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EL HIJO DEL JEFE - parte 2

La verdad es que esa aventura nos alcanzó durante bastante tiempo. El sólo recordarla me
ponía en un estado calamitoso y, cosa que nuca había hecho antes, lo llamaba a la oficina y le
rogaba que viniera prontito por favor. Yo lo esperaba con el vestido aquel y un poco borrachita
pues me había aficionado a tomar media botella de vino cuando me encontraba así, ya que de
lo contrario me sería insoportable la espera.
Pero poco a poco, el mismo recuerdo de aquella tarde me fue incitando a buscar más. No
sabía como insinuarlo, dado que al haber adoptado el papel de un admirador secreto, algo
rudo, no podía decirle claramente lo que me pasaba ya que esto, consideraba, rompería con
toda la magia.
Todos los días revisaba mi correo por ver si me había escrito algo y lo mismo hacía con mi
teléfono celular, pero nunca encontraba nada, lo que me desesperaba ¿por qué no me
escribe? Me decía, es muy malo, ¿acaso no ve cómo me tiene? y cada vez que llegaba a la
casa me arrojaba sobre él y lo llenaba de besos y le rogaba que me la metiera hasta el fondo,
bien adentro, más, mucho más, que terminara conmigo, que me matara, que quería morir con
su verga adentro.
Pero pasaban los días, primero, y después los meses, y no había vuelto a tener otra aventura
como la anterior. Decidí tomar la iniciativa, total en eso habíamos quedado, en que yo también
intentaría darle alguna vez una sorpresa. Claro que no sabía como hacer, así que solo le
escribí a la dirección electrónica desde donde me habían enviado la primera carta. Traté de
ser escueta. Mientras escribía tenía los labios resecos, los pezones tiesos, las piernas
apretadas, sentía mis muslos frotarse uno junto al otro. Sólo le puse: ya no te acuerdas de mí.
Me has abandonado.
Al día siguiente recibí su respuesta: Muy bien puta, eso me gusta, ahora tienes que rogarme
que me haga cargo de ti. De inmediato le contesté: Por favor hazte cargo de mí, no me
abandones, te lo ruego. El me contestó: muy pronto tendrás noticias mías, he decidido
romperte el culazo que tienes. Una puta que se respete debe tener el culo bien abierto. Sé que
tu marido nunca te la ha metido por el culo así que yo debo poner remedio a eso.
Me quedé helada. Efectivamente, nunca había querido penetrarme por allí y yo nunca lo había
extrañado, pero era evidente que mi trasero despertaba la inquietud no sólo de él sino de casi
todos los hombres que conocía, y desde ese día en la calle con el vestidito fucsia yo también
sospechaba que me aguardaban intensos placeres por allí aunque temía que me doliera y por
eso nunca me había atrevido a insinuarme al respecto. Ahora todo indicaba que pronto tendría
que afrontar esa posibilidad. Decidí que si me resultaba doloroso desistiría del juego. Lo
importante de este juego es gozar, me dije, no sufrir y con eso me quedé muy tranquila.
Para esto llegaron las fiestas navideñas y, como todos los años, la oficina organizó una
reunión para festejarlas. Yo, como se comprenderá, renuncié a ir. No había depuesto mi
amargura y antipatía por el aniñado del hijito de papá que le había quitado el puesto a mi
marido y, a pesar de que él no había dejado de elogiarlo cada vez que podía, y que era
evidente su intención de hacerme cambiar de opinión, en vez de eso no había conseguido
sino todo lo contrario, que mi animadversión empeorara y cada vez que lo oía llamarlo
"juancito" tenía que hacer denodados esfuerzos para no dar de alaridos. De manera que le
dije con toda firmeza que de ninguna manera contara conmigo, que no iría, y no, y no, y no.
Pero los hombres tienen todos una porción de maldad que aflora en los momentos peor
indicados. Empezó a castigarme con su indiferencia justo cuando yo más lo necesitaba, justo
cuando esperaba con tanta ilusión su nueva fantasía. No hubo fantasía de ninguna especie y
no contento con ello también en la casa se mostraba distante, malhumorado. ¡Ah, muy bien!
Me dije, con que esas tenemos, pues como tú quieras.
