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SOBRE EL LLAMADO FIN DEL

CICLO DEL PROGRESISMO EN


AMÉRICA DEL SUR. Por Edgar Isch L.
lalineadefuego.info enero 5, 2016 América Latina general, Izquierdas

05 de enero 2016

Desde unos meses atrás se debate sobre un fin de ciclo de los gobiernos progresistas en
nuestra región. El tema ha convocado a analistas y militantes de procedencia distinta,
pero pareciera que las respuestas dadas a esta cuestión han tenido más una urgencia de
corto plazo, incluso en fórmulas repetidas en los grandes medios de comunicación, que
un análisis teórico con carácter histórico, que pueda contribuir a la construcción de
perspectivas claras.

Sin pretender que en este artículo se logre lo segundo, parece importante plantearse
diversos temas sobre los que no ha hecho todavía un hincapié suficiente. Aquí, a modo
de preguntas, apenas se topan algunos de esos aspectos útiles, pensando la realidad más
allá de las elecciones sucedidas en Argentina y Venezuela.

¿”Fin de ciclo” o procesos que conocen sus propios límites?

La historia no se mueve en ciclos. Si lo hiciera, implicaría una sucesión continua de


fenómenos repetitivos como si se tratase de un fenómeno natural. Podemos hablar sin
duda del ciclo del agua o de otros elementos de la naturaleza, pero ello no es aplicable a
la sociedad donde existe la capacidad de organización y de construcción de hegemonía
de cada clase y sector social. Esto no niega que ciertos fenómenos vistos aisladamente
presentan rasgos cíclicos, como sucede con la periodicidad de las crisis del capitalismo.
Pero éstas pertenecen a una evolución general de la sociedad que hace que no se repitan,
sino que cada vez se presenten de manera distinta y, de hecho, cada vez las crisis se
presenta más profundas y amplias, más en forma de espiral que de ciclo eterno[1].

Junto con lo anterior, pensemos en el hecho que “los pueblos construyen la historia”
transformando la sociedad y transformándose continuamente; con avances y retrocesos
que se asemejan a un zig-zag. Acción consciente y voluntaria de los pueblos que, sin
embargo, está determinada por condiciones históricas y productivas específicas. La
ausencia de hechos predeterminados la graficaría una conocida frase de Rosa
Luxemburg:

“Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al
socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué significa ‘regresión a la barbarie’ en la

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etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con
ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento, basta mirar a
nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la
sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. (…) Tal es el
dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el
punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro
de la cultura y la humanidad” (Rosa Luxemburgo. El folleto Junius. La crisis de la
socialdemocracia alemana).

En la historia de los pueblos siempre se encuentra ese tipo de disyuntivas. Socialismo o


barbarie; guerra o revolución; colonialismo o independencia; son parte de las muchas
que recuerdan los procesos reales.

Traer la idea de ciclos cerrados a la vida social, es una variante del viejo mecanicismo.
Mecanicismo que ha sido rechazado en las ciencias sociales pero que reaparece en
distintas formas, como por ejemplo en aquella que absurdamente pretende poner como
guía de los análisis sociales aquello que sucede en los niveles subatómicos del análisis
cuántico,.

La teoría cíclica de la historia fue enunciada primero por el alemán Oswald Spengler y
luego por historiadores como Arnold Toynbee, quienes promueven a primer plano la
idea del retorno constante de la humanidad a su punto de partida. Según estas teorías, la
sociedad tiene fases ineludibles a las que llaman infancia, juventud, madurez y vejez o
primavera, verano, otoño, invierno. Fases de las que supuestamente no es posible
escapar, como si se tratase de una progresión mecánica que estuviésemos condenados a
repetir.

¿En qué condiciones aflora hoy hablar de un fin de ciclo?

