Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
En cuanto a la antijuricidad
Los bienes amparados por el derecho penal son predominantemente públicos. El
propio Estado es quien organiza la represión, por medio de la amenaza de la pena,
de los actos que, además de culpables, son típicamente antijurídicos.
El ilícito civil viene a presentarse como comportamiento dañoso no tipificado por la
ley penal. Su sanción sólo se dará si lo desea la víctima, consistirá en la mina
obligación de resarcir.
El derecho penal se ve presidido por la rigidez del principio “nullum crimen sine
lege”, mientras que el derecho civil por el “alterum non laedere”.
En cuanto a la culpabilidad
La apreciación de la culpabilidad penal ha de atender a un minimum ético, cosa que
no sucede en el derecho civil, en donde cada día se pueden observar más supuestos
de condenas de quienes en su conducta no tienen nada de reprobable.
La infracción penal descansa una conducta humana: basta, para que el acto sea
imputable, una voluntad realmente culpable, que no hace falta que haya traído
consigo daño resarcibles. Poco importa al derecho de la responsabilidad civil si el
daño sino causado con ocasión de un delito uno: si no hay responsabilidad civil, serán
razón de la ausencia de perjuicio no de la ausencia de culpa.
El delito en sí mismo la única consecuencia que produce es la sanción penal. El hecho
de que con ocasión de un delito se produzcan además daño resarcibles, no modifica
un ápice de la naturaleza jurídico-civil de la obligación de reparar.
El derecho penal tiene en cuenta las inclinaciones personales, las cualidades del
agente, sus conocimientos y habilidades, y si se utilizan mecanismos de mediación
ajenos a la persona cuyo comportamiento se analiza, desde luego ello sucede en
menor medida que en derecho de daños. Al enjuiciar un supuesto de responsabilidad
civil bastará con comparar la actuación del sujeto con el paradigma abstracto que el
tráfico diario exige en cada concreta actividad y en cada circunstancia concreta de
personas, tiempo y lugar, o con la diligencia común. Si la responsabilidad civil va
CONSECUENCIAS DE LA DISTINCION
Primera. No es preciso que concurra ningún tipo de daño para que haya condena
penal. Hasta el año más inocente ocasionar a un deber de resarcimiento si existe
relación causa y una de cuando factor de atribución patrimonial. Interesa más la
entidad del daño que la gravedad de la conducta del que lo causó.
Segunda. La responsabilidad criminal constituye una relación generalmente
jurídico-pública que excede del ámbito de la libre disposición de los particulares.
El Estado pone en marcha la aparato represor del derecho penal, no se pone en
marcha el mecanismo de resarcimiento de los daños y perjuicios y la víctima no lo
desea.
Tercera. El estado puede decretar el indulto pero ello nunca podrá comportar el
perdón de la responsabilidad civil.
Cuarta. Nada impide que las consecuencias civiles de un delito o falta puedan ser
objeto de negociación. Ya que la responsabilidad civil tiene naturaleza privada, no
cabe conceder una indemnización mayor que la solicitada por el perjudicado.
Quinta. Dado el carácter personal de la responsabilidad penal y la naturaleza
patrimonial de la responsabilidad civil, a nadie debe escandalizar que haya quien
esté obligado legalmente responder civilmente por el hecho ajeno o que la
responsabilidad civil pueda ser cubierta por una póliza de seguro. No puede haber
responsabilidad penal por el hecho de otro.
Sexta. La responsabilidad criminal se extingue por la muerte del culpable mientras
que la responsabilidad civil se transmite a los herederos del responsable.
Séptima. Si como consecuencia del principio de tipicidad, a nadie puede imputarse
un ilícito penal sin que exista una norma que lo prevea, es lógico que se encuentre
prohibida la analogía; mientras que en la responsabilidad civil no está precluida la
analogía.
Octava. En la responsabilidad penal la culpabilidad se erige como criterio básico de
atribución. No hay responsabilidad criminal sin culpa aprobada. En la
responsabilidad civil no será la culpabilidad sino uno más de los motivos por los que
aún patrimonio pueden serle atribuida es las consecuencias de un daño. La
responsabilidad civil no pero al principio de presunción de inocencia, sino la
presunción de culpa.
Novena. La conducta del perjudicado, que colabora a la causación del daño o que
agrava ya el producido, o la culpa exclusiva de la víctima, son instituciones
cotidianas del Derecho de la responsabilidad civil. Sin embargo, una cosa son las
consecuencias patrimoniales del hecho, y otra el que una conducta constitutiva de
delito deje de serlo porque el sujeto pasivo haya participado también en la
producción del desenlace.
Décima. La acción penal viene a ser ejercida por le Ministerio público, es la víctima
quien ejercitará a la acción civil. El sistema español prefiere que sea el propio juez
penal quien se pronuncie también sobre la responsabilidad civil, en aquellos casos en
que un comportamiento constitutivo de delito o falta haya acarreado también la
lesión de un interés privado. Es la llamada “responsabilidad civil derivada de delito”.
Undécima. La responsabilidad civil nos materia que goce de reserva de Ley
Orgánica.
Duodécima. En responsabilidad civil no opera el principio de retroactividad de la
norma penal más favorable al reo, sino que siembra de jugar la norma aplicable a
la fecha de producción del daño. La responsabilidad civil derivada del delito no
pierdes una tura lesa civil, está sujeta al principio de irretroactividad
Decimotercera. No existe ningún inconveniente para que la culpa se presuman el
ámbito civil, pues la presunción de inocencia sólo operan el derecho sancionador.
2
LOS ACERCAMIENTOS ENTRE LAS DOS ESFERAS DE
RESPONSABILIDAD
Los difusos limites entre el ilícito penal y el civil en algunos delitos
Determinados asuntos discurren por la vía penal o civil y de ello solamente depende
de que el perjudicado haya optado por la demanda o haya preferido la querella.
Conforme a la ley, el juez civil debería detener el enjuiciamiento y poner los hechos
en conocimiento de la justicia penal, no pudiendo proseguirlo hasta que no recaiga
sentencia criminal.
Las agresiones a los derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen
encuentran una protección penal cuya frontera con la regulación civil es
prácticamente inexistente.
La injuria es la acción o expresión que lesionan a dignidad de otra persona,
menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación; mientras que la
difamación es la imputación de hechos o la manifestación de juicios de valor a través
de acciones o expresiones que de cualquier modo lesionen la dignidad de otra
persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación.
La víctima decidirá si nos movemos en un terreno o en el otro, escogiendo entre
tratar de obtener una indemnización por la vía civil o querellarse y perseguir al
infractor por lo penal para obtener, junto a la indemnización o una incriminación.
3
de la verificación de la insolvencia o el del conocimiento por el acreedor de la
celebración del acto defraudatorio. El legislador penal no lo duda: puede existir
delito de alzamiento de bienes cuando se contrae una obligación y, antes de que
llegue su vencimiento, el deudor realiza actos de empobrecimiento patrimonial. Si el
deudor se alza con los bienes después del nacimiento de l deuda, el ordenamiento
penal confiere al acreedor la posibilidad de accionar por delito para que no tenga
que esperar impasible la llegada del vencimiento.
4
Sólo pueden ser títulos relevantes los que transfieren la simple posesión de la cosa.
En cambio, no puede cometer este delito el que recibe dinero u otra cosa fungible en
préstamo mutuo o depósito irregular, pues se trata de contratos que transmiten el
dominio y generan la obligación de devolver otro tanto de la misma especie y
calidad. Resulta muy clarificadora la doctrina de la STS 2ª de 9 febrero 1984:
“adquirida la propiedad de dichos bienes, mal puede el nuevo titular de los mismos
adueñarse de los que ya es propio (…) Si dichas cosas se invierten de modo distinto al
anunciado o convenido, se producirá a lo más, y en el caso de que no se restituya la
cantidad prestada, un incumplimiento contractual de trascendencia civil pero sin que
pueda criminalizarse la referida conducta”.
Pero la mención en el artículo 252 al dinero y al título productor de la obligación de
entregarlo o devolverlo introduce inevitables dudas. Habrá apropiación indebida si el
dinero entregado lo ha sido como cosa específica y determinada, pues en tal caso el
dinero no es bien fungible, y el depositario que lo recibe ha de devolver la misma
cosa que se le confió. Pero el dato decisivo no es tanto el carácter fungible o
infungible de las cosas como el título bajo el que éstas reciben, pues si la entrega
por su dueño ha tenido lugar como herramienta al servicio de otra relación jurídica
no conectada con la posesión del mismo, habrá apropiación indebida. De ahí que
pueda haber apropiación indebida asociada a los contratos de mandato, de sociedad
o de arrendamiento de servicios y el artículo 252 habla también de comisión y de
administración. Cometen así apropiación indebida el Procurador o el Abogado que se
apropian la provisión de fondos o el administrador de fincas que se apropia de dinero
de los copropietarios.
A ello cabe añadir los resultados a que conducen determinadas leyes civiles
especiales, que parecen extender el delito a supuestos de incumplimiento
contractual. Si nos detenemos en la prenda sin desplazamiento, se comprueba que la
línea de algunas sentencias es la propia de una clara prisión por deudas. La STS 2ª de
5 mayo 1990 señala que ese incumplimiento no tiene cabida en el delito de
apropiación indebida, pues si el objeto de éste es la propiedad, lo que no que cabe
es que quien ya es propietario se apropie indebidamente de algo que es suyo.
En cambio, la STS 2ª de 10 octubre 1991 al tratar de un caso de prenda sobre cosecha
esperada, entiende que la venta por el pignorante de la cosa pignorada sin
autorización del acreedor pignoraticio supone una conducta de apropiación indebida.
En fin, no extraña que se haya dicho que el legislador tiene la permanente tentación
de superponer el parapeto punitivo a los instrumentos civiles de defensa del derecho
de crédito.
5
La espina dorsal del delito de estafa es el engaño. La ambigüedad del concepto de
engaño impide edificar una dogmática discriminadora. Decía el penalista francés
GOYET: “la simple mentira es insuficiente para constituir la maniobra fraudulenta.
(…) En estos casos no hay sino dolo civil”. Pero si el criterio es la entidad o calidad
del engaño, no puede resultar más inseguro el dato ni más imprecisa la frontera.
Un buen indicio es el que, en los casos fronterizos, desliza el supuesto al terreno de
la estafa cuando el comportamiento encaja de por sí en otro tipo delictivo.
Si se entiende que el engaño ha de ser medido en relación con la normal diligencia
de un ciudadano medio: ello llevará a decidir que no habrá estafa si el perjudicado
tuvo medios suficientes para comprobar la veracidad de cuantas aseveraciones le
hacia a su cocontratante, pues la causa relevante del perjuicio ha sido más su
indolencia que el propio engaño.
Para que exista estafa, tendrá que apreciarse un engaño coetáneo con el nacimiento
de la obligación, pues “el mero incumplimiento contractual no es bastante para
integrar el elemento típico del engaño requerido por la estafa”. Y lo que no tiene
sentido es que se tipifique como delito, sin exigirse nada más, la celebración de un
contrato simulado con perjuicio de tercero, cuando para resolver el asunto ya hay
una buena respuesta en el Derecho civil en forma de nulidad contractual por ilicitud
de causa.
Sucede que un tipo tan multifacético como la estafa se resiste a las descripciones de
carácter negativo, pues no se trata tanto de dejar fuera del tipo a esta o aquella
conducta, sino de determinar cuando el engaño es penalmente relevante. El
problema tiene unos componentes contradictorios: mientras a veces se comprueba
que quedan dentro del campo penal supuestos cuya solución correcta se encuentra
en el Derecho civil o mercantil, la propia complejidad de los mecanismos del
mercado hace que grandes operaciones de sofisticada ingeniería contractual y
financiera, aumentan los obstáculos que impiden aislar la mecánica defraudatoria, lo
que invita a que los jueces simplifiquen supuestos de astutas estafas, pasando a
simplificarlos como problemas inter partes de relevancia estrictamente jurídico-
privada.
6
La penalista PÉREZ MANZANO ha estudiado el delito de impago de prestaciones
instaurado por la reforma penal de 1989, y entendido que la intervención del
legislador en el campo penal para dar solución a estos problemas no supone la prisión
por deudas. Indica que el artículo 11 del Pacto Internacional de Derechos civiles y
políticos de 1962 afirma que “nadie será encarcelado por el sólo hecho de no poder
cumplir una obligación contractual”. Pero esta figura delictiva no supone la prisión
por deudas:
a. Implica que el cumplimiento de una obligación puede justificar la intervención
penal. Este argumento no es nada convincente, pues en tales delitos no se castiga
el incumplimiento de las respectivas obligaciones. El simple impago de una
obligación civil ha de traer consigo exclusivamente la reacción de la ley civil. A
ello podrá acompañarse la reacción penal si se dan las circunstancias para el
encaje de conducta en otros tipos delictivos.
b. El artículo 11 del Pacto pretende evitar que los económicamente débiles puedan
ser encarcelados porque no pueden pagar sus deudas, pero en las nuevas figuras
delictivas, si el obligado deviene insolvente estaremos ante una causa de
exclusión de la conducta punible, por lo que no se trata de una prisión con
deudas. “Se trata de evitar que las desigualdades económicas produzcan una
situación de desigualdad jurídica como la que se produciría si los pobres entran
en prisión con mayor facilidad que los ricos”.
c. El Pacto se refiere a obligaciones contractuales, y a las prestaciones económicas
derivadas de las causas de separación, nulidad o divorcio no son obligaciones
contractuales, pues el matrimonio no es un contrato. Pero el caso es que en el
Derecho de familia existen mecanismos cuya correcta utilización podría evitar el
recurso a penalizar las conductas de incumplimiento.
La reflexión de la Fiscalía General del Estado en la consulta 1/1993, de 16 de marzo,
que en relación con el artículo 487 bis del Código derogado, decía: “Es preciso
reconocer, en el plano de la reflexión teórica, que el actual artículo 487 bis es de
difícil justificación a la vista de los principios inspiradores de un derecho penal
moderno”.
7
- ¿Heredan el castigo los herederos del responsable?
Esta medida no es ya de devolver a la víctima la situación anterior al daño, sino de
darle una posición mejor o mucho mejor.
Aunque en el derecho español no se puede hablar de función punitiva de la
indemnización por daño moral, no hay que perder de vista ciertas realidades. La Ley
Orgánica 1/1982 para los daños al honor, a la intimidad y la propia imagen establecía
que “también se valorará el beneficio que hayas tenido el causante de la lesión como
consecuencia de la misma”. Se estaba tomando en cuenta un daño absolutamente
ajeno al daño causado a la víctima que otorgaba un carácter disuasorio y punitivo.
En la redacción actual el perjudicado puede pedir la apropiación del lucro obtenido
por el agresor con la intromisión ilegítima en sus derechos, el legislador ha
ahuyentado las indemnizaciones punitivas.
Existe una manifestación de daños punitivos en el derecho español en materia de
daños sufridos por el trabajador como consecuencia del incumplimiento por el
empresario de las medidas de prevención de los riesgos laborales, es el recargo de
prestaciones. La prestación que ha de pagar la Seguridad Social al trabajador por un
accidente de trabajo se debe incrementar en un porcentaje cuando ha existido en
fracción de las medidas de prevención de riesgos laborales. El resultado lo paga el
empresario infractor, a la cantidad resultante se le añade la suma de lo que tenga
que pagar el sistema público, a modo de pena privada.
La jurisprudencia sido reacia el reconocimiento de la fórmula. Si se quiere castigar y
se está autorizando para castigar, no parece justo ni equitativo proporcionar a quien
sufre un daño sumas que sean superiores a este daño, porque en tal caso se le está
enriqueciendo. Si se considera justo obtener del autor de un hecho ilícito exacciones
más allá del importe del daño, lo justo es que está sumas vayan a parar al Tesoro
Público.
8
Los jueces penales se han de sentir frecuentemente inclinados o propensos a imponer
una condena, aunque sea insignificante, que les de paso para pronunciarse también
sobre la cuestión civil; con ello no abrigan a la víctima entablar un proceso posterior
a lo que tendría que haber sido una sentencia absolutoria.
Se trata de absoluciones penales camufladas en las que todos los implicados quedan
contentos: el responsable penal, que con un simple desembolso de la multa con una
privación del permiso de circulación durante un mes, ve todo solucionado en el juicio
de faltas, pues además habrá un asegurador que pague la indemnización; y la
víctima, que cobra bien y rápido. Basta con una pequeña condena para que se tenga
que acordar en la propia sentencia penal esa indemnización.
A veces el juez penal se puede sentir inclinado a rebajar una pena para compensarla
con mayor severidad en la indemnización.
La confusión entre la responsabilidad es civil y penal se ve potenciada desde el
momento en el que un alto porcentaje de procesos penales de la víctima no hace
declaración alguna sobre la acción civil. Le basta con guardar silencio, porque
equivale ejercitar acciones, lo cierto es que el único que pone en marcha la
pretensión civil es el Ministerio Fiscal.
La ventaja del sistema español en términos de economía procesal es que es el
Estado, a través del Ministerio Público, quien ejercita realmente la acción civil, sin
necesidad de constitución del perjudicado como parte ni manifestación de voluntad
alguna. Aunque hay inconvenientes: la constante utilización bastarda de la justicia
penal con el único propósito de exigir el resarcimiento del procedimiento penal; en
nuestro código penal existen normas sobre responsabilidad civil, esto es una
singularidad del sistema español que proporciona a la justicia penal una síntesis de
derecho civil, lo que le resulta cómodo, pero que trae consigo unos resultados
extraordinariamente ortopédicos. Muchos jueces penales ven en la responsabilidad
civil una especie de prolongación del castigo, lo que desvirtúa el papel que toda
responsabilidad civil está llamada a cumplir.
9
CAPÍTULO II. RESPONSABILIDAD CIVIL PURA Y RESPONSABILIDAD CIVIL DERIVADA
DE DELITO: UNA INJUSTIFICADA DUALIDAD NORMATIVA
El art. 1089 C.civ. enumera los hechos o fuentes de los que puede nacer una
obligación civil. Después de citar como hechos generadores de obligación a la ley,
los contratos y los cuasicontratos, concluye con la expresión “y de los actos y
omisiones ilícitos o en que intervengan cualquier género de culpa o negligencia”.
Con esta expresión quiso el legislador civil referirse a dos fuentes de obligación
pretendidamente distintas: se ha querido situar, por una parte, el acto ilícito
penal que, cuando origine daños resarcibles, generará la correspondiente obligación
civil (arts. 109 y ss.) y, por otra, el acto que, habiendo ocasionado también daños
en el patrimonio ajeno, no sea constitutivo de delito o falta (y que obligará
igualmente a su reparación, conforme a lo dispuesto en los arts. 1902 y ss. del
Código civil). Dos remisiones, que parecen responder, por lo tanto, a dos fuentes de
obligación civil diferentes: la derivada del ilícito penal y la procedente del ilícito
puramente civil. El binomio, traducido en términos de responsabilidad, lleva a
hablar de responsabilidad civil derivada de delito o de falta, y de responsabilidad
civil simplemente, pura. Lo cierto es que eso que el Código civil ha establecido
como dos fuentes autónomas de obligación, no son en realidad más que una sola.
Responsabilidad civil pura y responsabilidad civil derivada del delito son
exactamente lo mismo. No existe propiamente eso que se da en llamar
“responsabilidad civil derivada del delito”: la responsabilidad civil deriva sólo
del daño, y el hecho de que la acción que lo generó sea además constitutiva de
infracción penal en nada modifica la naturaleza de la obligación. Como tampoco la
modificará el que el hecho tenga repercusiones en otros sectores del ordenamiento.
Las normas que sobre responsabilidad civil hay en el Código penal y en la Ley
Orgánica 5/2000, de Responsabilidad Penal de los Menores son normas
incuestionablemente civiles. La injustificable dualidad de regímenes sólo tiene
como explicación una razón histórica que desembocó en un grave error. Desde que
la Constitución de 1812 ordenara en su art. 258 que los Códigos civil, criminal y de
comercio habían de ser unos mismos para toda la monarquía, hasta 1889, fecha de
promulgación de nuestro Código civil, los intentos de codificar la legislación civil
fueron resultando sucesivamente infructuosos. Pero los obstáculos existentes no
impidieron que ya en 1822 España contase con su primer Código penal. En 1848, el
legislador penal creyó conveniente, a la vista de la tardanza, introducir en el
articulado del Código algunas normas que viniesen a regular la responsabilidad civil
que se origina cuando un delito o falta trae consigo daños en el patrimonio ajeno.
De esta manera, el Código penal contuvo desde entonces una serie de normas de
carácter genuinamente civil, pero que fueron colocadas allí y entonces, a la espera
sin duda de que el esperado Código civil viera la luz.
Promulgado el Código civil en 1889, lo lógico habría sido derogar tales normas y
vaciarlas en el propio Código civil, que fue todo lo contrario de lo que se hizo: el
art. 1092 se remitió al Código penal, que ha seguido hasta la actualidad regulando
indebidamente las consecuencias civiles del delito, reservándose en cambio el
Código civil la regulación de esos mismos (ahí está el problema) daños para el caso
en que no se hubiesen ocasionado junto a la comisión de un delito o falta. No existe
una responsabilidad civil derivada del delito y una responsabilidad civil pura, sino
sencillamente, responsabilidad civil, tan civil y tan pura en el caso de que el daño
haya sido causado con ocasión de un delito o falta como en el caso de que no haya
sido así. Aquello que, interesa al Derecho civil nunca podrá encontrar su
fundamento ni su origen en un delito: éste, como tal, sólo tendrá consecuencias en
el orden penal; si además ha causado daños resarcibles, serán éstos, y no el delito,
la verdadera fuente de la obligación. Las obligaciones civiles nacidas del delito lo
son independientemente de su valoración punitiva, es decir, que existirían
10
igualmente aunque el Código penal no se ocupara de ellas. No son tales
obligaciones civiles consecuencias de un acto que resulta estar tipificado en la ley
penal , sino consecuencia de un acto que, tipificado o no, originó un daño
resarcible. Había transcurrido ya casi medio siglo desde que aquellas normas civiles
fueron introducidas en el Código penal, y tal vez por una especia de respeto mal
entendido hacia el legislador penal, prefirió el civil dejar las cosas como estaban. Y
no porque no faltaran las advertencias contrarias.
11
Democracia, que acusaba al Borrador de 1990 de querer despreocuparse de las
víctimas, al expulsar la responsabilidad civil del procedimiento penal. Fueron tantas
las quejas que ya en el Anteproyecto de Código penal de febrero de 1992 se dio
marcha atrás, y se introdujeron una veintena de artículos (111 y ss.) sobre
responsabilidad civil.
El resultado, pues, sigue siendo hoy día la dualidad normativa. Si el art. 109 C.pen.
fuera el único que el nuevo Código dedicase a la responsabilidad civil, sería un
precepto verdaderamente ejemplar: “La ejecución de un hecho descrito por la
Ley como delito obliga a reparar los daños y perjuicios por él causados, en los
términos previstos en las Leyes”: (se ha suprimido en la redacción actual la
mención de las faltas, que han sido desterradas del Código penal en la reforma
introducida por la L.O. 1/2015, si bien algunas de las que antes eran faltas son
ahora calificadas como “delitos leves”). El texto se limitaría, como sucede en
cualquier ordenamiento en los que la responsabilidad civil se puede determinar en
el proceso penal, a anunciar que si el hecho delictivo trajo consigo consecuencias
dañosas, éstas habrán también de atenderse, y deberán serlo en los términos
previstos en las Leyes. El perjudicado podría optar, por acumular la acción civil al
proceso penal o por exigirla ante la jurisdicción civil en un procedimiento posterior,
pero las normas sustantivas serían en todo caso las contenidas en el Código civil o
en las leyes civiles especiales.
En nuestro país, la comodidad de jueces penales, fiscales y acusaciones
particulares, es la única “razón de peso” de la actual regulación dual. Los temores
manifestados por el colectivo judicial, así como las críticas al Borrador de 1990,
representan la confirmación expresa de la completa inexistencia de argumentos
técnicos a favor de que la responsabilidad civil continúe en el Código penal. El
Proyecto de Código penal de 1992, para querer justificarse, indicó en la Exposición
de Motivos que “en los sistemas penales contemporáneos, la reparación civil del
daño o del dolor causados no es únicamente un resarcimiento material, sino que se
integra en el conjunto de la reacción penal, y, por lo tanto, resulta oportuna su
regulación conjunta con el sistema de penas, sin perjuicio de preservar la
naturaleza civil substancial de la misma”. El Código penal nos volvía a colocar en
mitad del siglo XIX.
Y como no admite el menor género de dudas, volvió a reproducirse en el Código
penal de 1995 y se sigue reproduciendo hasta la actualidad. Con más desgana que
confianza, se lee sin embargo en el último párrafo de la aludida Exposición de
Motivos, que “el Gobierno no tiene aquí la última palabra, sino solamente la
primera. Se limita, pues, con este Proyecto, a pronunciarla, invitando a todas las
fuerzas políticas y a todos los ciudadanos a colaborar en la tarea de su
perfeccionamiento”. Actitud sin duda muy democrática, pero que tiene aspecto de
ser más una fórmula de rentabilidad retórica que una verdadera declaración de
intenciones. Para los jueces penales resulta mucho más cómodo contar dentro del
Código penal con un compendio de reglas civiles más o menos afortunadas, a modo
de apretado resumen de Derecho civil patrimonial, que tener que bucear en los
procelosos pantanos del Código civil y de las leyes civiles especiales, que les suelen
resultar lejanos e incómodos.
Bajo el imperio del Código penal de 1973, las diferentes regulaciones que, para la
misma cosa, se hallaban en los arts. 1902 y ss. C.civ. y 19 y ss. C.pen. han traído
consigo una serie de disfunciones que hacen de nuestro sistema el más complicado
e inseguro del planeta. Con el Código penal de 1995, las diferencias se mantienen, y
hasta se introdujeron otras nuevas. Las diferencias son, en síntesis, las siguientes:
a) En materia de carga de la prueba, para exigir la responsabilidad de los
guardadores del inimputable, hace falta demostrar la culpa de éstos (art. 118, regla
1ª C.pen.), como también hace falta demostrar la culpa paterna en esa payasada
12
contenida en el art. 120.1º. Entretanto, en el Código civil la culpa de los padres de
presume. Hasta 1983, en el Código penal también se presumía esta culpa de los
guardadores, siendo coincidentes ambas regulaciones. Pero a alguna mente preclara
se le ocurrió decir que en un Código penal no pueden existir culpas presuntas
porque eso va contra la presunción de inocencia, sin caer en la cuenta de que la
presunción de inocencia no juega en el régimen de la responsabilidad civil, al no ser
Derecho sancionador. El error lo ha heredado el Código penal de 1995.
b) La responsabilidad del empresario por el hecho de los dependientes es
subsidiaria en el Código penal y directa en el Código civil; lo mismo ocurre con la
responsabilidad de los Centros de Enseñanza no superior.
c) La responsabilidad del Estado es directa en el régimen general y subsidiaria en
el Código penal.
d) La responsabilidad plural se consagra expresamente como solidaria si el hecho
es constitutivo de delito (art. 116 C.pen.), cosa que, al no ocurrir con la regulación
de la responsabilidad civil pura, todo parece indicar que para ella juega el principio
de no presunción de la solidaridad (art. 1137 C.civ.).
