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18
Volumen 9
Julio-Diciembre 2018
Facultad de Artes y Humanidades Departamento de Humanidades y Literatura
http://revistaperifrasis.uniandes.edu.co
Creative commons BY
TABLA DE CONTENIDO
Presentación 7
Editorial 9
Artículos
Entrevista
Convocatoria 168
Suscripciones 170
TABLE OF CONTENTS
Presentation 7
Editorial 9
Articles
Interview
Suscription 170
PRESENTACIÓN
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 7-8 ···7···
Presentación
···8··· perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, julio-diciembre 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 7-8
EDITORIAL
Me alegra poderles hacer llegar a nuestros lectores el número xviii de Perífrasis. En este
número publicamos textos sobre temas diversos en el campo de los estudios sobre prensa
latinoamericana, la narrativa y poesía de mujeres provenientes de Chile, Uruguay, Puerto
Rico y Rusia, así como sobre teoría del trauma y cine colombiano.
En cuanto a estudios de prensa, el primer artículo de este número se titula “Prensa
periódica y cultura popular en el Río de la Plata durante el siglo xix”, por Hernán Pas, y
discute las dinámicas de lectura de periódicos durante el siglo xix, prestándole atención a
las relaciones entre cultura popular y letrada. Por su parte, en “Expediciones de Mansilla a
la novela futura. Fronteras del país moderno en viajes escritos por la prensa” de Juan Pablo
Luppi, se discute el folletín La expedición del oro, publicado por Lucio V. Mansilla en el
periódico argentino El Nacional. El autor del artículo orienta el análisis hacia la relación
entre lo personal y lo social en el período de la modernización argentina.
Camila Arbuet, en su artículo “La literatura de Kollontái y las tragedias de la edu-
cación sentimental” discute la obra de la escritora bolchevique Aleksandra Kollontái en
términos de la tensión entre la ideología revolucionaria y la emancipación de la mujer,
mostrando los límites de la “educación sentimental” femenina. Mientras tanto, María
Lucía Puppo en “Entre la mirada fotográfica y la imagen fantasma: tres autorretratos de
Amanda Berenguer” discute las estrategias de autorepresentación y autofiguración en tres
poemas de la uruguaya Amanda Berenguer, escritos en tres etapas diferentes de su vida,
con el fin de analizar las expectativas estéticas, sociales y políticas a las que responden.
Posteriormente, continuando con la reflexión sobre el cuerpo en la literatura escrita por
mujeres, Nerea Oreja Garralda, en “Sangre en el ojo: reflexiones en torno a la enfermedad,
la memoria y la escritura”, discute la novela de la chilena Lina Meruane y se enfoca en la
manera como en la obra de esta novelista se entrecruzan las reflexiones acerca de lo polí-
tico, lo estético y lo corporal. Por su parte, Verónica Peñaranda Angulo también aborda lo
corporal en “La historia femenina negra o la herstory negra: Fe en disfraz de Mayra Santos-
Febres: lectura y reescritura de la historia desde y para las mujeres afrodescendientes”. En
este artículo Peñaranda discute cómo en la novela de la escritora puertorriqueña el cuerpo
y la piel se convierten en los portadores de las historias de los antepasados, mujeres negras
y afrodescendientes que estaban ocultas por el olvido histórico.
El último artículo de este número es “Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica
a Caruth desde la ética de la escucha” de Juan Diego Pérez, en el cual se discute cómo el libro
Listening to Trauma de Cathy Caruth postula un imperativo de la escucha cuyas exigencias
resultan no ser atendidas cuando se privilegia la metáfora de la visión en el análisis.
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Editorial
Para terminar, en este número de la revista incluimos por primera vez una sec-
ción de entrevistas, con el interés de abrir en Perífrasis un espacio nuevo para temas
y autores de relevancia y pertinencia para las discusiones culturales contemporáneas.
En este número publicamos “Las configuraciones del mal. Una entrevista con Víctor
Gaviria a propósito de La mujer del animal”, la entrevista que Thomas Mathusiak y
Javier Guerrero le hicieron al cineasta colombiano Víctor Gaviria en torno a su película
más reciente y a la manera como esta enfrenta la noción del mal.
Les agradecemos a los pares evaluadores por su importante trabajo, indispen-
sable para mantener la calidad de nuestra revista, así como al Comité Editorial por su
labor de asesoría. La publicación de este número de Perífrasis es posible gracias al apoyo
de Patricia Zalamea, decana de la Facultad de Artes y Humanidades; Andrea Lozano-
Vásquez, directora del Departamento de Humanidades y Literatura; Julio Paredes,
director de Ediciones Uniandes; de los miembros de los comités científico y editorial de
nuestra revista, y de los pares evaluadores.
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PRENSA PERIÓDICA Y CULTURA POPULAR EN
EL RÍO DE LA PLATA DURANTE EL SIGLO XIX
PERIODICAL PRESS AND POPULAR CULTURE IN THE RÍO DE LA
PLATA DURING 19TH CENTURY
DOI: http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.01
Hernán Pas*
Universidad Nacional de la Plata, Argentina
Resumen
El presente trabajo ofrece una caracterización de modalidades de lectura en el siglo xix
vinculadas a la dinámica y a la materialidad de la prensa periódica. Reconsidera las rela-
ciones entre cultura letrada y cultura popular a partir de la descripción de instancias
textuales particulares (desde El Telégrafo Mercantil hasta las gacetas populares de Luis
Pérez), así como del escrutinio de los precios y costos de los periódicos impresos en
Buenos Aires.
Palabras clave: prensa periódica, lectura, cultura popular, público lector, siglo xix.
Abstract
The present work offers a characterization of modalities of reading in the nineteenth cen-
tury, linked to the dynamics and the materiality of the periodical press form. It reconsiders
the relations between lettered culture and popular culture based on the description of par-
ticular textual instances (from El Telégrafo Mercantil to the popular gazettes of Luis Pérez)
as well as the scrutiny of the prices and costs of the printed press in Buenos Aires.
Keywords: periodical press, reading, popular culture, public reader, 19th century.
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Hernán Pas
En el periódico El Lucero del 2 de agosto de 1830 apareció un breve suelto que destacaba la
exitosa recepción que había tenido en Buenos Aires el primer ensayo público del gacetero
popular Luis Pérez. Decía así: “El Gaucho ha correspondido completamente a la expec-
tación pública. El primer número ha tenido un rápido y extraordinario despacho; y otra
clase de aficionados que los que acostumbran leer papeles públicos, era la que llenaba la
Imprenta del Estado” (257: 2)1.
El periódico El Gaucho, un pliego de cuatro páginas mayormente escrito en verso y
de corte gauchesco y cuyo redactor ficticio era Pancho Lugares Contreras —precisamente un
gaucho del Salado—, apareció en Buenos Aires el 31 de julio de 1830. A fin de recuperar un
sentido más pleno de la cita de El Lucero, una composición de lugar debería comenzar recor-
dando el estatuto convencional de los puntos de venta de la prensa periódica rioplatense. En
los primeros lustros de la Independencia, los periódicos eran adquiridos en pocos y a la vez
preestablecidos lugares de comercialización. Durante la década que se extiende entre 1815
y 1825, la mayoría de los periódicos ofrecen como sitio de venta al público —y como lugar
de suscripción— la “tienda de Ochagavia” o “vereda ancha”, como se conocía por entonces
el sector sur de la Plaza de la Victoria (luego 25 de mayo), donde estaba ubicada la Recova
Nueva. Hacia fines de la década de 1820 y principios de la siguiente, con la paulatina diver-
sificación de los talleres tipográficos, los puntos de venta pasarían a ser las mismas imprentas.
Así, en la Imprenta del Estado, donde se vendía El Gaucho, también se adquiría el citado
El Lucero, de Pedro de Angelis, aunque también podía adquirirse, por ejemplo, La Aljaba
de Petrona Rosende de Serra, periódico destinado a las mujeres y publicado entre 1830 y
1831. De modo que, volviendo ahora al suelto, la distinción “otra clase de aficionados” que
“llenaba la Imprenta del Estado” cobra un sentido más riguroso, sociológica y culturalmente
hablando: otros lectores, distintos a los lectores de periódicos como El Lucero y/o La Aljaba.
Junto con el éxito, la mención al “rápido y extraordinario despacho” de este primer número
de El Gaucho permite inferir, a su vez, cierta feliz empatía entre el grupo social lector y for-
malidades del impreso; esto es, entre capacidades, competencias e intereses lectores y un pro-
ducto que temática, formal y materialmente respondía de forma apropiada a esa demanda.
La representación de las competencias de lectura —en especial de la lectura
popular— es uno de los tópicos de la prolífica producción de Luis Pérez. Así, en otro
de sus famosos periódicos, El Torito de los Muchachos, el corresponsal Lucho Olivares
envía una carta al editor que comienza narrando el encuentro con unos papeles: “El día
de San Bartolo / Como es que el Diablo anda suelto / en el mismo plan del bajo / Topé
un papelón envuelto”. Y más adelante:
1. Siempre que se trate de prensa del período, la cita indicará número del periódico y página.
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Prensa periódica y cultura popular en el Río de la Plata durante el siglo xix
2. Vieytes escribía al respecto: “aun sería casi del todo insuficiente este papel por sí mismo, si el celo
conocido de nuestros Párrocos no le diesen todo el valor que le falta para con sus feligreses haciéndoles
entender prácticamente todo el pormenor de sus preceptos en aquella parte que diga más en relación
a su situación local. ¿Y quién podrá dudar por un instante solo que estos ejemplarísimos Pastores no
quieran agregar al peso de sus tareas la de enseñar el camino de salir de la miseria?” (Prospecto iv).
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3. Sobre los lectores (factibles e imaginarios) del Telégrafo Mercantil y del Semanario de Agricultura, ver los
trabajos recientes de Matías Maggio Ramírez: “Un puro vegetar. Representaciones de la lectura en el
Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807)”, y de Pablo Martínez Gramuglia: “A la caza
de lectores: el Telégrafo Mercantil”; “Nuevos textos, nuevos (y viejos) lectores: la representación del
público en los periódicos de 1801 a 1810”.
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iría volviendo cada vez más compleja. A la inversa, debe recordarse que la prensa popular
y gauchesca no prescindió de un potencial horizonte de lectura urbana o letrada, como
lo demuestran la inscripción de los cielitos de Bartolomé Hidalgo en la Lira argentina
(1824), la apelación por parte de Pérez a formas métricas cultas como el soneto y a regis-
tros heterodoxos como los ofrecidos por la prensa seria, o la peculiar imbricación de tra-
diciones propuesta por Estanislao del Campo con la publicación folleteril nada menos
que del Fausto, entre otros ejemplos4.
Cabría preguntarse, entonces, si, para el caso puntual del Río de la Plata, no sería
precisamente la franja media —esa franja que, en términos generales, podríamos ubicar
entre el lector erudito de la élite urbana y el lector-oyente del campo— sería la protago-
nista principal de una ampliación de los circuitos y cánones de lectura. Como pregunta,
su formulación requiere un doble desafío; traspasar, por un lado, la imagen de la cultura
popular legada por la filología romántica, que en el Río de la Plata, como sabemos, ter-
minó por ensamblarla, de modo deliberado, con la cultura del gaucho; e indagar, por el
otro, el universo material de la prensa —sus costos de edición y adquisición, sus modos
de distribución, sus modalidades de publicación, etc.—. Pensar, en definitiva, la expan-
sión de la lectura en términos de cultura popular urbana, es decir un tipo de cultura cuya
matriz de consumo la aproxima a lo masivo antes que a lo tradicional. En las páginas que
siguen procuramos esbozar una lectura en ese sentido.
Esa franja media del lectorado resulta difícil de estipular en términos económicos y socia-
les. Un intento reciente por historizar la cultura popular rioplatense en términos de clases
populares no puede dejar de reconocer lo infructuoso que resulta el trazado de límites
entre clases populares y grupos o capas intermedias. Así, el “mundo popular” incluye,
según Di Meglio, a “un esclavo, un habitante común de cualquier ‘pueblo de indios’, una
vendedora ambulante o lavandera de una ciudad, una tejedora campesina o un peón” (53).
A los que se podrían agregar un aguatero, un bodeguero de una fonda marginal, un cabo
de milicia, un matarife, etc. Los límites, en todo caso, son más bien difusos.
Una primera aproximación puede delinearse si acudimos a las inscripciones tex-
tuales de los mismos periódicos. Por contraste, o mediante evocación positiva, la figura
4. Luego de publicarse en El Correo del Domingo, el poema Fausto de del Campo fue publicado también
por el periódico La Tribuna (octubre de 1866) e inmediatamente después en folleto. Al editarse en ese
formato, El Pueblo, otro periódico de la época, comentó en un suelto: “Su autor ha de expender muchos
ejemplares, especialmente en la campaña, donde ha hecho furor” (Acree 85).
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de lector medio asoma fantasmal pero inapelable. Una de las características formales
y cualitativas —en tanto proceso de lectura— que quizás mejor definan a este tipo de
lector es la representada por la figura de la miscelánea. Acorde con la propia superficie
variada del periódico —toda una novedad para la época, desde las famosas Variedades
a la crónica, pasando por los modernos usos de clichés e imágenes estampadas o el fait-
divers—, más que una modalidad extensiva, lo que el público lector popular urbano
pone en práctica es una lógica fragmentaria y expresiva de la lectura (lógica de con-
sumo), lectura sinuosa y como por saltos —de una entrega de folletín a otra, de una
crónica a otra, de una sección a otra, de un periódico a otro— que presupone también
un tipo de edición popular, es decir, no libresca, personal y a la vez “masiva” o industrial.
La miscelánea simboliza la variedad sociocultural del gusto, la posibilidad del
entretenimiento y de la expansión del goce. Es, además, una modalidad de edición y de
lectura que prevé el corte, la encuadernación, la recopilación y la repetición. Esta se deja
ver en lo que los franceses llaman mise en page, es decir, en la presentación tipográfica del
periódico, con sus folletines claramente separados, o sus “bibliotecas” con paginación
propia, sus imágenes coleccionables. Estamos hablando entonces de un público lector
medio, semiletrado o no letrado. Se entiende esta negativa como un manejo diferencial
de las competencias cultas y eruditas, es decir, aquel sujeto que puede leer pero no escri-
bir, o que lee y escribe dificultosamente, o que, aun escribiendo con relativa soltura, es
incapaz de manejar un saber letrado específico, cuyas características socioeconómicas
no siempre reponen esa medianía (Newland y San Segundo). Tal sujeto representa a un
público mayoritario, consumidor de periódicos o folletos, antes que de libros.
Ahora bien, como se sabe, durante la primera mitad del siglo el consumo de
papeles impresos era más bien reducido. Una muestra sintomática de ello son las quejas
que acompañan buena parte de la centuria respecto de la falta de suscripción. En ese
contexto, deberíamos reponer también los sempiternos reclamos relativos a las lecturas
“de prestado”, que se extienden durante todo el período y que vendrían a demostrar un
circuito más amplio, no oficial o marginal de consumo. En el prospecto del Telégrafo,
por ejemplo, se lee: “¿Qué dirá el hombre de Corte, de aquel que aun con proporciones
muchas (por no gastar dos pesos) anda, corre, y aun vuela por leer de gorra el Telégrafo
en los Cafés, y casa del Amigo?” (Furlong 239). Y, en 1863, a poco de aparecer, el sema-
nario satírico El Mosquito se burlaba de “los lectores de ojito / los lectores de mogolla”
(Roman 23). Por estas y otras expresiones similares —basta recordar aquí la célebre sen-
tencia “O no leer o comprad El Zonda”, de D. F. Sarmiento— es fácil deducir, entonces,
que los lectores probables de un papel periódico eran bastante más que los cuantificables
por los índices de suscripción.
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5. Como sostiene Lyman L. Johnson, “suponer la existencia de un empleo continuo, regular con sala-
rio tergiversa de manera burda las experiencias de empleo” (133-157) claramente observables en
las fuentes. Ver, asimismo, el trabajo de Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén. “Measuring Living
Standards” en el que se discute la metodología comparatista dominante en los estudios del norte, y
se aportan sustanciales datos sobre salarios e ingresos en estancias de Corrientes, Entre Ríos, Santa
Fe, Banda oriental y Buenos Aires.
6. The British Packet cobraba una suscripción mensual de 7 dólares. Es decir, había una paridad entre peso
fuerte y dólar. En la época ocho reales eran el equivalente de un peso fuerte o moneda.
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Por estos años, 1832 y 1833, el sueldo mensual de un cabo rondaba los 18 pesos
(el sueldo de un cabo era de 14,62 pesos en 1832, pero de 24 en 1834); a su vez, un
jornalero de oficio percibía 1,5 pesos diarios, un peón rural mensualizado obtenía alre-
dedor de 25 pesos, y prácticamente lo mismo percibía un capataz de estancia7. Algunos
comestibles y artículos de vestir rondaban los siguientes precios: una libra de azúcar
blanca del Brasil oscilaba entre 0,96 y 2 pesos; una arroba de carne se mantenía entre los
2 y 2,5 pesos; y una libra de yerba paraguaya costaba 2,75 pesos. Por lo demás, el palco
para una función lírica del teatro costaba 10 pesos8.
De manera que el monto de una suscripción mensual a cualquiera de los 4 perió-
dicos mencionados era equivalente a 5 libras de azúcar, a 3 arrobas de carne, a 2 ½ libras
de yerba9. Representaba, a su vez, el 70% de un palco para una función teatral. Si se con-
sideran los sueldos promedio estipulados para trabajadores rurales y militares, tenemos
que, por estos años, la suscripción mensual a un periódico correspondía a 4 ½ veces el
sueldo diario de un jornalero de oficio, a casi el 40% del salario mensual de un cabo del
ejército, y a casi un 30% del salario de un peón mensualizado o a un capataz de estan-
cia. Aun con la salvedad que hicimos más arriba respecto de la composición real de la
economía doméstica de un “trabajador medio” en la Buenos Aires de la época, puede
percibirse que, al menos en los inicios de la década de 1830, el costo de la lectura diaria
era relativamente alto, lindando con el consumo de un bien suntuario, en particular
para la llamada clase popular —jornalero, peón rural, capataz, cabo, soldado—. Lo cual
nos permite reevaluar no solo la escasez de ventas de muchos periódicos y, consecuente-
mente, la necesidad de un sostén institucional fijo, sino también la diferencia que plan-
tea el sistema de ventas y suscripción de la prensa alternativa, no hegemónica, como es el
caso de las gacetas populares de Luis Pérez, puesto que el costo de estos impresos era, en
principio, prácticamente la mitad.
En efecto, las gacetas de Pérez tenían un costo de 2 reales el pliego suelto, es decir
1 real menos que lo que valían números sueltos de La Gaceta Mercantil o, por caso, el
Diario de la Tarde. A pesar de que la diferencia no parece ser tanta, debe contemplarse
7. Los años 1832 y 1833 son bastante estables en fluctuaciones del valor de la moneda, y los salarios
del peón rural y del capataz se asimilan bastante, lo que cambiará en la década de 1840, cuando se
observa una distancia mayor en la especialización (Gelman y Santilli 83-115). El peón rural (el capataz
de estancia) cobraba entre 19 y 20 pesos en 1831, pero entre 29 y 30 pesos en el año 1833, por esto
se opta por el promedio.
8. Algunos de estos datos fueron extraídos de La Gaceta Mercantil, 01/04/1832, 07/04/1832,
09/05/1832.
9. La ración mensual media de yerba mate para una familia de trabajadores era de 4 libras (Djenderedjian
y Martirén 8-9).
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Prensa periódica y cultura popular en el Río de la Plata durante el siglo xix
el hecho de que las gacetas de Pérez tenían una modalidad bisemanal de publicación
—mientras que los otros periódicos mencionados se publicaban todos los días salvo
domingos y feriados—, lo que, en términos globales, contribuye a abaratar el costo. Así,
una suscripción mensual a El Gaucho, por ejemplo, habría que calcularla en 16 reales,
esto es, 2 pesos fuertes en moneda de la época; en este caso, la distancia con la suscrip-
ción de los diarios hegemónicos es muy notable, de 2 pesos (El Gaucho o El Torito de los
Muchachos) a 7 pesos (La Gaceta, o el Diario de la Tarde). No obstante, la cuestión cam-
bia si se pondera la cantidad de lectura, es decir la cantidad de hojas impresas adquiridas
por el consumidor. En este sentido, hay que tener en cuenta que, en un caso —el de las
gacetas populares de Pérez—, el posible suscriptor estaría recibiendo 8 números sueltos,
y en el otro, en cambio, recibiría alrededor de 23 o 24 números, es decir que entre una y
otra suscripción se triplica la cantidad de lectura.
Parecería entonces que en el caso de las gacetas populares estaría funcionando
la dinámica descripta por Jean-Francois Botrel para el sistema de la novela por entregas
—cuya baratura termina siendo ficticia o, habría que precisar, más bien publicitaria, u
oportunista—, dinámica que le permite imaginar un gasto menor a un público lector
que no tiene un gran poder adquisitivo o carece, asimismo, de hábitos de consumo de
bienes culturales (Botrel 111-155). En todo caso, la compra esporádica representa no
solo un precario hábito de consumo sino también un precario hábito de lectura o, con
mayor exactitud, una modalidad de lectura diferencial; aquella históricamente restrin-
gida al acotado o esporádico espacio temporal de que disponían los lectores subalternos
para la recreación o el esparcimiento. Los orilleros a los que se dirigen las gacetas de
Pérez no solo lo eran en términos culturales o lingüísticos, sino también en términos
sociales y económicos, por lo cual contaban con menos tiempo de ocio para la lectura10.
Aunque la comparación con obreros ingleses y franceses del mismo periodo resulte a
todas luces impropia –—entre otras cosas, dada la distancia entre los procesos de insti-
tucionalización del mercado laboral, de industrialización y del régimen económico—,
sabemos por los testimonios recogidos de trabajadores europeos, el esfuerzo y las impli-
cancias materiales que significaba, para ese sector, el “gasto” de ese tiempo (vacío) en la
lectura11. Podemos suponer, entonces, el virtuoso esfuerzo que realizaban publicistas
10. En su primer número, el redactor de El Torito de los Muchachos, declaraba: “Mi objeto es el divertir /
Los mozos de las orillas / No importa que me critiquen / los sabios y cagetillas”.
11. Martyn Lyons ha analizado los testimonios autobiográficos de trabajadores ingleses y franceses de
mediados del xix: el carácter de resistencia de sus precarias formaciones, carácter dado por, entre
otras cosas, el tipo de lecturas marginales o plebeyas de que disponían las clases obreras, así como
las barreras (sociales, culturales, económicas y parentales) que debían sortear para alcanzar la lec-
tura (927-946).
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populares como Luis Pérez para que sus publicaciones fueran adquiridas por la mayor
cantidad de “orilleros” posible.
Entre 1810 y 1850, los propietarios de alguna explotación agraria (sean estancieros,
labradores, criadores o hacendados) y en menor medida comercial (pulperos, alma-
ceneros) suman una cifra muy similar a la que integran las categorías de trabajadores
dependientes (peones, capataces, jornaleros, conchabados, más los esclavos que por estas
fechas son casi la mitad de este grupo). Si bien hacia mediados de la década de 1850 esa
paridad comienza a desbalancearse por crecimiento de los segundos (los trabajadores
dependientes) sobre los primeros (propietarios), diversos estudios han hecho hincapié
en la dificultad de distinguir claramente las categorías, puesto que, por lo demás, muchos
pequeños propietarios debían complementar sus ingresos con trabajo asalariado, aun-
que fuera temporal (Gelman y Santilli).
La información recabada sugiere que, dentro del amplio espectro de la población
rural bonaerense, la distancia sociocultural entre un trabajador asalariado (peón rural),
un comerciante (pulpero) y un pequeño propietario (hacendado o pueblero) no era en
verdad muy significativa. Un conglomerado de estos estratos debió emerger, durante el
período abierto por la Revolución, como silueta distinguible ante los ojos atónitos de
un sector de la elite. Así lo manifiestan varios documentos de la época, entre ellos una
“Crítica de las fiestas Mayas montevideanas de 1816”, descripción de las celebraciones
patrias en Montevideo escrita en verso por María Leoncia Pérez Rojo de Aldana, en
la cual, con burda ironía, la autora se despacha contra la efusión libertaria, las loas a la
igualdad y el frenesí revolucionario. Escrito en forma de carta, o relación, como empeza-
rían a circular también las piezas poéticas gauchescas sobre el mismo tema —el ejemplo
principal es la “Relación del Gaucho Contreras… de las fiestas Mayas de Buenos Aires
en el año 1822”, de Bartolomé Hidalgo—, un pasaje se eleva contra el “concurso” de la
“igualdad” apelando a una calificación sugerente:
En este grande concurso
lució muy bien la igualdad,
pues te digo con verdad,
que todo era miscelánea,
Gentuza de la campaña,
metidos a Caballeros,
que ayer se vieron en Cueros
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1851, es decir un año antes del derrocamiento de Juan Manuel de Rosas. Comenzó a
trabajar de operario en el Diario de Avisos (1849-1852), y desde entonces se convirtió en
un conspicuo editor y redactor de la prensa rioplatense. El editor español se aprovechó,
además, de sus contactos y relaciones con editores y empresarios peninsulares. En 1852,
Hortelano importó de España 20 000 ejemplares de novelas populares a bajo precio. De
esa experiencia quisiera destacar dos aspectos importantes, consignados en sus memo-
rias. El primero es un dato elocuente: los 20 000 ejemplares de “novelitas” traídos de
España se agotaron en apenas tres meses. Evidentemente, en Buenos Aires ya existía para
esa fecha una demanda considerable de lectura de esparcimiento. El segundo aspecto,
más importante aun para establecer un campo de lectura en expansión, es el hecho de
que gran parte de la venta de esos ejemplares se haya realizado entre los reclutas de la
Guardia Nacional, es decir entre la milicia (Hortelano 233).
En consecuencia, puede presumirse que un carpintero o un cabo del ejército,
un pueblero y su familia, o un comerciante de las afueras de la ciudad, entre otras figu-
ras de ese conglomerado social medio, podían conformar colectivamente una demanda
popular de lectura; demanda que los periódicos —más temprano que tarde— comenza-
ron a captar y a transformar en ofertas progresivas de consumo diversificado. Se trataría
de un público lector popular urbano, en el sentido de que su característica central no
estaría determinada por la figura del lector-oyente, dominante en las representaciones
de la gauchesca, sino más bien por lectores con distintas competencias de lectoescri-
tura —competencias que incluían, por cierto, la lectura oralizada—. Un público lector
y consumidor que, además, economizaba su gasto doméstico destinado a los impresos
mediante prácticas de consumo populares (como el préstamo o el fraccionamiento). En
este sentido, el periódico, un bien costoso durante las primeras décadas del siglo, iría
diversificando sus propuestas editoriales, adaptándose a la virtualidad de esas demandas
hasta convertirse en la principal plataforma de lectura popular.
En 1852, con el cambio de régimen político tras la batalla de Caseros, los sueldos milita-
res alcanzarían su mayor distancia por especialización. En efecto, mientras que durante
la década de 1840 el sueldo de un capitán significaba aproximadamente solo entre tres
y cinco veces el sueldo de un soldado, en la década siguiente esa distancia se duplicaría,
y el sueldo de un capitán llegaría a significar hasta nueve veces el de un soldado. Por lo
demás, el sueldo de un cabo mejoraría sustancialmente, duplicando al de un soldado
(relación exactamente inversa durante la década de 1840). Así, en los años 1852 y 1853
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un cabo percibía 104 pesos, mientras que el sueldo de un soldado rondaba los 50 pesos.
Los periódicos más importantes en ese año, particularmente El Nacional —continuidad
del Diario de la Tarde— y La Tribuna, que empezó a publicarse en agosto de 1853,
cobraban una suscripción mensual de 25 pesos y cada número suelto se ofrecía a 2 pesos.
Estos datos crudos inducen a creer que, luego de Caseros, la recomposición salarial
de los trabajadores dependientes —milicias, trabajadores rurales— acompañó la expan-
sión del mercado del impreso —lo que confirmaría, en parte, el éxito de ventas de las nove-
litas importadas por el editor español Hortelano, vendidas mayormente entre la milicia.
