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Sinopsis
Paul James amaba a Clara Bateman.
Odiarla habría sido fácil.
Era el pasado, y él estaba malditamente empeñado en mantenerla ahí.
O eso pensó<
Neena.
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Capítulo 1
Buscando desesperadamente a Epic, Tú eres mi padre. No sé mucho sobre ti. Sé
que tu nombre es Paul James, eres un buscador de emoción, y una vez en el tiempo, hiciste
acrobacias y la gente te llamaba “Epic”. Me han dicho que no sabes acerca de mí. Eso es
complicado. Pero para mí es muy sencillo. Aquí est{ la cosa. Tengo doce años… y estoy
muriendo. Y por mucho que esto podría destrozar a mi madre, tengo que conocerte antes de
irme. Con el tiempo, estoy segura de que ella entenderá. Todavía está enamorada de ti. Así
que, Epic, si lees esto, por favor, vuelve. No tienes que ser mi padre. Ni siquiera tienes que
decirme que me amas o que lo sientes. Solo tienes que venir a verme. Esperando
pacientemente, pero con el tiempo acabándose, Neena.
La taza de café en mi mano se estrella contra el suelo, partiéndose a la mitad,
el líquido marrón salpicando mis piernas desnudas.
―No ―jadeo.
Ignorando el ardor de las gotitas de café que gotean por mis piernas, me
apresuro a donde está la pequeña televisión y subo el volumen. Mi programa
favorito de la mañana, “This World, This Morning” est{ encendido. La
presentadora de noticias rubia, Veronica Marsh, sentado frente a ella su co-
presentador, Brett Adams, y una gran pantalla detrás de ellos representado un
anuncio de Craigslist titulado: Buscando desesperadamente a Epic.
―Esto ―Veronica gira en su silla y se mueve hacia la pantalla―, me rompe
el corazón, Brett.
―El mío también. ―Brett está de acuerdo―. Este anuncio de Craigslist fue
publicado hace cuatro días y se ha extendido entre los medios sociales como un
reguero de pólvora. This World, This Morning está trabajando diligentemente para
localizar al autor de este anuncio porque nos gustaría más que nada encontrar a su
padre.
―Así es ―interviene Veronica―. De modo que si alguno de ustedes conoce a
esta joven chica o a un Paul James que es conocido con el nombre de Epic, vaya a
nuestro sitio web y m{ndenos un correo electrónico. Y, Neena< ―Encogiéndome,
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escucho que Veronica dice el nombre de mi hija, su tono lleno de intención―. Si
estás viendo esto, nos encantaría tenerte en el programa.
Golpeando el botón de apagado, me giro con la intención de entrar como un
relámpago en la habitación de Neena y darle la paliza verbal de su vida, pero me
resbalo en el café que se me cayó dos minutos antes, aterrizando duro sobre mi
culo.
Con un gemido, me muevo lentamente sobre mis rodillas, tratando de
levantarme, pero parece que no puedo completar la tarea. No hago ecos de felices
para siempre dentro de mí. Incluso el recuerdo de esas palabras es como un
puñetazo en el estómago. De la nada, un sollozo se propaga hacia arriba y se libera
de mi pecho. ¿Cómo pudo hacer esto? ¿Y por qué no me preguntó primero? Mi
cuerpo se sacude a medida que continuo llorando, las imágenes parpadean a
través de mi mente como un canal de televisión con mala recepción; rápida y no lo
suficiente como para comprender realmente. Lo cual es Paul perfectamente. Tú
sólo consigues probarlo y nunca es suficiente.
Casi salto fuera de mi piel cuando alguien toca ligeramente mi hombro.
Cuando levanto de un tirón mi mirada, los ojos rojos e hinchados de Neena se
encuentran con los míos mientras pone sus rodillas en el suelo cerca de mí.
―No ―gimoteo―. El suelo está pegajoso y conseguirás que se moje tu
pijama. Por favor, busca piezas de mi taza. La rompí. ―Señalo donde está la taza
frente a nosotras.
Me ignora y se desliza más cerca.
―Lo siento, mamá ―gime, después de un momento. Me olvido del café y tiro
de ella, abrazándola fuertemente. Estoy enojada, enojada como el infierno. Pero no
puedo verla deshacerse, no ahora, no cuando hay tan poco tiempo―. No sabía que
lo pusieron en un programa de televisión.
―Lo sé, cariño. Pero ahora está ahí. Ellos lo encontrarán.
Apartándose, se limpia la nariz con el antebrazo.
―Pero eso es una buena cosa.
Exhalo lentamente mientras me levanto, luego me inclino y la ayudo a
ponerse de pie. No tengo forma de explicar que no es bueno si lo encuentran. Es
una niña con esperanza con la idea romántica de que su padre biológico se reunirá
con ella y se enamorará. Eso es muy poco probable, y lo último que necesita es
tener a un padre que la rechace en la televisión nacional.
No hago lo de bebés y vallas blancas.
Solo he querido protegerla. Pero tal vez no puedo protegerla más. Es
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inteligente y amorosa, y muy curiosa. Y cuando se trata de Paul, es mejor mantener
la mayoría de las cosas en la oscuridad.
―Sé que él tal vez no quiera encontrarse conmigo ―admite―. Sé que tal vez
no pueda amarme.
La aplasto contra mi pecho en otro abrazo.
―Es imposible no amarte, cariño.
Nos movemos para estar paradas en la cocina y abrazadas.
―Vamos a tratar de encontrarlo. Pero por favor, no te hagas ilusiones. ―No
puedo decirle que ya he intentado, en varias ocasiones, llegar a él. No puedo
decirle que he tomado medidas drásticas en un último esfuerzo para traerlo de
vuelta. Eso solo crearía falsas esperanzas y rompería su corazón si él no aparece.
―No lo haré. Gracias, mamá.
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Capítulo 2
Nunca bebo.
Ha habido menos de un puñado de veces en la vida en que he tenido un mal
día y me vuelvo a una botella para ahogar mis penas. Hoy es uno de esos días.
La luz en la oficina se enciende y hago una mueca de dolor, entrecerrando los
ojos mientras me giro en mi silla de cuero en la oficina, el líquido ámbar en mi vaso
de papel se mueve, aterrizando en los resultados de las pruebas en mi escritorio.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunta Marcus mientras me mira desde la
puerta. Camina con cautela hacia mi escritorio, con expresión de incertidumbre.
Me río al mirar el vaso de papel.
―Estoy bebiendo.
No estoy mirando hacia él, pero puedo sentirlo desinflarse. Toda la esperanza
que lleva dentro de él se funde de su cuerpo, se evapora.
―Mierda ―susurra y mueve la silla de visitas a su derecha. Hecho vistazo a
él mientras sacude la mano, sentado en la misma silla que acaba de aventar.
Apunta a la botella de Hennessy en mi escritorio―. Sírveme uno.
Uso el escritorio como palanca para empujarme de la silla y tropezar al
refrigerador de agua y tomar otro vaso, balanceándome en mi regreso. Dejándome
caer en mi asiento, sirvo su bebida y la deslizo por encima del escritorio. Alzo mi
taza con un agarre sin ceremonias y refunfuño:
―Por la vida cagándose todo, todo.
Marcus toma la taza y cierra los ojos antes de asentir una vez y tomarse su
bebida. Cuando termina, aplasta la taza en su pequeña mano y la arroja a la
papelera.
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―¿Cuánto tiempo tenemos?
La pregunta me alcanza, envolviendo sus dedos fríos e implacables alrededor
de mi garganta, ahogándome con su emoción. Tengo que tragar más de una vez y
parpadear un par de veces para evitar llorar.
―Seis meses. Un año más, si tenemos suerte.
―¿Cómo lo tomó?
―Como siempre. ―Tentativamente, tomo mi bebida tibia, después añado―:
Como un soldado.
Él asiente un par de veces, igual que yo durante la pasada hora, y puedo decir
que está tratando de no perder la cabeza, también.
―Tenemos que hacer que Paul vuelva. Tal vez él sea su par. Sé que es una
posibilidad remota, pero tal vez<
―¿Crees que no he intentado llegar a él para ahora? ―Callo de repente―. Le
envié correos electrónicos, le hice llamadas< nada. No responde. Incluso hice que
Richard lo intentara, pensando que no estaba respondiendo porque era yo. ―Mi
corazón se contrae un poco.
―Entonces solo hay una otra manera de llamar la atención de Paul, obligarlo
a regresar.
―Oh sí. ―Suelto una risita desdeñosa―. ¿Cómo?
―Dinero.
Mis rasgos faciales, una vez ponderados por la desesperación, se animan. La
idea es brillante, y estoy enojada conmigo misma por no haber pensado en eso
antes.
―¿Me puede demandar por eso?
―¿En serio te importa? Cualquier juez con la mitad de un corazón se aliaría
contigo de todos modos.
Es verdad. Miro el reloj, observo que faltan diez para las cinco. Richard
siempre contesta su teléfono antes de las cinco. De pie, voy alrededor del escritorio
con paso inseguro, los efectos de mi consumo de alcohol de la noche me están
alcanzando, y caigo de rodillas delante de Marcus por lo que estamos a nivel del
ojo.
―Oh, mierda. No me abraces ―refunfuña.
Tirando de él a mí, le susurro:
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―Oh, cállate, y sigamos. ―Aprieto, levantándolo del suelo. Marcus de
apenas noventa centímetros de altura, sufre de acondroplasia, una forma de
enanismo que afecta el crecimiento de los huesos. Lo que le falta en altura sin duda
lo compensa con personalidad. Nunca he conocido a una persona más colorida en
toda mi vida.
Inclinándome hacia atrás y sentándome sobre los talones, limpio las lágrimas
frescas de mi cara.
―¿Crees que funcionará? ¿Crees que volverá?
―Por supuesto que lo hará ―insiste Marcus, agarrando un pañuelo de la caja
en mi escritorio y entregándomelo―. Necesita dinero para financiar su viaje.
―No se lo digas a Neena, ¿de acuerdo? No podría soportar que supiera que
estuvo aquí y no quiso encontrarse con ella. La aplastaría.
―Sé que no tiene el mejor historial, Clara, pero no es del todo malo.
―Asiento una vez, no porque esté de acuerdo; más bien lo contrario. Estoy
totalmente en desacuerdo. Paul James es uno de los hombres más egoístas que he
conocido. Pero Marcus y yo, aunque estamos de acuerdo en muchas cosas, siempre
parecemos chocar a tope nuestras cabezas sobre éste tema―. Una vez pensaste que
era un idiota. Míranos ahora.
―Todavía pienso que eres un idiota ―bromeo―. Solo que eres uno adorable.
―Resopla y me río a través de mis lágrimas.
―Si podemos traerlo a casa, ayudará ―reitera.
―Espero que tengas razón. ―Me levanto y cepillo mi falda―. Pero, por
favor, ni una palabra a Neena ―reitero.
―Ni una palabra ―promete―. No quiero que te hagas ilusiones, sin
embargo, Clara. Puede que no sean compatibles.
Respiro profundamente, tragando el nudo en mi garganta. Sé que tiene razón.
Hay una posibilidad muy fuerte de que Paul no esté a la altura de Neena y todo
esto sea en vano. Pero tenemos que intentarlo. Tenemos que hacerlo. Una bocina
suena desde fuera.
―Ese es mi taxi. Me voy a casa. Llamaré a Richard en el camino.
―Dale un beso a Neena por mí. ―Me hace señas―. Cerraré.
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Capítulo 3
Saldo de la cuenta: $1.425,00
Entrecierro mis ojos, no estoy seguro de estar leyendo bien. Síp.
Definitivamente estoy leyendo bien. ¿Qué carajo? Debería haber miles más en esta
cuenta. Al hacer clic en la pestaña de depósitos, veo que el último depósito directo
fue hace poco más de tres meses. El depósito trimestral debería haberse hecho hace
semanas.
―Hijo de puta ―gruño. Va a costarme una fortuna, pero no tengo otra
opción. Saco mi celular y marco a mi abogado, Richard Mateo.
Suena una vez y atiende.
―Paul ―dice mi nombre claramente.
―Richard ―grito―. ¿Has estado esperando mi llamada? ―Nunca he sido de
los saludos respetuosos, especialmente por teléfono, y no voy a comenzar ahora.
―De hecho, lo hago ―admite.
―Me conecté a mi cuenta bancaria y encontré que el depósito trimestral no se
ha hecho.
―Bueno, Paul, te he llamado varias veces, pero siempre va directamente al
correo de voz. Y el correo de voz está lleno. También te he enviado correos
electrónicos. ―Aprieto el teléfono con más fuerza. Nunca reviso mi correo
electrónico, y detesto los correos de voz.
―¿Dónde está mi dinero? ―gruñó, mi temperamento ardiendo. Una pequeña
mujer joven me mira, mi tono debe haber atraído su atención, pero rápidamente
mira hacia otro lado, cuando le doy una mirada que dice: “Métete en tus propios
malditos asuntos”.
―El acuerdo contempla una reunión anual una vez al año. La señora
Bateman está reteniendo tus fondos hasta que la reunión sea realizada.
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―¿Qué? ―Me río porque es la cosa más ridícula que he oído―. ¿Por qué
diablos está eso en el contrato?
―Porque no era consciente de que sería un problema. Me diste el poder y
tomé las decisiones que pensé que mejor te beneficiarían.
―¿Cómo me va a beneficiar una reunión anual?
―Porque deberías querer saber cómo lo está haciendo tu negocio ―responde,
haciéndome sentir como un idiota. Debería estar revisando el negocio. Es mitad
mío. Pero revisar el negocio significaría verla―. Ella quiere que vuelvas a casa,
Paul. Quiere una reunión.
―Ni siquiera hemos tenido una reunión anual ―argumento, apretando mi
puño.
―Está en tu contrato.
―Han pasado más de doce años desde que el contrato fue firmado, Richard y
nosotros no hemos tenido ni una reunión anual ―señalo de nuevo―. ¿Ella puede
legalmente retener el dinero?
―Bueno< tal vez no legalmente. Pero no puedes luchar contra ella contra
ello sin ir a casa y llevarla a los tribunales. Solo ve a la reunión. Ella te pagará.
Luego, puedes volver a corretear alrededor de todo el mundo.
Ni siquiera me molesto en responder. Golpeo finalizar en la llamada, lo apago
y lo vuelvo a meter en el bolsillo. Esto suena igual que Clara. Siempre jugando su
mano y buscando el poder en nuestro acuerdo. La excavadora. Si no puede
conseguir lo que quiere, correrá sobre ti. No puedo imaginar por qué diablos
quiere que vuelva a casa ahora, después de todos estos años. Estaba seguro que el
primer año que me había ido, ella llegaría hasta mí, pidiéndome que regrese, pero
no hubo nada. Su vida siguió como si yo nunca hubiera existido en ella.
Inicio sesión en Hotwire para encontrar la tarifa más barata que puedo,
maldigo la situación.
Casa.
Tengo que ir a casa.
Ella.
Tengo que hacerle frente a ella.
Las dos cosas de las que he estado escapando. Si ella piensa que nuestra
reunión será placentera y profesional, tiene otra cosa viniendo. Voy a asegurarme
que nunca pida otra reunión anual de mierda de nuevo.
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Capítulo 4
―Apágala, Neena ―le advierto mientras reviso una pila de papeles en mi
escritorio.
―No está prendido ―miente. Levantando la mirada, encuentro la lente de su
cámara de vídeo a quince centímetros de mi cara.
―¿Así que estás sosteniéndola en mi rostro sin razón?
―Eh, ajá.
―Ve a filmar a Marcus ―me quejo.
―Se está preparando.
―Maldita sea ―murmuro―. ¿Qué día es hoy?
Neena hace una mueca tan amplia que no tengo ni siquiera que mirarla para
verla; puedo sentirla.
―Quince.
Empujando los papeles en un folder y arrojándolo a un lado, tomo el rostro
de Neena en mis manos y aprieto los labios en su frente. Exhalando un suspiro de
alivio por la nariz porque no tiene fiebre, murmuro:
―Te ves cansada, nena.
―Estoy cansada ―admite.
―Descansa un poco< por favor. Después de que los chicos se vayan a su
primer salto, te despertaré e iremos a buscar algo de comer.
―Bien ―resopla débilmente, rascándose el cuero cabelludo, la bufanda
púrpura que cubre su cabeza calva se mueve atrás y adelante mientras lo hace.
No quiere acostarse, pero es nuestra rutina diaria, y sabe que la regañaré si no
la hace. La esquina de mi oficina está adornada con una sola cama cubierta con un
edredón de felpa, y almohadas neón. Las paredes que la rodean están cubiertas con
carteles de la banda favorita de Neena; Masters of the V. Por desgracia, mi trabajo
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no me permite el lujo de cuidar a mi hija enferma. Tengo que trabajar, algo de lo
que me siento terriblemente culpable. Pero Neena insiste en que prefiere estar aquí
en la oficina conmigo y Marcus y los chicos que en su habitación. Su diagnóstico es
triste pero me prometí dos cosas. Una: nunca darme por vencida. Voy a luchar
para salvarla hasta el final. Dos: a tratar de ser cada día tan feliz como me sea
posible para ella, por si< en caso de que perdamos. Después de que se acuesta y
enciende su iPad para poder ver una película en Netflix, la beso una vez más,
agarro mi taza de café de viaje, y apago la luz de la oficina, cerrando la puerta para
no hacer ruido. Al pasar por la sala de almacenamiento donde guardamos los
monos, veo a Marcus abotonarse el traje a medida. Le doy una mirada significativa
y él se encoge de hombros, dándome una mirada significativa también.
―Tres veces al mes. Ese fue el trato.
―Vas a conseguir que nos demanden un día, ¿sabes?
―No. ―Se ríe―. Todo es por diversión.
―Déjame al menos sus tarjetas de crédito antes de salir.
Él levanta sus brillantes ojos azules para encontrarse con mi mirada, su
mirada llena de alegría y guiños. Vive estos tres días al mes cuando le permito ser
bromista. La comisura de su boca se levanta en una ligera sonrisa.
―Por supuesto.
Moviéndose hacia delante, volteo la señal de ABIERTO y desbloqueo la
puerta del frente. Sorbiendo mi café, compruebo para asegurarme de que los
formularios de exención están en el portapapeles y un montón de plumas se
encuentran en la taza en el centro de la mesa. El timbre suena y Larry y Bowman
entran, ambos riendo.
―Buenos días, jefa ―llama Larry.
―Buenos días, Clara ―sigue Bowman.
―Buenos días muchachos. Marcus se encuentra en la parte posterior
preparándose, así que será mejor que se preparen ustedes mismos o se molestará.
―Oh, mierda. ―Se ríe Bowman―. Es quince.
Bowman y Larry son ex militares, ambos paracaidistas durante su tiempo de
servicio. Son mis saltadores más fiables y altamente capacitados. No son baratos
tampoco, pero aparte de su experiencia ambos son extremadamente atractivos y mi
clientela femenina va hacia ellos como moscas a la mierda. Larry es el clásico Tom
Cruise, con el cabello y los ojos oscuros, y Bowman es un semental de ojos azules
con una sonrisa que debilita las rodillas. Dado que el boca en boca es mi mejor
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publicidad, les pago una comisión fuerte y coquetean como asnos estafadores con
cualquier cosa con pechos.
―¿Cuántos hoy? ―pregunta Larry a medida que pasan junto a mí.
―Veinticinco.
―Sí ―coquetea Bowman―, día perfecto para saltar, también.
Diez minutos más tarde, los dos primeros saltadores entran; un tipo grande y
una pequeña morena. Siempre es un misterio a quién escogerá Marcus en estas
situaciones. Nunca lo sé, porque en realidad no hay orden ni concierto en su
elección.
―¿Bradley? ―pregunta.
―Ese soy yo ―responde el tipo grande.
Les doy el saludo formal y les entrego todos sus formatos a llenar y firmar,
básicamente indicándoles que no nos pueden demandar si se lastiman, ni sus
familias pueden demandar si algo les pasa. Después de que les ofrezco café,
Bradley me entrega su tarjeta de crédito para pagar sus saltos. Mientras me volteo
dejándolos con su papeleo y paso la tarjeta, la puerta suena, lo que me hace darme
la vuelta.
Mi corazón cae al suelo y respiro profundamente mientras los recuerdos de lo
que parece hace toda una vida atrás chocan sobre mí.
No tuve mi felices para siempre.
Él está aquí.
Paul ha vuelto a casa.
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Capítulo 5
―No entiendo ―repetí por milésima vez―. ¿Me está dejando su negocio?
El señor Mateo se inclinó hacia atrás mientras se quitaba sus lentes y los
dejaba sobre el escritorio.
―La mitad de su negocio. La otra mitad se la está dejando a su sobrino. Paul,
el sobrino del señor Falco ―explicó―, está interesado en comprar su mitad.
―¿Es un negocio de paracaidismo? ―pregunté. Ya me había dicho esto,
repetidamente, pero por alguna razón no podía comprender la idea del todo. El
hecho de que estuviera siquiera sentada en esta oficina era alucinante, por no
hablar de que aparentemente estaba heredando su negocio de paracaidismo. La
ansiedad era suficiente para sofocarme. Mis manos estaban entrelazadas en mi
regazo, mis nudillos estaban blancos de apretar tan fuerte.
―Es correcto, señora Bateman. Uno muy prominente en el área. El señor
Falco era un gran hombre de negocios.
―Que maravilloso por él ―me burlé, apretando las manos con fuerza. Me
odiaba por siquiera estar aquí. ¿Dennis Falco de verdad creía que al dejarme la
mitad de su negocio de alguna manera estaría absuelto de la horrible cosa que me
hizo? ¿Creía que simplemente lo iba a perdonar?
El señor Mateo se enderezó, su elegante silla de escritorio de cuero chilló
cuando movió su peso, y abrió la carpeta frente a él. Después de ponerse de nuevo
los lentes, tomó un sobre y lo deslizó por el escritorio hasta mí.
―Pidió que recibiera esta carta.
¿Una carta? ¿Qué podría querer decirme este hombre? ¿Lamento lo que hice?
¿Lamento haber arruinado tu vida? Miré el sobre de tamaño estándar, debatiendo
si debería dejarlo o no. ¿No sería ese el último gesto con el dedo medio para
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Dennis Falco? Luego el señor Mateo tomó lo que parecía un folleto y lo colocó al
lado del sobre. Con duda, tomé el folleto y lo leí.
El folleto estaba cubierto con fotos de lo que parecían clientes en sus trajes,
con fotos tomadas mientras estaban en el aire. Abriéndolo, en el centro estaba una
foto de un hombre de complexión bronceada, italiano tal vez, con grandes ojos
marrones y la sonrisa más hermosa que había visto jamás. Parecía que tuviera cien
dientes perfectamente acomodados. Definitivamente había tenido frenos en algún
punto de su vida; los dientes era una especialidad mía. Y tenía los hoyuelos más
bonitos; como si ya no fuera lo suficientemente hermoso.
Sobre su foto estaba escrito en negrita: CONOCE A EPIC, DOBLE DE
RIESGO EXTRAORDINARIO.
―Ese es Paul James. Es tu socio ―dijo el señor Mateo.
―¿Lo llaman “Epic”?
―Fue un doble de riesgo de película hasta que se lesionó. Eso fue hace unos
años. Es una especie de atracción para el negocio.
Dirigiendo mi mirada de nuevo hacia el sobre, continué debatiéndome si
debería tomarlo o no.
―¿Su sobrino sabe de esto? ¿Sobre qué él me dejó la mitad?
―Sabe que la mitad del negocio fue dejada a alguien, pero no sabe a quién.
―Eso es< surreal ―dije.
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El señor Mateo me sonrió con tristeza.
―El negocio es muy práctico. El señor Falco saltó casi cada día hasta que se
puso muy mal para hacerlo. Su sobrino, Paul, también salta a diario. Aunque el
negocio es exitoso y rentable, su mitad solo se vendería por cuarenta o cincuenta
mil a juzgar por los números que me han sido dados.
―¿Cuánto tiempo tengo?
―Treinta días. Si en treinta días usted no ha tomado posesión será vendido a
Paul y a usted se le pagará el valor de su mitad. Lamento finalizar esta breve
reunión, pero tengo una cita cruzando la ciudad, sin embargo aquí está mi tarjeta.
―Deslizó la pequeña tarjeta al lado del sobre y se puso de pie―. Si tiene alguna
pregunta, por favor siéntase libre de contactarme.
Un entumecimiento me cubrió mientras tomaba el sobre y la tarjeta y los
metía en mi bolso. El hombre que mató a mis padres, quien me robó una hermosa
infancia con mi madre y mi padre, me dejó la mitad de su negocio de
paracaidismo. Esta es la clase de mierda que no se puede compensar.
Después de dejar la oficina del señor Mateo regresé a mi cuarto de hotel,
sintiéndome completamente desmoralizada. Había acabado de llegar a Virginia el
día anterior y ya lo odiaba. Hacían veintinueve grados cuando aterricé y hoy
hacían cinco. Mis alergias estaban enloqueciendo, y sentía como si alguien me
hubiera pateado en la cara.
Después de quitarme el pantalón de vestir y tacones, me puse mi sudadera
favorita y me recosté en la cama. Miré mi celular y suspiré. Ningún mensaje nuevo.
Kurt debió haber tenido otro día caótico, pero le marqué de todos modos, sabiendo
que probablemente estaría interesado en saber lo que el abogado tenía para
decirme.
―Cariño ―respondió Kurt.
―Hola ―solté, sorprendida de que respondiera al primer tono.
―¿Cómo fue el día?
―Bien. ―Suspiré―. Aparentemente soy la orgullosa dueña de medio
negocio de paracaidismo.
Silencio.
―¿Kurt? ¿Estás ahí?
―¿Paracaidismo? ―preguntó.
Rodé sobre mi costado y dejé salir un largo suspiro. Parecía estar haciéndolo
mucho últimamente.
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―Sí. Me dejó la mitad de su negocio de paracaidismo.
―¿Por qué?
―No lo sé ―admití, dejando que mi mirada se dirigiera al bolso―. Me
pregunto si es su forma de decir que lo siente. ―Me detuve y miré mi bolso de
nuevo, donde la carta del señor Mateo permanecía―. Me dejó una carta.
―¿Qué dice?
―No la he abierto. No estoy segura de que quiera.
―Bebé ―dijo Kurt su apodo cariñoso para mí, la lástima prevalecía en su
tono―. ¿Estás bien?
Lamiéndome los labios, inhalé profundamente y asentí un par de veces antes
de responder. Sé que no podía verme, pero supongo que estaba confirmándolo
conmigo primero. Estoy bien. Estaré bien.
―Sí. Es solo< difícil, supongo.
―Lamento no haber estado ahí. Las cosas han estado ajetreadas en el trabajo.
―Lo sé ―le aseguré, incluso aunque de verdad deseé que hubiera venido
conmigo―. Estoy bien. Tengo que decidir qué haré en treinta días o
automáticamente venderán mi mitad y me darán el dinero.
Terminé de contarle a Kurt lo que el abogado dijo. También le conté sobre el
hombre mejor conocido como Epic.
―¿Qué vas a hacer? ―preguntó.
―¿Está mal que quiera venderla y quemar el dinero?
Se rió, el sonido profundo y reconfortante, calentando mi corazón.
―Creo que podríamos encontrar un mejor uso para ese dinero. Incluso si solo
lo donas a la caridad o algo así.
Me mordí los labios, preguntándome si debería decir lo que de verdad quería
hacer con el dinero. La última vez que se lo dije a Kurt entró en pánico por el
pensamiento.
―Podríamos usarlo para tener un bebé.
―Clara ―se quejó―. Ya hemos hablado de esto un millón de veces. ―Puse
los ojos en blanco por sus palabras.
―Era solo una idea ―respondí, mi molestia claramente obvia.
―Clara< simplemente no puedo pasar por eso de nuevo. Ahora no es el
momento.
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―Solo lo intentamos un año. El doctor dijo que ver un especialista en
fertilidad ayudaría.
―No puedo volver al sexo robótico. Estás tan concentrada en eso que
literalmente se volvió en sexo por obligación cuando estabas ovulando. No había<
pasión. No puedo soportarte viviendo en la depresión cada vez que llega tu
periodo. Lo siento. Sé que sueno como un imbécil, pero con la forma en que han
pasado las cosas entre nosotros, solo pienso< que tal vez debemos esperar. O< tal
vez no estamos destinados a tener un bebé.
En ese momento, mis ojos ardieron con lágrimas. Mi cuerpo me falló. No
podía hacer la única cosa que las mujeres podían hacer. Y cuando no pudo, me
volví loca intentando hacer que sucediera, y casi perdí mi matrimonio en el
proceso. El sexo no fue sobre la intimidad o estar cerca; fue sobre embarazarse.
Tomaba mi temperatura todas las mañanas. Le hice prometerle que no se
masturbaría cerca de mi ciclo ovular. Y lo obligué a usar ropa interior clásica en
lugar de bóxer. Incluso la acupuntura falló. Finalmente, después de un año sin
éxito, cuando mi doctor dijo que deberíamos ver a un especialista, Kurt se hartó.
En mi obsesión me olvidé de él; como amarlo y hacerlo sentir querido.
―Pensé que estábamos mejor ―añadí después de un segundo. Cuando vino
a mí y me dijo que era miserable, que me amaba, pero que no podía soportar más
ese estrés, había cedido. De mala gana dejé a un lado lo de tener un bebé para
salvar mi matrimonio. Fuimos a terapia de pareja y ambos trabajamos para
reavivar nuestra vida sexual juntos. Aunque con el tiempo y con una mejor
disposición mental; una más sana, tal vez podríamos intentarlo después de un
tiempo. Pero él simplemente no hablaba del tema.
―Así es ―estuvo de acuerdo―, pero creo que necesitamos más tiempo.
―¿Cuánto más? ―pregunté.
―Clara ―dijo mi nombre con tensión. Como si fuera una niña―. Ya terminé
de hablar de esto. Es tu dinero, haz lo que quieras con él, pero no te lo gastes
planeando un bebé en algún momento cercano porque no es mi plan.
Fruncí el ceño, mi corazón se hundió más en mi pecho.
―Bien ―murmuré―. Tengo que irme.
―No cuelgues molesta conmigo.
―No estoy molesta ―mentí―. Solo cansada. Te llamaré mañana.
―¿Cuánto tiempo te dio el señor Shelton?
―Dijo que podía quedarme hasta el lunes si quería.