Pero hay dos cuestiones en las que el tratamiento dual ha hecho de la
responsabilidad civil “derivada de” delito una especie de ordalía o juicio de Dios.
Esto se refiere, naturalmente, a los problemas de determinación del plazo de
prescripción de la responsabilidad civil y a los atinentes a la responsabilidad por
los daños causados por un menor de dieciocho años y mayor de dieciséis. De las
diferencias de régimen entre la responsabilidad civil “pura” o extracontractual y la
responsabilidad civil ex delicto, destacan estas dos por encima de todas ellas.
Cuando conviene a los intereses del perjudicado, el Supremo suele defender que
“responsabilidad civil pura” y “responsabilidad civil derivada del delito” son
exactamente la misma cosa, y lo que hay es un concurso de normas para así poder
aplicar indistintamente las normas del Código civil y las del Código penal (“iura
novit Curia”). Cuando a la víctima interesa, se utiliza la tesis contraria.
13
Como es absolutamente injusto que de los daños causados por el menor de 18 años
respondieran los padres a veces sí y a veces no, y todo ello sólo en función de un
dato tan absolutamente ajeno al problema de la reparación del daño como es que
el hecho mereciera además una sanción penal, la única solución pasaba (y sigue
pasando) por la unificación normativa. Es eso precisamente lo que viene a hacer, en
parte, el Código penal de 1995, al hacer coincidir la minoría de edad penal con la
civil (art. 20), pero el sistema resultante deja por el camino el propósito unificador,
pues ahora, la Ley Orgánica 5/2000 no opta por declarar, como hace el art. 1903, pº
2º C.civ., la responsabilidad directa de los padres, sino la responsabilidad solidaria
de los menores con sus padres (art. 61.3).
Durante la vigencia del Código anterior, los esfuerzos jurisprudenciales para no
dejar a la víctima sin cobrar fueron verdaderamente encomiables. Nada que objetar
desde el punto de vista de la justicia material, pero sí, y de qué forma, desde la
perspectiva puramente técnica.
En ocasiones, se pretende hallar la solución sin recurrir a las normas del Código
civil, sino por medio de ingeniosas interpretaciones de los preceptos civiles del
Código penal. Con ello, se cumple formalmente el mandato del art. 1092 C.civ. No
se podría invocar el pretexto de la interpretación extensiva, pues ni forzando los
textos cabía encontrar la relación de dependencia paterno-filial o tutelar entre los
casos de dependencia o jerarquía a que iba referido el art. 22 del Código de 1973. Y
tampoco es técnicamente correcto el mecanismo de la analogía. El que sea
insolvente el menor no autoriza para hablar de laguna legal: si nada dice el Código
penal es porque parte de la premisa inicial de que todo responsable criminalmente
lo es también civilmente. Cuando el legislador penal pensaba en la insolvencia del
reo, bien que lo hacía, al establecer la responsabilidad subsidiaria del empresario
por los daños causados por el trabajador; luego si para las circunstancias normarles
no se decía nada, es porque el obligado civilmente era el que era, tuviese tenga 16
años o 36.
14
15
2.3. La trasgresión de las normas procesales
2.5. Conclusión
En el fondo, late en toda esta cuestión la aparente incongruencia que supone el que
los padres respondieran cuando el acto ilícito no era constitutivo de delito y no lo
hicieran, en cambio, cuando revestía unos caracteres que, por su mayor gravedad,
encajaban en el tipo penal. Pero, por más que esta idea ofrece seguridad a la
víctima del daño, no se puede decir que el ilícito penal “es más grave” que el civil,
pues desde el punto de vista civil, el comportamiento no es más ni menos grave.
Los padres en realidad no responden del ilícito civil ni del penal en sí del hijo. Los
16
padres responden en ambos casos del daño, no del hecho que lo provoca. Ante un
delito cometido por un menor de 18 y mayor de 16 años antes de la entrada en
vigor de la L.O. 5/2000, había que lamentar que tuviera que ser él y solamente él
quien corriese con la obligación resarcitoria.
Sucede muchas veces que la teoría del concurso de normas no favorece el derecho
de la víctima a quedar indemne. Si unas sentencias admiten la aplicación de las
normas de la responsabilidad derivada del ilícito extracontractual civil para dar
paso a la condena subsidiaria de los padres del delincuente, otras, a veces dictadas
por los mismos ponentes, parten de la premisa diametralmente opuesta de que se
trata de acciones de diferente naturaleza y fundamento (concurso de pretensiones),
con la finalidad de escapar de la aplicación del brevísimo plazo de prescripción
establecido en el art. 1968.2º C.civ. Cuando se pretende ejercitar la acción civil
separadamente de la penal, tanto si el resultado del proceso penal ha sido la
absolución, como si lo ha sido el sobreseimiento o la condena, se cuenta con el
escaso margen de un año previsto por el citado precepto. Pero ésta no es
precisamente una opinión mayoritaria. Es el problema de la prescripción el que, sin
ninguna duda, mejor demuestra las consecuencias del peculiar proceso que siguió la
responsabilidad civil a lo largo del proceso codificador español. No hay razón para
decir que cuando España tuvo por fin su Código civil en 1889, la remisión hubo que
entenderla hecha, desde ese momento, al plazo general de 15 años y no al de un
año del art. 1968.2º, que es el que sustituía al trascrito de Las Partidas. Pero como
es extremadamente duro que la víctima de un daño quede sin indemnización por
razones de prescripción, y más cuando el plazo es tan exageradamente corto, la
Sala 1ª del Tribunal Supremo ha ido consolidando una doctrina que, una vez más,
logra hallar la justicia material, pero con grave merma de la técnica jurídica.
En resumen, de lo que se trata es de aplicar el brevísimo plazo de un año cuanto
menos mejor. La maniobra es ésta: si el art. 1968.2º establece el plazo de un año
para “las obligaciones derivadas de la culpa o negligencia de que se trata en el
artículo 1902”, y nada dice sobre las obligaciones civiles derivadas de los delitos,
¿por qué no entender que el art. 1968 opera exclusivamente en los supuestos de
responsabilidad extracontractual “pura“? ¿Por qué no entender que la remisión del
art. 117 del derogado Código penal supuso, desde que se promulgó el Código civil,
la necesidad de aplicar el plazo general de 15 años (recientemente se ha reducido
el plazo a 5 años), propio de las acciones personales que no tengan establecido un
plazo especial de prescripción (art. 1964 C.civ.)?
Naturalmente, ello sólo cabe entenderlo desde la tesis del concurso de
pretensiones. Ahora sí: como se trata de acciones de diferentes naturaleza y
fundamento, tienen plazos distintos. Si iniciado juicio penal con reserva de la
acción civil, concluyese el procedimiento con sentencia absolutoria, el plazo será
de un año, pues entonces la responsabilidad civil ya no será “derivada de delito”
sino “pura”: Pero si el procedimiento criminal terminara con sentencia
condenatoria, la víctima dispondrá de 15 años para ejercitar la acción civil (5 en la
actualidad).
Una cosa es, en fin, la responsabilidad civil “ex delicto” y otra la que se ejercita
para hacer valer “meras obligaciones derivadas de culpa o negligencia”. Éstas y sólo
éstas son las sometidas al plazo anual.
No obstante, el profesor YZQUIERDO no puede estar más en desacuerdo. A su juicio,
una cosa es aplicar la prescripción de modo restrictivo y otra dejar de aplicar los
plazos legales aplicables o aplicar los que no lo son. Como el plazo de un año es
realmente atroz, el Tribunal Supremo recurre a acrobacias argumentales para
dejarlo aplicable al mínimo número de supuestos posible, en un silogismo en el que
falla la premisa mayor: es así que el art. 1968 se refiere literalmente al art. 1902,
y es así que las acciones personales que no tienen previsto plazo especial, se
encuentran sometidas al general de 15 años (5 actualmente), se concluye que la
17
responsabilidad civil derivada de delito, se rige por dicho plazo general. Ya bajo la
vigencia del Código penal de 1995, ni tan siquiera existe un precepto que se refiera
a la prescripción de la acción civil “ex delicto”. En suma: si el plazo de un año
previsto de en el art. 1968 C.civ. se corresponde literalmente con las acciones por
daños derivadas de culpa o negligencia no penados por la ley, entonces a la
responsabilidad civil derivada del acto delictivo solamente se le puede aplicar el
plazo de 15 años (5 actualmente). De hecho, el Anteproyecto del Código penal lo
decía de modo explícito. Y que la acción dura 15 años (5 actualmente) constituye
una especia de dogma de fe que, a base de leerlo en las sentencias del Tribunal
Supremo, la mayoría de los autores lo dan por válido sin mayores reflexiones. Pero
es que si responsabilidad derivada de delito y responsabilidad civil extracontractual
son exactamente lo mismo, a ambas se debería aplicar el plazo de un año
establecido en el art. 1968.2º. Y si es excesivamente corto, el legislador tiene que
tomar cartas en el asunto, pero mientras tanto los jueces no pueden recurrir a lo
que se califica como “malabarismos jurídicamente inaceptables” para inaplicarlo
mientras sea Derecho vigente.
Pero lo cierto es que en ningún sitio está escrito que el plazo de prescripción de la
acción civil derivada de un hecho declarado como delito tenga que ser el mismo
que el de la acción penal en cuestión que deriva esa obligación de reparar los
daños. Desde el 1 de julio no existen plazos inferiores a un año en el vigente art.
131.
En resumen, tenemos que bajo el régimen del Código penal de 1973, se decía que
ante la insolvencia del delincuente menor de 18 años, procedía declarar la
responsabilidad de los padres ex art 1903 C.civ. porque “iura novit Curia”, la
responsabilidad civil derivada de delito “es lo mismo” que la pura, y porque lo que
hay, en definitiva, es un concurso de normas. Al mismo tiempo, se decía, y se sigue
diciendo bajo el régimen del vigente Código penal, que el plazo aplicable a la
acción es el de 15 años (5 tras la modificación reciente) y no el de un año porque
“son acciones de diferente naturaleza y fundamento”, porque no hay posible
invocación del principio “iura novit Curia” y porque lo que hay es un concurso de
acciones. Y esto se dijo y se sigue diciendo en todas las ocasiones en que los
Tribunales se pronuncian. El resultado es algo más que una solución de equidad
ortopédica: es un auténtico atraso, sencillamente intolerable. En una enconada
lucha contra la seguridad jurídica, el Tribunal Supremo ha venido manteniendo, con
base estricta en el Derecho vigente que son acciones de diferente naturaleza y
fundamento, y regidas por distinta normativa si es eso lo que conviene a la justicia
material; o que son exactamente la misma cosa, si conviene lo contrario. Pero
cuando desde el Derecho civil decimos estas cosas, se replica que “eso son
tecnicismos”, y que lo importante es que la víctima cobre, aunque no lleguemos a
saber nunca cuáles son las normas aplicables. Desde luego, el Código penal vigente
aclaró alguna cuestión, pero en otras sigue en su impenitente contumacia. Es en
virtud de la identidad de la naturaleza jurídica de una y otra formas de
responsabilidad como no pocos autores han sugerido insistentemente que el juez
puede escoger libremente las normas de uno u otro Código en que mejor se
acomode la pretensión de resarcimiento. La totalidad de los especialistas desean la
desaparición de las normas civiles contenidas en el Código penal. Pero, por el
momento, el único que no está de acuerdo es el propio Código civil, que se inventó
una “nueva” fuente de obligaciones con el art. 1092, consagrando una duplicidad
normativa que, por más que nos pese, ahí está. Y mientras las cosas sigan así, es
perfectamente legítimo defender por ello la tesis del concurso de acciones, sin
duda más respetuosa con el Derecho escrito que la tesis del concurso de normas,
que sobre la base de una explicación histórica de los lamentables desafueros del
codificador civil, prefiere ignorar lo que el codificador quiso. Algunos de los
problemas son, ciertamente salvables por medio de la sana interpretación. El
concurso de normas, en definitiva, es un lenitivo ocasional, un mal sastre que
18
puede remendar alguno de los descosidos, y ello además con la condición de que el
Tribunal Supremo esté dispuesto a servirse de él en todo momento, y no sólo a
veces. Si no es así, lo más recto que puede hacer la doctrina científica es asumir
resignadamente el Derecho vigente, y no limitarse a ignorarlo. Pero si hace lo
primero, la asunción resignada no es incompatible con la denuncia.
El inconveniente más grave consiste en que muchos piensan que el Derecho civil
aplicable en la justicia penal se limita a los arts. 109 a 122 C.pen y a algún
precepto civil más. La desastrosa utilización que los jueces penales hacen de las
normas civiles se debe a que no se quiere caer en la cuenta de que el Derecho civil
que se debe conocer en el orden penal es mucho más amplio que el contenido
en los 17 artículos de estricto Derecho civil que contiene el Código penal. De
hecho, los jueces penales y los fiscales, tan corporativamente proclives a que siga
habiendo normas de responsabilidad civil en el Código penal, lo son porque eso de
tener que buscar en el Código civil las soluciones es algo bastante incómodo: es más
fácil que exista dentro del Código penal un pequeño resumen que les evite tener
que manejar el Derecho civil patrimonial en su conjunto. Y a base de no manejar
las restantes piezas del sistema es como se resiente, y de qué manera, la seguridad
jurídica.
Igual de grave es que muchos jueces, fiscales y abogados penalistas tengan una
concepción de la responsabilidad civil “derivada de delito” teñida de tintes
punitivos, como si se tratara de una prolongación del castigo penal. Es indiscutible
que las normas sobre responsabilidad civil contenidas en los textos penales no son
leyes orgánicas, pues nada tienen que ver ni con los presupuestos del delito o del
estado peligroso ni con sus consecuencias penales, pero lo cierto es que pocos
jueces penales logran separarse de la mentalidad punitiva cuando enjuician los
aspectos civiles del hecho dañoso que acaban de calificar como delito. A ello
contribuye el propio Código penal, que si no se interpreta con cuidado puede dar
lugar al siguiente espejismo: sí tienen, desde luego, rango de ley orgánica aquellos
preceptos que, sin regular propiamente la responsabilidad civil, involucran el
cumplimiento de los deberes en que la responsabilidad civil consiste en las
cuestiones típicamente penales. Pero todo ello no nos puede engañar, pues una cosa
es que la responsabilidad civil se ponga por el legislador al servicio de la política
criminal y otra bien distinta que ello signifique un cambio de la naturaleza o
finalidad de la responsabilidad civil. Serán normas con rango de ley orgánica, por
ser penales, las que, provocan la utilización de la responsabilidad civil como
herramienta para los fines punitivos, pero eso es todo.
19
3. RESPONSABILIDAD CIVIL CONTRACTUAL Y RESPONSABILIDAD
CIVIL EXTRACONTRACTUAL
21
EL AMBITO DE LAS RESPONSABILIDADES CONTRACTUAL Y
EXTRACONTRACTUAL
22
- El daño postcontractual
Mientras no haya contrato y desde el instante en que ya no haya contrato, los
problemas de responsabilidad que se originen con ocasión de un contrato futuro
pasado son problemas extracontractuales. ¿Cuándo comienzan y terminan los
contratos? En cuanto a la obligación de seguridad derivada del contrato de transporte
de personas, las obligaciones contractuales comienzan a ser efectivas cuando se hace
de sus dependencias. Un rato le obligan no sólo el cumplimiento de lo expresamente
pactado, sino también a todas las consecuencias que sean conformes a la buena fe,
al uso y a la ley. Pero la expresión todas las consecuencias, ¿incluye aquellas que
nazcan con posterioridad?
23
muerte provoca en sus allegados iure proprio y otra los daños sufridos por el que
luego murió, que ingresaron en su herencia y se transmitieron a los herederos iure
hereditatis. El daño moral es extracontractual, pero los gastos clínicos del
accidentado, reclamables al transportista de personas, entran en la herencia como
daños derivados de contrato.
Que el daño resulte del incumplimiento del contrato. Las llamadas “obligaciones
de seguridad”
24
No será contractual el daño que experimenta el inquilino cuando quien le atropelló
por la calle es precisamente su arrendador. Contrato válido que vinculaba las partes
a de ocasionar un daño que resultado precisamente del incumplimiento del contrato.
- Casos en los que el daño tiene lugar por el incumplimiento de una prestación
accesoria íntimamente ligada la naturaleza del contrato. Las llamadas
obligaciones de seguridad
El contenido del contrato va mucho más allá de las estipulaciones previstas por las
partes. La compañía de transportes, no sólo se obliga la prestación en que el
transporte consiste, sino también a velar por la seguridad de los viajeros. Una cosa
son los deberes de prestación y otra los deberes de protección. Tan autónomos son
unos de otros, que pueden funcionar independientemente, hasta el punto de poder
ocurrir que el deudor haya cumplido escrupulosamente la prestación propiamente
dicha, y sin embargo, haya dejado de observar esos deberes de protección añadidos.
25
En el contrato de transporte, el viajero puede intentar una acción de
responsabilidad contractual no sólo cuando el transporte sin cumple, si no también
cuando resulta herido como consecuencia de un accidente provocado por el
transportista, o caiga enfermo por causa de una insuficiente calefacción.
En el terreno de las actividades profesionales, el principio de la buena fe asegura al
cliente que el profesional no sólo se compromete a cumplir sus deberes puramente
técnicos, sino también a tenerle informado, no violar el secreto profesional, no
enriquecerse a sus expensas, evitarle perjuicios al resolver el contrato, etc.
En el contrato de trabajo, son compatibles la indemnización que proceda por
aplicación de las leyes especiales y la procedente del incumplimiento por parte del
empresario de su deber de garantizar a sus empleados el trabajo en condiciones de
seguridad. El empresario se encuentra obligado en virtud del contrato de trabajo
adoptar las precauciones necesarias para que los accidentes no se produzcan.
Igualmente ocurre en los contratos de enseñanza, en el contrato de hospedaje, en el
contrato de compraventa, y en los contratos de arrendamiento, comodato y
depósito.
La teoría de la obligación de seguridad no ha comenzado a tener alguna cogida en
España hasta hace pocos años, si en los casos en que el daño tiene lugar como
consecuencia del incumplimiento de una prestación claramente pactada, se afirma
comúnmente su carácter extracontractual si afecta a ciertas categorías de bienes;
con mayor motivo se suele otorgar la misma calificación si el perjuicio viene a
causarse como consecuencia del incumplimiento de una obligación accesoria no
expresamente pactada.
El TS afirma que “no es bastante que hay un contrato entre las partes para que la
responsabilidad contractual opere necesariamente con exclusión de la aquiliana,
sino que se requiere para que ello suceda la realización de un hecho dentro de la
rigurosa órbita de lo pactado y como desarrollo del contenido negocial”.
Hay ocasiones en que no se podrá indemnizar, bien porque el incumplimiento viene a
subsanarse con la obligación de cumplimiento específico o bien porque la acreedor
sólo consigue demostrar perjuicios meramente contingentes o ganancias dejarás de
tener que sean meras expectativas.
26
que entiende que no solamente son desperté acciones diferentes, sino también
incompatibles.
- Teoría de la opción
En los casos fronterizos estamos ante dos pretensiones jurídicamente distinto y
autónomas. La víctima debe entonces escoger entre una otra vía, y una vez
efectuada la opción, no podrá posteriormente ampararse en la posibilidad de
excluida: ello supondría venir contra sus propios actos y modificar la causa petendi.
La opción vinculé igualmente al juez, que no podrá aplicar las normas contractuales
y la victimó si tuvo su pretensión en el terreno aquiliano, pues ello supondría dictar
una sentencia con vicio de incongruencia. Tampoco podrá plantearse recurso ante la
instancia superior cambiando la calificación dada inicialmente a los hechos.
Si la demanda es rechazada, la víctima podrá en un nuevo proceso utilizar la vía que
excluyó primitivamente, pues, si se trata de pretensiones diferentes, no hay cosa
juzgada ni litispendencia. En definitiva, la existencia de contrato no excluye la tutela
aquiliana del crédito: pero esta se da, no para reforzar la protección normativa de la
acreedor, sino para permitir relación por la vía que desee.
La idea del derecho de opción es la consecuencia directa de la doctrina de “la
rigurosa órbita de lo pactado”.
Detrás de toda la polémica está el problema de que la responsabilidad
extracontractual tiene asignado un plazo brevísimo. La víctima que ve horrorizada
que la acción se encuentra prescrita, tratará de encajar el supuesto en el molde de
la responsabilidad contractual, que cuenta con un generoso plazo de prescripción, si
bien ello podrá traer consigo un tratamiento menos favorable en cuanto a la
extensión del resarcimiento, viéndolo limitado sólo aquellos daños que, siendo
consecuencia necesaria de la falta de cumplimiento, hayan sido previstos por las
partes o hubieran podido serlo.
27
Teoría del concurso de normas: la yuxtaposición de responsabilidades y la
denominada “unidad de la culpa civil”
No hay dos pretensiones, sino una sola, pues sí, en general, cabe decir que la causa
petendi está integrada exclusivamente por elemento fáctico conjunto de hechos,
entonces el demandante nada etiquetar la demanda, si no limitarse a exponer los
hechos en que basa la pretensión resarcitoria. El no es que no de calificar los hechos,
y aunque lo haga, su elección no vincula al juez, que puede actuar con absoluta
libertad en virtud del principio iura novit curia, de modo que si la reclamación no
encaja en el campo pretendido por el actor, podría intercambiarlos argumentos y
darla acomodo en la otra esfera, sin que ello suponga vicio de incongruencia.
No existen entre la responsabilidad contractual y extracontractual esenciales
diferencias y si fundamentos y finalidades comunes.
a. Por una parte, aun existiendo contrato, el actor al alegado, y el demandado
aceptado, el artículo 1902, por lo que el tribunal de instancia uno debe entender
ejercitar la acción contractual (o lo que es lo mismo, no juega el principio iura
novit curia porque el jugador se ve vinculado por la relación jurídico-procesal
establecida por las partes). TEORÍA DE LA OPCIÓN.
b. Por otra parte, entiende lícito alegar ambos bloques normativos, y dice que está
bien aplicado el artículo 1902 aunque en la demanda por argumentos invoquen
artículo sobre la responsabilidad contractual. TEORÍA DEL CONCURSO DE NORMAS.
La STS de 18 de febrero de 1997 parte de la base de que no existan las pretensiones
independientes. El paciente murió tras contraer el sida y la hepatitis C después de
que se le tratará con anticoagulante la trombosis venosa consecutiva a la artroscopia
realizada en su rodilla.
El actor sustento su reclamación sobre los artículos 1902 y siguientes. La sentencia
condenatoria argumento en todo momento con base en los preceptos reguladores de
la responsabilidad contractual, entendiendo que de carácter contractual es la
relación existente entre paciente y la entidad gestora de la prestación de asistencia
sanitaria, en tanto que aquel sea persona afiliada el régimen general de la Seguridad
Social. En nuestro caso, el Instituto Catalán de Salud estaba obligado
contractualmente a proporcionar la asistencia sanitaria en sus centros, y
precisamente lo que vino a dar supone incumplimiento contractual, o mejor un
incumplimiento defectuoso, pues quien prestó asistencia médica al actor originario le
administra un medicamento a tal punto deteriorado que determinó la inoculación en
el organismo del paciente de dos enfermedades gravísimas, como son la hepatitis C y
el síndrome de inmunodeficiencia adquirida.
Parte de la argumentación mantenida por el Instituto Catalán de la Salud en el
recurso de casación consistía precisamente lo que a su juicio constituía el vicio de
incongruencia de la sentencia recurrida: planteaba una acción extracontractual.
La jurisprudencia permite, sin que ello suponga incongruencia de la resolución ni
indefensión en los demandados, en determinadas ocasiones, y siempre que, como
sucede en el presente caso, los hechos sirvan de fundamento para cualquiera de
ambas acciones, la de responsabilidad contractual y la extra contractual, admitir
una otra acción, siquiera, insistimos, no hubiera sido calificado acertadamente la
demanda, pues lo importante es inmutable son los hechos, en tanto que la cita legal
es alterable por el principio contenido en el brocardo da mihi factum, dabo tibi ius.
En el principio de la unidad de la culpa civil sucede que una cosa es que el concepto
de culpa valga para definir también la culpa extracontractual y otra bien distinta que
cada vez que nos situemos ante un supuesto de los pretendidamente borrosos, se
pueda ejercitar una acción determinada, darle cumplido etiquetaje, configurar la l28
itis y, de repente, como quien no quiere la cosa, caer en la cuenta de que en
realidad se desea ejercitar una acción distinta.
Existe yuxtaposición de responsabilidades: la unidad de la culpa civil, en cuya virtud
del perjudicado por un comportamiento dañoso puede basar su pretensión contra el
dañado con la invocación conjunta acumulativa de la fundamentación jurídica propia
de la responsabilidad extracontractual y de la responsabilidad contractual. Pero esta
pretendida yuxtaposición de acciones no es viable en los ordenamientos que, como el
español, parten el presupuesto de que ambas formas de reclamación constituyen
28
pretensiones jurídicas diferentes. No parece bueno para la seguridad jurídica que el
demandante o el propio órgano jurisdiccional, y hasta en pleno uso procesal del
pleito, pueden variar los fundamentos de derecho modo de un libro de hojas
intercambiables según los intereses o la discrecionalidad del juez.
Dos acciones que cuentan con dos platos distintos de prescripción son dos
acciones de distinta naturaleza y fundamento. Otra cosa es la diferencia de los
plazos que urge modificar, pues son muchos los problemas que quedarían superados
superada esa abismal diferencia que mantiene incomprensiblemente nuestro
Derecho.
29
CAPÍTULO IV: La Acción u Omisión
Para que exista responsabilidad civil es necesario que una acción u omisión guarde
una relación de causalidad con un daño, se añade a esto el factor de atribución que
permitirá justificar la imputación del daño al correspondiente patrimonio (estos
elementos son necesarios).
Aquí nos centraremos en el primer elemento, la acción u omisión dañosa, que se
enfoca de distinta forma si hablamos de;
- Responsabilidad contractual; cualquier forma de incumplimiento que trae
consigo daños.
