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AUTORES:
Correspondencia:
Gregorio Gómez- Jarabo García
Despacho 12, Depto. Psicología Biológica y de la Salud. Facultad de Psicología, U.A.M.
Cantoblanco 28049 MADRID.
Fax: 397 44 44
E-mail: gregorio.gomez@uam.es
PERFIL DE CONDUCTA ANTISOCIAL
1. INTRODUCCIÓN
2. ASPECTOS PSICOBIOLÓGICOS
Esto lleva a pensar que la relación entre hormonas y agresión no sea directa, esto es,
que la testosterona puede influir sobre otras variables y estas a su vez ser las que influyan
sobre la conducta agresiva. Puede ser que algunas características de la personalidad o
disposiciones personales puedan mediar entre las hormonas y la agresión. La dificultad de
detectar estas relaciones mediadas es la que provocaría esta confusión e inconsistencias de
los resultados de las investigaciones revisadas. En varias especies de primates no humanos se
han encontrado correlaciones significativas entre los niveles de dominancia, agresión y
testosterona, especialmente durante los períodos de formación de grupos sociales nuevos,
cuando se están estableciendo jerarquías sociales entre individuos, que se desconocían con
anterioridad.
El hallazgo más común es que los niveles de testosterona, que suelen ser similares en
todos los animales antes de la interacción social, se elevan espectacularmente en los
vencedores de las peleas y disminuyen en los perdedores. En esta línea podemos situar las
fuertes relaciones encontradas entre los andrógenos y conductas relacionadas con la agresión.
Así, algunas investigaciones encuentran que la testosterona está relacionada con ciertas
características de la personalidad como dominancia, asertividad o ciertos comportamientos que
podemos llamar de búsquedas de sensaciones (Christiansen, 1987; Daitzman, 1980,
Ehrenkranz, 1974, Meyer-Bahlburg, 1981; Asberg et al., 1987).
Spellacy (1978) lleva a cabo un estudio neuropsicológico que sugiere una relación
entre la violencia impulsiva y el funcionamiento cortical. Pensando que si el bajo control
impulsivo es debido a alguna alteración cerebral, entonces los sujetos agresivos debido a falta
de control de sus impulsos, tendrían que presentar también un bajo rendimiento en tests
cognitivos, motores y de habilidad perceptiva.
En consecuencia, si esto fuera así, la medida de las funciones cerebrales debería ser
mejor predictor de violencia que las medidas de personalidad (ej. medidas del MMPI). En este
estudio administró pruebas de inteligencia, aptitud verbal, percepción auditiva, memoria y
organización visual, a un grupo de 80 reclusos, 40 de ellos violentos y otros 40 no violentos.
Encontrando que el grupo de reclusos no violentos tenían un mejor rendimiento que los
violentos en las pruebas cognitivas, de lenguaje, perceptivas y en las habilidades psicomotoras,
lo que indicaría alteraciones en las funciones cerebrales en los sujetos violentos.
Por otro lado, desde hace tiempo, a través de distintas investigaciones se está
acumulando un nutrido cuerpo de evidencias que sugieren que las diferencias de personalidad
individuales en extraversión están asociadas a diferencias en los procesos cognitivos básicos:
memoria (Bone, 1971; M.W. Eysenck, 1974; McLaughilin, 1968), detección de señales (Harkins
& Green, 1975), y vigilancia (Bakan, 1959).
3.1. La inteligencia.
Hace mucho que se sabe que los delincuentes, en especial los reincidentes, tienden a
tener un CI (cociente intelectual) ligeramente inferior a los no delincuentes de la población
general. Durante mucho tiempo se dio por supuesto (sin comprobación) que los delincuentes
tendían a tener un CI inferior porque a menudo procedían de hogares socialmente
desfavorecidos.
Ahora está claro que no es así, numerosos estudios han demostrado que el CI (inferior)
va asociado con la delincuencia incluso después de tener en cuenta el medio social, mientras
que lo contrario no es cierto. Lo mismo se aplica al ámbito de las asociaciones entre CI y
perturbaciones de la conducta. Se puede deducir sin temor a equivocarse que la asociación
con el CI no está en función de la clase social (Rutter, 2000). Además, se ha visto que el bajo
CI va asociado con la conducta antisocial incluso después de tener en cuenta el nivel de logro
escolar (Maguin, 1996). Por otra parte, los efectos del CI sobre la delincuencia están
estrechamente relacionados con la hiperactividad y con los problemas de la atención
(Stevenson, 1993).