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―¿Al menos vas a ir a mirar el lugar antes de decirles que quieres vender tu
parte?
―No lo sé. Supongo que debería. Te contaré mañana. ―Sabía que estaba
siendo cortante con él, pero no podía evitarlo.
―Te amo ―murmuró.
―También te amo.
Después de colgar la llamada, arrojé mi teléfono lejos de mí, hasta los pies de
la cama como si al hacerlo estuviera de alguna forma lastimando a Kurt.
Sentándome, tomé mi bolso y rebusqué dentro. Saqué el sobre y el folleto y
coloqué el sobre encima de mi mesa de noche. No estaba lista para leerlo todavía.
Abriendo el folleto, lo leí una vez más, encontrando dos errores de gramática.
Aparentemente saltar de aviones no requiere buena gramática. ¿Cómo podían
entregar estas cosas así? Se veía completamente poco profesional. Golpeteé un
dedo en mi pierna mientras miraba mi teléfono. No podía negar que tenía
curiosidad. La razón por la que se me dejó este negocio no era buena, pero no
todos los días una chica heredaba medio negocio de paracaidismo. Tal vez debería
ir a verlo. ¿En qué podría lastimar? Podría superar mi miedo a las alturas y saltar.
Probablemente. Tal vez. Esperaba. Cerrando el folleto, encontré el número en la
parte de atrás y marqué.
Sonó cuatro veces y arrugué los labios. ¿Cómo demonios funcionaba este
lugar? En el quinto tono una profunda voz respondió.
―Sky High.
Frunciendo el ceño, dije:
―Mmmm< hola. Me gustaría programar un salto.
―¿Cuándo? ―preguntó con simplicidad. A juzgar por su profunda y altiva
voz, me imaginé algún tipo gigante al otro lado de la línea. Entonces me
pregunté< ¿podría ser Paul James?
―¿Hay algo disponible para mañana?
―Síp. A las nueve de la mañana. Necesito la información de su tarjeta de
crédito para cargar el depósito. Si no viene, nos quedamos con el depósito.
Después de rebuscar en mi bolso, encontré mi billetera y le di mi nombre y el
número de mi tarjeta de crédito.
―Use pantalón y zapatos cómodos; las zapatillas deportivas son mejor.
Llegue veinte minutos antes para llenar el papeleo.
―Bien.
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―Hasta luego. ―La línea se cortó y arrojé el teléfono de nuevo a la cama.
Estaba menos que impresionada por quien sea que estuviera al teléfono. ¿Qué tal
un poco más de amabilidad? Idiota. ¿Cómo demonios estaban consiguiendo
clientes con esas respuestas telefónicas? Tal vez vender era mi mejor apuesta.
Recostándome en la cama, miré al techo, una gran guerra se desarrollaba en
mi interior. Mi vida no estaba ni de cerca donde pensé que estaría. Pensé que
tendría una familia ahora. Pensé que estaría felizmente casada. Pensé< tantas cosas.
Cerrando los ojos, hice la preocupación a un lado, diciéndome que mañana sería
otro día.
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Capítulo 6
13
Estaba en la oficina cuando ella entró, toda frágil de aspecto, y con su cabello
rubio atado en un moño. Era ardiente de una manera sutil. La miraba por encima
del monitor de vídeo mientras sostenía su chaqueta delante de ella y examinaba las
imágenes en la pared. ¿Por qué estaba retorciendo su cara cuando miraba las fotos mías?
Quería asesinar a Marcus por programarla tan temprano. Si hubiéramos tenido a
más de un cliente con el que tratar, habría sido comprensible, pero programar a
una persona para saltar a esta hora, era un desperdicio de dinero y lo más
importante, de mi tiempo. Pero por el lado positivo, esto era una gran oportunidad
para ver a Marcus en acción. He vivido para esta mierda.
Sentado en mi andrajosa silla de oficina, apoyé los pies encima de la mesa y
observé.
No había nadie al frente cuando entré. Decidí esperar unos minutos antes de
llamar en la parte posterior. Al menos, su mal servicio al cliente, me permitió la
oportunidad de revisar un poco el lugar. Sosteniendo mi chaqueta fuertemente en
mi abdomen para ocultar mis manos temblorosas, examiné las fotografías en la
pared. La mayoría estaban torcidas. Varias estaban deformadas en el interior del
marco. Las paredes eran de color blanquecino, con manchas al azar, aquí y allá. El
lugar era una pocilga.
―Señora ―me llamó una voz con acento grave. Cuando me volví, mis cejas se
elevaron en sorpresa temporal, pero rápidamente discipliné todas mis facciones.
Un duende, es un maldito duende< mierda… no se supone llamarlos así. ¿Una
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persona pequeña? Sacudí la cabeza mientras trabajaba duro para no mirarlo
fijamente. No quiero mirar boquiabierta< no es como que pensase menos de él o
algo, porque él era pequeño. Quería mirarlo con respeto, sin embargo no parece
demasiado< molesto. Su espeso, oscuro bigote no se ajustaba exactamente con el
cabello rubio, que llevaba peinado hacia atrás. Llevaba lo que parecía ser un mono,
parecido a lo que se ve en una película como Top Gun, solo que diminuto.
―Um. ―Me aclaré la garganta―. Hola. Soy Clara. ―Bajé mi mano derecha y
la suya pequeña la aceptó, antes de curvarla ligeramente para besarla. ¿Era de
verdad? Él solo había besado mi mano< ¿Qué demonios?
―Mi nombre es Marcello. Seré tu instructor.
Disciplina tus rasgos. Disciplina tus rasgos. ¿Mi instructor? ¿Cómo este hombre,
que era significativamente más pequeño que yo, sería al que estaría atada al saltar
del avión? Mi ritmo cardíaco se multiplicó por diez.
―Ahora, te digo esto ―continuó, hablando inglés chapurreado en su grave
acento―. Yo, el mejor saltador que has visto.
Oh Dios mío. Él está hablando en serio. ¿Se supone que debo saltar de un avión con
él? Mierda.
Mi boca se abrió para protestar, ¿Pero cuáles eran las palabras adecuadas?
¿Cómo podría salir de esta, sin ofenderlo por completo? ¿No te parece que eres un
poco pequeño para mí?, no acababa de sonar bien.
―Ahora, ven aquí. ―Señaló el espacio delante de él, donde ahora estaba de
pie en el centro de la habitación. De mala gana obedecí, mientras me devanaba los
sesos por una salida. ¿Dolor de estómago? Sí, podría decir que los nervios llegaron
a mí< eso debería funcionar.
―Señor, creo que tal vez no estoy preparada para esto. Estoy aterrorizada de
las alturas y no me estoy sintiendo bien de repente. Tal vez voy a venir otro día.
―Ohhhh ―pronunció con una risa profunda mientras quitó mi abrigo de mis
manos y lo arrojó sobre la mesa detrás de él―. Estarás bien, lo prometo. Marcello
nunca perdió a su saltador todavía.
―Pero<
―No hay peros. ―Agitó su pequeño dedo regordete hacia mí―. ¡Hoy,
vivimos! ―Exclamó―. Ahora, ponte esto. ―Él me tiró algo y después de que lo
sacudí, me di cuenta de que era un mono―. Adelante ―insistió Marcello.
Mi cerebro estaba gritando “Huye”, sin embargo mi cuerpo siguió
moviéndose junto con todo, incapaz de detenerse. Puse una pierna por encima de
mi zapato, y luego el otra, hasta que logré poner mis brazos.
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―Ven, déjame ayudarte ―dijo Marcello al tiempo que cogía un taburete de la
barra de la esquina y lo arrastró, poniéndolo delante de mí. Torpemente, intentó
subir, hasta que finalmente, exasperado por el esfuerzo, se dejó caer en el asiento y
me miró.
―¿Te importaría darme una mano aquí, señora?
Sin pensarlo, corrí a ayudarlo, envolviendo mi brazo alrededor de su cintura
y lo eleve hacia arriba. Él era sorprendentemente pesado para su tamaño. Una vez
que estaba de pie en el taburete, peinó su cabello hacia atrás con una mano y se
ajustó el cuello de su traje con la otra.
―Gracias. ―Asintió―. Ahora, es tu turno. ―Comenzó a abotonar mi traje
mientras estábamos cara a cara; conmigo en el suelo, él en el taburete―. Bien.
―Tomó mis hombros y me giró, así mi espalda estaba hacia él―. Cuando estemos
allá arriba en el< ―su fraseología a la deriva―< el< ¿Cómo se llama esa cosa?
―murmuró para sí.
―¿El avión? ―chillé, el pánico ahogándome.
―Aw, eso, sí, el avión. Soy tan estúpido. ―Se rió―. Cuando estemos allá
arriba, iré detrás de ti y comenzaré a engancharnos juntos.
―¿No estaremos enganchados juntos antes de entrar en el avión?
―Oh no. ―Se rió con altivez―. Eso sería incómodo. Eres una bella dama< lo
haría siendo un hombre< como tú dices< difícil.
Mi boca se abrió, pero él continuó, en voz alta, impidiéndome expresar mi
objeción.
―Ahora, señora, sé que dices que estás nerviosa, pero he hecho esto muchas
veces.
―¿Cuántas veces? ―pregunté, di la vuelta para mirarlo.
―Oh, muchas ―me aseguró con una sonrisa brillante―. Por lo menos dos
veces.
―¿Qué? ―grité. Eso fue todo. Ya lo había hecho. Ya no podía fingir más, por
el motivo de posiblemente no ofenderlo. Una campana desde la parte posterior,
sonaba altísimo y Marcello sacudió sus manos.
―¿Me ayudas, por favor? ―preguntó―. Apagaré la alarma.
Envolvió sus cortos brazos alrededor de mi cuello y lo levanté del taburete,
colocándolo sobre sus pies en el suelo.
―Espera aquí. Vuelvo. ―Él corrió por el pasillo hacia la parte posterior en
una habitación y unos segundos más tarde la alarma se apagó. Mi pecho
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encogiéndose con ansiedad. Todo va a estar bien, Clara, me dije. Me quedé mirando
al frente, las manos en puños a los lados, y me dije para solo marcharme. ¿Y qué si
toman el depósito? No había manera de que pudiera saltar de un avión con ese
pequeño hombre. A la cuenta de tres. Uno, dos...
―Vuelvo por ti, señora ―dijo Marcello mientras regresó por el pasillo.
Cargaba algo pesado detrás de él, pesaba tanto que se detuvo cada pocos
segundos para ajustar su agarre. Ah, mierda. Finalmente, puso un buen agarre en el
elemento gigante y vino hacia mí, la cosa que estaba arrastrando dando tumbos
detrás de él. Cuando llegó, dejó caer las correas y puso las manos en sus caderas,
trabajando duro para recuperar el aliento.
―¿Qué es eso? ―pregunté, señalando sobre lo que arrastró.
Dejando escapar un largo suspiro, se dio la vuelta, con las manos todavía en
las caderas, y en su profundo acento respondió:
―Eso es el paracaídas.
Mis ojos se sentían como si estuvieran a punto de sobresalir fuera de mis
orbitas. Había tenido suficiente. Esto terminó. Frenéticamente, desabroché mi traje
y empecé a quitármelo. No podía salir lo suficientemente rápido.
―¿Qué pasa, señora?
―Lo siento, pero creo que voy a tener que volver otro día ―gruñí mientras
luchaba por conseguir sacar el traje sobre mis zapatillas de deporte.
―Está bien, Marcus ―dijo otra voz, causando que sacudiese la cabeza en
alto―. Creo que has ido demasiado lejos. ―Y allí estaba él. Paul James en carne y
hueso. Viéndose más guapo en persona que en sus imágenes.
―Ellos nunca llegan tan lejos. Ella es una verdadera joya. ―El hombre cuyo
nombre era aparentemente Marcus rió en voz no muy acentuada, y su pequeño
pero varonil rostro se iluminó con una sonrisa. De hecho, reconocí su voz. Él era el
chico que respondió el teléfono el día anterior. Me había imaginado un gigante en
el otro extremo de la línea, ciertamente no a “Marcello”, o a Marcus, o a
quienquiera que fuese.
Me quedé mirándolos fijamente, todavía tratando de entender lo que estaba
sucediendo. No era un idiota. Al parecer, el pequeño hombre me había jugado una
broma, pero eso no podía ser, ¿verdad? Este era un negocio, por el amor de Dios.
No haces cosas así a tu clientela.
Paul miró a su portapapeles y levantó una página, aparentemente leyendo
sobre algo, pero podía ver desde donde estaba, que era solo una hoja en blanco de
papel de la impresora.
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―Est{s<
―Severamente molesta ―respondí con sarcasmo―. ¿Crees que esto es
gracioso? ―pregunté, mirando directamente a Marcus.
Su cabeza se echó hacia atrás ligeramente. ¿Era yo la primera persona en
enfrentarme a él sobre sus “chistes”?
―Sí ―resopló―. En realidad, lo creo.
Dando un paso hacia él, miré hacia abajo, mi mirada ardiendo en la suya.
―Dime, pequeño hombre, ¿te gusta utilizar tu baja estatura como una muleta
para que la gente pueda identificarse contigo? ¿O el ser siempre desafiado
verticalmente te da un pase libre para comportarte como un enorme payaso?
Miró hacia mí.
―¿Disculpe? ¿Verticalmente desafiado?
―Oh. ―Aspiré―. Por favor, comprende que cualquier empatía o norma
políticamente correcta que mantuve hace un minuto atrás, se ha ido. Eres un
pequeño pedazo de mierda que piensas que es gracioso bromear con los clientes
confiados que están probablemente ya nerviosos como el infierno, haciéndoles
pensar que están haciendo paracaidismo en tándem con un hombre demasiado
pequeño para hacerlo. ¿Qué diablos está pasando contigo? ―Cruzando sus brazos,
inhalo profundamente.
―He tenido una vida de chistes actuando sobre mí, señora. Creo que la gente
común-y-corriente puede manejar unos minutos del mismo.
―Bueno, suponiendo que esas personas eran medianas, altas, o bajas, todavía
eres un idiota ―dije sin rodeos. Mirando hacia arriba a Paul, le dije―: ¿Y tú eres el
propietario, supongo?
―Ese sería yo ―confirmó.
―¿Tolerarás esto?
―La vida es demasiado corta, señora. Aligéralo. Fue solo una broma. Te diré
que ―habló en voz baja―. Saltas de forma gratuita hoy.
Bajé la cabeza, tratando de calmarme. Este era el negocio más mal manejado,
que jamás había visto. ¿Tenían a los empleados gastando bromas a los clientes, sin
modo de portarse en absoluto, nadie para saludar a la gente cuando entraban, y
ahora estaban ofreciendo un salto gratis por ofenderme?
―Claro ―estuve de acuerdo, mis ojos amplios, indicando mi molestia―.
Hagamos esto.
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Capítulo 7
No había dicho una sola palabra desde que dejamos la oficina. Condujimos
por separado al aeródromo. Cada vez que hablaba con ella, simplemente asentía en
reconocimiento. Incluso cuando subimos al avión y le presenté a Sap, nuestro
piloto, ni siquiera lo saludó. Mierda, seguro estaba muy dolida. Quiero decir,
seguro era un bombón, pero tenía un aire en ella que no me gustaba mucho, como
si fuera mucho mejor que yo. Lo que sea. Claramente tenía un palo en su culo y le
faltaba sentido del humor. No era la primera en enfadarse por una pequeña broma
de Marcus, pero normalmente estaban riéndose poco después que se relajaran.
Pero no esta mujer; diablos, no. Ni siquiera podía conseguir una sonrisa de ella.
Mientras despegábamos, no podía esperar a acabar con esta mierda, y
regresarla a su camino. Cuando llegamos a los 1200 metros de altura, me puse de
pie y le grité que hiciera lo mismo. Mientras nos abrochaba juntos, pude sentir
cuán tenso y rígido estaba su cuerpo. Estaba totalmente asustada. Dado que el día
fue un fiasco y dudé que nos diera buenas críticas o nos trajera algún negocio
nuevo, decidí divertirme< a su costa, por supuesto.
Inclinándome, puse mi boca cerca de su oreja para que pudiera oírme. Me
detuve por un momento, sin estar seguro de porqué estaba tan aturdido por su
aroma. Olía a lino limpio; como cuando mi abuela colgaba mi ropa en las cuerdas
en un día caluroso de verano. Siempre he amado ese olor, tan puro y fresco.
―¿Estás asustada o algo? ―logré gritar sobre el ruido.
Sacudió su cabeza mientras sus ojos se cerraban con fuerza. Oh sí, estaba
aterrada.
―Bueno, yo lo estoy ―confesé falsamente, escondiendo la sonrisa detrás de
una seria fachada. Me observó por encima de su hombro con una gran mirada
cuestionadora―. Nunca sabes lo que puede pasar ―continué cuando supe que
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tenía toda su atención―. Quiero decir< el paracaídas podría fallar al abrirse.
Podría tener un infarto en medio del aire. Podríamos aterrizar mal y rompernos las
piernas. Nunca se sabe. ―La miré pensativo.
Giró su cabeza hacia delante y la sentí inhalar mientras su espalda se
empujaba contra mi pecho. Sonriendo para mis adentros, revisé las hebillas una
vez más y me puse el casco. Siempre hay riesgos envueltos en un salto, pero sabía
que estábamos seguros. Sólo quería bromear con ella una vez más.
―Bien, voy a abrir la puerta y quiero que saques tus pies a esa escalera de
ahí, las manos van aquí. ―Cogiendo sus manos, las puse encima de las correas en
su hombro―. Cuando te lo diga, vas a empujarte de la plataforma y mantén tus
manos ahí hasta que te diga que lo dejes ir. Tus piernas tienen que estar entre las
mías y<
―No puedo hacerlo ―soltó mientras empujaba atrás, lejos de la puerta.
Mientras empujaba, dolor subió por mi espalda mientras luchaba para impedir que
nos hiciera caer.
―Cálmate ―gruñí―. Todo está bien. ―Reina del drama.
―No puedo hacerlo ―insistió, el pánico en cada una de sus palabras.
―Prometo que<
―Jodidamente no voy a saltar ―siseó, interrumpiéndome. Elevando mis
manos arriba, empecé a desabrocharla.
―No vamos a saltar, Sap. Llévanos abajo ―grité por encima del ruido del
motor. Una vez que estuvo libre de mí, se sentó, empujando las rodillas a su pecho
y mirando hacia la nada. Qué jodido desperdicio de día. El jodido salto era gratis.
Vamos, mujer.
Cuando aterrizamos, salió del avión, se quitó el traje y lo dejó arrugado en el
suelo. Aparentemente también era un sirviente. Mientras iba a su auto, ni siquiera
se molestó en decir adiós o gracias o jódete. Simplemente se fue.
―Odio verla irse, pero amo verla irse ―murmuró Sap
Mirándole, sonreí.
―Eres un sucio hombre viejo, Sap.
Sonrió de vuelta, formándose las arrugas alrededor de sus ojos.
―Me han llamado peores cosas. ―Mientras Clara cerraba con fuerza la
puerta de su auto y encendía el motor, señalé―: Te comería vivo.
―No ―contradijo Sap―. Una mujer como ella sólo necesita un hombre que
aprecie su espíritu.
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―¿Es “espíritu” una palabra clave para idiota?
Resopló riendo.
―A veces les gusta dejar las riendas.
―Sap. ―Reí―. ¿De qué demonios estás hablando, viejo?
Me palmeó en la espalda, sacándome el aire,
―Necesita gobernar el mundo, chico, pero precisa de un hombre que la
pueda gobernar.
Resoplé. Cuán equivocado estaba.
―Seguramente castraría al hombre que intentase gobernarla.
La boca de Sap mostró una media sonrisa.
―Paul, a pesar de todas las mujeres con las que has estado y todos los
lugares a los que has ido, en serio que no sabes mucho del sexo opuesto.
―Sé lo suficiente ―argumenté mientras desabrochaba mi traje de saltar―. Y
sé que es una puritana que necesita follar. ―La mujer era una completa
aguafiestas.
―Tú ves una puritana. Yo veo una mujer esperando ser liberada.
―¿Oh, sí? ―Reí―. ¿Viste todo eso en quince minutos que estuviste con ella?
―Sí.
―Está bien, Sap. Estaré de vuelta en una hora y te prometo que esta vez
saltaremos.
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Capítulo 8
Sin duda la había tomado por sorpresa al aparecer sin avisar. Parece como si
estuviese viendo a un fantasma
―¿Dónde está el saludo profesional? ―bromeo. Estoy intentando hacerla
enojar, tanto como el anuncio de su estúpida reunión lo hizo conmigo. Mierda.
Aún estoy enojado. Y la Clara que recuerdo pondría los ojos en blanco y me
mandaría a la mierda. Pero no lo hace. Solo se queda mirándome, con su boca
ligeramente abierta. Dos personas, clientes supongo, están sentadas a la mesa de la
esquina haciendo el papeleo, mientras Clara y yo mantenemos contacto visual.
―¿Quién está listo para saltar hoy? ―pregunta un acento profundamente
español.
Un segundo después, Marcus dobla en la esquina, con su cabello peinado
hacia atrás, bigote negro. Su traje de buceo está cubierto de banderas mexicanas y
su diente delantero cubierto de oro. Sacudo la cabeza, sonriendo. Puedo ver que
realmente mejoró su juego desde que me fui. Tan pronto como voltea su cabeza
hacia mí, su sonrisa se desvanece y dirige su mirada hacia Clara.
―Paul ―entona en su voz normal―. Ha pasado mucho tiempo. ―Aclara su
garganta y extiende su mano para estrechar la mía. Miro su mano y frunzo mis
labios.
―No quiero estrechar tu mano. ―La alejo con un golpe y su cabeza se mueve
ligeramente, sorpresa cruzando por su rostro―. ¿Qué demonios es eso? ―Hago
una mueca. Marcus es mi mejor amigo. No nos estrechamos las manos―. Ven y
dame un abrazo, hombre. ―Lo atrapo en un abrazo de oso y lo levanto,
apretándolo.
―Mis costillas ―gime y lo aprieto más fuerte. Cuando lo bajo, su rostro está
tan rojo como un tomate y jadea por aire.
―Te has vuelto un poco débil desde la última vez que te vi, viejo amigo
―bromeo―. Supongo que es la vejez lo que te ha hecho eso.
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―Soy dos años menor que tú ―responde de mal humor―. También soy casi
un metro más bajo que tú y aun así tengo una polla más grande.
―Marcus ―chilla Clara mientras me río.
Volviéndose hacia los dos clientes en la mesa, señala.
―Lo siento. Pero es grande.
―Oh por Dios. ―Clara suspira―. Déjame terminar con Bowman y Larry
aquí. ―Clara se escabulle por el pasillo y Marcus y yo nos movemos al pequeño
sofá en la entrada.
―Sigue muy tensa ―comento mientras nos sentamos.
―Tiene sus razones ―dice Marcus y mis cejas se fruncen. ¿La está
defendiendo? Eso es nuevo. Se odiaban cuando me fui.
―Oh, ¿en serio? ―pregunto sarcásticamente.
―Paul ―dice Marcus, con su mirada fija en la pared―. Te fuiste hace mucho
tiempo.
―Y todavía estaría fuera si ella no me hubiera dejado sin dinero ―agrego.
Marcus resopla y sacude la cabeza.
―Era la única manera para hacer que regresaras a casa.
―¿Y por qué tenía que volver a casa?
Coloca sus pequeñas manos en su rostro y frota unas cuantas veces.
―Porque<
―Marcus ―lo llama Clara, interrumpiéndolo mientras lo mira con los ojos
muy abiertos―. Creo que necesitamos tener lista la camioneta para nuestro salto.
No he saltado en meses y la idea volver a hacerlo, trae una pequeña sonrisa a
mi rostro.
―Tal vez podría saltar, también. ―Me levanto y comienzo a dirigirme a la
parte de atrás, pero justo cuando estoy a punto de pasar a Clara, ella coloca una
mano firme en mi pecho, deteniéndome. Aquí vamos. Sabía que tan pronto como
dijera que saltaría, le daría un ataque de histeria por eso.
―Te conseguiré un traje ―me dice―. Quédate aquí.
La miro fijamente mientras gira dirigiéndose por el pasillo, parpadeo varias
veces, preguntándome qué está pasando. Ni siquiera se inmutó por la idea de que
saltara.
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―Está bien. ―Resoplo y me volteo hacia Marcus―. Qué demonios está
pasando con< ―Mi oración se detiene cuando me doy cuenta que Marcus está
mirando, por la gran ventana hacia el estacionamiento, donde una pareja de
adolescentes están sacando, lo que parece ser, el equipo de una cámara de una
camioneta. Una morena bonita en jeans ajustados, con una camisa verde y una
gorra negra, que movía con su mano varias veces, está indicándole a los otros que
se apuren. Rápidamente, sus dos amigos recogen todo y uno de ellos cierra la
puerta de la camioneta.
―¿Quiénes son esos?
―No lo sé ―dice Marcus, simplemente. Segundos después, la burbujeante
morena entra, olvidándose de sostener la puerta para sus amigos.
Observa el lugar lentamente, asintiendo para ella misma hasta que su mirada
se detiene en mí.
―Mierda ―jadea. Mirando de vuelta a sus amigos, quienes acaban de entrar,
chilla―. Es él. ―Apunta un fino dedo hacia mí―. Es Paul James.
Ambos chicos ponen su mirada en mí, y sus ojos se amplían cuando se dan
cuenta de que es cierto.
―De ninguna manera ―dice el chico alto con cabello enmarañado.
La morena me da una gran sonrisa y doy un paso atrás. ¿Qué rayos está
pasando aquí?
―Sr. James, soy Ashley King. Voy a Redford High. ―Luego, señalando con
su pulgar sobre su hombro, apunta a sus amigos y añade―: Y ellos son Zane y
Mills, mi equipo. ―Estoy confundido. ¿Por qué hay chicos de la escuela secundaria
local aquí?
―Sí, qué tal si apagas esa cámara ―le digo al que ella indicó como Zane,
quien está sosteniendo una cámara sobre su hombro grabando nuestra
conversación. Ashley mira a Zane y le asiente, diciéndole que lo haga. Zane pone
los ojos en blanco pero pone la cámara a un lado.
―Apágala ―le ordeno. Con un gruñido como protesta, la apaga―. Buen
chico, Zane. ―Aplaudo.
―¿Tu nombre realmente es Zane? ―pregunta Marcus, con las manos en sus
caderas mientras mira al trío con expresión firme.
El chico llamado Zane mira hacia abajo, y luego hecha la cabeza hacia atrás
como si acabara de notar a Marcus.
―Mierda ―exclama Zane―. Eres un enano. ―Inmediatamente, Ashley se
voltea y lo golpea en la parte de atrás de la cabeza―. Auch ―se queja. Niños.
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―No lo llames así, Zane. ―Luego mira a Marcus, y le sonríe
brillantemente―. Prefieren ser llamados personas pequeñas ―añade.
―O sólo personas< ―responde Marcus.
―Me disculpo por él ―continúa Ashley, ignorando a Marcus y a Zane―. No
es la persona más lista.
―Lo siento ―intervengo―. ¿Ashley, verdad?
―Sí, Sr. James, y tengo que decir que soy una gran fan. ―Da un paso más
cerca de mí extendiendo una mano, pero cuando cruzo mis brazos la deja caer―.
Hemos visto cada vídeo en YouTube de tus trucos. Eres un hombre asombroso.
―Y, eso probablemente significaría algo para mí si fueras legal, cariño, pero
viendo que no lo eres, saltémonos tu mediocre intento de halagar mi vanidad.
¿Qué quieren? ―Han pasado años desde que he sido reconocido o entrevistado.
Gran parte de eso probablemente que tenga que ver con el hecho de que he estado
viviendo en otros países los últimos veinte años, pero eso no es todo. Mis días de
gloria han quedado atrás, mi legado se desvaneció.
Ashley asiente, comprendiendo que no soy susceptible a los halagos.
―Estoy aquí por Buscando desesperadamente a Epic.
―¿Qué? ―pregunto, frunciendo mis cejas por la confusión.
―El anuncio de Craigslist. ―Sin ver, extiende una mano y chasquea sus
dedos. Mills salta inmediatamente y saca un papel de su mochila, dándoselo a ella.
Mientras lo tomo, Marcus arrebata el papel de su mano y se aleja.
―Miren niños, acaba de llegar a la ciudad ―interrumpe Marcus―. Por qué
no llaman mañana, y quizás él tendrá tiempo para hablar con ustedes.
―¿Neena está aquí? ―pregunta Ashley, estirando su cuello para ver por
encima de mi hombro, hacia el pasillo.
―¿Neena? ―pregunto―. ¿Quién rayos es?
La expresión de Ashley cae en una mirada de confusión mientras me mira.
Luego mira a Marcus.
―¿Aún no sabe sobre el anuncio o Neena?
―Tienen que irse. Ahora ―interrumpe Clara mientras arremete―. Este es un
negocio, y si no están aquí para saltar en paracaídas entonces no hay razón para
estar aquí.
―Libertad de prensa, señora ―bromea Zane, pero se aleja cuando Clara da
un paso hacia él. La mujer tiene una mirada asesina que podría acobardar a un oso
pardo. No lo culpo.
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―Imagino que se están saltando la escuela ahora mismo, ¿cierto?
Los tres se miran entre ellos pero Ashley, la más atrevida del equipo, se
encoge de hombros despreocupadamente. Quiero sonreír un poco porque de cierta
manera me recuerda a Clara.
―A veces tenemos que hacer sacrificios para conseguir una historia
―responde―. Como Tom Brokaw en Bagdad.
―Bueno niña, esto no es Bagdad y puedes estar segura de que no eres Tom
Brokaw ―anuncia Marcus mientras me mueve para conducirlos hacia la puerta.
―¿Y si no nos vamos? ―pregunta Zane, de pie firmemente.
―Puedo lucir pequeño, niño, pero puedo patearte el trasero ―amenaza
Marcus, señalando con su dedo a Zane―. Tengo la estatura perfecta para darte un
cabezazo justo en las bolas.
―Somos menores de edad ―afirma Ashley― No puedes tocarnos.
Volteándose hacia Clara, Marcus le da una mirada antes de caerse,
aterrizando sobre su trasero. Aúlla de dolor mientras se agarra el estómago y
rueda hacia un lado.
―Acaba de patearme, Clara. ¿Has visto esa mierda?
