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Facultad de Humanidades
Departamento de Historia
Equipo docente:
Dr. Eduardo José Míguez (Prof. Titular)
Agosto de 2017
Ayrolo, Valentina
Historia General Argentina I : 1776 - 1910 : material de cátedra / Valentina Ayrolo ;
José Bustamante Vismara ; compilado por Valentina Ayrolo ; José Bustamante
Vismara. - 1a ed. - Mar del Plata : Universidad Nacional de Mar del Plata, 2017.
Libro digital, PDF
Presentación
Por Valentina Ayrolo
Unidad I
Introducción y selección de fuentes José Bustamante Vismara
Unidad II
Introducción y selección de fuentes María Laura Mazzoni
Unidad III
Introducción y selección de fuentes Valentina Ayrolo
Unidad IV
Introducción y selección de fuentes Eduardo Míguez
Unidad V
Introducción y selección de fuentes María Liliana Da Orden
Bibliografía
Lista de documentos
Presentación
Por Valentina Ayrolo
El material reunido en este cuadernillo fue concebido como un insumo de trabajo para los
estudiantes de la materia Historia General Argentina I (1776 - 1910) de la carrera de
Historia (FH-UNMDP). Los textos se pensaron como una herramienta de uso didáctico
para complementar y facilitar el aprendizaje de los estudiantes, pero no para reemplazar
la lectura de la bibliografía prevista en los programas.
La experiencia acumulada por los docentes a cargo de la asignatura reveló la necesidad
de organizar un material sistematizado para uso de los estudiantes del Profesorado y de
la Licenciatura en Historia que necesitan de una apoyatura de este tipo, tanto para cursar
las materias como para la instancia de preparación de los coloquios y exámenes finales.
No obstante, otro de los propósitos del texto es que los estudiantes, futuros profesores de
historia, lo utilicen para apuntalar y ampliar sus clases durante su ulterior actividad
docente.
El texto está organizado considerando los temas incluidos en los contenidos curriculares
de la materia. Las unidades son presentadas en sentido secuencial. Cada una fue escrita
por uno de los docentes de la asignatura y contiene una breve explicación del período
abarcado en cada unidad. Luego hay una selección de fuentes que, sin ser exhaustiva,
pretende acompañar el dictado de los contenidos y al mismo tiempo constituir un material
útil a las futuras prácticas docentes de los estudiantes. También comprende mapas y
cuadros estadísticos como recursos de apoyo y estudio con la expectativa de que su uso
sea de ayuda para la preparación de exámenes, trabajos prácticos y clases más
integrales y motivadoras para sus futuros alumnos.
Unidad I
El Virreinato del Río de la Plata (1776-1806)
Introducción
Las reformas borbónicas abarcaron un extenso conjunto de aspectos que pueden ser
englobados a partir del esfuerzo por fortalecer la corona, acrecentar su capacidad fiscal y
asegurarla militarmente. Como parte de ese proceso, en agosto de 1776 el rey Carlos III
erigió el virreinato del Río de la Plata y designó a la ciudad de Buenos Aires como capital.
Poco después se instalaría allí una Aduana (1778) y una Real Audiencia (1785).
Con la sanción del Reglamento de Libre Comercio (1778) Buenos Aires se conectaba con
distintos mercados de la corona española, en América y en la península. Las posibilidades
abiertas fueron aprovechadas por comerciantes que con sus vínculos y capitales
reacomodaron la estructura social de la región. Además de intensos tráficos –que
generaron lucrativos ingresos para la corona–, la comunidad mercantil logró una posición
social significativa. Su papel sería reconocido por la corona mediante la instalación de una
sede para el Consulado de Comercio (1794).
En el mismo escenario, la actividad minera fue estimulada y reactivada. La producción
argentífera de Potosí se benefició de tal impulso y, a su vez, impactó en las economías
regionales ligadas al eje Potosí-Buenos Aires. En este espacio-económico, al decir de
Assadourian (1982), circulaban mercancías desde y hacia el Atlántico por medio del
puerto de Buenos Aires; pero también se intercambiaban productos regionales, que
dinamizaban el mercado interno: la yerba mate paraguaya, los vinos y aguardientes
cuyanos, las mulas. Estas han servido para mostrar cómo a través de la producción de
unos pocos animales por familia o unidad económica se articulaba el mercado. Desde
Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba se vendían y revendían mulas que vinculaban Potosí
con una miríada de unidades productivas (Assadourian, 1982).
Estas no serían las únicas consecuencias de los cambios. El aumento de la presión fiscal
fue cruento para numerosas comunidades indígenas. Hasta mediados del XVIII la
dominación española en América no había sufrido frecuentes y sostenidas insurrecciones
en sus áreas centrales. Hubo levantamientos y motines –tal como sucedió en los valles
Calchalquíes o la frontera araucana, por ejemplo–, pero en general no se reconoce una
sostenida beligerancia contra el dominio español. Ese panorama se vería alterado en el
último tercio del siglo XVIII cuando cobrarían fuerza diferentes levantamientos. Tal fue lo
sucedido en el Alto Perú con Tomás Katari y Túpac Amaru hacia 1780. Estas revueltas
sugieren un nuevo clima de época. Aunque no resulta adecuado pensar estas distintas
movilizaciones como parte de un conjunto, ni es posible suponerlas como un antecedente
de luchas anticoloniales; sí, seguramente, las heridas entonces causadas serían
recordadas en el marco de los movimientos juntistas y revolucionarios que se abrirían en
1808.
Entre la erección del virreinato del Río de la Plata y los primeros síntomas de la crisis del
orden colonial apenas pasaron unos treinta años. Las alianzas y los vínculos entre las
coronas europeas encontraron un giro con la Revolución Francesa. Pero ésta generó una
breve interrupción en los acuerdos hispano-franceses que serían retomados en 1796.
Aquella alianza encontraría un durísimo escollo en Trafalgar. En octubre de 1805 las
armadas de Francia y España fueron derrotadas por la flota británica. Y en junio de 1806
Buenos Aires sería invadida por los británicos. El proceso de militarización que entonces
se desataría impactaría, más tarde, en los sucesos de 1810.
Documento 1
Virgen del Cerro de Potosí, circa 1720. Pintor anónimo. Museo Nacional de Arte, La Paz.
Fuente: Imagen tomada
dehttp://www.smith.edu/vistas/vistas_web/espanol/gallery/detail/virgin-moutain_det.htm
Documento 2
Para más información sobre el marquesado, su larga historia y el diverso modo en que
impacta en las jurisdicciones post-independientes de Bolivia y Argentina, puede verse el
trabajo de Ana Teruel (2016).
Documento 3
Esta imagen fue publicada dentro de un atlas, titulado Atlas Minor, cuyo autor fue Herman
Moll. La reproducción fue incluida en la tercera edición del atlas y es la última de las 62
imágenes que componen el conjunto. Las inscripciones están en inglés e incluyen
nombres de ciudades, grupos indígenas, rutas marítimas y terrestres. Además se
circunscriben distintas zonas con colores que le otorgan un sentido a cada conjunto.
Documento 4
Documento 5
Documento 6
Habitantes
1778 1800 1815 1825 1825 1845 1855
Jurisdicciones de la intendencia de Salta del
Tucumán
Salta 11.565 13.528 61.400
Jujuy 13.619 18.189 35.189
Tucumán 20.104 23.654 30.000 57.876 84.094
Santiago 15.456 22.942 46.370 77.575
del Estero
Catamarca 15.315 21.913 46.370 30.000 56.088
Jurisdicciones de la intendencia de Córdoba
del Tucumán
Córdoba 40.203 51.800 71.637 81.791 102.248 103.218 137.069
Mendoza 8.765 11.755 13.318 47.468
San Juan 7.690 11.163 12.979 42.585
San Luis 6.956 13.442 16.837 37.602
La Rioja 9.723 13.293 14.092 34.431
Jurisdicciones de la intendencia de Buenos
Aires
Buenos 37.130 72.16 92.294 118.646 142.957 273.937
Aires
Corrientes 9.200 18.728 30.184 36.697 55.566 57.309 84.570
Santa Fe 12.600 15.000 41.261
Entre Ríos 11.700 20.056 47.736 79.284
Documento 7
Habitantes
1778 1800 1815 1855 1869
Ciudades de la intendencia de Salta del Tucumán
Salta 4.305 5.093 16.877
Jujuy 1.707 4.460 3.072
Tucumán 4.087 3.640 4.137 12.475 17.438
Santiago del 1.776 2.220 8.365 8.498
Estero
Catamarca 6.441 5.971 1.911 5.150 5.718
Ciudades de la intendencia de Córdoba del Tucumán
Córdoba 7.270 11.500 10.587 17.754 34.458
Mendoza 7.478 5.487 8.124
San Juan 6.141 3.591 8.353
San Luis 3.684 1.566 7.049
La Rioja 2.172 2.921 4.985 4.489
Ciudades de la intendencia de Buenos Aires
Buenos Aires 26.125 40.000 49.737 90.076 177.787
Introducción
1806 inauguró un periodo de intensa conflictividad política en el Virreinato del Río de la
Plata. En ese año tropas inglesas desembarcaban en Buenos Aires e invadían la ciudad.
Frente a ello la población de Buenos Aires organizó una defensa de la plaza porteña
mediante milicias conformadas con vecinos que se enfrentaron a los ingleses. Estas
milicias no eran nuevas, por cierto, sino que el resguardo de las múltiples fronteras del
espacio virreinal, amenazadas en los últimos años del periodo colonial por las
aspiraciones de potencias como el Imperio portugués, eran sostenidas mediante la
conformación de cuerpos de milicianos que acompañaban y reforzaban la defensa del
magro ejército regular imperial en este espacio. Los milicianos eran destacados en fuertes
y fortines para resguardar también la frontera contra las poblaciones indígenas, y se
diferenciaban del ejército regular por no tener un entrenamiento permanente ni un salario
regular.
Lo cierto es que a partir de las invasiones inglesas de 1806 y 1807 estos cuerpos de
milicias fueron reforzados y se multiplicaron en pos de defender a la ciudad-puerto del
imperio inglés. Los regimientos se conformaron por vecinos de la ciudad, pero también
participaron de esta defensa batallones enteros de esclavos, algunos indios y regimientos
de otros espacios del virreinato del Rio de la Plata (el regimiento de arribeños comprendía
a soldados de las provincias “de arriba”). El resultado fue, además de la expulsión de los
ingleses, la militarización de la sociedad.
La crisis imperial que se desató a partir de 1808 en la península ibérica trajo más
convulsión y desconcierto a este espacio, así como al resto de Iberoamérica. La invasión
de Napoleón y su ejército a la península provocó la abdicación de Carlos IV al trono
español en favor de su hijo Fernando VII, el cautiverio de Fernando en Bayona y desató
una guerra de independencia española cuyas consecuencias para las colonias del imperio
en América determinaron el fin del orden colonial.
En Buenos Aires, el cabildo abierto del 25 de mayo de 1810 dio como resultado la
conformación de una Junta de Gobierno autónoma. “La autonomía significaba en aquel
momento mantener el vínculo con el monarca y ejercer el autogobierno sin
reconocimiento del Consejo de Regencia peninsular” (Ternavasio, 2009: 69). A partir de
ese momento la junta buscará ganar legitimidad. Una de sus medidas fue enviar
expediciones militares al resto de las jurisdicciones del ex virreinato para asegurarse su
sujeción. Este es el inicio de un periodo de guerra que no se cerraría en el espacio
rioplatense por muchos años. La década revolucionaria y la confrontación desatada a raíz
de la crisis imperial en el Río de la Plata no pueden explicarse sin tener en cuenta la
preeminencia que Buenos Aires reclamaba para sí durante todo el periodo. Pronto quedó
claro que la gobernación intendencia de Paraguay no aceptaría esta preeminencia, y que
espacios como Córdoba y la Banda Oriental solo formarían parte de esta nueva entidad
política bajo el poder de la fuerza. Además, para lograr legitimidad, la junta debía reducir
el poder de las instituciones coloniales, especialmente el del cabildo (Ternavasio, 2009:
69).