Se lo hace en momentos que el progresismo evidencia su fracaso en la continuidad de


reformas que se había propuesto y que, en casos como el ecuatoriano, han sido incluso
traicionadas. Hablar del ciclo o del péndulo, en una versión bastarda de la primera tesis,
es una manera de negarse a la autocrítica. Si hay un “ciclo”, este es “inevitable” y por
tanto poco o nada se podía hacer, no hay error que reconocer. Este punto de partida es
un llamado a la pasividad y a la resignación, a abrir las puertas a la derecha ya que los
progresistas se definieron como la “nueva” izquierda del siglo XXI. Es decirnos que la
derecha y los progresistas gobernarán por turnos, pero siempre dentro de un capitalismo
imbatible, al que sólo hay la posibilidad de una tendencia más social o más centrada en
el mercado.

Distinto es pensar en el proceso real vivido bajo gobiernos que se autodenominan como
progresistas. No se los puede colocar en un mismo saco, es obvio, y las diferencias entre
Argentina o Bolivia, entre Venezuela y Ecuador o entre cualquier otro, son grandes sin
duda. Sin embargo, hay algunos caracteres que deben tomarse en cuenta, desde su
origen común en la oleada de protestas y levantamientos populares que enfrentaron al
neoliberalismo y sus golpes a la vida social, llegando a echar abajo gobiernos corruptos,
oligárquicos y representantes de determinados sectores de las clases dominantes. Luchas
que además supusieron enfrentar al imperialismo y propuestas como el ALCA, en las
que se ponía al centro al imperialismo norteamericano y su dominio multilateral de su
“patio trasero”.

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Pero, tras sus programas iniciales que se basaron en las plataformas de lucha popular
levantadas en esos combates y presentar una etapa de avances en el cumplimiento de ese
programa, poniendo orden en el funcionamiento del Estado, presentaron evidencias
claras de renunciamiento a su propio discurso. Esto les llevo a considerar que sus
enemigos principales estaban en quienes demandaban cumplimiento de los programas
de gobierno y los mandatos constitucionales. Por ello no solo el alejamiento de
organizaciones históricas, sino también la criminalización de la de la protesta popular se
generalizaron en los últimos años.

En otras palabras el “ciclo” se estaba cerrando desde el interior de los gobiernos, como
resultado de la política realmente implementada por los mismos y no sólo por los
intereses de los sectores más retardatarios de la sociedad. Es el proceso real seguido por
estos gobiernos, sus decisiones y políticas, las que lo han debilitado. Hoy, una vez
alejados del pueblo, acusan el mismo pueblo de sus derrotas y retrocesos electorales.

¿El progresismo es siempre una corriente favorable a los pueblos?

Progresismo es un término poco preciso. Por lo general, se le ha ubicado como opuesto


a lo retardatario. De allí que incluso las revoluciones capitalistas fueron en su momento
progresistas, pues implicaban superar la oscuridad feudal. Pero ese mismo ejemplo sirve
para demostrar que el progresismo puede tener consecuencias que no siempre
benefician a la mayoría, pues los primeros obreros, arrancados del campo por el despojo
de sus tierras, encontraron situaciones insalubres, violentas y de hambre en las nuevas
fábricas.

Pero si bien el carácter progresista del capitalismo estuvo ligado a su periodo


revolucionario para superar el régimen feudal, hoy el progresismo por lo general se
plantea reformas dentro del sistema vigente y no para superarlo. Eso ya le plantea
límites serios y estos se deben a la fe en torno a la idea de progreso como si fuera una
ruta permanente hacia lo mejor. Para alcanzarlo, el extractivismo y la consecuente
violencia que le acompaña no son más que unas decisiones pragmáticas. Lo dejaría
claro Rafael Correa en cadena nacional el 1 de diciembre de 2007, frente al paro de
Dayuma, provincia de Orellana que enfrentaba a las petroleras: “No crean a los
ambientalistas románticos, todo el que se opone al desarrollo del país es un terrorista”.

La defensa del extractivismo llevaría a Rafael Correa también a señalar además su fe en


el mercado y en las trasnacionales, el 7 de junio de 2008 en su cadena semanal de radio:
“Espero que los radicales izquierdistas que no creen en las compañías petroleras, las
empresas mineras, el mercado o las transnacionales se vayan de aquí…“.

