vistazo a
él mientras sacude la mano, sentado en la misma silla que acaba de aventar.
Apunta a la botella de Hennessy en mi escritorio―. Sírveme uno.
Uso el escritorio como palanca para empujarme de la silla y tropezar al
refrigerador de agua y tomar otro vaso, balanceándome en mi regreso. Dejándome
caer en mi asiento, sirvo su bebida y la deslizo por encima del escritorio. Alzo mi
taza con un agarre sin ceremonias y refunfuño:
―Por la vida cagándose todo, todo.
Marcus toma la taza y cierra los ojos antes de asentir una vez y tomarse su
bebida. Cuando termina, aplasta la taza en su pequeña mano y la arroja a la
papelera.
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―¿Cuánto tiempo tenemos?
La pregunta me alcanza, envolviendo sus dedos fríos e implacables alrededor
de mi garganta, ahogándome con su emoción. Tengo que tragar más de una vez y
parpadear un par de veces para evitar llorar.
―Seis meses. Un año más, si tenemos suerte.
―¿Cómo lo tomó?
―Como siempre. ―Tentativamente, tomo mi bebida tibia, después añado―:
Como un soldado.
Él asiente un par de veces, igual que yo durante la pasada hora, y puedo decir
que está tratando de no perder la cabeza, también.
―Tenemos que hacer que Paul vuelva. Tal vez él sea su par. Sé que es una
posibilidad remota, pero tal vez<
―¿Crees que no he intentado llegar a él para ahora? ―Callo de repente―. Le
envié correos electrónicos, le hice llamadas< nada. No responde. Incluso hice que
Richard lo intentara, pensando que no estaba respondiendo porque era yo. ―Mi
corazón se contrae un poco.
―Entonces solo hay una otra manera de llamar la atención de Paul, obligarlo
a regresar.
―Oh sí. ―Suelto una risita desdeñosa―. ¿Cómo?
―Dinero.
Mis rasgos faciales, una vez ponderados por la desesperación, se animan. La
idea es brillante, y estoy enojada conmigo misma por no haber pensado en eso
antes.
―¿Me puede demandar por eso?
―¿En serio te importa? Cualquier juez con la mitad de un corazón se aliaría
contigo de todos modos.
Es verdad. Miro el reloj, observo que faltan diez para las cinco. Richard
siempre contesta su teléfono antes de las cinco. De pie, voy alrededor del escritorio
con paso inseguro, los efectos de mi consumo de alcohol de la noche me están
alcanzando, y caigo de rodillas delante de Marcus por lo que estamos a nivel del
ojo.
―Oh, mierda. No me abraces ―refunfuña.
Tirando de él a mí, le susurro:
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―Oh, cállate, y sigamos. ―Aprieto, levantándolo del suelo. Marcus de
apenas noventa centímetros de altura, sufre de acondroplasia, una forma de
enanismo que afecta el crecimiento de los huesos. Lo que le falta en altura sin duda
lo compensa con personalidad. Nunca he conocido a una persona más colorida en
toda mi vida.
Inclinándome hacia atrás y sentándome sobre los talones, limpio las lágrimas
frescas de mi cara.
―¿Crees que funcionará? ¿Crees que volverá?
―Por supuesto que lo hará ―insiste Marcus, agarrando un pañuelo de la caja
en mi escritorio y entregándomelo―. Necesita dinero para financiar su viaje.
―No se lo digas a Neena, ¿de acuerdo? No podría soportar que supiera que
estuvo aquí y no quiso encontrarse con ella. La aplastaría.
―Sé que no tiene el mejor historial, Clara, pero no es del todo malo.
―Asiento una vez, no porque esté de acuerdo; más bien lo contrario. Estoy
totalmente en desacuerdo. Paul James es uno de los hombres más egoístas que he
conocido. Pero Marcus y yo, aunque estamos de acuerdo en muchas cosas, siempre
parecemos chocar a tope nuestras cabezas sobre éste tema―. Una vez pensaste que
era un idiota. Míranos ahora.
―Todavía pienso que eres un idiota ―bromeo―. Solo que eres uno adorable.
―Resopla y me río a través de mis lágrimas.
―Si podemos traerlo a casa, ayudará ―reitera.
―Espero que tengas razón. ―Me levanto y cepillo mi falda―. Pero, por
favor, ni una palabra a Neena ―reitero.
―Ni una palabra ―promete―. No quiero que te hagas ilusiones, sin
embargo, Clara. Puede que no sean compatibles.
Respiro profundamente, tragando el nudo en mi garganta. Sé que tiene razón.
Hay una posibilidad muy fuerte de que Paul no esté a la altura de Neena y todo
esto sea en vano. Pero tenemos que intentarlo. Tenemos que hacerlo. Una bocina
suena desde fuera.
―Ese es mi taxi. Me voy a casa. Llamaré a Richard en el camino.
―Dale un beso a Neena por mí. ―Me hace señas―. Cerraré.
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Capítulo 3
Saldo de la cuenta: $1.425,00
Entrecierro mis ojos, no estoy seguro de estar leyendo bien. Síp.
Definitivamente estoy leyendo bien. ¿Qué carajo? Debería haber miles más en esta
cuenta. Al hacer clic en la pestaña de depósitos, veo que el último depósito directo
fue hace poco más de tres meses. El depósito trimestral debería haberse hecho hace
semanas.
―Hijo de puta ―gruño. Va a costarme una fortuna, pero no tengo otra
opción. Saco mi celular y marco a mi abogado, Richard Mateo.
Suena una vez y atiende.
―Paul ―dice mi nombre claramente.
―Richard ―grito―. ¿Has estado esperando mi llamada? ―Nunca he sido de
los saludos respetuosos, especialmente por teléfono, y no voy a comenzar ahora.
―De hecho, lo hago ―admite.
―Me conecté a mi cuenta bancaria y encontré que el depósito trimestral no se
ha hecho.
―Bueno, Paul, te he llamado varias veces, pero siempre va directamente al
correo de voz. Y el correo de voz está lleno. También te he enviado correos
electrónicos. ―Aprieto el teléfono con más fuerza. Nunca reviso mi correo
electrónico, y detesto los correos de voz.
―¿Dónde está mi dinero? ―gruñó, mi temperamento ardiendo. Una pequeña
mujer joven me mira, mi tono debe haber atraído su atención, pero rápidamente
mira hacia otro lado, cuando le doy una mirada que dice: “Métete en tus propios
malditos asuntos”.
―El acuerdo contempla una reunión anual una vez al año. La señora
Bateman está reteniendo tus fondos hasta que la reunión sea realizada.
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―¿Qué? ―Me río porque es la cosa más ridícula que he oído―. ¿Por qué
diablos está eso en el contrato?
―Porque no era consciente de que sería un problema. Me diste el poder y
tomé las decisiones que pensé que mejor te beneficiarían.
―¿Cómo me va a beneficiar una reunión anual?
―Porque deberías querer saber cómo lo está haciendo tu negocio ―responde,
haciéndome sentir como un idiota. Debería estar revisando el negocio. Es mitad
mío. Pero revisar el negocio significaría verla―. Ella quiere que vuelvas a casa,
Paul. Quiere una reunión.
―Ni siquiera hemos tenido una reunión anual ―argumento, apretando mi
puño.
―Está en tu contrato.
―Han pasado más de doce años desde que el contrato fue firmado, Richard y
nosotros no hemos tenido ni una reunión anual ―señalo de nuevo―. ¿Ella puede
legalmente retener el dinero?
―Bueno< tal vez no legalmente. Pero no puedes luchar contra ella contra
ello sin ir a casa y llevarla a los tribunales. Solo ve a la reunión. Ella te pagará.
Luego, puedes volver a corretear alrededor de todo el mundo.
Ni siquiera me molesto en responder. Golpeo finalizar en la llamada, lo apago
y lo vuelvo a meter en el bolsillo. Esto suena igual que Clara. Siempre jugando su
mano y buscando el poder en nuestro acuerdo. La excavadora. Si no puede
conseguir lo que quiere, correrá sobre ti. No puedo imaginar por qué diablos
quiere que vuelva a casa ahora, después de todos estos años. Estaba seguro que el
primer año que me había ido, ella llegaría hasta mí, pidiéndome que regrese, pero
no hubo nada. Su vida siguió como si yo nunca hubiera existido en ella.
Inicio sesión en Hotwire para encontrar la tarifa más barata que puedo,
maldigo la situación.
Casa.
Tengo que ir a casa.
Ella.
Tengo que hacerle frente a ella.
Las dos cosas de las que he estado escapando. Si ella piensa que nuestra
reunión será placentera y profesional, tiene otra cosa viniendo. Voy a asegurarme
que nunca pida otra reunión anual de mierda de nuevo.
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Capítulo 4
―Apágala, Neena ―le advierto mientras reviso una pila de papeles en mi
escritorio.
―No está prendido ―miente. Levantando la mirada, encuentro la lente de su
cámara de vídeo a quince centímetros de mi cara.
―¿Así que estás sosteniéndola en mi rostro sin razón?
―Eh, ajá.
―Ve a filmar a Marcus ―me quejo.
―Se está preparando.
―Maldita sea ―murmuro―. ¿Qué día es hoy?
Neena hace una mueca tan amplia que no tengo ni siquiera que mirarla para
verla; puedo sentirla.
―Quince.
Empujando los papeles en un folder y arrojándolo a un lado, tomo el rostro
de Neena en mis manos y aprieto los labios en su frente. Exhalando un suspiro de
alivio por la nariz porque no tiene fiebre, murmuro:
―Te ves cansada, nena.
―Estoy cansada ―admite.
―Descansa un poco< por favor. Después de que los chicos se vayan a su
primer salto, te despertaré e iremos a buscar algo de comer.
―Bien ―resopla débilmente, rascándose el cuero cabelludo, la bufanda
púrpura que cubre su cabeza calva se mueve atrás y adelante mientras lo hace.
No quiere acostarse, pero es nuestra rutina diaria, y sabe que la regañaré si no
la hace. La esquina de mi oficina está adornada con una sola cama cubierta con un
edredón de felpa, y almohadas neón. Las paredes que la rodean están cubiertas con
carteles de la banda favorita de Neena; Masters of the V. Por desgracia, mi trabajo
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no me permite el lujo de cuidar a mi hija enferma. Tengo que trabajar, algo de lo
que me siento terriblemente culpable. Pero Neena insiste en que prefiere estar aquí
en la oficina conmigo y Marcus y los chicos que en su habitación. Su diagnóstico es
triste pero me prometí dos cosas. Una: nunca darme por vencida. Voy a luchar
para salvarla hasta el final. Dos: a tratar de ser cada día tan feliz como me sea
posible para ella, por si< en caso de que perdamos. Después de que se acuesta y
enciende su iPad para poder ver una película en Netflix, la beso una vez más,
agarro mi taza de café de viaje, y apago la luz de la oficina, cerrando la puerta para
no hacer ruido. Al pasar por la sala de almacenamiento donde guardamos los
monos, veo a Marcus abotonarse el traje a medida. Le doy una mirada significativa
y él se encoge de hombros, dándome una mirada significativa también.
―Tres veces al mes. Ese fue el trato.
―Vas a conseguir que nos demanden un día, ¿sabes?
―No. ―Se ríe―. Todo es por diversión.
―Déjame al menos sus tarjetas de crédito antes de salir.
Él levanta sus brillantes ojos azules para encontrarse con mi mirada, su
mirada llena de alegría y guiños. Vive estos tres días al mes cuando le permito ser
bromista. La comisura de su boca se levanta en una ligera sonrisa.
―Por supuesto.
Moviéndose hacia delante, volteo la señal de ABIERTO y desbloqueo la
puerta del frente. Sorbiendo mi café, compruebo para asegurarme de que los
formularios de exención están en el portapapeles y un montón de plumas se
encuentran en la taza en el centro de la mesa. El timbre suena y Larry y Bowman
entran, ambos riendo.
―Buenos días, jefa ―llama Larry.
―Buenos días, Clara ―sigue Bowman.
―Buenos días muchachos. Marcus se encuentra en la parte posterior
preparándose, así que será mejor que se preparen ustedes mismos o se molestará.
―Oh, mierda. ―Se ríe Bowman―. Es quince.
Bowman y Larry son ex militares, ambos paracaidistas durante su tiempo de
servicio. Son mis saltadores más fiables y altamente capacitados. No son baratos
tampoco, pero aparte de su experiencia ambos son extremadamente atractivos y mi
clientela femenina va hacia ellos como moscas a la mierda. Larry es el clásico Tom
Cruise, con el cabello y los ojos oscuros, y Bowman es un semental de ojos azules
con una sonrisa que debilita las rodillas. Dado que el boca en boca es mi mejor
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publicidad, les pago una comisión fuerte y coquetean como asnos estafadores con
cualquier cosa con pechos.
―¿Cuántos hoy? ―pregunta Larry a medida que pasan junto a mí.
―Veinticinco.
―Sí ―coquetea Bowman―, día perfecto para saltar, también.
Diez minutos más tarde, los dos primeros saltadores entran; un tipo grande y
una pequeña morena. Siempre es un misterio a quién escogerá Marcus en estas
situaciones. Nunca lo sé, porque en realidad no hay orden ni concierto en su
elección.
―¿Bradley? ―pregunta.
―Ese soy yo ―responde el tipo grande.
Les doy el saludo formal y les entrego todos sus formatos a llenar y firmar,
básicamente indicándoles que no nos pueden demandar si se lastiman, ni sus
familias pueden demandar si algo les pasa. Después de que les ofrezco café,
Bradley me entrega su tarjeta de crédito para pagar sus saltos. Mientras me volteo
dejándolos con su papeleo y paso la tarjeta, la puerta suena, lo que me hace darme
la vuelta.
Mi corazón cae al suelo y respiro profundamente mientras los recuerdos de lo
que parece hace toda una vida atrás chocan sobre mí.
No tuve mi felices para siempre.
Él está aquí.
Paul ha vuelto a casa.
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Capítulo 5

―No entiendo ―repetí por milésima vez―. ¿Me está dejando su negocio?
El señor Mateo se inclinó hacia atrás mientras se quitaba sus lentes y los
dejaba sobre el escritorio.
―La mitad de su negocio. La otra mitad se la está dejando a su sobrino. Paul,
el sobrino del señor Falco ―explicó―, está interesado en comprar su mitad.
―¿Es un negocio de paracaidismo? ―pregunté. Ya me había dicho esto,
repetidamente, pero por alguna razón no podía comprender la idea del todo. El
hecho de que estuviera siquiera sentada en esta oficina era alucinante, por no
hablar de que aparentemente estaba heredando su negocio de paracaidismo. La
ansiedad era suficiente para sofocarme. Mis manos estaban entrelazadas en mi
regazo, mis nudillos estaban blancos de apretar tan fuerte.
―Es correcto, señora Bateman. Uno muy prominente en el área. El señor
Falco era un gran hombre de negocios.
―Que maravilloso por él ―me burlé, apretando las manos con fuerza. Me
odiaba por siquiera estar aquí. ¿Dennis Falco de verdad creía que al dejarme la
mitad de su negocio de alguna manera estaría absuelto de la horrible cosa que me
hizo? ¿Creía que simplemente lo iba a perdonar?
El señor Mateo se enderezó, su elegante silla de escritorio de cuero chilló
cuando movió su peso, y abrió la carpeta frente a él. Después de ponerse de nuevo
los lentes, tomó un sobre y lo deslizó por el escritorio hasta mí.
―Pidió que recibiera esta carta.
¿Una carta? ¿Qué podría querer decirme este hombre? ¿Lamento lo que hice?
¿Lamento haber arruinado tu vida? Miré el sobre de tamaño estándar, debatiendo
si debería dejarlo o no. ¿No sería ese el último gesto con el dedo medio para
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Dennis Falco? Luego el señor Mateo tomó lo que parecía un folleto y lo colocó al
lado del sobre. Con duda, tomé el folleto y lo leí.

(¡Donde lo ordinario se vuelve extraordinario!)

El folleto estaba cubierto con fotos de lo que parecían clientes en sus trajes,
con fotos tomadas mientras estaban en el aire. Abriéndolo, en el centro estaba una
foto de un hombre de complexión bronceada, italiano tal vez, con grandes ojos
marrones y la sonrisa más hermosa que había visto jamás. Parecía que tuviera cien
dientes perfectamente acomodados. Definitivamente había tenido frenos en algún
punto de su vida; los dientes era una especialidad mía. Y tenía los hoyuelos más
bonitos; como si ya no fuera lo suficientemente hermoso.
Sobre su foto estaba escrito en negrita: CONOCE A EPIC, DOBLE DE
RIESGO EXTRAORDINARIO.
―Ese es Paul James. Es tu socio ―dijo el señor Mateo.
―¿Lo llaman “Epic”?
―Fue un doble de riesgo de película hasta que se lesionó. Eso fue hace unos
años. Es una especie de atracción para el negocio.
Dirigiendo mi mirada de nuevo hacia el sobre, continué debatiéndome si
debería tomarlo o no.
―¿Su sobrino sabe de esto? ¿Sobre qué él me dejó la mitad?
―Sabe que la mitad del negocio fue dejada a alguien, pero no sabe a quién.
―Eso es< surreal ―dije.
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El señor Mateo me sonrió con tristeza.
―El negocio es muy práctico. El señor Falco saltó casi cada día hasta que se
puso muy mal para hacerlo. Su sobrino, Paul, también salta a diario. Aunque el
negocio es exitoso y rentable, su mitad solo se vendería por cuarenta o cincuenta
mil a juzgar por los números que me han sido dados.
―¿Cuánto tiempo tengo?
―Treinta días. Si en treinta días usted no ha tomado posesión será vendido a
Paul y a usted se le pagará el valor de su mitad. Lamento finalizar esta breve
reunión, pero tengo una cita cruzando la ciudad, sin embargo aquí está mi tarjeta.
―Deslizó la pequeña tarjeta al lado del sobre y se puso de pie―. Si tiene alguna
pregunta, por favor siéntase libre de contactarme.
Un entumecimiento me cubrió mientras tomaba el sobre y la tarjeta y los
metía en mi bolso. El hombre que mató a mis padres, quien me robó una hermosa
infancia con mi madre y mi padre, me dejó la mitad de su negocio de
paracaidismo. Esta es la clase de mierda que no se puede compensar.
Después de dejar la oficina del señor Mateo regresé a mi cuarto de hotel,
sintiéndome completamente desmoralizada. Había acabado de llegar a Virginia el
día anterior y ya lo odiaba. Hacían veintinueve grados cuando aterricé y hoy
hacían cinco. Mis alergias estaban enloqueciendo, y sentía como si alguien me
hubiera pateado en la cara.
Después de quitarme el pantalón de vestir y tacones, me puse mi sudadera
favorita y me recosté en la cama. Miré mi celular y suspiré. Ningún mensaje nuevo.
Kurt debió haber tenido otro día caótico, pero le marqué de todos modos, sabiendo
que probablemente estaría interesado en saber lo que el abogado tenía para
decirme.
―Cariño ―respondió Kurt.
―Hola ―solté, sorprendida de que respondiera al primer tono.
―¿Cómo fue el día?
―Bien. ―Suspiré―. Aparentemente soy la orgullosa dueña de medio
negocio de paracaidismo.
Silencio.
―¿Kurt? ¿Estás ahí?
―¿Paracaidismo? ―preguntó.
Rodé sobre mi costado y dejé salir un largo suspiro. Parecía estar haciéndolo
mucho últimamente.
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―Sí. Me dejó la mitad de su negocio de paracaidismo.
―¿Por qué?
―No lo sé ―admití, dejando que mi mirada se dirigiera al bolso―. Me
pregunto si es su forma de decir que lo siente. ―Me detuve y miré mi bolso de
nuevo, donde la carta del señor Mateo permanecía―. Me dejó una carta.
―¿Qué dice?
―No la he abierto. No estoy segura de que quiera.
―Bebé ―dijo Kurt su apodo cariñoso para mí, la lástima prevalecía en su
tono―. ¿Estás bien?
Lamiéndome los labios, inhalé profundamente y asentí un par de veces antes
de responder. Sé que no podía verme, pero supongo que estaba confirmándolo
conmigo primero. Estoy bien. Estaré bien.
―Sí. Es solo< difícil, supongo.
―Lamento no haber estado ahí. Las cosas han estado ajetreadas en el trabajo.
―Lo sé ―le aseguré, incluso aunque de verdad deseé que hubiera venido
conmigo―. Estoy bien. Tengo que decidir qué haré en treinta días o
automáticamente venderán mi mitad y me darán el dinero.
Terminé de contarle a Kurt lo que el abogado dijo. También le conté sobre el
hombre mejor conocido como Epic.
―¿Qué vas a hacer? ―preguntó.
―¿Está mal que quiera venderla y quemar el dinero?
Se rió, el sonido profundo y reconfortante, calentando mi corazón.
―Creo que podríamos encontrar un mejor uso para ese dinero. Incluso si solo
lo donas a la caridad o algo así.
Me mordí los labios, preguntándome si debería decir lo que de verdad quería
hacer con el dinero. La última vez que se lo dije a Kurt entró en pánico por el
pensamiento.
―Podríamos usarlo para tener un bebé.
―Clara ―se quejó―. Ya hemos hablado de esto un millón de veces. ―Puse
los ojos en blanco por sus palabras.
―Era solo una idea ―respondí, mi molestia claramente obvia.
―Clara< simplemente no puedo pasar por eso de nuevo. Ahora no es el
momento.
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―Solo lo intentamos un año. El doctor dijo que ver un especialista en
fertilidad ayudaría.
―No puedo volver al sexo robótico. Estás tan concentrada en eso que
literalmente se volvió en sexo por obligación cuando estabas ovulando. No había<
pasión. No puedo soportarte viviendo en la depresión cada vez que llega tu
periodo. Lo siento. Sé que sueno como un imbécil, pero con la forma en que han
pasado las cosas entre nosotros, solo pienso< que tal vez debemos esperar. O< tal
vez no estamos destinados a tener un bebé.
En ese momento, mis ojos ardieron con lágrimas. Mi cuerpo me falló. No
podía hacer la única cosa que las mujeres podían hacer. Y cuando no pudo, me
volví loca intentando hacer que sucediera, y casi perdí mi matrimonio en el
proceso. El sexo no fue sobre la intimidad o estar cerca; fue sobre embarazarse.
Tomaba mi temperatura todas las mañanas. Le hice prometerle que no se
masturbaría cerca de mi ciclo ovular. Y lo obligué a usar ropa interior clásica en
lugar de bóxer. Incluso la acupuntura falló. Finalmente, después de un año sin
éxito, cuando mi doctor dijo que deberíamos ver a un especialista, Kurt se hartó.
En mi obsesión me olvidé de él; como amarlo y hacerlo sentir querido.
―Pensé que estábamos mejor ―añadí después de un segundo. Cuando vino
a mí y me dijo que era miserable, que me amaba, pero que no podía soportar más
ese estrés, había cedido. De mala gana dejé a un lado lo de tener un bebé para
salvar mi matrimonio. Fuimos a terapia de pareja y ambos trabajamos para
reavivar nuestra vida sexual juntos. Aunque con el tiempo y con una mejor
disposición mental; una más sana, tal vez podríamos intentarlo después de un
tiempo. Pero él simplemente no hablaba del tema.
―Así es ―estuvo de acuerdo―, pero creo que necesitamos más tiempo.
―¿Cuánto más? ―pregunté.
―Clara ―dijo mi nombre con tensión. Como si fuera una niña―. Ya terminé
de hablar de esto. Es tu dinero, haz lo que quieras con él, pero no te lo gastes
planeando un bebé en algún momento cercano porque no es mi plan.
Fruncí el ceño, mi corazón se hundió más en mi pecho.
―Bien ―murmuré―. Tengo que irme.
―No cuelgues molesta conmigo.
―No estoy molesta ―mentí―. Solo cansada. Te llamaré mañana.
―¿Cuánto tiempo te dio el señor Shelton?
―Dijo que podía quedarme hasta el lunes si quería.
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―¿Al menos vas a ir a mirar el lugar antes de decirles que quieres vender tu
parte?
―No lo sé. Supongo que debería. Te contaré mañana. ―Sabía que estaba
siendo cortante con él, pero no podía evitarlo.
―Te amo ―murmuró.
―También te amo.
Después de colgar la llamada, arrojé mi teléfono lejos de mí, hasta los pies de
la cama como si al hacerlo estuviera de alguna forma lastimando a Kurt.
Sentándome, tomé mi bolso y rebusqué dentro. Saqué el sobre y el folleto y
coloqué el sobre encima de mi mesa de noche. No estaba lista para leerlo todavía.
Abriendo el folleto, lo leí una vez más, encontrando dos errores de gramática.
Aparentemente saltar de aviones no requiere buena gramática. ¿Cómo podían
entregar estas cosas así? Se veía completamente poco profesional. Golpeteé un
dedo en mi pierna mientras miraba mi teléfono. No podía negar que tenía
curiosidad. La razón por la que se me dejó este negocio no era buena, pero no
todos los días una chica heredaba medio negocio de paracaidismo. Tal vez debería
ir a verlo. ¿En qué podría lastimar? Podría superar mi miedo a las alturas y saltar.
Probablemente. Tal vez. Esperaba. Cerrando el folleto, encontré el número en la
parte de atrás y marqué.
Sonó cuatro veces y arrugué los labios. ¿Cómo demonios funcionaba este
lugar? En el quinto tono una profunda voz respondió.
―Sky High.
Frunciendo el ceño, dije:
―Mmmm< hola. Me gustaría programar un salto.
―¿Cuándo? ―preguntó con simplicidad. A juzgar por su profunda y altiva
voz, me imaginé algún tipo gigante al otro lado de la línea. Entonces me
pregunté< ¿podría ser Paul James?
―¿Hay algo disponible para mañana?
―Síp. A las nueve de la mañana. Necesito la información de su tarjeta de
crédito para cargar el depósito. Si no viene, nos quedamos con el depósito.
Después de rebuscar en mi bolso, encontré mi billetera y le di mi nombre y el
número de mi tarjeta de crédito.
―Use pantalón y zapatos cómodos; las zapatillas deportivas son mejor.
Llegue veinte minutos antes para llenar el papeleo.
―Bien.
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―Hasta luego. ―La línea se cortó y arrojé el teléfono de nuevo a la cama.
Estaba menos que impresionada por quien sea que estuviera al teléfono. ¿Qué tal
un poco más de amabilidad? Idiota. ¿Cómo demonios estaban consiguiendo
clientes con esas respuestas telefónicas? Tal vez vender era mi mejor apuesta.
Recostándome en la cama, miré al techo, una gran guerra se desarrollaba en
mi interior. Mi vida no estaba ni de cerca donde pensé que estaría. Pensé que
tendría una familia ahora. Pensé que estaría felizmente casada. Pensé< tantas cosas.
Cerrando los ojos, hice la preocupación a un lado, diciéndome que mañana sería
otro día.
Página 21
Capítulo 6
13

Estaba en la oficina cuando ella entró, toda frágil de aspecto, y con su cabello
rubio atado en un moño. Era ardiente de una manera sutil. La miraba por encima
del monitor de vídeo mientras sostenía su chaqueta delante de ella y examinaba las
imágenes en la pared. ¿Por qué estaba retorciendo su cara cuando miraba las fotos mías?
Quería asesinar a Marcus por programarla tan temprano. Si hubiéramos tenido a
más de un cliente con el que tratar, habría sido comprensible, pero programar a
una persona para saltar a esta hora, era un desperdicio de dinero y lo más
importante, de mi tiempo. Pero por el lado positivo, esto era una gran oportunidad
para ver a Marcus en acción. He vivido para esta mierda.
Sentado en mi andrajosa silla de oficina, apoyé los pies encima de la mesa y
observé.

No había nadie al frente cuando entré. Decidí esperar unos minutos antes de
llamar en la parte posterior. Al menos, su mal servicio al cliente, me permitió la
oportunidad de revisar un poco el lugar. Sosteniendo mi chaqueta fuertemente en
mi abdomen para ocultar mis manos temblorosas, examiné las fotografías en la
pared. La mayoría estaban torcidas. Varias estaban deformadas en el interior del
marco. Las paredes eran de color blanquecino, con manchas al azar, aquí y allá. El
lugar era una pocilga.
―Señora ―me llamó una voz con acento grave. Cuando me volví, mis cejas se
elevaron en sorpresa temporal, pero rápidamente discipliné todas mis facciones.
Un duende, es un maldito duende< mierda… no se supone llamarlos así. ¿Una
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persona pequeña? Sacudí la cabeza mientras trabajaba duro para no mirarlo
fijamente. No quiero mirar boquiabierta< no es como que pensase menos de él o
algo, porque él era pequeño. Quería mirarlo con respeto, sin embargo no parece
demasiado< molesto. Su espeso, oscuro bigote no se ajustaba exactamente con el
cabello rubio, que llevaba peinado hacia atrás. Llevaba lo que parecía ser un mono,
parecido a lo que se ve en una película como Top Gun, solo que diminuto.
―Um. ―Me aclaré la garganta―. Hola. Soy Clara. ―Bajé mi mano derecha y
la suya pequeña la aceptó, antes de curvarla ligeramente para besarla. ¿Era de
verdad? Él solo había besado mi mano< ¿Qué demonios?
―Mi nombre es Marcello. Seré tu instructor.
Disciplina tus rasgos. Disciplina tus rasgos. ¿Mi instructor? ¿Cómo este hombre,
que era significativamente más pequeño que yo, sería al que estaría atada al saltar
del avión? Mi ritmo cardíaco se multiplicó por diez.
―Ahora, te digo esto ―continuó, hablando inglés chapurreado en su grave
acento―. Yo, el mejor saltador que has visto.
Oh Dios mío. Él está hablando en serio. ¿Se supone que debo saltar de un avión con
él? Mierda.
Mi boca se abrió para protestar, ¿Pero cuáles eran las palabras adecuadas?
¿Cómo podría salir de esta, sin ofenderlo por completo? ¿No te parece que eres un
poco pequeño para mí?, no acababa de sonar bien.
―Ahora, ven aquí. ―Señaló el espacio delante de él, donde ahora estaba de
pie en el centro de la habitación. De mala gana obedecí, mientras me devanaba los
sesos por una salida. ¿Dolor de estómago? Sí, podría decir que los nervios llegaron
a mí< eso debería funcionar.
―Señor, creo que tal vez no estoy preparada para esto. Estoy aterrorizada de
las alturas y no me estoy sintiendo bien de repente. Tal vez voy a venir otro día.
―Ohhhh ―pronunció con una risa profunda mientras quitó mi abrigo de mis
manos y lo arrojó sobre la mesa detrás de él―. Estarás bien, lo prometo. Marcello
nunca perdió a su saltador todavía.
―Pero<
―No hay peros. ―Agitó su pequeño dedo regordete hacia mí―. ¡Hoy,
vivimos! ―Exclamó―. Ahora, ponte esto. ―Él me tiró algo y después de que lo
sacudí, me di cuenta de que era un mono―. Adelante ―insistió Marcello.
Mi cerebro estaba gritando “Huye”, sin embargo mi cuerpo siguió
moviéndose junto con todo, incapaz de detenerse. Puse una pierna por encima de
mi zapato, y luego el otra, hasta que logré poner mis brazos.
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―Ven, déjame ayudarte ―dijo Marcello al tiempo que cogía un taburete de la
barra de la esquina y lo arrastró, poniéndolo delante de mí. Torpemente, intentó
subir, hasta que finalmente, exasperado por el esfuerzo, se dejó caer en el asiento y
me miró.
―¿Te importaría darme una mano aquí, señora?
Sin pensarlo, corrí a ayudarlo, envolviendo mi brazo alrededor de su cintura
y lo eleve hacia arriba. Él era sorprendentemente pesado para su tamaño. Una vez
que estaba de pie en el taburete, peinó su cabello hacia atrás con una mano y se
ajustó el cuello de su traje con la otra.
―Gracias. ―Asintió―. Ahora, es tu turno. ―Comenzó a abotonar mi traje
mientras estábamos cara a cara; conmigo en el suelo, él en el taburete―. Bien.
―Tomó mis hombros y me giró, así mi espalda estaba hacia él―. Cuando estemos
allá arriba en el< ―su fraseología a la deriva―< el< ¿Cómo se llama esa cosa?
―murmuró para sí.
―¿El avión? ―chillé, el pánico ahogándome.
―Aw, eso, sí, el avión. Soy tan estúpido. ―Se rió―. Cuando estemos allá
arriba, iré detrás de ti y comenzaré a engancharnos juntos.
―¿No estaremos enganchados juntos antes de entrar en el avión?
―Oh no. ―Se rió con altivez―. Eso sería incómodo. Eres una bella dama< lo
haría siendo un hombre< como tú dices< difícil.
Mi boca se abrió, pero él continuó, en voz alta, impidiéndome expresar mi
objeción.
―Ahora, señora, sé que dices que estás nerviosa, pero he hecho esto muchas
veces.
―¿Cuántas veces? ―pregunté, di la vuelta para mirarlo.
―Oh, muchas ―me aseguró con una sonrisa brillante―. Por lo menos dos
veces.
―¿Qué? ―grité. Eso fue todo. Ya lo había hecho. Ya no podía fingir más, por
el motivo de posiblemente no ofenderlo. Una campana desde la parte posterior,
sonaba altísimo y Marcello sacudió sus manos.
―¿Me ayudas, por favor? ―preguntó―. Apagaré la alarma.
Envolvió sus cortos brazos alrededor de mi cuello y lo levanté del taburete,
colocándolo sobre sus pies en el suelo.
―Espera aquí. Vuelvo. ―Él corrió por el pasillo hacia la parte posterior en
una habitación y unos segundos más tarde la alarma se apagó. Mi pecho
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encogiéndose con ansiedad. Todo va a estar bien, Clara, me dije. Me quedé mirando
al frente, las manos en puños a los lados, y me dije para solo marcharme. ¿Y qué si
toman el depósito? No había manera de que pudiera saltar de un avión con ese
pequeño hombre. A la cuenta de tres. Uno, dos...
―Vuelvo por ti, señora ―dijo Marcello mientras regresó por el pasillo.
Cargaba algo pesado detrás de él, pesaba tanto que se detuvo cada pocos
segundos para ajustar su agarre. Ah, mierda. Finalmente, puso un buen agarre en el
elemento gigante y vino hacia mí, la cosa que estaba arrastrando dando tumbos
detrás de él. Cuando llegó, dejó caer las correas y puso las manos en sus caderas,
trabajando duro para recuperar el aliento.
―¿Qué es eso? ―pregunté, señalando sobre lo que arrastró.
Dejando escapar un largo suspiro, se dio la vuelta, con las manos todavía en
las caderas, y en su profundo acento respondió:
―Eso es el paracaídas.
Mis ojos se sentían como si estuvieran a punto de sobresalir fuera de mis
orbitas. Había tenido suficiente. Esto terminó. Frenéticamente, desabroché mi traje
y empecé a quitármelo. No podía salir lo suficientemente rápido.
―¿Qué pasa, señora?
―Lo siento, pero creo que voy a tener que volver otro día ―gruñí mientras
luchaba por conseguir sacar el traje sobre mis zapatillas de deporte.
―Está bien, Marcus ―dijo otra voz, causando que sacudiese la cabeza en
alto―. Creo que has ido demasiado lejos. ―Y allí estaba él. Paul James en carne y
hueso. Viéndose más guapo en persona que en sus imágenes.
―Ellos nunca llegan tan lejos. Ella es una verdadera joya. ―El hombre cuyo
nombre era aparentemente Marcus rió en voz no muy acentuada, y su pequeño
pero varonil rostro se iluminó con una sonrisa. De hecho, reconocí su voz. Él era el
chico que respondió el teléfono el día anterior. Me había imaginado un gigante en
el otro extremo de la línea, ciertamente no a “Marcello”, o a Marcus, o a
quienquiera que fuese.
Me quedé mirándolos fijamente, todavía tratando de entender lo que estaba
sucediendo. No era un idiota. Al parecer, el pequeño hombre me había jugado una
broma, pero eso no podía ser, ¿verdad? Este era un negocio, por el amor de Dios.
No haces cosas así a tu clientela.
Paul miró a su portapapeles y levantó una página, aparentemente leyendo
sobre algo, pero podía ver desde donde estaba, que era solo una hoja en blanco de
papel de la impresora.
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―Est{s<
―Severamente molesta ―respondí con sarcasmo―. ¿Crees que esto es
gracioso? ―pregunté, mirando directamente a Marcus.
Su cabeza se echó hacia atrás ligeramente. ¿Era yo la primera persona en
enfrentarme a él sobre sus “chistes”?
―Sí ―resopló―. En realidad, lo creo.
Dando un paso hacia él, miré hacia abajo, mi mirada ardiendo en la suya.
―Dime, pequeño hombre, ¿te gusta utilizar tu baja estatura como una muleta
para que la gente pueda identificarse contigo? ¿O el ser siempre desafiado
verticalmente te da un pase libre para comportarte como un enorme payaso?
Miró hacia mí.
―¿Disculpe? ¿Verticalmente desafiado?
―Oh. ―Aspiré―. Por favor, comprende que cualquier empatía o norma
políticamente correcta que mantuve hace un minuto atrás, se ha ido. Eres un
pequeño pedazo de mierda que piensas que es gracioso bromear con los clientes
confiados que están probablemente ya nerviosos como el infierno, haciéndoles
pensar que están haciendo paracaidismo en tándem con un hombre demasiado
pequeño para hacerlo. ¿Qué diablos está pasando contigo? ―Cruzando sus brazos,
inhalo profundamente.
―He tenido una vida de chistes actuando sobre mí, señora. Creo que la gente
común-y-corriente puede manejar unos minutos del mismo.
―Bueno, suponiendo que esas personas eran medianas, altas, o bajas, todavía
eres un idiota ―dije sin rodeos. Mirando hacia arriba a Paul, le dije―: ¿Y tú eres el
propietario, supongo?
―Ese sería yo ―confirmó.
―¿Tolerarás esto?
―La vida es demasiado corta, señora. Aligéralo. Fue solo una broma. Te diré
que ―habló en voz baja―. Saltas de forma gratuita hoy.
Bajé la cabeza, tratando de calmarme. Este era el negocio más mal manejado,
que jamás había visto. ¿Tenían a los empleados gastando bromas a los clientes, sin
modo de portarse en absoluto, nadie para saludar a la gente cuando entraban, y
ahora estaban ofreciendo un salto gratis por ofenderme?
―Claro ―estuve de acuerdo, mis ojos amplios, indicando mi molestia―.
Hagamos esto.
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Capítulo 7

No había dicho una sola palabra desde que dejamos la oficina. Condujimos
por separado al aeródromo. Cada vez que hablaba con ella, simplemente asentía en
reconocimiento. Incluso cuando subimos al avión y le presenté a Sap, nuestro
piloto, ni siquiera lo saludó. Mierda, seguro estaba muy dolida. Quiero decir,
seguro era un bombón, pero tenía un aire en ella que no me gustaba mucho, como
si fuera mucho mejor que yo. Lo que sea. Claramente tenía un palo en su culo y le
faltaba sentido del humor. No era la primera en enfadarse por una pequeña broma
de Marcus, pero normalmente estaban riéndose poco después que se relajaran.
Pero no esta mujer; diablos, no. Ni siquiera podía conseguir una sonrisa de ella.
Mientras despegábamos, no podía esperar a acabar con esta mierda, y
regresarla a su camino. Cuando llegamos a los 1200 metros de altura, me puse de
pie y le grité que hiciera lo mismo. Mientras nos abrochaba juntos, pude sentir
cuán tenso y rígido estaba su cuerpo. Estaba totalmente asustada. Dado que el día
fue un fiasco y dudé que nos diera buenas críticas o nos trajera algún negocio
nuevo, decidí divertirme< a su costa, por supuesto.
Inclinándome, puse mi boca cerca de su oreja para que pudiera oírme. Me
detuve por un momento, sin estar seguro de porqué estaba tan aturdido por su
aroma. Olía a lino limpio; como cuando mi abuela colgaba mi ropa en las cuerdas
en un día caluroso de verano. Siempre he amado ese olor, tan puro y fresco.
―¿Estás asustada o algo? ―logré gritar sobre el ruido.
Sacudió su cabeza mientras sus ojos se cerraban con fuerza. Oh sí, estaba
aterrada.
―Bueno, yo lo estoy ―confesé falsamente, escondiendo la sonrisa detrás de
una seria fachada. Me observó por encima de su hombro con una gran mirada
cuestionadora―. Nunca sabes lo que puede pasar ―continué cuando supe que
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tenía toda su atención―. Quiero decir< el paracaídas podría fallar al abrirse.
Podría tener un infarto en medio del aire. Podríamos aterrizar mal y rompernos las
piernas. Nunca se sabe. ―La miré pensativo.
Giró su cabeza hacia delante y la sentí inhalar mientras su espalda se
empujaba contra mi pecho. Sonriendo para mis adentros, revisé las hebillas una
vez más y me puse el casco. Siempre hay riesgos envueltos en un salto, pero sabía
que estábamos seguros. Sólo quería bromear con ella una vez más.
―Bien, voy a abrir la puerta y quiero que saques tus pies a esa escalera de
ahí, las manos van aquí. ―Cogiendo sus manos, las puse encima de las correas en
su hombro―. Cuando te lo diga, vas a empujarte de la plataforma y mantén tus
manos ahí hasta que te diga que lo dejes ir. Tus piernas tienen que estar entre las
mías y<
―No puedo hacerlo ―soltó mientras empujaba atrás, lejos de la puerta.
Mientras empujaba, dolor subió por mi espalda mientras luchaba para impedir que
nos hiciera caer.
―Cálmate ―gruñí―. Todo está bien. ―Reina del drama.
―No puedo hacerlo ―insistió, el pánico en cada una de sus palabras.
―Prometo que<
―Jodidamente no voy a saltar ―siseó, interrumpiéndome. Elevando mis
manos arriba, empecé a desabrocharla.
―No vamos a saltar, Sap. Llévanos abajo ―grité por encima del ruido del
motor. Una vez que estuvo libre de mí, se sentó, empujando las rodillas a su pecho
y mirando hacia la nada. Qué jodido desperdicio de día. El jodido salto era gratis.
Vamos, mujer.
Cuando aterrizamos, salió del avión, se quitó el traje y lo dejó arrugado en el
suelo. Aparentemente también era un sirviente. Mientras iba a su auto, ni siquiera
se molestó en decir adiós o gracias o jódete. Simplemente se fue.
―Odio verla irse, pero amo verla irse ―murmuró Sap
Mirándole, sonreí.
―Eres un sucio hombre viejo, Sap.
Sonrió de vuelta, formándose las arrugas alrededor de sus ojos.
―Me han llamado peores cosas. ―Mientras Clara cerraba con fuerza la
puerta de su auto y encendía el motor, señalé―: Te comería vivo.
―No ―contradijo Sap―. Una mujer como ella sólo necesita un hombre que
aprecie su espíritu.
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―¿Es “espíritu” una palabra clave para idiota?
Resopló riendo.
―A veces les gusta dejar las riendas.
―Sap. ―Reí―. ¿De qué demonios estás hablando, viejo?
Me palmeó en la espalda, sacándome el aire,
―Necesita gobernar el mundo, chico, pero precisa de un hombre que la
pueda gobernar.
Resoplé. Cuán equivocado estaba.
―Seguramente castraría al hombre que intentase gobernarla.
La boca de Sap mostró una media sonrisa.
―Paul, a pesar de todas las mujeres con las que has estado y todos los
lugares a los que has ido, en serio que no sabes mucho del sexo opuesto.
―Sé lo suficiente ―argumenté mientras desabrochaba mi traje de saltar―. Y
sé que es una puritana que necesita follar. ―La mujer era una completa
aguafiestas.
―Tú ves una puritana. Yo veo una mujer esperando ser liberada.
―¿Oh, sí? ―Reí―. ¿Viste todo eso en quince minutos que estuviste con ella?
―Sí.
―Está bien, Sap. Estaré de vuelta en una hora y te prometo que esta vez
saltaremos.
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Capítulo 8
Sin duda la había tomado por sorpresa al aparecer sin avisar. Parece como si
estuviese viendo a un fantasma
―¿Dónde está el saludo profesional? ―bromeo. Estoy intentando hacerla
enojar, tanto como el anuncio de su estúpida reunión lo hizo conmigo. Mierda.
Aún estoy enojado. Y la Clara que recuerdo pondría los ojos en blanco y me
mandaría a la mierda. Pero no lo hace. Solo se queda mirándome, con su boca
ligeramente abierta. Dos personas, clientes supongo, están sentadas a la mesa de la
esquina haciendo el papeleo, mientras Clara y yo mantenemos contacto visual.
―¿Quién está listo para saltar hoy? ―pregunta un acento profundamente
español.
Un segundo después, Marcus dobla en la esquina, con su cabello peinado
hacia atrás, bigote negro. Su traje de buceo está cubierto de banderas mexicanas y
su diente delantero cubierto de oro. Sacudo la cabeza, sonriendo. Puedo ver que
realmente mejoró su juego desde que me fui. Tan pronto como voltea su cabeza
hacia mí, su sonrisa se desvanece y dirige su mirada hacia Clara.
―Paul ―entona en su voz normal―. Ha pasado mucho tiempo. ―Aclara su
garganta y extiende su mano para estrechar la mía. Miro su mano y frunzo mis
labios.
―No quiero estrechar tu mano. ―La alejo con un golpe y su cabeza se mueve
ligeramente, sorpresa cruzando por su rostro―. ¿Qué demonios es eso? ―Hago
una mueca. Marcus es mi mejor amigo. No nos estrechamos las manos―. Ven y
dame un abrazo, hombre. ―Lo atrapo en un abrazo de oso y lo levanto,
apretándolo.
―Mis costillas ―gime y lo aprieto más fuerte. Cuando lo bajo, su rostro está
tan rojo como un tomate y jadea por aire.
―Te has vuelto un poco débil desde la última vez que te vi, viejo amigo
―bromeo―. Supongo que es la vejez lo que te ha hecho eso.
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―Soy dos años menor que tú ―responde de mal humor―. También soy casi
un metro más bajo que tú y aun así tengo una polla más grande.
―Marcus ―chilla Clara mientras me río.
Volviéndose hacia los dos clientes en la mesa, señala.
―Lo siento. Pero es grande.
―Oh por Dios. ―Clara suspira―. Déjame terminar con Bowman y Larry
aquí. ―Clara se escabulle por el pasillo y Marcus y yo nos movemos al pequeño
sofá en la entrada.
―Sigue muy tensa ―comento mientras nos sentamos.
―Tiene sus razones ―dice Marcus y mis cejas se fruncen. ¿La está
defendiendo? Eso es nuevo. Se odiaban cuando me fui.
―Oh, ¿en serio? ―pregunto sarcásticamente.
―Paul ―dice Marcus, con su mirada fija en la pared―. Te fuiste hace mucho
tiempo.
―Y todavía estaría fuera si ella no me hubiera dejado sin dinero ―agrego.
Marcus resopla y sacude la cabeza.
―Era la única manera para hacer que regresaras a casa.
―¿Y por qué tenía que volver a casa?
Coloca sus pequeñas manos en su rostro y frota unas cuantas veces.
―Porque<
―Marcus ―lo llama Clara, interrumpiéndolo mientras lo mira con los ojos
muy abiertos―. Creo que necesitamos tener lista la camioneta para nuestro salto.
No he saltado en meses y la idea volver a hacerlo, trae una pequeña sonrisa a
mi rostro.
―Tal vez podría saltar, también. ―Me levanto y comienzo a dirigirme a la
parte de atrás, pero justo cuando estoy a punto de pasar a Clara, ella coloca una
mano firme en mi pecho, deteniéndome. Aquí vamos. Sabía que tan pronto como
dijera que saltaría, le daría un ataque de histeria por eso.
―Te conseguiré un traje ―me dice―. Quédate aquí.
La miro fijamente mientras gira dirigiéndose por el pasillo, parpadeo varias
veces, preguntándome qué está pasando. Ni siquiera se inmutó por la idea de que
saltara.
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―Está bien. ―Resoplo y me volteo hacia Marcus―. Qué demonios está
pasando con< ―Mi oración se detiene cuando me doy cuenta que Marcus está
mirando, por la gran ventana hacia el estacionamiento, donde una pareja de
adolescentes están sacando, lo que parece ser, el equipo de una cámara de una
camioneta. Una morena bonita en jeans ajustados, con una camisa verde y una
gorra negra, que movía con su mano varias veces, está indicándole a los otros que
se apuren. Rápidamente, sus dos amigos recogen todo y uno de ellos cierra la
puerta de la camioneta.
―¿Quiénes son esos?
―No lo sé ―dice Marcus, simplemente. Segundos después, la burbujeante
morena entra, olvidándose de sostener la puerta para sus amigos.
Observa el lugar lentamente, asintiendo para ella misma hasta que su mirada
se detiene en mí.
―Mierda ―jadea. Mirando de vuelta a sus amigos, quienes acaban de entrar,
chilla―. Es él. ―Apunta un fino dedo hacia mí―. Es Paul James.
Ambos chicos ponen su mirada en mí, y sus ojos se amplían cuando se dan
cuenta de que es cierto.
―De ninguna manera ―dice el chico alto con cabello enmarañado.
La morena me da una gran sonrisa y doy un paso atrás. ¿Qué rayos está
pasando aquí?
―Sr. James, soy Ashley King. Voy a Redford High. ―Luego, señalando con
su pulgar sobre su hombro, apunta a sus amigos y añade―: Y ellos son Zane y
Mills, mi equipo. ―Estoy confundido. ¿Por qué hay chicos de la escuela secundaria
local aquí?
―Sí, qué tal si apagas esa cámara ―le digo al que ella indicó como Zane,
quien está sosteniendo una cámara sobre su hombro grabando nuestra
conversación. Ashley mira a Zane y le asiente, diciéndole que lo haga. Zane pone
los ojos en blanco pero pone la cámara a un lado.
―Apágala ―le ordeno. Con un gruñido como protesta, la apaga―. Buen
chico, Zane. ―Aplaudo.
―¿Tu nombre realmente es Zane? ―pregunta Marcus, con las manos en sus
caderas mientras mira al trío con expresión firme.
El chico llamado Zane mira hacia abajo, y luego hecha la cabeza hacia atrás
como si acabara de notar a Marcus.
―Mierda ―exclama Zane―. Eres un enano. ―Inmediatamente, Ashley se
voltea y lo golpea en la parte de atrás de la cabeza―. Auch ―se queja. Niños.
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―No lo llames así, Zane. ―Luego mira a Marcus, y le sonríe
brillantemente―. Prefieren ser llamados personas pequeñas ―añade.
―O sólo personas< ―responde Marcus.
―Me disculpo por él ―continúa Ashley, ignorando a Marcus y a Zane―. No
es la persona más lista.
―Lo siento ―intervengo―. ¿Ashley, verdad?
―Sí, Sr. James, y tengo que decir que soy una gran fan. ―Da un paso más
cerca de mí extendiendo una mano, pero cuando cruzo mis brazos la deja caer―.
Hemos visto cada vídeo en YouTube de tus trucos. Eres un hombre asombroso.
―Y, eso probablemente significaría algo para mí si fueras legal, cariño, pero
viendo que no lo eres, saltémonos tu mediocre intento de halagar mi vanidad.
¿Qué quieren? ―Han pasado años desde que he sido reconocido o entrevistado.
Gran parte de eso probablemente que tenga que ver con el hecho de que he estado
viviendo en otros países los últimos veinte años, pero eso no es todo. Mis días de
gloria han quedado atrás, mi legado se desvaneció.
Ashley asiente, comprendiendo que no soy susceptible a los halagos.
―Estoy aquí por Buscando desesperadamente a Epic.
―¿Qué? ―pregunto, frunciendo mis cejas por la confusión.
―El anuncio de Craigslist. ―Sin ver, extiende una mano y chasquea sus
dedos. Mills salta inmediatamente y saca un papel de su mochila, dándoselo a ella.
Mientras lo tomo, Marcus arrebata el papel de su mano y se aleja.
―Miren niños, acaba de llegar a la ciudad ―interrumpe Marcus―. Por qué
no llaman mañana, y quizás él tendrá tiempo para hablar con ustedes.
―¿Neena está aquí? ―pregunta Ashley, estirando su cuello para ver por
encima de mi hombro, hacia el pasillo.
―¿Neena? ―pregunto―. ¿Quién rayos es?
La expresión de Ashley cae en una mirada de confusión mientras me mira.
Luego mira a Marcus.
―¿Aún no sabe sobre el anuncio o Neena?
―Tienen que irse. Ahora ―interrumpe Clara mientras arremete―. Este es un
negocio, y si no están aquí para saltar en paracaídas entonces no hay razón para
estar aquí.
―Libertad de prensa, señora ―bromea Zane, pero se aleja cuando Clara da
un paso hacia él. La mujer tiene una mirada asesina que podría acobardar a un oso
pardo. No lo culpo.
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―Imagino que se están saltando la escuela ahora mismo, ¿cierto?
Los tres se miran entre ellos pero Ashley, la más atrevida del equipo, se
encoge de hombros despreocupadamente. Quiero sonreír un poco porque de cierta
manera me recuerda a Clara.
―A veces tenemos que hacer sacrificios para conseguir una historia
―responde―. Como Tom Brokaw en Bagdad.
―Bueno niña, esto no es Bagdad y puedes estar segura de que no eres Tom
Brokaw ―anuncia Marcus mientras me mueve para conducirlos hacia la puerta.
―¿Y si no nos vamos? ―pregunta Zane, de pie firmemente.
―Puedo lucir pequeño, niño, pero puedo patearte el trasero ―amenaza
Marcus, señalando con su dedo a Zane―. Tengo la estatura perfecta para darte un
cabezazo justo en las bolas.
―Somos menores de edad ―afirma Ashley― No puedes tocarnos.
Volteándose hacia Clara, Marcus le da una mirada antes de caerse,
aterrizando sobre su trasero. Aúlla de dolor mientras se agarra el estómago y
rueda hacia un lado.
―Acaba de patearme, Clara. ¿Has visto esa mierda?
Corriendo hacia Marcus, Clara se arrodilla y actúa como si lo estuviera
revisando. Luego mira al trío.
―¿Cómo pudieron patear a este pobre hombre inocente?
―No le hicimos nada ―lloriquea Ashley mientras Marcus se queja más
fuerte.
―Crimen por odio ―grita él, sacudiendo una mano y apuntando un dedo
hacia ellos, solo para llevarlo de nuevo a su estómago, fingiendo dolor.
―¿Cómo pudieron patear a este pequeño hombre? ―Clara se levanta, su
tono molesto―. ¡Fuera. Ahora!
Los tres tienen sus bocas abiertas por la conmoción, pero después de un
momento Ashley sonríe un poco y resopla, dándose cuenta de que fueron
derrotados. Levantando la barbilla, le hace señas a Zane y a Mills para irse.
―Volveremos ―advierte.
―¿Por qué? ―grita Marcus dramáticamente, con su rostro rojo y una
profunda voz por la emoción―. ¿Así pueden terminar conmigo? ¿No me han
torturado lo suficiente?
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La campana de la puerta tintinea mientras los tres salen. Marcus se levanta y
los observa, y Clara permanece arrodillada a su lado. Cuando finalmente se miran
el uno al otro, ambos sonríen ampliamente y Marcus la ayuda a ponerse de pie.
―¿Qué demonios fue eso? ―pregunto incrédulo. ¿De qué estaban hablando
esos niños?
―Esa fue una actuación fenomenal ―responde Marcus mientras hace una
reverencia.
―Te equivocaste de profesión ―lo halaga Clara.
―Sí, bueno, pero el mundo del paracaidismo me necesitaba más.
―¡Mierda! ―Alguien jadea y todos volteamos para ver a la mujer, esperando
para saltar, sosteniendo un pedazo de papel, viendo de él a mí y viceversa. Marcus
debió haber tirado el papel que Ashley había tratado de darme y esta mujer lo
agarró―. Eres su padre.
La habitación queda en silencio hasta que me río.
―No tengo un hijo, señora.
La mujer me ignora y mira a Clara.
―¿No eres la mamá de Neena?
Desvío mi mirada a Clara, quien está parada como una estatua, parpadeando
rápidamente. Cuando Clara no responde, el novio de la mujer se levanta y agarra
el papel.
―Cariño< no creo que nada de esto sea de nuestra incumbencia.
Mientras él le entrega el papel a Marcus, la mujer se disculpa.
―Lo siento tanto. No debí< Es sólo que, con esto estando en internet y en las
noticias<
―¿Qué hay por todo internet y en las noticias? ¿Alguien va a decirme qué
demonios está pasando? ―digo, elevando mi voz y mi frustración por las nubes.
Ha sido como un maldito zoológico aquí esta mañana y ya estoy cansado. Solo
quería reunirme con Clara y enojarla hasta el punto en que me daría mi dinero y
nunca me pidiera venir a una reunión anual. No me inscribí para esas
interpretaciones.
―Mamá. ―Una pequeña voz interrumpe, y todos volteamos al final del
pasillo, donde está una pequeña niña usando pantalón negro de yoga y un suéter.
Su cabeza esté envuelta en una bufanda morada. Es delgada y pálida, pero sus
ojos< algo en ellos me tiene atrapado, y no puedo dejar de mirar.
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―Neena. ―Clara suspira y se apresura hacia ella―. Se suponía que estabas
descansando.
―Sonaba como si Marcus estuviera herido. Estaba preocupada ―responde la
chica mientras Clara trata de llevarla de regreso por el pasillo.
―Estoy bien, chiquita. No te preocupes ―le asegura Marcus―. Regresa a la
cama.
A pesar que Clara empuja suavemente a Neena hacia atrás, Neena y yo
mantenemos nuestros ojos fijos. Sus ojos. ¿Qué pasa con sus ojos? Después de un
minuto, Clara lo consigue y se las arregla para llevarse a Neena por el pasillo. La
habitación permanece en silencio por un momento hasta que Bowman y algún otro
chico, que no había conocido antes, salen vestidos, listos para saltar. Bowman me
da un incómodo saludo mientras mueve su mirada hacia Marcus. Marcus niega
rápidamente, indicándole a Bowman que no diga nada.
―Tenemos que ir a la pista de aterrizaje ―me dice Marcus―. Deberías
quedarte por aquí. Hay muchas cosas que te has perdido desde que te fuiste.
―Luego me entrega el papel y se va.
Ni siquiera puedo leerlo aún. Todavía estoy perdido en mis pensamientos.
¿Qué pasa con sus ojos? Busco en mi cabeza, preguntándome por qué se me hacían
tan conocidos cuando de repente me golpea.
Son mis ojos.
Ella tiene mis ojos.
Pero eso es< imposible. Estoy paralizado por el asombro. Y miedo. Miro el
papel en mi mano y comienzo a leerlo.
BUSCANDO DESESPERADAMENTE A EPIC. Eres mi padre.
Las palabras parecen mezclarse entre ellas lo que me obliga a dejar de leer. Y
antes de darme cuenta, estoy sentado en el sofá apretando fuertemente el papel en
mi mano. No puedo obligarme a seguir leyendo. Simplemente no puede ser cierto.
¿Cómo podría? ¿Cómo podría ser cierto? Porque si es cierto, significa que tengo
una hija que ha estado sin un padre durante toda su vida. Significa que Clara la
escondió de mí. Simplemente no puede ser cierto. Seguramente ella no me odia
tanto como para omitir el hecho de que tenemos una hija. Cuanto más estoy aquí,
más pensamientos horribles vienen.
―Paul. ―Clara dice mi nombre con voz débil. Volteando mi mirada hacia
ella, traga y sus ojos se amplían. Puede ver lo molesto que estoy.
―¿Es cierto?
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Deja caer su cabeza, frunciendo ligeramente el ceño. Su cabello rubio cae
sobre sus hombros, y se encoge ligeramente. No habla, solo asiente.
Me levanto y agarro puñados de mi cabello mientras me paseo de ida y
vuelta.
―Entonces, ¿cuántos tiene? ¿Trece?
―Doce ―responde Clara, con voz áspera. Aún no ha mirado hacia arriba.
Reí con desdén.
―Oh, malditamente perfecto, Clara. ¿Me odias tanto como para esconderme
a nuestra hija?
Levantando su cabeza, me mira.
―Traté de comunicarme contigo por meses después que nació. No
respondiste ni a un correo.
―No reviso esa mierda. Lo sabes.
―¿De qué otra manera se supone que te contactaría? Ni siquiera tenías un
teléfono hasta hace dos años, y la única manera en la que me enteré fue porque
Richard me lo contó.
―Bien, cortar mi dinero funcionó. ¿Por qué no lo hiciste antes?
―Porque no lo pensé hasta ahora. Y antes no estaba< ―Se detuvo como si
ahogara por la siguiente palabra.
―¿Antes no estaba qué, Clara? ―espeto, enfermo por sus espectáculos.
―No estaba muriendo ―me gruñe a través de los dientes.
Me tambaleo un poco hacia atrás. ¿Muriendo? Este día ha sido una mierda de
emociones. Primero el ver a Clara, quien inicialmente trajo todos esos viejos
sentimientos de necesidad y deseo, y extrañamente el querer estrangularla. Luego,
el enterarme de que tengo una hija de la que no sabía. Aún estoy intentando
digerir esa. Ahora, ¿mi hija está muriendo? Es demasiado, hasta para un desastre
como yo.
―¿De qué? ―Me las arreglo para decir.
―Leucemia ―responde Clara suavemente.
―Qué hay sobre quimioterapia o<
―Ha pasado por dos rondas ―me interrumpe―. Necesita un trasplante de
médula ósea. Incluso con eso, sus probabilidades son pobres, pero es nuestra
última esperanza.
―¿O qué? ―pregunto estúpidamente.
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Clara cierra sus ojos e inhala profundamente, haciéndome aguantar la
respiración.
―O muere. Hace unos meses dijeron que de seis meses a un año. Ahí fue
cuando corté tu dinero. Hay una muy pequeña probabilidad de que seas
compatible, y si lo eres< Paul<
―Ni siquiera lo digas. ―Levanto mi mano, deteniéndola, y su rostro cae,
pasando a ser desesperado. ¿Pensaba que diría que no? ¿Que soy tan bastardo?―.
Haré lo que pueda para ayudar.
Traga fuertemente, su pecho convulsionando mientras intenta mantener sus
emociones controladas.
―Gracias.
―Quiero conocerla, Clara ―digo.
Inhalando profundamente, Clara asiente varias veces.
―Sí, está bien. ¿Cena? ¿Esta noche en mi casa?
―Sí, claro ―acepto―. ¿Aún vives en ese agujero? ―bromeo, tratando de
aligerar las cosas un poco.
Resopla.
―¿Quieres decir mi casa con carácter? ―bromea de vuelta― Porque si es
esa< sí, lo estoy.
Río un poco.
―¿Debo llevar algo?
―Paul< ―responde, con tono serio―. Es una niña pequeña. No< la
lastimes. No la hagas encariñarse de ti si sabes que volverás a irte de nuevo.
No sé qué decir. Una parte de mí quiere gritarle y decirle que deje de
romperme las bolas y actuar como si fuese algún tipo de imbécil. Otra parte de mí
sabe qué tipo de imbécil soy. Pero no completamente. No soy un total imbécil en
absoluto. Está bien, tal vez la mitad de uno. Así que respondo sin convicción con
un simple:
―Está bien.
―Siete.
―Te veo luego.
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Capítulo 9
Abro el horno, el humo sale flotando, impactándome en la cara,
quemándome los ojos y ahogándome.
―Mierda ―gruño mientras cierro la puerta y lo apago. El detector de humo
se dispara chillando, y rápidamente agarro la escoba y lo golpeo hasta que cae al
suelo, soltando la batería, la cual desaparece bajo el refrigerador.
―De todas las noches, eliges esta para cocinar ―murmura Marcus antes de
tomar de su vino y sentarse en la mesa de la cocina. Dejando el detector de humo
tirado en el piso, lo ignoro y vuelvo a cortar cubos de pepino para la ensalada.
―Sólo ordenaremos una pizza ―espeto.
Se ríe.
―Neena estará feliz.
―¿Por qué no trajiste a Mei-Ling?
―Tenía que trabajar ―gruñe. Mei-Ling la novia china de Marcus que apenas
y habla español, trabaja en un club de desnudistas, aunque él prefiere llamarlo un
club de caballeros. Supongo que lo hace sentir mejor sobre la situación. Es una
joven mujer increíblemente dulce, y por joven, quiero decir joven, es apenas legal
para tomar alcohol.
―Estás nerviosa ―señala.
―No lo estoy.
―Sí, sí lo estás. Puedo notarlo.
―¿Cómo?
―Tu maquillaje está todo apelmazado. Y eres demasiado detallista para
permitir que eso suceda.
Inmediatamente, suelto el cuchillo, corro al baño del pasillo y me miro en el
espejo. Maldición. ¿Me maquillé a oscuras o qué?, mascullo mientras me froto la
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mandíbula y el cuello, para difuminar la base. Mientras regreso a la cocina, pongo
los ojos en blanco cuando Marcus se ríe detrás de su copa de vino. Idiota.
―Te ves hermosa, Clara ―añade sonriendo débilmente.
―No es por< eso. Esto es por Neena. Adem{s, Paul es una mierda.
―Aun así te pusiste maquillaje, intentaste preparar la cena, y estás usando un
vestido que no he visto desde que Bowman se casó.
Mirando mi vestido de verano, suspiro. Tiene razón. Soy ridícula.
―Voy a cambiarme ―exclamé, pero al momento suena el timbre.
―Es hora. ―Deja salir una gran inhalación.
―Gracias por estar aquí esta noche.
Asiente una vez señalando con la mano hacia la sala de estar.
―Después de ti.
Me dirijo rápidamente hacia la puerta principal después de que el timbre
dejara de sonar.
―Neena ―llamo hacia las escaleras al pasar cerca de estas―. Baja. Ya está
aquí. ―Abro la puerta y Paul está de espaldas mirando el jardín del frente con las
manos en los bolsillos. Girándose, su mirada se encuentra con la mía antes de bajar
por mi cuerpo y volver a subir. La mano con la que sostengo la puerta se tensa
cuando la tan familiar sensación me recorre, mis mejillas se calientan y sonrío,
tratando de no hacerlo ampliamente. Ha pasado mucho tiempo desde que un
hombre me miró así; al menos que yo haya notado.
Avanza, un paso, después otro, hasta que está frente a mí. Inclinándose, besa
mi mejilla. Mi cabeza retrocede ligeramente; sorprendida por el saludo.
―Clara. ―Su voz era profunda, de todas las formas correctas, haciendo
tensar mi vientre.
―Paul ―respondo en un tono tranquilo.
Mira a la izquierda donde todavía sostengo la puerta, luego su mano roza la
madera.
―Me alegra ver que la puerta se sostiene ―bromea.
Quiero reírme, y recuerdo ese momento de calor y pasión cuando me
presionó contra la puerta y me besó como si jamás hubiera sido besada en mi vida.
Pero esa pequeña voz dentro de mi cabeza se burla. Él te dejó, Clara.
―Entra ―invito, dando un paso atrás para que pudiera hacerlo.
―¡Marcus! ―exclama sonriendo.
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―¿Dónde está mi beso en la mejilla? ―bromea Marcus mientras estrechan las
manos.
―Estoy guardando el tuyo para después ―replica mientras ríen. Volteándose
hacia mí, pasa las manos por su pantalón y deja salir un gran suspiro. Está
nervioso. No me di cuenta de que Paul James podía ponerse nervioso―. ¿Está
aquí?
―Sí. Está en su habitación. Bajará en un minuto.
―¿Sabe que venía?
―Sí, lo sabe ―respondí―. ¿Estás listo?
―Eso creo.
Cerrando la puerta, me dirijo hacia las escaleras.
―¿Neena? ―llamo, más fuerte esta vez.
―Estoy aquí ―masculla, y todos giramos nuestras cabezas hacia la sala de
estar. Está escondida detrás del sofá reclinable. La cámara de vídeo en su mano; la
luz roja encendida.
―¿Podemos apagar la cámara por un momento, Neena? ―ruego.
―No está encendida ―miente, como siempre. Pero parece que jamás puedo
molestarme con ella por más de un segundo.
―Neena ―advierto con suavidad.
―Bien ―resopla apagándola. Está usando una de sus bufandas favoritas
alrededor de la cabeza; verde y con un ligero diseño floral hecho en rosa, blanco y
marrón, fue mía en algún momento. Cambió sus habituales pantalones de yoga y
camiseta de rock por una falda negra y un top de color rosa. Era todo un regalo
para la vista y no puedo evitar reír. Al menos no soy la única que está muy vestida.
―¿Vienes aquí por favor? ―pedí, extendiendo mi mano. Sus ojos se
movieron nerviosamente entre Paul y yo antes de moverse a Marcus. Este asintió
una vez, haciéndole saber que estaba bien y no tenía nada que temer. Dudosa,
rodea la silla reclinable y camina hacia nosotros. Cuando miro a Paul, parece
paralizado; sin poder apartar sus ojos de ella. Su expresión estoica, puede significar
cualquier cosa. No discierno si quiere sonreír, vomitar, correr, o abrazarla. Neena
se acerca, acurrucándose a mi lado y bajando la cabeza, mirándolo de reojo―.
Neena ―indico, en voz baja―. Cariño, él es Paul James. Tu padre.
Paul traga con fuerza y pone, lo que asumo, es su mejor sonrisa, pero parece
forzada e increíblemente incómoda.
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―Hola, Neena ―saluda mientras extiende su mano para estrechar la de ella.
Neena levanta su cabeza y medio sonríe mientras toma su mano.
―Un gusto conocerte ―contesta.
―Tienes mis ojos ―declara Paul mientras mueve su mirada sorprendida a
mí―. Se parece a mí.
―Sí ―murmuro―. Lo sé.
―Pero mucho más bonita ―interrumpe Marcus.
―Estoy de acuerdo ―afirma Paul.
El cuarto se llena de un incómodo silencio, pero Marcus lo rompe diciendo:
―Iré a pedir la pizza.
Mientras se da vuelta para ir a la cocina, Neena corre detrás.
―¡Quiero de Giovanni’s!