La revolución implicó además un cambio al interior de la elite. Las jerarquías se
trastocaron, no solo porque la plebe comenzó a ser cada vez más interpelada, y su
participación en las disputas políticas cada vez más frecuente, sino porque además
quienes ocupaban un lugar marginal en la elite porteña ocuparan a partir de entonces
lugares de preeminencia (Halperín Donghi, 2005: 176). En este sentido, las magistraturas
en general fueron protagonistas de profundas transformaciones. El Cabildo logró
conservar al menos la elección de los cargos para cabildantes vacantes (Halperín Donghi,
2005: 188), pero poco a poco perdió parte de sus funciones y rol protagonista, en
detrimento de la Sala de Representantes. Ésta última se conformaba por representantes
de la ciudad y de la campaña. El espacio rural cobraba cada vez más importancia al calor
de las necesidades de la guerra y de los cambios económicos que había provocado la
pérdida del Alto Perú y la reorientación atlántica de la economía (ver ruralización en
glosario).
Los años que separaban 1810 de la declaración de la independencia en 1816 fueron de
una alta conflictividad política y de guerra constante con epicentros en el Alto Perú y el
litoral. Durante este periodo, diversos proyectos políticos estaban en pugna. Al
centralismo que buscaba crear una unidad política con cabecera en Buenos Aires, se
oponían fuerzas autonomistas y confederacionales. Había además quienes consideraban
que una monarquía constitucional podía ser una solución viable para lograr el
reconocimiento europeo ya que la opción realista –una vez restaurado Fernando VII al
trono y con la restauración conservadora en toda Europa– era un horizonte aun posible.
En este escenario, en 1816 los diputados del Congreso de Tucumán, luego de arduos
debates, decidieron declarar la Independencia de las Provincias Unidas del Rio de la
Plata. Las ciudades entonces tuvieron durante este periodo un peso fundamental y sus
representantes en el Congreso de Tucumán -los diputados- fueron los que dieron la
discusión sobre el futuro político de la unión y finalmente declararon la Independencia. A
partir de 1810, entonces, algunas de las ciudades que tenían cabildos, o sea las que eran
cabecera de cada gobernación, asumieron la soberanía de sus jurisdicciones, es decir de
la ciudad y del campo que las rodeaba.
Pero en el Congreso mismo, el gobierno central tuvo la necesidad de hacer frente a
disidencias internas. No se hicieron presentes representantes de la Banda Oriental ni de
provincias argentinas actuales como Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos, que se
encontraban aliadas al proyecto confederal de Artigas, líder de los Pueblos Libres. En el
acta redactada, el sujeto político que se mencionaba son las “provincias” o “los pueblos
representados”. Sin embargo, se hace mención a la “Unión”, lo que da a entender que
subyacía una idea de soberanía única. Este fue, precisamente, el punto de tensión con el
proyecto de los Pueblos Libres.
Con todo, la tendencia centralista fue ganando terreno a fines de 1816. El traslado de la
sede del Congreso a Buenos Aires en 1817 potenció la tensión entre Buenos Aires y las
ciudades. Pese a la Independencia, la Constitución sancionada en 1819 reveló los límites
en los acuerdos sobre la forma de gobierno que se adoptaría y la distribución del poder a
nivel territorial, que se manifestó en las tensiones entre republicanos y monárquicos, y
entre constitucionalistas/federales y centralistas. La caída del Director Supremo, José
Rondeau, en la batalla de Cepeda iniciaría una nueva etapa. Las 13 provincias argentinas
se crearon sobre la base de las ciudades autonomizadas (en 1834 serían 14, con la
división de Jujuy y Salta). En la década de 1820, las tendencias autonómicas de los
pueblos se expresarían en la formación de los estados autónomos e independientes.
Documento 8
Documento 9
El tres de mayo de 1808, o Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, Francisco
de Goya y Lucientes. 1814. Óleo sobre lienzo, 268 x 347 cm.
Documento 10
La proclama que con fecha 26 de octubre del año anterior os ha dirigido vuestro
actual virrey, me pone en la necesidad de combatir sus principios, antes que vuestra
sencillez sea víctima del engaño, y venga a decidir el error la suerte de vosotros y
vuestros hijos. Yo me intereso en vuestra felicidad no sólo por carácter, sino también por
sistema, por nacimiento y por reflexión; y faltaría a mis principales obligaciones, si
consintiese, que os oculten la verdad, u os disfracen la mentira. Hasta hoy ciertamente no
habéis escuchado el eco de mi compasión, ni ha llegado hasta vosotros la luz de la
verdad, que tantas veces deseaba anunciaros, cuando la imagen de vuestra miseria y
abatimiento atormentaba mi corazón sensible; pero ya es tiempo, que os hable en el
lenguaje de la sinceridad, y os haga conocer lo que acaso no habéis llegado a sospechar.
Vuestro virrey os da a entender, que la metrópoli aún dista mucho de su ruina,
cuando asegura sin temer la censura pública, que el tirano de la Europa siente su
debilidad a vista de la constancia española, y trata de alcanzar con la educción y el
engaño, lo que no ha podido conseguir con la fuerza. ¿Y os halláis tentados a creer esta
falsedad?
No me persuado: vosotros no podéis ignorar, que la España gime mucho tiempo
bajo el yugo de un usurpador sagaz y poderoso, que después de haber aniquilado sus
fuerzas, agotado sus arbitrios, y aislado sus recursos, se complace de verla postrada ante
el trono de su tiranía, oprimida de las fuertes cadenas, que arrastra con oprobio: no
podéis ignorar, que arrebatado por la perfidia del trono de sus mayores el Sr. D. Fernando
VII, suspira inútilmente por su libertad en un país extraño y conjurado contra él, sin la
menor esperanza de redención: no podéis en fin ignorar que los mandatarios de ese
antiguo gobierno metropolitano, que han quedado entre vosotros, ven decidida su suerte,
y desesperada su ambición, si la América no une su destino al de la península, y si los
pueblos no reciben ciegamente el yugo, que quieran imponerles los partidarios de sí
mismos. Por esto es, que para manteneros en un engaño favorable a sus miras; os
anuncian victorias, os lisonjean con esperanzas, y entretienen vuestra curiosidad con
noticias combinadas en los gabinetes de intriga. Mas yo os anuncio con la sinceridad que
me inspira el amor que os profeso, como nacido en el mismo suelo que vosotros, que ya
la España tributa vasallaje a la raza exterminadora del emperador de los franceses, y que
por consiguiente es tiempo, de que penséis en vosotros mismos, desconfiando de las
falsas y seductivas esperanzas, con que creen asegurar vuestra servidumbre.
No es otro el espíritu del virrey del Perú, cuando ofrece abriros el camino de la
instrucción, de los honores, y empleos, a que jamás os ha creído acreedores. ¿Pero de
cuándo acá le podíais preguntar, os considera dignos de tanta elevación? ¿No es verdad,
que siempre habéis sido mirado como esclavos, y tratados con el mayor ultraje, sin más
derecho que la fuerza, ni más crimen que habitar en vuestra propia patria? ¿Habéis
gozado alguna vez esos empleos y honores, que os ofrecen, y lo que es más aquellos
mismos bienes, que vuestro propio suelo os concede y la naturaleza os dispensa con
absoluto dominio? ¿Y no es verdad, que este nuevo ofrecimiento es un recurso apurado,
del que intenta haceros más infelices, de lo que sois? La historia de vuestros mayores y
vuestra propia experiencia descubren el veneno y la hipocresía de ese reciente plan, que
os anuncia con aparato vuestros mismos tiranos: bien sabéis, que su lenguaje jamás ha
sido el de la verdad, y que sus labios nunca van de acuerdo con su corazón. Hoy os
lisonjean con promesas ventajosas, y mañana desolarán vuestros hogares, consternarán
vuestras familias, y aumentarán los eslabones de la cadena que arrastráis.
Observad sobre este particular el manejo de vuestros jefes: decidme si alguna vez
han cumplido las promesas, que por una política artificiosa os hacen con tanta frecuencia,
y nunca con efecto: comparad esta conducta, con la que observa la Excma. Junta de
donde emana mi comisión, con la que yo mismo observo y todos los demás jefes, que
dependen de mí: nosotros jamás dilatamos cumplir, lo que una vez ofrecemos; y por lo
regular entre nuestras promesas y su cumplimiento es momentáneo el intervalo.
Estad persuadidos de esto, y creed firmemente, que lo que yo os aseguro tendrá
un efectivo cumplimiento, y jamás os arrepentiréis de confiar en mis promesas. Sabed que
el gobierno de donde procedo sólo aspira a restituir a los pueblos su libertad civil y que
vosotros bajo su protección viviréis libres, y gozaréis en paz juntamente con nosotros
esos derechos originarios que nos usurpó la fuerza. En una palabra, la Junta de la capital
os mira siempre como a hermanos, y os considerará como a iguales: éste es todo su plan,
jamás discrepará de él mi conducta, a pesar de cuanto para seduciros publica la maldad
de vuestros jefes.
Ilustrados ya del partido que os conviene, burlad la esperanza de los que intentan
perpetuar el engaño en vuestras comarcas, a fin de consumar el plan de sus evidencias; y
jamás dudéis, que mi principal objeto es libertaros de su opresión, mejorar vuestra suerte,
adelantar vuestros recursos, desterrar lejos de vosotros la miseria, y haceros felices en
vuestra patria. Para conseguir este fin, tengo el apoyo de todas las provincias del Río de
la Plata, y sobre todo de un numeroso ejército, superior en virtudes y valor a ese tropel de
soldados mercenarios y cobardes, con que intentan sofocar el clamor de vuestros
derechos los jefes y mandatarios del virreinato del Perú — Plata y febrero 5 de 1811 —
Dr. Juan José Castelli.
Cuando en 1810 se creó una junta de gobierno autónoma en Buenos Aires, una de las
tareas en las que la junta se embarcó inmediatamente fue la de construir legitimidad en
los diferentes espacios que habían pertenecido al Virreinato del Rio de la Plata. En el
caso del Alto Perú, la Junta se propuso llevar adelante un ataque deliberado al equilibrio
social preexistente (Halperín Donghi, 2005: 249). Por otra parte, el espacio altoperuano ya
estaba conmovido por la revolución antes de Mayo de 1810 (Halperín Donghi, 2005: 249):
los levantamientos de 1780 que tuvieron como epicentro ese espacio fueron un
antecedente en el espacio de movilización popular (Serulnikov, 2012); y en 1809 se había
creado una Junta Tuitiva de gobierno en la Paz que fue duramente reprimida por las
autoridades monárquicas (Roca, 1998). Cuando las tropas revolucionarias llegaron al Alto
Perú en 1811, se encontraron con algunos pueblos movilizados, que se habían
pronunciado a favor de la Junta de Buenos Aires y pedían armas y la suspensión del pago
del tributo. Ante esta situación, el ejército se alarmó. Sin embargo, la política filo-indígena
que Castelli anunció estaba contenida en las Instrucciones de la Junta. Es que, en parte,
los indios eran interpelados ante la necesidad de aumentar las tropas revolucionarias.
Castelli proclamó concluida la secular servidumbre indígena. Aunque la proclamación no
tuvo efectos jurídicos inmediatos, sirvió sin duda para acrecer la alarma de quienes
estaban, sobre todo, preocupados por el futuro del equilibrio social y racial dentro de ella
(Halperín Donghi, 2005: 250).
Documento 11
Documento 12
En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del
mes de julio de mil ochocientos diez y seis, terminada la sesión ordinaria, el Congreso de
la Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y
sagrado objeto de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal,
constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder
despótico de los reyes de España. Los representantes, sin embargo, consagraron a tan
arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés
que demanda la sanción de la suerte suya, la de los pueblos representados y la de toda la
posteridad. A su término fueron preguntados si querían que las provincias de la Unión
fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli.
Aclamaron primero, llenos del santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron
sucesivamente su unánime voto por la independencia del país, fijando en su virtud la
determinación siguiente:
Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en
Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la
autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y
hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente
a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los
violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que
fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del
rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de
derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el
cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican,
declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de
esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a
quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a las
naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta
solemne declaración.
Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del
congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios. – Francisco Narciso de
Laprida, presidente. –Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por Salta. –Dr. Antonio
Sáenz, diputado por Buenos Aires. – Dr. José Darregueyra, diputado por Buenos Aires. –
Dr. Fray Cayetano José Rodríguez, diputado por Buenos Aires. – Dr. Pedro Medrano,
diputado por Buenos Aires. – Dr. Manuel Antonio Acevedo, diputado por Catamarca. – Dr.
