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En esta conferencia se analizará el problema de los adolescentes infractores de la ley, que está muy
ligado al consumo de drogas, a la luz de los cambios introducidos, en primer lugar, por la aplicación del
sistema GES (Garantías Explícitas de Salud) en el contexto de la Reforma de Salud, en el cual se
incluyeron prestaciones derivadas del problema de la drogadicción en adolescentes; y en segundo lugar,
por la entrada en vigencia de la nueva Ley de Responsabilidad Juvenil. Ambas normativas han permitido
que la población tenga acceso al tratamiento de los problemas derivados del consumo de drogas.
En el tema del adolescente infractor intervienen: el Ministerio del Interior, a través del CONACE
(Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes, cuya misión es implementar las
políticas públicas en torno al problema de las drogas y prevenir el consumo y tráfico de sustancias
ilícitas en el país), de cuyo modelo de intervención se desprendieron las prestaciones que contempla el
GES, que a su vez está en manos del Ministerio de Salud; el Ministerio de Justicia, a través del
SENAME (Servicio Nacional de Menores) y el Ministerio de Salud, principalmente con
FONASA.
Ley 20.084
Desde el punto de vista clínico tiene gran importancia la ley 20.084, que en su artículo 7° prescribe: “El
juez estará facultado para establecer, como sanción accesoria a las previstas en
el artículo 6° de esta ley y siempre que sea necesario en atención a las
circunstancias del adolescente, la obligación de someterlo a tratamientos de
rehabilitación por adicción a las drogas o al alcohol”. De esto se desprende que, habiendo
sido condenado un adolescente por la comisión de un delito, el juez puede someterlo a una sanción
accesoria a las previstas en el artículo sexto de esa ley, sanción que consiste en el tratamiento de
rehabilitación de su adicción, siempre que establezca que existe una asociación entre el consumo de
drogas o alcohol y la conducta delictual. Nunca se debe olvidar que este tratamiento se da en el contexto
de una sanción, aunque desde el punto de vista clínico y del derecho a la salud se vea como un beneficio;
por lo tanto, es muy importante que durante este tratamiento se logre dar el “salto” simbólico, desde la
sanción hacia el beneficio.
La frase “en atención a las circunstancias del adolescente” se refiere a que, para la normativa vigente, no
por el simple hecho de que un adolescente sea consumidor de drogas se configura la “circunstancia
del adolescente”, sino que para ser merecedor de la sanción accesoria debe calificar
como consumidor problemático (abuso y dependencia) y configurarse la relación de
asociación entre la comisión del delito y el consumo de drogas. Los ejemplos más frecuentes son: la
comisión de delito bajo el efecto de las drogas y cometer un delito de tráfico o microtráfico para
financiar el consumo. Desde el punto de vista ético y clínico es correcto hablar de asociaciones, ya que
es difícil establecer relaciones directas causa-efecto debido a la gran cantidad de variables que se
comportan como factores de riesgo. Antes existía la figura del discernimiento, pero ésta desapareció con
la ley de responsabilidad juvenil para los mayores de 14 años, que dio origen a esta sanción accesoria.
La sanción principal tiene que ver con el delito propiamente tal y la sanción accesoria se aplica cuando
en caso de que se justifique por las cisrcunstancias descritas. Por lo tanto, la sanción tiene doble
finalidad: puede ser entendida por el adolescente y su familia en el contexto de castigo, pero por otro
lado incluye el concepto de la rehabilitación. Según el artículo 41 de la Convención de los Derechos del
Niño, esto implica aceptar que la aplicación de esta sanción, en un adolescente que se encuentra en
condiciones de alto riesgo, tanto somático como psíquico, permite estabilizar sus componentes
cognitivos, emocionales, psiquiátricos y conductuales, cautelando su interés superior. La aplicación de
esta pena sólo se legitima en la medida en que resulte en beneficio del adolescente, es decir, si va
encaminada hacia la recuperación y rehabilitación de la dependencia a las drogas o alcohol; por tanto, es
facultad del juez decidir si el adolescente entra o no a un tratamiento, aunque la ley determina en forma
clara las circunstancias en que esto se justifica. Debido a esto, y por primera vez en la historia, la
Academia Judicial ha solicitado una capacitación en este tema.