El día de la famosa reunión se duchó, cambió, afeitó, perfumó, etc, con una parsimonia
exasperante. Yo estaba furiosa pero me hacía la indiferente. Por supuesto descorché una
botella de tinto muy seco y me puse a beber y a ojear una revista como si tal cosa. El sabía
cómo me ponía el vino, así que era una forma de fastidiarlo, qué me importa, me decía,
cuando me haga efecto el vino él ya se habrá ido y entonces me masturbaré a conciencia
¿para qué necesitamos a los hombres? Sólo sirven para hacernos renegar. Por fin me dijo,
bueno amor entonces me despido, que pases bonita tarde. Irónico encima, pensé yo. Claro
que sí, le contesté, hay un montón de cosas que puedo hacer sola. Excelente, que te diviertas,
después me cuentas. Lárgate, pensé yo, te odio, ya un poco picada por el vino y le di un beso
con una sonrisa.
Me quedé solita sin saber que hacer aparte de renegar. Por último me dije, a mí que me
importa y puse el equipo de música a todo volumen, pasaban un buen rock, Satisfaction, de
los rollings stone. Descorché otra botella y me puse a bailar. Pero mientras más bailaba y más
tomaba, más me excitaba y más molesta me ponía. No sé cuanto rato estuve así, pero ya
había oscurecido y la segunda botella estaba casi vacía cuando escuché el timbre de la
puerta. Fui corriendo a abrir porque pensé que era él que volvía, pero me di con la sorpresa de
encontrarme con Gladis, su secretaria. Detrás de ella, en la pista, estaba cuadrado un carro de
la compañía.
Pero querida ¿qué es esto? Me dijo, no puede ser, he venido a llevarte a la fiesta, todo el
mundo pregunta por ti. No quiero ir le dije, estoy molesta, los hombres son todos unos
estúpidos. Ella se quedó mirándome y de pronto me soltó: de verdad que eres una engreída y
una majadera, de verdad que el ingeniero Gómez tuvo mala suerte contigo, de verdad que no
aprecias lo que hace por ti. ¿Crees que para él es fácil? Pero a ti nada te importa, sólo te
interesa que alguien haga algo para que tu puedas estar aquí tomando y bailando y dándote la
gran vida y no importa qué sacrificios tenga que hacer él por ti...Me quedé helada,
nuevamente mi egoísmo me había impedido ver las cosas. Oh Dios, pensé, pobrecito, debo
estar con él. Gladis debo bañarme y alistarme, por favor ayúdame, debo estar hermosa para
que él esté orgulloso de mí. Esa es mi chica, me dijo, tú ve duchándote mientras yo te escojo
la ropa.
El agua fría de la ducha me disipó un poco, había tomado mucho, pero sentía mi corazón
henchido de amor y mi cuerpo excitado por verlo y por abrazarlo y por sentirlo pegado a mí.
Gladis me había separado mi traje sastre, el que lucía en la foto que mi esposo tenía sobre su
escritorio y una ropa interior blanca calada, con bordados, muy rica, aunque me dio un poco
de vergüenza que ella la viera porque era algo atrevida y las bragas se me metían por detrás.
Tuve un ingreso triunfal. Es muy hermoso sentirse así de apreciada, todo el mundo me
aplaudía y decía cosas amables, incluso me piropeaban, todos estaban, también, algo
bebidos. Me sentí muy feliz de estar allí, y se me quitó la incomodidad que había sentido al
vestirme y notar que había engordado un poco y que el traje me quedaba algo ajustado.
Además los zapatos que me había escogido Gladis eran de taco muy alto por lo que la falda
parecía más corta, pero dado que había prisa no pude protestar mucho y al final Gladis me
sacó de mi casa casi empujándome, me subió al auto y en un tris estábamos en la oficina.
Al ver el recibimiento que me hacían me olvidé de esa incomodidad y me sentí a mis anchas.
Fui directamente donde mi marido y me abracé a él y lo besé en la boca ante los silbidos,
algarabía, festejos y risas de todos. Por supuesto el niñato indeseable del bebé del dueño de
la empresa se acercó a saludarme. Antes de que se le ocurriera hacerlo con un beso yo le
estiré la mano y le dediqué mi más gélida sonrisa. Estaba dispuesta a ponerlo en su lugar, en
eso me propuse ser intransigente. Después me dediqué a ignorarlo y a pasarla bien
conversando con todo el mundo menos con él.