José Ignacio de Gorriti, diputado por Salta. – Dr. José Andrés Pacheco Melo, diputado por
Chichas. – Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante, diputado por la ciudad y territorio de
Jujuy. – Eduardo Pérez Bulnes, diputado por Córdoba. – Tomás Godoy Cruz, diputado por
Mendoza. – Dr. Pedro Miguel Aráoz, diputado por la capital del Tucumán. – Dr. Esteban
Agustín Gazcón, diputado por Buenos Aires. – Pedro Francisco de Uriarte, diputado por
Santiago del Estero. – Pedro León Gallo, diputado por Santiago del Estero. – Pedro
Ignacio Ribera, diputado de Mizque. – Dr. Mariano Sánchez de Loria, diputado por
Charcas. – Dr. José Severo Malabia, diputado por Charcas. – Dr. Pedro Ignacio de Castro
Barros, diputado por La Rioja. – L. Jerónimo Salguero de Cabrera, diputado por Córdoba.
– Dr. José Colombres, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio Thames, diputado por
Tucumán. – Fr. Justo Sta. María de Oro, diputado por San Juan. – José Antonio Cabrera,
diputado por Córdoba. – Dr. Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza. – Tomás Manuel
de Anchorena, diputado de Buenos Aires. – José Mariano Serrano, diputado por Charcas,
Secretario. – Juan José Paso, diputado por Buenos Aires, Secretario.
“En marzo de 1816 llegan a Tucumán los diputados elegidos por una parte de las
jurisdicciones - ciudades que luego se convertirían en Provincias - que formaban parte del
todavía Virreinato del Río de la Plata. No estuvieron presentes todas las ciudades porque
un grupo, las del Litoral (Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y la Banda Oriental), no
aceptaron las condiciones que proponían quienes conformaban el Congreso. Ellas
estaban organizadas alrededor de la Liga de Pueblos Libres que sostenía la conservación
y uso de su soberanía (la de cada una de los Pueblos) y la unión de todas las partes en
una confederación (una liga). Pero ¿a quiénes representaban las “Provincias” reunidas en
Tucumán? En primer lugar, representaban a las ciudades más importantes del virreinato
del Río de la Plata, aquellas que poseían un Cabildo. Los Cabildos estaban constituidos
por una estructura compuesta por los alcaldes o jueces de primera instancia y los
regidores o consejeros municipales, secundados por un grupo de funcionarios especiales,
todos ellos responsables de la justicia y el gobierno de la ciudad. Fueron ellos los
encargados de elegir a quienes representarían a las ciudades en tanto cuerpos políticos
en el Congreso de Tucumán. Las ciudades, entonces, estaban representadas por el
Cabildo que era comprendido como un órgano de la monarquía que, en pequeño,
reproducía un cuerpo. Quienes tenían derecho a formar parte de ese cuerpo eran los
vecinos.” Texto extraído de Ayrolo, Marchetti y Vaccaroni (2016).
Unidad III
Autonomía política y reorientación económica (1820-1852)
Introducción
El Congreso reunido en 1816 para declarar la independencia, que continuó sesionando
hasta 1819, no pudo resolver la cuestión acerca de qué Estado y qué Nación deseaban
construir las Provincias. A esta indefinición se sumaron: la crisis política que llevaría al
final del Directorio, los artiguistas sobre Buenos Aires y el levantamiento de una parte del
Ejercito Auxiliar del Perú en Arequito, disolviendo los vínculos que habían unido a las
Provincias hasta entonces.
En 1820 las ciudades que durante 10 años habían tenido en el Cabildo su órgano de
gobierno más importante –por haber sido centro de la vida política y estar representado
en él el cuerpo político de las jurisdicciones– reasumieron su soberanía constituyéndose
en sujetos de derecho de cara al resto. Esto quiere decir que se independizaron
produciendo lo que podríamos llamar, una segunda independencia. Pero ¿qué eran por
entonces las Provincias?
Si bien hoy no hay discusión acerca de que en 1820 las Provincias comienzan una
experiencia política que las integrará luego de 1831 en una confederación laxa, lo que sí
se sigue discutiendo es si podemos considerarlas como estados. José Carlos
Chiaramonte sostuvo la primera postura en su libro, clásico e insoslayable, Mercaderes
del Litoral allí decía: “…la entidad provincial se desarrolla y se torna más compleja”
perdurando “su cuasi autonomía (…) a lo largo de gran parte del siglo XIX” (Chiaramonte,
1991: 29). La cuestión es saber qué implicó desde el punto de vista político-institucional,
económico y social esa cuasi autonomía o independencia (según la interpretación que se
elija) de las Provincias.
El ejemplo hace más tiempo estudiado y conocido es el de la Provincia de Buenos Aires
que inicia ese camino independiente con la gobernación de Martin Rodríguez en
septiembre de 1820 (hasta abril de 1824). Este período se conoce como el de la “Feliz
Experiencia”. Liderado por el llamado Partido del Orden, durante este tiempo se puso en
marcha un proyecto político que pretendía hacer de Buenos Aires una Provincia nueva a
partir de la aplicación de una serie de reformas.
En el ámbito político y con el fin de garantizar la estabilidad y legitimidad del gobierno en
1821 se sancionó una nueva ley electoral que amplió la base de electores (siempre
varones) dio el voto directo e incluyó a la campaña. En el mismo sentido se suprimieron lo
cabildos y se creó la Sala de Representantes así como varios ministerios. Luego del
fracaso de la reforma en la justicia fueron los jueces de paz (justicia lega y gratuita)
quienes absorbieron una gran variedad de funciones que ayudaron en el propósito de
descentralizar atribuciones de autoridad pero concentrando el poder. El ejército (1821) y
la Iglesia (1823) también fueron alcanzados por las reformas. La libertad de prensa
(1821), la creación de la Universidad de Buenos Aires (1821) y una biblioteca pública
contribuyeron junto a otras medidas a generar expectativas respecto del nuevo rumbo que
parecía tomar la Provincia. Para ello el panorama se completó con medidas económicas.
La expansión de la frontera sur se complementó con la creación del departamento
topográfico (1822) y el dictado de la ley de Enfiteusis (1822) que procuraba la instalación
de colonos en nuevas tierras y su puesta en producción. Un Banco de Descuentos que
permitiría la emisión de papel moneda completaba, de manera general, el panorama.
Mientras que Buenos Aires parecía entrar al mundo moderno de la mano de las nuevas
políticas liberales, en el resto de las Provincias para lograr el mismo propósito de
gobernabilidad y legitimidad se ensayaban otras vías. En casos como los de Córdoba, se
apeló a producir cambios paulatinos y consensuados evitando enfrentamientos y disputas
(Ayrolo, 2007 b).
La historiografía más clásica dijo que el año 1820 fue el de la anarquía y que por ese
motivo hicieron su aparición los caudillos. En gran parte esta interpretación se relaciona
con el caótico año 20` en Buenos Aires donde se cambió de Gobernador por lo menos
cuatro veces entre los meses de marzo y septiembre. En el resto de las provincias entre
marzo y abril ese tema estaba resuelto.
Una parte importante de los gobernadores que asumieron el poder en los años veinte,
habían sido militares de los ejércitos de la independencia, o en su defecto, responsables
de comandancias de frontera. Estas funciones los había dotado de atributos de liderazgo
tales como capacidad de mando y negociación, conocimiento de las poblaciones, a los
que sumaron los capitales que muchas veces ya poseían: carisma, relaciones al interior
de la elites, educación, poder económico, etc. Si bien estas cualidades hicieron de ellos
gobernadores-caudillos no por eso fueron dictadores ni tampoco gobernaron sin reglas ni
ley. Como ejemplo solo conviene recordar que en estos primeros años de la década del
veinte todas la Provincias menos, Buenos Aires, La Rioja y Mendoza, dictaron
Reglamentos constitucionales que fueron los que rigieron –con las limitaciones de cada
caso y de la época– su vida política.
Entre 1824 y 1827, las Provincias se reunieron en un Congreso constituyente con el
propósito de darse una constitución que dotase de forma y materialidad a un estado
nacional. Si bien este propósito no se consiguió la reunión fue un espacio propicio para
plantear y discutir cuestiones importantes tales como: el lugar de la capital del estado, la
administración de las rentas, pero sobre todo la forma de gobierno. Como consecuencia
de los debates habidos allí se perfilaron dos tendencias políticas que dominarían la
escena rioplatense hasta 1860, por lo menos, la de los federales y la de los unitarios.
También fue durante estos años que se firmó un acuerdo de amistad y comercio con Gran
Bretaña (1825) y se sancionó la ley de tolerancia religiosa que acompañaba la anterior
iniciativa. Pero sin dudas, la guerra con el Brasil fue el episodio más grave que tuvo que
enfrentar el Congreso en 1825. Finalizando ese año ante la ocupación brasilera de la
Provincia Oriental del Uruguay una parte importante de la elite política montevideana
buscó el apoyo del Congreso. En ese marco éste decidió asumir la representación del
cuerpo político de un estado creado “ad hoc” y eligió un Presidente: Bernardino Rivadavia.
Frente a la imposibilidad de que alguno de los contrincantes ganase la guerra forzó a las
partes a negociar la paz. Para la Argentina el tratado fue muy poco conveniente ya que
significó la independencia de la Banda Oriental convertida en República Oriental del
Uruguay, un oneroso resarcimiento económico al Brasil y la disolución del Congreso del
flamante Estado nacional.
El final de la guerra fue traumático para las Provincias ya que la disolución del cuerpo
político se acompañó de un gran movimiento de hombres armados que buscaron imponer
un nuevo equilibrio político, ahora desde el unitarismo. La violencia con que se resolvieron
las diferencias de “credo” parece mermar un poco hacia 1835.
Entre 1820 y 1852 las Provincias firmaron entre sí varios acuerdos, alianzas y pactos que
les garantizaron –o por lo menos trataron de hacerlo– la paz, el comercio y el desarrollo
de las actividades en las que se basaba su economía. Entre ellos cabe destacar el Pacto
federal de 1831 ya que fue el que impulsó la organización de una Confederación “laxa”
entre las Provincias que descansaba en los principios del credo político federal. La
institución de esta Confederación fue importante para obtener el reconocimiento
internacional y para incluir a las Provincias –sobre todo a la de Buenos Aires– en el
mercado mundial.
El segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas, en 1835, inaugura una nueva época
política marcada por el signo del federalismo. El Pacto federal de 1831 devolvió al
gobernador de Buenos Aires la delegación de las relaciones exteriores así como el
mandato de representar a las Provincias confederadas en cuestiones de paz y guerra. Por
ello, su poder se vio agrandado y su proyección en el litoral e interior del territorio de la
Confederación fue creciente.
Este hecho, sin embargo, no implicó la ausencia de conflictos o la desaparición del
unitarismo como expresión política. Durante los años que Rosas gobernó Buenos Aires, la
provincia enfrentó algunas conspiraciones y dos bloqueos. En las Provincias no todos los
gobernadores lo secundaron y algunos años fueron de gran tensión ya que el equilibrio
político federal se vio amenazado. Tal ocurrió en 1837 con la conformación de la Coalición
del Norte que reunió a varios gobernadores unitarios contrarios a Rosas.
Hacia 1850 el endurecimiento del régimen rosista hacia adentro de su provincia pero
también hacia afuera propició la reaparición de los opositores reunidos detrás de la idea
de terminar con el gobierno de Rosas. El 1º de mayo de 1851 Justo José de Urquiza,
gobernador de Entre Ríos, declaraba que la Provincia reasumía todas sus facultades
soberanas retirando a Rosas las atribuciones que le había conferido para representarla de
cara al exterior. Una a una las Provincias fueron imitando a Entre Ríos revelando un
entendimiento anterior entre ellas.
El 3 de febrero de 1852, Rosas era vencido en la batalla de Caseros por el Ejército
Grande que combinaba fuerzas de las Provincias de Entre Ríos, Corrientes y del Brasil y
Uruguay marcando el final de una época.
Documento 13
Septiembre 22 de 1824
SECCION SEGUNDA
CIUDADANIA
ART. 1º Es Ciudadano el que haya nacido en las Américas denominadas antes
Españolas, y resida en el Territorio de la Provincia; pero no gozará del ejercicio activo, o
pasivo, mientras no cumpliere la edad de veinticinco años, o fuese emancipado.
ART. 2º El voto activo y pasivo en todas las Asambleas, es inherente a este derecho.
ART. 3º Ningún Español Europeo tendrá voto activo, o pasivo mientras que la
Independencia no sea reconocida por la antigua Metrópoli.
