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diegovelazquez@elpsicoanalitico.com.ar
Si bien la psicopatología recién se delimitó como disciplina en el siglo pasado dentro del campo y
con los criterios de la medicina y la psiquiatría, es dable pensar hoy en la posibilidad de una
psicopatología psicoanalítica que constituya un avance más de la psiquiatría dinámica. Es decir, un
movimiento, un corrimiento de la psicopatología de la mera clasificación nosológica, hacia “el
campo de la relación humana en tanto problemática” (Rafael Paz).
Entre las concepciones más clásicas ligadas a lo clasificatorio, y las concepciones más dinámicas;
entre las superposiciones de la psiquiatría y el psicoanálisis (las dos grandes prácticas que dibujan
el campo de la psicopatología); la pluralidad de “psicopatologías” (como disciplina) con
fundamentaciones y referencias diversas, las definiciones comunes y el diferente uso de los
mismos términos; entre todo esto, reiteramos, tomaremos para pensar la idea de “formaciones
psicopatológicas”.
En este sentido, parece fructífera esta idea de formaciones psicopatológicas, porque delimita y
también posibilita pensar un conjunto de fenómenos y problemas, y por lo tanto significa una idea
flexible y concordante con la clínica actual, más que la de psicopatología a secas.
En esas tres estructuras freudianas distinguimos tres modos de funcionamiento, entonces (según
el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis):
Neurosis: “afección psicógena cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico
que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto y constituyen compromisos entre el deseo y la
defensa. La extensión del concepto de neurosis ha variado, actualmente el término cuando se
utiliza solo, tiende a reservarse a aquellas formas clínicas que pueden relacionarse con la neurosis
obsesiva, la histeria y la neurosis fóbica. Así, la nosografía distingue, neurosis, psicosis,
perversiones y afecciones psicosomáticas...”
Psicosis: “En clínica psiquiátrica el concepto “psicosis” se toma casi siempre en una extensión
extremadamente amplia, comprendiendo toda una serie de enfermedades mentales, tanto si son
manifiestamente organogenéticas (como la parálisis general progresiva) como si su causa última es
problemática (como la esquizofrenia).
Dentro de este último grupo, el psicoanálisis ha intentado definir diversas estructuras: paranoia (en
la que incluye, de un modo bastante general, las enfermedades delirantes) y esquizofrenia, por una
parte; por otra, melancolía y manía. Fundamentalmente, es una ‘perturbación de la relación
libidinal con la realidad lo que, según la teoría psicoanalítica, constituye el denominador común de
las psicosis, siendo la mayoría de los síntomas manifiestos (especialmente la construcción
delirante) tentativas secundarias de restauración del lazo objetal”.
Perversión: “Desviación con respecto al acto sexual ‘normal’ definido como coito dirigido a obtener
el orgasmo por penetración genital, con una persona del sexo opuesto.
Se dice que existe perversión: cuando el orgasmo se obtiene con otros objetos sexuales
(homosexualidad, paidofilia, bestialidad, etc.) o por medio de otras zonas corporales (por ejemplo,
coito anal); cuando el orgasmo se subordina imperiosamente a ciertas condiciones extrínsecas
(fetichismo, transvestismo, voyeurismo y exhibicionismo, sadomasoquismo); éstas pueden incluso
proporcionar por sí solas el placer sexual.
De un modo general, se designa como perversión el conjunto del comportamiento psicosexual que
acompaña a tales atipias en la obtención del placer sexual”.
Si bien Laplanche en esta última definición (perversión) registra los conceptos freudianos clásicos
de este grupo psicopatológico, hoy es poco sostenible esta concepción de las perversiones como
desviaciones, o de las distintas conductas sexuales como perversiones o desviaciones, morales o
estadísticas.
- los cuadros donde domina la deprivación (Winnicott se refiere a este cuadro como el de aquellos
sujetos que sin llegar a la psicosis clínica, tienen una constitución psíquica fallida, interrumpida por
traumatismos severos en la temprana infancia o por situaciones familiares o individuales que
impidieron la progresión del desarrollo que llevaría a la neurosis y al sujeto sano).
Y demás etcéteras que nos convocan a pensar en los cuadros fronterizos, “borderline”, que algunos
autores también proponen como una estructura propia, y no sólo como una bolsa donde va a caer
todo aquello que no es ni neurosis ni psicosis en el diagnóstico.