Deben considerarse también las omisiones como causa de incumplimiento de las
obligaciones (omitir lo que se debía hacer o hacer lo que debía omitirse)
- Responsabilidad extracontractual o aquiliana; agresión injustificada de un bien,
derecho o interés de otro. Aquí el concepto de omisión es más complejo, pero
sigue dándose el deber de indemnizar los daños causados
Es frecuente confundir acción con acción culposa, debemos empezar analizando la
acción u omisión prescindiendo de otros elementos de responsabilidad. Del mismo
modo no debemos confundir la falta de la acción dañosa con la falta de relación
causal que son dos cosas distintas (en cuanto que puede haber una acción dañosa
pero no una relación causal que la vincule).
30
Esto no deja de estar equivocado por cuanto al hablar de antijuridicidad no debe
importarnos la imputabilidad del autor del hecho, solo la contradicción entre el
hecho y el ordenamiento jurídico.
Así si el ilícito consiste en el incumplimiento de un contrato hablamos de acto ilícito
contractual, y si es violatorio de un deber general de no dañar estamos ante un acto
ilícito extracontractual.
Es en principio lógico que no deba responder quien causa el daño con autorización
del que lo ha de sufrir. Pero una cosa es la conducta del perjudicado en la producción
de su propio daño (Cap VI, III.3) y otra la asunción previa de un riesgo inherente a la
actividad de que se trate (esto último nos lleva a antes de la producción del daño, o
mucho antes).
Hay casos en los que la propia víctima incrementa el riesgo que lleva una
especialidad deportiva y que dan lugar a una doble inculpación (por ejemplo no
seguir las instrucciones dadas por el monitor, teniéndose por causante del daño a la
propia víctima).
Pero lo que aquí interesa son los daños producidos en la actividad deportiva que
tengan que ver con una intervención de la víctima que es anterior a la causación del
daño (ejemplo; es víctima porque quiso aprender a esquiar, teniendo en cuenta que
la nieve resbala y lo que supone un choque a gran velocidad)-> Lo consentido no hace
daño, por lo que no responde quién lo causa con el consentimiento de la víctima.
En derecho penal el consentimiento no hace perder al hecho delictivo el carácter de
tal (dado que la represión tiene un interés general no individual). A diferencia de
esto en el ámbito de la responsabilidad civil prepondera la voluntad del perjudicado.
Se entiende que este principio se aplica sin problemas en el campo de bienes de
carácter material pero encuentra dificultades en los bienes o derechos excluidos de
la facultad de disposición, en este sentido la aceptación del riesgo para bienes y
derechos de la personalidad resulta irrelevante.
Aunque hay cuando el consentimiento se otorga en un marco permitido por la ley
(honor, intimidad, propia imagen; publicaciones, cromos, Gran Hermano…) siendo el
consentimiento revocable (previa indemnización al cesionario).Distinto es el caso en
que uno autoriza a otro ser deshonrado con o sin precio.
En cuanto a la vida e integridad física; no pueden aceptarse pactos dispositivos
(exceptuando casos de intervenciones quirúrgicas, lo extraído puede usarse para
obtener tejidos, investigación, fines comerciales…)
Para el caso de actuaciones médicas no estamos tanto en el principio “volenti non fit
iniuria” como en una genérica asunción de riesgos típicos que tendría virtualidad
exoneradora de reunir el requisito del consentimiento informado. Cuando el éxito de
la intervención no pudiese asegurarse no hará falta la mediación de la aceptación de
31
los riesgos para que no responda el cirujano (siempre que no hubiese culpa por su
parte). No puede autorizarse el ser descuidado.
Existe una tácita aceptación entre los que practican un deporte arriesgado para las
eventualidades previstas y dentro del cauce de lo posible (boxeo, hockey…), que no
solo puede alcanzar a los daños corporales sino a los materiales (quién sufre un
traumatismo y no vaya a reclamar responsabilidad civil por ello, poco lo hará
también por la ropa que ha podido rompérsele). Y esto es aplicable a deportes menos
agresivos como el golf (STS 9 marzo 2006), tenis, windsurf, montañismo…
Para los bienes materiales la cláusula exoneradora debe situarse precisamente en
este principio que tratamos, y siempre que la aceptación se haga de forma
totalmente libre (descontando el tema de deportes visto en el párrafo anterior, aquí
nos centramos más en daños meramente materiales).
2.1.Legítima defensa
2.2.Estado de necesidad
3. Daños causados por el ejercicio del propio derecho. El abuso del derecho.
Cabe pensar que si los derechos subjetivos atribuyen a su titular unas facultades de
actuación eso justificaría el daño que sufra un tercero como consecuencia del uso de
tales facultades (quién usa su derecho no daña a nadie).
32
Sin embargo la doctrina del abuso del derecho está corrigiendo estas afirmaciones.
Todo ello a partir de la STS 14 febrero 1944 ya que antes el 1902 no permitía incluir
en la hipótesis el abuso de derecho (el consorcio de la Zona Franca de Barcelona
tenía una concesión para extraer arenas de la playa del litoral, el gran volumen de
extracción produjo, en 1935 por un desbordamiento, importantes daños a una central
eléctrica).
Partiendo del axioma romano que se resume en el “quién usa su derecho no daña a
nadie, hay que suavizarlo entendiendo que el alcance no es literal y absoluto, se
considera ilícito el ejercicio de los derechos cuando sea abusivo.
Se prohibían así los actos de emulación que son aquellas conductas cuya finalidad es
molestar a otro sin beneficio propio.
Se afirma, con discrepancias doctrinales, el hecho de que los derechos subjetivos,
debido a la precisión de sus límites legales hacen que incurra en responsabilidad el
que obrando al amparo de un aparente ejercicio de su derecho traspasa los linderos
impuestos por la equidad y la buena fe, con daño para terceros. Esto es precisamente
lo que ahora recoge el art 7.2 CC;
a. Uso de un derecho, objetiva o externamente legal
b. Daño a un interés no protegido por una específica prerrogativa jurídica
c. Inmoralidad o antisocialidad de ese daño.
No hay que olvidar que estamos ante una idea cuya aplicación ha de ser excepcional.
El que usa de su derecho dentro de los límites legales no tiene que indemnizar si
daña a otro. Sólo si sobrepasa esos límites impuestos por la buena fe, y lo hace
manifiestamente, esa producción de daños provocará la responsabilidad civil. Tendrá
atribuida la sanción de nulidad si es que no se prevé otra cosa, no debiendo incurrir
en ningún caso en el llamado “abuso del abuso” mostrando un celo excesivo viendo
abusos de derecho “donde no los hay”
33
CAPÍTULO V: EL DAÑO
I. EL CONCEPTO DE DAÑO
La cláusula general del art. 1902 CC parte de que cualquier daño causado
pueda ser objeto de una pretensión resarcitoria si en el caso hubo culpa o dolo, o si
se dio un adecuado factor de atribución.
Interesa la clasificación entre daño común y daño propio:
➔ Daño común se entiende el que experimenta cualquier persona con motivo
del hecho dañoso.
➔ Daño propio es el que sufre una persona determinada por circunstancias que
le son particulares.
CONCEPCIONES:
➢ Una primera concepción mira las cosas desde la perspectiva de que la
responsabilidad civil exige la antijuricidad de la conducta, siendo así que se
encontrarían protegidos los derechos subjetivos absolutos, y no los de
crédito. La protección se dispensa así a la propiedad, a los derechos reales y
a los derechos de personalidad, y se parte de la base de que el sistema
tiende a proporcionar a la víctima en forma de indemnización un auténtico
subrogado del derecho subjetivo lesionado. La responsabilidad civil tiene la
función de reintegración de derechos, ellos determinará entonces que el
daño patrimonial tendría que ser como mínimo igual al valor objetivo o de
mercado del bien destruido o deteriorado, idea que en nuestro Derecho no se
puede compartir.
➢ Una variante es la teoría de la diferencia, que entiende por daño la
disminución patrimonial, en términos aritméticos, que resulta de comparar el
valor actual del patrimonio y el valor que éste tendría si el hecho dañoso no
se hubiera producido.
Esta teoría contempla el daño en abstracto y desprecia las singularidades concretas a
34
cada evento dañoso, introduciendo con ello serios problemas.
Además, aceptar dicha teoría conlleva admitir que siempre que exista junto a la
conducta del dañante un curso causal alternativo y posterior que habría producido
como resultado el mismo daño o superior, no habría obligación de indemnizar.
➢ Debe asumirse una concepción subjetiva del daño que tome en
consideración las circunstancias concretas del interés del perjudicado. La
labor de medida del daño ha de ser delicada y tener siempre en cuenta la
extensión del interés agredido con arreglo a módulos objetivos y con arreglo
también al interés real del sujeto que experimenta la agresión.
Pero no se puede llevar al concepto de daño todo cuanto suponga introducir en él
unos requisitos o condiciones que no afectan propiamente al concepto, sino más bien
a la valoración y, consecuentemente, a la resarcibilidad del mismo.
Una cosa es el daño y otra el daño resarcible, que es en definitiva el que interesa al
jurista cuando llega el momento de valorar y reparar.
Lo importante, en fin, no es tanto que el daño sea actual o futuro, sino que
una vez más, sea cierto y no meramente eventual.
35
2. Daño inmediato y daño mediato.
Esta distinción no se efectúa desde el punto de vista del contenido del daño,
sino que ve las cosas desde las consecuencias:
Daños que son consecuencia inmediata del actuar del agente.
Daños que son consecuencia mediata, indirecta o remota, pero se trata más
de un problema de relación de causalidad que de la tipología de los daños.
El art.1107 CC distingue en materia de responsabilidad contractual según la
gravedad del comportamiento: “Los daños y perjuicios de que responde el deudor de
buena fe son los previstos o que se hayan podido prever al tiempo de constituirse la
obligación y que sean consecuencia necesaria de su falta de cumplimiento.
En caso de dolo responderá el deudor de todos los que conocidamente se deriven de
la falta de cumplimiento de la obligación.”
Los daños inmediatos serán resarcibles en ambos casos del artículo; lo serán siempre
para el deudor doloso y , para el incumplidor de buena fe, sólo en la medida en que
fueran previsibles.
3. Daño directo y daño indirecto “o de rebote”.
Daño directo: Los daños que son consecuencia inmediata y directa del
incumplimiento obligacional. Se alude a estos daños cuando quien reclama su
reparación o compensación es precisamente la persona que directamente los
ha padecido en su persona o bienes.
Daño indirecto: Los que sólo son consecuencia mediata, no siendo imputable
al deudor incumplidor por no guardar relación causal adecuada con su
comportamiento. El daño indirecto o “de rebote” lo sufren los familiares y
allegados del fallecido por la acción dañosa, los familiares y allegados del
gravemente lesionado...
5. La pérdida de oportunidades.
La pérdida de oportunidades es un concepto distinto al de lucro cesante. Si en
el lucro cesante estamos ante la certeza de una situación jurídicamente idónea por
parte del sujeto que le permitía esperar unas ganancias en el futuro (y acaso en el
presente), en la pérdida de oportunidades se da la ausencia de tal certeza.
Ejemplos: Una culpa médica impide a un aspirante someterse a un examen, la
36
omisión de un procurador provoca la imposibilidad de continuar un procedimiento y
de ganarlo... (¿se habría aprobado el examen? ¿se habría ganado el pleito?)
Junto a la certeza de que sin el incumplimiento la víctima habría mantenido sus
esperanzas coexiste la absoluta seguridad de que lo que tenía eran eso: esperanzas.
Privar de las esperanzas también supone un perjuicio, aunque este tipo de daños son
meramente hipotéticos y no pueden ser tenidos en cuenta por los Tribunales.
La pérdida de oportunidad constituye una nueva categoría de daño, distinta
conceptualmente del daño emergente que no se ha evitado, distinta del lucro
cesante o ventaja o beneficio final esperado, y distinta del daño moral y distinta
también del daño material.
37
✔ Necesidad de regulación. Deben ser apreciados estos daños como uno de los
más graves, que obliga a tenerlos en cuenta al legislador para legislar,
estableciendo una responsabilidad civil.
✔ Amparo del supuesto en las normas ya existentes.
✔ Función de la indemnización. El fin es aproximarse más a la estimación de
los daños morales directamente causados.
✔ La cuestión del “quantum”. El daño moral ha de valorarse por los juzgados
de modo discrecional, sin sujeción a pruebas de tipo objetivo, y en atención
sólo a las circunstancias y necesidades del caso concreto. Solo al Tribunal
sentenciador le corresponde fijar su importe prudencia atendiendo a las
circunstancias. Resultado: La cuantía no se puede revisar en casación.
38
los bienes que fueron tenidos en cuenta al celebrar el contrato o debieron serlo.
39
Capítulo VI La relación de causalidad
40
antecedente que según el curso normal de los acontecimientos, ha sido su causa
directa e inmediata. Del conjunto de hechos antecedentes cabe considerar como
causa en sentido jurídico solo aquellos hechos de los cuales quepa esperar a priori,
según criterios de razonable regularidad, de verosimilitud estadística, la producción
de un resultado. Es la regla de la vida y de la experiencia diaria la que determina la
idoneidad del antecedente. Y ese juicio ha de verificarse en abstracto, prescindiendo
de lo efectivamente sucedido y atendiendo a lo que usualmente ocurre y al grado de
previsión que cualquier hombre razonable podría haber tenido por su profesión o de
cualquiera otra circunstancia. No hay causalidad en el sentido singular. El juez debe
preguntar si la acción que se juzga era por si sola apta para provocar normalmente
esa consecuencia.
Esta teoría tiene el inconveniente derivado de su propia abstracción y supone
necesariamente una pluralidad de casos, pues de lo contrario no respondería a lo
que indica la experiencia.
41
3º criterio de provocación : permite excluir la imputación, por ejemplo, del guarda
jurado que causa daños en una propiedad persiguiendo a un delincuente, siempre
que las condiciones de la persecución de ese provocador fuesen las adecuadas,
teniendo en cuenta las posibilidades de éxito, la oportunidad del momento, los
riesgos reconocibles a priori.
El resultado dañoso si es consecuencia del peligro creado por la acción inicial.
4º el fin de protección de la norma fundamentadora de la responsabilidad: si hay una
norma incumplida, y sobre ese incumplimiento se quiere basar la responsabilidad, no
cabra imputar objetivamente los daños que caen fuera del ámbito de protección de
esa norma.
5º el criterio denominado de incremento de riesgo: se trata de un criterio que
complementa perfectamente al anterior. No puede imputarse el daño a una conducta
si, suprimida idealmente esta, el daño se habría producido también con altísima
probabilidad rayara en la certeza, y si la conducta no ha incrementado el riesgo de
que se produzca el evento dañoso. ej.: conducir más despacio pero que un suicida se
tire igual va a morir.
6ºcriterio residual y a fin de resolver los casos que no encuentren solución por medio
de la utilización de los criterios expuestos. Pantaleón propone utilizar el criterio de
adecuación que permitirá excluir la imputación cuando, conectando con el daño con
la conducta del autor, aquel seria descartado como extraordinariamente improbable
por un observador experimentado que contara con los especiales conocimientos del
autor y hubiese enjuiciado la cuestión en el momento inmediatamente anterior a la
conducta. Ej. trabajos de soldadura que desprenden chispas que producen por lo
general ignición de materiales combustibles.
42
El problema de la causalidad es también común a ambos órdenes de la
responsabilidad (simetría existente entre los art 1902 y 1101). En la responsabilidad
contractual en ocasiones el casus operara de manera definitiva, extinguiendo la
prestación del deudor y privándole de su derecho a exigir prestación correlativa ej.:
abogado que incendia su despacho y no entrega dictamen que debía dar el día
anterior a que prescribiese la acción, no responderá de daño alguno ante su cliente
pero tampoco pagara sus honorarios.
Otras ocasiones el evento impeditivo actuara de forma transitoria, retardando el
cumplimiento de la obligación y eximiendo de la indemnización por mora: al cliente
le interesa los planos del arquitecto aunque sea tarde. Ha de jugar la regla de la
fractura del nexo causal en cualquier caso en que la interferencia tenga suficiente
virtualidad exoneratoria, incluidas las actividades presididas por el signo de la
responsabilidad objetiva. LACRUZ BERDEJO DICE: no existe frente a la atribución de
responsabilidad, la barrera de no-culpa: el demandado solo puede defenderse
negando la realidad del daño o demostrando ser ajenos la acusación del mismo.
Según el art. 1105 para que exista causa ajena se requiere: que le suceso sea
impredecible o que, aun pudiendo preverse, sea inevitable (lógica la regla de
diligencia prevista art 1104), no hay caso fortuito, aquí hay una diferencia de origen
fenomenológico entre la responsabilidad contractual y extracontractual. En la
contractual la previsibilidad vincula con el mero incumplimiento. Y en la
responsabilidad extracontractual la imprevisibilidad ha de ir referida a una conducta
activa u omisiva de la que previsiblemente puede derivarse un daño para terceros. La
distinción entre obligaciones de medios (o actividad) y obligaciones de resultado no
tiene utilidad más allá de la académica sino se ven las cosas a posteriori ej.: es de
actividad un abogado que conduce diligentemente un litigio (no hay obligación de
ganarlo) pero es de resultado la obligación de entregar un dictamen a su cliente.
La distinción no solo vale en el ámbito de las obligaciones derivadas del contrato,
sino también el ele terreno extracontractual, la utilidad de la misma tiene permite
afirmar que la culpa o ausencia de culpa no tiene relevancia alguna cuando el juez
haya concluido que existía una obligación de resultado. En las obligaciones de medios
se consideran circunstancias, el juicio de responsabilidad habrá pasado por apreciar
la diligencia o imprudencia de la conducta. Cobra entidad propia el concepto de
ausencia de culpa en las obligaciones de medios como cosa diferente (igualmente
exculpatorio) del caso fortuito. En la ausencia de culpa caben los casos en que el
daño no se puede atribuir a la negligencia. En el caso fortuito, hay un daño producido
por una fuerza irresistible conocida. La ausencia de culpa es problema de
inculpabilidad: el caso fortuito es problema de incausalidad. Si para que exista caso
fortuito es necesario un hecho independiente de la voluntad del deudor que le
imposibilite para el cumplimiento, la lógica dice que entre el casus y la culpa existe
una noción, la ausencia de culpa.
Si se trata de una actividad dañosa de las que se gobiernan por la regla general de la
culpa o negligencia art 1902 al demandado le bastara para quedar exonerado con que
no haya quedado demostrada su culpa, aunque haya tenido que demostrar un caso
fortuito para ello. Si son actividades regidas por la responsabilidad objetiva, el
demandado como autor del daño solo quedara exonerado si demuestra que él no fue,
o que el daño lo produjo una causa o circunstancia ajena. Por eso dice el art 1, p2º
TRLRCSCVM “solo quedara exonerado cuando pruebe que los daños fueron debidos
únicamente a la conducta o la negligencia del perjudicado o a fuerza mayor extraña
a la conducción o al funcionamiento del vehículo”
43
accidentes de circulación como el art. 1 TRLRCSCVM que atribuye al conductor los
daños que cause en las personas, aunque se deban a defectos del vehículo o a la
rotura de alguna de las piezas, lo mismo sucede con el reglamento para la aplicación
de la Ley de Caza.
44
3. La doctrina de la “fuente de peligro aumentado”
No puede admitirse es la idea de que como grandes sectores del campo de la
responsabilidad objetiva se encuentran presididos por la utilización de medios o
instrumentos peligrosos, el simple empleo de dichos instrumentos viene a implicar
una especie de atracción causal de todas las interferencias, basta con que el daño
este en íntima relación con esa actividad peligrosa para que la relación causal no se
interrumpa por la aparición de interferencias extrañas. Una cosa es que en las
actividades presididas por el signo de la responsabilidad objetiva se prescinda del
análisis de la culpa del demandado y otra muy distinta que deba este ver que
también se prescinde del elemento del nexo de causalidad con el objeto de que su
actividad absorbe interferencias ajenas al mismo. Así una cosa es que se prevean
especificas agravaciones de responsabilidad en los casos de actividades peligrosas y
otra que circunstancias como la culpa del perjudicado, el comportamiento de un
tercero ajeno a la actividad, o el caso fortuito no lleguen a afectar al nexo de
causalidad.
2. La intervención de terceros
Dentro del concepto genérico de causa ajena, encontramos como segunda categoría
de interferencias en el nexo causal a la intervención de terceros. Son aquellos casos
en que el hecho de un tercero interfiere de tal modo en el curso de los
acontecimientos, que el daño no puede ser atribuido al demandado. Además no tiene
la condición de terceros aquellas personas que por ley revierten la responsabilidad
por sus actuaciones sobre aquella en la que recae la imputación que se examina. Nos
debe interesar que la actuación de tercero exonera de responsabilidad al agente
material del daño, siempre que tal conducta no haya venido predeterminada o
condicionada por la de dicho agente material o haya sido un mero instrumento suyo.
En cuanto al criterio de prohibición de regreso para su aplicación es necesario:
a) Que la inmiscusión del tercero sea dolosa o cuando menos gravemente
negligentemente. En todos los casos habrá que revertir forzosamente los
daños sobre quien puso en marcha el proceso causal, si es que
verdaderamente lo puso en marcha.
b) Que la conducta dolosa del tercero no se haya visto favorecida
sensiblemente por la del demandado, tal vez es una prolongación muy
específica de la doctrina alemana habla del criterio de provocación. Ej.:
policía que daña una propiedad mientras sigue a un ladrón.
45
3. La conducta del perjudicado
3.1La mal llamada “culpa del perjudicado”
El resultado dañoso puede ser consecuencia de una intervención del agente que
concurre con la conducta de la propia víctima. Ha habido opiniones que entienden
que la mera intervención de la víctima rompe el nexo causal, no debiendo responder
el agente por considerarse que su comportamiento, por sí solo, no habría dado lugar
al daño. Nada podría reclamar el perjudicado que haya participado en el daño según
este criterio y no procede distinguir según que su acción sea o no la única causa del
mismo. Actualmente prevalece la idea contraria: el nexo causal se rompe cuando el
daño se ha producido de manera exclusiva por el comportamiento de la víctima, pero
en caso de concurrir con la conducta del agente, se opta por la moderación de la
indemnización. Se considera procedente dejar en manos del juez la aplicación del
mecanismo de la compensación, con la correspondiente moderación de la
indemnización.
La expresión que se ha venido utilizando para referirse a la concurrencia de la
conducta de la víctima es inadecuada; se habla de concurrencia de culpas o de
compensación de culpas, y la cuestión es técnicamente concurrencia de concausas.
Una muestra de que no es de auténtica conducta culposa de la victima de lo que
trata el art. 114 C. pen, sino de simple conducta “si la victima hubiere contribuido
con su conducta”, a la misma conclusión se llega con el art 1 del TRLRCSCVM “en el
caso de daños a las personas, de esta responsabilidad solo quedara exonerado cuando
pruebe que los daños fueron debidos únicamente a la conducta o la negligencia del
perjudicado o a la fuerza mayor”. En general, no debe haber inconveniente en
apreciar la conducta del perjudicado a pesar de ser inimputable y no ser, por ello,
susceptible de culpa.
46
pueda favorecer de presunciones legales o hasta presunciones judiciales o de hecho.
Pero al mismo tiempo cuando la prueba de la causalidad es difícil, se vuelve a
retomar la idea de la probabilidad, cabe la condena del demandado, considerándose
por tanto que la relación de causalidad se ha probado, cuando los elementos de
juicio suministrados conducen a un grado suficiente de probabilidad. Es decir ante la
dificultad regreso a la causalidad adecuada.
Por ello la doctrina en los últimos años se ha planteado si no nos encontramos ante
una crisis de la relación de causalidad como requisito de la responsabilidad civil. La
realidad de ese nuevo concepto de daño que recibe el nombre de pérdida de
oportunidades, que nos puso ya sobre la pista de un sistema de examen de causalidad
de carácter puramente probabilístico. En definitiva ya no solo se comprueba cómo se
ha suavizado el rigor de la apreciación de la culpa o negligencia, sino que parece que
estemos ya ante el declive de la certidumbre del daño y el derrumbe causal, ya no se
dice con tanta rotundidad eso de que “el cómo y por qué siguen constituyendo
elementos indispensables en la identificación de la causa eficiente del evento
dañoso”
47
RESUMEN LECCIÓN VII Y XI DE RESPONSABILIDAD CIVIL
1. El factor riesgo
2. Las relaciones familiares y cuasifamiliares
3. La equidad
4. El seguro como (pretendido)factor de atribución
5. Los factores asociados al a propiedad o tendencia de una cosa.
I. CUESTIONES TERMINOLÓGICAS
48
II. FACTORES DE ATRIBUCIÓN: EVOLUCIÓN GENERAL.
En el art. 1903 ya existía, desde la promulgación del CC, una presunción legal de
culpa en su p.6ª: “La responsabilidad de que trata este artículo cesará cuando las
personas en él mencionadas prueben que emplearon toda la diligencia de un buen
padre de familia para prevenir daño”. Pero, no existiendo tal presunción legal en el
art. 1902, la práctica ha demostrado que puede utilizarse la previsión del que hasta
2001 fue el art. 1253. “Para que las presunciones no establecidas por la ley sean
apreciables como medio de prueba, es indispensable que entre el hecho demostrado
y aquel que se trata de deducir haya un enlace preciso y directo según las reglas del
criterio humano”. En la actualidad, la norma se encuentra en el art. 386 LEC: “A
partir de un hecho admitido o probado, el tribunal podrá presumir la certeza, a
efectos del proceso, de otro hecho, si entre el admitido o demostrado y el presunto
existe un enlace preciso y directo según las reglas del criterio humano”. (Son
presunciones de hecho). La experiencia común de un observador imparcial es la que
permite desde un juicio de recta razón, dar por probada la afirmación presumida. El
terreno de la responsabilidad por daños se encuentra frecuentemente abonado para
que juegue este mecanismo de la presunción judicial. "Rep ipsa loquitur": la cosa
habla por sí misma, no es necesario que lo haga el hombre. El demandante no
requiere testigos ni peritos, pues el daño no se puede explicar de otro modo según la
experiencia común, y siempre que no se aporten pruebas contrarias por el
demandado. Probado el daño y la causalidad, son las circunstancias las que dejan ver
el dato que se trata de decidir: la negligencia. Y ahora corresponderá al demandado
demostrar lo contrario. No es que con esta forma de ver las cosas se da la vuelta al
tenor del art. 1902. No olvidemos que la de presunciones judiciales constituye en
49
nuestro ordenamiento una prueba más, del mismo rango y para nada supletoria del
resto. Antes bien, precisamente porque la ley carga sobre la victima la carga de la
prueba de la culpa, ésta ha quedado cumplimentada ex art. 1253 CC (ahora, 368 LEC)
por medio de la prueba de presunciones judiciales o de hecho. Sobre su aplicación al
terreno de la de la responsabilidad médica tendremos ocasión de volver.