ART. 4º Quedan exceptuados los que por su adhesión a la causa, y por importantes
servicios al Estado, se hiciesen dignos de obtener la Carta de Ciudadanía.
ART. 5 Al Gobierno toca exclusivamente otorgar la dicha carta, con previo informe de los
Alcaldes ordinarios y del Alcalde Mayor.
ART. 6 Todo Extranjero mayor de veinticinco años que residiese en el país con ánimo de
fijar domicilio, tendrá a los cuatro años voto activo, siempre que hubiese afincado en el
país al menos el valor de cuatro mil pesos, o ejerciese algún arte o profesión útil, y
supiese leer y escribir.
ART. 7 A los diez años de residencia en el modo prevenido en el antecedente artículo,
tendrá voto pasivo a las Magistraturas exceptuando la de Gobierno.
ART. 8 Para otorgarse las Cartas de Ciudadanía en los casos arriba expresados, jurarán
en manos del Gobernador observar la Constitución del País, defender a toda costa la
Independencia de la antigua Metrópoli.
ART. 9 Entre los derechos que se derivan de la Ciudadanía, es uno de los principales la
libertad, y salvo conducto que tiene todo Ciudadano para correr libremente el Territorio
interior de la Provincia, o por el estímulo del Comercio, o de otras necesidades
indispensables para conservar la vida.
ART. 10º Todo extranjero de la América que no fuese domiciliado, o no hubiese obtenido
Carta de Ciudadanía, no podrá por aquel principio discurrir lo interior dela Provincia por el
estímulo del Comercio, ni por otro cualquier motivo.
ART. 11º Se exceptúa del artículo antecedente el Extranjero que fomente
Establecimientos de Agricultura, valorados al menos en dos mil pesos.
ART. 12º La Ciudad, y el Puerto de Goya son los lugares en que podrán residir,
encargándose al Gobernador, Comandantes, y Jueces de Partido la observancia de este
artículo que sólo lleva por objeto promover el interés de los hijos del País, en uso de los
derechos que exclusivamente les pertenecen.
SECCION TERCERA
ASAMBLEAS ELECTORALES:
Documento 14
1200
1000
800
200
0
0 a 9 10 a 19 20 a 29 30 a 39 40 a 49 50 a 99 100 a 800 a
199 899
2000
1500
0
0a9 10 a 19 20 a 29 30 a 39 40 a 49 50 a 99 300 a
399
Fuente: gráficos
ráficos tomados de Romano (1999: 31-32 y 35).
Documento 15
Pacto Federal del 4 de enero de 1831
Deseando los Gobernadores de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos estrechar
cada vez más los vínculos que felizmente los unen y, creyendo que así reclaman sus
intereses particulares y los de la República han nombrado para este fin sus respectivos
diputados, a saber: el Gobierno de Santa Fe, el señor D. Domingo Cullen; el de Buenos
Aires, al Sr. D. José María Rojas y Patrón, y el de Entre Ríos, al Sr. D. Antonio Crespo.
Quienes después de haber canjeado sus respectivos poderes, que se hallaron
extendidos en buena y debida forma; y teniendo presente el tratado preliminar
celebrado en la ciudad de Santa fe el 23 de febrero último entre los Gobiernos de dicha
provincia y la de Corrientes; teniendo también presente la invitación que con fecha 24
del expresado mes de febrero hizo el Gobierno de Santa Fe al de Buenos Aires, y la
convención preliminar ajustada en Buenos Aires el 23 de marzo del año anterior entre
los Gobiernos de esta provincia y la de Corrientes, asi como el tratado celebrado el 3
de mayo último en la capital de Entre Ríos entre su Gobierno, y el de Corrientes; y
finalmente, considerando que la mayor parte de los pueblos de la República, ha
proclamado del modo más libre y espontáneo la forma de gobierno federal, han
convenido en los artículos siguientes:
Artículo 1°) Los Gobiernos de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos ratifican y
declaran en su vigor y fuerza los tratados anteriores celebrados entre los mismos
Gobiernos en la parte que estipulan la paz firme, amistad y unión estrecha y
permanente, reconociendo recíprocamente su libertad, independencia y derechos.
Artículo 2°) Las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos se obligan a
resistir cualquier invasión extranjera que se haga, bien sea en el territorio de cada una
de las tres provincias contratantes o de cualquiera de las otras que componen el
Estado argentino.
Artículo 3°) Las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos se ligan y
constituyen en alianza ofensiva y defensiva contra toda agresión o preparación de
parte de cualquiera de las demás provincias de la República (lo que Dios no permita),
que amenace la integridad e independencia de sus respectivos territorios.
Artículo 4°) Se comprometen a no oir ni hacer proposiciones ni celebrar tratado
alguno particular una provincia por si sola con otra de las litorales ni con ningún otro
Gobierno sin previo avenimiento expreso de las demás provincias que forman la
presente federación.
Artículo 5°) Se obligan a no rehusar su consentimiento expreso para cualquier
tratado que alguna de las tres provincias litorales quiera celebrar con otra de ellas o de
las demás que pertenecen a la República, siempre que tal tratado no perjudique a otra
de las mismas tres provincias o a los intereses generales de ellas o de toda la
República.
Artículo 6°) Se obligan también a no permitir que persona alguna de su territorio
ofenda a cualquiera de las otras dos provincias o a sus respectivos Gobiernos y a
guardar la mejor armonía posible con todos los Gobiernos amigos.
Artículo 7°) Prometen no dar asilo a ningún criminal que se acoja a una de ellas
huyendo de las otras dos por delito, cualquiera que sea, y ponerlo a disposición del
Gobierno respectivo que lo reclame como tal. Entendiéndose que el presente artículo
sólo regirá con respecto a los que se hagan criminales después de la ratificación y
publicación de este tratado.
Artículo 8°) Los habitantes de las tres provincias litorales gozarán recíprocamente la
franqueza y seguridad de entrar y transitar con su buque y cargas en todos los puertos,
ríos y territorios de cada una, ejerciendo en ellas su industria con la misma libertad,
justicia y protección que los naturales de la provincia en que residan, bien sea
permanente o accidentalmente.
Artículo 9°) Los frutos y efectos de cualquier especie que se importen o exporten del
territorio o puertos de una provincia a otra por agua o por tierra, no pagarán más
derechos que si fuesen importados por los naturales de la provincia, adonde o de
donde se exportan o importan.
Artículo 10°) - No se concederá en una provincia derecho, gracia, privilegio u
exención a las personas y propiedades de los naturales de ella que no conceda a los
de las otras dos.
Artículo 11°) Teniendo presente que alguna de las provincias contratantes ha
determinado por ley que nadie pueda ejercer en ella la primera magistratura sino sus
hijos respectivamente, se exceptúa dicho caso y otros de igual naturaleza que fueren
establecidos por leyes especiales. Entendiéndose que en caso de hacerse por una
provincia alguna excepción ha de extenderse a los naturales y propiedades de las otras
dos aliadas.
Artículo 12°) Cualquier provincia de la República que quiera entrar en la Liga que
forman las litorales será admitida con arreglo a lo que establece la segunda base del
artículo primero de la citada convención preliminar celebrada en Santa fe a veintitrés
de febrero del precedente año, ejecutándose este acto con el expreso y unánime
consentimiento de cada una de las demás provincias federadas.
Artículo 13°) Si llegare el caso de ser atacada la libertad e independencia de alguna
de las tres provincias litorales por alguna otra de las que no entran al presente en la
federación, o por otro cualquier poder extraño, la auxiliarán las otras dos provincias
litorales, con cuantos recursos y elementos estén en la esfera de su poder, según la
clase de la invasión, procurando que las tropas que envíen las provincias auxiliares
sean bien vestidas, armadas y municionadas, y que marchen con sus respectivos jefes
y oficiales. Se acordará por separado la suma de dinero con que para este caso deba
contribuir cada provincia.
Artículo 14°) Las fuerzas terrestres o marítimas, que según el artículo anterior se
envíen en auxilio de la provincia invadida, deberán obrar con sujeción al Gobierno de
ésta, mientras pisen su territorio y naveguen sus ríos en clase de auxiliares.
Artículo 15°) Interín dure el presente estado de cosas, y mientras no se establezca
la paz pública de todas las provincias de la República, residirá en la capital de Santa fe
una comisión compuesta de un diputado por cada una de las tres provincias litorales,
cuya denominación será «Comisión representativa de los Gobiernos, de las provincias
litorales de la República Argentina», cuyos diputados podrán ser removidos al arbitrio
de sus respectivos Gobiernos, cuando lo juzguen conveniente, nombrando otros
inmediatamente en su lugar.
Artículo 16°) Las atribuciones de esta comisión serán:
Primera: Celebrar tratados de paz a nombre de las expresadas tres provincias,
conforme a las instrucciones que cada uno de los diputados tenga de su respectivo
Gobierno y con la calidad de someter dichos tratados a la ratificación de cada una de
las tres provincias.
Segunda: Hacer declaración de guerra contra cualquier otro poder a nombre de las
tres provincias litorales, toda vez que éstas estén acordes en que se haga tal
declaración.
Tercera: Ordenar se levante el ejército en caso de guerra ofensiva y defensiva y
nombrar el general que deba mandarlo.
Cuarta: Determinar el contingente de tropas con que cada una de las provincias
aliadas deba contribuir conforme al tenor del artículo 13.
Quinta: Invitar a todas las demás provincias de la República, cuando estén en plena
libertad y tranquilidad, a reunirse en federación con las litorales y a que por medio de
un Congreso general federativo se arregle la administración general del país bajo el
sistema federal, su comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución
de las rentas generales, y el pago de la deuda de la República, consultando del mejor
modo posible la seguridad, y engrandecimiento general de la República, su crédito
interior y exterior, y la soberanía, libertad e independencia de cada una de las
provincias.
Artículo 17°) El presente tratado deberá ser ratificado a los tres días por el Gobierno
de Santa Fe, a los seis días por el de Entre Ríos y a los treinta, por el Gobierno de
Buenos Aires.
Dado en la ciudad de Santa Fe, a cuatro del mes de enero del año de Nuestro
Señor mil ochocientos treinta y uno.
(Fdo.):
Domingo CULLEN
José María ROXAS y PATRÓN
Antonio CRESPO
ARTÍCULO ADICIONAL
Siendo de la mayor urgencia la conclusión del presente tratado, y no habiendo
concurrido la provincia de Corrientes á su celebración, por haber renunciado el Señor
General D. Pedro Ferré la comision que le confirió al efecto; y teniendo muy fundados y
poderosos motivos para creer que accederá á él en los términos en que está concebido,
se le invitará por los tres comisionados que suscriben á que adhiriendo á él, lo acepte y
ratifique en todas y cada una de sus partes, del mismo modo que si hubiese sido
celebrado conforme á instrucciones suyas con su respectivo comisionado.
Dado en la ciudad de Santa-Fé a cuatro del mes de Enero del año de nuestro Señor
mil ochocientos treinta y uno.
Documento 16
Litografía de la ejecución de los hermanos Reinafé y de Santos Pérez, por Adrienne
Bacle, 1837.
Documento 17
Candombe Federal.
Fuente: Candombe Federal – Martín Boneo Museo Histórico Nacional Esclavas frente a
Rosas (1841) – D. de Plot – Museo Histórico Nacional Coronel Domingo Sosa – Complejo
Museográfico Enrique Udaondo.
Documento 18
Lista de Presidentes de las Sociedades Africanas cuyos fondos donados sirvieron “para
ayudar al sostenimiento de la guerra […] contra los salvajes inmundos detestables bestias
asquerosos unitarios” el día 10 de mayo de 1842. Los 39 presidentes donaron 100 pesos
corrientes cada uno, a lo que se sumaron donaciones de 3 “socios particulares de la
Sociedad Bornó…”.
Nota aparecida en la Gaceta Mercantil el 25 de junio de 1842, citada por Tomás Antonio
Platero y reproducida en Rosal (2010: 263-264).
Documento 19
Documento 20
Introducción
Luego de derrotar a Rosas en Caseros en febrero de 1852, Urquiza propició una política
de “fusión de partidos”, que buscaba olvidar los rencores y convocar a todos los sectores
a construir la nueva de nación. Si bien existía considerable consenso en torno al
programa de base de este proyecto, expresado con la mayor claridad en Las Bases... de
Alberdi, no existía acuerdo sobre el rol que cada actor debía desempeñar. En tanto un
amplio sector de la elite dirigente de Buenos Aires creía que solo ella debía comandar el
proceso, ya que aseguraba la ilustración y libertad de las futuras instituciones, Urquiza y
muchos integrantes de las dirigencias del interior recelaban de la ambición porteña.