Gracias a este enfoque, la asociación de la droga con el delito adquiere una gran importancia dentro de las
políticas públicas de Chile; en este contexto, CONACE está trabajando con fuerza para incorporar a los
sectores académicos, cuyo aporte al conocimiento permitirá diseñar intervenciones más efectivas.
Los infractores de ley adolescentes llegan a este estado debido a que su proceso de desarrollo ha
sido interferido por contextos adversos, caracterizados por historias de carencia y maltrato, con rupturas
de lazos familiares, abandono, abuso sexual, fracaso o deserción escolar y entornos en los que prima la
violencia, el microtráfico de drogas y/o los patrones de conducta delictuales, entre otros (Norma
técnica para el tratamiento integral en adolescentes infractores de ley con
consumo problemático de alcohol- drogas y otros trastornos de salud mental 12 de
Febrero 2006 MINSAL- CONACE- SENAME)
Estudios recientes sobre factores de riesgo en delitos juveniles graves, indican que son un grupo con
múltiples factores de riesgo: problemas de conducta tempranos, problemas de drogas, fracaso y
exclusión escolar, vagancia, negligencia parental, victimización temprana, experiencias de maltrato,
abuso sexual y abandono (Schneider, en Shaw M. 2000; “(Audit Comission, UK 1996). Otros
factores de riesgo predictores de problemas de conducta y delito en jóvenes son: pobreza y vivienda
insalubre, ruptura del núcleo familiar, descuido paterno, malos resultados académicos (Jornada de
reflexión prevención y tratamiento: drogas, delitos y vulnerabilidad social:
Intervención integral clínica-comunitaria, CONACE 2006).
La Dra. Fanny Pollarolo, que actualmente está en el SENAME, ha descrito a los niños, niñas y
adolescentes en vulnerabilidad social, como un sector de la población infanto-adolescente que
realiza su proceso de desarrollo en condiciones especialmente desfavorables, por la acumulación de
factores de riesgo, graves y masivas vulneraciones de sus derechos y condiciones de vida en exclusión
social, de modo que presentan alto riesgo de consumo de drogas y otras problemáticas biopsicosociales.
Sin embargo, la observación de estos infractores adolescentes demuestra que ellos no sólo desarrollan
deficiencias, sino que también desarrollan habilidades, pero éstas son moldeadas por contextos adversos;
la idea es lograr que ellos aprendan a utilizar estas habilidades de una manera diferente. Esta población
vulnerable es heterogénea y se compone de subgrupos específicos: los que viven en la calle (caletas); los
que conforman grupos de esquina; los que conforman pandillas; en vagancia; en trabajo informal y en
explotación comercial sexual. Los elementos comunes de estos grupos son: el consumo de drogas, las
conductas transgresoras de la ley y el fracaso en el sistema de educación formal, de modo que son
adolescentes desescolarizados (desertores del sistema) o en alto riesgo de deserción o pre-desertores.
En un estudio realizado por el SENAME y la Universidad Católica de Chile en el año 2005, se analizó el
perfil de los jóvenes infractores en una muestra de 1.468 casos: 653 ubicados en medio privativo de
libertad y 815 en medio libre. Se encontró un alto nivel de prevalencia mes de consumo de sustancias: en
primer lugar la marihuana (42,3%), seguida por la cocaína (9,3%) y la pasta base (10,5%), la chicota
(flunitrazepan, 8,9%), inahalantes (2,4%) y cualquier droga en el mes (46%). La prevalencia anual de
consumo de droga de los adolescentes infractores residentes en medios privativos de libertad fue de
85,6% y de los que estaban libres, 67%. En la población adolescente general el porcentaje de consumo
es menos de 10%. Es interesante el hecho de que, a medida que las mujeres pasan a medios cerrados, el
riesgo de consumo elevado aumenta. Se entiende por consumo frecuente al consumo por 20 ó más días
en el mes previo a la detención para la cocaína, o 10 ó más días en el mes previo a la detención para la
pasta base, que no es la de uso más frecuente, pero es la que produce más daño y dependencia. Los
adolescentes que están privados de libertad tienen mayores signos de dependencia y está claro que
mientras más grave el delito, mayor es el antecedente de consumo.