Corriendo hacia Marcus, Clara se arrodilla y actúa como si lo estuviera
revisando. Luego mira al trío.
―¿Cómo pudieron patear a este pobre hombre inocente?
―No le hicimos nada ―lloriquea Ashley mientras Marcus se queja más
fuerte.
―Crimen por odio ―grita él, sacudiendo una mano y apuntando un dedo
hacia ellos, solo para llevarlo de nuevo a su estómago, fingiendo dolor.
―¿Cómo pudieron patear a este pequeño hombre? ―Clara se levanta, su
tono molesto―. ¡Fuera. Ahora!
Los tres tienen sus bocas abiertas por la conmoción, pero después de un
momento Ashley sonríe un poco y resopla, dándose cuenta de que fueron
derrotados. Levantando la barbilla, le hace señas a Zane y a Mills para irse.
―Volveremos ―advierte.
―¿Por qué? ―grita Marcus dramáticamente, con su rostro rojo y una
profunda voz por la emoción―. ¿Así pueden terminar conmigo? ¿No me han
torturado lo suficiente?
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La campana de la puerta tintinea mientras los tres salen. Marcus se levanta y
los observa, y Clara permanece arrodillada a su lado. Cuando finalmente se miran
el uno al otro, ambos sonríen ampliamente y Marcus la ayuda a ponerse de pie.
―¿Qué demonios fue eso? ―pregunto incrédulo. ¿De qué estaban hablando
esos niños?
―Esa fue una actuación fenomenal ―responde Marcus mientras hace una
reverencia.
―Te equivocaste de profesión ―lo halaga Clara.
―Sí, bueno, pero el mundo del paracaidismo me necesitaba más.
―¡Mierda! ―Alguien jadea y todos volteamos para ver a la mujer, esperando
para saltar, sosteniendo un pedazo de papel, viendo de él a mí y viceversa. Marcus
debió haber tirado el papel que Ashley había tratado de darme y esta mujer lo
agarró―. Eres su padre.
La habitación queda en silencio hasta que me río.
―No tengo un hijo, señora.
La mujer me ignora y mira a Clara.
―¿No eres la mamá de Neena?
Desvío mi mirada a Clara, quien está parada como una estatua, parpadeando
rápidamente. Cuando Clara no responde, el novio de la mujer se levanta y agarra
el papel.
―Cariño< no creo que nada de esto sea de nuestra incumbencia.
Mientras él le entrega el papel a Marcus, la mujer se disculpa.
―Lo siento tanto. No debí< Es sólo que, con esto estando en internet y en las
noticias<
―¿Qué hay por todo internet y en las noticias? ¿Alguien va a decirme qué
demonios está pasando? ―digo, elevando mi voz y mi frustración por las nubes.
Ha sido como un maldito zoológico aquí esta mañana y ya estoy cansado. Solo
quería reunirme con Clara y enojarla hasta el punto en que me daría mi dinero y
nunca me pidiera venir a una reunión anual. No me inscribí para esas
interpretaciones.
―Mamá. ―Una pequeña voz interrumpe, y todos volteamos al final del
pasillo, donde está una pequeña niña usando pantalón negro de yoga y un suéter.
Su cabeza esté envuelta en una bufanda morada. Es delgada y pálida, pero sus
ojos< algo en ellos me tiene atrapado, y no puedo dejar de mirar.
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―Neena. ―Clara suspira y se apresura hacia ella―. Se suponía que estabas
descansando.
―Sonaba como si Marcus estuviera herido. Estaba preocupada ―responde la
chica mientras Clara trata de llevarla de regreso por el pasillo.
―Estoy bien, chiquita. No te preocupes ―le asegura Marcus―. Regresa a la
cama.
A pesar que Clara empuja suavemente a Neena hacia atrás, Neena y yo
mantenemos nuestros ojos fijos. Sus ojos. ¿Qué pasa con sus ojos? Después de un
minuto, Clara lo consigue y se las arregla para llevarse a Neena por el pasillo. La
habitación permanece en silencio por un momento hasta que Bowman y algún otro
chico, que no había conocido antes, salen vestidos, listos para saltar. Bowman me
da un incómodo saludo mientras mueve su mirada hacia Marcus. Marcus niega
rápidamente, indicándole a Bowman que no diga nada.
―Tenemos que ir a la pista de aterrizaje ―me dice Marcus―. Deberías
quedarte por aquí. Hay muchas cosas que te has perdido desde que te fuiste.
―Luego me entrega el papel y se va.
Ni siquiera puedo leerlo aún. Todavía estoy perdido en mis pensamientos.
¿Qué pasa con sus ojos? Busco en mi cabeza, preguntándome por qué se me hacían
tan conocidos cuando de repente me golpea.
Son mis ojos.
Ella tiene mis ojos.
Pero eso es< imposible. Estoy paralizado por el asombro. Y miedo. Miro el
papel en mi mano y comienzo a leerlo.
BUSCANDO DESESPERADAMENTE A EPIC. Eres mi padre.
Las palabras parecen mezclarse entre ellas lo que me obliga a dejar de leer. Y
antes de darme cuenta, estoy sentado en el sofá apretando fuertemente el papel en
mi mano. No puedo obligarme a seguir leyendo. Simplemente no puede ser cierto.
¿Cómo podría? ¿Cómo podría ser cierto? Porque si es cierto, significa que tengo
una hija que ha estado sin un padre durante toda su vida. Significa que Clara la
escondió de mí. Simplemente no puede ser cierto. Seguramente ella no me odia
tanto como para omitir el hecho de que tenemos una hija. Cuanto más estoy aquí,
más pensamientos horribles vienen.
―Paul. ―Clara dice mi nombre con voz débil. Volteando mi mirada hacia
ella, traga y sus ojos se amplían. Puede ver lo molesto que estoy.
―¿Es cierto?
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Deja caer su cabeza, frunciendo ligeramente el ceño. Su cabello rubio cae
sobre sus hombros, y se encoge ligeramente. No habla, solo asiente.
Me levanto y agarro puñados de mi cabello mientras me paseo de ida y
vuelta.
―Entonces, ¿cuántos tiene? ¿Trece?
―Doce ―responde Clara, con voz áspera. Aún no ha mirado hacia arriba.
Reí con desdén.
―Oh, malditamente perfecto, Clara. ¿Me odias tanto como para esconderme
a nuestra hija?
Levantando su cabeza, me mira.
―Traté de comunicarme contigo por meses después que nació. No
respondiste ni a un correo.
―No reviso esa mierda. Lo sabes.
―¿De qué otra manera se supone que te contactaría? Ni siquiera tenías un
teléfono hasta hace dos años, y la única manera en la que me enteré fue porque
Richard me lo contó.
―Bien, cortar mi dinero funcionó. ¿Por qué no lo hiciste antes?
―Porque no lo pensé hasta ahora. Y antes no estaba< ―Se detuvo como si
ahogara por la siguiente palabra.
―¿Antes no estaba qué, Clara? ―espeto, enfermo por sus espectáculos.
―No estaba muriendo ―me gruñe a través de los dientes.
Me tambaleo un poco hacia atrás. ¿Muriendo? Este día ha sido una mierda de
emociones. Primero el ver a Clara, quien inicialmente trajo todos esos viejos
sentimientos de necesidad y deseo, y extrañamente el querer estrangularla. Luego,
el enterarme de que tengo una hija de la que no sabía. Aún estoy intentando
digerir esa. Ahora, ¿mi hija está muriendo? Es demasiado, hasta para un desastre
como yo.
―¿De qué? ―Me las arreglo para decir.
―Leucemia ―responde Clara suavemente.
―Qué hay sobre quimioterapia o<
―Ha pasado por dos rondas ―me interrumpe―. Necesita un trasplante de
médula ósea. Incluso con eso, sus probabilidades son pobres, pero es nuestra
última esperanza.
―¿O qué? ―pregunto estúpidamente.
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Clara cierra sus ojos e inhala profundamente, haciéndome aguantar la
respiración.
―O muere. Hace unos meses dijeron que de seis meses a un año. Ahí fue
cuando corté tu dinero. Hay una muy pequeña probabilidad de que seas
compatible, y si lo eres< Paul<
―Ni siquiera lo digas. ―Levanto mi mano, deteniéndola, y su rostro cae,
pasando a ser desesperado. ¿Pensaba que diría que no? ¿Que soy tan bastardo?―.
Haré lo que pueda para ayudar.
Traga fuertemente, su pecho convulsionando mientras intenta mantener sus
emociones controladas.
―Gracias.
―Quiero conocerla, Clara ―digo.
Inhalando profundamente, Clara asiente varias veces.
―Sí, está bien. ¿Cena? ¿Esta noche en mi casa?
―Sí, claro ―acepto―. ¿Aún vives en ese agujero? ―bromeo, tratando de
aligerar las cosas un poco.
Resopla.
―¿Quieres decir mi casa con carácter? ―bromea de vuelta― Porque si es
esa< sí, lo estoy.
Río un poco.
―¿Debo llevar algo?
―Paul< ―responde, con tono serio―. Es una niña pequeña. No< la
lastimes. No la hagas encariñarse de ti si sabes que volverás a irte de nuevo.
No sé qué decir. Una parte de mí quiere gritarle y decirle que deje de
romperme las bolas y actuar como si fuese algún tipo de imbécil. Otra parte de mí
sabe qué tipo de imbécil soy. Pero no completamente. No soy un total imbécil en
absoluto. Está bien, tal vez la mitad de uno. Así que respondo sin convicción con
un simple:
―Está bien.
―Siete.
―Te veo luego.
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Capítulo 9
Abro el horno, el humo sale flotando, impactándome en la cara,
quemándome los ojos y ahogándome.
―Mierda ―gruño mientras cierro la puerta y lo apago. El detector de humo
se dispara chillando, y rápidamente agarro la escoba y lo golpeo hasta que cae al
suelo, soltando la batería, la cual desaparece bajo el refrigerador.
―De todas las noches, eliges esta para cocinar ―murmura Marcus antes de
tomar de su vino y sentarse en la mesa de la cocina. Dejando el detector de humo
tirado en el piso, lo ignoro y vuelvo a cortar cubos de pepino para la ensalada.
―Sólo ordenaremos una pizza ―espeto.
Se ríe.
―Neena estará feliz.
―¿Por qué no trajiste a Mei-Ling?
―Tenía que trabajar ―gruñe. Mei-Ling la novia china de Marcus que apenas
y habla español, trabaja en un club de desnudistas, aunque él prefiere llamarlo un
club de caballeros. Supongo que lo hace sentir mejor sobre la situación. Es una
joven mujer increíblemente dulce, y por joven, quiero decir joven, es apenas legal
para tomar alcohol.
―Estás nerviosa ―señala.
―No lo estoy.
―Sí, sí lo estás. Puedo notarlo.
―¿Cómo?
―Tu maquillaje está todo apelmazado. Y eres demasiado detallista para
permitir que eso suceda.
Inmediatamente, suelto el cuchillo, corro al baño del pasillo y me miro en el
espejo. Maldición. ¿Me maquillé a oscuras o qué?, mascullo mientras me froto la
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mandíbula y el cuello, para difuminar la base. Mientras regreso a la cocina, pongo
los ojos en blanco cuando Marcus se ríe detrás de su copa de vino. Idiota.
―Te ves hermosa, Clara ―añade sonriendo débilmente.
―No es por< eso. Esto es por Neena. Adem{s, Paul es una mierda.
―Aun así te pusiste maquillaje, intentaste preparar la cena, y estás usando un
vestido que no he visto desde que Bowman se casó.
Mirando mi vestido de verano, suspiro. Tiene razón. Soy ridícula.
―Voy a cambiarme ―exclamé, pero al momento suena el timbre.
―Es hora. ―Deja salir una gran inhalación.
―Gracias por estar aquí esta noche.
Asiente una vez señalando con la mano hacia la sala de estar.
―Después de ti.
Me dirijo rápidamente hacia la puerta principal después de que el timbre
dejara de sonar.
―Neena ―llamo hacia las escaleras al pasar cerca de estas―. Baja. Ya está
aquí. ―Abro la puerta y Paul está de espaldas mirando el jardín del frente con las
manos en los bolsillos. Girándose, su mirada se encuentra con la mía antes de bajar
por mi cuerpo y volver a subir. La mano con la que sostengo la puerta se tensa
cuando la tan familiar sensación me recorre, mis mejillas se calientan y sonrío,
tratando de no hacerlo ampliamente. Ha pasado mucho tiempo desde que un
hombre me miró así; al menos que yo haya notado.
Avanza, un paso, después otro, hasta que está frente a mí. Inclinándose, besa
mi mejilla. Mi cabeza retrocede ligeramente; sorprendida por el saludo.
―Clara. ―Su voz era profunda, de todas las formas correctas, haciendo
tensar mi vientre.
―Paul ―respondo en un tono tranquilo.
Mira a la izquierda donde todavía sostengo la puerta, luego su mano roza la
madera.
―Me alegra ver que la puerta se sostiene ―bromea.
Quiero reírme, y recuerdo ese momento de calor y pasión cuando me
presionó contra la puerta y me besó como si jamás hubiera sido besada en mi vida.
Pero esa pequeña voz dentro de mi cabeza se burla. Él te dejó, Clara.
―Entra ―invito, dando un paso atrás para que pudiera hacerlo.
―¡Marcus! ―exclama sonriendo.
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―¿Dónde está mi beso en la mejilla? ―bromea Marcus mientras estrechan las
manos.
―Estoy guardando el tuyo para después ―replica mientras ríen. Volteándose
hacia mí, pasa las manos por su pantalón y deja salir un gran suspiro. Está
nervioso. No me di cuenta de que Paul James podía ponerse nervioso―. ¿Está
aquí?
―Sí. Está en su habitación. Bajará en un minuto.
―¿Sabe que venía?
―Sí, lo sabe ―respondí―. ¿Estás listo?
―Eso creo.
Cerrando la puerta, me dirijo hacia las escaleras.
―¿Neena? ―llamo, más fuerte esta vez.
―Estoy aquí ―masculla, y todos giramos nuestras cabezas hacia la sala de
estar. Está escondida detrás del sofá reclinable. La cámara de vídeo en su mano; la
luz roja encendida.
―¿Podemos apagar la cámara por un momento, Neena? ―ruego.
―No está encendida ―miente, como siempre. Pero parece que jamás puedo
molestarme con ella por más de un segundo.
―Neena ―advierto con suavidad.
―Bien ―resopla apagándola. Está usando una de sus bufandas favoritas
alrededor de la cabeza; verde y con un ligero diseño floral hecho en rosa, blanco y
marrón, fue mía en algún momento. Cambió sus habituales pantalones de yoga y
camiseta de rock por una falda negra y un top de color rosa. Era todo un regalo
para la vista y no puedo evitar reír. Al menos no soy la única que está muy vestida.
―¿Vienes aquí por favor? ―pedí, extendiendo mi mano. Sus ojos se
movieron nerviosamente entre Paul y yo antes de moverse a Marcus. Este asintió
una vez, haciéndole saber que estaba bien y no tenía nada que temer. Dudosa,
rodea la silla reclinable y camina hacia nosotros. Cuando miro a Paul, parece
paralizado; sin poder apartar sus ojos de ella. Su expresión estoica, puede significar
cualquier cosa. No discierno si quiere sonreír, vomitar, correr, o abrazarla. Neena
se acerca, acurrucándose a mi lado y bajando la cabeza, mirándolo de reojo―.
Neena ―indico, en voz baja―. Cariño, él es Paul James. Tu padre.
Paul traga con fuerza y pone, lo que asumo, es su mejor sonrisa, pero parece
forzada e increíblemente incómoda.
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―Hola, Neena ―saluda mientras extiende su mano para estrechar la de ella.
Neena levanta su cabeza y medio sonríe mientras toma su mano.
―Un gusto conocerte ―contesta.
―Tienes mis ojos ―declara Paul mientras mueve su mirada sorprendida a
mí―. Se parece a mí.
―Sí ―murmuro―. Lo sé.
―Pero mucho más bonita ―interrumpe Marcus.
―Estoy de acuerdo ―afirma Paul.
El cuarto se llena de un incómodo silencio, pero Marcus lo rompe diciendo:
―Iré a pedir la pizza.
Mientras se da vuelta para ir a la cocina, Neena corre detrás.
―¡Quiero de Giovanni’s!
Ella no me pidió que viniera hoy, pero quería hacerlo. Quería irrumpir en la
oficina y sentarme a su lado para descubrir cuáles eran los resultados. Pero
probablemente ella me habría regañado, así que decidí no presionarla. En cambio,
encontré su auto y decidí esperarla afuera. No soy un hombre de oración. En lo
más mínimo. Pero decidí que no podía hacer daño. Así que mientras esperaba,
sentado en el capó de Clara, cerré los ojos y recé por primera vez en mucho tiempo.
Dios. Sé que soy un pedazo de mierda. No estoy pidiendo para mí. Estoy pidiendo por
la niña, mi niña. Por favor. Sólo por favor, Dios.
Ahí es cuando escucho a Clara llorar y abro los ojos para encontrarla
desplomada en el sucio estacionamiento de tierra en un lío de lágrimas.
Supongo que Dios me está dando mi respuesta.
Poniéndome de pie, me tomo un momento para tragar el dolor escalando por
mi garganta tratando de ahogarme antes de ir con ella. Necesita que sea fuerte.
Cuando llego hasta ella, no hablo. Nada de lo que diga hará un poco de diferencia.
La gente que pasa está mirando fijamente, con sus miradas sentenciosas, y quiero
arrancarles los dientes. Alzándola en mis brazos, la llevo a su auto y la siento en la
parte trasera, luego la abrazo.
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Mis dedos se clavan en su espalda mientras me aferro a él. Su camisa está
empapada con mis lágrimas, donde mi cabeza descansa en su hombro. Su mano
ahueca mi nuca, sosteniéndome mientras desato mi temor más grande realizado.
No estoy segura de cuánto tiempo me abraza, pero con el tiempo, mis sollozos
decaen y me las arreglo para alejarme de él, y cuando mi mirada se encuentra con
la suya, casi aspira el aire directamente de mí.
Paul James también está llorando.
Me lanzo de nuevo en sus brazos, apretándolo mientras su cuerpo
convulsiona, peleando con la angustia que quiere dejar salir. Cuando se aleja,
limpia sus ojos con las palmas de sus manos y aclara su garganta.
―Lo siento, Clara ―dice con voz ronca―. Lo siento mucho. Quería ser
compatible. Quería salvarla. Quiero decir< es lo mínimo que podía hacer después
de no estar aquí para ella durante tanto tiempo.
Tomando una de sus manos en la mía, la aprieto. Cuando había deambulado
en mi auto, una parte de mí quería culparlo. La más insignificante, la más pequeña
parte de mí. Dejando de lado cualquier defecto o fallas que vea en él, sé que se
arrancaría el corazón del pecho para salvarla.
―No es tu culpa. ―Me las arreglo a través de mi propia voz ronca.
―¿Cuánto tiempo tenemos?
―Unos cuantos meses, tal vez la mitad del año si tenemos suerte.
Se muerde el labio y asiente un par de veces, entonces me sorprende
ahuecando mi rostro entre sus manos. Con los pulgares limpia mis mejillas.
―¿Dejarás que me quede? ¿Me dejarás tener este tiempo con ella, también?
Asintiendo, me deslizo del capó y enderezo mi blusa. Hay tantos
sentimientos en conflicto cuando se trata de Paul. Pero sé que Neena quiere
conocerlo. Sé, en el fondo de mi corazón, que ella lo querría cerca. Por lo que sin
importar mis reservas, tengo que darle esto a ella. Y la única forma de confiar en
que Paul no desaparecerá es mantenerlo justo bajo mis narices.
―¿Por qué no te mudas con nosotras? Puedes usar la habitación de invitados.
―¿Estás segura?
Dándole una sonrisa triste, digo:
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―Honestamente, no. Pero nos necesitará a los dos. ―No le digo que tal vez
Neena no es la única que podría necesitarlo.
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Capítulo 16
Le decimos la noticia a Marcus, quien lo toma bastante mal, decidimos que
los tres deberíamos sentarnos y notificarle a Neena juntos. No podía dejar que lo
hicieran solos. Recojo a Neena en la casa de Marcus donde ha pasado la tarde con
Mei-Ling, la llevo a casa mientras Marcus cierra el negocio y Clara se va
determinada a comprar todos los alimentos favoritos de Neena para la cena. Creo
que los dos quieren algo de tiempo para sí mismos con el fin procesar y calmarse
antes de que Neena los vea.
Nos detenemos en la calzada cuando Neena pregunta:
―¿Qué pasa?
Fingiendo confusión, contesto:
―¿Qué quieres decir?
―Estás tan callado.
―¿Lo estoy? ―No me había dado cuenta que había estado en silencio la
mayor parte del camino. No puedo dejar de pensar en lo horrible que será decirle
que no soy compatible.
Me mira por un momento, su boca en una línea apretada y plana.
―Por favor, no me mientas. Odio a los mentirosos. ¿Qué pasa?
Maldición, es como su madre. Intuitiva y nunca se conforma con una
respuesta fácil.
―El odio no es una palabra agradable. Solo ha sido un mal día ―admito,
frotándome la nuca. Y no es una mentira. Ha sido un puto día horrible.
Voltea la cabeza, mirando al frente, su voz suena estoica cuando pregunta:
―No eres compatible, ¿verdad?
Jódeme. ¿Qué digo? En verdad no quiero mentirle, pero no estoy seguro que
quiero estar solo cuando descubra la verdad. Soy un cobarde de esa manera.
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―Uh, Neena. ―Empiezo.
―¿Cómo lo tomó mamá? ―Me detiene.
Girando la cabeza así sus ojos se encuentran con los míos, le devuelvo la
mirada y puedo decir que ya lo sabe. Apretando el volante, suelto un largo
suspiro.
―Bastante mal ―admito. Definitivamente mal. Espantoso, de hecho. Y ella
no es la única que se sentía de esa manera. Todos todavía sentimos como que
nuestros mundos fueron sacudidos. Y no en el buen sentido, sino en la clase de
forma de mierda de esto-no-puede-estar pasando.
Está en silencio durante un largo momento antes de quitarse el pañuelo
púrpura, revelando su cabeza calva. Voltea el visor hacia abajo y se mira fijamente
en el espejo, pasando su pequeña mano sobre su suave cuero cabelludo. Es la
primera vez que me deja verla sin el pañuelo y tengo que admitir, es apabullante.
Es una niña de doce años. Debería estar saludable y recortando fotos en revistas de
peinados que le gustan. Eso es lo que se supone que hacen los niños. Dejando caer
su cabeza, sube el visor.
―Si te digo un secreto, ¿me prometes que no se lo dirás a nadie?
―Si, por supuesto.
Inhala profundamente como preparándose para lo que sea que está a punto
de decir.
―Estoy un poco asustada por morir.
Mi cara hormiguea mientras la sangre se drena de ella. Creo que literalmente
acabo de sentir a mi corazón partirse en dos. Ninguna niña debería tener que
pensar en cosas como esta. Tomando su mano en la mía, la aprieto y aclaro mi
garganta, todo el tiempo luchando contra las lágrimas ardiendo en mis ojos. No
soy un llorón, para nada, pero esta niña llega a mí. Mi niña.
―No llores, Paul ―advierte―. Por favor. Sólo necesitaba alguien a quien
poder decirle eso. Mam{, ella simplemente< es siempre tan positiva y sé que es
sólo porque me ama y no quiere rendirse, pero<
―¿Pero qué?
―Sólo necesitaba decirlo< ser capaz de decir que estoy asustada sin que diga
que todo estará bien.
Asiento con comprensión.
―Puedes decirme lo que sea, Neena. Estoy aquí para escuchar.
―Yo sólo< quiero que todos estén bien.
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―Lo estaremos< con el tiempo ―miento, antes de añadir―, eso no significa
que no te extrañaremos como locos todos los días, nena.
La débil sonrisa que me da no hace nada para aliviar el dolor en mi pecho.
Con mucho gusto ocuparía su lugar, tomar su cáncer para mí si pudiera. He
vivido. Ahora debería ser su turno. Cuando Clara se detiene detrás de nosotros,
suelta un largo suspiro.
―Esta va a ser una noche larga ―susurra. Luego abre la puerta y sale,
dejando su pañuelo púrpura atrás.
Dos días después, el lunes por la mañana, estaba de vuelta en el trabajo, pero
solo físicamente. Mi mente estaba en otra parte. Trabajaba en una prominente
oficina de ortodoncia en el área de Dallas. Me encantaba. Era especial ver a alguien
entrar con una sonrisa que odiaba y llegar a verlos al día siguiente con sus aparatos
dentales. Especialmente a los adultos. Fueron personas que pasaron su vida
ocultando sus dientes, la mano ahuecada sobre su boca, con miedo a sonreír
genuinamente, quienes ahora dejaban la oficina sintiéndose como nuevas
personas. Ver a los niños era genial, pero los adultos lo apreciaban mucho más.
Sabían lo mucho que significaba. Al margen del trabajo, amaba a mis compañeras
de trabajo. Estaban locas, y eran así cada día, incluso los malos, pasaban volando.
―Parece que est{s usando capris, Vanessa. ―Notó Ally. Vanessa bajó la
mirada hacia su pantalón desde donde estaba parada frente al microondas,
calentando su sopa. Vanessa mide un metro setenta y seis, con sus piernas
conformando la mayor parte de su altura. Se rió ante la declaración de Ally, su
grande, brillante y radiante sonrisa blanca contra su piel moca.
―Se encogieron en la secadora ―argumentó.
―¿Seguro que no est{s usando uno de los pantalones de tus hijos?
―continuó Ally.
―C{llate, Ally. ―Rió Vanessa―. Empezaron como pantalón y ahora son
capris. Estás celosa. No tengo que conseguir una escalera para sobrepasar el metro
veinte de altura.
―No soy tan pequeña ―señaló Ally, y le arrojó una papa frita a Vanessa
mientras se sentaba con su emparedado. La papa aterrizó en el pecho de Vanessa,
su amplio pecho impidiendo que se deslice.
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Ambas estallaron en carcajadas antes de que Vanessa tomara la papa y la
metiera en su boca.
―Gracias por la papa.
Ally desenvolvió su emparedado de pavo.
―Casi no quiero comer ―nos dijo―. Tuve a Benji Rickman como mi último
paciente esta mañana.
―Eso es duro ―señaló Vanessa mientras soplaba suavemente sobre la
cuchara de sopa.
―Juro, creo que el chico nunca se cepilla los dientes ―dijo a Ally, su acento
del sur marcado, especialmente cuando se exaltaba por algo―. Quité suficiente
comida de sus aparatos como para alimentar a un país del tercer mundo. Y estoy
bastante segura de que comió SpaghettiOs1 en el desayuno.
Vanessa dejó caer la cuchara en su plato de sopa, mirando molesta a Ally.
―¿Tienes que hablar de eso mientras estoy comiendo? ¿De verdad?
Ally resopló con la papa frita que acababa de meter en su boca, sus ojos
azules llenos de alegría.
―Lo siento. Quería que ambas compartan mi dolor. ―Se encogió de
hombros―. Sus encías se hincharon sobre los aparatos. Sangraba como un cerdo
relleno.
Vanessa se echó hacia atrás en la silla y cruzó los brazos debajo de sus
descomunales pechos. Ally echó la cabeza hacia atrás, meándose de la risa. Lo que
adoraba más de mis compañeras de trabajo era que podíamos decirnos cualquier
cosa la una a la otra. No había ninguna vergüenza.
―Est{ a punto de hacerme perder mi religión ―me dijo Vanessa. Sonreí un
poco para demostrarle que la escuché, pero realmente no la estaba escuchando. Me
sentía como un zombi. La histeria habitual hoy no era suficiente. Todo lo que podía
pensar era en cuán rápidamente mi vida se estaba desintegrando.
Se hizo un silencio entre nosotras y cuando levanté la mirada, vi a Vanessa
dándole a Ally una mirada mordaz mientras Ally negaba con un gesto.
―¿Qué? ―pregunté. Ambas me miraron luego de vuelta la una a la otra―.
¿Qué? Hablen ―exigí.
―Cuéntale ―insistió Vanessa.
1
SpaghettiOs: Marca de espaguetis en lata norteamericana.
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Ally dejó caer su cabeza y la apoyó sobre la mesa por un momento. Cuando
la volvió a levantar, la incertidumbre era intensa en sus ojos.
―Um< cuando te fuiste la semana pasada< ―hizo una pausa, inhalando y
exhalando con dificultad―, Jeb y yo fuimos a Ft. Worth. Nos detuvimos para
almorzar y nos sentamos en el bar mientras esperábamos por una mesa. Jeb los vio
primero.
Ladeé mi cabeza hacia un lado mientras la miraba con los ojos entrecerrados.
Jeb es el marido de Ally. Ellos estaban asquerosamente enamorados y en ese
momento los odiaba por eso. Bueno, no realmente, pero un poco. Me negaba a
preguntarle a quién vio Jeb. En el fondo, ya lo sabía.
Ally le dio a Vanessa otra mirada incómoda.
―Vieron a Kurt con una morena ―declaró finalmente Vanessa, ganando una
dramática puesta de ojos en blanco de Ally.
―Maldición, Nes.
―¿Qué? ―preguntó Vanessa, masticando la galleta salada en su boca―. No
hay que endulzarlo.
―Estaba tratando de decirlo con delicadeza. ―Ally regresa su atención a
mí―. Jeb y yo podríamos estar completamente equivocados, Clara, pero lucían<
íntimos.
Apartando mi ensalada, me senté rígidamente.
―Ya lo sabías, ¿verdad? ―cuestionó Vanessa, estirando su mano a través de
la mesa y apretando mi brazo.
―¿Lo sabías? ―preguntó Ally, abriendo mucho los ojos.
―Me lo dijo el viernes en la noche. O, m{s bien, los descubrí y luego él me lo
dijo.
―Qué pedazo de mierda ―jadeó Ally―. ¿La tenía en tu apartamento?
Asentí y luego hizo un sonido de pfff.
―Jura que no se han acostado.
La boca de Ally estaba abierta.
―Déjame sorprender a Jeb en nuestra casa con otra mujer. Y se repetiría la
mierda de Lorena Bobbitt.
―Ese tipo terminó en el negocio de la pornografía. Ya sabes, después de que
se lo volvieron a implantar quirúrgicamente. No estoy segura de que resultara
como Lorena lo había pensado ―argumentó Vanessa.