En mayo de 1852 se reunieron los gobernadores de provincia en San Nicolás, en la
frontera entre Buenos Aires y Santa Fe, y a través de un Acuerdo crearon un poder
nacional provisorio a cargo de Urquiza, con la denominación de “Director”, y convocaron a
una asamblea constituyente en Santa Fe. Pero una amplia mayoría de la dirigencia
porteña, reuniendo antiguos Unitarios con Rosistas, rechazó el Acuerdo, objetando
fundamentalmente las atribuciones conferidas al Director. El fondo del problema, sin
embargo, era la resistencia a una unificación nacional que ellos no controlaban, y que
implicaba la perdida del manejo de recursos fundamentales de la provincia, como sus
fuerzas armadas y los recursos generados por la aduana, base de la recaudación. Luego
de diversas alternativas Buenos Aires retiró sus representantes del congreso
constituyente y eventualmente se organizó a través de una constitución (1854) como un
“Estado” autónomo, aunque no independiente, previendo eventualmente integrarse a la
nación federal.
Entre tanto, en el interior la mayoría de las situaciones provinciales cambiaron después de
Caseros. En los meses siguientes a la derrota de Rosas (aún antes, en el caso de Jujuy)
movimientos en diferentes provincias desplazaron a los gobernadores para instaurar
nuevos poderes políticos. El panorama es muy variado, pero en definitiva, con muy poca
intervención de Urquiza, y por la propia dinámica de la política local, nuevas dirigencias,
gestadas en buena medida en la década de 1840, y que incluían a viejos Unitarios y
antiguos Federales, se fueron haciendo del poder en la gran mayoría de las capitales del
interior. Frente a la rebelión de Buenos Aires, más allá de algunas dudas, estas
dirigencias provinciales terminarían apoyando férreamente a Urquiza y al congreso
constituyente de Santa Fe.
Se llegó así a una constitución que establecía los principios liberales de soberanía
popular, periodicidad de los mandatos, división de poderes, autonomía provincial,
equilibrios y contrapesos en el poder, derechos y garantías ciudadanos, educación
pública, fomento de la inmigración, entre sus principales rasgos. La capital de la república
se fijaba en la ciudad de Buenos Aires, que pasaba a jurisdicción nacional, junto con su
aduana, pero esta disposición no era operativa, ya que Buenos Aires se mantenía
autónoma.
Hasta 1859 la situación entre Buenos Aires y la nueva Confederación creada por la
constitución de 1853 (que había elegido a Urquiza como presidente) varió poco, con una
búsqueda de reconciliación por momentos, y con fuerte confrontación en otros. Pero en
aquel año la tensión se transformó en Guerra, y el entrerriano venció las fuerzas de
Buenos Aires comandadas por Mitre en la batalla de Cepeda. En derrota, Buenos Aires
aceptó sumarse a la Confederación, preservando el derecho de revisar la constitución
(pacto de San José de Flores), que se juró en la ciudad en 1860. Sin embargo, más allá
de nuevos acuerdos (acuerdo de Vélez Sársfield de junio de 1860, visita de Urquiza y el
nuevo presidente de la Confederación, Santiago Derqui, a Buenos Aires), el conflicto
volvió a surgir, y estalló en una nueva rebelión de la provincia, que derrotó a las fuerzas
comandadas por Urquiza en la Batalla de Pavón.
El entonces gobernador de Buenos Aires y comandante de las fuerzas porteñas,
Bartolomé Mitre, logró, por un lado, contener a los sectores más radicales de su provincia
que propiciaban o bien la independencia definitiva, o bien la conquista a sangre y fuego
de todo el país, y por otro, a los sectores provinciales más radicales, que pretendían
continuar la guerra. Con uso de algo de violencia, algo de dinero, y bastante negociación,
las provincias, en las que había fuertes sectores favorables a una reintegración
negociada, se fueron alineando en su propuesta de reorganización del gobierno nacional
(estos sectores habían sostenido la candidatura de un presidente más negociador que
Derqui, pero fueron derrotados por estrecho margen en la elección presidencial). Al igual
que después de Caseros, hubo cambio de gobierno en casi todas ellas, con la excepción
de Entre Ríos (Urquiza) y Jujuy; se renovó el congreso y Mitre fue electo en lugar de
Derqui, pero fracasó la propuesta de que Buenos Aires fuera sede permanente del
gobierno nacional, tema que recién se resolvería en 1880.
La presidencia de Mitre se inició en un clima de relativa paz y prosperidad, luego de
superada una rebelión con epicentro en La Rioja, liderada por Ángel Peñaloza (el
Chacho). En 1865, sin embargo, conflictos en el Uruguay y la voluntad del presidente
paraguayo Francisco Solano López de intervenir en las cuestiones regionales como lo
hacían sus vecinos, llevaron a que la recientemente unificada República entrara en la
guerra que López emprendiera con Brasil, aliada con este y Uruguay. Pese a la
desigualdad de fuerzas, Paraguay se resistió tenazmente, y su derrota tuvo un altísimo
costo en vidas y recursos para todos los participantes, en especial para Paraguay.
Argentina tuvo costos, pero también beneficios de la guerra, ya que fue el mercado
proveedor de los ejércitos aliados (financiado en buena medida por Brasil y préstamos
externos), y salió de ella con una estructura militar consolidada. Pero el gobierno de Mitre
se debilitó, con su jefe al mando de las tropas en el frente, y con rebeliones y resistencias
a la guerra. Al concluir su mandato, en 1868, se creó un consenso en contra del candidato
porteño sucesor de Mitre, en tanto Urquiza contaba con apoyos insuficientes de los
partidarios de la vieja Confederación, por lo que salió triunfante Sarmiento, apoyado en
muchas provincias y por algunos sectores de Buenos Aires.
En su presidencia se consolidó lo que se había insinuado ya en la década de 1850, y
tomaba cuerpo durante la siguiente. La producción de lana en la provincia de Buenos
Aires dominaba las exportaciones desplazando al cuero, y se expandió ahora al sur de
Santa Fe, donde la colonización agrícola, favorecida por el mercado militar, ocupaba de
manera cada vez más densa la zona centro-norte y Oeste. Concluida la Guerra, el trigo de
Santa Fe se lanzó a la conquista del mercado porteño, y más tarde, a la exportación. La
colonización se expandió por las otras provincias litorales y sur de Córdoba. El proyecto
ferroviario Rosario-Córdoba, frustrado en tiempos de Urquiza por falta de recursos,
iniciado por Mitre, se completó en 1870, en tanto Buenos Aires continuaba expandiendo
su red desde 1857, y se iniciaban nuevos proyectos hacia Tucumán y Mendoza.
La ciudad de Buenos Aires, residencia por ahora transitoria del gobierno nacional,
desarrollaba con vigor su infraestructura urbana, y acogía millares de nuevos habitantes
llegados del exterior. La inmigración era atraída también por Rosario, que se había
consolidado como centro comercial en tiempos de la separación de la Confederación y
Buenos Aires, y por la actividad lanar y de colonización agrícola. En los pueblos
emergentes de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y sur de Córdoba se hacía sentir la
nueva presencia sobre todo de italianos y españoles, en tanto la vieja población criolla se
comenzaba a desdibujar frente a las oleadas extranjeras. En el interior, en cambio, la
transformación era más lenta, y solo la aproximación del ferrocarril iría preparando el
terreno para que algunos puntos se fueran sumando a la transformación, aunque más
débilmente. Estos cambios económicos y sociales iban acompañados por la consolidación
del Estado Nacional, que promovía la educación, fomentaba el crédito a través de un
Banco Nacional, y mejoraba los sistemas administrativos y el control militar y policial del
territorio. Pero el viejo problema de las fronteras indígenas en las pampas y el Chaco
limitaba la expansión territorial, y unas sublevaciones en Entre Ríos, llevadas a cabo por
un antiguo caudillo urquicista, que se iniciara con el asesinato del ya viejo jefe, distrajeron
recursos, haciendo imposible cumplir con la ley 215 de 1867 que decretaba la expansión
de la frontera sur al Río Negro.
Al acercarse el fin del mandato de Sarmiento, su ministro de justicia, Nicolás Avellaneda,
se insinuaba como el más fuerte candidato a sucederlo. El vice-presidente Alsina debió
resignar su candidatura por falta de apoyos en el interior, y Mitre, apoyado en Buenos
Aires por un partido que le era leal, solo contaba con firme sostén en pocas provincias.
Avellaneda reunió apoyo entre muchos gobernadores, formando el Partido Nacional, que
los mitrista llamaban “liga de gobernadores”. Las elecciones eran actos violentos, con voto
cantado, donde los partidos se disputaban el control de las mesas, excluyendo a los
oponentes o fraguando las actas. No eran una base sostenible de legitimidad. Las
efectuadas para diputados nacionales en febrero de 1874, particularmente disputadas en
la provincia de Buenos Aires, dieron lugar a una fuerte reacción mitrista, que junto a la
derrota en las presidenciales a manos de Avellaneda, desencadenaron una revolución,
fácilmente aplastada por la mayoría del ejercito nacional, que se mantuvo leal al gobierno.
La presidencia de Avellaneda, sin embargo, se vio opacada por una fuerte crisis
económica, atribuible ya a la política muy expansiva del gobierno de Sarmiento, ya a una
caída de exportaciones de lana, debida a una crisis en Europa. Las políticas
proteccionistas que se implementaron no lograron revertir la situación por el alto costo de
la mano de obra, y la falta de conocimientos tecnológicos y capitales, pero sí favorecieron,
junto con el ferrocarril, los inicios del desarrollo del azúcar en Tucumán y el vino en
Mendoza.
Una negociación entre Mitre y sus rivales redefinió los partidos a mediados de la
presidencia de Avellaneda, por lo que luego de diversas alternativas, la gran mayoría de
los sectores porteños terminó alineándose tras la candidatura presidencial de su
gobernador, Carlos Tejedor. Entre tanto, Adolfo Alsina, ministro de guerra, había iniciado
con decisión las acciones para poner en vigencia la ley 215. Su muerte abrió las puertas
del ministerio al tucumano Julio Roca, quien con la crisis económica ya superada, en 1879
completó la expansión territorial hasta el Río Negro. Este éxito, junto a la paciente labor
de alianzas suya y del ministro de gobierno de Córdoba, allegado suyo, Miguel Juárez
Celman, le brindó el apoyo del Partido Nacional, que lo llevó al triunfo presidencial. El
gobernador de Buenos Aires, con amplio sostén en la ciudad y en parte de la campaña,
lideró una revuelta contra lo que aparecía como una imposición de las provincias sobre
Buenos Aires. Pero sin una alternativa política clara, esta rebelión contra el Estado
Nacional debió capitular. Con el respaldo de sectores juveniles de Buenos Aires, que en la
ocasión lograron controlar la legislatura porteña gracias al gobierno nacional, se federalizó
la ciudad porteña, y estos sectores, que provenían del autonomismo, se fusionaron con al
Partido Nacional para formar el Partido Autonomista Nacional, que fue el sólido apoyo a
Roca cuando este comenzó su presidencia en octubre de 1880.
Documento 21
1º de junio de 1852
Documento 22
Francisco S. López - Tomás Guido - Carlos Tejedor - Juan E. Pedernera - Juan Bautista
Peña - Daniel Aráoz.
Documento 23
Fuente: Archivo General de la Nación, Sala VII, Archivo Victorica. Legajo 3141
Documento 24
Documento 25
Ovinos y vacunos al norte del río Salado (provincia de Buenos Aires).
Documento 26
Documento 27
Desarrollo ferroviario, 1860-1910.
1860
Documento 28
Exportaciones 1810-1870, promedio anual por quinquenio de los principales productos y
valor de mercado del total.
Documento 29
Cuadro A :
EXPORTACIONES GANADERAS ARGENTINAS 1875-1938 (en mill. $ oro)
Anim- Carne Carne Carne Deriv.
ales bov. bov. ov. cárnico Cue- % total
Año vivos enfri. con g. cong. s* ros Lanas ganad.
