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Haz de Dios tu mayor tesoro

“»El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió,
lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo.”

Mateo 13:44 (Nueva Versión Internacional)

Cuando primeramente leí este versículo pensé que se refería a que cuando le entregamos nuestra vida al
Señor Él nos permitía entrar a mirar Sus tesoros por medio de promesas, y al hacer Su voluntad les
recibiríamos. Y para ello tendría que entregarle a Él todos mis sueños, y así poder recibir lo que de
antemano me había dado como herencia. Pero, conforme fui avanzando en Su voluntad y conociéndole a
Él cambió mi entendimiento. Me di cuenta que el tesoro ya lo tenía en mis manos, y que si le quería
conservar tendría que deshacerme de mi mismo. Comprendí que vender todo lo que tenía para comprar el
campo con el tesoro, equivale a hacer Su voluntad para así no alejarme del verdadero tesoro.

En mi andar como Cristiano ha habido muchas cosas de las que me he desprendido con tal de retener el
verdadero tesoro. Y otras que he tenido que hacer a pesar de no querer hacerlo. Y si bien es cierto que
cuando haces la voluntad de Dios siempre te premia de una u otra manera, el motivo principal por negarme
a mí mismo ha sido conservar mi verdadero tesoro, a Él.

Con Dios jamás te sientes solo. Con Él tus sueños tienen trascendencia. En Su amor se encuentra el
verdadero reposo. En Él se encuentra el verdadero propósito. En Él no existe la incertidumbre hacia el
futuro. En Él se encuentra verdadera paz y gozo. A medida que vas conociendo a Dios te das cuenta que
Él es el verdadero tesoro. Si bien es cierto que Dios se goza en bendecir a Sus hijos en todas las áreas de
sus vidas (Jeremías 29:11), ¿de qué provecho serían si no se tuviera una relación genuina con el Padre?.

Guarda tu mayor tesoro con el amor y honra que Él merece. No olvides que en Él has encontrado tu todo.
No permitas que los afanes de la vida o distracciones te separen de Él y Su perfecta voluntad. Pon tu
mirada en el mayor tesoro que has encontrado y hazlo tuyo de manera diaria.
El tesoro escondido.
Eric Lawles, de setenta años de edad y vecino de Londres, Inglaterra, armó su detector de metales. Lo
probó para asegurarse que funcionaba bien y salió en busca de su martillo. Había perdido un martillo,
herrumbrado y viejo, pero suyo de todos modos. Buscó en su propio patio y por los predios vecinos. En
algún lado tendría que hallarse.

De pronto el detector comenzó a emitir sus señales. «Aquí debe de estar», se dijo Eric, y armado de pico
y pala, empezó a cavar. De pronto la pala golpeó algo metálico. No era su martillo sino un cofre.

Dentro del cofre había un tesoro increíble: ¡más de dos mil monedas de oro y de plata, y cantidades de
anillos, collares y brazaletes: un tesoro valorado en quince millones de dólares!

No hay persona en este mundo que no sueñe con encontrar, o conseguirse de alguna manera, un tesoro.
Desde los tiempos de Robinson Crusoe y La isla del tesoro, chicos y grandes sueñan con descubrir
cofres que contienen fortunas fabulosas. Con razón abundan las historias, algunas de ellas dramáticas y
trágicas, otras ridículas y risibles, que constan de la búsqueda de tesoros. Hay mucha gente propensa a
creer en esos tesoros escondidos y en montañas de perlas y diamantes, la misma que es dada a creer en
fantasmas y aparecidos, horóscopos y ocultismo.

Desgraciadamente estos no son más que sueños fantásticos. Lo cierto es que si algún día uno de estos
sueños se cumpliera, sólo produciría problemas, corrupción y ruina. El apóstol Pablo advierte contra
semejante fantasía: «Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus
muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción» (1
Timoteo 6:9).

Sin embargo, hay un tesoro que debiera ser el más codiciado de todos los tesoros del mundo. No es un
tesoro de perlas ni diamantes ni joyas, pues no es material. Es un tesoro mil veces más provechoso. Es
espiritual, compuesto de virtudes morales que llevan a una vida abundante y feliz.

Ese tesoro es la Biblia, la eterna Palabra de Dios. Cada promesa de Dios estampada en la Biblia es una
joya que enriquece el espíritu, da vida al alma y esperanza al corazón. Y cualquiera puede obtenerla, con
sólo leer, escudriñar, indagar y escarbar.

No hay por qué buscar tesoros escondidos. Entre las tapas del Sagrado Libro está Jesucristo, Señor,
Salvador, Maestro y Amigo. El que halla a Cristo halla el mayor de los tesoros.

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