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―Estoy bastante segura que si a un hombre le cortan el pene obtiene su
castigo, no importa cu{n jodido porno consiga al final ―señaló Ally.
―Ally. ―Vanessa resopló, bajando la cabeza para ocultar su sonrisa―. Estás
tan< mal, en muchos niveles.
La mayoría de las veces, Vanessa era una mujer de gran estima. En raras
ocasiones se equivocaba. Imaginaba que se parecía a Ally y a mí antes de tener
hijos, pero sus hijos eran su vida, y trabajaba mucho para vivir correctamente tanto
en el pensamiento como en la acción. Trataba de ser un ejemplo, no solo para sus
hijos, sino para todos. Ally simplemente sabía cómo empujar sus botones. De todas
formas, admiraba a Nes. Observándola con sus hijos me hacía desear uno mío tan
desesperadamente; no solo para sentir ese nivel de amor, sino para darlo. Eso era
hermoso.
Ally también era una persona maravillosa, tenía una mente sucia y
pervertida. Pero era de lejos, una de las personas más brillantes que he conocido,
tanto de mente como de espíritu. Podía tomar la peor situación y hacerla risible.
Las adoraba a las dos como amigas. Era raro encontrar personas a las que pudieras
contarle tus secretos más oscuros y saber que no solo no van a juzgarte, sino que te
ayudarán a encontrar el lado positivo de las cosas.
―No pienso amputarle alguno de sus miembros, señoras ―interrumpí.
―Entonces< ¿qué pasó? ―preguntó Ally. Mis ojos se llenaron de l{grimas
con la pregunta, y las limpié rápidamente.
―Ya no est{ enamorado de mí ―dije con voz {spera, mi labio inferior
temblando―. Nos estamos divorciando. ―Fue en ese momento que me di cuenta
del infierno que serían los próximos meses de mi vida< tal vez incluso años. Por
supuesto, la gente que conocía y se encontrara con Kurt y su nueva novia, me
informaría. Sobre todo los amigos. E incluso si no lo hacían, era solo cuestión de
tiempo antes de que yo misma me encontrara con ellos y eso era algo que no podía
soportar.
Miré a mis chicas. Ninguna de las dos sabía realmente qué decir. En lugar de
hablar, acercaron sus sillas a la mía y se turnaron abrazándome mientras yo
lloraba. Cuando logré calmarme un poco, les dije sobre mi viaje a Virginia y el
negocio que me dejaron.
―Ahora, ¿qué demonios se supone que debo hacer? ―hipé.
Página 85
Capítulo 19
―Bien, claramente decidiste venir aquí. ―Ashley apunta, mirando el
cuaderno en el que ha estado escribiendo―. ¿Cu{l sería el motivo?
Todos esperan por mi respuesta. He estado sentada en una misma posición
durante demasiado tiempo. Me ajusto en mi asiento y aclaro mi garganta. No
puedo evitar sonreír un poco, a pesar de que en el momento sentí como que mi
alma estuviese siendo aplastada.
Habíamos entrado para nuestro último salto del día. Marcus estaba
esperando en el frente con los cheques de todo el mundo. Bowman entró
corriendo, tomó el suyo y se despidió con la mano. Iba a una cita esa noche y tenía
prisa. Sap pasó detrás de mí, tomando un gran trago de su petaca mientras lo
hacía. Sin una palabra, se acercó hacia Marcus y se la ofreció. Marcus tomó la
petaca y Sap tomó su cheque. Había trabajado aquí desde que mi tío empezó a
dirigir el local, me imaginé que el viejo loco nunca se retiraría. Esta mierda le
gustaba demasiado. Marcus echó la cabeza hacia atrás y apenas fue capaz de tragar
el sorbo antes de que empezase a toser y a ahogarse.
―¿Qué demonios es? ―pregunté.
―Un poco de alcohol ilegal que hizo mi primo. ―Sap se rió y le dio unos
golpes en la espalda a Marcus, su rostro se había vuelto de rojo intenso.
―Quiz{s una pequeña advertencia antes la próxima vez, viejo bastardo
―logró decir Marcus―. Pensé que era bourbon. ―Deslizó por la mesa un trozo de
papel hacia mí―. Hoy encontré esto. Parece que tienes un nuevo compañero.
No había sabido nada de Richard en semanas y la última vez que hablamos,
había asegurado que creía que mi potencial copropietario para Sky High Skydiving
iba a vender.
―¿Decidieron no vender?
Página 92
―El sobre estaba franqueado hace dos semanas. Tal vez lo hubieses sabido si
abrieses el correo electrónico alguna vez.
―Hago el trabajo ―argumenté―. No el papeleo. Adem{s, pensé que lo
harías una vez que Dennis muriese.
―Soy asesor contable. No una secretaria.
Marcus había trabajado para mi tío años antes de que yo lo hiciese. Era un
niño de acogida que había dado tumbos de una casa a otra. Supuestamente,
Marcus era un niño sensible. Crecer con su condición le había garantizado mucha
atención no deseada y acoso inmerecido. Había entrado en la oficina de mi tío,
suplicando por un salto gratis. Cuando mi tío le dijo que no, Marcus regresó esa
noche y rompió todas las ventanas de la oficina del frente. Ese fue el segundo
arresto de Marcus y, por supuesto, mi tío debería de haber presentado cargos, en
cambio, lo adoptó. Dennis Falco era un hombre al que respetaba en muchos
niveles. Siempre me había tratado como un hijo y ayudado a mi madre, su
hermana, ante el abandono de mi padre. Cuando mi carrera como especialista
acabó, me había recibido con los brazos abiertos. Saltar en paracaídas era un
subidón increíble, algo que había necesitado desesperadamente en ese momento.
Esto era perfecto para mí.
―Bastante seguro de que en su última voluntad te declaró ―bromeé.
―Tal vez necesitamos contratar a alguien ―continuó Marcus, ignorando mi
broma.
―Sí, tal vez. ―Resoplé―. Pero nada de chicas sexys ―advertí―. Nunca
lograremos que Dirty Sap salga de la oficina. Estaría aquí flirteando con ella todo el
día. ¿No es cierto Sap?
Pero Sap no estaba prestando atención. Estaba mirando por la gran ventana
del frente hacia el estacionamiento, una sonrisa apareció en su barbudo rostro
arrugado.
―Sí que lo haré<
Solté mi bolsa mientras veía a Clara, alias señorita Gallina, y otras dos
mujeres caminando hacia la puerta.
―Oh mierda ―gimió Marcus―. Me pregunto qué quiere.
Seguro que la mujer era de las que dejaba huella. Después de que se hubiese
alejado enfadada, nos habíamos reído mucho por ello. ¿Qué más podíamos hacer?
Era obvio que no tenía sentido del humor y un gran palo metido en el trasero. Una
de las mujeres que la acompañaba, alta de piel negra, pasó zumbando a su lado y
entró corriendo por la puerta.
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Estaba dando saltitos como una niña de dos años mientras preguntaba:
―¿El sanitario?
―Solo para clientes ―respondió Marcus mientras salía de la silla y se movía
para estar a mi lado.
―Tengo muchas ganas de hacer pis, se me van a salir los ojos, señor
―discutió con una muestra de actitud―. Así que, a menos que quieras que me
haga pis aquí mismo en tu suelo, me dirás dónde d-e-m-o-n-i-o-s está el baño.
Marcus y yo nos miramos el uno al otro. ¿Esta chica era real? ¿Quién diablos
deletrea demonios?
―Tercera puerta a la derecha, por este pasillo ―contestó Sap, aún sonriendo.
Maldito bastardo.
Mientras la mujer arrasaba entre nosotros como un defensa, Clara y la otra
entraron. Clara tenía el cabello recogido en un moño desordenado y llevaba un
extraño pantalón de yoga, con una camiseta blanca sin mangas. La pequeña mujer
con ella vestía un pantalón corto negro, después me di cuenta de que tenía Juicy
escrito en la parte de atrás, y una enorme camiseta de deporte con la imagen de
una calavera. Cuando entraron, la pequeña mujer miró alrededor. Clara se
encontró con mi mirada de muerte y cuadró los hombros.
―Señor James.
Casi la llamé por mi apodo favorito. Durante los días que nos reímos de ella
por su salto fallido, la llamamos fiera. Dudaba que lo recibiese bien, así que,
cruzándome de brazos, contesté:
―Ese sería yo.
Lanzándole una mirada a Marcus, hizo una mueca con la boca y puso los ojos
en blanco antes de mirarme de nuevo.
―Estoy segura de que me recuerda.
―Te recuerdo ―intervino Sap, meneando las cejas un par de veces.
La mujer al lado de Clara resopló una risa ante sus palabras. Justo en ese
momento, la alta volvió del baño. Se detuvo, miró a Marcus y comentó:
―No tienes papel higiénico.
Marcus le frunció el ceño.
―Nos ocuparemos de ello.
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―¿Así que es esto? ―preguntó la mujer alta mientras giraba lentamente,
observando la habitación―. Necesita una pequeña renovación, pero lo
conseguirás.
―¿Disculpa? ―Reí antes su estúpido comentario.
―Solo necesita algo de amor y cariño. ―Clara suspiró mientras también
miraba alrededor.
―¿Dónde est{ el sanitario, Vanessa? ―solicitó la mujer pequeña.
―Por el pasillo, tercera puerta a la derecha. Pero necesitan poner algo de
papel higiénico.
La mujer pequeña me miró, luego a Marcus, ambos estábamos de pie con los
brazos cruzados. Ninguno se ofreció a reabastecer el sanitario para ella, ni lo
haríamos. ¿Quién demonios eran estas mujeres y por qué había vuelto la fiera?
―Ven conmigo, querida ―indicó Sap mientras señalaba el pasillo con una
mano―. Te conseguiré lo que necesitas.
¡Maldita sea, Sap!
Mientras la guiaba por el pasillo, dio dos pasos tras ella, se detuvo, giró la
cabeza, frunciendo el ceño confundido. ¿Juicy?, casi hizo la pregunta en voz alta
antes de girarse y seguirla. Marcus me dio una mirada pícara y sonrió de medio
lado con humor. Obviamente le estaba mirando el trasero. Sap era un viejo verde,
pero le queríamos.
―¿Así que este es el tipo? ―cuestionó la alta mientras me señalaba con el
pulgar. Antes que Clara pudiese responder, añadió―: Gran día, chica. No estabas
mintiendo sobre lo atractivo que es.
A Clara casi se le salieron los ojos de las órbitas mientras se sonrojaba.
―¡Vanessa! ―murmuró, mientras golpeaba a su amiga en el brazo.
―¿Qué? ―gimió Vanessa mientras se frotaba el brazo―. Lo dijiste.
No pude evitar burlarme.
―¿Escuchaste eso, Marcus? Soy atractivo.
Clara cerró los ojos y tomó una gran bocanada de aire, obligándose a no
responder a mi provocación. Marcus batió las pestañas hacia mí y se rió, empezó a
toser porque quería reírse abiertamente y estaba luchando contra ello. La que
conocíamos como Vanessa se acercó y le levantó sus brazos sobre la cabeza,
golpeándole en la espalda.
―S{calo, pequeño ―ordenó.
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Inmediatamente Marcus se liberó y se volvió hacia ella.
―¿Qué demonios est{ haciendo, señora? ―cuestionó ahogadamente.
―Cuando mis niños tosen de ese modo, levanto sus brazos sobre la cabeza y
ayuda a que vuelvan a respirar.
―¡No soy un niño, señora! ―recriminó casi sin voz.
―Solo estaba tratando de ayudar ―defendió Clara a su amiga, con las manos
en las caderas.
―Bueno, no quiero su ayuda ―farfulló Marcus.
Clara negó con incredulidad.
―Est{ bien. Vanessa ―señaló con dureza―. ¿Por qué Ally y tú no van a
tomar algo mientras doy un vistazo? Vi una tienda en la carretera. ―Luego miró
hacia mí, con una mueca en la boca, mientras provocaba―: Necesito algo de
tiempo para llegar a conocer a mi nuevo compañero de negocios.
Ampliando los ojos, dejé la boca abierta. Joder. Marcus me miró, con los ojos
hacia arriba como si se hubiese quedado atascado poniendo los ojos en blanco.
―De ninguna manera ―atacó.
La habitación se quedó en silencio solo un pequeño instante, hasta que la risa
ronca y áspera de Sap vino del pasillo, matando el silencio. Aparentemente
escuchó el último comentario de Clara y lo encontró increíblemente divertido.
Entró, aún riendo, le temblaba el cuerpo mientras trataba de controlarse, pasando
la mirada de Marcus a mí. Acercándose a Clara, se tocó el sombrero desgastado y
dijo:
―Bueno, bienvenida a la familia, dulzura.
―¿Así que heredaste la otra mitad del negocio? ―pregunta Ashley, mirando
a su libreta.
―Mi tío quería mantenerlo en privado hasta que Clara tomara su decisión.
No supe hasta más tarde el porqué.
Ashley alza un poco la mirada, con la cabeza todavía gacha, mientras
continuaba garabateando en la libreta.
―¿Y por qué fue?
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Odio, y siempre he odiado, saber exactamente cuál era la relación de mi tío
con Clara. Me repulsa saber por qué le dejó la mitad de su negocio.
Frotándome las manos en el pantalón, respondo:
―Creo que esa es la historia de Clara para contar. No la mía.
―Bastante justo. ―Asiente Ashley―. Así que Clara llegó, averiguaste que era
tu socia< ¿y qué pasó luego?
2
Betty Crocker: Marca internacional cuyo objetivo es compartir recetas de cocina y comercializar
productos del rubro.
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Paul se acerca al refrigerador para sacar una cerveza, y suspira.
―No me había dado cuenta cu{n< difícil podría ser hablar del pasado de esa
forma. Especialmente con una adolescente.
―Dímelo a mí ―bromeo.
―Sabes, Clara< ―La forma en que dice mi nombre hace que levante mi
mirada―. Lamento la forma en que te traté cuando llegaste aquí.
Estoy sorprendida. No esperaba que dijera eso ni en un millón de años.
―Fui un idiota. ―Eso tampoco.
―Es cierto ―añado sin poder evitarlo, a lo que responde inclinando un poco
la cabeza.
―Y jamás debí haber permitido que el equipo te faltara el respeto de la forma
en que lo hicieron.
Trago un par de veces porque, diablos, fue difícil, y me volteo hacia mi
cazuela nuevamente.
―Me las arreglé y lo superé ―respondo. Odio pensar en esos días. Era carne
fresca. Empezar aquí fue horrible, pero en ese momento la alternativa de quedarme
en Texas, y posiblemente ver a Kurt con su nueva familia, era inmensamente peor.
―Lo sé. Y tenías razón en muchas cosas. Pero sé que eso tuvo que haber
apestado. Si hubiese sabido lo que sucedió, por qué Dennis te dejó su mitad,
podría haber sido<
―¿Diferente? ―me burlo, mirándolo mordazmente―. ¿No fue más fácil
asumir que era su amante o su hija legitima?
―Deberías habérmelo dicho ―responde con calma―. Entiendo por qué no lo
hiciste al principio, pero después que nosotros< cuando nosotros éramos<
―Hace una pausa.
―Ni siquiera puedes decirlo ―lo desafío.
Frunce el ceño.
―¿Por qué te enfadas? Estoy tratando de disculparme.
Esta vez, giro para enfrentarlo y pongo mis manos sobre mis caderas.
―¿De qué exactamente, Paul? ―Mi piel se calienta mientras mi tono de voz
se hace ridículamente más grave―. ¿Por ser un estúpido con tu nuevo socio de
negocios o por huir de mí sin razón aparente? ¿O por no amarme? ¿Por cuál?
Pasa una mano por tu grueso cabello negro.
―Yo< pensé que querías otras cosas.
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―Quizás debiste haberme preguntado. ―Abriendo la puerta del horno con
fuerza, deslizo la fuente dentro y cierro.
Me volteo con la intención de salir de la cocina, pero él está aquí. Justo aquí.
Salto, sobresaltada, pero rápidamente me agarra y me atrae hacia él. Su cuerpo
sigue siendo duro, no como hace años cuando tenía ese bendito don de la juventud
de los veinte, cuando vas al gimnasio y tienes los seis abdominales marcados, pero
de todas formas, para un hombre de su edad, su cuerpo es espectacular. Moviendo
sus dedos de arriba abajo por mi cuello, jala mi cabello suavemente, obligándome a
mirarlo.
―Mírame. Lo arruiné ―dice en tono áspero―. Lo sé. Siempre lo supe. Pero sí
te amé, y nunca dejé de hacerlo. Ódiame por dejarte. Ódiame por ser un idiota.
Pero no me odies porque no te amé.
Luego, me besa. Suave y rápido, lo suficientemente largo para que su barba
incipiente raspe la delicada piel de mi rostro, antes de dejarme ir. Tropezando
hacia atrás, me golpeo contra el mostrador y me apoyo en él. Necesito unos
minutos para procesar lo que acaba de suceder.
―Por otro lado ―continúa―. Creo que a Neena le gusta un poco ese niño
Mills.
Lo miro fijamente. ¿Todavía me ama? Me besó. Sigo procesando ese beso. ¿De
qué está hablando?
Entonces, continúa:
―Se alborotó cuando le dije niña frente a él.
Me las arreglo para moverme robóticamente y llegar al refrigerador, tomando
mi propia cerveza. Probablemente es mejor que cambiemos de tema, porque no
tengo idea de qué decir sobre lo que pasó. Aclarando mi garganta, respondo:
―Tiene buen gusto. Es un chico lindo.
―¿Qué? ―espeta Paul―. ¿No estás molesta por esto?
Poniendo los ojos en blanco, destapo la cerveza y tomo un pequeño sorbo.
―¿Por qué lo estaría?
Paul se encoje de hombros, su expresión cambiando mientras piensa.
―No lo sé. Porque es nuestra pequeña niña y él es< un chico<
Lo miro mordazmente, esperando a que diga el problema real.
―Con un pene ―termina.
No puedo evitar estallar en risas.
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―Los chicos tienes esas cosas molestas, ¿verdad?
―¿Te estás riendo de mí?
Miro hacia el techo, pensativa.
―Sí. ―Río―. Sí, lo estoy.
Frunce los labios con molestia.
―No es como si estuvieran haciendo algo. No hay nada malo con que le
guste un chico mayor.
―Vaya ―dice―. Pensé que yo era el padre genial.
―Lo eres ―interviene Neena cuando entra a la cocina―. ¿De qué estamos
hablando?
―Espera. ¿Por qué no soy yo la genial? ―Pretendo ofenderme.
Neena se encoge de hombros.
―Es solo que tú eres genial de otra manera ―responde, robando un pepino
de la ensalada sobre la mesada, como Paul lo hizo hace unos minutos. Estoy
empezando a ver que, se parece mucho a él.
Paul hace una silenciosa, desagradable risa burlona hacia mí. Le muestro el
dedo medio cuando Neena no está viendo.
―Sabes, si quieres ser genial como yo puedo darte algunas lecciones.
Pretendo atragantarme.
―Gracias, pero estoy bien por mi cuenta.
―No te cobraré mucho ―continúa Paul.
―¿De verdad? ―pregunto mientras abro un poco la puerta del horno y miro
dentro.
―¿Cuál debería ser mi cuota, Neena? ―pregunta.
Cuando me volteo, Neena la boca torcida, pensativa. Luego levanta sus cejas.
―Una cita.
Aguanto la respiración mientras Paul y yo hacemos contacto visual,
vergonzosamente. No puedo dejar que piense que tendremos una cita.
―Te haré un pastel ―respondo finalmente.
Ambos tuercen la boca. Neena abre la boca para hablar, pero por miedo a que
mencione que Paul y yo salgamos de nuevo, hablo antes que ella.
―Tu padre quiere golpear a Mills porque te gusta ―digo con indiferencia.
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Expresiones similares padre e hija. Ambos parecen querer morir de
vergüenza.
―No dije que lo golpearía ―aclara Paul, mirándome―. Y gracias por
empujarme debajo del autobús, por cierto.
Levanto mi mano, y la bajo dos veces, burlándome.
―Honk, honk.
―No me gusta ―reprocha Neena, con su rostro rojo brillante.
―No hay nada de malo con que te guste, Neena ―aclaro―. Paul sólo está
teniendo un momento de padre. Es clásico.
Neena sonríe débilmente mientras mira a Paul.
―Por favor, no le digas nada.
Paul levanta las manos.
―Nunca dije que lo haría. Tu madre está exagerando. A lo grande.
Su sonrisa desaparece lentamente y se deja caer en el asiento de la mesa de la
cocina.
―No importa, de todos modos. ―Suspira tristemente―. Solo soy la fea chica
enferma. Nunca le gustaré.
Como madre, que ama a su hija enormemente y quien ve toda su belleza, por
dentro y por fuera, esa declaración me destrozó. Por instinto, me muevo para
aproximarme a ella, consolarla, pero Paul levanta su mano, deteniéndome. Quiero
enfadarme con él por eso, pero cuando se arrodilla frente a ella, mi corazón se
derrite un poco.
―Mírame, Neena. ―Cuando lo hace, le dice―: Eres tan malditamente
hermosa. Sé que soy tu padre y piensas que lo digo por eso, pero es la verdad. Por
dentro y por fuera, niña. Hermosa. He estado en muchos lugares, he visto muchos
rostros, y ninguno en este mundo es tan hermoso como el tuyo.
―No tengo cabello. A los chicos les gustan las chicas con cabello.
―A los chicos les gusta las chicas que son asombrosas, y tú, claramente lo
eres. Incluso sin cabello, tienes ojos matadores, como tu padre ―añade con un
guiño―. Y tienes la sonrisa de tu madre que los vuelve locos a todos.
Él sabe condenadamente bien que ella tiene su sonrisa increíble.
Poniéndose de pie, baja su mirada hacia ella.
―Y Mills es un bastardo con suerte si una chica como tú gasta siquiera un
segundo en pensar en él.
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Neena asiente y se anima. No es común que sienta lástima de sí misma, y me
pregunto si quizás está empezando a deprimirse. El doctor nos dio recetas para
antidepresivos, por si acaso. Pensé que no los necesitaría. O tal vez, estoy
malinterpretando su reacción.
―¿Podemos comer? ―pregunta―. Quiero acostarme temprano.
―En diez minutos, corazón.
Mientras cenamos, Paul y yo tratamos de mantener las cosas alegres, hacerla
reír. Ella hace lo mismo, pero es fácil ver que su corazón no está en ello. Cuando
nos da un beso de buenas noches, la abrazo y aprieto con fuerza.
―Estoy bien, mamá. De verdad. Solo estoy cansada.
Dejándola ir, me inclino y beso su frente. No tiene fiebre. Trato de ocultar mi
suspiro de alivio, pero ella resopla y sacude la cabeza.
―Sin fiebre.
―Lo sé.
―¿Qué? ―pregunta Paul, provocando que nos riamos. Estoy tan atrapada.
―Nada ―responde Neena―. Simplemente, mamá aquí presente, está
usando sus labios como termómetro.
―Bueno, pensé que era sutil. ―Suspiro.
Neena sonríe.
―Buenas noches, chicos. ―Sacude su mano y se dirige hacia las escaleras.
Sin otro lugar a donde mirar, Paul y yo nos miramos. No tengo idea de qué
decir acerca de nuestro beso. Así que por ahora, lo evito.
―Acerca del beso ―dice Paul.
Intenta evitarlo.
―Lo dejaremos para mañana ―digo―. Ha sido un largo día. Todos estamos
cansados.
Asiente una vez, deslizando sus manos en sus bolsillos.
―Está bien. Bueno, ve a la cama, yo lavaré los platos.
―¿Seguro? ―Por alguna razón eso sonó muy dulce. No puedo recordar la
última vez que alguien se hizo cargo de los platos por mí. Incluso si significa sólo
cargar el lavaplatos o limpiar la mesa.
―Sí. Nos vemos mañana.
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Me dirijo arriba rápidamente. Metiéndome en la cama, me recuesto y me
cubro con las sábanas. Trato de contar ovejas. Trato de nombrar los cincuenta
estados en orden alfabético. Intento todo. Pero no puedo conciliar el sueño porque
mi mente sigue dando vueltas a Paul y el beso, y su confesión de que aún me ama.
Y que aún lo amo.
Me está afectando.
Estoy oficialmente al vórtice de caer.
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Capítulo 22
―La semana pasada lo dejamos donde tú y Clara discutían sobre sus nuevos
métodos de gestión.
―¿Es así como los estamos llamando? ―Me río.
―¿Se presentó alguien a la fiesta de pinturas?
Me limpio el rostro con el reverso de mi mano unas pocas veces, aplicando
presión con los nudillos, y me preparo para ir por el camino de los recuerdos.
3Cornhole: Es un juego americano en que los participantes tratan de meter bolsas de maíz en un
agujero en una plataforma.
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quisiera hacer de verdad, pero había que probarle a Marcus que se equivocaba.
Que no tenía miedo. Que podía hacer cualquier cosa. Esperaba.
―¿Cómo puedes describir la adrenalina del paracaidismo? ―comencé
mientras pasaba mis dedos perezosamente por el cuello de mi camisa y me detuve
justo antes de llegar a mi escote―. No importa lo preparado que estés, aun así te
sientes nervioso. Algo así como< hacer el amor por primera vez. ―Miré alrededor
y me di cuenta que todos estaban mirándome, escuchando, incluso Paul quien se
movió a nuestro lado. Marcus estaba de pie con sus brazos cruzados, claramente
convencido de que no podría hacerlo―. Mientras te suben en el avión, el motor
rugiendo, la presión aumentando mientras subes m{s y m{s< ―Levantando mi
cabello, pasé mi cerveza fría por el cuello y mi pecho. Podía sentir los ojos de todos
en mí, quemándome. De verdad me sentí como una zorra―. Tu corazón está
latiendo como un tambor, tu sangre bombeando porque la anticipación está
matándote. Luego estás en la puerta, el aire frío azotando tu cara, la tierra abierta
debajo de ti. Es arrebatador.
―¿Luego qué? ―preguntó Marcus, tratando con mucho esfuerzo hacerme
tropezar.
―Luego< ―Me detuve. Tenía que seguir―. Luego est{s ahí< en el
precipicio del gran final. ―Es asombroso cómo puedes describir casi cualquier
cosa usando insinuaciones sexuales. Estaba dándole en el clavo. Los hombres a
nuestro alrededor se veían atrapados; un par de ellos se habían acercado más
mientras hablaba. Parecían estar enganchados, de todos modos. No podía estar
segura si estaba vendiéndoles o si sólo eran bastardos cachondos actuando como
perros babeando sobre mí. O tal vez eran ambos. Dejé salir un suave gemido para
dar énfasis.
―Entonces vuelas ―intervino Paul―. Te sientes libre y ligero. La adrenalina
corriendo es intensa.
―Suena intenso ―dijo el que estaba a mi lado, con su mirada fija en mi―.
¿Tal vez pueda conseguir tu número y puedes contarme más de eso?
Antes de poder responder, Paul sacó un folleto de su bolsillo y se lo pasó.
―Llama al número ahí o visita nuestra página web. ―Con eso, tomó mi
cerveza y pasó un brazo alrededor de mí, colocando su mano en la piel desnuda de
mi costado. Estaba sorprendida. Marcus también, aparentemente, ya que su boca
se torció todavía más. El que pidió por mi número retrocedió, alzando sus manos
en rendición. Me moví para apartar la mano de Paul, pero su agarre se tensó.
Luego dijo―: Disfruten la carrera muchachos. ―Paul me guió, con su brazo a mi
alrededor aún, su mano agarrando mi cintura. Cuando estuvimos a seis metros de
distancia, recuperé el control y me aparté de él. Se rió y tropezó a un lado.
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―¿Qué demonios fue eso? ―siseé.
―Estaban a punto de montarse y empezar a cabalgarte.
―Fuiste tú quien dijo que debía coquetear para vender.
―Sí, coquetear. No lucir como si estuvieras en una audición para Playboy.
Me froté la frente. Estaba conversación estaba matándome. Pero muy
profundamente, sabía qué estaba diciendo. Pensó que me sobrepasé; demasiado. Y
lo hice. Lo sabía. Pero estaba tan cansada de él, de Marcus y de los chicos
haciéndome parecer una arpía con un palo en el culo. Solo porque no caminaba
por ahí y actuaba como una cabeza hueca y me acercaba a todo hombre atractivo
que veía, no quería decir que no era capaz de hacerlo.
Mirando hacia atrás, fue estúpido. Era una mujer inteligente. Y me reduje a al
probar lo contrario. Las feministas del mundo habrían agachado sus cabezas con
vergüenza si lo hubieran presenciado. Pero por otro lado, estaba esto: quería que
Paul me viera de forma diferente. Quería que viera que podía ser sexy. Sin
embargo, jamás se lo habría dicho. Así que me hice la tonta.
―Dijiste que coqueteara. Me desafiaste a probar que podía hacerlo.
Se rió con desdén.
―Bueno, no sabía que irías allá y actuarías como una gatita sexy ―se quejó.
Sacudiendo mi cabeza, pregunté:
―¿Gatita sexy?
―¿Qué fue eso de frotar la cerveza sobre ti de esa forma?
Me reí. Como que de verdad me carcajeé.
―Pensé que era un buen toque.
―Lo único que necesitabas era música cursi y habrías tenido el comienzo de
una película porno amateur.
Puse los ojos en blanco.
―Ahora estás exagerando.
―Estaba a punto de inclinarse sobre la tarima del cornhole e ir por ello.
―¡Paul! ―grité, mirando alrededor para ver si la gente pasando lo escuchó―.
Estás siendo desagradable.
―Podría haber sido llamada: La mazorca en El Hoyo4.
4
Sería la traducción del juego, Cornhole.
Página 148
―¡Eres tan desagradable! ―gruñí mientras bajaba mi camiseta, mi modestia
regresó con toda su fuerza.
―No ―intervino Marcus, haciéndome saltar. No me había dado cuenta de
que estaba detrás de nosotros. ¿Qué pasaba con este tipo?―. No es tan desagradable.
Solo es muy celoso.
Presioné mis labios juntos, sin saber cómo responder a eso. ¿Paul estaba de
verdad celoso? En cuanto a él, pretendió no escuchar a Marcus. En cambio,
inmediatamente se fue hacia otro grupo de personas y se detuvo justo enfrente de
una mujer con gigantes senos usando una camiseta blanca. Y no tenía sostén
puesto. Paul estaba sobre ellos. Tal vez no estaba tan celoso después de todo.