La cena transcurre sin problemas incluso aunque estoy increíblemente tensa.


Estoy consciente de Paul; si se mueve, lo siento. Prácticamente pierdo la cabeza
cuando mira hacia el extremo de la mesa y me sonríe, sus dedos se mueven sobre
mis iniciales talladas en la madera, lentamente, como si estuviera tentándome. Hay
pocas oportunidades para un silencio incomodo en la mesa porque sigue hablando
sobre los lugares en los que ha estado y la gente que ha conocido. Neena está
prácticamente jadeando, con los ojos llenos de asombro. Quiere tanto viajar; ver el
mundo. Pero su salud lo impide.
―¿Has estado en China?
―Un par de veces ―contesta antes de morder la pizza―. Tal vez podamos ir
juntos. ―Se encoge de hombros. Inserte aquí un silencio incómodo. Neena se
inclina hacia atrás en la silla y sonríe con tristeza. Marcus frunce el ceño y sus ojos
se llenan de lágrimas. Es posible que Neena no vaya a ningún lado. No si Paul no
es compatible, e incluso si lo fuera< tal vez tampoco.
―¿Quién quiere pastel? ―exclamo, dirigiéndome al mostrador. Necesito un
momento para recuperarme, porque no quiero llorar frente a ella.
Paul parece caer en cuenta de su terrible comentario y se aclara la garganta.
―¿Qué clase de música te gusta, Neena?
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Por los próximos veinte minutos Neena discute emocionada sobre sus bandas
preferidas, terminando con su favorita, Masters of the V. Me estremezco en mi
interior cada vez que dice el raro nombre de la banda en voz alta.
Ella sonríe de oreja a oreja antes de seguir.
―Quiero conocer a Zack, y a todos los chicos de Masters of the V, demasiado.
Venden unas impresionantes pulseras que tienen el nombre de su éxito del
momento, ¡Lick the Cat!
Paul frunce el ceño y parpadea un par de veces; sin estar seguro de si escuchó
bien.
―Lame el< ¿qué?
―Sí ―intervengo, mirando con seriedad a Neena―. Y le dije que no le
permitiría usar tales cosas a menos que este tipo Zack, el cantante principal, se la
entregara en la puerta él mismo. ―Neena tuerce la boca a un lado con un poco de
molestia.
―Bueno, creo que me iré a casa ―anuncia Marcus mientras se pone de pie y
se frota el estómago un par de veces―. Excelente pizza, como siempre ―bromea,
haciéndome una mueca. Tirándole la toalla de la cocina que tenía en las manos, le
saco la lengua.
―Paul ―señala―. Si necesitas un lugar para quedarte, házmelo saber.
―Claro que sí, amigo. ―Estrechan las manos, Marcus besa a Neena en la
mejilla―. Buenas noches, niña.
―Buenas noches, tío Marcus.
Cuando escucho la puerta principal cerrarse indicando que Marcus se ha ido,
miro a Neena.
―Neena deberías alistarte para la cama, cariño.
―Mamáaaa ―se queja.
―Neennnnnaaa ―replico de regreso.
―Quiero hablar más con Paul.
―¿Tal vez podríamos salir mañana si tu mamá está de acuerdo? ―ofrece
Paul, mirándome a los ojos.
―¡Me encantaría! ―Neena prácticamente chilla―. ¿Puedo, mamá?
Mientras los miro a ambos, con sus idénticos ojos marrones observándome,
esperando por mi respuesta, no puedo evitar la sensación de miedo que me golpea
en las entrañas. No hago lo de bebés y vallas blancas. Neena dice que podría manejar
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su rechazo; si eso era lo que le daba, pero viendo su mirada llena de asombro, no
estay tan segura. Paul tiene una forma de ser. Es difícil de explicar. Te atrae y
algunas veces ni siquiera te percatas de qué ha sucedido hasta que es muy tarde.
Así fue como me pasó a mí. ¿Pero y si era sincero? ¿Y si de verdad quería llegar a
conocerla? ¿Cómo podría negarle a mi hija, quien podría dejar pronto este mundo
trágicamente, la oportunidad de conocer a su padre? Sería un monstruo si lo
hiciera.
―Seguro, podemos resolver algo ―respondo con una sonrisa forzada. Neena
sonríe y mira a Paul, quien muestra una sonrisa similar.
Se para y señala:
―Gracias por venir a cenar. De verdad fue un gusto conocerte. ―Entonces
estira su frágil mano, Paul la mira, con su expresión en algún punto entre el dolor y
la felicidad, antes de tomarla y estrecharla.
―Gracias por tomarte el tiempo para verme, Neena. Espero que nos
conozcamos mucho mejor.
―También yo. ―Girándose hacia mí, se acerca, casi saltando y me abraza―.
Gracias mamá, te amo.
―También te amo. ―La aprieto una vez―. Subiré a decirte buenas noches en
un momento.
Con una pequeña despedida de mano hacia Paul, sale de la cocina,
dejándonos solos a los dos en otro silencio incómodo.
―Has hecho un gran trabajo con ella ―señala finalmente―. Es una niña
maravillosa.
―Gracias. Tuve suerte.
Se para y lleva la botella de cerveza a la basura, desechándola.
―¿Y estás bien con que la vea mañana?
Volteándome, coloco las manos sobre el mostrador y toma aire
profundamente.
―Estoy tratando de estarlo ―admito―. Pero honestamente< tengo miedo.
―¿De mí?
―De ti haciéndola quererte y después marchándote.
Suspira y se mueve a mi lado en el mostrador, inclinándose, mirando en
dirección opuesta.
―Lo dije en serio. Quiero conocerla, Clara.
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―Por favor ten cuidado con ella, Paul. ―Asiente una vez estando de
acuerdo.
―¿Entonces, cómo sabemos si soy compatible?
―Programé una cita para ti. Mañana a las nueve. ¿Vas a quedarte con
Marcus? Puedo enviarte la dirección.
―Vaya. Bien, eso fue rápido. ―Suspira―. Aún no estoy seguro de dónde voy
a quedarme.
―Bueno nos estamos quedando sin tiempo ―declaro―. He llamado a la
oficina diciéndoles sobre la posibilidad de que aparecieras. ―Tomo un cuaderno y
un lápiz del cajón y se lo ofrezco―. Escribe tu número aquí. Te enviaré un mensaje
con los detalles y te veré allá.
Garabatea su número y después me mira fijamente por un momento. Me
pregunto qué ve. ¿A la mujer con quien alguna vez compartió la cama; la joven y
determinada Clara? ¿O ve la sombra de la mujer que solía conocer? ¿Puede ver el
miedo y la preocupación como un mapa en mi cara?
―Bien, te veré ahí. ¿Y, Clara?
Cruzándome de brazos, pregunto:
―¿Sí?
―Gracias por dejarme venir esta noche. ¿Neena estará contigo mañana?
―No ―respondo―. Estará con Marcus en su oficina hasta que terminemos.
―Bien. Entonces te veré mañana.
Se aleja del mostrador y lo sigo a la puerta, sosteniéndola abierta mientras
sale. Se detiene y pone una mano contra la madera, justo como lo hizo cuando
había llegado.
―Esta puerta debería estar en la historia.
Sonrío ligeramente.
―¿Debería?
Baja la mirada un momento antes de observarme de nuevo.
―Creo que ese beso fue la primera vez que pensé en un para siempre.
―Espera, ¿qué? Baja las escaleras del porche y entra en su auto antes de que
pudiera expresarlo en voz alta. ¿Dijo eso o me lo imaginé? Cerrando, me inclino
contra la puerta y llevo mis dedos a la boca. Puede que haya sucedido hace trece
años, pero de pie aquí, recordando, reviviéndolo en mi mente, casi podía sentir el
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cosquilleo en mis labios. Y ahí está. El tirón. Ha pasado sólo un día y ya está
atrayéndome.
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Capítulo 10
Después de dejar a Clara, conduzco por los alrededores un rato tratando de
digerir la noche. Tengo una hija. Todavía me sorprende cada vez que el
pensamiento pasa por mi cabeza. Conduzco por lo que parecen horas, pensando en
Neena y su grave situación, y pensando en Clara y< bueno< su belleza.
Definitivamente se ha conservado bien después de todos estos años. No puedo
negar que en los trece años que estuve lejos, me he preguntado por ella; muy a
menudo. ¿Cómo estaba? ¿Había encontrado a alguien más? ¿Había vuelto a su
antigua vida en Texas?
Antes de saberlo, estoy estacionando mi camioneta frente a la casa de Marcus
y dirigiéndome al interior. Mierda, tengo que descargarme con un amigo. Él
mismo se ofreció después de todo. Marcus vive en un apartamento detrás de la
oficina, que mi tío le dejó después que murió.
Cuando abro la puerta y entro, me congelo. Hay una pequeña mujer asiática
con unas grandes tetas falsas sentada en el mostrador de la cocina. Su cabeza está
hacia atrás, su boca abierta, y est{ gimiendo< gemidos de placer. El sofá está
bloqueando su mitad inferior, pero tenía el vestido bajo, revelando su pecho de
gran tamaño, sostenido en un sujetador de encaje morado.
―Bien ―grita en un fuerte acento―. Tan bueno.
La puerta se cierra de golpe detrás de mí y sus ojos se abren mientras mueve
su cabeza en mi dirección. Procede a escupir palabras, que no entiendo, a un
millón de kilómetros por segundo mientras se sube el vestido con una mano y se
baja la parte de la falda con la otra. Estoy con las manos en alto, a punto de irme,
cuando la cabeza de Marcus aparece por encima del sofá.
―Paul ―gruñe, antes de pasarse el antebrazo por su brillante y húmedo
rostro.
―¡Santa mierda! ―Me río―. ¿Estabas haciéndole un oral?
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La mujer continúa gritándome, sacudiendo los brazos mientras se gira hacia
Marcus y comienza a gritarle.
―Es Paul. ―Intenta explicarle, pero no sirve de mucho. Ella le grita un poco
más, luego me grita una vez más antes de salir a zancadas y cerrar la puerta.
Marcus, con sus manos en las caderas, rodea el sofá hacia mí. Está sin camisa y
tiene el cinturón suelto, con el cabello despeinado.
―Ella era Mei-Ling ―informa, con un tono tranquilo bordeado de rabia.
―¿Es tu chica? ―pregunto―. Maldición, hermano. Es sexy.
―¿Y a qué debo esta inesperada visita? ―Ignora mi halago mientras camina
hacia el refrigerador y saca una cerveza.
―Dijiste que si necesitaba un lugar para quedarme, te dijera.
―Sí< avísame ―repite mientras gira la tapa de la cerveza y la bota en el
basurero, fallando por centímetros. Se encoge de hombros y toma un sorbo de la
botella.
―Por eso vine. Estoy avisándote. ―Sonrío.
―¿Alguna vez escuchaste de las llamadas? ―pregunta sarcásticamente.
―Si hubiera sabido que estarías haciéndole un oral a tu chica como si tu vida
dependiera de ello, no habría entrado de esa forma.
―Bueno, de ahora en adelante no entres así.
―Anotado.
Hace un pequeño salto en el sofá, con cuidado de no derramar su cerveza, y
se retuerce hasta que está cómodo.
―¿Entonces<?
―¿Entonces?
―¿Cómo estás? Fue una gran noche para ti.
Con un gran suspiro, apunto al refrigerador y asiente. Tomo una cerveza y
regreso para tomar asiento en el otro sofá.
―No puedo creer que no me lo dijera ―admito. Tomo un gran trago de mi
cerveza y añado―. Y no puedo creer que tú no me lo dijeras, hombre.
Alza la cabeza de golpe, con la frente fruncida con arrugas por la rabia.
―¿Es en serio? ―pregunta.
―Sí. ¿Por qué ninguno de ustedes fue a buscarme si no podían contactarme?
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Marcus se levanta del sofá y deja su botella en la mesa de café con un golpe,
haciendo que el líquido se derrame sobre el borde y salpique. Marcha hacia la
puerta principal, abriéndola.
―Fuera.
Levanto la cabeza ligeramente.
―¿Qué?
―Me escuchaste. Vete.
―¿Qué mierda, amigo? ¿Por qué?
Camina a la cocina y agarra su camiseta del suelo, poniéndosela.
―Nos dejaste a todos. No sólo a Clara y al bebé en camino. A todos nosotros,
sin ni una maldita palabra.
―Siempre me he ido sin decir nada ―me defiendo―. Jamás te molestó antes.
Y no tenía ni idea de que estaba embarazada.
Rodea el sofá y se para frente a mí.
―Te habías ido por unos meses, un año como mucho. ¡No por trece malditos
años, Paul!
No puedo mirarlo a los ojos así que miro la cerveza en mis manos. Marcus
podría ser un hombre pequeño, físicamente, pero cuando está molesto, es enorme.
Hay muy pocas personas en el mundo cuya opinión sobre mí importa, a mí de
cualquier modo. Marcus simplemente resulta ser una de esas pocas. Tomando aire
profundamente, exhalo con fuerza y me encojo de hombros ligeramente.
―Lo siento. ―No es mucho, pero es todo lo que tengo―. Pero si crees que
soy tan imbécil, ¿por qué eres mi amigo todavía?
Deja caer su cabeza por un momento y cuando la levanta tiene esta sonrisa en
su rostro, una que cualquiera, ya fuera que conociera bien a Marcus o no, puede
ver planamente lo que sea que está pensando.
―Neena.
Algo en la forma en que dice su nombre me golpea con fuerza, provocando
que me duela el pecho. Él la quiere. La quiere como un hombre quiere a su hija. La
quiere como yo debí haber estado amándola aquí por los últimos doce años. Mi
mandíbula se tensa y aprieto los dientes mientras lucho contra el fuego
encendiéndose en mi vientre. ¿Qué es esto? ¿Celos? ¿De verdad estoy celoso? Si no
pude estar aquí para amar y cuidar a Neena como su padre, ¿por qué no Marcus?
Es mi mejor amigo y una de las mejores personas que conozco. Pero aun así. Odio
que haya estado aquí, viéndola crecer mientras que yo ni siquiera sabía que existía.
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―Es la cosa más cercana que tengo a una hija propia.
Mierda. Sus palabras son como una descarga en mi pecho que me hace
ponerme de pie. Caminando hacia el bote de basura, me bebo el resto de la cerveza
antes de tirar la botella en el bote.
―Sí. Tengo que irme ―murmuro con voz áspera provocada por beber tan
rápido.
―¿Pensé que te quedabas?
―Bueno, así era, hasta que decidiste anunciar el amigo y padre de mierda
que soy.
El rostro de Marcus se arruga y resopla en desacuerdo.
―Un amigo de mierda, sí ―confirma―. No dije nada sobre ser un padre.
―Lo cual es lo mismo que un padre de mierda ―grito―. No estuve aquí, por
lo tanto soy un padre de mierda.
―Paul ―comienza, con la voz marcada por la frustración. Se frota la frente
con sus cortos dedos―. Lamento lo que te has perdido. En serio. Sólo quise decir
que estoy agradecido por el tiempo que tuve con ella.
―¿Crees que eso me hace sentir jodidamente mejor? ―espeto―. ¡Me enteré
un día que tenía una hija sólo para enterarme al otro que está muriéndose!
Presiona sus labios con fuerza en una línea plana y asiente una vez. Me
escucha.
―Bueno ―dice finalmente―, ahora estás aquí. Haz que valga la pena, Paul.
Abro la puerta principal, más que listo para irme, y me llama.
―Paul. Quédate.
―No te preocupes, Marcus. ―Incluso después de entrar en mi auto rentado,
me mira con los brazos cruzados mientras retrocedo en la entrada. Sé que estoy
siendo un imbécil. Sé que no es su culpa. Pero tampoco es mi culpa. No me habría
ido si lo hubiera sabido. Ahora mismo, es mejor que esté solo. Necesito tiempo
para pensar. Así que parece que voy a buscar un hotel barato para pasar la noche.
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Capítulo 11
Después de su cita, Paul pregunta si podemos hablar por un rato. Me sigue a
un pequeño cafetín no muy lejos de la oficina. Ordenamos nuestras bebidas y nos
sentamos en una pequeña mesa en el rincón más escondido.
Mientras bebe a través de la tapa de plástico blanca, sus rasgos están tensos;
sus cejas están fruncidas y sus hombros están elevados por la tensión. Tiene algo
en su cabeza, pero decido esperar a que lo diga. No lo presionaré. Aprendí hace
mucho tiempo que Paul James no puede ser presionado. Mientras tomo mi propio
café, lo miro, odiando que los años lo hayan tratado tan bien. Su piel todavía está
perfectamente bronceada, dorada incluso, es italiano después de todo, aunque su
cabello negro está pintado con el más suave y ligero tono de gris. No puedo
entender cómo es posible que se vea mejor con el tiempo, pero así es. Durante los
años pasados, cuando he pensado en él, lo imaginé ebrio y luciendo desaliñado; el
resultado de una vida de mucho licor, drogas y la vida en un burdel. Supongo que
me hacía sentir mejor pensar que él estaba mal.
―¿Qué pasa si no soy compatible? ―empieza.
Aclarándome la garganta, muevo un poco mi asiento.
―No quiero pensar en eso. Pero si pasa, debo< debemos hacer nuestro mejor
esfuerzo para que esté cómoda y hacerla muy feliz en sus últimos días.
―¿Por qué, Clara? ―pregunta, con su mirada fija en mí.
Me encojo de hombros. Es una pregunta que me he hecho millones de veces.
―Desearía saber la respuesta, Paul. Me lo he preguntado muchas veces.
Algunos niños sólo se enferman.
Sacude su cabeza.
―No es eso lo que estoy preguntando.
Lo miro sin expresión mientras mi pecho se tensa. Ahora sé qué está
preguntando, pero voy a hacer que lo aclare de todos modos.
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―¿Entones qué estás preguntando?
Toma de su café.
―¿Por qué no me dijiste de ella?
Lucho contra urgencia de gritarle. Somos adultos. Bueno, uno de nosotros lo
es de todos modos.
―Ya te dije que lo intenté. Muchas veces ―casi grito.
―Sin embargo, no lo intentaste de verdad ―argumenta.
―Sí, lo hice ―mascullo entre mis dientes apretados.
―No, no fue así. No de verdad. Podrías haberme contactado si lo hubieras
querido.
Dejando mi taza en la mesa, me inclino hacia adelante, trabajando con fuerza
para mantener la voz baja.
―Me dijiste que no hacías el asunto de los bebés y vallas blancas. También
me dijiste que no te interesaba el final feliz. Te fuiste, Paul. Te fuiste sin decirle una
palabra a nadie y piensas que debería haberme embarcado en una especie de
misión a lo largo del mundo para decirte que, yo, una mujer que no querías ni
amabas, ¿estaba embarazada de tu bebé? ¿Por qué habría de hacerlo, Paul? ¿Para
que pudieras venir a casa y abandonarla a ella también?
―No la habría dejado ―aclara―. Habría vuelto a casa.
―¿Por cuánto tiempo? ―espeto.
―No tenías derecho a ocultármelo ―masculla, apuntándome con su dedo―.
Es mi hija también, Clara. ¡Tenía derecho a saber!
―Bueno ahora lo sabes, Paul.
Me mira por un momento antes de inclinarse en su asiento.
―Escucha. Lamento dejarte de la forma en que lo hice. De verdad.
Contengo las l{grimas; l{grimas de rabia. No lloraré enfrente de él< no por
esto. Quiero decirle lo miserable que fui. Lo devastada que estuve cuando me
desperté inocentemente pensando que se había ido temprano, lo devastada que
estuve cuando me di cuenta que se había ido como si el tiempo que pasamos juntos
no hubiera significado nada. Ni una maldita cosa. Pero no le diría nada de eso.
―Lo que está hecho, está hecho ―afirmo, en cambio.
―Se parece a ti, ¿sabes?
―No, no es así. ―No estoy de acuerdo―. Se ve exactamente como tú. ―La
última parte sale en un susurro.
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Sonríe con suavidad.
―Los ojos, claro, pero la nariz y boca son tuyas.
―Tiene tu ferocidad en ella.
Sonríe.
―Y tú descaro. Es muy alegre.
Suelto una risita mientras bajo la mirada a mi taza de café.
―Es maravillosa. Sé que soy parcial, pero de verdad lo es, Paul.
―Quiero conocerla. No voy a irme. Lo prometo.
Me paso la lengua por mis labios resecos y asiento. No estoy segura de
creerle, pero ¿qué puedo hacer en este punto? Neena quiere conocer a su padre.
Así que le doy la única respuesta que puedo, rezando que no sea un error.
―Bien.
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Capítulo 12
Sigo a Clara de regreso a Sky High, y cuando entramos, Marcus está sentado
en la mesa en la zona del frente, diminutas gafas en el puente de la nariz, mirando
el papeleo. Se inclina hacia atrás en la silla cuando entramos.
―¿Cómo te fue?
―Bien ―contesta Clara mientras se quita su chaqueta de punto. Debajo de
eso está usando esa blusa azul sin mangas que se ajusta a su cuerpo. Los vaqueros
son muy ajustados, mostrando su trasero, lo que tengo que admitir luce
jodidamente impresionante para cualquier mujer, sobre todo porque ella tiene casi
cuarenta años. Su cabello recogido en un moño suelto, pequeñas piezas cayendo
alrededor de su rostro. Ella es hermosa. No hay duda de eso―. Debería encontrar
algo en la próxima semana o dos ―añade. Marcus asiente, con la boca en una línea
apretada, plana. Está preocupado, también. ¿Qué pasa si no soy compatible?―.
¿Está Neena en mi oficina?
―Sí. La registré a PornHub. Eso debería mantenerla ocupada por unas horas
―dice Marcus, ganando el ceño fruncido de Clara―. ¿Qué? ―pregunta―. Todo lo
que puedes ver es anal.
Clara arquea una ceja enojada.
―Ella está mirando The Goonies ―admite él finalmente.
―Voy a ir a verla y le haré saber que estás aquí ―me dice.
―Gracias por tu tiempo hoy, Clara ―grito detrás de ella. Se da la vuelta, su
mirada encontrando la mía, y me da una media sonrisa.
―De nada.
Cuando está fuera de la vista, bajo la mirada hacia Marcus, que todavía está
recostado en su silla, con los brazos cruzados, observándome.
―Sabes que ella es la única mujer con la que te vi con la que pensé que
realmente podrías tener una oportunidad de estar en buenas manos.
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―Ella era la única ―corrijo.
―Sin embargo, la dejaste de todos modos.
Froto las manos por mi rostro.
―Tenía mis razones.
―¿Que eran?
―Sin importancia ahora ―espeté―. Ella ha< ―Mierda. ¿Cómo pregunto
esto?
―¿Visto a alguien? ―suministra Marcus.
―Sí ―me quejo, odiando la sonrisa en su rostro.
―No. No con un tipo.
Mis cejas se levantan en sorpresa total, y el alivio corre a través de mí. Sé que
soy un idiota para encontrar alivio en el hecho de que no ha estado con nadie
desde que me fui, pero lo hago.
―¿De verdad?
Marcus frunce los labios y sacude su cabeza.
―No, Paul. En realidad no ―Resopla antes de comenzar a reír―. ¿De verdad
crees que fue célibe durante trece años? ―Y el bastardo se ríe más fuerte.
Lo fulmino con la mirada.
―Eres un jodido idiota.
―Amigo. Ella es una mujer hermosa, exitosa. Por supuesto que ha habido
otros hombres ―continúa.
―¿Muchos hombres?
Él sonríe ampliamente y se carcajea un poco más.
―Vaya. Vuelves un día y ya estás desesperado por ella.
―Vete a la mierda. Sólo tienes que responder la pregunta, Marcus.
Se desliza fuera de su silla y empieza a recoger sus papeles.
―Solo algunos a lo largo de los años. Ninguno desde que Neena fue
diagnosticada.
Me siento culpable por siquiera preguntar.
―¿Hace cuánto tiempo fue eso?
―Cuatro años.
Asiento; inseguro de cómo sentirme acerca de eso. Por un lado, me alegro de
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que ella no haya estado con muchos hombres. Sé que soy idiota por ello, pero es la
verdad. Por otra parte, ha estado cuidando de nuestra hija enferma. Nunca quise
que estuviera sola.
―¿Por qué te quedaste, Marcus? ―pregunté finalmente―. Tú la odiabas
cuando me fui. Ahora ustedes parecen como los mejores amigos.
Él me mira y suspira.
―Me quedé porque me lo pidió.
Quiero hacer más preguntas, porque, francamente, esa no era una respuesta
aceptable. Clara le pidió a Marcus hacer un montón de cosas y él nunca la escuchó.
Al menos no dio marcha atrás cuando yo estaba cerca. Pero antes de que pueda
ahondar, Neena viene a toda velocidad por el pasillo y se arroja sobre mí.
―¡Paul! ―Me gusta su coraje.
―Hola, nena. ―Me río mientras la abrazo. La calidez que se extiende a través
de mí es extraña, cuando me aprieta. ¿Cómo puedo sentirme tan conectado con
alguien que acabo de conocer?―. ¿Estás lista para pasar el rato hoy?
―¡Por supuesto! ―dice.
Después de despedirnos Clara me da mil instrucciones las cuales nunca
recordaré, Neena y yo nos marchamos.
―Ten cuidado ―me dice Clara en su típico tono serio, cuando estamos a
punto de salir del edificio. Y sé que las palabras significan más. No quiere solo que
sea cuidadoso mientras estoy fuera con Neena. Quiere decir que tenga cuidado con
Neena, período, no lastimarla, dentro o fuera.
―Lo haré ―prometo. Y hablo en serio.
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Capítulo 13
He estado en casa desde las cinco, esperando a que Paul traiga a Neena. Me
envió varios mensajes durante el día, dejándome saber que Neena estaba bien y
que estaría de vuelta para la cena. No es hasta las siete que escucho abrirse la
puerta principal y Neena grita:
―¡Mam{!
―Cocina ―grito de vuelta, mientras coloco el último plato sucio en el
lavavajillas.
Un momento más tarde, Neena entra campante en la cocina, su rostro
iluminado con una sonrisa enorme. Parece que hoy fue un buen día. Me encanta
verla así de emocionada.
―¿Puedo utilizar tu port{til? ―pregunta.
―¿Para qué?
―Paul y yo queremos ver algunas de sus acrobacias en YouTube. ―Es
entonces cuando Paul entra.
―Le dije que se estaba haciendo tarde y que sería mejor mañana.
―Por favor, mam{ ―ruega.
Cerrando el lavavajillas, me río.
―Seguro. Supongo. ―Neena sale r{pidamente, dej{ndonos a Paul y a mí
riéndonos―. Creo que tienes una nueva admiradora.
―Mi única admiradora en estos días ―bromea. Desvía la mirada y estrecha
los ojos mientras mira el marco de la puerta que conduce a la cocina. Desliza su
dedo por el panel, con una sonrisa de lado en su rostro. Se dio cuenta de que
guardé los grabados, pero no dice ni una palabra al respecto.
El silencio cae entre nosotros, antes que Paul se acerque al refrigerador y se
incliné entrecerrando los ojos, mirando las fotos que Neena ha pegado en las
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puertas. Voy a su lado y cuando apunta a la foto de Neena y Marcus vestidos como
Bonnie y Clyde para Halloween, me río.
―Apuesto que tuvo que rogarle para hacer eso ―resopla Paul.
―En realidad, no lo hizo. Para el resto del mundo, él sigue siendo un imbécil
gruñón, pero es diferente con ella. Son como dos gotas de agua.
Paul inclina un poco la cabeza, bajando la mirada por un momento, antes de
volver a levantarla. Esta vez, apunta a una foto de Neena y yo. Es una selfie que
Neena tomó una noche cuando estábamos acostadas juntas en la cama viendo The
Vampire Diaries. Personalmente, creo que la serie es buena, y ella la ama, así que eso
es todo lo que realmente me importa.
―Realmente es hermosa, Clara ―señala. Luego, dirigiendo su oscura mirada
hacia mí, añade―: Como tú.
Mis mejillas se encienden con su elogio< o tal vez es su mirada sexy, y debo
darle la espalda para ocultar mi sonrisa. Ordena tus cosas, Clara. Él te dejó.
―¿Van a cenar? ―pregunto, tratando desesperadamente de cambiar de tema.
―Nos detuvimos y comimos un emparedado en el camino.
―Bien. ―Asiento y me giro, cerrando el lavavajillas.
―¡Tengo el port{til! ―anuncia Neena mientras regresa corriendo―.
¿Podemos hacer palomitas de maíz, mamá?
Me esfuerzo por ocultar mi falta de entusiasmo. No es que no quiera hacer
palomitas de maíz con mi hija. Es solo< Cuanto m{s cerca estoy de Paul, m{s
pierdo contacto con la realidad. No puedo volver a enamorarme de Paul James.
Simplemente no puedo. No creo que pueda sobrevivir a volver a perderlo. Mi
miedo a perder a Neena, si pierdo a Neena, me matará. No estoy preparada para
soportar el abandono de Paul una vez más. Puedes hacerlo, Clara. Puedes hacerlo por
Neena. Quiere que me lleve bien con Paul, y eso es lo que planeo hacer< por ella.
―Ustedes vayan viendo los vídeos y las tendré listas. ―Logro controlarme
después de un momento, forzando una sonrisa en mi rostro.
Si ella se da cuenta, no lo demuestra.
―Vamos, Paul ―llama Neena. Paul gira hacia mí con una suave y agradecida
sonrisa. Antes de seguirla, gesticula: gracias.
Asintiendo una vez, los veo salir e inhalo profundamente. Puedes hacerlo,
Clara.
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Capítulo 14
Llevo un poco más de dos semanas en la ciudad y he pasado tanto tiempo
con Neena como Clara me lo permitió, aunque parece estar bajo mucha tensión,
pero creo que es porque estamos a la espera de los resultados para saber si somos
compatibles o no. De no ser así estaría devastado. Ella es una niña increíble.
―Aquí mismo. ―Neena apunta a la página de una revista. Acabo de
detenerme en un semáforo en rojo, así que la miro para ver lo que está señalando.
―¿El Corcovado? ―pregunto sorprendido. Corcovado es una montaña en
Río de Janeiro, Brasil, con la estatua del Cristo Redentor en lo más alto.
―Brasil sería el número uno en mi lista, bueno además de China ―menciona
con entusiasmo, tirando de nuevo la revista en su regazo y mirando hacia abajo a
la página.
―Me encanta Brasil ―anuncio.
―Lo sé ―dice―. Marcus me dijo. Esa es una de las razones por las que
siempre he querido ir. ―Está rompiendo mi corazón.
Me aclaro la garganta y aprieto el acelerador cuando la luz cambia a verde.
No me gusta que haya crecido escuchando hablar de mí por otras personas. Que
haya crecido preguntando por mí. Antes de que pueda responder, añade:
―Miraba fotografías de lugares increíbles, y te imaginaba allí. Supongo<
―Hace una pausa―. Supongo que me hacía sentir como si te conociera. O tal vez,
un poco como si estuviera allí contigo de alguna manera. ―Cuando le doy un
vistazo, tuerce su boca y lanza sus ojos de nuevo a la revista―. Eso sonó tan
estúpido ―finaliza, vergüenza bañando su rostro.
Suavemente, agarro su pequeña muñeca y le doy un pequeño apretón.
―No, no lo es, Neena.
―¿Qué se siente estar allí?
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―Es hermoso ―le informo―. Puedes ver la selva en un extremo y hermosas
playas con agua azul en el otro. La comida es increíble; papayas, plátanos
tropicales, mangos<
―¿Es por eso que te gusta? ¿Por la comida?
―Eso es parte de ello. ―Me encojo de hombros―. Fui allí por primera vez
cuando tenía diecinueve años, porque un amigo mío me dijo que ahí es donde
están las mujeres más bellas del mundo.
Neena sonríe.
―¿Es eso cierto?
Me río ligeramente.
―Tienen algunas mujeres atractivas. No hay duda de eso.
―¿Más bellas que mamá?
Inhalo y no puedo evitar sonreír ante su pregunta, pero le contesto con
sinceridad.
―No hay ninguna mujer en este mundo como tu madre. Créeme, lo he
comprobado.
Neena mira hacia abajo a la revista de nuevo.
―¿Es allí donde has estado todo este tiempo?
―No. He< estado en varios lugares.
―¿Vas a volver? ¿A Brasil, quiero decir?
―Tal vez algún día. Pero en este momento, prefiero estar contigo.
Me mira y me da una sonrisa con poco entusiasmo.
―Tal vez puedas llevarme allí algún día. ―La declaración sonaría
esperanzadora si estuviese saliendo de la boca de un niño sano. Pero escucharla
decir eso, suena como si supiera que nunca va a suceder. Pero eso no me impide
prometérselo de todos modos.
―Me gustaría ―contesto.
Cuando entramos al estacionamiento de la oficina, noto varias camionetas
allí, incluyendo una en la que los nuevos chicos reporteros de la escuela secundaria
local estaban el otro día. Varias personas merodeaban por allí mientras
estacionamos.
―¿Quiénes son ellos? ―pregunta Neena. No lo sé con seguridad, pero estoy
seguro como el infierno que voy a averiguarlo. Salimos y todos los ojos se lanzan a
nosotros.
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―¿Paul James? ―Una mujer me llama, y luego todos se aglomeran alrededor
de nosotros. Tomo la mano de Neena y tiro de ella a medida que me empujo a
través del aluvión de personas lanzándome preguntas. Cuando finalmente
llegamos a la puerta principal de la oficina, Ashley, la reportera de la escuela
secundaria, abre la puerta y entra corriendo detrás de nosotros.
―Te dije que te fueras ―le discute Clara.
―Neena ―continúa Ashley, ignorándola―. Quiero contar su historia. De
todos ustedes. ―Mira a su alrededor―. El mundo solo quiere conocerla ―le dice a
Clara―. Su anuncio conmovió a tantas personas. Ellos solo quieren saber quién es.
Y yo quiero ser la que cuente esta historia.
Clara inhala profundamente mientras lucha por mantener la calma.
―Ashley ―declara simplemente―, márchate.
Ashley frunce el ceño, aparentemente lastimada, antes de mirar a Neena.
Dándole una pequeña tarjeta, le dice:
―Quizás cambien de opinión. ―Neena toma la tarjeta y la mira mientras
Ashley se va. Todos la vemos subir a la camioneta, la cual conduce Zane, el mismo
chico del otro día, y se alejan.
―Es implacable ―resoplo.
―Bueno, nos encontraron ―murmura Clara observando a las cinco personas
de pie fuera de la oficina.
―Lo siento, mamá ―murmura Neena mientras deja caer su cabeza.
―No hay nada que lamentar ―le aseguro―. Lo importante es que ustedes
me encontraron. Esto< ―hago señas detrás de mí a la gente fuera―, pasará.
―Neena, ¿por qué no vas a descansar un poco? ―sugiere Clara.
―No estoy cansada.
―Solo un rato. Por favor.
―Está bien. ―Neena se vuelve hacia mí y rueda sus ojos. Tengo que luchar
para no reírme de ella―. Adiós, Paul.
―Adiós, niña. ―Sonrío y beso la parte superior de su cabeza cubierta por un
pañuelo―. ¿Te veo mañana?
―¿Me contarás más acerca de los lugares en los que has estado?
―Creo que puedo manejar eso.
Agita su mano y se escurre por el pasillo. Cuando la puerta de la oficina se
cierra, Clara se vuelve hacia mí.
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―Me voy a reunir con el médico en la mañana para los resultados.
―Oh.
Respira profundamente y exhale lentamente.
―Te llamaré más tarde.
Me quedo mirándola boquiabierto por un momento. ¿No debería yo estar
allí? Neena es mi hija, también. Quiero interrogarla, exigirle saber por qué no me
invitaron, pero decido que ahora no es el momento. Ella ya está frustrada con los
periodistas afuera.
―Está bien ―contesto en su lugar―. Te hablaré mañana.
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Capítulo 15
―Clara ―dice el doctor Jones―. ¿Te gustaría decirle o prefieres que yo lo
haga? ―Sé que tengo que contestarle, responder de alguna manera a esta
devastadora noticia, pero mi garganta está tan apretada por la emoción en este
momento que si abro la boca, me temo que me derretiré en un charco de
desesperación. Poniéndose de pie, marcha con calma hacia el dispensador de agua
fría y llena un pequeño vaso de plástico, luego se sienta sobre el escritorio frente a
mí. Estoy segura de que ha sido instruido para no mostrar miedo o pánico, ya que
el paciente o los miembros de la familia, a la que le está entregando las malas
noticias se está ocupando de todo eso por su cuenta. Inclino la cabeza y asiento un
agradecimiento antes de tomar el vaso y tragar un pequeño sorbo.
Paul no es compatible.
Neena va a dejarme.
Oh, Dios.
Me arden los pulmones y se me hace difícil respirar.
―¿Quieres un momento o prefieres que te diga a dónde vamos a ir desde
aquí? ―pregunta el doctor Jones mientras regresa a su cómoda silla de oficina.
Inclino la cabeza en respuesta afirmativa. Mi cuerpo está empezando a sentirse
entumecido, impidiéndome hablar―. ¿Quieres que continúe? ―confirma. La
presión aumenta, y con mi pecho apretándose, asiento un sí de nuevo.
Mi bebé se está yendo. Ningún padre debería tener que sufrir el deceso de su
hijo. Podría ser atropellada en este momento, por un camión a toda velocidad cien
veces y aun así no sentir este nivel de dolor. Con la mirada perdida, escucho
mientras continúa. Después que me dice que le dará medicamentos para cualquier
dolor o nausea, me da una lista de clínicas locales para enfermos terminales,
reiterando que debería poner todo en orden ahora, antes que las cosas se pongan
realmente malas. Por fuera, estoy estoica. Pero por dentro, soy un desastre intenso,
gritando al tope de mis pulmones en llamas. Cuando termina, me acompaña a la
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puerta y aprieta mi mano. No puedo dejar de pensar en el trabajo de mierda que
tiene, tener que decirle a un padre que su hijo va a morir.
―Llámame si tienes alguna pregunta o si quieres que se lo diga a Neena.
―Sacudo la cabeza una vez más y salgo de su oficina. Me niego a colapsar en el
hospital. No lo haré. Solo tengo que llegar a mi auto. Para el momento en que salgo
del hospital, corro a toda velocidad, tratando de llegar a mi auto antes de que la
presa de sollozos y emoción se rompa. Cuando estoy a seis metros de distancia de
donde estacioné, veo a Paul sentado en el capó de mi auto, con los brazos cruzados
y los ojos cerrados. Me congelo y lo veo por un momento. Sé que está mal, pero
una parte de mí lo odia en este momento. Él era nuestra última esperanza.
Necesitaba una cosa de él. Necesitaba que fuera compatible.
Neena va a morir. Y no hay nada que pueda hacer al respecto.
Mi respiración sale en jadeos exaltados y mis rodillas colapsan. Caigo en el
hormigón agrietado mientras se me escapa un gemido. Y me inclino hacia abajo,
dejando que mi cabeza descanse sobre el suelo frío mientras lloro.

Ella no me pidió que viniera hoy, pero quería hacerlo. Quería irrumpir en la
oficina y sentarme a su lado para descubrir cuáles eran los resultados. Pero
probablemente ella me habría regañado, así que decidí no presionarla. En cambio,
encontré su auto y decidí esperarla afuera. No soy un hombre de oración. En lo
más mínimo. Pero decidí que no podía hacer daño. Así que mientras esperaba,
sentado en el capó de Clara, cerré los ojos y recé por primera vez en mucho tiempo.
Dios. Sé que soy un pedazo de mierda. No estoy pidiendo para mí. Estoy pidiendo por
la niña, mi niña. Por favor. Sólo por favor, Dios.
Ahí es cuando escucho a Clara llorar y abro los ojos para encontrarla
desplomada en el sucio estacionamiento de tierra en un lío de lágrimas.
Supongo que Dios me está dando mi respuesta.
Poniéndome de pie, me tomo un momento para tragar el dolor escalando por
mi garganta tratando de ahogarme antes de ir con ella. Necesita que sea fuerte.
Cuando llego hasta ella, no hablo. Nada de lo que diga hará un poco de diferencia.
La gente que pasa está mirando fijamente, con sus miradas sentenciosas, y quiero
arrancarles los dientes. Alzándola en mis brazos, la llevo a su auto y la siento en la
parte trasera, luego la abrazo.
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Mis dedos se clavan en su espalda mientras me aferro a él. Su camisa está
empapada con mis lágrimas, donde mi cabeza descansa en su hombro. Su mano
ahueca mi nuca, sosteniéndome mientras desato mi temor más grande realizado.
No estoy segura de cuánto tiempo me abraza, pero con el tiempo, mis sollozos
decaen y me las arreglo para alejarme de él, y cuando mi mirada se encuentra con
la suya, casi aspira el aire directamente de mí.
Paul James también está llorando.
Me lanzo de nuevo en sus brazos, apretándolo mientras su cuerpo
convulsiona, peleando con la angustia que quiere dejar salir. Cuando se aleja,
limpia sus ojos con las palmas de sus manos y aclara su garganta.
―Lo siento, Clara ―dice con voz ronca―. Lo siento mucho. Quería ser
compatible. Quería salvarla. Quiero decir< es lo mínimo que podía hacer después
de no estar aquí para ella durante tanto tiempo.
Tomando una de sus manos en la mía, la aprieto. Cuando había deambulado
en mi auto, una parte de mí quería culparlo. La más insignificante, la más pequeña
parte de mí. Dejando de lado cualquier defecto o fallas que vea en él, sé que se
arrancaría el corazón del pecho para salvarla.
―No es tu culpa. ―Me las arreglo a través de mi propia voz ronca.
―¿Cuánto tiempo tenemos?
―Unos cuantos meses, tal vez la mitad del año si tenemos suerte.
Se muerde el labio y asiente un par de veces, entonces me sorprende
ahuecando mi rostro entre sus manos. Con los pulgares limpia mis mejillas.
―¿Dejarás que me quede? ¿Me dejarás tener este tiempo con ella, también?
Asintiendo, me deslizo del capó y enderezo mi blusa. Hay tantos
sentimientos en conflicto cuando se trata de Paul. Pero sé que Neena quiere
conocerlo. Sé, en el fondo de mi corazón, que ella lo querría cerca. Por lo que sin
importar mis reservas, tengo que darle esto a ella. Y la única forma de confiar en
que Paul no desaparecerá es mantenerlo justo bajo mis narices.
―¿Por qué no te mudas con nosotras? Puedes usar la habitación de invitados.
―¿Estás segura?
Dándole una sonrisa triste, digo:
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―Honestamente, no. Pero nos necesitará a los dos. ―No le digo que tal vez
Neena no es la única que podría necesitarlo.
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Capítulo 16
Le decimos la noticia a Marcus, quien lo toma bastante mal, decidimos que
los tres deberíamos sentarnos y notificarle a Neena juntos. No podía dejar que lo
hicieran solos. Recojo a Neena en la casa de Marcus donde ha pasado la tarde con
Mei-Ling, la llevo a casa mientras Marcus cierra el negocio y Clara se va
determinada a comprar todos los alimentos favoritos de Neena para la cena. Creo
que los dos quieren algo de tiempo para sí mismos con el fin procesar y calmarse
antes de que Neena los vea.
Nos detenemos en la calzada cuando Neena pregunta:
―¿Qué pasa?
Fingiendo confusión, contesto:
―¿Qué quieres decir?
―Estás tan callado.
―¿Lo estoy? ―No me había dado cuenta que había estado en silencio la
mayor parte del camino. No puedo dejar de pensar en lo horrible que será decirle
que no soy compatible.
Me mira por un momento, su boca en una línea apretada y plana.
―Por favor, no me mientas. Odio a los mentirosos. ¿Qué pasa?
Maldición, es como su madre. Intuitiva y nunca se conforma con una
respuesta fácil.
―El odio no es una palabra agradable. Solo ha sido un mal día ―admito,
frotándome la nuca. Y no es una mentira. Ha sido un puto día horrible.
Voltea la cabeza, mirando al frente, su voz suena estoica cuando pregunta:
―No eres compatible, ¿verdad?
Jódeme. ¿Qué digo? En verdad no quiero mentirle, pero no estoy seguro que
quiero estar solo cuando descubra la verdad. Soy un cobarde de esa manera.
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―Uh, Neena. ―Empiezo.
―¿Cómo lo tomó mamá? ―Me detiene.
Girando la cabeza así sus ojos se encuentran con los míos, le devuelvo la
mirada y puedo decir que ya lo sabe. Apretando el volante, suelto un largo
suspiro.
―Bastante mal ―admito. Definitivamente mal. Espantoso, de hecho. Y ella
no es la única que se sentía de esa manera. Todos todavía sentimos como que
nuestros mundos fueron sacudidos. Y no en el buen sentido, sino en la clase de
forma de mierda de esto-no-puede-estar pasando.
Está en silencio durante un largo momento antes de quitarse el pañuelo
púrpura, revelando su cabeza calva. Voltea el visor hacia abajo y se mira fijamente
en el espejo, pasando su pequeña mano sobre su suave cuero cabelludo. Es la
primera vez que me deja verla sin el pañuelo y tengo que admitir, es apabullante.
Es una niña de doce años. Debería estar saludable y recortando fotos en revistas de
peinados que le gustan. Eso es lo que se supone que hacen los niños. Dejando caer
su cabeza, sube el visor.
―Si te digo un secreto, ¿me prometes que no se lo dirás a nadie?
―Si, por supuesto.
Inhala profundamente como preparándose para lo que sea que está a punto
de decir.
―Estoy un poco asustada por morir.
Mi cara hormiguea mientras la sangre se drena de ella. Creo que literalmente
acabo de sentir a mi corazón partirse en dos. Ninguna niña debería tener que
pensar en cosas como esta. Tomando su mano en la mía, la aprieto y aclaro mi
garganta, todo el tiempo luchando contra las lágrimas ardiendo en mis ojos. No
soy un llorón, para nada, pero esta niña llega a mí. Mi niña.
―No llores, Paul ―advierte―. Por favor. Sólo necesitaba alguien a quien
poder decirle eso. Mam{, ella simplemente< es siempre tan positiva y sé que es
sólo porque me ama y no quiere rendirse, pero<
―¿Pero qué?
―Sólo necesitaba decirlo< ser capaz de decir que estoy asustada sin que diga
que todo estará bien.
Asiento con comprensión.
―Puedes decirme lo que sea, Neena. Estoy aquí para escuchar.
―Yo sólo< quiero que todos estén bien.
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―Lo estaremos< con el tiempo ―miento, antes de añadir―, eso no significa
que no te extrañaremos como locos todos los días, nena.
La débil sonrisa que me da no hace nada para aliviar el dolor en mi pecho.
Con mucho gusto ocuparía su lugar, tomar su cáncer para mí si pudiera. He
vivido. Ahora debería ser su turno. Cuando Clara se detiene detrás de nosotros,
suelta un largo suspiro.
―Esta va a ser una noche larga ―susurra. Luego abre la puerta y sale,
dejando su pañuelo púrpura atrás.

Las horas han pasado. Marcus y yo estamos de pie en la cocina, bebiendo


cerveza, cuando Clara regresa de revisar a Neena después de que se fue a la cama.
Cuando entra, se ve como un fantasma; su cara pálida, los ojos con líneas oscuras
llenos de dolor. Los tres nos reunimos esta noche para decirle a Neena la trágica
noticia y planeábamos consolarla lo mejor que pudiéramos. Pero Neena, el alma
vieja que es, terminó consolándonos. En verdad es sabia más allá de su edad.
Primero abrazó a Clara, sosteniéndola fuertemente mientras Clara sollozaba.
Luego, cuando Marcus se quedó sin habla, se sentó a su lado y apoyó la cabeza en
su hombro mientras sostenía su mano. Yo traté de mantener la compostura;
después de todo, me pidió no llorar, por lo que hice mi mejor esfuerzo para
mantenerme fuerte por ella. Esta niña podría darnos una lección de fortaleza.
Mientras miraba a Clara y Marcus, pude ver lo que Neena quiso decir cuando
afirmó que tenía miedo de morir. No creo que quiso decir que teme al acto real, al
menos no del todo, sino que le teme a las consecuencias.
Lo entiendo. Tiene miedo de lo que morir le hará a las personas que ama.
Tiene miedo de lo que pasará con su madre cuando se haya ido. Es la niña más
fuerte que he conocido, la persona más fuerte si vamos al caso. Pero incluso las
paredes más fuertes necesitan refuerzo. Qué tan pesada es la carga debe de sentir
saber que te estás deteriorando, sin embargo sientes que necesitas seguir siendo
fuerte por las personas que amas. Me necesita para ser su pilar para que pueda
seguir siendo fuerte. Tal vez no lo pidió específicamente, pero eso es lo que
deduzco de nuestra conversación en el auto. Además, lo siento en mis huesos. Y a
pesar de que estoy destrozado, voy a hacerlo por ella. Le daré la fuerza que
necesita.
―Está dormida ―anuncia Clara.
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―Creo que me voy a casa ―notifica Marcus mientras lanza su botella de
cerveza en la basura―. Mei-Ling estará llorando toda la noche cuando le cuente la
noticia.
―Gracias por estar aquí, Marcus ―señala Clara.
―Lo que sea que necesites, lo que sea que ella necesite, estoy aquí. ―Luego
me mira y agrega―: Eso también va para ti. ―Me estrecha la mano, abraza a Clara,
y se dirige a la puerta.
―¿Quieres quedarte esta noche y conseguir tus cosas mañana, o simplemente
vuelves mañana?
Rascando mi nuca, respondo.
―Regresaré mañana con mis cosas. A menos que quieras que me quede.
Sus ojos parecen desfallecer, también sus hombros caídos.
―Si te pido que te acuestes en el sofá conmigo y me abraces, ¿podrías hacerlo
sin pensar que significa algo?
Me le quedo mirando sin expresión por un momento. Me está pidiendo que
la abrace, ¿acostarme al lado de su suave cuerpo y que la abrace? Estoy
sorprendido.
―Creo que podría manejar eso ―respondo después de un latido.
Sale de la cocina y la sigo a la sala de estar. Está de pie junto al sofá,
esperando a que me acueste primero. Puedo totalmente manejar esto. ¿No puedo?
Quiero decir, creo que puedo. Puedo manejar estar tan cerca de ella de una manera
tan íntima< mierda. Tal vez esto no es una buena idea. Pero tengo que hacerlo. Me
lo pidió. Me necesita. Pateo mis zapatos y tomo mi lugar, deslizándome
rápidamente tan lejos como puedo para permitirle el espacio suficiente a mi lado.
Extiendo el brazo libre en el que no estoy acostado, haciéndole saber que estoy
listo. Inhala con profundidad, liberando el aire lentamente antes de sentarse
tentativamente junto a mí y después se acuesta.
Meneándose de regreso, enrosca su cuerpo en el mío y el olor de lino fresco
me golpea. La mujer todavía huele igual después de todos estos años. Le lleva
unos pocos segundos ajustarse, pero finalmente deja de moverse y parece hundirse
en el acto. Muevo mi mano torpemente hacia arriba y abajo de su cuerpo sin
tocarla. Simplemente estoy colgando en el aire. Mi instinto es envolver mi brazo a
su alrededor, acercarla más hacia mí, pero no estoy seguro si eso es lo que quiere.
Gracias a Dios, Clara responde por mí cuando agarra mi mano y tira de ella a su
alrededor, sosteniendo mi puño en su mano, y apretándolo fuertemente contra su
pecho.
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―Gracias, Paul ―susurra, su voz temblando.
La aprieto con delicadeza.
―De nada, Clara. ―Durante la siguiente hora o algo así, su cuerpo se
estremece mientras llora en silencio, pero no habla. No siempre he sido bueno con
las palabras. Y sería un cliché decir que todo va a estar bien. Esas palabras en un
momento como éste sería aliento desperdiciado. Es justo como Neena mencionó
antes, necesitaba a alguien que pudiera decirle las cosas sin espetar palabras
bonitas a su vez. Clara sólo necesita a alguien que la abrace, que la deje llorar, y
estar enojada. No necesita decirme nada. Solamente necesita sentirme. Con el
tiempo su llanto se calma, y su cuerpo se relaja mientras se queda dormida. Y justo
antes de cerrar los ojos, dejando que el sueño me lleve al intranquilo y oscuro
abismo, susurro:
―Estoy aquí, Clara. Estoy aquí para ti.
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Capítulo 17
Es casi imposible abrir los ojos. No he dormido tan duro en años. Pero estoy
increíblemente cálida al punto de la incomodidad, y tengo que orinar, así que
obligo a mis párpados a abrirse y dejar que entre la luz de la mañana. Mi visión es
borrosa y froto mis ojos. Cuando los abro de nuevo, lo primero que veo es a Neena
con una cámara, apuntando directamente hacia mí. Está usando una gorra negra,
sus perfectos ojos oscuros mirándome mientras sostiene la cámara en su regazo,
con la pantalla inclinada hacia un lado por lo que puedo ver lo que está grabando.
―¿Dormiste bien, mamá? ―se jacta.
―Dormí bien ―gruño―, ¿qué hay de ti, bebé?
Ella sonríe:
―No estás tan despierta todavía.
Ruedo mi cabeza hacia atrás con un suspiro y golpeo mi cabeza contra algo.
Me sacudo mientras Paul gruñe, colocando una mano en su frente donde acabo de
darle un cabezazo.
―Mierda ―jadeo.
―Lenguaje. ―Neena se ríe.
―¿Qué hora es? ―chirria Paul.
Prácticamente vuelo fuera del sofá. No quería quedarme dormida en el sofá
con él. Solo necesitaba< no sé qué demonios necesitaba. Supongo que solo
necesitaba ser abrazada y Paul estaba allí. Pero está claro que eso fue un error. No
quiero que Neena sueñe alguna fantasía de que Paul y yo podríamos volver.
―Son las siete ―responde Neena―. ¿Dormiste bien, pap{? ―Paul se
incorpora, su mirada sacudiéndose de Neena antes de dirigirse a la mía. Mis ojos
se abren. Acaba de llamarlo papá. Supongo que se da cuenta por la reacción de
Paul, ella pregunta―: ¿Está bien si te llamo así?
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Paul se empuja hasta que está sentado derecho. Encontrándose de frente con
la mirada de Neena y colocando una mano en el pecho, sobre su corazón,
responde:
―Sería el honor más grande, nena.
Neena sonríe, luego me mira. Mi corazón quiere romperse en dos. Mi
hermosa niña está enferma, pero aquí está ella, sonriendo. Quiero darle un billón
más de sonrisas en el tiempo que nos queda. Y en algún lugar en el interior donde
había construido un muro para protegerme de Paul James, mi fortaleza se agrieta.
Él está tejiendo su entrada de nuevo. Mi instinto es protegerla, pero ya no puedo
más. Si él la hace sonreír así en un momento enormemente triste, debo dejarlo.
―Tengo que llegar a la oficina ―recito después de un latido.
―Sí ―añade Paul, y se aclara la garganta mientras se levanta―. Creo que iré
por mis cosas más tarde hoy. El hotel tiene una hora de salida tardía. Aprecio que
me dejes quedarme aquí.
―¿Te estás quedando aquí? ―Neena jadea, su emoción es difícil de pasar por
alto.
―En la habitación de invitados ―aclaro.
Neena salta del asiento y se apresura hacia mí, envolviendo sus brazos
delgados alrededor de mi cintura y apretando fuertemente:
―Gracias, mamá ―susurra. Luego abraza a Paul y la sonrisa más grande se
extiende por su cara.
Gracias, él articula.
Le doy una sonrisa pequeña antes de dirigirme al baño, con la esperanza de
no estar cometiendo un gran error.

―¿Mamá? ―pregunta Neena, su tono delicado mientras nos dirigimos a Sky


High.
―Si ―respondo, antes de tomar un sorbo de café de mi taza de viaje.
―¿Qué se siente tener sexo?
Casi escupo mi café por todo el volante y el parabrisas delantero. De alguna
manera logro tragarlo, pero termino tosiendo unas cuantas veces.
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―¿Por qué estás preguntándome esto?
―¿A quién más puedo preguntarle?
Colocando de nuevo mi taza en el posavasos, pongo ambas manos en el
volante, con los brazos tiesos, preparándome para esta conversación:
―Me alegra que me preguntes, cariño. Siempre puedes preguntarme
cualquier cosa. Sólo tengo curiosidad de porqué me estás preguntando.
Se mueve en su asiento, las manos entrelazadas en su regazo, un hábito
nervioso que obtuvo de mí.
―Si te digo por qué estoy preguntando, ¿prometerás no llorar?
Maldición. Ni siquiera sé lo que va a decir y ya quiero llorar solo porque me
está pidiendo que no lo haga. Tomo una respiración profunda para estabilizarme:
―Lo prometo.
―Nunca voy a tener sexo. ―Me da un pequeño encogimiento de hombros―.
No es como que quisiera ahora, sino que un día creo que probablemente lo habría
hecho.
No llores, Clara. Jodidamente no llores. Lo prometiste.
―Quiero saber lo que se siente.
Parpadeando rápidamente, maldiciendo a las lágrimas que están
amenazando con derramarse, me armo de valor.
―Bueno ―empiezo, sin estar del todo segura de lo que va a salir de mi boca
a continuación―, el sexo es algo que realmente es< maravilloso cuando es entre
dos personas que realmente se preocupan el uno por el otro. Cuando dos personas
se aman, siendo capaces de conectarse físicamente entre sí es algo realmente
asombroso.
―¿Qué pasa con las personas que tienen sexo sin amarse?
Amplío los ojos. Definitivamente no he tenido el suficiente café para esta
conversación:
―Supongo que si dos adultos lo están consintiendo, el sexo puede ser bueno
si no se aman, pero definitivamente nada es tan bueno como si lo hacen.
―¿Así que el sexo era realmente bueno con papá?
―Neena ―digo, en voz baja―. ¿De verdad quieres saber eso?
―No los detalles, solo quiero saber si así es como era con él.
Lamo mis labios secos y agarro mi volante con más fuerza. Destellos de
momentos acalorados con Paul pulsan a través de mis venas; su boca, sus dedos
Página 74
bailando por mi piel, los profundos y ásperos gemidos que él dejaba escapar
cuando hacíamos el amor.
―Sí ―contesto―. Fue así con tu padre.
―¿Él fue el único chico con el que has estado alguna vez?
Niego con la cabeza. Como madre, odio admitir a mi hija que he tenido sexo
con más de un hombre. Me ve como esta mujer perfecta. Pero no quiero mentirle.
―No, bebé. No lo fue.
Se ríe un poco. Creo que mi honestidad la sorprende.
―¿Con cuántos?
―¡Neena!
―¿Uno, dos?
―Cuatro.
Ella arruga la cara:
―Eso no son muchos, mamá. Te estás acercando a los cuarenta años. Eso es
solo uno por década.
―Bueno, ¿qué puedo decir? Las edades de uno a diez fueron años difíciles
para mí ―digo, inexpresivamente.
―Bien, ese es un buen punto. Pero sigue siendo un número bajo.
No puedo evitar reír:
―¿Para los estándares de quién?
―No lo sé. De la mujer moderna ―replica―, leí en una revista que la
persona promedio tiene entre ocho a diez compañeros sexuales en su vida.
Tuerzo la boca:
―¿En qué revista leíste eso? ―Al parecer, tengo un déficit en supervisar su
exposición.
―No lo recuerdo ―murmura.
―Bueno, no creo que una persona deba sentir la necesidad de cumplir con
cualquier número definido. Solo porque alguna estadística dice que la sociedad
cumple con un número no quiere decir que tenemos que hacerlo.
―Bueno, estás por debajo del promedio.
―Lo siento si mi número te decepciona, Neena. ―Me río entre dientes.
―¿Crees que papá ha estado con un montón de mujeres?
Página 75
Resoplo. Me estremezco al pensar en ese número:
―Tendrás que preguntarle a él.
―¡No puedo preguntarle eso! ―grita.
Colocando rápido mi luz intermitente y dando vuelta en el estacionamiento
de la oficina, digo:
―Entonces supongo que nunca lo sabremos.
―¿Estás triste porque nunca te casaste?
Estacionando el auto, apago el motor. Está con toda su fuerza hoy,
haciéndome todas las preguntas difíciles:
―Estuve casada ―admito―. Una vez.
Sus ojos se abren al tamaño de platillos:
―¿Qué? ¿Con quién?
―Su nombre era Kurt. Fue hace mucho tiempo.
―¿Cómo pudiste nunca decirme esto? ―La mirada en su cara es de pura
conmoción.
―No me gusta pensar en ello, supongo.
―¿Todavía lo amas o algo así?
Río.
―No ―respondo con firmeza―. Pero lo hice, o< pensé que lo hacía, y me
lastimó mucho.
Neena se desinfla un poco, su diminuta boca curvándose en un ceño
fruncido:
―Qué cabrón.
―¡Neena! ―regaño, a pesar de que no puedo evitar sonreír un poco.
Ella me dirige una pequeña sonrisa:
―Lo siento. Pero suena como uno.
Palmeo su pierna.
―¿Piensas menos de tu madre ahora?
Niega con la cabeza animadamente:
―No, mamá. Quiero saber más sobre ti.
―Creo que he revelado todos mis esqueletos hoy ―digo, mientras abro la
puerta del auto.
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Neena salta también, y mientras desbloqueo la puerta de la oficina, ambas
volteamos ante el sonido de una camioneta entrando en el estacionamiento.
Suspiro en voz alta. Esta niñita, Ashley, es implacable. Vinimos dos horas más
temprano con la esperanza de perder a cualquier periodista.
―Apresúrate y entra ―le digo a Neena. Pero Ashley prácticamente salta de
la camioneta mientras todavía está en movimiento y se apresura detrás de
nosotras―. Ashley ―digo su nombre con firmeza―. Es suficiente de esto. La
respuesta es no.
―De hecho ―dice Neena―. Quiero darle la historia.
Me congelo mientras me quedo mirando a Neena sin comprender.
―¿Qué historia?
―La historia de ti y de papá y sus vidas y cómo llegué a existir.
Ashley, para su crédito, permanece en silencio, pero puedo decir que está
luchando contra una sonrisa. Piensa que ha ganado.
―Neena, tú no<
―Me estoy muriendo ―chasquea, callándome al instante. Nunca me ha
hablado de esta manera―. Tal vez si tuviera toda la vida llegaría a escuchar la
historia de mis padres poco a poco. Incluso si tú no quieres decirme ahora porque
soy joven, podrías contármela un día cuando fuera mayor. Pero eso no va a pasar,
mamá.
―Neena, por favor<
―Quiero compartir esta historia, y quiero escucharla de ti y de papá.
―Podemos contarte la historia. No tenemos que hacer esto del conocimiento
público.
Dando un paso con cuidado hacia mí, mi corazón casi se detiene cuando
levanta la vista y veo las lágrimas llenando sus ojos. Neena casi nunca llora. A
través de todo esto, los tratamientos, la enfermedad, la mala noticia, ella ha sido
fuerte.
―Por favor, haz esto por mí, mamá.
Tirándola hacia mí, y presionando su cabeza en mi hombro, exhalo con voz
temblorosa. Mi dulce niña quiere nuestras historias. Quiere saber el camino que
nos condujo a su existencia. Pero es demasiado joven para entender cómo revivir el
pasado puede ser doloroso. No importa sin embargo. Ya no. Tengo tan poco que
puedo darle ahora mismo, m{s que mi amor y atención. Si esto la har{ feliz<
―Seguro. Si Paul está de acuerdo, lo haremos.
Página 77
Capítulo 18
Por supuesto, Paul estaba de acuerdo. Neena lo tiene comiendo de su mano.
Con una llamada telefónica, todo lo que requirió fue un simple por favorcito y él
estaba de acuerdo. Creo que haría cualquier cosa por ella. Después de la llamada,
pasó por Sky High y recogió a Neena antes de ir a instalarse a mi casa. Los dos son
como dos gotas de agua. Han estado pasando mucho tiempo juntos. Incluso
cuando parece agotada, ella quiere tanto estar cerca de él. He aprendido a darles
espacio. Y él ha sido muy paciente y delicado con ella, especialmente cuando
Neena se exige a sí misma, así que estoy empezando a sentirme mejor acerca de su
tiempo juntos. Es tan feliz cuando está con él. ¿Cómo puedo no amar eso?
Este es el primer fin de semana que puedo permitirme sentarme para una
entrevista, un mes después de que Paul le dio el visto bueno.
―Lo est{s haciendo genial ―me asegura Ashley. Mills me levanta el pulgar
desde su lugar detrás de Zane y la cámara. Marcus está sosteniendo el fuerte por
delante, Ashley, su equipo y yo estamos en una de las más amplias oficinas, que
por lo general está ocupada tanto por Bowman como por Larry, mientras que los
chicos se encuentran afuera con los clientes. Ya hemos hablado de cómo Paul y yo
nos conocimos ese terrible día de hace muchos años, cuando no pude saltar. Pero
ahora quiere saber las cosas sustanciosas. Cosas en las que no he pensado en años.
Cosas que no me había dado cuenta que tenía que contar.
―¿Qué pasó cuando te fuiste a Texas? ―pregunta Ashley. Odio hablar de
eso. Fue uno de los peores días de mi vida. Pero Neena pidió una sola cosa. La
verdadera historia de cómo todo llegó a suceder< cómo llegó a suceder. Así que
comencé a hablar.
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Los recuerdos de hace trece años atrás, y mis primeros contactos con Paul,
fluían en mi mente. Mi intento y fracaso al saltar me dejó furiosa. Qué terrible
experiencia. Paul James era un imbécil arrogante y nunca más quería tener trato
con él. Todo eso me afectó tanto que me fui directamente al hotel, empaqué mi
bolso, y me dirigí al aeropuerto. Es oficial, con mucho gusto vendería mi mitad a
Paul después de esa experiencia.
Durante el viaje en taxi hacia el aeropuerto, llamé a Kurt, pero fue
directamente al correo de voz. Debe estar en una reunión, pensé. Terrible. Lo llamaría
más tarde.
Se necesitaron ocho horas para llegar a casa con transbordo, y cosas así, para
cuando había llegado a ese bendito suelo de Texas, estaba agotada. Lo único que
quería era un baño caliente y a mi marido. Así que realmente esperaba que
estuviera en casa. Durante las horas del largo viaje a casa, me sentí abrumada por
la gratitud. No importaba cuán terrible fuera la vida, tenía salud, a mis amigos y a
Kurt. Nuestro matrimonio no era perfecto, pero lo amaba y sabía que él me amaba.
Se encontraba muy ocupado, pero siempre podía contar con eso. Siempre.
Después de pagar al conductor del taxi, dirigí mis pies doloridos por las
escaleras hasta el apartamento, arrastrando mi gigantesca maleta detrás de mí,
preguntándome qué demonios empaqué. Desbloqueando la puerta, la empujé,
gritando:
―Bebé. ―No fue hasta que estuve dentro que me molesté en mirar a mi
alrededor y vi las velas encendidas Entonces vi a Kurt de pie cerca del sofá, con las
manos en los bolsillos de su pantalón, observándome.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. No me había dado cuenta del daño que este
viaje me había causado emocionalmente hasta entonces. El hombre que mató a mis
padres me dejó la mitad de su negocio. No podía superar ese hecho. Qué
revelación. Mi corazón se hinchó mientras asimilé la habitación, las hermosas velas
y a mi hermoso marido. Él era mi roca; mi estabilidad.
―Est{s en casa ―balbuceó Kurt, su tono incierto.
―Sí. ―Suspiré mientras cerraba la puerta y me arrojaba sobre él. Sus brazos
me envolvieron con cautela―. Te quiero mucho. Gracias por esto.
―Clara ―gruñó mi nombre mientras me apartaba de él―. Necesitamos ha<
―El sonido del inodoro en el baño del pasillo lo interrumpió, lo que me hizo
echarme hacia atrás. ¿Acababa de escuchar eso?
―¿Quién est{ aquí? ―le pregunté mientras el grifo del lavabo se abría un
instante antes de volver a cortar.
Kurt dejó caer su cabeza y se apretó el puente de su nariz.
Página 79
―No es lo que piensas, Clara.
Me lo quedé mirando un momento, esperando que lo aclarase, pero no tuvo
que hacerlo. La mujer alta de largas piernas, con el largo cabello marrón que surgió
del baño y se congeló cuando me vio fue suficiente aclaración. Sus ojos se
dirigieron a Kurt, luego a mí, luego de vuelta a Kurt.
―Sí, es correcto ―dije finalmente―. Soy su esposa, quien apareció de
improviso. ¿Y tú serías<?
―Deberías irte Daisy ―intervino Kurt.
―¿Su nombre es Daisy? ―pregunté con incredulidad.
Daisy, para su crédito, tomó su bolso y se fue. Kurt encendió inmediatamente
las luces y empezó a soplar las velas. Mi corazón se hundió al darme cuenta de lo
tonta que había sido. Creí que eran para mí. ¿Pero cuán estúpido fue eso? Kurt ni
siquiera sabía que iba a llegar a casa. Por supuesto que no eran para mí.
―¿Quién es ella? ―pregunté en voz baja con los dientes apretados.
―Una amiga ―murmuró mientras bajaba la cabeza.
―¿Cu{nto tiempo han estado viéndose? ―Mi rabia sosteniéndome, d{ndome
la fuerza para interrogarlo sin desmoronarme en ese mismo momento. Mi voz era
tranquila y estable, mi mirada directa a pesar de que Kurt miraba hacia cualquier
parte menos a mí. Cobarde.
―No me he acostado con ella ―declaró mientras recogía dos velas y pasó
junto a mí hacia la cocina―. Es una amiga.
Regresando, crucé mis brazos, mi presión arterial aumentando a medida que
pasaba cada segundo.
―¿Entonces siempre sales con tus amigas a la luz de las velas?
Empujando las velas en el armario, cerró la puerta y apoyó la cabeza contra
ella por un momento antes de volverse hacia mí. Mi estómago se volcó cuando su
mirada se encontró con la mía. Podía leer sus pensamientos antes de que hablara.
Ya no me amaba. No como un marido debe amar a una mujer, de todos modos.
―No te he engañado, Clara. Necesito que sepas eso. Pero si estoy siendo
honesto< ―se detuvo y cerró con fuerza los ojos antes de abrirlos de nuevo―, he
querido. ―Finalizó.
Parpadeé furiosamente en un intento de detener las lágrimas, pero cayeron
de todos modos.
―Pensé que las cosas estaban mejor. Pensé que nosotros estábamos mejor.
Pasó una amplia palma por su rostro, cerró los ojos y gimió.
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―No quiero hijos, Clara.
―Pero quisiste intentar también. Estuviste de acuerdo. Pasamos un año
intentando<
―Quería hacerte feliz ―interrumpió―. Tú querías un bebé y pensé que si eso
te hacía feliz, ¿por qué no? Pero entonces cuando lo intentamos y no sucedió<
cambiaste.
―Y comencé a trabajar en nosotros ―me defendí, mi voz ronca por el dolor.
―Sí, pero sentí como si solo cumplieras con las formalidades. Sí, pas{bamos
el tiempo juntos y teníamos sexo, pero podía sentirlo en ti. Estabas dejando pasar
el tiempo hasta que pudiéramos volver a intentarlo otra vez.
―Eso no es cierto ―grité―. He dado lo mejor de mí.
Caminó alrededor del mostrador hasta que estuvo a medio metro de mí.
―Y yo también ―dijo en voz baja―. Pero a veces ―suspiró con el ceño
fruncido―, eso no es suficiente.
―Kurt ―susurré su nombre muy suavemente, diciendo una súplica para que
no hiciera esto. Y a pesar que podía extender la mano y tocarlo, podía abrazarlo,
arañarlo, o desgarrar su carne con mis dientes< eso no habría importado.
Él ya se había ido.
―Voy a quedarme con mis padres por un tiempo. Me gustaría conservar el
apartamento, pero sé que vas a necesitar algo de tiempo para hacer los arreglos.
Con eso, se dirigió de nuevo a nuestro dormitorio y comenzó a empacar sus
cosas. Me senté en el sofá, llorando, sosteniendo mi rostro entre mis manos,
preguntándome si algo podría lastimarme tanto como esto. No tenía idea, muchos
años después, descubrí lo que era el dolor en realidad.