3.2. Temperamento y rasgos de la personalidad.
3.5. La psicopatía.
Si consideramos las relaciones entre violencia y psicosis, podemos decir que no son
estadísticamente significativas respecto a la población normal (Terradillos y Barcia Falorio,
1994), como se muestra en un reciente artículo de Bouso, J. C. y Gómez-Jarabo, G. (1997).
Linn (1992) corrobora estos resultados para los procesos de crisis, según él, la conducta
violenta es rara en los pacientes psiquiátricos y el temor de muchos médicos que se enfrentan
a las situaciones de crisis en psicóticos es, la mayoría de las veces, irracional.
Una postura de abierto respeto por el paciente violento y unas expectativas de
confianza y preocupación por su bienestar son fundamentales de cara a la intervención. En el
fondo, no se trata de otra cosa más que de evitar la formulación de una profecía autocumplida
acerca del comportamiento del paciente.
Como consecuencia de todo ello, estas personas carecen del mínimo equipamiento
cognitivo y afectivo necesario para asumir los valores y normas morales aceptados
socialmente. El abuso de alcohol o de otras sustancias adictivas, que facilita la expresión de la
conducta antisocial, está presente en más del 60 por 100 de los pacientes aquejados de un
trastorno antisocial de la personalidad (Lewis, 1991).
En Estados Unidos la tasa de prevalencia es del 3 por 100 en varones y del 1 por 100
en mujeres. Esta mayor preponderancia en el sexo masculino se explica por diferencias
hormonales y por la disonancia cognitiva entre ser femenina y adoptar comportamientos
violentos. Un perfil descriptivo global del trastorno antisocial de la personalidad figura en la
tabla 4.1.
Dimensiones Comportamientos
Relación interpersonal Provocador, con menosprecio por los demás y con un rechazo de
la compasión social y de los valores humanitarios.
Estilo cognitivo Personalista, con una tendencia a traducir las conductas de los
demás en términos de las propias necesidades.
Este trastorno está sobrerrepresentado en la población de clase baja, en parte por las
carencias sociales y económicas, que dificultan un desarrollo de la personalidad equilibrado, y
en parte por el ambiente empobrecido de educación que se da al crecer los hijos con padres
que, frecuentemente, están aquejados de este mismo trastorno. El nivel intelectual tiende a ser
bajo y es un resultado, al menos en parte, de los déficits de estimulación (sensorial, motriz, de
espacio físico, entre otros) que son característicos de la pertenencia a una clase social baja.
Teniendo todo esto presente afirmamos que la violencia del psicópata se ejerce de
manera instrumental, depredadora (Gómez-Jarabo, 1999) y a sangre fría (características que
dependen más de la naturaleza del sujeto que los factores ambientales y sociales). Esto se
podría expresar con la famosa frase “la mayoría de los criminales no son psicópatas, sin
embargo, la mayoría de los psicópatas sí son criminales”.
En nuestra opinión el psicópata es el candidato mejor situado para desarrollar una
carrera para el crimen o una carrera para la violencia ya que por desgracia al que
denominamos criminal de carrera o violento de carrera se muestra ligado a algún tipo de
alteración y/o carencia estructural y/o funcional de los grandes sistemas de regulación el
sistema nervioso y el sistema endocrino.
Todo lo hasta aquí expuesto nos hace hablar de criminales de carrera y de carrera para
el crimen, de forma y manera que al referirnos a criminales de carrera daríamos cuenta de las
dimensiones más personales del crimen: biología, genética y personalidad. Mientras que la
carrera para el crimen daría cuenta de las dimensiones más sociales: familia, grupo de iguales,
escuela, barrio, sociedad.
El psicópata tiene pocos escrúpulos a la hora de utilizar la violencia para conseguir sus
objetivos y es que tienen una clara incapacidad emocional. Hay emociones que sólo conocen a
través de las palabras, de la lectura y de la imaginación inmadura.
Kiehl (1999) hizo un experimento en el que hacía memorizar una lista de palabras
neutras y emocionales, después esta lista se incluía en una más amplia y se les pedía a los
sujetos que identificaran las que provenían de la primera lista. Los no psicópatas exhibían
mayor activación que los psicópatas durante el procesamiento de palabras con contenido
emocional en varias regiones límbicas (amígdala, íntimamente implicada en la asociación y el
cíngulo que está íntimamente implicado en le procesamiento emocional y en la atención).