Dos días después, entré en la oficina para mis saltos de la tarde. Aunque
había odiado al principio a Clara y había peleado con ella por los cambios que
había intentado implementar, tuve que admitir que la vida era bastante buena para
mí. Marcus se encargaba de todas las finanzas mientras que Clara se encargaba de
la organización y la publicidad. Eso quería decir que todo lo que tenía que hacer
era la única cosa que quería hacer. Saltar.
Cuando entré, Bowman estaba saliendo, mirándome con los ojos como platos
en forma de advertencia cuando pasó a mi lado.
―¿Qué? ―pregunté.
―Es como la Tercera Guerra Mundial all{ adentro, hombre. Juro que esto
ahora es algo de todos los días.
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Me congelé, dejé caer mi cabeza frustrado. Solo podía significar una cosa.
Marcus y Clara estaban peleando. Otra vez. Algunas veces mi trabajo requería
cumplir otro rol. El de réferi.
Los escuchaba gritar mientras me acercaba a la oficina.
―Clara. Jodida. Bateman. ―Clara hervía―. Est{ claro como el día en este
sobre.
―Fuiste quien me asignó la tarea de abrir el correo ―discutió Marcus.
―Sí ―siseó―. El correo de Sky High. ¡No mi correo!
Mientras entraba a la oficina, ambos giraron sus cabezas para mirarme.
―Buenos días a todos ―dije animadamente―. Un hermoso día, ¿verdad?
Ambos me observaron, al parecer deseando poder matarme con la mirada.
―Claro que sí, Paul ―me respondí, imitando la voz femenina de Clara―. Es
un día precioso.
»Oye, Paul. ―Pasé a imitar a Marcus―. ¿Cómo est{s?
»Estoy bien hombre ―respondí yo mismo―. Gracias por preguntar.
No conseguí nada. Ninguno mostró siquiera una sonrisa. Dejando salir un
largo suspiro, saqué una de las sillas plegables de la pared y me senté.
―¿Qué pasó esta vez?
―Accidentalmente abrí una carta de Clara y perdió su mierda por eso.
―¡Tenía escrito mi nombre! No tenía derecho a abrirlo.
―Bien ―contesté, inseguro de cómo arreglarlo. Clara se veía furiosa, podría
llorar―. Estoy seguro de que solo fue un accidente. Probablemente se mezcló con
el otro correo.
―Tuvo que firmar por él, Paul ―se burló.
Cerré mis ojos. Maldito Marcus. Sabía que Clara podía ser un gran dolor en el
trasero, pero él estaba empecinado en hacer que nuestro ambiente de trabajo fuera
miserable siendo un imbécil con ella en cada oportunidad que tenía.
Clara tomó el sobre de su escritorio y me lo lanzó, golpeándome en el pecho.
―Bien podrías leerlo también, Paul. Marcus lo puso en el tablero de anuncios
así que todo el mundo lo hizo.
Lo miré de una manera que decía: ¿en serio? Abriendo el sobre, saqué la
pequeña pila de papeles y leí la parte superior de la primera página.
Decreto de divorcio.
Página 178
No pude mirarlo después de eso. Él fue quien estuvo mal. No había forma de
defenderlo esta vez. Jugarle bromas era una cosa, pero esto era algo personal.
Hizo una mueca con la boca y se encogió de hombros.
―Quería asegurarme de que lo encontrara y no se perdiera.
Dejando salir un largo gruñido, me incliné hacia adelante y volví a arrojar el
sobre en el escritorio. Esto era pura mierda de niños.
―Y todo porque quitamos febrero ―se quejó ella dram{ticamente. Y tenía
razón. De diciembre a febrero, cerrábamos. El clima era demasiado frío y las ventas
caían dramáticamente con las fiestas. Pero Clara hizo un poco de investigación y
encontró que otros negocios de paracaidismo abrían el primero de febrero cada
año. No le tomó mucho convencerme cuando me mostró los números. Pero Marcus
no estuvo tan abierto a la idea como yo.
―Ese era un mes que esperaba cada año. ―Su rostro enrojeciendo.
―Y todavía eres bienvenido a tom{rtelo. Simplemente no se te pagar{ ―le
dijo tranquilamente.
―Cuento con ese dinero ―discutió―. Ni siquiera nos hablaste al respecto
―gritó Marcus.
Clara le sonrió con incredulidad y desdén.
―¿Por qué te hablaría a ti al respecto?
―Porque trabajo aquí.
―Sí, así es. Trabajas aquí, para mí. Y para Paul. Nosotros tomamos las
decisiones. No tú.
No podía saber el efecto que sus palabras tendrían en Marcus. No conocía la
historia. Ignoraba que, aunque Marcus jamás me lo dijo, en el fondo había estado
profundamente herido cuando Dennis no le dejó parte del negocio. Después de
todo, era el hijo adoptivo de Dennis. Marcus se sintió menospreciado, y se
preguntó si tal vez Dennis no había sentido lo mismo. Pero al mismo tiempo, las
palabras de Clara bien podrían haber sido un latigazo en su rostro.
―Este era el negocio de mi padre ―gruñó Marcus.
Clara parpadeó un par de veces mientras absorbía la información. Nunca lo
supo.
―Y lamento si no estoy de acuerdo con que su zorra venga aquí y trate de
apoderarse del lugar.
Los ojos de Clara prácticamente se salieron de su rostro mientras dejaba caer
mi cabeza en la mano. Necesitaba intervenir. Debería haber intervenido. Marcus
Página 179
había tocado fondo. Pero no lo hice en ese momento, porque estaba investigando
cómo ella se relacionaba con Dennis. Y quería saber, tanto como él, por qué le
había dejado la mitad de su negocio. Ella me miró, y supe que estaba esperando
que hablara, para reprender a Marcus, pero no lo hice. Clara dejó caer su cabeza
como si buscara calmarse a sí misma.
―Lamento decepcionarte. No era su zorra.
―¿Entonces la hija de su zorra? ―intentó Marcus. ¡Amigo! No estaba
rindiéndose.
―Por lo que supe era soltero. ¿Por qué tendría una zorra o una amante? Eres
un maldito idiota ―dijo el insulto lentamente, con la voz tranquila–. Y no. No soy
su hija.
―¿Entonces quién eres? ―gritó―. ¿Por qué te dejó la mitad de un negocio
que se pasó la mayor parte de su vida construyendo?
Ambos la miramos mientras luchaba por responder< o no responder.
Sacudiendo su cabeza, tomó el sobre y lo metió en su bolso.
―De todos los malditos días, tuvo que ser hoy. ―Fruncí el ceño. ¿Qué quiso
decir?
Rodeó el escritorio, se inclinó para que su intensa mirada conectara con
Marcus. En voz calmada, pero segura, gruñó:
―Si alguna vez me vuelves llamas zorra o la hija de una zorra o cualquier cosa
que me relacione con la palabra zorra, te voy a despedir. ―Mir{ndome con la
misma rabia, espetó―: Enc{rgate de esto. Juntos decidimos sobre febrero. Te
corresponde la mitad de su rabia. ―Entonces se fue, cerrando la puerta con fuerza
a sus espaldas.
―De verdad sabes cómo hacer que el ambiente de trabajo sea agradable
―dije―. Gracias.
―¿Realmente aceptaste los saltos en febrero? ―preguntó, ignor{ndome.
Me encogí de hombros sin disculparme antes de intentar explicar.
―Incluso si tan solo podemos conseguir cien saltos y vender las fotos y
vídeos, podríamos al menos cubrir tu salario además del de Clara y el mío. De otra
forma, estamos arrojando el dinero por la ventana. Sé que es tu mes de descanso, y
sé que no puedes soportarla, pero algunas veces, a veces ―reiteré―, tiene un
punto válido y buenas ideas.
Marcus frunció el ceño.
Página 180
―¿Est{ hablando Paul, el dueño del negocio, o Paul, el tipo que quiere
follarla?
Bueno, mierda. Estaba sorprendido. Jamás me había hablado de esa forma,
con tal animosidad. Y porque era joven, arrogante e insensible, contesté:
―Es Paul, tu maldito jefe, hablando.
Asintió un par de veces, dejándome saber que entendió lo que estaba
diciendo; fuerte y claro; antes de salir de la oficina, cerrando de un portazo
también.
Tuvo que detenerse dos veces más de camino a mi casa, así pude vomitar dos
veces más a un lado de la carretera. Fue espantoso. Lo hizo peor el hecho de que
cada vez que nos deteníamos, Paul salía y permanecía conmigo, consiguiendo un
asiento en primera fila para mi humillación. Estaba mortificada. En el momento en
que me dejó en casa, no me quedaba nada en el estómago. Me siguió dentro, hasta
la cocina donde me serví un vaso de agua. Me giré y me apoyé contra el mostrador
mientras lo bebía, noté que me estaba mirando, con los brazos cruzados y una
mirada enfadada.
―Gracias por traerme a casa ―murmuré―. Estoy segura de que tienes otras
cosas que hacer esta noche, así que puedes irte.
―No me voy a ninguna parte ―me informó―. Quiero algunas respuestas.
Dejando el vaso sobre el mostrador, pregunté:
―¿Respuestas de qué?
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―¿Por qué fuiste allí y te emborrachaste? ¿Por Marcus? Porque si ese es el
caso, creo que tienes la piel más dura como para dejar que te derrumbe.
No le respondí en seguida. En cambio, me entretuve tomando dos
ibuprofenos y poniendo dos rebanadas de pan en la tostadora. Necesitaba
desesperadamente algo en mi estómago.
―¿Fue por Marcus? ―preguntó finalmente cuando no respondí.
―No. Aunque no ayudó ―murmuré.
―¿Los papeles del divorcio? ―cuestionó.
Encontrándome con su mirada, decidí decirle la verdad. Bueno, la mayor
parte.
―Hoy, hace veinticinco años, mis padres murieron en un accidente
automovilístico por un conductor borracho.
Se quedó pálido.
―No los recuerdo. Pero< aun así, sigue siendo un día triste para mí.
Estudié su rostro inexpresivo. ¿Lo sabía? ¿Sabía que fue su tío el que le quitó
la vida a mis padres? Realmente no podía asegurarlo. Su falta de respuestas podía
significar muchas cosas. Tal vez lo sabía, o tal vez no y solo siente pena por mí.
―Mi pronto exmarido, Kurt, me mandó los papeles del divorcio hoy, de
cualquier día, por supuesto ―continué―. Así que me emborraché. Algo que
normalmente no hago.
―Mierda, Clara ―murmuró―. ¿El tipo que chocó con ellos también murió?
―De todo lo que había comentado, se estaba centrando en mis padres.
Se me tensó la garganta. No lo sabía. No tenía ni idea de lo que su tío había
hecho. El enfado bulló en mi interior. Marcus y Paul creían que Dennis era un tipo
genial. Les había dejado este legado aventurero con la idea de que era un buen
hombre. Se había mudado aquí y escondido su pasado. No lo conocían
completamente.
―Fue obligado a ir a rehabilitación. Un poco de libertad condicional.
No estaba segura de qué esperaba que Paul dijera o hiciese. ¿Realmente, qué
podría decir o hacer? Las historias como la mía eran una pérdida de tiempo. Eran
tristes y era difícil darles la vuelta con un lado brillante, que era lo que quería hacer
todo el mundo cuando escuchaban una historia desoladora como la mía. No tenía
expectativas en él. Podría no haber dicho nada. No me lo tomaría de forma
personal. Después de todo, no éramos amigos realmente. No me debía nada. Así
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que cuando se acercó a mí y me abrazó, estaba sorprendida. Tan sorprendida que,
de hecho, dejé los brazos a mis costados mientras me abrazaba.
―La forma en que funciona un abrazo ―comentó, apoyando la barbilla sobre
mi cabeza―, es que ambas partes rodeen al otro con los brazos. ¿Ves cómo lo estoy
haciendo?
Puse los ojos en blanco, aunque no pudiese verme. Y lentamente también lo
rodeé con los brazos. Un segundo después, me derretí en el abrazo, hundiendo el
rostro en su pecho. No podía recordar la última vez que me dieron un abrazo.
Como, un abrazo de verdad. Paul y yo podíamos haber compartido algunos
extraños abrazos rápidos de un solo brazo, pero nada como esto. Probablemente,
hace meses, cuando Ally y Vanessa se marcharon de vuelta a Texas fue la última
vez que realmente fui abrazada. Era patética. Me di cuenta de eso. Y estaba sola.
Muy, muy sola.
Alejándome de Paul, me limpié bajo los ojos. No estaba llorando. Estaba
luchando contra las lágrimas. Pero tenía los ojos un poco húmedos.
―Gracias por el viaje, Paul. Siento haber arruinado tu noche.
―No lo hiciste ―me aseguró. Mentiroso. Pero lo dejé pasar―. ¿Quieres que te
haga algo de cenar? ―Miró alrededor de la cocina en busca de signos de comida
que pudiese cocinar, que era ninguna, así que no miró por mucho.
―Realmente lo aprecio, Paul. Pero creo que ahora solo quiero estar sola.
―Oh, uh, claro ―balbuceó, negando―. Bien. ―Le acompañé hasta el porche
y nos despedimos. Subió a su camioneta y se marchó rápidamente.
Cuando volví dentro, estuve de pie junto al mostrador, masticando mi
tostada seca mientras hojeaba los papeles de divorcio. Kurt me estaba presionando.
Me había ofrecido menos de la mitad de nuestros activos. Mi abogado estaba
preparado para atacarle por semejante insulto. Ahora, su nueva táctica; solicitaría
una paga por la empresa de salto libre. La había adquirido mientras todavía
estábamos casados y reclamaba que tenía derecho a parte de su valor. Iba por todo.
En nuestra última conversación, Kurt me había informado que él me “había
hecho”. Me aseguró que, si no fuese por él, no habría tenido nada. Aparentemente
se lo debía todo
No iba a mentir. Dolía. Que menospreciara mi contribución era como una
patada en el estómago. Había caminado al lado de este hombre mientras había
perseguido sus sueños y ambiciones. Lo había amado incluso cuando era
insensiblemente egoísta, poniéndose siempre primero. Tal vez no era perfecta,
pero lo había amado y le había entregado todo mi ser. Era leal y no hay nadie en
esta tierra que hubiera luchado por él o a su lado más que yo.
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Nadie.
Ni siquiera Daisy, la futura madre de su hijo no nato.
Allí, en esas pocas páginas, estaba el final de mi matrimonio. Resumido y
escrito en fríos términos y frases sin sentimientos. Ningún rastro del amor, las
risas, la alegría, las lágrimas y las satisfacciones que habíamos compartido fue
incluido. Sino que estaba desglosado por números y las legalidades de quién tenía
qué. Estaba muy hastiada. Me sentía robada. Le había dado mucho a este hombre y
así era como lo acababa, ¿tan cruelmente?
Cuando era una niña, mi abuela, que me había criado, a veces me decía que la
mejor forma de acabar con algo era escribirlo. A veces, las palabras salían de los
dedos de un modo que no podían hacer de nuestra boca. En ese momento, estaba
molesta y necesitaba sacarlo. Ese día, había purgado mi cuerpo en el sentido físico,
ahora necesitaba purgar mis sentimientos. Tomando una hoja de papel y un lápiz,
me senté en la mesa de la cocina, la que Paul me hizo, y relaté mi corazón roto en
ella.
Hoy ha sido un mal día.
Hoy, hace veinticinco años que mis padres murieron.
Hoy, Marcus actuó como un gran imbécil.
Hoy, Kurt se alejó otro paso de mí, de nuestra vida juntos.
Creo que lo echo de menos.
No debería.
Tal vez, solo nos echo de menos a nosotros… quienes pensé que éramos.
Es mala persona. Lo sé. Tal vez, no completamente mala, pero mayormente mala. Me
apartó. ¿No merecía algo mejor? ¿No lo amé con suficiente fuerza? ¿No le di suficiente?
Creo que lo hice. Realmente lo hago.
He hecho las paces con la muerte de mis padres.
El que fuera tan joven hizo que fuera un poco más fácil de soportar.
Pero Kurt es una herida reciente.
Necesito dejarlo ir. Pero el corazón no funciona como los interruptores de luz, no se
encienden y se apagan. Se llenan rápidamente con amor y sangran lentamente con dolor.
Debería ser fuerte. Debería ser capaz de cerrarme a su recuerdo. Pero aún no soy lo
suficientemente fuerte.
Dicen que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo odio. Lo odio tanto
que siento que se filtra por mis poros, intoxicando todo a mi alrededor.
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No quiero que vuelva. No lo hago. No quien es ahora. Quiero mi vida de vuelta.
Quiero la seguridad que sentía en mi matrimonio. Quiero los días en que nos tomábamos de
las manos y soñábamos millones de cosas juntos, cuando creía en él cuando decía que era
para siempre. Cuando me afirmó que nadie podría tomar mi lugar. Quería ese hombre de
vuelta. Quería ese tipo de amor en mi vida.
Pero se ha ido.
Y ahora, con su crueldad y acciones aparentemente insensibles, tengo que
preguntarme… ¿realmente estuvo allí alguna vez? ¿Fue todo una fachada? ¿Fui una tonta
todo el tiempo viendo lo que quería ver?
Quiero ser feliz.
Quiero un para siempre.
Quiero…
Quiero un bebé.
Alejando el papel, apoyé la cabeza entre los brazos sobre la mesa y lloré.
Lloré con fuerza. Cuando terminé, metí la página en uno de los cajones vacíos de la
cocina y me quedé con el bolígrafo.
Luego firmé los papeles.
Los dejé sobre el mostrador y me marché a la cama.
5
Country Crock Marca comercial de mantequilla.
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Pasó por mi lado y fue hacia la cocina.
―No ―gritó sobre el hombro mientras yo cerraba la puerta y le seguía―. A
mi madre le gusta reusar estos recipientes como contenedores. No es muy malo, a
no ser que estés en su casa buscando mantequilla. ―Dejó con cuidado todo sobre
la encimera―. Lleva veinte recipientes hasta que puedes ponerle mantequilla a tu
tostada.
Me reí un poco.
―Ella suena increíble.
―Acabo de dejar su casa. Se va a mudar a Florida dentro de un mes, así que
estoy tratando de llenarme con su increíble comida antes de que se vaya. ―Posó
los ojos en mí y los abrió como platos―. ¿Has estado sosteniendo esa pistola todo
el tiempo?
Bajé la mirada a mi mano.
―No sabía quién estaba en la puerta. Le diste una patada ―me defendí―.
Me asustaste muchísimo.
―Tenía las manos ocupadas. Maldita sea, Clara ―murmuró―. Aleja esa
cosa.
―Est{s bien, est{ bien ―concordé―. No seas tan niño.
―Prefiero un adulto responsable y que defienda la seguridad en el uso de
armas.
Hice una mueca con los labios.
―Sí, bueno, prefiero un divorciado supermodelo y saludable. ―Me encogí de
hombros―. Somos lo que somos. ―Guardé el arma en el cajón de la cocina
mientras él destapaba los envases―. Entonces, ¿tu madre te dio suficiente comida
como para alimentar a un ejército y decidiste compartirla conmigo?
―La comida italiana siempre es la mejor para la resaca.
Se me revolvió el estómago ante el pensamiento. No estaba segura de qué
pensaba sobre su llegada sin avisar. Empezamos como enemigos. Luego llegamos
a una tregua y declaramos la paz en nombre de nuestra sociedad de negocios.
¿Ahora nos estábamos convirtiendo en amigos? ¿De verdad? ¿Hacía cosas como
estas por sus amigos; protegerles de sí mismos cuando estaban borrachos en un
bar, llevarles la cena cuando estaban de resaca?
Debió haber notado mi mirada perpleja.
―No fue solo por ti. Esta noche quería tener una cena con un buen amigo.
―¿Somos amigos?
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Me dio un corto asentimiento.
―Sí, somos amigos.
No lo cuestioné. No tenía energía para hacerlo. Y la verdad era que necesitaba
un amigo. Desesperadamente. Incluso si decir amigo era aparentemente un
hombre gigante que se llamaba a sí mismo Epic. A caballo regalado no le mires el
diente.
Pusimos en platos un festín de lasaña, raviolis, albóndigas y ensalada. No
podía dejar de comer. Bien podría haber metido el rostro en el contenedor de
lasaña, como un caballo en el comedero. Estaba muy bueno. Tomé un vaso de vino
tinto con la comida, porque Paul insistió que sería el mejor que pudiese tomar. Y lo
era. Aparte de aventurero, saltador en paracaídas y as con las mujeres; descubrí
que le gustaba cocinar y aunque disfrutaba todo tipo de alcohol, se consideraba un
conocedor de vinos.
Después de lavar los platos, que solo fueron los tenedores porque comimos
en platos de papel, aún no había abastecido de las cosas del hogar básicas,
tomamos nuestro vino y nos sentamos en el escalón superior del porche anterior.
Ahora estaba más enérgica. Los grillos chirriaban en la oscuridad mientras nos
sentábamos, sin hablar. El silencio entre nosotros me puso nerviosa. Los amigos
deberían ser capaces de hablar. ¿Verdad? ¿Por qué no estábamos hablando?
―Firmé los papeles ―solté de repente, sin saber por qué. Solo necesitaba
decírselo a alguien. A cualquiera. Él estaba aquí, y nadie estaba diciendo nada.
¿Por qué no yo? Necesitaba sentir como se sentía decirlo< para realmente
empezar a admitir que estaba soltera y pronto estaría divorciada. O de camino al
divorcio.
Paul asintió unas cuantas veces antes de alzar el brazo por un brindis.
―Por seguir adelante. ―Choqué mi vaso con el suyo y ambos tomamos un
sorbo―. ¿Lo est{s llevando bien?
Saqué la lengua para lamerme mis labios resecos.
―Simplemente da miedo. Volver a estar soltera. Es duro imaginar haciendo
algo tan simple como besar a otro hombre. Y como sabes, tiendo a pensarlo todo
mucho. Va a ser un desastre.
―Tal vez no ―replicó Paul―. A veces, las cosas simplemente suceden.
Quizás no tendrás que pensar en ello.
Dejé salir un largo suspiro mientras me reía.
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―Tal vez necesite practicar los de las citas y los besos. ¿Sabes? Como que
alguien me ayude a reponerme. ―Miré mi vaso pensativamente―. ¿Por qué aún
no existe eso? Alguien debería crear ese servicio.
―Existe. ―Resopló―. Le llaman prostitución.
Arrugué la nariz.
―¡Puaj! Esto sería diferente. Estrictamente para ayudar a la gente a volver al
ruedo de las citas.
―¿Es un nuevo modelo de negocio que acabas de crear? ―bromeó―. Podrías
hacer millones.
Le golpeé el brazo mientras se reía.
―No todos estamos bendecidos en el arte de atraer al sexo opuesto como
alguna gente, Paul. Simplemente miras de soslayo a la gente y caen sobre ti.
―No. No lo hacen.
―C{llate. Sabes que eres guapo.
―¿Lo sé? ―Sonríe, acerc{ndose y peg{ndose a mí―. Dime lo guapo que soy.
Se me sonrojaron las mejillas mientras me reía e intentaba evitar que me
atacase.
―Quiero decir, que otras mujeres creen que eres atractivo, no yo ―aclaré
mintiendo.
Se calmó y bebió su vino, aún sonriendo todo el tiempo.
―Lo decía en serio. No estaba diciendo que fueses atractivo. ―Al menos, eso
no era lo que quería decir. Pero era verdad. Paul era guapo, en el sentido más
clásico de la palabra. De todos modos, no quería admitírselo a él.
―Lo que digas ―se burló.
Bebí el vino.
―Entonces, ¿por qué no has encontrado una mujer con la que asentarte,
Paul? ―pregunté con tanta indiferencia como pude. No quería que pensase que se
lo preguntaba porque estaba interesada en él.
Frunció la boca meditando antes de responder:
―No hago lo de felices para siempre. No hago lo de bebés y vallas blancas.
Luché contra la urgencia de poner los ojos en blanco. Su respuesta me
molestó. Esas eran dos cosas que pensaba que yo quería desesperadamente.
―¿Por qué no?
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Se encogió de hombros.
―Es solo que no es quien soy. No soy el tipo de hombre que se asienta.
―Tal vez un día cambies de opinión, cuando llegué la mujer perfecta
―reflexioné.
Bufó.
―Lo dudo.
Terminamos el vino y Paul llevó los vasos a la cocina. Cuando regresó
permanecimos incómodos, ninguno sabiendo qué decir, lo que significaba que era
hora de despedirse. Le toqué el hombro< con mucha torpeza< y comenté:
―Sin problema.
Tenía la boca tensa, como si estuviese tratando de no reírse mientras me
tocaba el hombro.
―Sin problema.
―Te veo< ¿mañana? ―pregunté mientras metía las manos en los bolsillos
traseros del pantalón.
―Nos vemos entonces.
Bajó las escaleras dirigiéndose a su camioneta. Cuando abrió la puerta, me
giré para entrar.
―Clara ―gritó, haciendo que voltease.
Estaba al final de las escaleras, subiéndolas y antes de que pudiese
responderle con un ¿qué? Me levantó por las piernas y me empujó contra la puerta
de entrada. Abrí la boca. Estaba petrificada. ¿Qué estaba haciendo? Tenía los
músculos de su mandíbula y cuello tensos mientras me miraba fijamente a los ojos.
Después me besó.
No me moví por un segundo o dos, mi cerebro incapaz de ponerse de
acuerdo con mi cuerpo. Luego deslizó la lengua entre mis labios y mi sangre bulló
mientras mi boca se movía contra la suya.
Fue un beso duro, pero también amable. Sus labios eran suaves y su lengua
sabía a vino tinto. Me mantenía presionada contra la puerta con las caderas
mientras le rodeé con las piernas, me sostenía por el trasero con las manos,
apretándolo suavemente. Había pasado mucho tiempo desde que había sentido
algo tan< erótico. Me sentía como una de esas decoraciones inflables de Navidad
que la gente ponía fuera, que durante el día permanecían deshinchados, pero por
la noche cuando las luces se encendían y el aire empezaba a bombear, cobraban
vida.
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Ese beso me insufló vida.
El beso de Paul James me llevó a la vida.
Cuando apartó su boca de la mía, me dio un pequeño mordisco en el labio
inferior que me hizo jadear. Ambos estábamos respirando con dificultad, nuestros
pechos subiendo y bajando con fuerza. Sujeté sus musculosos hombros mientras
me bajaba lentamente, sosteniéndome un momento para asegurarse de que tenía
equilibrio, lo que me llevó un minuto porque sentía las piernas como gelatina.
Tragué saliva con fuerza mientras levantaba la mirada para encontrar la suya.
―Ahora no tienes que pensar tanto sobre ese primer beso. ―Con una
pequeña sonrisa traviesa, añadió―: Soy afortunado de ser el primer hombre en
besar a la mujer que empieza una nueva vida.
Tiempo después, estaba apoyada contra la puerta cuando se alejó.
Ashley está inclinada hacia delante en la silla, con sus ojos, delineados con
una gruesa raya negra, fijos en mí.
―¿Así que era un buen besador? ―Pr{cticamente estaba babeando.
Sonreí.
―Fue el mejor beso de mi vida ―admití.
Asintió mientras me miraba, aparentemente complacida con mi respuesta.
Luego se recompuso.
―¿Misma hora la semana que viene, Clara?
―Suena bien.
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Capítulo 33
Dos días más tarde, estoy a punto de llamar a la puerta del dormitorio de
Neena cuando la oigo hablar desde el otro lado. Escucho por un momento,
preguntándome si está hablando consigo misma, pero pronto me doy cuenta que
está en su teléfono.
―Lo llevaré hoy y te lo daré.
Pausa.
―Oye, ¿quieres comer algo esta tarde? ―pregunta, su tono esperanzador.
Otra pausa.
―Oh< bueno.
Hace una pausa, una vez más.
―Sí, entiendo.
Pausa.
―Bueno. Nos vemos m{s tarde. Adiós. ―Después de unos segundos, cuelga.
Escucho por un minuto o dos. Sé que no debería, pero no puedo evitarlo.
¿Con quién estaba hablando? El único amigo que la he oído mencionar es Mills y
ese era por Paul. ¿Era Mills? ¿Acaba de rechazarla? Mierda. Eso es todo lo que
necesita en este momento. Sé lo que es un flechazo, pero podía usar un amigo
cercano a su edad. Incluso si es un chico de secundaria. Ella casi no quería salir de
la cama los últimos dos días, y ahora esto. Por último, abro la puerta. Está de pie
delante de su espejo de cuerpo entero, metiendo pañuelos de papel en su
sujetador. Al entrar, ella se apresura a su cama y agarra su almohada, cubriéndose.
―¿No puedes llamar, mam{? ―suelta, su voz temblando de ira.
―L-lo siento ―tartamudeo. Miro al suelo, sin saber qué hacer aquí. ¿Debería
marcharme o debería quedarme y hablar de lo que acabo de ver?
―Soy una adolescente. Merezco privacidad. ―Está molesta conmigo. Y
avergonzada. Pero no debe estarlo. Todas las mujeres han estado allí en algún
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momento; sido esa joven chica desesperada por ser mujer, pero atrapada en esa
etapa intermedia donde nuestros cuerpos no se ven tan sexys como nuestra mente
piensa que debería o tan atractivos como la sociedad nos dice que deberíamos. Ella
no está haciendo nada malo. Solo quiero que entienda que es normal sentirse de
esta manera.
―Cariño, no tenía intención de<
―¡Siempre est{s haciendo eso! ―chilla―. Siempre est{s simplemente
entrando sin llamar. No soy m{s una niña. ―Su voz se quiebra por la emoción, su
labio tembloroso. Entonces< las lágrimas comienzan. Se acuesta en su cama y tira
los pañuelos de papel fuera de su sujetador, lanzándolos en el suelo.
Me tomo un momento para seleccionar mis siguientes palabras
cuidadosamente. Estoy bastante segura de que no importa lo que diga, ella va a
gritarme. Parece que vamos a tener uno de esos clásicos momentos hija
adolescente-madre. Si eso significaba que iba a vivir, me gustaría tener un millón al
día, solo para mantenerla aquí.
―Sabes, las tetas no son todo lo que no han hecho creer ―murmuro mientras
tomo unos pasos dentro de su habitación―. Los sujetadores son tan
condenadamente incómodos y las tetas solo quieren quedar sueltas cuando corres
o haces ejercicio.