Ashley se echa hacia atrás en su asiento, visiblemente incómoda, su boca en


una línea apretada. Es muy joven; apenas se encuentra en el último año de
secundaria. Dudo que incluso pueda comprender la magnitud de la historia que le
estoy contando. O, tal vez pueda. Tal vez no esperaba esta brutal honestidad o tan
detallada.
―Kurt parece un idiota ―conjetura.
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Casi me ahogo con mi saliva cuando me río. Así que entiende… m{s o menos.
Hubo un tiempo en el que recordar aquella conversación con Kurt me enviaba a un
mar de lágrimas, pero ahora, parece como si hubiese ocurrido en otra vida.
Al ver mi reacción, Ashley se ríe, pero está determinada. Quiere la historia,
por lo que continúa.
―Entonces, ¿qué pasó después? ¿Qué te trajo de vuelta a Virginia?
―Supongo que decidí que necesitaba un cambio. ―Tomé un sorbo de café
antes de continuar.

Dos días después, el lunes por la mañana, estaba de vuelta en el trabajo, pero
solo físicamente. Mi mente estaba en otra parte. Trabajaba en una prominente
oficina de ortodoncia en el área de Dallas. Me encantaba. Era especial ver a alguien
entrar con una sonrisa que odiaba y llegar a verlos al día siguiente con sus aparatos
dentales. Especialmente a los adultos. Fueron personas que pasaron su vida
ocultando sus dientes, la mano ahuecada sobre su boca, con miedo a sonreír
genuinamente, quienes ahora dejaban la oficina sintiéndose como nuevas
personas. Ver a los niños era genial, pero los adultos lo apreciaban mucho más.
Sabían lo mucho que significaba. Al margen del trabajo, amaba a mis compañeras
de trabajo. Estaban locas, y eran así cada día, incluso los malos, pasaban volando.
―Parece que est{s usando capris, Vanessa. ―Notó Ally. Vanessa bajó la
mirada hacia su pantalón desde donde estaba parada frente al microondas,
calentando su sopa. Vanessa mide un metro setenta y seis, con sus piernas
conformando la mayor parte de su altura. Se rió ante la declaración de Ally, su
grande, brillante y radiante sonrisa blanca contra su piel moca.
―Se encogieron en la secadora ―argumentó.
―¿Seguro que no est{s usando uno de los pantalones de tus hijos?
―continuó Ally.
―C{llate, Ally. ―Rió Vanessa―. Empezaron como pantalón y ahora son
capris. Estás celosa. No tengo que conseguir una escalera para sobrepasar el metro
veinte de altura.
―No soy tan pequeña ―señaló Ally, y le arrojó una papa frita a Vanessa
mientras se sentaba con su emparedado. La papa aterrizó en el pecho de Vanessa,
su amplio pecho impidiendo que se deslice.
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Ambas estallaron en carcajadas antes de que Vanessa tomara la papa y la
metiera en su boca.
―Gracias por la papa.
Ally desenvolvió su emparedado de pavo.
―Casi no quiero comer ―nos dijo―. Tuve a Benji Rickman como mi último
paciente esta mañana.
―Eso es duro ―señaló Vanessa mientras soplaba suavemente sobre la
cuchara de sopa.
―Juro, creo que el chico nunca se cepilla los dientes ―dijo a Ally, su acento
del sur marcado, especialmente cuando se exaltaba por algo―. Quité suficiente
comida de sus aparatos como para alimentar a un país del tercer mundo. Y estoy
bastante segura de que comió SpaghettiOs1 en el desayuno.
Vanessa dejó caer la cuchara en su plato de sopa, mirando molesta a Ally.
―¿Tienes que hablar de eso mientras estoy comiendo? ¿De verdad?
Ally resopló con la papa frita que acababa de meter en su boca, sus ojos
azules llenos de alegría.
―Lo siento. Quería que ambas compartan mi dolor. ―Se encogió de
hombros―. Sus encías se hincharon sobre los aparatos. Sangraba como un cerdo
relleno.
Vanessa se echó hacia atrás en la silla y cruzó los brazos debajo de sus
descomunales pechos. Ally echó la cabeza hacia atrás, meándose de la risa. Lo que
adoraba más de mis compañeras de trabajo era que podíamos decirnos cualquier
cosa la una a la otra. No había ninguna vergüenza.
―Est{ a punto de hacerme perder mi religión ―me dijo Vanessa. Sonreí un
poco para demostrarle que la escuché, pero realmente no la estaba escuchando. Me
sentía como un zombi. La histeria habitual hoy no era suficiente. Todo lo que podía
pensar era en cuán rápidamente mi vida se estaba desintegrando.
Se hizo un silencio entre nosotras y cuando levanté la mirada, vi a Vanessa
dándole a Ally una mirada mordaz mientras Ally negaba con un gesto.
―¿Qué? ―pregunté. Ambas me miraron luego de vuelta la una a la otra―.
¿Qué? Hablen ―exigí.
―Cuéntale ―insistió Vanessa.

1
SpaghettiOs: Marca de espaguetis en lata norteamericana.
Página 83
Ally dejó caer su cabeza y la apoyó sobre la mesa por un momento. Cuando
la volvió a levantar, la incertidumbre era intensa en sus ojos.
―Um< cuando te fuiste la semana pasada< ―hizo una pausa, inhalando y
exhalando con dificultad―, Jeb y yo fuimos a Ft. Worth. Nos detuvimos para
almorzar y nos sentamos en el bar mientras esperábamos por una mesa. Jeb los vio
primero.
Ladeé mi cabeza hacia un lado mientras la miraba con los ojos entrecerrados.
Jeb es el marido de Ally. Ellos estaban asquerosamente enamorados y en ese
momento los odiaba por eso. Bueno, no realmente, pero un poco. Me negaba a
preguntarle a quién vio Jeb. En el fondo, ya lo sabía.
Ally le dio a Vanessa otra mirada incómoda.
―Vieron a Kurt con una morena ―declaró finalmente Vanessa, ganando una
dramática puesta de ojos en blanco de Ally.
―Maldición, Nes.
―¿Qué? ―preguntó Vanessa, masticando la galleta salada en su boca―. No
hay que endulzarlo.
―Estaba tratando de decirlo con delicadeza. ―Ally regresa su atención a
mí―. Jeb y yo podríamos estar completamente equivocados, Clara, pero lucían<
íntimos.
Apartando mi ensalada, me senté rígidamente.
―Ya lo sabías, ¿verdad? ―cuestionó Vanessa, estirando su mano a través de
la mesa y apretando mi brazo.
―¿Lo sabías? ―preguntó Ally, abriendo mucho los ojos.
―Me lo dijo el viernes en la noche. O, m{s bien, los descubrí y luego él me lo
dijo.
―Qué pedazo de mierda ―jadeó Ally―. ¿La tenía en tu apartamento?
Asentí y luego hizo un sonido de pfff.
―Jura que no se han acostado.
La boca de Ally estaba abierta.
―Déjame sorprender a Jeb en nuestra casa con otra mujer. Y se repetiría la
mierda de Lorena Bobbitt.
―Ese tipo terminó en el negocio de la pornografía. Ya sabes, después de que
se lo volvieron a implantar quirúrgicamente. No estoy segura de que resultara
como Lorena lo había pensado ―argumentó Vanessa.
Página 84
―Estoy bastante segura que si a un hombre le cortan el pene obtiene su
castigo, no importa cu{n jodido porno consiga al final ―señaló Ally.
―Ally. ―Vanessa resopló, bajando la cabeza para ocultar su sonrisa―. Estás
tan< mal, en muchos niveles.
La mayoría de las veces, Vanessa era una mujer de gran estima. En raras
ocasiones se equivocaba. Imaginaba que se parecía a Ally y a mí antes de tener
hijos, pero sus hijos eran su vida, y trabajaba mucho para vivir correctamente tanto
en el pensamiento como en la acción. Trataba de ser un ejemplo, no solo para sus
hijos, sino para todos. Ally simplemente sabía cómo empujar sus botones. De todas
formas, admiraba a Nes. Observándola con sus hijos me hacía desear uno mío tan
desesperadamente; no solo para sentir ese nivel de amor, sino para darlo. Eso era
hermoso.
Ally también era una persona maravillosa, tenía una mente sucia y
pervertida. Pero era de lejos, una de las personas más brillantes que he conocido,
tanto de mente como de espíritu. Podía tomar la peor situación y hacerla risible.
Las adoraba a las dos como amigas. Era raro encontrar personas a las que pudieras
contarle tus secretos más oscuros y saber que no solo no van a juzgarte, sino que te
ayudarán a encontrar el lado positivo de las cosas.
―No pienso amputarle alguno de sus miembros, señoras ―interrumpí.
―Entonces< ¿qué pasó? ―preguntó Ally. Mis ojos se llenaron de l{grimas
con la pregunta, y las limpié rápidamente.
―Ya no est{ enamorado de mí ―dije con voz {spera, mi labio inferior
temblando―. Nos estamos divorciando. ―Fue en ese momento que me di cuenta
del infierno que serían los próximos meses de mi vida< tal vez incluso años. Por
supuesto, la gente que conocía y se encontrara con Kurt y su nueva novia, me
informaría. Sobre todo los amigos. E incluso si no lo hacían, era solo cuestión de
tiempo antes de que yo misma me encontrara con ellos y eso era algo que no podía
soportar.
Miré a mis chicas. Ninguna de las dos sabía realmente qué decir. En lugar de
hablar, acercaron sus sillas a la mía y se turnaron abrazándome mientras yo
lloraba. Cuando logré calmarme un poco, les dije sobre mi viaje a Virginia y el
negocio que me dejaron.
―Ahora, ¿qué demonios se supone que debo hacer? ―hipé.
Página 85
Capítulo 19
―Bien, claramente decidiste venir aquí. ―Ashley apunta, mirando el
cuaderno en el que ha estado escribiendo―. ¿Cu{l sería el motivo?
Todos esperan por mi respuesta. He estado sentada en una misma posición
durante demasiado tiempo. Me ajusto en mi asiento y aclaro mi garganta. No
puedo evitar sonreír un poco, a pesar de que en el momento sentí como que mi
alma estuviese siendo aplastada.

―¿Quién se tiró un pedo? ¿Vanessa? ―interrogó Ally retorciendo su cuello


para mirar a Vanessa.
―No fui yo ―murmuró. Estaba sentada en el asiento trasero, con la cabeza
relajada en el reposacabezas, mientras dormitaba con una de esas máscaras de
dormir.
―Este tr{fico es terrible ―gemí. Est{bamos a treinta minutos de Sky High
Skydiving cuando dimos con tráfico y no se había movido en más de una hora.
Estaba agradecida por su compañía en el viaje, sobre todo porque ellas solo eran
capaces de permanecer dos días debido a que tendrían que volver al trabajo.
Cuando les había dicho mis planes, no los cuestionaron, me iban a ayudar. Al
principio, no estaba cómoda con imponerme en sus vidas. Pero Ally me había
tranquilizado r{pidamente, indicando que “Jed es un hombre jodidamente crecido.
Puede mantenerse por su cuenta durante un par de días”. Vanessa también estaba
a bordo. Conociendo cómo ―comprensiblemente― estaba unida a sus hijos,
esperé hasta el fin de semana, el momento en el que su marido propuso visitar a
los abuelos.
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―Podríamos haber volado, si alguien no tan asustada hasta la mierda de los
aviones ―comentó Ally, torciendo su boca. Era obvio que ella estaba hablando de
Vanessa, que estaba aterrada de volar.
―No quiero morir ―declaró simplemente.
―Hay, como, una posibilidad entre un millón de que mueras en un accidente
aéreo. Tienes mayor probabilidad de morir en un accidente de coche ―argumentó
Ally mientras bajaba la ventanilla y escupió su chicle fuera como si estuviese
arrojando un gran pegote de saliva viscosa.
―Eso fue propio de una dama ―dije con sequedad, a lo que a Ally me sacó
la lengua.
―Sin embargo, un coche est{ en el suelo ―murmuró Vanessa, volviendo al
tema anterior.
Ally me miró y negó con la cabeza. Tenía enormes gafas de sol marrones que
hizo a su cabeza verse mutante y pequeña y aunque no pude ver sus ojos, sabía
que los estaba rodando. De alguna manera logré reír en voz baja.
―Deja de fanfarronear, Ally ―advirtió Vanessa. Incluso con el antifaz
puesto, sabía que estábamos riéndonos de ella, lo que solo nos hizo reír más.
Rompimos a reír cuando puse el coche en marcha porque el tráfico comenzó a
moverse. Por desgracia, solo nos movimos un poquito antes de detenernos de
nuevo. Pero, hurra, nos acercamos.
―Es bueno verte sonreír, Clara ―dijo Ally―. Ha pasado un tiempo.
Por alguna razón la declaración me dio ganas de llorar, pero lo combatí.
Habían pasado cinco semanas desde que Kurt me abandonó y no me sentía mejor
al respecto. Sí, él era un idiota importante, pero lo extrañaba. Odiaba la idea del
divorcio. Odiaba que hubiera fallado, o más bien fallamos. Era mi marido. Lo
amaba. No estaba dispuesta a renunciar a él. No me había ido cuando habíamos
fallado en tener un bebé. Y nuestro fallido matrimonio era algo en el que
tontamente seguía trabajando. Así que no abandonaría sin darle una oportunidad
más. Tenía que intentarlo. Así que lo llamé, no respondió. Entonces lo llamé de
nuevo. Sin respuesta. En ese momento, no voy a mentir< dolió como el infierno.
Después de tres semanas y tres correos de voz por fin regresó mi llamada y estuvo
de acuerdo a reunirse conmigo para el café.
Llegué a Mean Bean Coffee Shop veinte minutos antes y llegó con media hora
de retraso, como si no estuviera sintiéndome lo suficientemente patética por
rogarle para reunirse conmigo. Al sentarse ni siquiera me miró a los ojos, eso me
destrozó.
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―Gracias por venir ― alcancé a decir.
―Solo tengo diez minutos. Tengo que volver al trabajo.
La sangre se drenó de mi rostro mientras una nueva ola de dolor me invadía.
¿Diez minutos? ¿Eso era todo lo que podía disponer para mí? Maldición, eso duele.
Nunca me había sentido tan descartada en mi vida. Incluso si no quería estar
conmigo, ¿no podía mostrar algún tipo de< emoción? ¿Un poco de respeto? Era su
esposa, y habíamos pasado años juntos. ¿No me lo merezco?
Empujé hacia abajo el dolor e inhalé profundamente.
―Te extraño. ―Era difícil de decir. No porque no fuera verdad. Era muy
cierto. ¿Por qué lo echaba de menos? No tenía ni idea, especialmente cuando
estaba actuando de forma tan cruel. Olvida eso. Sabía por qué era tan difícil de
atravesar. Había perdido a mis padres a través de un cruel giro del destino. No
tomaba el hecho de ser dejada muy bien. Estaba sola. También era duro, porque
me estaba abriendo a él. Le estaba entregando el poder para intencionalmente
herirme más despidiéndome o menospreciando mis sentimientos. Por no hablar de
mi orgullo. Su rechazo sería el golpe de gracia a toda la dignidad que me quedaba.
Cerró los ojos por un minuto antes de abrirlos de nuevo y encontrarse con mi
mirada, como si le estuviese agotando.
―Daisy est{ embarazada.
Me quedé dura.
A veces, algo que duele tanto, y el dolor es por consiguiente mucho, tu
cuerpo y la mente de alguna manera se cierran a ello. Así que esto era lo que
significaba estar conmocionada. Estaba conmocionada. Con el rostro desencajado.
Sabía lo que esa noticia me estaba haciendo, la forma en que me estaba
matando.
―Todavía est{ de muy poco ―continuó, sin ningún cuidado en el mundo―.
Solo un par de semanas. Ayer se hizo la prueba. Pensé que deberías saberlo. Tal
vez ahora las llamadas se detendrán.
Cuando no respondí, debió haber notado lo cruel que había sonado. Me hizo
ver como un molesto vendedor por teléfono. Tal vez ahora las llamadas se detendrán.
Luego pasó a asegurarme que no habían dormido juntos, hasta después de nuestro
divorcio. Pero igual de rápido que su integridad se había presentado, se fue en el
chasquido de un dedo, y me informó que se iba a mudar a nuestro apartamento
con él. Que estaba en busca de un nuevo hogar, porque estaba cansado de
permanecer en su pequeño estudio. Supongo que no se quedó con sus padres
como había dicho que haría. En algún momento, a pesar de mi incapacidad para
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responder a sus noticias con palabras, mi cuerpo se sacudió y mis ojos se llenaron
de lágrimas. Fue entonces cuando decidió hacer su salida.
―Lo siento, Clara, pero me tengo que ir. ―Síp. Yo estaba en el mismo nivel
de importancia que un maldito vendedor por teléfono. De pie, sacó un gran sobre
de papel de su maletín y lo colocó sobre la mesa―. Podemos ahorrar mucho
dinero si no se discute el divorcio. Estoy feliz de pagar por él, si ese es el caso. Solo
necesito tu firma para el acuerdo de separación.
Cuando se volvió para irse, me entró el pánico. No quería que se fuera, pero
sabía que se había terminado. Ya no me quería. E incluso si lo hiciera, no había
vuelta atrás. Había hecho las decisiones irrevocables. No importaba lo mucho que
lo amaba, había algunas cosas que una persona no podía pasar por alto. Me entró
el pánico porque no podía soportar la idea de verlo marcharse, creyendo que era
patética; creyendo que solo iba a estar cruzada de brazos suspirando por él y
llorando hasta dormir cada noche. No podía soportar parecer débil.
―Me estoy mudando a Virginia ―espeté. Se volteó, inclinando la cabeza
hacia un lado, interrog{ndome―. No estoy vendiendo el negocio. Me estoy
mudando allí y empezando de nuevo.
En mi breve tiempo con Paul James y su pequeño amigo, no me había dado
cuenta de mi capacidad de odiar una situación. Eran simplones desarrollando un
trabajo a medias. Pero tan horrible como eran y tan aterrador y arriesgado como
era mudarse a Virginia para empezar de nuevo, era insignificante en comparación
con lo verdaderamente horrible de permanecer en Texas, donde estarían Kurt y su
novia embarazada.
―Pensé que no querías trabajar allí, ¿que era demasiado doloroso?
De pie, tomé el sobre y me acerqué. Estaba temblando, apenas
manteniéndome firme. Su noticia me había destruido. Tomó toda mi fuerza para
mantenerme fuerte; para evitar que mi cuerpo temblase de emoción. Pero de
alguna manera me las arreglé. No hice caso de su declaración. Ya no conocía mis
sentimientos, nunca más.
―Me voy al final del mes. Voy a estar fuera del apartamento para el día
veintinueve. Luego Daisy y tú pueden mudarse y comenzar su vida juntos. Me
aseguraré de que tu abogado recibe mi información de reenvío.
―Clara ―dijo mi nombre como si no comprendiera.
Mi abuela, que me crió, siempre dijo en momentos como este, que cuando
quieres gritar y gritar debes tomar el camino fuerte. Matarlos con amabilidad, diría.
Me gustaría decir que hago caso de este consejo a menudo, pero eso sería una
estupidez. Francamente, rara vez tomé el camino fuerte, pero esta vez lo hice.
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Parándome en puntillas, sostuve su hombro con una mano mientras le di un casto
beso en la mejilla. Apoyada de esta manera, mi boca estaba pegada a su oreja y le
susurré:
―Te deseo toda la felicidad del mundo.
Salí y no mire hacia atrás. En el momento en que llegué a casa, llamé a
Richard Mateo y le informe que no estaría vendiendo mi mitad del negocio.
―El GPS dice diez minutos ―anunció Ally, sac{ndome de mis recuerdos.
―Alabado sea Jesús ―se quejó Vanessa―. Nunca he tenido tantas ganas de
orinar en mi vida.
―A excepción de la última vez que tuviste que orinar hace dos horas,
cuando dijiste exactamente lo mismo ―respondió Ally, mirando por el espejo
retrovisor. Vanessa se quitó la máscara y se la arrojó, golpeándola en el hombro.
―Bien chicas ―interrumpí―. Prep{rense. El tr{fico se est{ moviendo de
nuevo, así que vamos a estar allí pronto. Y estos chicos son imbéciles.
―¿No saben que vas a venir? ―preguntó Vanessa.
―A menos que el señor Mateo les haya dicho, no.
―Bueno. ―Suspiró Ally―. Esto debe ser interesante.
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Capítulo 20
Dos semanas después de la primera entrevista de Clara, un miércoles por la
tarde, estoy sentado frente al comité acné, para relatar mi pasado.
―Pareces nervioso ―observa Ashley mientras Mills fija el micrófono en el
cuello de mi camiseta.
―¿Ah sí? ―resoplo―. ¿Has hecho muchas entrevistas en tu gran carrera de
periodismo? ¿Quién es la última persona que entrevistaste? ¿La cocinera?
¿Cubriendo la increíble historia de las altas calorías en la escuela?
Entrecierra los ojos hacia mí.
―No es mi experiencia al entrevistar la que me lleva a creer que est{s
nervioso.
―¿Oh, no? ¿Entonces qué te hace creer que estoy nervioso?
Enarcando una ceja, replica:
―El brillo de sudor en tu frente. La forma en que la luz la hace relumbrar,
casi me está dejando ciega.
Los chicos se rieron.
No puedo evitar reír ligeramente. Aunque sea una chica joven es una
sabelotodo.
―Entonces, ¿cómo funciona esto?
―Yo hago las preguntas y tú respondes.
―¿Cómo le fue a Clara?
Ashley sonríe con tristeza.
―Lo hizo bien. Cubrimos muchos temas< duros.
―¿Oh, sí? ―Alzo las cejas, pregunt{ndome de qué temas duros habló.
Vi a Clara justo antes de venir aquí, pero no hizo contacto visual conmigo. Se
alejó comentando que tenía recados pendientes, algo que sabía era mentira, y que
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nos veríamos más tarde en su casa. Desde que me mudé, las cosas han estado un
poco< apagadas. Pensé que, tal vez, aún se estaba sintiendo extraña por
quedarnos dormidos juntos en el sofá. Esa sería mi única conjetura al por qué me
está evitando. Neena había insistido en quedarse conmigo, pero después de unos
minutos se cansó, así que Marcus tuvo que llevarla a la oficina de Clara para que
pudiese tomar una siesta.
―Bueno, ¿por dónde quieres que empiece?
―¿Qué tal sobre<? ―Ashley se golpea la mejilla con el l{piz mientras
comunica―: El día que volvió a Virginia y descubriste que era tu nueva
compañera.
Me reclino en la silla, dejando salir un largo suspiro. Menudo día fue ese.
―Entonces, ¿simplemente empiezo a contarlo?
―Sí, te detendré si tengo alguna pregunta.

Habíamos entrado para nuestro último salto del día. Marcus estaba
esperando en el frente con los cheques de todo el mundo. Bowman entró
corriendo, tomó el suyo y se despidió con la mano. Iba a una cita esa noche y tenía
prisa. Sap pasó detrás de mí, tomando un gran trago de su petaca mientras lo
hacía. Sin una palabra, se acercó hacia Marcus y se la ofreció. Marcus tomó la
petaca y Sap tomó su cheque. Había trabajado aquí desde que mi tío empezó a
dirigir el local, me imaginé que el viejo loco nunca se retiraría. Esta mierda le
gustaba demasiado. Marcus echó la cabeza hacia atrás y apenas fue capaz de tragar
el sorbo antes de que empezase a toser y a ahogarse.
―¿Qué demonios es? ―pregunté.
―Un poco de alcohol ilegal que hizo mi primo. ―Sap se rió y le dio unos
golpes en la espalda a Marcus, su rostro se había vuelto de rojo intenso.
―Quiz{s una pequeña advertencia antes la próxima vez, viejo bastardo
―logró decir Marcus―. Pensé que era bourbon. ―Deslizó por la mesa un trozo de
papel hacia mí―. Hoy encontré esto. Parece que tienes un nuevo compañero.
No había sabido nada de Richard en semanas y la última vez que hablamos,
había asegurado que creía que mi potencial copropietario para Sky High Skydiving
iba a vender.
―¿Decidieron no vender?
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―El sobre estaba franqueado hace dos semanas. Tal vez lo hubieses sabido si
abrieses el correo electrónico alguna vez.
―Hago el trabajo ―argumenté―. No el papeleo. Adem{s, pensé que lo
harías una vez que Dennis muriese.
―Soy asesor contable. No una secretaria.
Marcus había trabajado para mi tío años antes de que yo lo hiciese. Era un
niño de acogida que había dado tumbos de una casa a otra. Supuestamente,
Marcus era un niño sensible. Crecer con su condición le había garantizado mucha
atención no deseada y acoso inmerecido. Había entrado en la oficina de mi tío,
suplicando por un salto gratis. Cuando mi tío le dijo que no, Marcus regresó esa
noche y rompió todas las ventanas de la oficina del frente. Ese fue el segundo
arresto de Marcus y, por supuesto, mi tío debería de haber presentado cargos, en
cambio, lo adoptó. Dennis Falco era un hombre al que respetaba en muchos
niveles. Siempre me había tratado como un hijo y ayudado a mi madre, su
hermana, ante el abandono de mi padre. Cuando mi carrera como especialista
acabó, me había recibido con los brazos abiertos. Saltar en paracaídas era un
subidón increíble, algo que había necesitado desesperadamente en ese momento.
Esto era perfecto para mí.
―Bastante seguro de que en su última voluntad te declaró ―bromeé.
―Tal vez necesitamos contratar a alguien ―continuó Marcus, ignorando mi
broma.
―Sí, tal vez. ―Resoplé―. Pero nada de chicas sexys ―advertí―. Nunca
lograremos que Dirty Sap salga de la oficina. Estaría aquí flirteando con ella todo el
día. ¿No es cierto Sap?
Pero Sap no estaba prestando atención. Estaba mirando por la gran ventana
del frente hacia el estacionamiento, una sonrisa apareció en su barbudo rostro
arrugado.
―Sí que lo haré<
Solté mi bolsa mientras veía a Clara, alias señorita Gallina, y otras dos
mujeres caminando hacia la puerta.
―Oh mierda ―gimió Marcus―. Me pregunto qué quiere.
Seguro que la mujer era de las que dejaba huella. Después de que se hubiese
alejado enfadada, nos habíamos reído mucho por ello. ¿Qué más podíamos hacer?
Era obvio que no tenía sentido del humor y un gran palo metido en el trasero. Una
de las mujeres que la acompañaba, alta de piel negra, pasó zumbando a su lado y
entró corriendo por la puerta.
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Estaba dando saltitos como una niña de dos años mientras preguntaba:
―¿El sanitario?
―Solo para clientes ―respondió Marcus mientras salía de la silla y se movía
para estar a mi lado.
―Tengo muchas ganas de hacer pis, se me van a salir los ojos, señor
―discutió con una muestra de actitud―. Así que, a menos que quieras que me
haga pis aquí mismo en tu suelo, me dirás dónde d-e-m-o-n-i-o-s está el baño.
Marcus y yo nos miramos el uno al otro. ¿Esta chica era real? ¿Quién diablos
deletrea demonios?
―Tercera puerta a la derecha, por este pasillo ―contestó Sap, aún sonriendo.
Maldito bastardo.
Mientras la mujer arrasaba entre nosotros como un defensa, Clara y la otra
entraron. Clara tenía el cabello recogido en un moño desordenado y llevaba un
extraño pantalón de yoga, con una camiseta blanca sin mangas. La pequeña mujer
con ella vestía un pantalón corto negro, después me di cuenta de que tenía Juicy
escrito en la parte de atrás, y una enorme camiseta de deporte con la imagen de
una calavera. Cuando entraron, la pequeña mujer miró alrededor. Clara se
encontró con mi mirada de muerte y cuadró los hombros.
―Señor James.
Casi la llamé por mi apodo favorito. Durante los días que nos reímos de ella
por su salto fallido, la llamamos fiera. Dudaba que lo recibiese bien, así que,
cruzándome de brazos, contesté:
―Ese sería yo.
Lanzándole una mirada a Marcus, hizo una mueca con la boca y puso los ojos
en blanco antes de mirarme de nuevo.
―Estoy segura de que me recuerda.
―Te recuerdo ―intervino Sap, meneando las cejas un par de veces.
La mujer al lado de Clara resopló una risa ante sus palabras. Justo en ese
momento, la alta volvió del baño. Se detuvo, miró a Marcus y comentó:
―No tienes papel higiénico.
Marcus le frunció el ceño.
―Nos ocuparemos de ello.
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―¿Así que es esto? ―preguntó la mujer alta mientras giraba lentamente,
observando la habitación―. Necesita una pequeña renovación, pero lo
conseguirás.
―¿Disculpa? ―Reí antes su estúpido comentario.
―Solo necesita algo de amor y cariño. ―Clara suspiró mientras también
miraba alrededor.
―¿Dónde est{ el sanitario, Vanessa? ―solicitó la mujer pequeña.
―Por el pasillo, tercera puerta a la derecha. Pero necesitan poner algo de
papel higiénico.
La mujer pequeña me miró, luego a Marcus, ambos estábamos de pie con los
brazos cruzados. Ninguno se ofreció a reabastecer el sanitario para ella, ni lo
haríamos. ¿Quién demonios eran estas mujeres y por qué había vuelto la fiera?
―Ven conmigo, querida ―indicó Sap mientras señalaba el pasillo con una
mano―. Te conseguiré lo que necesitas.
¡Maldita sea, Sap!
Mientras la guiaba por el pasillo, dio dos pasos tras ella, se detuvo, giró la
cabeza, frunciendo el ceño confundido. ¿Juicy?, casi hizo la pregunta en voz alta
antes de girarse y seguirla. Marcus me dio una mirada pícara y sonrió de medio
lado con humor. Obviamente le estaba mirando el trasero. Sap era un viejo verde,
pero le queríamos.
―¿Así que este es el tipo? ―cuestionó la alta mientras me señalaba con el
pulgar. Antes que Clara pudiese responder, añadió―: Gran día, chica. No estabas
mintiendo sobre lo atractivo que es.
A Clara casi se le salieron los ojos de las órbitas mientras se sonrojaba.
―¡Vanessa! ―murmuró, mientras golpeaba a su amiga en el brazo.
―¿Qué? ―gimió Vanessa mientras se frotaba el brazo―. Lo dijiste.
No pude evitar burlarme.
―¿Escuchaste eso, Marcus? Soy atractivo.
Clara cerró los ojos y tomó una gran bocanada de aire, obligándose a no
responder a mi provocación. Marcus batió las pestañas hacia mí y se rió, empezó a
toser porque quería reírse abiertamente y estaba luchando contra ello. La que
conocíamos como Vanessa se acercó y le levantó sus brazos sobre la cabeza,
golpeándole en la espalda.
―S{calo, pequeño ―ordenó.
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Inmediatamente Marcus se liberó y se volvió hacia ella.
―¿Qué demonios est{ haciendo, señora? ―cuestionó ahogadamente.
―Cuando mis niños tosen de ese modo, levanto sus brazos sobre la cabeza y
ayuda a que vuelvan a respirar.
―¡No soy un niño, señora! ―recriminó casi sin voz.
―Solo estaba tratando de ayudar ―defendió Clara a su amiga, con las manos
en las caderas.
―Bueno, no quiero su ayuda ―farfulló Marcus.
Clara negó con incredulidad.
―Est{ bien. Vanessa ―señaló con dureza―. ¿Por qué Ally y tú no van a
tomar algo mientras doy un vistazo? Vi una tienda en la carretera. ―Luego miró
hacia mí, con una mueca en la boca, mientras provocaba―: Necesito algo de
tiempo para llegar a conocer a mi nuevo compañero de negocios.
Ampliando los ojos, dejé la boca abierta. Joder. Marcus me miró, con los ojos
hacia arriba como si se hubiese quedado atascado poniendo los ojos en blanco.
―De ninguna manera ―atacó.
La habitación se quedó en silencio solo un pequeño instante, hasta que la risa
ronca y áspera de Sap vino del pasillo, matando el silencio. Aparentemente
escuchó el último comentario de Clara y lo encontró increíblemente divertido.
Entró, aún riendo, le temblaba el cuerpo mientras trataba de controlarse, pasando
la mirada de Marcus a mí. Acercándose a Clara, se tocó el sombrero desgastado y
dijo:
―Bueno, bienvenida a la familia, dulzura.

―¿Así que heredaste la otra mitad del negocio? ―pregunta Ashley, mirando
a su libreta.
―Mi tío quería mantenerlo en privado hasta que Clara tomara su decisión.
No supe hasta más tarde el porqué.
Ashley alza un poco la mirada, con la cabeza todavía gacha, mientras
continuaba garabateando en la libreta.
―¿Y por qué fue?
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Odio, y siempre he odiado, saber exactamente cuál era la relación de mi tío
con Clara. Me repulsa saber por qué le dejó la mitad de su negocio.
Frotándome las manos en el pantalón, respondo:
―Creo que esa es la historia de Clara para contar. No la mía.
―Bastante justo. ―Asiente Ashley―. Así que Clara llegó, averiguaste que era
tu socia< ¿y qué pasó luego?

Le di, lo más alejado a un emocionante paseo por la oficina y una descripción


básica de todo. Escuchó, tomó notas en un bloc y no me dirigió ni una palabra. Al
final del paseo, volvimos a la oficina y me desplomé en la silla, poniendo los pies
sobre la mesa.
―Tengo curiosidad ―empecé―. ¿Por qué mí tío de dejó a ti la mitad de su
negocio?
―Me lo he preguntado yo misma unas cuantas veces ―resopló.
―¿Eras su<? ―No acabé el pensamiento. ¿Amante? No. Incluso entonces
sabía que eso no podía ser. Tío Dennis era un semental en la flor de la vida y era
raro que mantuviese algo de este calibre para sí mismo, casi en secreto, durante
tanto tiempo; pero dudaba que pudiese haber atraído a una mujer con la juventud
de Clara y la edad de él, y que nadie se diese cuenta. ¿Pero qué más podía haber
sido?
Clara entrecerró los ojos hacia mí.
―¿Su qué?
Me encogí de hombros, un poco incómodo con lo que estaba preguntando,
pero no totalmente asustado de hacerlo.
―¿Su amante? ―terminé.
Hizo una mueca con la boca en lo que parecía estar luchando con una gran y
loca sonrisa de desdén. La mirada que me dio decía: No. No era su amante. Eres un
imbécil.
―Solo estoy tratando de entenderlo. ¿Quién eres? ¿De qué le conocías?
Caminando hacia la pared donde teníamos un tablero de comunicados con
fotografías de los saltos, se cruzó de brazos y lo estudió. La mayoría de las
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fotografías al frente de la oficina donde entraban los clientes eran de mí. Este
tablón tenía sobre todo fotografías de mi tío.
―Parece que llevó una vida muy llena y emocionante.
La forma en que lo dijo me enfureció. Lo señaló como si la volviese loca el
que hubiese tenido una vida feliz. Bajando los pies, me levanté y rodeé el escritorio
mientras la observaba. Por alguna razón, sentí la necesidad de defender a Dennis
incluso aunque no tenía ni idea de que lo estaba defendiendo. En el corto tiempo y
las pocas interacciones que había tenido con Clara, había visto unas cuantas
dimensiones de ella. Definitivamente, era una rompe pelotas. Pero, extrañamente,
lo encontraba atractivo. Estaba tensa, su sentido del humor parecía inexistente, aun
así, en ese momento, mientras observaba las fotografías de mi tío, percibí
vulnerabilidad pura y sin adulterar. Al mirar esas fotografías algo le rompió el
corazón, y por un brevísimo momento, su fachada de persona impenetrable se
rompió, revelando lo que había debajo.
―Fue un gran hombre. Llevó una gran vida ―señalé.
Girándose hacia mí, dejó caer los brazos.
―Lo apuesto ―murmuró, pero las palabras no sonaron auténticas.
Luego una idea me impactó y me enderecé completamente.
―Mierda ―susurré. ¿Cómo no lo había pensado antes?―. ¿Eres su hija?
Esta vez, no se esforzó en esconder su desagrado. En su mirada se leía
disgusto.
―No. Definitivamente no soy su hija.
No respondí. No tenía ni idea de qué responder. Claramente esta mujer, mi
nueva compañera de negocios, no solo odiaba a mi tío, sino que lo aborrecía.
¿Entonces por qué le dejó la mitad del negocio?
Clara, aparentemente cansada de discutir su filiación con mi tío Dennis,
cambió de tema:
―Espero que podamos trabajar juntos para hacer que este negocio florezca.
―Est{ bastante bien como est{ ―argumenté, no necesitaba su ayuda y para
una mujer que ni siquiera podía encontrar el coraje para saltar de un avión, incluso
en pareja, me preguntaba cómo demonios podía pensar posiblemente que tenía
algo que ofrecer a este negocio.
―Siempre se puede mejorar ―respondió simplemente.
Resoplé.
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―Bueno, como eres una gran autoridad en el salto en paracaídas ―añadí
secamente.
―¿Puedo usar esto como mi oficina? ―Ignoró mi comentario de listillo.
―Podemos compartirlo. Supongo. No estoy aquí a menudo ―farfullé.
―Bien ―reconoció―. Necesito una llave. ¿Puedo tenerla?
A regañadientes, rodeé el escritorio y abrí el cajón superior, sacando el par de
mi tío que había estado allí durante semanas.
―Estas eran de Dennis. Siéntete libre de quitar el llavero grabado. ―Ni
siquiera sabía qué significaban. Iniciales y una fecha.
Se las lancé y las atrapó, mirando el llavero en la palma de su mano. Estaba
congelada mientras lo miraba. En este punto, estaba enojado y cansado. En el lapso
de un día, había pasado de pensar en que llevaría solo este negocio a averiguar que
tenía una muy indeseada y nerviosa socia que no sabía nada de saltar en
paracaídas. Estaba acabado.
―¿Estamos bien?
Cerrando el puño alrededor de las llaves, se las acercó al pecho.
―Te veré por la mañana.

La primera semana después de que Clara llegase fue un infierno. La


odiábamos, especialmente Marcus. Exigió ver toda la información financiera y
quería conseguir un nuevo software para ayudar a controlar el gasto. Marcus tenía
un sistema, incluso si era el único que podía entenderlo, era muy eficiente. A él no
le gustó que empezara a sustituir lo que sentía funcionaba a la perfección.
Determinó que tendríamos una reunión con el equipo cada quince días. En la
primera, informó a todo el mundo que se les necesitaría el domingo por la tarde
para “renovar” la oficina. Sap fue excluido ya que tenía mal la espalda, pero a los
demás se les exigió que se presentasen. Necesitaba pintores. A nadie le gustó la
idea. Eso fue porque su pequeña idea fue una tontería. ¿Por qué querrían pasarse
por aquí un domingo por la tarde?
―A los chicos se les paga para saltar ―indiqué mientras la seguía hacia la
oficina una vez la reunión había concluido.
Dejó la libreta sobre la mesa y empezó a rebuscar entre la pila de papeles.
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―Y esta oficina es toda una gran primera impresión. Esto es espantoso y
pedirles ayuda una noche no es mucho pedir.
―Podemos contratar pintores ―protesté―. O puedes decirles a tus amiguitas
que vuelvan y te ayuden.
Se rió, ignorando mi indirecta.
―No, no podemos. Necesitamos ahorrar todo el dinero que podamos para la
publicidad.
―Ya tenemos presupuesto para eso.
―No uno muy grande.
―Mira ―afirmé. Ante el sonido de mi tono, dejó de ojear los papeles y me
dio toda su atención―. Pintar la oficina y hacer que se vea “bonita” no va a servir
para nada. La gente viene aquí para saltar. Por la experiencia. No por las paredes
pintadas de colores bonitos y sofás cómodos. Esto no es una maldita galería de
arte.
―Es divertido que pienses que la experiencia sea únicamente el salto. Sí
―concordó―, es la mayor parte, el final, pero no lo es todo. Podemos darles a
nuestros clientes, desde el principio al final, un día increíble, empezando con una
oficina limpia y bien administrada con un equipo agradable.
―¿Qué hay de malo con el equipo? ―jadeé―. Tenemos un equipo agradable
―protesté.
Se mofó de mí.
―Tienes a Marcus gast{ndole bromas a clientes que pagan, Sap no le quita
ojo a todo lo que tenga tetas y tú con unos modales de mierda.
Maldita sea. Era maleducada.
Negué y mascullé molesto:
―Dime algo, dulzura. Dices que estamos haciéndolo todo mal y, aun así,
tenemos beneficios. Explica eso.
Caminó hacia mí, a unos centímetros, y se puso las manos sobre las caderas.
―Suerte.
Di un paso hacia ella, nuestros rostros a un centímetro o dos. Ese fue un mal
movimiento. Olía increíble y, ¿cómo no había notado antes que sus ojos tenían
pequeños rastros de verde?
―Um. Bueno, est{ funcionando.
―¿Sabes que hay otros tres negocios de salto libre en Virginia?
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―Soy consciente ―murmuré, poniendo los ojos en blanco―. ¿Cu{l es el
punto?
―¿Sabes cu{les son tus números de referencia?
―No es lo primero de mi mente.
―Bas{ndome solo en las reservas por internet, donde la mayoría de los saltos
están programados y se puede describir cómo nos conocieron, son solo el dos por
ciento. Eso< ―Me dio un fuerte golpe en el pecho―. Es vergonzoso.
Mi presión sanguínea estaba aumentando.
―Nos dejamos el culo trabajando aquí. Y hacemos que funcione. Dennis
construyó este negocio de la nada.
―Paul ―intervino―. No me importa una mierda sobre quién hizo qué o
cómo lo hizo. Veo un negocio con potencial de crecer, para tener más beneficios.
¿Realmente vas a quejarte de la posibilidad de hacer más dinero?
―No ―me quejé―. Me estoy quejando de trabajar con una maldita tirana.
Estás dispuesta a quitarle toda la diversión a este sitio.
―Pintar algunas paredes y cambiar algunos muebles no es quitarle la
diversión a nada. Esperar que todos los empleados de este sitio sean educados y
hagan su trabajo, es exactamente eso< ¡su trabajo!
Alcé las manos.
―Est{ bien. Haz lo que quieras. Me voy.
―Estarás aquí el domingo, ¿no?
Haciendo un saludo militar, espeté con sarcasmo:
―Seguro, sargento. ―¿Qué estaba fumando esta chica? No iba a haber forma
de que nadie pudiese haber malinterpretado lo que estaba diciendo en realidad,
pero por si acaso, añadí―: SI quieres pintar este sitio, de acuerdo. Pero no voy a
gastar mi noche libre haciéndolo.
Sacudiendo la cabeza, se alejó de mí y me marché. No me había dado cuenta
de que después de la reunión todo el equipo aún estaba en la parte delantera de la
oficina, escuchando todo lo que habíamos dicho. Estallaron en silbidos y aplausos.
No estaba seguro de si me gustaba eso. No creía que Clara encajase y no la quería
de compañera, pero al mismo tiempo, era mi socia y esta gente eran nuestros
empleados. Acababa de decir que no estaría aquí el domingo, y ahora pensaban
que tampoco tendrían que estar aquí. En retrospectiva desearía haberles dicho
algo, pero Clara se metió bajo mi piel. Así que les permití tratarla mal. Dejé que no
la respetasen. Tal vez se marcharía si veía que la trataban mal.
Página 101
Ashley me mira, con estoicismo.
―No es mi momento de m{s orgullo ―admito.
―No, esperaría que no ―añade suavemente.
Mills se excusa y se marcha. Bastardo con suerte.
La vergüenza me inunda. Era un hombre joven estúpido. Pero supongo que
no importa que hubiese madurado< bueno, bastante.
―Bueno, creo que eso es todo por hoy. ¿A la misma hora la semana que
viene? ―pregunta Ashley.
Joder. ¿Por qué no?
―Sí, suena bien.
Cierro la puerta tras de mí y me alejo de la oficina, dejando a Zane y Ashley
recogiendo. Estoy a mitad del pasillo cuando escucho la risa de Neena.
―Van a tocar en el National el mes que viene.
―Me encanta Master of the V ―indica Neena con entusiasmo mientras giro
por la esquina hacia el frente.
―Sí, también son mis favoritos ―comenta Mills.
Están sentados en el sofá, compartiendo los auriculares y mirando el iPhone
de Mills. Bueno, Neena parece estar mirando a Mills mientras él mira su teléfono.
―Est{n listos para que les ayudes a recoger Mills ―digo de repente,
haciendo que dé un salto y los auriculares se caigan de sus oídos.
―Eh, oh, sí, bien. Fue bueno verte, Neena ―murmura mientras se despide
con la mano mientras apura con torpeza por el pasillo.
Neena deja salir un gran suspiro mientras le observa marcharse. Mirándola
mejor, noto algo diferente. Tiene los labios rosas y brillantes.
―¿Llevas maquillaje?
Inmediatamente se cruza de brazos y frunce un poco el ceño.
―Sí. ¿Y?
Me rasco la cabeza.
―Solo curiosidad< ¿Est{s lista para irte, niña?
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―No soy una niña pequeña, pap{ ―replica.
Alzo las cejas conmocionado. Le he llamado niña unas cuantas veces y nunca
se ha quejado. Quiero señalárselo, pero Ashley, Zane y Mills entran en la
habitación, llevando las mochilas.
―Adiós, chicos ―grita Zane.
Mills es el último en marcharse y le da a Neena un pequeño y extraño
asentimiento mientras cruza las puertas hacia el estacionamiento. Neena sacude la
mano, sus mejillas sonrojándose ligeramente mientras le sonríe.
¿Por qué me siento tan< enojado, ahora mismo? No realmente enojado,
solo< protector. Solo se despidió de él con la mano. Y él no hizo nada. Realmente
no hay nada de lo que molestarse.
―¿Ahora est{s lista para irte, princesa? ―Tengo que añadir la última parte
solo para meterme con ella.
―Pap{{{{ ―masculla y pone el rostro entre las manos.
―¿Qué? ―Finjo confusión―. Eres mi princesita.
―Y yo que pensaba que era mam{ la que me avergonzaba ―murmura
mientras se levanta, con la mirada fija en el estacionamiento mientras Ashley, Zane
y Mills se meten en la camioneta.
―No, solo es la mala.
Cuando Neena me mira y ve mi sonrisa, se ríe porque sabe que estoy
bromeando.
―Le voy a contar lo que dijiste ―amenaza.
―¡No! ―Jadeo, poniendo las manos sobre el pecho―. Por favor. Todo menos
eso.
―Lo siento, pero te lo hiciste tú mismo, viejo. ―Sonríe.
Pongo en marcha todo el dramatismo.
―Tu madre acabar{ conmigo. ¡No volveré a ver la luz del día!
―Mantendré esto entre nosotros con una condición ―ofrece.
―Haré cualquier cosa. Lo que quieras ―digo animadamente―. ¡Correré
desnudo y bailaré en su camioneta si es lo que quieres! ―Y señalo la ventana.
―Oh, Dios mío, por favor no hagas eso.
―¡Entonces dime, Neena! ―Me pongo de rodillas y me arrastro hacia ella,
con las manos juntas como si rezase.
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Se ríe histéricamente cuando la sujeto y la abrazo apretadamente, mientras
continúo suplicando.
―¡Est{ bien, est{ bien! ―Jadea para respirar después de reírse tanto―.
Puedes llamarme niña, pequeña o princesa, cuando quieras, simplemente no
delante de la gente, ¿de acuerdo?
―¿Puedo llamarte princesita?
―Eres muy raro, pap{ ―se burla mientras la abrazo con fuerza―.
Princesita< simplemente no frente a nadie, ¿de acuerdo? ―reitera.
Me siento sobre las rodillas y me río, mi pecho apretándose al verla. He
estado alrededor del mundo y visto algunos de los lugares más bonitos del mundo,
pero nada se compara a verla reír.
―De acuerdo niña, es un trato.
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Capítulo 21
―¡Mamá, voy a ducharme antes de cenar! ―grita Neena desde la puerta
principal mientras entra con Paul.
―¡Hola a ti también! ―grito en respuesta.
―Hola mamá, te amo ―responde, y escucho sus pasos mientras sube por las
escaleras.
Cuando Paul entra, se detiene en el umbral de la puerta de la cocina,
congelado. Su cabello es un desastre, y tiene barba incipiente, pequeños mechones
grises a través de su grueso cabello oscuro. Odio que luzca sexy incluso cuando se
ve como la mierda. Me toma un par de segundos dejar de mirarlo fijamente.
Supongo que estoy mirándolo bien, ya que hui de él hace unas horas.
―¿Estás cocinando?
―Ja ja ―me burlo con sequedad―. Puedo cocinar.
Me mira fijamente, inexpresivo.
―Es cazuela de macarrones ―me quejo―. Cualquier idiota puede hacerla.
―¿Por qué siento que debo darle explicaciones? Puedo cocinar, un poco. Su rostro
se ilumina con su sonrisa distintiva, mostrando todos sus increíblemente blancos
dientes, y no puedo evitar sonreír un poco. Se está riendo de mí―. Te odio.
Su risa llena la habitación y siento una oleada de adrenalina dentro de mí. La
sonrisa de este hombre es letal; y agrégale su risa< y juego terminado. Y aquí
estoy, atrapada nuevamente. Cayendo en la trampa de Paul James< de nuevo.
―Traje un pollo rostizado de la tienda. Y también hice una ensalada.
―Eres una verdadera Betty Crocker2 ―bromea mientras saca un pepino de la
ensalada y se lo come.
―¿Qué tal les fue?

2
Betty Crocker: Marca internacional cuyo objetivo es compartir recetas de cocina y comercializar
productos del rubro.
Página 105
Paul se acerca al refrigerador para sacar una cerveza, y suspira.
―No me había dado cuenta cu{n< difícil podría ser hablar del pasado de esa
forma. Especialmente con una adolescente.
―Dímelo a mí ―bromeo.
―Sabes, Clara< ―La forma en que dice mi nombre hace que levante mi
mirada―. Lamento la forma en que te traté cuando llegaste aquí.
Estoy sorprendida. No esperaba que dijera eso ni en un millón de años.
―Fui un idiota. ―Eso tampoco.
―Es cierto ―añado sin poder evitarlo, a lo que responde inclinando un poco
la cabeza.
―Y jamás debí haber permitido que el equipo te faltara el respeto de la forma
en que lo hicieron.
Trago un par de veces porque, diablos, fue difícil, y me volteo hacia mi
cazuela nuevamente.
―Me las arreglé y lo superé ―respondo. Odio pensar en esos días. Era carne
fresca. Empezar aquí fue horrible, pero en ese momento la alternativa de quedarme
en Texas, y posiblemente ver a Kurt con su nueva familia, era inmensamente peor.
―Lo sé. Y tenías razón en muchas cosas. Pero sé que eso tuvo que haber
apestado. Si hubiese sabido lo que sucedió, por qué Dennis te dejó su mitad,
podría haber sido<
―¿Diferente? ―me burlo, mirándolo mordazmente―. ¿No fue más fácil
asumir que era su amante o su hija legitima?
―Deberías habérmelo dicho ―responde con calma―. Entiendo por qué no lo
hiciste al principio, pero después que nosotros< cuando nosotros éramos<
―Hace una pausa.
―Ni siquiera puedes decirlo ―lo desafío.
Frunce el ceño.
―¿Por qué te enfadas? Estoy tratando de disculparme.
Esta vez, giro para enfrentarlo y pongo mis manos sobre mis caderas.
―¿De qué exactamente, Paul? ―Mi piel se calienta mientras mi tono de voz
se hace ridículamente más grave―. ¿Por ser un estúpido con tu nuevo socio de
negocios o por huir de mí sin razón aparente? ¿O por no amarme? ¿Por cuál?
Pasa una mano por tu grueso cabello negro.
―Yo< pensé que querías otras cosas.
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―Quizás debiste haberme preguntado. ―Abriendo la puerta del horno con
fuerza, deslizo la fuente dentro y cierro.
Me volteo con la intención de salir de la cocina, pero él está aquí. Justo aquí.
Salto, sobresaltada, pero rápidamente me agarra y me atrae hacia él. Su cuerpo
sigue siendo duro, no como hace años cuando tenía ese bendito don de la juventud
de los veinte, cuando vas al gimnasio y tienes los seis abdominales marcados, pero
de todas formas, para un hombre de su edad, su cuerpo es espectacular. Moviendo
sus dedos de arriba abajo por mi cuello, jala mi cabello suavemente, obligándome a
mirarlo.
―Mírame. Lo arruiné ―dice en tono áspero―. Lo sé. Siempre lo supe. Pero sí
te amé, y nunca dejé de hacerlo. Ódiame por dejarte. Ódiame por ser un idiota.
Pero no me odies porque no te amé.
Luego, me besa. Suave y rápido, lo suficientemente largo para que su barba
incipiente raspe la delicada piel de mi rostro, antes de dejarme ir. Tropezando
hacia atrás, me golpeo contra el mostrador y me apoyo en él. Necesito unos
minutos para procesar lo que acaba de suceder.
―Por otro lado ―continúa―. Creo que a Neena le gusta un poco ese niño
Mills.
Lo miro fijamente. ¿Todavía me ama? Me besó. Sigo procesando ese beso. ¿De
qué está hablando?
Entonces, continúa:
―Se alborotó cuando le dije niña frente a él.
Me las arreglo para moverme robóticamente y llegar al refrigerador, tomando
mi propia cerveza. Probablemente es mejor que cambiemos de tema, porque no
tengo idea de qué decir sobre lo que pasó. Aclarando mi garganta, respondo:
―Tiene buen gusto. Es un chico lindo.
―¿Qué? ―espeta Paul―. ¿No estás molesta por esto?
Poniendo los ojos en blanco, destapo la cerveza y tomo un pequeño sorbo.
―¿Por qué lo estaría?
Paul se encoje de hombros, su expresión cambiando mientras piensa.
―No lo sé. Porque es nuestra pequeña niña y él es< un chico<
Lo miro mordazmente, esperando a que diga el problema real.
―Con un pene ―termina.
No puedo evitar estallar en risas.
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―Los chicos tienes esas cosas molestas, ¿verdad?
―¿Te estás riendo de mí?
Miro hacia el techo, pensativa.
―Sí. ―Río―. Sí, lo estoy.
Frunce los labios con molestia.
―No es como si estuvieran haciendo algo. No hay nada malo con que le
guste un chico mayor.
―Vaya ―dice―. Pensé que yo era el padre genial.
―Lo eres ―interviene Neena cuando entra a la cocina―. ¿De qué estamos
hablando?
―Espera. ¿Por qué no soy yo la genial? ―Pretendo ofenderme.
Neena se encoge de hombros.
―Es solo que tú eres genial de otra manera ―responde, robando un pepino
de la ensalada sobre la mesada, como Paul lo hizo hace unos minutos. Estoy
empezando a ver que, se parece mucho a él.
Paul hace una silenciosa, desagradable risa burlona hacia mí. Le muestro el
dedo medio cuando Neena no está viendo.
―Sabes, si quieres ser genial como yo puedo darte algunas lecciones.
Pretendo atragantarme.
―Gracias, pero estoy bien por mi cuenta.
―No te cobraré mucho ―continúa Paul.
―¿De verdad? ―pregunto mientras abro un poco la puerta del horno y miro
dentro.
―¿Cuál debería ser mi cuota, Neena? ―pregunta.
Cuando me volteo, Neena la boca torcida, pensativa. Luego levanta sus cejas.
―Una cita.
Aguanto la respiración mientras Paul y yo hacemos contacto visual,
vergonzosamente. No puedo dejar que piense que tendremos una cita.
―Te haré un pastel ―respondo finalmente.
Ambos tuercen la boca. Neena abre la boca para hablar, pero por miedo a que
mencione que Paul y yo salgamos de nuevo, hablo antes que ella.
―Tu padre quiere golpear a Mills porque te gusta ―digo con indiferencia.
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Expresiones similares padre e hija. Ambos parecen querer morir de
vergüenza.
―No dije que lo golpearía ―aclara Paul, mirándome―. Y gracias por
empujarme debajo del autobús, por cierto.
Levanto mi mano, y la bajo dos veces, burlándome.
―Honk, honk.
―No me gusta ―reprocha Neena, con su rostro rojo brillante.
―No hay nada de malo con que te guste, Neena ―aclaro―. Paul sólo está
teniendo un momento de padre. Es clásico.
Neena sonríe débilmente mientras mira a Paul.
―Por favor, no le digas nada.
Paul levanta las manos.
―Nunca dije que lo haría. Tu madre está exagerando. A lo grande.
Su sonrisa desaparece lentamente y se deja caer en el asiento de la mesa de la
cocina.
―No importa, de todos modos. ―Suspira tristemente―. Solo soy la fea chica
enferma. Nunca le gustaré.
Como madre, que ama a su hija enormemente y quien ve toda su belleza, por
dentro y por fuera, esa declaración me destrozó. Por instinto, me muevo para
aproximarme a ella, consolarla, pero Paul levanta su mano, deteniéndome. Quiero
enfadarme con él por eso, pero cuando se arrodilla frente a ella, mi corazón se
derrite un poco.
―Mírame, Neena. ―Cuando lo hace, le dice―: Eres tan malditamente
hermosa. Sé que soy tu padre y piensas que lo digo por eso, pero es la verdad. Por
dentro y por fuera, niña. Hermosa. He estado en muchos lugares, he visto muchos
rostros, y ninguno en este mundo es tan hermoso como el tuyo.
―No tengo cabello. A los chicos les gustan las chicas con cabello.
―A los chicos les gusta las chicas que son asombrosas, y tú, claramente lo
eres. Incluso sin cabello, tienes ojos matadores, como tu padre ―añade con un
guiño―. Y tienes la sonrisa de tu madre que los vuelve locos a todos.
Él sabe condenadamente bien que ella tiene su sonrisa increíble.
Poniéndose de pie, baja su mirada hacia ella.
―Y Mills es un bastardo con suerte si una chica como tú gasta siquiera un
segundo en pensar en él.
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Neena asiente y se anima. No es común que sienta lástima de sí misma, y me
pregunto si quizás está empezando a deprimirse. El doctor nos dio recetas para
antidepresivos, por si acaso. Pensé que no los necesitaría. O tal vez, estoy
malinterpretando su reacción.
―¿Podemos comer? ―pregunta―. Quiero acostarme temprano.
―En diez minutos, corazón.
Mientras cenamos, Paul y yo tratamos de mantener las cosas alegres, hacerla
reír. Ella hace lo mismo, pero es fácil ver que su corazón no está en ello. Cuando
nos da un beso de buenas noches, la abrazo y aprieto con fuerza.
―Estoy bien, mamá. De verdad. Solo estoy cansada.
Dejándola ir, me inclino y beso su frente. No tiene fiebre. Trato de ocultar mi
suspiro de alivio, pero ella resopla y sacude la cabeza.
―Sin fiebre.
―Lo sé.
―¿Qué? ―pregunta Paul, provocando que nos riamos. Estoy tan atrapada.
―Nada ―responde Neena―. Simplemente, mamá aquí presente, está
usando sus labios como termómetro.
―Bueno, pensé que era sutil. ―Suspiro.
Neena sonríe.
―Buenas noches, chicos. ―Sacude su mano y se dirige hacia las escaleras.
Sin otro lugar a donde mirar, Paul y yo nos miramos. No tengo idea de qué
decir acerca de nuestro beso. Así que por ahora, lo evito.
―Acerca del beso ―dice Paul.
Intenta evitarlo.
―Lo dejaremos para mañana ―digo―. Ha sido un largo día. Todos estamos
cansados.
Asiente una vez, deslizando sus manos en sus bolsillos.
―Está bien. Bueno, ve a la cama, yo lavaré los platos.
―¿Seguro? ―Por alguna razón eso sonó muy dulce. No puedo recordar la
última vez que alguien se hizo cargo de los platos por mí. Incluso si significa sólo
cargar el lavaplatos o limpiar la mesa.
―Sí. Nos vemos mañana.
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Me dirijo arriba rápidamente. Metiéndome en la cama, me recuesto y me
cubro con las sábanas. Trato de contar ovejas. Trato de nombrar los cincuenta
estados en orden alfabético. Intento todo. Pero no puedo conciliar el sueño porque
mi mente sigue dando vueltas a Paul y el beso, y su confesión de que aún me ama.
Y que aún lo amo.
Me está afectando.
Estoy oficialmente al vórtice de caer.
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Capítulo 22
―La semana pasada lo dejamos donde tú y Clara discutían sobre sus nuevos
métodos de gestión.
―¿Es así como los estamos llamando? ―Me río.
―¿Se presentó alguien a la fiesta de pinturas?
Me limpio el rostro con el reverso de mi mano unas pocas veces, aplicando
presión con los nudillos, y me preparo para ir por el camino de los recuerdos.