“Formación”, entonces, nos remite aquí a algo que no es un estado fijo ni dado naturalmente, sino
algo que “se forma”, que tiene una etiología, un origen multicausal, y que no es estanco, se
modifica. Y que se puede modificar, con todas las consecuencias y el alcance clínico y subjetivo que
esto implica (resuena aquí el concepto de “neogénesis” de Silvia Bleichmar).
Existen en la historia del psicoanálisis distintas concepciones que sostienen la idea de estas
organizaciones dinámicas que desafían la concepción de tres estructuras psicopatológicas “puras”,
sin zonas grises.
La escuela psicoanalítica inglesa ha desarrollado diversas ideas en este sentido. La obra de Melanie
Klein se ocupa en varios momentos de la idea de que las primeras ansiedades humanas, muy
tempranas, tienen el carácter que podemos encontrar en los cuadros psicóticos infantiles o
adultos, por la predominancia de una angustia de aniquilamiento, de despedazamiento, terrorífica
(“terror sin nombre” para uno de sus continuadores, Wilfred Bion).
Es así como en los cuadros psicóticos nos encontramos también con estados donde predomina la
vivencia de fragmentación, de desorganización del sujeto. Winnicott también desarrolla algo
similar, haciendo hincapié en que la vivencia de integración subjetiva es un índice de salud mental,
al contrario de la fragmentación de los cuadros más graves (por ejemplo esquizofrenia).
Por lo tanto, estas concepciones sostienen la idea de que el crecimiento mental del sujeto está
dado por la integración en el psiquismo de estas ansiedades más básicas. Así, el psiquismo se va
construyendo en base a una organización neurótica que progresa por sobre estas ansiedades
psicóticas más primarias.
Un autor inglés contemporáneo, Robert Young, rastrea cómo en la infancia o en los recuerdos
preconscientes de sujetos sanos, neuróticos, se hallan sensaciones de miedo irracional, por
ejemplo a determinados personajes de una película o relato, a zonas oscuras de la casa, de un
espacio natural, o a algunas expresiones o palabras que convocan algo dominable en cierto modo
(no completamente desestructurante) pero cercano al terror, más allá de lo estrictamente racional.
Propone la idea de que cualquiera puede rastrear este tipo de sensaciones o recuerdos, que
ayudan a comprender qué es la angustia psicótica, o las zonas psicóticas de la personalidad. Dice:
“Cuando yo era niño vivía en una casona emplazada en un gran terreno en una hondonada,
amurallada y con una entrada en la que, además de pesadas cadenas, había una leyenda en hierro
forjado: “DRIVERDALE”. No podía acercarme sin experimentar una angustia intensa. (Una hazaña
de mi adolescencia consistía en atravesar el campo a gran velocidad en mi bicicleta motorizada).
Me provocaba el mismo terror una casa verde que estaba en nuestro camino a la piscina, y la
mujer que vivía allí; la llamábamos “la bruja verde”. Yo creía en el Cuco y le temía; no me acostaba
a menos que la puerta de mi guardarropa estuviera cerrada. Le tenía un miedo mortal al monstruo
de Frankenstein y a la Momia (de la película La maldición de la momia), y hasta que entré en la
universidad no entraba en la cocina antes de que se encendiera el tubo fluorescente, que tardaba
un siglo en hacerlo. Lo mismo me ocurría con el porsche trasero, y ni a punta de pistola entraba en
el jardín del fondo antes de que oscureciera. Mi niñez y adolescencia estuvieron llenas de terrores,
imaginaciones, fantaseos, y algunas actividades que me daría vergüenza describir: todo esto
desgarraba la trama de la sociedad civilizada. Entre esos terrores se destacaba el que sentía ante la
palabra “Terrell”, el nombre del hospital cercano para enfermos mentales. No recuerdo ningún
tiempo en el que esta palabra conjurara en mí la idea de un infierno indescriptible, al que
estábamos en inminente peligro de ser arrojados mi madre deprimida y yo (...) ahora sé que detrás
de esas experiencias conscientes había angustias psicóticas”.
Estos aspectos, que pueden coexistir y permanecer en el sujeto adulto sano, han quedado
oscurecidos detrás de la estructuración neurótica y son poco reconocidos, pero coexisten y pueden
tener diferentes expresiones. Se señala que en pacientes con todos los grados de perturbación se
pueden observar estos aspectos coexistentes en mayor o menor medida.
Quizás aquellos dichos como “de cerca nadie es normal” o “hay de todo en la viña del señor”, nos
ayudan a pensar al sujeto en sus determinaciones y singularidades, en contexto de relaciones con
otros humanos y expresión de sus propias limitaciones y potencialidades, en un “más allá” (o un
“junto con”) los diagnósticos psicopatológicos