Aquí el “progreso” comienza a presentarse como pretexto de un pragmatismo sin


principios y por supuesto de violencia contra los defensores de territorios ancestrales.
No importa contradecir discursos anteriores o la propia Constitución de un país. Lo que
importa es contar con recursos para mantener un sistema de bonos y algunas conquistas
arrancadas por la lucha social. Todo, además, justificando la violencia llevada a cabo
desde el Estado y planteando que se trata de dádivas del Estado. Difícil comprender a
Maduro señalando que no entregará unas viviendas porque no votaron por él[2] o a
Correa poniendo a los derechos humanos como base de un chantaje clientelar, en
declaraciones que plantean que si las poblaciones no quieren minería entonces se verán
sin diversos servicios públicos.

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Consecuentemente, el discurso progresista puede ser empleado para una tendencia
favorable a los sectores populares o una tendencia favorable a las clases dominantes.
Esto segundo., cuando el progresismo se convierte en sinónimo de modernización del
capitalismo, cuando el “progreso” del cual se habla se lo iguala con modernización del
capitalismo. Es, por supuesto un progresismo bizco, que apunta en dos direcciones al
mismo tiempo y que, tomando una metáfora del economista Alberto Acosta sobre el
gobierno del Ecuador: anuncia girar a la izquierda pero gira hacia la derecha.

Las izquierdas, aquellas que se plantean por diversas vías la superación del capitalismo,
caminarán con el progresismo mientras este sea verdadero, pero lo deben denunciar en
cuanto se vuelve discurso que enmascara a una derecha que se presenta como poseedora
de preocupaciones sociales.

Por lo dicho y observando el fuerte peso que tiene la repetición de medidas sepa líneas
de los años 70, más correcto que llamarles progresistas es definirlos como capitalistas
desarrollistas. Esto, independientemente de que fuerzas y sectores sociales apoyen en un
determinado momento a estos gobiernos.

¿A qué se debe el debilitamiento del progresismo?

En Argentina y Venezuela se habló de la existencia de un fuerte “voto castigo” que hizo


que votantes cercanos al gobiernismo se decidieran a apoyar a la oposición de derecha
neoliberal. Esto, cada vez más se suma a análisis que demuestran que los gobiernos
progresistas se vienen debilitando por sus propias acciones. Resaltando nuevamente que
hay diferencias en cada país, podemos mencionar entre las similitudes más
mencionadas: un autoritarismo que se expresa contra los sectores populares, cuya lucha
se criminaliza; una corrupción en las altas esferas que se va volviendo insoportable; una
incapacidad de resolver los problemas que determinan una indignante condición de vida
de ricos y pobres; la fragmentación y cooptación de ciertos movimientos populares; un
endeudamiento externo rápidamente creciente y condicionado por los prestamistas;
reducción de derechos laborales y sociales en diversas áreas, aunque se pueda decir que
en otros se lograron ciertos avances pero que en casos como los bonos no garantizan
ningún futuro.

Es lógico que la derecha neoliberal dispute el espacio de poder con la derecha


desarrollista como históricamente lo era entre conservadores y liberales; es lógico
también que el imperialismo norteamericano busque ampliar sus márgenes de
dominación y le molesten gobiernos que abren las puertas al imperialismo chino. De allí
que, observando los hechos, es innegable la existencia de intervencionismo contra el
gobierno chavista en Venezuela o que apoyen a opositores de derecha en Bolivia o
Argentina. Pero esto no es lo fundamental en los resultados electorales. Y no habría
tenido tanto peso, si se cumplía con los pueblos, como sucedió en muchas medidas de
los primeros años de estos gobiernos.

Decir, por ejemplo, que la prensa empresarial ganó las elecciones, es reconocer que ya
el gobierno no tenía capacidad plena de ejercer el poder político. La pérdida de respaldo
social la sufren todos los desarrollistas e insistimos, esto es resultado de sus propias
acciones. Pero si la culpa de las derrotas se mira en otros, los gobiernos desarrollistas
serán incapaces de una autocrítica real y acercarán su fin.