Las conexiones de estas áreas con el cortex frontal ventromedial son evidentes,
determinando una hipofunción del mismo, por lo que debemos entender la incapacidad
manifiesta de experimentar emociones profundas.
Smith, Hare, Kiehl y Hiddle (1999) diseñan una tarea en la que hay que pulsar un botón
cuando en una serie de letras aparece la X y después pulsar el botón en una serie de letras
cualquiera sin X (inhibición). La inhibición de la respuesta en los no psicópatas estaba asociada
a incrementos bilaterales de la activación frontal dorsolateral, sin embargo, en los psicópatas
no hubo incrementos discernible de la actividad cortical durante la inhibición.
Si esto ocurría en un test simple es fácil imaginar lo que debe ocurrir en tareas más
exigentes y más parecidas a la vida real, donde el contexto para la inhibición de
comportamientos potencialmente dañinos para uno mismo o para los demás está muy cargado
de emoción. Resultando todo ello en un comportamiento desinhibido, con una integración
cognitivo-emocional pobre y una falta de comunicación cortico - subcortical, por lo que se
podría pensar que no existiría una conciencia que pueda inhibir los comportamientos.
Desde este punto de partida en el análisis del psicópata y se ha podido comprobar que
los lóbulos temporales y los lóbulos frontales de los agresores violentos presentan algunas
deficiencias funcionales y estructurales: las deficiencias temporales en agresiones sexuales y
las deficiencias frontales en agresiones violentas (depredadoras).
Por otra parte, la circunvolución angular del cíngulo tiene una funcionalidad reducida en
los asesinos, es probable que esto tenga relación con las deficiencias en aprendizaje
encontradas en delincuentes violentos. La actividad del cuerpo calloso también es menor en
asesinos lo que supone una menor capacidad de control del hemisferio izquierdo con el
derecho y que haya una mayor facilidad en la expresión de las emociones negativas, de alguna
manera, es como si ambos hemisferios estuvieran desconectados.
En los psicópatas había una inhibición del parpadeo, tanto en imágenes agradables
como desagradables, frente a las neutras luego, habría una debilidad en los psicópatas para
generar actos defensivos ante estímulos aversivos, ó dicho de otra forma hay una inhibición del
sobresalto en los psicópatas. Se puede decir que el desapego emocional está relacionado con
un umbral más elevado para la respuesta defensiva.
Williamson (1991) diseña una tarea en la que los sujetos deben pulsar un botón cuando
un conjunto de letras forme una palabra. Los resultados con no criminales indican que las
respuestas a palabras tanto positivas como negativas son más rápidas y acertadas que ante
las palabras neutras. Los potenciales evocados tanto en los componentes tempranos como
tardíos son mayores en respuesta a palabras con carga afectiva que a las neutras.
Se encontró que los criminales no psicópatas respondían igual que los controles no
criminales, los psicópatas no ofrecían diferencias en los potenciales evocados (en adelante PE)
entre palabra neutra y emocional. Los componentes tempranos del ERP eran pequeños y
breves por lo que se puede deducir que hay un procesamiento muy subcortical.
Estos tres aspectos son bien característicos de los mamíferos. En primer lugar, el
almacenar implica la capacidad de proyectar en el futuro, y anticipar consecuencias aversivas.
El psicópata anticipa de forma deficiente las situaciones aversivas, como ha enseñado la
biología. En segundo lugar, el impulso paterno de los mamíferos ausente en la mayoría de los
reptiles, nos recuerda esta ausencia de cuidado hacia la prole, típico de los psicópatas, así
como la historia de abuso en muchas de sus biografías. Finalmente, los psicópatas “comparten
con los reptiles la incapacidad para socializar de un modo afectivo y genuinamente expresivo”,
mantienen las relaciones en la prevención exclusivamente del ataque y contraataque; con una
absoluta falta de empatía y de vínculos significativos en aquellos sujetos.
Según Meloy una de las emociones más importantes en el psicópata es la cólera que
sería expresión de una agresión afectiva, en contraste con la agresividad depredadora, ambos
tipos de agresión tienen bases biológicas (estructuras neuroanatómicas y neurotransmisoras)
diferentes.
Pues bien, Meloy considera que la cólera suele traducirse en episodios de descontrol,
en los que la cólera sentida por el individuo suele emplearse defensivamente para manipular al
interlocutor.
Por otra parte, la agresión depredadora suele ser realizada de modo disociado de la
realidad, un proceso cognitivo denominado compartimentalización. Por ejemplo, Albert De
Salvo, el estrangulador de Boston, explicaba lo que hizo después de estrangular, y violar, una
vez muerta, a su duodécima víctima.