Apenas sonó mi celular sentí que se me erizaba la piel, busqué a mi marido con la mirada
pero no lo hallé, contesté con los músculos del abdomen contraídos y una sensación de vacío
en el estómago. La voz dijo: ve al baño, puta. Volví a buscarlo, pero no estaba por ninguna
parte. Una vez en el baño me ordenó, siéntate en el excusado, quítate el calzón de puta que te
has puesto, métetelo en la boca y mastúrbate. Dios, cómo podía conseguir que me mojara
tanto sólo diciéndome esas cosas. Obedecí rendida, entregada y al borde del orgasmo. Sí, le
dije a la voz en el teléfono, te extrañé tanto, por fin te acuerdas de mí ¿Te gusta puta? Oh, si,
me gusta lo que haces conmigo ¿Te gusta ser mi puta? Oh sí, sí, debes obligarme a putear,
debes emputecerme completamente. Muy bien, ahora quítate el sostén y déjalo junto con el
calzón encima de la taza del baño, luego sal de allí y vas a la oficina de tu esposo, te
desnudas completamente, quiero que estés completamente calata, sólo te dejarás los
zapatos, cuelgas tu ropa en el perchero que está al lado de la puerta, te sientas en la silla,
pones las piernas bien abiertas sobre el escritorio y te metes el consolador que está en el
primer cajón, después iré a romperte el culo ¿has entendido? Oh sí, le dije, lo haré, lo haré
todo como me dices amor.
Salí de allí temblando y crucé por la oficina delante de todo el mundo, pensé que si fueran
observadores se darían cuanta de que iba sin calzón ya que cuando lo llevaba se me marcaba
en la falda. Vi a mi esposo al otro lado del salón, me sonreía, yo también le sonreí, abrí la
puerta y me metí a su despacho.
Desde allí podía observarlo todo puesto que tenía un amplio ventanal con vidrio polarizado
que impedía que los que estaban fuera vieran el interior de la oficina, pero que permitían que
desde el interior se viera perfectamente hacia fuera. Se había diseñado así con el propósito de
que mi marido pudiera controlar que los empleados se dedicaran a sus labores sin
distracciones ni perdidas de tiempo.
Eso potenció mucho más mi excitación, era indescriptible la sensación que me producía estar
allí completamente desnuda (excepto por los zapatos) introduciéndome ese grueso pene de
látex en la vagina y lamiéndome un pezón duro como un tarugo de madera, mientras veía a
todos los empleados beber, reír, conversar, bailar, etc. Incluso algunos dirigían la mirada hacia
la ventana, puesto que muchos me había visto entrar. Seguro se preguntarían qué estaría
haciendo solita la mujer del ingeniero en su oficina, ignorantes de que yo estaba teniendo un
orgasmo tras otro delante de ellos.
Fue en ese instante cuando Juan abrió la puerta de par en par con exasperante parsimonia,
entró en la oficina y la cerró detrás de si. Yo me quedé helada, sin atinar a hacer nada,
inmóvil, como estaba, con las piernas abiertas, totalmente expuesta, con mi lengua sobre un
pezón y con el consolador completamente dentro de mí. Encima pude notar que varias
personas, que justo estaban por allí pudieron verme con toda claridad. Juan se acercó al
escritorio, marcó un número de teléfono, apretó el botón del altavoz y esperó. Yo lo miraba
con los ojos desmesuradamente abiertos, lo único que había sido capaz de hacer era dejar de
lamerme el pezón.
¿Diga? Aquí seguridad, oí una voz en el teléfono. Sí, seguridad, dijo él, habla el arquitecto
Juan Benavente, vengan inmediatamente al despacho del ingeniero Gómez para retirar de las
instalaciones a la esposa del ingeniero. Sí arquitecto, enseguida vamos. Prepárate a salir
calata delante de todos, te gusta jugar a ser puta ¿no? Pues hoy se acabó el juego, hoy todo
el mundo verá que lo eres de verdad. No, por favor, no me hagas esto, atiné a decir, te lo
ruego. Pues tienes muy poco tiempo, háblales tú misma, diles algo, convéncelos mientras yo
te chupo la concha y, sobre todo, no se te ocurra cortar la comunicación. ¿Escuchaste eso?