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Un aspecto que resalta es la manera como construyeron un poder burocrático, cada vez
más distante de las bases sociales. Por ello el poder adquirido quedó sin controles
sociales fuertes. Esto ha dado paso a la corrupción ya no como hechos aislados, sino
como característica presente de estos regímenes. Es lamentable que intelectuales de
izquierda todavía pretendan ocultar esto en Venezuela o lo es más cuando se califica de
golpistas a las manifestaciones contra la corrupción en Brasil y se retorna a la tesis de
golpe de Estado, cuando no se dijo nada sobre las manifestaciones y el derrocamiento
real del gobierno de Guatemala en el mismo 2015. Esa defensa de los corruptos
“progresistas” recuerda la expresión del presidente Roosevelt de Estado Unidos al no
poder justificar los crímenes del dictador Somoza en Nicaragua: “es un bastardo, pero
es nuestro bastardo”. Curiosa lógica que termina por proteger a los corruptos a nombre
del “proceso”.

¿Quién abre las puertas a la restauración conservadora?

Durante estos gobiernos se ha establecido también un nuevo cuerpo legal e institucional,


incluso tras asambleas constituyentes, pero dejando en el papel las partes más avanzadas
de las mismas. Ejemplos entre muchos son como en Venezuela no se ha construido el
poder comunal; en Bolivia no se logra la industrialización; o en Ecuador no se da pasos
hacia el Estado Plurinacional.

No se plantearon cambios estructurales decisivos para combatir al sistema capitalista o


iniciar una transición al socialismo, del cual cada vez hablan menos, con la excepción
del gobierno venezolano.. Al contrario, buscaron la modernización del capitalismo
mediante un capitalismo de Estado (Venezuela); un “capitalismo andino-amazónico”
(Bolivia); un desarrollismo de sustitución de importaciones como en los años 70, pero
sin lograr impulsar un aparato productivo industrial (Ecuador).

La “restauración conservadora”, como se la ha llamado, tiene antecedentes en el interior


mismo de los llamados gobiernos progresistas. Hay derechización de los discursos y de
las políticas. Hay acuerdos amplios con la derecha más radical (Brasil es el ejemplo
mayor); garantía de beneficios económicos a los poderosos; apertura a las
transnacionales; represión y criminalización de la protesta de trabajadores y pobres,
muchas veces resucitando leyes dictatoriales (algo que la burguesía agradece); un
discurso moralista atrasado; una justificación del extractivismo desde el crecimiento
económico; entre otros. El discurso conservador está impulsado desde los gobiernos que
en las medidas concretas para enfrentar la crisis recurren en medida diversa a las recetas
neoliberales.

Distinta fue la situación cuando disfrutaron de una década de elevados precios para las
materias primas que venden en el mercado internacional (petróleo, minería, gas, soya,
banano, entre otros), lo que les entregó grandes recursos para ampliar la infraestructura
y realizar programas de asistencia social mediante bonos y subsidios. Por ello, en lo
económico fortalecieron el extractivismo y la ampliación del endeudamiento externo, es
decir de una dependencia internacional que, aunque no sea igual a la del inicio de sus
regímenes, no deja de ser contraria a la tan mentada soberanía. Allí tal vez está la base
material del enfriamiento de proyectos regionales importantes como UNASUR,
CELAC, Banco del Sur y afines.

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Que ante el descenso de los precios de las materias primas (o commodities) venga la
crisis es la mayor prueba de que no hicieron ningún cambio real en la estructura
productiva del país. Demuestra también que el extractivismo no es la vía para salir del
extractivismo. Y, evidencia que lo que llamaron “milagro económico” no era nada más
que gastar los dineros que felizmente entraban en cantidades muy superiores a otros
gobiernos. Una vez que los precios altos terminaron se observa el futuro de cada país
hipotecado y el resurgimiento del neoliberalismo desde el mismo gobierno.

¿Hay una derechización de nuestras sociedades?

El voto castigo contra el fracaso de los gobiernos desarrollistas para resolver de manera
definitiva los grandes problemas de los pueblos, no empezó en las elecciones
presidenciales de Argentina. Ya se había presentado con anterioridad en la recuperación
de las capacidades de movilización de los movimientos obreros, campesinos e indígenas
de distintos países. Se expresó también en elecciones locales en las que perdieron
ciudades y territorios (como sucedió en Ecuador en febrero de 2014).