Cuando la tarde del domingo llegó, Marcus y yo habíamos tomado tres


cervezas cada uno en el bar que estaba a diez minutos de la oficina. Había
conducido por la oficina de camino al bar unos veinte minutos antes de que todo el
mundo debiera estar allí. El coche de Clara era el único en el estacionamiento.
Siendo un joven y arrogante idiota continué a pesar de que sabía en lo más
profundo de mí que estaba oficialmente convirtiéndome en un imbécil. Pero me
dije que se lo merecía. Incluso después de tres cervezas, estaba trabajando duro
para no pensar en Clara, disponiéndome a no pensar en cómo nadie del equipo
probablemente aparecería. Trataba de no imaginar que ella iba indudablemente a
regañarme cuando la viera de nuevo, y que probablemente me lo merecía< m{s o
menos. Odiaba ese quizás, en el fondo, me sentía mal. No había absolutamente
ninguna razón para que me sintiera mal. Ella era un poco idiota, también. Solo que
de manera diferente a mí. Necesitaba sacar mi mente de las cosas, encontrar una
distracción. Las dos mujeres que justo se habían sentado enfrente de donde
estábamos nosotros servirían.
Distracciones encontradas.
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Haciendo sobresalir mi barbilla, señalé al camarero que pusiera sus bebidas
en mi cuenta.
―¿Por cuál vas? ―preguntó Marcus mientras levantaba su vaso en un
brindis silencioso a las damas. Las mujeres sonrieron, mirándose la una a la otra
antes de mirar a Marcus. Pensarías que su altura le dificultaría conseguir mujeres,
pero era casi, al contrario. Siempre habría una intrigada por la idea de enrollarse
con una persona bajita. Estaba al nivel de ojos perfecto, después de todo. Quizás
simplemente estaban curiosas. La lista de mujeres interesadas era muy larga. Pero
estaría condenado si la mayoría de las veces, ese revolcón se convertía en varios.
Marcus siempre bromeaba con que tenía una polla de oro, y no lo dudaba.
―Cualquiera servirá. ―Me encogí de hombros. Las mujeres eran todas
iguales para mí entonces. No tenía ningún deseo de sentar cabeza< para nada.
Sentar cabeza significaba perder mi libertad, y mi libertad era demasiado preciosa
para mí. Necesitaba ser capaz de empacar por un deseo y saltar en un avión a
Brasil, o a cualquier parte, si sentía la necesidad. Tener una novia o mujer no me
permitiría ese lujo.
―¿Qué pasa hoy contigo? ―preguntó, su cara arrugada―. Pareces<
apagado.
Sentándome derecho, abro mis ojos en un intento de parecer lleno de energía.
―Nada.
Marcus me mira con una ceja inquisitiva.
―¿Estás preocupado por la arpía?
―Pfff. ¿Por qué lo estaría? ―fingí.
―Va a soplar fuego en nuestras caras mañana ―se quejó Marcus antes de
explotar un cacahuete que había metido en su boca.
Me encogí despreocupadamente de nuevo. Deseaba que parase de hablar de
ella ya.
―Lo superará. ―El lado de su boca se eleva como si no me creyera. No quería
discutir sobre Clara con Marcus. Necesitaba cambiar el tema―. Estoy hambriento,
hermano. ¿Quieres pedir algo de comida?
Inclinó su cabeza mientras resoplaba y tomaba un trago de su cerveza. No le
estaba engañando. Pero no empujó. Después de comer una cena barata y llena de
grasa, tomar dos cervezas más y jugar a los dardos, conduje a Marcus a su casa
detrás de la oficina. Eran pasadas las diez cuando pasamos por delante de la
oficina y me di cuenta de que solo el mierdoso pequeño auto de Clara estaba en el
estacionamiento.
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―Parece como que nadie ha aparecido ―señaló Marcus, resoplando una risa.
―Sin sorpresas ahí ―murmuré.
Cuando aparqué mi camioneta y comenzó a abrir la puerta para salir, se giró
y dijo:
―Es una pena que sea una aburrida. En realidad, es bastante sexy.
Asentí coincidiendo mientras miraba hacia adelante. No estaba bromeando.
Clara era extremadamente atractiva. No de manera obvia, necesitando llevar ropa
de zorra y maquillaje, pero de manera suave, casi como si no supiera cuán bella
era. Una pena que su apariencia fuera eclipsada por su personalidad tiránica.
Cuando miré a Marcus de nuevo, me estaba sonriendo, y sacudiendo su
cabeza.
―Quieres dormir con ella. ―No estaba preguntando, lo estaba afirmando. Lo
que sea.
―Pfff. Probablemente se caliente con un oso antes que enredarse conmigo.
―Eso no fue un no, Paul
―No era un sí, estúpido ―contradije.
―Pero sigue sin ser un no ―se burló―. ¿En serio, Paul? ¿Te tirarías a la
arpía?
―Sal de mi camioneta ―gruñí―. Tenemos que ir a trabajar mañana.
Sacudiendo su cabeza, suspiró.
―Sí, bien. Nos vemos. ―Después se deslizó del asiento lentamente hasta que
tocó el suelo, cerró la puerta de la camioneta y fue adentro.
Rodeé el edificio. Mientras me acercaba al estacionamiento de la oficina,
todavía no sé por qué estacioné dentro. Me dije que quería verla sufrir, ver cómo se
daba cuenta que no podía simplemente entrar aquí y cambiar todo. Este era mi
jodido dominio. Quería verla rota. Pero, ahora sé, que sin importar lo que me dijera
entonces, solo quería verla.
Cuando entré, el intenso olor a pintura me golpeó. Había pintado
exitosamente una pared y estaba parada cerca de una mesa mirando algunas fotos
enmarcadas que había bajado mientras las ponía en una caja. Su cabeza giró
cuando me escuchó entrar. Su expresión sorprendida rápidamente se tornó en una
mirada de enfado.
―¿Estás aquí para regodearte?
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―Quizás ―bromeé mientras me acerqué. Llevaba un pantalón de chándal
que no hacía nada por su culo. Su cabello estaba atado en algún tipo raro de nido
de pájaro y llevaba una camiseta desgastada de Michael Jackson que era dos tallas
demasiado grande para ella. Pero joder. Incluso en medio de los olores de la pintura
el olor de lino limpio me llegó―. No estás tirando esos, ¿no? ―Las fotos era mías,
algunas de las pocas que todavía tenía de mi corta carrera como especialista. Esas
fotos eran algunas de mis posesiones más preciadas. Hubo una vez, en que la gente
pensaba que sería el próximo Evel Knievel. Era una gran cosa< o al menos
pensaban que lo era.
―¿Cómo te metiste en este tipo de negocio? El negocio de los doblajes, quiero
decir.
Trivialidades. ¿En serio? Inclinando mi cabeza, la estudié, buscando un
indicio de sarcasmo, pero no encontré nada. Mierda. ¿En serio quería saber algo sobre
mí?
―Cuando era un niño, siempre estaba patinando, haciendo snowboard,
montando en bici y haciendo que mi madre entrara en pánico. ―Me reí mientras el
recuerdo de mi madre preocupándose vino a mi mente. Las cosas por las que le
hice pasar a la pobre mujer―. Cuando tenía dieciocho, fui a este evento de
motocicletas en California y gané. Alguien por ahí era director y le gustó lo que
vio. ―Encogí un hombro―. Voilà. Al instante me convertí en doble para películas.
―Era invencible. Sin miedo―. Fueron los mejores días de mi vida ―admití
mientras cogía una foto de mí montando una motocicleta sobre un edificio en
llamas.
―¿Por qué paraste? ―preguntó Clara mientras ponía más fotos en la caja.
―Me lesioné. ―Me encogí de hombros―. Demasiado riesgo después de eso.
Su mirada pasó por encima de mí, con un indicio de simpatía en ellos que
rápidamente se desvaneció. Sus labios estaban apretados, en una fina línea, antes
de que preguntase.
―¿Qué pasó?
Podía ver que se odiaba por hacer la pregunta. Después de todo, preguntar
indicaba que le importaba algo, y no quería que pensara eso. Recordando lo que
pasó, lo que hizo que me retirase, no era algo en lo que me gustara pensar.
Raramente, no fue un doblaje lo que acabo con mi carrera.
―Betty Lee Ozman.
Frunció el ceño con confusión.
―¿Qué?
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―Estaba cambiando una rueda en un lado de la Interestatal y un coche me
atropelló.
Sus ojos se abrieron con incredulidad.
―¿En serio?
―Sí ―confirmé con una risa triste―. Una pequeña vieja abuela que no me
vio. Por suerte no estaba yendo a la velocidad límite. Me podría haber matado.
―Joder ―murmuró Clara―. ¿Cómo de malo fue?
―Estuve inconsciente por una semana. No estaban seguros de si me
despertaría, y cuando lo hice, me informaron que un golpe más en la cabeza me
podría matar. Mi madre me hizo jurar que dejaría los doblajes.
Mirando a la caja, frunció un poco el ceño.
―Lo siento, Paul.
Fue uno de esos raros momentos en la vida. La odiaba. Ella me odiaba. Pero
estaba siendo agradable conmigo. En cualquier momento surgirían una serie de
fenómenos, huracanes, tornados o tsunamis.
Rápidamente cambie el tema. Girándome, volví a mirar la habitación.
―Simplemente seguiste y comenzaste a pintar por ti misma, ¿eh?
―Sí.
―Nunca terminaras esto esta noche.
―Oh, lo sé ―respondió alegre―. Pero he comenzado bien.
Cogiendo su brocha y el bote, se dirigió a la parte de atrás. Cogí la escalera y
la plegué.
―Gracias ―murmuró educadamente.
Viéndola tan bien, contenta incluso, me puso nervioso. La mujer que había
conocido en las pasadas semanas hubiera estado echando humo por sus orejas en
este momento.
―Pareces< no enfada por el hecho de que nadie se haya presentado.
Se encogió de hombros.
―Lo acabaré, de una manera o de otra.
Mientras lavaba las brochas y el rodillo en el baño, guardé la escalera y
apagué la mayoría de las luces de atrás. Esperé por ella, y cuando entró en la
oficina, se congeló cuando me vio.
―Aún estás aquí ―declaró, más que preguntó.
Página 116
―Solo quería asegurarme que llegabas bien hasta tu auto.
Su boca se elevó de un lado, su expresión suspicaz.
―Bien.
Sostuve la puerta abierta para que pudiera salir, después esperé mientras
cerraba. Me di cuenta que no había quitado el llavero de Dennis de las llaves que le
di.
―¿Necesitas ayuda sacándolo? ―señalé.
Viéndolas en la palma de su mano, frunció el ceño.
―No. Lo mantendré, pero gracias.
Me quedé parado al lado de la puerta de la oficina y la vi abrir la puerta del
conductor de su vehículo.
―Buenas noches, Paul ―dijo justo antes de subir.
―Buenas noches. ―Saludé, pero dejé caer la mano. Esperaba que explotara
cuando entré, pero no lo hizo. ¿Por qué? No tenía sentido.

Al día siguiente, el teléfono de mi casa sonó brillante y pronto. Y cuando salí


de la cama, abriendo un ojo, el reloj dijo que eran las diez de la mañana. Oye, eso
es pronto para mí. Después de golpear torpemente con mi mano por ahí unas
pocas veces, aterrizó en el auricular y contesté.
―Hola ―logré decir, mi voz ronca.
―Mejor que vengas aquí, Paul ―gruñó Marcus.
―Mi primer salto es a las tres.
―Ha cancelado todos los saltos hoy.
Mis ojos se abrieron, parpadeando unas pocas veces contra la dura luz de la
mañana.
―¿Qué?
―Todos los saltos, cancelados. Los chicos están enfadados.
Dejé salir un largo y agravado suspiro.
―Estaré ahí en poco.
Página 117
Después de ponerme una bermuda que ya me había puesto dos veces y una
vieja camiseta de Sky High, fui a la oficina. Marcus, Bowman, Sap, y otros dos
empleados estaban esperando en la parte de delante, apoyados contra el edificio
cuando estacioné.
Mientras avanzaba, todos se pararon. Marcus habló primero.
―Ha cerrado la oficina por remodelación. Ha cancelado todos los saltos hasta
que esté terminado.
Pasando una mano por mi cara, dejé salir un gruñido cansado y frustrado.
Supongo que tenía eso planeado anoche y por eso es que no estalló conmigo por no
presentarme. Entré en la oficina, dejándoles para que se lamentaran afuera.
Música country venía de la parte de atrás del edificio, así que seguí el sonido
hasta que la encontré en el baño, limpiando las brochas. Estaba moviendo sus
caderas y cantando con la música, claramente ignorante del hecho que había
entrado. Estaba enfadado. Con derecho. Pero eso no significaba que no me tomara
un segundo para apreciar los vaqueros cortados o la apretada camiseta que
llevaba. Su atuendo me enfadó aún más. Como se atrevía a jodernos con el dinero
y verse sexy como el infierno mientras lo hacía. Cada vez que la había visto,
llevaba ropa poco apretada que escondía su cuerpo. Este pequeño< sexy atuendo
estaba distrayéndome.
Enfócate, Paul.
―¿Qué demonios piensas que estás haciendo? ―espeté haciendo que salte
porque la sobresalté.
Un lado de su boca se elevó con enfado.
―Se le llama trabajar ―se burla mientras cierra el grifo.
―¿Has cancelado nuestros saltos?
Se encoge de hombros mientras coge un bote de pintura de sus pies y pasa
por mi lado, dirigiéndose a la parte delantera.
―Me imaginé que, dado que voy a pintar todo yo sola, podía tomarme un
tiempo y no puedo tener a nuestros clientes entrando aquí con la pintura húmeda
por todo el lugar.
Cierro mis ojos y trato de calmarme. Esta mujer me está enloqueciendo.
―¿Cómo se supone que debemos cobrar si has cancelado los saltos?
Poniendo el bote en una mesa cubierta de plástico, se gira hacia mí, haciendo
que su labio inferior sobresalga, una expresión que encontré sexy como para follar,
aunque se estaba burlando de mí, y puso morritos.
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―Bueno supongo que todos deberían entrar aquí y ayudar. Cuanto más
rápido se haga, antes podrán volver con los saltos.
―¿Estás burlándote de mí, Clara? ―pregunto, exasperado más allá de lo
normal―. ¿El otro día estabas jodiéndonos sobre cómo necesitábamos hacer más
dinero y hoy cancelas nuestros saltos? No tiene sentido.
Girando su cabeza, me mira antes de salir por la puerta principal donde los
chicos han estado mirándonos a través de la ventana. Abriéndola, ruidosamente
dijo.
―Vamos dentro, chicos. Pueden escucharlo directamente de la boca del
caballo.
Con reticencia, los chicos entraron, sus miradas mirándome como
preguntando. No tenía ni idea de qué hablaba la arpía, así que rodé mis ojos en
respuesta. Marcus entró el último, quedándose al lado de la puerta, apoyándose
contra ella para mantenerla abierta, sus brazos cruzados sobre su pecho. Quería
reírme, pequeño desafiante cabrón.
―Les pedí que vinieran cuatro horas la tarde del domingo ―comenzó―.
Ninguno apareció o se molestó en llamar.
―Era nuestra noche libre ―protestó Bowman.
―Era mi noche libre, también, pero estaba aquí ―murmuró Clara.
―Sí, pero tú no tienes vida así que< ―intervino Marcus, ganándose un
suspiro exasperado de Clara.
―Seamos claros ―le ignoró, tomando el camino fácil, y continuó―. Soy una
mujer con estudios. Puedo encontrar otro trabajo si quiero.
―¿Entonces por qué no lo haces? ―empujó Marcus.
―Porque amo trabajar con pequeños idiotas ―espetó. Supongo que se fue
del camino fácil.
Marcus la fulminó con la mirada.
Clara inclinó su cabeza mientras miraba a cada uno de nosotros.
―Porque esto ―señaló con su mano la habitación―, me fue dejado a mí. La
mitad de ello, al menos. Ahora estoy aquí tratando de hacerlo más grande y mejor,
tratando de hacer crecer el negocio y todos ustedes parecen estar ignorándome.
Bueno aquí est{ el trato< no m{s saltos hasta que la oficina esté acabada. Si no me
toman en serio, quizás tomaran la perdida de dinero en serio.
―A ese respecto, me voy ―anunció Sap―. Buena suerte, Clara ―farfulló. No
podía decir si estaba enfadado con ella o conmigo mientras se iba por la puerta.
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Torné mi atención a Clara.
―No puedes hacer eso ―dije.
―Sí, puedo.
―Nos organizaremos sin ti.
―Ha cambiado la contraseña para el registro de la planificación en el sistema.
Ya lo he intentado ―me informó Marcus.
Clara me miró, sus manos en sus caderas, una ceja elevada en un arco
perfecto. Estaba bastante orgullosa de sí misma.
La miré sin comprender.
―¿Hablas en serio?
―No me han dejado otra opción. ―Se encogió de hombros.
―No me di cuenta que parar nuestros ingresos era una opción.
―Somos socios ―le regañó―. Tendrías que estar respaldándome. Yo lo haría
por ti.
―Los socios discuten las cosas y hacen planes juntos. Eso no es lo que ha
pasado aquí ―discutí.
―No escuchas nada de lo que digo. ―Levantó sus manos con frustración―.
Cada vez que voy a ti con una idea o plan, me callas y me ignoras. ―La habitación
estaba quieta, todo el mundo pendiente de cada palabra que decíamos.
Podría haber luchado contra ella en eso. De alguna manera. Pero en ese
momento solo quería callarla. Y si pintar las paredes lo hacía, me imaginé que bien
podíamos acabar con ello.
―De acuerdo, chicos, vamos a pintar hoy.
Rodaron sus ojos y se quejaron, pero comenzaron a mirar alrededor
intentando ver por dónde comenzar.
―¿Contenta ahora? ―me burlé, dándole una detestable inclinación como un
sirviente haría a su reina―. Estamos todos aquí, haciendo como pediste, su
majestad. ―Pero salió más duro de lo que intenté.
Los ojos de Clara se entrecerraron un poco y casi pareció fruncir el ceño.
Estaba siendo un idiota. Todos lo hacíamos. En el momento, pensé que iba a
obsesionarse con arrasarnos, forzándonos a inclinarnos ante sus deseos a cualquier
precio. Ahora, sé que quería ser parte del negocio. Quería dejar su marca y sentirse
útil. Estaba tratando de encontrar su lugar.
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Todos tomamos nuestras tareas y fuimos a trabajar, ignorándola. Incluso
cuando paramos para comer, nos fuimos y no la invité. Ella se quedó en la oficina y
continuó trabajando. Por la tarde, cuando acabamos de pintar y a pesar de que
todos se quejaron y dejaron claro que la odiaban por hacer que estuvieran allí, nos
agradeció a todos, uno por uno.
Nos quejamos en el estacionamiento por unos minutos mientras ella
permanecía dentro y cuando todos se fueron, volví dentro, dándome cuenta de que
me había olvidado mis llaves en la mesa. Estaba en la oficina al teléfono cuando la
encontré. Sin ser consciente de que había vuelto.
Su espalda estaba hacia mí sentada en la silla de la oficina, un codo encima de
la mesa, su cabeza descansando en su mano.
―Sí, he mirado los papeles por encima y todavía me estoy decidiendo
―habló en una voz monótona en el auricular. Su tono no coincidía con su
apariencia; escuchándola, pensarías que estaba discutiendo algo irrelevante, algo
que no justificaba sus emociones. Pero por la manera en que sostenía su cabeza, sus
ojos cerrados, decía algo totalmente diferente. Estaba dolida. Mucho―. Soy
consciente de que estás preparado para acabar con esto.
Escuchó por un momento a la persona con la que estaba hablando antes de
que su cabeza se elevara y espetase.
―Bueno puedes decirle a Daisy que he sido tu mujer durante los últimos
cinco años y lo siento si nuestro divorcio está en medio de su romance.
Estaba sorprendido, y mis cejas se elevaron como reacción. ¿La arpía estaba
casada? ¿Estaba obteniendo un divorcio? Había estado devanándome los sesos
preguntándome qué demonios la había inspirado a mudarse aquí y saltar en este
negocio del que no sabía nada. Supongo que encontré mi respuesta.
―Bueno los firmaré cuando esté preparada ―declaró en una voz más
calmada―. Dale recuerdos a Daisy. ―Golpeando el teléfono, dejó que su cabeza
cayera, sus manos apretándose en el reposabrazos de la silla mientras trataba de
calmarse.
Decidí hacerle saber de mi presencia. Mientras entraba en la oficina, aclaré mi
garganta, haciendo que saltara, otra vez. Se levantó, limpiándose sus ojos
rápidamente, antes de aclararse su garganta.
―¿Pensé que todos se habían marchado?
―Me dejé las llaves ―dije mientras las cogía de la mesa y las hacia tintinear
como prueba―. ¿Estás bien? ―pregunté. Quizás no me gustaba. Quizás no la
quería aquí, pero no era un completo idiota. Odiaba ver a una mujer llorar.
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Especialmente una que tenía tanta ferocidad en ella. Los animales salvajes no
deben romperse. Y tampoco ella.
―Estoy bien. ―Cogió su bolso y se encontró conmigo en la puerta de la
oficina. Apagué la luz mientras ella pasaba por mi lado y se dirigía al frente.
Mientras cerraba la puerta delantera, tuve que preguntar otra vez más.
―¿Estás segura de que estás bien?
―Paul. ―Suspiró, cepillando un mechón suelto de cabello de su cara y
poniéndolo detrás de su oreja―. Aprecio que preguntes, pero ambos sabemos que
no te importa nada de mí. No finjamos.
Gemí a través de mis dientes apretados molesto.
―Quizás no me gustes ―aclaré―, pero eso no significa que quiera que
sufras.
Sacudiendo su cabeza, su boca se elevó en una triste sonrisa.
―Estoy bien. Pasa una buena noche.
Se apresuró a su coche y subió. Cuando encendió el vehículo, el motor gimió
en protesta antes de apagarse. Lo volvió a encender, pero esta vez ni siquiera
intentó encenderse. Con sus puertas y ventanas cerradas, no podía oírla, pero con
la buena iluminación del estacionamiento, pude leer su boca cuando dijo:
―Jodida pieza de mierda.
Golpeando su cabeza contra el volante, sus hombros se elevaron mientras
respiró profundamente. Mierda. Iba a necesitar que la llevase. Más tiempo a solas
con ella. Genial. Solo genial.
Decidí darle un minuto, sabiendo que saldría de su coche en algún momento
y me pediría que la llevase. Pero no lo hizo. Cuando me cansé de esperar, le di un
agresivo golpe a la ventana del lado del pasajero para captar su atención.
Mirándome con los ojos entrecerrados, articuló: ¿Qué?
La fulminé con la mirada. No era mi persona favorita en el mundo tampoco,
pero estaba dispuesto a llevarla a casa y ¿así era cómo actuaba?
―Me voy. Si necesitas que te lleve, sugiero que muevas tu culo. ―Con eso,
fui a mi camioneta y me subí, dándole a la puerta un fuerte golpe. Todavía, no se
levantó. Sacudiendo mi cabeza, porque era increíble, encendí mi camioneta y lo
puse para conducir. Ante el sonido de mi motor, saltó y salió de su coche. Pero no
se apresuró. De hecho, se forzó a moverse más lento mientras cerraba su coche,
después camino a través del estacionamiento. Como dije, increíble. Esta chica tenía
pelotas. Quería reír y estrangularla al mismo tiempo.
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Abriendo la puerta, se subió, y cerró la puerta golpeándola, claramente
imitándome.
―Tranquila con mi bebé ―dije, intentando aligerar el humor.
Cruzando sus brazos y resoplando, señaló y murmuró.
―Por ahí.
Moviendo la camioneta, murmuré para mí:
―Por ahí. ―Incluso mi burla era aguda. Durante los siguientes diez minutos
viajamos en silencio a excepción de Clara dirigiéndome. Cuando finalmente
llegamos a su casa, no la eché como quería, en su lugar estacioné, dejando las luces
encendidas mientras comprobaba la propiedad. El lugar era una mierda. El jardín
había crecido demasiado; la hierba se veía como si no hubiese sido cortada en años,
y una de las ventanas delanteras tenía una caja de cartón sobre ella, posiblemente
significando que un vidrio roto era el culpable.
―¿Estás viviendo aquí? ―pregunté incrédulo―. ¿Tú sola?
Clara abrió su puerta mientras yo paraba el motor.
―Sí. Yo sola. ―Saliendo, resopló profundamente―. Gracias por traerme.
Abrí mi boca para responder cuando el sonido de vidrio rompiéndose sonó,
haciendo que dirigiera su mirada a la casa.
―¿Qué fue eso? ―pregunté mientras Clara entrecerraba sus ojos.
―No lo sé ―murmuró mientras buscaba en su bolso, sacando un gran
revólver.
Mis ojos se agrandaron. ¿Qué demonios?
―¿Llevas un arma?
No me miró mientras abría la cámara, la giraba, antes de volverla a poner en
su sitio. Mierda. Mi polla se movió un poco. Manejaba el arma como una pro, era
sexy como el infierno.
―Claro que sí. ―Sin otra palabra, dejó la puerta de la camioneta abierta y se
dirigió a la casa. Salté de la camioneta y me apresuré a su lado, no queriendo
verme como una gallina por dejarla entrar sola en la casa―. Puedes irte, Paul. Lo
tengo.
―¿Qué si alguien está dentro?
―Si hay alguien, se arrepentirán ―replicó mientras tomaba el primer paso
hacia el porche, que gruñó en protesta por su peso. Su cara se apretó e hizo una
mueca ante el sonido, con miedo de que alertara a quien pudiera estar dentro de
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que se acercaba. La seguí, las escaleras chirriando fuerte con mi peso adicional. Su
mano, la que no sostenía el arma, acababa de encontrar el pomo de la puerta justo
cuando alcancé el último escalón del porche. En ese mismo momento, mientras
abría la puerta, caí a través del suelo del porche, la madera vieja y débil había
cedido debajo de mí.
El sonido de la madera rompiéndose fue fuerte, causando que Clara se girase
y dirigiera la pistola en mi dirección.
Se sintió como que mi estómago cayó hasta mi culo.
―No dispares ―grité. Inmediatamente dejó caerla pistola a un lado,
presionando su boca en una enfada y frustrada línea recta―. Jesucristo
―murmuré, apretando mi pecho, mi corazón acelerado. Casi me disparó.
―Casi te disparo ―gruñó como si de alguna manera fuera mi culpa.
―No jodas ―espeté mientras me evaluaba. No tenía partes del cuerpo
perdidas, tampoco lesiones. Escalando fuera del agujero, me levanté gentilmente
en el porche, con miedo de caer a través del suelo de nuevo―. Dame la pistola ―le
ordené.
Me frunció el ceño.
―No.
La fulminé con la mirada.
―Voy a ir primero así que dame la pistola. ―Sostuve mis manos mientras le
daba una mirada severa.
Elevando una ceja desafiante, se burló:
―¿Tan siquiera sabes cómo utilizar una pistola?
―Por supuesto que sí ―mentí. Había disparado pistolas antes, pero no era
un pro. Realmente lo que quería en ese momento era asegurarme que no me
mataba por accidente.
Negué con enfado, maldiciendo a esta mujer exasperante mientras entraba en
la casa. El peso de la pistola me sorprendió mientras la sostenía a mi lado. Era una
pistola pesada para una chica. Casi se lo dije, pero decidí que no porque quizás me
ganaba alguna lección de feminismo. Mis pasos eran lentos, y livianos, pero los
suelos aún crujían con cada paso. Estaba justo detrás de mí mientras a ciegas
caminaba por el oscuro y desconocido pasillo.
Algo sonó y me paré, haciendo que chocara contra mí.
―Joder, Paul ―murmuró.
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―Shh ―le ordené rápidamente, extendiendo mi cuello un poco para
escuchar. Sonidos de rascar, como uñas en una pared. Estaba aliviado que solo era
un animal< solo que no sabíamos qué clase de animal.
Después de un momento en silencio, susurró:
―Parece como si viniera de la cocina. ―Me empujó hacia adelante, y
caminamos hacia la parte de atrás de la casa, hacia lo que asumía que era la cocina.
Alcanzamos la puerta y Clara señaló con su delgado brazo entre yo y la puerta
antes de que tuviera oportunidad de entender lo que estaba haciendo. En un
momento, la luz de la cocina se encendió, sorprendiendo a mis ojos. Un fuerte siseo
mezclado con un frenético miau hizo que temblara cuando algo pequeño y negro
saltó. Me asustó y reaccioné, elevando mi brazo para apuntar la pistola, que por
accidente se disparó con un fuerte pop que hizo que los latidos de mi corazón
fueran a toda marcha.
―Mierda ―jadeé, asustado de que acaba de disparar accidentalmente una
pistola.
La bala atravesó un jarrón que estaba en la mesa de la cocina, destrozándolo
en cientos de piezas. La pequeña cosa negra, que ahora sabía que era un gato,
mientras salía disparado de una pequeña caja de cartón en la ventana de atrás,
parecía tan asustado como yo. Aparentemente había múltiples ventanas rotas en
esta casa.
―Hijo de puta ―grité mientras trataba de recuperar el aliento. No estaba
asustado de un gato. Bueno, quizás me asustó por un segundo por la gran
sorpresa. La risa de Clara me sacó del choque mientras me giraba para verla
inclinada, sujetándose el estómago, riéndose―. ¿Piensas que es gracioso? ―dije
despectivamente.
Su cuerpo se sacudió mientras trataba de controlar su risa.
―No de que dispararas a mi jarrón ―respondió finalmente―, pero tu
reacción no tuvo precio.
―¿Por qué siquiera tienes esto? ―pregunté, dirigiendo mi mirada a la pistola
en mi mano.
―Dame eso ―demandó Clara mientras sacaba la pistola de mi mano.
Pasando por mi lado, la puso en la encimera, cerrando sus ojos como si necesitara
calmarse―. Jodido gato ―murmuró en voz baja, todavía riéndose.
―No voy a mentir ―interrumpí, un poco sin aliento―. Me cagó de miedo.
―Caramba, no lo hubiera dicho ―dijo secamente.
―Necesitas conseguir nuevas ventanas ―señalé.
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Resopló, algo que contenía una pizca de desdén.
―Las nuevas ventanas cuestan dinero.
―Este lugar no es seguro con cajas de cartón como ventanas.
―Gracias, Paul. No me había dado cuenta ―se quejó sarcásticamente.
―¿Cuándo te mudaste aquí?
―Hace una semana. ―Suspiró mientras cruzaba sus brazos y se giraba,
dejando que su mirada viajara por la habitación. No había cocina, la mitad de las
puertas de los armarios faltaban y el linóleo del suelo estaba roto en varios lugares.
Y esto era solo la cocina. Me encogí pensando en cómo se veía el resto de la casa.
―¿La conseguiste gratis, porque de otra manera, no puedo imaginar por qué
te mudarías aquí?
―El chico me dio un alquiler con opción a compra, era súper barato, y me
gustaba la idea de< ―Giró su boca pensando antes de continuar―. Devolverle la
vida. Alguien renunció a este lugar hace tiempo. Quizás no me gusta rendirme.
Tenía la sensación de que ya no estaba hablando de la casa. Luché contra la
urgencia de arrugar mi cara con escepticismo. Sonaba como toda una mujer para
mí. Eran todas tan sentimentales. Estaba loca. Esta casa era un agujero de dinero.
Le tomaría mucho tiempo llevarla a unas condiciones estándares y adecuadas para
vivir.
―Mira aquí. ―Señaló mientras se acercaba. Di un paso al lado cuando
alcanzó el marco de la puerta y pasó su mano por el panel de madera. Grabadas en
la madera había iniciales y fechas con medidas de altura a su lado―. Esta era una
familia. Los niños de alguien crecieron aquí. La vida de alguien empezó aquí.
Entrecerré mis ojos mientras veía su meñique pasar por la grabada madera.
―Pero no tu vida ―señalé―. Hay mejores lugares por aquí que necesitan
mucho menos trabajo.
―Ese es mi punto, Paul. Alguien abandonó este lugar. Lo construyeron y
después lo dejaron ir y no miraron atrás. Simplemente lo lanzaron como si fuera la
basura de ayer. ―Su mirada se quedó donde sus dedos acariciaban la madera, una
tristeza parecía salir de ella, pero rápidamente se recuperó.
Elevando su cara para enfrentar la mía, me dio una sonrisa rara.
―Gracias por traerme, Paul.
Me di cuenta que me estaba diciendo que era tiempo de que me fuera.
―Oh, sí ―dije―. Claro. ―Me siguió por el pasillo hasta la puerta delantera y
antes de salir me giré y pregunté―: ¿No estás asustada de estar aquí tú sola?
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―¿Por qué? ―se burló―. ¿Piensas que debería estarlo?
―Diablos sí ―afirmé, abriendo mis ojos para enfatizarlo―. Estamos aquí
juntos ahora con esta gran pistola y estoy asustado.
Se rió. Como realmente reírse. Su sonrisa se extendió por su cara, su boca
abierta, sus dientes a plena vista. Podía ser un dolor en el culo, y me volvía
jodidamente loco. Pero en ese momento, sabiendo que yo había hecho que hiciera
eso, reírse de esa manera, era excitante, solo que no del tipo al que estaba
acostumbrado. Las excitaciones eran mi vida, y era adicto a ellas; el subidón de
hacer algo peligroso siempre me daba una emoción que nunca había sido capaz de
reemplazar. Hasta ese momento.
Cuando su risa se apagó, se desvaneció en una sonrisa, antes de encogerse en
una pequeña sonrisa. Nuestras miradas se encontraron por un momento, y me
pregunté si en ese breve espacio de tiempo había sentido lo mismo que yo. ¿Se
había olvidado por poco tiempo de que me odiaba, de que pensaba que era un
idiota? ¿Era el único que se sentía de esta manera? Pensaba que quizás lo hacía, por
la manera en que sus brillantes ojos parecían suaves mientras estaban fijos en los
míos. Pero tan rápidamente como el momento vino, pareció desaparecer todavía
más rápido.
Apartando su mirada, se aclaró la garganta y dijo:
―Buenas noches, Paul.
Con un asentimiento, me fui, con cuidado de caminar delicadamente en el
porche para no caer por él de nuevo. Cuando subí a mi camioneta y la encendí,
miré a la casa por un momento, todavía incapaz de aclarar mi cabeza. Se había
mudado a un nuevo estado, comenzado un nuevo trabajo y comprado una casa
que necesitaba mucho trabajo. ¿Esta mujer no tenía miedo de nada?
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Capítulo 23
Ashley me está sonriendo, mientras Zane me mira desde detrás de su cámara
en el trípode. Mills está apoyado contra la pared de atrás y parece como si
estuviera tan aburrido que pudiera dormirse.
―¿Debería continuar? ―pregunto, inseguro. Siento como que he estado
hablando por horas. Esta jodida habitación está volviéndose claustrofóbica.
―Creo que es suficiente por hoy. ―Casi dejo salir un suspiro de alivio.
Cerrando su libreta, se desliza hacia adelante en su silla―. Clara es toda una mujer
―observa.
―Sí, lo es ―admito.
―¿Entonces, te veremos mañana?
―¿Mi turno de nuevo, eh? Sí. Claro.
Nos despedimos y salgo de la habitación, respirando el aire fresco. Marcus
está al frente, leyendo el periódico, esperando a que los chicos regresen de su
último salto del día. Me dejo caer en el sofá a su lado, dejando que mi cabeza caiga
hacia atrás. Se queda callado por un momento, el periódico escondiendo su rostro,
cuando con voz sensual y profunda dice:
―Saber que la hice reír de esa manera< fue excitante. ―El periódico tiembla
con su cuerpo mientras trata de no romper a reír.
―Tú, pequeña mierda ―gruño―. ¿Estabas escuchando?
―Eres bueno con las palabras, Paul ―resopla mientras se ríe, ya sin tratar de
contenerse.
―Eres tan idiota.
Ahora el periódico está arrugado en su regazo, revelando su rostro muy rojo
mientras se ríe tan fuerte que no puede respirar.
―Eso es todo ―gruño, envolviendo un brazo alrededor de su cabeza y
encerrándolo.
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―Déjame ir, idiota ―demanda, a pesar que se está riendo.
Hago un puño y froto su cabeza, dándole un apropiado coscorrón. Sus
pequeñas manos agarran mi muñeca, intentando liberarse, pero soy demasiado
fuerte.
―¿Esto te está excitando, Paul? ―grita entre carcajadas, mezclado con
gruñidos.
―Claro. ―Me río, también.
―Será mejor que te detengas o voy a golpearte en las pelotas ―advierte.
Justo antes de moverme para sacar mi cuerpo fuera de su alcance, mueve su mano
y me golpea directo en las joyas de la familia. Ambos caemos al suelo mientras me
cojo las pelotas, gruñendo de dolor. Ambos estamos jadeando, nuestra edad está
asomando su fea cabeza. Los jovencitos que solíamos ser, se hubieran levantado
del suelo y vuelto a ir el uno contra el otro. Pero ahora, luchar se siente como un
entrenamiento completo de cardio. Marcus es capaz de ponerse de pie antes que
yo, pero utiliza el reposabrazos para levantarse.
Una suave risa hace que nuestras cabezas se giren en su dirección. Neena está
de pie en el pasillo con su cámara, filmándonos. Clara está a su lado, sonriendo,
como si pensara que somos ridículos. Y es lo que somos. Muevo mi mirada a
Marcus, su cabello parece estar como si se acabara de levantar de la cama después
de una noche de sexo duro. Aún estoy en el suelo, sujetando mis pelotas. Esto no
se ve bien.
―Neena ―jadeo―. ¿Te importaría apagar eso, princesa?
Eleva una ceja en advertencia, algo que definitivamente ha aprendido de su
madre. La he llamado princesa. No se supone que haga eso. Al menos no delante
de otra persona.
―Quiero decir, por favor.
Cierra la pantalla y pone la cámara contra su pecho.
―Son graciosos.
―Sí, los son, ¿verdad? ―murmura Clara―. ¿Chicos, la llevan a casa y le
hacen la comida, sí?
―Lo tendremos preparado para cuando llegues a casa ―asegura Marcus―.
Mei-Ling también viene. Tenemos grandes planes para esta noche.
Clara lo mira inquisitivamente.
―Explícate por favor.
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―No puedo. ―Marcus le guiña a Neena―. Paul y Mei-Ling han estado
trabajando en esto por unos días.
Los ojos oscuros de Clara me miran, una mirada de incertidumbre y
excitación mezclada en ellos.
―Te gustará ―le aseguro―. Pero a Neena le gustará más.
Asiente una vez en conformidad antes de besar a Neena en la cabeza.
―Buena suerte con estos dos cabezas de chorlito.
Mientras Clara se va para ser interrogada por Ashley y su equipo, Neena
sonríe, y es sincera, pero algo está mal. Su sonrisa habitual que ilumina todo su
rostro, no está ahí. Y ahora que realmente la miro, está más pálida.
―¿Estás bien, cariño? ―pregunto mientras ruedo sobre mi estómago
preparándome para levantarme.
―Solo un poco cansada ―responde, y me centro en los pequeños círculos
oscuros formándose debajo de sus ojos. Sin importar cuánto duerma, su piel ha
palidecido considerablemente, haciendo que parezca como si no duerme mucho.
―No tenemos que hacer lo que hemos planeado esta noche si no te sientes
bien ―le digo. El entretenimiento estará jodido si mi pequeña niña no está de
humor.
―Estoy bien, papá ―replica, elevando su voz una octava, como si por hacer
eso fuese a sonar más animada.
―Bien ―respondo con inquietud―. ¿Por qué no te sientas un rato?
―Los chicos deberían estar de regreso en cualquier momento ahora. Es un
día corto. Nos iremos en veinte minutos ―le dice Marcus.
Ella asiente y se deja caer en el sofá, sentándose con las piernas cruzadas, abre
la lente de la cámara de nuevo, y mira lo que acaba de grabar.
―Levántate ―gruñe Marcus mientras pasa por mi lado, dándome una fuerte
patada en el culo.
―¡Imbécil! ―gruño detrás de él, ganándome una risa de Neena.
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Capítulo 24
―Paul nos ha contado sobre la primera vez que vio tu casa. ―Ríe Ashley,
poniendo su oscuro cabello detrás de su oreja mientras se sienta con las piernas
cruzadas.
Resoplo una pequeña carcajada ante el pensamiento.
―¿También te contó que accidentalmente disparó una pistola? Contra un
pobre gato.
Sonríe y responde:
―Sí, lo ha hecho. Esa noche parece haber sido un punto central en la
dinámica entre ustedes, al menos por lo que a él concierne.
Inclino mi cabeza pensando.
―Creo< que fue la primera vez que de verdad nos reímos juntos. La risa es
como la vieja abuela en cada familia ―señalo―, hace que todo el mundo se junte.
Incluso gente que se odia entre ellos.
―¿Realmente odiabas a Paul?
Me estremezco ante su pregunta.
―Odiar es una palabra fuerte ―razono―. Le odiaba como un socio de
negocio, supongo. Como persona< estaba bien.
―¿Estabas atraída por él? Quiero decir, sé que físicamente sí, pero< ¿de otra
manera?
Suspiro con fuerza, abriendo mis ojos.
―La verdad< era un lío en aquel tiempo. Pensar en Paul o cualquier otra
persona de esa manera no parecía posible. Todavía estaba muy dolida con la
pérdida de mi matrimonio.
Sus cejas se elevan.
―¿Todavía querías a Kurt de vuelta?
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Ajustándome en mi asiento, le respondo:
―Quería mi vida de vuelta. Le quería a él de vuelta. Pero al mismo tiempo,
realmente no. Quería quien pensaba que era. Que la gente salga de tu vida es duro.
Sus cejas se juntan como si no entendiera. Como si pensara que Kurt no se
merece ninguna consideración o lo que sea de mí. Y probablemente tenga razón.
Pero no lo sentía de esa manera entonces.
―Era mi marido. La vida era cómoda, familiar. Le conocía, o pensaba que lo
hacía, y me sentía segura sabiendo que casi me conocía. Sabía cómo me gustaba el
café, cuán gruñona estaba cuando despertaba. Sabía que lloraba con las películas
sentimentales o las historias tristes sin importar cuántas veces las hubiera visto.
Sabía que me gustaba la Coca Cola de la fuente del 7-Eleven con mucho hielo,
conocía mis hábitos hasta el último detalle. Hubo una vez que me amo a mí y a
todas mis rarezas. Es duro de dejarlo ir.
―Así que< ¿no le querías de vuelta? ―Inclina su cabeza a un lado a modo
de pregunta.
―Quería de vuelta al hombre con el que me había casado. Pero me había
dejado mucho antes de eso. Eres tan joven, Ashley ―explico―. Probablemente no
tenga ningún sentido para ti. Estaba dolida. El matrimonio se siente como una cosa
con vida y aliento, y cuando lo pierdes, es como perder un familiar. Te quedan
todos estos buenos recuerdos, que realmente no puedes rememorar con alegría
porque sabes que se ha acabado. Y como la muerte, una vez que se ha ido<
realmente ido, no puedes volverlo a tener. Mi matrimonio se había ido. Lo quería
de vuelta. Pero sabía, que sin importar qué, nunca volvería. Incluso si volvía
arrastrándose sobre sus manos y rodillas, demasiado había pasado. Me había
mentido y faltado al respeto demasiadas veces; me había traicionado demasiado. Y
aunque sabía eso, todavía no lo hacía fácil.
―¿Cómo llevas las noticias sobre Daisy?
Dejo salir un largo gruñido.
―Quería odiarla. Tenía la vida que yo quería. Estaba tan triste, y quería que
él sintiera lo mismo. Quería que hacerle tanto daño como me lo hizo a mí, y sentía
que Daisy estaba haciendo que no sintiera ningún dolor. Era su distracción. Pero
no la odiaba. Me negué. Odiarla me haría una persona peor, una persona
mezquina.
―¿Cómo lo hiciste? Alejarte de tu trabajo, tus amigos, y tu vida. No suena
como si tuvieras un gran comité de bienvenida aquí.
Paso mi dedo por el brazo de la silla.
Página 132
―No, no lo tenía.
―¿Se volvió mejor?
―Con el tiempo. Tomó unos pocos meses. Creo que él trato m{s, pero aun así
discutíamos en algunas cosas.
―Bueno, Paul ha descrito la noche del accidente de la pistola como un punto
central para él. ¿Cuál fue el tuyo?

Había vivido en Virginia durante un mes y medio. No tenía amigos. Mi


equipo me odiaba Marcus realmente me odiaba. Había puesto fin a sus travesuras
con nuestros clientes y no se lo había tomado bien. Con Paul, era día a día.
Algunos días nos llevábamos bien, otros, él pensaba que era una perra furiosa y yo
pensaba que era un idiota total. Vendí mi coche mierdoso a la chatarrería y compré
otro coche mierdoso que era todavía más feo. En ese punto, no tenía realmente
ningún lugar al que ir, así que la apariencia de mi vehículo no importaba mucho
mientras funcionara y me llevara al trabajo y de vuelta a casa cada día. Estaba más
sola de lo que nunca me había sentido en mi vida. Pero tenía mi casa. Mi hermosa
y mierdosa casa. Cuando no estaba en el trabajo, trabajaba en mi casa. El negocio
iba bien, gracias a la implementación de algunos nuevos métodos, y finalmente
estaba comenzando a tener un salario y dado que no tenía vida, mi dinero iba para
mi casa.
Con cada trabajo; pintar paredes, reemplazar ventanas, y todo, lentamente,
comencé a encontrar paz. Era un sábado, el primero que no trabajaba desde que
me había mudado, y planeaba un “excitante” día barnizando los armarios de mi
cocina. El tiempo era demasiado caliente para abril en Virginia, o eso decía todo el
mundo. Cada ventana en mi casa estaba abierta, con ventiladores en forma de caja
en ellas, dado que todavía no tenía suficiente dinero para un aire acondicionado o
una calefacción. El aceite de calentar me ayudaba durante las frías noches, pero
finalmente tenía que irse. Con mi estéreo sonando y mis ventiladores funcionando,
no escuché estacionar la camioneta de Paul, tampoco le escuché entrar en casa.
Estaba parada al lado de mi encimera, barnizando la madera en los armarios,
cuando tocó mi pierna. Casi caí de la encimera, me asustó mucho.
―¿Qué demonios? ―siseé, mi pecho elev{ndose y hundiéndose
dramáticamente mientras intentaba recuperar el aliento.
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Cuando se rió, no pude oírle porque la música estaba demasiado alta. Se giró
y accionó el botón de apagar, después pude escuchar sus carcajadas.
―¿Qué est{s haciendo aquí? Se supone que tienes que estar haciendo saltos
esta tarde.
―Bueno, hola a ti, también ―respondió secamente.
―Hola, Paul ―contesté exageradamente. Después, poniendo una mano en
mi cadera, le pregunté―: De nuevo. ¿Qué estás haciendo aquí?
―El último grupo de hoy canceló. El autobús de la iglesia se estropeó y no
pudieron llegar.
―Mierda. ―Suspiré―. Eso apesta. ―Acab{bamos de perder mucho dinero.
―¡Buenas noticias! ―exclamó―. El día no est{ perdido. He venido con
regalos. Bueno, un regalo.
Entrecerré mis ojos. ¿Me había comprado un regalo? ¿Qué tipo de regalo me
traería, y por qué?
―Est{ en la parte trasera de mi camioneta. ―Me miró, sus ojos oscuros
observando por un momento mis piernas, antes de encontrarse con mis ojos de
nuevo. Pretendí no darme cuenta. Cuando no me moví, preguntó―. ¿Quieres
verlo?
―Eso depende. ¿Qué es?
―Tienes que venir fuera y verlo.
Rodando mis ojos, me incliné, dejé mi rodillo sobre el borde del bote y salí.
Odiaba que se hubiera presentado sin anunciar, por razones obvias, como que no
éramos amigos. Pero otra razón, que odiaba admitir, era que sabía que me veía
como el infierno. Y Paul James siendo él mismo, se veía increíble, como siempre.
Estaba cubierta de sudor, sin maquillaje y con el cabello en un moño alto sobre mi
cabeza. Estaba bastante segura que con el calor y la abundante sudoración, mi
desodorante ya se había ido desde que me lo había puesto esa mañana. Así que
probablemente no olía bien tampoco. Él encontró algo gracioso mientras me
miraba, su divertida sonrisa en el rostro.
―¿Algo es gracioso? ―espeté insolentemente.
―Sólo que eres linda cuando est{s molesta.
¿Linda? ¿Por qué esa palabra no se sentía del todo bien? Ninguna mujer
quiere ser linda, no realmente. Linda es para niñas pequeñas y bebés. Las mujeres
quieren ser hermosas; sexys. Decidí no hacerle caso y le seguí afuera hacia su
camioneta, percatándome de lo que parecía ser una mesa en la cabina. Abriendo la
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puerta trasera, se giró hacia mí con una sonrisa y señaló con su mano como
diciendo, mira esto.
―Es una mesa ―observé. Parecía una buena mesa, recién construida, sin
ningún acabado. ¿Qué se suponía que tenía que pensar sobre eso?
―Es tuya ―dijo.
Le miré como si estuviera loco.
―¿Mía?
―La construí para ti.
Hice el esfuerzo de centrar mi expresión. ¿Hablaba en serio?
―¿Has construido esto? ―pregunté, señalando la mesa.
Rascando su nuca, dejó salir una risa nerviosa.
―¿No te gusta?
―No es eso―repliqué r{pida pero calmadamente―. Sólo< estoy
confundida.
Inclinó su cabeza, torciendo su boca a un lado. Sabía lo que quería decir.
Sabía que considerándolo todo, era raro que me hubiese construido a mí, de todas
las personas, una mesa.
―Sabes que soy un poco viajero, ¿no?
―Eh< sí ―respondí, bastante confundida. Est{bamos hablando de una
mesa, ¿ahora hablábamos sobre viajar?
―Quedarme en un lugar me inquieta. El salto alivia mi necesidad de
aventura, de alguna manera, pero no completamente.
Me miró después se giró a su camioneta, mirando la mesa.
―He estado tratando de mantenerme ocupado, de distraerme. La carpintería
es mi última distracción.
―Ya veo ―murmuré.
―Construí la misma mesa tres veces, pero esta< con esta tuve problemas.
―Parece una bonita mesa ―señalé―. Pero< ¿por qué me la est{s dando a
mí?
―Bueno< ―Rió―. No la necesito, y pensé que quiz{s tú sí.
―¿Por qué construiste algo si no lo necesitabas? ¿Por qué no construir un
escritorio o una silla o algo?
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―No lo sé ―contestó un poco molesto por mi pregunta―. Si no te gusta
simplemente dilo.
Apreté mis dientes, conteniendo la urgencia de replicar. ¿Realmente podía
culparme por ser escéptica? Subiendo a la parte trasera de la camioneta, pasé mis
manos por la madera. Era realmente una buena mesa. No podía ver lo que pensaba
que estaba mal excepto por los oscuros anillos de crecimiento en la madera. A
algunas personas quizás no les gustaba eso. La mesa no era lujosa; era simple. Me
gustaba simple. Simple podía ser elegante. Después me di cuenta de que la podía
barnizar para que combinara con mis armarios.
―¿Cu{nto quieres por ella?
Bajó su cabeza como si estuviera exhausto de mí.
―Nada. Te la doy. Es un regalo.
Perdí mi paciencia. ¿Era una broma? ¿Estaba jodiendo conmigo?
―¿Por qué? ¿Por qué yo?
Inclinó su cabeza a un lado mientras me miraba.
―Porque no me di por vencido con esta. Y me gusta la idea de dársela a
alguien que no la dejará tampoco.
Mi mirada bajó. No me gustaba que viera mi vulnerabilidad. No me había
dado cuenta de que de verdad estaba escuchándome la noche en que me trajo a
casa mientras charlaba sobre no darse por vencida. Tenía que haber sonado como
una loca. Era obvio, al menos para mí, que me estaba volviendo loca encerrándome
en una casa por la que no tenía lazos con tales intensos sentimientos. Me
preguntaba si también lo veía. ¿O simplemente estaba sintiendo lástima?
―¿Est{s seguro? ―pregunté, mi tono no escondía ni un poco mi
incertidumbre.
―No la hubiera traído aquí si no lo estuviera ―adujo.
Salí de la camioneta y juntos bajamos la mesa, dejándola cerca del porche.
―Voy a buscar el barniz que tengo en la cocina. Coincidirá con los armarios
―indiqué.
―Espera ―gritó mientras me iba. Cuando me volví, estaba sacando una
navaja y entregándomela.
―¿Para qué es eso?
―Para que hagas tu marca.
Parpadeé unas pocas veces, dándome cuenta de lo que quería decir.
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―Es tuya ahora. La amar{s y la cuidar{s.
Tomando el pequeño cuchillo y dando una vuelta a la mesa, busqué un buen
lugar para tallar la madera mientras mordía mi labio, concentrada. Decidí una
esquina. Mis letras eran pequeñas y cuando soplé las virutas y el polvo, sonreí un
poco mientras miraba a Paul. Después le entregué el cuchillo.
―Tu turno.
Se quedó parado.
―¿Quieres que marque tu mesa?
―La has construido ―respondí―. Eres parte de la historia de la mesa.
Tomando el cuchillo, sonrió, y miró la superficie de la mesa, buscando el
lugar perfecto. Me gustaría decirte que escogió una esquina, como yo. Un área
pequeña. Algo modesto, pero con significado. Pero no. Escogió el centro de la
mesa.
Todo el centro.
Cuando terminó, sonrió mirando lo tallado. EPIC.
―¿El centro de la mesa? ―pregunté secamente―. Muy sutil.
Se rió mientras cerraba la navaja y la volvía a meter en su bolsillo.
―La vida es demasiado corta para ser sutil.
Inclinándose, sopló el polvo y pasó su mano por encima una vez más.
―Adem{s ―añadió con una sonrisa ladeada que me dijo que cualquier cosa
que fuera a salir de su boca sería sarcasmo―. Me gusta la idea de que veas mi
nombre ahí cada día y pienses en mí.
―Seguro que sí ―resoplé―. Buena cosa que he traído manteles de Texas
conmigo. Quedarán perfectos.
Se rió mientras me giraba y me dirigía dentro para coger el barniz. Cuando
volví, estaba sin camiseta. ¿En serio? ¿No podía al menos mantener su ropa?
Apoyado en la mesa, su espalda hacia mí, sus brazos cruzados y su cálida piel
brillando con una fina capa de sudor. Incluso por detrás se veía delicioso. Mierda.
Le lancé un trapo limpio que había tomado de adentro.
―Las mesas son para vasos, no para idiotas.
Se bajó con facilidad girándose hacia mí, sus ojos oscuros entrecerrados por el
sol brillante e implacable. Al ver su parte delantera, rodé mis ojos. Estúpido,
estúpido y musculoso pecho sexy. Y brazos. Esos eran estúpidos también. Oh, y el
oscuro vello en su pecho parecía estrecharse perfectamente hasta que se hacía más
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delgado, desapareciendo debajo de su pantalón. Nunca había estado con un
hombre con tanto< vello. No es que Paul tuviera mucho, o que pensara en salir
con él o su vello, pero Kurt había tenido muy poco, y el poco que tenía se lo
depilaba. Nunca había desarrollado una opinión sobre la cosa del vello en los
hombres, pero a Paul le quedaba muy< viril. Era atractivo. Me pregunté qué se
sentiría pasar mis dedos sobre él. Después me pregunté por qué demonios estaba
pensando en pasar mis dedos por el vello del pecho de Paul. ¿Qué pasaba
conmigo?
―Hace mucho calor aquí ―observó, elevando una mano y pas{ndola por su
oscuro cabello.
―¿Te quedas? ―pregunté, sac{ndome del trance.
―Pensé que quiz{s querrías algo de ayuda barnizando y metiéndola.
―No tienes que hacer eso, Paul,
Mostrándome una sonrisa, encogió un hombro.
―Ll{malo ofrenda de paz.
No sabía que sentir sobre eso. ¿La mesa se suponía que compraba mi perdón
por tratarme tan mal cuando llegué? O mejor dicho desde que llegué. De todas
maneras, no lo cuestioné. Si estaba dispuesto a firmar una tregua, lo tomaría. En
ese punto estaba cansada de todas las maneras. Tener un enemigo menos en la
oficina sería genial.
―Así que somos socios, ¿no? ¿No m{s mierda?
Miró hacia abajo y puso sus manos en sus caderas, antes de encontrarse con
mis ojos de nuevo. Con su profunda y ronca voz, dijo:
―No m{s mierda. ―Después se acercó, se paró delante de mí y extendió su
mano. La tomé y las sacudimos.
Se quedó todo el día. Después de barnizar la mesa, me ayudó con los
armarios. Después de los armarios, me ayudó a sacar el lavamanos del cuarto de
baño de abajo. Para cuando la noche cayó, estaba totalmente exhausta. Nos
sentamos fuera en una manta y comimos sándwiches de atún con Cheetos y Coca
Cola.
Antes de que se fuera, nos quedamos parados incómodos al lado de su
camioneta. Finalmente, me sorprendió con un extraño abrazo con una mano, antes
de subir al auto e irse.
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La boca de Ashley se tuerce mientras golpea su lápiz contra su libreta.
―Así que< ¿nada realmente pasó?
―¿Qué quieres decir? ―pregunté con burla.
―¿Sin beso? ¿Ni siquiera un abrazo? ―Zane me est{ mirando, sus cejas
elevadas como si esperara por mi respuesta. Aparentemente está encontrando mi
historia bastante intrigante.
―Bueno, hubo un abrazo con un brazo, como he dicho ―señalé―. Pero nada
más grande todavía.
Ashley me da una rara sonrisa, claramente decepcionada con mi repuesta,
pero decide seguir preguntando:
―¿Hubo paz? ¿Comenzaron a llevarse mejor?
Suspirando respondí:
―Con Paul y conmigo, sí. Con Marcus< no. Los otros empezaron a
acostumbrarse, pero iba lentamente, y la actitud de Marcus hacia mí no ayudaba.
―Llegaremos a Marcus en unos minutos ―insiste Ashley―. Quiero escuchar
más sobre la incipiente amistad entre Paul y tú.
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Capítulo 25
Estábamos en la carrera, Richmond International Raceway. Jamás había
estado en una carrera de NASCAR. El circuito de Texas no era un concepto
desconocido para mí cuando vivía en Texas, pero las carreras jamás me habían
interesado de verdad. Pero en Virginia, las carreras eran algo importante. Y
mientras caminábamos alrededor, definitivamente me sentía como un humado
dejado en un planeta extraño, obligada a caminar entre diferentes especies.
Las chicas caminaban alrededor en bikinis de la bandera confederada; otras
con shorts de jeans con sus nalgas a la vista. Los hombres caminaban por ahí con
camisetas con sus corredores favoritos en ellas, y con cascos que tenían latas de
cervezas con largos pitillos en sus bocas. Había orinales por todas partes y el calor
no ayudaba a disminuir el olor mientras pasábamos al lado de ellos. Como si todo
eso no fuera suficiente, Marcus decidió usar una camiseta que tenía escrito Estoy
con la bruja escrito en la parte de atrás, justo encima de la flecha que apunta a un
lado. Había hecho de su objetivo permanecer a mi izquierda todo el día para que la
flecha me apuntara.
Mi nueva táctica para lidiar con él es ignorarlo. Pensé que si no reaccionaba,
tal vez se detendría.
―Eres un idiota ―le dije. Ese día fallé.
Se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
―¿Qué quieres decir?
Lo ignoré y resoplé molesta de que estuviéramos esperando a Paul, quien
estaba demorándose una eternidad hablando con un grupo de mujeres.
―¿Planea hablar con cada mujer de grandes tetas hoy?
―El sexo vende ―explicó Marcus―. Es bueno seduciendo a las mujeres en la
aventura.
Metí mi dedo en mi boca y pretendí vomitar.
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―¿Estás ofendida, Reina Puritana? Estoy seguro de que esas adorables
pinturas en las paredes de nuestra oficina venderán más saltos que un atractivo
hombre, que de verdad puede saltar.
Le enseñé el dedo del medio porque no pude sacar ninguna respuesta
ingeniosa.
―Nadie te obliga a hacerlo Clara, ¿entonces por qué te importa?
―Porque es< vulgar.
¿Cómo podía no verlo?
―¿Y qué si lo es? Si vas a andar por ahí todo el día con esa cara, entonces
regresa al auto.
―¿Qué cara? ―pregunté ofendida.
―Como si necesitaras un gran enema. Relájate.
Por un momento, me pregunté si era lo suficientemente fuerte como para
patearlo como una pelota de fútbol. De verdad sabía cómo meterse bajo mi piel.
Cuando Paul finalmente se nos unió de nuevo, pretendió ignorar nuestra
discusión y se concentró en intentar ganar clientela. De alguna manera eso
involucraba únicamente detenerse en grupos que incluían mujeres atractivas.
―No hagas esa cara ―ordenó Paul mientras dejábamos un grupo―. Esto es
mucho dinero para nosotros.
―Lo entiendo ―me quejé―. ¿Pero tenemos que estar aquí todo el día?
Cortándome con una mirada que decía, mira esto, se dio vuelta por el camino
de grava y caminó hasta donde había un grupo de jóvenes hombres y mujeres,
bailando con la música country. Las mujeres acudieron a él, inflando sus pechos
para que sus escotes sobresalieran más. Paul, en su sombrero de paja de vaquero y
la ajustada camiseta negra, desplegó una sonrisa, la que había llegado a identificar
como la sonrisa línea curva de enganche. Estúpida sonrisa. La odiaba. La odiaba
más que nada porque tenía el mismo efecto en mí como en casi todas las otras
mujeres.
En los siguientes veinte minutos me paré a un lado mientras que Paul bebía
cerveza con su nueva pandilla y al final de eso, les entregó a todos un folleto y les
dijo que lo buscaran porque haría paracaidismo en la carrera. Traté de no estar
molesta cuando una de las mujeres le escribió su número en su palma. Al alejarnos
mi irritación podía palparse saliendo en olas de mi cuerpo. Paul la sintió porque
dijo:
―¿Qué?
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―No deberías beber antes de un salto ―lo regañé. Fue la única cosa que
pude inventarme. Marcus no había terminado con el último grupo y permanecía
atrás mientras avanzábamos.
―Fueron dos cervezas y he estado bebiendo agua todo el día ―discutió,
sacudiendo su botella de agua en mi cara. Sabía que lo había estado haciendo, pero
aun así no debería beber nada de alcohol. Y punto―. ¿Cuál es en verdad el
problema aquí?
―Nada. ―Me encogí de hombros―. Solo creo que estás intentando decir que
coquetear es promocionar y no lo es.
―Coqueteo para promocionar ―argumentó.
―O para conseguir un polvo ―me quejé.
Se rió y envolvió su brazo alrededor de mis hombros, apretándome contra él.
Mi cuerpo se tensó así que inmediatamente me aparté. Alzó sus manos como si
estuviera rindiéndose.
―Lo siento.
Apreté mi mandíbula y aparté la mirada. No me gustaba que me tocara
porque, de hecho, de verdad me gustaba que me tocara. Había estado sucediendo
más y más; su brazo descansando contra mi brazo mientras veíamos algo en la
computadora de la oficina juntos; su mano rozando la mía cuando me pasaba algo.
Pequeños toques, pero nada simples. Me negué a caer víctima de su encanto
porque la verdad, era pura mentira. Tenía que serlo. Era apuesto y encantador y su
sonrisa cautivaba a todos, y todas esas cosas juntas eran letales. De alguna manera
esas cosas dirigidas a mí me hacían sentir< especial. Razón por la cual era
mentira. Nadie era especial para Paul. Él habría compartido ese combo letal con
cualquiera.
―Tienes que relajarte, Clara. ―Se rió mientras se ajustaba su sombrero de
paja.
―¿En serio? ―Su declaración me agitó. No me consideraba una persona
tensa. No en ese momento de todos modos.
Bien, tal vez estaba a la defensiva. Pero había acabado de pasar un infierno
los últimos meses y estar a la defensiva era la única forma que conocía para
sobrevivir. Pero no era una estirada.
―Quiero decir que debes divertirte.
―¿Tu definición de diversión es caminar medio desnuda en una pista de
carreras? ¿Quieres que actúe como esas mujeres por ahí, desesperadas por
atención?
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Dejó salir un largo suspiro. Supongo que estaba cansado de mí también.
―No, no medio desnuda. Solo quise decir, que está bien coquetear con un
chico incluso si no estás interesada en él.
―Algunos hombres llamarían a eso ser una calienta pollas ―respondí.
―Solo los estúpidos.
Sacudí mi cabeza con incredulidad.
―¿Quieres decir coquetear para vender?
―¿Y qué si lo hicieras? Eres la que siempre está hablando sobre la
presentación. No es solo el salto ―me imitó con su tono agudo, burlándose de mí.
¿De verdad me escucho así?―. Puedes coquetear sin actuar como una< ya sabes.
Levanté mis cejas.
―No. No lo sé.
―Como si fueras fácil o algo así.
―Dios, Paul. Eres increíble.
Se rió.
―Lo sé ―dijo sarcásticamente.
―¿Debería ir a coquetear con esos chicos por allá? ―Apunté a un grupo cerca
de una camioneta Chevy.
―Bueno, hemos hecho cambios e intentado cosas nuevas que querías que
implementáramos. ¿Tal vez deberías probar algunas de las nuestras?
―¿Quieres que intente actuar como una zorra?
Tomó un gran trago de su botella de agua.
―Dios, Clara ―se quejó―. Estás siendo extrema. Obviamente no creo que
deberías ir allá y frotar tus testas en sus caras.
―¿Entonces qué quieres que haga? ―espeté.
―¿No puedes simplemente acercarte y actuar como si te cayeran bien y luego
dejar salir el hecho de que tienes un negocio de paracaidismo y lo emocionante que
es? Mierda. ―Luego hizo una suposición sobre mí―. No es que lo supieras.
Entrecerré mis ojos hacia él.
―No tengo que saltar para saber que es emocionante.
―¿Sabes lo extraño que es que tengas un negocio de paracaidismo, pero te
niegues a saltar?
Página 143
La respuesta a eso era sí. Lo sabía. E incluso si no lo supiera, o si alguien
mágicamente me hiciera olvidarme de ese dato curioso, Marcus se desviaba de su
camino para decirme en cada oportunidad que tuviera lo estúpido que eso era.
―Saltaré ―discutí―. Algún día.
―Está bien, Clara. Si no puedes hacerlo, no puedes hacerlo. ―Se encogió de
hombros como si no fuera importante.
―¿Qué? ¿Saltar?
Me lanzó una mirada que decía, eres una idiota.
–No, nena. Coquetear. Está bien si no puedes coquetear.
Me detuve en el empolvado camino de tierra que habíamos estado
recorriendo y lo miré sin habla. ¿Era en serio? Le tomó pasarme un par de pasos
antes de darse cuenta que ya no estaba a su lado. Cuando se dio vuelta y vio mi
expresión, una amplia sonrisa se extendió a lo largo de su cara.
―¿Qué dije?
―Oh, no lo sé ―dije dramáticamente, alzando mis manos al aire―.
Aparentemente soy una mutante incapaz de seducir a un hombre.
Echó su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
―Vaya. ¿Sacaste eso de lo que acabo de decir, verdad?
―Cállate, Paul ―murmuré mientras caminaba a su lado, empujándolo con
mi hombro, lo que solo lo hizo reírse más.
―¿Estás diciendo que puedes hacerlo? ―gritó a mis espaldas.
Dándome vuelta, me crucé de brazos.
―¡Por supuesto, que puedo hacerlo! ―Y podía. Eso no quería decir que
pudiera hacerlo bien, sin embargo, tenía dos cosas que le gustaban a los hombres;
culo y pechos. Oh, eso lo convertía en tres. Estaba viva. Esos tres atributos eran mi
clave para triunfar en el acto del coqueteo.
―Pruébalo. ―Me desafió. Si una mirada podía transmitir odio, la que le di lo
hizo. Bastardo.
Mirando mi ropa, torcí mi boca. No me veía exactamente como las otras
mujeres que caminaban alrededor. Ellas se veían sexys< bueno, algunas se veían
así. Las que lo estaban intentando demasiado se veían vulgares. Quiero decir, muy
vulgares. Estaban usando bikinis por el amor de Dios. No había una masa de agua
o piscina en kilómetros.
Modesta.
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Esa es la palabra que me venía a la mente cuando pensaba en mí.
Me veía modesta.
Y por mucho que odiara admitirlo, no quería que Paul me viera como
modesta. Tampoco quería que me viera como una basura. Sostuve la mirada de
Paul mientras se acercaba a mi lado y tiraba del dobladillo de mi camisa azul y lo
pasaba por el cuello. Empujé el material de forma que quedara metido entre mi
sujetador. Mi separación de Kurt trajo muchas cosas de mierda con esta, la
depresión para empezar. Pero mientras que la depresión apestaba mucho, la
pérdida de peso fue el único lado bueno. Mi vientre era plano y mientras bajaba la
cinturilla de mis shorts ligeramente, pude decir que a Paul le gustó cuando sus ojos
se ampliaron y su boca se torció hacia un lado con una sonrisa de apreciación. No
podía verme a mí misma, pero los silbidos que venían de los hombres que pasaban
a nuestro lado fue todo lo que necesité. El ligero cambio de mi atuendo junto con
mis botas vaqueras, y estuve lista para coquetear. Dios, me sentía como una
mujerzuela. Quiero decir, ¿quién hace eso? Pero la forma en que Paul se lamió sus
perfectos labios, con su lengua saliendo, mojándolos mientras me miraba, me hizo
olvidar la mala sensación por ser una mujerzuela.
Tirando de la banda de mi cabello, lo sacudí, dejando que la longitud de éste
cayera por mi espalda y en cascada sobre mis hombros. La sonrisa de Paul se
desvaneció.
―¿Qué?
―No quise decir que tuvieras que hacer< ―ondeó su mano, apuntando
hacia mi cuerpo―, todo eso.
―¿Me veo mal o algo? ―pregunté, teniendo dudas.
―No ―murmuró―. Te ves bien.
¿Bien?
Me dijo que me veía bien.
Bien podría haber dicho que me veía mediocre.
Plana.
Sin emoción.
Tal vez patética.
―Dios, gracias, Paul.
―Oh por el amor de Dios, Clara. ―Apretó sus ojos con fuerza―. Sabes que te
ves sexy como el infierno. ―Ondeando su mano, con un gesto frustrado como si
estuviera quitándole importancia, pasó a mi lado, gruñendo para sí mismo.
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Sonreí para mí misma cuando no podía verme. Momentos después, caminé
hacia un pequeño grupo de hombres jugando cornhole3.
―¿Puedo entrar la próxima ronda? ―pregunté, girando un mechón de
cabello entre mis dedos.
Me recibieron con mucho entusiasmo. En un minuto tenía una cerveza fría en
mi mano y la atención de dos decentes, pero sudorosos hombres. Paul habló
tonterías con los otros chicos al otro lado del juego y de vez en cuando lo atrapaba
mirándome o apuntando en mi dirección. En un momento, fruncí mis labios hacia
Paul y él puso los ojos en blanco. Mientras jugábamos, pregunté a los hombres
alrededor sobre sus trabajos, sus vidas, sus novias, y así sucesivamente. Luego
vino mi entrada.
―¿Qué haces tú? ―preguntó uno de ellos mirando mi pecho. Mis ojos están
arriba, amigo.
―¿Yo? ―Tiré mi bolsa, embocándola y me gané un gruñido del tipo de pie a
mi lado. Su compañero y el mío estaban al otro lado―. Tengo un negocio de
paracaidismo.
―¿Es en serio? ―resopló.
Inclinando mi cabeza, lo miré.
―¿Es tan difícil de creer?
―Por qué nos les cuentas en detalles cómo es saltar, Clara ―interrumpió
Marcus. Bajé la mirada a él, fulminándolo. ¿De dónde demonios salió? Debió de
habernos alcanzado.
Le disparé una mirada a Paul, pero no pareció entender que mi mirada estaba
diciendo trae tu trasero acá y llévate al idiota de tu amigo.
―Clara es nuestra mejor paracaidista ―continuó Marcus.
―No diría eso. ―Me reí nerviosamente.
―Solo está siendo modesta. Vamos, cuéntale. ―La boca de Marcus se curvó.
Idiota.
Podía hacer eso. No tenía que saber los detalles técnicos. Solo tenía que
vender la idea de la emoción del paracaidismo. Lamiéndome los labios, dejé salir
un suave suspiro. Estaba apuntando a ser la colegiala seductora, pero no estaba
segura de poder hacerlo. Actuar como una zorra para vender no era algo que

3Cornhole: Es un juego americano en que los participantes tratan de meter bolsas de maíz en un
agujero en una plataforma.
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quisiera hacer de verdad, pero había que probarle a Marcus que se equivocaba.
Que no tenía miedo. Que podía hacer cualquier cosa. Esperaba.
―¿Cómo puedes describir la adrenalina del paracaidismo? ―comencé
mientras pasaba mis dedos perezosamente por el cuello de mi camisa y me detuve
justo antes de llegar a mi escote―. No importa lo preparado que estés, aun así te
sientes nervioso. Algo así como< hacer el amor por primera vez. ―Miré alrededor
y me di cuenta que todos estaban mirándome, escuchando, incluso Paul quien se
movió a nuestro lado. Marcus estaba de pie con sus brazos cruzados, claramente
convencido de que no podría hacerlo―. Mientras te suben en el avión, el motor
rugiendo, la presión aumentando mientras subes m{s y m{s< ―Levantando mi
cabello, pasé mi cerveza fría por el cuello y mi pecho. Podía sentir los ojos de todos
en mí, quemándome. De verdad me sentí como una zorra―. Tu corazón está
latiendo como un tambor, tu sangre bombeando porque la anticipación está
matándote. Luego estás en la puerta, el aire frío azotando tu cara, la tierra abierta
debajo de ti. Es arrebatador.
―¿Luego qué? ―preguntó Marcus, tratando con mucho esfuerzo hacerme
tropezar.
―Luego< ―Me detuve. Tenía que seguir―. Luego est{s ahí< en el
precipicio del gran final. ―Es asombroso cómo puedes describir casi cualquier
cosa usando insinuaciones sexuales. Estaba dándole en el clavo. Los hombres a
nuestro alrededor se veían atrapados; un par de ellos se habían acercado más
mientras hablaba. Parecían estar enganchados, de todos modos. No podía estar
segura si estaba vendiéndoles o si sólo eran bastardos cachondos actuando como
perros babeando sobre mí. O tal vez eran ambos. Dejé salir un suave gemido para
dar énfasis.
―Entonces vuelas ―intervino Paul―. Te sientes libre y ligero. La adrenalina
corriendo es intensa.
―Suena intenso ―dijo el que estaba a mi lado, con su mirada fija en mi―.
¿Tal vez pueda conseguir tu número y puedes contarme más de eso?
Antes de poder responder, Paul sacó un folleto de su bolsillo y se lo pasó.
―Llama al número ahí o visita nuestra página web. ―Con eso, tomó mi
cerveza y pasó un brazo alrededor de mí, colocando su mano en la piel desnuda de
mi costado. Estaba sorprendida. Marcus también, aparentemente, ya que su boca
se torció todavía más. El que pidió por mi número retrocedió, alzando sus manos
en rendición. Me moví para apartar la mano de Paul, pero su agarre se tensó.
Luego dijo―: Disfruten la carrera muchachos. ―Paul me guió, con su brazo a mi
alrededor aún, su mano agarrando mi cintura. Cuando estuvimos a seis metros de
distancia, recuperé el control y me aparté de él. Se rió y tropezó a un lado.
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―¿Qué demonios fue eso? ―siseé.
―Estaban a punto de montarse y empezar a cabalgarte.
―Fuiste tú quien dijo que debía coquetear para vender.
―Sí, coquetear. No lucir como si estuvieras en una audición para Playboy.
Me froté la frente. Estaba conversación estaba matándome. Pero muy
profundamente, sabía qué estaba diciendo. Pensó que me sobrepasé; demasiado. Y
lo hice. Lo sabía. Pero estaba tan cansada de él, de Marcus y de los chicos
haciéndome parecer una arpía con un palo en el culo. Solo porque no caminaba
por ahí y actuaba como una cabeza hueca y me acercaba a todo hombre atractivo
que veía, no quería decir que no era capaz de hacerlo.
Mirando hacia atrás, fue estúpido. Era una mujer inteligente. Y me reduje a al
probar lo contrario. Las feministas del mundo habrían agachado sus cabezas con
vergüenza si lo hubieran presenciado. Pero por otro lado, estaba esto: quería que
Paul me viera de forma diferente. Quería que viera que podía ser sexy. Sin
embargo, jamás se lo habría dicho. Así que me hice la tonta.
―Dijiste que coqueteara. Me desafiaste a probar que podía hacerlo.
Se rió con desdén.
―Bueno, no sabía que irías allá y actuarías como una gatita sexy ―se quejó.
Sacudiendo mi cabeza, pregunté:
―¿Gatita sexy?
―¿Qué fue eso de frotar la cerveza sobre ti de esa forma?
Me reí. Como que de verdad me carcajeé.
―Pensé que era un buen toque.
―Lo único que necesitabas era música cursi y habrías tenido el comienzo de
una película porno amateur.
Puse los ojos en blanco.
―Ahora estás exagerando.
―Estaba a punto de inclinarse sobre la tarima del cornhole e ir por ello.
―¡Paul! ―grité, mirando alrededor para ver si la gente pasando lo escuchó―.
Estás siendo desagradable.
―Podría haber sido llamada: La mazorca en El Hoyo4.

