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LAS CIUDADES LAS HACEN LOS POLÍTICOS

Apuntes sobre arquitectura y política

“Las ciudades las hacen los políticos”, eso le escuché decir a Oriol
Bohígas, arquitecto, profesor universitario y autoridad en la planificación de la
ciudad de Barcelona, España, en alguna conferencia que dio, a mediados de los
años 90, para explicar el contexto de las arquitecturas de los Juegos Olímpicos,
que promovieron una importante transformación de la ciudad mediterránea.

Ciertamente, esa frase de Bohígas, era y sigue siendo una provocación,


por lo aparentemente reductivo y capsular de esa afirmación; pero, que no deja de
ser ilustrativa cuando entendemos que todo hecho construido se produce, la
mayor parte de las veces, desde los ámbitos de quienes detentan el poder, sea
este político o económico, o de los dos al mismo tiempo.

En esa oportunidad Bohígas explicó el conjunto de acuerdos políticos que


iban determinando, aguas abajo, todas las decisiones de un inmenso plan que fue
más allá de los Juegos, y que asumían la oportunidad olímpica como pivote para
la definición de una nueva Barcelona, hacia adentro y hacia afuera del país
catalán. Se percibía con claridad que todos esos planes, vinculados al proyecto
político nacionalista, cabalgaban a contravía sobre el proyecto de reunificación
española que se hacía desde Madrid.

Y ese fue el caso también de muchas otras ciudades españolas, en los


últimos 30 años, que se desarrollaron a la sombra de un endeudamiento de
dimensiones colosales, con los organismos financieros multilaterales, en el marco
de una expectativa política por ingresar en el mercado del euro y en el ambicioso
proyecto europeo de hegemonía política mundial.

Y es que las ciudades construyen su fisionomía urbana de acuerdo con los


hechos que define la política: La Caracas colonial, por ejemplo, cumplió en su
momento el rol de puente con España en la estrategia de sacar las riquezas del
territorio venezolano. La ciudad era punto de acopio y lugar de distribución de los
bienes acumulados. La cuadrícula, de tradición militar, es uno de los rasgos
característicos de esa Caracas. Alrededor de la plaza del Mercado están el edificio
del Ayuntamiento, asiento del poder político, y la Catedral, sede de la corporación
religiosa más importante.

A finales del siglo XIX se desarrolla una Caracas de inspiración francesa.


El estado republicano en formación se permite asumir valores asociados a la
representatividad: La estatuaria, los bulevares, los monumentos conmemorativos,
son parte del escenario de la ciudad. El parque El Calvario, como gesto maduro de
moderna domesticación de lo natural, y la conversión simbólica de la plaza Mayor
en plaza Bolívar, corresponden a esa sensibilidad ideológica de transformación
política.

En esos mismos años, la burguesía caraqueña en la búsqueda de


modernizar sus aspiraciones, abandona el centro de la ciudad, que está construida
con arquitecturas de borde urbano continuo, y se va a los suburbios, a la
urbanización El Paraíso, donde aparecen las primeras casonas con jardín
alrededor.

A comienzos del siglo XX, por la explotación petrolera, se desarrolla una


Caracas de orientación anglosajona, donde la burguesía actualiza sus
preferencias y los campos de golf, de la urbanización Caracas Country Club, se
convierten en la adecuada simbolización del pacto político en curso.
Progresivamente, hacia el norte de la ciudad, un rosario de urbanizaciones de
“quintas” van ocupando lo que antes eran haciendas de caña: Los Chorros, Los
Caobos, San Bernardino, La Florida, La Castellana, Altamira, Los Palos Grandes,
etc. Lo que caracterizó esas operaciones urbanas es la planificación aislada de
cada una de ellas, la negación del sistema natural de quebradas que bajan de la
montaña y la casi total ausencia de espacios públicos representativos, como
parques y plazas.

A partir de los años 50 se fortalece una Caracas de marcado acento


automotriz. Se trata de la implementación, en la ciudad de Caracas, de grandes
sistemas de avenidas y autopistas que declaran la muerte a los sistemas de trenes
y tranvías de uso colectivo. De esa época son las avenidas Urdaneta, Fuerzas
Armadas y Bolívar. En ese momento se confirman los criterios de “zonificación”
que proponen ordenar el parcelario privado de acuerdo a la capacidad del suelo
de producir renta, por la cantidad de metros cuadrados que se puedan construir.
Desde ahí los instrumentos de planificación que se desarrollan para la ciudad
asumen que el espacio público es el área residual de lo que acontece en el
espacio privado, y no al revés.

En los años 60 nuevas urbanizaciones construyen la Caracas de la


Propiedad Horizontal, con arquitecturas que progresivamente van perdiendo
calidad funcional y estética. Los barrios de los excluidos, por otra parte, crecen sin
planificación; o, mejor dicho, crecen en los lugares de la ciudad donde la
planificación les permitió construir, determinando un inmenso mosaico de injusticia
y contradicción con las postulaciones democráticas de la partidocracia
socialdemócrata y socialcristiana.

