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Tema 2: DIOS CREÓ AL HOMBRE Y A LA MUJER.

“De qué color es la piel de Dios.

De qué color es la piel de Dios.

Dije negra, amarilla, roja y blanca es

todos son iguales a los ojos de Dios”.

LOS CUATRO AMIGOS. Adaptación del cuento popular de la India.

Había una vez cuatro animales que eran muy amigos. No pertenecían a la misma
especie, por lo que formaban un grupo muy peculiar. Desde que amanecía, iban
juntos a todas partes y se lo pasaban genial jugando o manteniendo interesantes
conversaciones sobre la vida en el bosque. Eran muy distintos entre sí, pero eso no
resultaba un problema para ellos.

Uno era un simpático ratón que destacaba por sus ingeniosas ocurrencias. Otro, un
cuervo un poco serio pero muy generoso y de buen corazón. El más elegante y
guapo era un ciervo de color tostado al que le gustaba correr a toda velocidad. Para
compensar, la cuarta de la pandilla era una tortuguita muy coqueta que se tomaba la
vida con mucha tranquilidad.

Como veis, no podían ser más diferentes unos de otros, y eso, en el fondo, era
genial, porque cada uno aportaba sus conocimientos al grupo para ayudarse si era
necesario.

En cierta ocasión, la pequeña tortuga se despistó y cayó en la trampa de un


cazador. Sus patitas se quedaron enganchadas en una red de la que no podía
escapar. Empezó a gritar y sus tres amigos, que estaban descansando junto al río,
la escucharon. El ciervo, que era el que tenía el oído más fino, se alarmó y les dijo:

– ¡Chicos, es nuestra querida amiga la tortuga! Ha tenido que pasarle algo grave
porque su voz suena desesperada ¡Vamos en su ayuda!

Salieron corriendo a buscarla y la encontraron enredada en la malla. El ratón la


tranquilizó:

– ¡No te preocupes, guapa! ¡Te liberaremos en un periquete!

Pero justo en ese momento, apareció entre los árboles el cazador. El cuervo les
apremió:

– ¡Ya está aquí el cazador! ¡Démonos prisa!


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El ratón puso orden en ese momento de desconcierto.

– ¡Tranquilos, amigos, tengo un plan! Escuchad…

El ratón les contó lo que había pensado y el cuervo y el ciervo estuvieron de


acuerdo. Los tres rescatadores respiraron muy hondo y se lanzaron al rescate de
urgencia, en plan “uno para todos, todos para uno”, como si fueran los famosos
mosqueteros.

¡El cazador estaba a punto de coger a la tortuga! Corriendo, el ciervo se acercó a él


y cuando estuvo a unos metros, fingió un desmayo, dejándose caer de golpe en el
suelo. Al oír el ruido, el hombre giró la cabeza y se frotó las manos:

– ¡Qué suerte la mía! ¡Esa sí que es una buena presa!

Lógicamente, en cuanto vio al ciervo, se olvidó de la tortuguita. Cogió el arma,


preparó unas cuerdas, y se acercó deprisa hasta donde el animal yacía tumbado
como si estuviera muerto. Se agachó sobre él y, de repente, el cuervo saltó sobre su
cabeza. De nada le sirvió el sombrero que llevaba puesto, porque el pájaro se lo
arrancó y empezó a tirarle de los pelos y a picotearle con fuerza las orejas. El
cazador empezó a gritar y a dar manotazos al aire para librarse del feroz ataque
aéreo.

Mientras tanto, el ratón había conseguido llegar hasta la trampa. Con sus potentes
dientes delanteros, royó la red hasta hacerla polvillo y liberó a la delicada tortuga.

El ciervo seguía tirado en el suelo con un ojito medio abierto, y cuando vio que el
ratón le hacía una señal de victoria, se levantó de un salto, dio un silbido y echó a
correr. El cuervo, que seguía atareado incordiando al cazador, también captó el
aviso y salió volando hasta perderse entre los árboles.

El cazador cayó de rodillas y reparó en que el ciervo y el cuervo se habían esfumado


en un abrir y cerrar de ojos. Enfadadísimo, regresó a donde estaba la trampa.