Volvió a decir el altavoz del teléfono. Por supuesto que escuché, es el arquitecto juancito con
la señora Lucia, la esposa del ingeniero Gómez. Ya sé, idiota, me refiero a si escuchaste que
el arquitecto le va ha chupar la concha a la señora Lucia. Claro que sí, no estoy sordo...Bueno
arquitecto, entonces vamos para allá de inmediato. No, escuchen, habla Lucia Gómez, la
esposa del ingeniero Gómez, fue sólo una falsa alarma, ohhhhhhh. ¿Se siente bien señora?
sí, sólo fue un vahído, no será necesario que vengan, estoy bien, el arquitecto se preocupó
por mí, pero no es nada.
El miserable me había recostado sobre el escritorio, había colocado el teléfono al lado de mi
mejilla y me mantenía con las piernas abiertas mientras introducía su lengua en mi vagina.
Vaya, esta concha está súper empapada, nunca le había lamido la concha a una puta tan
cachonda, dijo. Oh Dios, basta por favor, en cualquier momento entrará mi marido, no me
hagas esto te lo ruego. Tranquila putita, no te preocupes por él, en estos momentos está muy
ocupado, más bien ahora te voy a meter la lengua al culo, ponte en cuatro sobre el escritorio
para estar más cómodos. Eso, eso, arquitecto, métale la lengua al culo. Señora Lucia, déjeme
decirle que tiene usted el culo mas bello que he visto en mi vida, continuaba hablando el
teléfono, aquí en seguridad todos estamos de acuerdo. Vamos arquitecto póngala en cuatro
como una buena puta y perfórele el culo con la lengua. Yo hacía denodados esfuerzos por no
gemir pero cuando el maldito me introdujo el consolador por la vagina sin dejar de lamerme el
ano no pude más y emití ronco y prolongado suspiro. Eso es señora Lucía, ladre con
confianza, se nota que ha tenido su primer orgasmo del día, corearon desde el teléfono.
Al parecer las personas que me habían visto cuando Juan abrió la puerta habían hecho correr
la voz, porque notaba que varios dirigían sus miradas hacia el ventanal intentando ver al
interior. Yo estaba angustiada pensando que en cualquier momento mi esposo entraría a la
oficina y más bien me sorprendía que aún no lo hubiera hecho y por otro lado me aterraba
pensar que las habladurías pudieran llegar a sus oídos. No sabía qué era lo que iba a ocurrir
primero y lágrimas de desesperación rodaban por mis mejillas.
Bueno puta es hora de meterte la verga hasta el fondo, ven por acá. Muy bien arquitecto,
métasela todita, enséñele a esa puta de que está hecha esa pinga, jajajaja, hoy no se podrá
quejar señora Lucia, va a salir bien despachada de aquí. Juan me llevó hasta el ventanal y me
hizo apoyar las manos en él, inclinándome hacia delante. Estaba parada con las piernas bien
abiertas y me hizo levantar mucho el trasero, me metió el miembro de un solo envión y mi
mejilla se tuvo que apoyar en la ventana. Podía ver a las personas que se reían y
conversaban con sus tragos en la mano y cómo algunos lanzaban escudriñantes miradas al
ventanal. Juan me daba muy duro y muy rápido y yo, por más esfuerzos que hacía, no podía
evitar los gruesos gemidos que se escapaban de mi boca. De pronto se inclinó hacia delante y
escupió en la ventana. Ahora lame lo que acabo de escupir puta, me dijo, abre bien la boca y
saca la lengua mamona que tienes, esa con que te encanta chupar verga y lame bien esa
ventana mientras yo te clavo la concha. No, por favor, eso no, es asqueroso, no me pidas eso,
le rogué. Lame, puta, si no quieres que te saque ahora mismo, así clavada, para que todos
vean lo puta que es la esposa del ingeniero Gómez. Lama bien la ventana señora Lucia,
saque su lengüita mientras recibe su buena ración de pinga. Tuve que hacerlo, era evidente
que Juan no bromeaba, no podía permitirme correr ningún riesgo. Con dificultad, mientras
recibía los embates de Juan y mis senos se balanceaban para adelante y para atrás lamí todo
el escupitajo de la ventana a la vez que veía a un grupo de personas que se había
aglomerado frente a ella y miraba hacia adentro, me parecía que me podían ver, aunque sabía
que esto era imposible, pero yo me sentía así, como si me estuvieran viendo. Eso es puta, lo
has hecho muy bien, ahora de nuevo, y volvió a escupir. Siga lamiendo esa ventana señora
Lucia, hágalo a conciencia, intervinieron desde el teléfono.