No obstante, nos equivocaríamos al hacer una lectura lineal del fenómeno. Como dijimos
anteriormente, son varios los factores que inciden en la disposición de consumo de los tra-
bajadores medios de la época. Los movimientos inflacionarios, por ejemplo, fueron muy
bruscos, y la situación varió drásticamente de un año a otro. En ese mismo año de 1852,
un comunicado bajo el título “De los pobres”, aparecido en un suplemento al periódico La
Nueva Época, exponía abiertamente la situación ante el aumento de los precios:
Hace algún tiempo, Sr. Editor, que nuestros miserables salarios no nos alcanzan
ni aun para comprar la carne precisa para el sustento de nuestras familias, porque
en vez de los dos pesos que gastábamos diarios, nos ponen en el caso los vendedo-
res de ella de emplear ocho; y ni ellos son bastantes, como lo eran antes los dos,
para nuestro sustento. … Lo mismo resulta de los demás renglones de consumo
diario que se venden en el Mercado que el que menos se haya recargado con un
seiscientos por ciento; pero sea cual fuese la causa…, el descuido de esta parte de
tanto interés para el Público (que se ve prolongada diariamente) no sólo nos pone
en el caso de la mendicidad, sino que también alarma al Pueblo.12
Pueblo-público: la amalgama en la entelequia nos permite imaginar el pasaje del con-
sumo doméstico al de la lectura. Es decir, si los salarios no alcanzan, como dice este
comunicado anónimo, para comprar la carne —abastecimiento alimenticio central en
el Río de la Plata—, resulta consecuente que se escatime, en primer orden, en gastos
diarios prescindibles, como podían ser los impresos periódicos. Ante estas evidencias,
cabe sopesar las ofertas editoriales alternativas a las que apelaron tanto la prensa popular
como la prensa destinada a públicos específicos. Así, por tomar un ejemplo, el periódico
semanal Aniceto el Gallo. Gaceta joco-tristona y gauchi-patriótica, publicado por Hilario
Ascasubi en 1853 —precisamente en la imprenta de Hortelano—, anunciaba la venta a
2 pesos el número suelto. El público al que estaba destinado este periódico podía empa-
rentarse con el público popular que venía leyendo las gacetas de Pérez y las del propio
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Hernán Pas
Ascasubi en Montevideo —esa tradición quedaba estampada con un epígrafe que recor-
daba a Chano, el cantor popularizado por los Diálogos de Bartolomé Hidalgo.
Pero otros periódicos, pensados para un público diferido, como el de las mujeres,
también recurrieron a ofertas de lectura populares. La Camelia, que comenzó a publi-
carse en abril de 1852 a cargo de Rosa Guerra, se editaba tres veces por semana y el costo
de la suscripción mensual era de 10 pesos, es decir bastante menos de la mitad de una
suscripción periódica estándar.
A decir verdad, la mayoría de los periódicos —aun los hegemónicos, como El
Nacional o La Tribuna— contaban entre sus ofertas modalidades de lectura popular
como las Variedades, el folletín —después de 1850 ningún periódico dejaría de llevar su
folletín por entregas—, novelitas editadas por las imprentas de las mismas empresas edi-
toriales, escritos de viaje o misceláneos, etc. Este fenómeno tal vez se vincule con el hecho
probable de que la suscripción era —y siguió siendo a lo largo del siglo— más bien redu-
cida, y colegiada o gubernativa, principalmente, mientras que el gran público, ese público
lector que aquí optamos por describir como popular urbano, diversificaba su consumo al
ritmo pautado de una lectura fragmentada —como la del folletín—, colectivizada y social,
en la que la recopilación y el préstamo eran prácticas comunes y extendidas. Un público,
en definitiva, que se iría convirtiendo en el receptor privilegiado de las estrategias de mer-
cado, aunque sus respuestas no siempre fueran previsibles, como ocurrió, por dar un céle-
bre ejemplo, con los intensivos lectores de Los misterios de París de Eugène Sue.
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Figura 1. Aniceto el Gallo, Nº 1, Buenos Aires, 1853. Biblioteca Nacional Mariano Moreno
http://catalogo.bn.gov.ar.
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BIBLIOGRAFÍA
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EXPEDICIONES DE MANSILLA A LA NOVELA
FUTURA. FRONTERAS DEL PAÍS MODERNO EN
VIAJES ESCRITOS POR LA PRENSA
EXPEDITIONS OF MANSILLA TO THE FUTURE NOVEL. BORDERS OF
THE MODERN COUNTRY ON TRIPS WRITTEN BY THE PRESS
http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.02
Resumen
En el cruce de la escritura con la vida individual y social, dos expediciones realizadas
por Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles (1870) y Cartas de Amambay
(1878), indagan inquietudes de la modernización capitalista en América Latina mediante
formas narrativas que imaginan la novela futura. Por entregas, en el espacio impreso
de prestigiosos diarios de Buenos Aires (La Tribuna y El Nacional), ambos textos usan
procedimientos novelísticos, tales como la dosificación de intrigas para atrapar al lector,
la exploración discursiva de coyunturas socio-económicas, y la tensión entre lectura/
creencia para sesgar la relación entre realidad y ficción.
Abstract
At the crossroads of writing and individual and social life, two expeditions by Lucio V.
Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles (1870) and Cartas de Amambay (1878),
inquire into the restlessness of capitalist modernization in Latin America through nar-
rative forms that imagine the future novel. Published in serialized form in prestigious
Buenos Aires newspapers (La Tribuna and El Nacional), both texts use novelistic proce-
dures such as intrigue to catch the reader, the discursive exploration of socio-economic
circumstances, the tension between reading and belief as a bias of the interplay of reality
and fiction.
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1. NOVELA EN DEMOCRACIA
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autores— por los que se infiltran imágenes que permiten leer el reverso de la expansión
nacional” (144; itálicas en original). En Ranqueles (como en Martín Fierro) ese reverso
está en la frontera interior, deslizamiento semántico de la guerra a la diplomacia cuando
el Estado, agobiado por la paradójica situación de negociar tratados con tribus después
de la ley de 1867 que establecía una nueva línea de frontera, naturaliza la idea de que “el
verdadero obstáculo que hacía frontera” era el indio, y que convenía suprimir las fronteras
interiores, o sea aniquilarlo (Roulet 11-12). Publicado en sincronía con la ejecución de
esa conquista, Amambay viaja hacia la frontera internacional, aprovechando el estamento
oficial argentino para asociarse con emprendedores nativos y extranjeros, con el propósito
de explorar y eventualmente explotar cierta veta aurífera cerca de la frontera de Paraguay
con Brasil. Entreverando responsabilidad pública e iniciativa privada, Mansilla viaja no a
“la frontera” sino a “los indios ranqueles” y a “las minas de Amambay”; bajo la línea surge el
espesor de diversos tipos fronterizos en provisoria convivencia (indios amigos o desconfia-
dos, gauchos aindiados, desertores, chinas, cautivas/os; baqueanos, ingenieros, químicos,
topógrafos húngaros, accionistas transnacionales) cuyas voces y movimientos rearticulan
las fronteras como “mundos sensiblemente más abiertos y receptivos que lo que permiten
suponer las irreductibles dicotomías forjadas por una ideología de conquista” (9, 14).
Como evidencia Ranqueles, la vida castrense en la frontera interior moviliza una hete-
rogeneidad discursiva que sostiene su potencia en el yo que escribe lo que vive, que hace de su
vida una constelación de peripecias dignas de relato. Esta productividad anfibia entre milicia
y literatura emerge en el contexto parsimonioso de la guarnición de Rojas (norte de Buenos
Aires), a cuyo ejército de línea se incorpora Mansilla con el favor del coronel Emilio Mitre en
junio de 1861.1 Al margen de su ocupación como secretario del enclave fronterizo, Mansilla
escribe allí obras de técnica y pedagogía militar, traducciones, recuerdos del viaje a Oriente
y Europa que realizara en 1850-51, dos obras de teatro, y un ensayo historicista anacrónica-
mente sociocrítico, donde ubica la novela argentina en el futuro. Publicado a fines del 63
en cuatro entregas en La Tribuna (donde aparecerá Ranqueles), Ensayo sobre la novela en la
Democracia o Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense considera inevitable la demora en
el desarrollo de las ciencias y las artes en una nueva sociedad democrática, donde (como si
hablara de sí) “el individuo se hace más práctico que teórico, más aventurero que pensador”
(Ensayo 123; actualizo ortografía). Cuando el ensayista registra la nivelación homogeneiza-
dora de las costumbres democráticas (anticipando prevenciones generalizadas hacia el fin
1. En los borradores que desarrolló entre 1999 y 2004 (Mansilla entre Rozas y París, alojados en la
Biblioteca Nacional de Buenos Aires) David Viñas destaca la productividad transicional de este
momento Rojas; el “tránsito desde la Confederación en declive hacia la próspera Buenos Aires”, con el
padrinazgo de los Mitre, abriría tensiones entre política y economía que en 1878 darán sesgo revulsivo
a la expedición del oro.
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de siglo), constata la desaparición del gaucho que será tópica hacia 1900: “Hoy el gaucho
tipo exclusivamente nacional ha desaparecido del todo” (135). Siete años después afinará
una tipología del gaucho que corrige la del Facundo, y diseñará estrategias narrativas para
incrustar en el decurso novelesco de Ranqueles la vida fronteriza de gauchos contada por ellos
mismos. La autosuficiencia probatoria del ensayo incluye a los lectores, con oratoria publi-
cista digna de Sarmiento: “Ahora bien, ¿pondréis en duda después de haberme leído, que el
apogeo literario de la novela en la República Argentina está lejano aún?” (150). El dialogismo
cómplice con el lector será un procedimiento novelesco en Ranqueles y Amambay, orientado
por la dosificación de transiciones, según aconseja al Mujiense: “corrija ese anhelo impaciente
de hacerle ver el fin al lector. El lector tendrá paciencia, y gozará doblemente viendo produ-
cirse los cambios con más naturalidad” (139).
La fuerza retórica cercana a Sarmiento trasunta tensiones políticas y personales
entre ambos publicistas colocados en distintos roles oficiales, que se intensificarán desde
la presidencia de Sarmiento (1868-1874). La campaña abierta en 1870 en el folletín de
La Tribuna fue un modo eficaz de limpiar la imagen del comandante de frontera pasado
a disponibilidad; su decisión de internarse Tierra Adentro “está fuertemente marcada
por su disputa previa con Sarmiento sobre cómo expandir la frontera, así como por su
deseo de explorar un espacio literario diferente” de los escenarios europeos narrados
por Sarmiento en Viajes (Iglesia 556). Como le susurra a “Santiago amigo” cuando ya
está promediando la excursión a los ranqueles (en carta xliv): “ya que no puedo can-
tar las glorias de mi espada, permíteme describirte sin rodeos cuanto hice y vi entre
los Ranqueles” (Ranqueles 246). Sobre la expedición minera el escritor nómade podría
decir: ya que no puedo contar los réditos de mi empresa, permítanme entretenerlos con los
rodeos de cuanto hice por ver oro en Paraguay. La diégesis se concentra en el yo que ha
viajado y pauta entregas folletinescas remedando la exploración, con la eficacia abocada
a modificar la opinión pública, mediante la invención de peripecias y el suspenso que
juega con la inducible credibilidad del lector de prensa. Las condiciones materiales de
escritura/lectura y del viaje se reúnen como movimiento común: “Comparación empí-
rica, si se quiere, entre viajar y leer, y por extensión entre viajar y escribir…. El ritmo
del viaje y el ritmo del texto conjugados” (Cristófalo 68). La exploración territorial se
transpone a la materialidad escrita: la expedición es a la vez topográfica y tipográfica.
Al recorrer bordes del espacio nacional en excursiones desviadas de la norma, Mansilla
materializa los bordes genéricos y culturales que potencian la novela que todavía no
existe en la literatura argentina, la que Rojas no verá en estos episodios fragmentarios
del narrador aventurero, o la que quedará al costado de la poesía gauchesca tomada por
la mímesis de oralidad.
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civilizatorio: “Yo no tardé en tomar confianza; estaba como en mi casa, mejor que en ella,
sin tener que dar ejemplo a mis hijos. // Comía como un bárbaro…; decía cuanto disparate
se me venía a la punta de la lengua y hacía reír a los indios” (139-140; con doble barra indico
punto y aparte). La estrategia de “captarme simpatías” tiene allí su prueba de fuego, al enfren-
tarse durante el descontrolado brindis del yapaí con Epumer, “el indio más temido entre los
ranqueles” sobre todo por “su demencia cuando está beodo”: el coronel se deja “manosear y
besar, acariciar en la forma que querían”, con la calma suficiente para recordarse su máxima
adaptativa: “Es menester aullar con los lobos para que no me coman” (140, 142). Durante
su encuentro con Baigorrita en Quenque, en la carta xliv, calcula gestos simpáticos como
cortarse las uñas de los pies con puñal, cuyo efecto inmediato prueba la eficacia del yo para
hacerse ver por otros: “Mi compadre y los convidados estaban encantados. Aquel Coronel
cristiano parecía un indio. ¿Qué más podían ellos desear? Yo iba a ellos. Me les asimilaba”
(246). La teatralización performativa, temeraria con los indios, se aplica en el fogón con los
soldados a su mando, disfrutando también del rol de espectador en horizontal intercambio:
“Me puse a matear, divirtiéndome en escuchar los dicharachos y los cuentos de los soldados”
(entrega xxxvii; 205).
El militar desplazado hasta la mímesis animalizada con los indios dispone la tex-
tura necesaria para asimilar también el arrinconamiento sufrido por los gauchos. Mejor
que una superación del “esquema estereotipado de la biografía oral” en Facundo, que
emplazaría Ranqueles en el denuncialismo de la Ida —“Mansilla usa las autobiografías
para denunciar la arbitrariedad de la justicia… Le sirven para atacar a las instituciones,
como a Hernández” (Ludmer 230) — para nuestra lectura resulta productivo otro abor-
daje que atiende al espacio autobiográfico: una escena de ruptura evocada en Mis memorias
(después de Caseros Sarmiento desagarró la bandera punzó colgada en la ventana de la casa
por la madre de Mansilla, hermana de Rosas) sería “la matriz de numerosos episodios de
Una excursión a los indios ranqueles donde Mansilla, a través de narradores gauchos, refiere
historias de desplazamientos y castigos” (Molloy 237; cita de la tesis doctoral de Marina
Kaplan). En el íncipit de la entrega xviii, retomando la promesa de la anterior (“Apéate,
tomaremos un mate y me contarás tu vida”), Crisóstomo “tomó la palabra, y dijo: —Mi
Coronel, el hombre ha nacido para trabajar como el buey y padecer toda la vida”. Abierto
el capítulo con la emisión ajena, Mansilla sintetiza la base enunciativa y los efectos noveles-
cos de la gauchesca, como encuentro de las voces incultas con la interlocución de letrados
seducidos por dramas reales más estimables que novelas: “Este introito en labios de un
hombre inculto llamó la atención de los interlocutores. /Me acomodé lo mejor que pude
en el suelo para escucharle con atención, convencido de que los dramas reales tienen más
mérito que las novelas de la imaginación” (94, 96). La voz del gaucho tipografiada en La
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propia expedición a las minas, cuyos informes entusiastas habrían subido las acciones
en la bolsa; el 20 de marzo Mansilla regresa a Buenos Aires, y el 26 empieza a publicar
las cartas dirigidas al director de El Nacional, Samuel Alberú, con el epígrafe “Minas
de Amambay y Maracayú”, que serán treinta hasta mayo de 1878 y conformarán, edita-
das por Contreras en una provechosa selección de escritos de viaje de Mansilla, las 150
páginas de Cartas de Amambay (El excursionista 125-277). Antes de que aparezcan las
últimas tres entregas, Mansilla vuelve a partir hacia Asunción y las minas, por donde
deambula hasta enero de 18792. En mayo se desprende de sus acciones y altera su circu-
lación, dirigiéndose a Europa para visitar a su familia (Contreras 39-41).
La imposibilidad de hallar oro exige la eficacia pragmática del folletín mercan-
tilista. El corresponsal de su propia empresa interviene en los tiempos que la traman:
entretiene al público hablando de las minas cuando merma su interés comercial, hace
que el tiempo pase hasta “que hayan desaparecido las dudas” (El excursionista 125),
como sugiere en la primera carta al solicitar espacio impreso a Alberú, destinatario per-
sonal que encubre al público del periódico (más distante que el “Santiago amigo” usado
para jugar a la intimidad con Arcos en Ranqueles). Salvando la discrepancia sobre un
cuadro menos grandioso que las pampas cabalgadas —dice la novena carta a propósito
de un horizonte que no deja “dónde esparcir la mirada” ni, por lo tanto, “ensanchar la
esfera del pensamiento” (166) —, el espacio recorrido ofrece similar contigüidad que
Ranqueles entre ritmos de marcha y relato (aunque aquella ahora sea menos intensa y
deba complementarse con sub-relatos técnicos, climáticos, empresariales), con la misma
efectiva verbalización plural del movimiento, conectando viajeros y lectores: “Pronto
llegaremos” (161), “Si el lector recuerda de dónde salimos esta mañana” (168), o con el
matiz cómplice del subjuntivo, “Descansemos un momento y regresemos” (165).
La autoconvicción de la primera persona, contigua al nosotros expedicionario y
al impersonal (muy utilizado para referir acciones especializadas de extracción y testeo
mineralógico), entabla diálogo público con los interesados —accionistas de la sociedad
anónima, por convenir a cuyos intereses omite nombres de parajes (132)— y los curio-
sos alentados por la prensa. La profecía autorrealizada inserta la contradicción entre
oficio militar y aventura financiera en el lenguaje, con campo lexical bélico, adverbio
autodefensivo y cierta tensión en la ubicación sintáctica del también que encubre la glo-
ria militar postergada desde Ranqueles: “¿O no hay acaso gloria también que conquistar
2. La amistad del presidente Avellaneda le permite estar cerca de su empresa, cuando en octubre del 78
lo nombra gobernador del Chaco, cargo que desempeña de hecho su vice Luis Jorge Fontana (despla-
zando a Pantaleón Gómez, quien en 1880 moriría a manos de Mansilla en un duelo provocado por los
ataques que Gómez le dirigía desde la dirección de El Nacional).
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en estas batallas incruentas del trabajo que persigue honradamente la fortuna, luchando
cuerpo a cuerpo contra los elementos y la naturaleza?” (126). La amplia difusión de El
Nacional es aprovechada como tema de interés, redituable para el mecanismo dilatorio
activado en defensa propia: “Y esta novedad, de que todo el mundo se ocupe de las
minas de Amambay y Maracayú —para cuya explotación solo se ha solicitado un capi-
tal relativamente pequeño—, ¿de dónde proviene, en qué consiste, entonces?” (127).
La estrategia digresiva atempera la escasez de resultados que propiciaba la maledicencia
burlona de cierta prensa, como El Libre Pensador de Buenos Aires que señala la ventaja
que había sacado Mansilla al vender las acciones (de lo cual este se defiende a cada paso,
como en la parentética de la última cita y en el adverbio honradamente de la anterior) y
se pregunta qué es “lo que más preocupa al coronel Mansilla, si las minas de Amambay,
la gobernación del Chaco o la literatura”, porque se mueve pero “ni saca oro, ni atiende
sus territorios, ni hace literatura” (Popolizio 200).
Ante la sospecha sobre el manejo de la empresa, Mansilla diseña un relato de
su aventura personal en torno al oro, cuyo ritmo folletinesco y mezcla genérica (carta
abierta, informe mineralógico, crónica de viaje, novela de peripecia) abría una posibi-
lidad, incómoda para la época, de ampliar el campo de la literatura. Más allá de lan-
ces especulativos, interviene como expedicionario (en acto y discurso, entreverados)
cuando ha decaído la creencia pública; viaja para ver y creer, cree y escribe con movilidad
desmesurada, se hace leer con la eficacia de hacer creer en su propia creencia (Contreras 27,
29). El lugar enunciativo se asume en el trastrocamiento de las formas de escritura, como
condensa al finalizar la penúltima carta: “No soy erudito en minas. // Soy apenas un
artista en cartas”, que considera que el gusto debe modificar las reglas del arte epistolar
como de la pintura o la estatuaria, donde “a cada momento vemos violadas las propor-
ciones” (El excursionista 248). Como en Ranqueles, bajo la poética epistolar asoma la
movilidad irreverente del novelista.
La resolución de la aventura se sostiene indeterminada en un cambio de con-
sonante: la exploración podría devenir explotación. Como en Robinson Crusoe, en la
aventura mercantil de Mansilla la escena natural “appeals not for adoration, but for
exploitation”; como el sobreviviente individualista de Defoe, Mansilla no tiene la dis-
ponibilidad ociosa para observar que el territorio ganancial también compone un pai-
saje (Watt 70). El mecanismo dilatorio pauta el relato retrospectivo con la puesta en
presente del viaje, simulando el ritmo de un diario cuando se trata de su rememoración
inmediata y a su vez diaria (en el diario). Aspectos climáticos, topográficos, burocráti-
cos funcionan como engranajes folletinescos, al retrasar el itinerario de un sujeto que
escribe lo que ha visto mientras no ha visto oro. Luego de explicar didácticamente “en
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el lenguaje comercial” lo que son las piedras que trajo para no dejar “duda alguna sobre
la existencia del metal en dichas arenas”, la última carta corrobora su vigor performativo
(“el lector sabe tanto como yo”); imparable en su fuga hacia adelante, afirma que no
ha omitido nada salvo “anécdotas de viaje que reservo para después” (El excursionista
274-275). El conflicto público de creencias dispone otra modulación de la táctica adap-
tativa conceptualizada por Schvartzman para la gauchesca: Amambay sería una especie
de novela que se hace mineralógica para pasar por especialista y hablar en nombre de los
intereses mercantiles frente a una opinión pública sensible al aventurerismo capitalista.
Consciente del medio donde ubica su escritura y aplicando la máxima enunciada
en la carta 26 —“El arte consiste en sostener el interés” (248)— Mansilla prefigura al
lector salteado que fabricará Macedonio Fernández en la primera mitad del siglo xx.
Como si justificara su estilo hablando de otra cosa (pero no es otra cosa: es la prensa, el
medio que modela el estilo) reflexiona que los artículos de actualidad no tienen pies ni
cabeza, “lo mismo da leerlos bien que mal, al derecho o al revés, de arriba abajo, de abajo
arriba, saltando párrafos o trastornándolos”; la distorsión hermenéutica deviene pla-
centeramente autobiográfica: “cuando yo era periodista solía leerme así y, francamente,
siempre mis artículos me parecían excelentes, sobre todo cuando me salteaba” (242).
Dinamizada por el espacio atravesado, la errancia por el espacio textual ralentiza el ritmo
de marcha redituando las limitaciones del soporte impreso. Al cerrar con el agradeci-
miento al director de El Nacional, la tercera carta señala esa cortapisa tipográfica: “me
ha dicho que puedo disponer de su diario los días que quiera, a condición de no ser muy
largo… /Le doy las gracias y termino aquí, pero sintiendo tener que detenerme aún en el
punto B” (143). No puede ampliar el espacio impreso pero, a la manera mercadotécnica
de la novela-folletín, extiende sus entregas por más de treinta días. La cuarta carta efec-
túa el detenimiento aunque empiece prometiendo lo contrario, en histriónico enganche
con el final del capítulo previo: “Unas cuantas páginas más para salir hoy mismo del
punto B, donde tanto me he demorado a pesar mío” (144).
La escritura ralentiza la resolución sobre la existencia de oro, mantiene suspen-
dido al lector con la seguridad de haber conectado otros extremos, haciendo que el
avance retroceda, que el acercamiento aleje. Si con los soldados, en la guerra del Paraguay
o en la excursión a los indios, Mansilla se pone a matear escuchando cuentos de fogón,
también con los accionistas y la despiadada prensa de 1878 aplica la estrategia de ir a
ellos: divagando sobre mineralogía, citando a Wisner citado por Mayer, deteniendo la
expedición en el punto B para exponer métodos de lavar oro y datos históricos sobre
minería mundial, me les asimilaba a los aventureros científicos del capitalismo sudame-
ricano. Hombre práctico de la democracia liberal, a Mansilla le sobra aliento para aullar
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Juan Pablo Luppi
entre los lobos y captarse simpatías, como al hacerse indio en el yapaí ranquelino. Con
gozoso ritmo encabalgado entre acto y discurso que suspende la incredulidad de lectores
de prensa, ese desplazamiento fronterizo (no meramente a la frontera) se imprime como
folletín extravagante en el diarismo hegemónico, plegado autoconscientemente sobre
su espacio textual, liberado de peregrinaciones pintorescas y cuadros románticos, para
mejor materializar los bordes peligrosos de la modernización periférica.
4. LA HORA DE CREER
Esa materialidad es la novela futura que Mansilla diseña en el último tercio del siglo
xix. Renuente a lo pintoresco, el coronel metido a accionista en oro y artista en cartas se
propone “evitar descripciones enfáticas que me hagan aparecer sabiendo lo que ignoro”
(El excursionista 174). A falta de especialidad pertinente, la capacidad de observación
afianza la estrategia persuasiva: sin ser “minero, ni geólogo, ni mineralogista”, en el sexto
capítulo de esta Odisea lucrativa encuentra “una bolita de azogue gruesa como grano y
medio que contiene oro”, “un descubrimiento que hubiera podido hacer cualquier otro
hombre observador, a quien se le hubiera ocurrido lo mismo que a mí”. La ignorancia
de los accionistas, que “no prestaron ni atención —ni fe, me parece—, al hecho”, marca
un desfasaje en los tiempos de la creencia: “está visto que la hora de creer no ha llegado.
Ella llegará a no dudarlo cuando llegue la primera remesa que tenga valor comercial”
(155-156). En 1878, lo real está pautado por la evidencia material y el interés monetario.
Como el verosímil en la novela de la crisis de la modernidad (de Kafka a Beckett), en el
folletín mercantil de Mansilla la creencia se traba en agonía con la axiomática capitalista,
y emergen formas insólitas de narrar la experiencia del individuo en sociedad.
La crítica del presente asoma entre los fragmentos de esta textualidad híbrida,
cuya movilidad genérica impregnará, un siglo después, las reformulaciones de la insti-
tución literaria argentina. Enfocada sobre las maravillas de lo real en vez de las mentiras
de la imaginación, la novela nómade de Mansilla visualiza lo que Piglia considerará la
cualidad de la ficción: “Su relación específica con la verdad” (16). Al hacerse indio con
los indios, al escribir como habla un gaucho contando su vida, o al afinar la mirada ocu-
rrente para ver oro en una bolita de azogue (aleph de la fantasía financiera), el yo que
narra sus viajes por la prensa pone a jugar la escritura entre carta, informe, autobiografía,
ensayo, novela, inventando otro espacio fugado del control estatal, un umbral de transi-
ción no definido por líneas genéricas, donde la ficción encontrará condiciones de exis-
tencia en la sociedad inestablemente democrática del siglo xx, “en ese matiz indecidible
entre la verdad y la falsedad” (Piglia 19).
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LA LITERATURA DE KOLLONTÁI Y LAS
TRAGEDIAS DE LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
THE LITERATURE OF KOLLONTÁI AND THE TRAGEDIES OF
SENTIMENTAL EDUCATION
DOI: http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.17.03
Resumen
Aleksandra Kollontái, distinguida militante bolchevique, pasó a la historia por su trayec-
toria y escritos políticos; sin embargo, su literatura no ha recibo la misma atención. En
1923 escribió Un gran amor, El amor en tres generaciones, Vasília Malyguina y Hermanas, que
analizan las tragedias de los vínculos entre las mujeres. Allí la autora tensa algunas de sus
hipótesis sobre la emancipación femenina. Me propongo analizar estos escritos literarios,
focalizando las perplejidades de la autora sobre la maternidad y la “sororidad”, para res-
catarlos políticamente como el registro de la tensión entre una experiencia sensible, una
apuesta política y sus inadecuaciones.
Abstract
Aleksandra Kollontái, distinguished Bolshevik militant, went down in history for her
career and political writings; however, her literary writings have not received the same
attention. In 1923, she wrote A Great Love, Love in Three Generations, Vasília Malyguina and
Sisters, which analyze the tragic links among women. There, the author lays out some of
her hypotheses about female emancipation. I intend to analyze these literary writings,
focusing the perplexities of the author on maternity and sorority, to rescue them politi-
cally as the record of the tension between a sensitive experience, a political commitment
and its inadequacies.