Esto nos hace pensar que hay un sector de la población que no deja de tener posiciones
a favor de un cambio trascendente y de carácter popular. Son los que no cayeron en las
redes de mecanismos gubernamentales que procuraron frenar la movilización popular y
restablecer el orden necesario para la modernización del capitalismo. Los gobiernos
progresistas, en términos generales, se destacaron por ser un freno a la acción de los
movimientos sociales y de las izquierdas revolucionarias.

Sin embargo, es indudable que muchos cayeron en la desilusión no sólo frente a las
acciones reales de los gobiernos desarrollistas, sino también al discurso que estos
mantuvieron haciendo uso demagógico de palabras como revolución y socialismo. La
derecha conservadora ha sabido utilizar este discurso a su favor, precisamente para
trabajar aspectos ideológicos de defensa del capitalismo y de ataque a un socialismo que
no se lo vivió en la región ni siquiera en lo más mínimo.

Los autodenominados progresistas construyeron una serie de tesis que generan amplia
confusión en el pensamiento social que en la oleada de luchas contra el neoliberalismo
había logrado niveles importantes de comprensión de una serie de fenómenos sociales y
de la significación del capitalismo. Entre esas tesis, tuvieron lugar importante algunas
como: el supuesto “socialismo siglo XIX” que no se plantea distribuir la riqueza y
socializarla (los bonos, que también se entregan bajo gobiernos de derecha como
Colombia o Perú, solo redistribuyen parcialmente el ingreso y no la riqueza que se
encuentren medios de producción, tierra, agua, bancos, etcétera); la socialización se
alejó de lo económico para quedar en un slogan de propaganda; la falsedad de que a la
izquierda le caracteriza el fortalecimiento del Estado, pero olvidando que para los
revolucionarios lo fundamental está en qué clase social es la que maneja el Estado (de lo
contrario, hablando de un Estado fuerte se podría creer que Pinochet era de izquierda);
que solo Estados Unidos es un país imperialista (lo que permite abrirse ante el
imperialismo chino y europeos); o que la preocupación en lo social ya hace una
revolución (entonces la madre Teresa de Calcuta es una revolucionaria).

Los sectores que se han derechizado no están en los sectores laborales, étnicos y
políticos que se han opuesto a la renuncia de los programas iniciales de gobierno de los
regímenes desarrollistas. Por el contrario, éstos han tenido una experiencia más que

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debe permitirles una mayor reflexión sobre los procesos históricos en nuestra América.
La derechización cala, por el contrario, en los sectores de miseria y de menor
organización que fueron la base social de los gobiernos desarrollistas, que fueron
receptoras de su mensaje pero que se desilusionan ante la falta de certeza sobre su
futuro. Allí es donde cala la demagogia de la derecha conservadora.

El resultado, no será el de una derechización generalizada de la sociedad, sino del


incremento de contradicciones económicas, políticas, culturales e ideológicas cuyo
destino difícilmente puede ser previsto desde hoy. En ellos destacable, la importancia de
romper la polaridad entre una derecha conservadora y una derecha desarrollista, para
que se abran paso alternativas de izquierdas plurinacionales y plurales.

[1] La referencia al movimiento en espiral está también en la concepción del tiempo de


los pueblos andinos: “Esto además responde al llamado –tiempo circular– es decir que
el tiempo y el espacio, Pacha, al avanzar hacia delante, están dando la vuelta y al dar
la vuelta, están volviendo hacia atrás, aunque nunca se regresa al mismo punto, sino a
otro nuevo, diferente.” (CONAIE, 1992 “Pachacutic” en: Nacionalidades indias N° 2).

[2] “Yo quería construir 500 mil de viviendas el próximo año, pero ahorita lo estoy
dudando. No porque no pueda construirlas, yo puedo construirlas pero te pedí tu apoyo
y no me lo diste”, dijo en Contacto con Maduro de diciembre de 2015.

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