Estos individuos tienen una gran vulnerabilidad social, definida por la relación entre los recursos del
sujeto y las oportunidades que le ofrece la sociedad, y una vulnerabilidad clínica, dada por la relación
entre los aspectos deficitarios y las potencialidades del sujeto; esta vulnerabilidad se puede amplificar o
inhibir según factores del contexto y tiene su expresión en la salud física y mental del sujeto. Por lo tanto, las
intervenciones que se planifiquen no sólo se deben efectuar desde el ámbito de lo social, sino también desde
el ámbito clínico.
En la Fig. 1 se muestran los niveles en los cuales se desempeña cada individuo y que son los distintos niveles
de intervención. Así como es importante entender lo que ocurre a nivel social, es muy importante entender las
bases orgánicas, o neurobiológicas, de la conducta transgresora y delictiva, tanto en términos de la historia del
sujeto como de los aspectos intrapsíquicos y relacionales que contribuyen al desarrollo de estas conductas, en
conjunto con el entorno social y cultural (Fig. 1).
La realidad social actual que los adolescentes enfrentan, tal como lo plantea Carmen Arbex, socióloga
española conocida por su trabajo en adolescentes, consumo de droga y vulnerabilidad social, se caracteriza
por: perspectiva de futuro negativo; tendencia al hedonismo y por tanto, a la búsqueda del placer fácil;
presentismo, es decir, el placer tiene que ser ahora y no después; transformación química de los estados de
ánimo; impulsividad; individualismo y desintegración social; baja tolerancia de la frustración y problemas de
integración social. Todos estos elementos dan un contexto que facilita que los adolescenctes desarrollen
vulnerabilidad. La conducta de consumo, transgresora, se debe analizar desde la prespectiva de la
comprensión de la conducta, pero también desde una perspectiva histórica, ya que ambas en conjunto
permiten tener, además, una visión pronóstica.
Las conductas se caracterizan por tres elementos: temporalidad, no transitoriedad y penetrabilidad. Esto
significa que las conductas se mantienen en el tiempo, no son aisladas, por lo tanto no son transitorias y
van tiñendo todas las áreas del desarrollo, es decir, van penetrando. Los trastornos de conducta han sido
abordados por muchos autores desde el punto de vista psicopatológico, porque una cosa es describir
signos y síntomas propios de los trastornos de conducta, como se hace en las clasificaciones, y otra cosa
es relacionar estas conductas con ciertas patologías, como han hecho algunos autores, entre ellos
Jeammet, Braconnier, Chartier, Marcelli y Ladame, que han establecido que en estos adolescentes
difíciles existe como base la patología del abandono o alguna psicopatía. En este contexto, Dorothy
Otnow-Lewis planteó, en el año 2002, que existirían en estos adolescentes tres tipos de vulnerabilidad:
siquiátrica, cognitiva y neurológica, que se manifestarían en el contexto de un proceso de desarrollo
(Fig. 2).
La vulnerabilidad significa que a estos adolescentes les es difícil percibir su mundo interno, debido a su
actitud desafiante, oposicionista o indiferente; no están acostumbrados a recibir empatía y rechazan al adulto
antes de ser rechazados; sus características clínicas bordean varios diagnósticos, como retardo mental,
epilepsia, trastorno del ánimo, psicosis y trastornos de personalidad, entre otros; en ocasiones viven episodios
alucinatorios, tienden a sentirse amenazados y se protegen llevando armas; la sintomatología depresiva se
asocia a la irritabilidad y la ira; las ideaciones e intentos suicidas son frecuentes y el abuso de drogas y
alcohol es muy frecuente. La vulnerabilidad más perturbadora es el precario desarrollo moral y la falta de
comportamiento empático con el otro, lo que para muchos autores es una falla de la capacidad de ética y
reflexiva.
Generalmente hay antecedente de accidentes, traumas o enfermedades del sistema nervioso que determinan el
canal que va a seguir el desarrollo neurobiológico; pocos de estos niños sufren epilepsia, pero muchos tienen
un electroencefalograma con alteraciones menores; los síntomas neuropsiquiátricos más comunes son las
amnesias breves del comportamiento y los episodios de deja vu (ya vivido); el déficit atencional con
hiperactividad y predominantemente impulsividad es propio del adolescente con trastorno de conducta.