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La literatura de Kollontái y las tragedias de la educación sentimental
Hacia 1923 Aleksandra Kollontái escribió una serie de textos literarios que denotaban
una persistente preocupación por los límites trágicos de una educación sentimental revo-
lucionaria y, más específicamente, por las dificultades de establecer relaciones intersubje-
tivas capaces de procesar exitosamente los límites intergeneracionales, amorosos y filiales
entre las mujeres. Este era, para la autora, un dilema que ponía en discusión la trabajosa
“sororidad”1 (sobre la que vuelve sistemáticamente bajo el rótulo de “cuestión femenina”),
y que influía sobre todos los vínculos interpersonales entre mujeres y hombres “nuevos”,
que determinarían el futuro y los alcances de la revolución. Es importante señalar que
si bien Kollontái no se planteó una revolución sexual, como W. Reich, sí se planteó una
transformación emotiva que sirviese para encausar y resolver, en tanto programa, la “crisis
sexual” que ella diagnosticó. En este sentido, volvió de modo muy interesante sobre la espi-
nosa cuestión de la construcción sensible de sujetos revolucionarios y posrevolucionarios.
Kollontái abordó este problema que, junto con las terribles condiciones socia-
les de la época, llevó a que las implicancias del progresismo legal de la primera etapa
de la revolución no fuesen acompañadas por experiencias sexo-genéricas menos ator-
mentadas. La autora intuyó que el meollo radicaba en la existencia de una aceitada
incomprensión en la trasmisión entre las mujeres de las conmociones afectivas, de los
“acontecimientos amorosos paradigmáticos”, que marcan la subjetividad femenina2.
Estas conmociones que a pesar de ser representadas para/en “lo femenino” más o menos
con las mismas escenas, una y otra vez, son socializadas como experiencias cuya excep-
cionalidad histórica y personal quebranta la empatía intergeneracional (de madre a hija
1. Marcela Lagarde acuñó el concepto “sororidad” para describir la situación de alianza de las mujeres
en Ciudad Juárez, al respecto señala: “La “sororidad” emerge como alternativa a la política que impide
a las mujeres la identificación positiva de género, el reconocimiento, la agregación en sintonía y la
alianza” (Lagarde y de los Ríos 135).
2. Relatados en los textos que analizaremos como los momentos de indecisión y tormento en la deter-
minación de los móviles objetos del deseo. El feminismo ha abordado cómo estos corrimientos son
especialmente traumáticos en la construcción de la subjetividad femenina (Irigaray). Kollontái pre-
senta el dilema como un malentendido comunicacional, una incomprensión sobre las convenciones,
en este caso sociosexuales, que rigen los distintos momentos históricos.
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Camila Arbuet Osuna
1. MATER
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La literatura de Kollontái y las tragedias de la educación sentimental
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Camila Arbuet Osuna
una nueva forma de desigualdad entre los camaradas de distinto sexo: una relación dife-
rente, sexualmente intersectada, con los compromisos personales con el proyecto comu-
nista y con la sensibilidad social ante la miseria. La camarada, en estos relatos, como un
soldado dispuesto a anteponer su obra a cualquier pretensión personal lidia, a su vez,
con un fondo oscuro de celos, inseguridad y aspiraciones románticas. Es en esa lucha
interna con una faceta sensible, que la autora vincula con las huellas de la moral bur-
guesa, el experimento social de “la camarada” busca a los vuelcos una compatibilidad
imposible entre dos formas de vida. El cuerpo femenino, el de ella narrada como Olga
o Vasília, se inscribe así como la arena de una lucha entre la ascesis andrógina del pri-
mer soldado y los suaves brocatos de otras vidas posibles que padecen ante la fealdad, la
deserotización, la desazón amorosa. En cambio, los camaradas, advierte Kollontái en sus
relatos, parecen tener resuelta de antemano esta tensión, tienen formas de existir dentro
de la revolución que no ponen en jaque su experiencia sensual: pueden ser burócra-
tas acaudalados y respetados; pueden ser románticos guerrilleros; pueden ser afamados
intelectuales. La “prueba” de su compromiso político no supone la flagelación de una
parte sí. La virilización gimnástica, militar, industrial, de la república tiene espacio para
la forma previa de la subjetividad masculina. El trabajo, en este contexto, es una promesa
de igualación que no deja de traicionarse en cada historia relatada la Kollontái, y este es
el aspecto que nos interesa ver.
En El amor de tres generaciones la autora narra la historia de Olga Veselóvkaia,
quien además de haber prestado y seguir prestando servicios importantes al partido,
ha vivido su vida amorosa con las premisas que Kollontái vivió la propia: autonomía
sexual, puesta en jaque de su monogamia practicando tanto la curiosa “monogamia
sucesiva” como la bigamia, liberalización de los roles de paternidad y la maternidad3.
Olga cuenta este recorrido como una tensión permanente con su madre, quien siendo
parte de la generación del liberalismo aristocrático ruso —impulsor del decembrismo
(Arbuet Osuna)— cree en las uniones por amor y anima a su hija a dejar a su marido por
su amante, pero quien a su vez no puede comprender cómo su hija no quiere elegir entre
dos personas tan distintas sino que desea a ambas. La madre de Olga, María Stepánovna
Olshévich, es como una Anna Karenina decidida a tirar todo por la borda por amor, de
modo que tras enamorarse extramatrimonialmente y “tras convencerse de que su marido
no entendía razones [sobre la necesidad del divorcio], recogió todas sus cosas, su dinero,
sus papeles, besó a sus hijos y, sin despedirse siquiera del coronel, lo abandonó…” (37).
3. Aunque cree que la poligamia es incompatible con el amor, como si este pudiera ser el caso más
extremo dual, siguiendo el bionomio cuerpo/alma, pero no plural. Así lo expresa en ¡Abran paso al
eros alado! (1923).
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La literatura de Kollontái y las tragedias de la educación sentimental
Se fue con su amante y quedó embarazada de Olga; pero el idilio duró poco dado que
mientras ella estaba presa por cuestiones políticas su pareja le fue infiel, entonces, una
vez libre, cuenta Olga: “… mi madre, sin más explicaciones, cogió sus bártulos y, lleván-
dome consigo, se trasladó a la capital de la provincia. A mi padre le dejó una carta con
una serie de instrucciones, sin reproches ni lamentos… Cuando crecí yo me adherí a los
marxistas; mi madre siguió siendo partidaria de los naródniki” (39-40).
De esta parte del relato se pueden decir varias cosas, yendo de atrás para adelante
podemos señalar que la propia Kollontái filia paradigmas sobre el amor con momentos
políticos o, más precisamente, con paradigmas ideológicos de las formas progresistas de
la política rusa, esto será muy importante para seguir la secuencia del relato así como para
reponer sus preocupaciones en torno a la educación sentimental. Bajo esta perspectiva el
ideal romántico naródniki, regado por Pushkin y los relatos de los príncipes decembristas
en Siberia, conserva una idea de lealtad y fidelidad que intenta ser expurgada de carac-
terísticas patrimonialistas burguesas para refrendar al honor y al amor romántico como
valores. La decisión “libre” del objeto de amor no solo organiza la vida de las parejas sino
también la maternidad, María Stepánovna elige con qué hijos quedarse, se queda con Olga
pero no con los anteriores. Pero la madre no aborta ni antes ni después, cumple con la pre-
misa de Kollontái, en La mujer y el desarrollo social, por la cual “el alumbramiento es una
obligación social y… la mujer tiene que comprender que durante los meses de embarazo no
es dueña de ninguna manera de sí misma, pues está, por así decir, al servicio de la sociedad
y “produce” con su cuerpo un nuevo miembro para la república de trabajadores” (87). Sin
embargo, el relato nada nos dice y parece no importar qué fue de esos medio hermanos.
Por otra parte, aparece en este fragmento del relato un tópico que se repetirá en
el resto como preocupación persistente de las mujeres comunistas, algo que podemos
identificar como el “momento del descuido” —siguiendo las morfologías del cuento
proppeanas—, en el que las camaradas absorbidas por sus obligaciones políticas para
con la revolución, “descuidan” el interés marital, aconteciendo la infidelidad. En el caso
de Kollontái es de notar que las descripciones de este momento son particularmente
abultadas, siempre tensionada entre la culpa femenina y una responsabilidad compar-
tida. En el caso del relato “Vasília Malyguina” (también conocido como “La bolchevique
enamorada”), los lectores sabemos todo el tiempo que el compañero de la protagonista,
el aguerrido militante anarquista devenido burócrata, Vladímir Ivánovich, está teniendo
una relación paralela y asistimos a los intentos denodados de Vasília por no enterarse,
unos intentos que la llevan del ridículo al martirio todo el tiempo (de hecho sería inte-
resante pensar la extrema proximidad de estas dos figuras, solo distinguibles por una
perspectiva cuidadosamente construida).
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2. SOR
En “Hermanas”, Kollontái nos narra la historia de una mujer que —al igual que en El
amor de las abejas obreras— viene a contarle su vida. Esta mujer, estaba casada con un
bolchevique que cuando ascendió en su trabajo, a encargado de un complejo industrial,
se volvió violento, alcohólico y amigo de juegos de los népmany5, con quienes hacía
negocios. La protagonista tenía una hija pequeña que enfermó, eligió entonces sacrificar
4. Como señala Wendy Goldman, la gran mayoría de las mujeres que abortaban eran de la ciudad, tenían
cierta estabilidad y no querían tener más hijos o ningún hijo, de hecho a partir de 1928 la natalidad
comenzó a caer en picada.
5. Un nepman era un miembro de la nueva burguesía resurgida tras la aplicación de la Nueva Política
Económica, implementada progresivamente desde 1921.
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La literatura de Kollontái y las tragedias de la educación sentimental
su trabajo en pos de la maternidad… dado que tras las reiteradas faltas por cuidados dis-
pensados a la niña terminaron despidiéndola. La niña murió y ella quedó dependiendo
económicamente de su marido, con quien ya no compartía nada. Una noche, el esposo
trajo a la casa, en medio de una de sus borracheras, a una prostituta con quien pasó la
noche en la habitación, para consternación de su mujer, quien a la mañana siguiente
encontró a la joven llorando de vergüenza (dado que no sabía que su cliente estaba
casado y la llevaría a la casa familiar) en el living. Entonces ambas mujeres charlaron y la
esposa consideró que la vulnerabilidad compartida las hermanaba:
Tal vez no lo crea, pero, a medida que iba escuchándola, crecía mi compa-
sión por ella. De pronto caí en la cuenta de que, si no estuviera casada, me
hallaría en una situación muy parecida a la suya: sin empleo, sin casa. Por la
noche, mientras yacía en la cama, torturándome, me había sentido furiosa
con ella. Pero en aquel momento toda mi furia se dirigió contra mi marido.
¿Cómo podía aprovecharse de una mujer que se hallaba en una situación des-
esperada? ¡Un hombre como él, un trabajador consciente, responsable! ¡En
vez de ayudar a una camarada sin empleo, la compraba! ¡Yo no puedo seguir
viviendo con alguien así! (“Hermanas” 97)
Más allá de la evidente denuncia de Kollontái sobre las nefastas consecuencias de la
nep a nivel moral y material (diversos estudios señalan la relación inmediata de la nep
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Camila Arbuet Osuna
El último texto que debemos presentar, de los escritos en 1923, parece ubicarse
en las antípodas de toda forma de “sororidad”. Kollontái redacta A Great Love, como
historia de un amor extramatrimonial entre Natasha y Ssenja, quien está casado con
Anjuta. Los protagonistas son de la generación de los exiliados románticos y hacen
política desde la clandestinidad de un país que no llega a explicitarse6. El vínculo entre
las dos mujeres aparece, en principio, como parte de los surcados melodramas: Anjuta
es una esposa devota, maníaca, celosa, dependiente, con una salud endeble y repetidos
intentos de suicidio; Natasha es lo opuesto, una joven escritora, admiradora de Sseja,
soltera, militante, tenaz y comprensiva. La existencia de ambas, sin embrago, gira alre-
dedor de la figura expectante del narcisista Sseja, un afamado intelectual. Luego, sin
embargo, la competencia entre las dos corre su foco en el relato, dando paso al ago-
biante registro del desgaste de la relación entre los dos amantes y el carcomiente proceso
de desacralización de la figura Sseja. Más allá de que el centro de la acción está puesto
en este amor a destiempo, donde los gestos de cuidado del protagonista hacia Natasha
siempre llegan “demasiado tarde” —frase que repica varias veces—, Kollontái utiliza la
caricaturización de las dos mujeres para mostrar su implícita cercanía. Ambas mujeres
funcionan, en última instancia, como las madres del “niño pequeño” Sseja, que descu-
brirá con cierta ofuscación que Natasha ya no está dispuesta a postergarse. Como si se
tratase de un tango, el cuento reza al pasar entonces: “El amor de madre es el único amor
incondicional, el único amor que puedo respetar”.
Lo que une a Natasha con la protagonista anónima de “Hermanas” y con Vasílisa
Malyguina, es que son todas mujeres solas. La soltería y la soledad, como dos caras nece-
sarias de la vida autónoma de las mujeres bajo el capitalismo, son evocadas recurrente-
mente en Kollontái, en relatos donde todos los hombres (y el tipo de amor romántico
que ellos encarnan) fallan y el trabajo las libera, no solo en una economía monetaria sino
también en una economía libidinal. Las nuevas heroínas, tipificadas por la autora en su
escrito sobre la nueva literatura de y sobre las mujeres, titulado “La mujer nueva” (1913),
se conforman, se hacen, a lo largo de las narraciones, en tanto toman conciencia de las
libertades de esta soledad crucial para su autorealización y, de manera más implícita
pero no por ello menos poderosa, del carácter compartido de este “estar por su cuenta”
con el resto de las mujeres nuevas: obreras, burguesas desclasadas, prostitutas, desem-
pleadas, militantes, etc. En Kollontái encontramos una “sororidad” que no es monjil,
que está eróticamente muy cargada, como cuando la esposa dice de la prostituta: “Le
6. Para una mayor descripción de los debates y las condiciones de producción de esta generación de
militantes exiliados ver Los exiliados románticos de Carr.
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La literatura de Kollontái y las tragedias de la educación sentimental
parecerá extraño pero se me hacía duro separarme de aquella mujer. Habíamos intimado
mucho… era tan joven, tan desdichada, estaba tan sola” (“Hermanas” 98).
La posibilidad de un lazo amoroso y sexual lésbico nunca aparece explicitada,
enunciada, en las obras de Kollontái, pero es dable habilitarla a contrapelo de su acento
hétero en los vínculos ideales de la camaradería, en las descripciones de los nuevos pro-
cesos de reconocimiento de sí de las mujeres en la crisis sexual. Más aún si entendemos
por lesbianismo esencialmente un espacio afectuoso de libertad que busca escapar del
contrato heterosexual; un concepto que está “más allá de las categorías de sexo (mujer y
hombre)” (Wittig 31); un corrimiento de la mujer en tanto mito patriarcal.
Kollontái llega a dar algunos indicios de esta percepción en su análisis de la vida
de George Sand. Nos referimos a la célebre escritora nacida bajo el nombre de Aurora
Doupin, que decide travestirse —perdiendo con ello sus privilegios nobiliarios de baro-
nesa— para poder vivir de manera más autónoma y acceder a otros espacios que su
carácter de mujer no le permitía. El escándalo de su decisión da nombre, primero como
un insulto y luego como una reivindicación, al “sandismo”, una tendencia de mujeres que
emulando las acciones de Sans comenzaron a vestir pantalones, ir a cafés de la bohemia
y, en algunos casos, a sostener públicamente relaciones lésbicas —a veces de manera esta-
ble, por ejemplo mediante los matrimonios bostonianos—. Estas mujeres serán catalo-
gadas en las primeras décadas del siglo xx por la medicina, los Estados y la criminología
como invertidas sexuales congénitas.
Kollontái comparte con las feministas de su tiempo la admiración por la figura
de Sand, y también al igual que sus contemporáneas hace hincapié en la importante rup-
tura de Sand con la vida marital burguesa, en la realización en su trabajo de escritura y
en su libertad amorosa, pero sin hacer ninguna alusión a su romance con la actriz Marie
Doval, sino exclusivamente a su tormentosa historia con Alfred de Musset. En este
punto, Kollontái no difiere de otros tantos lectores de la vida de Sand que menosprecian
los indicios de la relación con Doval, como si se tratase solo de una amistad, borrando
fragmentos de su correspondencia que serían autoevidentes para señalar cualquier rela-
ción amorosa heterosexual7. Debemos recordar, asimismo, que Kollontái escribe en un
momento donde la teoría de la invención de la lesbiana masculina aún estaba en ciernes
y donde el travestismo femenino estaba más inmediatamente asociado a formas de igua-
litarismo radical que a invisibilizadas opciones lésbicas (Gimeno). El discurso médico de
1890 fue el encargado de comenzar a unir “inversión sexual” y travestismo, pero la idea de
7. Como este: “Je ne peux vous voir aujourd’hui, ma chérie. Je n’ai pas tant de bonheur. Lundi, matin ou
soir, au théâtre ou dans votre lit, il faudra que j’aille vous embrasser, madame, ou que je fasse quelque
folie. Je travaille comme un forçat, ce sera ma récompense. Adieu, belle entre toutes” (Sand 65).
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La literatura de Kollontái y las tragedias de la educación sentimental
3. CONCLUSIONES
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Camila Arbuet Osuna
límites subjetivos de una revolución, incluso si estos arrojan una tragedia, ya que, más
allá del final nada será lo mismo desde el momento en que las mujeres pasen de objeto
a sujetos de sus propias tragedias; en el medio el reconocimiento como labor personal y
política, colectiva y solitaria, abre posibilidades que todavía se están explorando.
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ENTRE LA MIRADA FOTOGRÁFICA Y LA IMAGEN
FANTASMA: TRES AUTORRETRATOS DE AMANDA
BERENGUER
BETWEEN PHOTOGRAPHIC LOOK AND GHOST IMAGE: THREE
SELF-PORTRAITS BY AMANDA BERENGUER
DOI: http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.04
Resumen
En la poesía hispánica el autorretrato conoció su auge en el Barroco y el Modernismo.
Existe, además, una tradición femenina del género en la que sobresalen autoras como
Sor Juana y Delmira Agustini. En este trabajo se propone una lectura de tres poemas
de Amanda Berenguer (Montevideo, 1921-2010) en los que la poeta se autodescribe en
distintas etapas de la vida, mientras transita respectivamente su cuarta, sexta y octava
década. Su objetivo es confrontar las diversas estrategias de autofiguración que presen-
tan estos textos, atendiendo a los tópicos, isotopías y procedimientos derivados de las
tecnologías de la imagen que ellos manifiestan.
Abstract
In Hispanic poetry, the self-portrait reached its peak during the Baroque and Modernismo.
There is a feminine tradition of the genre, which includes such authors as Sor Juana and
Delmira Agustini. In this article, I propose an interpretation of three poems by Amanda
Berenguer (Montevideo, 1921-2010) in which the poet describes herself in different peri-
ods of her life: during her forties, her sixties and her eighties. The aim is to confront the
various strategies of self-figuration in these texts taking into account the topics, isoto-
pies, and procedures derived from the technologies of the image that they include.
Keywords: Latin American poetry, 20th Century, visuality, self-portrait, women’s poetry.
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María Lucía Puppo
“Yo no sé cómo podría pintarme a mí misma: cuando me miro en el espejo pongo tan poca
atención que los otros ven en mi rostro lo que yo aún no he percibido”(96). Apelando al no
saber y la inocencia de la niña, así comenzaba su autorretrato a los doce años Mademoiselle
de Rohan, según leemos en el Recueil des Portraits et Éloges en vers et en prose publicado
en París, en 1659. Las 912 páginas de este impreso demuestran que el autorretrato litera-
rio se había propagado en los salones franceses del siglo xvii como una moda literaria y
un divertimento social (Lafond 140), pero sabemos que este solo alcanzará su expresión
moderna un siglo después, en las Confesiones de Rousseau (Starobinski 72).
En su estudio Miroirs d’encre: rhétorique de l’autoportrait, Michel Beaujour recono-
ció antecedentes del género en los espejos medievales, que proveían una auténtica galería
de modelos y personajes ilustres. En pos de definir su estatuto, explicaba Beaujour que, a
diferencia de la autobiografía, el autorretrato verbal no propone una sucesión cronológica
ni una narración retrospectiva. Ofrece, en cambio, un speculum, un “espejo de sí” en el
presente, que remite al plano descriptivo y discursivo del lenguaje (29-41).
En tanto variante del retrato, el autorretrato presenta la misma tensión entre refe-
rencialidad o capacidad mimética, por un lado, y creación, ficcionalización o estetización
de los rasgos, por otro. Así, un estudio clásico como Autobiography as De-facement de Paul
De Man ponía el acento en la mediación de los tropos (la prosopopeya, la alegoría) que,
al modo de una máscara, contribuyen a crear una ilusión de significado (114-115). Todo
retrato superpone trazos, elabora, descarta, selecciona, subraya, transforma, de ahí que para
Jean Luc Nancy lo que se ofrece es, ante todo, una interpretación del retratado (L’Autre 22).
En la poesía hispánica, el autorretrato desarrolló una variante burlesca, como
es el caso del romancillo “Hanme dicho, hermanas” de Góngora. Entre las mujeres que
cultivaron este tipo de poesía se destacan como precursoras la extremeña Catalina Clara
Ramírez de Guzmán y la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. En estas poetas barrocas
se advierte un cuestionamiento y hasta una negación de la idea misma de representarse,
artilugio que traduce la dificultad para independizarse de un discurso hegemónico mas-
culino (Salgado 216).
Más de dos siglos después, el género alcanzó su esplendor en el Modernismo.
Bajo su estela, el “Yo soy aquel” de Rubén Darío o los famosos autorretratos en verso de
Julián del Casal y Antonio Machado exponían tanto una estética como una ética de la
escritura. Si volvemos la atención a la genealogía femenina, debemos recordar la sem-
blanza de sí que hace la cubana Luisa Pérez de Zambrana, en tanto que en el Uruguay
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Entre la mirada fotográfica y la imagen fantasma: tres autorretratos de Amanda Berenguer
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2. TRAZOS EN EL AGUA
Materia prima (1966) es el noveno libro de poemas publicado por Amanda Berenguer.
En él se hace oír una voz propia, experimentada en el oficio que, cada vez más, se aboca
al poema extenso como medio privilegiado de expresión (Puppo, “Zumba” 53). Allí se
incluye “Casa de belleza”, una composición que responde al subtítulo “Informe personal”,
conformada por nueve estrofas cuya extensión oscila entre tres y veinticuatro versos. En
el poema se hilvanan impresiones y asociaciones libres de la hablante, mientras describe
su imagen en el espejo, luego de haberse dado un baño. El comienzo introduce un tono
neutro que se corresponde con una mirada cuasi etnográfica:
Un metro cincuenta y cinco de pie
a la intemperie
cincuenta y siete quilos conservadores
por obra y cuenta de la gravedad
(de acuerdo a las tablas
hay lastre para arrojar
según el riesgo y la deriva
Julio Verne lo haría
en cinco semanas de régimen
aún hoy)...
(Berenguer, Constelación 225)
Luego de este primer plano entero, la visión realiza un paneo vertical. Se insiste en la per-
cepción descarnada (“me miro minuciosamente / sin lástima y doliéndome / querría ser
1. Amanda Berenguer perteneció a la llamada Generación del 45 o Generación Crítica, de la que tam-
bién formaron parte José Pedro Díaz, Ángel Rama, Ida Vitale, Idea Vilariño y Mario Benedetti. A lo
largo de más de seis décadas, desarrolló una vasta obra poética caracterizada por un constante amor
al riesgo y una lucidez incomparable para evaluar el presente personal, social y existencial.
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Entre la mirada fotográfica y la imagen fantasma: tres autorretratos de Amanda Berenguer
el más cruel el más / despiadado de mis observadores”), pero en todo momento la litera-
lidad descriptiva se combina con metáforas que aluden a la vida y el movimiento: “… la
estatura visible de las ganas”, “la extensión precisa de una fuente / de energía a término
/ la altura justa de un aparato / de vuelo consumiendo / combustible sin reserva” (225).
Con el sonido de fondo del secador de pelo, la poeta toma conciencia de estar
estrenando su cuarta década: “… ayer era joven hoy soy / como soy mañana seré vieja”. La
sexta y la séptima estrofa harán zoom en el cabello y el rostro, pasando por los rasgos con-
vencionales y destacando el detalle de la boca que vuelve única la fisonomía (Figura 1):
Aún distingo el pelo azul espeso
los ojos un tercio del ancho de la cara
color del iris castaño oscuro se diría negro
cejas conformes
nariz recta
la boca regular con las comisuras
caídas hago esfuerzos a veces
por subirles la sonrisa
estructura general armónica
y nadie ni las arrugas
ni las canas recientes que me asustaron
la primera vez porque vi
lo que no esperaba
y nada todo parejo uniforme
nublado ¿dónde estás?
¿soy yo? (227)
Figura 1. Portada de Amanda Berenguer, Dicciones, fotografía de Hermes Cuña, carátula diseñada e
impresa por Artegraf. Fonograma. Ayuí / Tacuabé, 1973.
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Más allá del tópico del paso del tiempo y cierto humor para abordar la propia coquetería,
lo interesante es que en este punto el autorretrato da un giro, pues pasa de considerar la
apariencia física a la pregunta por la identidad interna o profunda de quien se contempla.
Adviene entonces la búsqueda (“quizá haya más agito el agua turbia”) que hará brotar objetos
y circunstancias (“el motor la sonda el tajo”, “la máquina de escribir la fruta la cama”). En esa
enumeración se repiten dos sintagmas, “el humo” y “la niebla”, imágenes de lo evanescente,
de lo que no se puede apresar en el instante fijo del retrato. Finalmente, la última estrofa
clausura el ciclo descriptivo con el tránsito que va de la imagen reflejada a la mano palpitante,
del otro lado del espejo. Es “la mano / que escribe desde hace mucho”, aquella capaz de dejar
“una marca que no se repite / en un expediente de rutina”: de ese modo la paradoja sella la
singularidad, la firma original de una mujer que se estudia a sí misma y se define como poeta.
Hay además otro poema de Materia prima, “Tabla del dos”, que hace alusión
al cumpleaños número cuarenta. En este texto breve, también en primera persona, la
autora se autorrepresenta empoderada y feliz, sin esconder la satisfacción que le aportan
la maternidad y el conocimiento de su arte. Experimentándose poseedora del “cociente
aprendiz de brujo” (231), celebra el cruce de la frontera temporal como un pasaje de
ida a la segunda mitad de la vida. Aquí, claramente, la madurez resulta ganancia para la
escritura poética (Puppo, “Del gran árbol”).
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Entre la mirada fotográfica y la imagen fantasma: tres autorretratos de Amanda Berenguer
está sentada vestida de rojo escribiendo
mira de vez en cuando la ventana
la lluvia sobre el vidrio negro
le apuntan:
es un blanco perfecto (517)
3. En el lenguaje técnico, “la imagen fantasma” designa una “imagen transparente lograda mediante una
doble exposición, una impresión superpuesta de una imagen sobre otra, o el reflejo sobre la escena
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4. EL TRIUNFO DE LA SOMBRA
principal de un sujeto que se encuentra fuera del escenario por medio de un espejo de dos direcciones
colocado delante de la cámara” (Konisberg 269). Este recurso se empleaba frecuentemente en los
años cuarenta para crear la imagen de un espíritu o un fantasma, sobre todo en películas cómicas.
4. El sintagma bien podría ser una alusión a la trágica muerte de Agustini, sobre cuya obra y figura
Berenguer volvió en diferentes proyectos escriturales y editoriales a lo largo de su vida.
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Entre la mirada fotográfica y la imagen fantasma: tres autorretratos de Amanda Berenguer
de los roles de hija, madre, esposa, ama de casa y, más tarde, abuela, pero estas esferas de
acción siempre se combinan con el interés por los problemas de la ciencia, la búsqueda
filosófica, la reflexión metapoética, el trabajo lúdico sobre las formas y el compromiso
político. En un tono menor y jocoso, la serie “Estudio de arrugas: aportes para una cos-
metología” no llora la pérdida de la juventud (“Si consiguiéramos borrarnos una sola
arruga borraríamos parte de nuestro nombre”) y, en cambio, postula la imposibilidad
del retrato definitivo (“No sabemos realmente qué cara es la nuestra ni en qué estación
del recuerdo o de lo que deseamos podemos ubicarla”)5.
El tercer poema que examinaremos pertenece a la última colección de Amanda
Berenguer, La cuidadora del fuego, aparecida unos días antes de su muerte. Explica
Roberto Echavarren que él fue el encargado de “extricar” y ordenar los poemas que
Amanda había escrito a mano y desperdigado en siete cuadernos (165-166). En ellos la
poeta octogenaria llora la muerte de su esposo e intuye cerca la propia, en un lenguaje
directo y despojado que vehiculiza los recuerdos, las sensaciones y los sentimientos más
conmovedores6. El texto que nos ocupa se titula “Retrato en sombra”:
¿Una foto inquietante? ¿un espejo?