Ella no me mira mientras utiliza el dorso de su mano para limpiar en su nariz.
―No me importa ―se queja―. Las quiero.
―Lo sé. Cada chica de tu edad las quiere.
―Sí, bueno nunca voy a tenerlas, por lo que no importa. Voy a estar muerta
antes de que tenga la oportunidad de que me crezcan las tetas.
Cierro mis ojos. No pierdas la cabeza, Clara.
―No las necesitas, cariño. Eres hermosa. Las tetas no equivalen a belleza.
Ella vuela fuera de la cama y arroja la almohada a un lado. Lleva un diminuto
sujetador blanco y pantalón de pijama, dejando al descubierto su cuerpo frágil y
brazos delgados. Cada una de sus costillas se define, su pálida piel estirada a
través de ellas.
―¡Mírame, mam{! ―grita, con los ojos brillantes de l{grimas a medida que
caen por su rostro―. ¡Mírame!
Mi garganta está cerrada y parpadeo cuando las lágrimas se forman en mis
ojos.
―Estoy mir{ndote, Neena ―insisto, mi corazón agrietándose.
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―Esto ―hace un gesto a sí misma―, no es bello. ―Mueve sus dedos debajo
de sus hundidos ojos, antes de caer a sus labios, no importa la cantidad de bálsamo
labial que se pone, siempre est{n secos y agrietados―. Esto es< ―se gira y se mira
en el espejo―, esto es feo. Esta soy yo.
―Neena< ―Su nombre sale como una petición desesperada. Necesito que
vea lo que yo veo. Necesito que entienda que es la persona más bella del mundo
para mí y para mucha gente. Dentro y fuera. Se frota la pelusa oscura en su cuero
cabelludo. Su cabello ha comenzado a crecer de nuevo.
―Estoy cansada de verme fea ―gime. Se mira un poco más, con los ojos
enrojecidos por las lágrimas.
Frunzo mis cejas con preocupación. Tal vez esto es un momento clásico
adolescente. O tal vez no lo es. Tal vez esté deprimida. Es comprensible. O tal vez
está enferma. Enferma y cansada de lo que está pasando. Todo lo que sé es que está
sufriendo y su tristeza es palpable. Sin embargo, ella estando enferma es mi
primera preocupación. En vez de responder verbalmente, entro en modo madre y
en cuestión de segundos tengo su cabeza en mis manos, mi boca en su frente. Ella
tira liberándose de mí, antes de que pueda decir, si tiene fiebre o no.
―No tengo fiebre ―grita.
―Solo quería comprobar. Pareces agitada. Y no te has estado sintiendo bien.
Has estado en cama durante dos días. Si no es fiebre< tal vez est{s deprimida.
Tenemos una receta<
―No necesito reposo ―gime en voz alta―. ¡Necesito que me dejes de tratar
como un bebé!
―Neena. ―Suspiro―. Simplemente no me gusta verte así. Tan enojada. ¿Por
qué estás tan enojada conmigo? Solo quiero ayudarte.
―¡Debido a que no me dejas simplemente estar triste! Cada vez que estoy
triste o enojada lo tratas de arreglar. “Oh, Neena est{ molesta, debe tener
fiebre”―me imita―. Oh, Neena durmió una hora extra, debe estar deprimida.
―Estoy tratando de mantenerte lo m{s feliz y saludable que pueda. Lo siento
―susurro.
―Tal vez tengo que estar triste, mam{.
Doy un paso hacia ella, pero se aleja.
―El médico nos dio una receta para antidepresivos. Tal vez van a ayudar
―ofrezco, desesperada por ayudarla. Desesperada por hacer que su tristeza y el
dolor desaparezca.
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―La gente normal que no se están muriendo tienen malos días. Duermen en
ocasiones. ¡Tal vez solo necesito estar triste y solo tienes que dejarme estar triste y
no intentar arreglarme! ¡No necesito pastillas!
Las lágrimas corrían por mi rostro. ¿De dónde proviene todo esto?
―Solo estoy tratando< ―Niego mientras ruedo de lleno en llanto―. No me
gusta verte triste, bebé.
―Por favor, solo sal de mi habitación ―pide, con los ojos fijos en el suelo.
Mi corazón se siente como si solo chapoteara en el suelo. Quiero abrazarla, de
alguna manera curarla, pero parece que cuanto más trato, más molesta se vuelve.
Decido que lo mejor es salir y darle un poco de tiempo para calmarse.
―Est{ bien, cariño ―le susurro con voz ronca―. Estoy aquí, si quieres
hablar. ―Hipo de nuevo mis sollozos mientras camino y cierro la puerta detrás de
mí.
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Capítulo 34
Cuando llego a casa, Neena y Clara se encuentran escondidas en sus
habitaciones. Clara está acurrucada en su cama, pañuelitos de papel por todos
lados.
―¿Qué sucede? ―pregunto mientras me siento a su lado y aprieto
suavemente su pierna.
Sorbe mientras se sienta y se voltea para mirarme. Sus ojos azules se
encuentran vidriosos por las lágrimas, su nariz roja.
―Neena acaba de tener una recaída, supongo. ―Niega con un gesto―. No lo
sé< está muy triste y solo quiero ayudarla, pero dice que la sofoco. Así que, le
estoy dando el espacio que desea. ―Ahoga un sollozo―. Lo único que quiero es
aliviarla, Paul. Quiero ser quien lleve esa carga. Ella debería estar saludable, feliz y
vivir su vida al máximo. No debería mirarse a sí misma deseando verse diferente
por un chico ―termina.
―¿Qué?
―Creo que podría ser lo que causó ―mueve una mano err{tica―, un
colapso. Me parece que de verdad le gusta Mills, pero él no está interesado. Al
menos podría ser su amigo.
Mis entrañas se retuercen de ira. ¿Cómo se atreve a no gustarle mi hija?
Idiota. Por supuesto que es muy grande para ella, si le gustara, lo golpearía como
la mierda. Pero no le cuesta malditamente nada ser amigable. Sin embargo, me
opondría a que sean amigos. Mierda. Mills no se encuentra en una situación
favorable de todos modos, tratándose de Neena. Pobre chico.
―Iré a hablar con ella ―digo antes de atraerla hacia mí y besar su frente.
Clara suspira y se recuesta otra vez, en la misma posición anterior.
―Buena suerte.
Cuando toco la puerta de Neena, no responde, así que vuelvo a golpear. Más
fuerte esta vez.
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―¿Qué? ―grita. Echo mi cabeza hacia atr{s por su tono. Nunca la había
escuchado tan< molesta.
―Uh< es pap{. ¿Puedo entrar?
―Ahora no es un buen momento.
―Neena, tenemos que hablar, princesa.
―¿Podemos hablar m{s tarde, pap{? Estoy cansada. ―Apoyo mi cabeza
contra la puerta con frustración. Entiendo la ansiedad de Clara. Quiero arreglar
esto. ¿Qué le sucede? Algo le pasa. Lo presiento. ¿Es intuición de padre? Quizás.
De todas formas, voy a entrar.
―Contaré hasta tres, y entraré ―le informo―. Uno. Dos. Tres. ―La puerta
cruje cuando la abro y se detiene mi corazón.
Sangre.
Hay sangre en todos lados.
El piso está lleno de pañuelitos empapados con sangre y Neena está sentada
en el suelo, su espalda apoyada contra la cama, sosteniendo, lo que parece, una
camiseta hecha un ovillo manchada de sangre.
―Mierda ―jadeo y me precipito hacia ella, cayendo de rodillas―. ¿Qué
pasó? ―pregunto, mi voz llena de p{nico, asust{ndome hasta a mí―. ¿Qué
sucedió?
Pone los ojos en blanco. No es la reacción que esperaba.
―Mi nariz. No para de sangrar.
Aparto la camiseta de su rostro un momento, para comprobar si dice la
verdad. Su nariz está sangrando fluidamente.
―Mierda ―espeto. No es bueno. Tengo un nudo de preocupación en el
estómago, pero estoy triste también. ¿Por qué se esconde aquí?―. Princesa< ¿por
qué no llamaste a tu madre?
―Porque acabo de gritarle. ―Lloriquea con sus ojos muy abiertos―. Est{
enojada conmigo.
―No, no lo est{ ―insisto gentilmente mientras la sostengo en mis brazos y
permanezco así―. ¡Clara! ―grito. Llevo a Neena por el pasillo donde nos
encontramos con Clara. En cuanto nos ve, toda su tristeza se evapora y entra en
modo madre/paramédico.
―¿Cu{nto tiempo llevas sangrando, Neena? ―pregunta.
―Veinte minutos.
Página 204
―¿Te duele algo m{s? ―Clara presiona su mano contra la frente de Neena.
―Mi estómago. Me duele.
Clara me mira, su mirada llena de preocupación.
―Llévala al auto. Llamaré a su doctor y le avisaré que estamos en camino.
6 Hospicio: Establecimiento benéfico en el que se recoge, cría, educa y brinda ayuda a niños
enfermos, abandonados, huérfanos o pobres.
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No es su culpa, pero de alguna forma quiero pasar por encima de su
escritorio y golpearlo. Me aclaro el nudo en mi garganta y me enderezo en mi silla.
El doctor escribe algo rápidamente y arranca unas hojas de su libreta.
―Si tiene dolor, denle estos. Ella necesita estar cómoda.
―¿Cu{nto le queda? ―dice Marcus.
Mi respiración se detiene por su pregunta. Odio que haya preguntado, pero,
por otro lado, quiero saber la respuesta.
El doctor Jones aprieta sus labios antes de responder.
―Es difícil de decir, pero si tuviera que predecirlo, dos meses, quiz{s< tres
como mucho. ―Mi visión empieza a desdibujarse mientras miro fijamente el reloj
detrás de su cabeza, rogando que el tiempo reduzca la velocidad.
El funeral fue agradable y tan sencillo como era posible. De la manera en que
Sap lo hubiese querido. Sólo asistieron diez personas y, para honrar a nuestro
difunto amigo y compañero, contratamos a un piloto para el día y enviamos al
avión a volar con todos nuestros saltadores para hacer un salto de despedida en su
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honor. Paul unió la bandera de Estados Unidos que Sap había recibido por su
servicio militar a su paracaídas y fue a la deriva hermosamente mientras se
deslizaba hacia el suelo. Cerramos la oficina por algunos días, necesitábamos
encontrar un nuevo piloto y reorganizar el horario. Sap definitivamente sería
extrañado.
Trabajé, pero Paul y Marcus se quedaron en casa. Les resultó más duro
perder a Sap. No había pasado mucho tiempo desde que había muerto, así que
entendí que probablemente necesitaban un poco de tiempo para llorar. Podía no
soportar a Marcus. En absoluto. Era mi grano en el culo entonces. Pero decidí
probar algo demostrándole compasión. Fui a casa e hice dos guisos de pollo y
brócoli, bien envueltos en papel de aluminio, y los guardé en mi auto.
Ni siquiera apagué el auto cuando estacioné frente a la casa de Marcus. Dejé
la olla en el mini porche junto a la puerta, toqué con fuerza y me apresuré de
vuelta a mi auto. No intentaba ser una perra. Solo no podría soportarlo si actuaba
como un imbécil conmigo cuando trataba de ser agradable. Si tiraba la comida
después de que me fuera, no lo sabría y no tendría que odiarlo por ello. Cuando
arranqué, miré por el espejo retrovisor y lo vi abrir la puerta y salir al porche,
mirando hacia mi auto. Luego bajó la vista, se agachó y recogió el guiso,
inspeccionándolo, antes de mirar a mi auto de nuevo. Su expresión no decía nada.
¿Le afectó mi gesto? ¿Lo odió? No lo sabía. Cuando se volvió y entró con el guiso,
dejé escapar un largo aliento. No importaba qué< lo intenté. Hice lo correcto y si
decidía ignorar mi gesto, dependía de él.
Nunca había estado en la casa de Paul antes y no me sorprendió ver que vivía
en una pequeña y sencilla casa a treinta minutos de la oficina. La casa era simple,
lo que tenía sentido para él. ¿Por qué tener una enorme y bonita casa cuando
podías irte en cualquier momento dado sin tener ni idea de cuándo regresarías?
Una parte de mí, quería tocar y correr con Paul también. Eso es lo que debería
haber hecho. Pero quería verlo. Me sentía patética por eso, pero lo hacía. Así que
me dije que le entregaría la comida que había hecho, pero no entraría. No
importaba qué. Respirando hondo, toqué a su puerta, muy ansiosa. Realmente no
habíamos hablado desde que volvió y, créeme, tenía mucho que decir. Pero me
mordí la lengua. Este era un momento para lamentar. Mis quejas hacia Paul podían
esperar.
Cuando abrió la puerta, me quedé muda.
Hijo de puta.
No llevaba nada más que sus bóxers.
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Sujeté el guiso en mis brazos y me obligué a parpadear. Entornó los ojos
como si acabara de despertarse y su cabello estaba un poco desordenado. Pero su
cuerpo< lo odiaba. Era asombroso. Lo había visto sin camiseta antes, pero verlo
tan desnudo en sus bóxers era diferente. Era tan íntimo. Y, de repente, me sentí
muy vulnerable.
―Hola ―dijo con voz ronca y soñolienta. Uf, incluso su voz de recién
despierto era sexy.
Lamí mis labios secos.
―H-hola ―tartamudeé―. Te traje algo de comida.
Su mirada se movió al guiso, luego a mis ojos.
―¿Lo hiciste?
―Eh, sí. Ya que estás de luto y todo. Pensé que te gustaría algo de comer.
Dio un paso atrás y a un lado, invitándome a entrar. Tocar y correr se había
convertido en tocar y ver, y ahora era tocar y visitar. Fallé. Entré y, si pensaba que
el exterior de la casa era simple, el interior no fue una excepción. Era un plano de
una sola planta abierta, la sala de estar y la cocina en la misma habitación. Tenía un
sofá biplaza y una pequeña mesa más cerca de la cocina, en la que sólo podían
sentarse dos personas. No había televisión. Ni fotos o decoración. Sin embargo,
tenía una bicicleta colgando del techo y una tabla de snowboard y esquís y una
patineta que se alineaban en la pared.
Cerrando la puerta detrás de mí, preguntó:
―¿Qué es eso?
―Oh ―repliqué nerviosamente. Me di cuenta de que había estado mirando
fijamente su casa―. Nada. Es raro ver tu casa, es todo. ―Uf. ¿Por qué dije eso?
Sonrió, enseñando sus hoyuelos. Estúpidos hoyuelos.
―Debe ser raro ver una casa que no es un caos ―se burló.
Lo fulminé con la mirada en broma.
―Sólo est{s celoso de cu{nto car{cter tiene mi casa. La tuya< es claramente
deficiente.
―Tienes razón ―me siguió la corriente―. Estoy tan celoso de un porche que
alguien de cincuenta kilos derribaría.
―¿Ves? ―me burlé―. Lo sabía. Además, el porche es más fuerte ahora,
¿recuerdas?
Ambos nos reímos.
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―Bien, cuando te pregunté qué era eso, me refería a la olla en tus manos.
¿Qué es eso?
―Un guiso de pollo y brócoli.
Fue a la cocina y abrió el refrigerador, sacando una Coca Cola. Noté varios
recipientes de mantequilla Country Crock en las estanterías de su refrigerador y
sonreí para mí. Debía haber visitado a su madre recientemente. Cuando se agachó,
los músculos en su espalda parecieron ondear, exigiendo que los mirara.
―¿Quieres una? ―ofreció, sosteniendo una lata para que la viera.
―Claro.
Tomó otra lata y las dejó en la mesa. Luego, agarró dos platos, una cuchara
para servir y dos tenedores. Después de que los dejara, se detuvo y me miró como
si estuviera esperando por algo.
―¿Estás bien?
―Sí, ¿por qué?
―No te has movido de ahí desde que entraste y estás sosteniendo ese guiso
como su fuese un bebé recién nacido.
Negué mientras me sonrojaba antes de moverme para reunirme con él en la
mesa.
―Lo siento. Ha sido un largo día.
Tomó el guiso, colocándolo en el centro de la mesa, antes de quitar el papel
de aluminio. Sus párpados se entrecerraron un poco, pero rápidamente se dio
cuenta.
―Parece bueno ―dijo. Qué mentiroso. No se veía ni cerca de bueno. Mis
mejillas ardieron con vergüenza. Sabía que se veía menos que apetitoso, pero
estaba siendo agradable―. Vamos a comer. ―Eran cerca de las cinco de la tarde,
pero no me molesté en señalárselo.
Nos sentamos y nos sirvió. Lo miré mientras tomaba su primer bocado.
Empezó a masticar rápido, pero desaceleró. En un momento, se vio como un
caballo masticando una paja. Mientras continuaba, trabajó duro para dominar su
expresión. Cuando finalmente se las arregló para tragar, los músculos de su cuello
y mandíbula se flexionaron dramáticamente. Parecía como si se hubiese tragado un
montón de algodón. Su mirada encontró la mía, sus ojos llenos de sinceridad.
―Está muy bueno, Clara ―mintió antes de abrir su lata de soda y tomar un
largo trago. De nuevo.
Reprimí mi risa.
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―Creo que al fin he encontrado algo en lo que eres malo, Paul.
―¿Qué es eso? ―preguntó, desconcertado mientras empujaba en su plato.
―Mentir. Apestas.
Se rió, recostándose en su asiento y rascándose el estómago.
―No miento ―continuó con la mentira piadosa. Dios. Esos hoyuelos. En
serio, me estaban matando. Aquí estaba, avergonzada como el infierno porque
había hecho un guiso de mierda y no podía evitar sonreír a causa de esos dos
estúpidos hoyuelos. Inclinándose hacia delante, colocó sus antebrazos sobre la
mesa y recogió más con su tenedor.
―Paul ―dije su nombre despacio, causando que alzara la mirada―. Detente.
―¿Detenerme? ―preguntó, su tono indicando que estaba perplejo.
―Deja de comer. Es horrible. Lo siento. ―Me levanté y tomé ambos platos de
la mesa y tiré el guiso en la basura.
―¿Por qué hiciste eso? ―inquirió al ponerse de pie.
―No tengo ni idea de porqué cociné. Apesto. Sólo quería hacer algo
agradable por ti. ―Negando, suspiré―. Voy a irme ahora.
―¿Estás segura? ―preguntó, frunciendo el ceño ligeramente. Parecía
decepcionado―. Tengo un poco de comida que me dio mi madre ayer.
―Sí, tengo algunas cosas que hacer. ―Alcé mi mirada para encontrarme con
la suya y ofrecí―: Lo siento. Sobre Sap. Era un hombre extravagante.
Paul sonrió.
―Sí. Lo era.
Me dirigí a la puerta delantera y la abrí, dolorosamente consciente de que
estaba detrás de mí en cada paso del camino. Qué pérdida de tiempo fue esto.
¿Qué me poseyó para traerle comida? Debía haber pensado que era la mujer más
triste que había conocido alguna vez. No sólo no podía hacer un simple guiso, sino
que también estaba el asunto del beso por compasión. Cuán patética. Salí al
porche, lista para echar a correr hacia mi auto y salir pitando de allí, pero me
detuve. Ahora no era el momento de enfrentarlo por el beso. Pero necesitaba
hacerlo. O de alguna manera necesitaba redimirme. ¿Pero cómo?
Dándome la vuelta, observé su oscura mirada y mordí mi labio.
―¿Estás bien? ―preguntó.
Negué, apenas capaz de creer lo que estaba a punto de hacer, antes de pegar
mi cuerpo al suyo, juntando nuestras bocas. Cuando choqué contra él, se tambaleó
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un poco y habríamos caído si no se las hubiera arreglado para mantenerse de pie.
Por supuesto, mientras trataba de evitar que cayéramos al suelo, yo intentaba
besarle y él no podía participar al principio. Cuando se las arregló para seguir de
pie, estuvo quieto por un momento, atónito, pero estaba decidida a pesar de mi
menos que suave iniciación del beso. Presioné mi boca con más fuerza contra la
suya y, una vez que enredé mis dedos en su cabello, vino a la vida. Sus labios se
movieron contra los míos mientras sus manos empuñaban la tela de mi camisa.
Cuando su lengua entró en mi boca, la mordisqueé un poco, ganándome un
pequeño siseó por su parte, antes de que me apretara más fuerte. Lo que comenzó
con torpeza se estaba convirtiendo en un momento más intenso.
Cuando me las arreglé para apartarme, me soltó lentamente, sus manos
deslizándose por mi cuerpo antes de que las dejara caer a sus costados. Sus ojos se
movieron entre mi boca y ojos mientras aspiraba un largo aliento. Cuando Paul me
besó la primera vez, fue tan suave; perfecto. Mi beso, bueno, fue torpe. Pero, a
juzgar por su mirada de sorpresa y la manera en la que su boca tembló un poco,
parecía justo tan atónito como yo había estado después de que me besara.
Aclarando mi garganta, le di una pequeña sonrisa. Entonces me di la vuelta y
me dirigí a mi auto, subí y me alejé. Fue agradable ser la que lo dejara sin palabras.
―Creo que deberíamos dejarlo por hoy ―le digo a Ashley―. Quiero volver a
casa y revisar a Neena.
―Está bien ―acepta y mueve una mano para que Zane quite mi
micrófono―. Realmente creo que a Neena le va a gustar esto.
―Espero que< lo hagas de buen gusto, Ashley. Tiene doce años.
Ashley sonríe.
―Te refieres a no mencionar toda la parte del sucio beso y el sexo.
Me encojo. Tal vez he ofrecido unos pocos demasiados detalles.
―No hemos llegado a ninguna parte sexual todavía ―señalo.
―No, pero estoy en ascuas esperándolo. Pero no te preocupes, prometo
hacerlo adecuado para Neena.
―De acuerdo. Te veo la próxima semana, ¿sí?
―Te veo entonces.
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Capítulo 36
Estamos sentados en la sala de estar, esperando a que Clara llegue a casa.
Tuve que cancelar mi cita con Ashley esta tarde para armar esta sorpresa, pero
bien valdría la pena. Clara va a estar extasiada.
Vanessa está sentada a los pies de la cama de Neena, con una taza de café en
la mano, aliviando su resaca. Aparentemente necesitaron dos Xanas y dos tragos
de whiskey para hacer que se subiera al avión. Ally estaba prácticamente
cargándola a caballito cuando las recogí en el aeropuerto.
―¿Estás bien? ―pregunto.
Toma de su café y murmura.
―Lo estaré.
Ally se sienta al lado de Vanessa con Neena tras ella, trenzando su cabello.
Las dos mujeres han adorado a Neena desde que entraron por la puerta,
permaneciendo con ella la mayor parte del tiempo. Es como si la madre, que cada
una lleva dentro, saliera tan pronto como pasaron por la puerta y necesitaron estar
a su lado.
―Acaba de estacionar ―nos informa Marcus desde donde está mirando, en
la ventana frontal.
―Va a estar tan feliz ―dice Neena mientras aplaude con entusiasmo. Ha
pasado tanto tiempo desde que la he visto sonreír así. Mi corazón se hincha ante la
visión. Rápidamente saca su cámara y se baja de la cama, lista para capturar la
reacción de Clara. Esta niña. Siempre me mata. Está tan feliz ahora y no tiene nada
que ver con ella, es todo sobre su madre. Sabiendo que su madre estará feliz de ver
a sus amigas de hace años, le da una gran alegría. Un gran orgullo me inunda. Me
siento honrado de ser su padre.
Vanessa y Ally van a esconderse en la cocina justo antes de que Clara abra la
puerta para entrar. Primero nota a Neena con su cámara y se ríe, justo antes de
hacer bizcos y sacar su lengua.
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―La cámara te adora, mamá ―bromea Neena.
―Dicen que fui hecha para ella ―bromea Clara en respuesta. Inclina su
cabeza y mira a Neena―. Parece que te sientes bien esta noche.
―Así es. ―Sonríe Neena.
Clara me mira y sonríe. No es sólo un saludo, se siente como si hay un
significado detrás de ello. Inclino la cabeza y le doy una mirada interrogante. Pero
sacude la cabeza como diciendo después.
Neena sigue filmándola, y Marcus y yo observamos cada uno de sus
movimientos. Clara se congela, entrecerrando sus ojos con sospecha.
―¿Qué está pasando chicos?
―Nada ―canto. Así es. Estoy cantando. No me avergüenzo de nada―. Sólo
te extrañamos, eso es todo.
―¿Oh sí?
―Sí, así es ―dice Neena.
Caminando hacia ella, me inclino y la beso suavemente. Y ella me deja. Me
muevo más cerca a la curva de su oreja.
―No somos los únicos que te hemos extrañado.
―¿No? ―pregunta, con una sonrisa coqueta, sus ojos moviéndose de Neena
hacia mí mientras se sonroja. ¿Piensa que estoy siendo sucio ahora, hablando de mi
pene? Mierda, ahora estoy pensando en cosas sucias. Maldición.
―Vengas, chicas ―grita Neena hacia la cocina.
Los ojos de Clara se amplían cuando me mira con incertidumbre, pero
cuando mira hacia la cocina y ve salir a Ally y a Vanessa, su rostro se ilumina.
Como las luces de un árbol de Navidad. Lo hice bien, pienso. Y casi me doy una
palmadita en la espalda. Rápidamente las tres mujeres están en un círculo
abrazándose, saltando y chillando como niñas. Neena está riéndose mientras filma,
mientras que Marcus y yo sólo nos quedamos atrás y miramos la locura. Ese
sonido, su risa, es el epitome de mi más grande alegría.
Neena mira hacia mí y articula: Gracias, papá.
Le guiño un ojo y miro de nuevo a Clara, sintiéndome malditamente
orgulloso de mí mismo. Sabía que esto alegraría su día. Ver a Neena tan
jodidamente feliz es la cereza sobre el pastel.
―¿Condujeron? ―pregunta Clara mientras se aparta de sus amigas y se
limpia las lágrimas de felicidad de su rostro.
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―Volamos ―dice Ally, molesta mientras le lanza una mirada fija a Vanessa.
Clara resopla con incredulidad.
―¿Qué?
―Tuve que tranquilizarla como si fuera un animal salvaje, pero lo hizo ―dice
Ally secamente, hablando de Vanessa.
―Nunca he estado tan enojada ―confiesa Vanessa, colocando una mano en
su pecho.
Ally pone los ojos en blanco.
―Si hubiera escuchado Jesús, ayúdame una vez más en ese avión, me hubieran
escoltado afuera con esposas.
Vanessa se ríe.
―No fue tan malo.
―Sí lo fue.
La expresión de felicidad de Clara parece menguar un poco mientras mira a
sus amigas.
―¿Qué pasa, chica? ―pregunta Vanessa de inmediato, de forma preocupada
mientras envuelve un brazo alrededor de los hombros de Clara.
―Sólo no puedo creer que estén aquí chicas ―murmura―. Y tú volaste,
Vanessa. No puedo creerlo. Gracias, chicas.
Ally y Vanessa sonríen de oreja a oreja y abrazan a Clara. Cuando se apartan
de nuevo, Ally dice:
―Gracias a Paul. Él arregló todo esto. También pagó nuestros boletos.
Clara se da vuelta y me mira. Me encojo ligeramente de hombros.
―Quería hacer algo bueno por ti. Necesitabas algo de tiempo para ti.
Sonríe y avanza hacia mí rápidamente hasta que está en mis brazos,
abrazándome.
―Gracias por esto. Muchas, muchas gracias por esto.
―Bueno, hay más ―le digo, moviendo mis cejas.
―¿Sí?
―Tú y tus mejores amigas van a irse a un día de playa mañana. Reservé un
cuarto y todo.
Clara inmediatamente se aparta de mí.
―¿Un viaje de un día para otro?
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―Sí ―le digo―. Sé que estás preocupada por dejar a Neena, pero estoy aquí.
Cuidaré bien de ella.
Clara sacude su cabeza.
―No, no puedo hacer un viaje de un día para otro. Es muy dulce de tu parte,
Paul, pero no puedo.
―Sí puedes, mamá ―interrumpe Neena―. Además, me gustaría algo de
tiempo de padre e hija con papá.
Clara aprieta sus labios juntos, sin gustarle para nada la idea de dejar a
Neena.
―Hablaremos de eso después.
Mei-Ling se nos une y hacemos una parrillada afuera y tenemos una gran
cena. Vanessa y Ally cuentan historias vergonzosas de Clara, y Neena absorbe
cada una de ellas. Ama escuchar sobre su mamá, antes de que fuera su mamá.
Clara tiene una sonrisa toda la noche y parece relajada por primera vez en mucho
tiempo. No podría estar más agradecido con Vanessa y Ally por venir. Nunca se
tiene demasiado apoyo aquí. Estas mujeres prácticamente son su familia.
Después de limpiar lo de la cena, y que Marcus y Mei-Ling se fueran a casa,
Clara se ocupa tratando de hacer los arreglos para que todos duerman.
―Vamos a dormir aquí abajo con Neena ―le informa Ally cuando ella agarra
su maleta y la lleva hacia las escaleras.
―No, tenemos un cuarto de huéspedes ―insiste Clara. Parece que voy a
dormir en el cuarto de Clara.
―Vamos a tener una fiesta de pijamas. ―Vanessa sonríe mientras abraza a
Neena.
―Vamos a maquillarnos y a pintarnos las uñas. Puede que un par de tus
prendas interiores terminen en el refrigerador. ―Se ríe Ally.
―Bueno, puedo unirme también ―dice Clara.
―No esta noche ―discute Vanessa rápidamente―. Esta noche es tiempo de
chicas con Neena. Queremos que te< relajes.
―Creo que ustedes dos podrían usar bien una noche de descanso. ―Ally se
ríe con fuerza mientras me guiña el ojo varias veces, como si tuviera el síndrome
de Tourette7. No es difícil saber a qué se refiere.
7
Tourette: Este síndrome se caracteriza por múltiples tics musculares y vocales.
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Clara me mira y sacude su cabeza mientras hace una mueca. Su amiga es una
loca.
―Sutil. ―Me río.
No estoy seguro de si esto lastima los sentimientos de Clara o no. Su
expresión no es clara, pero cuando Neena camina hacia ella y la abraza con una
gran sonrisa en su rostro, Clara finalmente sonríe.
―Bien. Pero nada de llamar chicos ―bromea―. O bromas telefónicas.