4
Sería la traducción del juego, Cornhole.
Página 148
―¡Eres tan desagradable! ―gruñí mientras bajaba mi camiseta, mi modestia
regresó con toda su fuerza.
―No ―intervino Marcus, haciéndome saltar. No me había dado cuenta de
que estaba detrás de nosotros. ¿Qué pasaba con este tipo?―. No es tan desagradable.
Solo es muy celoso.
Presioné mis labios juntos, sin saber cómo responder a eso. ¿Paul estaba de
verdad celoso? En cuanto a él, pretendió no escuchar a Marcus. En cambio,
inmediatamente se fue hacia otro grupo de personas y se detuvo justo enfrente de
una mujer con gigantes senos usando una camiseta blanca. Y no tenía sostén
puesto. Paul estaba sobre ellos. Tal vez no estaba tan celoso después de todo.

Ashley me mira con la sonrisa más ligera en su cara.


―Definitivamente estaba celoso.
Sonrío.
―Fue el hombre más confuso que había conocido. ―Mirando mi reloj, me di
cuenta que era tarde para la cena―. ¿Acabamos por hoy? Es tarde.
―Oh, claro. ¿A la misma hora la próxima semana?
―Te veo entonces.
Página 149
Capítulo 26
Cuando llego a casa después de que Ashley me libere, ya son casi las siete.
Mientras subo las escaleras de mi porche, la puerta delantera se abre y sale Mei-
Ling, con un vestido Hanfu chino. Es rojo, con flores doradas bordadas en él. Su
cabello negro está atado en un moño un poco suelto, palos cruzándose en su parte
trasera. Parece una muñeca china, su piel inmaculada, iluminada por el maquillaje
y el rubor añadido a sus mejillas.
―Ni hao ―me saluda, inclinándose un poco. La miro por un momento, un
poco sorprendida. Estaba esperando llegar a casa y comer pizza y dormirnos en el
sofá mientras vemos alguna película cursi con todo el mundo, no ser recibida en la
puerta de esta manera. Desde la puerta abierta, bella música suena, ritmos y
vibraciones de instrumentos con los que no estoy familiarizada, pero el sonido es
increíble. Extranjero.
―Hola, Mei-Ling ―la saludo.
―¡Ni hao, mamá! ―Neena aparece en la puerta. Estoy contenta de que esté
tan excitada. Ella también lleva un vestido Hanfu, pero el suyo es de un azul claro
con bordado blanco. Mi pequeña muñeca. Su cara está maquillada, como la de
Mei-Ling, con un suave rojo en sus mejillas, y lleva una peluca que coincide con el
cabello de Mei-Ling. Hoy, más temprano, parecía cansada y agotada. Pero ahora,
parece tan contenta y animada, con una sonrisa gigante en su cara.
Mi boca se eleva mientras la miro.
―Te ves preciosa, Neena.
Mira a Mei-Ling, complacida con el cumplido.
―Siempre lo haces ―añado rápidamente, porque es verdad―. Qué est{<
―Mis palabras se detienen mientras Paul aparece justo detrás de ella. En un Hanfu
negro de hombre con líneas plateadas, se ve increíble. La sedosa tela negra contra
su profundamente dorada piel y con su cabello canoso es sexy como el infierno.
Juro que el hombre se ve bien con cualquier cosa. Y con nada también. Realmente
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no es justo. Me centro en su boca. De repente el recuerdo del beso que
compartimos pasa por mi mente y no puedo evitar lamer mis labios secos. Ha
pasado por mi mente en repetición desde que ocurrió; cómo me sostuvo, cómo me
silenció, cómo me sacó el aliento. Mi vida está llena de preocupación y temor. No
sé cómo irán las cosas con Neena. Eso me asusta. Tengo tan poco poder. Tan poco
control. El no saber es horrible. Tengo miedo de lo inesperado. Pero Paul
besándome fue definitivamente inesperado, en la mejor manera. Hizo que dejara
de pensar por un breve momento. Y me encuentro deseando más.
Paul debe reconocer mi reacción porque aprieta su boca, luchando contra una
sonrisa. Él conoce la mirada. Sabe que estoy atraída por él. Incluso cuando lo
odiaba, siempre lo he encontrado atractivo.
―Ni hao, Clara. ―Inclina su cabeza en saludo, sus manos detrás de su
espalda. Cuando se levanta de nuevo, sus ojos encuentran los míos, y hay un calor
en ellos que me golpea en todos los sitios por debajo del cinturón. Juro que esa
mirada hace que mis tripas revoloteen. Tiemblen. Es su súper poder. Y es mi
kryptonita.
―Hola ―digo tontamente, antes de tragar el nudo seco en mi garganta y
aparto mi mirada de la suya―. Parece que llego tarde a la fiesta.
―En verdad, llegas justo a tiempo ―me dice Mei-Ling, mientras se aparta a
un lado y me señala con una mano para que entre. Neena y Paul se mueven
también para que pueda entrar, pero Mei-Ling toca mi brazo, parándome―. Es
tradición quitarte tus zapatos antes de entrar. ―Mirando a mi derecha, veo que los
zapatos de todos los demás están bien alineados y ordenados.
―Oh, perdón. ―Rápidamente me quito mis zapatillas, dejándolas al lado de
las de Paul, después entro. La escalera a la segunda planta está iluminada con
preciosas lámparas chinas, pero el comedor está cubierto con unas pinturas
gigantes del tamaño de la pared que parecen ser edificios chinos.
Neena toma mi mano y la aprieta, descansando su cabeza contra mi brazo.
Cuando la miro, está sonriéndome mientras mira las fotos.
―Papá dijo que, dado que no puedo ir a China, me traería a China a mí.
Parpadeo rápido. No llores. No llores. Siempre ha querido viajar; ver el mundo.
La necesidad de Paul de ser libre y buscar aventuras es definitivamente genética.
Con ella siendo tan joven, su mala salud y el dinero siendo tan ajustado al pagar
las facturas médicas, el viajar no ha sido posible. Paul está parado al otro lado de
mí ahora, pero no lo puedo mirar. Si lo hago, definitivamente lloraré. En su lugar,
deslizo mi mano en la suya y aprieto. Es la única manera en que puedo
comunicarle cuánto significa. No sólo para Neena, para quien significa el mundo,
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también para mí. Cuando me aprieta de vuelta, continúa sosteniendo mi mano,
Neena apunta a la enorme pintura enfrente de nosotros.
―Este es Tiananmen. Se le conoce como la Puerta de la Paz Celestial.
―Vaya ―logro decir en una voz ronca, mi garganta todavía apretada por la
emoción.
―Mei-Ling dice que es como su símbolo nacional.
―¿Deberíamos vestirla y después podemos hacer nuestro viaje por China?
―pregunta Mei-Ling. Me giro. Su tono es tan recatado; no como normalmente
habla. Normalmente es ruidosa y directa. Ahora, es< suave. Supongo que se est{
tomando esta presentación muy en serio.
―¿Vestirme?
―Oh, sí. ―Se ríe Paul―. Tenemos un Hanfu para ti también. Está en tu cama.
―Te ayudaré ―añade Mei-Ling.
―Y date prisa ―interviene Marcus cuando entra en la habitación. Su cabello
está atado por detrás y lleva un Hanfu negro, justo como el de Paul, sin el
plateado. No puedo evitar sonreír―. Cállate, Clara ―gruñe. Sé que en lo más
profundo odia esto. Pero ama a Neena más. Como Paul, haría cualquier cosa por
ella―. Los buñuelos están casi hechos.
―¡No los arruines! ―grita Mei-Ling desde la mitad de las escaleras, sonando
como ella misma. Intento sofocar mi bufido de risa. Ahí está ella.
―Ahora volvemos ―digo mientras la sigo. Mientras subimos las escaleras,
miro hacia abajo y veo que Paul me está mirando. Y justo antes de que la pared de
arriba bloquee mi vista de él, articulo un gracias.
―¡Quiero ayudar a mamá a prepararse, también! ―grita Neena mientras me
sigue escaleras arriba―. Ahora volvemos. ―Miro hacia atrás y la veo cojeando
ligeramente y su cara se aprieta un poco cuando está a mitad de las escaleras, pero
rápidamente se da cuenta de que estoy mirando y sonríe. Sus articulaciones deben
doler. Pero quiere esto tanto, tengo miedo de que esté escondiendo cuán exhausta
y dolorida está en este momento.
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Capítulo 27
Mientras las chicas regresan, Clara se ve increíble con su Hanfu. Luce como el
mío, negro con el borde plateado. Su cabello está peinado hacia arriba, justo como
el de Mei-Ling, pero se debe haber decidido por otro maquillaje. La manera en la
que termina el vestido, como se ajusta a su cuerpo< luce hermosa.
Clara está inusualmente tranquila mientras Neena la lleva por las
habitaciones, explicándole lo que ve: El Templo del Cielo, la Gran Muralla China, y
así. Clara recibe una exhaustiva lección de historia y para cuando Neena termina,
es tiempo de comer. Últimamente no se ha sentido hambrienta, y espero que lo esté
para comer los platos extranjeros. La mesa está puesta, con los palillos a la derecha
de cada plato, y los vasos colocados hacia afuera.
―En la etiqueta chica, el invitado de honor se sienta frente a la puerta
―explica Mei-Ling―. Esta no es nuestra casa, pero puesto que Marcus es quien
cocina y técnicamente sería el anfitrión, se sentará en el lugar más cercano a la
cocina, frente a Neena.
Mei-Ling nos guía para tomar nuestros asientos y cuando Marcus entra,
sostiene una bandeja con algún tipo de plato lujoso cubierto con una tapa.
―Oh, ¿qué es eso, Marcus? ―pregunta Neena, mientras levanta la cabeza
intentando ver.
―Esto, mi querida Neena ―empieza Marcus con su mejor imitación del
acento asi{tico―, es una especialidad china. Hemos hecho lo mejor para ti,
pequeña saltamontes.
―Oh mierda ―murmuro―. Estar{ el señor Miyagi con nosotros.
―¿Quién es el señor Miyagi? ―pregunta Neena, frunciendo el ceño.
Miro a Clara como si estuviera loca. Con un tono serio y decidido, le
pregunto lentamente:
―¿Nunca ha visto Karate Kid?
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Clara parece estar desconectada por un momento y entonces vuelve la mirada
hacia mí y se ríe.
―Me temo que no. ―Quiz{s olvidó la cantidad de culto clásico que tiene esta
película.
Girándome hacia Neena, la miro.
―Neena, después de la cena quiero que vayas arriba y hagas una maleta. Te
sacaré de esta casa de inmediato. Claramente has sido privada de cualquier cultura
real y a tu madre le tienen que quitar sus derechos.
Neena se ríe y Clara mece la cabeza por mi ridiculez.
―¡Y tú! ―Apunto a Marcus―. ¿Cómo pudiste dejar que esto pasara?
―Lo siento. ―Marcus finge llorar―. Te he fallado como amigo.
―El señor Miyagi era japonés, no chino ―señala Mei-Ling, molesta.
―Pero hizo el papel de chino en la película ―añade Marcus.
―No, no lo hizo ―sostiene.
Él se ríe.
―Era un tipo rudo, sin embargo. ―Luego mirando hacia Neena, dice con su
mejor voz de Miyagi―: Primero aprende a levantarte, luego aprende a volar.
Reglas de la naturaleza, Nanson, no mías.
―Otra frase del señor Miyagi ―dice Clara, con un poco de sequedad. Al
menos ahora está hablando. Me estoy empezando a preguntar por qué ha estado
tan desconectada esta noche.
―Marcus ―lo llama Mei-Ling, su acento marcado aumentando una octava
cuanto m{s molesta se siente―. La comida.
―Oh, sí. ―Marcus asiente, aún sosteniendo la bandeja―. Esta noche hemos
hecho una comida muy especial para ti. La amarás. Tus padres la amaran.
―Marcus tarda a propósito, disfrutando de irritar a Clara y a Mei-Ling.
―Suéltalo, Marcus ―gime Clara.
―¡Silencio! ―grita a Clara, aún con su acento asi{tico, haciéndonos reír―.
Para ti, esta noche ―baja la bandeja lentamente―, tenemos< El plato pupu
La cabeza de Neena se echa hacia atrás mientras hace una mueca con la boca.
―¿Poo poo?
―Oh, sí, mucho pupu ―responde, haciendo énfasis en el pupu.
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Neena me mira, con ojos amplios, sorpresa e incredulidad en su mirada, y
modula ¿poo poo?
La habitación se llena de risas, y su rostro enrojece. Hasta Mei-Ling se está
riendo con nosotros.
―¿Qué? ―pregunta Neena, luciendo completamente confundida.
Clara se inclina hacia mí mientras se ríe, incapaz de detenerse. Permitiendo
que Marcus nos haga reír a todos. Envuelvo mi brazo a su alrededor y la acerco
mientras nuestros cuerpos tiemblan. Se siente bien sostenerla de esta manera,
cuando está feliz. Constantemente percibo que su mente trabaja todo el tiempo.
Cuando finalmente se levanta, se limpia debajo de los ojos sin dejar de reír.
―No es pupú, bebé. Te lo juro. ―Se ríe suavemente―. Solo es el nombre del
plato.
Neena mira con molestia a Marcus, pero a pesar de todo está sonriendo. Juro
que esta niña tiene el mejor sentido del humor. Sabe cómo reírse de sí misma.
―Muy gracioso, Marcus.
―¿De verdad piensas que te alimentaría con pupú? ―le pregunta mientras
su sonrisa disminuye.
―No lo sé ―responde honestamente.
Marcus levanta la tapa del plato y, de acuerdo al verdadero protocolo chino,
comienza a servirnos.
―Bien, si te hace sentir mejor, este plato pupu probablemente me hará hacer
pupú más tarde, de verdad.
―¡Marcus! ―grita Mei-Ling. Luego comienza a quejarse de él en su idioma
natal que ninguno, ni siquiera Marcus, entiende.
―Tú. Eres. Desagradable ―le dice Clara mientras intento contener la risa.
―Solo no uses mi baño ―dice Neena mientras practica con sus palillos―. Lo
tapaste la última vez. Tuvimos que contratar a un plomero.
―Oh sí ―murmura Marcus mientras mira a un lado como si recordara.
―Mucha clase, amigo ―interrumpo, pero él solo sonríe.
Marcus continúa sirviendo la comida mientras conversa con Neena.
―Creo que tu mam{ cocinó esa noche. Debió haber sido una intoxicación
alimentaria. Me envió directamente al cagadero.
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―Lenguaje, Marcus. Y no fue mi comida ―se defiende Clara―. ¿Y en serio
estamos hablando de Marcus defecando ahora mismo? Quiero decir< ¿en este
momento en la mesa?
―Irónico, ¿no? ―Marcus mira a Clara pensativamente antes de volver hacia
Neena―. Estamos hablando de pupú, mientras comemos pupu, nena.
¿Qué tienen las cosas asquerosas que causan tanta gracia a los niños? El
rostro de Neena se ilumina mientras se ríe tan fuerte como Marcus. No hay una
sola persona en esta habitación que no esté conmovido por su sonrisa. Es
cautivante. Y lo sé, sin duda alguna, que haríamos lo que fuera para verla. Incluso
si eso significara hablar de pupú cuando estamos por comer. Mientras la veo, mi
corazón se aprieta, y siento la mano de Clara en mi pierna apretándose mientras
observa a Neena pensativamente. Coloco la mía en la suya mientras nuestros ojos
se encuentran. Es uno de esos momentos, y sé que nunca lo olvidaré. Desearía
congelarlo, o de alguna manera guardarlo; atraparlo y así nunca lo perderemos.
Aquí estamos, con nuestros amigos, y nuestra hija. Nuestra hija está enferma,
debilitándose ante nuestros ojos, mientras se ríe. ¿Cuántos momentos como estos
nos quedan? ¿Cuántos más conseguiremos? Daría lo que fuera por volver a ver esa
sonrisa. Ese pensamiento me ahoga. Y me enoja. Me he perdido toda una vida de
esos momentos< Momentos de toda su vida. No es justo. Y de repente, estoy
enfadado. Estoy molesto por haber sido privado de esto. De ver a mi pequeña niña
cada día. Verla jugar, tan despreocupada, sin un solo miedo en el mundo. No es
malditamente justo. Nunca estaré listo para decir adiós a mi hija. ¿Por qué Clara no
me contó? ¿Por qué no se esforzó más en encontrarme? Sé que envió correos
electrónicos< pero ¿eso es realmente intentarlo? Me robó un tiempo valioso.
Me alejo ligeramente. No puedo tocarla en este momento. Su mano abandona
mi muslo, y me niego a mirarla. Ya sé cómo se ve. Confundida. Hace un momento
estaba disfrutando el tener su cuerpo contra el mío mientras reía. Éramos uno.
Ahora, ni siquiera puedo mirarla. Estampo una sonrisa y trato de concentrarme en
el momento. Este momento. Con mi hija que sonríe. Uno de las pocos que me
quedan.
Después de una increíble comida que consistió en el plato pupu, buñuelos
chinos, y un pie de Tuckahoe, estamos llenos. Clara y yo decidimos lavar los platos
mientras Marcus, Mei-Ling, y Neena se desploman en el sofá y hacen la digestión.
Clara está lavando una olla mientras apilo el último de los platos en el
fregadero.
―Creo que Marcus usó cada plato en la casa.
Resoplo. Es lo único que puedo hacer. Sale como un gruñido.
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Golpea con su mano el grifo, cerrando el agua.
―¿Qué ocurre, Paul?
―¿Qué de qué? ―Juego tontamente.
―Esto. ―Me señala con su mano jabonosa―. Fuiste de caliente a frío
conmigo en cuestión de segundos. ¿Qué pasó?
―Nada ―respondo, apretando mis dientes. Quiero arremeter hacia ella, pero
sé que no debería. No cambiaré lo que pasó y no cambiaré lo que está pasando. Me
perdí los primeros doce años de la vida de Neena. Y ahora está muriendo. Así son
los hechos. Gritarle a Clara, no importa lo enojado que esté, no los cambiará.
―Bien. ―Vuelve a abrir el grifo y continúa lavando la olla. Murmura
bajito―: Arruinas una gran noche con tu pequeño juego mental.
Lo pierdo. Mi corazón palpita mientras la ira me atraviesa. Golpeo el grifo,
haciéndola saltar. Cuando voltea su cabeza hacia mí y me ve, estrecha sus ojos,
mirándome con furia, pero no hay vuelta atrás.
―¿Arruinar una gran noche? ―Resoplo con desdén y burla―. ¿Cuántas
noches buenas has tenido con ella?
―¿Qué? ―pregunta, aparentemente enojada y confundida.
―Doce años ―le respondo, acerc{ndome. No se aleja porque< pues< es
Clara. No se echa atr{s por nadie―. Doce años donde la has visto crecer, reír, y
jugar, y doce malditos años de abrazos, Clara. Las risas y dulces sonrisas. Tuviste
todo eso. ¿Y qué obtengo yo? ―pregunto, mi voz rompiéndose ligeramente con
dolor y emoción.
La expresión enojada de Clara se convierte en algo que parece más a la
vergüenza.
―Me privaste de eso. Me privaste del poco tiempo que ha tenido.
Su expresión se transforma en pura ira.
―Tú mismo te privaste, Paul ―sisea―. Fuiste tú quien se fue. No yo.
―Pudiste haberme encontrado. Sabes que podrías haberlo hecho. Quiero
decir, aquí, solo cuando estás en tu momento más desesperado, me encuentras.
¿Por qué no antes, huh?
Finalmente da un paso atrás, sus antebrazos y manos enjabonados riegan
agua por el suelo.
―Por la misma razón por la que no volviste. Nunca llamaste. Nunca
escribiste. No a mí. No a Marcus. Desapareciste. Así que seamos realistas
―gruñe―. No querías ser encontrado porque no querías regresar.
Página 157
―¡Estabas teniendo a mi bebé! ―exploto― . ¡Merecía saber eso!
―¡Eres absurdo! ―responde gritando―. Te fuiste y ¿se supone que debo
perseguirte? ¿Para qué? ¿Así podrías odiarme por atraparte aquí? ¿O habrías sido
un padre a medio tiempo mientras viajabas y tenías tus malditas aventuras? ―Tira
de una toalla del mostrador y se seca furiosamente sus manos―. Mientras hacías
paracaidismo en Brasil y andabas de mochilero por la selva, que por cierto,
financia tus malditas aventuras. Oh, estaba criando una niña por mi cuenta< que
resulta que se está muriendo. ¿No crees que me destroza? ¿Que ocupa todo mi
tiempo? Sí, te perdiste algunos hermosos y asombrosos momentos de su vida. No
mentiré. Ella ha sido mi mundo y no cambiaría ni un segundo de eso. Esos
momentos son m{s valiosos que nada para mí. ―Pone una mano sobre su corazón.
Me estremezco mientras su mano tiembla. Pero sus palabras son como un
cuchillo en mi pecho. Debí haber tenido esos momentos, también.
―Pero también te perdiste el golpe al descubrir que tu hija de ocho años tenía
cáncer. Te perdiste el verla pasar por radiación, quimioterapia. Te perdiste las
noches en la que estaba tan débil que ni siquiera podía salir de la cama y volver a
entrar por su propia voluntad. Te perdiste el ver a tu saludable, animada hija
perder su cabello y llorar porque las personas la miraban. Te perdiste el verla caer
en la escuela, incapaz de seguir el ritmo de sus compañeros. Te perdiste el tener
que escoger entre hacer m{s quimioterapia o dejar ir las cosas. Tú<
―Espera ―la interrumpí―. ¿Qué?
Clara se detiene, insegura lo que le estaba preguntando.
―¿M{s quimioterapia era una opción?
Suspira, cansada de nuestra conversación. Lágrimas se derraman por su
rostro mientras usa la toalla de los platos para secarlas.
―No para curarla. Podría habernos comprado más tiempo con ella.
Me alejo y sujeto mi cabello en un puño.
―¿Y no lo hiciste?
La cabeza de Clara se levanta, su mirada estrechada con furia.
―Decidimos juntas que era lo mejor.
―¿Dejas que una niña decida esto?
―Lo decidimos juntas ―gruñe.
―¿Me est{s jodiendo? ―grito―. ¿Por qué elegirían no tener m{s tiempo con
ella?
Página 158
―Porque sería infeliz. ―Neena llora desde la puerta de la cocina. Su
maquillaje corrido por sus propias lágrimas y sostiene su peluca en su mano. Ver a
tu hija morir lentamente ha sido malditamente horrible. Pero ver a tu moribunda
hija llorar encabeza la lista de lo peor del mundo.
―Oh, nena ―susurro, trag{ndome el nudo que se formó en mi garganta.
Marcus está detrás de ella y gentilmente la sujeta del brazo, tratando de
llevarla lejos.
―Vamos, Neena.
Neena débilmente libera su brazo y entra a la cocina.
―¿Qué significa m{s tiempo si estaré tan cansada y enferma como para vivir?
―pregunta a través de sus temblorosos labios―. Dijeron que mi corazón y riñones
sufrirían. Y la quimioterapia, papá, es horrible. La habría hecho de nuevo si
hubieran dicho que viviría< Pero no lo dijeron. Eso solo< retrasaría mi muerte.
Estoy tan enferma y cansada de estar muriendo. ¿No puedes entender eso? Estoy
cansada, papi.
Mis ojos queman por las lágrimas. Clara está sosteniendo su mano en su boca,
y no dice nada mientras su cuerpo tiembla. Está tratando de contenerse. Pero
Neena no ha terminado conmigo aún.
―Ella debió haberte contado sobre mí. ―Luego mira a Clara―. Debiste
haberlo intentado m{s, mam{. Necesitaba a mi pap{. ―Los ojos de Clara se llenan
más y asiente.
―Pude haberlo hecho ―consigue decir, su mirada en la mía.
Pero entonces Neena me mira y mi corazón duele. Está decepcionada. Mis
propios ojos están mirándome ofendidos.
―Puedes estar molesto con ella por no encontrarte antes. Pero, Paul<
Dejo de respirar. Me llamó Paul. No papá. No papi.
―No le vuelvas a gritar por lo que me está pasando. No es su culpa que esté
enferma. ―L{grimas bajando continuamente por su rostro y quiero arrastrarme a
un profundo hoyo negro. Yo hice esto. Soy tan idiota. Tiro un poco más de mi
cabello. Mierda. Mierda. Mierda―. Ella no ha vivido porque ha estado tratando de
salvar mi vida. Ha hecho todo por mí. Por favor< no le grites. ―Entonces va hacia
Clara y la abraza. Esas dos chicas que amo más que a nada en el mundo están
llorando y abraz{ndose, por mi culpa< Bien, soy oficialmente el mayor pedazo de
mierda del mundo.
―Lo siento ―digo, con voz ronca―. Necesito< necesito tomar un poco de
aire. ―Marcus me llama, pero no volteo hacia atr{s. En un segundo estoy en la
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puerta de atrás. Tan pronto como el aire de la noche golpea mi rostro, respiro
profundamente. ¿Qué demonios pasó allá? ¿Estoy loco?
―Bien, eso fue divertido ―murmura Marcus detr{s de mí. Ni siquiera lo
escuché seguirme.
―Cállate, Marcus ―gruño.
Se mueve a mi lado. No tiene ni idea qué decir. A ningún amigo le gusta
decirle a otro que es un idiota. Normalmente se habría salido con la suya de todos
modos, pero supongo que este caso es más delicado, se está reteniendo. Su voz
baja.
―¿Est{s bien?
―¿Aparte de hacer llorar a mi hija enferma en una noche que fue perfecta? Sí,
estoy bien. Malditamente estupendo.
―Bien. Tuviste un momento. Todos los tenemos. Ahora está hecho. Está
fuera de tu sistema.
―Me siento horrible por lo que pasó ahí. Me siento tan< estafado. No es
justo.
Marcus resopla.
―Sé que te sientes herido, hermano. Estoy seguro que est{s estafado. Te
sientes despreciado. Sientes que te negaron algo que deberías haber tenido.
―Exactamente ―exclamo con fuerza.
―Estoy seguro que Neena se siente identificada.
Y ahí está. Como un camión en la cara. La única persona que debería actuar
como un gran imbécil porque se siente robado es Neena. Porque fue robada; está
siendo privada de la vida, del tiempo. Asiento varias veces, dejándole a Marcus
saber que lo escuché fuerte y claro. Era exactamente lo que necesitaba oír; un golpe
duro de la realidad.
―Así que vamos a lavar los platos ya que hiciste llorar a todas las mujeres de
la casa esta noche. Hasta Mei-Ling se les unió.
―Cuando la cago, lo hago a fondo, ¿no? ―bromeo aunque el humor no esté
ahí.
―Todos tenemos nuestros dones, mi amigo.
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Clara y Neena no vuelven a bajar, incluso cuando Marcus y Mei-Ling se
marchan. Marcus y yo descolgamos todas las fotos y linternas, limpiamos la
cocina, y recogimos las sobras. Ahora la casa está en silencio. Cuando termino de
subir las escaleras, veo a Clara en su habitación, acostada en la cama. Sus ojos
abiertos mientras mira hacia arriba, perdida en pensamientos. Gentilmente golpeo
mis nudillos en la puerta y levanta la cabeza.
―¿Puedo entrar?
―Sí ―dice y se aclara la garganta―. Cierra la puerta detr{s de ti. No quiero
despertar a Neena. ―Obedezco y me muevo hasta quedar frente a ella, que se
encuentra sentada en la cama.
―¿Cómo est{ Neena?
Inhala y suelta el aire lentamente.
―Est{ bien. Solo odió vernos discutir. Est{ dormida.
Sus ojos rojos e hinchados me miran y mi pecho arde demasiado. Caigo de
rodillas y sujeto sus caderas, acercándola a mí. Sus manos se posan en mis
hombros y me sostiene así no puedo acercarla más.
―¿Qué est{s haciendo? ―pregunta.
―Me pongo de rodillas para que me perdones por ser un gran imbécil.
Resopla.
―No solo por esta noche. También por hace trece años. Cuando me fui.
Su boca se aprieta mientras me mira.
―Lo siento, Clara. Te amo. Te amé entonces. Te amo ahora. Amo a Neena. Y
todo lo que quiero, más de lo que alguna vez he querido en toda mi vida, es
amarlas y estar con ambas. Sé que luchaste por ella, que aún estas luchando por
ella. Sé que has hecho todo lo que has podido. Por favor, perdóname.
Mira hacia otro lugar y me pregunto si no puede. ¿Puedo culparla si no me
perdona? Pero entonces, sorbe y me empuja hacia atrás suavemente mientras baja
de la cama y se arrodilla. Retrocedo para darle espacio.
―Estoy de rodillas contigo, Paul. Ninguno de los dos es perfecto. Ambos
hemos cometido errores, y< puedo perdonarte. Te perdono. ¿Me perdonas? Por
no encontrarte antes.
Página 161
Mis ojos se abren con asombro.
―Sí ―susurro―. Te perdono.
Nos quedamos mirándonos fijamente, nuestros pechos subiendo y bajando
lentamente. Cuando sus ojos bajan a mi boca y su lengua sale, humedeciendo sus
labios, no puedo detenerme. Me inclino, envolviéndola en mis brazos, presiono sus
labios en los míos. Sus manos ascienden de mi pecho a mis hombros hasta que sus
dedos quedan en mi cabello y lo sostiene en un puño mientras la empujo hacia
abajo y la beso. Cuando sus manos se mueven a la correa de mi Hanfu, sujeto sus
muñecas, deteniéndola. Frunce las cejas y sus ojos se llenan de confusión y
vergüenza.
―Quiero ―le digo―. Lo quiero demasiado. ―Dejo salir una respiración
frustrada―. Pero no esta noche. No quiero que ocurra así. ―Lo quería. Pero quería
que fuera feliz, no con ojos rojos y nariz hinchada porque soy un idiota y la hice
llorar.
Asiente varias veces comprendiendo. Me levanto primero, y sosteniéndole
una mano, la ayudo a levantarse. Cuando tira de mi camisa, sujeto su muñeca,
preguntándole con mis ojos.
―Sin sexo. Solo duerme conmigo. Por favor.
Liberando su muñeca, levanto mis brazos, y con dificultad sacamos la camisa
de mi Hanfu. Nos tomamos nuestro tiempo, removiendo la ropa de cada uno hasta
que no tengo nada más que mis bóxers y ella está en ropa interior y un top blanco.
Su cuerpo no ha cambiado mucho, aún delgado, su piel aún como la leche.
Subimos a la cama y reposa su cabeza en mi pecho, sobre mi corazón. No hablamos
mientras la sostengo. No hay más palabras. Porque no son necesarias. Mucho ha
sido dicho esta noche.
Página 162
Capítulo 28
―Mamá ―murmura Neena. Cuando abro mis ojos, está junto a mi cama con
una sonrisa en su rostro, la cámara encendida y apuntándome. Le hago una señal
con la mano hacia la cámara, antes de taparme el rostro con una almohada.
Murmurando a través del material, anuncio:
―Parezco una momia. ¿No luzco fabulosa?
―Has lucido peor. ―Se ríe.
Asomo la cabeza.
―Gracias. Apágala, Neena ―gruño.
Sonriendo cierra la pantalla y pone la cámara sobre mi mesa de noche.
Todavía viste su pijama preferido, pantalón de yoga de lana y una camiseta raída
de AC/DC mía, de la cual ahora es la orgullosa propietaria. Me doy vuelta
suavemente. Siento un peso sobre mí, y me toma un momento darme cuenta que es
el brazo de Paul.
Neena agita sus cejas.
―¿Dormiste bien anoche?
Decido no reaccionar. Ya nos ha atrapado en la cama, juntos, aunque
técnicamente no pasó nada, no me molestaré intentando explicar. En un examen
más detenido de ella, me doy cuenta que está bastante pálida esta mañana. Más
que anoche. Me preocupa. No está usando su pañuelo, así que los vellitos oscuros
que cubren su cuero cabelludo, donde un poco de cabello comienza a crecer, añade
un profundo contraste contra su piel pálida.
―¿Estás bien? ―pregunto. Procuro no molestarla, ya que ahora mi único
objetivo es mantenerla feliz y saludable durante tanto tiempo como pueda, pero
parece que cada día se marchita cada vez más.
―Estoy bien. ―Me desestima mientras se da la vuelta y camina hacia mi
tocador para agarrar una bandeja―. Les hice el desayuno. ―Oh. La bandeja es, en
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realidad, una bandeja de horno para galletas cubierta con uno de mis paños de
cocina menos manchados, y con marcas de quemaduras en él. Incluso añadió una
pequeña flor en un minúsculo florero.
Mis cejas se animan.
―Oh, cariño< ¿Tú lo hiciste?
―Y el café también.
―¿Escuché café? ―gruñe Paul, sin molestarse en levantar la cabeza.
―Desayuno en la cama, señor James. ¿No somos nosotros los que
consentimos?
Paul se da la vuelta, con los ojos entrecerrados por la luz de la mañana.
―¿Nos hiciste el desayuno, princesa?
―Papáááá<―gime.
―Tu madre no cuenta como otras personas ―gruñe mientras se sienta―.
Finge que es un objeto inanimado.
―Sabes cómo hacer que una mujer se sienta muy especial, Paul ―digo con
sarcasmo mientras me siento, tirando de la manta hacia mi pecho.
―Está bien, mamá no cuenta ―confirma Neena mientras coloca la bandeja a
los pies de la cama.
―Oh, gracias, cariño ―comento con una sonrisa.
Neena coloca platos de papel en nuestros regazos con dos piezas, casi
quemadas, de tostadas con mantequilla y servilletas de papel.
―Aquí está su café. ―Nos da a cada uno una taza―. Lo hice de la manera en
que les gusta.
La boca de Paul se arquea ligeramente hacia arriba mientras baja su mirada a
su taza. Hay pequeños granos de café flotando en la parte superior, con trozos de
crema que no se disolvió. Tomando un sorbo, gime como si fuera lo más delicioso
que jamás haya probado. Neena sonríe con orgullo, recogiendo la bandeja de
galletas.
―Tengo que ir a vestirme ―nos informa mientras coloca la bandeja en la
mesita de noche después de quitar su cámara―. Llámenme si necesitan algo.
―Sale lentamente, la ligera cojera haciéndose notable de nuevo, y mi corazón
duele un poco. Mi bebé tiene dolor. Millones de los pensamientos temidos llenan
mi mente. Sobre todo ¿Este es el principio del fin?
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―Gracias por el desayuno, cariño. ―Le doy un mordisco a mi tostada y finjo
una sonrisa de placer.
Cuando se va, mientras mastico, miro a Paul. Sostiene su tostada quemada, y
su boca torcida hacia un lado.
―Es evidente que obtiene sus habilidades culinarias de tu parte. ¿Pero sabes
qué? Es el mejor maldito desayuno que he comido, porque fue hecho con sus
pequeñas manos.
Sonrío genuinamente. Esto es tan duro para Paul como lo es para mí.
Continúa masticando y no puedo evitar reírme un poco, pero cuando lo hago, me
ahogo con mi tostada en la boca y comienzo a toser. Tomando un sorbo de mi café,
la bajo, pero luego está la cuestión del café en sí.
―Lo sé ―murmura Paul, asimilando mi expresión―. Es horrible. Su propia
receta original ―agrega y se ríe.
Está demasiado divertido señalando que Neena obtiene sus habilidades
culinarias de mí. Lo hago callar mientras me río en voz baja, preocupada de que
Neena pueda estar escuchando.
―Pareces que lo está tragando bastante bien.
Encoge un hombro antes de tomar otro sorbo.
―Mi niña me hizo el desayuno en la cama. Si me hubiera comprado caca
quemada y una taza de agua del retrete, me lo hubiera tragado.
―Eww, lindo, Paul. Eso es casi poético. ―Le estoy haciendo pasar un mal
rato, pero lo que dijo, aunque es desagradable, derrite mi corazón. Él la ama. Y
hacerle el desayuno a su papá, es tan especial para ella como lo es para él.
Sacudiendo mi cabeza, agrego―: Caca y agua del retrete. ¿De verdad?
―Lo siento, tu aliento mañanero me hizo pensar en ello.
Le doy un golpe en el pecho antes de dejar caer mi plato en el de él y arrojar
la colcha de nuevo mientras pongo mi taza en la mesita de noche. Pero Paul es
rápido. Toma mi brazo y me tira hacia atrás, manteniendo el café de su taza sin
derramar. Mientras me mantiene en el lugar, tuerce su otro brazo hacia atrás y
coloca la taza en la otra mesita de noche, que está más cerca de él, antes de mover
los platos apilados allí también. En un instante, me tiene de vuelta en la cama,
atrapada bajo el peso de su cuerpo. No lucho demasiado duro; se siente demasiado
bien tenerlo encima de mí de esta manera, su boca ahora bailando besos a lo largo
de mi hombro y cuello. Pero cuando trata de presionar su boca en la mía, giro mi
cabeza.
―Lo siento, pero mi aliento huele a caca, ¿recuerdas?
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Se ríe con arrogancia.
―Sólo estaba bromeando. No huele como a caca. ―Luego, con una sonrisa de
disculpa añade―: Agua del retrete, tal vez. Pero ese del agradable aroma de agua
floral.
―Bastardo ―murmuro y se ríe un poco más.
Tomando mi rostro en sus manos, me gira para que mis ojos se encuentren
con los suyos. Y a pesar que estoy haciendo pucheros, nuestras miradas se
bloquean y nos miramos el uno al otro, reconociendo lo que está pasando. Estamos
acercándonos otra vez. ¿Pero por qué? ¿Es que realmente hay algo aquí? ¿Hay
química real? ¿O los dos tenemos miedo de estar solos mientras vemos a Neena
dejarnos? No creo que me haya dado cuenta que necesitaba a alguien que me
ayudara a salir de esto. No hasta que Paul regresó. Por supuesto, he tenido a
Marcus y a Mei-Ling, y los chicos en el trabajo, pero tal vez necesitaba más. Hay
algo que decir sobre la distracción de un romance en ciernes. Y tal vez eso es lo que
es esto. O tal vez solamente son dos personas que buscan consuelo el uno en el
otro.
Una cosa es segura. Asusta como la mierda. Hay tanta historia, sin embargo,
hay una gran brecha en ella. Ninguno de nosotros somos los que éramos hace trece
años, pero tampoco somos completamente diferentes. Él me quiere. Puedo sentirlo.
Su erección está presionando contra mi pierna, sus oscuros ojos son intensos y
hambrientos de deseo. Esta vez, cuando se inclina a besarme, lo dejo. Comienza
lento y gimo en su boca mientras su mano se desliza hacia abajo y encuentra mi
pecho, acariciándolo suavemente. Pero entonces, nos ponemos frenéticos. En
cuestión de segundos ha deslizado mis bragas por mis piernas y tiene mis piernas
sobre sus hombros. Con el primer movimiento de su lengua, gimo de nuevo, el
placer tirando de mí como una bala.
―Shh, Clara ―me advierte mientras maúllo de placer. Tiro una almohada
sobre mi rostro, sabiendo que necesito guardar silencio porque Neena podría oír,
pero no estoy segura de poder. Se siente tan bien ser tocada así. Por él. Cuando
baila con su lengua sobre mi clítoris, rápido y suave, mis caderas se animan, mi
cuerpo pidiendo más. Sus grandes manos me mantienen inmóvil, trabajando su
magia, canturreando profundamente, y justo cuando estoy a punto de llegar a ese
dulce, dulce momento de liberación<
―¡Mamá! ―grita Neena. Su voz suena como si estuviera cerca de mi
habitación. Paul prácticamente golpea el techo mientras se levanta y se voltea, así
que está sentado a mi lado, tirando de las mantas sobre nosotros. Me apresuro a
pasar mis manos por su barba, resbaladiza con mi excitación, antes de tratar de
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suavizar las mantas cuando la puerta de la habitación se abre de golpe―. ¿Dónde
está mi bufanda púrpura?
―Secadora ―le digo, un poco demasiado entusiasta. Su mirada echa dardos
entre Paul y yo, entonces cae al suelo donde Paul arrojó mis bragas hace unos
momentos. Sus ojos se amplían con comprensión. Cierra la puerta rápidamente y
sus pasos fuertes disminuyen al final del pasillo.
―¿Crees que lo sabe?
―Diría que sí<―murmuro―. Lucía bastante asustada.
―Maldición. ―Se frota el rostro con ambas manos―. Así que esto es lo que
se siente ser polla-bloqueada. ―Se ríe, manejando su erección debajo de la manta.
Sonriéndole, apoyo mi cabeza en su hombro.
―Bienvenido a la paternidad, Paul.
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Capítulo 29
Estoy de pie en el cuarto de baño, afeitándome el cuello, donde mi barba ha
crecido. Neena me ha estado observando, extrañamente fascinada con la tarea. Una
parte de mí se pregunta si se trata de ella solo estando conmigo o necesita hablar.
―¿Tienes algo en mente, princesa?
Juguetea un poco con los dedos donde está sentada al borde de la bañera.
―Quería preguntarte algo.
―Dispara ―le indico.
―Puede que te moleste. Realmente molestó a mamá cuando intenté hablar
con ella de esto.
Maldita sea. ¿Esto es sobre encontrar en el suelo la ropa interior de Clara?
Poniendo la cuchilla en el lavabo, me arrodillo y le presto toda mi atención.
―Lo prometo. No me molestaré.
Se lame sus labios resecos.
―Quiero ser incinerada.
Mi gesto decae. No estoy esperando esto en absoluto. Este tema me golpea
justo en el estómago, sobre todo porque es un recordatorio de que un día, no muy
lejano, nos dejará. Y me destroza. Y en segundo lugar, porque es injusto que
alguien de doce años esté tratando de hablar sobre los arreglos para su funeral.
Neena entrelaza los dedos en el regazo y baja la mirada hacia ellos.
―Se lo conté a mamá. Se enfadó, realmente nunca lo discutimos.
Me dejo caer sobre el trasero y apoyo los brazos sobre las rodillas.
―Tu madre solo< ―Dejo salir un largo suspiro―. Es algo difícil para los
padres, Neena.
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―Lo sé ―me asegura―. Pero necesito que alguien lo sepa y conozca lo que
quiero. Me dijiste que podía decirte cualquier cosa y no me harías sentir mal por
eso.
―Lo hice. Y lo digo en serio. Pero espero que sepas que Clara no quiere
hacerte sentir mal, cariño. Solo te ama demasiado.
―Lo sé. Lo hago. Pero< eso no lo hace m{s f{cil.
Suspiro profundamente, rodeándome con los brazos. Esto no será fácil de
escuchar. Pero tengo que hacerlo. Neena me necesita.
―Entonces cuéntame lo que quieres, princesa ―susurro.
Me dirige hacia lo que quiere, los planes que ha hecho para ella y me pide
que me asegure que se cumplan. Sus planes son conmovedores y hay un
significado detrás de cada paso y acción. Algunas cosas son más difíciles de
escuchar que otras, pero me mantengo fuerte y la escucho atentamente. Hay una
parte de mí que se siente inmensamente culpable. Le estoy prometiendo a Neena
algo que Clara no dudará en querer controlar. Estará afligida por su pérdida y
entonces estaré intentando controlar el funeral de Neena. Tal vez, Clara estará bien
dejándome manejarlo. Después de todo, ella ya ha hecho mucho. Tal vez, me
dejará hacer esto por nuestra hija. Pero una parte de mí sospecha que no será tan
fácil.
Cuando termina, le hago saber:
―Haré mi mejor esfuerzo. Te lo prometo.
―Gracias, papá.
Me levanto, acaricio mi pantalón e, inclinándome, la rodeo con los brazos y la
abrazo antes de volver a afeitarme. Todo el tiempo, tuve cuidado de no mancharla
de espuma.
―¿Cómo es afeitarse? ―interroga Neena, aún en el borde de la bañera.
Hundo la cuchilla en la pileta llena de agua y la miro.
―¿Nunca te has afeitado?
Niega.
―No he tenido vello desde hace tiempo. Y el pequeño vello que tengo en las
piernas ni siquiera se nota.
Quiero pegarme en la frente. Debería haber pensado en eso.
―No es de mis cosas favoritas.
―¿Te gusta tener barba?
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Resoplo.
―Está bien. Probablemente me la afeitaré pronto.
―¿Puedo afeitártela? Quiero decir, ¿cuando estés preparado para hacerlo?
Inclino la cabeza, encontrándome con su mirada.
―Claro, princesa. Hagámoslo ahora.
―¿De verdad? ―pregunta, sus rasgos floreciendo vertiginosamente.
―¿Por qué no? De todos modos, es hora de que me la quite.
―¿Estás seguro?
Asiento con una sonrisa.
―Hagámoslo.
Neena mira la cuchilla un momento antes de negar.
―No. Tengo miedo de cortarte. No lo he hecho antes.
―Lo que necesitas es práctica ―menciono. Abriendo los ojos cuando la idea
me golpea―. ¡Clara! ―chillo como un demente―. ¡Clara, ayúdame! ¡Ayúdame!
Suenan pasos apresurados por las escaleras y Neena me mira con los ojos
como platos.
―Ooh, estás en un problema. Va a matarte.
Sonrío.
―Lo sé.
Clara entra como tromba al baño, con la parte delantera de la camiseta
empapada de algo, sin aliento, los ojos llenos de miedo.
―¿Qué sucede? ―Toma a Neena y pasa las manos por encima―. ¿Estás
bien? ¿Qué pasó?
¡Oh, mierda! Me da un vuelco en el estómago. No creí que pensaría que la
estaba llamando por Neena. Creí que pensaría que me pasaba algo a mí.
―Nada ―gime Neena. Apartándole las manos. Luego me señala―. Papá
solo estaba gastando una broma.
Clara fija la mirada en mí, una increíble furia bullendo en ella.
―¿Va en serio?
Me alejo alzando las manos. Casi como si estuviese ondeando la proverbial
bandera blanca.
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―Ten piedad ―suplico―. No creí que pensarías que era ella. Fue una
tontería. Lo siento mucho.
―Solo fue una broma, mamá ―insiste Neena, tirando del brazo de Clara―.
Por favor, no te enfades con él.
Clara me lanza una mirada que dice si ella no estuviera aquí ahora, te arrancaría
las pelotas. Deja salir un largo suspiro, sonriendo moderadamente, tratando de
ganar compostura.
―Por favor, no lo vuelvas a hacer ―me pide.
―Lo prometo.
―¿Qué era lo que necesitaban? ¿Simplemente provocarme un ataque al
corazón esta mañana? Me asustaste tanto, que escupí el café sobre mi camiseta.
―Baja la mirada a su frente empapado y hace una mueca―. Creo que me quemé la
piel.
―Siento lo de la camiseta ―me disculpo―. Pero necesitamos un conejillo de
indias. ―Clara mira a Neena en busca de una explicación, pero continúo―: Neena
quiere afeitarme el rostro, pero tiene miedo. Quiero que le muestres cómo hacerlo.
Me está mirando fijamente.
―Est{ bien<
Aparentemente necesita mayor explicación.
―Quiero que se lo muestres en ti.
―No voy a dejar que me afeites el rostro, Paul ―bromea.
―Solo siéntate ―farfullo juguetonamente―. Voy a afeitarte con la tapa de la
maquinilla puesta. No quiero afeitarte el rostro de verdad. Ella solo quiere ver la
técnica.
―Por favor, mamá ―suplica Neena antes de que Clara pueda responder, con
una pequeña sonrisa en el rostro porque sabe que Clara hará esto por ella, aunque
no quiera.
―De acuerdo ―murmura. Tomando dos ligas del lavabo, se recoge el cabello
en un moño encima de la cabeza. Sentándose en el lavabo, me observa mientras
lleno el lavabo con agua limpia y tomo una maquinilla con la tapa de plástico del
botiquín.
―Oh ―grita Neena―. Necesito una cámara.
―Genial ―masculla Clara.
―Oye, esto le está alegrando el día ―le comento―. Gracias por hacerlo.
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―Estoy contenta de hacerlo. Aunque estoy preocupada. Parece estar
reduciendo la marcha, ¿no crees? Moviéndose lentamente. No tan alegre o
enérgica.
―Si ―murmuro, con dolor en el pecho―. También lo he notado.
―Gracias por hacer esto, Paul ―agradece Clara con sinceridad―. Solo siento
que cuanto más feliz sea, más tiempo tenemos.
Asiento.
―Estoy de acuerdo. ―Es nuestra forma personal de negación. Luego el
pensamiento de la última noche me golpea, nuestra pelea, las cosas horribles que
se dijeron―. Siento mucho lo de anoche. ―Ya se ha dicho, pero necesita repetirse.
Toma mi mano y la aprieta.
―Yo lo siento por muchas cosas. Ahora somos un equipo. Y estoy contenta
de que estés aquí.
Bajando la mirada hacia Clara, sus ojos azules fijos en mí, llenos de
sinceridad. No puedo evitarlo. Me inclino, beso suavemente sus labios. Cuando me
enderezo de nuevo, comento:
―Eres hermosa.
―Realmente lo eres, mamá ―asegura Neena desde la puerta, con la cámara
en mano, grabándonos.
Clara se sonroja.
―Solo porque me afeito todos los días ―bromea.
Neena continúa grabando mientras cubro el rostro de Clara con crema de
afeitar e incluso me hace besar a Clara, explicando lo hermoso que se verá. Mi hija,
la romántica. Mientras deslizo el plástico por la delicada piel de Clara, le explico a
Neena la técnica y dónde están los puntos sensibles. Cuando acabamos, Clara se
limpia con una toalla y posa.
―¿Cómo me veo? ―pregunta, con tono profundo y masculino.
―Hermosa ―confirmo―. De un modo masculino
Clara mira a la cámara y hace algún tipo de asqueroso beso fuerte después de
flexionar los brazos, como si fuese un tipo besándose los bíceps.
―Sí, estoy impresionada. ―Neena pone los ojos en blanco, pero ríe porque
su madre es una loca.
―Voy a tener un concurso de eructos conmigo misma en la otra habitación
―afirma Clara mientras se dirige a la puerta.
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―No actúes como si eso solo fuese algo de chicos ―le grito―. Sabes que
también puedes hacerlo.
―Voy a cambiarme la camiseta y hacerme una nueva taza de café ―contesta,
ignorándome.
Le sonrío a Neena.
―¿Ves como no lo negó?
Después de que se marcha, limpio el lavabo y preparo las cosas para mi
afeitado. Cuando está todo listo, tomo asiento y le paso a Neena la maquinilla,
pero la mira fijamente un momento antes de entregármela.
―Sujétalo un segundo. ―Se va y cuando vuelve tiene su teléfono móvil―.
Necesitamos fotografías del antes y el después. ―Me toma dos antes de que la
sujete, la siento en mis rodillas y me inclino sobre la espalda.
―Ahora una de nosotros juntos.
Niega e intenta levantarse, pero la mantengo en el sitio.
―¿Por qué no?
No me mira cuando contesta:
―Me gusta tomar vídeos o fotografías de los demás. No de mí misma. Odio
mi aspecto.
―Te ves hermosa ―aseguro―. Nunca lo olvides. Por favor, ¿solo una para tu
viejo? ―suplico, abrazándola.
Hunde los hombros, pero estira el brazo con el teléfono, la pantalla hacia
nosotros.
―A la de tres ―advierte―. Uno, dos, tres.
Justo antes de que tome la foto, le doy un beso en la mejilla y se ríe. La
imagen es perfecta, capturando su increíble sonrisa.
―¡Papá! ―protesta con voz cansina.
―De acuerdo, una más. Esta vez seré bueno, lo prometo. ―Le quito el
teléfono y lo mantengo alejado de nosotros. Entonces cuento, justo como ella. Pero
cuando alcanzo el tres, se gira, me rodea el cuello con los brazos y me da un beso
en la mejilla.
Está bien, mentí. Esta fotografía es perfecta.
Le doy un beso en la cabeza y le entrego el teléfono.
―Será mejor que obtenga copias de estas ―informo.
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―¿O qué? ―me reta, aunque fingiendo jugar.
―O le pediré a tu madre que cocine la cena de esta noche.
Abre la boca con una mueca de horror.
―No te atreverías.
―Ponme a prueba. ―Entrecierro los ojos, conteniendo una risa.
―Está bien ―responde, fingiendo estar molesta―. Tendrás las imágenes
―asegura―. Lo prometo.
Durante los siguientes veinte minutos, me recorta la barba. Luego extiende
crema de afeitar y lentamente me afeita el rostro. En algún momento, Clara entra y
mientras, se mueve a nuestro alrededor con la cámara de Neena en la mano y nos
graba. Ni siquiera la noté tomando la cámara. Es tan sigilosa como eso. Hay crema
de afeitar por todas partes y cuando Neena termina, me limpia el rostro con una
toalla y sonríe.
―Te ves realmente guapo, papá.
―Coincido ―añade Clara.
Neena mira de mí hacia Clara.
―Esto se siente< bien. ―Sonríe―. Como una familia.
Levantándome, la abrazo y estiro un brazo hacia Clara, que se nos une.
―Somos una familia, nena.
Beso la parte superior de la cabeza de Clara cuando la apoya en mi pecho.
Luego la de Neena. Estas dos. Son mi mundo. Nunca imaginé que pudiese
encontrar tanta paz en este tipo de vida. Nunca imaginé que el sentimiento de una
familia me satisfaría. Pero lo hace. Lo es todo. Ellas lo son todo. Y es lo que les digo
cuando susurro:
―Todo lo que importa está justo aquí en mis brazos.
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Capítulo 30
―Escuché que la noche de fiesta china de la semana pasada tuvo un giro
interesante ―menciona Ashley casualmente mientras Mills conecta mi micrófono.
Entrecierro los ojos. Se refiere a la pelea que tuve con Clara.
―¿Quién te lo dijo eso? ―pregunto, incapaz de ocultar la molestia en mi
tono. Puede que compartamos nuestro pasado con ella, pero eso no implica cada
detalle de nuestras vidas.
Contesta sin pestañear:
―Tengo mis fuentes.
―¿Qué fuentes? ―pregunto con sospecha―. Tienes quince.
―Diecisiete ―me corrige.
Mills se aclara la garganta con fuerza, apartando la mirada.
―Todo est{ listo.
Frunzo la boca ante una idea. ¿Neena le habrá contado a Mills sobre nuestra
pelea? ¿Hablaron por teléfono? Decido esperar hasta que Ashley termine conmigo
antes de intentar descubrir que está sucediendo. Un estudiante de secundaria no
tiene nada que hacer con mi hija.
―Clara nos contó sobre la carrera.
Me rasco la barba, preguntándome si mi expresión refleja mi sorpresa.
―¿Lo hizo?
Ashley ladea la cabeza, mirándome con cautela.
―Así es.
―¿Dónde< la dejó?
Sus labios esbozan una pequeña sonrisa.
―En la parte en que te pusiste celoso cuando coqueteó con los chicos.
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Suelto una risa áspera.
―Sí, supongo que lo estaba.
―¿Te sorprendió?
―¿Qué? ¿Sentirme celoso?
―No. ―Se ríe―. Los hombres son idiotas. ―Detr{s de ella, Zane levanta la
cabeza y pone sus ojos en blanco―. No hay nada sorprendente en eso
―continua―. ¿Te sorprendió que coqueteara tan bien?
―Tal vez ―admito, inclin{ndome hacia atr{s en mi silla.
―¿Por qué?
―Porque jam{s la había visto hacerlo.
―¿Coquetear?
―Sí ―confirmo―. Con nadie. Ni con los chicos que trabajaban para nosotros.
Ni con ninguno de los clientes masculinos que iban.
―Ni contigo ―añade, en tono especulativo. Pequeña mocosa entrometida―.
¿Te sorprendió que jamás coqueteara contigo?
Suelto entre una risa y un resoplido. Sé lo que está implicando, pero me hago
el tonto de todos modos.
―¿Qué quieres decir?
Ashley me mira de una manera que dice: Sabes exactamente lo que quiero decir.
―Porque eras tú. Paul James. Epic. Eres un hombre atractivo ―continúa y
Zane la mira por detr{s estrechando los ojos. Interesante―. Las mujeres, por
norma, acudían a ti. ¿Te sorprendió que Clara no lo hiciera?
La miro con fijeza. Oh.
―Vamos, Paul ―refunfuña―. No seas tímido. Eras un pez gordo, un
aventurero con buena apariencia. Las mujeres te amaban. Probablemente se te
arrojaban encima. ―¿Eso quiere decir que ahora soy patético y me veo como la mierda?
Lo pienso por unos segundos. Luego, levantando un dedo para enfatizar su punto,
añade―: Con excepción de Clara.
Sonrío insultado.
―Me haces parecer malditamente vanidoso, Ashley.
―¿Porque te describo de forma acertada?
Dios. Esta niña no muestra piedad.
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Girando mi cabeza, me vuelvo a rascar la corta sombra de barba, ganando
tiempo. Si estoy siendo honesto, me sorprendí. Incluso aunque mis pensamientos
iniciales fueron que Clara simplemente era frígida e incapaz de coquetear, pero
después de desafiarla a una carrera, supe otra cosa. Ella podía coquetear. Podía
mostrarle a un hombre que estaba interesada. Pero no me había dado ninguna
señal.
Finalmente, decido, a la mierda, seré honesto.
―Me sorprendió ―admito―. Pero creo que eso la hizo m{s atractiva para
mí. ―Y así fue. Porque una vez que la vi atraer la atención de cada hombre en ese
grupo simplemente frotando una lata de cerveza sobre su pecho y su cuello, quise
que jamás volviera a coquetear con nadie.
Excepto conmigo.
La sonrisa de Ashley se ensancha y escribe algo en su cuaderno.
―¿Por qué la sonrisa? ―pregunto.
―Solo amo esta historia. ―Se ríe―. Muy bien, sigamos. Después de la
carrera, ¿cómo estuvieron las cosas? No solo con Clara y contigo, con la oficina
también. ¿El ambiente continuaba inestable?
Eso es un eufemismo, pienso.

Dos días después, entré en la oficina para mis saltos de la tarde. Aunque
había odiado al principio a Clara y había peleado con ella por los cambios que
había intentado implementar, tuve que admitir que la vida era bastante buena para
mí. Marcus se encargaba de todas las finanzas mientras que Clara se encargaba de
la organización y la publicidad. Eso quería decir que todo lo que tenía que hacer
era la única cosa que quería hacer. Saltar.
Cuando entré, Bowman estaba saliendo, mirándome con los ojos como platos
en forma de advertencia cuando pasó a mi lado.
―¿Qué? ―pregunté.
―Es como la Tercera Guerra Mundial all{ adentro, hombre. Juro que esto
ahora es algo de todos los días.
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Me congelé, dejé caer mi cabeza frustrado. Solo podía significar una cosa.
Marcus y Clara estaban peleando. Otra vez. Algunas veces mi trabajo requería
cumplir otro rol. El de réferi.
Los escuchaba gritar mientras me acercaba a la oficina.
―Clara. Jodida. Bateman. ―Clara hervía―. Est{ claro como el día en este
sobre.
―Fuiste quien me asignó la tarea de abrir el correo ―discutió Marcus.
―Sí ―siseó―. El correo de Sky High. ¡No mi correo!
Mientras entraba a la oficina, ambos giraron sus cabezas para mirarme.
―Buenos días a todos ―dije animadamente―. Un hermoso día, ¿verdad?
Ambos me observaron, al parecer deseando poder matarme con la mirada.
―Claro que sí, Paul ―me respondí, imitando la voz femenina de Clara―. Es
un día precioso.
»Oye, Paul. ―Pasé a imitar a Marcus―. ¿Cómo est{s?
»Estoy bien hombre ―respondí yo mismo―. Gracias por preguntar.
No conseguí nada. Ninguno mostró siquiera una sonrisa. Dejando salir un
largo suspiro, saqué una de las sillas plegables de la pared y me senté.
―¿Qué pasó esta vez?
―Accidentalmente abrí una carta de Clara y perdió su mierda por eso.
―¡Tenía escrito mi nombre! No tenía derecho a abrirlo.
―Bien ―contesté, inseguro de cómo arreglarlo. Clara se veía furiosa, podría
llorar―. Estoy seguro de que solo fue un accidente. Probablemente se mezcló con
el otro correo.
―Tuvo que firmar por él, Paul ―se burló.
Cerré mis ojos. Maldito Marcus. Sabía que Clara podía ser un gran dolor en el
trasero, pero él estaba empecinado en hacer que nuestro ambiente de trabajo fuera
miserable siendo un imbécil con ella en cada oportunidad que tenía.
Clara tomó el sobre de su escritorio y me lo lanzó, golpeándome en el pecho.
―Bien podrías leerlo también, Paul. Marcus lo puso en el tablero de anuncios
así que todo el mundo lo hizo.
Lo miré de una manera que decía: ¿en serio? Abriendo el sobre, saqué la
pequeña pila de papeles y leí la parte superior de la primera página.
Decreto de divorcio.
Página 178
No pude mirarlo después de eso. Él fue quien estuvo mal. No había forma de
defenderlo esta vez. Jugarle bromas era una cosa, pero esto era algo personal.
Hizo una mueca con la boca y se encogió de hombros.
―Quería asegurarme de que lo encontrara y no se perdiera.
Dejando salir un largo gruñido, me incliné hacia adelante y volví a arrojar el
sobre en el escritorio. Esto era pura mierda de niños.
―Y todo porque quitamos febrero ―se quejó ella dram{ticamente. Y tenía
razón. De diciembre a febrero, cerrábamos. El clima era demasiado frío y las ventas
caían dramáticamente con las fiestas. Pero Clara hizo un poco de investigación y
encontró que otros negocios de paracaidismo abrían el primero de febrero cada
año. No le tomó mucho convencerme cuando me mostró los números. Pero Marcus
no estuvo tan abierto a la idea como yo.
―Ese era un mes que esperaba cada año. ―Su rostro enrojeciendo.
―Y todavía eres bienvenido a tom{rtelo. Simplemente no se te pagar{ ―le
dijo tranquilamente.
―Cuento con ese dinero ―discutió―. Ni siquiera nos hablaste al respecto
―gritó Marcus.
Clara le sonrió con incredulidad y desdén.
―¿Por qué te hablaría a ti al respecto?
―Porque trabajo aquí.
―Sí, así es. Trabajas aquí, para mí. Y para Paul. Nosotros tomamos las
decisiones. No tú.
No podía saber el efecto que sus palabras tendrían en Marcus. No conocía la
historia. Ignoraba que, aunque Marcus jamás me lo dijo, en el fondo había estado
profundamente herido cuando Dennis no le dejó parte del negocio. Después de
todo, era el hijo adoptivo de Dennis. Marcus se sintió menospreciado, y se
preguntó si tal vez Dennis no había sentido lo mismo. Pero al mismo tiempo, las
palabras de Clara bien podrían haber sido un latigazo en su rostro.
―Este era el negocio de mi padre ―gruñó Marcus.
Clara parpadeó un par de veces mientras absorbía la información. Nunca lo
supo.
―Y lamento si no estoy de acuerdo con que su zorra venga aquí y trate de
apoderarse del lugar.
Los ojos de Clara prácticamente se salieron de su rostro mientras dejaba caer
mi cabeza en la mano. Necesitaba intervenir. Debería haber intervenido. Marcus
Página 179
había tocado fondo. Pero no lo hice en ese momento, porque estaba investigando
cómo ella se relacionaba con Dennis. Y quería saber, tanto como él, por qué le
había dejado la mitad de su negocio. Ella me miró, y supe que estaba esperando
que hablara, para reprender a Marcus, pero no lo hice. Clara dejó caer su cabeza
como si buscara calmarse a sí misma.
―Lamento decepcionarte. No era su zorra.
―¿Entonces la hija de su zorra? ―intentó Marcus. ¡Amigo! No estaba
rindiéndose.
―Por lo que supe era soltero. ¿Por qué tendría una zorra o una amante? Eres
un maldito idiota ―dijo el insulto lentamente, con la voz tranquila–. Y no. No soy
su hija.
―¿Entonces quién eres? ―gritó―. ¿Por qué te dejó la mitad de un negocio
que se pasó la mayor parte de su vida construyendo?
Ambos la miramos mientras luchaba por responder< o no responder.
Sacudiendo su cabeza, tomó el sobre y lo metió en su bolso.
―De todos los malditos días, tuvo que ser hoy. ―Fruncí el ceño. ¿Qué quiso
decir?
Rodeó el escritorio, se inclinó para que su intensa mirada conectara con
Marcus. En voz calmada, pero segura, gruñó:
―Si alguna vez me vuelves llamas zorra o la hija de una zorra o cualquier cosa
que me relacione con la palabra zorra, te voy a despedir. ―Mir{ndome con la
misma rabia, espetó―: Enc{rgate de esto. Juntos decidimos sobre febrero. Te
corresponde la mitad de su rabia. ―Entonces se fue, cerrando la puerta con fuerza
a sus espaldas.
―De verdad sabes cómo hacer que el ambiente de trabajo sea agradable
―dije―. Gracias.
―¿Realmente aceptaste los saltos en febrero? ―preguntó, ignor{ndome.
Me encogí de hombros sin disculparme antes de intentar explicar.
―Incluso si tan solo podemos conseguir cien saltos y vender las fotos y
vídeos, podríamos al menos cubrir tu salario además del de Clara y el mío. De otra
forma, estamos arrojando el dinero por la ventana. Sé que es tu mes de descanso, y
sé que no puedes soportarla, pero algunas veces, a veces ―reiteré―, tiene un
punto válido y buenas ideas.
Marcus frunció el ceño.
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―¿Est{ hablando Paul, el dueño del negocio, o Paul, el tipo que quiere
follarla?
Bueno, mierda. Estaba sorprendido. Jamás me había hablado de esa forma,
con tal animosidad. Y porque era joven, arrogante e insensible, contesté:
―Es Paul, tu maldito jefe, hablando.
Asintió un par de veces, dejándome saber que entendió lo que estaba
diciendo; fuerte y claro; antes de salir de la oficina, cerrando de un portazo
también.