Quienes estaban frente a la ventana sonreían, brindaban entre ellos y le pasaban la voz a
otros más que se unían al grupo. Mi esposo, al fondo del salón, conversaba animadamente
con Gladis, pero al ver a la gente parada frente a la ventana de su oficina empezó a mirar
también con curiosidad en esa dirección. Me constaba que me había visto entrar y estaba casi
segura de que también habría visto entrar a Juan, por lo que en mi desesperación le supliqué
a éste: por piedad date prisa juancito, te lo ruego, ahora si que vendrá mi esposo, juancito, ten
compasión, oh Dios, ya basta, ya no puedo más, no me aguanto más juancito, ohhhhhhhh.
Efectivamente, toda mi resistencia se había quebrado, a duras penas conseguía mantenerme
de pie. Yo misma apoyé mi mejilla en la ventana y aunque no había mas saliva allí saqué mi
lengua y lamía todo mientras juancito me penetraba una y otra vez. Vaya, el arquitecto le está
metiendo buena verga a la puta esa, escuchen cómo no para de ladrar esos gemidos
riquísimos, vamos señora Lucía, no sea tímida, aquí nos estamos haciendo sendas pajas
escuchando sus orgasmos. Vamos cariño, me tranquilizó juancito, ya te he dicho que no te
preocupes por él, además ahora toca lo más importante, es hora de romperte el culo. Eso es
arquitecto, estalló el teléfono, destrócele el culo, vamos arquitecto, hágalo por nosotros...
Juancito colocó el sillón rodante frente a la ventana y se sentó, a mí me colocó de espaldas a
él para que pudiera seguir viendo lo que ocurría en el salón con las piernas abiertas y los pies
apoyados en los brazos del sillón, me levantó con sus enormes manos sosteniéndome desde
debajo de las nalgas y me sentó sobre la punta de su pene, sentí cómo la punta hirviendo del
glande se acomodaba, buscaba el centro de mi ano hasta ubicarse perfectamente como si
tuviera voluntad propia. Yo estaba un poco inclinada hacia atrás, con la espalda apoyada en el
pecho de juancito y las manos en el asiento del sillón. El ventanal además de permitirme ver
claramente a las personas en el salón de la oficina, también reflejaba mi imagen, me parecía
increíble que esa persona fuera yo, mi rostro no respondía a mis mandatos y por más que
intentaba adoptar un aire sereno tenía el ceño ligeramente fruncido, los ojos entornados, la
mirada lánguida, la boca medio abierta, y mi lengua recorría mis labios una y otra vez en un
inútil intento por refrescarlos.
Ahora cógete las pantorrillas y lleva tus piernas hacia atrás, me ordenó, quiero que tus tobillos
estén a la altura de tus orejas, pero que mantengas las piernas abiertas como una buena puta
para ver bien tus tetazas reflejarse en la ventana.
En ese momento escuché otra voz que se incorporaba al concierto del teléfono ¿qué diablos
es lo que ocurre aquí? ¿qué desorden es este? Preguntó. Buenas noches señor supervisor,
disculpe usted, es que el arquitecto Juan está a punto de romperle el culo a la esposa del
ingeniero Gómez. Vaya, ¿pero qué es lo que están diciendo? Dejen de hablar tonterías y
todos vuelvan a sus puestos. Es verdad Supervisor, lo estamos escuchando todo desde aquí,
la mujer es toda una puta y no ha parado de gozar desde que comenzaron. Yo le he contado
cuatro orgasmos supervisor, terció otra voz. ¿Así? ¿Pero es cierto lo que dicen? No puede
ser, bueno, pensándolo bien ya era hora ¿no? Todo el mundo sabe que el ingeniero Gómez
es un inútil que no sirve para nada, ni siquiera se acuerda de cómo se lee un plano el pobre,
no podría supervisar ni una mezcla de cemento y arena. Si quiere seguir recibiendo su buen
sueldo es justo que el hijo del dueño se culee a su mujer. Sí, así es, es lo que decíamos aquí,
es lo más justo, si no se quiere ir a la calle su mujer debe entregarle el culo al hijo del dueño,
además es un culo como no hay en ninguna parte, es perfecto, ese incompetente no se
merece un culo como ese, y con la cara de puta que se maneja la mujercita no era difícil darse
cuenta de que se moría por darle el culo al arquitecto juancito, todo el mundo hablaba de que
la pobre no veía las horas de que el arquitecto la enculara y que no hacía sino insinuársele
cada vez que podía en la misma cara pelada de su marido así que por fin tendrá lo que ha
estado deseando hace tanto tiempo.