En fin, la jurisprudencia del TS ha virado vertiginosamente, desde un inicio en el que
se exigía una prueba completa del daño de la relación causal y de la culpa o
negligencia del agente, a un estado de la cuestión en que basta con probar los dos
primeros elementos referidos, pues la culpa se presume. La STS de 21 octubre 1994
señala "aun cuando la inicial exégesis del art. 1902CC se realiza sobre la idea
subjetiva de la culpa, es de reconocer que ya hace algún decenio que la doctrina en
general, ha venido introduciendo variaciones en dicha posición culpabilísima a través
de una serie de matices que si bien con distintas denominaciones, responsabilidad
objetiva, por riesgo, inversión de la carga de la prueba, etc., van encaminadas al
mismo fin: la atenuación del inicial criterio subjetivista del precepto a través de una
cierta objetivación, con objeto de compatibilizar el desarrollo industrial y mejoría
social de los países con una mayor garantía de seguridad para el ciudadano medio a
través de una más severa responsabilidad para quien utiliza y directamente se
beneficia del instrumento generador del riesgo”.
La inversión de la carga de la prueba de la culpa en sede de responsabilidad civil no
es inconstitucional, pues nada tiene que ver con la presunción de inocencia recogida
en el art. 24.2 CE, cuyo ámbito es sólo el Derecho punitivo o sancionador. Decir lo
contrario obligaría a declarar inconstitucional el pº final del art. 1903 y toda norma
que establezca una presunción de culpa civil. Por lo mismo, no tiene ningún sentido
que las normas civiles del CP exijan prueba de la culpa (civil, se entiende: 118.1ª o
120.1 CP).
50
objetiva o sin culpa. Ya no es que se suavice la prueba de la culpa o se desplace
sobre el demandado la prueba de su ausencia, es que simplemente, se prescinde de
ella. Naturalmente, de lo que no se prescinde es de la relación de causalidad: el
agente no podrá exonerarse demostrando su exquisita diligencia., pero si podrá
hacerlo en caso de que demuestre una circunstancia que rompa el nexo causal (caso
fortuito, fuerza mayor, conducta de tercero o culpa del perjudicado). Pero además se
trata de actividades que por su riesgo, provocan que el legislador se preocupe
también de asegurar la solvencia del causante de los daños, estableciendo la
obligación de suscribir un seguro de responsabilidad civil que cubra las
indemnizaciones o parte de ellas. No se puede llevar a cabo la actividad de que se
trate sin tener suscrito tal seguro, cuya falta es sancionada administrativamente y
desde la promulgación del CP 1995 también merece sanción penal.
51
haya o no culpa... El seguro obligatorio ha de cubrir las cantidades referidas para los
casos de daños a pasajeros y a terceros (art.127). Eso sí cuando se trate de conseguir
una indemnización superior a la cobertura tasada por el régimen de la ley especial,
habrá que demostrar el dolo o culpa grave dice el art. 121. En este sentido, proclama
la STS de 28 mayo 2007 la coexistencia de la responsabilidad objetiva de la I.N.A.
con la responsabilidad por culpa de los arts. 1902 y 1903 CC. Si se prueba la
existencia de culpa grave o dolo en el operador, no será de aplicación el primer
régimen (ni del breve plazo de prescripción de 6 meses que establece el art. 124,
sino el plazo anual del art. 1968. 2 CC).
3.4 Caza.
El art. 33.5 de la ley 1/1970 de 4 abril. Dispone: “Todo cazador estará obligado a
indemnizar los daños que causare con motivo del ejercicio de la caza, excepto
cuando el hecho fuera debido únicamente a culpa o negligencia del perjudicado a
fuerza mayor”. El art. 35.6 a) del Reglamento para la ejecución de la ley de caza
señala que “no se consideran como casos de fuerza mayor los defectos, roturas o
fallos de las armas de caza y sus mecanismos o de las municiones”, Todo cazador se
encuentra obligado a concertar un seguro que cubra hasta el límite reglamentario los
dalos a las personas (art. 1.2 del Reglamento). Si no se suscribe este seguro no podrá
obtenerse la licencia de caza.
52
III. FACTORES SUBJETIVOS DE ATRIBUCIÓN: LA CULPA Y EL DOLO.
Son aquellos que encuentran la razón por la que un determinado patrimonio es el que
debe salir al paso de unas determinadas consecuencias dañosas, en un juicio de
reproche, descuido o ligereza que cabe hacer a la conducta de alguien. Son la culpa
y el dolo, únicos criterios de atribución que se conocían en la responsabilidad
extracontractual cuando el CC se promulgó.
1. La culpa o negligencia
1. Criterios de determinación
La culpa se define en el art. 1104 CC como "la omisión de aquella diligencia que exija
la naturaleza de la obligación y corresponda a las circunstancias de las personas, del
tiempo y del lugar". En el pº2 del mismo artículo se sienta un criterio subsidiario de
mediación de la culpa o negligencia: "cuando la obligación no exprese la diligencia
que ha de prestarse en su cumplimiento, se exigirá la que correspondería a un buen
padre de familia". El precepto se encuentra redactado tomando como escenario el de
la responsabilidad contractual, aunque no existe inconveniente alguno, a mi juicio,
en aplicarlo al ámbito de la responsabilidad extracontractual. El art. 1104 CC ofrece
dos criterios: uno concreto (la concreta obligación y sus circunstancias) y otro
abstracto (la diligencia media, la del buen padre de familia). Dos criterios, por
completo heterogéneos, y que, son incompatibles en sus propios términos, pues cada
uno por separado serviría para regular la cuestión. Los dos criterios son
contradictorios si se aprecian aisladamente el uno del otro. Lo que sucede es que el
modelo del buen padre de familia es modelo abstracto, una manera de denominar la
diligencia universalmente prestable, un standard que necesita una adaptación o
concreción técnica, y ésta se conocerá aprehendiendo la obligación concreta con sus
circunstancias. Así podremos decir que cuando el deudor ha asumido la obligación
desde su condición de experto, de la naturaleza de la obligación y de las
circunstancias de las personas se deduciría como patrón de medida la diligencia del
buen profesional. Atendiendo a las circunstancias del tiempo y lugar, no se exigirá la
misma diligencia al piloto que atraviesa el Atlántico con unas condiciones
meteorológicas óptimas que al que lo hace bajo los efectos de un ciclón caribeño.
Siempre seremos capaces de contestar a la única pregunta que interesa: ¿Qué
diligencia prestaría un hombre recto y cabal si fuera un piloto de líneas aéreas (o
cirujano o abogado) colocado en tales circunstancias de tiempo y lugar? La
fórmula consiste, en definitiva, en fundir en un modelo único los dos párrafos del
precepto: "si, partiendo del modelo de conducta general del "buen padre de
familia”, extendemos a nuestro campo el contenido en el art. 1104. 1 CC y los
conjugamos, obtenemos, al igual en sede obligacional, un modelo genérico de
diligencia adaptado a las circunstancias del hecho enjuiciado, y lo hacemos así
porque en el ámbito extracontractual no existe un precepto especifico que defina en
que debe consistir la culpa o negligencia. Aplicar el art. 1104 CC no es hacer
analogía, sino más bien aplicación directa. Basta con sustituir la palabra "obligación"
por "actividad" y "deudor " por "agente". Esto no es en absoluto incompatible con la
idea, comúnmente admitida, de que en materia extracontractual rige el modelo de
culpa levísima. En definitiva, si el art. 1089 CC establece que tales obligaciones
nacen "de cualquier género de culpa o negligencia”, será porque, por poca e
insignificante que sea la culpa, nace la obligación de reparar el daño. La
jurisprudencia le ha dado la razón, la suavización del requisito de la negligencia del
causante del daño es algo bien perceptible, pues el TS aplica el art. 1104 en el capo
de la responsabilidad extracontractual con una severidad muy singular, cuando se
describe la previsión y la prudencia para evitar el daño hablando del "cuidado
exigible hasta alcanzar el agotamiento de la negligencia". Eso sí, si la diligencia se
tiene que agotar, eso no quiere decir que también se tenga que agotar en relación
con normas que no son las fundamentadoras de la responsabilidad, "el mero
53
proceder por culpa no es significativo en nuestro sistema”. Si la empresa de piscinas
carece de salvavidas procede negligentemente, pero no responde por ello si un
tercero mata de un tiro a un bañista.
Para que pueda hablarse de culpa o negligencia es necesario que el agente sea
subjetivamente imputable, o que tenga voluntad libre y capacidad de entender y
querer. De los daños que éste cause responden, sus padres, tutores o guardadores.
Responsabilidad civil del propio incapaz que venga a reforzar o, simplemente, a
acompañar a la responsabilidad de los guardadores por el hecho ajeno. La capacidad
que se precisa en el campo de la extracontractual no es la capacidad de obrar propia
del ámbito contractual.
54
3.1. Responsabilidad subsidiaria del incapaz.
Art. 61.3 LORPM establece que “cuando el responsable de los hechos cometidos sea
un menor de 18 años, responderán solidariamente con él de los daños y perjuicios
causados sus padres, tutores, acogedores y guardadores legales o de hecho, por este
orden”. En definitiva, si se trata de un menor susceptible de culpa, responderá con
sus padres o guardadores. “Que cualquiera de las personas enumeradas en el art.
1903 sea responsable en un caso concreto por los actos de un menor, en nada obsta
para que él mismo pueda estar también obligado a responder directamente de
acuerdo con el art. 1902 CC.
55
1.4 La facultad moderadora del art. 1103 CC.
2. El dolo
2.1.Concepto
En el ámbito de la responsabilidad contractual, el dolo es la conciencia del deudor
de hacerse voluntariamente incumplidor. Bastando con la voluntad de incumplir, de
cumplir tarde o mal. Basta con que él sepa que incumple el vínculo. En cambio, el
dolo extracontractual, (voluntad de dañar), quiere incumplir el deber general de no
dañar, y además es consciente del resultado material que supondrá su conducta
dañosa. Bastará con que exista conocimiento del daño.
La equiparación nunca puede ser conceptual, pues está claro que la culpa lata o
grave puede consistir en una conducta deliberadamente descuidada, pero no
intencional ni maliciosa. La dificultad que tiene la demostración de un dolo que con
frecuencia se entiende equivocadamente como intención de dañar, determinó, por
puro pragmatismo, que el Derecho común equiparara a los efectos. Pero ni siquiera
es verdad que la equiparación tenga que operar en todo caso. Ya en el ámbito de la
responsabilidad civil, tampoco está clara la equiparación en términos generales. En
resumidas cuentas, tradicionalmente se ha establecido la equiparación entre culpa
lata y dolo a fin de sentar unos criterios mínimos de imputación de la
responsabilidad, pero eso no significa una equiparación general. “el dolo y la culpa
grave constituyen comportamientos sustancialmente distintos, de los cuales, sólo se
derivará la misma consecuencia jurídica cuando así lo establezca expresamente un
precepto positivo”.
El art. 1102 a decir que la responsabilidad que procede de él: “es exigible en todas
las obligaciones. La renuncia de la acción para hacerla efectiva es nula”. La nulidad
de la concreta cláusula de renuncia, no del contrato en bloque, que subsiste en su
integridad sin la cláusula. Esta nulidad parcial será la sanción que corresponda no
56
sólo cuando se ha renunciado a la acción concreta, sino cuando se ha excluido
convencionalmente la aplicación de todo el régimen contractual o de un bloque
completo del mismo. También cuando se ha establecido anticipadamente la cuantía
de la responsabilidad procedente de dolo. De la misma manera que el acreedor
puede dejar prescribir la acción de responsabilidad dolosa, es posible la renuncia a la
acción de dolo cuando el interés a ser indemnizado ya se encuentra en su
patrimonio: la ley sólo precluye la renuncia anticipada. De forma muy expresa
declaraba el art. 1012 del Proyecto de 1851 “... cualquier pacto en que se renuncie
para lo futuro el derecho de reclamarla, será nulo”. En el terreno de la
responsabilidad extracontractual, partimos de la inexistencia de un contrato del cual
puedan “colgar “tales cláusulas.
El art. 1150 Código francés establece que: “El deudor sólo ha de responder de los
daños y perjuicios que han sido previstos o haya sido posible prever al hacerse el
contrato, si el que la obligación se incumpla no se deba a dolo”. En la misma línea,
el art. 1225 del Código italiano señala: “Si el incumplimiento o la mora no se deben a
dolo del deudor, el resarcimiento se limita al daño que podía preverse al tiempo en
que nació la obligación”. El art. 1151 del Code hace ver que: “Incluso en el caso de
que la inejecución de la convención se deba al dolo del deudor, consecuencia
inmediata y directa, en cuanto que sean consecuencia inmediata y directa” (art.
1223). El art. 1107 CC: “Los daños y perjuicios de que responde el deudor de buena
fe son los previstos o que se hayan podido prever al tiempo de constituirse la
obligación y que sean consecuencia necesaria de su falta de cumplimiento. En caso
de dolo responderá el deudor de todos los que conocidamente se deriven de la falta
de cumplimiento de la obligación”. La diferencia de trato dispensada por el
legislador al deudor incumplidor “de buena fe” y al deudor incumplidor “doloso” se
sitúa en torno al dato de la previsibilidad de los daños. El deudor, sólo puede
responder de los daños que sean consecuencia de su actuación incumplidora. Deberá
existir relación de causalidad. Y dentro de esos daños necesarios habrá ahora que
distinguir entre “los previstos o que se han podido prever” (que son los atribuibles al
deudor “de buena fe”) y los imprevisibles, del deudor incumplidor doloso.
57
establecer el mínimo de culpa a partir del cual se va a responder de todo. Por el
contrario, advertía DE COSSÍO que “las mismas razones que permiten afirmar la
existencia de una acción de dolo sustantiva e independiente en el caso de la
responsabilidad contractual autorizan a sostener que dicha acción, con las mismas
características, se nos ofrece en el campo de la responsabilidad extracontractual o
aquiliana”. Mientras el art. 1107 CC sea Derecho vigente, las diferencias no deberían
encontrar su origen en el carácter contractual o extracontractual de la obligación,
sino en el carácter doloso o no doloso de la conducta. Con ánimo conciliador entre
las dos tesis, el art. 1902 se deduce que la obligación es indivisible: se trata de
“reparar el daño causado” y se trata de hacerlo “sin matices ni restricciones”, pero a
su juicio “la relación de causalidad si está afectada o influida por la gravedad de la
culpabilidad concurrente: se responde de más consecuencias cuando media dolo que
cuando es meramente negligente. Pero, una vez que se han delimitado o definido los
efectos lesivos de que se deben responder, entonces se responde íntegramente, sin
consideración al grado de responsabilidad del comportamiento”. En el momento en
el que el análisis del caso ha permitido concluir cuál es el daño causado, ya no
caben graduaciones. La aportación conciliadora de este autor supone que si no es
fácil de apreciar en la culpabilidad una especia de “etapa posterior” sino de algo
diluido en el propio análisis de la causalidad, ello no solamente vale a la hora de
decidir “quién ha sido” el causante del daño, sino también “de cuánto daño” ha sido
causante.
1. El factor riesgo
Los padres no responden de los daños causados por sus hijos menores, porque hayan
incurrido en negligencia a la hora de vigilarlos o educarlos. Responden
sencillamente, porque son padres, como si la razón de ser fuera la patria potestad
unida a la custodia.
3. La equidad
58
4. El seguro como (pretendido) factor de atribución
59
CAPÍTULO VIII. LOS FACTORES DE ATRIBUCIÓN (II). EN LA RESPONSABILIDAD POR
ACTOS AJENOS.
I. GENERALIDADES
Según el art. 1903 CC, los supuestos en que una persona se encuentra a responder
por los daños causados por otra son los padres y tutores, los empresarios y los centros
de enseñanza no superior.
60
responsable y el autor material del daño una relación de dependencia no
estrictamente laboral, sino basada en cualesquiera otros vínculos de
subordinación, jerarquía o encargo (infra, 4.2.C).
a. Fundamento de la responsabilidad
Sólo cuando el menor no ha causado los daños quedan exonerados los padres o
tutores.
El profesor opina que, por ejemplo, no entiende dónde está la falta de diligencia en
los padres en el caso de los niños que fotografían desnudo a un compañero y publican
sus fotos en un tablón de anuncios. No aprecia culpa in vigilando en este caso.
Las sentencias en las que los padres son absueltos se basan no en la no concurrencia
de culpa, sino en que el menor no había causado el daño.
Tenemos que pensar que el menor puede tener un grado de libertad, dependiendo de
su edad, incluso exigido por las normas.
b. Requisitos de la responsabilidad
No tendría sentido lo contrario. Esto no significa que la culpa del menor sea
requisito, si es objetivamente negligente (y previsible por sus padres) sí responderán.
Cuanta mayor edad y madurez tenga, más posible será atribuir culpa a la conducta
del menor (la responsabilidad del menor se podrían superponer a la de los padres).
61
La patria potestad es lo que une esta responsabilidad (con la reforma de la Ley
11/1981 se suprimió el requisito de la convivencia con los padres). Por tanto, los
poderes de guarda de los padres se mantienen aunque no haya convivencia. Donde
más problemas encontramos con esto es con los hijos de padres separados,
divorciados o cuyo matrimonio haya sido declarado nulo. Para estos casos, el dato de
la convivencia serviría para deducir quién ejerce las funciones de guarda. En los
casos de ejercicio conjunto la responsabilidad se puede suponer de ambos padres (y
la ausencia, incapacidad o imposibilidad de uno determinará la responsabilidad del
otro).
En el caso de los padres que viven separados, y según el profesor, el art. 156.5 se
refiere exclusivamente a las funciones que sólo puede desempeñar quien tiene el
hijo consigo.
Nada debería impedir, según el art. 1903, que demostrada la ausencia de uno de los
padres responda en solitario el otro. Sin embargo, el régimen tan estricto de
responsabilidad objetiva por el hecho ajeno anuda la obligación de resarcir al simple
hecho de la guarda (si queda demostrado que a uno de los padres no le correspondía
la guarda podrá ser exonerado).
No debería haber inconvenientes entre que sean responsables por el art. 1903 o por
el 1902, ni porque se pueda atribuir responsabilidad tanto a los padres como al hijo
menor.
62
Dependiendo del régimen económico matrimonial la responsabilidad se concretará de
una forma o de otra:
• Gananciales: La idea general en la doctrina y jurisprudencia es que son los
bienes gananciales los que se encuentran afectos al pago de la indemnización.
• Separación de bienes: Responderán los cónyuges solidariamente, el reparto
interno hecho en proporción a sus recursos económicos.
• Participación: Igual que en separación.
Pueden surgir muchas dudas en el caso de los hijos de padres divorciados, separados,
no casados o cuyo matrimonio ha sido declarado nulo, debido a la atribución a un
cónyuge de la custodia y al otro de un derecho de visita (la patria potestad sigue
siendo compartida) ¿Seguirían respondiendo los dos?
La jurisprudencia no nos da una respuesta segura, siempre podremos decir que uno
“vigila” pero que ambos “educan”.
Sería entonces más conveniente usar como criterio de atribución el doble requisito
patria potestad-guarda. Es decir, que deberá ser responsable quien teniendo la patria
potestad se halle al cuidado del menor cuando produce el daño (obviamente, al
padre al que se le priva de la patria potestad o se le inhabilita para su ejercicio no se
le podría hacer responsable). Según el profesor, no es una solución perfecta, pero es
la más coherente. Sin embargo, es importante aclarar que no reina la uniformidad de
criterios.
Actualmente el art. 1903.2 CC dispone la responsabilidad de los padres por los daños
causados por los hijos que se encuentren bajo su guarda. Sin embargo, esto no ha
sido siempre así. En el Código Penal de 1973 esa responsabilidad sólo existía en la
franja de minoría de edad penal: los padres respondían por los daños causados por el
menor de 16 años. Si el mayor de 16 era condenado como autor de un delito o falta,
el único responsable civil era él, dejando desamparado al perjudicado si el menor era
insolvente. Así, para el perjudicado casi era preferible que recayese sentencia
resolutoria para ir posteriormente contra los padres en un juicio civil, en virtud del
art. 1903.
La solución que se encontró al final fue incluir a los padres y tutores en la lista de
responsables civiles, aunque se hizo de una forma caótica.
63
ii. Las normas del Código Penal
A pesar de ello, el art. 118.1 sí rige para quienes por su estado psíquico se hallen
bajo la potestad o guarda de otra persona.
El art. 120.1 CP parte de la base de que existe un autor material del daño que, como
responsable criminal, lo es también civil. Su posible insolvencia se salva con la
introducción de unos responsables civiles subsidiarios: los padres o tutores.
Hay quien pretende justificar la norma diciendo que trata de resolver la comisión de
infracciones por hijos que utilizan el vehículo de los padres (se verá más adelante).
Según este artículo, se refiere a los mayores de edad sometidos a patria potestad o
tutela, situación que sólo puede darse cuando el mayor de edad sufre una
enfermedad o deficiencia física o psíquica que le impida el autogobierno.
64
En suma: Si no hay responsabilidad criminal pero si civil la de los padres o tutores
será siempre directa. Si existe algún caso de responsabilidad criminal del mayor de
edad sujeto a tutela o a patria potestad prorrogada, suya será la responsabilidad civil
directa, respondiendo los guardadores legales sólo de forma subsidiaria.
Segunda: Hay autores que sostienen que este artículo está pensado, como veíamos
antes, para los casos en los que los jóvenes mayores de edad causan daños a terceros
con vehículos de sus padres. Esto no tendría sentido, ya que para eso contamos con
el art. 120 en su apartado 5. Convendría entonces la derogación del 120.1.
1. Presentación
Según el art. 3 de la LORPM, los delitos cometidos por los menores de 14 años tienen
el régimen de responsabilidad en el CC. Sin embargo, para los de 14 a 18 juega el
art. 61.3 LORPM. Esta norma resulta mucho más severa que las de los códigos civil y
penal, siendo una responsabilidad objetiva. Podemos apreciar dos cuestiones
problemáticas en este precepto: el sentido de la expresión “por este orden” y el tipo
de moderación prevista para el juez.
Segunda: Se refiere a un control efectivo. La ley llama a quien tenía la guarda del
menor en el momento de producción del daño, pero responderá junto a los padres,
tutores, acogedores o guardadores dependiendo del supuesto. Sería una relación de
responsables “en potencia” (esta es la preferida del profesor)
Llama la atención también que el art. No haga distinciones entre las distintas clases
de acogimiento (que son tres: simple, permanente y preadoptivo). También se
echaría en falta una inclusión de los Centros de internamiento y de enseñanza no
superior.
65
3. La facultad moderadora del juez
El art. 61.3 plantea que si los padres, tutores, acogedores y guardadores legales no
hubieran “favorecido la conducta del menor con dolo o negligencia grave, su
responsabilidad podrá ser moderada por el juez según los casos”. ¿Implica esta
facultad la moderación del quantum total de la indemnización o la moderación del
reparto interno de la deuda indemnizatoria pero conservando el montante?
i. En el ámbito de la tutela
En el art. 1903 hay una clara diferencia entre el primer y tercer apartado, ya que
para los tutores se exige la convivencia (así como en el art. 120.1, pero no en el
118.1 ni en el 61.3 LORPM).
Pueden surgir dudas en los casos de tutela plural. No tanto en la distinción entre
tutor de persona y tutor de bienes (la condición de convivencia sólo se daría con el
primero), sino en la pluralidad de tutores de la persona. En este caso, es lógico
pensar que la responsabilidad se comparte entre todos (salvo que se pueda
identificar la responsabilidad de cada uno).
Para los casos de tutela desempeñada por una persona jurídica, se solapan el
régimen de responsabilidad del empresario con el del tutor. Si se trata de tutelas de
una entidad pública, sería de aplicación la ley 30/1992.
66
ii. La responsabilidad del guardador de hecho
¿La responsabilidad de los tutores por los daños causados por los sometidos a tutela
es también aplicable a los guardadores de hecho? El profesor opina que al ser una
figura con un perfil tan difuso no se puede dar una respuesta completa. No es lo
mismo que, existiendo padres y tutor haya también una persona que se ocupa de
hecho del cuidado del menor, que por no existir patria potestad o tutela constituida,
el guardador de hecho se ocupa de su cuidado. Aun así, anota que “es bastante sólida
la idea de que la responsabilidad del guardador de hecho bien podría fundamentarse
sobre la negligencia propia.”
Al menos, para los casos de exención de responsabilidad criminal del art. 118 CP, la
respuesta es afirmativa (así se añaden argumentos en favor del carácter directo de la
responsabilidad de los centros psiquiátricos por los daños causados por los enfermos
que tienen a su guarda).
iii. El curador
El defensor judicial (art. 299 CC) puede ser nombrado para amparar los intereses de
los menores o incapacitados que tengan conflictos de intereses con sus
representantes legales, o para los casos en que, por cualquier causa, el tutor o
curador no desempeñasen sus funciones (el nombramiento queda limitado al tiempoq
ue dure la causa).
El profesor opina que sólo se puede sostener la responsabilidad del defensor cuando
actúe para sustituir al tutor.
Remite al capítulo VII: nada debe impedir que el propio patrimonio del incapaz salga
al paso cuando no quepa aplicar las normas de responsabilidad de padres o
guardadores. En la práctica resulta más cómodo para el juzgador condenar
directamente a los padres o tutores demandados.
Con mucha frecuencia las víctimas de los daños causados por menores son otros
menores. ¿Afecta la inimputabilidad de la víctima que contribuye a la causación del
daño? Según el profesor, lo que importa es que el acto sea objetivamente negligente.
Puede no ser civilmente responsable, pero si contribuyó causalmente al desenlace no
se puede cargar al demandado con la obligación de resarcir. El TS excluye en muchas
sentencias la responsabilidad en casos como los atropellos de menores en
automóviles. También hay que añadir la negligencia de los propios guardadores.
Todos deberían ser responsables solidarios frente a la víctima, pero en la práctica no
suele suceder, ya que son los padres los que suelen reclamar contra terceros. Así, en
muchas ocasiones, las sentencias rebajan la indemnización a pagar por el tercero,
haciendo pagar al niño por la culpa de sus padres.
67
III. LA RESPONSABILIDAD DEL EMPRESARIO POR LOS DAÑOS CAUSADOS POR
SUS DEPENDIENTES
El párrafo 4 del art. 1903 sienta una responsabilidad directa. Por el contrario, la
responsabilidad civil “derivada del delito” del art. 120 CP es subsidiaria.
