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declaró a la prensa un testigo presencial del suceso. Caricatura del coronel José
Eleuterio Pedraza, jefe de la Policía en La Habana. Foto: LAZ
Asegura Raúl Aguiar en su libro El bonchismo y el gangsterismo en Cuba que Emilio Tro
Rivero provenía del trotskismo; había pertenecido en 1933 a la fracción trotskista del
Sindicato de Comercio. Fue preso, acusado de «reunión ilícita», y dos años más tarde, por
su participación en la huelga de marzo, los tribunales lo condenaban a 90 días de cárcel por
«asociación ilícita» y a otros nueve meses de encierro por el delito de sabotaje. Ya en
libertad, entró en contacto con Joven Cuba, la organización fundada por Antonio Guiteras,
y se relacionó con el Viejo García (José María García), que durante décadas mantuvo
escondidos los restos del mártir del Morrillo y de su compañero, el venezolano Carlos
Aponte. Desmembrada Joven Cuba, milita en Alianza Nacional Revolucionaria hasta que
Pedro Fajardo Boheras (Manzanillo) lo lleva a Acción Revolucionaria Guiteras, junto con
Arcadio Méndez y Jesús González Cartas (el Extraño), grupo que se destaca en su
enfrentamiento al régimen batistiano, y en el que militarán el Colorado y Rogelio
Hernández Vega (Cucú) hasta su expulsión por separarse de la disciplina y la línea de
conducta de dicha organización.
A su regreso, junto con Armando Correa y Jesús Diéguez, funda la Unión Insurreccional
Revolucionaria (UIR), que propugna la disposición de los grupos revolucionarios a la lucha
y proclama la incapacidad del capitalismo para satisfacer las necesidades de la mayoría.
Tiene la nueva organización un lema: «La justicia tarda, pero llega». Su fundador está
convencido de que «la justicia que sancionan los códigos y las leyes, establecida en su
aplicación caprichosa» es una «justicia esperada inútilmente por el pueblo y que no llega a
las cabezas indignas de los funcionarios que roban, matan y torturan tratando de ahogar la
rebeldía justificada».
Es Salabarría quien mantiene la línea insurreccional con más fuerza y ahínco. Sus luchas
comenzaron en 1930 y sobresalió como hombre de acción entre 1933, cuando Batista
asumió la jefatura del Ejército, hasta 1944, cuando abandona la presidencia de la República.
Fue en esa etapa que Salabarría ganó el calificativo de Enemigo Público No. 1, que le
dieron machadistas y batistianos. Decía contar con un programa que lo llevaría a liquidar
todo lo malo que debía eliminarse en la sociedad, «lo que precipitaría el advenimiento de
una etapa de grandes realizaciones para el pleno disfrute de la Justicia, el Progreso y la
Libertad para todos los hombres por igual».
Salabarría no era tan probo como él quería hacer creer. Parecía que luchaba contra la bolsa
negra y llegó a saberse que estaba inmerso en operaciones perfectamente organizadas que
comenzaban con la incautación ilegal de la mercancía en los almacenes de la Aduana y
terminaba con la transacción amistosa entre las partes en conflicto. Saldría a relucir el
secuestro del presidente de los almacenistas de víveres en vísperas de un viaje a España. Lo
acusaron de estar metido hasta el cuello en la bolsa negra y le pidieron 100 000 pesos a
cambio de ponerlo en libertad y el compromiso de dejarlo hacer y deshacer en el estraperlo,
un juego fraudulento de azar. Si no «colaboraba», lo desaparecían. Harían creer que abordó
el barco que lo llevaría a Europa y no llegaría a ninguna parte, sembrando entre familiares,
amigos y clientes la idea de que se había arrojado al mar durante la travesía.
El bonchista
Antonio Morín Dopico, por su parte, provenía del «bonche» universitario. Aunque fue
absuelto se le suponía implicado en la muerte del profesor Ramiro Valdés Daussá, en 1940.
El senador Félix Lancís, a la sazón primer ministro en el gabinete grausista, propuso a
Morín para jefe de la Policía en el municipio de Marianao, y Grau estuvo de acuerdo en
darle esa oportunidad para que se «regenerara».
Existió siempre la sospecha de que el bonchista continuaba siéndolo. Cuando en 1945 José
Noguerol Conde, uno de los sentenciados por la muerte de Valdés Daussá, consiguió
fugarse de la sala de penados del hospital Calixto García, se manejó que Morín no era ajeno
a la evasión y que había sido parte esencial en su preparación.
El 24 de mayo del mismo año, fuerzas del Ejército allanaron una casa de juego en San
Celestino, entre Samá y Real, en Marianao, y detuvieron en esta a 18 personas, casi todas
con antecedentes penales. Ocuparon dos ruletas, cuatro mesas de póquer y de bacará, 36
taburetes, 70 juegos de barajas, 4 786 fichas, dos termos de café y 40 tazas servidas.
Desde un mes antes se jugaba día y noche en esa casa con la autorización del comandante
Antonio Morín Dopico, quien al enterarse del allanamiento del garito y de la detención de
los jugadores, quiso liberarlos a punta de ametralladora.
La alianza entre Morín y Tro era, sobre todo, estratégica: ambos eran enemigos de
Salabarría.
Ya Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular y representante a la Cámara,
había advertido que aquellos nombramientos en cargos policiales de jefes y miembros de
las pandillas traerían consecuencias fatales para la seguridad ciudadana y el
desenvolvimiento político de la nación. (Continuará)