¿una imagen virtual contrastada
saliendo de la noche?
¿alegoría de la personalidad?
Presencia: mi cara – una cara de mujer
con lentes – que hojea un libro blanco –
se ven oscuras – esfumadas letras
en esa carátula que reconozco:
faz y libro sobre fondo negro impactante
que encuadra el espacio de los rasgos.
¿Quién está detrás promoviendo sombra?
¿Un alquimista? ¿Un mago fotógrafo?
Entre tanto – empecinado – el tiempo real
recorre – tantea mi rostro – y apenas
una sonrisa incolora – levísima –
lo cubre de vaporosa ironía.
Quedan los ojos – sólo los ojos en sombra
asomados a ese libro – levemente iluminado
5. Se trata de un texto conformado por sesenta y tres fragmentos en prosa que Berenguer compuso en
1986 y luego incluyó en la serie Con el tigre entre las cosas. Manual de aventuras domésticas (1986-1994).
6. El compañero de vida de Amanda Berenguer, el novelista y profesor José Pedro Díaz, falleció en 2006.
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Entre la mirada fotográfica y la imagen fantasma: tres autorretratos de Amanda Berenguer
5. PARA CONCLUIR
Como bien señala Nancy, todo retrato convoca a quien lo mira y le propone una cita con
“el trazo único de una desunión íntima” (Nancy, Le Regard, 82). Un pensador sutil como
François Cheng agrega que el encuentro con un rostro humano, así como el advenir de
la verdadera belleza, constituye siempre “un instante único”, novedoso, que “nunca sería
asimilable a un estado perpetuamente anclado en su fijeza” (22). Concebidos en dife-
rentes etapas de la trayectoria poética y vital de Amanda Berenguer, efectivamente los
tres autorretratos examinados reflexionan sobre la dialéctica de la identidad y el cam-
bio frente al paso del tiempo. Asimismo, hemos comprobado que en ellos se ensayan y
contrastan distintas definiciones de la poesía, que según los casos se presenta como una
marca única, aunque fugaz, al modo de una escritura sobre el agua; como un ejercicio
de focalización, autodescubrimiento y exposición de la propia intimidad, y por último,
como un lúdico y continuo lidiar con las fuerzas ocultas que potencian la libertad del
lenguaje y la creación artística.
7. Retomando una idea de André Bazin, David Oubiña señala que la fotografía y el cine nacieron unidos
al deseo de “momificar el tiempo”, como respuesta a la experiencia racional y estandarizada de este
que impone la vida en las ciudades capitalistas (35).
8. Cabe aclarar que el espejo nos revela una imagen invertida de nosotros mismos (Rosset 38-39), y
solo desde el ángulo que establecen nuestros ojos.
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9. José Pedro Díaz fue un acabado fotógrafo, como lo prueban las capturas que realizó durante el viaje
de la pareja a Europa a comienzos de los cincuenta. Algunas fotografías suyas fueron exhibidas en una
exposición organizada por la Biblioteca Nacional del Uruguay, en 2012.
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del mirar en saber” (Paz 123). Lejos de arribar a un retrato definitivo, ese saber-sobre-sí-
misma se traduce como una serie de apuntes o hipótesis provisorias arrojadas a la compli-
cidad silenciosa de los/as lectores/as. Como coda final, nos permitimos sugerir que, en
lo que concierne a la ficción de poeta de Amanda Berenguer, el asombro y la magia de la
vida le ganan la partida al ego.
Figura 3. Fotografía de José Pedro Díaz, ca. 1944. Archivo Díaz-Berenguer, Biblioteca Nacional de
Uruguay.
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SANGRE EN EL OJO: REFLEXIONES EN TORNO A
LA ENFERMEDAD, LA (POST)MEMORIA
Y LA ESCRITURA
SANGRE EN EL OJO: REFLECTIONS ON ILLNESS,
(POST) MEMORY AND WRITING
http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.05
Resumen
Lina Meruane presenta líneas de reflexión transversales en sus textos, que constituyen
las principales preocupaciones literarias y políticas de la autora chilena y conforman
la Weltanschauung de la nueva narrativa femenina chilena. Tales son la enfermedad, la
(post)memoria y la escritura, que serán analizadas en relación a la novela Sangre en el ojo
(2012), donde estos tres ejes se encuentran conectados a partir de dinámicas de resis-
tencia y subversión frente a lo hegemónico, trazando nuevas formas de experimentar el
cuerpo y la palabra, en un presente donde la reconstrucción del pasado es una acción
ética y estética urgente.
Abstract
In her texts, Lina Meruane presents transversal lines of reflection that constitute her prin-
cipal literary and political concerns and that define the Weltanschauung of the new Chilean
feminine fiction. These are, among others, illness, "(post) memory", and writing, which will
be analyzed in relation to the novel Sangre en el ojo (2012). Those three central concepts
are closely connected to dynamics of resistance and subversion against hegemony, and
they design new forms of experience the body and the word, in a present time where the
reconstruction of the historical past becomes an urgent ethical and aesthetic action.
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Sangre en el ojo: reflexiones en torno a la enfermedad, la (post)memoria...
1. INTRODUCCIÓN
Son varias las líneas de reflexión que se repiten como denominadores comunes en las obras
de la chilena Lina Meruane (1970), desde la publicación, en 1998, de Las infantas, su
primera obra. A partir de esta subversiva revisión de los cuentos infantiles tradicionales,
Meruane ha seguido la estela de temas como la infancia, la enfermedad, la necesidad de
lo que Nelly Richard llama una memoria crítica que se oponga al “desgaste, a la borradura
del recuerdo que sumerge el pasado en la indiferencia” (“La crítica de la memoria” 188), la
escritura y la razón de ser de la ficción en constante tensión con la realidad. Los personajes
que habitan sus relatos se caracterizan por encarnar la subversión frente a la norma con-
vencional: enfermedad frente a salud, el lado oculto de la infancia frente a la edulcoración
del universo infante, fragmentación frente a narración lineal, memoria frente a los discur-
sos que propician el olvido. Y, bajo todas estas narraciones, siempre un Chile latente que
quiere hacer emerger su historia, un Chile tan enfermo como los protagonistas de estas
ficciones, que busca verdades que solo el arte (desde los márgenes) parece poder propor-
cionar. Como afirma Bernardita Llanos, “las rupturas y profundas crisis sufridas por el país
en el ámbito político y social se han manifestado en la cultura, en el lenguaje y sus modelos
de representación, haciendo de sus creadores voces críticas y denunciantes de la violencia
militar y sus efectos en la ciudadanía y en la subjetividad” (Llanos, “Introducción” 29).
La literatura adquiere en Meruane un nuevo poder, una nueva misión, centrada
en proponer nuevas formas de comprensión de la realidad. Así, “ciertas escrituras buscan
y proponen alternativas que se plasman desde la total marginalidad o bien, aceptando
la participación en el mercado, trazan mediante su lenguaje trayectorias que buscan
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resistir tal imposición hegemónica” (Voionmaa, “La narrativa de Lina Meruane” 67) y
este propósito literario que aúna ética y estética parece conformar una Weltanschauung
similar en las escritoras chilenas que conforman lo que Juan Armando Epple llama la
nueva narrativa femenina chilena, con una gran cantidad de autoras que trabajan desde
una escritura “del desencanto” (Voionmaa, “La narrativa de Lina Meruane” 65) que
potencia la función crítica de la literatura. El desencanto forma parte igualmente de
la estética propia de la posmodernidad, momento en el que los discursos unívocos y
universales pierden vigencia y razón de ser. Nelly Richard habla de la posmodernidad
como un momento de crisis y ruptura de las certezas, donde el fragmento es la forma
(o no forma) por excelencia. A su vez, la posmodernidad en América Latina adquiere
cualidades diversas a las del modelo occidental dominante, ya que su historia se desa-
rrolla bajo el sello de la “marginación, dependencia, subalternidad, descentramiento”
(“Latinoamérica y la posmodernidad” 273).
El objetivo de este estudio es analizar la novela Sangre en el ojo de Lina Meruane,
considerada por Patricia Kolesnicov “una especie de thriller médico” (“Lina Meruane”)
a partir del triple eje enfermedad-memoria-escritura, como modo de observar la manera
en que estos tres conceptos están estrechamente relacionados. Así, la enfermedad fun-
ciona en la novela como disparador de memoria y ambas, a su vez, se relacionan con la
escritura, bien porque la imposibilitan, o bien porque la impulsan.
Sangre en el ojo relata las semanas en las que Lucina/Lina/Lina Meruane permanece
ciega a causa del estallido de unas venas en sus ojos, fruto de la diabetes que padece.
Lucina es una joven chilena que, tras haber partido hace años de su Santiago natal a
México y posteriormente a Madrid, finalmente está instalada en Nueva York con el
pretexto de realizar sus estudios de doctorado. La extranjería es un tema recurrente en
Meruane, enfrentando un nosotros a ellos. Ya desde el inicio de la novela se presenta a la
protagonista y a su grupo como latinos en EE. UU., con costumbres y modos de vida
diferentes a los de “esos gringos” (Meruane, Sangre 11). Los personajes de la autora sue-
len ser afuerinos, y esta extranjería se gesta en la infancia de la protagonista de Sangre en
el ojo, una infancia “dividida” (52) entre el norte y el sur, entre Nueva Jersey y Santiago
de Chile. El nombre de Lucina es el nombre que emplea su familia, junto con la forma
abreviada Luci, y también su “nombre oficial, el de los papeles” (37). Sin embargo, su
pareja la llama Lina y, según se dice, ha publicado varios libros bajo el nombre de Lina
Meruane, que se presenta como un “nombre inventado” (23).
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del decadentismo, y sus cuentos muestran un gran interés por lo macabro y las atmósferas
de terror. En ellos, el autor pretende llevar a cabo una crítica a las convenciones morales
burguesas, con una predominancia de temas sobre la muerte y el mal frente a la vida. En
la línea de lo fantástico, los cuentos de Palma elaboran espacios y acciones de apariencia
realista en los que irrumpe lo insólito. “Los ojos de Lina” presenta al teniente Jym de la
armada inglesa la noche anterior a su partida hacia San Francisco, cuando se reúne con sus
amigos para tomar licor y contar historias. Cuando llega el turno de Jym, este habla de su
mujer, Axelina (a la que él llama Lina), una joven noruega con unos sorprendentes ojos
embrujados: “Cuando Lina fijaba sus ojos en los míos me desesperaba, me sentía inquieto
y con los nervios crispados; me parecía que alguien me vaciaba una caja de alfileres en el
cerebro y que se esparcían a lo largo de mi espina dorsal; un frío doloroso galopaba por mis
arterias, y la epidermis se me erizaba” (Palma 55).
En numerosas ocasiones en el relato, los ojos de Lina se relacionan con lo maligno,
lo satánico. Así, se hace referencia explícita a Mefistófeles, quien parecía tener “su gabinete
de trabajo detrás de esas pupilas” (Palma 55). Cuando el narrador se compromete con
Lina, se aterroriza con la idea de pasar toda la vida junto a esos ojos y no puede evitar con-
tarle este miedo a la que será su futura mujer. Días más tarde, tras una convalecencia que ha
tenido a Lina en cama, el narrador va a visitarla y a ver los regalos de boda que van llegando
para los dos. Ella, en la penumbra de la habitación, decide darle su propio obsequio, el
regalo que muestra el amor que siente por él: en una cajita aterciopelada están guardados
sus ojos. Este acto muestra la prueba de amor, el sacrificio por amor desde una perspectiva
grotesca y aterradora, y será lo que tome Meruane para vertebrar su novela, donde explora
también la idea del amor incondicional, tan presente en la ficción universal, pero que aquí
muestra su otra cara. La idea del amor como sacrificio, donde uno de los amantes debe
realizar una ofrenda extrema se gesta desde el inicio de Sangre en el ojo, cuando la narradora
recalca en numerosas ocasiones la entrega de Ignacio a ella y las críticas que este recibe por
parte de sus amigos, que le repiten: “… no es tu novia sino tu soborno” (Meruane, Sangre
47). Y esta subyugación de la voluntad de Ignacio a los dictados de Lucina/Lina culmina
con la entrega de los ojos de aquel, después de sucesivas extorsiones emocionales por parte
de la enferma: “… eso que tú me entregarías nos uniría para siempre, nos iba a hacer iguales,
nos volvería espejos el uno del otro, para el resto de la vida y hasta de la muerte” (Meruane,
Sangre 167) o “Si no puedes comprometerte a darme lo que te pido, mañana no regreses”
(Meruane, Sangre 169), sentencias que remiten a los grandes amores incondicionales de
la historia de la literatura, llenos de pruebas y de sacrificios por parte de los amantes, quie-
nes en numerosas ocasiones solo logran vivir en paz después de la muerte conjunta. En
este caso, la entrega absoluta se da únicamente por parte de uno de los amantes, que vive
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subordinado a los deseos del otro. Es en este punto donde Lucina/Lina más claramente
deja ver su carácter demoníaco, la fuerza maligna que la posee y que la convierte en vic-
timaria, dando una vuelta de tuerca a la posición vulnerable de víctima. De este modo,
Meruane explora las formas de dominación sobre el otro, que aquí se ejercen a través del
cuerpo, algo que también ocurre en las políticas militares de la dictadura a las que se hace
referencia en la novela de manera más o menos velada. La víctima, en este caso, hace pro-
pias esas formas de dominación y las impone sobre el cuerpo del otro, subvirtiendo así los
patrones de control y sometimiento.
1. A partir de este momento, una vez analizado el desdoblamiento del personaje principal y sus impli-
cancias, el trabajo se referirá a Lucina/Lina como L.
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Pero centrando la atención en la ceguera, ¿qué es lo que esta genera? A partir del
estallido y de la sangre en el ojo, se produce una suerte de extrañamiento. De pronto las
cosas, a pesar de seguir siendo como eran, son desconocidas para L, quien las empieza a
percibir desde otro lugar. Los espacios comunes se vuelven peligrosos, posibles causantes
de diversos daños. A partir de la ceguera, su departamento (y el de sus padres en Santiago)
se convierte en pura esquina, en puertas con las que golpearse, en objetos con los que cor-
tarse, etc.: “… la casa entera está armada contra mí” (Meruane, Sangre 65). Del mismo
modo, el mundo exterior está compuesto únicamente de sonidos y ruidos, de recuento de
pasos, de elementos reconocidos a través del tacto, de los olores. Este extrañamiento no
solamente se aplica a los objetos del mundo, sino también a las personas, a quienes L no
puede ver, pero consigue percibir a partir de sentidos en los que antes no reparaba. Para
Javier Guerrero, “los impertinentes ojos de la protagonista no solo agudizan las funciones
de los otros sentidos sino que desconocen … la excepción que constituye la salud; su mal de
ojo reconoce la enfermedad como única posibilidad de vivir y, allí, su potencia” (Guerrero).
Ya desde Canguilhem, quien desde la filosofía y la historia de la ciencia repensó la manera
como se había reflexionado sobre la enfermedad hasta el momento, los límites entre salud
y enfermedad no se conciben como claramente establecidos, sino que más bien ambos
estados forman parte de un continuum: “Estar en buen estado de salud significa poder
enfermarse y restablecerse, es un lujo biológico” (Canguilhem 151). A su vez, la enferme-
dad establece su propia normatividad, su propia manera de vivir. Y esa nueva manera de
estar en el mundo será la que adopta L en el momento que pierde la visión.
Esta actitud de resistencia se relaciona con lo bélico, tal y como sucede con las metá-
foras militares instauradas en torno a las enfermedades. En concreto, como afirma Sontag,
aquellas surgidas a raíz de la epidemia del sida y el descubrimiento de los microorganismos
que actúan como invasores: “… habitualmente se describe la enfermedad como una invasora
de la sociedad, y a los esfuerzos por reducir la mortalidad de una determinada enfermedad
se los denomina pelea, lucha, guerra” (Sontag 111). Este mismo lenguaje en torno a la lucha
asoma en distintas ocasiones en la novela, como reflejo de la actitud de L respecto a la enfer-
medad: “… esa era una batalla y necesitaba ganar alguna” (Meruane, Sangre 80).
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todo para vigilar las dosis de insulina: “Y entonces yo me quedé sola con ellos, a mer-
ced de ellos, aterrada de la vigilancia que ellos llamarían cuidado” (Meruane, Sangre 75).
Vaggione y Aguilar hablan de que “cada epidemia es un avance más en la sociedad de con-
trol” (Vaggione y Aguilar) y este control no es solo externo, en el nivel de las políticas de
salud pública, sino también interno: el control médico penetra los cuerpos, extrae sangre,
toma radiografías, etc. Las intervenciones y controles reguladores de los cuerpos se desa-
rrollarán dentro del marco de lo que Foucault llamó biopolítica, que supone una invasión
y control de la vida en todas sus dimensiones. Dicho control se llevará a cabo a través de
“métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garanti-
zan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad”
(Foucault 141). Posteriormente, Roberto Esposito retomará el término foucaultiano de
biopolítica como “la implicación cada vez más intensa y directa que se establece … entre
las dinámicas políticas y la vida humana entendida en su dimensión específicamente bio-
lógica” (Esposito, “Biopolítica” 7), afirmando la relación intrínseca entre poder y bíos (que
establece la existencia de vidas biológicamente menos valiosas que otras), para plantear
una biopolítica afirmativa, es decir, aquella que se lleva a cabo en nombre de la vida y no
de la muerte. En este sentido, Esposito sigue la línea trabajada por Agamben en torno a la
nuda vida, aquella que siempre está expuesta a que se le dé muerte.
Esposito repensará la biopolítica partiendo de la reflexión en torno a los térmi-
nos inmunitas y communitas, afirmando que “la inmunidad no es una categoría que se
pueda separar de la de comunidad, de la que más bien constituye la modalidad invertida
y en consecuencia no eliminable” (Inmunitas 28). Esta confrontación entre inmunitas y
communitas se corresponde a la trabajada por Agamben en relación a zôe y bíos, donde
la primera forma parte de la segunda bajo la forma de la excepción (idea que también
Butler tomará para establecer el concepto de exterior constitutivo). El planteamiento
de Esposito encuentra su reflejo en la presencia de la enfermedad y lo que esta significa
en Sangre en el ojo, donde el estallido supone la ruptura de un equilibrio que necesaria-
mente se tratará de restablecer. A su vez, la amenaza latente de la enfermedad (ya sea
la de la ceguera o la de las enfermedades contagiosas) se sitúa siempre en una frontera
“entre el interior y el exterior, lo propio y lo extraño, lo individual y lo común” (Esposito,
Inmunitas 10), espacio en el que se moverá constantemente L como enferma que “ame-
naza el ambiente inmediato ya que su cuerpo está marcado por la promesa de extender
su novedad. El miedo radica en devenir Otro, transformarse en un cuerpo ajeno, vol-
verse irreconocible para sí mismo y para la sociedad” (Guerrero y Bouzaglo 11).
Por último, esta idea de Esposito puede relacionarse con el trabajo que Jean-Luc
Nancy lleva a cabo en El intruso, concepto entendido como aquello que “se introduce por
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fuerza, por sorpresa, por astucia; en todo caso, sin derecho y sin haber sido admitido de ante-
mano” (Nancy 11). Tal será el caso de la ceguera para la protagonista de la novela de Meruane.
El control del cuerpo de L llega a tal punto que Lekz, su oftalmólogo, le prohíbe
mantener relaciones sexuales, ya que el movimiento y la tensión podrían provocarle un
nuevo estallido en las venas. De este modo, el control médico se extiende al deseo. Frente
a esta restricción, en lugar de acatar la norma, L inventa nuevas formas de deseo que sub-
vierten los patrones normativos: “Empecé por poner mi lengua en una esquina de los pár-
pados, despacio, y a medida que mi boca se apropiaba de sus ojos experimenté un deseo
despiadado de chuparlos enteros, intensamente, de hacerlos míos en el paladar como si
fueran pequeños huevos o huevas enormes excitadas, endurecidas” (Meruane, Sangre 89).
Pero el ojo como objeto de deseo no se limita únicamente al órgano ocular en sí,
sino que este se adueña del cuerpo e Ignacio se vuelve una especie de cuerpo-ojo. Así,
L hablará de su “grueso párpado de piel rugosa y secreta” (Meruane, Sangre 89) dentro
del cual está “ese ojo ciego, redondo y suave” (89) que, al ser introducido en la boca de
L, derrama una lágrima. También el cuerpo de L se convertirá en un cuerpo-ojo, donde
“los pezones que eran los ojos abiertos de mi pecho” (89) o “estos diez dedos que tienen
ahora sus propios ojos sin párpados en la punta” (108) son su forma de comunicación
con el exterior, los puntos a través de los que puede percibir la realidad ante la falta de
visión. Vaggione y Aguilar hablan precisamente de esta potencia de la enfermedad como
la posibilidad de apertura para vivir el cuerpo de manera distinta, haciendo así estallar la
norma. El deseo voraz que L siente por los ojos ajenos, especialmente por los de Ignacio,
la lleva también a experimentar una nueva manera de ver (o de imaginar que ve), como
forma de experimentar su cuerpo, a través de ojos que no son los suyos.
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todo su cuerpo y, de manera general, a la nación chilena. Para Nelly Richard, “lo ‘nacio-
nal’ —extensión simulada de lo ‘familiar’— no es sino una parodia de unidad hecha de
cuerpos lesionados y de identidades truncadas” (“Imagen-recuerdo y borraduras” 168),
donde “familia y nación son categorías desintegradas físicamente y simbólicamente, que
hoy carecen de los vínculos reparadores de una narrativa solidaria” (“Imagen-recuerdo y
borraduras 168). Esta desintegración nacional y familiar se debe al silenciamiento y a la
homogeneización de voces que se impuso en la transición, abogando por una consigna
del olvido y un control férreo sobre los discursos de la memoria para asegurar que “nin-
gún descalabro de sentido, ninguna estridencia de voz altere el trazado regular de sus
pactos de entendimiento” (Richard, “La crítica de la memoria” 189).
En un momento L habla de ese “Chile que era yo” (Meruane, Sangre 106), haciendo
explícita la extrapolación de su cuerpo a Chile. Este hecho implica también la familia mencio-
nada por Richard como núcleo central de la nación chilena y que, por tanto, conforma igual-
mente un cuerpo enfermo. El fracaso de la familia como núcleo es un motivo recurrente en la
narrativa chilena de los últimos años y, si bien no constituye un elemento central en Sangre en
el ojo, sí aparece de manera transversal en las referencias que se hacen a la relación de L con su
familia. Es en este punto donde Meruane se diferencia, como se comentaba al inicio del trabajo,
de autoras como Diamela Eltit, integrando una nueva generación y un nuevo proyecto literario,
distanciado de los acontecimientos históricos, pero fuertemente influenciado por los mismos.
Este sería el grupo que, en lugar de la memoria, trabaja la posmemoria. Para Bernardita Llanos,
los actores de la posmemoria constituyen “subjetividades nomádicas donde el sujeto instala una
narrativa autobiográfica que a partir de su posición de hija cuestiona las ideologías patriarca-
les y revolucionarias a través de sus efectos en los vínculos afectivos, la familia y la identidad”
(“Políticas del afecto” 221). Claudia Martínez Echeverría analiza la historia familiar en relatos
de autoras chilenas de la generación de Meruane y afirma que se trata de “una generación que
debió aprender a vivir con verdades a medias, con familias a medias” (Martínez Echeverría 72),
lo cual explica hasta cierto punto la presencia de este tema en la narrativa. En el caso de L, los
lazos familiares que la unen a sus padres y a sus hermanos se encuentran tan enfermos como
ella, y esta enfermedad se debe a dos hechos que atañen al espacio personal, familiar y al espacio
público, político, que en un punto devienen indisociables.
Pero, a su vez, la desintegración de los lazos familiares se debe a la situación polí-
tico-social que la transición generó en Chile, donde la reunificación familiar y, en gene-
ral, nacional se volvió imposible por una polarización ideológica que insistió en enterrar
el pasado, pero que no consiguió olvidarlo. De este modo, no solo la familia, sino Chile
como país se vuelve un país enfermo, condenado, por un lado, a la “sangre en el ojo”, es
decir, al resentimiento y a los deseos de venganza gestados a partir de la irrupción del
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3. EL ESTALLIDO DE LA MEMORIA
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de la memoria; el viaje a Chile y la descripción de las huellas del pasado que hace L conforman
el archivo de una memoria colectiva de todos los chilenos “estropeados” como ella. Richard
propondrá ir más allá del documento y del monumento, pues “el monumento y el documento
tienen el mérito de convertir a la memoria en una referencia colectiva que hace de cita para el
recuerdo público” (“La crítica de la memoria” 191) y “para evitar esta fijeza del recuerdo, la
memoria debe seleccionar y montar, recombinar, los materiales inconclusos del recuerdo, expe-
rimentando sin cesar nuevos enlaces fragmentarios entre sucesos y comprensiones” (191). Al
fin y al cabo, la recuperación de una memoria no fosilizada se torna una cuestión ética y estética,
y un “presente urgente y necesario” (Voionmaa, “La narrativa de Lina Meruane” 67).
Resulta interesante observar cómo L percibe la ciudad de Santiago desde lo que se
llama la memoria visual, como modo de reconstrucción desde la ceguera. Y esta idea puede
relacionarse con la paradoja de la presencia/ausencia de Ricoeur, para quien existen dos moda-
lidades de la ausencia: lo irreal (lo fantástico, lo imaginario, la utopía) y lo anterior (anterior al
recuerdo que tengo ahora, al relato que ahora construyo). Ambas se superponen e interfieren
constantemente y “es difícil desbrozar lo anterior de lo imaginario, dado que nuestros recuerdos
se presentan en forma de imágenes” (Ricoeur 25). Meruane, en una entrevista concedida a Ana
Rodríguez para The Clinic, hace alusión a la idea de la ceguera y la escritura como vínculo que
reconstruye la realidad desde el recuerdo que de esta se tiene: “… todos los escritores trabaja-
mos a ciegas, todo está reconstruido, y en la medida en la que reconstruimos nada puede ser
verdadero” (Meruane, “Las enfermedades”). Así será como L percibe su ciudad natal, a partir
de imágenes que guarda en su memoria, pero que ya no se corresponden con la realidad. Estas
fotografías mentales remiten a la cuestión de la destemporalización de la imagen fotográfica,
que “comparte con fantasmas y espectros el ambiguo y perverso registro de lo presente-ausente,
de lo real-irreal, de lo visible-intangible, de lo aparecido-desaparecido, de la pérdida y del resto”
(Richard, “Imagen recuerdo y borraduras” 166). Las fotografías mentales de Santiago inmorta-
lizan una presencia que está ausente, una realidad que dejó de existir. Esta ausencia puede rela-
cionarse también con los desaparecidos de la dictadura, a quienes se menciona explícitamente
en la novela: “De sa pa re ci dos, dijo, y yo pensé esa palabra gastada deseando por un momento
también desaparecer” (Meruane, Sangre 57).
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chileno y las ruinas que este dejó, y la enfermedad y los cuerpos residuales, marginales,
que esta genera. Todo ello expresado a través de un lenguaje que va en pos de la verdad,
siempre en la tensión entre memoria y desmemoria, que indaga en los entresijos y en los
márgenes de su estructura para lograr representar lo no dicho, aquello donde se oculta
la historia de ese Chile enfermo y de sus cuerpos estropeados. Un lenguaje, en fin, que
“pone en jaque el género literario y lo abre a un derrame crítico, a la pregunta sobre las
fronteras de lo literario y sobre las políticas discursivas” (Santa Cruz 91).
La bancarrota o el derrame del lenguaje lleva implícito el rechazo hacia la “retórica
histórica consensual” (Blanco, et al. 12), siendo imprescindible para ello la conformación
de un nuevo sujeto político que se sitúe como testigo distanciado de los hechos. “Estas
nuevas generaciones postulan un “trabajo de memoria” disidente y emancipatorio del de
las claves de interpretación heredadas” (12). Es por eso que se puede hablar de una nueva
visión, de una nueva hermenéutica reconfigurada por estos nuevos agentes políticos y cul-
turales, que arrojan una perspectiva renovada sobre la memoria, materializada en una nece-
saria y urgente nueva poética. En este punto el proyecto literario de Meruane da un paso
más allá de sus antecesores, integrantes de la escena de avanzada.