Los test de inteligencia muestran resultados modestos, aunque interpretar estos test en el contexto de estos
jóvenes no es tarea fácil; los trastornos de aprendizaje son muy frecuentes, particularmente en el campo
verbal. La asociación de dificultad perceptivo motora, déficit atencional y leve retraso mental hacen de los
aprendizajes una experiencia frustrante, lo que favorece la deserción escolar. La autora plantea que estos
adolescentes han llegado a su estado actual a través de un continuo evolutivo, que parte en los primeros
años de vida, con la presentación de patrones interactivos anómalos que pueden alterar los procesos
regulatorios del sueño, la alimentación, etc. A medida que el niño crece aparece la ansiedad de separación, el
trastorno oposicionista-desafiante y el trastorno de conducta, que se observa en la adolescencia;
posteriormente, se presenta el trastorno de personalidad antisocial (Fig. 3).
Según estudios del comportamiento agresivo en gemelos monocigotos y dicigotos, el factor genético
explicaría entre 42% y 60% de la variabilidad del comportamiento agresivo; sin embargo, actualmente se
considera que las contribuciones genéticas o ambientales se modifican a lo largo de la vida, por lo tanto, es
importante conocer los antecedentes familiares de conducta agresiva y delictual, pero no es un elemento que
explique todo.
En cuanto al desarrollo cerebral, a través de la vida se producen cambios marcados en cuanto a volumen,
metabolismo, mineralización, flujo sanguíneo, receptores y selección de sinapsis. La adolescencia es una
etapa de mayor vulnerabilidad en estos aspectos; se ha descrito un aumento de ciertas moléculas,
principalmente dopamina, en el cerebro adolescente, lo que facilitaría el acceso de ciertas sustancias, como la
marihuana y la cocaína (Fig. 4).
Figura 4. Tasa de cambio de los distintos componentes del desarrollo cerebral
Por otra parte, existen dos elementos que se presentan en forma constante en la historia de los chicos
infractores de ley: los traumas perinatales y la malnutrición, que sin duda alteran el proceso de desarrollo
cerebral. En la Fig 5 se comprara la densidad sináptica del cerebro en distintas etapas de desarrollo, con una
clara disminución de las sinapsis en la adolescencia, probablemente a causa de estos elementos.
Existe un período sensitivo para el desarrollo precoz de las actividades sociales y el lenguaje, como también
para la adquisición del pensamiento simbólico y otras habilidades cognitivas, que tienen períodos críticos en
los primeros años de vida, que son justamente los más dificultosos en los adolescentes infractores (Fig. 6).
La especialización del cerebro adolescente se puede alterar en su desarrollo normal por el abuso de sustancias
en este periodo (spears, 2003). Dentro de este desarrollo se incluye al temperamento, la sensorialidad
(esquema corporal) y los procesos regulatorios y se sabe que el temperamento tiene un componente genético
importante. El temperamento temprano no necesariamente es un presagio de agresividad posterior, pero existe
evidencia de que el patrón de comportamiento se continúa desde la infancia hasta la adultez.
Farrintong y Kagan sugieren que los comportamientos agresivos constantes después de los tres años de edad
se asocian con el inicio de conductas problemáticas y dificultades en las relaciones interpersonales
(Farrington DP. The family backgrounds of aggressive youths. In: Hersov LA, Berger M, Shaffer D (eds).
Aggression and antisocial behavior in childhood and adolescence. Oxford, Pergamon, 1978: 73-93) y
otros autores describen que niños que manifiestan problemas de agresión a los ocho años de edad, presentan
problemas similares en la adolescencia y la adultez (Lara-Muñoz MC, de la Peña F, Castro A. Consistencia y
validez de las subescalas del cuestionario de Conners para la evaluación de psicopatología en niños. Bol Med
Hosp Infant Mex 1998; 55:712-20). Asimismo, se han señalado las siguientes asociaciones: entre
temperamento difícil y trastornos de conducta (Thomas y cols., 1968); entre inhibición conductual y
trastornos de ansiedad (Biederman, 1993); entre factor de extraversión y problemas de alcoholismo
(Wennberg, 2002); entre desinhibición conductual y trastornos de conducta externalizados y déficit de
atención (Hirshfeld-Becker y cols., 2002) y entre búsqueda de lo novedoso y abuso de sustancias (Rose,
1995). Respecto a la protección, Werner y Garmezy (1989)han señalado el valor de la actividad y de la
sociabilidad en los niños resilientes.