Después de mi último salto, cerré la oficina. Marcus y Clara jamás regresaron


después de su discusión, y me reventé el trasero toda la tarde entre recibir a los
clientes, recibir los pagos, y saltar. Después de cerrar la oficina en la tarde, conduje
derecho al bar más cercano con toda la intención de emborracharme. La constante
animosidad entre Clara y Marcus estaba empezando a pesarme. Si respaldaba a
Clara, Marcus pensaría que era solo porque quería acostarme con ella. Si
respaldaba a Marcus, enojaría a Clara y por alguna razón, de verdad, no quería
molestarla. No más, de todos modos. Solo quería un poco de paz.
Lo que necesitaba era un par de tragos fuertes para ayudarme a olvidar.
Encontrar algo de compañía para la noche no estaría mal tampoco. En ese
momento, sabía que me sentía atraído por Clara. Sabía que la deseaba. Pero no
quería desearla. No era mi tipo. Para nada. Era mandona y prepotente; siempre una
sabelotodo. Me gustaban las mujeres f{ciles. Y no me refería en el sentido sexual<
aunque, algunas veces eso era lo que un hombre quería cuando se era joven y
soltero. Me refería a fácil en el sentido de relajado. Fácil en el sentido de saber cuándo
dejar ir las mierdas.
Clara no era fácil. En ningún sentido de la palabra. Era una rompe pelotas.
Además de no ser para nada mi mujer ideal, también estaba el asunto de mi
libertad. Era de gran importancia para mí. Sentar cabeza me resultaba tan extraño
como otro planeta. Estaba esforzándome mucho para quedarme; para estar
satisfecho con mis saltos, esperando que calmara la necesidad que sentía de irme.
De moverme. Pero me conocía bien. Esa necesidad no podía ser saciada. No
permanentemente, de todos modos. Había aprendido pronto, después de romper
algunos corazones, que no haces promesas que no puedes cumplir. Así que
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empecé a dejar los términos claros desde el principio. Entraba en cualquier
situación con un cien por ciento de honestidad. Les decía dos cosas.
Sin felices para siempre.
Sin bebés y vallas blancas.
Clara no era ese tipo mujer. La verdad era que ninguna mujer era en realidad
de ese tipo. Pero eran tercas. Todas aceptaban mis términos, comprendiendo mi
situación. Pero todas creían, muy profundamente, que de alguna manera podrían
cambiarme; que su amor me convertiría en un hombre diferente. Y cuando se
terminó, me odiaron. Pero cuando me fui, no me sentí mal porque les había dicho
la verdad.
Así que no. Clara no era mi tipo.
Lo sabía.
Pero eso no cambiaba que la deseara.
Y esa noche, necesitaba una liberación. Necesitaba algo que fuera fácil, o
mejor< alguien. Cuando entré en el bar, ya estaba lleno. Un gran grupo de
hombres bulliciosos rodeaban la mesa de billar y los tableros de dardos. Todas las
mesas estaban ocupadas. Y como si la suerte lo quisiera, justo entonces divisé a
quien me daría mi liberación. Me deslicé en un taburete a su lado y ordené un
trago de bourbon. Era una morena con ojos marrones, y usaba demasiado
maquillaje. No me tomó mucho tiempo saber de ella. Su nombre era Mandy y
acaba de romper con su novio.
Fácil.
Una hora después, su mano estaba frotando mi muslo. Una hora después de
eso, estaba pidiéndole al camarero nuestra cuenta.
―P{same la cuenta, Rick ―le dije.
―Rick ―gritó una de las meseras cuando él estaba por responderme―. Ella
quiere otro. Le dije que ya no más, pero pidió hablar con el gerente.
―Ahora no tengo tiempo para hablar ―dijo mientras servía un trago―. Dale
una taza de café y dile que es suficiente. Le llamaremos un taxi. Estamos muy
ocupados para cuidarla y asegurarnos que el grupo de imbéciles deje de meterse
con ella.
Mandy estiró su cuello y comenzó a mirar alrededor, revisando el lugar,
tratando de encontrar de quién hablaban.
―Oh Dios mío ―jadeó, mientras se reía, apretando mi muslo―. Está
borracha. Mírala. Apenas puede caminar.
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Cuando seguí su línea de visión, tuve que mirar dos veces.
Clara.
Era clara.
¿Qué diablos?
―¿La conoces? ―preguntó Mandy, mirando mi expresión. Pero no le
respondí. Estaba muy ocupado mirando a Clara ahora.
Estaba de camino a su mesa desde el baño, balanceándose como una boya en
aguas agitadas. Su cabello estaba atado en un moño, mechones sueltos le caían, sus
ojos azules se encontraban nublados por la embriaguez. Vestía lo mismo que había
estado usando ese día, una blusa blanca y jeans. Los hombres que rodeaban la
mesa de billar la miraban, algunos de ellos apuntaban sus barbillas en su dirección
para que sus amigos la miraran, otros se codeaban entre sí. Era un maldito
objetivo. Pero parecía no darse cuenta. No se daba cuenta de nada. La canción
cambió justo cuando llegó a la mesa y se detuvo, tropezando por el abrupto alto.
Cerrando sus ojos, se movió con el ritmo por un momento, sin importarle cómo se
veía o quién la miraba. Un tipo alto y robusto que pertenecía al grupo se acercó y la
sujetó de la cintura, tirándola hacia atrás, y obligándola a mover sus caderas al
ritmo de las suyas mientras bailaba. Débilmente empujó su brazo, tratando de
apartarse de él, pero no la soltó. En cambio, la acercó más y dijo algo en su oído.
Mi taburete chirrió contra el suelo de madera cuando lo empujé con fuerza
hacia atrás, cayendo de lado. No me molesté en levantarlo antes de avanzar. No
puedo expresar la gran cantidad de celos que sentí y marché hacia allá para
partearle el culo al tipo. Tal vez así fue como se sintió. Definitivamente era lo que
quería hacer. Ciertamente se lo merecía por comportarse así con una mujer que
claramente estaba muy ebria. Pero estaba furioso con ella. Clara era una mujer
lista; siempre se encontraba sobre todas las cosas y bajo control. ¿Entonces qué
demonios era esto? Sola, en un bar, completamente borracha. Era demasiado lista
para hacer algo tan tonto.
―Oye, hombre ―gruñí mientras me acercaba a ellos, cuadrando los hombros
y sacando pecho―. Me encargaré de ella. Es una amiga.
El tipo me dio la espalda, alejándose con Clara. Luego giró la cabeza sobre su
hombro y dijo:
―Est{ divirtiéndose, hombre. No est{ lista para irse.
―Creo que debo irme ―dijo Clara, sus palabras mal pronunciadas―. No me
siento bien.
―Quiere irse, hombre ―gruñí, tirando con fuerza de su hombro―. Déjala ir.
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Soltó a Clara, pero solo para girarla y mirarla a los ojos.
―Est{ bien, cariño. Te llevaré a casa esta noche.
―No. No quiero ir a casa contigo. ―Se rió borracha―. Eres un terrible
bailarín.
―Ahí tienes tu respuesta. Déjala ir ―exigí, con los dientes apretados. Este
tipo era un completo estúpido. ¿De cuantas formas tenía que decirle que no estaba
interesada? Una debería haber sido suficiente.
Me ignoró y la acercó a él, pero ella lo detuvo, colocando una mano en su
hombro como si fuera a estabilizarse.
―Solo un baile m{s, dulzura ―ronroneó acerc{ndola.
―¡No! ―grité.
―Puede decidir ―gritó en respuesta.
Clara inclinó su cabeza mientras lo miraba con expresión pensativa.
―Un baile más. Luego debo irme.
Entonces me miró, su mirada vidriosa, se encogió de hombros. Me sentía
furioso. Estaba diciéndome que me fuera al diablo. Que iba a quedarse y pasaría el
rato con este idiota a pesar de mí. Y no lo aceptaría. Avancé hacia ellos, con la
intención de arrastrar su trasero fuera del bar si tenía que hacerlo.
Y fue entonces cuando pasó.
Vomitó.
Sobre él.
Como un proyectil de vómito.
Fue asombroso.
Y horrible.
Fue lo mejor y lo peor a la vez.
Todos en el bar se apartaron, incluso los que estaban en la parte más alejada
de nosotros, el bar quedó en silencio con excepción de la música retumbando de
fondo. Un par de personas dejaron salir algunos gemidos de desagrado,
cubriéndose las bocas y teniendo arcadas. El tipo bajó la mirada a su cuerpo,
cubierto de vómito desde cuello hasta los pies.
―¿Qué demonios? ―gritó, con su tono lleno de incredulidad.
―No debí haberme comido ese perro caliente con chili para el almuerzo
―dijo Clara mientras hacía una mueca ante la vista de su propio vómito. De
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alguna manera se las arregló para rociar por completo a este tipo sin permitir que
ni una gota cayera sobre sí misma.
Su mirada encontró la mía. La misma mirada vidriosa. Y se encogió de
hombros. Lo había planeado. Pensé que me estaba diciendo vete a la mierda. Lo que
de verdad dijo fue mira esto. Quise reírme histéricamente, pero decidí que era
mejor sacarla de allí antes de que vomitara de nuevo.
―¡Perra! ―gritó él. Se quitó su mano de su hombro y ella tropezó. La atrapé
y la acerqué a mi lado, apoyándola para que se sostuviera del asiento de la cabina,
evitando que pierda el equilibrio y poder agarrar su bolso.
―Te dijo que no se sentía bien, hombre ―dije mientras le pasaba una
servilleta para que se limpiara la boca, mientras recogía sus cosas―. Deberías
haber escuchado.
El tipo estaba rojo como un tomate de la rabia, sus ojos fijos en Clara como si
quisiera pegarle. Dejando sus cosas sobre el asiento de la mesa, me giré hacia él.
―Déjalo así, hombre ―le advertí―. Ve a limpiarte.
Su rabia se fijó en mí.
―Saca a esa perra de aquí ―espetó.
―Eres un tipo con mucha clase ―respondí mientras volvía a recoger las
cosas de Clara. Metí el gran sobre que contenía los papeles de su divorcio en su
bolso con otro sobre que solo me tomé un segundo para mirar antes de ponerlo en
su bolso. Tenía su nombre escrito con la letra de mi tío.
―Vamos, Clara ―murmuré mientras la tomaba del brazo. Se tropezó a mi
lado y justo antes de que saliéramos, miré hacia Mandy en la barra. Ya estaba
hablando con otro tipo. Sus ojos encontraron los míos y se encogió de hombros,
alzando su botella en una silenciosa despedida.
Miré a Clara quien acababa de apoyar su cabeza sobre mi hombro mientras
caminábamos.
Era una bloqueadora de pollas.

―Tenemos cinco minutos antes de reunirnos con Clara ―dice Ashley―.


Probablemente deberíamos dejarlo ahí.
Después de que me quitaran el micrófono y me pusiera de pie, Ashley dice:
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―¿De verdad crees que vomitó intencionalmente sobre ese tipo?
Me reí.
―Conociendo a Clara, sí. Es buena haciendo que los idiotas se sientan como
tales.
Ashley asiente un par de veces antes de despedirse con un pequeño
movimiento de la mano.
―Te veo la próxima semana.
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Capítulo 31
―Entonces, escuchamos sobre la escena del vómito del perrito caliente en el
bar ―me informa Ashley una vez que todos estamos acomodados.
Hago una mueca con vergüenza.
―¿Te contó eso?
Se ríe.
―Sí. ¿Lo hiciste apropósito?
―Conociéndome sí, pero estaba bastante borracha, así que no lo recuerdo.
―Entonces Paul te llevó a casa esa noche. ¿Qué pasó?

Tuvo que detenerse dos veces más de camino a mi casa, así pude vomitar dos
veces más a un lado de la carretera. Fue espantoso. Lo hizo peor el hecho de que
cada vez que nos deteníamos, Paul salía y permanecía conmigo, consiguiendo un
asiento en primera fila para mi humillación. Estaba mortificada. En el momento en
que me dejó en casa, no me quedaba nada en el estómago. Me siguió dentro, hasta
la cocina donde me serví un vaso de agua. Me giré y me apoyé contra el mostrador
mientras lo bebía, noté que me estaba mirando, con los brazos cruzados y una
mirada enfadada.
―Gracias por traerme a casa ―murmuré―. Estoy segura de que tienes otras
cosas que hacer esta noche, así que puedes irte.
―No me voy a ninguna parte ―me informó―. Quiero algunas respuestas.
Dejando el vaso sobre el mostrador, pregunté:
―¿Respuestas de qué?
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―¿Por qué fuiste allí y te emborrachaste? ¿Por Marcus? Porque si ese es el
caso, creo que tienes la piel más dura como para dejar que te derrumbe.
No le respondí en seguida. En cambio, me entretuve tomando dos
ibuprofenos y poniendo dos rebanadas de pan en la tostadora. Necesitaba
desesperadamente algo en mi estómago.
―¿Fue por Marcus? ―preguntó finalmente cuando no respondí.
―No. Aunque no ayudó ―murmuré.
―¿Los papeles del divorcio? ―cuestionó.
Encontrándome con su mirada, decidí decirle la verdad. Bueno, la mayor
parte.
―Hoy, hace veinticinco años, mis padres murieron en un accidente
automovilístico por un conductor borracho.
Se quedó pálido.
―No los recuerdo. Pero< aun así, sigue siendo un día triste para mí.
Estudié su rostro inexpresivo. ¿Lo sabía? ¿Sabía que fue su tío el que le quitó
la vida a mis padres? Realmente no podía asegurarlo. Su falta de respuestas podía
significar muchas cosas. Tal vez lo sabía, o tal vez no y solo siente pena por mí.
―Mi pronto exmarido, Kurt, me mandó los papeles del divorcio hoy, de
cualquier día, por supuesto ―continué―. Así que me emborraché. Algo que
normalmente no hago.
―Mierda, Clara ―murmuró―. ¿El tipo que chocó con ellos también murió?
―De todo lo que había comentado, se estaba centrando en mis padres.
Se me tensó la garganta. No lo sabía. No tenía ni idea de lo que su tío había
hecho. El enfado bulló en mi interior. Marcus y Paul creían que Dennis era un tipo
genial. Les había dejado este legado aventurero con la idea de que era un buen
hombre. Se había mudado aquí y escondido su pasado. No lo conocían
completamente.
―Fue obligado a ir a rehabilitación. Un poco de libertad condicional.
No estaba segura de qué esperaba que Paul dijera o hiciese. ¿Realmente, qué
podría decir o hacer? Las historias como la mía eran una pérdida de tiempo. Eran
tristes y era difícil darles la vuelta con un lado brillante, que era lo que quería hacer
todo el mundo cuando escuchaban una historia desoladora como la mía. No tenía
expectativas en él. Podría no haber dicho nada. No me lo tomaría de forma
personal. Después de todo, no éramos amigos realmente. No me debía nada. Así
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que cuando se acercó a mí y me abrazó, estaba sorprendida. Tan sorprendida que,
de hecho, dejé los brazos a mis costados mientras me abrazaba.
―La forma en que funciona un abrazo ―comentó, apoyando la barbilla sobre
mi cabeza―, es que ambas partes rodeen al otro con los brazos. ¿Ves cómo lo estoy
haciendo?
Puse los ojos en blanco, aunque no pudiese verme. Y lentamente también lo
rodeé con los brazos. Un segundo después, me derretí en el abrazo, hundiendo el
rostro en su pecho. No podía recordar la última vez que me dieron un abrazo.
Como, un abrazo de verdad. Paul y yo podíamos haber compartido algunos
extraños abrazos rápidos de un solo brazo, pero nada como esto. Probablemente,
hace meses, cuando Ally y Vanessa se marcharon de vuelta a Texas fue la última
vez que realmente fui abrazada. Era patética. Me di cuenta de eso. Y estaba sola.
Muy, muy sola.
Alejándome de Paul, me limpié bajo los ojos. No estaba llorando. Estaba
luchando contra las lágrimas. Pero tenía los ojos un poco húmedos.
―Gracias por el viaje, Paul. Siento haber arruinado tu noche.
―No lo hiciste ―me aseguró. Mentiroso. Pero lo dejé pasar―. ¿Quieres que te
haga algo de cenar? ―Miró alrededor de la cocina en busca de signos de comida
que pudiese cocinar, que era ninguna, así que no miró por mucho.
―Realmente lo aprecio, Paul. Pero creo que ahora solo quiero estar sola.
―Oh, uh, claro ―balbuceó, negando―. Bien. ―Le acompañé hasta el porche
y nos despedimos. Subió a su camioneta y se marchó rápidamente.
Cuando volví dentro, estuve de pie junto al mostrador, masticando mi
tostada seca mientras hojeaba los papeles de divorcio. Kurt me estaba presionando.
Me había ofrecido menos de la mitad de nuestros activos. Mi abogado estaba
preparado para atacarle por semejante insulto. Ahora, su nueva táctica; solicitaría
una paga por la empresa de salto libre. La había adquirido mientras todavía
estábamos casados y reclamaba que tenía derecho a parte de su valor. Iba por todo.
En nuestra última conversación, Kurt me había informado que él me “había
hecho”. Me aseguró que, si no fuese por él, no habría tenido nada. Aparentemente
se lo debía todo
No iba a mentir. Dolía. Que menospreciara mi contribución era como una
patada en el estómago. Había caminado al lado de este hombre mientras había
perseguido sus sueños y ambiciones. Lo había amado incluso cuando era
insensiblemente egoísta, poniéndose siempre primero. Tal vez no era perfecta,
pero lo había amado y le había entregado todo mi ser. Era leal y no hay nadie en
esta tierra que hubiera luchado por él o a su lado más que yo.
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Nadie.
Ni siquiera Daisy, la futura madre de su hijo no nato.
Allí, en esas pocas páginas, estaba el final de mi matrimonio. Resumido y
escrito en fríos términos y frases sin sentimientos. Ningún rastro del amor, las
risas, la alegría, las lágrimas y las satisfacciones que habíamos compartido fue
incluido. Sino que estaba desglosado por números y las legalidades de quién tenía
qué. Estaba muy hastiada. Me sentía robada. Le había dado mucho a este hombre y
así era como lo acababa, ¿tan cruelmente?
Cuando era una niña, mi abuela, que me había criado, a veces me decía que la
mejor forma de acabar con algo era escribirlo. A veces, las palabras salían de los
dedos de un modo que no podían hacer de nuestra boca. En ese momento, estaba
molesta y necesitaba sacarlo. Ese día, había purgado mi cuerpo en el sentido físico,
ahora necesitaba purgar mis sentimientos. Tomando una hoja de papel y un lápiz,
me senté en la mesa de la cocina, la que Paul me hizo, y relaté mi corazón roto en
ella.
Hoy ha sido un mal día.
Hoy, hace veinticinco años que mis padres murieron.
Hoy, Marcus actuó como un gran imbécil.
Hoy, Kurt se alejó otro paso de mí, de nuestra vida juntos.
Creo que lo echo de menos.
No debería.
Tal vez, solo nos echo de menos a nosotros… quienes pensé que éramos.
Es mala persona. Lo sé. Tal vez, no completamente mala, pero mayormente mala. Me
apartó. ¿No merecía algo mejor? ¿No lo amé con suficiente fuerza? ¿No le di suficiente?
Creo que lo hice. Realmente lo hago.
He hecho las paces con la muerte de mis padres.
El que fuera tan joven hizo que fuera un poco más fácil de soportar.
Pero Kurt es una herida reciente.
Necesito dejarlo ir. Pero el corazón no funciona como los interruptores de luz, no se
encienden y se apagan. Se llenan rápidamente con amor y sangran lentamente con dolor.
Debería ser fuerte. Debería ser capaz de cerrarme a su recuerdo. Pero aún no soy lo
suficientemente fuerte.
Dicen que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo odio. Lo odio tanto
que siento que se filtra por mis poros, intoxicando todo a mi alrededor.
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No quiero que vuelva. No lo hago. No quien es ahora. Quiero mi vida de vuelta.
Quiero la seguridad que sentía en mi matrimonio. Quiero los días en que nos tomábamos de
las manos y soñábamos millones de cosas juntos, cuando creía en él cuando decía que era
para siempre. Cuando me afirmó que nadie podría tomar mi lugar. Quería ese hombre de
vuelta. Quería ese tipo de amor en mi vida.
Pero se ha ido.
Y ahora, con su crueldad y acciones aparentemente insensibles, tengo que
preguntarme… ¿realmente estuvo allí alguna vez? ¿Fue todo una fachada? ¿Fui una tonta
todo el tiempo viendo lo que quería ver?
Quiero ser feliz.
Quiero un para siempre.
Quiero…
Quiero un bebé.
Alejando el papel, apoyé la cabeza entre los brazos sobre la mesa y lloré.
Lloré con fuerza. Cuando terminé, metí la página en uno de los cajones vacíos de la
cocina y me quedé con el bolígrafo.
Luego firmé los papeles.
Los dejé sobre el mostrador y me marché a la cama.

Ashley me mira fijamente.


―Querías saber lo que pasaba después de que vomité ―señalo con una
sonrisa, intentando volver a aligerar las cosas.
―Lo hacía ―admite.
―¿Pensabas que me había llevado a casa y me hizo el amor
apasionadamente? ―bromeo.
―Tal vez ―admite.
―¿Te perdiste la parte en la que vomito un enorme perrito caliente toda la
noche? No fue exactamente excitante.
―Es verdad. ―Se ríe―. ¿Está bien si seguimos?
Compruebo el reloj.
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―Tengo treinta minutos.
―Entonces< ―Mueve la mano―. ¿Qué sucedió después?
Sonrío, porque tengo la sensación de que estoy a punto de decir algo que
realmente no está esperando escuchar.
Página 192
Capítulo 32
El día siguiente, me aventuré a salir a la oficina postal y dejé los papeles de
separación en el buzón. Una vez que se presentaran, nuestro divorcio podría
finalizar en unos meses. Decidí quedarme en casa ese día. Dejé un mensaje en el
contestador de la oficina, no muy segura de que alguien pudiese recibirlo si
Marcus no se molestaba en pasar. Definitivamente, sabía que Paul no lo
comprobaría. Me tomé un largo baño caliente, comí algo de helado y me pinté las
uñas de los pies. Básicamente, me tomé un día para mí. Y me refrescó. Aunque
había temido firmar esos papeles, me sentía como si hubiese liberado peso. No
tenía que temerlo más. No lo tenía sobrevolando mi cabeza. Y, extrañamente,
sentía como si todo fuese a ir bien, que había dado un gran paso, siguiendo
adelante.
Dieron las ocho en punto y estaba tumbada en el sofá, mirando el único canal
que pude sintonizar en la televisión, estaban transmitiendo una reposición de
Matrimonio con hijos. No me juzgues, me encantaba ese programa. Casi salté de mi
piel cuando alguien tocó la puerta. En realidad, sonaba más como si estuviesen
golpeándola. Corriendo hacia mi bolso, tomé el revólver y me apoyé contra el
umbral.
―¿Quién es?
―Soy Paul. Tengo las manos ocupadas. ¡Abre la puerta!
―¿Qué demonios est{ haciendo ahí? ―murmuré suavemente para mí
mientras quitaba la cadena y descorría el cerrojo.
Sosteniendo una botella de vino tinto bajo un brazo y equilibrando cinco
recipientes de Country Crock5 en la otra, sonrió.
―Pensé que tal vez te gustaría algo de cenar.
―¿Trajiste cinco recipientes de mantequilla? ―pregunté confusa.

5
Country Crock Marca comercial de mantequilla.
Página 193
Pasó por mi lado y fue hacia la cocina.
―No ―gritó sobre el hombro mientras yo cerraba la puerta y le seguía―. A
mi madre le gusta reusar estos recipientes como contenedores. No es muy malo, a
no ser que estés en su casa buscando mantequilla. ―Dejó con cuidado todo sobre
la encimera―. Lleva veinte recipientes hasta que puedes ponerle mantequilla a tu
tostada.
Me reí un poco.
―Ella suena increíble.
―Acabo de dejar su casa. Se va a mudar a Florida dentro de un mes, así que
estoy tratando de llenarme con su increíble comida antes de que se vaya. ―Posó
los ojos en mí y los abrió como platos―. ¿Has estado sosteniendo esa pistola todo
el tiempo?
Bajé la mirada a mi mano.
―No sabía quién estaba en la puerta. Le diste una patada ―me defendí―.
Me asustaste muchísimo.
―Tenía las manos ocupadas. Maldita sea, Clara ―murmuró―. Aleja esa
cosa.
―Est{s bien, est{ bien ―concordé―. No seas tan niño.
―Prefiero un adulto responsable y que defienda la seguridad en el uso de
armas.
Hice una mueca con los labios.
―Sí, bueno, prefiero un divorciado supermodelo y saludable. ―Me encogí de
hombros―. Somos lo que somos. ―Guardé el arma en el cajón de la cocina
mientras él destapaba los envases―. Entonces, ¿tu madre te dio suficiente comida
como para alimentar a un ejército y decidiste compartirla conmigo?
―La comida italiana siempre es la mejor para la resaca.
Se me revolvió el estómago ante el pensamiento. No estaba segura de qué
pensaba sobre su llegada sin avisar. Empezamos como enemigos. Luego llegamos
a una tregua y declaramos la paz en nombre de nuestra sociedad de negocios.
¿Ahora nos estábamos convirtiendo en amigos? ¿De verdad? ¿Hacía cosas como
estas por sus amigos; protegerles de sí mismos cuando estaban borrachos en un
bar, llevarles la cena cuando estaban de resaca?
Debió haber notado mi mirada perpleja.
―No fue solo por ti. Esta noche quería tener una cena con un buen amigo.
―¿Somos amigos?
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Me dio un corto asentimiento.
―Sí, somos amigos.
No lo cuestioné. No tenía energía para hacerlo. Y la verdad era que necesitaba
un amigo. Desesperadamente. Incluso si decir amigo era aparentemente un
hombre gigante que se llamaba a sí mismo Epic. A caballo regalado no le mires el
diente.
Pusimos en platos un festín de lasaña, raviolis, albóndigas y ensalada. No
podía dejar de comer. Bien podría haber metido el rostro en el contenedor de
lasaña, como un caballo en el comedero. Estaba muy bueno. Tomé un vaso de vino
tinto con la comida, porque Paul insistió que sería el mejor que pudiese tomar. Y lo
era. Aparte de aventurero, saltador en paracaídas y as con las mujeres; descubrí
que le gustaba cocinar y aunque disfrutaba todo tipo de alcohol, se consideraba un
conocedor de vinos.
Después de lavar los platos, que solo fueron los tenedores porque comimos
en platos de papel, aún no había abastecido de las cosas del hogar básicas,
tomamos nuestro vino y nos sentamos en el escalón superior del porche anterior.
Ahora estaba más enérgica. Los grillos chirriaban en la oscuridad mientras nos
sentábamos, sin hablar. El silencio entre nosotros me puso nerviosa. Los amigos
deberían ser capaces de hablar. ¿Verdad? ¿Por qué no estábamos hablando?
―Firmé los papeles ―solté de repente, sin saber por qué. Solo necesitaba
decírselo a alguien. A cualquiera. Él estaba aquí, y nadie estaba diciendo nada.
¿Por qué no yo? Necesitaba sentir como se sentía decirlo< para realmente
empezar a admitir que estaba soltera y pronto estaría divorciada. O de camino al
divorcio.
Paul asintió unas cuantas veces antes de alzar el brazo por un brindis.
―Por seguir adelante. ―Choqué mi vaso con el suyo y ambos tomamos un
sorbo―. ¿Lo est{s llevando bien?
Saqué la lengua para lamerme mis labios resecos.
―Simplemente da miedo. Volver a estar soltera. Es duro imaginar haciendo
algo tan simple como besar a otro hombre. Y como sabes, tiendo a pensarlo todo
mucho. Va a ser un desastre.
―Tal vez no ―replicó Paul―. A veces, las cosas simplemente suceden.
Quizás no tendrás que pensar en ello.
Dejé salir un largo suspiro mientras me reía.
Página 195
―Tal vez necesite practicar los de las citas y los besos. ¿Sabes? Como que
alguien me ayude a reponerme. ―Miré mi vaso pensativamente―. ¿Por qué aún
no existe eso? Alguien debería crear ese servicio.
―Existe. ―Resopló―. Le llaman prostitución.
Arrugué la nariz.
―¡Puaj! Esto sería diferente. Estrictamente para ayudar a la gente a volver al
ruedo de las citas.
―¿Es un nuevo modelo de negocio que acabas de crear? ―bromeó―. Podrías
hacer millones.
Le golpeé el brazo mientras se reía.
―No todos estamos bendecidos en el arte de atraer al sexo opuesto como
alguna gente, Paul. Simplemente miras de soslayo a la gente y caen sobre ti.
―No. No lo hacen.
―C{llate. Sabes que eres guapo.
―¿Lo sé? ―Sonríe, acerc{ndose y peg{ndose a mí―. Dime lo guapo que soy.
Se me sonrojaron las mejillas mientras me reía e intentaba evitar que me
atacase.
―Quiero decir, que otras mujeres creen que eres atractivo, no yo ―aclaré
mintiendo.
Se calmó y bebió su vino, aún sonriendo todo el tiempo.
―Lo decía en serio. No estaba diciendo que fueses atractivo. ―Al menos, eso
no era lo que quería decir. Pero era verdad. Paul era guapo, en el sentido más
clásico de la palabra. De todos modos, no quería admitírselo a él.
―Lo que digas ―se burló.
Bebí el vino.
―Entonces, ¿por qué no has encontrado una mujer con la que asentarte,
Paul? ―pregunté con tanta indiferencia como pude. No quería que pensase que se
lo preguntaba porque estaba interesada en él.
Frunció la boca meditando antes de responder:
―No hago lo de felices para siempre. No hago lo de bebés y vallas blancas.
Luché contra la urgencia de poner los ojos en blanco. Su respuesta me
molestó. Esas eran dos cosas que pensaba que yo quería desesperadamente.
―¿Por qué no?
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Se encogió de hombros.
―Es solo que no es quien soy. No soy el tipo de hombre que se asienta.
―Tal vez un día cambies de opinión, cuando llegué la mujer perfecta
―reflexioné.
Bufó.
―Lo dudo.
Terminamos el vino y Paul llevó los vasos a la cocina. Cuando regresó
permanecimos incómodos, ninguno sabiendo qué decir, lo que significaba que era
hora de despedirse. Le toqué el hombro< con mucha torpeza< y comenté:
―Sin problema.
Tenía la boca tensa, como si estuviese tratando de no reírse mientras me
tocaba el hombro.
―Sin problema.
―Te veo< ¿mañana? ―pregunté mientras metía las manos en los bolsillos
traseros del pantalón.
―Nos vemos entonces.
Bajó las escaleras dirigiéndose a su camioneta. Cuando abrió la puerta, me
giré para entrar.
―Clara ―gritó, haciendo que voltease.
Estaba al final de las escaleras, subiéndolas y antes de que pudiese
responderle con un ¿qué? Me levantó por las piernas y me empujó contra la puerta
de entrada. Abrí la boca. Estaba petrificada. ¿Qué estaba haciendo? Tenía los
músculos de su mandíbula y cuello tensos mientras me miraba fijamente a los ojos.
Después me besó.
No me moví por un segundo o dos, mi cerebro incapaz de ponerse de
acuerdo con mi cuerpo. Luego deslizó la lengua entre mis labios y mi sangre bulló
mientras mi boca se movía contra la suya.
Fue un beso duro, pero también amable. Sus labios eran suaves y su lengua
sabía a vino tinto. Me mantenía presionada contra la puerta con las caderas
mientras le rodeé con las piernas, me sostenía por el trasero con las manos,
apretándolo suavemente. Había pasado mucho tiempo desde que había sentido
algo tan< erótico. Me sentía como una de esas decoraciones inflables de Navidad
que la gente ponía fuera, que durante el día permanecían deshinchados, pero por
la noche cuando las luces se encendían y el aire empezaba a bombear, cobraban
vida.
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Ese beso me insufló vida.
El beso de Paul James me llevó a la vida.
Cuando apartó su boca de la mía, me dio un pequeño mordisco en el labio
inferior que me hizo jadear. Ambos estábamos respirando con dificultad, nuestros
pechos subiendo y bajando con fuerza. Sujeté sus musculosos hombros mientras
me bajaba lentamente, sosteniéndome un momento para asegurarse de que tenía
equilibrio, lo que me llevó un minuto porque sentía las piernas como gelatina.
Tragué saliva con fuerza mientras levantaba la mirada para encontrar la suya.
―Ahora no tienes que pensar tanto sobre ese primer beso. ―Con una
pequeña sonrisa traviesa, añadió―: Soy afortunado de ser el primer hombre en
besar a la mujer que empieza una nueva vida.
Tiempo después, estaba apoyada contra la puerta cuando se alejó.

Ashley está inclinada hacia delante en la silla, con sus ojos, delineados con
una gruesa raya negra, fijos en mí.
―¿Así que era un buen besador? ―Pr{cticamente estaba babeando.
Sonreí.
―Fue el mejor beso de mi vida ―admití.
Asintió mientras me miraba, aparentemente complacida con mi respuesta.
Luego se recompuso.
―¿Misma hora la semana que viene, Clara?
―Suena bien.
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Capítulo 33
Dos días más tarde, estoy a punto de llamar a la puerta del dormitorio de
Neena cuando la oigo hablar desde el otro lado. Escucho por un momento,
preguntándome si está hablando consigo misma, pero pronto me doy cuenta que
está en su teléfono.
―Lo llevaré hoy y te lo daré.
Pausa.
―Oye, ¿quieres comer algo esta tarde? ―pregunta, su tono esperanzador.
Otra pausa.
―Oh< bueno.
Hace una pausa, una vez más.
―Sí, entiendo.
Pausa.
―Bueno. Nos vemos m{s tarde. Adiós. ―Después de unos segundos, cuelga.
Escucho por un minuto o dos. Sé que no debería, pero no puedo evitarlo.
¿Con quién estaba hablando? El único amigo que la he oído mencionar es Mills y
ese era por Paul. ¿Era Mills? ¿Acaba de rechazarla? Mierda. Eso es todo lo que
necesita en este momento. Sé lo que es un flechazo, pero podía usar un amigo
cercano a su edad. Incluso si es un chico de secundaria. Ella casi no quería salir de
la cama los últimos dos días, y ahora esto. Por último, abro la puerta. Está de pie
delante de su espejo de cuerpo entero, metiendo pañuelos de papel en su
sujetador. Al entrar, ella se apresura a su cama y agarra su almohada, cubriéndose.
―¿No puedes llamar, mam{? ―suelta, su voz temblando de ira.
―L-lo siento ―tartamudeo. Miro al suelo, sin saber qué hacer aquí. ¿Debería
marcharme o debería quedarme y hablar de lo que acabo de ver?
―Soy una adolescente. Merezco privacidad. ―Está molesta conmigo. Y
avergonzada. Pero no debe estarlo. Todas las mujeres han estado allí en algún
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momento; sido esa joven chica desesperada por ser mujer, pero atrapada en esa
etapa intermedia donde nuestros cuerpos no se ven tan sexys como nuestra mente
piensa que debería o tan atractivos como la sociedad nos dice que deberíamos. Ella
no está haciendo nada malo. Solo quiero que entienda que es normal sentirse de
esta manera.
―Cariño, no tenía intención de<
―¡Siempre est{s haciendo eso! ―chilla―. Siempre est{s simplemente
entrando sin llamar. No soy m{s una niña. ―Su voz se quiebra por la emoción, su
labio tembloroso. Entonces< las lágrimas comienzan. Se acuesta en su cama y tira
los pañuelos de papel fuera de su sujetador, lanzándolos en el suelo.
Me tomo un momento para seleccionar mis siguientes palabras
cuidadosamente. Estoy bastante segura de que no importa lo que diga, ella va a
gritarme. Parece que vamos a tener uno de esos clásicos momentos hija
adolescente-madre. Si eso significaba que iba a vivir, me gustaría tener un millón al
día, solo para mantenerla aquí.
―Sabes, las tetas no son todo lo que no han hecho creer ―murmuro mientras
tomo unos pasos dentro de su habitación―. Los sujetadores son tan
condenadamente incómodos y las tetas solo quieren quedar sueltas cuando corres
o haces ejercicio.
Ella no me mira mientras utiliza el dorso de su mano para limpiar en su nariz.
―No me importa ―se queja―. Las quiero.
―Lo sé. Cada chica de tu edad las quiere.
―Sí, bueno nunca voy a tenerlas, por lo que no importa. Voy a estar muerta
antes de que tenga la oportunidad de que me crezcan las tetas.
Cierro mis ojos. No pierdas la cabeza, Clara.
―No las necesitas, cariño. Eres hermosa. Las tetas no equivalen a belleza.
Ella vuela fuera de la cama y arroja la almohada a un lado. Lleva un diminuto
sujetador blanco y pantalón de pijama, dejando al descubierto su cuerpo frágil y
brazos delgados. Cada una de sus costillas se define, su pálida piel estirada a
través de ellas.
―¡Mírame, mam{! ―grita, con los ojos brillantes de l{grimas a medida que
caen por su rostro―. ¡Mírame!
Mi garganta está cerrada y parpadeo cuando las lágrimas se forman en mis
ojos.
―Estoy mir{ndote, Neena ―insisto, mi corazón agrietándose.
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―Esto ―hace un gesto a sí misma―, no es bello. ―Mueve sus dedos debajo
de sus hundidos ojos, antes de caer a sus labios, no importa la cantidad de bálsamo
labial que se pone, siempre est{n secos y agrietados―. Esto es< ―se gira y se mira
en el espejo―, esto es feo. Esta soy yo.
―Neena< ―Su nombre sale como una petición desesperada. Necesito que
vea lo que yo veo. Necesito que entienda que es la persona más bella del mundo
para mí y para mucha gente. Dentro y fuera. Se frota la pelusa oscura en su cuero
cabelludo. Su cabello ha comenzado a crecer de nuevo.
―Estoy cansada de verme fea ―gime. Se mira un poco más, con los ojos
enrojecidos por las lágrimas.
Frunzo mis cejas con preocupación. Tal vez esto es un momento clásico
adolescente. O tal vez no lo es. Tal vez esté deprimida. Es comprensible. O tal vez
está enferma. Enferma y cansada de lo que está pasando. Todo lo que sé es que está
sufriendo y su tristeza es palpable. Sin embargo, ella estando enferma es mi
primera preocupación. En vez de responder verbalmente, entro en modo madre y
en cuestión de segundos tengo su cabeza en mis manos, mi boca en su frente. Ella
tira liberándose de mí, antes de que pueda decir, si tiene fiebre o no.
―No tengo fiebre ―grita.
―Solo quería comprobar. Pareces agitada. Y no te has estado sintiendo bien.
Has estado en cama durante dos días. Si no es fiebre< tal vez est{s deprimida.
Tenemos una receta<
―No necesito reposo ―gime en voz alta―. ¡Necesito que me dejes de tratar
como un bebé!
―Neena. ―Suspiro―. Simplemente no me gusta verte así. Tan enojada. ¿Por
qué estás tan enojada conmigo? Solo quiero ayudarte.
―¡Debido a que no me dejas simplemente estar triste! Cada vez que estoy
triste o enojada lo tratas de arreglar. “Oh, Neena est{ molesta, debe tener
fiebre”―me imita―. Oh, Neena durmió una hora extra, debe estar deprimida.
―Estoy tratando de mantenerte lo m{s feliz y saludable que pueda. Lo siento
―susurro.
―Tal vez tengo que estar triste, mam{.
Doy un paso hacia ella, pero se aleja.
―El médico nos dio una receta para antidepresivos. Tal vez van a ayudar
―ofrezco, desesperada por ayudarla. Desesperada por hacer que su tristeza y el
dolor desaparezca.
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―La gente normal que no se están muriendo tienen malos días. Duermen en
ocasiones. ¡Tal vez solo necesito estar triste y solo tienes que dejarme estar triste y
no intentar arreglarme! ¡No necesito pastillas!
Las lágrimas corrían por mi rostro. ¿De dónde proviene todo esto?
―Solo estoy tratando< ―Niego mientras ruedo de lleno en llanto―. No me
gusta verte triste, bebé.
―Por favor, solo sal de mi habitación ―pide, con los ojos fijos en el suelo.
Mi corazón se siente como si solo chapoteara en el suelo. Quiero abrazarla, de
alguna manera curarla, pero parece que cuanto más trato, más molesta se vuelve.
Decido que lo mejor es salir y darle un poco de tiempo para calmarse.
―Est{ bien, cariño ―le susurro con voz ronca―. Estoy aquí, si quieres
hablar. ―Hipo de nuevo mis sollozos mientras camino y cierro la puerta detrás de
mí.
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Capítulo 34
Cuando llego a casa, Neena y Clara se encuentran escondidas en sus
habitaciones. Clara está acurrucada en su cama, pañuelitos de papel por todos
lados.
―¿Qué sucede? ―pregunto mientras me siento a su lado y aprieto
suavemente su pierna.
Sorbe mientras se sienta y se voltea para mirarme. Sus ojos azules se
encuentran vidriosos por las lágrimas, su nariz roja.
―Neena acaba de tener una recaída, supongo. ―Niega con un gesto―. No lo
sé< está muy triste y solo quiero ayudarla, pero dice que la sofoco. Así que, le
estoy dando el espacio que desea. ―Ahoga un sollozo―. Lo único que quiero es
aliviarla, Paul. Quiero ser quien lleve esa carga. Ella debería estar saludable, feliz y
vivir su vida al máximo. No debería mirarse a sí misma deseando verse diferente
por un chico ―termina.
―¿Qué?
―Creo que podría ser lo que causó ―mueve una mano err{tica―, un
colapso. Me parece que de verdad le gusta Mills, pero él no está interesado. Al
menos podría ser su amigo.
Mis entrañas se retuercen de ira. ¿Cómo se atreve a no gustarle mi hija?
Idiota. Por supuesto que es muy grande para ella, si le gustara, lo golpearía como
la mierda. Pero no le cuesta malditamente nada ser amigable. Sin embargo, me
opondría a que sean amigos. Mierda. Mills no se encuentra en una situación
favorable de todos modos, tratándose de Neena. Pobre chico.
―Iré a hablar con ella ―digo antes de atraerla hacia mí y besar su frente.
Clara suspira y se recuesta otra vez, en la misma posición anterior.
―Buena suerte.
Cuando toco la puerta de Neena, no responde, así que vuelvo a golpear. Más
fuerte esta vez.
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―¿Qué? ―grita. Echo mi cabeza hacia atr{s por su tono. Nunca la había
escuchado tan< molesta.
―Uh< es pap{. ¿Puedo entrar?
―Ahora no es un buen momento.
―Neena, tenemos que hablar, princesa.
―¿Podemos hablar m{s tarde, pap{? Estoy cansada. ―Apoyo mi cabeza
contra la puerta con frustración. Entiendo la ansiedad de Clara. Quiero arreglar
esto. ¿Qué le sucede? Algo le pasa. Lo presiento. ¿Es intuición de padre? Quizás.
De todas formas, voy a entrar.
―Contaré hasta tres, y entraré ―le informo―. Uno. Dos. Tres. ―La puerta
cruje cuando la abro y se detiene mi corazón.
Sangre.
Hay sangre en todos lados.
El piso está lleno de pañuelitos empapados con sangre y Neena está sentada
en el suelo, su espalda apoyada contra la cama, sosteniendo, lo que parece, una
camiseta hecha un ovillo manchada de sangre.
―Mierda ―jadeo y me precipito hacia ella, cayendo de rodillas―. ¿Qué
pasó? ―pregunto, mi voz llena de p{nico, asust{ndome hasta a mí―. ¿Qué
sucedió?
Pone los ojos en blanco. No es la reacción que esperaba.
―Mi nariz. No para de sangrar.
Aparto la camiseta de su rostro un momento, para comprobar si dice la
verdad. Su nariz está sangrando fluidamente.
―Mierda ―espeto. No es bueno. Tengo un nudo de preocupación en el
estómago, pero estoy triste también. ¿Por qué se esconde aquí?―. Princesa< ¿por
qué no llamaste a tu madre?
―Porque acabo de gritarle. ―Lloriquea con sus ojos muy abiertos―. Est{
enojada conmigo.
―No, no lo est{ ―insisto gentilmente mientras la sostengo en mis brazos y
permanezco así―. ¡Clara! ―grito. Llevo a Neena por el pasillo donde nos
encontramos con Clara. En cuanto nos ve, toda su tristeza se evapora y entra en
modo madre/paramédico.
―¿Cu{nto tiempo llevas sangrando, Neena? ―pregunta.
―Veinte minutos.
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―¿Te duele algo m{s? ―Clara presiona su mano contra la frente de Neena.
―Mi estómago. Me duele.
Clara me mira, su mirada llena de preocupación.
―Llévala al auto. Llamaré a su doctor y le avisaré que estamos en camino.

―Debido a que su nivel de plaquetas es anormalmente bajo, las hemorragias


nasales serán más frecuentes. Puede que sangre por la boca, y también las encías.
La hinchazón en su estómago se produce por las células juntándose en el hígado y
el bazo, entre otras {reas. Puede que tenga dolor de riñones también ―explica el
doctor Jones.
Mis manos sujetan con fuerza los apoyabrazos. Odio la forma en que habla de
ella< tan frío. Sin empatía. Clara debió sentir mi tensión porque se acerca y toma
mi mano, apretándola. Marcus se encuentra a su otro lado, inclinado en su silla,
con expresión estoica. Se encontró con nosotros en el estacionamiento. Me alivia
que Neena esté descansando en una de las salas de examen. La enfermera que la
asistió, parecía lo suficientemente agradable.
―Me temo que debo advertirles, esto ir{ empeorando. Empezar{ a tener
problemas para respirar por la hinchazón de sus ganglios linfáticos, además de
tener contusiones y dolor en las articulaciones. Su apetito decaerá
significativamente. ―Bueno, ¿no es él un jodido rayo de luz? Hace una pausa por
un momento, reclin{ndose en su silla―. Clara ―dice su nombre firmemente con
cierta severidad. Clara lo mira―. ¿Has contactado con el hospicio6?
Su expresión cambia cuando una ola de pura tristeza la invade. Pero no emite
ni un sonido. Mueve su cabeza firmemente diciendo no. Me siento lleno de plomo
por dentro. Con solo la palabra hospicio me deprimo.
Baja la mirada por un momento, pareciendo decepcionado por su respuesta,
antes de mirarme.
―Sinceramente, les recomendaría que lo hicieran de inmediato. Sé que es
difícil. Pero van a necesitar el hospicio. Necesitan que alguien se familiarice con la
familia antes de que las cosas empeoren.

6 Hospicio: Establecimiento benéfico en el que se recoge, cría, educa y brinda ayuda a niños
enfermos, abandonados, huérfanos o pobres.
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No es su culpa, pero de alguna forma quiero pasar por encima de su
escritorio y golpearlo. Me aclaro el nudo en mi garganta y me enderezo en mi silla.
El doctor escribe algo rápidamente y arranca unas hojas de su libreta.
―Si tiene dolor, denle estos. Ella necesita estar cómoda.
―¿Cu{nto le queda? ―dice Marcus.
Mi respiración se detiene por su pregunta. Odio que haya preguntado, pero,
por otro lado, quiero saber la respuesta.
El doctor Jones aprieta sus labios antes de responder.
―Es difícil de decir, pero si tuviera que predecirlo, dos meses, quiz{s< tres
como mucho. ―Mi visión empieza a desdibujarse mientras miro fijamente el reloj
detrás de su cabeza, rogando que el tiempo reduzca la velocidad.

Cuando llevamos a Neena a casa, nos movemos en modo estrategia y


ejecución como si estuviéramos a punto de hacer un ataque militar. La primera
misión: hacer que no haga mucho esfuerzo físico y mental. Reorganizamos la sala
de estar y llevamos su cama a la planta baja. Neena, por supuesto, lo odia. No
quiere estar en la sala de estar, pero es una de esas ocasiones en las que tenemos
que hacer lo que es mejor, no lo que ella quiera. Clara, sabiendo que Neena querría
algo de privacidad, coloca una cortina, así Neena puede cerrarla si quiere,
separando la sala de la habitación. Colgamos sus posters de Master of the V, lo que
parece disminuir un poco su enfado. Marcus se va para recoger algunas cosas, y
regresa con un monitor para que podamos ver y escuchar a Neena por la noche
cuando estamos en cama. Ella nos hace prometerle que no lo usaríamos hasta que
las cosas empeoren de verdad.
Después que Neena está establecida, Clara luce exhausta y emocionalmente
drenada. La siento sin energía. No puedo curar a Neena, alejar su dolor y
enfermedad. Y tampoco puedo aplacar la tristeza y preocupación de Clara, porque
me siento de la misma manera. Está sentada a la mesa de la cocina, con los ojos
cerrados y la cabeza entre las manos. No tiene ni una pizca de maquillaje, su
cabello está trenzado hacia un lado, y sin embargo, luce increíble. Pero se ve
agotada, y me pregunto cuándo fue la última vez que se tomó un día para
dedicarse a ella misma. Las uñas de sus manos y pies están limpias, sin barniz. Su
camiseta tiene manchas de sangre de Neena. Se merece unos pocos mimos. Más
bien, los necesita. Necesita un pequeño respiro.
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―¿Por qué no vas arriba y tomas un buen baño caliente?
Sonríe con cansancio.
―Sí, eso sería lindo. ―Poniéndose de pie, me da un beso casto antes de salir
de la cocina sin ganas. Buscando en el cajón de la cocina, encuentro su directorio.
Solo me toma dos llamadas y treinta minutos, para contactar con la agencia
de viajes mientras sostengo mi tarjeta de crédito, listo para pagar.
Clara amará esta sorpresa.
Y algo me dice que Neena también.
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Capítulo 35
Postergamos las entrevistas por una semana o así para centrarnos en Neena.
Creo que el incidente del sangrado de nariz, emparejado con las extremadamente
deprimentes noticias del doctor Jones, lo puso todo en perspectiva. Estamos en las
últimas semanas de la vida de mi hija. Me siento perdida, pero me esfuerzo como
siempre. Bowman y Larry se han ofrecido y están ayudando con el funcionamiento
de la parte administrativa del negocio y no podría estar más agradecida.
Necesitamos tanto tiempo con Neena como podamos conseguir.
Llamé al hospicio y enviaron a una mujer encantadora llamada Karen para
reunirse con nosotros. Tiene una hija de la edad de Neena a quien también le
encanta Masters of the V, así que ella y Neena realmente se llevan bien. Pero anoche
Neena me recordó que Paul y yo no habíamos terminado la historia de cómo nos
juntamos. Quiere saber. Desesperadamente. Quiere que veamos a Ashley de
nuevo. Paul no pudo reunirse con ella hoy por alguna razón, pero accedí. Insistió
en que nos encontráramos más temprano esta vez. Normalmente nos reunimos
alrededor de las cinco, pero no lo cuestioné.
―¿Lo llevas bien? ―pregunta Ashley cuando entro. Antes de que pueda
responder, me abraza. Fuerte. Como un miembro de la familia haría. No puedo
negarlo, estoy un poco confundida por eso, pero le devuelvo el abrazo. Han
pasado dos semanas desde el asunto del sangrado de nariz de Neena y ha
sucedido varias veces más. Desde entonces, descansa la mayor parte del día y tiene
pequeños episodios de energía aquí y allá, pero son muy breves, causando que mi
preocupación aumente. Paul y yo hemos tomado turnos, durmiendo en la sala de
estar, pero Neena lo odia.
―Estoy bien. ―Tal vez si sigo diciéndolo, será verdad. Estoy bien. Mi hija se
muere, pero estoy bien. Es tal mentira.
―Sé que con todo lo que está pasando, debe ser difícil hacer esto, pero<
―Hace una pausa y se muerde el labio como si cuestionara sus siguientes palabras.
―¿Pero qué?
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Su mirada se encuentra con la mía e inhala profundamente.
―Primero, lamento ser tan directa. Esperaba tenerlo todo terminado antes de
que Neena< muera. Realmente quiere ver esto.
Aclarando mi garganta, seco mi nariz.
―Entonces vamos a terminarlo. También quiero que lo vea.
Ambas tomamos asiento y Zane enciende mi micrófono.
―¿Dónde está Mills? ―pregunto. Es extraño que no esté aquí. Aunque no
estoy segura de querer verlo. ¿No sabe que mi hermosa hija tiene un
enamoramiento con él y que necesita ser más agradable? Sé que no es su culpa,
pero odio que se sienta sobre sí misma como lo hace a causa de él.
―No pudo hacerlo esta mañana. Tenía algo que hacer ―murmura Zane con
voz cansina.
―La última vez lo dejamos después de que Paul te besara. ―La boca de
Ashley se curva un poco―. ¿Qué sucedió después?
Tengo que reírme un poco. No porque sea divertido. Lo que ocurrió después
no fue divertido en absoluto. ¿Pero qué más puedo hacer además de reírme en este
punto?
―Paul se fue.
Ashley se ve como si estuviera intentando tocar el techo con sus cejas; se
encuentra muy sorprendida.
―¿Qué?
―Síp ―confirmo―. Durante un mes.
Su boca se abre con sorpresa.
―¿En serio?
―Síp. Estaba tan enojada. Pero no estaba segura de si me enojé porque se
fuera después de besarme así o por dejarme para tratar con Marcus por mi cuenta.
―¿A dónde fue?
―Brasil.
―¿Qué sucedió cuando volvió?
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Me había dicho a mí misma que solo fue un beso. Cuando sucedió, era una
mujer tonta y mis entrañas se habían revuelto. Sin embargo, durante su ausencia,
la realidad se asentó y me di cuenta de que solo lo había hecho porque lo
lamentaba por mí o algo. Y eso me hizo enojar. Increíblemente enojada. No
necesitaba su compasión. No necesitaba un beso compasivo. Podía haber estado un
poco llorona esa noche, pero eso fue solo porque me encontraba vulnerable. Ahora
Paul pensaba que era patética y odiaba eso.
Ser forzada a trabajar a solas con Marcus tampoco ayudó. Paul realmente
nunca me defendió de Marcus, pero al menos era un amortiguador entre nosotros
y a veces actuaba como intermediario, lo que aliviaba la hostilidad.
Era miércoles, hacía mucho calor y el aire acondicionado de la oficina no
funcionaba. Después de cinco llamadas a la compañía de aire acondicionado, lo
más pronto que podía conseguir que viniese un técnico era al día siguiente. Fui a
Walmart y compré seis ventiladores, pero no ayudaron mucho. Marcus aguantó
hasta mitad del día, luego me dejó tirada. Si no hubiera sido por un gran grupo de
mujeres viniendo esa tarde para un salto, también me habría ido.
Me dirigía al frente del edificio, queriendo montarlo todo para ese grupo, así
podría meterlas y sacarlas del sauna que era nuestra oficina tan rápido como fuera
posible, cuando Sap entró.
―Hola, hermosa ―dijo con voz rasposa, con una sonrisa en su arrugado
rostro―. Tengo una sorpresa para ti.
Resoplé con exageración.
―Por favor, dime que me has traído un técnico de aire acondicionado.
―Nop. ―Se rió. Se movió al lado y entró Paul, increíblemente moreno y
hermoso. Paul hizo un breve gesto a modo de saludo, pero no respondí. ¿Se
suponía que estuviera emocionada de que hubiera vuelto? Pfft. Ni siquiera me
molesté en reconocerlo antes de continuar con mis asuntos de preparación para
nuestras próximas clientas.
―Creo que de verdad me extrañó, Sap ―conjeturó Paul de buen humor.
Sap era lo bastante listo para no comentar. Creo que disfrutaba viéndonos a
Paul y a mí pelear a veces.
Tiré los bolígrafos que tenía en la mano sobre la mesa.
―¡Bienvenido, Paul! ―exclamé mientras lanzaba mis brazos al aire
llamativamente―. Estoy tan feliz de que hayas regresado para ayudarnos a dirigir
este negocio. Ya sabes, aquel del que eres copropietario.
Paul suspiró e inclinó su cabeza hacia Sap.
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―Definitivamente se alegra de que haya vuelto.
―Eres un verdadero imbé<
―Hola ―chilló una mujer joven mientras miraba detenidamente a Paul y
Sap.
―Bueno, hola ―replicó Paul animada y enormemente divertido por el hecho
de que la mujer interrumpiera mi diatriba.
―Soy Kim. ―Saludó con la mano―. Estamos aquí para el salto. ―Era una
mujer alta y delgada con gafas que llevaba unos vaqueros viejos y Chucks. Otras
cuatro mujeres llegaron detrás de ella, todas abanicándose y haciendo muecas por
el calor.
―¿Y quiénes son estas encantadoras damas? ―preguntó Paul, esbozando su
asombrosa sonrisa.
Kim apuntó a cada una mientras las presentaba.
―Estas son Lindsay, Amy, Clare y Gemma.
―Mira eso. ―Paul sonrió―. Su nombre es Clare. Clare y Clara.
Le di una mirada que significaba: eres un idiota. Entonces sonreí a las damas.
―Encantada de conocerlas.
La que se llamaba Clare, que llevaba una camisa que decía algo sobre ordeñar
cabras, habló:
―Hace un calor de muerte aquí.
―Debería haberme puesto algo corto sin mangas ―replicó Kim mirando a su
atuendo.
―Te ves muy sexy ―informó la llamada Gemma con acento británico,
grandes ojos azules y cabello rojo―. Me encanta esa camisa. ―Me gustaba su
acento.
―Lo sé ―notó Lindsay, la única con una camiseta de los Broncos―. Quiero
una.
―Te compraré una ―prometió Kim.
―Creo que voy a vomitar ―ofreció Amy. Se veía extremadamente nerviosa
mientras sujetaba la taza de papel de café en su mano―. Me aterrorizan las alturas.
―Tal vez te sientes mal porque estás bebiendo café bajo el calor sofocante
―notó Lindsey con un resoplido alegre.
―¿De quién fue idea esto, de todos modos? ―preguntó Gemma.
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―Mía ―admitió Lindsay.
―Lo prometo, las cuidaremos muy bien ―les aseguró Paul. Oh, por el amor
de Dios. Alguien necesitaba amordazarme.
Lindsay le dio una media sonrisa mientras repasaba con la mirada a Paul y le
murmuraba a Clare:
―Espero que sea el que haga tándem conmigo.
―Yo también. ―Gemma se rió.
―¿Por qué la palabra tándem suena tan sucia? ―preguntó Clare, su boca
torcida con el pensamiento.
Las mujeres continuaron como si ni siquiera estuviéramos allí. Finalmente,
intervine:
―Si les gustaría sentarse, damas, y rellenar estos descargos de
responsabilidad, podemos organizarlo y prepararnos para irnos.
Todas tomaron asiento. Rellenar los formularios debería haberles tomado
diez minutos que fueron veinte mientras discutían todo, desde el paracaidismo al
sexo anal, hasta los mejores productos de cuidado de la piel. Cuando empezaron a
discutir algo sobre una legión y la palabra húmedo, había terminado. Mi paciencia
era poca ese día, con el calor y el regreso de Paul, así que tenía que seguir
recordándome relajarme. Verlas tampoco ayudaba. Obviamente, eran buenas
amigas. Extrañaba a mis amigas. Sentía que había pasado una eternidad desde que
había visto a Ally y Vanessa. No tenía amigos aquí. Excepto Paul. Y, por supuesto,
tan pronto como acordamos ser amigos, me besó y desapareció al día siguiente. No
era exactamente la amistad ideal.
Paul dirigió a las damas fuera y, antes de seguirlas, Sap se dio la vuelta hacia
mí y dijo:
―Estás haciendo un buen trabajo aquí, Clara.
El halago me sorprendió. Sap siempre había sido amable conmigo, cuando no
estaba mirándome el culo, pero simplemente no lo esperaba.
―Gracias ―logre decir.
―A Dennis realmente le habría gustado lo que has hecho aquí. ―Hice una
leve mueca por sus palabras, pero me obligué a sonreír―. Siempre quiso hacer
algo por ti, intentar reconciliarse contigo de alguna manera.
Mis cejas se alzaron con sorpresa. Sabía quién era yo. Sabía lo que había
hecho Dennis.
―¿Lo has sabido todo este tiempo?
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Asintió una vez. Dando un paso hacia mí, puso sus manos en sus caderas y
suspiró.
―Este siempre ha sido un buen negocio, ¿sabes? Dennis lo hizo bien aquí.
―Asintió mientras miraba alrededor―. Pero siempre faltó algo. ―Entonces su
mirada regresó a mí―. Creo que eras tú.
―Vamos, Sap ―gritó Paul desde fuera―. Hora de volar.
―Podemos hablar de eso más tarde si quieres.
Le di una sonrisa suave, incapaz de encontrar las palabras. Mi garganta no
estaba tensa con emoción. No estaba al borde de las lágrimas. Simplemente
estaba< sin palabras. Así que no dije nada antes de que se volviera y se fuera. Paul
condujo hacia el pequeño aeropuerto con Sap y el grupo de mujeres los siguió en
su auto, donde se encontrarían con Bowman y uno de nuestros otros saltadores y
yo empezaría a cerrar la tienda. Normalmente, los clientes volverían a la oficina
para recoger sus fotos o vídeos, pero les había preguntado si podía mandárselas
por correo electrónico. Hacía demasiado calor para tratar con eso hoy. Una hora
después, cuando estaba a punto de irme, el teléfono sonó.
―¿Hola?
―Clara ―dijo Paul con voz ronca y con la respiración desigual.
―¿Sí?
―Es Sap. Ha tenido un ataque al corazón o algo. La ambulancia se lo está
llevando al hospital ahora.
Mi corazón cayó.
―Mierda ―jadeé―. ¿Está todo el mundo bien?
―Sí. Sucedió antes de despegar. Es una suerte que no estuviéramos en el aire.
Cerré los ojos por un momento agradeciendo al que fuera el ser superior que
los había mantenido a todos a salvo. Luego pregunté si Sap estaba bien.
―Te veré allí.