Nuestro CC cuenta con un sistema de presunción de culpa (el final del artículo
permite una prueba de diligencia por parte del empresario). La obligación de
responder no nace de la idea de representación del empresario por sus empleados,
sino de la culpa in vigilando o in eligendo del empleador por el enlace existente
entre el daño y la falta de cuidado en la vigilancia o en el proceso de elección.
Distinguimos así entre una responsabilidad directa y por culpa presunta (art. 1903
CC) y otra subsidiaria y objetiva (art. 120 CP). El profesor opina que esta diferencia
(directa/subsidiaria) no está justificada, ya que la subsidiariedad no es requisito
esencial de la responsabilidad vicaria, simplemente característica del CP español.
Difícilmente se encuentra una sentencia civil en la que se permita al empresario
probar su diligencia. La empresa es “un centro de compromisos de hacer cosas bien
hechas”. Los terceros confían en la empresa.
Opina, en definitiva, que el empresario responde por ser empresario (donde esté el
beneficio estará también la carga).
El CC se decanta por las notas B y D mientras que el CP lo hace por las A y C. Aun así,
para el CC, en la práctica, el resultado es el propio de la responsabilidad vicaria.
b. Requisitos de la responsabilidad
68
Este requisito queda claro cuando hablamos de responsabilidad ex delicto, pero en la
aplicación del art. 1903.4 CC no queda tan claro. Si fuese cierto que se trata de una
responsabilidad vicaria, sería un requisito exigible. Pero la jurisprudencia del TS
parece insistir en que la responsabilidad es por culpa presunta, por lo que “si la
responsabilidad del empresario se debe a su propia culpa, con esta ha de valer”.
Sería recomendable una aclaración legislativa.
69
El daño debe haberse causado en el marco de las actividades propias de la función
del dependiente, debe existir un nexo de ocasionalidad. El daño se produce por su
ejercicio dentro del ámbito de funciones conferido, pero su causa mediata procede
de esa atribución. Basta con que el hecho tenga lugar “con ocasión próxima del
mismo servicio”.
Algo que sí hay que tener muy en cuenta es el tipo de delito del que se trate
Algo que sí hay que tener muy en cuenta es el tipo de delito del que se trate, para
apreciar si ha sido un desviado cumplimiento de su función o no (como el portero de
discoteca que mata a alguien, no comparable con el empleado de mantenimiento
que apuñala a un huésped).
70
iv. En el caso de responsabilidad civil “derivada de delito”, la
insolvencia del empleado.
Esta condición se exige para todos los supuestos del art. 120 CP. La responsabilidad
del ya derogado art. 22 era subsidiaria, defectiva o de segundo grado, sólo se exigía
para el caso de que el dependiente no pudiera hacerla efectiva por su insolvencia.
Según el criterio del CP de 1848 se establece un sistema de garantía de la insolvencia
de los dependientes. En ningún momento de nuestra historia coinciden las soluciones
de los CC y de los CP.
a. Fundamento de la responsabilidad
La diferencia entre este supuesto y en el resto de los que hemos tratado y vamos a
tratar es que en el art. 1903 CC y el 120 y 121 CP apreciamos una dependencia entre
el autor del daño y el llamado a responder; pero en el art 120.3 el título de
atribución es distinto. El hecho punible ha sido cometido por una persona ajena al
círculo de sujetos cuyas conductas comprometen la responsabilidad de otros por sus
relaciones de jerarquía, dependencia o subordinación. La responsabilidad se orienta
por razón del lugar en el que se ha cometido el hecho delictivo (el establecimiento).
Además, se usa la idea de la culpa: se responde por haber habido infracción de
reglamentos generales o especiales de policía.
b. Requisitos de la responsabilidad
Es necesario que haya existido una infracción reglamentaria, sea por parte de titular
del establecimiento o por parte de alguno de sus empleados. Lo importante es que se
encuentren dentro del círculo de la actividad que resultó insuficiente para impedir la
consumación delictiva. Éste requisito permite ejemplos como te relacionados con el
ámbito bancario (caso de las 387 cajas de seguridad). También es aplicable, aunque
de una forma menos razonada, los casos relacionados con irregularidades en el cobro
de cheques (caso de la empleada de banco con el cheque falso).
71
para que se pueda condenar subsidiariamente a la entidad bancaria. No tiene
sentido, entonces, que esa infracción sea un incumplimiento indeterminado e
inespecífico de un genérico deber de cuidado, o incluso que ni siquiera exista una
infracción.
Las normas infringidas son precisamente las que tienen como finalidad evitar la
comisión de delitos de la naturaleza del caso. Tiene que existir una específica
disposición infringida que crea un marco apropiado para convertir el establecimiento
en un lugar especialmente vulnerable para cometer delitos en su interior. No estamos
hablando de exigencia rígida, simplemente adecuada. El resultado se verá
propiciado por ella, si no, no existiría campo de aplicación.
También tendríamos que estudiar la relación entre las normas infringidas y el hecho
punible. Un banco no debería ser responsable subsidiario por el daño sufrido por una
cliente que entró en crisis nerviosa al presenciar un atraco. No sería una
consecuencia ligada causalmente con la insuficiencia de medidas.
a. Evolución legislativa
Antes, el art. 1903.6 CC establecía: “Son, por último, responsables los maestros o
directores de artes y oficios respecto a los perjuicios causados por sus alumnos o
aprendices, mientras permanezcan bajo su custodia.” En el CP no se hizo referencia
expresa hasta la promulgación de la Ley 1/1991.
72
extraescolares y complementarias.” Se mantuvo hasta enero de 2001, y acabó
suprimiéndose.
Mientras se mantuvo la desigualdad entre la mayoría de edad penal y civil los
supuestos se regían por el art. 22.2 CP de 1973. La responsabilidad era directa y
personal del escolar, y subsidiariamente del centro.
Ya vigente la LORPM, se guardó silencio tanto en el CP como en la propia LORPM. Se
deduce de esto que:
a) Si es mayor de edad, responde el escolar.
b) Si es menor de 14 años, la eventual responsabilidad de los centros docentes se
regirá por el art. 1903 CC.
c) Si es un mayor de 14 pero menor de 18, la responsabilidad podría ser de los
centros de enseñanza en virtud de su connotación de “guardadores de
hecho”. Si no se interpreta así nos enfrentamos ante una laguna legal, ya que
el único responsable sería el menor.
No es aplicable aquí cualquier régimen de docencia, son contextos en los que sería
de aplicación el art. 1902. No se aplica tampoco a los centros de educación superior,
y en relación con los centros públicos, sería de aplicación la ley 30/1992 (en los
centros privados y concertados la responsabilidad es del titular de los mismos).
La STS de 2 de julio de 1990 entiende que el ahora derogado art. 22 CP requiere que
la actividad del conductor forme parte de las funciones encomendadas a él por el
empresario, no debiendo responder este de la conducción imprudente de un
empleado que lo sacó de noche para divertirse con los amigos.
73
También hay que mencionar el caso de la conducción para fines particulares de un
empleado de un taller de reparaciones. El empresario recibe del dueño el control
sobre el vehículo. El TS opina que el empleado utilizó el coche para beneficio propio
y sin permiso, fuera de las tareas encomendadas.
Reviste interés también el caso de la sustitución del conductor habitual del vehículo
por otra persona: si no ha sido autorizado por el empresario, podríamos encontrar
una exoneración por su parte, aunque en ocasiones este tipo de sustituciones son
consecuencia necesaria de la organización empresarial.
El CP de 1995 ha optado por que los jueces “puedan olvidarse del problema de si
existe o no dependencia entre la empresa y el arrendatario del automóvil”,
asentando una regla de cómoda aplicación práctica.
En estos casos no suele existir dependencia, ya sea mediando relación jurídica o sin
ella. El CP opta por prescindir de este elemento de dependencia, estableciendo una
responsabilidad por riesgo del propietario.
En una primera fase, la simple autorización del propietario del vehículo no supone
relación de dependencia con el comodatario, así que el art 22 no podía aplicarse.
Esto cambió con el caso de “los novios de Bilbao”. El TS entendió en esa sentencia
que “ se pueden entender incluidos en el artículo 1903 otros supuestos en los que
exista o se genere alguna relación jurídica distinta, como pueden ser las de
comodato”. Basta con que la relación simplemente exista, lo que vincula no es la
naturaleza de la misma, sino su existencia.
Con cierta antelación al caso de los novios, la Sala Segunda entendió que “si el dueño
del automóvil lo deja al procesado, ya tiene su autorización para usarlo, pero si
además lo hace con el expreso cometido de transportar a unas jóvenes, se crea un
vínculo del que surge una dependencia esporádica mientras se usa el automóvil y
dura tal el transporte”. Esto cuenta con una excepción: la “renuncia abdicativa”. El
propietario es responsable si el automóvil se halla bajo su potencial control (cada vez
que se de auna autorización esporádica), pero si el automóvil se cede de forma
permanente no será responsable (como el padre que deja al hijo el coche
indefinidamente).
74
VII. OTROS CASOS DE RESPONSABILIDAD POR EL HECHO AJENO
Los arts. 1903 CC y sus correlativos presentan una lista numerus clausus, pero existen
otros casos de responsabilidad por el hecho ajeno:
a) Según el art. 498 CC, el usufructuario responde frente al nudo propietario de
los desperfectos que sufra la cosa usufructuada por culpa o negligencia de la
persona que le sustituya en el aprovechamiento. Las cesiones del derecho no
le liberan de la responsabilidad, está obligado a la diligente conservación. El
daño que sufran las cosas por acción de sustituto no constituye la llamada
“intervención del tercero” (entendida como forma de ruptura del nexo
causal.
b) La ley 49/1960 de 21 de julio sobre propiedad horizontal: el art. 9.1 b)
obliga a cada propietario a mantener en buen estado de conservación su
propio piso o local (en términos que no perjudiquen a la comunidad de
propietarios). Responde también de las personas “por quienes deba
responder”. Se liberará de la responsabilidad si prueba la diligencia, si lo
interpretamos según el art. 1903; pero si consideramos que es una regla
especial, la única forma de exoneración sería la ruptura del nexo causal. El
art. 9 se refiere a las normas que afectan a los propietarios. El apercibimiento
se efectúa contra el ocupante no propietario (no es necesario el
requerimiento previo al propietario para el desahucio; el responsable directo
es el ocupante, el propietario responde cuando la comunidad le requiere para
ejercitar el desahucio y no lo hace).
c) Arrendamientos: El arrendatario es responsable del deterioro causado por
las personas de su casa (art. 1564 CC, que remite el 21.1 de la Ley de
Arrendamientos Urbanos). También responde por el de los invitados,
huéspedes y visitantes.
d) Manifestaciones callejeras: Es un ámbito peculiar. En la redacción actual se
establece la responsabilidad directa de los participantes que causen los daños
y sólo subsidiariamente la de los organizadores, que podrán repetir de
aquellos. El profesor opina que una forma de responsabilidad solidaria sería
más adecuada.
Llama la atención en el art. 1904 la contradicción con el art. 1903.4 desde una
perspectiva de responsabilidad por culpa presunta. “Si el empresario responde
porque hubo culpa por su parte, no parece razonable que pueda repercutir sobre el
dependiente toda la carga de la indemnización, resultaría entonces que el empleado
es el único responsable efectivo”. Se puede explicar esta contradicción si pensamos
que el empresario responde por culpa in vigilando o in eligendo, y sólo puede
repercutir del empleado la parte que a la culpa in operando de este corresponda
(Esto tiene el inconveniente de la contradicción con el “todo” que señala el art.
1904). El profesor opina que hay que sacrificar el final del art. 1903 para salvar esta
contradicción: se entiende así como una manifestación del riesgo empresarial, la
empresa responde porque es empresa. Le quedará siempre, sin embargo, la
posibilidad de aportar prueba de caso fortuito o de la inexistencia de nexo entre la
esfera de actividades del dependiente y del hecho (así como la acción de reintegro
una vez pagada la indemnización).
75
Por otro lado: ¿es aplicable el art. 1904 CC a los padres y tutores? Según el tenor
literal, no. Se puede mantener, sin embargo, que a los menores que tienen suficiente
capacidad de discernimiento se les puede imputar las consecuencias de sus actos
dañosos, para que así los padres puedan recuperar lo pagado (se podría dar igual
para tutelados). Según el profesor, la acción de regreso de los guardadores no irá
siempre por la vía del art. 1904. Tiene más sentido aplicar el 1145 CC, que permite el
derecho de repetición por la cuota correspondiente (no tendría sentido la completa
exoneración).
Entiende además que se podría extender por analogía el art. 1904 a otros supuestos:
cabeza de familia que indemniza a la víctima de la cosa arrojada por una persona de
la que no está obligado a responder, el propietario de un edificio que responde frente
a la víctima a pesar de haberse producido la ruina exclusivamente por vicios de la
construcción...
76
TEMA 9 LOS FACTORES DE ATRIBUCIÓN (III). EN LA RESPONSASBILIDAD POR EL
HECHO DE LOS ANIMALES Y DE LAS COSAS INANIMADAS
I. Generalidades
II. La Responsabilidad Civil. Por el hecho de los animales:
1. Animales que se tienen bajo la posesión del hombre.
I. GENERALIDADES
Si los arts. 1902 y 1903 CC regulan la responsabilidad por el hecho propio y por el
hecho ajeno, respectivamente, parece que no debería importar el objeto con el que
el agente ha causado el daño: bastaría con estos dos preceptos para agotar todos los
posibles. Sin embargo, los arts. 1905 a 1910 regulan los daños causados por el animal
o cosa, es decir, las cosas que actúan independizadas de la mano del hombre. Los
arts. 1905 a 1910 completan el marco de la responsabilidad civil extracontractual. El
fundamento de la responsabilidad es una culpa o negligencia presunta: se trata de
cosas que el propietario tiene, posee y gobierna y que al ser elementos de riesgo,
debe salir al paso de los daños que generen, salvo que demuestre haber utilizado
toda la diligencia necesaria para evitarlos.
Si en los arts. 1905, 1908.2ºy 3º y 1910 no existen referencias a la diligencia
equivalentes a las que se encuentran en el resto de los preceptos, es porque la
responsabilidad del propietario es de signo objetivo, bien porque se prescinde de
toda idea de culpa, bien porque, se quiere dar con un responsable dante la enorme
dificultad que puede tener averiguar quién fue el culpable del daño. Se trata de
anudar la responsabilidad a la existencia que tiene para todo poseedor el velar por
los animales o por las cosas que se ponen, que se ponen en funcionamiento y cuyas
características peligrosas obligan a una constante supervisión. Más no se trata de una
responsabilidad necesariamente asociada a la titularidad dominical. Cuando existe un
título posesorio en virtud del cual es otra persona la que ejerce el control o se sirve
del objeto en cuestión, lo de menos es la propiedad del mismo.
77
Dice el art. 1905 CC: “El poseedor de un animal, o el que se sirve de él, es
responsable de los perjuicios que causare, aunque se le escape o extravíe. Sólo
cesará esta responsabilidad en el caso de que el daño proviniera de fuerza mayor o
de culpa del que lo hubiese sufrido”. La posesión de los animales peligrosos que
seguimos llamando “domésticos”, es un problema preocupante que ha llevado al
legislador a exigir la previa obtención de una licencia administrativa, que será
otorgada por el Ayuntamiento del municipio de residencia del solicitante, para lo que
entre otras cosas se requerirá al tenedor del animal un certificado de aptitud
psicológica y la acreditación de haber formalizado un seguro de responsabilidad civil
(art.3.1 de la ley 50/1999). Si el precepto se refiere a la responsabilidad del
poseedor del animal o del que se sirve de él, ello determinará por ejemplo, que no
tenga que responder el que cede la bestia por arriendo, ni el nudo propietario, etc.
“La responsabilidad (STS 28 enero 1986), viene anudada a la posesión del semoviente
y no por modo necesario a la propiedad”. Y por poseedor no hay que entender
tampoco al servidor de la posesión. No será responsable, por ejemplo, el cuidador de
un caballo que cocea y mata a un niño. Es la utilización de los animales en beneficio
propio lo que genera la obligación de resarcir (STS 12 abril 2000). Eso sí, hay que
entender que en principio el propietario es el responsable salvo que exista, como
señala la STS de 26 enero 1972, algún estado de posesión o servicio del animal por
parte de un tercero, una desposesión de suficiente rango como para atribuir a ese
tercero el control y vigilancia del mismo. Cualquier medio de prueba valdrá para
acreditar el dominio, como puede ser la escritura de compra, la existencia de
microchips, collares o marcas de fuego, cartilla sanitaria, etc. Y deberá ser el
propietario quien aporte la prueba contraria de la posesión del terreno para así
exonerarse. Hay que insistir que el propietario no es responsable por ser propietario
del animal, ni siquiera de forma subsidiaria. No deja de llamar la atención la
proliferación de normas autonómicas que imponen una responsabilidad subsidiaria al
propietario del animal, y para más inri “de acuerdo con la legislación aplicable”. Ni
que decir tiene que no todas las CCAA que hacen estas cosas dentro de sus normas
administrativas de Protección de Animales tienen competencias en materia de
Derecho civil. La responsabilidad por los daños causados por los animales es un
ejemplo de hasta qué punto pueden llegar las extralimitaciones autonómicas en
materia de Derecho civil. El art. 1905 penetra claramente en la esfera de la
responsabilidad objetiva: se prescinde de la culpa, y sólo se exonera el poseedor
cuando pruebe la fuerza mayor o la culpa exclusiva de la víctima. De este carácter
objetivo nunca dudó la jurisprudencia. De las formas de exoneración, reviste
particular interés la conducta del perjudicado pues no todos los casos son tan claros.
En cuanto a la fuerza mayor, entiendo que no deben reputarse como tal ni que el
animal se asuste por los estímulos cotidianos de la vida en sociedad (ruidos, luces,
cláxones...), ni los fenómenos meteorológicos habituales (truenos o relámpagos),
aunque otra cosa hay que decir de los fenómenos meteorológicos extraordinarios. No
parece, muy lógico que si el caballo se desboca ante un terremoto o un huracán debe
ello suponer la responsabilidad del poseedor. Entiendo que el art. 1905 CC no deja
lugar a dudas: se refiere a animales vivos, y no es aplicable a los daños
pretendidamente causados por una vaca muerta y que, ya cadáver, se sospechaba
había infectado por hidrofobia a uno de los hombres que la habían transportado. (STS
10 febrero 1959, que aplicó por error este artículo, imponiendo la responsabilidad al
propietario de la vaca).
Establece el art. 1906 CC: “El propietario de una heredad de caza responderá del
daño causado por ésta en las fincas vecinas, cuando no haya hecho lo necesario para
impedir su multiplicación o cuando haya dificultado la acción de los dueños de dichas
fincas para perseguirla.” La responsabilidad se basa en la negligencia del dueño de la
finca o del titular del derecho de caza.
78
1. Los supuestos típicos de CC: arts. 1908 y 1910
El art. 1908 CC: “Igualmente responderán los propietarios de los daños causados:
1. º Por la explosión de máquinas que no hubiesen sido cuidadas con la debida
diligencia, y la inflamación de sustancias explosivas que no estuviesen colocadas en
lugar seguro y adecuado.
2. º Por los humos excesivos, que sean nocivos a las personas o a las propiedades.
3. º Por la caída de árboles colocados en sitios de tránsito, cuando no sea ocasionada
por fuerza mayor.
4. º Por las emanaciones de cloacas o depósitos de materias infectantes, construidos
sin las precauciones adecuadas al lugar en que estuviesen.”
Se trata de un artículo edificado para un Derecho vecinal clásico, de conflictos
intersubjetivos, auténticamente precursor de la responsabilidad por riesgos. El
precepto nos introduce en el fenómeno actual de las agresiones al medio ambiente.
El grado de objetivación no es idéntico en todos los apartados, pues si la previsión de
los apartados 1º y 4º es la de una máquina que no ha sido cuidada con la debida
negligencia, mientras que la caída de árboles no precisa culpa , según el tenor literal
del apartado 3º. El art. 1908.3º no exige la concurrencia de reproche culpabilísimo
alguno: sólo cede la responsabilidad por la causa de fuerza mayor, responsabilidad
claramente objetiva. El ap.3º no permite dudar siquiera del carácter objetivo de la
responsabilidad. El daño causado por el árbol mal cuidado por su propietario podría
encontrar su amparo en el art. 1902 CC, pero como dice la STS de 17 de marzo 1998,
el art. 1908.3º tiene un sentido específico, al no exigirse la culpa del propietario. El
concurso de acciones puede resultar útil en alguna ocasión, STS de 19 de junio 2003.
Los familiares del peatón que había fallecido como consecuencia de que cayera sobre
el un árbol, reclamaban contra la empresa cuyos empleados habían procedido a su
tala, pero el problema es que eran ellos mismos los propietarios del árbol. La
sentencia dice una reclamación al amparo del art. 1908.3º, “no puede ser atendida
desde el momento en que los propietarios del árbol caído son, precisamente, los
actores, por lo que su acción reclamatoria de indemnización por responsabilidad
extracontractual no puede ventilarse a través de este precepto”. Acaso el adjetivo
“excesivos” que acompaña a “humos” en el ap. 2º permitiera una deducción parecida
a la del 1º o 4º, pero lo cierto es que también la jurisprudencia se refiere al mismo
como un supuesto “de claro matiz objetivo”. En general, la doctrina no pone en duda
el carácter objetivo de la responsabilidad por el hecho de los humos y emanaciones.
Se desprecia de manera más o menos velada que lo de “excesivos” quiere decir otra
cosa y además se conviene en la vocación expansiva del precepto, que es el que el
TS ha venido a aplicar también para las inmisiones consistentes en ruidos,
vibraciones o malos olores, para una pérdida de productividad en las cosechas como
consecuencia de la contaminación producida por una empresa minera (STS 7 abril de
1997), o para las molestias consistentes en las nubes de polvo de piedra triturada
provenientes de una cantera (STS de 18 junio 1996). Se ha propuesto también, con
buen criterio, la aplicación el art. 1908. 2º a la contaminación lumínica. Más
recientemente, la STS 12 enero 2011 ha insistido en la idea de que si existe una
autorización administrativa de la actividad industrial ello no excluye la obligación de
reparar el daño que ésta cause. También entiende que resulta de aplicación el art.
1908 CC y que, en general, no es relevante el hecho de que la actividad molesta o
nociva hubiera comenzado antes de que las viviendas afectadas se construyeran. Hay
casos en que las sentencias no aparecen atreverse a poner en atención en ninguno de
los cuatro apartados del art. 1908, aunque no duden de su carácter “numerus
apertus”. Es criticable, que el art. 1908 utilice, sin matiz alguno, la expresión
“propietarios”, lo que debe importar es que ese propietario tenga a su alcance
asumir o participar en la supresión de las cosas. Cuando existe una situación
posesoria por la cual el propietario nada tiene que ver con la actividad llevada a
cabo por el poseedor y no participa en la operativa de éste, no se comprende bien
que el propietario tenga que responder. Por eso estaría justificado que el art. 1908
hablara de responsabilidad de quien tiene el control efectivo de la cosa en cuestión,
79
y permitiendo la demanda contra el usufructuario, el comodatario, el arrendatario
de la cosa, y en general, contra el sujeto que ostenta las facultades de control,
disfrute, o utilización efectiva de la misma. Pero la rigidez del artículo parece pensar
en la responsabilidad directa del dueño, sin perjuicio de que este pueda después
repercutir lo pagado contra otra persona. Queda una pregunta importante, ¿De qué
hay que ser propietario para quien lo sea esté obligado a responder? En lo
referente a las máquinas del ap. 1º, el responsable es el propietario de las mismas,
no el del edificio o instalación en el que el artefacto se encuentre. Para las
sustancias explosivas (cloacas o depósitos de materias infectantes del ap. 4º),
igualmente debe quedar exonerado tal propietario, pues no es el encargado de
tenerlas “en lugar seguro y adecuado”. En cuanto a los humos excesivos del ap.2º, si
el precepto se refiere a su mera emisión, y no a la máquina que los produce, la
responsabilidad ha de ser del titular de la industria o centro que los emite, y no ha
de derivar de la titularidad formal de la máquina. Por último, es la propiedad de los
árboles colocados en sitios de tránsito (ap.3º), que coincidirá normalmente con la
propiedad del terreno en que se hallen, la que debe determinar la imputación. Pero
lo decisivo, no es la propiedad de la finca.
Con frecuencia se podrá decir que, si ya ha existido daño, el art. 1908 CC constituye
un fracaso de las medidas previstas, a modo de tutela preventiva, en los arts. 390 y
590 CC. El primero, obliga a que el dueño del árbol corpulento que amenaza caer lo
arranque y retire; por su parte, el art. 590 CC prohíbe la construcción a menor
distancia de la permitida de pozos, cloacas, acueductos, hornos, fraguas, chimeneas,
artefactos que se muevan por el vapor o fábricas peligrosas o nocivas. Por otra parte,
tenemos el art. 1910: “El cabeza de familia que habita una casa o parte de ella, es
responsable de los daños causados por las cosas que se arrojaren o cayeren de la
misma”. Resulta obvio que, a) no es preciso que se trate de una vivienda, pudiendo
tratarse de un local, o negocio o de una oficina; b) que “cabeza de familia” no debe
hoy entenderse en su sentido sexista, de tal manera que, si conviven marido o mujer
o pareja no casada ambos son “cabezas de familia”. Y deberá apreciarse si hay un
cabeza de familia o varios, como ocurrirá en caso de matrimonios o de parejas de
hecho; también deberá valorase si existe entre los miembros del grupo
subordinación, caso típico de una familia, o si en cambio se trata, por ejemplo, de
un grupo de estudiantes. Lo que está claro es que, aquí sí, el legislador ha querido
eludir el término “propietario”. Si la vivienda está ocupada en régimen de
arrendamiento, la responsabilidad no corresponde al arrendador sino al que la
habita. Otra cosa sucederá cuando el dueño no haya supervisado la vivienda que
arrendo, como suele ocurrir con las tuberías que después provocan goteras o hasta
inundaciones, en tal caso se responsabilidad es por el art. 1902 no el 1910. Tampoco
es necesario que se trate de cosas “que caen o se arrojan”, pudiéndose tratar de
cualesquiera daños ocasionados por el inmueble a los inmuebles contiguos, incluso no
por cosa que cae o se arroja, sino por extensión horizontal (filtraciones de agua por
grifos que se dejan abiertos, rotura de tuberías, latiguillos, etc.). No se piensen que
las filtraciones de agua procedentes del piso superior solo han de encontrar la
respuesta en el art. 1910: podrá haber responsabilidad del constructor por vicios en
la construcción (art. 1909), o del que llevó a cabo una obra de fontanería en edificio
ya acabado y habitado muchos años antes (art. 1902) o el propietario que no efectúa
las reparaciones necesarias en las tuberías envejecidas (art. 1907), o del
arrendatario que habita la casa y que se dejó el grifo abierto (art. 1910). Más dudoso
es que sea aplicable el art. 1910 a las cosas comunes desprendidas del edificio sujeto
al régimen de propiedad horizontal, donde más lógico parece aplicar el art. 1907 CC.