Este modelo de relación de apego inseguro, de tipo ansioso o desorganizado, viene desde la experiencia
interpersonal del niño con el cuidador, pero a su vez esto viene del proceso reflexivo del cuidador con
respecto a lo que él entiende por relación de apego, que por lo general calza con el modelo ansioso y
desorganizado y surge desde la experiencia interpersonal del propio cuidador. Todo esto se da en el plano de
la intersubjetividad de las relaciones.
Daniel Stern plantea que las experiencias de vida se conforman a partir de un sinnúmero de momentos
emergentes, que se presentan en forma de sensaciones, afectos, acciones, estimulación, motivación, etc.
Estas experiencias van construyendo experiencias representadas, a partir de modelos sensoriomotores,
perceptivos, conceptuales, etc.; esta red de modelos permite que estas experiencias queden guardadas y
registradas en forma de representaciones evocadas y/o actuadas (refiguradas), las que posteriormente se
pueden evocar a través de fantasías, recuerdos y narraciones autobiográficas. La representaciones que quedan
registradas son muy difíciles de trabajar desde la perspectiva de la rehabilitación (Fig. 9)
Un elemento importante en el aspecto relacional de estos adolescentes es el de las carencias afectivas, que
están muy ligadas a situaciones de angustia, abandono, maltrato y abuso, que se encuentran como
denominador común en estos chicos. Aubry plantea que la presencia de esta angustia puede tener tal efecto en
la conformación de la mente, que muchas veces las estructuras psíquicas quedan detenidas, atrofiadas o
desintegradas. Por eso, muchas veces una conducta que aparece como muy desadaptativa para el observador,
en su momento fue una respuesta adaptativa adecuada para ese sujeto, en el contexto que le tocó vivir.
Otro elemento es la identificación de la identidad, de la cual han hablado muchos autores, entre ellos Erikson,
que plantea que la identidad surge en la construcción progresiva del niño hacia el adulto. Kestemberg apunta a
la necesidad del sujeto de ir multiplicando experiencias y logrando identificaciones de carácter parcial, a
través de mediadores; si éstos son de mala calidad se pueden producir los trastornos identificatorios. Esto se
ve con frecuencia en la historia de los sujetos infractores de ley, cuyos mediadores, aun siendo figuras
vinculares, no son figuras protectoras o prosociales, sino que son figuras de mucho riesgo, como proxenetas,
etc. (Fig. 11).
La desesperación que provoca la falta de identidad lleva a los adolescentes a una lucha por ésta, que se libra
en tres campos simultáneos: lucha por construir el nuevo esquema corporal; lucha por construir su nuevo
mundo interno y lucha por construir su nueva sociedad. Desde ese punto de vista, un elemento central en el
tema identificatorio es el estar en la calle, que se da a través de un proceso y es un elemento de identidad
muy fuerte, principalmente en infractores de ley, que en su mayoría tienen familia y escuela, pero en elgún
momento salen a la calle y comienzan a buscar identidad y pertenencia en aquellos grupos de pares de la
esquina, o en las pandillas en el barrio. Este proceso de socialización callejera va ganando terreno a la
familia y la escuela y los adolescentes desarrollan estrategias de sobrevivencia compatibles con una identidad
transgresora, como el uso de drogas y armas y la participación en la explotación sexual. En este proceso el
sujeto se va dando cuenta, a través de distintas vivencias, de lo que hace la diferencia entre los vivos y los
“agilados” y va descartando progresivamente el contexto familiar y escolar (Fig. 12).