Sentí que mi esfínter se dilataba y que la cabezota gruesa del glande de juancito se introducía
por mi ano, nooooooo, volví a suplicar, me duele, me duele juancito, por favor no lo hagas,
siento que me arde, me quema, es muy grueso, me vas a destrozar, ten compasión. Poco a
poco mi mismo peso iba haciendo que resbalara hacia abajo y el grueso pene se me
introducía cada vez más y más, yo seguía agarrada a mis pantorrillas, como si estuviera
aferrada a dos columnas, no podía reconocer esa imagen en la ventana, era inconcebible que
esa persona con las piernas abiertas y levantadas de esa manera tan radical y con ese grueso
miembro horadando su ano pudiera ser yo.
En el salón de la oficina, al unísono, los empleados empezaron a decir ¡qué hable, qué hable!
¡vamos ingeniero, unas palabras como sólo usted sabe hacerlo!¡ eso es, bravo, muy bien!
Trajeron una silla y mi esposo subió sobre ella, a su lado Gladis lo ayudaba a sostenerse
cogiéndolo de las piernas. Yo tenía medio pene dentro de mí y pensé que no podría resistir un
centímetro más. Oh juancito, basta ya, detente, mira como está, me estás anchando el
trasero, no puedo creer que sea tan grueso, ya no lo soporto. Pero mi cuerpo seguía su
camino hacia abajo y pronto sentí que mis nalgas se apoyaban en sus muslos.
Gracias queridos amigos, dijo mi esposo tratando de hacer equilibrio sobre la silla, muchas
gracias.
Eso es puta, ya lo tienes todo adentro. Bravo arquitecto, bien hecho, ahora dele duro,
enséñele quien manda aquí.
Mi cuerpo ya no me pertenecía, era como una especie de trapo que juancito manipulaba a su
regalada gana. Me levantaba con sus manotas tan grandes y de dedos tan fuertes y cuando
yo creía que me liberaría de ese garrote que tenía dentro del ano me soltaba y me dejaba caer
con todo mi peso, clavándome yo misma su miembro hasta el fondo de mis entrañas y de mi
alma. Era imposible dejar de gritar cada vez que él hacía eso.
Bravo arquitecto, festejaban desde el teléfono, se nota que la puta está gozando de lo lindo,
ábrale el culo, que tenga que usar pañal, grita puta, chilla, goza, córrete.
Este es un año muy especial para todos nosotros, continuaba mi esposo, no sólo por los
éxitos profesionales obtenidos, sino porque hemos recibido la llegada de un nuevo miembro
de esta familia, un nuevo miembro que, me enorgullece decirlo, nos ha demostrado todo su
valor a lo largo de exigentes jornada laborales. No hay duda de que la empresa está en
buenas manos y que...
Juancito estiró su brazo y cogió el consolador que se había quedado sobre el escritorio. Me lo
dio y me ordenó que me lo metiera en la concha mientras él seguía embutiéndome el ano. Los
empleados habían hecho una especie de hemiciclo alrededor de mi marido cuya abertura
daba precisamente al ventanal y parecía que él hablaba como dirigiéndose a la ventana, es
más, todos miraban hacia ella en vez de mirarlo a él que era a quien deberían prestar
atención.
...Podemos decir con satisfacción que con un jefe de esas condiciones al mando del buque, el
éxito está garantizado, continuó. Por otra parte, su don de gentes, su amabilidad, su
delicadeza, su compañerismo, su respetuosa manera de ser no han hecho sino ganarle,
además del respeto que se merece por el alto cargo que ocupa, el cariño y la amistad de
todos nosotros y yo soy el primero en reconocerlo publicamente: muchas gracias señor
arquitecto Juan Benavente por ser como es y desde aquí le rogamos que no cambie nunca.