Esta nueva poética es la poética del desarme, del derrame, y surge con las “nuevas
configuraciones discursivas del pasado hechas por los actores secundarios, los postergados
en la negociación transicional por el protagonismo político e institucional de sus mayores”
(14-15). Es decir, la escritura del desarme está íntimamente ligada al proceso de recupera-
ción de la memoria que, en este caso, deviene posmemoria, término que conviene utilizar
en el caso de Meruane, así como en el de los artistas que integran su generación, debido a
que se trata de los actores secundarios de la historia, es decir, los que en el momento de la
dictadura eran niños y adolescentes; para Blanco, et al., “sujeto doblemente distanciado.
Por una parte, de los hechos acaecidos y, por otra, de los relatos producidos alrededor de
estos por los protagonistas inmediatos y mediatos” (11). Estas generaciones se desligan
de los discursos de memoria y de olvido establecidos, para crear una memoria alternativa
y disidente, una memoria emancipada. Voionmaa habla de “nuevas formas de recordar
que alteran el evento mismo que se trae de regreso y su pervivencia en nuestro presente”
(“Formas de volver” 55). En el caso de Sangre en el ojo, la memoria emancipada surge a
partir de la enfermedad, en un cruce constante entre historia y biografía, como modo de
construir el relato de la memoria desde una perspectiva marginal y nueva que, a su vez, hace
de la novela un texto social y político.
Para estas generaciones construir su relato es producirse como sujetos en un
relato de vida cuyos materiales provienen de la intersección entre sus múlti-
ples identidades y circunstancias. Son formatos que ensayan otras formas de
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Nerea Oreja Garralda
Sangre en el ojo traza un recorrido por la memoria histórica chilena a partir del estallido
de la enfermedad y la investigación en torno a la escritura. El triple eje que se ha analizado
en los apartados anteriores suma una nueva experimentación de Meruane sobre el tema,
trabajado en lo que algunos ya consideran una trilogía: Fruta podrida, Sangre en el ojo y
Viajes virales. Estas tres miradas, que engloban ficción y ensayo, reflexionan sobre las secue-
las del pasado, tanto histórico-político como enfermo (siempre ligados en la narrativa de
la autora) en el presente de los personajes y de la sociedad, donde las políticas neolibera-
les establecen un control férreo sobre los cuerpos bajo la consigna de la salud a cualquier
precio. Ante estos dictámenes hegemónicos, Meruane explora las alternativas del cuerpo
enfermo: ¿Rebelarse contra la norma, dejarse morir y vencer por la enfermedad o hacer lo
indecible por ser uno más en el reino de la salud? Sea una u otra la decisión que los perso-
najes tomen, siempre subyace la brutalidad del sistema capitalista, donde el cuerpo es una
mercancía más, un objeto más de valor con el que la medicina experimenta y el cual deja de
ser propiedad del individuo para convertirse en una cuestión de Estado.
La literatura no puede, por tanto, seguir una estructuración y una construc-
ción narrativa convencional, sino que debe desarmarse, ponerse en crisis para volver a
hacerse, de tal modo que pueda representar la crisis de la memoria, la de los cuerpos y
la de un presente en el que lo lineal ya no tiene cabida, y la polifonía, el desorden y la
interrupción constante conforman una nueva poética.
Esta nueva poética, esta narrativa o escritura del desarme, eje central que articula en
sí los ejes de la enfermedad y de la memoria, nace de la urgencia por llevar a cabo un trabajo
de memoria crítica que revise el pasado desde la perspectiva de los actores secundarios. En el
caso de Meruane, la posmemoria se teje siempre en la intersección con la enfermedad, recor-
dando los hechos a partir de esta. El sujeto enfermo, por tanto, encarna el cruce entre la his-
toria y la biografía, volviéndose sujeto político, un testigo distanciado de los hechos y de los
discursos establecidos, que crea una memoria igualmente distanciada, emancipada.
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Sangre en el ojo: reflexiones en torno a la enfermedad, la (post)memoria...
A su vez, el lenguaje que construya este nuevo discurso será un lenguaje que vaya
siempre en pos de la verdad, siempre en la tensión entre memoria y desmemoria, con
el único fin de representar lo no dicho, aquello que las políticas del olvido silenciaron.
La escritura en Sangre en el ojo excede sus propios límites, se derrama, entra en
crisis para, desde una distancia privilegiada, volver a armarse a través de una estética des-
armada, residual y estropeada. Una nueva poética que da voz a los silenciados.
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LA HISTORIA FEMENINA NEGRA O LA HERSTORY
NEGRA: FE EN DISFRAZ DE MAYRA SANTOS-FEBRES,
LECTURA Y REESCRITURA DE LA HISTORIA DESDE
Y PARA LAS MUJERES AFRODESCENDIENTES
THE BLACK FEMALE HISTORY OR THE BLACK “HERSTORY”: READING
AND REWRITING OF HISTORY FROM AND FOR WOMEN OF AFRICAN
DESCENT IN MAYRA SANTOS-FEBRES’ FE EN DISFRAZ
DOI: http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.06
Verónica Peñaranda-Angulo*
Universidad del Valle, Colombia
Resumen
El siguiente artículo analiza la novela Fe en disfraz (2009) de Mayra Santos-Febres como una
historia femenina —herstory— afrodiaspórica y latinoamericana a partir de las subjetividades
representadas por la protagonista y los documentos históricos de las mujeres esclavizadas
que ella estudia. A través de las ideas de Hazel Carby sobre la necesidad de escribir historias
más cercanas a las experiencias femeninas negras, se argumenta que la novela de la escritora
puertorriqueña es un ejercicio literario que da voz a los sujetos femeninos racializados, colo-
niales y postcoloniales, para recuperar, reescribir y descolonizar su historia y su corporeidad.
Abstract
The following article analyzes Mayra Santos-Febres´s novel Fe en disfraz (2009) as a female
Afrodiasporic and Latin American history —herstory—, based on the subjectivities represen-
ted by the protagonist and the documents on slaves that she studies. In this analysis, using
Hazel Carby´s ideas regarding the need to write stories closer to the feminine experiences
are necessary, I argue that the novel by the Puerto Rican writer is a literary exercise that gives
voice to the racialized, colonial, and postcolonial female subjects, in order to recover, rewrite,
and decolonize their history and their bodies.
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Verónica Peñaranda-Angulo
1. LA HERSTORY NEGRA
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Toni Morrison aseguró una vez, en una entrevista que le hicieron sobre su novela Love,
que la memoria es también ficción. Ella lo señalaba porque recordamos en un orden
sugerente y seleccionamos aquello que queremos contar, pero también es ficción porque
cuando los vacíos son tan determinantes es necesario inventar. Esa misma lógica enca-
minó a Mayra Santos-Febres hacia la reconstrucción literaria de los textos-denuncias de
las esclavizadas negras que estudian los protagonistas.
Estas denuncias judiciales, principales documentos de la investigación de Fe
Verdejo, son en realidad una estrategia de ficcionalización e imitación hecha por la autora
de la novela a partir de algunos archivos existentes sobre mujeres negras en la Colonia:
la investigación sobre el personaje histórico de Xica da Silva de la historiadora brasilera
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Verónica Peñaranda-Angulo
Júnia Ferreiro Furtado, Chica da Silva e o contratador dos diamantes: o outro lado do
mito, la tesis de Maestría en Historia de la University State of New York (Albany), Slave
Women in Costa Rica During the Eighteenth-Century de María de los Ángeles Acuña y
el texto “Demandas judiciales de las mujeres del siglo xix cubano” de Digna Castañeda
Fuertes. Con la emulación de estos archivos la autora expone una de sus principales pre-
ocupaciones y búsquedas en la escritura de esta herstory negra: la ausencia de narrativas
de la esclavitud en América Latina y el Caribe hispano. Tal como lo enuncia Martín
Tirado, el protagonista-narrador:
Oludah Equiano, Harriet Jacobs, Mary Prince, Frederich Douglass, esclavos
con nombres y apellidos, contaron el infierno de sus vidas bajo el yugo de la
esclavitud. En español, por el contrario, fuera de las memorias del cubano
Juan Manzano o del testimonio Cimarrón de Miguel Barnet, no existe nin-
guna narrativa de esclavos; menos aún, de esclavizadas. (Santos-Febres 23)
En este acto de invención del pasado, Santos-Febres propone a la ficción como un ele-
mento para recuperar la historia de los descendientes de la trata negrera. Al imitar el
formato de la denuncia judicial se difuminan los límites entre lo real y lo imaginario. El
documento histórico se complementa con el literario para intentar entender la realidad,
de la misma forma propuesta por Hayden White en la que se concibe a “la “ficcionaliza-
ción” de la historia como una “explicación” (139).
Las denuncias, situadas en los capítulos iii, v, vi, viii y xii, cumplen principal-
mente con dos funciones: primero relatar varios tipos de violencia de una sociedad y
un sistema económico inhumano, sexista y racista sobre los cuerpos de las mujeres afro-
descendientes, y segundo reconocerlas como sujetos portadores de derechos, ya que la
mayoría de los documentos describen cómo estas mujeres se reconocen como agencia al
acudir a un estamento legislativo para hacer algunas exigencias.
Algunos de aquellos papeles narraban cómo esclavas manumisas de diversas
regiones del imperio lusitano y del español lograron convertirse en dueñas de hacienda.
Otros tan solo recogían testimonios de “abusos”, en los cuales las esclavizadas pedían
amparo real. Encontró, además, documentos de condena por el Santo Oficio, declara-
ciones de tormentos y castigos. Mariana Di Moraes, Diamantina, la mulata Pascuala, los
testimonios se sucedían uno tras otro. Relataban estupros y forzamientos con lujo de
detalles. Su contenido sexual era particularmente violento (Santos-Febres 22).
Así, las narraciones no solo describen a estas las mujeres como víctimas, sino como
sujetos resistentes capaces de acceder a pequeñas esferas de su humanidad. El trabajo de fic-
ción de los documentos históricos explora zonas oscuras —que por mucho tiempo se ali-
mentaron del silencio— de lo que ha significado para los sujetos y los cuerpos femeninos
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1. Otros textos narrativos contemporáneos en los que se relatan herstories negras latinoamericanas son:
Las esclavas del Rincón (2001) de Susana Cabrera; Um defeito de cor (2006) de Ana María Gonçalves; The
Hanging of Angelique (2006) de Afua Cooper; Las Negras (2013) de Yolanda Arroyo Pizarro; San Andrés:
A Herstory (2014) de Keshia Howard, y Afuera crece un mundo (2016) de Adelaida Fernández Ochoa.
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Las dos primeras estrategias narrativas que ubican a Fe en disfraz dentro de lo que
podría definirse como una historia femenina o herstory negra se centran en la impor-
tancia del sujeto específico y su historia. Sin embargo, estas son solo el punto de
partida de lo que implica historiar la feminidad negra desde y para las mujeres afro-
diaspóricas, latinoamericanas y caribeñas.
Al leer el pasado colectivo de Fe Verdejo en los documentos de las esclavizadas se
puede interpretar que lo que constituye su memoria colectiva es el cuerpo:
—¿A quiénes se habrían parecido esas mujeres?
—¿No es obvio, Martín? Se parecían a mí.
Me quedé mirando a Fe, en silencio. Curiosamente, nunca antes me había dete-
nido a pensar que sus esclavizadas se le parecieran. Que ella, presente y ante mí,
tuviera la misma tez, el mismo cuerpo que una esclava agredida hace más de
doscientos años. Que el objeto de su estudio estuviera tan cerca de su piel. (53)
La cita anterior señala al color piel como el elemento común entre Fe y las esclavizadas,
dejando claro que para las mujeres negras afrodiaspóricas la memoria está escrita en el
cuerpo, pero ¿de qué da cuenta esa memoria? Para Silvia de Lima el cuerpo femenino
afrodescendiente arrastra las historias oficiales y no oficiales (24) y para Katsí Rodríguez
este está marcado por la accesibilidad y explotación (laboral o sexual), ya que en él con-
vergen el racismo y el sexismo:
Todo buen análisis de estas interdependencias en las experiencias de opre-
sión de las mujeres negras debe encontrar su génesis en la institución de la
esclavitud africana y en el colonialismo como maniobra estratégica ligada al
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Verónica Peñaranda-Angulo
complejiza aún más cuando los sujetos portadores no son reconocidos como individuos en
un discurso oficial. Para las mujeres esclavizadas esta sexualidad es espejo del sometimiento:
La maldición que pesa sobre el papel sexual parece estar asociada tanto a las
religiones como una filosofía de la voluntad de poder que entiende la reali-
dad esencialmente como reacción y producción, trabajo y dominio, y que se
remonta a los propios orígenes de la filosofía del Estado. Esta herida es más
honda, más dolorosa y grave en la mujer. El dolor y la esclavitud constitu-
yen parte esencial de su experiencia en cualquier tiempo y son pocas las que
logran escapar a la dificultad y la desgracia. (de Solís 155)
Santos-Febres elabora una sexualidad femenina racializada para reflejar las consecuencias
de la colonialidad sobre los cuerpos. A diferencia de las mujeres blancas, ninguna de las lla-
madas negras es considerada como asexual. Antonia Granda y Balbín, ama de Diamantina,
por ejemplo, es enfermiza e infértil (Santos-Febres 28), y aunque esta última característica
no es sinónimo de asexual, en el contexto de la denuncia sí lo es, ya que el acto sexual era
visto como reproductivo. También, Agnes, exnovia de Martín Tirado, recrea una situación
semejante. Son pocos los detalles de sus encuentros eróticos, que por lo demás se interrum-
pen constantemente. En su primera visita a Martín en Chicago no hay una sola alusión a
lo sexual, y aunque él pretenda posteriormente “cyber-encuentros”, ella siempre responde
con evasivas que muestran su actitud frente al sexo:
Yo, a mil millas, miraba a Agnes, aguantando la respiración. Agnes detenía el
juego justo en la comisura de su pubis.
—Ábrete.
—No, ya está bueno.
—Ábrete, vida, por favor. Déjame ver.
—Te estás pasando.
Lo demás eran súplicas y negativas, cambios de tema y frustración. Apagaba
el Skycam, despidiéndome de Agnes en medio de suspiros (Santos-Febres 36)2.
Esta configuración diferenciada de la sexual en el sujeto femenino obedece a que si la
mujer era una normal, entiéndase por ello sometida, no tendría sexualidad y sería que
representarse con rasgos débiles propios de la enfermedad. En cambio, si se le reconocía
sexualidad era portadora de rasgos propios del vicio, los bajos instintos y la prostitución
(de Solís 155). Así, las mujeres negras afrodescendientes, únicas portadoras de sexuali-
dad en Fe en disfraz, son, en la voz de Antonia Granda y Balbín, ama de Diamantina,
“callejeras de la calle, como acostumbran las que son de su clase… las negras, personas
2. Es verdad que en el capítulo xiii se describen encuentros sexuales con Agnes, pero están permeados
por la imagen y los recuerdos que Martín tiene de los encuentros y el cuerpo de Fe.
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Verónica Peñaranda-Angulo
Tirado— remedien “esa pelea muda” (76) entre la razón y el cuerpo, sanen esa herida de
la que ambos son víctimas.
La reescritura de la memoria no solo se plantea en términos historiados, sino en
la vida cotidiana de los personajes. En esta herstory negra también se describen nuevas
formas de identificación suscitadas por las dinámicas de migración y globalización con-
temporáneas, además de redimensionar los otros cuerpos que se construyeron a partir
de la imagen femenina afrodescendiente, tales como el estereotipo del hombre blanco
abusador. Tanto Martín como Fe deben olvidar aquello que los ha escrito, el lenguaje
que los ata al pasado. “Haré que mi dueña olvide quién ha sido. Historiadora famosa,
aprendiz de monja, niña vejada. La haré sudar su vergüenza hasta que brame sin palabras
desde el otro lado de su miedo, desde el otro lado de su soledad” (115).
Fe en disfraz de Mayra Santos-Febres promueve un compromiso que incluye la
apropiación de los cuerpos femeninos para despojarlos de lo que han sido. Tal como
lo propone Carby, la escritura de esta herstory presenta a la mujer negra como sujeto y
objeto activo de su investigación, a tal punto que se permite reconfigurarse por fuera de
los órdenes coloniales propios de la historia hegemónica.
5. CONCLUSIONES
Presentar a Fe en disfraz como una herstory negra reconoce la apuesta narrativa y teórica que
Mayra Santos-Febres expone en la figura de Fe Verdejo, protagonista de la novela, quien
encarna la historia individual y colectiva de las mujeres afrodescendientes en América
Latina y el Caribe hispano. Fe, mujer afro, contemporánea, educada, contraria a lo que
los imaginarios coloniales-patriarcales proponen sobre los cuerpos de las mujeres “otras”,
será la encargada de releer y reescribir su historia y la de todos sus ancestros femeninos.
Las referencias históricas reales en los documentos de las esclavizadas actúan como factor
legitimador en el proceso narrativo, primero porque incluyen una de las pocas tipologías
textuales de las historias femeninas afrodescendientes en Latinoamérica y el Caribe his-
pano, y segundo porque al estar convertidas en ficción exponen la necesidad de escribirlas.
Su grandeza consiste en ser verosimilitud y verdad en proporciones distintas.
La ficción de la obra desentierra una historia mutilada, lo ficcional es un meca-
nismo usado por la autora —he aquí uno de sus mayores logros— para nombrar el
olvido. El arte se propone como mediador para la invención de una forma expresiva que
procure la devolución del pasado arrebatado, la posibilidad de contar desde otros focos
que no correspondan al orden colonial. Las denuncias son lenguaje(s) y memoria(s),
relación directa con el pasado, respuesta ante la ausencia, la herstory capaz de contar
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La historia femenina negra o la herstory negra: Fe en disfraz de Mayra Santos-Febres...
frente a Fe, quien debe usar el cuerpo para encontrar el pasado que desconoce y el len-
guaje que nombre su herida causada por el silencio.
En Fe en disfraz el cuerpo es una parte ineludible del sujeto que ubica los lugares
físicos, políticos y sociales en los que se emiten los discursos. La colección “Esclavas
manumisas de Latinoamérica” describe el universo que configura la imagen femenina
afrodescendiente y que limita las relaciones con el cuerpo y la voz por parte de Fe. Sin
embargo, el descubrimiento de este dato histórico, su entrada a la academia y la reflexión
por parte de los protagonistas, en razón de las identidades impuestas de las que son por-
tadores, serán la puerta hacía la libertad.
La novela estudiada intenta llenar el vacío que deja la historia, nombrar la herida
que se abre paso ante el silencio. Las denuncias de las esclavizadas en la novela, recons-
truidas o inventadas por la autora, ofrecen la obra como semilla o invocación para que
eclosionen todas las memorias de la esclavitud escritas en español. Ese es el acto de “fe”
que Mayra Santos-Febres entrega con la escritura de una novela como Fe en disfraz.
Mayra sabe que en algún lugar ese pasado sigue escrito, escondido en silencio, corroído
por el tiempo, quizás en cualquier museo del mundo, ocultando en el papel las historias
que alguna vez fueron solo de la piel.
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Verónica Peñaranda-Angulo
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HACIA UNA (RE)VOCALIZACIÓN DEL TRAUMA:
UNA CRÍTICA A CARUTH DESDE LA ÉTICA DE LA
ESCUCHA
(RE)VOCALIZING TRAUMA: READING CARUTH THROUGH THE
ETHICS OF LISTENING
DOI: http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.07
Resumen
Este artículo revisa críticamente el argumento sobre el imperativo ético del testimonio
que Caruth plantea en Unclaimed Experience para mostrar cómo su formulación supone
una devocalización del trauma que compromete la comprensión de la escucha que dicho
imperativo exige. A partir de la ontología de la voz de Cavarero y de las reflexiones de
Nancy sobre el sentido de la escucha, propongo que el compromiso ético del testimo-
nio no se deriva de una impotencia epistemológica, sino de la estructura vocal y aural
que la enmarca, razón por la que su llamado debe entenderse como un imperativo de
resonancia.
Palabras clave: teoría del trauma, testimonio, voz acusmática, escucha, resonancia.
Abstract
This paper critically revisits Caruth’s argument on the ethical imperative of testimony as
it is stated in Unclaimed Experience. It shows how its formulation implies a devocaliza-
tion of trauma that shapes her understanding of the act of listening that this imperative
demands. In light of Cavarero’s “ontology of vocal uniqueness” and Nancy’s reflection
on the sense of listening, I argue the ethical commitment underlying the act of bearing
witness does not stem from an epistemological impotence but rather from the vocal and
aural structure framing it, which ultimately implies testimony should be understood as
an imperative of resonance.
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 117-133 ···117···
Juan Diego Pérez
En las últimas dos décadas, la teoría del trauma ha encontrado en las contribuciones de Cathy
Caruth un referente imprescindible para la comprensión del fenómeno psíquico de la super-
vivencia, y de las posibilidades de su narración en el testimonio, anclada en las intersecciones
entre el psicoanálisis y el posestructuralismo. Como sugiere su título, en la introducción a
Listening to Trauma, Caruth ubica el desafío teórico que supone la experiencia traumatica,
tanto para el sobreviviente como para sus testigos secundarios, en el marco de la necesidad de
aprender a escuchar un lenguaje que habla desde más allá de sus conceptos (xiii). El lenguaje
del trauma, afirma Caruth, “has revised our notions of what it means to act around the impe-
rative to respond to something that consistently resists conscious assimilation and awareness”
(xiii). El llamado al testimonio y del testimonio —el llamado que escucha el sobreviviente y el
que, a su vez, deberán escuchar sus testigos— es, pues, un imperativo de escuchar para respon-
der cuando los marcos epistemológicos para asimilar lo que está en juego en esta respuesta se
han quebrado radicalmente.
Pese a este compromiso con la escucha como enclave de la dimensión ética del testimo-
nio, es curioso que el lenguaje de Caruth se inscriba en el registro de la visión como una metá-
fora sostenida de las paradojas que el trauma impone a la capacidad del sobreviviente y de sus
“oyentes” de comprender el sentido de una experiencia diferida. Siguiendo la advertencia que
críticos como Judith Herman han hecho acerca de la imposibilidad de reducir el trauma a su
determinaciones psicológicas, psicoanalíticas o epistemológicas (xv), en las siguientes páginas
retomaré la metáfora vocal de “la voz de la herida” de la que parte la argumentación de Caruth
en Unclaimed Experience para dar los primeros pasos hacia una lectura del trauma comprome-
tida con el registro de lo sonoro y, en esa vía, con una ética de la escucha. Para esto, mostraré
primero cómo la formulación de Caruth de la estructura de la experiencia traumática a partir
de una teoría sobre la referencia hace que el carácter vocal del llamado al testimonio se oblitere
en virtud del sistema metafísico visual que la sostiene. Revisitaré después el argumento sobre
el “despertar traumático” (traumatic awakening) para subrayar cómo el carácter acusmático de
la voz que despierta al sobreviviente implica que la condición de posibilidad del despertar es
una relación ética (aural) antes que una impotencia epistemológica (visual). Esto me conducirá,
finalmente, a proponer que la estructura vocal y aural del trauma implica que su sentido único
—y ya no su significado abstracto— se siente en la remisión infinita de su evocación y que, por
tanto, el imperativo ético del testimonio debe entenderse como un imperativo de resonancia.
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Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica a Caruth desde la ética de la escucha
Liberata de Tasso. Freud se refiere este relato en Más allá del principio del placer como
la imagen poética más conmovedora del ominoso patrón de sufrimiento que marca el
destino de individuos atormentados por la repetición de eventos catastróficos de su
pasado (Unclaimed 1-2). Como la de Freud, la interpretación de Caruth se centra en
Tancredo como sobreviviente; de ahí que su comprensión del trauma como herida psi-
cológica se enmarque en la pregunta por la posibilidad de que el evento catastrófico
pueda ser elaborado como experiencia pasada y consciente en el presente del individuo,
así traumatizado, que lo sobrevive. Caruth coincide con Freud al subrayar como rasgo
distintivo del trauma el que la experiencia del “accidente” se repita compulsivamente en
las acciones inconscientes del sobreviviente que la reactualizan (reenact) en contra de su
voluntad, como le sucede al héroe de Tasso cuando hiere la corteza del árbol en el que
está aprisionada el alma de su amada. Sin embargo, Caruth se distancia de Freud al enfo-
carse en la voz de Clorinda que surge de la herida del árbol, cuya advertencia señalaría
cómo el enigma del trauma no es solo el de la repetición involuntaria de un sufrimiento
reprimido, “but also the enigma of the otherness of a human voice that cries out from
the wound, a voice that witnesses a truth that Tancred himself cannot fully know” (3).
Para Caruth, el patrón de sufrimiento que acecha la psique del sobreviviente entraña una
crisis marcada por la extrañeza radical de una experiencia que, al interpelar al trauma-
tizado con el inescapable llamado de una voz a dar testimonio, interrumpe y desafía su
voluntad cognitiva (5).
El trauma es así una experiencia propia y ajena que suspende la posibilidad misma
de la experiencia en la psique del sobreviviente y que, al hacerlo, demanda paradójica-
mente su reconocimiento en el acto de escucha del testigo. En el análisis de Caruth,
este llamado al testimonio supone una intimidad entre la atención de la escucha y un
deseo interrumpido de conocimiento: un impulso epistemológico cuya complicidad
con el registro de la visión está en tensión con el registro sonoro de la voz que lo detona.
Aunque el llamado del otro en el trauma es “a plea by an other to be seen and heard” (9),
la imbricación entre ambos registros —el visual, que corresponde al intento de volver
a ver como volver a conocer la experiencia obliterada; y el sonoro, que corresponde al
intento de responder al llamado que señala la interrupción de este conocimiento— no
solo no es evidente, sino que además contradice la discontinuidad del trauma mismo,
como lo insinúa la tensión entre ver y conocer que propone Hiroshima mon amour. Al
interpretar la película de Resnais, Caruth aduce que la negligencia del hombre japonés
a reconocer que la protagonista francesa haya percibido algo de la catástrofe, aunque
ella asegure que lo ha visto todo, evidencia la resistencia de la verdad otra del trauma a la
visualidad como espacio para su posible elaboración. En sus palabras, “the act of seeing,
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in the very establishing of a bodily referent, erases, like an empty grammar, the reality of
the event” (29), lo cual, agrega, subsume el impacto traumático en el movimiento que
va de la visión literal de los hechos a la visión figurada de su comprensión (32). Dado
que esta visión permite la inserción del evento en el continuum del relato del testigo, su
“gramática vacía” neutraliza la interrupción traumática en nombre de la imagen posible
del pasado que ella misma produce para su (re)conocimiento.
Esta advertencia sobre la peligrosa complicidad entre visión y conocimiento que
implica la retórica visual del testimonio lleva a Caruth a concluir que el acto de ver inau-
gura el olvido de la singularidad de la experiencia de aquel de quien se es testigo, esto es,
de la especificidad referencial de su muerte (32). El impulso epistemológico que detona el
llamado de su voz solo podrá conducir a un testimonio auténtico si se despliega, entonces,
por fuera de cualquier intento de apropiación de esta experiencia ajena, cuyo conocimiento
no consistirá en la recuperación de un contenido fáctico, sino en la atención al mandato
de escuchar la singularidad del trauma como su resistencia a la facticidad. “The knowledge
of forgetting here is not something to be owned”, escribe Caruth, “but something addres-
sed to another, addressed not simply as a fact, but as a command: ‘Listen to me’” (35). Si
Hiroshima pone en escena la acción de una memoria que escucha la singularidad siempre
ajena de la experiencia traumática es porque, enmarcadas en el diálogo de la pareja que
cuestiona su cualidad representativa, las imágenes de la catástrofe en la película no son,
para Caruth, indicios de su apropiación en el presente. Al contrario: esta dislocación de su
poder epistemológico señala que es solo en el evento de la incomprensión, de esa partida
del sentido que es el enclave (site) del trauma, que el testimonio de una experiencia singu-
lar y ajena podría empezar a enunciarse (56). Atender al mandato de la voz para conocer
su olvido implicaría, consecuentemente, abstenerse de la gramática vacía de la visualidad:
resistirse a la fantasía de haberlo visto (conocido) todo para empezar a conocer el trauma a
través de una gramática de la escucha siempre singular1.
Aunque la reflexión de Caruth plantea esta necesidad de pensar el trauma
desde un registro sonoro, como lo prueba su insistencia en la figura de la voz, su pro-
puesta reafirma la preeminencia de un paradigma visual que, en un efecto inesperado,
neutraliza la fuerza de la interrupción traumática que el testimonio estaría llamado a
proteger y transmitir. Esta neutralización resulta de la equiparación entre la singularidad
del trauma, tanto de su verdad otra como de la voz que la anuncia, con la alteridad de
una referencia caída (79) que se presentaría en el locus paradójico de la referencialidad
excesiva y retrasada de la repetición traumática (6). Para Caruth, el llamado de la voz
1. Debo la expresión gramática de la escucha al trabajo de María del Rosario Acosta, quien ha sido una
interlocutora fundamental en el desarrollo de las ideas que aquí presento.