1875 - 1879 3,3 0 0 0 14 35 40,1 92,4
1880 - 1884 1,6 0 0 0 7,9 28,9 45,9 84,3
1885 - 1889 1,4 0 0 1,1 5,9 23,2 42,2 73,8
1890 - 1894 3,34 0 0,06 3,44 7,06 16,1 29,24 59,24
1895 - 1899 7,62 0 0,44 4,78 4,2 13,28 32,92 63,24
1900 - 1904 3,26 0 4,88 5,74 3,28 10,98 20,76 48,9
1905 - 1909 1,54 0,06 7,24 3,48 2,02 7,96 16,72 39,02
1910 - 1914 2,44 1,3 11,78 3,04 2,9 9,74 12,2 43,4
1915 - 1919 1,16 0,56 16,04 1,6 8,06 9 14,4 50,82
1920 - 1924 0,52 4,98 6,14 1,8 3,64 6,86 7,82 31,76
1925 - 1929 0,84 7,56 3,4 1,6 3,64 7,48 8,24 32,76
1930 - 1934 0,58 10,18 1,44 1,86 2,9 5,72 7,24 29,92
1935 - 1938 0,65 9,95 1,175 2,025 2,8 6,125 8,625 31,35
* Tasajo, sebo, grasa, extracto de carne, carne en conserva.
Cuadro B:
EXPORTACIONES AGRICOLAS y FORESTALES (en mill. $ oro)
Agríc. Harina Quebr % agric.
AÑO Trigo Maíz Lino varios * de trigo acho** Y forest.
1875 - 1879 0,3 0,2 0 0 0 0 0,5
1880 - 1884 1,9 1,7 0 0 0 0 3,6
1885 - 1889 4,9 7,5 1,4 0 0 0 13,8
1890 - 1894 19,9 6,3 2,26 0 0,94 0,72 30,12
1895 - 1899 12,6 7,7 4,74 0,06 1,44 1,14 27,66
1900 - 1904 19,18 11,96 8,84 0,12 1,28 1,58 43
1905 - 1909 26,5 13,08 10,18 1,26 1,44 1,82 54,32
1910 - 1914 17,9 15,62 9,56 3,3 1,4 2,34 49,98
1915 - 1919 18,28 9,16 6,46 2,3 2,1 2,86 41,14
1920 - 1924 25,1 15,66 12,56 2,52 1,28 1,96 58,5
1925 - 1929 21,94 18,2 12,18 2,8 1,3 2,2 57,46
1930 - 1934 17,32 21,46 13,5 3,68 0,72 2,62 57,42
1935 - 1938 15,35 21,55 12,85 3,925 0,675 2,425 54
* Avena, cebada, centeno. **Extracto y rollizos
Introducción
Con el triunfo del Ejército Nacional sobre la provincia de Buenos Aires levantada en armas
por el gobernador Carlos Tejedor (Revolución del ´80) se sellaba un largo proceso de
construcción del Estado Nacional. Parafraseando el título del libro de Juan B. Alberdi, la
República Argentina se consolidaba con Buenos Aires como capital. No es extraño que
esto se produjera después de un enfrentamiento armado. La guerra había recorrido casi
sin interrupción las décadas que sucedieron a las luchas por la independencia –de las
provincias entre sí, en su interior y por supuesto, frente al poder central-. De hecho, la
violencia y las armas constituyeron una de las formas de hacer política, aún en el marco
de los procesos electorales. Ante ese panorama y, sobre todo, ante el reciente
enfrentamiento, se entiende el lema “Paz y Administración” que utilizó Julio A. Roca en su
discurso al asumir la presidencia. Con ello se desplegarían las fuerzas productivas que
generarían un progreso indefinido, según las ideas positivistas vigentes.
Y esto pareció así en muchos aspectos, al punto que puede considerarse que en este
período se produjo el paso de una Argentina criolla, en términos de José Luis Romero, a
una Argentina moderna. Esto supuso una mayor inserción del país en el sistema
capitalista de la “Era del Imperio”, como Eric Hobsbawn calificó este período.
Las profundas transformaciones requerían del consenso de las dirigencias. Si en el plano
ideológico ello estaba dado por las ideas del liberalismo –pese a la oposición
circunstancial del sector católico-, en la práctica política esto se logró por medio de la
hegemonía del Partido Autonomista Nacional (PAN), producto de alianzas entre
gobernadores y dirigencias provinciales del interior con el autonomismo porteño. Más allá
de su nombre, el PAN carecía de los rasgos de un partido: no era orgánico, ni
programático. De hecho, el funcionamiento personalista hace de Roca y el roquismo un
denominador común del período. Este orden político se caracterizaba por el control de la
sucesión (Botana, 1977), según el cual Presidente de la Nación tenía un peso decisivo en
la “elección” de su sucesor, hecho que se replicaba en las situaciones provinciales con los
gobernadores. Cuando no era así, el poder central hacía uso de la poderosa herramienta
de la intervención que volcaba la situación en favor de la facción que lo apoyaba. Existen
estudios que han relativizado este poder del Presidente -Roca en particular-, señalando
que en realidad éste podía sostenerse gracias al delicado manejo de las cambiantes
coaliciones existentes en las provincias (Alonso, 2010).
Como sea, una dirigencia política muy reducida, integrada por miembros de la élite socio-
económica, aunque no perteneciente a los sectores más encumbrados de la poderosa
clase terrateniente (Hora, 2003) -militares, profesionales, periodistas, integrantes de
familias con trayectoria política-, daban cuenta del establecimiento de una República
restrictiva. Aunque el sufragio era universal (masculino), en la práctica la participación
electoral era escasa, salvo en los momentos de mayor competencia entre facciones,
mientras que las elecciones se controlaban a través de distintos mecanismos de fraude.
De ahí el nombre de “máquina” al proceso de control del sufragio.
Frente esto se alzó el sector de la dirigencia marginada del PAN. Bartolomé Mitre en
primer lugar, pero también los críticos del sistema que había establecido Miguel Juárez
Celman durante su presidencia. El juarizmo o “unicato” y la crisis económica provocaron
la alianza de opositores de distinta extracción y el frustrado intento de derrocar al gobierno
en la Revolución del Parque (1890). No obstante quedó conformada la Unión Cívica con
figuras tan distintas como Mitre y Leandro Alem. El acuerdo al que llegó el primero con
Roca y Carlos Pellegrini para evitar el enfrentamiento electoral dio origen a la formación
de la Unión Cívica Radical (1891), opuesta al régimen. Surgió así el radicalismo,
considerado por Paula Alonso como el primer partido orgánico y moderno, que levantó
como bandera la limpieza del sufragio. Años después también se fundó el Partido
Socialista (1896) en defensa de la clase trabajadora y la democratización política y social.
El reformismo de un sector de la dirigencia abrió paso a la idea de la necesidad de un
cambio en el sistema electoral que democratizara el sistema. Esta tendencia se nutrió
además por el alejamiento de Carlos Pellegrini, enemistado con Roca, y la división del
PAN (Castro, 2012). Con la vigencia de la lista completa, todos los cargos recaían en el
partido que tuviera más votos aunque no fuera mayoritario. El cambio por el sistema de
circunscripciones uninominales (un pequeño distrito / un cargo) fue una reforma que sólo
duró una elección presidencial (1905). Hacia el Centenario existía acuerdo sobre la
necesidad de un sistema que incorporara en el Congreso a los partidos minoritarios y
garantizara la limpieza del sufragio. El presidente Roque Sáenz Peña se propuso impulsar
tal reforma con la ley electoral promulgada en 1912.
Como indicamos, fue en este período en que, con oscilaciones y crisis, el país se
incorporó plenamente al mercado atlántico: recibió capitales y oleadas migratorias que
partían de distintos lugares de Europa a la par que alimentó buena parte del comercio
internacional a través de la exportación de productos agropecuarios y la importación de
bienes durables y de consumo. Todo ello tuvo efectos decisivos en la transformación de la
economía y la sociedad, en particular en la rica zona pampeana.
El Estado tuvo un papel destacado en estas transformaciones. Ya había sido así desde la
sanción de la Constitución Nacional y la legislación posterior. Dicha tendencia se
profundizó para canalizar y al mismo tiempo dar respuesta a la celeridad de los cambios.
Entre otras se sancionaron: la Ley de Tierras (1881), la Ley de Unificación Monetaria
(1881) y las de creación la Caja de Conversión y del Banco de la Nación (1891). Con ellas
se buscó generar un marco al mercado de tierras –en particular por la incorporación de
las enormes extensiones de la Patagonia y el Noreste del país, después de las
conquistas-, así como el establecimiento de pautas básicas para el mercado financiero,
sobre todo a partir de la crisis de 1890. El Estado también se hizo presente en políticas
tendientes a la modernización de la sociedad tales como la Ley de Educación Común
(1884) que establecía la educación primaria obligatoria y promovía el laicismo y con ello
su avance en ámbitos que hasta el momento habían estado en manos de la Iglesia.
También la ley de creación del Registro Civil (1884) y la de Matrimonio Civil (1888)
tuvieron esa tendencia. A comienzos del siglo XX el avance estatal puede observarse
además en la Ley de servicio militar obligatorio (1901) que al incorporar a todos los
argentinos de 21 años a la instrucción militar también tendió a su nacionalización. En
cuanto al mundo del trabajo, el reformismo de un sector de la dirigencia propició la
creación de un Código Nacional del Trabajo –que no prosperó-, y años después el
establecimiento del Departamento Nacional del Trabajo (1907).
Aunque la actividad que revelan estas leyes se desarrolló durante varias décadas, requirió
de una significativa ampliación y organización de la administración así como de
importantes recursos. Así, resulta evidente el incremento de gastos y de personal en
ministerios como el de Interior; Justicia, Culto e Instrucción Pública o Agricultura y
Ganadería frente a los que hasta los años ochenta se habían destinado al Ejército
(Oszlak, 1997). De ahí la necesidad de recursos que básicamente procedían de la
Aduana (impuestos a la importación y en menor medida a la exportación) pero que
debieron completarse con empréstitos. Los préstamos al Gobierno Nacional y también a
los gobiernos provinciales, fueron la inversión más destacada de los capitales extranjeros
después de los ferrocarriles.
En efecto, en pleno librecambismo y expansión de la economía internacional -más allá de
las crisis cíclicas-, los capitales europeos y norteamericanos afluían al país bajo la forma
de inversiones en infraestructura, bancos, tierras y otros bienes inmuebles, frigoríficos,
etc. Los ferrocarriles constituyeron una de las principales inversiones de los ingleses y, en
menor medida, también de los franceses –en Santa Fe, por ejemplo-, aunque la inversión
estatal no estuvo al margen (Zalduendo, 1980). Las empresas ferroviarias, estimuladas
especialmente por las concesiones de Juárez Celman, vertebraron el territorio permitiendo
no sólo el transporte de mercaderías y pasajeros sino también la nacionalización de los
mercados. El fin de las fronteras interiores, además de los costos sociales y culturales que
supuso la dominación y en muchos casos exterminio de los pueblos indígenas, incorporó
a las provincias y al Estado nacional vastísimas extensiones de tierra. Aunque la
legislación establecía ciertos límites en cuanto a la propiedad privada en esos nuevos
territorios, en la práctica esto consolidó a la clase terrateniente, sobre todo en la zona
pampeana.
Capitales y tierras extraordinariamente fértiles se conjugaron con la llegada masiva de
inmigrantes, predominantemente italianos a finales del siglo XIX y fundamentalmente
españoles en la centuria siguiente. En su mayoría llegaron de manera espontánea,
atraídos por el crecimiento económico. Con la ayuda de parientes y paisanos que
formaron cadenas migratorias y de trabajo se insertaron en las ciudades en plena
expansión y por supuesto en el campo. En la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba y
de Santa Fe o en el Territorio Nacional de La Pampa, trabajaron como peones y
jornaleros por un salario. Los que reunieron algún capital se convirtieron en arrendatarios
rurales. La producción mixta, que combinaba la cría de ganado vacuno y el cultivo de
cereal, hizo posible la extensión del arriendo y con ello la principal forma en que los
inmigrantes tuvieron acceso a la tierra. En los buenos tiempos ello les permitió una
acumulación de capital y en algunos casos el acceso a pequeñas propiedades en el
campo o, con más frecuencia, en los pueblos y ciudades, dando origen a una franja de
sectores medios rurales. La colonización fue por el contrario la principal forma de
incorporación de inmigrantes a la producción rural en las provincias de Santa Fe y Entre
Ríos, aunque también en algunas localidades bonaerenses y de otras provincias y
territorios. Esto dio un extraordinario impulso a la producción de trigo, maíz, lino y avena
ubicando al país entre los primeros exportadores del mundo. Desde los primeros años del
siglo XX los cereales fueron el principal rubro exportable. La producción de carne vacuna
de calidad destinada al mercado inglés fue otro rubro significativo, junto con la exportación
del lanar. Aunque el papel de la industria en este período constituye un objeto de debate
(Korol, 2000), existió un eslabonamiento entre la producción agropecuaria destinada a la
exportación y el sector secundario -molinos, frigoríficos, fábricas de arpillera, de
maquinaria sencilla, etc. (Gallo, 1998)-. La construcción fue otro de los sectores que
alcanzó gran despliegue: los grandes puertos, los edificios públicos y privados, etc.,
además de los talleres y fábricas y por supuesto el comercio, donde los inmigrantes se
incorporaron como mano de obra y también como pequeños y medianos empresarios.