Mientras juancito continuaba levantándome y soltándome sobre su miembro yo me introducía
y sacaba como una poseída el consolador de mi vagina con toda la fuerza y rapidez de la que
era capaz.
¡Bravo! Estalló el público de mi marido ¡muy bien dicho, ingeniero! ¡sabias palabras! Cuan
honestas y sentidas y, sobre todo, exactas. Con que facilidad y sencillez enumera usted las
virtudes del arquitecto.
En ese momento sentí cómo el miembro de juancito estallaba dentro de mí con un derroche
de líquido hirviendo que me inundó toda. Él seguía pistoneándome el ano con más fuerza si
cabe, mientras un torrente de semen caliente me colmaba, me henchía. Me parecía que mis
senos se hinchaban y que pronto mis pezones expulsarían miríadas de leche, que mi vientre
se hinchaba, se colmaba, sentí que mis pantorrillas se tensaban, mis pies se estiraban hasta
los dedos, la piel de mis muslos, erizada, parecía templarse como la de un tambor. Dejé el
canorte dentro de mi vagina y con las dos manos me abrí las nalgas todo lo que pude para ver
en el ventanal cómo la lechada de juancito se desbordaba por mi ano a pesar de tenerlo
taponeado por su enorme verga. Solté un ronco gemido que era más bien como el estertor de
un animal en agonía, vi como mi esposo se acercaba a la ventana con una copa en la mano
rodeado de todos los empleados, levantaba la mano hacia la ventana y brindaba: a su salud
arquitecto juancito, que la vida le depare sólo alegrías y satisfacciones y que consiga siempre
todo lo que se proponga, absolutamente todo lo que se proponga sin excepción, salud. Eso,
salud arquitecto, sí, a su salud, lo secundaron todos los empleados, mientras yo gritaba el
orgasmo más potente que había tenido en mi vida.
Estaba tan exhausta que me derrumbé hacia atrás, mi cabeza calló sobre el hombro de
juancito. Él me giró la cabeza sin que yo hiciera nada por impedirlo y me dio un largo beso en
la boca, su lengua se metió dentro de mi boca hurgando y llenándomela de saliva, eso es puta
me dijo, luego me escupió dentro de ella y me ordenó que me pasara su saliva. Desde el
teléfono el alboroto era indescriptible; bravos, hurras y bien hecho, se escuchaban a gritos.
Juancito me obligó a pararme. Ahora vístete y sal que tu esposo debe estar pensando qué es
lo que te demora aquí conmigo. Debes ser más atenta con él, no porque hayas estado
buscando que te rompa el culo puedes ser desconsiderada con ese buen hombre que hace
tantos sacrificios por ti. Ya tienes lo que tanto querías así que ahora puedes salir y reunirte
con él. Yo me quedé estupefacta de que me hablara así, pero no supe qué decirle, de
inmediato me di cuenta de que a partir de ese momento él podría hablarme y hacerme lo que
quisiera sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Sólo acerté a pedirle mi ropa interior.
Atención seguridad, dijo él al teléfono por toda respuesta. Si arquitecto, mande usted. Me dice
la señora del ingeniero Gómez que en el baño alguien ha olvidado un calzón y un brassier.
Vayan a ver inmediatamente si es cierto y vean si pueden averiguar de quién es. A la orden
arquitecto, inmediatamente.
Bien, ya está solucionado lo de tu calzón y tu sostén ahora largo de aquí, tengo que decidir si
vale la pena que te vuelva a culear o si mejor me olvido de una puta barata como tú y de un
polvo tan insípido como éste. Yo casi me desplomo cuando lo escuché, pero él sin más se
dirigió a la puerta la abrió y salió al salón teniendo el cuidado de dejarla abierta de par en par.
Lo recibió un coro de felicitaciones, todos los empleados lo rodearon y le palmeaban los
hombros y querían brindar con él. Yo fui rápidamente a cerrar la puerta, pero fue inevitable
que otro grupo de personas me viera completamente desnuda. Estaba aterrada, me vestí
como pude, no sabía qué hacer, quería morirme, desaparecer de la tierra, cualquier cosa con
tal de no salir, pero pensé que si salía podría evitar que llegaran a los oídos de mi marido los
chismes mal intencionados y que de inmediato le diría que me encontraba indispuesta y que
me llevara a la casa. Tomé aire profundamente, y armándome de valor salí de allí.
