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05 de enero 2016
Desde unos meses atrás se debate sobre un fin de ciclo de los gobiernos progresistas en
nuestra región. El tema ha convocado a analistas y militantes de procedencia distinta,
pero pareciera que las respuestas dadas a esta cuestión han tenido más una urgencia de
corto plazo, incluso en fórmulas repetidas en los grandes medios de comunicación, que
un análisis teórico con carácter histórico, que pueda contribuir a la construcción de
perspectivas claras.
Sin pretender que en este artículo se logre lo segundo, parece importante plantearse
diversos temas sobre los que no ha hecho todavía un hincapié suficiente. Aquí, a modo
de preguntas, apenas se topan algunos de esos aspectos útiles, pensando la realidad más
allá de las elecciones sucedidas en Argentina y Venezuela.
Junto con lo anterior, pensemos en el hecho que “los pueblos construyen la historia”
transformando la sociedad y transformándose continuamente; con avances y retrocesos
que se asemejan a un zig-zag. Acción consciente y voluntaria de los pueblos que, sin
embargo, está determinada por condiciones históricas y productivas específicas. La
ausencia de hechos predeterminados la graficaría una conocida frase de Rosa
Luxemburg:
“Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al
socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué significa ‘regresión a la barbarie’ en la
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etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con
ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento, basta mirar a
nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la
sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. (…) Tal es el
dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el
punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro
de la cultura y la humanidad” (Rosa Luxemburgo. El folleto Junius. La crisis de la
socialdemocracia alemana).
Traer la idea de ciclos cerrados a la vida social, es una variante del viejo mecanicismo.
Mecanicismo que ha sido rechazado en las ciencias sociales pero que reaparece en
distintas formas, como por ejemplo en aquella que absurdamente pretende poner como
guía de los análisis sociales aquello que sucede en los niveles subatómicos del análisis
cuántico,.
La teoría cíclica de la historia fue enunciada primero por el alemán Oswald Spengler y
luego por historiadores como Arnold Toynbee, quienes promueven a primer plano la
idea del retorno constante de la humanidad a su punto de partida. Según estas teorías, la
sociedad tiene fases ineludibles a las que llaman infancia, juventud, madurez y vejez o
primavera, verano, otoño, invierno. Fases de las que supuestamente no es posible
escapar, como si se tratase de una progresión mecánica que estuviésemos condenados a
repetir.
Distinto es pensar en el proceso real vivido bajo gobiernos que se autodenominan como
progresistas. No se los puede colocar en un mismo saco, es obvio, y las diferencias entre
Argentina o Bolivia, entre Venezuela y Ecuador o entre cualquier otro, son grandes sin
duda. Sin embargo, hay algunos caracteres que deben tomarse en cuenta, desde su
origen común en la oleada de protestas y levantamientos populares que enfrentaron al
neoliberalismo y sus golpes a la vida social, llegando a echar abajo gobiernos corruptos,
oligárquicos y representantes de determinados sectores de las clases dominantes. Luchas
que además supusieron enfrentar al imperialismo y propuestas como el ALCA, en las
que se ponía al centro al imperialismo norteamericano y su dominio multilateral de su
“patio trasero”.
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Pero, tras sus programas iniciales que se basaron en las plataformas de lucha popular
levantadas en esos combates y presentar una etapa de avances en el cumplimiento de ese
programa, poniendo orden en el funcionamiento del Estado, presentaron evidencias
claras de renunciamiento a su propio discurso. Esto les llevo a considerar que sus
enemigos principales estaban en quienes demandaban cumplimiento de los programas
de gobierno y los mandatos constitucionales. Por ello no solo el alejamiento de
organizaciones históricas, sino también la criminalización de la de la protesta popular se
generalizaron en los últimos años.
En otras palabras el “ciclo” se estaba cerrando desde el interior de los gobiernos, como
resultado de la política realmente implementada por los mismos y no sólo por los
intereses de los sectores más retardatarios de la sociedad. Es el proceso real seguido por
estos gobiernos, sus decisiones y políticas, las que lo han debilitado. Hoy, una vez
alejados del pueblo, acusan el mismo pueblo de sus derrotas y retrocesos electorales.
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Consecuentemente, el discurso progresista puede ser empleado para una tendencia
favorable a los sectores populares o una tendencia favorable a las clases dominantes.
Esto segundo., cuando el progresismo se convierte en sinónimo de modernización del
capitalismo, cuando el “progreso” del cual se habla se lo iguala con modernización del
capitalismo. Es, por supuesto un progresismo bizco, que apunta en dos direcciones al
mismo tiempo y que, tomando una metáfora del economista Alberto Acosta sobre el
gobierno del Ecuador: anuncia girar a la izquierda pero gira hacia la derecha.
Las izquierdas, aquellas que se plantean por diversas vías la superación del capitalismo,
caminarán con el progresismo mientras este sea verdadero, pero lo deben denunciar en
cuanto se vuelve discurso que enmascara a una derecha que se presenta como poseedora
de preocupaciones sociales.
Por lo dicho y observando el fuerte peso que tiene la repetición de medidas sepa líneas
de los años 70, más correcto que llamarles progresistas es definirlos como capitalistas
desarrollistas. Esto, independientemente de que fuerzas y sectores sociales apoyen en un
determinado momento a estos gobiernos.
Decir, por ejemplo, que la prensa empresarial ganó las elecciones, es reconocer que ya
el gobierno no tenía capacidad plena de ejercer el poder político. La pérdida de respaldo
social la sufren todos los desarrollistas e insistimos, esto es resultado de sus propias
acciones. Pero si la culpa de las derrotas se mira en otros, los gobiernos desarrollistas
serán incapaces de una autocrítica real y acercarán su fin.