El funeral fue agradable y tan sencillo como era posible. De la manera en que
Sap lo hubiese querido. Sólo asistieron diez personas y, para honrar a nuestro
difunto amigo y compañero, contratamos a un piloto para el día y enviamos al
avión a volar con todos nuestros saltadores para hacer un salto de despedida en su
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honor. Paul unió la bandera de Estados Unidos que Sap había recibido por su
servicio militar a su paracaídas y fue a la deriva hermosamente mientras se
deslizaba hacia el suelo. Cerramos la oficina por algunos días, necesitábamos
encontrar un nuevo piloto y reorganizar el horario. Sap definitivamente sería
extrañado.
Trabajé, pero Paul y Marcus se quedaron en casa. Les resultó más duro
perder a Sap. No había pasado mucho tiempo desde que había muerto, así que
entendí que probablemente necesitaban un poco de tiempo para llorar. Podía no
soportar a Marcus. En absoluto. Era mi grano en el culo entonces. Pero decidí
probar algo demostrándole compasión. Fui a casa e hice dos guisos de pollo y
brócoli, bien envueltos en papel de aluminio, y los guardé en mi auto.
Ni siquiera apagué el auto cuando estacioné frente a la casa de Marcus. Dejé
la olla en el mini porche junto a la puerta, toqué con fuerza y me apresuré de
vuelta a mi auto. No intentaba ser una perra. Solo no podría soportarlo si actuaba
como un imbécil conmigo cuando trataba de ser agradable. Si tiraba la comida
después de que me fuera, no lo sabría y no tendría que odiarlo por ello. Cuando
arranqué, miré por el espejo retrovisor y lo vi abrir la puerta y salir al porche,
mirando hacia mi auto. Luego bajó la vista, se agachó y recogió el guiso,
inspeccionándolo, antes de mirar a mi auto de nuevo. Su expresión no decía nada.
¿Le afectó mi gesto? ¿Lo odió? No lo sabía. Cuando se volvió y entró con el guiso,
dejé escapar un largo aliento. No importaba qué< lo intenté. Hice lo correcto y si
decidía ignorar mi gesto, dependía de él.
Nunca había estado en la casa de Paul antes y no me sorprendió ver que vivía
en una pequeña y sencilla casa a treinta minutos de la oficina. La casa era simple,
lo que tenía sentido para él. ¿Por qué tener una enorme y bonita casa cuando
podías irte en cualquier momento dado sin tener ni idea de cuándo regresarías?
Una parte de mí, quería tocar y correr con Paul también. Eso es lo que debería
haber hecho. Pero quería verlo. Me sentía patética por eso, pero lo hacía. Así que
me dije que le entregaría la comida que había hecho, pero no entraría. No
importaba qué. Respirando hondo, toqué a su puerta, muy ansiosa. Realmente no
habíamos hablado desde que volvió y, créeme, tenía mucho que decir. Pero me
mordí la lengua. Este era un momento para lamentar. Mis quejas hacia Paul podían
esperar.
Cuando abrió la puerta, me quedé muda.
Hijo de puta.
No llevaba nada más que sus bóxers.
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Sujeté el guiso en mis brazos y me obligué a parpadear. Entornó los ojos
como si acabara de despertarse y su cabello estaba un poco desordenado. Pero su
cuerpo< lo odiaba. Era asombroso. Lo había visto sin camiseta antes, pero verlo
tan desnudo en sus bóxers era diferente. Era tan íntimo. Y, de repente, me sentí
muy vulnerable.
―Hola ―dijo con voz ronca y soñolienta. Uf, incluso su voz de recién
despierto era sexy.
Lamí mis labios secos.
―H-hola ―tartamudeé―. Te traje algo de comida.
Su mirada se movió al guiso, luego a mis ojos.
―¿Lo hiciste?
―Eh, sí. Ya que estás de luto y todo. Pensé que te gustaría algo de comer.
Dio un paso atrás y a un lado, invitándome a entrar. Tocar y correr se había
convertido en tocar y ver, y ahora era tocar y visitar. Fallé. Entré y, si pensaba que
el exterior de la casa era simple, el interior no fue una excepción. Era un plano de
una sola planta abierta, la sala de estar y la cocina en la misma habitación. Tenía un
sofá biplaza y una pequeña mesa más cerca de la cocina, en la que sólo podían
sentarse dos personas. No había televisión. Ni fotos o decoración. Sin embargo,
tenía una bicicleta colgando del techo y una tabla de snowboard y esquís y una
patineta que se alineaban en la pared.
Cerrando la puerta detrás de mí, preguntó:
―¿Qué es eso?
―Oh ―repliqué nerviosamente. Me di cuenta de que había estado mirando
fijamente su casa―. Nada. Es raro ver tu casa, es todo. ―Uf. ¿Por qué dije eso?
Sonrió, enseñando sus hoyuelos. Estúpidos hoyuelos.
―Debe ser raro ver una casa que no es un caos ―se burló.
Lo fulminé con la mirada en broma.
―Sólo est{s celoso de cu{nto car{cter tiene mi casa. La tuya< es claramente
deficiente.
―Tienes razón ―me siguió la corriente―. Estoy tan celoso de un porche que
alguien de cincuenta kilos derribaría.
―¿Ves? ―me burlé―. Lo sabía. Además, el porche es más fuerte ahora,
¿recuerdas?
Ambos nos reímos.
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―Bien, cuando te pregunté qué era eso, me refería a la olla en tus manos.
¿Qué es eso?
―Un guiso de pollo y brócoli.
Fue a la cocina y abrió el refrigerador, sacando una Coca Cola. Noté varios
recipientes de mantequilla Country Crock en las estanterías de su refrigerador y
sonreí para mí. Debía haber visitado a su madre recientemente. Cuando se agachó,
los músculos en su espalda parecieron ondear, exigiendo que los mirara.
―¿Quieres una? ―ofreció, sosteniendo una lata para que la viera.
―Claro.
Tomó otra lata y las dejó en la mesa. Luego, agarró dos platos, una cuchara
para servir y dos tenedores. Después de que los dejara, se detuvo y me miró como
si estuviera esperando por algo.
―¿Estás bien?
―Sí, ¿por qué?
―No te has movido de ahí desde que entraste y estás sosteniendo ese guiso
como su fuese un bebé recién nacido.
Negué mientras me sonrojaba antes de moverme para reunirme con él en la
mesa.
―Lo siento. Ha sido un largo día.
Tomó el guiso, colocándolo en el centro de la mesa, antes de quitar el papel
de aluminio. Sus párpados se entrecerraron un poco, pero rápidamente se dio
cuenta.
―Parece bueno ―dijo. Qué mentiroso. No se veía ni cerca de bueno. Mis
mejillas ardieron con vergüenza. Sabía que se veía menos que apetitoso, pero
estaba siendo agradable―. Vamos a comer. ―Eran cerca de las cinco de la tarde,
pero no me molesté en señalárselo.
Nos sentamos y nos sirvió. Lo miré mientras tomaba su primer bocado.
Empezó a masticar rápido, pero desaceleró. En un momento, se vio como un
caballo masticando una paja. Mientras continuaba, trabajó duro para dominar su
expresión. Cuando finalmente se las arregló para tragar, los músculos de su cuello
y mandíbula se flexionaron dramáticamente. Parecía como si se hubiese tragado un
montón de algodón. Su mirada encontró la mía, sus ojos llenos de sinceridad.
―Está muy bueno, Clara ―mintió antes de abrir su lata de soda y tomar un
largo trago. De nuevo.
Reprimí mi risa.
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―Creo que al fin he encontrado algo en lo que eres malo, Paul.
―¿Qué es eso? ―preguntó, desconcertado mientras empujaba en su plato.
―Mentir. Apestas.
Se rió, recostándose en su asiento y rascándose el estómago.
―No miento ―continuó con la mentira piadosa. Dios. Esos hoyuelos. En
serio, me estaban matando. Aquí estaba, avergonzada como el infierno porque
había hecho un guiso de mierda y no podía evitar sonreír a causa de esos dos
estúpidos hoyuelos. Inclinándose hacia delante, colocó sus antebrazos sobre la
mesa y recogió más con su tenedor.
―Paul ―dije su nombre despacio, causando que alzara la mirada―. Detente.
―¿Detenerme? ―preguntó, su tono indicando que estaba perplejo.
―Deja de comer. Es horrible. Lo siento. ―Me levanté y tomé ambos platos de
la mesa y tiré el guiso en la basura.
―¿Por qué hiciste eso? ―inquirió al ponerse de pie.
―No tengo ni idea de porqué cociné. Apesto. Sólo quería hacer algo
agradable por ti. ―Negando, suspiré―. Voy a irme ahora.
―¿Estás segura? ―preguntó, frunciendo el ceño ligeramente. Parecía
decepcionado―. Tengo un poco de comida que me dio mi madre ayer.
―Sí, tengo algunas cosas que hacer. ―Alcé mi mirada para encontrarme con
la suya y ofrecí―: Lo siento. Sobre Sap. Era un hombre extravagante.
Paul sonrió.
―Sí. Lo era.
Me dirigí a la puerta delantera y la abrí, dolorosamente consciente de que
estaba detrás de mí en cada paso del camino. Qué pérdida de tiempo fue esto.
¿Qué me poseyó para traerle comida? Debía haber pensado que era la mujer más
triste que había conocido alguna vez. No sólo no podía hacer un simple guiso, sino
que también estaba el asunto del beso por compasión. Cuán patética. Salí al
porche, lista para echar a correr hacia mi auto y salir pitando de allí, pero me
detuve. Ahora no era el momento de enfrentarlo por el beso. Pero necesitaba
hacerlo. O de alguna manera necesitaba redimirme. ¿Pero cómo?
Dándome la vuelta, observé su oscura mirada y mordí mi labio.
―¿Estás bien? ―preguntó.
Negué, apenas capaz de creer lo que estaba a punto de hacer, antes de pegar
mi cuerpo al suyo, juntando nuestras bocas. Cuando choqué contra él, se tambaleó
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un poco y habríamos caído si no se las hubiera arreglado para mantenerse de pie.
Por supuesto, mientras trataba de evitar que cayéramos al suelo, yo intentaba
besarle y él no podía participar al principio. Cuando se las arregló para seguir de
pie, estuvo quieto por un momento, atónito, pero estaba decidida a pesar de mi
menos que suave iniciación del beso. Presioné mi boca con más fuerza contra la
suya y, una vez que enredé mis dedos en su cabello, vino a la vida. Sus labios se
movieron contra los míos mientras sus manos empuñaban la tela de mi camisa.
Cuando su lengua entró en mi boca, la mordisqueé un poco, ganándome un
pequeño siseó por su parte, antes de que me apretara más fuerte. Lo que comenzó
con torpeza se estaba convirtiendo en un momento más intenso.
Cuando me las arreglé para apartarme, me soltó lentamente, sus manos
deslizándose por mi cuerpo antes de que las dejara caer a sus costados. Sus ojos se
movieron entre mi boca y ojos mientras aspiraba un largo aliento. Cuando Paul me
besó la primera vez, fue tan suave; perfecto. Mi beso, bueno, fue torpe. Pero, a
juzgar por su mirada de sorpresa y la manera en la que su boca tembló un poco,
parecía justo tan atónito como yo había estado después de que me besara.
Aclarando mi garganta, le di una pequeña sonrisa. Entonces me di la vuelta y
me dirigí a mi auto, subí y me alejé. Fue agradable ser la que lo dejara sin palabras.

―Creo que deberíamos dejarlo por hoy ―le digo a Ashley―. Quiero volver a
casa y revisar a Neena.
―Está bien ―acepta y mueve una mano para que Zane quite mi
micrófono―. Realmente creo que a Neena le va a gustar esto.
―Espero que< lo hagas de buen gusto, Ashley. Tiene doce años.
Ashley sonríe.
―Te refieres a no mencionar toda la parte del sucio beso y el sexo.
Me encojo. Tal vez he ofrecido unos pocos demasiados detalles.
―No hemos llegado a ninguna parte sexual todavía ―señalo.
―No, pero estoy en ascuas esperándolo. Pero no te preocupes, prometo
hacerlo adecuado para Neena.
―De acuerdo. Te veo la próxima semana, ¿sí?
―Te veo entonces.
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Capítulo 36
Estamos sentados en la sala de estar, esperando a que Clara llegue a casa.
Tuve que cancelar mi cita con Ashley esta tarde para armar esta sorpresa, pero
bien valdría la pena. Clara va a estar extasiada.
Vanessa está sentada a los pies de la cama de Neena, con una taza de café en
la mano, aliviando su resaca. Aparentemente necesitaron dos Xanas y dos tragos
de whiskey para hacer que se subiera al avión. Ally estaba prácticamente
cargándola a caballito cuando las recogí en el aeropuerto.
―¿Estás bien? ―pregunto.
Toma de su café y murmura.
―Lo estaré.
Ally se sienta al lado de Vanessa con Neena tras ella, trenzando su cabello.
Las dos mujeres han adorado a Neena desde que entraron por la puerta,
permaneciendo con ella la mayor parte del tiempo. Es como si la madre, que cada
una lleva dentro, saliera tan pronto como pasaron por la puerta y necesitaron estar
a su lado.
―Acaba de estacionar ―nos informa Marcus desde donde está mirando, en
la ventana frontal.
―Va a estar tan feliz ―dice Neena mientras aplaude con entusiasmo. Ha
pasado tanto tiempo desde que la he visto sonreír así. Mi corazón se hincha ante la
visión. Rápidamente saca su cámara y se baja de la cama, lista para capturar la
reacción de Clara. Esta niña. Siempre me mata. Está tan feliz ahora y no tiene nada
que ver con ella, es todo sobre su madre. Sabiendo que su madre estará feliz de ver
a sus amigas de hace años, le da una gran alegría. Un gran orgullo me inunda. Me
siento honrado de ser su padre.
Vanessa y Ally van a esconderse en la cocina justo antes de que Clara abra la
puerta para entrar. Primero nota a Neena con su cámara y se ríe, justo antes de
hacer bizcos y sacar su lengua.
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―La cámara te adora, mamá ―bromea Neena.
―Dicen que fui hecha para ella ―bromea Clara en respuesta. Inclina su
cabeza y mira a Neena―. Parece que te sientes bien esta noche.
―Así es. ―Sonríe Neena.
Clara me mira y sonríe. No es sólo un saludo, se siente como si hay un
significado detrás de ello. Inclino la cabeza y le doy una mirada interrogante. Pero
sacude la cabeza como diciendo después.
Neena sigue filmándola, y Marcus y yo observamos cada uno de sus
movimientos. Clara se congela, entrecerrando sus ojos con sospecha.
―¿Qué está pasando chicos?
―Nada ―canto. Así es. Estoy cantando. No me avergüenzo de nada―. Sólo
te extrañamos, eso es todo.
―¿Oh sí?
―Sí, así es ―dice Neena.
Caminando hacia ella, me inclino y la beso suavemente. Y ella me deja. Me
muevo más cerca a la curva de su oreja.
―No somos los únicos que te hemos extrañado.
―¿No? ―pregunta, con una sonrisa coqueta, sus ojos moviéndose de Neena
hacia mí mientras se sonroja. ¿Piensa que estoy siendo sucio ahora, hablando de mi
pene? Mierda, ahora estoy pensando en cosas sucias. Maldición.
―Vengas, chicas ―grita Neena hacia la cocina.
Los ojos de Clara se amplían cuando me mira con incertidumbre, pero
cuando mira hacia la cocina y ve salir a Ally y a Vanessa, su rostro se ilumina.
Como las luces de un árbol de Navidad. Lo hice bien, pienso. Y casi me doy una
palmadita en la espalda. Rápidamente las tres mujeres están en un círculo
abrazándose, saltando y chillando como niñas. Neena está riéndose mientras filma,
mientras que Marcus y yo sólo nos quedamos atrás y miramos la locura. Ese
sonido, su risa, es el epitome de mi más grande alegría.
Neena mira hacia mí y articula: Gracias, papá.
Le guiño un ojo y miro de nuevo a Clara, sintiéndome malditamente
orgulloso de mí mismo. Sabía que esto alegraría su día. Ver a Neena tan
jodidamente feliz es la cereza sobre el pastel.
―¿Condujeron? ―pregunta Clara mientras se aparta de sus amigas y se
limpia las lágrimas de felicidad de su rostro.
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―Volamos ―dice Ally, molesta mientras le lanza una mirada fija a Vanessa.
Clara resopla con incredulidad.
―¿Qué?
―Tuve que tranquilizarla como si fuera un animal salvaje, pero lo hizo ―dice
Ally secamente, hablando de Vanessa.
―Nunca he estado tan enojada ―confiesa Vanessa, colocando una mano en
su pecho.
Ally pone los ojos en blanco.
―Si hubiera escuchado Jesús, ayúdame una vez más en ese avión, me hubieran
escoltado afuera con esposas.
Vanessa se ríe.
―No fue tan malo.
―Sí lo fue.
La expresión de felicidad de Clara parece menguar un poco mientras mira a
sus amigas.
―¿Qué pasa, chica? ―pregunta Vanessa de inmediato, de forma preocupada
mientras envuelve un brazo alrededor de los hombros de Clara.
―Sólo no puedo creer que estén aquí chicas ―murmura―. Y tú volaste,
Vanessa. No puedo creerlo. Gracias, chicas.
Ally y Vanessa sonríen de oreja a oreja y abrazan a Clara. Cuando se apartan
de nuevo, Ally dice:
―Gracias a Paul. Él arregló todo esto. También pagó nuestros boletos.
Clara se da vuelta y me mira. Me encojo ligeramente de hombros.
―Quería hacer algo bueno por ti. Necesitabas algo de tiempo para ti.
Sonríe y avanza hacia mí rápidamente hasta que está en mis brazos,
abrazándome.
―Gracias por esto. Muchas, muchas gracias por esto.
―Bueno, hay más ―le digo, moviendo mis cejas.
―¿Sí?
―Tú y tus mejores amigas van a irse a un día de playa mañana. Reservé un
cuarto y todo.
Clara inmediatamente se aparta de mí.
―¿Un viaje de un día para otro?
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―Sí ―le digo―. Sé que estás preocupada por dejar a Neena, pero estoy aquí.
Cuidaré bien de ella.
Clara sacude su cabeza.
―No, no puedo hacer un viaje de un día para otro. Es muy dulce de tu parte,
Paul, pero no puedo.
―Sí puedes, mamá ―interrumpe Neena―. Además, me gustaría algo de
tiempo de padre e hija con papá.
Clara aprieta sus labios juntos, sin gustarle para nada la idea de dejar a
Neena.
―Hablaremos de eso después.
Mei-Ling se nos une y hacemos una parrillada afuera y tenemos una gran
cena. Vanessa y Ally cuentan historias vergonzosas de Clara, y Neena absorbe
cada una de ellas. Ama escuchar sobre su mamá, antes de que fuera su mamá.
Clara tiene una sonrisa toda la noche y parece relajada por primera vez en mucho
tiempo. No podría estar más agradecido con Vanessa y Ally por venir. Nunca se
tiene demasiado apoyo aquí. Estas mujeres prácticamente son su familia.
Después de limpiar lo de la cena, y que Marcus y Mei-Ling se fueran a casa,
Clara se ocupa tratando de hacer los arreglos para que todos duerman.
―Vamos a dormir aquí abajo con Neena ―le informa Ally cuando ella agarra
su maleta y la lleva hacia las escaleras.
―No, tenemos un cuarto de huéspedes ―insiste Clara. Parece que voy a
dormir en el cuarto de Clara.
―Vamos a tener una fiesta de pijamas. ―Vanessa sonríe mientras abraza a
Neena.
―Vamos a maquillarnos y a pintarnos las uñas. Puede que un par de tus
prendas interiores terminen en el refrigerador. ―Se ríe Ally.
―Bueno, puedo unirme también ―dice Clara.
―No esta noche ―discute Vanessa rápidamente―. Esta noche es tiempo de
chicas con Neena. Queremos que te< relajes.
―Creo que ustedes dos podrían usar bien una noche de descanso. ―Ally se
ríe con fuerza mientras me guiña el ojo varias veces, como si tuviera el síndrome
de Tourette7. No es difícil saber a qué se refiere.

7
Tourette: Este síndrome se caracteriza por múltiples tics musculares y vocales.
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Clara me mira y sacude su cabeza mientras hace una mueca. Su amiga es una
loca.
―Sutil. ―Me río.
No estoy seguro de si esto lastima los sentimientos de Clara o no. Su
expresión no es clara, pero cuando Neena camina hacia ella y la abraza con una
gran sonrisa en su rostro, Clara finalmente sonríe.
―Bien. Pero nada de llamar chicos ―bromea―. O bromas telefónicas.
―¿En serio? ―se queja Ally―. No eres divertida.
Cuando todas las camas están hechas y todo el mundo tiene sus pijamas,
Clara y yo finalmente subimos a su cama con el sonido de nuestra hija riéndose,
mientras Ally y Vanessa parlotean. Sigo a Clara a su cuarto, y cierro la puerta tras
nosotros, poniéndole el seguro.
Han pasado semanas desde que estuvimos realmente juntos íntimamente. La
vez que Neena nos descubrió fue la última. Nos hemos besado y tomado de la
mano desde entonces, pero no ha sucedido mucho y no creo que ninguno tenga la
energía para nada más.
Clara está nerviosa. Está escrito por todo su cuerpo. Sus dedos están
enlazados, su labio inferior está entre sus dientes. La última cosa que quiero es que
se sienta presionada. Demonios, no me importa ser sólo su almohada humana por
la noche.
―No tiene que suceder nada esta noche ―le digo―. No planeé la fiesta de
pijamas o nada.
Clara deja salir un largo suspiro.
―Quiero. Es sólo que< ha pasado mucho tiempo.
Mi corazón late con más fuerza. Ella me desea. Me desea. Camino hacia ella y
la veo temblar ligeramente. Su nerviosismo es sexy como el infierno. Me recuerda a
como éramos en la cama. Tendíamos a lanzarnos el uno sobre el otro como
animales.
―No quiero que te sientas presionada.
―Paul. ―Deja salir un largo suspiro―. Necesito esto. Sólo me siento< tan
poco sexy. He estado en modo madre por años. Es difícil apagarlo. ―Cierra sus
ojos y toma otra profunda respiración―. No soy lo que fui cuando estuvimos
juntos hace años. Mi cuerpo es diferente.
―No sé lo que ves cuando te miras en el espejo, Clara. Pero veo a una mujer
que ha entrado y salido de mi cabeza durante los últimos trece años. Una mujer
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que sin importar cuánto lo intenté, jamás pude reemplazar. Nunca he querido a
ninguna otra mujer de la forma en que te quiero, en ese entonces y ahora. Y aquí
estás, hermosa y nerviosa. No hay que contenerse más. Te necesito. Te. Deseo. No
creí que pudiera haber algo que hiciera que te deseara m{s< que te amara m{s.
Pero estaba equivocado.
―¿Lo estabas?
―No sólo eres la mujer más sexy para mí. Eres la madre de mi hija, Clara. Tu
cuerpo y mi cuerpo se unieron e hicieron a esa hermosa niña. La cargaste, a mi
bebé. Dentro de ti. ―Lucho por un segundo, tragando con fuerza, y froto mis
mejillas cuando la emoción me abruma―. No puedes entender lo mucho que me
excita. Quiero que sientas lo que eres. Quiero que veas lo que veo.
Su pecho sube y baja mientras me mira.
―No sé si sea posible ―pronuncia con suavidad―. Sólo< necesito que me
guíes. Voy a pensar todo demasiado si no lo haces.
Una fuerte oleada de nostalgia me inunda cuando recuerdo a la mujer que
usaba un exterior de valentía y determinación. Ella intimidaba a la mayoría de los
hombres. Tal vez incluso a mí al principio. Pero sola, desnuda, en una cama< era
algo más. Se dejaba ir, se rendía, sucumbía por completo. Y era jodidamente
hermosa. Era la clase de amante que nunca supe que quería hasta que la tuve. Que
alguien depositara tanta confianza en mí; que me dejara dar y tomar lo que
necesitaba porque complacerme era complacerla. Era de acero y titanio para el
mundo, pero en el fuego de la pasión, entregaba su poder como un regalo,
confiándomelo. Y lo atesoré. Era sumisa y ninguna otra mujer jamás me había
hecho sentir tan hombre en la cama como ella lo hizo. La haría recordar a esa
mujer; la haría ver lo que yo veo.
―Ven aquí ―le ordeno, mi voz automáticamente profunda y áspera.
Saca la lengua y la pasa rápidamente sobre sus labios rosados. Pero hace lo
que le digo y se mueve frente a mí.
―Quítame la camisa ―digo con voz ronca.
Sus ojos azules van a los míos, en ellos hay un aleteó de miedo mezclado. Sus
manos tiemblan ligeramente mientras alza la mano y comienza a desabotonar mi
camisa desde el cuello hacia abajo. Cuando termina, alza las manos y las desliza
sobre mis hombros así que cae al suelo. Está jadeando suavemente mientras sus
manos rozan mi pecho, sus ojos están fijos en sus delicados dedos mientras se
acostumbra con un territorio que una vez conoció tan bien.
―Brazos arriba ―le digo. Vacilante, levanta las manos, le quito su camisa y la
arrojo a un lado. Baja los brazos a sus costados mientras la rodeo con las manos
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para desabrochar su sujetador, beso el hueco entre su cuello y su hombro. Deja
salir un siseo, arqueando su pecho hacia mí, presionando mi cuerpo. Tan hermosa.
Dando un paso atrás, observo con asombro cuando deja caer su sujetador por su
pecho y bajar las tiras por sus brazos. Sus pezones rosas están floreciendo, la
hinchazón hace que el deseo sea evidente. Siempre ha tenido la piel más suave,
perfectamente cremosa y suave.
―Date vuelta y mírate en el espejo. ―Parpadea un par de veces, la
incertidumbre en sus ojos me ruega que detenga esto, pero hace lo que digo. Está
frente a su espejo de cuerpo entero, en un rincón de su habitación, mientras me
muevo tras ella, presionándome contra ella ligeramente. Está temblando―. Mírate,
Clara ―gruño mientras paso mis dedos por sus brazos―. Esta piel perfecta, esos
senos perfectos. Mira lo hermosa que eres, bebé.
Su mirada encuentra la mía tentativamente en el reflejo del espejo.
―No me mires. Todavía no ―le digo―. Quiero que veas lo malditamente
exquisita que eres. ―Paso una mano por su brazo, su piel se eriza por mi toque―.
Con tu mano derecha, toca tu seno.
Su pequeña mano se desliza por su cuerpo y con suavidad toma su seno. Sus
ojos aletean por el contacto, pero los mantiene abiertos, mirándose, justo como le
dije. Mi pene está tensándose contra mi pantalón mientras la miro. ¿Cómo no
puede saber que es jodidamente sexy? Apartándome, me doy vuelta rápidamente
para quitarme el pantalón y el bóxer. Mi pene está completamente erecto, duro
como el infierno. Ha pasado tanto tiempo desde que la tuve, que siento que estoy a
punto de arder de deseo. Pero esto debe suceder despacio. Apartando la silla de su
tocador, la coloco detrás de ella y me siento, así que mi rostro queda perfectamente
alienado con su trasero.
―Desabróchate el pantalón, Clara. ―Sus hombros suben y caen con cada
respiración, pero se los desabotona y mueve sus brazos a sus costados de nuevo.
Tan nerviosa y dulce. Engancho mis dedos en la cinturilla de su pantalón y ropa
interior, bajándolos por sus piernas. Jadea y me mira momentáneamente antes de
salir de éstos y empujarlos a un lado. Su trasero todavía se ve maravilloso. La edad
y tener una hija no la han cambiado demasiado. Apretando mis dientes, dejo que
mis dedos se deslicen por sus piernas hasta que están justo debajo de sus nalgas.
De repente sin timidez, arquea su espalda para que su trasero se empuje hacia mí,
hambrienta por más caricias. Ahí está mi chica. Le doy a su nalga derecha una
fuerte palmada, su carne tiembla ligeramente volviéndome malditamente loco.
Gime por el escozor y rápidamente agarro su trasero con ambas manos y lo
masajeo con fuerza.
―¿Te gusta eso?
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―Sí. ―Suspira.
―Mírate, Clara ―exijo mientras miro por su costado para ver su reflejo―.
Sube los brazos. ―Los levanta y los cruza detrás de su cabeza. Sostengo sus
caderas y beso su espalda baja antes de inclinarme ligeramente y morder una de
sus nalgas. Grita, haciendo que la haga callar, y cuando veo su reflejo de nuevo,
sus ojos están cerrados, su boca se abre mientras respira pesadamente.
―Abre, Clara ―le digo.
―No puedo ―gime, dejando que su cabeza caiga hacia atrás―. Se siente tan
bien.
Mantengo mi agarre en su cintura, y le doy vuelta para que me mire. Sus ojos
se abren y encuentra mi mirada antes de mirar hacia mi pene. Sus ojos se mueven
ante la visión de éste, brillan con deseo. Envuelvo mi mano alrededor de éste y lo
acaricio con suavidad.
―¿Ves lo que me haces, Clara? Es por ti. Esto es todo tuyo. Dime que es tuyo
―digo con voz ronca.
―Es m-mío ―tartamudea.
Está paralizada; no puede apartar la mirada.
―Tócate.
Mueve su mano entre sus piernas, deslizando delicadamente sus delgados
dedos a lo largo de su piel rosada.
―Maldición, eso es hermoso, Clara. Verte tocarte a ti misma, maldita sea, me
excita. ¿Cómo se siente?
―Suave y mojado ―gime―. Muy mojado.
Mi autocontrol se rompe. No puedo soportarlo más. La necesito. Necesito
estar dentro de ella. Agarro su cintura y le doy vuelta para que quede mirando
hacia el espejo de nuevo y la jalo hacia mí.
―Hora de tomar lo que es tuyo, bebé.
Estira la mano hacia atrás entre nuestras piernas, encuentra mi erección
haciéndome sisear y gruñir a la vez. Bajando, pasa la cabella de mi polla a lo largo
de su cálida humedad antes de encontrar su entrada y dejarse caer lentamente en
mi eje. Su cabeza cae hacia adelante y continúa bajando, y una vez que está sentada
sobre mí, deja salir una serie de gemidos que suenan entre el completo placer y el
alivio. Ms manos están apretando su cintura mientras se queda quieta y ambos nos
tomamos unos segundos para recuperar el control. Queremos que esto dure. Que
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sea fácil. Lento pero seguro. Estirando mi mano, agarro su barbilla y la levanto,
sosteniendo su rostro para que mire al espejo.
―Míranos ―gruño ásperamente. Entonces, con las manos en sus caderas, la
levanto y la bajo muy lentamente. Puedo ver sobre ella, ver lo que está viendo. Hay
algo muy erótico en mirar mi pene deslizándose dentro y fuera de ella. Jadea
mientras nos movemos, soltando pequeños ronroneos de vez en cuando. Está
conteniéndose. Quiere gritar, pero no podemos. No podemos hacer mucho ruido.
Ambos lo sabemos. Tenemos personas abajo que pueden oír.
―Mierda, se ve bien ―gruño―. Mi pene dentro de ti, esos perfectos pezones,
esos hermosos senos. ¿Te gusta lo que ves?
―Sí ―gime de placer―. Me encanta.
―¿Lo ves? ¿Ves lo que veo?
―Sí ―jadea, su cabeza gira hacia un lado cuando el placer se apodera de ella.
―Dime que eres hermosa. Dime que lo ves.
―Lo veo ―gime―. S-soy hermosa.
Con eso, la aparto de mí y la hago girar para que me mire. Clara necesitaba
recordar lo que es; quién es. No es sólo una madre. Es una mujer hermosa y sexy.
Quería que viera eso. Pero ahora, también necesito algo. Necesito que me muestre
algo.
―Ahora dime que me amas.
Parpadea un par de veces, un poco sorprendida. Traga con fuerza, con su
respiración errática, antes de dar un paso hacia mí y enredar sus dedos en mi
cabello. Inclinándose, me besa, luego susurra:
―Te amo, Paul James.
―Demuéstramelo.
Me monta y me desliza de nuevo dentro de ella, moviéndonos sensualmente
de atrás hacia adelante, mientras susurra Te amo, una y otra vez.
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Capítulo 37
Paul me ha empujado literalmente por la puerta trasera. Estoy de pie en el
porche mirándolo, mientras se planta en el umbral de la puerta, bloqueando mi
entrada.
―Llámame si algo sucede, ¿bien? ―pregunto. Le he dicho esto un millón de
veces ya, pero una vez más no puede ser malo.
―Clara. ―Suspira exhausto, dejando caer su cabeza contra la puerta―. Te
juro que te llamaré si hace algo como tirarse un pedo.
―¡Papá! ―exclama Neena desde donde está, justo detrás de él.
―Lo siento, princesa ―dice sobre su hombro.
Neena asoma su cabeza entre su cuerpo y el marco de la puerta.
―Ve, mamá ―insiste―. ¡Diviértete!
―Vamos ―grita Ally desde el auto, con su cabeza colgando de la ventanilla
del lado del pasajero―. Vanessa orinó hace como veinte minutos. Eso quiere decir
que tenderemos que detenernos en una hora.
Paul se encoge de hombros como si dijera, supongo que debes irte. Resoplo.
Desperté esta mañana sintiéndome en la cima del mundo. Nuestra noche
juntos fue increíble, y de alguna forma mejor que años atrás cuando era joven. Salí
de la cama feliz y determinada. Determinada a no ir a este viaje. Amo a mis amigas
y me encantaría haber salido con ellas a una noche de playa, pero mi niña está
enferma. Me necesita. ¿Cómo podría siquiera considerar dejarla?
Estos son los tópicos que discutí con todos esta mañana. Fue llevado a
votación: 4-1. Perdí. Seis contra mí si cuentas que intentaron sumar a Marcus y a
Mei-Ling quienes mandaron por mensaje sus votos. El teléfono de Neena suena
desde adentro de la casa y rápidamente dice:
―Adiós, mamá. Te amo. ―Antes de correr a contestar.
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Paul sale al porche y toma mi rostro entre sus manos. Besa mi frente, mis
mejillas, mi barbilla y luego mi boca.
―Te prometo que la cuidaré bien. Por favor ve a divertirte. ―Entonces me
besa de nuevo, largo y despacio, sus dedos se deslizan en mi cabello. Cuando se
aparta, mi cuerpo se siente laxo. Sus ojos oscuros brillan en los míos mientras
sonríe. Hijo de puta. Sabe que soy como arcilla en sus manos―. Anoche fue
maravilloso ―susurra con una sonrisa―. Hagámoslo de nuevo muy pronto.
Y fue maravilloso. Me había dicho eso mismo millones de veces esta mañana.
Pero no estoy cansada de escucharlo. Luego dándome vuelta, le da una palmada a
mi trasero y me envía en mi camino.
Cuando subo al auto, Ally tiene una sonrisa de comemierda, pero es Vanessa
quien empieza.
―Parece que caminas un poco extraño hoy, Clara ―cuestiona desde el
asiento trasero.
―Clara consiguió un poco Brown chicken, Brown cow ―bromea Ally,
imitando la clásica melodía porno. Esa es su forma divertida de decir, bow, chica
wow wow.
Ambas se ríen mientras yo sonrío, mi cara calentándose un poco.
―¿Qué tal estuvo? ―pregunta Ally, su tono indicando su desesperación por
detalles. Se ve toda linda e inocente para el mundo exterior, pero la verdad es que
es un loca pervertida.
Me encojo de hombros mientras enciendo el auto.
―Jodidamente asombroso ―admito.
―Bien por ti. ―Se ríe Vanessa.
―No sabía que podía ser tan< caliente ―confieso.
―¿Qué? ―pregunta Ally, con su rostro arrugado―. ¿El sexo?
―Bueno, sí. Fue< un poco sucio, en el buen sentido. Pensé que jam{s tendría
eso de nuevo.
―¿Por qué? ―ambas preguntan al unísono.
―No lo sé. ―Gimo, sintiéndome avergonzada de repente. Me siento como la
chica de trece años que no ha tenido su periodo cuando todas sus otras amigas
sí―. Supongo que pensé que con la edad y una niña, y< no lo sé.
―Así que Paul es un súper fenómeno< ―dice Ally con admiración.
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Imágenes de él debajo de mí, mirándome, empujando dentro y fuera
parpadean en mi mente. Uh, el sexo fue asombroso. Necesitaba eso, demasiado.
―A juzgar por la mirada en su cara, definitivamente ―resopla Vanessa.
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Capítulo 38
Neena y yo pasamos el día mirando películas en el sofá. Alrededor de las
cuatro, su teléfono suena y va a la cocina antes de responder. Luego regresa a la
sala con el teléfono en la oreja.
―¿Est{s aquí? ¿Ahora? ―dice a quién sea que esté en el otro extremo. Me
enderezo, silencio el televisor y la observo mientras abre la puerta principal.
Es Mills.
Mills está aquí.
Mills que hace llorar a mi hija.
Genial.
―Hola ―logra decir cuando deja el teléfono a su lado. Con la otra mano toca
nerviosamente su cuero cabelludo. No está usando la bufanda. La pelusa parda
que cubre su cabeza es tan oscura como la mía y ofrece un gran contraste con la
palidez de su piel.
―Hola. Lamento aparecer así, pero< quería hablar contigo y tu mam{.
―Mi mam{ no est{ aquí ―dice Neena.
―Pero pap{ sí ―digo fuerte mientras me levanto y me acerco a la puerta.
Mills agranda los ojos ligeramente y se inquieta un poco, moviéndose.
―Oh, hola Paul ―saluda. Quit{ndose el flequillo de su rostro, me mira―.
Espero que esto esté bien. No quería decir nada hasta estar seguro de conseguirlas.
He pasado las últimas dos semanas intentando conseguir entradas para Master of
the V. finalmente pude esta mañana.
Las cejas de Neena no han vuelto a crecer completamente pero puedo decir
que estarían tocando su cabello si pudieran.
―¿De verdad?
Mills me mira con nerviosismo y luego a Neena.
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―Pensé, si tus padres est{n de acuerdo, que quiz{s podríamos ir.
Neena emite una clase grito/aullido cuando sujeta mi brazo y me acerca.
―¡Por favor, papá! Por favor, déjame ir.
Quiero golpear a Mills ahora mismo. Debería haber preguntado antes de
decirle a Neena. ¿Cómo demonios se supone que voy a decirle que no? Pero debo.
Primero, los conciertos son ruidosos y concurridos, y las personas son agresivas.
Segundo, estoy bastante seguro de que Clara diría que no.
―Conseguí una tercera entrada para usted o para Clara también ―murmura
Mills.
―Qué considerado ―contrarresto secamente.
―¡Por faaavooor, pap{! ―ruega Neena. Hoy ha estado inquieta. M{s de lo
que estuvo en mucho tiempo. Hoy es un buen día. Quizás uno de los últimos días
buenos que tendremos.
Estoy a punto de decir que sí cuando Mills tira su última carta.
―Conseguí pases para el detr{s de bastidores.
Y< vamos a ir. A Clara no le va a gustar. Mierda.

No llamo a Clara. Mi razonamiento es que nada está mal. Neena está bien. Es
feliz. Y si llamo a Clara, lo único que conseguiré es preocuparla hasta la muerte,
cuando debería estar relajada. Además, estaré con Neena todo el tiempo. Todo
estará bien.
Conocemos a Master of the V antes del espectáculo. Zack, el cantante, que
parece que metió su dedo en un enchufe esta mañana porque su cabello sobresale
mucho, es bastante genial. Le da a Neena un poster autografiado y la codiciada
pulsera que tanto quería. Neena no ha dejado de sonreír en toda la noche.
Y Mills, a su favor, la ha tratado como a una reina. He tenido sentimientos
encontrados sobre el muchacho. Pero antes de bajar del auto para adentrarnos en
la noche, Neena se miró al espejo para acomodarse la bufanda púrpura alrededor
de su cabeza. Lo que ocurrió después me sorprendió.
―Deberías sac{rtela, Neena ―dijo Mills cuando se inclinó hacia delante
desde el asiento de atrás.
―Me veo horrible ―se quejó.
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―No, no lo haces ―insistió―. Creo que te ves fantástica sin ella.
―¿De verdad?
―Sí. Es tu elección, por supuesto, pero no creo que la necesites.
Neena cerró el visor y se quitó la bufanda, dejándola en el tablero antes de
bajar. Mills la hizo sentir genial. Ganó unos puntos importantes en mi libro esta
noche.
El concierto es puro efectos y no puedo negar que es la peor música que he
escuchado en mi vida. Neena baila y salta, gritando a todo pulmón. Me inclino
hasta su oreja.
―C{lmate un poco, chica. No quiero que te canses.
―Estoy bien ―grita.
No deja de moverse durante varias canciones. Luego ocurre. La banda
empieza a tocar una canción llamada Promised Land, y Zack se la dedica a Neena.
Ella enloquece.
La melodía es suave y lenta, lo que hace que Neena permanezca quieta.
Cuando empieza a cantar, ella parece tranquilizarse, escuchando la letra. La
canción es acerca de lo que está por venir, lo desconocido. Se trata de alguien que
tiene miedo pero nunca lo demuestra. Después de los primeros dos versos, miro
hacia abajo y veo a Neena llorando mientras sonríe. Sus manos están entrelazadas
sobre su pecho.
Cuando la canción termina, la siguiente es animada y la multitud vuelve a
saltar como loca. Pero no Neena. Me mira y tira de mi camisa así que me agacho
para escucharla.
―Necesito ir a casa ―murmura.
―Est{ bien. ―Me pregunto qué acaba de pasar, pero no hay tiempo para eso.
Le aviso a Mills y juntos atravesamos la multitud. Neena me sigue, con Mills
detrás de ella.
Acabamos de salir del teatro hacia el vestíbulo cuando gime:
―Pap{. ―Y luego cae al suelo. Caigo, golpeando mis rodillas contra el suelo,
y la sacudo un par de veces, tratando de despertarla, pero no consigo nada.
Inmediatamente, compruebo sus signos vitales. Aún respira. Su corazón sigue
latiendo.
Arrojo mis llaves a Mills.
―Trae mi auto. ¡Ahora! ―grito. Mills se apresura hacia el estacionamiento.
Mientras tanto, levanto a Neena, su frágil cuerpo inerte en mis brazos, y la
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sostengo firmemente―. No ahora, princesa ―suplico, mi voz ronca cuando el
miedo se apodera de mí―. Aún no.
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Capítulo 39
El viaje de dos horas se siente como de veinte. Cuando Paul había llamado,
estaban en su camino al hospital. Había estado en un concierto con Mills y Neena.
He tenido el corazón en la garganta desde entonces. Ella cayó inconsciente. Paul
dijo que se había desmayado. Eso no ha ocurrido antes. Ally, que está conduciendo
porque yo soy un desastre, me deja en la entrada y me apresuro cuando estaciona
el auto. Paul está en el vestíbulo del piso de oncología, con la cabeza entre las
manos. Marcus está sentado a su lado, dormido.
―¿Dónde está? ―pregunto. Levanta su cabeza, sus ojos rojos y brillantes
ahora en alerta.
―¿Clara?
―¿Dónde? ―gruño. Quiero atacarlo, destrozarlo con mis propias manos. Lo
dejé con ella durante una noche y sucede esto. ¿Cómo podía siquiera pensar en
llevarla a un concierto? ¿Está demente?
―Se despertó ―dice―. Pero está durmiendo otra vez. Se fatigó.
―¡No me jodas, Paul! ―grito―. ¡La llevaste a un maldito concierto!
La gente que pasa se detiene en el pasillo y nos mira, antes de continuar su
camino.
―Clara ―interviene Marcus, dando un paso delante de mí―. El doctor dijo
que podría haber ocurrido independientemente del concierto o no.
―¡Deberías haberme llamado y preguntarme primero! ―le grito a Paul,
ignorando a Marcus.
―Fue repentino. No pensé que sería un gran problema. Ella estaba tan... feliz
―explica Paul.
Dejé escapar un gemido de frustración.
―Debería haber sabido mejor que dejarla contigo durante la noche.
La cara de Paul se contorsiona de la culpa a la ira.
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―¿Y qué demonios significa eso?
―¡Significa que no debería haber confiado en ti!
―Chicos ―dice Marcus, con tanta calma como le es posible.
―¿En serio? ―explota Paul.
―Ustedes dos tiene que calmarse o vamos a tener que llamar a seguridad
―anuncia una enfermera.
―Podrías haber dicho que no, Paul. Pero nooooo ―vocifero dramáticamente,
agitando las manos―. Decir que no podría hacer que Neena se moleste contigo.
Que Dios no lo permita.
―Tienes razón, Clara ―se burla―. Debería haberle negado la oportunidad
de conocer a su cantante favorito y ver a su banda favorita en concierto. Porque
todos los niños moribundos quieren sentarse en su casa sabiendo que perdieron la
oportunidad de hacer algo que pudieran tener. Tú puedes ser así de idiota, pero yo
no.
―Oh, eres un idiota, está bien ―aseguro.
A este punto, mis amigas han llegado para ver el espectáculo.
―Clara ―Vanessa dice mi nombre con calma, mientras agarra mis brazos.
Ignoro las miradas aturdidas de ella y Ally.
―Tal vez deberíamos llevarla de excursión a Brasil ―me burlo con
sarcasmo―. ¿Por qué no? Ella puede manejarlo.
Paul gime de frustración.
―Es por esto que ella no te puede decir nada ―suelta―. Eres tan exagerada.
―Neena me dice todo ―corrijo, a la ofensiva.
―¿Ah, sí? ―pregunta dando un paso hacia mí, así que tengo que mirar hacia
arriba para encontrarme con su línea de visión―. ¿Te dijo cómo quiere su funeral?
Presiono mis labios. Neena me dijo una vez que quería ser incinerada. Odiaba
ese pensamiento. No podía imaginar no tener un lugar para visitarla Quemar sus
restos parecía el final. Yo solo< no podía hablar de ello. Terminé llorando y ella
nunca sacó el tema de vuelta.
―¿No? ¿Y por qué es eso? Porque enloqueces por todo. La llevé a un
concierto esta noche. Estaba más viva y feliz de lo que había visto en meses. Así
que vete a la mierda si quieres hacerme ser un mal padre, pero lamento haberla
llevado.
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―Si quieres correr el riesgo con tu propia vida haciendo mierda peligrosa,
Paul, está en ti. ―Lo señalo con el dedo―. Pero no a ella. ¡No te arriesgues con
ella!
Se endereza y mueve la cabeza como si yo fuera la persona más ridícula con
la que jamás haya hablado.
―Clara. ―Su tono de voz está lleno de calma enojada―. Se está muriendo.
Quería que viva por una noche. Realmente viva. No la puse en una moto. No la
llevé a hacer puenting. Llevé a mi hija a un concierto. Algo que cualquier padre
con un niño normal y saludable haría y no lo pensé dos veces.
―¡La pusiste en peligro!
―¿Y qué si lo hice? Pregúntale si se arrepiente. Incluso ahora, con lo mal que
se siente, pregúntale. ¿Sabes lo que va a decir? ―gruñe―. No. Porque hizo algo
que la hizo feliz; que la hizo sentir viva. Tal vez deberías intentarlo alguna vez.
―¿Qué significa eso?
―Eres dueña de un negocio de paracaidismo y ni siquiera has saltado. Trece
años y no has saltado ni una vez. El hecho de que no te arriesgues porque siempre
estás jugando a lo seguro no significa que nuestra hija sea de esa manera. Neena
sabe lo precioso que es el tiempo. No quiere estar en la cama por el resto de sus
días con miedo de salir y hacer lo que quiere. ―Con eso, sale al pasillo.
Vanessa me aprieta.
―Solo está molesto.
Ahora Marcus me mira.
―¿Estás bien?
―Sí ―sorbo―. ¿Dónde está?
Marcus me lleva a su habitación. Neena se ve tan pequeña en la gran cama de
hospital. Tiene tubos de oxígeno en la nariz y una vía intravenosa para fluidos. No
se despierta cuando me siento en la cama y tomo su mano.
―Mami está aquí, bebé ―susurro―. Mami está aquí.
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Capítulo 40
Nuestros días junto a ella están contados. El doctor dice que cuando llegue el
momento lo sabremos. La trajimos a casa hoy temprano y la pusimos cómoda.
Clara y yo hemos hecho las paces por su bien, pero creo que ella lo sabe. Mientras
llegamos a casa con Neena y la acomodamos, Marcus y Mei-Ling llevan a Ally y a
Vanessa al aeropuerto. Las dos eran un lio de lágrimas cuando se fueron. Para
ellas< esta ser{ la última vez que ver{n a Neena.
Cuando se acercaron a despedirse de ella, no pudieron esconder sus
emociones. Vanessa se inclinó y besó su frente. Rezó por Neena antes de
levantarse, limpiándose el rostro. Neena le sonrió lo mejor que pudo. Mi pequeña
niña< siempre tratando de permanecer fuerte para los dem{s.
―Te quiero, apestosa. ―Apestosa era el apodo que aparentemente le había
dado a Neena años atrás.
―También te quiero ―dijo Neena.
―Neena ―susurró Ally cuando le tomó la mano―. Siempre est{s en mi
corazón.
Neena sujetó la mano de Ally y la presionó contra su mejilla.
―Est{s en el mío también.
Cuando terminaron de despedirse, Clara las acompañó. Era la cruel realidad.
Nadie quiere ver a un niño morir. Las tres madres se quedaron en el porche,
abrazándose durante un largo tiempo mientras lloraban.
Hemos estado en casa durante un par de horas y Clara arropa a Neena
mientras yo le enciendo el televisor.
―Quiero terminar la historia. Quiero verla ―susurra. Su agotamiento es m{s
evidente que nunca.
Los ojos de Clara se vuelven llorosos e inhala y lo expulsa suavemente.
―Tenemos que estar aquí contigo, Neena. Eso es lo que queremos.
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―Por favor, termínala. Por favor.
Clara me mira, sus una vez labios temblorosos son ahora una línea apretada.
Odio que estemos peleando, pero odio aún más que me culpe por esto. Solo quiero
que Neena sea feliz. ¿No estuvimos de acuerdo en hacer felices sus últimos días?
―Lo haremos, princesa ―ofrezco―. Llamaré a Ashley ahora mismo.
Página 239
Capítulo 41
Cuando le explico a Ashley que se nos acaba el tiempo si queremos que
Neena vea este video, necesita llevar las entrevistas al siguiente nivel. No más
pequeña charla.
Ashley lo entiende y la siguiente vez que nos encontramos, va directa al
punto.
―Clara te besó, cuando te llevó comida después de que Sap falleciera.
¿Quieres continuar desde allí?

Cuando había besado a Clara por primera vez, realmente jodió mi cabeza. Me
gustó besarla. Me gustó besarla más de lo que me importaba admitir. Ese beso me
hizo imaginar cosas< cosas que involucraban tal vez quedarme, establecerme.
Pero eso era una puta locura. Fue un beso. Un beso. Fui a casa esa noche y paseé de
un lado a otro, intentando no pensar en ello. Ella era tan suave. Olía tan bien. Me
estaba llegando. Joder. Eso era. Tenía que irme< al menos, por un poco de tiempo
para aclarar mi cabeza. Así que empaqué una bolsa y reservé un vuelo. Me fui.
Pero estar lejos no evitó que pensara en ella. No podía parar. Lo hice un mes
antes de regresar. Me dije que solo iba a casa porque mi madre estaría mudándose
pronto y quería verla antes de que se fuera. Se mudó una semana después de que
Sap muriera. Tal vez su mudanza fue parte de eso. Pero no realmente. Volví para
ver a Clara. Había esperado que el tiempo separados rompiera el hechizo. Pero
nop.
El que Sap muriera fue duro. Era un querido amigo. Y cuando Clara apareció
con ese guiso de mierda, creo que fue cuando me di cuenta de que esta mujer era la
indicada. No quería admitírmelo, pero fue en ese momento. Lo sé. Pero me dije
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que no le interesaba< no así. Claro, me había dejado besarla, pero como que yo lo
hice. Definitivamente no le gustaba, o eso pensé.
Hasta que ella me besó.
En mi porche.
Conmigo solamente vistiendo mi ropa interior.
Fue un desastre. Prácticamente me machacó. Me arruinó. Pero solo al
principio. Una vez que me recuperé y sabía que no nos caeríamos al suelo, lo
poseyó.
No le hablé durante un par de días, hasta que volví al trabajo. Actuó como si
nada hubiese sucedido. Volvimos a ser Paul y Clara, socios de negocios. Eso me
volvió loco. Pero lo aguanté. Si podía ser fría, yo también. Contratamos a un nuevo
piloto y estaba haciendo algunas prácticas conmigo y otros saltadores. Fue un día
normal< nada especial. Eso pensé cuando salté del avión.
Entonces mi paracaídas no se abrió.
No era la primera vez que pasaba, pero fue terrorífico como la mierda. Por
suerte mi paracaídas de emergencia salvó el día y aterricé con seguridad, pero mi
adrenalina estaba disparada. Necesitaba una liberación. El sol acababa de ponerse
cuando llegué a mi camioneta después de aterrizar. Había conducido separado de
los otros y cuando pasé por la oficina, noté que Clara había dejado que Marcus
cerrara. Su auto no estaba en el estacionamiento. Los dos habían empezado una
muda solución intermedia, donde uno se quedaba y el otro se iba por la tarde.
Cuanto menos se veían, menos peleaban.
Ni siquiera me molesté en detenerme en la oficina. Continué diciéndome que
fuera a casa o a tomar una cerveza en algún lado, encontrara una mujer, cualquier
mujer menos Clara, falta de inhibiciones y que rascara mi picazón. Me dije eso una
y otra vez, hasta que estacioné en la entrada de Clara y apagué mi camioneta.
Incluso mientras subía las escaleras de su porche, me dije que era una horrible
idea. Me rogué dar la vuelta. Pero no lo hice. Nunca fui de los que escuchaban la
voz de la razón. ¿Dónde estaba la diversión en eso?
Toqué a la puerta un par de veces, pero no hubo respuesta. Sin embargo, su
auto estaba en la entrada. Definitivamente se encontraba en casa. Bajé
fatigosamente los escalones y rodeé la casa, dirigiéndome al patio trasero. Si estaba
aquí, iba a verla. Casi había oscurecido, pero había luz suficiente para ver por
dónde caminaba. El sonido de la radio se reproducía suavemente mientras giraba
la esquina hacia el patio trasero.
Y allí estaba ella.
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Tarareando con la música, como si no tuviera ninguna preocupación en el
mundo.
¿No sabía que pendía de un hilo?
Estaba descalza, llevando su vestido verde de algodón. El material estaba
gastado y desvanecido, haciéndolo prácticamente transparente. Me daba la espalda
mientras sacudía una s{bana y empezaba a doblarla. Tendía su ropa< de ahí venía
que la esencia a ropa limpia me volviera jodidamente loco.
Me acerqué a ella despacio, pero se volteó antes de que la alcanzara. Se
sobresaltó y puso una mano en su pecho.
―¿Es tu meta en la vida asustarme hasta provocarme un ataque al corazón,
Paul James?
Cuando recuperó el aliento, la observé mientras continuaba doblando la
sábana hasta que se detuvo y me miró. Ladeando su cabeza, me observó con
sospecha.
―¿Qué te pasa?
No pude coquetear con ella. No ese día. Estaba demasiado alterado. Así que
lo solté todo.
―No puedo dejar de pensar en ti.
Se congeló.
―No sé qué es esto entre nosotros. Paso de odiarte un momento a querer
aporrear mi cerebro porque no puedo dejar de pensar en ti al siguiente.
Silencio. No. Dijo. Nada.
―Necesito< ―Tragué con fuerza. Probablemente iba a golpearme en las
bolas por lo que estaba a punto de decir. No lo hagas, Paul. Simplemente vete. No has
hecho ningún daño todavía. Solo. Vete.
No escuché.
Por supuesto que no lo hice.
―Necesito sentirte. ―Era la manera más educada en que podía decirlo. Con
suerte, entendería el mensaje.
Sus mejillas se ruborizaron mientras su mirada se encontraba con la mía por
un momento en tanto asimilaba mis palabras. Luego me miró a los ojos de nuevo y
dijo:
―No soy el tipo de mujer de solo sexo, Paul.
Seguí sin escuchar. Di un paso hacia ella. ¡Detente, Paul!, me rogué.
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―Lo sé. ―¿Qué mierda estaba diciendo?
Su pecho se elevó cuando inspiró. Estaba sin palabras. Eso era raro.
―Si no< si no est{s interesada< me iré. Sin resentimientos.
Un momento pasó en el que solo nos miramos el uno al otro. Ella parecía no
saber qué decir y, bueno, yo había dicho demasiado. Tal vez.
Finalmente, quitó su colcha del tendedero y la extendió en el suelo. Cuando
se puso de pie a su lado, su mirada se fijó en la mía mientras tiraba del dobladillo
de su vestido y se lo quitaba por la cabeza.
Sin sujetador.
Sin bragas.
Solo Clara.
―Suéltate el cabello ―le dije. Y lo hizo. Sin balanceo ni descaro. Era tan
impropio de ella. Su cabello ondeó antes de que pasara sus dedos por él,
intentando domesticarlo. Me quité mi camiseta por la cabeza y la dejé caer al suelo.
Mientras desabrochaba mi cinturón, me deshice de mis zapatos. Una vez estuve
desnudo, tomé un par de pasos, por lo que estaba a centímetros de ella.
―¿Estás segura? ―cuestioné.
Asintió.
Y así comenzó. Necesitaba liberación y Clara la tomó con mucho gusto. Allí,
en el patio trasero, nos tomamos nuestro tiempo con el otro. Incluso ahora, como
una vieja canción, puedo oírlo, y verlo también. Pero, sobre todo, sentirlo. Los
destellos de imágenes contra los recuerdos de los sonidos. Los grillos trinando de
fondo, el sonido de la radio. Nuestras cálidas respiraciones saliendo en sonoros
resoplidos, sus gemidos, mis gruñidos. La manera en la que susurraba mi nombre
con lujuria. Mis dientes mordiendo su piel, de la cabeza a los dedos de los pies. Sus
labios acariciando mi cuerpo con tranquila disciplina.
Esa noche, nos arañamos el uno al otro, los dedos clavándose en la carne,
desesperados, hambrientos por más. Quería impregnarla, absorberla, tomar cada
gota de ella. Por cada pizca que le daba, la encontraba con el mismo gusto. Fue
hermoso. Me sentía como si me hubiera dejado entrar en un secreto; era
privilegiado. Esta mujer en mis brazos no era Clara Bateman, mi socia de negocios.
Esta mujer estaba comprometida con su placer y el mío. No había superioridad. No
había quién tenía razón o quién estaba equivocado. Era solo esto. Nosotros. Estos
sentimientos. Este deseo. Nada más importaba. Cuando finalmente unimos
nuestros cuerpos, cuando la sentí apretarse a mi alrededor y escuché su grito al
llegar a su parte más profunda, todo lo demás desapareció.
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Solo éramos ella y yo.
Y supe que mi vida nunca sería la misma.
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Capítulo 42
―Te contó eso, ¿eh? ―cuestiono, mis mejillas ardiendo. No puedo creer que
Paul le diese a Ashley tantos detalles sobre nuestra primera vez juntos.
―No fue explícito ―señala r{pidamente, con un atisbo de decepción en su
tono―. Se contuvo.
―Entonces, ¿debería seguir desde ahí?
―Sí. Estoy ansiosa por saber qué sucedió.

No tenía ni idea de que una noche con Paul se apoderaría de mí de la manera


en que lo hizo. Nunca podría haber imaginado que sería tan espectacular. Pero lo
fue. Así que lo hicimos de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. Fue catártico. Éramos
como dos adolescentes llevados por las hormonas; adictos el uno al otro.
Acordamos mantener nuestra relación en secreto, especialmente de Marcus.
No lo habría entendido. Demonios, nosotros no lo comprendíamos realmente, así
que, ¿cómo podríamos hacer que él entendiera? Por lo que en la oficina,
mayormente nos ignorábamos el uno al otro. Pero cuando nadie miraba, Paul
siempre encontraba una manera de tocarme, alguna forma de decirme que me
deseaba.
Por la noche, éramos inseparables. Cocinaba para mí mientras yo trabajaba en
algún tipo de proyecto de la casa. Entonces, pasábamos horas en la cama haciendo
de todo menos dormir. En los pocos días que salíamos juntos, me llevaba de
caminata o conducíamos lejos, perdiéndonos en medio de ninguna parte y
terminando en la cama de su camioneta.
No hablábamos sobre sentimientos o planes futuros. Todo era sobre el aquí y
ahora. Había pasado meses deprimida, atravesando cada sombrío día y, de
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repente, era como si el sol hubiese salido y caído sobre mi rostro. En ese momento,
tal vez, estaba en negación. Intenté decirme que mi recién encontrada felicidad no
era a causa de Paul, pero sí. Quiero decir, obviamente era una parte de ello, pero
me dije que se debía a que me había dado cuenta que había vida después de Kurt.
Podía avanzar. Podía ser feliz de nuevo. E incluso si Paul y yo no funcionábamos,
no me arrepentiría.
Eso es lo que me decía.
Vivíamos en una burbuja. Una gran y hermosa burbuja y, cada día, crecía
m{s y m{s. Pero finalmente< las burbujas siempre explotan. Era solo cuestión de
tiempo.
El día que nuestra burbuja explotó fue un jueves.
Un típico y nada especial jueves.
Marcus se había ido temprano, lo cual significaba que me tocaba cerrar.
Cerrar por las tardes realmente había ayudado a las cosas entre nosotros en el
sentido de que si no estábamos cerca, no podíamos pelear. Como dije< la vida
estaba siendo malditamente buena.
Estaba en mi oficina cuando Paul entró, con una diabólica sonrisa en su
rostro.
―Hola ahí, hermosa ―ronroneó. Algo en mi estómago aleteó con esa mirada.
Cada. Sencilla. Vez. En el momento en que hacíamos el amor, en el momento en
que su cuerpo desnudo se presionaba contra el mío, era como si se pulsara un
interruptor; se estableciera algún tipo de conexión. No podía evitar reaccionar ante
él. Era natural, algo que no podía controlar.
―Pensé que te dirigías a casa ―dije con una risita al verlo. Sí. Una risita. Eso
debería darle a alguien una idea de en dónde me encontraba en esto. Clara
Bateman soltando risitas.
Estaba limpiando mi escritorio cuando se puso detrás de mí y sujetó mis
caderas, acercándome a él.
―Lo estaba, pero quería verte primero ―murmuró en mi oído antes de tomar
mi lóbulo entre sus dientes y morder.
Siseé mientras me inclinaba contra él, rogando por m{s< por m{s de todo<
por más de él. Su mano se deslizó rudamente por mi cuerpo, tirando de mi camisa,
antes de encontrar mi pecho y manosearlo. Mi cuerpo era suyo. Estaba a su
merced.
―He fantaseado tantas veces con doblarte sobre este escritorio y follarte
hasta dejarte sin sentido. ―En este día en particular, llevaba una falda; una que
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llegaba hasta mis rodillas. Empezó a subir el material hasta que vio mi culo―.
Maldición, amo ese culo ―dijo admirado―. Dóblate sobre el escritorio, Clara
―ordenó―. Quiero ver ese perfecto culo elevado, esperando a que lo abofetee.
Obedecí y me tumbé sobre el escritorio, mi culo elevado y a su merced. Estar
con Paul era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado alguna vez. Era
bueno en no dejarme pensar demasiado sobre lo que estábamos haciendo. Era
seguro de una manera en que otros hombres con los que había estado no lo eran. El
sexo había sido incómodo a veces para mí en el pasado. Había siempre tanto que
planear o pensar. Mayormente para mí. Era una persona analítica; mi mente
siempre estaba intentando moverse a los qué tal si y así. Otros hombres, y por otros
hombres me refería a dos en ese momento, nunca pudieron sacarme de mi propia
cabeza. Paul hacía lo que quería y confiaba en que era lo que yo quería. Confiaba
en que si hacía algo que no me gustara, se lo diría. Pero hasta que lo hiciera,
continuaría. Eso funcionaba bien para mí. Me gustaba todo lo que me hacía.
Su mano se deslizó suavemente por mi mejilla antes de abofetearla con
firmeza. Gruñí con la picazón, pero permanecí en esa posición. Escuché el chirriar
de la silla de oficina mientras él la movía y se sentaba. Entonces sentí sus dientes
en mi carne, ese delicioso mordisco de dolor, antes de que besara el mismo lugar,
aliviándolo.
Con su dedo, suavemente apartó mis bragas, exponiéndome a él, antes de
pasar su lengua por mi piel húmeda. Gemí, cerrando mis ojos por el placer.
―Sabes tan jodidamente bien ―gruñó antes de lamerme de nuevo.
Maldición, amaba cuando me hablaba sucio.
―¿Lo hace ahora?
Mis ojos se abrieron ante la pregunta.
Ante la voz.
Joder.
Marcus.
Marcus estaba de pie en la entrada de la oficina, mirándonos con fijeza.
Paul dejó que mis bragas volvieran a su lugar antes de rápidamente bajar mi
falda y levantarse. Mi cuerpo se sentía como si una ola de fuego le hubiese pasado
por encima, y sabía que tenía que estar rojo brillante. Ninguno habló. Paul se
quedó de pie a cierta distancia y, dado el momento, la incomodidad, se sintió raro.
Obviamente, raro en el sentido de que Marcus acababa de entrar cuando el rostro
de Paul estaba en mi culo, pero también porque Paul al parecer se había alejado de
mí. ¿Pensaba que distanciarse de mí haría que lo que presenció Marcus fuera
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menos de lo que fue? ¿Realmente importaba lo que Marcus pensara? ¿Y qué si Paul
y yo estábamos juntos? Si así era como quería llamarlo, incluso aunque nunca
realmente habíamos dicho de forma oficial que lo estábamos. ¿Por qué debería
importarle a Marcus? Me sentí sola y expuesta en ese momento. Crucé mis brazos
mientras los dos hombres se sostenían la mirada en silencio.
―Foll{ndote a las sobras de tu tío ―dijo Marcus―. Con clase, Paul.
Mi presión sanguínea se disparó como un cohete.
―Que te jodan, Marcus ―dije enojada―. No tuve ninguna relación sexual
con Dennis. Supéralo.
―¿También le gustaba inclinarte sobre los escritorios, Clara? ―se mofó
Marcus, ignorándome. No iba a dejarlo. No esta vez. Me había atrapado con los
pantalones bajos, o la falda subida, y no iba dejarlo. Miré a Paul, buscando por un
poco de respaldo. Pero no dijo nada.
Ni. Una. Puta. Palabra.
En realidad, nunca había salido en mi defensa. Y las veces en que Marcus y
yo habíamos discutido en presencia de Paul, se había movido a nuestro alrededor
de puntillas como si caminara sobre un piso hecho de cáscaras de huevo. Mi
corazón cayó a mi estómago. Marcus me estaba llamando puta, básicamente. De
nuevo. Y Paul no decía nada.
Sus ojos oscuros se fijaron en el piso mientras metía las manos en sus
bolsillos. Lo miré. Sabía que podía sentirlo; no había manera de que no pudiera.
Pero permaneció en silencio y dejó los insultos de Marcus colgar en el aire.
Me volví y tomé mi bolso. Cuando la correa se enganchó en el brazo de la
silla, tiré con rabia, mi frustración asomando su fea cabeza. Mantente fría, Clara. No
dejes que Marcus gane. Cuando finalmente la liberé, la puse sobre mi hombro y me
encontré con la mirada de Marcus. Estaba sonriendo. Pensaba que me había
descubierto. Quería sacarle la sonrisa a golpes. Me tomó toda mi fuerza no hacerlo.
Y fue cuando tuve bastante. Estaba tan enojada y< bueno< herida, que perdí mi
camino por un momento. Encontrando la mirada de Marcus de frente, le di una
sonrisa tranquila.
―Supongo que lo has descubierto ―dije―. Dennis y yo éramos amantes.
Podrías haber escuchado un alfiler caer en la habitación. Ambos estaban
perplejos. Sabía que los ojos de Paul estaban fijos en mí ahora, pero me negué a
mirarlo. No podía. Lo odiaba en ese momento. Marcus podía ser el que me insultó,
pero la actitud silenciosa de Paul fue peor. Fue el mayor insulto.
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―Lo hicimos justo aquí, sobre este escritorio, un par de veces ―ronroneé.
Negué mientras suspiraba―. Estaba en una de esas fases que algunas chicas pasan,
ya sabes, aquellas donde somos tan jóvenes pero queremos tener sexo con hombres
realmente viejos. ―Mi tono destilaba sarcasmo. Estaba diciendo que ocurrió, pero
asegurándome de que ambos se dieran cuenta de cuán ridículo sonaba―. Nunca
he tenido un mejor amante ―continué.
Silencio.
Nadie dijo una palabra.
Miré a Marcus mientras él me observaba. Ambos fulminando al otro.
Pero no había acabado. En absoluto.
―Supongo que debería decirte un par de otras cosas, también ―seguí―.
Tengo un súper poder. Cuando duermo con un hombre, puedo hacer que haga lo
que sea ―me jacté, con mis ojos exageradamente amplios―. Por ejemplo, puedo
hacer que un hombre cuerdo me deje la mitad de su negocio. ―Me encogí de
hombros con indiferencia―. También puedo convertir a un hombre en un mudo
sin car{cter ―dije con rabia, dirigiendo mi mirada a Paul. Agité un brazo en su
dirección―. ¡Mira! ―Me reí con mofa―. ¡Mira lo que puedo hacer!
La expresión de Paul era conflictiva. Se veía en algún lugar entre enojado,
avergonzado y culpable.
Fui hacia la puerta, obligando a Marcus a moverse a un lado para poder salir.
Mirándolo, me burlé:
―Solo imagina lo que podría hacerte, hombrecito.
Me fulminó con la mirada, pero no habló. Fue una primera vez. Siempre tenía
una respuesta; un insulto. Siempre. Había ganado esta vez. Esta única vez cuando
se trataba de Marcus< tuve la última palabra. Pero en realidad no me sentí la
ganadora. En absoluto. Salí de la oficina y dejé a Paul para arreglárselas con
Marcus. Por lo que a mí respectaba, habíamos acabado.
Terminado.
Fin.
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Capítulo 43
Nos encontramos con Ashley a diario ahora. Es duro revivir el pasado. Es
difícil recordar las cosas malas. También las buenas. Especialmente cuando Clara y
yo todavía estamos en desacuerdo en este momento. No peleamos. Hablamos, pero
solo con respecto a Neena. Es lo mínimo. Nuestro desacuerdo es tonto. En serio. Sé
que está frenética mucho tiempo; preocupada por Neena. Sé que intenta cargar con
todo, como que si no hubiera dejado a Neena conmigo esa noche, no hubiera
empeorado. Pero reconozco que mientras me culpa, realmente se culpa a sí misma.
¿Por qué cuando estamos heridos siempre lo descargamos con los que más
queremos?
―Cuando Marcus entró, los atrapó y Clara se fue< esa fue una mala noche
―nota Ashley.
―Lo fue ―concuerdo.
―¿Qué ocurrió?