Aquí está su bella esposa, dijo juancito, que estaba en un grupo con mi esposo, me acerqué a
ellos temblando y ya le iba a decir que nos fuéramos, cuando se aparecieron en medio del
salón dos miembros de la seguridad con mi ropa interior en la mano. Arquitecto, hemos
encontrado esta ropa en el baño, probablemente alguna dama la haya olvidado. A ver ¿qué
tenemos aquí? Dijo él, a ver permítanme esto. Yo estaba aterrada, sentía mi rostro rojísimo,
no sabía con que iría a salir y para colmo de males Gladis estaba mirando con atención las
prendas y era más que obvio que ya las había reconocido pues me lanzaba miradas furtivas
con una sonrisa socarrona en la cara.
Todo el mundo se reunió con nosotros y entre risas comentaban la escasa decencia de las
prendas, proporcional a la tela usada en su manufactura, y se las pasaban de mano en mano.
Por último juancito las pidió y se las dio a mi marido diciéndole ¿cuál es su opinión ingeniero?
El ingeniero Gómez es un experto con respecto a las mujeres muchachos, estoy seguro de
que él tendrá algo qué decir. Se hizo un silencio sepulcral mientras le alcanzaban mis prendas
a mi esposo, Gladis me miraba con unos ojos que me quemaban la piel y una sonrisa cruel,
inconcebible en mi antigua cómplice. Mi esposo tomó el calzón y lo estiró delante de todos, lo
volteó al revés y al derecho, se lo llevó a la nariz y aspiró profundamente y luego con voz muy
nítida sentenció: es de una buena zorra, no hay ninguna duda. Estallaron las risas por todos
lados y todos le festejaban la salida, luego juancito le preguntó ¿y que le parece que hagamos
con ellas ingeniero? Pues yo creo que lo mejor es que las pongamos en el periódico mural
para que la dueña las pueda reconocer y las reclame, contestó. Entre risas y hurras con unos
chinches clavaron mi ropa interior estirándola bien en el tablero de corcho que había en la
pared de la oficina. Gladis me pidió prestado mi lápiz de labios y escribió con él una nota en el
calzón que decía: mi dueña es una zorra. Me devolvió el lápiz mirándome fijamente a los ojos
entre los aplausos de la concurrencia incluido mi esposo. Bueno, ahora salud con todos, dijo
juancito, y feliz navidad.
Gladis me cogió la cabeza por la nuca y me dio un beso en los labios, con la mano derecha
me acarició el trasero por encima de la falda. Fue como si se hubiera dado una señal de
partida, porque empezaron a desfilar para saludarme. Feliz navidad, me decían, me besaban
en la boca con descaro, y me acariciaban el trasero o los senos o, incluso algunos, la dos
cosas a la vez. Gladis, a mi lado, me levantó la parte de atrás de la falda y empezó a
recorrerme las nalgas ahora sí con total desparpajo.
Yo hacía lo posible por evitar que mi marido se percatara de lo que estaba ocurriendo,
felizmente los empleados lo tapaban un poco y no pudo ver cuando Gladis se puso de rodillas
detrás de mí, me separó las nalgas con las manos y me empezó a lamer el ano. Yo lo miré
con desesperación y con un sentimiento contradictorio en el corazón: por un lado le pedía
ayuda con la mirada, le suplicaba que hiciera algo ¿es que no te das cuenta de lo que me está
pasando? Le decía ¿por qué no haces algo? Y por otro rogaba que, precisamente, no se diera
cuenta de nada.
Hace años que me moría por chuparte el culo, dijo Gladis, tan alto que me pareció una gran
suerte que mi esposo no escuchara nada, porque estoy convencida de que fue el único que no
escuchó. Salió de debajo de mí y me volvió a besar en la boca, me pasó el semen de juancito
que había recogido de allí. Ahora te lo tragas, me ordenó. Sentí que alguien frotaba su pene
desnudo sobre mis nalgas. Unos pasos más allá mi esposo observaba todo con una breve
sonrisa, tenía una dulce, beatífica mirada en el rostro. A su lado, el Arquitecto Juan
Benavente, hijo del dueño de la empresa, le decía: Ah, mi querido ingeniero Gómez, usted se
merece un nuevo aumento, sí señor, un nuevo magnífico aumento.
FIN

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