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Un aspecto que resalta es la manera como construyeron un poder burocrático, cada vez
más distante de las bases sociales. Por ello el poder adquirido quedó sin controles
sociales fuertes. Esto ha dado paso a la corrupción ya no como hechos aislados, sino
como característica presente de estos regímenes. Es lamentable que intelectuales de
izquierda todavía pretendan ocultar esto en Venezuela o lo es más cuando se califica de
golpistas a las manifestaciones contra la corrupción en Brasil y se retorna a la tesis de
golpe de Estado, cuando no se dijo nada sobre las manifestaciones y el derrocamiento
real del gobierno de Guatemala en el mismo 2015. Esa defensa de los corruptos
“progresistas” recuerda la expresión del presidente Roosevelt de Estado Unidos al no
poder justificar los crímenes del dictador Somoza en Nicaragua: “es un bastardo, pero
es nuestro bastardo”. Curiosa lógica que termina por proteger a los corruptos a nombre
del “proceso”.
Distinta fue la situación cuando disfrutaron de una década de elevados precios para las
materias primas que venden en el mercado internacional (petróleo, minería, gas, soya,
banano, entre otros), lo que les entregó grandes recursos para ampliar la infraestructura
y realizar programas de asistencia social mediante bonos y subsidios. Por ello, en lo
económico fortalecieron el extractivismo y la ampliación del endeudamiento externo, es
decir de una dependencia internacional que, aunque no sea igual a la del inicio de sus
regímenes, no deja de ser contraria a la tan mentada soberanía. Allí tal vez está la base
material del enfriamiento de proyectos regionales importantes como UNASUR,
CELAC, Banco del Sur y afines.
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Que ante el descenso de los precios de las materias primas (o commodities) venga la
crisis es la mayor prueba de que no hicieron ningún cambio real en la estructura
productiva del país. Demuestra también que el extractivismo no es la vía para salir del
extractivismo. Y, evidencia que lo que llamaron “milagro económico” no era nada más
que gastar los dineros que felizmente entraban en cantidades muy superiores a otros
gobiernos. Una vez que los precios altos terminaron se observa el futuro de cada país
hipotecado y el resurgimiento del neoliberalismo desde el mismo gobierno.
El voto castigo contra el fracaso de los gobiernos desarrollistas para resolver de manera
definitiva los grandes problemas de los pueblos, no empezó en las elecciones
presidenciales de Argentina. Ya se había presentado con anterioridad en la recuperación
de las capacidades de movilización de los movimientos obreros, campesinos e indígenas
de distintos países. Se expresó también en elecciones locales en las que perdieron
ciudades y territorios (como sucedió en Ecuador en febrero de 2014).
Esto nos hace pensar que hay un sector de la población que no deja de tener posiciones
a favor de un cambio trascendente y de carácter popular. Son los que no cayeron en las
redes de mecanismos gubernamentales que procuraron frenar la movilización popular y
restablecer el orden necesario para la modernización del capitalismo. Los gobiernos
progresistas, en términos generales, se destacaron por ser un freno a la acción de los
movimientos sociales y de las izquierdas revolucionarias.
Sin embargo, es indudable que muchos cayeron en la desilusión no sólo frente a las
acciones reales de los gobiernos desarrollistas, sino también al discurso que estos
mantuvieron haciendo uso demagógico de palabras como revolución y socialismo. La
derecha conservadora ha sabido utilizar este discurso a su favor, precisamente para
trabajar aspectos ideológicos de defensa del capitalismo y de ataque a un socialismo que
no se lo vivió en la región ni siquiera en lo más mínimo.
Los autodenominados progresistas construyeron una serie de tesis que generan amplia
confusión en el pensamiento social que en la oleada de luchas contra el neoliberalismo
había logrado niveles importantes de comprensión de una serie de fenómenos sociales y
de la significación del capitalismo. Entre esas tesis, tuvieron lugar importante algunas
como: el supuesto “socialismo siglo XIX” que no se plantea distribuir la riqueza y
socializarla (los bonos, que también se entregan bajo gobiernos de derecha como
Colombia o Perú, solo redistribuyen parcialmente el ingreso y no la riqueza que se
encuentren medios de producción, tierra, agua, bancos, etcétera); la socialización se
alejó de lo económico para quedar en un slogan de propaganda; la falsedad de que a la
izquierda le caracteriza el fortalecimiento del Estado, pero olvidando que para los
revolucionarios lo fundamental está en qué clase social es la que maneja el Estado (de lo
contrario, hablando de un Estado fuerte se podría creer que Pinochet era de izquierda);
que solo Estados Unidos es un país imperialista (lo que permite abrirse ante el
imperialismo chino y europeos); o que la preocupación en lo social ya hace una
revolución (entonces la madre Teresa de Calcuta es una revolucionaria).
Los sectores que se han derechizado no están en los sectores laborales, étnicos y
políticos que se han opuesto a la renuncia de los programas iniciales de gobierno de los
regímenes desarrollistas. Por el contrario, éstos han tenido una experiencia más que
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debe permitirles una mayor reflexión sobre los procesos históricos en nuestra América.
La derechización cala, por el contrario, en los sectores de miseria y de menor
organización que fueron la base social de los gobiernos desarrollistas, que fueron
receptoras de su mensaje pero que se desilusionan ante la falta de certeza sobre su
futuro. Allí es donde cala la demagogia de la derecha conservadora.
[2] “Yo quería construir 500 mil de viviendas el próximo año, pero ahorita lo estoy
dudando. No porque no pueda construirlas, yo puedo construirlas pero te pedí tu apoyo
y no me lo diste”, dijo en Contacto con Maduro de diciembre de 2015.
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