– ¡Maldita sea! ¡Ese estúpido pajarraco me ha dejado la cabeza como un colador y


por si fuera poco, el ciervo se ha escapado! ¡Menos mal que al menos he atrapado
una tortuga! Iré a por ella y me largaré de aquí cuanto antes.

¡Pero qué equivocado estaba! Cuando llegó al lugar de la trampa, no había ni


tortuga ni nada que se le pareciera. Enojado consigo mismo, dio una patada a una
piedra y gritó:

– ¡Esto me pasa por ser codicioso! Debí conformarme con la presa que tenía
segura, pero no supe contenerme y la desprecié por ir a cazar otra más grande ¡Ay,
qué tonto he sido!…

El cazador ya no pudo hacer nada más regresar por donde había venido. Por allí ya
no quedaba ningún animal y mucho menos los cuatro protagonistas de esta historia,
que a salvo en un lugar seguro, se abrazaban como los cuatro buenísimos amigos
que eran.

ROSA CARAMELO. Adela Turín.


2
Desde el mismo día de su nacimiento, las elefantas sólo comían anémonas y
peonias. Y no era que les gustaran estas flores: tienen un sabor malísimo. Pero eso
sí, dan una piel suave y rosada y unos ojos grandes y brillantes. Las anémonas y
las peonias crecían en un jardincillo vallado. Las elefantitas vivían allí y se pasaban
el día jugando entre ellas y comiendo flores.

“Tenéis que comeros todas las peonias y no


dejar ni sola anémona, o no os haréis tan
suaves como vuestras mamás, ni tendréis los
ojos grandes y brillantes, y, cuando seáis
mayores, ningún guapo elefante querrá
casarse con vosotras”.

Para volverse más rosas, las elefantitas llevaban zapatitos color de rosa, cuellos
color de rosa y grandes lazos color de rosa en la punta del rabo.

Desde su jardincito vallado, las elefantitas veían a sus hermanos y a sus primos,
todos de un hermoso color gris elefante, que jugaban por la sabana, comían hierba
verde, se duchaban en el río, se revolcaban en el lodo y hacían la siesta debajo de
los árboles.

Sólo Margarita, entre todas las pequeñas elefantas, no se volvía ni un poquito rosa,
por más anémonas y peonias que comiera. Esto ponía muy triste a su mamá
elefanta y hacía enfadar a papá elefante.

“Veamos Margarita”, le decían, “¿Por qué sigues con ese horrible color gris, que
sienta tan mal a un elefantita?¿Es que no te esfuerzas?¿Es que eres una niña
rebelde?¡Mucho cuidado, Margarita, porque si sigues así no llegarás a ser nunca
una hermosa elefanta!”

Pero pasó el tiempo, y Margarita no se volvió de color de rosa.

Y un buen día, Margarita, feliz, salió del jardincito vallado. Se quitó los zapatitos, el
cuello y el lazo color de rosa. Y se fue a jugar sobre la hierba alta, entre los árboles
y en los charcos de barro.

Las otras elefantitas la miraban desde su jardín. El primer día, aterradas. El segundo
día, con desaprobación. El tercer día, perplejas. Y el cuarto día, muertas de envidia.

Al quinto día, las elefantitas más valientes empezaron a salir una tras otra del
vallado. Y los zapatitos, los cuellos y los bonitos lazos rosas quedaron entre las
peonias y las anémonas.

Después de haber jugado en la hierba, de haber probado los riquísimos frutos y de


haber comido a la sombra de los grandes árboles, ni una sola elefantita quiso volver
nunca jamás a llevar zapatitos, ni a comer peonias o anémonas, ni a vivir dentro de
un jardín vallado.

3
Y desde aquel entonces, es muy difícil saber viendo jugar a los pequeños elefantes
de la manada, cuáles son elefantes y cuáles son elefantas,

¡¡Se parecen tanto!!

Hoy queremos darte gracias porque hemos aprendido algo muy importante:

Todos los hombres y mujeres del mundo, de cualquier raza y de cualquier


edad, somos lo más importante para ti. Todas las personas somos necesarias e
iguales, todas las personas somos como tú.

Gracias Dios.

También queremos pedirte que nos ayudes a hacer un mundo nuevo, en el que
quepamos todas las personas y vivamos felices.

Danos tu fuerza y tu aliento.

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