Esas distintas Caracas se hicieron sin el concurso de un Estado que


velara por los intereses de las mayorías. Fueron los intereses económicos de unos
pocos los que, principalmente, le dieron estructura a la relación de la ciudad con el
territorio. Por lo tanto, para aquellos interesados en la antropología urbana, no hay
que buscar más allá de nuestras fronteras para encontrar una verdadera ciudad
neoliberal (como es Nueva York, por ejemplo, con sus paradigmáticos
rascacielos). En Caracas, sin necesidad de hacer esas inmensas estructuras, se
han privilegiado, mucho más que generosamente, los intereses privados por
encima de los intereses colectivos. Por eso, no es casual que Caracas sea la
capital latinoamericana con menos áreas verdes públicas por habitante.

Unos años después, en el 2008, el mismo Oriol Bohígas, en unas


conferencias aquí en Caracas, comunicó la idea de que la ciudad se debe ir
pensando sobre la base de proyectos urbanos puntuales, contrariando las visiones
totalizadoras que abogan por la idea de planes abstractos, llenos de colores y
estadísticas, que refuerzan el concepto de una ciudad separada por funciones y
que no reconoce lo orgánico ciudadano.

Bohígas demostró en los hechos, por lo que ha ocurrido en la ciudad de


Barcelona, la conveniencia de proyectar la ciudad por sectores, tomando en
cuenta las dinámicas económicas que se producen entre ellos, para ir
regenerando, progresivamente, la totalidad del tejido urbano. Esa tesis, sin
embargo, no ha sido comprendida cabalmente por un sector del mundo académico
-que incluye segmentos de la izquierda política-, apegado a la planificación como
un escenario abstracto, meramente númerico, que no incorpora la figuración de la
arquitectura y el diseño urbano.

En esa oportunidad, el arquitecto catalán, sin ningún tipo de titubeos,


enfiló sus baterías en contra de la ciudad neoliberal, que se construye
exclusivamente al servicio de los intereses de la especulación inmobiliaria,
descargando importantes argumentos en contra de las arquitecturas que, por lo
general, no dialogan con el contexto y que refuerzan la discontinuidad urbana.
Bohígas insistió en la idea de que la ciudad donde segregada en usos y clases
sociales, sólo es útil a los fines de la reproducción del capital de unos pocos y
abogó por una ciudad de usos mixtos integrados y de mayor heterogeneidad
social.

Entre los años 2012 y 2015, en el marco del programa de la Gran Misión
Vivienda Venezuela, se produjo uno de los más formidables esfuerzos del estado
venezolano por incluir a una importante masa de habitantes, dentro de los
beneficios de la urbanización formal de las principales ciudades del país.

En la ciudad de Caracas, este singular esfuerzo económico y político vino


acompañado, adicionalmente, por la comprensión de que el derecho a la vivienda
debe ser entendido como un pretexto para fortalecer los tejidos de la ciudad
preexistente, y para que, en un acto de justicia redistributiva, las grandes
inversiones que ha hecho el estado venezolano en servicios de vialidad y
transporte, así como en infraestructuras de educación y salud, se acerquen
también a los sectores donde viven los más pobres.

Por eso en el programa de la Gran Misión se hizo especial énfasis en que


la inserción de nuevas viviendas fuera en las áreas centrales de la ciudad; algunas
de ellas en zonas abandonadas por el uso residencial; pero, otras, en zonas que
habían sido desarrolladas sin la adecuada heterogeneidad social.

A la frase tan rotunda de Bohígas, sobre quién hace las ciudades, no hay
nada que agregar. Las ciudades las hicieron, las hacen y las seguirán haciendo los
políticos; o, para ser más precisos, aquellos que ocupan los espacios de la
política. Son ellos los que determinan el marco legal, administrativo y financiero en
el cual se desarrollan todas las decisiones formales que vienen después: las de
los grandes y pequeños inversionistas, públicos o privado. Después vienen los
diseñadores urbanos y los arquitectos; los ingenieros y los constructores; los
maestros de obras y los obreros de la construcción. Y finalmente, los que usan
esos espacios y los viven.

De manera que lo que dijo Bohígas no es algo para alarmarse, ni para


darse golpes de pecho; lo que puede ser para colocar toda nuestra atención son
los intereses a los cuales sirve la política y de qué manera esa política, en
particular, construye los vínculos de legitimidad con el grupo de personas, o los
grupos sociales, a los cuales esa política sirve. Porque la ciudad es el escenario
vital que reproduce las contradicciones entre los grupos sociales en pugna. La
ciudad es el reflejo de las formas de dominación y supeditación política. La ciudad,
en su construcción, siempre deja testimonio de quién manda, de quién tiene el
poder, de la Lucha de Clases, pues.

No tengo dudas de que en el desarrollo de una visión cada vez más


democrática, de mayor calidad social, las visiones políticas sobre la ciudad, que
empoderan y hacen cada vez más responsable al ciudadano de sus espacios, a
través de iniciativas que entienden la ciudad como una sumatoria progresiva de
participación comunal y comunitaria, seguramente podrán definir con mayor
precisión, en el mediano plazo, la relación de los ciudadanos y sus viviendas, de
los ciudadanos y sus edificaciones de uso colectivo, de los ciudadanos y sus
espacios públicos, en el reconocimiento de que la ciudad es el mayor y más
importante hecho cultural de una sociedad.

Las ciudades, desde esa perspectiva, en un futuro cercano, no serán el


resultado de las decisiones de los políticos sino, más bien, de una sociedad
politizada, donde todo el conjunto de intereses, en la cadena de decisiones que
hacen la ciudad, estarán alineados en relación a los intereses profundos del
colectivo, y la ciudad sea el resultado de una muy hermosa sinfonía social.

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