“Llegué a casa, cené, me lavé, jugué con los niños hasta las 8 de la tarde, les acosté y
luego me senté a ver un rato la televisión. Estaban dando las noticias sobre la chica, y yo sabía
que no era yo, no quería creerlo. Es tan difícil explicarlo, sabía que era yo quien lo había
hecho, pero no el porqué. No estaba excitado, no pensaba sobre ello, simplemente me sentaba
a cenar, y no volví a pensar más sobre el asunto” .
Raine (1998) estudia las influencias del ambiente familiar entre el cerebro y la violencia.
Para ello divide los hogares de los asesinos en hogares buenos y malos. Los primeros se
caracterizarían por la normalidad psicosocial mientras que los segundos estarían
condicionados por, maltrato físico, abuso sexual, abandono infantil, hogares rotos, consumos
de alcohol y otras drogas. De esta manera se comprueba la necesaria participación psicosocial
en la violencia y la definición del psicópata o sociópata como un constructo inmerso en un
contexto de relación y aprendizaje influenciado por el ambiente en el que se desenvuelve.
En 1997 McCord elabora su teoría del constructo donde se establece que la motivación
surge cuando a los niños se les enseña a justificar sus acciones mediante razones, es decir,
que los motivos no requieren la existencia de deseos o apetencias. En síntesis, nosotros
creemos porque existen argumentos convincentes, incluso cuando lo que creemos no nos
gustaría creerlo y las razones facilitadoras conducen a las acciones sin tener en cuenta los
deseos.
El grado de razones que hacen posible la justificación del uso de la violencia varía y
depende del aprendizaje y en función del tiempo.
El agresor es alguien que mantiene o ha mantenido una relación afectiva de pareja con
la víctima. La primera gran característica de los autores de estos hechos es que no existe
ningún dato específico ni típico en la personalidad de los agresores. Se trata de un grupo
heterogéneo en el que no existe un tipo único, apareciendo como elemento común el hecho de
mantener o haber mantenido una relación sentimental con la víctima. Siendo el factor de riesgo
más importante el haber sido testigo o víctima de violencia por parte de los padres durante la
infancia o adolescencia.
Los trastornos de personalidad se han identificado con mayor frecuencia que otro tipo
de psicopatologías en la población de maltratadores (Roy, 1977; Bland y Orn, 1986; Dinwiddie,
1992). El trastorno de personalidad antisocial y la depresión mayor tienen una tasa de
prevalencia mayor entre los maltratadores respecto a los que no maltratan, pero no otro tipo de
trastornos psicopatológicos (por ejemplo, otros trastornos del estado de ánimo, esquizofrenia,
etc.) (Swanson, Holzaer, Ganju y Jono, 1990).
La incidencia de maltrato doméstico entre los consumidores de droga es más bajo (del
13 al 30%) que entre los consumidores de alcohol (del 50 al 70%). Es conveniente tener en
cuenta, sin embargo, que no existen apenas estudios que relacionen la violencia en el hogar y
el consumo de drogas o el efecto combinado de la droga y el alcohol. Los resultados de los que
se dispone apuntan, por una parte, a que el maltrato es más grave cuando el maltratador está
bajo los efectos de la droga o de la droga y el alcohol y, por otra, a que las sustancias que se
consumen con mayor frecuencia entre los maltratadores son la marihuana, la cocaína, las
anfetaminas y la metanfetamina (“speed”) (Roberts, 1988). Por tanto, el abuso de alcohol no se
puede considerar como causa necesaria o suficiente a la hora de explicar la presencia de
conductas violentas en el maltratador, aunque su presencia sea un indicador de incremento en
la probabilidad de maltrato, y si de hecho se da el maltrato, será causa del incremento en
violencia y repetición de ese maltrato.
Las características del agresor son los elementos que más condicionan la violencia. A
pesar de que en la mayoría de los casos el agresor es una persona que no se puede encuadrar
dentro del grupo de las psicopatías o trastornos de la personalidad ni como enfermo mental, es
importante conocer que en algunos casos el agresor puede padecer algún tipo de trastorno
mental, aunque sería una mínima proporción del total de los casos y bajo ningún supuesto
puede interpretarse como un justificante, ya que no existe ninguna enfermedad que justifique la
violencia a la mujer de forma específica.
Las alteraciones que pueden suponer una agresividad más acentuada se pueden
encuadrar en los siguientes grupos:
6. CONCLUSIONES
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