En adolescentes infractores de ley es muy importante entender la importancia del delito en la construcción de
la identidad, lo que obliga a intervenir desde el contexto sociocultural. Chartier señala que las experiencias de
abandono determinan una dimensión depresiva, más frecuente en la adolescente mujer, que se manifiesta
mediante autoagresiones y conductas internalizadas; y una dimensión sicopática, que se expresa a través de la
heteroagresión y conductas externalizadas, más propias del varón. Estas experiencias de abandono originan un
cuadro clínico especial, que se caracteriza por: impresiones de extrañeza familiar; cambios impredecibles de
las conductas, presentando de pronto conductas totalmente contradictorias con las de los días previos; saltos
de humor permanentes; intensidad de reacciones afectivas, tanto positivas como negativas; reivindicaciones
brutales y desenvestimentos abruptos. Estas son las conductas más suceptibles de hacer suponer una
patología carencial antigua en un adolescente (Chartier, 1999).
Otras característica clínica es la dificultad para acceder a la dimensión simbólica, que se manifiesta como
perturbaciones de las funciones del lenguaje y cognitivas, por ejemplo, retraso y mala calidad del lenguaje,
tendencia a utilizar un sistema de comunicación basado en palabras claves, como la palabra-frase, no término
de frases que permanecen en suspenso, ortografía fonética y sintaxis profundamente alterada. En el plano
cognitivo, este tipo de adolescente se caracteriza por la aparición de ciertos elementos que no necesariamente
tienen que ver con retardo mental, sino con la presencia de disarmonías cognitivas y del contenido del
pensamiento que hacen que sus ejecuciones y logros sean muy discordantes, es decir, pueden lograr muchas
cosas, pero fallar en forma inexplicable en otras. En una evaluación rápida no siempre se detecta esto, de
modo que se debe profundizar con ciertos test psicológicos para pesquisar estas características (Bernard
Gibello, 1985).
Otras características son: la dificultad para representar acciones pasadas y presentes y para anticipar acciones
futuras; la desorientación espacial, que se manifiesta en adolescentes con dificultad para construirse una
historia, ya que han tenido múltiples cuidadores, creando una discontinuidad sensorial, temporal y espacial. El
adolescente carenciado vive en el presente inmediato, sin ninguna percepción objetivia del tiempo pasado y la
posibilidad de proyectarse en el futuro es particularmente deficiente. (Lemay, 1975). Esto hace que sea muy
difícil trabajar con estos adolescentes con un lenguaje formal, por lo tanto hay que planificar intervenciones, e
incluso evaluaciones, en la línea sensorial o lúdica.
El sufrimiento infantil puede ser causado por diferentes tipos de maltratos “visibles”, entre ellos la
violencia física, la violencia sexual, el abandono y la negligencia; todos ellos provocan comunicaciones
destructivas, que producen, por una parte, contenidos traumáticos, como se llama al dolor invisible de los
malos tratos, y por otra parte genera mecanismos adaptativos de autodestrucción y/o destrucción de otros,
configurando conductas que son “normales” o adaptativas para ese sujeto; pero también existe otro tipo de
maltrato, que no es tan evidente porque no es visible y que es el maltrato psicológico, “la más invisible
de las violencias”, que generalmente producen un tipo de conducta ligada al rechazo (violencia centrífuga),
que hace que el sujeto tienda a incomunicar, aislar, aterrorizar, culpabilizar y denigrar al otro, o bien producen
conductas de simbiotización (violencia centrípeta), como manipulación afectiva, indulgencias excesivas,
seducción, corrupción e incesto psicológico. El rechazo está en la base de los traumatismos y demoliciones
psicosociales y de los trastornos de personalidad y la simbiotización, en alteraciones psicopatológicas como
depresión, psicosis, anorexia, toxicomanías.
El contenido de los daños de las víctimas de malos tratos infantiles ocasiona trastornos del apego,
traumatismos múltiples, trastornos del desarrollo, trastornos de la socialización y trastornos de los procesos
resilientes. Las consecuencias de los procesos traumáticos se ven: en el área afectiva, como trastornos de la
empatía, trastornos emocionales y trastornos de la autoestima; en el área cognitiva, como trastornos
cognitivos, trastornos disociativos y trastornos de la identidad; en el área conductual, como conductas
autodestructivas, violencia hacia los demás y consumo de sustancias; en el área relacional, como trastornos
del apego o la vinculación; pero lo más importante es que se altera la capacidad de reflexión ética, porque el
hecho de que sean los adultos quienes le provocan daño hace que el modelo ético que recibe y aprende el niño
esté condicionado por esa experiencia (Barudy y Dantagnan, Formación y consultoría).