Pero lo que no puedo compartir es que el precepto se aplique para el caso de la
responsabilidad del hospital por la caída de un enfermo mental que se suicidó
lanzándose desde una ventana, y que vino a caer sobre una pareja de novios: la STS
de 12 marzo de 1975 declaró que el art. 1910 hace responder al ocupante por “lo que
caiga”, curiosa forma pronominal que no hace distinción entre objeto o persona.
Suele decirse que la responsabilidad regida por el art. 1910 tiene carácter objetivo.
Creo no obstante, que no se trata de un precepto que prescinda por completo de la
culpa o negligencia de los intervinientes. El art. 1910 sienta una responsabilidad
80
objetiva, no en sentido tradicional, sino en el de presuponer la existencia de una
acción u omisión culposa de alguien, de una conducta tan negligente como es arrojar
cosas desde un edificio a la vía pública u omitir las medidas de sujeción de las que se
pueden caer.
81
2. los daños al medio ambiente
82
control de las actividades potencialmente contaminantes, ruidosas, molestas en
general, pero siempre desde la lógica perspectiva de la defensa de los intereses
colectivos. Ya dentro del Derecho civil, las soluciones que brindan las acciones de
resarcimiento de daños y perjuicios encuentran dificultades importantes a la hora de
saber que formas de reparación pueden poner el énfasis en las medidas preventivas.
Interesa la reparación, pero mucho más la prevención.
El art. 1907 CC: “El propietario de un edificio es responsable de los daños que
resulten de la ruina de todo o parte de él, si ésta sobreviniese por falta de las
reparaciones necesarias”. Regla general: la responsabilidad corresponde al
empresario. La excepción de este régimen lo marca el art. 1909, “Si el daño de que
tratan los dos artículos anteriores resultare por defecto de construcción, el tercero
que lo sufra sólo podrá repetir del Arquitecto, o, en su caso, del constructor, dentro
del tiempo legal”. La responsabilidad pasa a ser del Arquitecto o/ y constructor. El
art. 1907 CC se presenta como respuesta al propietario que incumple la obligación de
derribar o reparar el edificio que amenaza ruina (art. 389), y ello, cualquiera que
fuera la causa de tal amenaza.
En la situación actual del edificio obliga en todo momento a su dueño a tomar
medidas. Y siendo la falta de reparaciones necesarias la única acción, parece que el
art. 1907 no será aplicable a los daños causados en una propiedad por obras
realizadas en la propiedad colindante, con lo cual lo aplicable será el art. 1902 o el
1903, y hasta puede que el art. 1909. La responsabilidad del art. 1907 es de carácter
subjetivo, si el hecho mismo de la ruina implica una presunción de que ella se ha
debido a la falta de las reclamaciones necesarias por parte del propietario del
inmueble, correspondiendo a éste aportar la prueba contraria, ello no significa
necesariamente la culpa del propietario, pues la falta de las indispensables
reparaciones puede no tratarse de una omisión culposa, pues la presunción del
precepto es de la causa de la ruina. Si la responsabilidad rígida por este precepto es
de verdad subjetiva, el propietario demandado debería quedar exonerado de la
lesión provocada a un peatón por el accidente. Pero si sólo cabe la exoneración si se
demuestra que la ruina no procede de la falta de las indispensables reparaciones,
resultaría que el propietario habrá de responder frente a la víctima, pues las
reparaciones hacían falta, y siempre las pudo haber acometido a su costa. Si las
causas de la ruina son de origen constructivo o técnico la responsabilidad
extracontractual del propietario debe ceder ante la de los constructores o/y
Arquitectos. De lo contrario, ningún daño derivaría nunca propiamente de vicios de
construcción, sino siempre de la falta de unas reparaciones que precisa todo edificio
mal construido. Otra cosa será una situación de pasividad o de abandono en cuyo
caso si procederá la responsabilidad del dueño negligente, con independencia de que
también quepa plantear la de otras personas. Una responsabilidad subjetiva o por
culpa, presunción de que la ruina se debe a la falta de reparaciones, y hasta
presunción de que la misma es imputable al propietario. La responsabilidad de
constructores y/o Arquitectos no se añade a la del propietario, sino que se sustituye.
No es tampoco que responda el propietario, con ulterior posibilidad de repetición. De
la ruina que no deriva de la falta de reparaciones sino de vicios constructivos
responden quienes estén detrás de tales vicios, siempre que concurran los requisitos
del art. 1909 y siempre que el propietario pruebe que concurren, pues es el quien
tiene la carga de la prueba. El art.1907 es aplicable toda situación posesoria que a
esos efectos sea asimilable al dominio. No al arrendamiento, ya que es el arrendador
el obligado a hacer las reparaciones, estando, eso sí obligado a comunicar al
propietario la necesidad de hacerlas. Una correcta aplicación extensiva aplica el art.
1907 a otras construcciones de carácter permanente, como puentes, presas,
columnas, etc.
83
84
3.2 La excepción de la responsabilidad de los agentes de la edificación
Condiciones para que no sea el propietario del edificio el llamado a responder sino
los agentes de edificación.
No sólo los defectos que hagan temer las pérdidas del edificio o lo hagan inútil para
ser habilitado, sino cualesquiera defectos graves que exceden de las imperfecciones
corrientes, que contribuyen, en fin, a la adecuada habitualidad y responden a lo
previsto en el contrato de obra. La L.O.E. presenta ahora un panorama más
razonable como veremos.
85
dichos daños (art.18). Será así para las acciones contractuales, naturalmente, la
responsabilidad extracontractual del art. 1909 CC, continua sometida a la
prescripción anual del art. 1968.2º CC.
Se basa en la culpa presunta. Yo pienso que no es así, según creo tiene un carácter
objetivo. Los intervinientes en la construcción siempre podrían eximirse de
responsabilidad demostrando que esos defectos de construcción, no se debieron a su
culpa, pues ellos pusieron en juego toda la diligencia y pericia debida. Estos sujetos
no tienen otra forma de exoneración que la consistente en la ruptura del nexo de
causalidad, de modo que sólo demostrando que la causa de la ruina no fueron los
defectos constructivos podrán quedar exentos de responsabilidad. Es una presunción
de causalidad, y que ésta vaya unida o no al reproche culpabilísimo no interesa.
Según induce a pensar el art. 1909 se requiere la concurrencia de dos condiciones: 1)
que se demuestre los defectos de construcción y 2) Que los desperfectos aparezcan
dentro del tiempo legal, se presume que se ha debido a tales defectos,
correspondiendo a tal constructor y/o Arquitecto demandado/s aportar la prueba
contraria de la causa ajena. Y lo mismo sucede con el art. 1591, no se discute la
responsabilidad objetiva o por el resultado, y ahora en el sistema de la L.O.E. De
hecho la única causa de exoneración, es la ruptura del nexo causal por caso fortuito,
fuerza mayor, acto de tercero o por el propio perjudicado, de carácter, ahora
inequívocamente objetivo.
86
La responsabilidad plural. La responsabilidad cuando sea imputable a varios
intervinientes y se consigue probar el grado de participación de cada uno, será
mancomunada. Pero será solidaria cuando no sea posible la individualización de la
causa de los daños, o cuando quede probada la concurrencia de imputaciones pero no
el grado de intervención de cada agente (art. 17.3).
No sólo comitente de la obra, sino los sucesivos adquirientes del edificio. Junto a los
propietarios, también se admitió la legitimación activa del promotor contra el
contratista, pero en sede de responsabilidad extracontractual, la legitimación activa
sigue, lógicamente, las reglas comunes.
La responsabilidad civil derivada de los daños causados por las cosas inanimadas es la
que se refiere al fabricante de productos defectuosos. (Ley especial: TRLGDCU→
será estudiado en el Capítulo XVII).
87
CAPÍTULO X: La Legitimación Activa en la Responsabilidad Civil
I. Víctima y perjudicado.
El primer acreedor del resarcimiento es la víctima. Aunque lo normal es que una sola
persona reúna al mismo tiempo la doble condición de ofendido por el delito y víctima
del daño, se trata de cosas bien diferenciadas.
“El agraviado o sujeto pasivo del delito es el ofendido que ha sufrido un daño
criminal, mientras que el perjudicado es el sujeto pasivo del daño civil indemnizable
o el titular del interés directa o indirectamente lesionado por el ilícito civil
generador de obligaciones que, además, es delito, cualidades ambas que pueden
coincidir o no” (STS, Sala 2ª, de 18 de enero 1980).
El Cc no dice nada acerca de quién está legitimado para reclamar los daños que la
muerte ocasiona, pero sí hay norma (civil) en el Cp. El art. 113 Cp establece que “La
indemnización de perjuicios materiales y morales comprenderá no sólo los que se hubieren
causado al agraviado, sino también los que se hubieren irrogado a sus familiares o a un
tercero”. A pesar de que el precepto se refiera a los familiares y a los terceros como
personas legitimadas para reclamar la indemnización por los daños que hayan podido
sufrir, no cabe duda de que la familia constituye una especie dentro del género de
quienes merecen la consideración de tercero.
Pero una cosa son los daños sufridos por personas distintas de la víctima directa del
daño, cuyas pretensiones indemnizatorias precisarán de la prueba del daño
directamente causado a tales terceros, sean familiares o no, (daño ex iure proprio); y
otra los daños sufridos directamente por la víctima, que, debido al fallecimiento,
ingresan como crédito en el patrimonio hereditario y se transmiten mortis causa,
reclamaciones cuya exigencia solamente precisa que se acredite la condición de
heredero por medio de testamento o del auto de declaración de herederos ab
intestato o el acta de notoriedad (daño ex iure hereditatis).
La STS de 17 febrero 1956 realiza una clasificación de los posibles daños que puede
causar la muerte:
a) Daños patrimoniales, como los gastos de entierro y funeral o los de clínica y
farmacia, etc.
b) El daño moral inferido con la lesión mortal a la víctima.
c) Los daños morales experimentados por las personas allegadas a la víctima,
lesionadas en sus afecciones más íntimas y legítimas.
d) Los daños patrimoniales directos que a esas mismas personas allegadas se les ha
causado al verse privadas de los recursos que con su trabajo les proporcionaba la
víctima.
88
morales directos, siempre que logren probar su efectiva causación. Ésta es la
conclusión que se desprende de la jurisprudencia de la Sala 1ª: el derecho a la
indemnización por la pérdida de la propia vida no se puede transmitir porque no
llegó a formar parte del patrimonio de la víctima ni por un instante.
En cambio, la Sala 2ª del TS invocó durante mucho tiempo una transmisión del
derecho de la víctima en favor de sus herederos. Pero si ésa ha sido una tendencia
consolidada es porque los Fiscales han ejercitado durante años la acción civil sin
tenerse que preguntar quién es el perjudicado ni quién es el heredero ni hacer
averiguaciones complicadas. Resulta más sencillo y cómodo no hablar de derecho
propio ni de transmisión: vale con una indemnización global concedida “a quienes
sean los herederos”.
Pero las discrepancias han ido desapareciendo, en el último tercio del siglo XX se
aprecia una línea en la jurisprudencia penal idéntica a la que siempre siguieron los
Tribunales civiles. La indemnización “no se hereda, sino que se recibe directamente
por el daño sufrido”, pues sólo los vivos son sujetos capaces de adquirir derechos y,
por ende, transmitirlos. Parece que no hay más indemnización posible que la de los
directamente perjudicados por el fallecimiento, pues mal se puede transmitir a los
herederos lo que el causante nunca llegó a adquirir y hacer suyo.
De entender admisible la transmisión del daño moral, ésta no se articulará con base
al art. 113 Cp (y 1902 Cc para los casos de responsabilidad extracontractual pura),
sino que, se hará con el sustento de los arts. 656, 657 y 1112 Cc. Y de no aceptarse la
transmisión (tesis del TS), el heredero, sólo por su calidad de tal, únicamente podrá
reclamar los daños (patrimoniales) generados en el patrimonio del causante (clínica,
farmacia, etc., y los gastos de entierro y funeral, que serán los únicos imaginables en
caso de muerte instantánea). Naturalmente, queda siempre a salvo que cualquier
perjudicado, sea o no heredero, pueda obtener la indemnización por el daño
directamente sufrido por él como consecuencia de la muerte del ser querido. Pero en
tal caso las normas aplicables serán el art. 1902 Cc (si es responsabilidad pura) o el
113 Cp (para la derivada del delito).
Toda reclamación a título de herederos se deberá efectuar acreditando la condición
de tales, resultado del procedimiento de declaración de herederos (arts. 977 y ss.
LEC). La que se efectúe en calidad de perjudicados precisará, para prosperar, de la
prueba efectiva del perjuicio ocasionado y de los demás elementos de toda demanda
de responsabilidad civil.
89
III.Los herederos del perjudicado que no llegó a recibir indemnización por los
daños corporales sufridos.
Existen otros daños patrimoniales sobre los que se puede dudar si se transmiten o no
vía hereditaria, se trata de los daños que se han sufrido antes de morir. La sucesión
procesal se da cuando se transmite el objeto del juicio, que es a lo que se refiere el
art. 16 LEC, para lo que bastará con que la cosa o derecho no sea personalísimos. Y si
se conviene en que el daño moral es personalísimo, pero no lo es la indemnización a
que tenga derecho por el mismo, la legitimación de los herederos para postular una
pretensión indemnizatoria por los daños morales padecidos por el causante no se
puede supeditar a que éste hubiera iniciado el procedimiento. Eso sí, nada obsta a
que el propio legislador lo quiera configurar así.
Como regla conclusiva, hay que entender que las secuelas de un accidente quedan
concretadas con la muerte del perjudicado, y ese crédito, que no habrá nacido de la
sentencia sino del daño, lo pueden hacer valer los herederos, con independencia de
que ellos mismos puedan ser, al mismo tiempo, perjudicados por esa muerte.
Perfecta compatibilidad entonces entre un derecho que se adquiere derivativamente
y otro que es originario.
90
lesionado. De lo que se trata es de decidir si existe inherencia a su persona en
función de sus propios actos.
2. La cesión del crédito indemnizatorio (art. 112 Cc), cuenta con la ventaja para el
cesionario de que sí será él quien cobre directamente el importe de la
indemnización que se obtenga, a diferencia de lo que sucede con la legitimación
subrogada. Puede cederse el derecho al resarcimiento, pero puede también
cederse el derecho agredido, y ello con o sin cesión del derecho al resarcimiento.
3. Los perjudicados por subrogación son aquellos a quienes la ley sitúa en un lugar
que, en principio, sólo correspondería a la víctima. Un derecho de subrogación
cobra su pleno sentido cuando, efectuado el pago, se procede después contra el
responsable, por ejemplo: casos en los que el Estado, una vez satisfecha la ayuda
prevista, se subroga en cuantos derechos tenga el perjudicado o beneficiario
contra el obligado civilmente.
91
V. En particular, las entidades que presentaron asistencia sanitaria a la víctima.
Hay una posible especie de legitimados por subrogación que, por mucho que
coincidan en la misma persona las cualidades de asegurado y perjudicado nos
encontramos ante la llamada abstracta cobertura de necesidad.
La subrogación es un mecanismo que ha de encontrarse establecido por la ley, pues
en sede general, los desembolsos del asegurador encuentran su causa en el contrato
de seguro, y no en el acto ilícito del tercero dañador. Y son desembolsos cuya cuantía
ha sido pactada convencionalmente y como contrapartida calculada minuciosamente
en función de las primas satisfechas o a satisfacer, o de otros sacrificios o
previsiones.
El art. 82 LCS dispone que “en los seguros de personas el asegurador, aun después de
pagada la indemnización, no puede subrogarse en los derechos que en su caso correspondan
al asegurado contra un tercero como consecuencia del siniestro”. Pero en el inciso
segundo, el legislador se encarga de establecer la excepción, distinguiendo entre las
indemnizaciones pagadas por el asegurador conforme a las previsiones contenidas en
la póliza y los gastos de asistencia sanitaria.
92
cuestiones debe partir del principio de que, más allá de los casos en que pueda tener
lugar la reparación in natura o a costa del infractor, la ley que ordene la reparación
del daño causado ha de ser la que disponga el concreto destino de las
indemnizaciones.
Existe un régimen de autotutela administrativa que permite ordenar la reposición al
estado anterior y la indemnización de daños y perjuicios, siendo compatibles ambas
medidas y pudiendo ser acumuladas ambas pretensiones al expediente sancionador.
En el marco general que traza el art. 7.3 LOPJ está prevista la protección de los
“intereses colectivos”. Esta admisión es general en los ordenamientos que cuentan
con cierto grado de desarrollo, pero donde no hay coincidencia es en el cauce
procesal establecido al efecto. Éste puede consistir en la posibilidad de admitir, más
allá de las acciones individuales, la adhesión al procedimiento de sujetos que no
fueron los que lo iniciaron (es lo que ha venido a hacer el art. 11 LEC).
En nuestro país, el legislador procesal no quiso ir demasiado lejos, la LEC se limita a
regular la legitimación colectiva en el ámbito de la protección de los derechos de los
consumidores y usuarios. Si bien, al ampliarse el ámbito a los “grupos de afectados”,
también podría considerarse la presencia de afectados no consumidores. Pero se echa
en falta la extensión a otros ámbitos como la protección del medio ambiente o la del
patrimonio histórico, que también son bienes constitucionalmente protegidos y que
también reclaman la posibilidad de que las acciones colectivas permitan su defensa
desde el instrumento de la responsabilidad civil. Esos otros intereses sólo se verán
incluidos en el ámbito del art. 11 LEC en la medida en la que tengan relación con la
defensa de los derechos de los consumidores y usuarios.
93
CAPÍTULO XI: La Legitimación Pasiva en la Responsabilidad Civil
I. El agente, el responsable por el hecho ajeno y los herederos de unos u otros.
Especialmente ruinosa puede ser la situación para los herederos si a todo ello se
añade que en nuestro país las herencias se entienden aceptadas pura y simplemente
y no a beneficio de inventario. Si el heredero quiere mantener sus propios bienes
separados del caudal relicto para que queden indemnes frente a las reclamaciones de
los acreedores del causante, es necesario que lo solicite, y que lo haga ante el Juez o
ante Notario.
El problema ha sido planteado por DE ÁNGEL YÁGÜEZ: “piénsese en el heredero de un
médico que, habiendo aceptado la herencia de éste sin beneficio de inventario, es
luego demandado por quien alega haber sufrido un daño como consecuencia del
ejercicio profesional del facultativo. Se reclama por el actor una cantidad
elevadísima, que supera considerablemente el haber del caudal relicto”. El autor se
pregunta si una circunstancia así puede dar lugar a una impugnación por parte del
heredero de la aceptación hereditaria que hizo en un momento en el que no había
existido reclamación de responsabilidad alguna. Hay que tener en cuenta que el art.
997 Cc establece el carácter irrevocable de la aceptación y repudiación de la
herencia, pero abre la posibilidad de que una u otra sean impugnadas “cuando
adoleciesen de algunos de los vicios que anulan el consentimiento o apareciese un
testamento desconocido”. La atención ha de ser puesta en el error en la aceptación:
los herederos, al aceptar, no sabían que iban a recibir una demanda de
responsabilidad del ahora causante, entablada después de la muerte de éste.
94
absolutamente infundada, pues dicho art. va referido a la teoría general de la
obligación según se deduce de su ubicación en el Cc. Y, también las
obligaciones que nacen de la culpa o negligencia de los arts. 1902 y ss. son
propias y genuinas obligaciones, tanto como lo son las contractuales.
b) La solidaridad asegura más firmemente el resarcimiento a la víctima. Lo cual es
incontestable, pero cuando ha deseado el legislador civil prestar mayor
protección a la víctima de un daño por el solo hecho de ser éste de origen
extracontractual así lo ha dispuesto, e intentar sancionar sin apoyo legal
expreso una situación de solidaridad con el pretexto de resultar así más
protector resulta inadmisible y gratuito. Además, admitir por esta
argumentación la solidaridad se opondría a uno de los más firmes principio del
Derecho de la contratación: el favor debitionis, a tenor del cual, en la duda,
hay que inclinarse en favor del deudor.
c) El vínculo es solidario “porque sí se deduce de la naturaleza de la obligación”.
Pero aunque se entienda que la conducta de cada uno de los autores tuvo por sí
misma virtualidad suficiente para causar la lesión, lo cierto es que en el caso
concreto no fue la sola la que produjo, sino la concurrencia de todas las
conductas. Una cosa es que en potencia cada conducta reúna las condiciones
de aptitud precisas para dañar y otra que efectivamente, en el acto, el daño
haya sido causado por varios. Como en nuestro Derecho no existe precepto que
establezca la solidaridad de los obligados extracontractualmente (fuera de los
casos a los que resulte de aplicación el art. 116 Cp y los preceptos que en las
leyes especiales reconocen la solidaridad expresamente), la solución pasa por
expresar en plural el art. 1902 Cc y combinarlo con la regla del art. 1137.
Resultado: “Los que por acción u omisión causan daño a otro (…) están
obligados a reparar el daño causado. La concurrencia de dos o más deudores en
una sola obligación no implica que cada uno (…) deba prestar íntegramente las
cosas objeto de la misma. Sólo habrá lugar a esto cuando la obligación (o ley)
expresamente lo determine, constituyéndose con el carácter solidaria”.
d) La solidaridad prevista en el art. 116 Cp puede aplicarse analógicamente a los
obligados por un acto ilícito civil extracontractual de los regulados en los arts.
1902 y ss. Cc. Hay que decir que el sistema de asignación de cuotas previsto en
dicho art. 116 Cp, en relación con una vertebración solidaria de los
responsables dentro de cada clase, constituye una verdadera contradicción. No
existe consorcio en el que sus miembros sean solidariamente “responsables por
cuotas”, salvo que el legislador penal haya pretendido hacer una nueva
construcción de las obligaciones con pluralidad de sujetos ajena a la dogmática
del Derecho civil. No es posible pensar en una “solidaridad por cuotas” sino en
el derecho de repetición, pues lo que la solidaridad significa no es otra cosa
que la posibilidad de que el acreedor reclame la totalidad de la prestación de
uno, de varios o de todos los codeudores, al margen de lo que luego suceda en
la esfera interna. Si se comprueba la tendencia jurisprudencial, correctora de
lo dispuesto en el art. 1137 Cc, a considerar la solidaridad como regla y la
mancomunidad como excepción, no cabe duda de que el Cp siempre ha
constituido una avanzadilla de lo que probablemente acabe en un futuro siendo
una regla general con apoyadura legal.
En opinión del prof. YZQUIERDO TOLSADA, el argumento de analogía con el art.
116 Cp “se salta limpiamente la teoría de las fuentes formuladas en el art. 1.4º
del Cc”: si a los principios generales del Derecho debe acudirse en defecto de
ley y de costumbre, no es éste el caso, dado que hay ley aplicable, el art.
1137. Por otra parte, no se encuentra la identidad de razón con la previsión del
art. 116 Cp, pues la solidaridad se erige en regla de la responsabilidad civil
“derivada de delito” y eso es así no por ser ilícito el acto dañoso sino porque
según la (errónea) perspectiva del Cp, al ser punible un hecho hace que
merezca mayor severidad el trato civil de sus autores. Otra cosa es que de lege
ferenda convenga unificar los regímenes y suprimir del Cp todas las normas
reguladoras de la responsabilidad civil. Pero, de lege lata, cuando el Cc
establece la mancomunidad como regla, no olvida que sólo la obligación o la
95
ley podrán disponer las excepciones a la misma, y una de esas excepciones es
precisamente la del art. 116 Cp.
La tesis del TS tiene un campo de aplicación del que, en principio, no forman
parte los casos en los que sí cabe determinar la cuota de responsabilidad de
cada uno de los intervinientes o la suma exacta de que cada uno debe
responder. En general, la ley y la jurisprudencia caminan por sendas distintas
en lo que a la responsabilidad plural se trata, pero no sólo en la
extracontractual. No es de recibo que, en el ámbito contractual, el Cc diga que
la solidaridad haya que pactarla expresamente y que ello haya terminado
significando que, sencillamente, cuando dos o más personas aparecen como
codeudores en una misma obligación, se produce siempre una especie de
“comunidad jurídica de objetivos” derivada de una “interna conexión entre las
prestaciones de los deudores”, una “unidad de fin dirigida a la satisfacción del
interés del acreedor”. Sólo se descartará la solidaridad allí donde hay una
casual identidad de fines o de prestaciones.
Cabe precisar que siempre que hay codeudores, es obvio que la existencia de
una sola obligación determina que el fin común sea la satisfacción del crédito.
Pero una cosa es eso y otra alterar de modo tan descarado lo que dispone el
art. 1137 Cp.
96
responsabilidad del delito no es de los partícipes sino de los condenados como
autores, cómplices o encubridores en sentencia penal).
No debemos incluir en los casos de concurrencia de responsabilidad por el hecho
propio la responsabilidad por el hecho ajeno poniendo por ejemplo los casos en que
se tenga una acción contra el empleado, donde se suele brindar la posibilidad de ir a
por el empleador, teniendo en cuenta que este siempre podrá repetir contra el
empleado, no dándose la situación inversa, lo que resulta ser una solidaridad
bastante impropia.
En cambio en casos de autoría plural, podemos reclamar todo de uno de los autores,
sirviendo las divisiones establecidas por el juez como base para las futuras
repeticiones.
La solidaridad es de los partícipes en el acto dañoso, la sentencia lo único que hace
es declarar el consorcio que ya existía, no lo constituye.
Recordemos también que las reclamaciones entabladas contra uno no serán obstáculo
para las que posteriormente se dirijan contra los demás, mientras no resulte cobrada
la deuda por completo (1144.2 CC). Cabe mencionar que en los casos en que haya
prescrito la acción y no se opone tal prescripción, la interpretación diría que esto
vincula a los codeudores pero el profesor Yzquierdo entiende que no en base al 1937
CC.
97
fueron responsables podrá dirigirse a uno, así aun probándose su diligencia podrá dar
lugar el litigio a determinar los responsables y por ende llamarlos ya que no pueden
ser condenados sin ser oídos. En la Ley 37/1999 5 de noviembre se precisa que
cuando no se puede individualizar la causa de los daños o quedase debidamente
probada la culpa sin poder precisarse el grado de intervención de cada agente, ahí sí,
se exigirá la responsabilidad solidaria.