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Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica a Caruth desde la ética de la escucha
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Además de estas limitaciones del paradigma visual que atraviesa su análisis, es deter-
minante recordar que Caruth se plantea la necesidad de pensar la interrupción traumática
no solo desde su dimensión epistemológica, sino desde una dimensión ética asociada a la
escucha. Si en la primera la historia de la voz que surge de la herida funcionaría como una
parábola (visual) de la opacidad de la relación del yo sobreviviente con su pasado (im)
propio, la segunda mostraría cómo el trauma individual estaría ligado con el trauma de
otro y, por ende, cómo lo que está en juego en el llamado al testimonio sería “the encounter
with another through the very possibility and suprise of listening to another’s wound”
(Unclaimed 8). El mandato de la voz de Clorinda, como el de las advertencias del amante
japonés en la película de Resnais, apunta a la posibilidad de este encuentro con el otro en
la escucha que, para Caruth, conducirá a la formulación de su teoría de la transmisión per-
formativa del trauma como el acto de despertar del sobreviviente, y de sus testigos secun-
darios, al imperativo de una responsabilidad ética2. En su argumento, la imposibilidad de
incorporar teóricamente la referencia caída en las narraciones del trauma o, lo que es lo
mismo, la necesidad de que el impulso explicativo del lenguaje como theoria fracase para
que el impacto de la referencia pueda sentirse en su pérdida, comprometería éticamente
al sobreviviente a pasar en su testimonio no un contenido referencial, sino la posibilidad
de escuchar su partida de y en el lenguaje. En su lectura de La muerte y la doncella de
Dorfman, Caruth concluye que el sobreviviente está llamado, entonces, “to perform the
act of listening that will teach others to listen, … not only to refer to, to understand, but
also to pass on, in the performance of the very act of listening, the evidence of an event that
can no longer be reduced to the simple referent of any language” (Literature 71).
¿Qué quiere decir escuchar aquí? ¿Cómo se transmite (pass on) la posibilidad de
hacerlo? Puesto la escucha parece ser aquí el efecto de una impotencia epistemológica
—del hecho de que el evento “ya no podrá reducirse” a ningún lenguaje referencial para su
comprensión—, escuchar es más una metáfora de la imposibilidad de ver que un acto que
se inscriba en las coordenadas de la auralidad. Este paso de la dimensión epistemológica
a la dimensión ética del trauma subordina la segunda a la primera en un argumento cau-
sal (como no es posible comprender a tiempo, se debe escuchar) que, además de requerir
una explicación ulterior (¿por qué lo que no puede comprenderse sí podría escucharse?),
2. Después de revisar la interpretación lacaniana del sueño del niño a la que me referiré a continuación,
Caruth concluye que la transmisión del trauma que el sobreviviente lleva a cabo con sus palabras
—esto es, con las palabras que llaman a los testigos secundarios— “transmits not simply a reality
that can be grasped in these words’ representation, but the ethical imperative of an awakening that
has yet to occur” (Unclaimed 112). El lenguaje del testimonio no representa, entonces, el contenido
del llamado (la experiencia traumática) sino que performa el llamado mismo como el imperativo de
despertar, por un lado, a la imposibilidad de comprender su “referencia caída” y, por otro y en conse-
cuencia, a la infinita responsabilidad ética que esta impotencia entraña.
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relación del sobreviviente con la experiencia no simbolizable del trauma —la experiencia
siempre otra de la muerte, de lo Real— está marcada por la necesidad fracasada de respon-
der a la voz del otro que lo interpela en la repetición retrasada del “accidente”. Escuchar su
llamado sería, entonces, dar testimonio de la responsabilidad imposible e infinita que, en
su “irreducible inaccesibility and otherness” (105), el otro instaura desde el punto ciego de
quien no puede verlo a tiempo para responder.
Como en las de Freud y Lacan, lo que se juega en la interpretación de Caruth es
una topología del sueño que permita explicar el momento del despertar (o su suspen-
sión) como el paso del espacio onírico interior al espacio real exterior: el tránsito de
la esfera del inconsciente a la de la conciencia, del llamado en el sueño al llamado a la
acción, de la repetición traumática a la responsabilidad ética. Tanto Lacan como Caruth
ubican la bisagra entre el adentro y el afuera en las palabras del niño, cuyo llamado se
interpreta con base en la devocalización de su voz: lo que importa es lo que el niño dice
y no el hecho de que sea el reclamo de una voz el que hace que el padre despierte. Esta
atención exclusiva al contenido mudo de las palabras inscribe la escucha del padre en
el campo logocéntrico de la visión, reduciendo así una petición que es vocal desde su
emisión al imperativo de despertar como abrir los ojos —no los oídos— a una realidad
incomprensible. “In opening other’s eyes”, concluirá Caruth, “the awakening consists
not in seeing but in handing over the seeing it [the transmission] does not and cannot
contain to another” (Unclaimed 111). La escucha es aquí el reconocimiento y la trans-
misión no de una capacidad de escuchar, sino de una paradójica capacidad de ver sobre el
límite de lo invisible: el límite de la “exterioridad” diferida a la que los ojos de la concien-
cia siempre llegan tarde. Dar testimonio es transmitir la escucha de “what it means not
to see” (105) mediante la performatividad del discurso testimonial (111), cuyas palabras
devocalizadas serán así emitidas, a su vez, por la “voz en general” del sobreviviente.
Si la escucha visual que propone Caruth como la estructura de la transmisión que
daría cuenta de la responsabilidad ética del testimonio se asienta en el despertar como
un paso ético entre el adentro y el afuera del sueño; y si esta topología onírica se basa
en una metáfora visual en la que la “exterioridad” traumática de lo Real aparece como
el punto ciego que la repetición “interior” del sueño referiría indirectamente, el primer
paso para escuchar la voz del niño como voz será, en consecuencia, pensar su función
por fuera del régimen de la visualidad y, por ende, de la topología que instaura. Para
hacerlo, quisiera sugerir que si la voz del niño es la que despierta al padre en el sueño,
este despertar resulta del reclamo que sus palabras comunicarían y, sobre todo, del hecho
de que el padre pueda reconocer, antes y durante el acto de su emisión, que aquella que
las murmura es la voz única de su hijo. El reclamo no tendría su fuerza movilizadora si
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escucha “exterior” de quien busca esa unicidad en ella. Si el padre despierta al escuchar
el llamado del niño, al reconocerlo en su voz, es porque como el operador en el sueño
de esta exposición de/a su interioridad fuera de él, “the voice is the element which ties
the subject and the Other together, without belonging to either” (103). Y es desde este
lazo ético en tanto vocal, aquel que la impropiedad de la voz anuda, que la respuesta a su
llamado habrá de surgir.
Esta interpretación de la voz traumática como una voz acusmática invierte la relación
causal entre epistemología y ética del argumento de Caruth. El imperativo ético al que el
“despertar traumático” del sobreviviente obedece no sería ya un efecto de la impotencia
epistemológica que el llamado del otro revelaría. Al revés: el lazo ético entre el sobrevi-
viente y la singularidad vocal de la experiencia traumática (singular por ser única, no por
ser absolutamente otra e inaccesible), el lazo que surge en la repetición como exposición
de una interioridad acusmática, es el que permite el acto de una escucha urgente que
le otorga la fuerza de un imperativo al reclamo epistemológico del trauma. Si, como
sugiere Cavarero, “before communicating merely something … the human voice com-
municates itself, its uniqueness” (181), el reconocimiento de esta unicidad que el sis-
tema de la significación no puede incorporar, pero que está siempre en él, es la condición
de posibilidad del acto comunicativo que determina la estructura ética del testimonio.
Esta inversión del argumento visual de Caruth permite escuchar la voz del trauma como
voz y, al (re)vocalizar su llamado, inscribe la urgencia de su reclamo —que sería siempre
aural/ético antes que visual/epistemológico— en el horizonte de lo que Cavarero llama
ontology of vocal uniqueness: “… an ontology that concerns the incarnate singularity of
every existence insofar a she or he manifests her or himself vocally” (7). Si la experiencia
del trauma desafía la estabilidad de categorías metafísicas como “sujeto” y “experiencia”,
es porque la ontología vocal del testimonio quiebra su presunta universalidad muda con
el llamado a escuchar la unicidad de una voz en la vulnerabilidad de su finitud y, con ella,
en su particularidad radical (Cavarero 173).
Pensar el trauma desde el horizonte de esta ontología vocal, uno centrado en la
escucha de la unicidad del otro como condición de posibilidad de la comprensión —la
visión— de su llamado, enmarca su experiencia en la estructura de la auralidad, una que
le es tan propia como le es ajena la de la visualidad. Aquí la metáfora sonora tampoco es
solo ilustrativa. La adecuación fundamental entre trauma y auralidad se hace patente en
los dos niveles que determinan la estructura paradójica de la “experiencia no reconocida”
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Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica a Caruth desde la ética de la escucha
que Caruth describe. La reactualización del “accidente” pone al sujeto en una posición
pasiva frente al impacto de un sentido que se resiste a su elaboración como experiencia.
La herida psíquica del trauma aparece aquí como la interrupción en la subjetividad del
sobreviviente de una fuerza íntima y ajena que la abre —que la hiere— al exponerla a
la voz de una alteridad (im)propia. El trauma es así una herida (τραῦμα) que expone la
subjetividad del sobreviviente, que la pone fuera de sí en sí, al hacerla vulnerable a sí
misma como a otro. La estructura dislocadora de esta interrupción in/externa no es sino
la de la escucha si se piensa, siguiendo las reflexiones de Nancy, que “escuchar es ingresar
a la espacialidad que al mismo tiempo me penetra, … es estar al mismo tiempo afuera y
adentro, abierto desde afuera y desde adentro” (A la escucha 33). Frente a la apertura a la
que el sonido expone a su oyente, frente al modo en que el sonido resuena en nosotros
fuera de nosotros para hacerse audible, “we are in a position of passivity: they can strike
us without our being able to foresee or control them. Hearing consigns us to the world
and its contingency” (Cavarero 37): la contingencia radical de un universo sonoro que
el canal abierto y vulnerable del oído no puede controlar (Cavarero178). La interrup-
ción traumática de la subjetividad es así, en primer término, una interrupción aural.
Por otra parte, el carácter vocal de las alegóricas “narraciones del trauma” en las
que Caruth centra su atención (la voz de Clorinda en el poema de Tasso, la voz de los
amantes en Hiroshima, la voz del niño en el sueño del padre, la voz de Paulina en la
obra de Dorfman, entre otras) señala que la interrupción traumática expone también al
sobreviviente a la "verdad otra" de un llamado ajeno, razón por la que el trauma propio
estaría siempre ligado al trauma de otro (Unclaimed 8). Entendido como el mandato de
“despertar” a un acto de escucha, “one that listens to a voice that it cannot fully know
but to which it nonetheless bears witness” (9), la transmisión testimonial de esta verdad
se fundamentaría no tanto del hecho de que esta no pueda conocerse, sino en el de que
la voz que la profiere pueda (re)conocerse por la singularidad que expresa la unicidad de
su vocalidad. El trauma está atado al imperativo ético del testimonio, por ende, en virtud
del carácter relacional de la escucha vocalizada, aquella que reconoce que cada voz, al
destinarse a un oído esperado, reclama en su emisión un oído para ella (Cavarero 170):
un oído que, como el del sobreviviente y el de sus testigos secundarios, debe atender,
antes que nada, a la vocalidad de la voz como “the sonorous self-expression of unique-
ness and relation” (180). La estructura del testimonio es entonces una estructura aural
en la que la "verdad otra" del trauma se expresa en el llamado singular de una voz otra
cuya unicidad, a su vez, solo puede expresarse y solo puede escucharse relacionalmente.
De ahí que la interioridad que se encarna en la vocalidad única de cada llamado traumá-
tico sea, como sugiere el sueño del niño, la de una voz acusmática: una voz cuyo origen
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no puede hallarse fuera, antes o más allá del llamado que invoca la relación de la escucha,
el llamado que es el espacio de esa relación y que la expone en su límite inasimilable. La
interioridad del otro, su "verdad otra", a la que la estructura aural del testimonio se remite
en su escucha es, diría Nancy, “el movimiento de una remisión infinita porque remite a
aquello que no es nada fuera de la remisión” (A la escucha 25).
Si el origen de la voz de la herida no está fuera del llamado que ella misma es y al que ella
misma (se) remite infinitamente en sus repeticiones, la relación ética que se forja en la escucha
de su unicidad, de la "verdad otra" de su voz otra, no puede inscribirse en el registro de la visuali-
dad (o, diría Caruth, de su suspensión), sino en el de la resonancia. En otras palabras, si la expe-
riencia diferida del trauma en sus repeticiones retrasadas tiene una estructura aural, el carácter
vocal del llamado del otro que en ella se expresa hace que su “verdad” —su sentido, el de una
huella inconsciente que se resiste a ser reducida a un significado consciente— se presente en la
psique del sobreviviente y en su testimonio como un sentido que no se ve porque solo resuena.
Su modo de presentación no es visual, sino vocal y aural. Su repetición no la saca a la luz como
una presencia plenamente visible o invisible, absolutamente propia o impropia; antes bien, la
evoca desde un momento posterior en el que, como sucede en toda evocación, lo evocado —la
experiencia del “accidente” en este caso— se siente en la dirección de su llamado, cuyo adentro
es ya también su afuera: un llamado en el que el origen, la verdad o el sentido de la voz acusmá-
tica resuena en la remisión infinita que es el llamado mismo como su respuesta. Como explica
Karmen MacKendrick, “resonance is not only in what comes back into voice, but also in the
direction of its address —that is, in call as well as response” (24). Resonar es siempre evocar:
ex-vocar, llamar hacia afuera del llamado, que no es sino responder a la exterioridad a la que el
llamado, a la que cada llamado, nos expone; responder, en otras palabras, a la exterioridad que en
cada evocación resuena de un modo distinto. Es por esto que el origen imposible de la voz que
llama al sobreviviente es uno que no significa, que no puede verse in theoria: su sentido se siente
en las repeticiones traumáticas no porque ellas operen como significantes retrasados y suple-
mentarios en los que el logos mudo del “accidente” se diferiría, sino porque la voz que (re)suena
en cada una de ellas —cada sueño tormentoso, cada acción involuntaria, cada reactualización
inconsciente— llama y responde al trauma, lo evoca desde la singularidad única de su vocalidad.
Así como el mismo sonido resuena de modos diferentes en cada medio que lo propaga, así tam-
bién el trauma se hace sentido en la resonancia única de cada repetición traumática, cuyo eco se
resiste por ello mismo a toda abstracción semántica.
¿Cómo transmitir a otros la escucha de esta resonancia traumática? ¿Cómo res-
ponder a un llamado que resuena, un llamado que, en sí mismo, evoca un origen impo-
sible a través del imperativo de su respuesta? ¿Cómo podría el testimonio, para usar la
expresión de Peter Szendy sobre la escucha de la música, “make a listening listened to?
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Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica a Caruth desde la ética de la escucha
Can I transmit my listening unique as it is?” (5). Hacer audible para otros la escucha
propia consiste en transmitir la experiencia única de escuchar, es decir, la experiencia de
abrirse a la reverberación de la resonancia de una voz única en la que “l’appel ou l’adresse
ne sont eux mêmes rien d’autre que le sens: le sens en tant qu’ouverture de la possibilité
du reenvoi” (Nancy, La pensée 169)3. Responder al llamado de la voz de la herida será
transmitir en el testimonio esta posibilidad de que el trauma y la interioridad acusmática
de su vocalidad, pueda resonar en otros. La analogía es de nuevo iluminadora aquí: así
como el sentido del sonido —de su timbre, no de la phone— es su propia dilatación o
su puesta en resonancia, el sentido del trauma no es el del contenido semántico de la
experiencia interrumpida del “accidente” (la referencia caída de la que se derivaría la
impotencia epistemológica), sino el de la experiencia de su dilatación resonante en la
repetición traumática. El sentido del trauma, como el de la voz, es “sentido resonante,
sentido en que se presume que lo sensato se encuentra ya en la resonancia” (Nancy, A la
escucha 20), y no en una negatividad exterior a ella. De ahí que el llamado al testimonio,
al acto de escucha que responde al mandato de su transmisión a un futuro incierto, sea
un imperativo de resonancia: lo que el testimonio está llamado a transmitir en su evoca-
ción del origen de la voz acusmática a la que responde, es la posibilidad de que la vocali-
dad del sentido traumático pueda escucharse, pueda seguir resonando: la posibilidad de
que la dirección infinita del llamado pueda reenviarse a otros, pueda resonar para ellos
y en ellos, en el espacio hospitalario en el que el otro puede hablarme y puede hacerlo a
través de mí (MacKendrick 27). Inscrita así en la estructura aural que le es propia por su
estructura relacional, la transmisión testimonial del sentido del trauma “does not own
or master its own meaning, but rather transmits the difference of its voice” (Unclaimed
51): transmite la resonancia única de su vocalidad a través de la voz del testimonio, en la
que esta —la voz de la herida y la del testigo: una para la otra, una en la otra– se escucha
y resuena (re)vocalizada siempre una vez más.
El imperativo de la resonancia es, en conclusión, un imperativo fundamental-
mente ético puesto que, en el acto de esta (re)vocalización, uno que respondería al
llamado extendiendo la posibilidad del reenvío, el sobreviviente —y sus testigos secun-
darios que, al escucharlo, escucharían el imperativo de resonar con él o ella, con su voz
que no es solo la suya— se comprometería no con la transmisión de un significado apro-
piable, sino con la transmisión, siempre imposible, del sistema infinito de la resonan-
cia que es el sentido traumático. Quien escucha responde a la voz que lo llama, como
concluye Nancy, en la medida en que “il se constitue responsable du sens absolue. Il
3. “El llamado o la dirección no son ellos mismos nada distinto del sentido: el sentido en tanto que aper-
tura de la posibilidad del reenvío” (trad. mía).
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4. “Él se hace responsable del sentido absoluto. No se compromete con menos que con la totalidad y con
la infinidad de ese sentido” (trad. mía).
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Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica a Caruth desde la ética de la escucha
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Entrevista
DOI: http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis20189.18.08
Javier Guerrero*
Thomas Matusiak**
Princeton University, Estados Unidos
Palabras clave: Víctor Gaviria, La mujer del animal, violencia contra la mujer, testimonio,
cine colombiano.
Keywords: Víctor Gaviria, La mujer del animal, violence against women, testimony,
Colombian cinema.
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Entrevista
De los ojos de Víctor Gaviria, director de cine de Medellín, hemos recibido las imáge-
nes más tiernas y dolorosas de las últimas décadas. Sus inolvidables películas mellizas,
Rodrigo D: no futuro y La vendedora de rosas, instalan cuerpos e historias nunca antes
vistos en pantalla con un claro interés por la precisión. Porque la complejidad del cine
de Víctor Gaviria radica en la búsqueda del gesto más preciso: encontrar en esas miradas
aturdidas por el pegamento el lugar donde se conjugan el dolor y el goce de vivir. Por
supuesto, estos cuerpos que los ojos de Víctor Gaviria acompañan producen una zona
de indistinción capaz de cancelar aquello que los cineastas colombianos Luis Ospina y
Carlos Mayolo definieron como cine miserabilista o pornomiseria (Mayolo y Ospina).
Su cine desinstala la controvertida coerción que el dispositivo cinematográfico ha apli-
cado con recurrencia sobre los cuerpos subalternos. El ya característico trabajo con
“actores naturales” de Gaviria hace de su cine una exploración capaz de detenerse en estas
vidas precarias como zonas siempre epidérmicas, pero tradicionalmente desestimadas,
deleznadas y proscritas por las narrativas del progreso. Sus películas proponen, a su vez,
cómo la violencia de estas vidas se resiste a la imposición de un signo exterior. Es decir, el
trabajo de Gaviria sobre las poblaciones olvidadas logra encontrar el balance necesario
para que su mirada como director acompañe y no se imponga a estas vidas complejas y
de difícil inscripción. La inolvidable vendedora de rosas, encarnada por Lady Tabares en
una de las interpretaciones cinematográficas más impactantes de todos los tiempos, es
solo un ejemplo de la capacidad de este cine de materializar una zona que logre esquivar
la coerción propia del dispositivo cinematográfico, sin tener que renunciar a este. Por su
parte, Sumas y restas, su tercer largometraje, se adelanta a la exploración del mito de los
cárteles de la droga, encarnados en la figura de Pablo Escobar, antes de su explotación
comercial por parte de la televisión, por las nuevas plataformas digitales de contenidos
audiovisuales y por narrativas simplificadoras o glamorizantes determinadas por las pro-
pias lógicas de lo que Rossana Reguillo ha denominado como narcomáquina.
A lo largo de todas sus películas y pese a todo el revuelo que han causado al
exponer las caras e historias que Colombia no quiere ver, Gaviria logra despornificar
estos cuerpos —es decir, desactivar la posibilidad de que sean utilizados como materias
explotables y comerciables— para producir una de las cinematografías más conmove-
doras y perdurables de América Latina. Porque el cine de Víctor Gaviria no es el de un
enfant terrible. Porque su cine —aunque incomode— no busca incomodar; porque su
cine —aunque polemice— no busca polemizar, porque a fin de cuentas su cine busca
desesperadamente las razones por las que debemos sobrevivir.
La mujer del animal, su más reciente película, es una película que no pudo llegar en
un momento político más oportuno debido a que ocupa una urgencia. El film discute la
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Entrevista
Thomas Matusiak: considero que un buen punto de partida para esta conversación
es situarnos en tu más reciente película, La mujer del animal. Sin duda alguna, la pelí-
cula aparece en un momento clave para la discusión sobre la violencia de género en
Latinoamérica. Se han levantado voces y movimientos que enérgicamente denuncian
los embates del patriarcado como Ni una menos en Argentina y hay una proliferación
de casos recientes en Colombia, Argentina, México o España —así como en los Estados
Unidos, en cuyas pasadas elecciones el tema se ubicó en el centro de polémicas y reflexio-
nes—. Entonces, queríamos empezar preguntándote por cómo ves el momento en el que
aparece tu más reciente película, a propósito de los debates globales sobre la violencia
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Víctor Gaviria: esta dialéctica me parece extraordinaria. Creo que hay que estudiarla por-
que me parece una forma interesante de definir una película. Yo me he debatido en torno a
eso porque tuve mucho miedo de presentarla y, al comienzo, de hacerla. Cuando empezamos
en la sala de montaje, me encontré con un rechazo inmenso y con una crítica que me aler-
taba sobre la sobreexposición de la violencia. Según esta crítica, la violencia explícita no era
el camino. Eso lo viví yo desde el propio guion. Desde hace algún tiempo, los cineastas en
Colombia acuden a una nueva estética, marcada por el legado del cineasta francés Robert
Bresson y, por lo tanto, lo implícito, lo tácito, lo sugerido como requisito del cine arte. Como
si nosotros, la generación anterior, hubiéramos estado en la búsqueda de relatos más explíci-
tos. La mujer del animal es una película que nace de un testimonio. Es un elemento que no
solamente ha estado en mi cine, sino también en el trabajo de Alfredo Molano, un sociólogo
muy relevante en Colombia, cuyos libros nunca han sido aceptados en la academia porque
están atravesados por testimonios. Se convertían en novelas que eran tejidos testimoniales,
testimonios exhaustivos y múltiples que compartían un solo relato porque los sintetizaba y
hacía una elaboración literaria. En Colombia, el testimonio fue durante muchísimos años
rechazado como una herramienta de investigación, lo cual me parece que ocurre desde el
Frente Nacional. En ese momento se hizo un pacto de silencio en torno a todo lo que había
ocurrido en los años cincuenta, a todo lo que era esa guerra, esos homicidios, todos esos crí-
menes. El testimonio fue desautorizado y desprestigiado, en parte para que ese mismo pacto
pudiera sobrevivir. En base a ese pacto, se levantaron prácticas y comportamientos políticos
que se desarrollaron durante los sesenta, setenta y ochenta. De alguna manera, ese pacto pro-
vocó las guerrillas. Entonces, el testimonio vuelve en los años ochenta con Alfredo Molano
y otros autores. También forma parte de mi primera película, Rodrigo D: no futuro, donde
existe una conversación con aquellas personas que han vivido experiencias que no están en
los libros. Estos diálogos son literatura todavía, son oralidad. Entonces se incorporan en las
obras literarias o en los discursos sociológicos.
Obviamente, cuando yo hablo con Margarita, de cuyo testimonio partió la his-
toria que cuento en La mujer del animal, ella insiste una y otra vez en el maltrato. El
relato de ella es un relato unidimensional. A uno le enseñaban que el cine es un dis-
curso de muchas dimensiones, y que uno siempre debe huir del discurso homogéneo
en todos los sentidos. Uno siempre apuesta por la ambigüedad, por la complejidad. A
mí me desconcertó, pero al mismo tiempo veía que ella quería ser unidimensional con
respecto a su historia. Ella nunca renunció a la idea de que su experiencia fue la de un
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Javier Guerrero: Víctor, hablabas del cine que sugiere, que ha sido una codificación
del cine de arte latinoamericano, pero no es únicamente latinoamericano. Los prime-
ros lugares donde se exhibe el “gran cine”, incluso el tuyo, son festivales como Cannes,
Berlín, Venecia, Toronto. Sin embargo, considero que tu cine rompe con esto, aunque
muchas películas latinoamericanas siguen estéticas propias de los festivales, estéticas que
también coinciden con nuestros intereses como académicos. Incluso, son películas que
muchas veces se ven poco en sus países aunque tengan mucho éxito en los festivales.
Ahora bien, la violencia es constante en tus cuatro películas: la violencia es partícipe de
las vidas y cuerpos que aparecen en tus films. Tu cine, aunque ha sido aclamado inter-
nacionalmente, incluso en muchos de estos festivales a los que antes me refería, ha sido
muchas veces desestimado y hasta demonizado en Colombia. Me pregunto si ha apare-
cido otro tipo de crítica con La mujer del animal. Es decir, ¿ha variado la recepción de tu
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Víctor Gaviria: lo que pasa es que ahora la violencia de La mujer del animal es una vio-
lencia de género. En ese sentido, ha habido pudor en negarla. Ya no se me acusa de hablar
de la violencia en general como se hacía con Rodrigo D o La vendedora de rosas. No sé por
qué la gente discute el cine como si el cineasta fuera el responsable de presentar con sus
películas una alegoría del país. En mi cine yo simplemente propongo un escenario muy
concreto. No hago una alegoría del país. No, no se trata de eso. Por supuesto, hay cineastas
para todo. Sin embargo, en el caso de la violencia contra la mujer nadie puede decir que es
un tema que habla mal del país porque es un problema ya a nivel universal, y muy concreto
con respecto a la mujer. Nadie puede decir que no es conveniente tratar este tema. Creo
que nadie lo puede decir porque es un tema que es necesario tratarlo. En ese sentido, la
respuesta ha sido que esta película es insoportable pero necesaria. Esa ha sido la reacción.
Estamos frente a una película que es incómoda verla, que es insoportable verla, pero que
a la vez es necesario haberla hecho. No obstante, el hecho de que en su primera semana la
película haya tenido tan pocos espectadores demuestra un rechazo a hablar del tema de la
violencia de género. Por supuesto, yo también estoy tratando de entender qué es la pelí-
cula. Creo que la película se vuelve casi inconveniente, casi inaceptable para el espectador.
No obstante, es una película para verse. Es una película para guardarse. Por lo tanto, una
vez más, es interesante lo que ustedes propusieron antes, que es una película difícil de ver y
difícil de no ver. Parece que tuviera un dispositivo incorporado para no verse. Me llamó la
atención que en Medellín alguien escribiera un artículo en donde decía: “Esta es una pelí-
cula en la que durante su proyección uno mira para otro lado y no hacia la pantalla: uno
mira para el piso, para el techo, se mira las manos, mira hacia el lado. Que es una película en
que se ve un 70 % del material, o menos”. ¿Cómo se hace una película para que, entonces,
los espectadores no puedan verla? Yo no era consciente de eso.
Asimismo, hay una exposición del maltrato de una manera tan repetida y enfática
que el público de algún modo rechaza esa estructura de la película, del maltrato que persiste.