Surgió así mundo del trabajo muy diversificado y móvil, como también un importante
sector de clase media urbana como nunca se había dado (Zimmerman, 2000).
El país de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo era muy distinto del de
1810. En el territorio que llegó a controlar el Estado Nacional argentino, la población se
había incrementado con la llegada masiva de inmigrantes de distintos orígenes y el
crecimiento que se derivó de ello –los argentinos hijos de inmigrantes-. Buenos Aires,
convertida en Capital Federal, rondaba el millón y medio de habitantes, el 52% de los
cuales había nacido en el extranjero. Otros importantes centros urbanos y una gran
cantidad de pueblos se habían desarrollado. El crecimiento económico era notable en el
sector agropecuario destinado a la exportación y en las industrias vinculadas con él o que
atendían al consumo de la población. Al desarrollo pampeano se sumó el de regiones
como la del noroeste con los ingenios azucareros (Tucumán, Salta, Jujuy, en menor
medida Chaco y Santiago del Estero) o las provincias cuyanas con la industria vitivinícola.
La infraestructura (los ferrocarriles en primer lugar), la producción y el consumo tendieron
a la formación de un mercado nacional que se condecía con la consolidación del Estado y
una población crecientemente nacionalizada a través de la escuela primaria.
Como contracara, la Ley de Defensa Social (ampliatoria de la Ley de Residencia) y el
estado de sitio que imperó durante los festejos del Centenario daban cuenta de la
“cuestión social” visible desde la primera huelga general de 1902. Los salarios, el costo de
vida y las condiciones de trabajo habían dado lugar a la formación de un movimiento
obrero liderado por anarquistas organizados en la Federación Obrera Regional Argentina
(FORA), que hacían sus reclamos mediante huelgas pero también actos violentos. La
restricción política impuesta por una máquina electoral controlada por grupos facciosos y
el federalismo jaqueado por el Estado central (integrado por dirigencias ya
nacionalizadas), que intervenía en las provincias o avanzaba sobre sus impuestos,
formaban parte de la agenda política. De una manera que aún no se consideraba
alarmante, la marginación de provincias que subsistían gracias al empleo público daba
cuenta del desequilibrio en parte originado por el cambio de eje de la economía, ahora
plenamente integrada al Atlántico. Importantes logros y serias cuestiones pendientes
formaban parte, pues, del balance de algo menos de cien años de vida independiente.
Documento 30
El Régimen oligárquico.
Discurso de Julio A Roca al asumir la presidencia ante el Congreso de la Nación, Buenos
Aires, 12 de octubre de 1880.
[…]
El Congreso en 1880 ha complementado el sistema del Gobierno representativo y puede
decirse que desde hoy empieza recién a ejecutarse el régimen de la Constitución en toda
su plenitud. La ley que acabáis de sancionar fijando la capital definitiva de la República,
es el punto de partida para una nueva era en que el gobierno podrá ejercer su acción con
entera libertad, exento de las luchas diarias y deprimentes de su autoridad que venía a
sostener para defender sus prerrogativas contra las pretensiones invasoras de
funcionarios subalternos. Ella responde a la suprema aspiración del pueblo, porque
significa la consolidación de la unión, y el imperio de la paz por largos años. Su
realización era ya una necesidad inevitable …
En adelante, libres de estas preocupaciones y de conmociones internas, que a cada
momento ponían en peligro todo, hasta la integridad de la República, podrá el gobierno
consagrarse a la tarea de la administración y a las labores fecundas de la paz; y cerrado
de una vez y para siempre el período revolucionario, que ha detenido constantemente
nuestra marcha regular, en breve cosecharemos los frutos de vuestro acierto y entereza.
Al tomar a mi cargo la administración general del país, dos preocupaciones
principalmente me dominan sobre todas las demás: el Ejército y las vías de comunicación.
[…]
La República cuenta con un ejército modelo por su abnegación, sufrido en las fatigas,
valiente en el combate, leal y fiel a su bandera; pero a merced del arbitrario, sin reglas de
proceder, ni leyes que lo organicen bajo un plan regular y sistemático.
Consagraré a las reformas que son reclamadas en este ramo mis mayores esfuerzos,
para evitar los peligros del militarismo… y para hacer del ejército una verdadera
institución, según la Constitución lo entiende y el progreso moderno lo exige.
[…]
En cuanto a las vías de comunicación, representan para mí una necesidad imperiosa e
ineludible, cuya satisfacción no puede retardarse sin menoscabo del bienestar común. Es
indispensable que los ferrocarriles alcancen en el menor tiempo posible sus cabeceras
naturales por el norte, por el oeste y por el este, con sus ramales adyacentes,
complementando el sistema de viabilidad y vinculando por sus intereses materiales a
todas las provincias entre sí.
El que haya seguido con atención la marcha de este país, ha podido notar, como vosotros
lo sabéis, la profunda revolución económica, social y política que el camino de hierro y el
telégrafo operan a medida que penetran en el interior. Con estos agentes poderosos de la
civilización se ha afianzado la unidad nacional, se ha vencido y exterminado el espíritu de
la montonera y se ha hecho posible la solución de problemas que parecían irresolubles,
por lo menos al presente.
Provincias ricas y feraces sólo esperan la llegada del ferrocarril para centuplicar sus
fuerzas productoras con la facilidad que les ofrezca de traer a los mercados y puertos del
litoral sus variados y óptimos frutos, que comprenden todos los reinos de la naturaleza.
[…]
Debo, sin embargo, hacer especial mención de la necesidad que hay de poblar los
territorios desiertos, ayer habitados por las tribus salvajes, y hoy asiento posible de
numerosas poblaciones, como el medio más eficaz de asegurar su dominio.
Continuaré las operaciones militares sobre el sur y el norte de las líneas actuales de
frontera, hasta completar el sometimiento de los indios de la Patagonia y del Chaco, para
dejar borradas para siempre las fronteras militares, y a fin de que no haya un solo palmo
de tierra argentina que no se halle bajo la jurisdicción de las leyes de la nación.
[…]
No hay felizmente un solo argentino, en estos momentos, que no comprenda que el
secreto de nuestra prosperidad consiste en la conservación de la paz y el acatamiento
absoluto a la Constitución; y no se necesitan seguramente las sobresalientes calidades de
los hombres superiores para hacer un gobierno recto, honesto y progresista.
Puedo así sin jactancia y con verdad deciros que la divisa de mi gobierno será Paz y
Administración.”
Documento 31
La oposición radical.
Leandro N. Alem, discurso en el Senado de la Nación, 1891 (fragmento).
“Se ha dicho, con razón, que hay un malestar en el país, y se ha agregado que la
revolución está en todas partes.
Ciertamente, hay un gran malestar en el país, y la revolución está en todas partes; lo que
falta averiguar es la causa de este malestar y quiénes son verdaderamente los
revolucionarios. Para mí, los revolucionarios son los que conculcan las leyes, los que
tratan de subvertir nuestro sistema, los que avasallan las libertades públicas y los que
ponen, por consiguiente, al país en una situación anormal e inconstitucional, que tiene
que producir necesariamente este estado de inquietudes y de agitaciones, este malestar
que se siente.
Los que combatimos el sistema que aún impera, no somos propiamente los
revolucionarios; somos los conservadores: de nuestra revolución puede decirse lo que
decía Macaulay de la revolución inglesa, comparándola con la francesa.
La Revolución francesa conmovió la sociedad entera y llevaba completamente una
innovación profunda en el orden político, en el orden social y en el orden económico; la
revolución inglesa no hacía otra cosa que defenderse de las usurpaciones, del
despotismo de la Corona; esto es, buscaba el restablecimiento de sus libertades y de sus
instituciones; buscaba la situación normal de que la había arrancado Carlos II con sus
obcecaciones, con los malos consejos que había recibido, con todas las usurpaciones que
había hecho en el Parlamento.
[…]
He ahí un hecho innegable. El partido popular es el partido más poderoso, es la única
fuerza organizada que existe en toda la República. No hay, señor presidente, a su frente
otra organización política en tales condiciones; no hay tal partido gubernista. ¿Dónde
están, si no, sus centros? ¿Dónde están esas manifestaciones poderosas de la opinión?
En ninguna parte las veo. ¡Cuánto tiempo y cuánto trabajo se está empleando para
restablecer, o mejor dicho, para elaborar tal vez, permítaseme la frase, para fabricar ad
hoc un partido especial, con propósitos políticos determinados! El partido popular es el
único que existe en toda la República. ¿Y por qué el partido popular hasta ahora ha
podido desenvolverse libremente? ¿Por qué el partido popular no ha podido en ninguno
de sus actos electorales triunfar en ningún Estado de la República? ¿Habrá sido por
cobardía de los pueblos? ¿Habrá sido por negligencia o por abandono? Estamos
observando lo que pasa día a día y a nadie se le ocurre eso. Está luchando brazo a brazo;
pero es, señor presidente, que está luchando con el inmenso poder de la Nación.
[…]
Yo sostengo y sostendré siempre la política de los principios: caiga o no caiga, nunca
transaré con el hecho, nunca transaré con la fuerza, nunca transaré con la inmoralidad,
nunca transaré con los conculcadores de las instituciones y de las libertades públicas.
Nunca esperaré el desenlace de ciertas situaciones para entrar en ellas; he de luchar
siempre como fuerte y como bueno, sean cuales fueren los resultados, porque para mí la
idea moral es la única que puede regenerar la sociedad. Sí, estoy de acuerdo con el señor
senador por Santa Fe: este pueblo estaba en una gran postración; había indudablemente
elementos para el incondicionalismo, incondicionalismo que no ha sido de éste ni del otro
año, sino que ha venido germinando desde la administración que nació en 1880, que fue
la que inició todos estos ataques a nuestras instituciones, y todos los ataques a la moral
política y a la moral administrativa, administración de la cual alguna vez formó parte el
señor senador por Santa Fe. Sí; este pueblo estaba preparado, yo lo he dicho en una
ocasión solemne, para la opresión; la corrupción estaba en todas partes y la peor de las
corrupciones, porque descendía desde las altas esferas gubernamentales y penetraba y
se infiltraba por así decirlo, en todas las clases sociales: esa funesta corrupción que todo
lo desconcierta y aniquila, que lacera todos los corazones, que destempla todos los
caracteres, que gangrena todas las inteligencias; esa corrupción funesta que deja a los
hombres sin ninguna noción de lo justo, de lo honesto, de lo lícito, y que, haciendo del
interés personal y de los goces materiales el único objetivo de la vida, arrastra a los
pueblos como cadáveres al pie de todas las ambiciones y de todas las tiranías.
Para atacar este mal vinieron el movimiento reaccionario del 13 de abril y el revolucionario
del 26 de julio, íntimamente ligados, porque, dígase lo que se quiera, la revolución de julio
no es más que el producto del movimiento popular del 13 de abril, en el frontón de Buenos
Aires.”
Documento 32
Manifiesto del Partido Socialista ante las elecciones del 10 de abril de 1898 en Capital
Federal.
“El Partido Socialista Obrero Argentino, compuesto en su gran mayoría de trabajadores
inteligentes y de ciudadanos honrados; que no trafica con las boletas electorales ni
corrompe conciencias y que arroja de su seno a los que cometieran fraudes; que lucha
por un programa en el cual figuran entre algunas reformas de inmediata aplicación la
separación de la Iglesia del Estado; las 8 horas para los trabajadores y la fácil
naturalización de los extranjeros; que representa la causa del trabajo, la paz, el orden y la
probidad en medio de un régimen de rapacidad y de desorden; este Partido joven pero
robusto por la causa que defiende, solicita y espera vuestros votos.