98
IV.Daños causados por miembro indeterminado de un grupo.
La situación que se plantea es; se sabe que la acción dañosa procede con seguridad
de uno de los miembros de una colectividad más o menos numerosa, pero se ignora
cuál de esos miembros ha sido el autor del resultado lesivo.
No hablamos de coautoría sino de acción peligrosa común o de culpa conjunta, todo
esto también se aplica a por ejemplo la situación en la que los animales de un
conjunto de personas realizan el daño.
Decir que la responsabilidad solidaria de todos los miembros del grupo, salvo los que
demuestren que no fueron causantes del daño es la “menos mala” de todas las
soluciones considera “de Ángel Yágüez”.
No hay que olvidar que si no hay relación causal no puede condenarse a un o unos
inocentes por un resultado que no consta que sea de su acción, aunque hay autores
que solo dan importancia a si existe o no un seguro de responsabilidad civil.
Hay una serie de casos curiosos; 2 niños con una escopeta de perdigones alcanzan a
un tercero en el ojo y se ratifica que al no saberse quién fue el ocasionador exacto se
desestima la demanda por no darse relación de causalidad. En otro caso dos niños
tiraban piedras a otro y alcanzan a un tercero en el ojo, en este caso si se entiende
la acción culposa no ya en atención a la teoría del riesgo creado sino por la finalidad
de la acción que ya era de primeras dañar otro niño.
El profesor prefiere hablar de responsabilidad colectiva en este caso entendiendo
que en los casos de coautoría hay que decir que es responsabilidad solidaria.
99
CAPITULO XII
Vías o cauces de reclamación
I. Cauce extrajudicial para lograr el resarcimiento del daño
1. La transacción
El terreno de la acción judicial es el que tiene mayor complejidad técnica, por ello
es frecuente en el ámbito de la responsabilidad civil el arreglo extrajudicial. Una vez
producido el daño puede mediar un acuerdo entre el responsable y le perjudicado
que evite el pleito o lo finalice art. 1809 cód. Civil.
Esta reparación por vía de convenio o transacción es frecuente en el daño
extracontractual, pues es habitual cuando hubo relación obligacional que las partes
hayan pactado una fórmula para liquidar anticipadamente y preventivamente la
responsabilidad derivada del incumplimiento del contrato en forma de cláusulas
penales o de declaración de valor. Esto es impensable en el daño aquiliano aun
pudiendo hacer pactos modificativos de responsabilidad no derivan de un contrato.
El contrato de transacción está en el régimen común previsto art 1809 y ss. y sus
aspectos importantes son:
a) Si la victima cree sufrir una determinada lesión, pero más tarde le sobreviene otra
más grave y que es consecuencia de aquella, hay que admitir error, en la
representación de los hechos, que estaba deformada y esto fundamenta una revisión
del alcance de la transacción.
b) La transacción tiene efectos de cosa juzgada art.1816, para que juegue a la parte
que opone ante una nueva reclamación tiene que haber entre el contenido que se
transigió y el de la nueva reclamación “la más perfecta identidad entre las osas, las
causas, las personas de los litigantes y la calidad con que lo fueron”. La transacción
crea una situación nueva oponible erga omnes pues lo pactado no puede perjudicar a
terceros no intervinientes.
c) En caso de las transacciones celebradas entre el autor del daño y los
representantes legales de la víctima si es una renuncia a la indemnización, pura y
simple se considera nula, pero si es una renuncia a cambio de una contraprestación,
se requiere el cumplimiento de las exigencias impuestas por los artículos 1810 y
1811.
En los supuestos de transacción entre el causante del daño y el representante
voluntario de la víctima se requerirá mandato expreso.
2. Reparación sometida a arbitraje
El arbitraje, contrato por el que las partes acuerdan someter su controversia al
conocimiento de terceros para que estos le den solución. Una manifestación es el art
57 del Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de Consumidores y
Usuarios, que prevé el establecimiento de un sistema arbitral que atienda y resuelva
con carácter vinculante y ejecutivo para las partes las quejas o reclamaciones de los
consumidores o usuarios. Es una fórmula a la que no se puede acudir en los casos de
intoxicación, lesión, muerte, o existencia de indicios racionales del delito.
Al margen el arbitraje en la responsabilidad civil seguirá para su celebración las
prescripciones de la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de arbitraje.
100
III. La acción civil en el proceso penal
1. Supuestos de ejercicio de la acción civil en el proceso penal
1.1Finalizaion del proceso penal con sentencia condenatoria, sin que haya hecho
reserva de la acción civil (art. 112 LECRrim)
El art 112 pº 1º LECRrim “Ejercitada sólo la acción penal, se entenderá utilizada
también la civil, a no ser que el dañado o perjudicado la renunciase o la reservase
expresamente para ejercitarla después de terminado el juicio criminal, si a ello
hubiere lugar. “La acción civil es como una acción autónoma pero por economía
procesal puede estar también en el proceso penal. Es la competencia civil adhesiva
del juez penal que solo deja de operar cuando el perjudicado ha hecho renuncia de
la acción civil o la ha reservado para su ejercicio en un juicio civil separado y
posterior porque mientras el proceso penal este pendiente, no se puede seguir un
pleito con el mismo hecho art. 114 LECRrim.
Una posible solución sería encomendar a la jurisdicción criminal la tarea exclusiva de
resolver sobre la imposición de la pena, así la reparación de daños siempre ha de ser
objeto de reclamación aparte. Pero tiene sus inconvenientes como que sean los
jueces penales encargados de impartir justicia civil, además prefieren hacer un
manejo más o menos socorrido de los pocos preceptos de derecho civil contenidos en
el Código penal, por completo desconectados del resto de las piezas del derecho civil
patrimonial, y le acompaña un barniz punitivo impropio de las normas civiles.
1.2 Finalización del proceso penal con sentencia condenatoria, habiéndose hecho
reserva de la acción civil para un proceso posterior.
Si la victima prefirió reservar la acción civil para ejercitarla después, lo que cambia
es la jurisdicción competente, pero no la normativa aplicable: al haber condena
penal, la responsabilidad civil encuentra su cauce en el art 1902. Y en los art 109 a
122 del código penal. Es una responsabilidad derivada del delito, hay ciertas
diferencias de régimen entre los dos códigos lo que impide hablar de concurso de
normas y de la posibilidad de aplicar el código civil allí donde la solución prevista por
el código penal y por la Ley de Menores es distinta.
Para ejercitar la acción civil, el perjudicado dispone de un año art. 1968, que
comienza a contar desde que se le comunique la sentencia penal
101
Pero si habrán de ser objeto de debate en un juicio que, como el civil, cuenta con
reglas y principios bien diferentes, incluidas las presunciones de culpa
extracontractual y hasta veces, las presunciones de causalidad. Puede que el hecho
ocurrido no sea antijurídico, pues el hecho lícito penal puede ser ilícito civil. Todos
los casos anteriores son casis, pues, en los que la regla de la inexistencia del hecho
prevista en el art 116 LECRrim, no se podrá aplicar.
Así pues una sentencia penal absolutoria en el proceso penal abre la posibilidad de
que el perjudicado pueda ejercitar la acción civil, pero si la sentencia absolutoria lo
es porque declara la inexistencia del hecho, ya porque este no sucedió, ya porque el
acusado no fue el autor del mismo, no habrá posibilidad de reabrir la causa ante la
jurisdicción civil. No es fácil distinguir entre el hecho que se ha probado como
inexistente y un hecho no suficientemente probado como existente. En el ámbito
penal, lo mismo da que alguien quede absuelto porque la inexistencia del hecho
quedo probada o que quede absuelto porque existan dudas razonables sobre si existió
o no o porque, habiendo existido el hecho no se aprecia la culpabilidad o elementos
del tipo. Pero el caso es que solo la primera hipótesis permite decir que queda
cerrada la vía civil por aplicación del art 116 LECRrim. Las restantes si podrán recibir
respuesta en el orden civil, sin que signifique contraindicación con lo declarado en la
sentencia penal ni ruptura del “non bis in ídem”.
El distinto tratamiento que tiene la prueba en el proceso civil y penal provoca que en
el enjuiciamiento civil s epoda condenar a quien fue absuelto penalmente. La
jurisprudencia dice que i no ha habido hecho, o, habiéndolo, sus autores no fueron
(físicamente) los acusados, así queda cerrada la puerta a un segundo proceso.
Segunda excepción: Por su parte el artículo 119 del código penal. “En todos los
supuestos del artículo anterior, el Juez o Tribunal que dicte sentencia absolutoria por
estimar la concurrencia de alguna de las causas de exención citadas, procederá a
fijar las responsabilidades civiles salvo que se haya hecho expresa reserva de las
acciones para reclamarlas en la vía que corresponda.” Es una excepción al régimen
general, es el propio juez penal quien deberá pronunciarse sobre la responsabilidad
civil, que no se resolverá según las normas propias de la responsabilidad civil
establecidas en el código civil, sino según las reglas de art 118 del código penal. El
precepto no puede aplicarse, pues se trata de Derecho excepcional a, otros casos de
absolución diferentes de los expresamente previstos, ni por la vía de la analogía ni
por la de la interpretación extensiva.
Cuando el proceso penal concluye con la absolución por concurrir una eximente no
comprendida en el art. 118 del Cód. Pen. (Con el nuevo código solo son la 4º y la 7º
del art 20, u otra causa motivante de la absolución distinta de las eximentes) no
podrá haber declaración de responsabilidad civil en el proceso penal. La regla
general dice que en el largo catálogo de razones que pueden determinar que el juez
penal no condene, solo cabra exigir la responsabilidad civil en el propio proceso
penal en los casos comprendidos en el art 118.
Es posible aplicar el art 118 a eximentes no comprendidas en él, no ya para que la
responsabilidad civil sea resuelta afirmativamente en el proceso penal y no en el civil
posterior, sino cuando se quiere invocar la analogía para que responda civilmente
quien según las reglas del sistema, no tiene que responder en sede procesal alguna.
Hay una crítica fundamental que hay que hacer al art 119.: solo cuando hay
sentencia absolutoria por concurrir una de las causas previstas en el 118, cabe que el
juez declare las responsabilidades civiles. Solamente los supuestos de estado de
necesidad (regla 3º), miedo insuperable (regla 4º), y error (regla2º) van a ser objeto
de análisis en el juicio oral, con incluyendo el procedimiento, si el juez o tribunal los
apreciara, con una sentencia absolutoria que permitía declarar las responsabilidades
civiles que correspondan con arreglo a las reglas del art 118. Declaración cuyo
carácter imperativo implica que, de no hacerse, la sentencia es recurrible.
Pero las cosas cambian cuando son casos frecuentes: minoría de edad, las anomalías
psíquicas y el transtorno mental transitorio, la intoxicación y las alteraciones de la
percepción que no son circunstancias que pueden dar lugar si quiera a la apertura
del juicio oral.
102
Otra condición para que opere esta competencia civil excepcional del juez penal
consiste en que las acciones civiles hayan sido ejercitadas conjuntamente con las
penales. Luego si el ministerio fiscal solo ejercita la acción civil conjuntamente con
la penal, cuando lo que solicita es la absolución por concurrir una de estas causas de
exención, no podrá pedir indemnización. Es indispensable que los perjudicados
ejerciten personalmente la acción penal junto con la civil.
103
epígrafe, sino sería un caso de sentencia penal condenatoria con responsabilidad civil
en su interior.
104
como el sobreseimiento dejaría abierta la acción civil y la plena libertad del jue civil
para valorar las pruebas practicadas en sede penal.
105
Según esta manera limitativa de ver las cosas, los jueces penales no deberían
pronunciarse sobre mas cuestiones civiles que las que tienen por objeto la restitución
de la cosa objeto del delito, la reparación del daño y la indemnización de perjuicios
materiales y morales.
Cuando el juez penal se ve investido de competencia civil, en su sentencia habrán de
resolverse cuantas cuestiones referentes a la responsabilidad civil hayan sido objeto
del juicio, y si como mecanismo o herramienta al servicio de tal declaración, ha de
declarar la ineficacia de un contrato, lo tendrá que hacer por mucho que se trate de
medidas que excedan de la simple reparación del daño... Para ello bastara con que
se traten de medidas necesarias para el pronunciamiento, en lo que tocas a la
responsabilidad civil.
Esto no significa que la competencia civil de un juez penal sea ilimitada, pues el
supremo declara que no cabe entender que la acción civil derivada de la comisión del
delito pueda abarcar el pronunciamiento sobre la vigencia o prorroga de un contrato
lícitamente otorgado con anterioridad... Es necesaria la declaración de ineficacia de
los actos y negocios exige ineludiblemente la llamada al proceso de los intervinientes
en los mismos…
Una cuestión distinta será ya el bueno, malo o regular uso de la jurisdicción penal
haga o venga haciendo en cada caso del Derecho civil aplicable. Si el juez penal
tiene una competencia civil que le hace ser juez civil en cuantas cuestiones civiles se
deban dilucidar, bien por tratarse de cuestiones ineludiblemente unidas al
resarcimiento, lo que deberá hacer es conocer el Derecho civil aplicable, y si no lo
conoce que lo estudie. Además la acción de restitución será a veces una
reivindicatoria y a veces será una acción derivada de contrato... Por ejemplo, una
cosa es que la venta de una cosa ajena celebrada por quien fingió ser el dueño de lo
vendido pueda ser declarada nula por el hecho de ser ajena la cosa, o menos aun que
se pueda afirmar su nulidad radical por causa ilícita o carencia de objeta.
Pero no es así lo que podríamos denominar alzamiento de bienes común: cuando
existió efectiva transmisión y no quedo probada la complicidad del adquirente en el
manejo del defraudador, el juez penal tiene ante sí solamente un caso de rescisión
por fraude de acreedores... Pero en la rescisión no hay propiamente la restitución
material, cubriendo en cambio que el bien vuelve al patrimonio del deudor solo a
efectos de enmendar el perjuicio del acreedor: el adquirente en realidad sigue
siendo dueño del objeto adquirido por en frade, pero el acreedor podrá dirigirse c
su ejecución contra el mismo, sin que tengan nada que alegar los restantes
acreedores, a quienes en cambio sí se podrá decir que ellos no fueron pare en el
proceso.
106
condenatoria vale tanto por lo que contiene como por lo que omite. En la sentencia
20 de octubre de 1981 se dice que “no habiéndose hecho la paladina reserva exigida
por la ley, ni producido, por supuesto, renuncia alguna (…) se produjo (…) el efecto
consuntivo de cuantas acciones pudieran fluir de los hechos. No puede ahora esta
jurisdicción civil entrar a examinar si las decisiones siempre prioritarias del juez
penal fueron cuantitativamente insuficientes, o si los pronunciamientos del mismo
omitieron algún concepto resarcible, la sentencia añade una especie de amnistía
civil para los pasivamente legitimados que no fueron llamados en el juicio penal 2 el
efecto consuntivo ha de entenderse abarcador de todas las responsabilidades civiles
de cuantas personas pudieron ser traídas en el proceso penal en cualquier
concepto…. La tesis es perturbadora, amén de inequívocamente atentatoria el
principio de tutela judicial efectiva, y por lo tanto, inconstitucional. En el proceso
penal habrá la obligación por parte del juzgador de resolver,, con arreglo del art, 742
LECRrim, no más de las cuestiones de responsabilidad civil que hayan sido
efectivamente objeto de juicio, y estas serán las que hayan sido expresadas por el
acusador privado o en su caso por el ministerio fiscal.
No hay duda alguna acerca de la vinculación del juez civil a determinados
pronunciamientos del juez penal, si este condeno civilmente al resarcimiento del
daño a alguno de los perjudicados, pero no a todos, el pronunciamiento vinculara al
juez civil en cuanto haga relación a la acusación física de los daños y a la atribución
de responsabilidades pecuniarias. No cabe decir lo mismo cuando, declarada la
responsabilidad civil en el proceso penal, se desee en el juicio civil involucrar a
alguien como responsable civil subsidiario contra quien no hubo pronunciamiento
porque no fue llamado: el juez civil podrá examinar libremente los requisitos de la
responsabilidad subsidiaria sin que le vincule la condena de responsabilidad directa
establecida por la sentencia penal.
Tampoco debe existir obstáculo para iniciar un procedimiento civil, posterior al
proceso penal en el que hubo condena civil, si han sobrevenido daños nuevos que
encuentran su origen en la misma causa generadora, y cuya posterior manifestación
impidió que fuera solicitado su resarcimiento, hay que añadir al imposibilidad de
reinicio de la causa penal. ”
5.3 Eficacia de las declaraciones del orden penal sobre la ineficacia de títulos
Admitido que la declaración de nulidad, rescisión etc., De acto o contratos puede
tener lugar en el propio procedimiento penal ¿tiene tal declaración eficacia de cosa
juzgada? Si la declaración de ineficacia tiene lugar en el fallo su eficacia es
consuntiva, produce efectos de cosa juzgada en el ámbito civil. Si se sitúan en la
107
parte no dispositiva, el efecto tiene que ser forzosamente diverso. El art 142 de
LECRrim “Cuarto. Los fundamentos doctrinales y legales de la calificación de los
hechos que se hubiesen estimado probados con relación a la responsabilidad civil en
que hubiesen incurrido los procesados o las personas sujetas a ella a quienes se
hubiere oído en la causa, y los correspondientes a las resoluciones que hubieren de
dictarse sobre costas, y, en su caso, a la declaración de querella calumniosa.”, así no
cabe otorgar a la motivación la eficacia de cosa juzgada.
Si ha mediado reserva de acciones, la sentencia penal solo podrá haber hecho
declaraciones de contenido civil en la motivación, como apoyo de lo que es el
contenido punitivo del fallo , el juez civil tendrá después plena libertad para
examinar cuantas cuestiones civiles se pueden planear alrededor de los hechos
enjuiciados por el juez penal. La acción civil se ha ejercitado conjuntamente con la
penal, podrá ocurrir: a) que nada se diga sobre la eficacia o la ineficacia de los acto
o negocios controvertidos; b) que la sentencia se pronuncie sobre estos extremos en
la motivación, pero no en el fallo y por tanto de forma argumentativa para lograr el
resultado indemnizatorio o restitutorio; c) que las sentencia declare y lo haga en el
fallo, la nulidad o ineficacia del acto. Solo en el tercer caso tendrá carácter
consuntivo el pronunciamiento del juez penal
6. Ejercicio de la acción ante la jurisdicción civil y prejudicialidad penal
La victima puede ejercitar la acción resarcitoria directamente ante la jurisdicción
civil, porque puede ser un delito perseguible solo a instancia de parte y no se desea
poner en marcha el proceso penal. O que la infracción penal haya prescrito y no
ocurra lo mismo con la acción civil, sería una responsabilidad civil reída
exclusivamente por las normas del código civil o de las leyes especiales.
En el transcurso del procedimiento puede ocurrir que el juez civil aprecie indicios de
delito perseguible de oficio, lo que supondría la suspensión del procedimiento hasta
que recaiga sentencia firme en la causa criminal, aquí es difícil trazar la frontera
entre el ilícito penal y le civil.- En la práctica ante hechos que reúnen indicios de
delito perseguible de oficio, termina siendo el acreedor el que decide permanecer en
la vía civil o emprender un procedimiento penal, es lo que ocurría en la materia de
honor, intimida y propia imagen, el perjudicado podía escoger entre una vía u otra: y
si opta por la civil, la acción penal queda por ello extinguida , pero si la víctima de la
calumnia o injuria era una persona investida o autoridad , al tratarse de un delito de
desacato la vía penal era exclusiva.
108
CAPÍTULO XIII: LA PRESCRIPCIÓN DE LA ACCIÓN DE
RESPONSABILIDAD CIVIL
109
caso el principio de territorialidad para reclamar la aplicación de la norma catalana.
110
Así, si una persona da muerte a otra y después se suicida, se extingue la
acción penal, y la acción civil que pudiera ejercitar la viuda de la víctima contra la
viuda del autor de ambas muertes no se podría calificar como de acción de
responsabilidad civil “derivada del delito”, declarando prescrita la acción por haber
transcurrido más de un año desde el sobreseimiento.
En los casos de indulto muchas veces existe, junto al sobreseimiento, una
tácita declaración sobre la existencia cierta de los hechos y, con base en la misma,
no pocas sentencias admiten que, aunque sólo sea a los efectos civiles, la
responsabilidad deriva, en efecto, de una infracción penal. Aplican así la acción civil
al plazo general del art. 1964 CC (antes 15 años, ahora cinco años).
En los supuestos de sobreseimiento por muerte del reo, y junto a las
sentencias que establecen que el plazo de prescripción es el de un año, las hay que
consideran que la responsabilidad civil deriva de un hecho delictivo y, por tanto,
aplican el plazo general del art. 1964 CC.
1. Regla general.
Si el art. 1969 CC dispone que, en general, los plazos de prescripción de las
acciones comienzan a contarse desde el día en que éstas pudieron ejercitarse, el art.
1968.2º CC concreta el dies a quo de las acciones de responsabilidad
extracontractual: “desde que lo supo el agraviado”. Se entiende que el inicio del
cómputo se produce desde la manifestación de los daños.
El conocimiento por el agraviado comprende así el de qué persona está legitimada
pasivamente y, naturalmente, el conocimiento del daño.
111
3. Daños diferidos.
No se podrá hablar de inicio de prescripción cuando se trate de daños
diferidos, esto es, de esos daños que se manifestarán tiempo después de ocurido el
evento dañoso.
Ejemplo: Pueden ser defectuosos los cimientos de un edificio, o desconocerse que
determinado aparato de radiación de una clínica de rehabilitación traumatológica ha
desprendido sustancias nocivas...
Nunca habrá comenzado a prescribir la acción hasta que no se hayan manifestado los
daños y se tenga certeza de su alcance.
112
113
5. Daños sobrevenidos.
Una interesante cuestión se plantea cuando existen daños que sobrevienen
con posterioridad a la decisión que puso fin a la contienda (sentencia, laudo arbitral
o transacción). Es cuando se da el caso de que evaluados y compensados los daños
producidos, se manifiesten otros daños diferentes posteriormente.
Dada la brevedad del plazo, en más de un supuesto cuando se manifiesten las
secuelas ya habrá transcurrido el mismo, si contamos desde la manifestación del
primer daño. Por ello se admite que los daños valorados por el juez son sólo los
manifestados hasta ese momento.
Respecto de ellos queda cerrada la posibilidad de una nueva demanda, pero si
después de pronunciada sentencia se manifiestan daños nuevos que atienen a la
misma causa originaria y no pudieron ser previstos en la sentencia ya dictada y firme,
se reabre un nuevo plazo de prescripción, pues ha surgido un elemento posterior e
imprevisto y extraño a la sentencia.
El plazo comenzará a correr desde el momento en que el daño sobrevenido
sea conocido por la víctima. El criterio es entonces el mismo que seguido por los
daños diferidos, que no dejan de ser una especie de daños sobrevenidos.
114
IV. PRESCRIPCIONES ESPECIALES
No todas las acciones de responsabilidad civil prescriben con sujeción a los arts.
1964 y 1968.2º CC. Encontramos plazos de prescripción especiales. Con
independencia de que unas u otras acciones deriven de responsabilidad contractual o
de responsabilidad extracontractual, tales regímenes son los siguientes:
Navegación aérea. Plazo especial de seis meses.
El plazo para exigir la responsabilidad por los daños que se produzcan a terceros en
la superficie en el tráfico aéreo internacional es de dos años a contar desde el día en
que ocurrió el hecho originador de los daños, conforme al Convenio de Roma de 7 de
Octubre de 1952.
Accidentes de circulación. Se somete al plazo de prescripción de un año la
acción directa para exigir al asegurador la satisfacción al perjudicado del
importe de los daños sufridos por el perjudicado en su persona y en sus
bienes. Nada se dice sobre qué plazo es el que juega cuando la acción se
ejercita, no contra el asegurador, sino contra el propio causante del daño.
Siendo la acción directa contra el asegurador tributaria de la acción contra el
responsable, dura un año porque ésa es la duración que tiene la acción de la
cual ella es reflejo.
Responsabilidad civil de la Administración. Prescribe por el transcurso de un
año el derecho a reclamarla, a contar desde la fecha de producción del hecho
o acto que motive la indemnización o de manifestarse su efecto lesivo. Si se
trata de daños producidos como consecuencia de la ejecución de actos
ilegales, el plazo comenzará desde que gane firmeza la resolución que anule
el acto en cuestión, salvo que se haya preferido acumular la pretensión
resarcitoria a la acción de impugnación.
Responsabilidad por error judicial. Plazo de caducidad de tres meses tiene
la acción que para el reconocimiento del error se ha de deducir ante la Sala
correspondiente del Tribunal Supremo. Un vez declarado el error, el plazo
para reclamar prescribe al año, lo mismo que cuando se reclama por el
anormal funcionamiento de la administración de justicia.
El transporte marítimo internacional. Plazo de prescripción de dos años para
cualquier acción resarcitoria.
Transporte internacional por ferrocarril. Plazo de tres años para las acciones
que pueda intentar el viajero a contar desde el accidente.
Ámbito de la energía nuclear. Plazo de diez años si se trata de daños
inmediatos, y otro de veinte si son daños diferidos. Para los daños causados
por contaminación de las aguas del mar con hidrocarburos tienen plazo de
prescripción de tres años las acciones, a partir de la fecha en que ocurrió el
daño.
Materia de daños morales por intromisiones ilegítimas en los derechos al
honor, a la intimidad y a la propia imagen. El plazo es de cuatro años para el
ejercicio de las acciones en defensa de tales derechos.
Daños y perjuicios causados por los actos de los Registradores. La acción
prescribirá al año de ser reconocidos los mismos prejuicios. No durará en
ningún caso más del tiempo señalado por el CC para la prescripción de las
acciones personales.
Propiedad industrial. Existe un doble plazo. Para las Marcas, hay un plazo de
cinco años para las acciones por violación del derecho de marca, a contar
desde que pudieron ejercitarse.
Las acciones de competencia desleal prescriben por el transcurso de un año desde
que pudieron ejercitarse y se tuvo conocimiento.
115
Para las Patentes, se establece un plazo de cinco años para el ejercicio de acciones
derivadas de la violación del derecho de patente.
Propiedad industrial. Cincos años desde que el legitimado pudo ejercitar la
acción.
Viajes combinados. Plazo de prescripción de dos años.
Daños causados por productos defectuosos. Plazo de tres años, aunque la
responsabilidad del fabricante se extingue a los diez desde la puesta en
circulación del producto defectuoso.
En materia de edificación. Plazo de prescripción de dos años.