El los adolescentes infractores de la ley aparecen ciertas comorbilidades que es necesario evaluar: déficit
atencional, trastornos del ánimo, autoagresión, intentos de suicidios, trastornos del desarrollo de la
personalidad, principalmente de tipo borderline, ciertos desarrollos sicopáticos, trastornos por el uso de
sustancias, trastornos disociativos graves y cuadros sicóticos, de acuerdo a lo que comunican distintos autores
(Bloom, 2005; Dorothy Otnow-lewis 2002, 2004, 2005; Kaplan y Cornell, 2004; De la Peña, 2006.) También
aparecen trastornos de salud mental asociados y derivados del consumo, como intoxicación aguda, síndrome
de abstinencia, trastornos afectivos y trastornos sicóticos.
Síndrome de prisionización
Una de las consecuencias más graves de las alteraciones conductuales y psicopatológicas del adolescente
infractor de ley que está en un medio privativo de libertad es la prisionización, como se denomina al
hecho de que el sujeto se va adaptando en forma paulatina a este contexto de privación, en un proceso
que Goffmann (1.974) llamó enculturación, a través del cual el individuo va adquiriendo
progresivamente una nueva forma de vida y va aprendiendo nuevas habilidades, según la regulación de
las relaciones sociales y las normas dictadas por los propios internos, sobre la base de comportamientos
apropiados para ese medio. La vida cotidiana de las personas privadas de libertad se caracteriza por una
organización bastante rígida, carente de elementos motivadores y en donde prevalece lo normativo.
Muchas veces el síndrome de prisionización se confunde con patologías mentales, trastornos del ánimo o
síndromes de abstinencia a drogas, debido a algunos fenómenos comunes que se observan de manera
inmediata o en distintos momentos de la privación de libertad, como:
La desproporción emocional reactiva: cuestiones que en otro contexto carecerían de importancia, son
vivenciadas con una resonancia emocional y cognitiva desproporcionada. Las rupturas abruptas y las
conductas inesperadas se pueden explicar de esta manera.
La dualidad adaptativa: se puede producir una autoafirmación agresiva con fuerte hostilidad hacia
todo lo que provenga de la “autoridad” o bien, una sumisión frente a la institución, como vía
adaptativa.
El presentismo galopante: se refiere a la incapacidad para controlar las contingencias del ambiente,
de manera que actúa bajo el mandato del inmediatismo, lo que en situaciones de privación de libertad
se traduce en vivir sólo el presente, con ausencia de planificación y visión de futuro.
El síndrome amotivacional, que se caracteriza por la pérdida de interés, por la percepción de
incapacidad para transformar o dirigir su vida, delegando su responsabilidad y creatividad en el
entorno institucional del que depende. Incluso puede llegar a presentar episodios depresivos y
conductas autoatentatorias.
Los múltiples efectos psicológicos y socioculturales que se pueden presentar como consecuencia de la
privación de libertad son especialmente relevantes en los adolescentes, es decir, en personas en desarrollo y
formación. Para adaptarse a las condiciones intramuros, en muchas oportunidades desarrollan un conjunto de
estrategias similares a lo que en los adultos privados de libertad se identifica como una subcultura
carcelaria, que incluye aprendizajes y comportamientos que, a la hora de egresar, no son compatibles con
una inserción social adecuada.
Es importante mencionar las diferencias de género; lo que ocurre es la mujer es muy complejo y difícil de
profundizar y no se abordará en esta presentación. Aquícabe mencionar el tema de la construcción social
de la masculinidad, que incolucra ciertos mandatos, transiciones y conductas:
Los mandatos de la masculinidad responden a la pregunta ¿qué es ser hombre para ti?
Las transiciones o recorridos de la masculinidad responden a la pregunta ¿te consideras un hombre?
Las conductas de la masculinidad responden a la pregunta ¿lo que estás haciendo, es de hombre?