Porque hay otras estructuras en las que el maltrato se alude, pero no persiste en él ni se con-
vierte la experiencia del espectador como única emoción. En general, la estructura de las pelí-
culas son emociones que aparecen y que tienen sus treguas, sus pausas, sus transformaciones.
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Y estamos adiestrados como espectadores a que las películas nos den otra cosa: un goce. Acá
la película se posiciona de manera distinta. Como dije antes, yo le creí a Margarita y su testi-
monio. Todo el tiempo cuando trabajaba con base en las entrevistas, lo que yo encontraba era
una sucesión de maltratos. Nunca aparecía la relación humana, nunca aparecía la redención,
nunca aparecía una reconciliación. Nunca, nunca, nunca. Había un mal persistente al que
se exponía. Entonces, me parecía que esta era una historia muy interesante para exponer el
mal: vamos a filmarla. Esto hace que la película comunique al espectador la experiencia de
un maltrato continuado y el espectador —sobre todo las mujeres— se rebela contra eso. Se
rebelan contra el hecho de que la película obligue a ver un maltrato. ¿Saben dónde está eso en
la historia del cine? En Roma, ciudad abierta y, en general, en todo Rossellini. Cuando vemos
también Alemania, año cero uno vuelve a sentir eso mismo. Allí uno siente esta exposición
del niño que al final se suicida. Lo ves en Roma, ciudad abierta cuando somos testigos de
cómo se están torturando a los personajes. A uno le parece escandaloso, incluso después de
tantos años de haberla visto. Es una película que ha sido inmortalizada por la crítica, pero,
aun así, hay momentos en que uno dice: ¿Cómo hay una puerta cerrada? ¿Esa puerta que el
cine abre? Esa puerta que cuando se abre, alcanzamos a ver y oír cómo y en que condiciones
se tortura. Esas puertas pocas veces se abren y cuando se abren es cuando la película tiene un
objetivo distinto, cuando es una película que expone el espacio de la crueldad humana y de
la experiencia humana. Hay que recordar siempre que en La mujer del animal yo tomé el
testimonio de Margarita al pie de la letra: el Animal nunca la había ayudado. Esta era la insis-
tencia: que nadie la había ayudado. Sintió una profunda indiferencia frente al maltrato que
sufrió. Yo no quería que la gente disfrutara de ese maltrato. Quise exponer que a ella nadie la
había ayudado. Esta es la razón de mi intención, siendo tan evidente este maltrato, habiendo
tantos testigos —aunque sea de reojo o de coincidir en una cantina, de tomarse un trago o
jugar al billar— que presenciaron ese maltrato. La intención de la película no es el regocijo
ante el maltrato, porque la puesta en escena del maltrato está construida con mucho pudor.
Lo único que no es “verdad” en esa película es el maltrato: es coreográfico. Además, no soy
Tarantino ni cuento con un equipo de grandes coreógrafos. Nosotros pagamos dos pesos
para hacer la coreografía. Las coreografías de Tarantino son espectacularizantes. La coreogra-
fía de nosotros no convierte el maltrato en espectáculo.
Espectacularizar el mal a través de la coreografía es banalizar el mal. Lo primero
que nota la crítica de las películas de los hermanos Coen es el baile que producen las
metralletas en los cuerpos. En La mujer del animal no estamos banalizando el mal; aquí
lo volvemos insoportable. No hay ningún momento en que banalicemos el mal porque
no hay nadie que salte, no hay nadie que se caiga, no hay nadie que ruede, no hay ningún
brote de sangre, no hay espectacularización posible.
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Javier Guerrero: creo que la naturaleza del cine de ficción es muy pertinente para lo que
discutes, la idea de que ficcionar tiende a frivolizar. Es como si la capacidad de ficcionar esta
historia ya la hiciera un espectáculo. Es decir, quizás este señalamiento no sería concebible
para este público si hubieras hecho un documental donde Margarita relatara su historia. Es
como si la capacidad de poner en escena fuera de alguna manera repetirla. Entonces, a par-
tir de esa proscripción tu cine estaría censurable políticamente. Estoy totalmente en des-
acuerdo y, por lo tanto, lo recreo. Me parece que esta discusión tiene que ver con el hecho
de ficcionar, que fue un elemento muy presente en algunas de las críticas sobre Rodrigo D…
o La vendedora de rosas. Pero no se trataba únicamente de abordar estos temas, como si el
cine fuese embajador del país, como si el cineasta tuviese que lavarle la cara al país. Tu tra-
bajo con actores naturales siempre ha sido discutido. En ocasiones te han señalado como
cómplice de zonas de delincuencia, te acusan de explotar a estos chicos como si en el set
estuvieran expuestos a mayor violencia que la que viven diariamente. Pocas veces se repara
en que estás trabajando con actores naturales, pero actores.
Víctor Gaviria: esto es muy importante. Esta película cae como un cuerpo extraño en la
mesa gratificante del cine de arte colombiano, en momentos en los que todo el mundo lo
aplaude y celebra y marca como si el cine sugerente fuera el único camino. Yo mortifiqué a
todos estos directores, a quienes les estaba yendo muy bien por el camino del cine de arte y del
cine que se separa de la violencia explícita. Hablando con la investigadora colombiana Juana
Suárez, apenas terminada La mujer del animal, me percaté del éxito de todas estas películas
La tierra y la sombra, El abrazo de la serpiente, El vuelco del cangrejo, La sirga o Porfirio. Todos
estos éxitos impactaron en la idea del cine de arte. Yo mantengo que me preocupa mucho ese
cine que realmente no enfrenta los problemas directamente. Estoy acostumbrado a nuestros
maestros del neorrealismo italiano y al cine norteamericano de los setenta, que es un cine que
habla directamente sobre los universos, sobre todos los discursos, de lo más visible a lo más
invisible. Eran, sí, películas que sugerían en un momento dado, pero otras veces encontra-
ban su tema de manera directa. En este sentido, mi película cae como un cuerpo en la mesa
cuando nadie está esperándolo para dañarle la fiesta al cine colombiano. Es un cuerpo que
no queremos ver pero que mi película lo se lo restriega en la cara una y otra vez. Obviamente
mientras ese cuerpo aparezca hay que tener en cuenta que aparece el maltrato. También apa-
rece la sobrevivencia como un elemento fundamental del maltratado. Es decir, vemos cómo
ella sobrevive, cómo ella va solucionando y va resolviendo esa persecución. Además, está el
tema del testigo, del que ya hemos hablado. En la película, la experiencia que se vuelve inso-
portable da cuenta del espectador como testigo. Se trata del discurso de Hitchcock sobre el
espectador como testigo que está a salvo. Lo vemos, por ejemplo, en La ventana indiscreta
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Thomas Matusiak: quiero hacer una pregunta sobre el final de la película porque
también expone una genealogía de la violencia. La trazamos desde el comienzo. En una
escena se habla de la historia del cuerpo del Animal, de las cicatrices de cuando era niño.
Luego vemos el final, cuando aparecen los hijos del Animal como sus herederos, nom-
brados incluso como animales. Cuando muere el Animal, un personaje exclama: “¡Qué
vivan los animalitos!”. Tenemos una película ubicada en el pasado por el testimonio,
pero que se estrena en un momento cuando esa misma violencia continúa viva; es decir
que ya se ha reproducido varias veces. ¿Cómo trazar esta genealogía y la reproducción
del mal y de la violencia?
Víctor Gaviria: creo que las películas que tenemos que hacer en el futuro son películas
que realmente muestren el mecanismo de la reproducción de la violencia. Una película
como esta expone la gestación y la alimentación de la violencia: descubre cómo la violen-
cia ha funcionado en la sociedad más allá de los eventos puntuales. Colombia produce
tantos eventos y tantos episodios que te sorprenden porque son síntomas estructurales.
Muchas veces lo que son los síntomas de las estructuras que existen las tomamos como una
superficie y, con base en eso, hacemos las películas. Sin embargo, las películas tienen que
mostrarnos las estructuras que subyacen. El cineasta tiene que hacer el esfuerzo de despren-
derse de la anécdota porque nuestro país produce anécdotas escalofriantes y personajes
que obviamente son muy sintomáticos y casi simbólicos. Son símbolos muy fuertes, pero
el trabajo radica en empezar a mostrar más allá de esa temporalidad porque es muy menti-
rosa. Lo que subyace tiene otra temporalidad que es, al mismo tiempo, futuro y es pasado.
En ese sentido, La mujer del animal intenta mostrar que existe todo un dispositivo del mal.
Imagínense que empecé entrevistando a una cantidad de mujeres que habían tenido
de compañeros a esos “animales” y eran arrimadas. Ustedes saben que cuando un cineasta
hace ese tipo de investigación necesita de una gran cantidad de entrevistas —como Alfredo
Molano en muchos sentidos—. Busqué muchos ejemplos de la aparición del Animal para
encontrar pequeños episodios o momentos que no están en la historia de Margarita. Por
ejemplo, había una señora que me presentó a su hija, que es una muchacha de 38 años. La
señora me dice que el Animal, su esposo, era un hijueputa. Era un monstruo. Hubo un
momento en que él trató de violar a la hija. Entonces, esa señora cogió a la niña y corrió por
una calle. Llegó a un bus, subió a un barrio y la entregó para entonces volver con su marido,
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el Animal. Conocí a esa niña y ella me dio muchas claves, sobre todo la clave del mal. Quería
saber cuál era el mal de la sociedad porque estamos enseñados a que el mal sea tratado por el
melodrama, pero no por el cine de arte. El mal está casi siempre ausente entre los autores. El
cine de autor no trata casi nunca el mal, que ha estado sujeto frecuente del melodrama.
Javier Guerrero: bueno, hay también una larga tradición del mal en el cine de autor.
Haneke es un cineasta excepcional y su film La cinta blanca, una obra maestra del mal…
Víctor Gaviria: es divina. Trabaja el mal como una posición social. Para volver a la
historia que contaba, esa niña se vuelve muy amiga mía y empiezo a preguntarle muchas
cosas. Me dice cómo ha sido objetivo del mal, ella arrimada en esa familia entre los pri-
mos. Ella finalmente vuelve a escapar, pero vive como Cenicienta durante años y años
hasta que se escapa porque se casa y logra tener una vida. Pero logró escapar de un ciclo
de maldad. Allí me di cuenta de la primera servidumbre tenaz, porque estamos frente
a una servidumbre exagerada del Animal. Esas mujeres fueron raptadas y atrapadas por
el Animal. Pero yo me di cuenta de que eso era un último escalón. El primero era estar
arrimada y atormentada por ser una recogida; eso te lleva hacia el Animal como parte
de una pirámide de servidumbres. La primera, la servidumbre del recogido, yo la trabajé
muchísimo en la película. Desafortunadamente no pude incluir las secuencias que roda-
mos. De todos modos, quedó denunciada la servidumbre porque el mal surge allí. Por lo
menos se expone allí cuando todo el mundo empieza a mortificar a la persona arrimada,
a mandarla, a humillarla. Ella tenía unas quemaduras en el brazo. Le preguntaba qué le
pasó y me dijo: “Ay no, que mi tía me quemó”. Entonces, empezó a contarme una his-
toria de telenovela. Ese es el horizonte del Animal, que es muy importante saber desde
donde se alimenta ese mal. Que por supuesto está en un cineasta como Haneke.
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también, en cierto sentido, oculta la violencia que ha marcado a sus ciudadanías, territo-
rios, cuerpos. ¿Cuál crees que sea la ubicación de una película como La mujer del animal
dentro de la construcción del posconflicto y estas nuevas narrativas colombianas?
Víctor Gaviria: es una casualidad que la película se haya rodado y haya coincidido con
la acción del movimiento de paz y con el comienzo del posconflicto, un momento muy
importante en que se exige no solo los acuerdos de paz, sino los acuerdos acompañados
con la verdad. Porque sin verdad, esa transición se vería fracasada y se convertiría en una
impunidad. En vez de hacer reforma lo que se hace es contrarreforma, todo lo contrario
de lo que se pretende. Ahora, en este momento, la verdad es muy importante.
Entonces, ¿cuál es la lectura de la verdad después del posconflicto? Ahora esta-
mos en el momento del posconflicto. Durante cuarenta, cincuenta años, ha habido una
neblina ideológica de Guerra Fría que subraya de manera exclusiva la tensión entre el
comunismo y el capitalismo. Cuando hacemos los diálogos de paz, esta neblina cae y se
van viendo realmente los culpables. Vemos, por ejemplo, cuál era realmente la violen-
cia de género. La ideología siempre había cubierto eso; todos los asesinatos de mujeres
parecían accidentes o consecuencias que no tenían explicación. No eran elementos ideo-
lógicos, sino accidentes desafortunados pero no significativos. Ahora el Animal está en
primer plano. Uno puede ver estos enquistes de maldad que la sociedad produce, que
están en cada esquina y que se reproducen basados en economías ilegales.
Thomas Matusiak: Víctor, ¿te parece que en ese proceso de posconflicto ha habido una
separación de las violencias? Es decir, ¿crees que se han silenciado algunas para enfatizar
otras? En tu opinión, ¿se está —para usar una palabra quizás inadecuada— “privile-
giando” un discurso de violencia dentro del conflicto armado e ignorando la violencia
contra la mujer, por ejemplo? ¿Cómo balancear estos dos discursos?
Víctor Gaviria: creo que la película marca la violencia de género como una violen-
cia de entrada a las violencias restantes. Y eso lo he escuchado de muchas personas: de
mujeres que lo han estudiado, como por ejemplo Lucrecia Ramírez. Es el desprecio por
lo débil, por lo frágil, por la infancia. Esto uno lo encuentra en la descripción de las
violencias: una paliza, el maltrato del cuerpo. Enseguida siempre está la confirmación
de algo que aparentemente no tiene importancia y que pasa como algo intranscendente
o banal. Me lo han contado mujeres. Llega una mujer que está ocultando moretones y
golpes. Alguien la toca y la mujer se queja. Le dice: “¿Qué le pasó?”. Entonces muestra
qué le pasó (una golpiza, por ejemplo) y después cuando se conversa con ella siempre
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agrega que esa persona que acaba de maltratarla tampoco se responsabiliza por los niños.
Son dos cosas distintas. Al explorar te das cuenta de que vas construyendo la figura del
Animal como una persona que es absolutamente indiferente. Su odio, su indiferencia y
su ejercicio de la inhumanidad afectan a ambos: tanto a la mujer como a sus hijos. Aquí
se entrelazan todas las vidas: las del Animal, la mujer, el testigo y el hijo.
Quienes están en medio de todos estos diálogos y acuerdos son las víctimas que
piden que haya verdad. Ellas están perdonando. Han aceptado que son las que dan el
permiso de perdón. Los dos bandos son irreconciliables y nadie quiere dar el perdón
porque hablan de impunidad. Las víctimas son las que hablan del perdón en el sentido
derridiano. Son las que hablan de perdonar lo imperdonable, pero siempre cuando haya
verdad. Exigen más que reparación. Obviamente también hay reparación, pero más que
cualquier cosa, exigen la verdad. Si no hay verdad, no hay nada.
En Colombia, las víctimas han sido y siguen muy visibles, muy activas. Son
comunidades enteras. Hay una serie de episodios de masacres y poblaciones enteras que
fueron acosadas por la guerrilla y por los paramilitares. Entonces, las víctimas están muy
presentes. Esa es la única garantía de que el proceso llegue a lograr algo, porque también
hay un pulso muy grande entre aquellos que quieren que la guerrilla pague y los que
quieren que los paramilitares también paguen. El ‘no’ de Colombia es precisamente la
idea de que el país se conserve idéntico.
Víctor Gaviria: hay que hablar más con cierto recato sobre la figura de Pablo Escobar.
Es muy extraña la relación que los colombianos tienen con Pablo Escobar porque es una
figura que produjo en su vida un relato lleno de episodios fascinantes. Conozco muchos
lugartenientes de Pablo Escobar y me cuentan su historia desde sus vivencias. Es la historia
de unos delincuentes que un patrón, un padre, reúne y les da el sentido de ser delincuentes.
Antes eran unos proyectos fracasados que no iban para ningún lado, y la figura de Pablo
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Escobar les da una orientación a esos proyectos locales. Esa persona les demuestra quién es
el enemigo y, con conciencia política, ellos se enganchan en ese señalamiento. El enemigo
es el Ejército, la Policía y el Estado. Entonces, les propone una tarea que a ellos les llena
de una ambición y un orgullo enormes, que es atacar y vencer al Estado porque siempre
el delincuente sabe que el Estado lo va a vencer. Esta es la primera vez que Pablo Escobar
los une y les dice: “Vamos a vencer al Estado a través del terror porque esos hijueputas
no saben qué es la muerte, no saben lo que hemos vivido, siempre en la frontera con la
muerte. Vamos a llevarlos a ellos a la frontera con la muerte y vamos a vencerlos”. Vencen
al Estado y los arrodillan. Es la única revolución que el país ha tenido. Es la única vez que
el país ha vencido al Estado, que ha sido un Estado injusto, un Estado al que no le impor-
taban los pobres, un Estado que lo único que ha hecho es masacrar al pueblo. Entonces,
ese momento glorioso de la delincuencia, cuando el Frente Nacional no ha dejado ningún
partido, cuando cualquier protesta es acallada y señalada como guerrilla y todo el mundo
—los sindicalistas y todos los movimientos populares son asesinados sistemáticamente—,
este es el único man que los reúne. Quiero hacer una película sobre eso. Una película total-
mente política. Además, cuento con todos los documentos, todos los testimonios de cómo
empezó, de cómo fue la vaina. Sucedió una cosa extraordinaria.
Yo tengo una relación muy ambigua con el delincuente porque en él hay resistencia.
De alguna manera tengo una idea intuitiva de lo que ocurre en esas poblaciones y en esas
sociedades de barrio en donde la gente precisamente ha sido vaciada de todo poder. La gente
se levanta con una conciencia de su impotencia y no tiene poder para nada. Lo que hablába-
mos ahora de no tener ni para pagar un bus. Mi próxima película es sobre la pobreza de una
persona que de un momento a otro sabe que no tiene plata y no tiene a quién pedirle y tiene
que caminar por toda la ciudad para llegar a su destino. Tengo que transformar, tengo que
hacer un esfuerzo, porque los bressonianos y el cine que cree que a través de la sutileza vamos
a encontrar la verdad dicen: ‘¿Cómo filmamos esto para que sea sugestivo?’. Pero la pregunta
es: ¿Cómo filmamos estas cosas que son tan sutiles, cómo filmamos estos sentimientos y estas
verdades que son tan difíciles de convertir en algo mostrable, cómo vamos a transformar estos
sentimientos, estas sensaciones, estas impotencias en cine?’. Que es finalmente lo que decía el
neorrealismo, ¿no es cierto? ¿Cómo mostramos lo realmente sutil?’. Entonces, me pregunto:
¿Cómo voy a mostrar a una persona que sabe que tiene que ir a un lugar, que tiene que atra-
vesar la ciudad? ¿Cómo voy a mostrar esa caminata? ¿Cómo voy a mostrar ese enojo y esa
tristeza cuando ve que todo el mundo coge su bus o que todo el mundo pide su taxi, que todo
el mundo ya llegó a la casa, que la gente ya está allí y ella no? No estoy haciendo nada grande,
pero tiene que ir hasta la casa, para llevar a unos niños a un internado y ahora tiene que devol-
verse. ¿Cómo voy a mostrar ese desconsuelo y esa tarea tan larga de atravesar toda la ciudad,
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Entrevista
esa tarea tan inútil viendo que todo el mundo levanta la mano y para un taxi cuando ella no
puede hacer eso? Entonces, esas son las cosas indiscernibles que hay que hacer. Allí es cuando
el cine realmente tiene un problema que no es bressoniano. Es un problema de traducción:
sentimientos, sensaciones, emociones difíciles de traducir.
Esos escenarios, esas poblaciones, son lugares vaciados de poder donde la gente se
levanta y no tienen poder para nada. Ni tienen nada para calmar el hambre de los niños.
El mundo es miedo, terror. Allí nace el terror constante del día a día. Hay que entender
que aquellas que dan el paso contra la ley —seguramente entrando a participar en el ejer-
cicio de la multiplicación de la crueldad contra los demás— se convierten en monstruos
para los demás. Esa transformación es tan dura para una persona con el fin de obtener
poder, algún poder. En ese sentido, les confieso a ustedes mi ambigüedad frente a la
delincuencia. Yo a la delincuencia la admiro. Tengo una parte que admira al delincuente
porque esta figura se ha rebelado ante la impotencia. Así como admiro al que espera.
Ahora, vean esta foto. Es la única foto que tiene Margarita del Animal (Fig. 1).
Allí está ella y aquí está el niño, Carlitos, que no es el niño adoptado. Y está otra niña
acá. Esta señora es doña Bárbara, la mamá del Animal. Es una foto hecha frente a un
barranco, frente a la casa. Además, fíjense en el pelo corto. Desde entonces lleva el pelo
corto; nunca se dejó el pelo largo. Aquí está lo que antes discutíamos.
Figura 1. Margarita junto a su hijo, el Animal y doña Bárbara, la madre del Animal. Fotografía cortesía de
Víctor Gaviria, reproducida con autorización de Margarita.
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Entrevista
Javier Guerrero: por eso me encanta tu respuesta, cuando dices: “Yo le creí. Yo creí en
su testimonio”. Eso es todo. Es la respuesta que ella se merece. Cuando se discuten casos
de abuso de género o, incluso, de feminicidio, las autoridades y la opinión pública suelen
dudar de las víctimas. En la absoluta creencia en este relato y en la trasposición casi intacta
del relato de Margarita radica tu profunda comprensión de estos sujetos. Personas que
tienen derecho a plantear y contar sus historias de esta manera. Por eso, cuando yo oí tu
respuesta a una pregunta durante la discusión con el público luego de proyectar La mujer
del animal aquí en Princeton, pensé: “Allí está”. No hay forma de discutir sobre el problema
del testimonio. “Yo le creí”. No importa si en esa creencia hay ingenuidad. “Yo le creí”.
Ahora, me pregunto: ¿Cómo es la vida de ella ahora? ¿Cómo es la vida de Margarita?
Víctor Gaviria: ahora está en una casita muy pobre, comiendo arroz con huevo y con
problemas de gastritis. Está allí esperando, esperando, esperando que le llegue la pen-
sión. Qué injusticia. ¿Cómo el Estado permite que esa gente espere toda la vida y nunca
les llega nada? Las entrevistas con ella son hasta difíciles de entender porque uno no
sabe desde dónde habla. Por eso mi hija Mercedes, después de ver la película, me dijo
que quedó impactada porque no sabía desde dónde hablaba esta gente. Porque unas
son prostitutas, otros son drogadictos, y no se sabe bien desde dónde hablan. Es muy
inquietante desde dónde habla la gente y qué es lo bueno y lo malo. No sabes qué pensar
del proyecto de estas personas. Estas personas son más personas que muchísima gente
que conoces. Tienen una vida mucho más heroica, más hermosa y mucho más cerca a
los valores de la vida. Las mejores películas mías —como La vendedora de rosas— son
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Entrevista
justamente aquellas en las que hay más improvisación. En las otras yo tenía ya algunos
relatos. La improvisación estaba muy recortada por el relato inicial, pero de todas mane-
ras hay improvisación. Lo que yo digo siempre, no sé por qué, es que para mí tiene que
ver con la historia sagrada de las trompetas de Jericó, cuando unas verdades derrumban
unas murallas de mentiras. Es un momento de resistencia. Tiene ese lado la delincuen-
cia. La delincuencia también es resistencia. No podemos olvidar eso.
Javier Guerrero: una última cosa, Víctor. Más allá de la improvisación, ¿notaste alguna
distinción en el rodaje de esta película a diferencia de las otras? ¿Hace cuánto no roda-
bas? No filmabas hace mucho tiempo, ¿cierto? Porque además Sumas y restas se filmó
antes y pasaste mucho tiempo en la posproducción.
Javier Guerrero: y después de esos trece años, ¿sentiste que algo había cambiado? Ya
habías hecho tres películas y volviste a hacer cine. ¿Piensas que hay algo que se alteró en
las poblaciones, en volver a estos barrios? ¿Hay algo que se te pasó por la cabeza, o algo
que te conmocionó? ¿O fue como filmar La vendedora de rosas o Sumas y restas? ¿Fue
una experiencia parecida?
Víctor Gaviria: yo insistí en trabajar con unos amigos que casi no pude incorporar al
equipo, pero lo logré. Incluso a pesar de la productora, que no quería que yo trabajara
con mis amigos porque tenía la idea de que eso era algo antiindustrial. Ella rechazaba
un cine que pensaba que era del pasado, que era un cine de amigos, un cine no indus-
trial y, por lo tanto, desorganizado, que no cuadraba con la lógica de la industria. Sin
embargo, yo logré trabajar con ellos a pesar de todo. Pude hacer la película igualmente
y volver a esas locaciones que están llenas de humanidad, de un espacio muy particular.
Todos son los barrios populares de Rodrigo D, que son barrios que han sido construidos
con mucho esfuerzo. Cada lugar, cada cosita, te resucita un momento de decisión, un
momento anterior. Es una cosa que te habla directamente de las personas. Te resucita a
las personas. Volví a estar en ese lugar, que es un lugar de amor, que es un lugar hermo-
sísimo. Volví a hablar con toda esta gente igualmente, hablar con todos esos mucha-
chos, con todas esas historias tan interesantes. Quiero volver a La vendedora de rosas y
estas películas anteriores porque había muchos diálogos y mucha improvisación. Aquí
la improvisación es sustituida por el maltrato, por la paliza, por los golpes, por el insulto.
Yo ya no les podía pedir a los actores que improvisaran. Esa falta de improvisación me
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Entrevista
mortificó y me mortifica todavía cuando veo la película, porque esa la esencia de trabajar
con actores naturales, que realmente el actor diga cosas…
Javier Guerrero: sin duda, una oportunidad que tienes en el proyecto de la caminata.
Víctor Gaviria: exacto. Allí hay una historia llena de detalles, como en La vendedora
de rosas. Cuando me reúno con todos los actores naturales es increíble. Hay también la
sensación de que estamos en lo mismo. Ahora, cuando estrenamos la película, volvimos
a hacer una fiesta donde un amigo por allá en una callecita —porque a ellos no les gustan
los centros comerciales ni las avenidas ni los parques. A ellos les gustan las calles oscuras
donde nadie pase o los vea. Ellos no quieren ver nada ni ser vistos por nadie. Entonces,
cuando estábamos allí la actriz que hacía de la prostituta en La mujer del animal llegó
desesperada y me dijo: “Víctor, tengo un problema. Yo mañana necesito construir un
rancho. Ya tengo unas tablas allí, me dieron un lugarcito allí y voy a construirlo”. Y era
como una secuencia de la película. Es como en La vendedora de rosas, que sales del teatro
y sigue la secuencia. Mi cine es así.
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Entrevista
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Reguillo, Rossana. “La narcomáquina y el trabajo de la violencia: apuntes para su
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Rossellini, Roberto, director. Alemania, año cero. Tevere Film, SAFDI, Union Générale
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Ruiz Navia, Oscar, director. El vuelco del cangrejo. Arizona Films, Burning Blue,
Contravía Films, 2009.
Di Stefano, Andrea, director. Escobar: Paradise Lost. Jaguar Films, Nexus Factory, Pathé,
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Vallejo, Fernando. El desbarrancadero. Alfaguara, 2015.
Vega, William, director. La Sirga. Burning Blue, Contravía Films, 2012.
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Reseñas
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Reseñas
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Reseñas
caba “abanderar una voz común ante la crisis política, civil e institucional que ha cun-
dido en todos los estratos de la sociedad” (265). Ante este caldo de cultivo poético, el
autor acaba reflexionando sobre si los nuevos límites discursivos de los otros realismos
son compatibles con una formulación realista o requieren “una redefinición de lo que
entendemos por realismo en poesía” (265).
Si hay algo que debemos subrayar acerca de los colaboradores de El compromiso en
el canon. Antologías poéticas españolas del último siglo es su distanciamiento crítico y teórico
con respecto al objeto de estudio, su capacidad para revelar las fisuras del discurso ideoló-
gico-poético dominante y para mostrar que las nociones de compromiso, canon y antología
no dejan de ser lo que son: productos de la historia. En definitiva, nos encontramos ante
una lectura políticamente incorrecta, sensata y sosegada, que no dejará indiferente a nin-
gún lector inquieto que se aventure a leer la literatura con otros ojos.