Elegid, trabajadores argentinos, entre los que no representan más que el fraude, la
mentira y los bajos intereses de una clase rica pero ignorante, y los que representan los
verdaderos intereses del pueblo, que son los que trabajan y producen.
Trabajadores, ciudadanos: Votad por los candidatos socialistas.”
Documento 33
“Estos antecedentes son indispensables para comprender la vida política del país. Ella
está sujeta a un ritmo periódico que guarda correspondencia con las épocas de la
renovación de la presidencia de la República. Poco después de instalado un nuevo
presidente, se comienza a examinar las opiniones de los gobernadores sobre los
candidatos probables para la presidencia venidera. Los amigos íntimos del presidente
desempeñan en este balance un papel importante. La influencia presidencial empieza a
hacerse sentir poco a poco, en favor de los gobernadores cuyas opiniones electorales
halagan y en contra de aquellos que manifiestan o dejan sospechar ideas contrarias. Los
politiqueros acomodaticios se esmeran en consultar los más pequeños indicios, para
descubrir el verdadero rumbo de la voluntad del presidente acerca del ciudadano que le
ha de suceder. Hay entre estos politiqueros hay hombres realmente astutos, que saben
guiarse con éxito en una maraña de conjeturas en que otros se pierden. Uno de los
hombres más influyentes de la República les ha calificado con la palabra descriptiva de
rumbeadores. Encontrado el rumbo, el acomodo es fácil.
[…]
El cálculo de probabilidades a favor de los candidatos se hace sobre la base de la actitud
de los gobernadores. Cada provincia figura en el balance electoral con la opinión de su
gobernador; porque la regla es que los electores presidenciales de una provincia voten
por el candidato que su gobernador apoye.
[…]
El juicio político (impeachment) es de uso frecuente contra los gobernadores que estorban
a la política presidencial, cuando éste cuenta con mayoría en la legislatura de la provincia.
En estos casos, si las mayorías de las Cámaras no alcanzan a los dos tercios de votos
que exigen las constituciones para acusar y condenar, suele echarse mano de todo
género de ardides para conseguir esa proporción, inclusive la destitución infundada de
algunos miembros de la minoría. No es raro que el juicio político y la sedición se
combinen, como sucedió, por ejemplo, en Santiago del Estero en 1884. Un motín expulsó
al gobernador de la casa de gobierno y en seguida la legislatura lo destituyó, previo el
simulacro de un juicio político, entregando el poder ejecutivo al vicegobernador, que era
partidario del ciudadano que fue poco después electo presidente de la República. El
gobernador derribado no había querido comprometer opinión en favor de ningún
candidato.
Mientras estos elementos oficiales actúan en la forma que queda descripta, ¿qué hace el
pueblo? El pueblo se divide de ordinario en tres partes, a saber: los situacionistas, o
amigos del gobernador, en la provincia, o del presidente, en la capital; los opositores, o
adversarios del gobernador o del presidente; y los neutrales, comprendiendo en este
género a todos los que por indiferencia, desencantos o cualquier otra razón, no toman
parte activa en los movimientos electorales. Este tercer grupo ha crecido mucho en los
últimos treinta años. Ni los situacionistas, ni los opositores adoptan generalmente
programas definidos de política o de administración. Se contentan con declaraciones
abstractas y vagas, que a nada comprometen, y con promesas jamás cumplidas de
respetar la libertad y pureza del sufragio. Se organizan por lo común en comités o clubes
políticos bajo denominaciones locales, que les permiten pasar sin dificultades de un
bando a otro en las cuestiones de orden nacional. Los términos partido provincial, unión
popular, partidos unidos, coalición electoral, y otros menos connotativos aun, circulan
constantemente por las provincias sirviendo de nombre propio a colecciones transitorias
de ciudadanos agrupados en vista del sostenimiento o del ataque de un gobernante
determinado.
[…] Paréceme que la única reforma factible, por ahora, es la que quite a los gobiernos
provinciales las facultades cuyo uso ha resultado dañoso para el pueblo y cuya
conservación no sirve para otra cosa que para obstaculizar la protección debida por el
gobierno nacional a los derechos de todos los ciudadanos.
[…]
Pienso que todas estas facultades deben serle devueltas al gobierno nacional, para que,
asumiendo, al ejercitarlas, la responsabilidad que hoy no asume en sus intervenciones
clandestinas, pueda garantir de veras al pueblo de las provincias el goce de instituciones
republicanas en la forma y en la esencia. De lo contrario seguirá siendo lo que es ahora:
la guardia de corps de todos los gobernadores complacientes, dispuesto a defenderlos
contra cualquier agresión, aunque sea provocada por la violación de los más sagrados
derechos. […] Y no solamente el gobierno nacional debe recuperar las facultades
cercenadas por la Reforma de 1860, sino que, aprovechando la experiencia propia y
ajena de los años corridos desde entonces, conviene atribuirle otras facultades más, que
en manos de las provincias son peligrosas para la libertad o para el progreso nacional.
Por ejemplo, en materia económica […]
Tales reformas constitucionales, legalizando y encauzando la tendencia centralista que se
observa en los hechos actuales, no encontrarían ninguna resistencia seria en las clases
gobernantes, cuyo sentimiento nacional es ahora mucho más intenso que en 1860. La
única dificultad consistiría en poner de acuerdo a los partidos militantes sobre la
conveniencia de concurrir patrióticamente con sus hombres más distinguidos a la
convención revisora que se convocare. Pero esa dificultad está muy lejos de ser
invencible en un país que la ha obviado ya otras veces.
[…]
Estudiando con ánimo desprevenido la práctica de las instituciones argentinas, he llegado
a persuadirme de que los vicios sustanciales que las perturban no dependen de la
estructura federal establecida por la Constitución, sino de causas más hondas que la
simple distribución del poder político entre la autoridad central y las locales. Lo que ante
todo surge con evidencia a los ojos del investigador es la incapacidad demostrada hasta
ahora por el pueblo para el ejercicio del sistema representativo, incapacidad
incapacidad que no puede
ser perpetua y se ha de ir corrigiendo gradualmente, pero que, por lo pronto, ha dado
origen a un régimen electoral desconocido por la teoría de la Constitución, aunque
aceptado por la generalidad de los ciudadanos, el régimen que distribuye
distribuye el poder de
elección entre las autoridades ejecutivas del país, nacionales, provinciales y municipales.
La verdad es que el país, al salir del dominio español y al organizarse en 1853, estaba
más preparado para el régimen federal que para el sistema
sistema representativo.”
Documento 34
Ferrocarriles: situación
ituación de los principales ramales, 1889
1889.
FC. Central
Argentino
Las férreas troncales empalman con tramos locales y regionales. Total de vías férreas en
1889 = 6.500 km.
Documento 35
Documento 36
0 5 10 15 20 25 30 35 40
Documento 37
Documento 38
Documento 39
Inmigración y colonización.
Número de colonias establecidas en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos (1881-1895).
N° colonias
160
140
120
100
80
60
40
20
0
1881-1885 1886-1890 1891-1895
15.000
10.000
5.000
0
1881-1885 1886-1890 1891-1895
Documento 40
Colonia Lucienville (desde 1902), avenida Barón Hirsch en Basavilbaso, Entre Ríos. A la
izquierda en primer plano la sinagoga.
Fuente: Jewish Colonization Association (1924).
Documento 41
1.000.000
900.000
800.000
700.000
600.000
500.000
400.000
300.000
200.000
100.000
0
1876-80 1881-85 1886-90 1891-95 1896-00 1901-05 1906-09
inmigración emigración
La gran inmigración.
“Los inmigrantes que desde varios años atrás vienen á la República, son llamados
por sus parientes y amigos, quienes les suministran los datos necesarios, prácticamente,
por el conocimiento del modo de vivir en nuestro país, en cada localidad de él. Por este
motivo, en cuanto llegan los inmigrantes, en el mismo día, tienen ya destino asegurado
Se hallan establecidos entre nosotros cerca de un millón y cien mil italianos y
setecientos mil españoles, y como ochenta y cinco mil rusos. De estas tres nacionalidades
se origina una acción poderosa de llamada, consejo, información, habilitación de
elementos, que viene á producir la inmigración de estos últimos años que ha alcanzado
en cada uno de ellos á 250.000 almas. Italia y España nos dan el inmigrante
emparentado, vinculado con los residentes, ya esas dos corrientes se han establecido con
todas las garantías de eficacia, tanto por la moralidad, selección y buenas cualidades en
general de los llamados, cuanto por la cantidad de ellos […]
[…]
Los italianos siguen formando la inmigración temporánea, pero en menor cantidad
que en los pasados años, con tendencia á desaparecer de esa categoría, por causa de la
mayor afluencia de jornaleros de otras naciones, la fijación de mayor número de
españoles en las campañas de las Provincias, y el notable crecimiento de la población
rural.
[…]
Los españoles venidos en cantidad algo menor que los italianos, han dejado un
saldo mayor… La tendencia marcada de estos nacionales es fijarse en el país; no tienen
nocion nacional clasificada, reglamentada, de la inmigración temporánea
[…] Los rusos llegados han sido 16.475… sus profesiones son todas útiles y los
agricultores que vienen entre ellos lo son verdaderamente. Los rusos llegados al país
hasta ahora alcanzan á 93.347 personas, y hay tendencia a continuar viniendo.
[…] La población siria alcanza actualmente á 60.000 almas, según la estadística
de la Dirección General de Inmigración […]
Se han esparcido por todo el territorio al amparo de su sistema de venta de
baratijas, telas y quincalla, haciendo alguno de ellos notable evolución, hasta poder
establecerse con capital y casa propia, para comerciar, participando un poco en las
industrias matrices, ganadería, agricultura y vinicultura, creándose vinculaciones sociales.
Estas son las cuatro nacionalidades de inmigrantes que dominan en el aumento de
la población, con sus peculiares condiciones.
[…]
Deduzcamos la importancia de la obra de asimilación y nacionalización, que hay
que emprender, para que se atenúen los sentimientos nacionales de esas masas
humanas y sean penetradas y apropiadas para nuestra patria, por nuestras instituciones
políticas.
El medio principal ha de ser la escuela para el adulto y para el niño, en las que, al
enseñarles nuestro idioma, se les enseñe á ser argentinos.”
Documento 43
Educación y nacionalización
Población escolar de 6 a 14 años que asiste a la escuela (1883-84).
Documento 44
100
90
80
70
60
50 1869
40 1895
30
1914
20
10
0
Total país Capital Buenos Corrientes S. del Tucumán San Juan
Federal Aires Estero
Documento 45
Documento 46
La “cuestión social”.
El anarquismo y la Ley de Residencia.
Periódico La Protesta, Buenos Aires, 13 de julio de 1905.
“Compañeros:
Indudablemente habrán llegado a vuestro conocimiento los atropellos de que es
víctima el obrero que en esta República reclama sus derechos: la ley de residencia, por la
que se arroja de este país a todo extranjero que tenga la osadía de proclamar ideales de
emancipación y la intromisión del gobierno en las luchas entre el trabajo y el capital, a
favor, como se comprende, de este último.
Un régimen de despotismo y opresión que pesa como una loza de plomo sobre el
pueblo e impide toda manifestación de vida y de energía; prisiones; deportaciones;
tormentos inquisitoriales en las cárceles; buques de guerra convertidos en presidios; un
sistema completo d acción; la vida del obrero en manos de una comisaría de
pesquistantes, tribunal que juzga y condena por sí y ante sí, y sin respetarse a la víctima
el derecho de la defensa, tal es el estado actual del obrero que en este país, llamado
como sangrienta ironía República, pretenda defender sus derechos e intereses.
La Federación Obrera Regional Argentina, con el fin de defender y garantir los
derechos desconocidos, burlados y planteados por un gobierno autócrata e inepto, ha
constituído en la ciudad de Montevideo (República Oriental del Uruguay), un comité de
Propaganda Internacional contra la Ley de Residencia (…)
Haciendo votos para que la solidaridad internacional sea pronto un hecho, os
saluda fraternalmente por el Conse
Consejo
jo Federal. F. Jaquel, secretario interino.
Buenos Aires, julio de 1905.”
Documento 47
Alfredo Palacios, Diputado por el Partido Socialista, en uno de los actos del 1° de mayo,
Buenos Aires, 1909.
Fuente: Archivo General de la Nación.
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Lista de documentos