Después de que Clara se fuera enojada, Marcus ladeó su cabeza y apretó sus
labios pensando.
―De acuerdo. Así que, tal vez, no era su amante.
Cerré mis ojos con fuerza. ¿Hablaba jodidamente en serio? ¿Ella tuvo que
perder los estribos para convencerlo?
―Entonces< ¿cu{nto tiempo ha estado pasando eso? ―Señaló al escritorio
donde clara había estado inclinada para mi placer solo momentos antes.
―No mucho ―gruñí mientras empujaba la silla bajo el escritorio. Estaba
jodidamente molesto. Molesto con Marcus por entrar y hacer una escena. Molesto
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con Clara por llamarme hombre sin carácter. Estaba molesto conmigo mismo por
ser un cobarde. Debería haberla defendido. Quería hacerlo. Pero no supe qué decir.
Marcus era familia. Adem{s, no quería insinuar que ella y yo éramos informales<
tal vez lo éramos, pero no lo sabía. No quería hacerlo parecer como si tuviéramos
una cosa tampoco. No estaba seguro de qué éramos y, en ese momento, sentí que
la enojaría sin importar lo que dijera. Así que no dije nada. Había decepcionado a
dos personas al mismo maldito tiempo. No fue mi mejor momento.
―Tú< ¿con ella?
―Joder, no lo sé, Marcus, ¿de acuerdo? ―espeté.
―¿Por qué estás molesto conmigo? ―preguntó con enojo.
Lo miré fijamente, perplejo.
―Eh, veamos ―empecé con una arrogante carcajada―. ¿Por qué no puedes
ser más tolerante con ella? Quiero decir, en serio.
Parpadeó, su expresión ilegible.
―Nuestro negocio va mejor que nunca. Permanece fuera de tu camino, la
mayor parte del tiempo. Podría despedirte por actuar como un imbécil, y si lo
hiciera no podría culparla. ―Sabía que estaba caminando sobre hielo fino.
―¿Le permitirías despedirme?
―He intentado mantenerme al margen. He intentado dejar que ustedes lo
resuelvan por su cuenta. Te quiero, hombre, pero no paras, Marcus. Ella no va a
ninguna parte. No vas a acosarla hasta hacer que salga de aquí y, francamente, no
quiero que se vaya.
Sus cejas se alzaron.
―La amas, ¿verdad?
Le di la espalda y dejé caer mi cabeza. A eso sonaba lo que acababa de decir.
¿Es lo que quería decir? Mierda. Estaba confuso. Tal vez no confuso, pero
definitivamente en negación.
―Tiene que parar, Marcus, tienes que dejar de provocarla.
Cuando me giré y lo miré de nuevo, fruncía el ceño.
―Solo< no entiendo por qué se lo dejó a ella y no a mí. ―Me sentía mal por
él, de verdad lo hacía. Dejé escapar un largo suspiro. A eso se reducía todo. Estaba
herido. De alguna manera, yo era como el primogénito de Dennis. Ayudó a
criarme. Con mi carrera y habilidades, pensé que sintió que tenía que dejarme la
mitad del negocio. Sabía que podría dirigir los saltos. Pero con Clara, no tenía
sentido. Había estado trabajando con ortodoncias. Lo había mencionado una vez.
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¿Qué tenían que ver las ortodoncias con el salto en paracaídas? Había una pieza
del rompecabezas que simplemente no encajaba, no importaba lo duro que
intentáramos ponerla en su lugar. Además, Marcus siempre se había ocupado de la
oficina.
―Tal vez, si intentas ser más amable con ella< te lo contar{ finalmente.
Dennis te quería. Estoy seguro de que hay una buena razón por la que hizo lo que
hizo. ―Quería saber tan desesperadamente como Marcus, si no más.
Movió su cabeza un par de veces.
―Tengo que irme.
―Marcus ―lo llamé mientras dejaba la oficina. Pero no se volvió. Me paseé
por la oficina por unos momentos, intentando pensar con calma. Esta noche se
había convertido en una mierda. Marcus no estaba complacido conmigo. Pero
sabía que no tenía que joder con él en este momento. Necesitaba algo de tiempo
para relajarse. Clara estaba enojada conmigo, también, y con todo el derecho.
Respiré profundamente y me armé de valor. Era el momento de intentar arreglar
esto.

No respondió a la puerta cuando toqué. Después de tocar por cuarta vez,


probé con el pomo. Estaba abierto. Entré con determinación. Arreglaría esto. De
alguna manera. Me dirigí a la cocina y la encontré sentada en la mesa, con una taza
de café a su lado y un pedazo de papel doblado delante de ella.
―Supongo que no me oíste tocar ―bromeé. No lo encontró divertido.
Retirando una silla, me senté a su lado mientras tomaba un sorbo de su café―. Soy
horrible disculpándome.
―No necesito tu disculpa ―dijo―. No necesito nada de ti.
Ay. Eso no se sintió bien. Se había puesto su armadura y lo odiaba. Había
conseguido ver la suavidad que yacía bajo el duro exterior y ahora la estaba
escondiendo de mí.
―Lo siento ―continué. Tal vez no quería mi disculpa, pero la recibiría de
todos modos―. Estaba confundido.
Resopló con molestia.
―Voy a decirte por qué me dejó el negocio. Luego, quiero que te vayas.
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Fruncí el ceño. Quería que me fuera. Mierda. Esto era malo.
Deslizó el pedazo de papel delante de ella hacia mí.
―Lee eso. Lo explica todo.
Lo desdoblé, no teniendo ni remota idea de qué revelaría. Era la escritura de
mi tío. La reconocí de inmediato.

Querida Clara, mi nombre es Dennis Falco.


Estoy seguro de que has oído mi nombre. Estoy seguro de que en tu mente, soy un
monstruo; una mala persona. Cuando tenía veintidós años, vivía en Florida. Trabajaba
como mecánico, cambiando aceite en alguna tienda del montón. Estaba perdiendo el tiempo.
Y vida. Era la mayor decepción de mi padre. Un viernes, había tenido un día
particularmente malo. No puedo recordar por qué. Fui a mi bar favorito, encontré un
taburete y bebí para olvidar. Cerré el bar esa noche. Tuvieron que echarme a patadas.
Cuando estuve en mi auto, encendí mi radio, bajé mis ventanas y encendí un
cigarrillo para el camino a casa. Diez minutos después, golpeé otro auto de frente yendo a
noventa y seis kilómetros por hora. De alguna manera, injustamente, sobreviví. Me rompí
el brazo, la nariz y me agrieté algunas costillas. En realidad, perdí unos pocos dientes. Tu
madre y tu padre, sin embargo, perdieron mucho más.
Murieron con el impacto.
El juez fue suave conmigo. Los tiempos eran diferentes entonces. Fui a rehabilitación
e hice servicios comunitarios. Estuve en libertad condicional durante cinco años. Ese día
cambió mi vida. Nunca volví a beber. Fui voluntario con niños desamparados, intentando
ser un buen mentor para ellos, esperando, tal vez, salvar a algún niño de cometer los
mismos errores que yo. Conseguí un nuevo trabajo y ahorré dinero antes de mudarme a
Virginia y empezar el negocio de saltos en paracaídas.
Ha terminado bien. Eras solo un bebé cuando te quité a tus padres. Y sé, en el fondo,
que no sólo me llevé dos vidas esa noche. Tomé tres. Tomé la tuya. Tomé años de amor y
abrazos y recuerdos. Sé que nada de lo que pueda hacer o decir hará que lo que hice esa
noche esté bien. Pero espero que sepas que he pensado en tus padres cada día de mi vida. He
pensado en ti también. Así que te doy lo que tengo.
La mitad de un negocio de saltos en paracaídas puede no parecer muy emocionante,
pero espero que lo veas de una de dos maneras. Con el tiempo, o puedes llamar a mi sobrino,
a quien planeo dejarle mi negocio, o mantener el dinero y gastártelo en algo que desees. Tal
vez verás esto como una oportunidad. Una oportunidad de probar algo diferente. Una
oportunidad de volver a empezar… si eso es lo que necesitas. Lo que sea que decidas, Clara,
por favor, entiende que… lo siento. Desde lo m{s profundo de mi alma, lo siento.
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Sinceramente, Dennis Falco.

Miré al suelo mientras dejaba la carta en la mesa. Estaba sin palabras. ¿Cómo
no sabía esto? Levanté mi mirada para encontrar la de Clara y la encontré
observándome. Estaba enojada. Y herida. Con todo el derecho. Nunca ni en un
millón de años habría pensado que este era el porqué mi tío le dejó la mitad del
negocio.
Tomó la carta y la dobló, colocándole delante de ella.
―¿El llavero? ¿Son las iniciales de tus padres?
Asintió.
―Clara, yo<
―Solo vete, Paul ―me interrumpió.
Me quedé sentado y la observé. No podía moverme. No podía obligarme a
irme así. Se puso de pie y llevó su taza al fregadero. Tenía que hacer algo,
cualquier cosa. Mi tío mató a sus padres. Me sentía tan traicionado y furioso. Era
mi héroe, mi ídolo en tantas maneras. ¿Cómo pudo haberme ocultado esto?
Poniéndome de pie, me reuní con ella en el fregadero e intenté abrazarla,
pero me alejó.
―No ―gruñó. Pero no escuché. La atraje hacia mí y la abracé incluso cuando
luchaba para apartarme―. Jodidamente no me toques ―dijo furiosa.
La solté y la dejé alejarse. Sus ojos brillaban con lágrimas de enojo mientras
respiraba agitadamente, fulminándome con la mirada. Mierda. Odiaba verla así.
Me apresuré hacia ella antes de que tuviera una oportunidad de detenerme. La
levanté y la senté sobre la encimera. Sus manos se presionaron contra mis
hombros, intentando alejarme, pero yo era más fuerte. Besé su cuello y sus
hombros, enterrando mi rostro en su pecho, y le supliqué:
―Por favor, perdóname. Lo siento. Soy un imbécil. Por favor, Clara. ―No
podía dejar de disculparme. Luchamos juntos, ella alejándome, yo intentando
aguantar. Finalmente, pareció rendirse, sucumbir a mis labios en su piel. Se
permitió un momento de tranquilidad antes de recordar su ira y luchar contra mí
de nuevo―. Shh ―susurré―. Solo déjame sostenerte. Déjame compensarte.
Su cuerpo pareció hundirse con mis palabras mientras las lágrimas caían por
su rostro. La levanté y la llevé a su cama. Pasé las siguientes tres horas diciéndole
cuánto lo sentía sin palabras. La adoré. Acaricié su cuerpo de la cabeza a los pies.
Besé cada centímetro de su suave piel. Le hice el amor.
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Y cuando terminamos, cerró los ojos, con su mente y su cuerpo saciados. La
observé dormir por un tiempo antes de salir de la cama y vestirme. Estaba
inquieto, mi mente se movía a miles de kilómetros por minuto. En silencio, bajé
por sus viejas y chirriantes escaleras y fui a la cocina. Abrí el refrigerador, miré al
vacío y resoplé. No tenía ni una mierda. Tal vez iría por algunas cosas y le
cocinaría algo agradable para cenar. Necesitaba hacer una lista. Empecé a abrir
cajones, buscando un cuaderno, cuando encontré un pedazo de papel que parecía
una anotación en un diario hecha por Clara. Reconocí su escritura de los muchos
papeles que habíamos completado juntos en la oficina. Miré al papel de nuevo. No
debería haberlo leído. No me incumbía< no sin permiso. Pero lo tomé del cajón y
dejé que mis ojos leyeran línea tras línea.

Hoy ha sido un mal día.


Hoy, hace veinticinco años que mis padres murieron.
Hoy, Marcus actuó como un gran imbécil.
Hoy, Kurt se alejó otro paso de mí, de nuestra vida juntos.
Creo que lo echo de menos.
No debería.
Tal vez, solo nos echo de menos a nosotros… quienes pensé que éramos.
Es mala persona. Lo sé. Tal vez, no completamente mala, pero mayormente mala. Me
apartó. ¿No merecía algo mejor? ¿No lo amé con suficiente fuerza? ¿No le di suficiente?
Creo que lo hice. Realmente lo hago.
He hecho las paces con la muerte de mis padres.
El que fuera tan joven hizo que fuera un poco más fácil de soportar.
Pero Kurt es una herida reciente.
Necesito dejarlo ir. Pero el corazón no funciona como los interruptores de luz, no se
encienden y se apagan. Se llenan rápidamente con amor y sangran lentamente con dolor.
Debería ser fuerte. Debería ser capaz de cerrarme a su recuerdo. Pero aún no soy lo
suficientemente fuerte.
Dicen que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo odio. Lo odio tanto
que siento que se filtra por mis poros, intoxicando todo a mi alrededor.
No quiero que vuelva. No lo hago. No quien es ahora. Quiero mi vida de vuelta.
Quiero la seguridad que sentía en mi matrimonio. Quiero los días en que nos tomábamos de
las manos y soñábamos millones de cosas juntos, cuando creía en él cuando decía que era
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para siempre. Cuando me afirmó que nadie podría tomar mi lugar. Quería ese hombre de
vuelta. Quería ese tipo de amor en mi vida.
Pero se ha ido.
Y ahora, con su crueldad y acciones aparentemente insensibles, tengo que
preguntarme… ¿realmente estuvo allí alguna vez? ¿Fue todo una fachada? ¿Fui una tonta
todo el tiempo viendo lo que quería ver?
Quiero ser feliz.
Quiero un para siempre.
Quiero…
Quiero un bebé.

Dejé caer el papel en la encimera y retrocedí.


Para siempre.
Bebé.
Eran dos palabras que desafiaban todo lo que quería. Eran dos potentes
palabras que no estaba seguro, sin importar cuánto amara a Clara, que pudiera
darle. Necesitaba libertad y aventura. Los pensamientos de no tener cualquiera
eran agobiantes. Necesitaba ser capaz de saltar de un avión a mi antojo y no deber
ninguna explicación. No podía tener eso y a ella. Y no podía prometerle algo que
no podía dar. No estaba hecho de esa manera. Solo no lo estaba. Tal vez con ella, la
idea era más fácil de aceptar, pero no estaba preparado ni siquiera para la idea de
eso. Pero la más dolorosa confirmación era que no me amaba. Ni siquiera estaba en
su proceso de pensamiento cuando derramaba su corazón. Lo quería a él. Todavía
amaba su recuerdo. Extrañaba a su esposo. Quería la casa con la valla blanca y un
bebé con él.
Era tan tonto. Por pensar que estaba preparado para decirle que la amaba.
Claramente era un error. Era un jodido sustituto. Tenía que salir de allí. Todo lo
que podía pensar era en huir.
Me escabullí en silencio para no despertarla y me fui. Estaba todavía oscuro,
solo eran las cuatro de la mañana. Tenía que terminar con ella. Tenía que hacerlo.
Pero si lo hacía, no podría quedarme. Incluso si iba y volvía, me odiaría. No era lo
bastante fuerte para arreglar lo que Kurt había hecho mal. Nuestra relación sería
horrible. Si me iba< tenía que irme para bien. No habría vuelta atr{s.
Fui a casa y empaqué una maleta. A las ocho de la mañana, fui a la oficina de
Richard Mateo en el centro. No le gustó que apareciera sin ser anunciado, pero me
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recibió. Firmé un poder limitado, dándole permiso para representarme con
respecto a los negocios y la venta de mi casa. No me importaba si Clara compraba
el negocio. Le dije que podíamos seguir siendo socios si me pagaba un salario
reducido, el cual Mateo ingresaría en una cuenta para mí.
―Solo hazlo lo mejor que puedas ―le dije―. No estoy intentando joderla.
Solo necesito lo suficiente para arreglármelas. ―Cuando los papeles se firmaron,
fui directamente al aeropuerto. Y me fui. Para siempre.

―Estabas equivocado. Lo sabes ahora, ¿verdad? ―declara Ashley.


Ladeo mi cabeza.
―¿Sobre qué?
―No estaba enamorada de Kurt. Te amaba.
Asiento con comprensión.
―Lo entiendo ahora.
Me da una triste sonrisa y vuelve a los negocios.
―Entonces< ¿No volviste a Estados Unidos durante trece años? ―continúa
Ashley con un ceño especulativo.
―Una vez ―admito―. A Florida. Hace cuatro años, cuando mi madre
falleció. Contactaba con ella una vez a la semana. No descubrí que había muerto
hasta tres días después. Estaba enterrada para el momento en que volví. ―Frunzo
el ceño ante el pensamiento. Odio haberme perdido su funeral. No estar allí para
ella.
Ashley esboza otra compasiva sonrisa.
―Nos reuniremos con Clara una vez más. Luego, deberíamos empezar a unir
esto.
Asiento, sintiéndome como la mierda. No es fácil recordar lo imbécil que fui.
Y el tiempo que se malgastó por un malentendido.
―Por favor, recuerda que esto es para nuestra hija.
―Lo haré, Paul. Neena lo amará.
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Capítulo 44
―¿Qué pensaste esa mañana cuando despertaste y él no estaba ahí?
―pregunta Ashley, con el extremo de su pluma entre sus dientes.
Inhalo profundamente, y lo suelto lentamente.

Eran las diez de la mañana cuando desperté. No había dormido así en años.
Me estiré y me senté, tratando de escucharlo en la casa. Cuando no oí nada, me
imaginé que debía haberse ido a la oficina y me dejó dormir. Sonreí pensando en lo
dulce que era. Me tomé mi tiempo bañándome, ingenuamente, saboreando el dolor
que sentía por la noche que pasamos juntos. Se sintió bien decirle finalmente cuál
era mi afiliación con Dennis. Sentí como que un peso enorme se había levantado de
mis hombros.
Cuando logré llegar al trabajo, la camioneta de Paul no estaba en el
estacionamiento. Marcus estaba en la parte delantera, resurtiendo las dispensas. Se
volvió y se encontró con mi mirada cuando entré. Hubo un momento de silencio
entre nosotros, ninguno de los dos sabía qué decir. Parecimos concordar en no
decir nada por el momento. Con un movimiento de cabeza, volví a mi oficina y
encendí la computadora. Alrededor del mediodía, traté de llamar a Paul a su casa,
pero su línea estaba desconectada. Pensé que tal vez había olvidado pagar la
factura.
Pero cuando sus clientes de las tres en punto se presentaron y todavía no lo
habíamos visto, empecé a preocuparme. Cuando no pudimos localizarlo, Marcus
llamó a Bowman y le pidió que viniera para cubrir los saltos de Paul. Les dimos un
descuento a los clientes por las molestias.
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Ningún policía se había presentado para avisarnos de un accidente, así que di
por terminado el día. Fui a su casa después que salí de la oficina, pero su
camioneta no estaba allí. Cuando no se presentó de nuevo al día siguiente, me
pregunté si había salido de nuevo para una aventura. Pero ¿por qué ahora?
Después de la noche que compartimos. ¿No podía ver que ahora era un mal
momento para huir durante un mes? ¿Y qué hay de nuestro negocio? Tenía saltos
programados. Era inaceptable.
―Probablemente sólo deberíamos programar a los otros chicos para que
tomen sus saltos por el próximo mes más o menos ―sugirió Marcus―. No tiene
sentido que nos matemos todos los días para cubrirlo.
Asentí, dejando escapar un suspiro inquieto. Pero mi expresión lo decía todo.
―Volverá, Clara ―me aseguró Marcus―, siempre lo hace. ―Lo que dijo,
parecía como si estuviera tratando de consolarme. Me quedé impactada. Asentí y
él volvió a su trabajo.
Pasaron dos semanas, y ni una palabra de Paul. Estaba tan herida. Traté de no
estarlo, pero lo estaba. No pude evitarlo. Me había enamorado de él. ¿Por qué
siempre se iba después de tener un momento conmigo? ¿Cómo podía simplemente
irse y no ponerse en contacto conmigo en absoluto? Era un miércoles, cuando
Marcus colocó un sobre en mi escritorio. Era grueso. Eso por sí solo me dijo que no
podría haber habido algo bueno en él.
―De Richard Mateo ―señaló.
Lo abrí, sin preocuparme que Marcus me estuviera observando. Leí una hoja
y luego la siguiente. Las dejé caer en mi regazo, frunciendo las cejas confundida e
impactada.
―¿Qué es? ―preguntó Marcus.
Le entregué los papeles, parpadeando con rapidez para mantener a raya mis
lágrimas. No podía ser lo que pensaba que era. No podía.
Los hombros de Marcus se hundieron mientras leía.
―Ese imbécil ―se quejó.
Mi corazón latía con fuerza, el sonido silbando en mis oídos. Paul quería que
comprara su negocio, su parte de todos modos, o mantenerlo como un socio y
pagarle un salario reducido. No iba a volver.
¿Por qué todo el mundo que amaba me dejaba? Pero no fui la única que se
sintió traicionada. Marcus parecía como si quisiera golpear algo. Arrojó los papeles
sobre la mesa y salió de mi oficina sin decir nada más. Me temblaban las manos
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mientras metía los papeles en el cajón de mi escritorio. Estaba tan abrumada por la
emoción que apenas podía estar de pie. Pero lo hice. Me tenía que ir.
Esto era una mierda. Él era una mierda. Agarrando las llaves. Me lancé a mi
auto y salí rápidamente del estacionamiento. Necesitaba ver algo. Necesitaba saber
si Paul se ha había ido para siempre o no. Esto no podía estar pasándome< de
nuevo. Conduje a su casa. La grava de la entrada de su casa crujía bajo mis
neumáticos mientras conduje lentamente por la señal de En Venta. La miré
fijamente durante un largo momento antes de bajar la cabeza al volante, llorando
como nunca había llorado antes.
Se fue.
Se fue, al igual que todos los demás.
Cuando me calmé, conduje a casa, me arrastré a la cama, y lloré hasta
quedarme dormida. Me desperté a mitad de la noche, me dolía toda la parte
inferior de mi cuerpo porque tenía muchas ganas de orinar. Encendiendo la luz en
mi cuarto de baño, me quedé mirando la caja que había dejado allí el día anterior.
Ahora era un buen momento como cualquier otro. Abrí la caja, saqué el pequeño
palo blanco, y oriné en él.
Tres minutos después, mi mundo cambió para siempre.

Ashley luce una sonrisa triste mientras me observa limpiarme debajo de los
ojos.
―Lo siento ―digo con voz ronca―. Es difícil cuando recuerdas uno de los
mejores momentos de tu vida como uno de los más dolorosos.
Inclinándose, saca un pequeño paquete de pañuelos de su mochila y me lo
entrega.
―Gracias.
―¿Lo odiaste? ―pregunta después que me he limpiado.
―Al principio ―admito―. Decidí mantenerlo como socio comercial. No
estaba segura de que pudiera decirle que estaba embarazada, no entonces de todos
modos. Estada demasiado< herida. Cuando pensaba en él, era demasiado. Pero
quería asegurarme de poder llegar a él, si era necesario.
―¿Intentaste contactarlo?
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―Unas pocas veces. Le envié correos electrónicos. Le dije que necesitaba
hablar con él, pero no le dije sobre qué.
―¿Te sorprendió cuando no respondió?
Me encojo de hombros.
―Sí. No.
―¿Qué pasó con Marcus después de eso?

Habían pasado dos días desde que había recibido la carta de Mateo en
nombre de Paul. Llamé a Marcus a mi oficina y le pedí que se sentara conmigo.
Intenté explicarle mis planes en relación al negocio pero él habló primero.
―Voy a darte mi renuncia.
La sangre se drenó de mi rostro. No había duda de que nos odiábamos el uno
al otro. Yo, por una parte no podía soportarlo. Pero con Paul desaparecido y un
bebé en camino, no estaba segura de poder manejar las operaciones del negocio sin
Marcus. Él sabía el teje y maneje. Y tenía una gran relación con los empleados.
Me hundí en mi silla, completamente derrotada. El universo estaba en mi
contra.
―Ambos conocemos a Paul, aunque no era el mejor mediador, era la única
razón por la que logramos coexistir hasta ahora ―explicó―. Simplemente no creo
que podamos tener un ambiente de trabajo saludable.
―¿Y si te pido que te quedes? ―pregunté con cautela.
Inclinó la cabeza, una pliegue profundo formándose entre sus cejas.
―¿Por qué me pedirías que me quedara? ―resopló.
Odiaba tener que estar vulnerable frente a él. Tenía miedo de que lo usara
como arma para menospreciarme más. Pero no tenía opción.
―Estoy embarazada.
Parpadeó algunas veces, con la boca presionada en una línea delgada.
―¿Paul lo sabe?
Sacudí la cabeza en forma negativa.
―¿Has tratado de contactarlo?
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―Le he enviado correos electrónicos. Dejé un mensaje con Mateo indicando
que era un asunto urgente que hablara con él. Pero no he oído respuesta.
―¿Vas a consérvalo? ―preguntó con cautela.
Coloque una mano sobre mi vientre, mi boca sonriendo ligeramente.
―Definitivamente.
Cuando levanté mi mirada para encontrar la suya de nuevo, dejó escapar un
largo suspiro. Moviendo su mirada hacia el techo dejó escapar un gruñido en voz
alta.
―No puedo creer que estoy haciendo esto ―murmuró para sí mismo.
Bajando la cabeza, dijo―: Me quedaré si levantas la prohibición de las bromas
―regateó.
―No. ―No había ninguna forma en el infierno en que alguna vez accediera a
eso.
―Tienes que darme algo Clara ―argumentó.
Puse los ojos en blanco.
―No ―afirmé.
Se encogió de hombros y empezó a deslizarse de su asiento.
―Bueno, buena suerte ―dijo animado. Rechiné los dientes, sabía que me
tenía.
―Bien ―establecí―. Una vez al mes.
―Cinco al mes ―replicó.
―Dos.
―Tres ―ofreció con firmeza―. Y es mi última oferta.
Sonreí un poco aunque era frustrante como el infierno.
―Bien, tres.
Se deslizó de su asiento y rodeó el escritorio, extendiendo su mano.
―Tregua.
La tomé y sacudimos las manos.
―Tregua.
Es chistoso cómo cambiaron las cosas entre nosotros. Le confesé por qué
Dennis me dejó la mitad del negocio, y deseé haberlo hecho antes. Marcus parecía
tan< en paz cuando descubrió la verdad. Poco a poco construimos la confianza
entre nosotros y nos volvimos amigos. La noche que firmé los papeles de divorcio
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de Kurt, me invitó a salir a un buffet de todo lo que puedas comer y helado. Sabía
cómo celebrar con una mujer embarazada. En realidad se convirtió en mi mejor
amigo. A este día, Marcus es mi mejor amigo. Estuvo ahí el día que Neena nació,
fue el primero en sostenerla después de mí. Le enseñó a andar en bici. Fue su
amigo, su compañero de juegos. Estuvo ahí el día en que fue diagnosticada. Ha
sido una roca para nosotras. Y por siempre estaré agradecida con él.

Ashley sonríe mientras cierra su libreta.


―Bueno, ahora ya sabes todo, supongo.
―Marcus suena como un tipo bastante increíble.
―Lo es ―concuerdo.
―Creo que eso es todo, entonces. ―Suspira―. Tenemos muchas grabaciones
que repasar.
―¿Vas a hacerlo de buen gusto? ―le pregunto de nuevo, de una manera que
implica que, más le vale que lo haga malditamente de buen gusto.
―Sí, sí. ―Se ríe―. Lo prometo.
Me levanto y me estiro.
―Vamos a tratar de tener esto listo en los próximos días. Así Neena puede
verlo.
―Lo aprecio. ―Le hago un pequeño gesto con la mano y me dirijo hacia la
puerta. Una mirada más a la oficina y me largo de aquí.
―Clara ―dice mi nombre, haciendo que me gire―. Sé que Paul era el
aventurero< el arriesgado que corre riesgos. Sé que bromearon sobre la forma en
que nunca saltaste, pero si piensas en ello< lo hiciste.
Sonrió, insegura de a qué se refiere.
―Dejaste tu hogar y te trasladaste a un estado diferente, tomando un trabajo
del que no sabías nada. Compraste una casa por tu cuenta; en su mayoría la
arreglaste por tu cuenta. Tuviste un bebé como mujer soltera. Puede que no sea un
salto de un avión, pero suena como un infierno de una aventura para mí. ―Me da
una sonrisa agradecida―. Eres bastante impresionante, Clara.
Sonrío.
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―Creo que esa es una forma de verlo. Gracias, Ashley.
Con otro saludo con la mano, estoy fuera de la puerta.
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Capítulo 45
Estamos a la espera de que Ashley y su equipo lleguen. Ashley llamó ayer y
dijo que la cinta estaba lista. Clara está arriba tomando una ducha y yo estoy
tumbado junto a Neena en su cama, haciendo una lucha de pulgares. Ella está tan
débil, que apenas puede jugar, pero todavía lo intenta. La dejo ganar de todos
modos.
―Pap{.
―¿Sí, chica? ―indago.
―¿Crees en el cielo?
Su pregunta me aturde por un momento. Enlazando mis dedos sobre el
pecho, dejo escapar un largo suspiro.
―Quiero creer en el cielo ―admito―. ¿Y tú, niña?
Mira hacia el techo.
―Creo< que esto no puede ser todo. Tiene que haber m{s. ―Voltea la
cabeza y me mira―. No quiero ya no existir.
Maldita sea. Su declaración me llega. Esta chica sabe cómo retorcer mi
corazón.
―No quiero que ya no existas tampoco, Neena.
―Tal vez es como un sueño ―reflexiona. ―Tal vez si sólo me lo imagino, lo
será.
Sonrío tristemente. Tomando su pequeña y frágil mano, entrelazo nuestros
dedos. Su piel está fría en contraste con la mía.
―¿Me dir{s lo que ves?
Sonríe.
―Bueno. Cierra tus ojos.
Hago lo que dice y se acerca, apoyando su cabeza en mi hombro.
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―Veo una playa de arena que es casi blanca. Se siente suave bajo mis pies. El
agua es azul, pero se puede ver el fondo, es tan clara. Quiero que haya color. Tal
vez el cielo tendrá ese brillo justo después del atardecer, ya sabes, cuando es de
color naranja y rojo.
Mis ojos aún están cerrados pero sonrío. Sé exactamente lo que quiere decir.
―Eso es perfecto, princesa.
―Mam{ estaría allí. Y estaría riendo. Como realmente riendo. Su cabello
estaría flotando en la brisa y apuntaría con su mano hacia el cielo, a ti.
―¿A mí? ―pregunto.
Resopla una risa cansada.
―Tú apenas acabarías de saltar de un avión y estarías a la deriva hacia
nosotras, con el paracaídas abierto. Cuando aterrizaras, caminarías hacia nosotras,
sonriendo. Tendrías que besar a mamá y ella sonreiría.
―Eso suena increíble, Neena ―reconozco, mi voz volviéndose ronca de la
emoción. Y me aferro a su mano con m{s fuerza―. ¿Qué más?
Suspira.
―Tendría cabello de nuevo. Cabello largo. No estaría tan cansada. Estaría
saludable y feliz. Marcus y Mei-Ling estarían allí, también. ―Deja escapar una
pequeña risita―. Marcus me dejaría a enterrarlo en la arena como lo hacía cuando
era pequeña.
Me río.
―Estoy seguro de que lo haría.
―Ese es mi cielo.
Apretándole la mano, vuelvo la cabeza y la beso en la sien.
―Ahí es donde te veré, Neena ―logro decir―. En esa playa, con un cielo de
color naranja rojizo y el agua azul.
―Y voy a tener cabello ―me recuerda.
―Sí ―estoy de acuerdo.
―Y bubis ―añade.
Casi me ahogo con sus palabras.
―No estoy seguro de que quiera imaginarte con ellas.
―No quiero parecer de doce por toda la eternidad, pap{ ―comenta con
sequedad.
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―¿Qué tal si te imagino madura? ―ofrezco―. Sólo no nos vamos a enfocar
en ninguna parte del cuerpo en particular.
―Eso es justo.
Unos minutos más tarde, su respiración se ralentiza mientras se queda
dormida, con la cabeza apoyada en mí, y trato, pero no puedo detener la lágrima
que resbala por mi mejilla.
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Capítulo 46
Ashley, Zane, y Mills se acaban de ir. Marcus, Paul y yo los acompañamos
fuera, dijimos nuestras despedidas, y los abrazamos por su arduo trabajo. La cinta
era hermosa. Hicieron dos, una que daba un breve resumen de nuestra historia que
tienen la intención de compartir con el público, y una solo para nosotros.
Oír a Paul contar su lado de la historia fue duro, pero fue una experiencia
reveladora también. Algunas partes me hicieron desgarrarme, otras me hicieron
reír. Neena no podía apartar la mirada. Estaba absorbiendo cada detalle. A medida
que los chicos se fueron, prometimos llamar si necesitábamos algo. Neena solicitó
que esta sea la última vez que ellos nos visiten antes de que muera. No quería que
la recordaran en su peor momento.
Ashley, normalmente dura como una piedra, estaba llorando. Decir adiós a
Neena era difícil para ella, tal vez más difícil de lo que imaginaba que sería. En
cuanto a Mills, cuando dijo adiós, sostuvo la mano de Neena, se inclinó y le
susurró algo al oído, antes de besar su mejilla. Es un chico dulce. Zane estaba
masticando sus uñas, le apretó la mano y dio un adiós informal. Me di cuenta de
que no sabía qué decir. ¿Qué se puede decir realmente en estas situaciones?
Marcus regresa al interior mientras Paul y yo observamos su camioneta irse.
El día es cálido; el verano está en camino. El cornejo en mi patio delantero está
empezando a florecer. Planté ese árbol el año que Neena nació. Está comenzando a
florecer de nuevo este año, volviendo a la vida y compartiendo su color, mientras
que nuestra hija se está marchitando ante nuestros propios ojos. Mi mirada se
traslada a Paul y me da una sonrisa de lado.
―Lamento haberte dejado de la manera que lo hice. De hecho siento haberte
solo dejado. Y a pesar de que estás enfadada conmigo en este momento, no voy a
dejarte esta vez, Clara. Lo juro.
Sé que estar enojada con él es injusto. No quería que esa noche en el concierto
terminara de la forma en que lo hizo. Dando un paso hacia él, dejo que mi cabeza
golpee contra su pecho.
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―No creo que pueda hacer esto, Paul. No sé cómo dejarla ir.
Sus manos frotan mi espalda mientras su barbilla descansa sobre mi cabeza.
―Me gustaría que tuviéramos una opción en eso, Clara.
La puerta de entrada se abre, y Marcus sale, sorbiendo, sus pequeños dedos
limpiando debajo de sus ojos.
―¿Estás bien?
Sacude la cabeza en un no.
―La primera vez que descubrimos que Paul no era compatible, y supimos
que teníamos un tiempo limitado, Neena me dijo que no quiere que le diga adiós.
―Toma una respiración entrecortada―. Le pedí que cuando pensara que era casi
la hora, me diera un día con ella. Un último día para pasar el rato. ―Sus ojos
vidriosos miran hacia arriba, encontrándose con los míos―. Me pidió ese día.
Mañana.
Mi garganta se siente como que se está cerrando. La cabeza de Paul cae y
todos permanecemos en silencio por un momento.
―Voy a estar aquí muy temprano ―dice Marcus. Me agacho y lo abrazo
antes de que se marche.
Paul toma mi mano y enlaza nuestros dedos mientras lo vemos irse. Él no
dice nada. Yo tampoco. Todo lo que podemos hacer ahora es jalar fuerza entre
nosotros y esperar que sea suficiente para atravesar esto.
Tiene que serlo.
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Capítulo 47
Clara durmió en el sofá la noche anterior, mientras yo ocupé la cama. Pero
permanezco inquieto toda la noche. Después de dar vueltas durante horas,
alrededor de las cinco de la mañana, salgo de la cama, decidiendo que no tengo
esperanzas de dormir. Bajo las escaleras hasta donde Clara se encuentra dormida
en el sofá, con un brazo colgando sobre su lado. Pero la cama de Neena está vacía.
Escucho algo siendo raspado, parece provenir de la cocina. Siguiéndolo, la
encuentro en la cocina, sentada en la mesa con un cuchillo de carnicero gigante.
―¿Qué est{s haciendo? ―siseo con miedo, sobresaltándola. Deja caer el
cuchillo sobre la mesa―. ¿Est{s bien? ―pregunto, calm{ndome.
―Estoy bien ―logra decir sin aliento.
Cuando enciendo la luz, se estremece.
―Lo siento, princesa. ―La mesa tiene polvo de madera en el centro. La miro
interrogándola.
―Quería tallar mi nombre en la mesa, también. Supongo que primero
debería haber preguntado.
Al instante, sonrío y levanto el cuchillo.
―Creo que es una gran idea, vamos a buscar un cuchillo pequeño.
―Encuentro otro cuchillo, se lo entrego y regresa a su misión. Se muerde el labio
mientras trabaja; concentrada. Preparo una taza de café y para el momento en que
está lista, ha terminado. Desliza la mano por el grabado y sonríe.
Escribió su nombre debajo del mío, pero en letras más grandes.
―Tratando de superarme, ¿eh? ―bromeo mientras me inclino y beso su
cabeza.
―La vida es demasiado corta para ser sutil ―replica en respuesta.
Obtuvo eso del vídeo que hizo Ashley. Me está citando.
―Eso es cierto, princesa. ―Frunzo el ceño. La vida es demasiado corta.
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Neena y Marcus pasan el día juntos. Trato de mantener mi distancia,
dándoles espacio. Marcus es alguien para Neena que nunca podría ser yo. Siempre
ha estado cerca. Es una figura paterna y un amigo, todo en uno. Él ha visto un
millón de momentos preciosos; posee un millón de recuerdos de su vida. Quiero
odiarlo por eso. Pero no puedo. Se acercó cuando yo no estaba. Neena es una niña
increíble debido a que Marcus jugó un papel en su vida. Estoy agradecido porque
se quedó y ayudó a Clara. Por la tarde, ayuda a Neena a salir a la calle y se sientan
en el escalón superior del porche, Neena se inclina contra él mientras charlan.
Clara y yo los comprobamos un par de veces, mientras hablan en voz baja.
Después de un tiempo, él la lleva de nuevo al interior y la arropa besando su
frente.
―Hasta luego, cocodrilo ―dice, con voz ronca.
―Hasta dentro de un tiempo, cocodrilo ―responde Neena murmurando, su
sonrisa es débil y triste. No es un adiós.
Es hasta luego.
Es hasta que nos volvamos a encontrar.
Así es como Neena lo desea.
Mi propia garganta comienza a esforzarse, tragando incómodamente muchas
veces. Marcus está luchando para no perder la cabeza. Su labio tiembla
ligeramente mientras le toma la mano y la besa antes de darse vuelta y salir por la
puerta principal sin decir nada más. Lo siento por él. Realmente lo hago. Esto no es
fácil para cualquiera de nosotros. Clara lo sigue para asegurarse de que está bien
mientras yo me siento en la cama con Neena y acaricio su pierna. Está acurrucada
en su lado, la manta hasta arriba justo debajo de su barbilla. Su expresión es difícil
de medir mientras mira a la nada. Mi niña se ve triste. Triste y cansada. Pero
demasiado cansada para llorar. Unas punzadas de desconsuelo se clavan en mi
pecho. Para todos los efectos, Marcus es su mejor amigo, y acaban de pasar lo que
se supone que será su último buen día juntos. Puedo ver que le duele no importa lo
fuerte que trate de actuar.
―Te amo, niña ―le digo―. Estoy contigo. ―Solo quiero que sepa que no est{
sola. Que a pesar de no poder llevar esta carga por ella, sin importar lo mucho que
quiero, estoy aquí. No está sola.
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Capítulo 48
Dos días han pasado desde que Marcus dejó nuestra casa llorando. Él ha
estado en silencio desde entonces. No lo culpo. Era un desastre. Verlo luchar
contra las lágrimas a veces y caerse a pedazos, fue tan condenadamente difícil. Es
extraño la cantidad de dolor que hay que experimentar a través de todo esto.
Algunos días no sé si puedo soportar la agonía. Es un abismo sin fin. Una
verdadera tortura. Me duele y en silencio rezo por Neena; mi hermosa niña que se
encuentra en la cama esperando su propio deceso. Verla deteriorarse rápidamente,
cómo lucha, es un ciclo inconmensurable de tormento. El inmenso dolor llega
desde el fondo de mi alma, dejándome en un estado constante de tristeza absoluta.
Me duele por Paul. Mi corazón está con él. Él es el padre que está consiguiendo
solamente una muestra de lo increíble que realmente es ella.
Su ventana ha sido increíblemente pequeña. Tenerla separada de golpe de su
lado es su peor pesadilla hecha realidad. Se mantiene controlado debido a mí, pero
sé que está gravemente herido. Y Marcus. ¿Cómo puedo pagar alguna vez a este
hombre por lo que ha hecho por mí? ¿Por ayudar a criar a mi pequeña niña? Me
duele por él; por su buen corazón. Es el hombre que nunca hubiera tenido que
amarla, que no tendría que estar allí para ella todo el tiempo, pero la amaba como
si fuera suya. Mi corazón se acelera cada vez que la veo. Con mucho gusto
renunciaría a mi propia vida para que pudiera mantener la suya. A Dios no le
importaría si hay un ángel más aquí en la Tierra. Ella es el mío, y simplemente no
quiero dejarla ir.
La cantidad de dolor inconsolable es inconcebible.
Miro hacia ella. Es hermosa y angelical. Su exterior de porcelana se acentúa
con pequeñas pestañas. Está descansando mucho en estos días. Su respiración ha
comenzado a volverse dificultosa, sobre todo cuando duerme. Pero incluso cuando
está despierta, con cada respiración que toma, hace un sonido casi asfixiante. Su
pecho se mueve hacia arriba y hacia abajo violentamente, como si alguien estuviera
bombeando aire en su interior, luego lo devuelve justo hacia fuera. La noche
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anterior estaba agitada, gimiendo en voz baja en su sueño, mascullando tonterías.
Cuando le pregunté lo que necesitaba, su mirada se encontró con la mía con sueño,
pero sus ojos parecían vacíos. Ha estado tomando pastillas para el dolor, pero
ahora nos hemos movido a un horario. No ha sido fácil. Pero necesita la
medicación cada pocas horas para mantenerla de alguna manera cómoda.
Arrastrándome a la cama, me acuesto a su lado. Trazo mi dedo desde la
frente hasta su puente de la nariz y de nuevo otra vez hacia arriba. Es algo que
solía hacer cuando era pequeña para ayudarla a dormir. Su piel es tan pálida que
me está rompiendo el corazón. Sus ojos permanecen cerrados, pero sus párpados
se agitan suavemente con mi tacto, y su boca oscila muy ligeramente antes de que
se extienda y tome mi mano, apretándola contra su pecho.
Lentamente, pasa su lengua a lo largo de sus azulados labios agrietados,
cerrándolos de golpe. Su boca esta siempre tan seca. No siempre fue así. Lo
recuerdo como si fuera ayer, su boca color rosa haciendo pucheros, haciendo
sonidos para dormir, de arrullo, sus pestañas oscuras revoloteando sobre su
inmaculada piel del bebé. Antes, cuando el cáncer era lo más alejado de mi mente.
Antes, cuando soñé una vida tan grande y hermosa para ella, llena de felicidad sin
fin. Ella iba a gobernar el mundo, en lo que a mí respectaba.
Nunca habría imaginado que mi vibrante y colorida niña sería reducida a
esto. Apenas come ahora, un poco de caldo aquí y allá, y solo bebe pequeños
sorbos de agua. Es todo lo que puede llegar a tragar.
Mientras la miro, estoy tan abrumadoramente triste que apenas puedo
respirar. Haría cualquier cosa por ella. Cualquier cosa. La discusión que Paul y yo
tuvimos en el hospital ha sido una pesada carga sobre mí. He odiado que él
estuviera en lo correcto. He odiado que hice a Neena sentir que no podía decirme
cosas; pedirme cosas. Ella ha sido tan valiente a través de todo esto; aceptó su
destino como un soldado, valiente y sin miedo. No ha tenido ningún control sobre
nada de esto, sin embargo, no se ha quejado una vez. Todo lo que quiere es el
control de lo que sucede cuando muera.
―Neena ―susurro su nombre.
Con cuidado, gira la cabeza para hacerme saber que me escucha, pero no del
todo. Está tan cansada que parece que no puede abrir los ojos.
―Voy a hacer lo que quieres, nena. ―Trago saliva―. Te daré lo que quieras.
Me aseguraré de que suceda exactamente como lo desees. Siento mucho haberte
hecho sentir como si no pudieras venir a mí y decirme tus deseos. Debería haber
escuchado, y lo siento por no hacerlo. ―Sollozo mientras las lágrimas se deslizan
por mi cara. Abrazándola más cerca, presiono mi frente a un lado de su cabeza.
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Traga con dificultad, su garganta seca.
―Solo haz lo que dice papá ―murmura. Asiento para que pueda sentir mi
respuesta.
He estado esperando por un momento; un momento en que se sentía correcto
para tener una última conversación. Un tiempo cuando sepa que ella todavía va a
escuchar y comprender lo que estoy diciendo. Ha sido un pensamiento imposible.
¿Cómo puedo decirle adiós? ¿Cómo una madre puede resumir en palabras la
profundidad de su amor por su hija? Me desgarra. Pero de alguna manera, debo
hacerlo. El tiempo se agota. Y algo en mi interior me dice que es ahora.
―El día en que naciste, mi pecho dolía tanto. Creo que fue porque mi corazón
creció diez veces más grande. Es extraño cómo el amor puede hacer daño de esa
manera. ―Gimo mientras mis labios tiemblan―. Pero dolía de la mejor manera
posible. Te deseaba tanto. Tú fuiste un regalo, algo que pensé que nunca tendría.
Tú eres, con mucho, mi mayor logro, Neena. Me siento honrada de ser tu madre.
Ha sido mi mayor privilegio. Gracias por ser más de lo que jamás hubiera
esperado. Gracias por la alegría y la risa que has traído a mi vida. Gracias por los
besos, las cosquillas y los abrazos. Estoy muy orgullosa de ti, de lo que eres. Te
amo mucho bebé.
Está tranquila por un momento y me pregunto si se durmió, si me ha
escuchado en absoluto. Entonces, veo una lágrima deslizarse por su mejilla antes
de que apriete suavemente mi mano y susurre:
―Te quiero, mami.
Es la última vez que escucho esas palabras de ella.
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Capítulo 49
Hace un par de días, Neena se fue a dormir y no pudimos conseguir que
despertara de nuevo. Al principio su cabeza se movía a veces con el sonido de
nuestras voces, pero sus ojos nunca se abrieron.
En las últimas horas de la vida de Neena, Clara habló con ella, en voz baja,
mientras yacía en la cama a su lado, mientras que Marcus y yo nos turnábamos
tomando sus manos y besando su cabeza. Mei-Ling se sentó en silencio junto a
Marcus, con su mano en la boca. Habíamos llamado a Karen, del hospicio, y ella
ayudó en todo lo posible. Permaneció a un lado, dándonos tiempo con Neena.
Clara se balanceó suavemente mientras sostenía a Neena, y habló sobre el día que
Neena dio sus primeros pasos. Y el momento en que Neena tenía cuatro años y
había estado fuera jugando y entró y saludó a Clara con una serpiente, casi
dándole un ataque al corazón. Incluso a través de las lágrimas todos reímos con
algunas de las historias. Clara siguió hablando. No se detuvo. Cada historia era
hermosa y llena de amor y de vida. Ella solo quería que Neena oyera su voz, la
sintiera a su lado, así sabía que no estaba sola. En los minutos finales, todos le
dijimos que la queríamos, y que estaba bien dejarse ir.
Su último aliento salió en un largo silbido de aire, como si su cuerpo
estuviera expulsando la última gota de vida de ella. Casi sonaba como que se dejó
ir con alivio puro y absoluto. Sostuve su mano durante mucho tiempo, tratando de
controlar mis lágrimas. Nos quedamos a su lado durante mucho tiempo,
abrazándola, tocándola.
Karen se encargó de llamar a la funeraria, mientras que Mei-Ling trató de
asegurarse de que teníamos todo lo que necesitábamos, ya sea si se trataba de una
bebida o pañuelos. Clara jaló el cuerpo inerte y sin vida de Neena en sus brazos
más apretado y la sostuvo mientras sollozaba en el hueco de su cuello, diciéndole
que la quería, una y otra vez. Antes de que llegaran a recoger su cuerpo, me recosté
al otro lado de ella y envolví mi brazo alrededor de ambas preguntándome cómo
demonios cualquiera podría experimentar tanto dolor y sobrevivir a él.
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Me sentía reducido a cenizas.
Cuando fue hora de que tomaran su cuerpo, me puse de pie y miré a mi hija.
Ella era mía. Era lo mejor de mí.
Inclinándome, presioné un firme beso en su frente.
―Tú eres es mi aventura más épica, princesa.
Me tomó un tiempo convencer a Clara de alejarse de Neena para que
pudieran llevarla. Fue una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida. Clara
se derrumbó, su cuerpo sacudido por los sollozos. Estaba tan emocional que
apenas podía respirar. Marcus y Mei-Ling se fueron. Simplemente no podían
afrontar verla de esa manera. Se sentían perdidos ellos mismos. Le dije a Karen que
teníamos que estar solos y empacó rápidamente sus suministros y se fue. Levanté a
Clara en mis brazos y la llevé arriba, sentándola en el inodoro. Dispuse la bañera y
mientras se llenaba, nos desvestí a los dos. La puse de pie, y entramos juntos, me
senté primero, luego ella entre mis piernas. La parte posterior de su cabeza
apoyada contra mi pecho mientras exprimía el agua de una toalla sobre su pecho,
su cuello y sus hombros. Ella no quería hablar. Su cuerpo se sacudió mientras
tomaba respiraciones irregulares. Los sonidos que hacía mientras sollozaba fueron
de tortura. Era el sonido de mi propia desesperación. Tampoco hablé. Las palabras
eran solo eso, palabras. Me concentré en que me sintiera. Mi presencia. Que estaba
con ella.
Después de nuestro baño, la sequé y nos envolví a cada uno en una toalla y la
llevé a la cama. Acurruqué mi cuerpo al suyo y besé su cuello delicadamente
mientras frotaba suavemente su brazo. No sé cuánto tiempo nos quedamos allí
antes de que se quedara dormida, pero me negaba a moverme. No quería hacer
nada para molestar a su corto momento de paz.
En cuanto a mí, nunca me había dolido nada tanto en mi vida. Siempre he
pensado que soy un tipo duro, pero esto< perder a Neena< es asfixiante. Pero
cuando Neena me dijo sus deseos para después de su muerte, este fue uno de ellos.
"Prométeme que cuidaras de mamá. Sé fuerte para ella. No la dejes morir conmigo.
Prométemelo, pap{”.
Esa noche cerré los ojos mientras me acerqué un poco más a Clara. Con mi
boca en su hombro, dije en voz baja:
―Me haré cargo de ella, princesa. Lo prometo.
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Capítulo 50
La visión era preciosa, excepto por los periodistas que miraban embobados
fuera de nuestra casa y de la funeraria. Buscando desesperadamente a Epic tocó a
tantas personas. El mundo lloró una niña que ni siquiera habían conocido.
Ha pasado un mes desde que nos dejó. Con cada día, siento que consigo
respirar un poco más fácil. La extraño. Es casi como un peso alrededor de mi
cuello, la extraño tanto. Hay días cuando abro los ojos y espero verla mirándome
con una cámara en sus manos, apuntada hacia mí.
Desde el día que sus cenizas nos fueron entregadas, Paul ha separado
pequeñas cantidades en pequeñas bolsitas. Neena siempre quiso viajar. Ahora lo
haría. Llevaremos un poco de ella a Brasil, China y algunos otros lugares. Ésta fue
su petición. El resto está en mi regazo en estos momentos mientras me siento en la
zona de recepción de Sky High. Mills está colocando su ordenador portátil para
mostrarnos algo que él dice que Neena dejó para nosotros. Paul está a mi lado, con
Marcus junto a él. Ashley y Zane están de pie a un lado.
Cuando todo está configurado, Mills se vuelve hacia nosotros y dice:
―¿Están listos?
Ya estoy sollozando, pero asiento. Paul frota mi espalda mientras Mills
presiona el botón de play y la pantalla vuelve a la vida.
Lo primero que vemos es a Neena.
―Hola, mamá, papá, Marcus ―dice. Sus grandes ojos marrones, nos miran a
través de la pantalla y mi corazón quiere estallar fuera de mi pecho. Su cuero
cabelludo esta calvo, lo que me dice que esto debió haber sido grabado hace un
tiempo, antes que las cosas se pusieran realmente mal―. Sólo quería decirles te
quiero una vez más. Y quería decir gracias por amarme. Quería mostrarles algunos
de mis recuerdos y momentos favoritos. Quería que vieran mi vida a través de mis
ojos. ―Sonríe y mira al vacío como si estuviera pensando, entonces su mirada se
mueve de nuevo a la cámara―. Así que aquí está.
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Me limpio la nariz con un pañuelo de papel mientras la pantalla vuelve de
nuevo a la vida. Es un vídeo que Marcus me tomó sosteniendo a Neena el día en
que nació. Eso es seguido por varios vídeos míos bañándola por primera vez,
durmiendo en su cuna, y alimentándola con guisantes mientras gotean de su boca.
Los vídeos son cortos, pero siguen y siguen, recordándome la hermosa bebé y niña,
que una vez fue. Algunas de las imágenes cambian hacia ella con Marcus cuando
los estaba grabando. Nos reímos de aquel en el que Neena tenía tres años y trató de
golpear una pelota de un soporte. Accidentalmente la golpeó del modo incorrecto
e impactó a Marcus en el rostro. Otra es de los dos tomados de la mano, saltando a
la piscina juntos.
Mi niña era tan sana entonces. Estamos llorando y riendo al mismo tiempo,
los recuerdos felices tan desgarradores. Después de un tiempo, el material pasa a
cosas que Neena grabó, yo cantando mientras me seco el cabello, y sacando las
galletas quemadas del horno mientras hago una mueca de dolor por las nubes de
humo. Luego está Paul. Vídeos cortos de algunos de sus trucos, luego, la primera
noche en que lo conoció cuando abrí la puerta. Había acercamientos de nosotros, la
forma en que nos miramos el uno al otro.
Es increíble las cosas que capturó, lo que vio, y la forma en que nos está
mostrando el mundo a través de sus ojos. Todo el mundo se ríe de las imágenes de
Paul y Marcus luchando, con los rostros como remolacha roja, mientras jadean.
Luego está la grabación de Paul y yo dormidos, su brazo alrededor de mí. Nos
vemos tan tranquilos. Mi favorito es el vídeo del afeitado, cuando filmó a Paul
afeitándome el rostro, y luego la filmé afeitando el de él. Ese fue un buen día. La
última imagen es sólo un tiro de nuestra mesa donde ella talló su nombre debajo
del de Paul.

La pantalla regresa a ella, una gran sonrisa en su rostro, sus ojos brillando por
la emoción.
―Recuerden< sin adiós. ―Nos recuerda―. Sólo hay un te veo después. Y
hasta que nos volvamos a encontrar.
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Nos manda un beso.
―Hasta luego, cocodrilos. ―Y entonces se ha ido. Me aferro a la urna de sus
cenizas en mi regazo como si la abrazara. Paul sorbe junto a mí y se aclara la
garganta. Incluso Marcus está llorando. Mills cierra el ordenador portátil y saca la
tarjeta de memoria USB. Se la entrega a Paul. Paul lo toma y la aprieta en su mano,
asintiendo en agradecimiento hacia él.
Una vez que nos hemos recompuesto, subimos en nuestros autos y nos
dirigimos a la pista de aterrizaje. Mi corazón está tronando y sostengo la urna con
fuerza.
Tienes que hacer esto, Clara, me recuerdo. Esto es lo que ella quería. Es una de
las últimas cosas que pidió.
El piloto nos da un pulgar hacia arriba, el avión ruge a la vida y Paul me
conduce a él, apretando mi mano, tratando de consolarme. Miro hacia atrás y veo a
Marcus, Ashley, Zane, y Mills, observándonos subir al avión, justo cuando el sol
está a punto de ocultarse. Zane saca su cámara, listo para filmar. Una vez que
estamos a bordo y el avión despega, Paul se inclina de modo que lo puedo oír.
―Va a estar bien. Lo prometo.
Asiento animadamente mientras tomo una respiración profunda.
Cuando hemos alcanzado la altitud adecuada, Paul me da una palmada en la
pierna, dejándome saber que es hora de engancharnos juntos. Me pongo de
rodillas y le doy la espalda para que nos pueda conectar. Nos engancha juntos y
me empuja suavemente para que me mueva hacia la puerta. Luego la abre y el
viento provoca que mi cabello vuele por todas partes. Saco la bolsa con las cenizas
de Neena de la urna y la sostengo con fuerza.
―Es hora, Clara ―dice Paul. Estoy temblando Estoy tan aterrada. Sé que
estoy a salvo.
Sé que Paul ha hecho esto un millón de veces. Solo no puedo evitarlo. Pero sé
que es hora. Saco mis pies a la pequeña plataforma, fortaleciéndome contra el
viento. Me explicó el procedimiento varias veces, así que sé qué hacer cuando me
lo indique.
―A la cuenta de tres ―grita―. Uno. Dos. ¡Tres!
Entonces< estamos volando. Durante unos segundos, no respiro mientras la
adrenalina bombea a través de mí. La caída parece ir en cámara lenta, sin embargo,
ocurre en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando jala del paracaídas, nos tambaleamos un poco y nuestra caída se
desacelera. La vista es impresionante.
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―Esto es increíble ―le digo.
Paul se ríe.
―¿Ves lo que te has estado perdiendo?
Miro hacia arriba lo más que puedo, y veo algo flotando por el lateral del
paracaídas. Por la forma en que la luz del sol ocultándose está brillando, no puedo
descifrarlo.
―¿Qué es eso? ―pregunto.
―Su bufanda púrpura ―responde.
Mi corazón se llena de amor por este hombre, mientras me lloran los ojos.
―Paul ―digo su nombre―. Gracias por ser tan fuerte a través de todo esto.
No podría haber sobrevivido sin ti.
―Estoy aquí, Clara. No voy a ninguna parte. Lo prometo. A donde tú vas yo
voy.
Dejo escapar un suave suspiro. Eran las palabras exactas que necesitaba
escuchar. Hemos pasado por muchas cosas. Los dos hemos cometido tantos
errores. Los dos hemos perdido demasiado. Pero aún nos tenemos el uno al otro.
Ningún otro hombre me ha hecho sentir de la manera en que lo hace Paul James.
Ningún hombre jamás lo hará.
Él es eso para mí.
―¿Estás listo? ―pregunto.
―Dejemos volar a nuestra niña ―responde.
Me aferro a la bolsa una vez más, diciendo una última despedida a mi hija.
―Vive libre, Neena. Te amo. ―Abriendo la bolsa, la inclino, dejando ir poco
a poco las cenizas de Neena a la deriva suavemente en el aire. Las cenizas flotan en
una corriente, disipándose ante nosotros. Cuando he derramado la última de ellas,
sonrío a través de mis lágrimas mientras Paul me besa la sien.
Entonces, susurra:
―Descansa en paz, bebé.
Página 280
EPÍLOGO
10

La oficina está cerrada cuando me detengo en el estacionamiento. Las horas


eran diferentes hace años, cuando venía aquí casi una vez a la semana a entrevistar
a Paul y Clara. Fui a su casa primero, pero no hubo respuesta cuando toque. Con
una hora para matar, juego en mi teléfono mientras me siento en mi auto de
alquiler y espero.
Son veinte minutos antes del mediodía cuando una camioneta Ford se detiene
y estaciona junto a mí. Él es ajeno a mi presencia. Había retrocedido hasta el lugar
de estacionamiento. Cuando Paul sale, sonrío para mí. La última vez que lo vi tenía
el cabello oscuro con toques de gris, pero ahora al parecer es lo contrario. Cabello
gris o no, todavía se ve muy guapo.
Mientras abre la puerta de la oficina, salgo de mi coche y me acerco,
aclarando mi garganta para alertarlo de mi presencia. Se vuelve y le toma unos
segundos reconocerme, pero cuando lo hace, su rostro se ilumina con una sonrisa
gigantesca.
―Vaya que creciste. ―Se ríe mientras abre sus brazos para un abrazo.
Resoplo una risa y lo abrazo. Es más suave ahora.
―Soy toda una adulta, pero sigo siendo un dolor en el culo.
―No lo dudo ni por un segundo.
Nos separamos y ladea la cabeza hacia un lado, una expresión pensativa en
su rostro.
―¿Cómo has estado?
Le doy una sonrisa nerviosa.
Página 281
―Bien ―respondo con poco entusiasmo. Los ojos de Paul se estrechan y
puedo decir que no está tragándose mi respuesta―. Tenía la esperanza de
atraparlos a ti y a Clara juntos.
Paul se dirige de nuevo a la puerta y procede a desbloquearla mientras dice:
―Vamos a llamarla. Fue a la ciudad esta mañana para hacer algunas
compras, pero debe estar de vuelta en casa ahora.
Mantiene la puerta abierta para mí y una vez que entro anuncia:
―Ya regreso. Nadie ha llegado todavía. Bowman y Larry no estarán aquí en
una hora o dos. Ponte cómoda.
Dejándome en el área de recepción, se lanza a la parte posterior. Estoy
asumiendo que para llamar a Clara. Dejo mi mirada buscar perezosamente por las
paredes, deteniéndose en cada foto. La mayoría son de Paul y de los otros
saltadores, saltando juntos o un tandem con los clientes. Entonces hay algunas de
Paul y Clara. Sonrío y mi corazón se hincha cuando encuentro una de ellos en el
día de su boda, empujando pastel en la cara del otro. Se siente bien verlos felices.
Siempre me he preguntado si lo habían logrado después que Neena falleció.
Paul regresa, me entrega una botella de agua y juntos miraros fijamente la
foto de la boda.
―¿Cómo la convenciste para decir que sí? ―bromeo, girando la tapa en la
botella.
Paul se encoge de hombros.
―No tengo idea. ―Se ríe.
Hacemos una pequeña charla durante unos minutos antes de que llegue
Clara, entrando como si nada, con una amplia sonrisa en su rostro. Estoy
sorprendida por lo bien que se ve. Pensé que ambos se verían mucho más viejos,
pero el tiempo ha sido bueno con ellos.
―Ashley. ―Sonríe al abrazarme, estrechándome fuerte―. ¿Cómo estás?
―Estoy bien ―admito. Clara se aleja, su mirada sospechosa corriendo por mi
cuerpo.
¿Lo sabe?
―¿Tienes hambre?
―No, estoy bien.
Todos tomamos asiento y charlamos sobre el pasado. Preguntan por Zane y
Mills, ambos están casados y con hijos. Zane trabaja para la compañía de concreto
Página 282
de su padre, y Mills es diseñador gráfico para una empresa pequeña en Manhattan.
Hace años que no nos vemos, pero Facebook nos permite estar en contacto.
―¿Y dónde guió la vida a ese testarudo dolor en el trasero que conocimos
hace años? ―bromea Paul.
No es ningún secreto que pensaba eso de mí. Y tenía razón. Estaba
hambrienta y era implacable. Era una adolescente tratando de contar una historia
que estaba más allá de mi capacidad para comprender en verdad. Sabía que era
una historia de amor. También sabía que era una historia triste. Pero no tenía idea
de la magnitud y profundidad que Buscando desesperadamente a Epic realmente
implicaba. Estaba orgullosa de lo que logramos. La historia fue un éxito y me
catapultó a la fama. Después de todo, tenía solo diecisiete años y de alguna manera
me las había arreglado para conseguir que esta familia me diera los derechos
exclusivos de su historia. Siempre ha sido su historia. Pero mi juventud me
impedía verlo como tal. En aquel entonces, era mi historia. Era mi plataforma. Y a
medida que iba a los programas y me convertí en la que estaba siendo
entrevistada, nunca pensé de manera diferente.
Pero lo hago ahora.
Ahora, todo eso simplemente no parece tan importante como lo parecía una
vez.
Sonrío a Paul, sabiendo que acaba de bromear conmigo. Pero golpea un
punto sensible. Ahora me pregunto si creen que le hice justicia a su historia.
¿Sienten que le hice justicia a Neena?
―Me dieron una beca para Northwestern donde me especialicé en periodismo.
He estado trabajando para el New York Times durante los últimos años.
―Eso es increíble. ―Se entusiasma Clara―. Sabía que ibas a hacer algo
grande.
―Acabo de dar mi aviso de renuncia, en realidad ―digo. Ambas sonrisas se
desvanecen y me miran, esperando que me explique.
Tragando saliva, me río.
―Me estoy mudando de nuevo aquí. De hecho, me acabo de comprar una
casa no lejos de aquí.
―Bueno, bien por ti ―me anima Paul mientras frota la espalda de Clara.
Puedo ver bajo la superficie de cristal de la mesa que la mano se encuentra en su
muslo. Todavía están locos el uno por el otro.
―Algunas cosas han surgido recientemente< ―Me detengo, en busca de mis
siguientes palabras―. He estado pensando mucho en Neena. ―Los ojos de Paul
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parpadean hacia abajo, su boca se curva en una sonrisa triste―. Espero que sientan
que su historia fue bien presentada y que les hizo justicia.
Clara mira a Paul, su mirada triste, antes de regresar a mí.
―Ashley, cariño, le diste a Neena exactamente lo que quería. Estamos
orgullosos de ti.
Paul asiente justo cuando mi garganta empieza a cosquillear. Van a hacerme
llorar.
―Creo que a Neena le encantaría escuchar sobre todo el éxito que has
encontrado.
Asiento en agradecimiento.
―¿Valió la pena? ―me atrevo a preguntar. Paul entrecierra los ojos,
confundido por mi pregunta. Pero la boca de Clara sonríe con suavidad y sus ojos
brillan. Ella sabe exactamente lo que estoy preguntando. Desliza sus manos sobre
la mesa y toma la mía, apretándola suavemente.
―Lo haría un millón de veces si eso significaba que era la única manera de
tenerla. Su vida, su amor< fueron mis regalos más grandes. ―Chasquea los ojos a
Paul y sonríe.
Asiente.
―Nuestra aventura más épica.
Las lágrimas caen por mi cara, luego Clara empieza a llorar también. Sin
soltar mi mano, dice:
―Vas a ser una madre maravillosa, Ashley. ―Sacudo la cabeza, incapaz de
hablar mientras las lágrimas siguen cayendo. Clara se levanta y rodea la mesa,
inclinándose para abrazarme―. Me gusta pensar que si Neena estuviera viva, sería
mucho como tú. Audaz. Ambiciosa.
Paul desliza una caja de pañuelos hacia mí y tomo unos pocos, limpiándome,
luego tomo una respiración profunda. Cuando me levanto, Clara pone su mano
sobre mi vientre.
―¿Niño? ―pregunta.
―No lo sabremos hasta la próxima semana ―resoplo―. Mi prometido,
Brian, él quiere saber, pero creo que me gustaría que fuera una sorpresa.
―¿Estás embarazada? ―pregunta Paul, finalmente, poniéndose al día,
haciéndonos reír a ambas―. Pensé que tal vez habías ganado algo de peso.
Clara rueda sus ojos.
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―Hombres. ―Resopla.
Charlamos un poco más sobre mi embarazo y también recordamos a Neena.
Entonces me cuentan que Marcus y Mei-Ling se casaron y tienen dos hijos. Un
niño llamado John, en honor a su ex piloto y amigo, Sap, y una niña llamada
Neena. Paul y Clara no pueden dejar de sonreír de oreja a oreja. Es obvio que están
disfrutando de sus papeles de tíos. Me hubiera gustado haber visto a Marcus en
acción con sus hijos. Es un tipo bastante genial. Y cómico. A menos que estés en el
extremo receptor de sus bromas. Él y Mei-Ling están en China en este momento,
visitando a la familia de Mei-Ling. Clara saca rápidamente su teléfono y me
muestra una selfie de la familia. Se ven increíblemente felices.
Cuando es el momento de irme, ambos me abrazan fuertemente y me dicen
que tan pronto como el bebé nazca y esté lista, regrese por un salto.
Mientras conduzco lejos, con mi corazón contento, froto mi vientre y susurro:
―Tengo la sensación de que tú vas a ser mi aventura más épica, también,
pequeño.
Página 285
B.N. Toler vive en Virginia. Cuando no está
leyendo y escribiendo, está pensando en leer y
escribir. Antes de convertirse en una auto
nombrada escritora, trabajaba como agente de
bienes raíces y como técnica ortodontista. “Ella
notará primero tus dientes que tus ojos, cabello o
cualquier cosa”.
Disfruta de las compras (demasiado) y es
bastante familiar entre varios de los empleados del
Target local de su ciudad.
Le encanta la música (bluegrass, country, de
los 80’s, de hecho le encanta la mayoría de la
música, su canción favorita es “American Pie” de Don McLean y adora todo lo que
es Elvis, Johnny Cash y Eric Church), bailar, (incluso aunque apesta en ello), leer,
escribir, comer (demasiado), dormir hasta tarde (lo que raras veces consigue hacer)
y reír. Si puedes hacerla reír, te amará para siempre.

Hechos al azar e insignificantes:


Es adicta a la Coca-Cola
Odia la cebolla
Le encantan las tormentas.
Quiere tener los bebés de Karen Marie Moning
Dice vulgaridades< mucho< como demasiado.
Le tiene inmenso temor a las serpientes
Es una fanática de M. Pierce.
De verdad ODIA la televisión
Podría comerse su peso en barras de Sknickers
Le encantan los libros y películas que la hacen llorar
Llora por cualquier cosa remotamente triste
Ama al Señor
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Le ENCANTA el Jack Daniels y el Ginger Ale. (Demasiado)
Espera no haberte aburrido hasta la muerte.
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