―¿En serio? ―se queja Ally―. No eres divertida.
Cuando todas las camas están hechas y todo el mundo tiene sus pijamas,
Clara y yo finalmente subimos a su cama con el sonido de nuestra hija riéndose,
mientras Ally y Vanessa parlotean. Sigo a Clara a su cuarto, y cierro la puerta tras
nosotros, poniéndole el seguro.
Han pasado semanas desde que estuvimos realmente juntos íntimamente. La
vez que Neena nos descubrió fue la última. Nos hemos besado y tomado de la
mano desde entonces, pero no ha sucedido mucho y no creo que ninguno tenga la
energía para nada más.
Clara está nerviosa. Está escrito por todo su cuerpo. Sus dedos están
enlazados, su labio inferior está entre sus dientes. La última cosa que quiero es que
se sienta presionada. Demonios, no me importa ser sólo su almohada humana por
la noche.
―No tiene que suceder nada esta noche ―le digo―. No planeé la fiesta de
pijamas o nada.
Clara deja salir un largo suspiro.
―Quiero. Es sólo que< ha pasado mucho tiempo.
Mi corazón late con más fuerza. Ella me desea. Me desea. Camino hacia ella y
la veo temblar ligeramente. Su nerviosismo es sexy como el infierno. Me recuerda a
como éramos en la cama. Tendíamos a lanzarnos el uno sobre el otro como
animales.
―No quiero que te sientas presionada.
―Paul. ―Deja salir un largo suspiro―. Necesito esto. Sólo me siento< tan
poco sexy. He estado en modo madre por años. Es difícil apagarlo. ―Cierra sus
ojos y toma otra profunda respiración―. No soy lo que fui cuando estuvimos
juntos hace años. Mi cuerpo es diferente.
―No sé lo que ves cuando te miras en el espejo, Clara. Pero veo a una mujer
que ha entrado y salido de mi cabeza durante los últimos trece años. Una mujer
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que sin importar cuánto lo intenté, jamás pude reemplazar. Nunca he querido a
ninguna otra mujer de la forma en que te quiero, en ese entonces y ahora. Y aquí
estás, hermosa y nerviosa. No hay que contenerse más. Te necesito. Te. Deseo. No
creí que pudiera haber algo que hiciera que te deseara m{s< que te amara m{s.
Pero estaba equivocado.
―¿Lo estabas?
―No sólo eres la mujer más sexy para mí. Eres la madre de mi hija, Clara. Tu
cuerpo y mi cuerpo se unieron e hicieron a esa hermosa niña. La cargaste, a mi
bebé. Dentro de ti. ―Lucho por un segundo, tragando con fuerza, y froto mis
mejillas cuando la emoción me abruma―. No puedes entender lo mucho que me
excita. Quiero que sientas lo que eres. Quiero que veas lo que veo.
Su pecho sube y baja mientras me mira.
―No sé si sea posible ―pronuncia con suavidad―. Sólo< necesito que me
guíes. Voy a pensar todo demasiado si no lo haces.
Una fuerte oleada de nostalgia me inunda cuando recuerdo a la mujer que
usaba un exterior de valentía y determinación. Ella intimidaba a la mayoría de los
hombres. Tal vez incluso a mí al principio. Pero sola, desnuda, en una cama< era
algo más. Se dejaba ir, se rendía, sucumbía por completo. Y era jodidamente
hermosa. Era la clase de amante que nunca supe que quería hasta que la tuve. Que
alguien depositara tanta confianza en mí; que me dejara dar y tomar lo que
necesitaba porque complacerme era complacerla. Era de acero y titanio para el
mundo, pero en el fuego de la pasión, entregaba su poder como un regalo,
confiándomelo. Y lo atesoré. Era sumisa y ninguna otra mujer jamás me había
hecho sentir tan hombre en la cama como ella lo hizo. La haría recordar a esa
mujer; la haría ver lo que yo veo.
―Ven aquí ―le ordeno, mi voz automáticamente profunda y áspera.
Saca la lengua y la pasa rápidamente sobre sus labios rosados. Pero hace lo
que le digo y se mueve frente a mí.
―Quítame la camisa ―digo con voz ronca.
Sus ojos azules van a los míos, en ellos hay un aleteó de miedo mezclado. Sus
manos tiemblan ligeramente mientras alza la mano y comienza a desabotonar mi
camisa desde el cuello hacia abajo. Cuando termina, alza las manos y las desliza
sobre mis hombros así que cae al suelo. Está jadeando suavemente mientras sus
manos rozan mi pecho, sus ojos están fijos en sus delicados dedos mientras se
acostumbra con un territorio que una vez conoció tan bien.
―Brazos arriba ―le digo. Vacilante, levanta las manos, le quito su camisa y la
arrojo a un lado. Baja los brazos a sus costados mientras la rodeo con las manos
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para desabrochar su sujetador, beso el hueco entre su cuello y su hombro. Deja
salir un siseo, arqueando su pecho hacia mí, presionando mi cuerpo. Tan hermosa.
Dando un paso atrás, observo con asombro cuando deja caer su sujetador por su
pecho y bajar las tiras por sus brazos. Sus pezones rosas están floreciendo, la
hinchazón hace que el deseo sea evidente. Siempre ha tenido la piel más suave,
perfectamente cremosa y suave.
―Date vuelta y mírate en el espejo. ―Parpadea un par de veces, la
incertidumbre en sus ojos me ruega que detenga esto, pero hace lo que digo. Está
frente a su espejo de cuerpo entero, en un rincón de su habitación, mientras me
muevo tras ella, presionándome contra ella ligeramente. Está temblando―. Mírate,
Clara ―gruño mientras paso mis dedos por sus brazos―. Esta piel perfecta, esos
senos perfectos. Mira lo hermosa que eres, bebé.
Su mirada encuentra la mía tentativamente en el reflejo del espejo.
―No me mires. Todavía no ―le digo―. Quiero que veas lo malditamente
exquisita que eres. ―Paso una mano por su brazo, su piel se eriza por mi toque―.
Con tu mano derecha, toca tu seno.
Su pequeña mano se desliza por su cuerpo y con suavidad toma su seno. Sus
ojos aletean por el contacto, pero los mantiene abiertos, mirándose, justo como le
dije. Mi pene está tensándose contra mi pantalón mientras la miro. ¿Cómo no
puede saber que es jodidamente sexy? Apartándome, me doy vuelta rápidamente
para quitarme el pantalón y el bóxer. Mi pene está completamente erecto, duro
como el infierno. Ha pasado tanto tiempo desde que la tuve, que siento que estoy a
punto de arder de deseo. Pero esto debe suceder despacio. Apartando la silla de su
tocador, la coloco detrás de ella y me siento, así que mi rostro queda perfectamente
alienado con su trasero.
―Desabróchate el pantalón, Clara. ―Sus hombros suben y caen con cada
respiración, pero se los desabotona y mueve sus brazos a sus costados de nuevo.
Tan nerviosa y dulce. Engancho mis dedos en la cinturilla de su pantalón y ropa
interior, bajándolos por sus piernas. Jadea y me mira momentáneamente antes de
salir de éstos y empujarlos a un lado. Su trasero todavía se ve maravilloso. La edad
y tener una hija no la han cambiado demasiado. Apretando mis dientes, dejo que
mis dedos se deslicen por sus piernas hasta que están justo debajo de sus nalgas.
De repente sin timidez, arquea su espalda para que su trasero se empuje hacia mí,
hambrienta por más caricias. Ahí está mi chica. Le doy a su nalga derecha una
fuerte palmada, su carne tiembla ligeramente volviéndome malditamente loco.
Gime por el escozor y rápidamente agarro su trasero con ambas manos y lo
masajeo con fuerza.
―¿Te gusta eso?
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―Sí. ―Suspira.
―Mírate, Clara ―exijo mientras miro por su costado para ver su reflejo―.
Sube los brazos. ―Los levanta y los cruza detrás de su cabeza. Sostengo sus
caderas y beso su espalda baja antes de inclinarme ligeramente y morder una de
sus nalgas. Grita, haciendo que la haga callar, y cuando veo su reflejo de nuevo,
sus ojos están cerrados, su boca se abre mientras respira pesadamente.
―Abre, Clara ―le digo.
―No puedo ―gime, dejando que su cabeza caiga hacia atrás―. Se siente tan
bien.
Mantengo mi agarre en su cintura, y le doy vuelta para que me mire. Sus ojos
se abren y encuentra mi mirada antes de mirar hacia mi pene. Sus ojos se mueven
ante la visión de éste, brillan con deseo. Envuelvo mi mano alrededor de éste y lo
acaricio con suavidad.
―¿Ves lo que me haces, Clara? Es por ti. Esto es todo tuyo. Dime que es tuyo
―digo con voz ronca.
―Es m-mío ―tartamudea.
Está paralizada; no puede apartar la mirada.
―Tócate.
Mueve su mano entre sus piernas, deslizando delicadamente sus delgados
dedos a lo largo de su piel rosada.
―Maldición, eso es hermoso, Clara. Verte tocarte a ti misma, maldita sea, me
excita. ¿Cómo se siente?
―Suave y mojado ―gime―. Muy mojado.
Mi autocontrol se rompe. No puedo soportarlo más. La necesito. Necesito
estar dentro de ella. Agarro su cintura y le doy vuelta para que quede mirando
hacia el espejo de nuevo y la jalo hacia mí.
―Hora de tomar lo que es tuyo, bebé.
Estira la mano hacia atrás entre nuestras piernas, encuentra mi erección
haciéndome sisear y gruñir a la vez. Bajando, pasa la cabella de mi polla a lo largo
de su cálida humedad antes de encontrar su entrada y dejarse caer lentamente en
mi eje. Su cabeza cae hacia adelante y continúa bajando, y una vez que está sentada
sobre mí, deja salir una serie de gemidos que suenan entre el completo placer y el
alivio. Ms manos están apretando su cintura mientras se queda quieta y ambos nos
tomamos unos segundos para recuperar el control. Queremos que esto dure. Que
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sea fácil. Lento pero seguro. Estirando mi mano, agarro su barbilla y la levanto,
sosteniendo su rostro para que mire al espejo.
―Míranos ―gruño ásperamente. Entonces, con las manos en sus caderas, la
levanto y la bajo muy lentamente. Puedo ver sobre ella, ver lo que está viendo. Hay
algo muy erótico en mirar mi pene deslizándose dentro y fuera de ella. Jadea
mientras nos movemos, soltando pequeños ronroneos de vez en cuando. Está
conteniéndose. Quiere gritar, pero no podemos. No podemos hacer mucho ruido.
Ambos lo sabemos. Tenemos personas abajo que pueden oír.
―Mierda, se ve bien ―gruño―. Mi pene dentro de ti, esos perfectos pezones,
esos hermosos senos. ¿Te gusta lo que ves?
―Sí ―gime de placer―. Me encanta.
―¿Lo ves? ¿Ves lo que veo?
―Sí ―jadea, su cabeza gira hacia un lado cuando el placer se apodera de ella.
―Dime que eres hermosa. Dime que lo ves.
―Lo veo ―gime―. S-soy hermosa.
Con eso, la aparto de mí y la hago girar para que me mire. Clara necesitaba
recordar lo que es; quién es. No es sólo una madre. Es una mujer hermosa y sexy.
Quería que viera eso. Pero ahora, también necesito algo. Necesito que me muestre
algo.
―Ahora dime que me amas.
Parpadea un par de veces, un poco sorprendida. Traga con fuerza, con su
respiración errática, antes de dar un paso hacia mí y enredar sus dedos en mi
cabello. Inclinándose, me besa, luego susurra:
―Te amo, Paul James.
―Demuéstramelo.
Me monta y me desliza de nuevo dentro de ella, moviéndonos sensualmente
de atrás hacia adelante, mientras susurra Te amo, una y otra vez.
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Capítulo 37
Paul me ha empujado literalmente por la puerta trasera. Estoy de pie en el
porche mirándolo, mientras se planta en el umbral de la puerta, bloqueando mi
entrada.
―Llámame si algo sucede, ¿bien? ―pregunto. Le he dicho esto un millón de
veces ya, pero una vez más no puede ser malo.
―Clara. ―Suspira exhausto, dejando caer su cabeza contra la puerta―. Te
juro que te llamaré si hace algo como tirarse un pedo.
―¡Papá! ―exclama Neena desde donde está, justo detrás de él.
―Lo siento, princesa ―dice sobre su hombro.
Neena asoma su cabeza entre su cuerpo y el marco de la puerta.
―Ve, mamá ―insiste―. ¡Diviértete!
―Vamos ―grita Ally desde el auto, con su cabeza colgando de la ventanilla
del lado del pasajero―. Vanessa orinó hace como veinte minutos. Eso quiere decir
que tenderemos que detenernos en una hora.
Paul se encoge de hombros como si dijera, supongo que debes irte. Resoplo.
Desperté esta mañana sintiéndome en la cima del mundo. Nuestra noche
juntos fue increíble, y de alguna forma mejor que años atrás cuando era joven. Salí
de la cama feliz y determinada. Determinada a no ir a este viaje. Amo a mis amigas
y me encantaría haber salido con ellas a una noche de playa, pero mi niña está
enferma. Me necesita. ¿Cómo podría siquiera considerar dejarla?
Estos son los tópicos que discutí con todos esta mañana. Fue llevado a
votación: 4-1. Perdí. Seis contra mí si cuentas que intentaron sumar a Marcus y a
Mei-Ling quienes mandaron por mensaje sus votos. El teléfono de Neena suena
desde adentro de la casa y rápidamente dice:
―Adiós, mamá. Te amo. ―Antes de correr a contestar.
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Paul sale al porche y toma mi rostro entre sus manos. Besa mi frente, mis
mejillas, mi barbilla y luego mi boca.
―Te prometo que la cuidaré bien. Por favor ve a divertirte. ―Entonces me
besa de nuevo, largo y despacio, sus dedos se deslizan en mi cabello. Cuando se
aparta, mi cuerpo se siente laxo. Sus ojos oscuros brillan en los míos mientras
sonríe. Hijo de puta. Sabe que soy como arcilla en sus manos―. Anoche fue
maravilloso ―susurra con una sonrisa―. Hagámoslo de nuevo muy pronto.
Y fue maravilloso. Me había dicho eso mismo millones de veces esta mañana.
Pero no estoy cansada de escucharlo. Luego dándome vuelta, le da una palmada a
mi trasero y me envía en mi camino.
Cuando subo al auto, Ally tiene una sonrisa de comemierda, pero es Vanessa
quien empieza.
―Parece que caminas un poco extraño hoy, Clara ―cuestiona desde el
asiento trasero.
―Clara consiguió un poco Brown chicken, Brown cow ―bromea Ally,
imitando la clásica melodía porno. Esa es su forma divertida de decir, bow, chica
wow wow.
Ambas se ríen mientras yo sonrío, mi cara calentándose un poco.
―¿Qué tal estuvo? ―pregunta Ally, su tono indicando su desesperación por
detalles. Se ve toda linda e inocente para el mundo exterior, pero la verdad es que
es un loca pervertida.
Me encojo de hombros mientras enciendo el auto.
―Jodidamente asombroso ―admito.
―Bien por ti. ―Se ríe Vanessa.
―No sabía que podía ser tan< caliente ―confieso.
―¿Qué? ―pregunta Ally, con su rostro arrugado―. ¿El sexo?
―Bueno, sí. Fue< un poco sucio, en el buen sentido. Pensé que jam{s tendría
eso de nuevo.
―¿Por qué? ―ambas preguntan al unísono.
―No lo sé. ―Gimo, sintiéndome avergonzada de repente. Me siento como la
chica de trece años que no ha tenido su periodo cuando todas sus otras amigas
sí―. Supongo que pensé que con la edad y una niña, y< no lo sé.
―Así que Paul es un súper fenómeno< ―dice Ally con admiración.
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Imágenes de él debajo de mí, mirándome, empujando dentro y fuera
parpadean en mi mente. Uh, el sexo fue asombroso. Necesitaba eso, demasiado.
―A juzgar por la mirada en su cara, definitivamente ―resopla Vanessa.
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Capítulo 38
Neena y yo pasamos el día mirando películas en el sofá. Alrededor de las
cuatro, su teléfono suena y va a la cocina antes de responder. Luego regresa a la
sala con el teléfono en la oreja.
―¿Est{s aquí? ¿Ahora? ―dice a quién sea que esté en el otro extremo. Me
enderezo, silencio el televisor y la observo mientras abre la puerta principal.
Es Mills.
Mills está aquí.
Mills que hace llorar a mi hija.
Genial.
―Hola ―logra decir cuando deja el teléfono a su lado. Con la otra mano toca
nerviosamente su cuero cabelludo. No está usando la bufanda. La pelusa parda
que cubre su cabeza es tan oscura como la mía y ofrece un gran contraste con la
palidez de su piel.
―Hola. Lamento aparecer así, pero< quería hablar contigo y tu mam{.
―Mi mam{ no est{ aquí ―dice Neena.
―Pero pap{ sí ―digo fuerte mientras me levanto y me acerco a la puerta.
Mills agranda los ojos ligeramente y se inquieta un poco, moviéndose.
―Oh, hola Paul ―saluda. Quit{ndose el flequillo de su rostro, me mira―.
Espero que esto esté bien. No quería decir nada hasta estar seguro de conseguirlas.
He pasado las últimas dos semanas intentando conseguir entradas para Master of
the V. finalmente pude esta mañana.
Las cejas de Neena no han vuelto a crecer completamente pero puedo decir
que estarían tocando su cabello si pudieran.
―¿De verdad?
Mills me mira con nerviosismo y luego a Neena.
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―Pensé, si tus padres est{n de acuerdo, que quiz{s podríamos ir.
Neena emite una clase grito/aullido cuando sujeta mi brazo y me acerca.
―¡Por favor, papá! Por favor, déjame ir.
Quiero golpear a Mills ahora mismo. Debería haber preguntado antes de
decirle a Neena. ¿Cómo demonios se supone que voy a decirle que no? Pero debo.
Primero, los conciertos son ruidosos y concurridos, y las personas son agresivas.
Segundo, estoy bastante seguro de que Clara diría que no.
―Conseguí una tercera entrada para usted o para Clara también ―murmura
Mills.
―Qué considerado ―contrarresto secamente.
―¡Por faaavooor, pap{! ―ruega Neena. Hoy ha estado inquieta. M{s de lo
que estuvo en mucho tiempo. Hoy es un buen día. Quizás uno de los últimos días
buenos que tendremos.
Estoy a punto de decir que sí cuando Mills tira su última carta.
―Conseguí pases para el detr{s de bastidores.
Y< vamos a ir. A Clara no le va a gustar. Mierda.
No llamo a Clara. Mi razonamiento es que nada está mal. Neena está bien. Es
feliz. Y si llamo a Clara, lo único que conseguiré es preocuparla hasta la muerte,
cuando debería estar relajada. Además, estaré con Neena todo el tiempo. Todo
estará bien.
Conocemos a Master of the V antes del espectáculo. Zack, el cantante, que
parece que metió su dedo en un enchufe esta mañana porque su cabello sobresale
mucho, es bastante genial. Le da a Neena un poster autografiado y la codiciada
pulsera que tanto quería. Neena no ha dejado de sonreír en toda la noche.
Y Mills, a su favor, la ha tratado como a una reina. He tenido sentimientos
encontrados sobre el muchacho. Pero antes de bajar del auto para adentrarnos en
la noche, Neena se miró al espejo para acomodarse la bufanda púrpura alrededor
de su cabeza. Lo que ocurrió después me sorprendió.
―Deberías sac{rtela, Neena ―dijo Mills cuando se inclinó hacia delante
desde el asiento de atrás.
―Me veo horrible ―se quejó.
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―No, no lo haces ―insistió―. Creo que te ves fantástica sin ella.
―¿De verdad?
―Sí. Es tu elección, por supuesto, pero no creo que la necesites.
Neena cerró el visor y se quitó la bufanda, dejándola en el tablero antes de
bajar. Mills la hizo sentir genial. Ganó unos puntos importantes en mi libro esta
noche.
El concierto es puro efectos y no puedo negar que es la peor música que he
escuchado en mi vida. Neena baila y salta, gritando a todo pulmón. Me inclino
hasta su oreja.
―C{lmate un poco, chica. No quiero que te canses.
―Estoy bien ―grita.
No deja de moverse durante varias canciones. Luego ocurre. La banda
empieza a tocar una canción llamada Promised Land, y Zack se la dedica a Neena.
Ella enloquece.
La melodía es suave y lenta, lo que hace que Neena permanezca quieta.
Cuando empieza a cantar, ella parece tranquilizarse, escuchando la letra. La
canción es acerca de lo que está por venir, lo desconocido. Se trata de alguien que
tiene miedo pero nunca lo demuestra. Después de los primeros dos versos, miro
hacia abajo y veo a Neena llorando mientras sonríe. Sus manos están entrelazadas
sobre su pecho.
Cuando la canción termina, la siguiente es animada y la multitud vuelve a
saltar como loca. Pero no Neena. Me mira y tira de mi camisa así que me agacho
para escucharla.
―Necesito ir a casa ―murmura.
―Est{ bien. ―Me pregunto qué acaba de pasar, pero no hay tiempo para eso.
Le aviso a Mills y juntos atravesamos la multitud. Neena me sigue, con Mills
detrás de ella.
Acabamos de salir del teatro hacia el vestíbulo cuando gime:
―Pap{. ―Y luego cae al suelo. Caigo, golpeando mis rodillas contra el suelo,
y la sacudo un par de veces, tratando de despertarla, pero no consigo nada.
Inmediatamente, compruebo sus signos vitales. Aún respira. Su corazón sigue
latiendo.
Arrojo mis llaves a Mills.
―Trae mi auto. ¡Ahora! ―grito. Mills se apresura hacia el estacionamiento.
Mientras tanto, levanto a Neena, su frágil cuerpo inerte en mis brazos, y la
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sostengo firmemente―. No ahora, princesa ―suplico, mi voz ronca cuando el
miedo se apodera de mí―. Aún no.
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Capítulo 39
El viaje de dos horas se siente como de veinte. Cuando Paul había llamado,
estaban en su camino al hospital. Había estado en un concierto con Mills y Neena.
He tenido el corazón en la garganta desde entonces. Ella cayó inconsciente. Paul
dijo que se había desmayado. Eso no ha ocurrido antes. Ally, que está conduciendo
porque yo soy un desastre, me deja en la entrada y me apresuro cuando estaciona
el auto. Paul está en el vestíbulo del piso de oncología, con la cabeza entre las
manos. Marcus está sentado a su lado, dormido.
―¿Dónde está? ―pregunto. Levanta su cabeza, sus ojos rojos y brillantes
ahora en alerta.
―¿Clara?
―¿Dónde? ―gruño. Quiero atacarlo, destrozarlo con mis propias manos. Lo
dejé con ella durante una noche y sucede esto. ¿Cómo podía siquiera pensar en
llevarla a un concierto? ¿Está demente?
―Se despertó ―dice―. Pero está durmiendo otra vez. Se fatigó.
―¡No me jodas, Paul! ―grito―. ¡La llevaste a un maldito concierto!
La gente que pasa se detiene en el pasillo y nos mira, antes de continuar su
camino.
―Clara ―interviene Marcus, dando un paso delante de mí―. El doctor dijo
que podría haber ocurrido independientemente del concierto o no.
―¡Deberías haberme llamado y preguntarme primero! ―le grito a Paul,
ignorando a Marcus.
―Fue repentino. No pensé que sería un gran problema. Ella estaba tan... feliz
―explica Paul.
Dejé escapar un gemido de frustración.
―Debería haber sabido mejor que dejarla contigo durante la noche.
La cara de Paul se contorsiona de la culpa a la ira.
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―¿Y qué demonios significa eso?
―¡Significa que no debería haber confiado en ti!
―Chicos ―dice Marcus, con tanta calma como le es posible.
―¿En serio? ―explota Paul.
―Ustedes dos tiene que calmarse o vamos a tener que llamar a seguridad
―anuncia una enfermera.
―Podrías haber dicho que no, Paul. Pero nooooo ―vocifero dramáticamente,
agitando las manos―. Decir que no podría hacer que Neena se moleste contigo.
Que Dios no lo permita.
―Tienes razón, Clara ―se burla―. Debería haberle negado la oportunidad
de conocer a su cantante favorito y ver a su banda favorita en concierto. Porque
todos los niños moribundos quieren sentarse en su casa sabiendo que perdieron la
oportunidad de hacer algo que pudieran tener. Tú puedes ser así de idiota, pero yo
no.
―Oh, eres un idiota, está bien ―aseguro.
A este punto, mis amigas han llegado para ver el espectáculo.
―Clara ―Vanessa dice mi nombre con calma, mientras agarra mis brazos.
Ignoro las miradas aturdidas de ella y Ally.
―Tal vez deberíamos llevarla de excursión a Brasil ―me burlo con
sarcasmo―. ¿Por qué no? Ella puede manejarlo.
Paul gime de frustración.
―Es por esto que ella no te puede decir nada ―suelta―. Eres tan exagerada.
―Neena me dice todo ―corrijo, a la ofensiva.
―¿Ah, sí? ―pregunta dando un paso hacia mí, así que tengo que mirar hacia
arriba para encontrarme con su línea de visión―. ¿Te dijo cómo quiere su funeral?
Presiono mis labios. Neena me dijo una vez que quería ser incinerada. Odiaba
ese pensamiento. No podía imaginar no tener un lugar para visitarla Quemar sus
restos parecía el final. Yo solo< no podía hablar de ello. Terminé llorando y ella
nunca sacó el tema de vuelta.
―¿No? ¿Y por qué es eso? Porque enloqueces por todo. La llevé a un
concierto esta noche. Estaba más viva y feliz de lo que había visto en meses. Así
que vete a la mierda si quieres hacerme ser un mal padre, pero lamento haberla
llevado.
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―Si quieres correr el riesgo con tu propia vida haciendo mierda peligrosa,
Paul, está en ti. ―Lo señalo con el dedo―. Pero no a ella. ¡No te arriesgues con
ella!
Se endereza y mueve la cabeza como si yo fuera la persona más ridícula con
la que jamás haya hablado.
―Clara. ―Su tono de voz está lleno de calma enojada―. Se está muriendo.
Quería que viva por una noche. Realmente viva. No la puse en una moto. No la
llevé a hacer puenting. Llevé a mi hija a un concierto. Algo que cualquier padre
con un niño normal y saludable haría y no lo pensé dos veces.
―¡La pusiste en peligro!
―¿Y qué si lo hice? Pregúntale si se arrepiente. Incluso ahora, con lo mal que
se siente, pregúntale. ¿Sabes lo que va a decir? ―gruñe―. No. Porque hizo algo
que la hizo feliz; que la hizo sentir viva. Tal vez deberías intentarlo alguna vez.
―¿Qué significa eso?
―Eres dueña de un negocio de paracaidismo y ni siquiera has saltado. Trece
años y no has saltado ni una vez. El hecho de que no te arriesgues porque siempre
estás jugando a lo seguro no significa que nuestra hija sea de esa manera. Neena
sabe lo precioso que es el tiempo. No quiere estar en la cama por el resto de sus
días con miedo de salir y hacer lo que quiere. ―Con eso, sale al pasillo.
Vanessa me aprieta.
―Solo está molesto.
Ahora Marcus me mira.
―¿Estás bien?
―Sí ―sorbo―. ¿Dónde está?
Marcus me lleva a su habitación. Neena se ve tan pequeña en la gran cama de
hospital. Tiene tubos de oxígeno en la nariz y una vía intravenosa para fluidos. No
se despierta cuando me siento en la cama y tomo su mano.
―Mami está aquí, bebé ―susurro―. Mami está aquí.
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Capítulo 40
Nuestros días junto a ella están contados. El doctor dice que cuando llegue el
momento lo sabremos. La trajimos a casa hoy temprano y la pusimos cómoda.
Clara y yo hemos hecho las paces por su bien, pero creo que ella lo sabe. Mientras
llegamos a casa con Neena y la acomodamos, Marcus y Mei-Ling llevan a Ally y a
Vanessa al aeropuerto. Las dos eran un lio de lágrimas cuando se fueron. Para
ellas< esta ser{ la última vez que ver{n a Neena.
Cuando se acercaron a despedirse de ella, no pudieron esconder sus
emociones. Vanessa se inclinó y besó su frente. Rezó por Neena antes de
levantarse, limpiándose el rostro. Neena le sonrió lo mejor que pudo. Mi pequeña
niña< siempre tratando de permanecer fuerte para los dem{s.
―Te quiero, apestosa. ―Apestosa era el apodo que aparentemente le había
dado a Neena años atrás.
―También te quiero ―dijo Neena.
―Neena ―susurró Ally cuando le tomó la mano―. Siempre est{s en mi
corazón.
Neena sujetó la mano de Ally y la presionó contra su mejilla.
―Est{s en el mío también.
Cuando terminaron de despedirse, Clara las acompañó. Era la cruel realidad.
Nadie quiere ver a un niño morir. Las tres madres se quedaron en el porche,
abrazándose durante un largo tiempo mientras lloraban.
Hemos estado en casa durante un par de horas y Clara arropa a Neena
mientras yo le enciendo el televisor.
―Quiero terminar la historia. Quiero verla ―susurra. Su agotamiento es m{s
evidente que nunca.
Los ojos de Clara se vuelven llorosos e inhala y lo expulsa suavemente.
―Tenemos que estar aquí contigo, Neena. Eso es lo que queremos.
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―Por favor, termínala. Por favor.
Clara me mira, sus una vez labios temblorosos son ahora una línea apretada.
Odio que estemos peleando, pero odio aún más que me culpe por esto. Solo quiero
que Neena sea feliz. ¿No estuvimos de acuerdo en hacer felices sus últimos días?
―Lo haremos, princesa ―ofrezco―. Llamaré a Ashley ahora mismo.
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Capítulo 41
Cuando le explico a Ashley que se nos acaba el tiempo si queremos que
Neena vea este video, necesita llevar las entrevistas al siguiente nivel. No más
pequeña charla.
Ashley lo entiende y la siguiente vez que nos encontramos, va directa al
punto.
―Clara te besó, cuando te llevó comida después de que Sap falleciera.
¿Quieres continuar desde allí?
Cuando había besado a Clara por primera vez, realmente jodió mi cabeza. Me
gustó besarla. Me gustó besarla más de lo que me importaba admitir. Ese beso me
hizo imaginar cosas< cosas que involucraban tal vez quedarme, establecerme.