Los mandatos que hacen que el sujeto tenga distintos recorridos: un recorrido del cuerpo, que les pide ser
fuertes, resistentes y capaces sexualmente y desde el punto de vista laboral. El recorrido del carácter les pide
ser seductores, cazadores, satisfactores sexuales y subordinadores. En la relación con el otro u otra se da la
masculinidad activada por el deseo, en que el mandato les exige ser duros, responsables y autosuficientes. Por
último, en la relación con los pares y la calle se les pide ser guerreros y explotadores; el hombre es de la calle,
acepta los desafíos de los otros, se arriesga e imita al grupo. Está claro que muchos mandatos sobre la
masculinidad favorecen el desarrollo de conductas transgresoras, entre ellas las ligadas al consumo de
sustancias. Estos elementos se recogieron en en adolescentes de toda América Latina y el Caribe y el detalle
se encuentra en la página web de la Organización Panamericana de la Salud, en un artículo que se llama
“Hacerse hombre” (Fig. 13).
Los adolescentes caen en la adicción porque, en el proceso de construcción de su identidad, esta conducta es
necesaria para la sobrevivencia y la pertenencia al grupo de pares; y cuando la conducta adictiva ya está
establecida, el adolescente se caracteriza por tener compromiso biopsicosocial (CBPS), con dificultades en
todos los aspectos, incluyendo salud física y mental, desarrollo psicoemocional y tareas evolutivas, familia,
reparación, socialización, modulación de conductas transgresoras e integración social.
De la misma manera, se ha definido el CBPS severo, desde el punto de vista de la figura vincular familiar,
por: presencia de una figura vincular que debería ser protectora, pero que en la actualidad no se manifiesta
como tal; historia de abandono y negligencia; falta de capacidad de protección y contención de la figura
significativa (adulta); la(s) figura(s) significativa(s) expone(n) al niño o niña a situaciones dolorosas,
estresantes, de manera repetida y crónica; figura inaccesible, insensible, peligrosa, amenazante, impredecible
y/o rechazante.
Desde el punto de vista de la reparación, el CBPS severo se da en contextos de violencia física, caos,
violencia o bien, contextos cambiantes, inestables y amenazantes; con politraumatización por experiencias
repetidas de abuso o maltrato; vivencia de “la vida es así”; maltrato y violencia física y psicológica
sostenida en el tiempo; abuso sexual y violación, intra o extrafamiliar y/o crónicos; patología del abandono; el
adolescente desconfía, teme la relación, exige, actúa su sufrimiento y no tiene acceso a la palabra.
A nivel sociocultural, el adolescente con CBPS severo se caracteriza por: construcción identitaria en torno a la
infracción de ley; cultura canera, incorporada bajo un marco de rigidez; el joven considera que la infracción
de ley es la única manera de salir adelante; hay una idealización de llegar a ser mejor infractor (internacional);
la imagen social de la vestimenta del infractor cobra importancia y status entre pares, ocasionando conductas
delictivas en su búsqueda. Estos jóvenes tienen una historia de vida asociada al delito y dependen de un grupo
de pares y adultos con conducta delictual, de modo que la actividad asociada al delito cobra una gran
relevancia a nivel cognitivo y conductual. Son factores para un CBPS más grave: inicio de las conductas
infractoras antes de los 10 años; patrón persistente y repetitivo de agresión a otras personas; destrucción de la
propiedad ajena; violaciones graves de las normas dentro y fuera de su hogar; tendencia a realizar estas
actividades en forma aislada o asociados a grupos con fuerte desarrollo delictual; padres o hermanos con
evidencia de personalidad antisocial; y dificultad para empatizar con las víctimas y hacerse responsables de
las conductas infractoras.
El diagnóstico ligado al consumo se basa en los criterios de dependencia que se establecen en el CIE-10 o el
DSM-IV: edad de inicio, sustancia consumida, frecuencia actual, continuidad del consumo, socialización del
consumo, vía de administración, consecuencias, criterios de dependencia y motivación para el consumo. En la
Tabla III se muestra lo que se considera consumo con alto riesgo, según estos criterios.
Las consecuencias de la intensidad del consumo, como accidentes reiterados o violencia reiterada, la
presencia de criterios de dependencia y la motivación para el consumo, sea fisiológica, emocional o de
desempeño, también son importantes para definir el consumo con alto riesgo (Tabla IV).
Tabla IV. Características del consumo de drogas con alto riesgo (continuación)