···154··· perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, julio-diciembre 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 152-154
NORMAS PARA LOS AUTORES
Se recibirán artículos, reseñas y entrevistas en español y en inglés. Los escritos que se pre-
senten a la convocatoria de la revista no deben estar siendo evaluados por ninguna otra
publicación. Solo se recibirán artículos, reseñas y entrevistas a través de la plataforma para
presentación y evaluación de contenidos ScholarOne: https://mc04.manuscriptcentral.
com/perifrasis. El proceso editorial y la comunicación entre quienes participan en él se
llevarán a cabo a través del sistema de correos electrónicos de ScholarOne igualmente.
Tiempos y proceso editorial
Una vez recibidos los artículos y las entrevistas, el Comité Editorial evaluará el cum-
plimiento básico de los requisitos. Si obtiene el visto bueno del Comité Editorial, el
documento pasará a la evaluación por parte de dos pares anónimos y externos a dicho
comité. Los resultados de la evaluación se darán a conocer a través de una carta de acep-
tación, de aceptación con cambios o de rechazo, que será enviada a los autores a través
de un correo electrónico.
Si el artículo o la entrevista son aceptados y se solicitan cambios, los autores tie-
nen un plazo de dos semanas para trabajar sobre los mismos. Una vez evaluados los cam-
bios se informará al autor sobre el resultado del proceso a través de correo electrónico.
Durante los tiempos de evaluación Perífrasis podrá contactar a los autores.
El Comité Editorial determina, a partir del concepto de los evaluadores, si un
artículo o entrevista será publicado o no. Así mismo, decidirá qué artículos o entrevistas
pueden ser publicados en números futuros. Se reserva de la misma manera la decisión
sobre la corrección de estilo en los casos en los que se considere necesario.
Artículos aceptados para publicación
Una vez el artículo o la entrevista sea aceptado para su publicación, el autor debe firmar una
autorización a la Universidad de los Andes para la cesión de sus derechos tanto en la versión
impresa de la revista como en la versión digital. Los autores de los artículos y entrevistas acep-
tados para publicación recibirán dos ejemplares de la revista en la que participaron.
Si el autor quiere incluir su artículo o entrevista en otra publicación, debe esperar
seis meses a partir de la publicación de Perífrasis para hacerlo. El autor debe solicitar una
autorización escrita al Comité Editorial y a la editora de la revista, y declarar a Perífrasis
como la publicación original.
Parámetros de presentación de los artículos y reseñas
La extensión de los artículos y entrevistas debe ser de 5000 a 8000 palabras, incluidas
las notas al pie, resúmenes, palabras clave y bibliografía. Los cuadros, tablas e imágenes
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Normas para los autores
no hacen parte de la extensión del artículo; para su uso, el autor debe cerciorarse de que
los derechos de uso estén vigentes. En los campos de título, resumen y palabras clave que
deben diligenciarse en ScholarOne debe incluirse esta información únicamente en la
lengua original del artículo.
En la primera página del artículo o la entrevista deben aparecer el título en inglés
y en español, un resumen en los dos idiomas que no supere las 100 palabras y una lista de
cinco palabras clave, igualmente en los dos idiomas. Para asegurar la imparcialidad
en la evaluación, el nombre del autor no debe aparecer en ninguna de las páginas
del artículo o la entrevista. Los datos de contacto (nombre, direcciones, teléfonos fijos y
móviles, dirección de correo electrónico), así como los datos de la institución a la que se
pertenece deben incluirse en el momento de inscribirse como usuario a la plataforma de
ScholarOne. De igual manera, en la plataforma, el artículo debe adjuntarse en formato
.doc. Una vez se haya aceptado el artículo el autor debe enviar la versión final y su hoja
de vida actualizada (títulos, estudios, cargo actual, instituciones a las que pertenece y
todas las publicaciones hechas en los últimos tres años en libros y revistas). Así mismo,
debe indicarse el proyecto de investigación en el cual se inscribe el artículo, si es el caso.
La extensión de las reseñas no debe superar las cuatro cuartillas y debe cumplir
con los mismos requisitos de formato que los artículos. Así mismo, los textos reseñados
deben tener una fecha de publicación que no supere los tres años de antigüedad respecto
al número de la revista en el que sería incluida.
Perífrasis basa su estilo de edición en la octava versión de la MLA. Debe usarse
tanto en artículos como reseñas fuente Times New Roman en 12 puntos, doble espacio
y márgenes de una pulgada. Solo se recibirán artículos, entrevistas y reseñas que cum-
plan con estas normas.
Para resolver dudas acerca del uso correcto de las normas MLA, Perífrasis ha ela-
borado una breve reseña de la octava edición del MLA Handbook donde podrá encon-
trar algunos pormenores del correcto uso de las normas.
···156··· perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, julio-diciembre 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 155-161
Normas para los autores
regla se encuentran las citas que están enteramente en otro idioma, los títulos en otro idioma
que están publicados dentro de obras mayores y las palabras de origen distinto al del idioma
del artículo que ya, por uso, se cuentan como palabras convencionales del idioma de escritura.
Capítulos
Si decide dividir su ensayo en secciones o capítulos cortos, se recomienda que los numere,
utilizando un número arábigo seguido de un punto. Luego de un espacio escriba el nom-
bre de la sección.
Signos
Procure que no queden palabras divididas en renglones. Esto dificulta la lectura y se
presta a malos entendidos ya que no se puede distinguir si se usa el guion de separación
(-) con fines ortográficos o lo usa como parte esencial de un texto que está citando.
Si va a utilizar palabras en idiomas diferentes al español o al inglés, procure que
tengan todos los acentos del idioma original.
Pies de página y notas finales
Se sugiere evitar el uso de pies de página y notas finales. En caso de que sean indispensa-
bles se recomienda que su extensión no supere 400 caracteres.
2. Citas
--La MLA utiliza el método autor-página en el uso de citas. Quiere decir esto que el apellido
del autor y la página o páginas de las que la cita está tomada deben aparecer en el cuerpo
del texto así como la referencia completa debe aparecer en la bibliografía. El nombre del
autor puede aparecer dentro de la frase, o entre paréntesis después de la cita o parafraseo. Los
números de página siempre deben aparecer entre paréntesis luego de la cita.
--Para citar obras clásicas que tienen múltiples ediciones, la manera más sencilla es espe-
cificar entre paréntesis el libro, el volumen, el capítulo, la sección o el párrafo.
--Para citar autores con el mismo apellido utilice la inicial del nombre seguida de un
punto y luego el apellido.
--Una obra que tenga múltiples autores (tres o menos) requiere que se mencionen los
tres o dos apellidos en el texto o entre paréntesis.
--Si va a citar varios trabajos del mismo autor utilice el título completo de cada obra o
una abreviación del mismo para diferenciar las fuentes.
--Las citas de textos que tienen diferentes volúmenes deben distinguirse por un parénte-
sis en el que se especifica el volumen seguido de dos puntos después de los cuales aparece
la página o los números de página.
--Para citar la Biblia haga claridad en qué Biblia está utilizando (use cursivas en el título)
seguido del libro, el capítulo y el verso (sin itálicas).
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 155-161 ···157···
Normas para los autores
--Aunque no es aconsejable citar fuentes indirectas (utilizar una cita citada en otro
texto) la manera correcta de hacerlo es señalando entre paréntesis o decirlo explícita-
mente en el texto.
--Para citar fuentes múltiples en el mismo paréntesis use el punto y coma para separar los
apellidos y sus páginas.
Formas correctas de citar dependiendo de la extensión
Independiente de la extensión de la cita, ésta siempre debe ir a doble espacio.
Citas cortas: si la cita es de menos de cuatro renglones de prosa o de tres versos,
encierre la cita entre comillas, proporcione entre paréntesis el nombre del autor y la
página de origen y añádala a continuación del texto. Los puntos, las comas y los puntos y
coma deben quedar por fuera de las comillas. Los signos de interrogación y exclamación
deben aparecer dentro de las comillas si hacen parte de la cita y fuera de ellos si hacen
parte de la intención como autor. Para los versos de un poema utilice la barra / para
separar un verso de otro.
Citas largas: para citas de más de cuatro líneas de prosa o tres de verso ubique la
cita aparte del resto del texto y utilice sangrado para la primera línea de la cita (si la cita
tiene varios párrafos sólo use el sangrado en el primer párrafo). La referencia a la cita
debe ir al final entre paréntesis (autor y página).
3. Bibliografía
Todos los trabajos citados en el cuerpo del texto deben tener su correspondencia en la
sección de bibliografía.
Reglas básicas
--La sección de bibliografía debe comenzar en página aparte, con los mismos márgenes
y numeración que el resto del trabajo.
--Utilice cursivas en lugar de subrayado para títulos de trabajos extensos (libros, revistas,
páginas web, películas, programas de radio y televisión) y comillas para títulos de traba-
jos breves (poemas o artículos).
--Las entradas bibliográficas deben ir organizadas por nombre de autor comenzando
por el apellido, el nombre y por último las iniciales de segundos nombres.
--El formato básico para citar un libro es el siguiente: Apellido, Nombre. Título. Casa
editorial, año.
--El formato básico para un artículo en una revista es: Apellido, Nombre. “Nombre del
artículo”. Nombre de la revista, vol. , núm. , año, pp.
--Si aparece más de una obra del mismo autor las entradas se organizan por orden alfabé-
tico de los títulos. Utilice el nombre del autor solo en la primera entrada y reemplácelo
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Normas para los autores
en las demás entradas por tres guiones seguidos y un punto (---.) en vez del nombre y
apellido del autor.
--Si ha citado varias obras de un mismo autor utilizando el recurso ---. y el autor es al mismo
tiempo un coautor de otra obra, no reemplace su nombre con ---., escríbalo completo junto
con los demás nombres. El recurso ---. nunca se utiliza en conjunto con otros nombres.
--Un libro con más de dos autores debe aparecer con todos los nombres en el orden en el
que aparecen en la portada. El apellido del primer autor será entonces la entrada alfabé-
tica en la bibliografía; los demás nombres aparecen en orden sin necesidad de reversar
su orden (nombre y apellido). Recuerde escribir las funciones de los autores si viene al
caso (editor, compilador, traductor).
--De tener el libro un autor desconocido, inclúyalo dentro de la lista bibliográfica
tomando la inicial de la primera palabra del título del libro como referencia alfabética.
--Para textos provenientes de antologías o compilaciones, lo más adecuado es iniciar
con el nombre del editor o compilador si este aparece en la portada del libro. Luego del
nombre debe aparecer una coma (,) y la función editor o compilador. Si el editor fue
también traductor, el crédito correspondiente debe aparecer.
--Al citar un prefacio, un preámbulo, una introducción o un epílogo, escriba primero el
apellido y nombre del autor (apellido, nombre). Seguido de punto aclare qué tipo de
texto es y a continuación, después de punto, el título del libro. Por último, tras poner
una coma, introduzca el nombre del autor del libro antecedido por la preposición por.
--Para el caso en que la fuente sea una tesis de investigación de una maestría o doctorado
es importante señalarlo en la bibliografía, añadiendo antes de la universidad donde fue
elaborada.
--Las imágenes (pinturas, esculturas o fotografías) se señalan proveyendo el nombre del
autor, el nombre de la obra en itálicas, la fecha de creación y el instituto o museo donde
la obra reposa, la página web de dónde se tomó la imagen y la fecha de acceso.
Fuentes de Internet
Para citar fuentes de Internet recuerde que el nombre, título o página web que cite en el
texto debe aparecer de manera coincidente en la bibliografía. No hace falta que ponga
números de página basados en la versión impresa. Para nombres de páginas web provea
solamente la versión corta (nombre.com). Si es probable que el público no encuentre con
facilidad el artículo en la dirección web indicada, asegúrese entonces de escribir la direc-
ción completa. Muchas veces las versiones en la web de un mismo artículo cambian con el
paso de los meses, por esto es necesario indicar la fecha en la que se consultó el artículo ya
que pudo haber variado con el tiempo.
MLA Handbook. Eighth Edition. The Modern Language Association of America, 2016.
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 155-161 ···159···
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perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 155-161 ···161···
DECLARACIÓN DE ÉTICA
···162··· perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, julio-diciembre 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 162-165
Declaración de ética
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 162-165 ···163···
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perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 162-165 ···165···
ÍNDICE PERIÓDICO POR VOLUMEN
Número 17
Artículos
Pasión y sentido en tiempos de cambio: The Way We Live Now como una propuesta de sociedad
moderna en Inglaterra a finales del siglo xix
Anderzon Medina Roa. Universidad de Los Andes, Venezuela
Crítica e imagen: lectura comparada de Aquí América Latina de Josefina Ludmer y Plan de
operaciones de Vicente Luy
Fernando Bogado. Universidad de Buenos Aires - conicet, Argentina
Reseñas
Albizúrez Gil, Mónica. Modernidades extremas. Textos y prácticas literarias en América Latina.
Francisco Bilbao, Manuel González Prada, Manuel Ugarte, Manoel Bomfim. Madrid/Frankfurt:
Iberoamericana/Vervuert, 2016, 390pp.
Ioannis Antzus Ramos. Universidad de Salamanca, España
···166··· perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, julio-diciembre 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 166-167
Número 18
Artículos
Expediciones de Mansilla a la novela futura. Fronteras del país moderno en viajes escritos por la
prensa
Juan Pablo Luppi. Universidad de Buenos Aires-conicet, Argentina
Hacia una (re)vocalización del trauma: una crítica a Caruth desde la ética de la escucha
Juan Diego Pérez. Princeton University, Estados Unidos
Entrevista
Los dispositivos del mal. Una entrevista con Víctor Gaviria a propósito de La mujer del animal
Javier Guerrero y Thomas Matusiak. Princeton University, Estados Unidos
Reseña
El compromiso en el canon. Antologías poéticas españolas del último siglo, editado por Miguel Ángel
García. Tirant lo Blanch (Tirant Humanidades), 2017, 297 pp.
David Ferrez Gutiérrez. Universidad de Granada, España
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 166-167 ···167···
···168··· perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, julio-diciembre 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 168-169
perífrasis. rev.lit.teor.crit. Vol. 9, n.o 18. Bogotá, enero-junio 2018, 176 pp. ISSN 2145-8987 pp 168-169 ···169···
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COLECCIÓN DEPARTAMENTO DE
HUMANIDADES Y LITERATURA 2018 -1
COLECCIÓN HUMANIDADES Y LITERATURA
FERREIRA DE ALMEIDA
ciones recientes:
ricane, dado que los artistas visuales y escritores comparten, en lo que se ha llamado literatura brasileira (Anablume, 2002) y
Valdés “diáspora”, la imposición de una cultura hegemónica, nacional, y la experiencia de los artículos “Po(i)ética antropofágica”,
Antología de teatro bufo cubano IRINA BAJINI
MARÍA CÁNDIDA
aritoyootros ensayos gión o costumbres, sino también por su color de piel. Aunque existan grupos Recibió mención en ensayo en el Premio
Eduardo Gómez
arreiro. Casa de las Américas (2008) con el trabajo
relativamente aislados, como los palenques en Colombia y los quilombos en
Leyendo en colores. Lecturas racializadas de
s vein- Brasil, la mayoría de la población afrodescendiente se encuentra en el seno de
Artista e imagen literatura hispanoamericana, que fue publi-
en una la sociedad. Sin embargo, en su lucha contra el racismo, muchos líderes de or- cado en portugués (São Paulo: Intermeios,
ydedecadentismo
los
en
ganizaciones negras, intelectuales orgánicos y artistas negros se han propuesto 2011). Organizó y publicó en el 2013 los
e José Asunción Silva
egiado fortalecer una tradición cultural diferenciada, basada en una religión distinta, libros Pensar el Brasil hoy: teorías literarias
amilo Hoyos Gómez
erificar en prácticas culturales y producciones estéticas propias, como factor de cons-
esenta- trucción y afirmación étnica. De esto se trata este libro: de comprender y
Encajes ético, étnico y estético
Lógoi anthropinoi:
opalabras
bufo humanas
IRINA BAJINI
dar a conocer las formas buscadas por el arte visual y la literatura producida MARÍA CÁNDIDA FERREIRA DE ALMEIDA
ue con-von der Walde
selle por importantes artistas y escritores negros que han configurado una estética
ología,
no-Vásquez (comp.) negra. También la particularidad de la autoría femenina es considerada factor
étnico y estético
modernas del autor pología (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2013).
Culturas Hispanoamericanas en la Univer-
Es profesora de literatura comparada en la
Jérôme Meizoz sidad Statale de Milán. Traductora literaria
Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia),
y editora. Es además directora de LaTina,
donde desarrolló el proyecto Encajes estéticos,
La vida cotidiana primera editorial “cartonera” universitaria
duardo Cote Lamus italiana y codirectora de la revista Criando
del Centro de Investigación Interuniversi-
Arte y literatura de negros étnicos y éticos: teorías, críticas y metodolo-
gías para el estudio comparado entre artes y
tario Italiano sobre Américas Romances literaturas, cuyo resultado es el presente libro.
De Ferney a París (Criar) del Departamento de Ciencias de la
ancisco Ortega Díaz Mediación Lingüística y de Estudios Cultu-
rales de la misma casa de estudios. Desde
udad
-645-7 antes del alba isbn : 978-958- 774-190-2 1995 colabora con el Equipo de Traduc-
Antología poética tores e Intérpretes de Cuba y otras insti-
tuciones culturales cubanas (Casa de las
46457Eduardo Gómez 9 789587 741902 Américas, Instituto del Libro, revista Revolu-
ades Facultad de Artes y Humanidades ción y Cultura) y ha impartido conferencias
Departamento de Humanidades y Literatura y talleres en ciudades
D e pdea rAmérica
t a m eLatina
nto de Humanidades y Literatura
como La Habana, Santiago de Cuba, Lima,
Guadalajara y Buenos Aires.
DIANA PAOLA GUZMÁN
a Arte y literatura de negros invitándonos a una lectura situada en el presente, que se convierta en una oca- Eduardo Lourenço y fue el Comisario de la
alCándida Ferreira de Almeida sión para el diálogo. Esta compilación responde a un deseo de leer a Benjamin visita de Portugal a la Feria Internacional
“aquí y ahora” y tiene en cuenta cómo su obra necesariamente nos llama como del Libro de Bogotá (filbo).
Voces en off: traducción y
- literatura latinoamericana lectores hoy y nos plantea la exigencia de pensar cómo entender sus textos en
s Daniel Balderston y el contexto de nuestro momento. Los nueve ensayos que reúne este libro mues-
JERÓNIMO PIZARRO
Ilusión y materialidad
sMarcy E. Schwartz (comps.) tran distintas maneras de leer a Benjamin en y desde la Colombia contempo- MARÍA MERCEDES ANDRADE (comp.)
Y DIANA PAOLA GUZMÁN (comps.)
ránea. Además, reúnen el trabajo de algunos de los principales académicos que
-
- El viajero que nunca se ocupan de su obra en nuestro país. Desde perspectivas diversas, todos ellos
Walter Benjamin
llega y otros ensayos abordan los posibles significados que los escritos de Walter Benjamin continúan Diana Paola Guzmán es Doctora en Litera-
Ilusión y
s María Mercedes Andrade es profesora aso-
Eduardo Gómez tura de la Universidad de Antioquia. Profe-
teniendo para la discusión cultural actual. ciada del Departamento de Humanidades y
n sora del Departamento de Humanidades y
Literatura de la Universidad de los Andes en
del pregrado en Literatura y Edición de la
aquí y ahora
- Artista e imagen. Bogotá. Es autora de los libros La ciudad frag-
materialidad
Universidad Jorge Tadeo Lozano. Es auto- mentada: una lectura de las novelas del Bo-
Epifanía y decadentismo en
ra del libro Memoria y canon en las Historias gotazo (Ediciones Inti, Rhode Island, 2001),
emesa de José Asunción Silva de la Literatura Colombiana (2015 y 2017).
Camilo Hoyos Gómez Ambivalent Desires: Representations of Mo-
Su trabajo de investigación se centra en la dernity and Private Life in Colombia (Bucknell
historia de las prácticas lectoras, sobre el
a una dramaturgia nacional:
nco autores del Teatro Libre
Perspectivas sobre el archivo tema ha publicado varios trabajos en revis-
University Press, Lewisburg, 2011) y Collecting
from the Margins: Material Culture in a Latin
tas y libros dentro y fuera del país. Actual- American Context (Bucknell University Press,
Claudia Montilla y Ricardo mente forma parte del equipo editorial que Lewisburg, 2016). Además, ha publicado la no-
Camacho (comps.) prepara el volumen sobre historia del libro, vela Elegía para una insomne (Cuarto Propio,
isbn: 978-958-774-568-9
la edición y la lectura en Colombia. Santiago, 2007), el libro de cuentos Los inspec-
Platón y la irracionalidad tores y otros cuentos (Cuarto Propio, Santiago,
rea Lozano-Vásquez (comp.) 2016) y el poemario Grafía (La Jaula Publica-
ciones, Bogotá, 2016).
Facultad de Artes y Humanidades
Departamento de Humanidades y Literatura
Departamento de Humanidades y Literatura
COLECCIÓN LABIRINTO
El cielo no sabe bailar solo
El laberinto de la saudade
Otros títulos de
cción Labirinto
El cielo no sabe bailar solo
Ondjaki
◆ n a r r a t i va
Nadie nos mira
José Luís Peixoto
◆ n a r r a t i va
La costa de los murmullos Ondjaki nació en Luanda en 1977. Inició sus estu- Eduardo Lourenço
Lídia Jorge dios en esta ciudad, pero finalizó su educación
◆ n a r r a t i va Portugal, en 1923. E
secundaria en Lisboa. Se licenció en Sociología en losóficas en la Un
El reino el iscte (Portugal) y se doctoró en Estudios Afri- luego fue profesor
Gonçalo M. Tavares
como el milagro «Lo que yo quise hacer, sobre todo, sin querer hacerlo de una manera canos (L’Orientale, Nápoles, Italia). Es miembro Hamburgo, Heidelb
capullo durante ◆ n a r r a t i va determinada, sino que se fue haciendo necesario poco a poco, fue de la Unión de Escritores Angoleños, miembro de lengua portugu
EDUARDO LOURENÇO
desmolascomo
pequeñas
nuestro impensado una especie de tentativa de comprender cómo funciona el imaginario honorario de la Asociación de Poetas Húngaros la Universidad de
y miembro fundador de la Asociación Protectora
ONDJAKI
de un niño en el Lourenço
Eduardo portugués. ¿Qué es lo que somos? Somos lo que soñamos, los mitos Profesor en la Uni
ellas. Imprimen ◆ e n s a y o que construimos. ¿Cuál es la mitología portuguesa? ¿Con arreglo a del Anonimato de los Gambusinos. Es miembro
hasta 1989.
s que de el Mayo
futuro, qué horizonte ha funcionado la cultura portuguesa? ¿Qué tiene de ausente de la Japan International Poetry Society
imero y otros cuentos
(en la categoría de «Autor que nunca ha pisado Es autor de diverso
Mário de Andrade particular? Eso sólo se comprende examinando sus vestigios, que son
Japón») y de la Sociedad de Casi Poetas de sobre la dimensión
◆ n a r r a t i va
es, Los de mi calle la poesía y la ficción», dice Eduardo Lourenço.
Mongolia. En Galicia recibió de las manos de un la cultura portugues
enfermedad feliz y otras obras Y también afirma: «El asunto propio de nuestro libro no es tanto anciano errante la palabra-amuleto «angolego». de Quental y otros m
días, camaradas
Paulo José Miranda la “preocupación por Portugal”, preocupación que está incluida más importantes p
ibro den acuentos
r r a t i va ◆ p o e s í a Ha escrito poesía, teatro, narrativa, guiones cine-
por definición en todas las tentativas de autognosis, [sino] por una cionales, entre ello
rado, los cuales, matográficos y libros infantiles, y está traducido
Autopsia de un mar de ruinas imagología, es decir, por el discurso crítico sobre las imágenes que y diversos doctora
ca: las vivencias al francés, español, italiano, alemán, inglés,
João de Melo [los portugueses] hemos forjado sobre nosotros mismos». Tal como de Estudos Ibérico
udad de Luanda, serbio, croata, swahili, holandés y sueco. Escribe
◆ n a r r a t i va Octavio Paz en El laberinto de la soledad, sobre
n a relrcaso
a t mexicano,
i v a ◆ Eduardo Lourenço
, nos lleva de la crónicas para periódicos (en Angola, Portugal, e n s a y o ◆
derno de memorias coloniales Lourenço estudia en El laberinto de la saudade una determinada portugueses más
ONDJAKI
áfico, marcada- Brasil, Inglaterra) y, ocasionalmente, es profesor
Isabela Figueiredo imagología. El laberinto luso es una obra crucial para captar, soñar y último siglo.
◆ memorias volver a imaginar el destino de Portugal. EDUARDO LOURENÇO
de escritura creativa.
Otros títulos de
cción Labirinto
El cielo no sabe bailar solo
Ondjaki Nadie nos mira desarrolla la vida de dos generaciones en un pequeño
◆ n a r r a t i va poblado rural, acuciado por la soledad, los celos y la muerte. Los perso-
El laberinto de la saudade najes son pastores, carpinteros, taberneros, sus mujeres e hijos, es
Eduardo Lourenço decir, son personas comunes, últimos eslabones en el orden social
◆ ensayo
JOSÉ LUÍS PEIXOTO
aborda el tema de yermo, de luz blanquecina, típicamente portugués, ilumina tanto el aparición de A Costa dos Murmúrios (1988), libro
En el 2000 se pu
imero Eva
nina. de Mayo
Lopo, y otros
la cuentos escenario que nos enceguece. Nos impide mirar, les impide mirar. que refleja la experiencia colonial pasada en África,
Morreste-me, seguid
Márioa su
años después de Andrade Quizá es el mismo el que le impide al dios omnipresente mirarlos. confirmó su destacado lugar en el panorama de
novela obtuvo en e
o, un soldado por- ◆ n a r r a t i va Esta luminosidad es luz expuesta, proyectada, que guarda, que está las letras portuguesas; esta novela fue adaptada
Saramago. Se conv
eenfermedad
de Mozambique.
feliz y otras obras preñada, de toda la oscuridad y frío del porvenir. El calor del final del al cine por Margarida Cardoso en el 2004. O Vento
en recibirlo, privi
litar repercute
Paulo José en Miranda verano es el cansancio del sol; todo lo que viene es su falta. Assobiando nas Gruas (2002) mereció el Gran
veinte títulos publi
de unanmujer i va ◆ p o e s í a
a r r a t que,
Nadie nos mira nos narra con sus diferentes voces los sentires y pesares Premio de la Asociación Portuguesa de Escritores
idiomas, su obra a
ersión. y el Premio Correntes d’Escritas. Combateremos a
AutopsiaEldelibro
un mar de de ruinas de estos pobladores con una prosa que bien merece el adjetivo de poética, novelas, p
tas, no sólo conJoão la de Melo Sombra (2007) recibió en Francia el Premio Michel
poética: por el uso de los adjetivos, por el interés en los instantes más de literatura infant
stema social por- ◆ n a r r a t i va Brisset. En 2009 publicó el libro de ensayos
que en el transcurrir de los hechos y por la musicalidad y el ritmo.
ra, este n a r r a t i v a ◆ Contrato sentimental, una reflexión crítica sobre eln a r r a t i v a ◆ Entre los muchos
derno de “no es uncoloniales
memorias Ritmo que, en este caso, es una marcha fúnebre. Marcha de orquesta
bido destacan los
, sobre elIsabela
estertor futuro de Portugal; a este libro siguieron A Noite das
LÍDIA JORGE
Figueiredo de pueblo, que se encamina a la muerte de todo, incluso de la muerte,
◆ memorias bajo el sol inclemente de un mediodía de verano. JOSÉ LUÍS PEIXOTO
Mulheres Cantoras (2011) y Os Memoráveis (2014). ropa, Océanos, de P
dade Portuguesa de
Un paquete chileno
Un
paquete
chileno
enrique winter Enrique Winter (Chile, 1982) es
autor del poemario Lengua de
señas (premios Pablo de Rokha y
Goodmorning Menagerie), la novela
Las bolsas de basura y el disco
Agua en polvo, entre otros títulos
publicados en once países y cuatro
idiomas. Traductor, editor, ensayista
y abogado, es magíster en escritura
creativa por nyu y escritor residente
enrique winter
COLECCIÓN RELECTURAS
· r e l e c t u r a s ·
Los laberintos
insolados
Los laberintos insolados
r eso que Los laberintos insolados 1966) y Conversación al sur (1984). Seix Barral publicó
mbién una novela de tonos, originalmente Los laberintos insolados en 1967.
saciones ópticas, una novela
carácter visual, fílmico, casi
»
o de Camilo Hernández Castellanos
Prólogo
Camilo Hernández Castellanos