Pero eso era una puta locura. Fue un beso. Un beso. Fui a casa esa noche y paseé de
un lado a otro, intentando no pensar en ello. Ella era tan suave. Olía tan bien. Me
estaba llegando. Joder. Eso era. Tenía que irme< al menos, por un poco de tiempo
para aclarar mi cabeza. Así que empaqué una bolsa y reservé un vuelo. Me fui.
Pero estar lejos no evitó que pensara en ella. No podía parar. Lo hice un mes
antes de regresar. Me dije que solo iba a casa porque mi madre estaría mudándose
pronto y quería verla antes de que se fuera. Se mudó una semana después de que
Sap muriera. Tal vez su mudanza fue parte de eso. Pero no realmente. Volví para
ver a Clara. Había esperado que el tiempo separados rompiera el hechizo. Pero
nop.
El que Sap muriera fue duro. Era un querido amigo. Y cuando Clara apareció
con ese guiso de mierda, creo que fue cuando me di cuenta de que esta mujer era la
indicada. No quería admitírmelo, pero fue en ese momento. Lo sé. Pero me dije
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que no le interesaba< no así. Claro, me había dejado besarla, pero como que yo lo
hice. Definitivamente no le gustaba, o eso pensé.
Hasta que ella me besó.
En mi porche.
Conmigo solamente vistiendo mi ropa interior.
Fue un desastre. Prácticamente me machacó. Me arruinó. Pero solo al
principio. Una vez que me recuperé y sabía que no nos caeríamos al suelo, lo
poseyó.
No le hablé durante un par de días, hasta que volví al trabajo. Actuó como si
nada hubiese sucedido. Volvimos a ser Paul y Clara, socios de negocios. Eso me
volvió loco. Pero lo aguanté. Si podía ser fría, yo también. Contratamos a un nuevo
piloto y estaba haciendo algunas prácticas conmigo y otros saltadores. Fue un día
normal< nada especial. Eso pensé cuando salté del avión.
Entonces mi paracaídas no se abrió.
No era la primera vez que pasaba, pero fue terrorífico como la mierda. Por
suerte mi paracaídas de emergencia salvó el día y aterricé con seguridad, pero mi
adrenalina estaba disparada. Necesitaba una liberación. El sol acababa de ponerse
cuando llegué a mi camioneta después de aterrizar. Había conducido separado de
los otros y cuando pasé por la oficina, noté que Clara había dejado que Marcus
cerrara. Su auto no estaba en el estacionamiento. Los dos habían empezado una
muda solución intermedia, donde uno se quedaba y el otro se iba por la tarde.
Cuanto menos se veían, menos peleaban.
Ni siquiera me molesté en detenerme en la oficina. Continué diciéndome que
fuera a casa o a tomar una cerveza en algún lado, encontrara una mujer, cualquier
mujer menos Clara, falta de inhibiciones y que rascara mi picazón. Me dije eso una
y otra vez, hasta que estacioné en la entrada de Clara y apagué mi camioneta.
Incluso mientras subía las escaleras de su porche, me dije que era una horrible
idea. Me rogué dar la vuelta. Pero no lo hice. Nunca fui de los que escuchaban la
voz de la razón. ¿Dónde estaba la diversión en eso?
Toqué a la puerta un par de veces, pero no hubo respuesta. Sin embargo, su
auto estaba en la entrada. Definitivamente se encontraba en casa. Bajé
fatigosamente los escalones y rodeé la casa, dirigiéndome al patio trasero. Si estaba
aquí, iba a verla. Casi había oscurecido, pero había luz suficiente para ver por
dónde caminaba. El sonido de la radio se reproducía suavemente mientras giraba
la esquina hacia el patio trasero.
Y allí estaba ella.
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Tarareando con la música, como si no tuviera ninguna preocupación en el
mundo.
¿No sabía que pendía de un hilo?
Estaba descalza, llevando su vestido verde de algodón. El material estaba
gastado y desvanecido, haciéndolo prácticamente transparente. Me daba la espalda
mientras sacudía una s{bana y empezaba a doblarla. Tendía su ropa< de ahí venía
que la esencia a ropa limpia me volviera jodidamente loco.
Me acerqué a ella despacio, pero se volteó antes de que la alcanzara. Se
sobresaltó y puso una mano en su pecho.
―¿Es tu meta en la vida asustarme hasta provocarme un ataque al corazón,
Paul James?
Cuando recuperó el aliento, la observé mientras continuaba doblando la
sábana hasta que se detuvo y me miró. Ladeando su cabeza, me observó con
sospecha.
―¿Qué te pasa?
No pude coquetear con ella. No ese día. Estaba demasiado alterado. Así que
lo solté todo.
―No puedo dejar de pensar en ti.
Se congeló.
―No sé qué es esto entre nosotros. Paso de odiarte un momento a querer
aporrear mi cerebro porque no puedo dejar de pensar en ti al siguiente.
Silencio. No. Dijo. Nada.
―Necesito< ―Tragué con fuerza. Probablemente iba a golpearme en las
bolas por lo que estaba a punto de decir. No lo hagas, Paul. Simplemente vete. No has
hecho ningún daño todavía. Solo. Vete.
No escuché.
Por supuesto que no lo hice.
―Necesito sentirte. ―Era la manera más educada en que podía decirlo. Con
suerte, entendería el mensaje.
Sus mejillas se ruborizaron mientras su mirada se encontraba con la mía por
un momento en tanto asimilaba mis palabras. Luego me miró a los ojos de nuevo y
dijo:
―No soy el tipo de mujer de solo sexo, Paul.
Seguí sin escuchar. Di un paso hacia ella. ¡Detente, Paul!, me rogué.
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―Lo sé. ―¿Qué mierda estaba diciendo?
Su pecho se elevó cuando inspiró. Estaba sin palabras. Eso era raro.
―Si no< si no est{s interesada< me iré. Sin resentimientos.
Un momento pasó en el que solo nos miramos el uno al otro. Ella parecía no
saber qué decir y, bueno, yo había dicho demasiado. Tal vez.
Finalmente, quitó su colcha del tendedero y la extendió en el suelo. Cuando
se puso de pie a su lado, su mirada se fijó en la mía mientras tiraba del dobladillo
de su vestido y se lo quitaba por la cabeza.
Sin sujetador.
Sin bragas.
Solo Clara.
―Suéltate el cabello ―le dije. Y lo hizo. Sin balanceo ni descaro. Era tan
impropio de ella. Su cabello ondeó antes de que pasara sus dedos por él,
intentando domesticarlo. Me quité mi camiseta por la cabeza y la dejé caer al suelo.
Mientras desabrochaba mi cinturón, me deshice de mis zapatos. Una vez estuve
desnudo, tomé un par de pasos, por lo que estaba a centímetros de ella.
―¿Estás segura? ―cuestioné.
Asintió.
Y así comenzó. Necesitaba liberación y Clara la tomó con mucho gusto. Allí,
en el patio trasero, nos tomamos nuestro tiempo con el otro. Incluso ahora, como
una vieja canción, puedo oírlo, y verlo también. Pero, sobre todo, sentirlo. Los
destellos de imágenes contra los recuerdos de los sonidos. Los grillos trinando de
fondo, el sonido de la radio. Nuestras cálidas respiraciones saliendo en sonoros
resoplidos, sus gemidos, mis gruñidos. La manera en la que susurraba mi nombre
con lujuria. Mis dientes mordiendo su piel, de la cabeza a los dedos de los pies. Sus
labios acariciando mi cuerpo con tranquila disciplina.
Esa noche, nos arañamos el uno al otro, los dedos clavándose en la carne,
desesperados, hambrientos por más. Quería impregnarla, absorberla, tomar cada
gota de ella. Por cada pizca que le daba, la encontraba con el mismo gusto. Fue
hermoso. Me sentía como si me hubiera dejado entrar en un secreto; era
privilegiado. Esta mujer en mis brazos no era Clara Bateman, mi socia de negocios.
Esta mujer estaba comprometida con su placer y el mío. No había superioridad. No
había quién tenía razón o quién estaba equivocado. Era solo esto. Nosotros. Estos
sentimientos. Este deseo. Nada más importaba. Cuando finalmente unimos
nuestros cuerpos, cuando la sentí apretarse a mi alrededor y escuché su grito al
llegar a su parte más profunda, todo lo demás desapareció.
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Solo éramos ella y yo.
Y supe que mi vida nunca sería la misma.
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Capítulo 42
―Te contó eso, ¿eh? ―cuestiono, mis mejillas ardiendo. No puedo creer que
Paul le diese a Ashley tantos detalles sobre nuestra primera vez juntos.
―No fue explícito ―señala r{pidamente, con un atisbo de decepción en su
tono―. Se contuvo.
―Entonces, ¿debería seguir desde ahí?
―Sí. Estoy ansiosa por saber qué sucedió.
Después de que Clara se fuera enojada, Marcus ladeó su cabeza y apretó sus
labios pensando.
―De acuerdo. Así que, tal vez, no era su amante.
Cerré mis ojos con fuerza. ¿Hablaba jodidamente en serio? ¿Ella tuvo que
perder los estribos para convencerlo?
―Entonces< ¿cu{nto tiempo ha estado pasando eso? ―Señaló al escritorio
donde clara había estado inclinada para mi placer solo momentos antes.
―No mucho ―gruñí mientras empujaba la silla bajo el escritorio. Estaba
jodidamente molesto. Molesto con Marcus por entrar y hacer una escena. Molesto
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con Clara por llamarme hombre sin carácter. Estaba molesto conmigo mismo por
ser un cobarde. Debería haberla defendido. Quería hacerlo. Pero no supe qué decir.
Marcus era familia. Adem{s, no quería insinuar que ella y yo éramos informales<
tal vez lo éramos, pero no lo sabía. No quería hacerlo parecer como si tuviéramos
una cosa tampoco. No estaba seguro de qué éramos y, en ese momento, sentí que
la enojaría sin importar lo que dijera. Así que no dije nada. Había decepcionado a
dos personas al mismo maldito tiempo. No fue mi mejor momento.
―Tú< ¿con ella?
―Joder, no lo sé, Marcus, ¿de acuerdo? ―espeté.
―¿Por qué estás molesto conmigo? ―preguntó con enojo.
Lo miré fijamente, perplejo.
―Eh, veamos ―empecé con una arrogante carcajada―. ¿Por qué no puedes
ser más tolerante con ella? Quiero decir, en serio.
Parpadeó, su expresión ilegible.
―Nuestro negocio va mejor que nunca. Permanece fuera de tu camino, la
mayor parte del tiempo. Podría despedirte por actuar como un imbécil, y si lo
hiciera no podría culparla. ―Sabía que estaba caminando sobre hielo fino.
―¿Le permitirías despedirme?
―He intentado mantenerme al margen. He intentado dejar que ustedes lo
resuelvan por su cuenta. Te quiero, hombre, pero no paras, Marcus. Ella no va a
ninguna parte. No vas a acosarla hasta hacer que salga de aquí y, francamente, no
quiero que se vaya.
Sus cejas se alzaron.
―La amas, ¿verdad?
Le di la espalda y dejé caer mi cabeza. A eso sonaba lo que acababa de decir.
¿Es lo que quería decir? Mierda. Estaba confuso. Tal vez no confuso, pero
definitivamente en negación.
―Tiene que parar, Marcus, tienes que dejar de provocarla.
Cuando me giré y lo miré de nuevo, fruncía el ceño.
―Solo< no entiendo por qué se lo dejó a ella y no a mí. ―Me sentía mal por
él, de verdad lo hacía. Dejé escapar un largo suspiro. A eso se reducía todo. Estaba
herido. De alguna manera, yo era como el primogénito de Dennis. Ayudó a
criarme. Con mi carrera y habilidades, pensé que sintió que tenía que dejarme la
mitad del negocio. Sabía que podría dirigir los saltos. Pero con Clara, no tenía
sentido. Había estado trabajando con ortodoncias. Lo había mencionado una vez.
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¿Qué tenían que ver las ortodoncias con el salto en paracaídas? Había una pieza
del rompecabezas que simplemente no encajaba, no importaba lo duro que
intentáramos ponerla en su lugar. Además, Marcus siempre se había ocupado de la
oficina.
―Tal vez, si intentas ser más amable con ella< te lo contar{ finalmente.
Dennis te quería. Estoy seguro de que hay una buena razón por la que hizo lo que
hizo. ―Quería saber tan desesperadamente como Marcus, si no más.
Movió su cabeza un par de veces.
―Tengo que irme.
―Marcus ―lo llamé mientras dejaba la oficina. Pero no se volvió. Me paseé
por la oficina por unos momentos, intentando pensar con calma. Esta noche se
había convertido en una mierda. Marcus no estaba complacido conmigo. Pero
sabía que no tenía que joder con él en este momento. Necesitaba algo de tiempo
para relajarse. Clara estaba enojada conmigo, también, y con todo el derecho.
Respiré profundamente y me armé de valor. Era el momento de intentar arreglar
esto.
Miré al suelo mientras dejaba la carta en la mesa. Estaba sin palabras. ¿Cómo
no sabía esto? Levanté mi mirada para encontrar la de Clara y la encontré
observándome. Estaba enojada. Y herida. Con todo el derecho. Nunca ni en un
millón de años habría pensado que este era el porqué mi tío le dejó la mitad del
negocio.
Tomó la carta y la dobló, colocándole delante de ella.
―¿El llavero? ¿Son las iniciales de tus padres?
Asintió.
―Clara, yo<
―Solo vete, Paul ―me interrumpió.
Me quedé sentado y la observé. No podía moverme. No podía obligarme a
irme así. Se puso de pie y llevó su taza al fregadero. Tenía que hacer algo,
cualquier cosa. Mi tío mató a sus padres. Me sentía tan traicionado y furioso. Era
mi héroe, mi ídolo en tantas maneras. ¿Cómo pudo haberme ocultado esto?
Poniéndome de pie, me reuní con ella en el fregadero e intenté abrazarla,
pero me alejó.
―No ―gruñó. Pero no escuché. La atraje hacia mí y la abracé incluso cuando
luchaba para apartarme―. Jodidamente no me toques ―dijo furiosa.
La solté y la dejé alejarse. Sus ojos brillaban con lágrimas de enojo mientras
respiraba agitadamente, fulminándome con la mirada. Mierda. Odiaba verla así.
Me apresuré hacia ella antes de que tuviera una oportunidad de detenerme. La
levanté y la senté sobre la encimera. Sus manos se presionaron contra mis
hombros, intentando alejarme, pero yo era más fuerte. Besé su cuello y sus
hombros, enterrando mi rostro en su pecho, y le supliqué:
―Por favor, perdóname. Lo siento. Soy un imbécil. Por favor, Clara. ―No
podía dejar de disculparme. Luchamos juntos, ella alejándome, yo intentando
aguantar. Finalmente, pareció rendirse, sucumbir a mis labios en su piel. Se
permitió un momento de tranquilidad antes de recordar su ira y luchar contra mí
de nuevo―. Shh ―susurré―. Solo déjame sostenerte. Déjame compensarte.
Su cuerpo pareció hundirse con mis palabras mientras las lágrimas caían por
su rostro. La levanté y la llevé a su cama. Pasé las siguientes tres horas diciéndole
cuánto lo sentía sin palabras. La adoré. Acaricié su cuerpo de la cabeza a los pies.
Besé cada centímetro de su suave piel. Le hice el amor.
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Y cuando terminamos, cerró los ojos, con su mente y su cuerpo saciados. La
observé dormir por un tiempo antes de salir de la cama y vestirme. Estaba
inquieto, mi mente se movía a miles de kilómetros por minuto. En silencio, bajé
por sus viejas y chirriantes escaleras y fui a la cocina. Abrí el refrigerador, miré al
vacío y resoplé. No tenía ni una mierda. Tal vez iría por algunas cosas y le
cocinaría algo agradable para cenar. Necesitaba hacer una lista. Empecé a abrir
cajones, buscando un cuaderno, cuando encontré un pedazo de papel que parecía
una anotación en un diario hecha por Clara. Reconocí su escritura de los muchos
papeles que habíamos completado juntos en la oficina. Miré al papel de nuevo. No
debería haberlo leído. No me incumbía< no sin permiso. Pero lo tomé del cajón y
dejé que mis ojos leyeran línea tras línea.
Eran las diez de la mañana cuando desperté. No había dormido así en años.
Me estiré y me senté, tratando de escucharlo en la casa. Cuando no oí nada, me
imaginé que debía haberse ido a la oficina y me dejó dormir. Sonreí pensando en lo
dulce que era. Me tomé mi tiempo bañándome, ingenuamente, saboreando el dolor
que sentía por la noche que pasamos juntos. Se sintió bien decirle finalmente cuál
era mi afiliación con Dennis. Sentí como que un peso enorme se había levantado de
mis hombros.
Cuando logré llegar al trabajo, la camioneta de Paul no estaba en el
estacionamiento. Marcus estaba en la parte delantera, resurtiendo las dispensas. Se
volvió y se encontró con mi mirada cuando entré. Hubo un momento de silencio
entre nosotros, ninguno de los dos sabía qué decir. Parecimos concordar en no
decir nada por el momento. Con un movimiento de cabeza, volví a mi oficina y
encendí la computadora. Alrededor del mediodía, traté de llamar a Paul a su casa,
pero su línea estaba desconectada. Pensé que tal vez había olvidado pagar la
factura.
Pero cuando sus clientes de las tres en punto se presentaron y todavía no lo
habíamos visto, empecé a preocuparme. Cuando no pudimos localizarlo, Marcus
llamó a Bowman y le pidió que viniera para cubrir los saltos de Paul. Les dimos un
descuento a los clientes por las molestias.
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Ningún policía se había presentado para avisarnos de un accidente, así que di
por terminado el día. Fui a su casa después que salí de la oficina, pero su
camioneta no estaba allí. Cuando no se presentó de nuevo al día siguiente, me
pregunté si había salido de nuevo para una aventura. Pero ¿por qué ahora?
Después de la noche que compartimos. ¿No podía ver que ahora era un mal
momento para huir durante un mes? ¿Y qué hay de nuestro negocio? Tenía saltos
programados. Era inaceptable.
―Probablemente sólo deberíamos programar a los otros chicos para que
tomen sus saltos por el próximo mes más o menos ―sugirió Marcus―. No tiene
sentido que nos matemos todos los días para cubrirlo.
Asentí, dejando escapar un suspiro inquieto. Pero mi expresión lo decía todo.
―Volverá, Clara ―me aseguró Marcus―, siempre lo hace. ―Lo que dijo,
parecía como si estuviera tratando de consolarme. Me quedé impactada. Asentí y
él volvió a su trabajo.
Pasaron dos semanas, y ni una palabra de Paul. Estaba tan herida. Traté de no
estarlo, pero lo estaba. No pude evitarlo. Me había enamorado de él. ¿Por qué
siempre se iba después de tener un momento conmigo? ¿Cómo podía simplemente
irse y no ponerse en contacto conmigo en absoluto? Era un miércoles, cuando
Marcus colocó un sobre en mi escritorio. Era grueso. Eso por sí solo me dijo que no
podría haber habido algo bueno en él.
―De Richard Mateo ―señaló.
Lo abrí, sin preocuparme que Marcus me estuviera observando. Leí una hoja
y luego la siguiente. Las dejé caer en mi regazo, frunciendo las cejas confundida e
impactada.
―¿Qué es? ―preguntó Marcus.
Le entregué los papeles, parpadeando con rapidez para mantener a raya mis
lágrimas. No podía ser lo que pensaba que era. No podía.
Los hombros de Marcus se hundieron mientras leía.
―Ese imbécil ―se quejó.
Mi corazón latía con fuerza, el sonido silbando en mis oídos. Paul quería que
comprara su negocio, su parte de todos modos, o mantenerlo como un socio y
pagarle un salario reducido. No iba a volver.
¿Por qué todo el mundo que amaba me dejaba? Pero no fui la única que se
sintió traicionada. Marcus parecía como si quisiera golpear algo. Arrojó los papeles
sobre la mesa y salió de mi oficina sin decir nada más. Me temblaban las manos
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mientras metía los papeles en el cajón de mi escritorio. Estaba tan abrumada por la
emoción que apenas podía estar de pie. Pero lo hice. Me tenía que ir.
Esto era una mierda. Él era una mierda. Agarrando las llaves. Me lancé a mi
auto y salí rápidamente del estacionamiento. Necesitaba ver algo. Necesitaba saber
si Paul se ha había ido para siempre o no. Esto no podía estar pasándome< de
nuevo. Conduje a su casa. La grava de la entrada de su casa crujía bajo mis
neumáticos mientras conduje lentamente por la señal de En Venta. La miré
fijamente durante un largo momento antes de bajar la cabeza al volante, llorando
como nunca había llorado antes.
Se fue.
Se fue, al igual que todos los demás.
Cuando me calmé, conduje a casa, me arrastré a la cama, y lloré hasta
quedarme dormida. Me desperté a mitad de la noche, me dolía toda la parte
inferior de mi cuerpo porque tenía muchas ganas de orinar. Encendiendo la luz en
mi cuarto de baño, me quedé mirando la caja que había dejado allí el día anterior.
Ahora era un buen momento como cualquier otro. Abrí la caja, saqué el pequeño
palo blanco, y oriné en él.
Tres minutos después, mi mundo cambió para siempre.
Ashley luce una sonrisa triste mientras me observa limpiarme debajo de los
ojos.
―Lo siento ―digo con voz ronca―. Es difícil cuando recuerdas uno de los
mejores momentos de tu vida como uno de los más dolorosos.
Inclinándose, saca un pequeño paquete de pañuelos de su mochila y me lo
entrega.
―Gracias.
―¿Lo odiaste? ―pregunta después que me he limpiado.
―Al principio ―admito―. Decidí mantenerlo como socio comercial. No
estaba segura de que pudiera decirle que estaba embarazada, no entonces de todos
modos. Estada demasiado< herida. Cuando pensaba en él, era demasiado. Pero
quería asegurarme de poder llegar a él, si era necesario.
―¿Intentaste contactarlo?
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―Unas pocas veces. Le envié correos electrónicos. Le dije que necesitaba
hablar con él, pero no le dije sobre qué.
―¿Te sorprendió cuando no respondió?
Me encojo de hombros.
―Sí. No.
―¿Qué pasó con Marcus después de eso?
Habían pasado dos días desde que había recibido la carta de Mateo en
nombre de Paul. Llamé a Marcus a mi oficina y le pedí que se sentara conmigo.
Intenté explicarle mis planes en relación al negocio pero él habló primero.
―Voy a darte mi renuncia.
La sangre se drenó de mi rostro. No había duda de que nos odiábamos el uno
al otro. Yo, por una parte no podía soportarlo. Pero con Paul desaparecido y un
bebé en camino, no estaba segura de poder manejar las operaciones del negocio sin
Marcus. Él sabía el teje y maneje. Y tenía una gran relación con los empleados.
Me hundí en mi silla, completamente derrotada. El universo estaba en mi
contra.
―Ambos conocemos a Paul, aunque no era el mejor mediador, era la única
razón por la que logramos coexistir hasta ahora ―explicó―. Simplemente no creo
que podamos tener un ambiente de trabajo saludable.
―¿Y si te pido que te quedes? ―pregunté con cautela.
Inclinó la cabeza, una pliegue profundo formándose entre sus cejas.
―¿Por qué me pedirías que me quedara? ―resopló.
Odiaba tener que estar vulnerable frente a él. Tenía miedo de que lo usara
como arma para menospreciarme más. Pero no tenía opción.
―Estoy embarazada.
Parpadeó algunas veces, con la boca presionada en una línea delgada.
―¿Paul lo sabe?
Sacudí la cabeza en forma negativa.
―¿Has tratado de contactarlo?
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―Le he enviado correos electrónicos. Dejé un mensaje con Mateo indicando
que era un asunto urgente que hablara con él. Pero no he oído respuesta.
―¿Vas a consérvalo? ―preguntó con cautela.
Coloque una mano sobre mi vientre, mi boca sonriendo ligeramente.
―Definitivamente.
Cuando levanté mi mirada para encontrar la suya de nuevo, dejó escapar un
largo suspiro. Moviendo su mirada hacia el techo dejó escapar un gruñido en voz
alta.
―No puedo creer que estoy haciendo esto ―murmuró para sí mismo.
Bajando la cabeza, dijo―: Me quedaré si levantas la prohibición de las bromas
―regateó.
―No. ―No había ninguna forma en el infierno en que alguna vez accediera a
eso.
―Tienes que darme algo Clara ―argumentó.
Puse los ojos en blanco.
―No ―afirmé.
Se encogió de hombros y empezó a deslizarse de su asiento.
―Bueno, buena suerte ―dijo animado. Rechiné los dientes, sabía que me
tenía.
―Bien ―establecí―. Una vez al mes.
―Cinco al mes ―replicó.
―Dos.
―Tres ―ofreció con firmeza―. Y es mi última oferta.
Sonreí un poco aunque era frustrante como el infierno.
―Bien, tres.
Se deslizó de su asiento y rodeó el escritorio, extendiendo su mano.
―Tregua.
La tomé y sacudimos las manos.
―Tregua.
Es chistoso cómo cambiaron las cosas entre nosotros. Le confesé por qué
Dennis me dejó la mitad del negocio, y deseé haberlo hecho antes. Marcus parecía
tan< en paz cuando descubrió la verdad. Poco a poco construimos la confianza
entre nosotros y nos volvimos amigos. La noche que firmé los papeles de divorcio
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de Kurt, me invitó a salir a un buffet de todo lo que puedas comer y helado. Sabía
cómo celebrar con una mujer embarazada. En realidad se convirtió en mi mejor
amigo. A este día, Marcus es mi mejor amigo. Estuvo ahí el día que Neena nació,
fue el primero en sostenerla después de mí. Le enseñó a andar en bici. Fue su
amigo, su compañero de juegos. Estuvo ahí el día en que fue diagnosticada. Ha
sido una roca para nosotras. Y por siempre estaré agradecida con él.
La pantalla regresa a ella, una gran sonrisa en su rostro, sus ojos brillando por
la emoción.
―Recuerden< sin adiós. ―Nos recuerda―. Sólo hay un te veo después. Y
hasta que nos volvamos a encontrar.
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Nos manda un beso.
―Hasta luego, cocodrilos. ―Y entonces se ha ido. Me aferro a la urna de sus
cenizas en mi regazo como si la abrazara. Paul sorbe junto a mí y se aclara la
garganta. Incluso Marcus está llorando. Mills cierra el ordenador portátil y saca la
tarjeta de memoria USB. Se la entrega a Paul. Paul lo toma y la aprieta en su mano,
asintiendo en agradecimiento hacia él.
Una vez que nos hemos recompuesto, subimos en nuestros autos y nos
dirigimos a la pista de aterrizaje. Mi corazón está tronando y sostengo la urna con
fuerza.
Tienes que hacer esto, Clara, me recuerdo. Esto es lo que ella quería. Es una de
las últimas cosas que pidió.
El piloto nos da un pulgar hacia arriba, el avión ruge a la vida y Paul me
conduce a él, apretando mi mano, tratando de consolarme. Miro hacia atrás y veo a
Marcus, Ashley, Zane, y Mills, observándonos subir al avión, justo cuando el sol
está a punto de ocultarse. Zane saca su cámara, listo para filmar. Una vez que
estamos a bordo y el avión despega, Paul se inclina de modo que lo puedo oír.
―Va a estar bien. Lo prometo.
Asiento animadamente mientras tomo una respiración profunda.
Cuando hemos alcanzado la altitud adecuada, Paul me da una palmada en la
pierna, dejándome saber que es hora de engancharnos juntos. Me pongo de
rodillas y le doy la espalda para que nos pueda conectar. Nos engancha juntos y
me empuja suavemente para que me mueva hacia la puerta. Luego la abre y el
viento provoca que mi cabello vuele por todas partes. Saco la bolsa con las cenizas
de Neena de la urna y la sostengo con fuerza.
―Es hora, Clara ―dice Paul. Estoy temblando Estoy tan aterrada. Sé que
estoy a salvo.
Sé que Paul ha hecho esto un millón de veces. Solo no puedo evitarlo. Pero sé
que es hora. Saco mis pies a la pequeña plataforma, fortaleciéndome contra el
viento. Me explicó el procedimiento varias veces, así que sé qué hacer cuando me
lo indique.
―A la cuenta de tres ―grita―. Uno. Dos. ¡Tres!
Entonces< estamos volando. Durante unos segundos, no respiro mientras la
adrenalina bombea a través de mí. La caída parece ir en cámara lenta, sin embargo,
ocurre en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando jala del paracaídas, nos tambaleamos un poco y nuestra caída se
desacelera. La vista es impresionante.
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―Esto es increíble ―le digo.
Paul se ríe.
―¿Ves lo que te has estado perdiendo?
Miro hacia arriba lo más que puedo, y veo algo flotando por el lateral del
paracaídas. Por la forma en que la luz del sol ocultándose está brillando, no puedo
descifrarlo.
―¿Qué es eso? ―pregunto.
―Su bufanda púrpura ―responde.
Mi corazón se llena de amor por este hombre, mientras me lloran los ojos.
―Paul ―digo su nombre―. Gracias por ser tan fuerte a través de todo esto.
No podría haber sobrevivido sin ti.
―Estoy aquí, Clara. No voy a ninguna parte. Lo prometo. A donde tú vas yo
voy.
Dejo escapar un suave suspiro. Eran las palabras exactas que necesitaba
escuchar. Hemos pasado por muchas cosas. Los dos hemos cometido tantos
errores. Los dos hemos perdido demasiado. Pero aún nos tenemos el uno al otro.
Ningún otro hombre me ha hecho sentir de la manera en que lo hace Paul James.
Ningún hombre jamás lo hará.
Él es eso para mí.
―¿Estás listo? ―pregunto.
―Dejemos volar a nuestra niña ―responde.
Me aferro a la bolsa una vez más, diciendo una última despedida a mi hija.
―Vive libre, Neena. Te amo. ―Abriendo la bolsa, la inclino, dejando ir poco
a poco las cenizas de Neena a la deriva suavemente en el aire. Las cenizas flotan en
una corriente, disipándose ante nosotros. Cuando he derramado la última de ellas,
sonrío a través de mis lágrimas mientras Paul me besa la sien.
Entonces, susurra:
―Descansa en paz, bebé.
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EPÍLOGO
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