116
CAPÍTULO XIV
Las formas de reparación
I. GENERALIDADES
2. Tutela inhibitoria
117
II. LA RESTITUCIÓN
118
Mientras tanto, la tesis romanista considera la expresión “privación ilegal” cuando el
poseedor consentido enajena después lo que no es suyo. Todos los casos en que
alguien vende la cosa que es propiedad de otro abriendo la posibilidad de exigir la
restitución del tercero de buena fe, ya sea por medio de la acción reivindicatoria, ya
en sede de acción civil adherida al proceso penal. Se convierte la excepción de la
reivindicación en regla.
C) Cosas confiadas, pero con voluntad viciada. Casos en los que nos encontramos con
un delito de estafa: cuando la cosa obra en poder de alguien por voluntad de su
dueño pero porque éste ha visto su voluntad viciada por un engaño. No cabe duda de
que la desposesión, también a efectos civiles es ilícita. Si aquél en cuyo beneficio se
ha realizado la estafa vende después a tercero de buena fe, la restitución habrá de
tener lugar (salvo que haya mediado usucapión por su parte). Si el objeto de la
estafa es un bien inmueble, la restitución podrá encontrar el obstáculo del art. 34
LH. No se aplicará el art. 34 LH cuando la secuencia se detiene en el propio
estafador, pues en tal caso será de aplicación el art. 33 LH, pues el estafador es un
segundo y no un tercero y procederá sin duda la restitución.
119
- en las compras en comercios abiertos al público y dedicados habitualmente al
tráfico de objetos análogos (art. 464 pº 4)
- en la compra de bien inmueble que no pertenece al vendedor inscrito, por
comprador que a su vez se inscribe en el Registro de la Propiedad (art. 34 LH)
- según la doctrina germanista, en el caso de las cosas muebles confiadas por el
dueño a quien luego abusa de esa confianza y las vende a 3º de buena fe (art. 464, pº
1)
En cuanto a los menoscabos, si quien tiene que restituir es el autor del delito, deberá
pagar los menoscabos, incluso los que se hayan producido por fuerza mayor (art. 457,
inc 2º) pero si el obligado a la restitución es el 3º de buena fe, podrá negarse a pagar
los menoscabos padecidos, de los que deberá hacerse cargo quien sustrajo la cosa
(arts. 457, inc 1º CC. y 111.1 CP). El cambio de buena a mala fe le haría situarse
ante la obligación de asumir los deterioros (“mala fines superveniens nocet”).
El mismo recurso a las normas del CC. cabe respecto a los frutos, los gastos y las
accesiones. Ello implicará que el tercero obligado a la restitución, si es de buena fe,
hará suyos los frutos percibidos (451) y tendrá derecho a los gastos realizados para la
producción de frutos que se hallaren pendientes cuando tuvo conocimiento de su
irregular posesión (452). Mientras no se satisfagan los gastos necesarios, goza el
obligado del derecho a retener la cosa, si bien el dueño podrá optar entre satisfacer
el importe de los gastos o abonar el aumento de valor experimentado por la cosa
(453). Si quien ha de restituir es el delincuente o un 3º de mala fe, habrá de abonar
los frutos percibidos y los que se hubieran podido percibir teniendo derecho al
reintegro de los gastos necesarios para la conservación de la cosa (455). En cuanto a
las accesiones, las mejoras naturales cederán siempre en beneficio del beneficiario
de la restitución (456) y en el caso del propietario del suelo que tomó materiales
ajenos para su plantación, construcción u obra, que abone el valor y pague por los
daños y perjuicios (art. 360).
LA REPARACIÓN EN ESPECIE
120
1902 CC. se limita a ordenar la reparación, mientras que el art. 110 CP muestra las 3
formas de reparación. Al profesor no le convence en absoluto la idea de que en el CP
el orden de aparición de las formas de reparación (1º restitución, 2º reparación en
especie y 3º indemnización) sea preceptivo. A su juicio, el CP no muestra ni esa
prelación ni ninguna otra. Aun así, existe una lógica primaria en la restitución cuando
se trata de cosas que se han de devolver, cuando sea posible.
121
la indemnización que puede pedir el acreedor al interés legal, siempre que las partes
del contrato no hayan pactado otro sistema. Específicas indemnizaciones abstractas
previstas en la ley encontramos: en el arrendamiento, en el contrato de trabajo, en
el transporte terrestre. El mercado conoce las indemnizaciones abstractas
convencionales, las cláusulas de declaración de valor.
En el terreno de la responsabilidad extracontractual, el sistema de baremación de los
daños corporales causados por accidentes de circulación tiene un fuerte componente
básico de valoración abstracta si bien existen ciertos márgenes de valoración
concreta que permiten atender a las circunstancias excepcionales de cada
perjudicado.
122
situación en la que se da la aparentemente contradictoria confluencia de dos
elementos: la certeza que si no se hubiese producido el hecho dañoso, el perjudicado
habría mantenido la esperanza en el futuro de obtener una ganancia o evitar una
pérdida patrimonial y la incertidumbre definitiva de lo que habría sucedido si no se
hubiera producido el evento.
123
suma simbólica o las reclamaciones en que el autor declara que lo que se llegue a
obtener será íntegramente dedicado a obras de beneficencia.
Como señala MARTÍN CASALS si no hay indemnización es porque no hay daño en
sentido jurídico del que se deba responder; si hay daño y no puede ser reparado en
forma específica, deberá haber una indemnización. Y la indemnización simbólica no
es una indemnización propiamente pues del mismo modo que una suma simbólica no
puede servir de sustento a la causa onerosa y convertir una donación en venta,
tampoco la indemnización simbólica puede convertir en indemnización lo que es
simplemente el reconocimiento de un derecho
La indemnización por daño moral no puede cumplir una función punitiva ni
meramente declarativa de derechos. Pero tampoco pensemos que su cometido es
verdaderamente resarcitorio, el dinero no puede aquí resarcir. Lo más correcto es
dar a la indemnización un papel compensatorio, para que gracias a ella la víctima
pueda según sus gustos y temperamento, procurarse sensaciones agradables que
vendrán a compensar las dolorosas o desagradables (STS 7 feb 1962).
124
Es decir, aún cuanto la cuantificación de las indemnizaciones es función de los
Tribunales de instancia, no revisaba en casación, excepcionalmente se permite la
misma cuando se combaten adecuadamente las bases en que se apoya la
cuantificación.
125
Estamos hablando de normativas que asignan a cada tipo de daño una suma de dinero
uniforme y de cuantía idéntica para todas las víctimas. Se trata de los accidentes de
trabajo y las enfermedades profesionales, ámbito en el que la Seguridad Social
atribuye una cantidad fija a cada tipo de lesión.
La percepción de estas prestaciones legales no impide que se puedan obtener otras
indemnizaciones. Una cosa es la responsabilidad laboral que obliga al empresario a
través de la Seguridad Social y cuya suma se obtiene por el hecho de ser quien la
solicita un trabajador accidentado y otra bien distinta es la responsabilidad civil, que
obliga al causante del daño a repararlo y para cuya exigencia hay que demostrar la
concurrencia de los elementos de la responsabilidad.
Pero lo que la concurrencia de indemnizaciones no puede determinar es que se
obtenga una duplicidad indemnizatoria, es decir, que la víctima reciba en total más
cantidad de la correspondiente al daño efectivamente sufrido, pues lo contrario
supondría un enriquecimiento injustificado.
126
público, sino si es o no de orden público la responsabilidad civil impuesta por la
transgresión del deber.
El pacto que verse sobre la responsabilidad aquiliana será por sí mismo un contrato
atípico cuyo contenido es precisamente la reglamentación de la eventual
responsabilidad extracontractual. Por tanto, no hay inconveniente en reconocer la
validez de las mismas si cumplen con los límites de orden público exigibles a toda
estipulación.
127
Capítulo XV. EL SEGURO DE RESPONSABILIDAD CIVIL
128
obligatorio asegurarse pero vale cualquier delimitación, la obligatoriedad no tiene
ningún sentido.
En ocasiones la ley sí entra a regular el contenido de los seguros obligatorios, lo
que hace que sean más conocidos y más operativos (ej. materia de vehículos de
motor).
Como en el resto de las modalidades de seguros, las partes del contrato de SRC son
el asegurador que presta cobertura al riesgo, y el tomador del seguro, que puede
ser a su vez asegurado o no.
Por fortuna, ha terminado hace tiempo buena parte de la polémica originada por la
posible condición de las Administraciones públicas como aseguradas en un SRC. En
una Resolución de la Dirección General de Seguros de 26 de junio de 1996 pudo
leerse consideraciones que provocan perplejidad, como la de que «la
responsabilidad patrimonial de la Administración del Estado, conceptualmente, no
encaja en la institución de la responsabilidad civil» y por ello tampoco en el
concepto que utiliza en el art. 73 LCS, o como la de que «en vía contencioso-
administrativa no resulta posible que la entidad aseguradora asuma la dirección
jurídica de la Administración del Estado». Y por si ello fuera poco, se añadía que
«el régimen de la acción directa, obviamente en vía civil, no es compatible con el
régimen de la responsabilidad patrimonial de las Administraciones públicas
contenido en la Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común».
Otro terreno en el que ha existido polémica es el de los administradores de las
sociedades de capital frente a los daños que puedan causar a la propia sociedad, a
los socios y a acreedores y terceros por actos u omisiones contrarios a la ley o a los
estatutos o por los realizados incumpliendo los deberes inherentes al desempeño
del cargo.
2. EI perjudicado
La peculiaridad del SRC en lo que toca a los elementos subjetivos estriba en que
junto a lo que son auténticas partes del contrato, se encuentra presente quien, sin
serlo, adquiere un protagonismo indudable en las relaciones de seguro, aunque solo
aparece en escena cuando el asegurado ha causado el daño. Se trata del tercero
perjudicado. Desde luego, dada su propia condición, no pueden tener la condición
de tercero perjudicado ni el tomador (que no es tercero sino parte) ni el asegurado
(que es titular del interés sometido al riesgo de que un tercero sufra un daño).
1. El riesgo
Puede decirse sin reservas que una cosa son las cláusulas que delimitan el riesgo
cubierto y otra las cláusulas limitativas. Conceptualmente la diferencia es clara,
pues las cláusulas delimitadoras, como su nombre indica, definen el objeto del
seguro de tal modo que los hechos ocurridos fuera de tal delimitación no son
propiamente siniestros. En cambio, las cláusulas limitativas operan para que,
una vez delimitado el riesgo, se restrinja o recorta la superficie cubierta: «se
dirigen a condicionar o modificar el derecho del asegurado y por tanto la
indemnización, cuando el riesgo objeto del seguro se hubiere producido».
129
Conforme al art. 3LCS, las cláusulas delimitadoras del riesgo, simplemente deben
estar incluidas en la póliza o en un documento complementario con redacción clara
y precisa, y basta con la aceptación genérica. Pero las cláusulas limitativas de los
derechos de los asegurados deberán además estar destacadas de modo especial y
haber sido específicamente aceptadas por escrito.
Dentro de la variada tipología de cláusulas de delimitación cabe distinguir, según su
objeto, las que configuran las extensiones subjetiva, objetiva, espacial, temporal y
cuantitativa.
En resumen, tenemos la siguiente panoplia de posibilidades:
a) Cláusulas delimitadoras del riesgo que hayan sido incluidas con redacción
clara y precisa en la proposición de seguro (si la hubiere) y en la póliza o en
documento complementario suscrito por el asegurado y del que se le ha dado
copia: quedan incorporadas al SRC y podrán ser opuestas ante la acción directa del
perjudicado.
b) Cláusulas delimitadoras que no cumplan las anteriores exigencias: se tendrán
por no puestas.
c) Cláusulas limitativas de derechos que, además de las exigencias anteriores,
hayan sido especialmente destacadas y específicamente aceptadas por escrito
(no basta con la aceptación genérica): quedan incorporadas al SRC.
d) Cláusulas limitativas de derechos que no cumplan una o alguna de las
exigencias descritas en a) o en c): se tendrán por no puestas.
Existe una variada tipología de cláusulas de delimitación subjetiva. Una de las más
típicas en los SRC profesional es aquella en la que se define lo que debe entenderse
por «tercero perjudicado».
Es frecuente dejar fuera de la cobertura los supuestos en que la responsabilidad
derivara de daños causados a empleados, socios, famillares o colaboradores del
asegurado, o a personas que convivan con ellos de manera habitual. De este modo,
en el ramo de los seguros de profesiones y empresas se entiende en cierto modo
que todo aquel que participa en la actividad viene a asimilarse al propio
responsable, orientándose la garantía hacia el círculo de personas ajeno a la
actividad. Con ello se evitan posibles casos de acuerdos fraudulentos entre
asegurado y perjudicado y también reclamaciones que con toda seguridad no se
darían en ausencia de seguro.
130
contractual, aduciendo que no es admisible un seguro semejante por faltar en él las
notas de accidentalidad e imprevisibilidad propias del seguro de responsabilidad
extracontractual.
El profesor YZQUIERDO, no ve inconveniente en admitir la cobertura de la
responsabilidad contractual dentro del SRC. Basta, para atender los legítimos
reparos, con establecer con claridad los límites del riesgo asegurable, para que en
ningún caso pueda el deudor contractual violar los mínimos de tutela que el
ordenamiento dispensa a todo crédito.
Puede entenderse como elemento natural del contrato que el riesgo consista en los
hechos generadores de responsabilidad del asegurado, con independencia de la
naturaleza contractual o extracontractual de los mismos. O lo que es lo mismo,
cabe la exclusión de la responsabilidad contractual. Pero lo que no cabe es
considerar a ésta «inasegurable por naturaleza».
En cuanto a los daños cubiertos, no hace falta recordar que, por supuesto, el seguro
no cubre el montante de las multas penales y administrativas impuestas al
profesional, pues el principio de personalidad de las mismas impide que puedan
constituir un riesgo asegurable.
Los aseguradores excluyen con frecuencia los «daños puramente económicos»,
expresión de origen anglosajón para dejar fuera de la cobertura casos en los que la
causa del dañó no está propiamente en la lesión directa a las personas o a las cosas,
y en que el efecto no tiene por ello lugar ni en una ni en otras. Nada impide, por lo
demás, que se convenga la exclusión de los daños morales, o de los corporales, en
cláusulas típicamente delimitadoras.
131
produzca.
b) Una segunda postura entenderá que el siniestro no llega a producirse hasta el
momento en que el perjudicado reclama judicial o extrajudicialmente al
asegurado, como causante del daño.
c) Según otra opinión, debe retrasarse el momento del siniestro a aquél en el que
la deuda es líquida, por reconocimiento de su importe, transacción o sentencia
judicial.
El concepto técnico-jurídico de siniestro, tal y como se concibe en la práctica
aseguradora, no encaja en el SRC. Probablemente las posiciones no estén tan
encontradas como parece; más bien haya que decir que ninguna resuelve el
problema porque todas parten de la configuración del seguro de responsabilidad
civil como genuino seguro de daños.
En los seguros de daños, la causa (robo, incendio) y el efecto (daño) coincidirán
normalmente en el tiempo. Pero en los de responsabilidad civil, entre la causa y el
efecto falta la simultaneidad. Debe así ser la acción del asegurado causante del
daño al tercero, el hecho o momento decisivo, el que debe producirse dentro de
la vigencia de la póliza para que el asegurador esté obligado a su prestación. Es el
momento en el que el asegurado actúa, omite o proyecta en definitiva, el momento
en el que sucede el hecho dañoso, y, consecuentemente, la causa generadora de la
responsabilidad. «Tanto en los casos de daños inmediatos como en los que no lo son,
el momento al que ha de remitirse el nacimiento de la obligación de indemnizar es
aquel en que acaece o se desarrolla el hecho o la actividad causal.
Esta sería la delimitación natural de la póliza en su perspectiva temporal, esto
es, la que vendría a regir si nada hubiesen establecido las partes del contrato.
Ahora bien, es normal que un asegurador no desee encontrarse sujeto durante
períodos dilatados de tiempo al riesgo de que se entablen contra él reclamaciones
por hechos acaecidos durante la vida del contrato, pero que dejan notar sus efectos
dañosos tiempo después de expirado el término de vigencia.
Las compañías tratan de delimitar el riesgo por medio de cláusulas que excluyen las
reclamaciones efectuadas después de un determinado tiempo. La discusión quiso
ser zanjada por la Disposición Adicional Sexta. 5, de la Ley 30/1995, que añadió un
segundo párrafo al art. 73 LCS, con la siguiente redacción:
«Serán admisibles, como límites establecidos en el contrato, aquellas cláusulas
limitativas de los derechos de los asegurados, ajustadas al artículo 3 de la presente
Ley que Circunscriban la cobertura de la aseguradora a los supuestos en que la
reclamación del perjudicado haya tenido lugar dentro de un período de tiempo,
no inferior a un año, desde la terminación de la última de las prórrogas del
contrato o, en su defecto, de su período de duración. Asimismo, y con el mismo
carácter de cláusulas limitativas conforme a dicho artículo 3 serán admisibles,
como límites establecidos en el contrato, aquellas que circunscriban la cobertura
del asegurador a los supuestos en que la reclamación del perjudicado tenga
lugar durante el período de vigencia de la póliza siempre que, en este caso, tal
cobertura se extienda a los supuestos en los que el nacimiento de la obligación
de indemnizar a cargo del asegurado, haya podido tener lugar con
anterioridad, al menos, de un año desde el comienzo de efectos del contrato, y
ello aunque dicho contrato sea prorrogado».
El precepto es una barbaridad técnica, una trampa creada por los aseguradores que
hace peligrar a la propia institución del SRC. No es que el art. 73, p° 2° venga a
autorizar expresamente la cláusula «claim made»: más bien da por sobreentendido
que se trata de una cláusula lícita, pero se disimula tal consideración admitiendo, a
modo de obsequio, la cláusula que extiende la cobertura a las reclamaciones que se
produzcan hasta un año después de expirado el contrato, y también, a modo de
aclaración, a las que tengan lugar durante ese período pero se deban a hechos
acaecidos con anterioridad al comienzo de vigencia.
132
1.6. Delimitación cuantitativa del riesgo. Cláusulas de delimitación de la suma
asegurada, cláusula de unidad de siniestro y cláusula de límite agregado. La
franquicia o deducible
En el SRC el daño máximo que puede sufrir el asegurado viene determinado por el
daño que pueda a su vez causar a terceras personas y los gastos de defensa. Y si
este daño es en teoría ilimitado, ilimitada será también la responsabilidad que se
asegura. El interés asegurado es indeterminado: ni la cuantía de la indemnización a
satisfacer ni la suma lo determinan. Aquélla será la forma de conocer el daño
máximo que el asegurado sufre a consecuencia de un concreto caso de
responsabilidad. La propia técnica del seguro exige que sea conocido de antemano
el importe máximo que el asegurador puede poner a disposición de cada uno de
sus asegurados, y que hará efectivo en caso de siniestro.
La técnica aseguratoria conoce diferentes maneras de delimitar cuantitativamente
la garantía, de las que destaca por su frecuencia el sistema de cobertura por
siniestro, que establecen un tope de cobertura global, aplicable sin distinción a
daños a personas y/o a cosas, y a los gastos de defensa y peritación. Una variante
es la de la cobertura con límites parciales: por siniestro y, junto a ella, una
limitación parcial por daños corporales y otra para los daños materiales. Una
variedad del sistema de cobertura por siniestro es el que se aplica comúnmente
para asegurar los llamados siniestros en serie. En estos casos, la posibilidad de
siniestros en serie que pueden tener consecuencias financieras no previstas por un
asegurador, lleva a la introducción en la póliza de la llamada «cláusula de unidad
de siniestro»: todos los siniestros debidos a la misma causa y derivados de un
mismo error o falta, serán considerados como un solo acontecimiento siniestral, al
cual se aplicarán los límites por siniestro indicados en la póliza. Otro sistema es el
de cobertura por período de seguro, según el cual el asegurador garantiza el
conjunto de reclamaciones referentes a hechos que comprometen la
responsabilidad del asegurado y que sean conocidos por aquél durante un mismo
año de seguro. No es infrecuente la concertación de seguros con un sistema mixto
de limitación de la garantía: por evento y por año de seguro. En cada siniestro, el
asegurado puede igualmente optar por continuar con la garantía restante todavía
no consumida, o por abonar la parte de prima que corresponda para recuperar la
garantía primitiva. Es la técnica denominada «límite agregado» («aggregate
limit»). Una fórmula utilizada con frecuencia por los aseguradores para impedir que
el asegurado relaje su diligencia ante el conocimiento de que va a ser, en
definitiva, el asegurador quien responda de todos los daños que cause, es la
denominada franquicia o deducible.
2. La prima
El elemento objetivo del SRC, vistas las cosas desde la otra parte del contrato, es la
prima, que no presenta especialidades en esta modalidad de seguro.
V. ELEMENTOS FORMALES
VI. CONTENIDO
133
Las obligaciones del, asegurador comienzan con la actividad de defensa frente a la
reclamación efectuada por el tercero, conforme a lo previsto en el art. art. 74 LCS.
Tal obligación decae cuando se dé alguna de las circunstancias previstas en el p°
2°: que quien reclame esté también asegurado con el mismo asegurador o que
exista algún otro posible conflicto de intereses. Se hace imprescindible distinguir
el SRC con defensa jurídica del seguro de defensa jurídica (SDJ) en sentido
propio, que es el regulado por los arts. 76.a) a 76.g LCS. El art. 76.a), describe la
obligación del asegurador definitoria de este contrato y que lo diferencia de los
demás seguros de daños:
«Por el seguro de defensa jurídica, el asegurador se obliga, dentro de los límites
establecidos en la Ley y en el contrato, a hacerse cargo de los gastos en que pueda
incurrir el asegurado como consecuencia de su intervención en un procedimiento
administrativo, judicial o arbitral, y a prestarle los servicios de asistencia jurídica
judicial y extrajudicial derivados de la cobertura del seguro».
Cabe definir el SDJ, en sentido propio, como aquel por el que el asegurador se
obliga, mediante el cobro de una prima y para el caso de que se produzca la
necesidad de que el asegurado intervenga en un procedimiento administrativo,
judicial o arbitral o en actuaciones extrajudiciales para la solución de una
controversia, a hacerse cargo de los gastos en que pueda incurrir el asegurado y
a prestarle asistencia jurídica, dentro de los límites establecidos por la Ley y el
contrato. Por otra parte cabe decir, que si el asegurado tiene la posibilidad de
elegir Abogado y procurador estamos ante un SDJ. En el SRC con cobertura de
defensa jurídica, la labor del asegurador consiste en lo que se ha dado en llamar
«defensa estricta», o lo que es lo mismo, en asumir directamente tal defensa frente
a las reclamaciones de terceros.
134
atemperado en su rigor por las propias pólizas al singular ámbito del SRC.
135
2.2. Colaborar en la defensa jurídica con el asegurador
136
litisconsorcio simple o voluntario que permite que se diluciden en el mismo
procedimiento la responsabilidad del asegurado y la cobertura del siniestro por el
asegurador.
Pero, conforme a lo previsto en el art. 74, puede existir un conflicto de intereses y
que el asegurado prefiera gestionar su propia defensa jurídica, en cuyo caso habrá
de designar Abogado y procurador. Aunque la situación existente entre asegurador y
asegurado no sea la de una solidaridad propia sino la de esa solidaridad de creación
jurisprudencial denominada impropia o «in solidum», se entiende que también en
esta sede de obligados corresponde aplicar la misma doctrina de que un condenado
«carece de legitimación para formular este recurso de casación ya que lo que
pretende es la condena de un codemandado, petición que sólo corresponde al
accionante pero nunca a otro demandado» y que «no se permite, pues a un
codemandado que ha sido condenado en la instancia pretender que se condene
también a los absueltos por la sentencia recurrida, cuando el pronunciamiento
absolutorio ha sido consentido por el único legitimado para impugnarlo».
137
3.4. Excepciones inoponibles
Dada la autonomía de los derechos del tercero perjudicado en relación con los
vínculos que ligan a asegurador y asegurado, las excepciones no oponibles serán
precisamente aquellas que aquél podría oponer a éste, pero que no lo puede hacer
en cambio ante la reclamación formulada por el perjudicado. El problema son las
muy frecuentes cláusulas de los SRC en las que existe una exclusión de la
cobertura relacionada con la gravedad de la conducta del asegurado, y lo que
nunca resultó claro es que tal cláusula sea oponible frente a las reclamaciones de
terceras personas que, perjudicadas por una actuación dolosa o gravemente
negligente de los responsables, pretendan ejercer la acción directa contra el
asegurador interesando que éste indemnice el daño sufrido como consecuencia de
tal acción reprobable. En general, se entiende que no son oponibles las cláusulas de
carácter personal.
Mención aparte merecen las cláusulas que existen en los contratos por las que se
excluye la prestación del asegurador en función de la gravedad de la conducta del
asegurado.
El art. 76 LCS reconoce en su primer inciso la acción directa del perjudicado contra
el asegurador, pero lo hace acompañando tal reconocimiento de un período
gramatical enigmático: «sin perjuicio del derecho del asegurador a repetir contra
el asegurado, en el caso de que sea debido a conducta dolosa de éste, el daño o
perjuicio causado a tercero».
Con arreglo a la interpretación mayoritaria dada al precepto, éste sólo puede
significar que, diga lo que diga la póliza, el asegurador se encuentra obligado a
satisfacer la indemnización al perjudicado por mucho que el daño causado por el
asegurado se haya debido a una conducta dolosa.
El art. 76, el SRC constituiría una excepción al régimen general de los seguro de
daños. La ley ha extendido «la tutela del, derecho del tercero, en el sentido de
entender que también está cubierto por el asegurador, frente al tercero, el caso de
producción dolosa del hecho qué ha sido causa de la responsabilidad del
asegurado». Efectuado el pago, el asegurador podrá, eso sí, repetir contra el
asegurado por el hecho de haber pagado la indemnización, sin haber podido oponer
a la víctima lo que sí, era oponible al asegurado. La no cobertura del dolo es
precisamente lo que le da su derecho a repetir: es una falta de cobertura que sólo
juega inter partes, y no frente al perjudicado.
138
3.7. Prescripción de la acción directa
El derecho del tercero no deriva del contrato, sino del acto ilícito llevado a cabo
por el asegurado, y por lo tanto el plazo para la prescripción de la acción directa
será el propio que tendría la acción contra el causante del daño si no existiese
seguro, y habrá que estar a la relación existente entre ambos para deducir el plazo.
Otra cosa será que el asegurador, para no estar expuesto durante años a tener que
hacer frente a las consecuencias de la responsabilidad contractual del asegurado,
haya pactado con éste que la cobertura no se extienda a los casos en que la
reclamación tenga lugar transcurrido un cierto período de tiempo a partir de la
extinción del contrato.
VII. EXTINCIÓN
139