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¿Armas biológicas: ciencia-ficción?

Ya no,
gracias a la biotecnología y la ingeniería
genética.
Andrés Augusto Hurtado Sáenz 164003415
Universidad de los Llanos. Facultad Ciencias Básica e Ingeniería.
Biología. Seminario de la investigación.

Para contextualizar al lector, el uso de microorganismos llámense virus, bacterias u


otros, o agentes bioactivos como las toxinas, con el fin de debilitar y enfermar a las
fuerzas militares enemigas, a la población civil o contaminar sus fuentes de agua y/o
alimentación, es lo que conocemos como guerra biológica o bioterrorismo.

Hasta hace un tiempo para atrás podíamos considerar al bioterrorismo como mera
ciencia-ficción. Sin embargo, en la actualidad vemos que el panorama es totalmente
diferente y está lejos de ser simples fantasías científicas, y es gracias a la aplicación de
tecnología y los avances en la ciencia que se ha alcanzado hasta el momento, con fines
militares. Actualmente podemos modificar genéticamente microorganismos patógenos,
que desde antaño ya se encontraban en nuestro planeta incluso antes de la existencia
misma del hombre y convertirlos en potentes armas.

Aparentemente la historia nos ha mostrado de manera superficial, cómo han sucedido


ciertos eventos bélicos en el mundo, por lo que parece ser que nuestros antepasados
ya sabían que la mejor manera de debilitar o eliminar a un adversario era provocándole
“enfermedades naturales”. Ya para la era clásica, los ejércitos romanos usaban
enfermos de cólera, peste o lepra para envenenar las fuentes de agua potable que
abastecían a las ciudades, con el fin de enfermar a la población civil adversaria. Aunque
no hay constancia histórica del uso deliberado de “estas armas biológicas”, se sabe que
para el s. xviii, los colonos europeos introdujeron en nuevo mundo la sífilis, la gripe, la
viruela, el cólera y el tifus de manera voluntaria.
Se han documentado que se realizaron numerosos experimentos con armamento
biológico durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial en el que incluso, en algunos
casos se utilizó contra la población civil.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos instaló un complejo de


laboratorios militares conocidos como Fuerte Detrick, ahí llegaron a trabajar centenares
de científicos, probablemente todos conseguidos de los diferentes programas de
investigación que lideraba el tercer reich, estos trabajaron en diversas investigaciones
todas con un solo propósito: el desarrollo de armas biológicas. Fue hasta 1970 cuando
el presidente Nixon declaró el cierre de la instalación rechazando el desarrollo de
agentes biológicos y toxinas. En 1972 alrededor de 131 pises entre esos el Reino
Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética firmaron la Convención de Armas
Biológicas (CAB). Este acuerdo libraba al parecer a la humanidad de este tipo de
armamento, pues fueron los mismos gobiernos quienes advirtieron que el uso de este
tipo de armas podría volverse contra sí mismos.

Sin embargo, todo cambió cuando en 1973 se consiguieron transferir genes ajenos al
propio material hereditario de determinadas bacterias. Estas nuevas técnicas de
ingeniería genética abrieron un nuevo espectro inimaginable de posibilidades vistas
hasta entonces.

Entre 1980 y 1987 el Pentágono incrementó las investigaciones en armamento


biológico. Reabrieron las instalaciones del Fuerte Detrick. En la actualidad laboratorios
de alta seguridad se estudian microorganismos de gran interés militar como el efecto de
los virus de Lasa, ebola, viruela, fiebre amarilla, gripe y fiebre de Rift, entre otras y
bacterias del ántrax, botulismo, brucelosis, la peste, el tifus y las esporas del tétanos,
así como otras 20 toxinas procedentes de serpientes, setas, escorpiones y algas.

Sin embargo Estados Unidos no es el único país que trabaja con este tipo de
armamento. Es bien sabido el incidente de 1979 en la ciudad rusa de Sverdlovsk (actual
Ekaterimburgo) cuando una explosión accidental en un complejo militar puso en
evidencia la investigación de armamento biológico por parte de los rusos. En el
incidente se liberó unos tantos miligramos de esporas de Bacillus anthracis a los pocos
días 100 personas enfermaron de ántrax de los cuales 40 murieron. El incidente tardó
13 años en ser revelado cuando Boris Yeltsin admitió que en Sverdlovsk se
desarrollaban armas biológicas, el ántrax entre otras más. Ese mismo año el Dr. Alibek,
científico en jefe de Biopreparat una instalación militar, afirmó que Rusia poseía armas
con las que se podría desatar una guerra biológica a gran escala.

Desde 1972 cuando entró en vigor la Convención de Armas Biológicas, se han


reportado casos de países desarrollando o con la capacidad para desarrollar
armamento biológico. Estos incluyen a Siria, Irán, Irak, Libia, Corea del Norte, China,
Egipto, Cuba, Taiwán, Rumania, Bulgaria, Pakistán, la India, Sudáfrica e Israel. Con la
excepción de Israel, todos los anteriores firmaron la CAB. Lo preocupante además del
desarrollo de estas armas es que si estos países cuentan con programas de desarrollo
de bioarmas, seguramente cuentan también con polígonos de ensayos secretos.
¿Cómo podríamos contrarrestar un escenario como lo es el uso de estas armas, si hoy
por hoy se siguen encontrando incidentes en diferentes investigaciones? Elevar los
controles por parte de la OMS, poco serviría; si actualmente naciones poderosas
conservan secretos en sus más altas esferas políticas, ergo su prevención/actuación se
centraría únicamente en su territorio.

Además, el factor principal para que esta situación se presente es que la producción de
este tipo de armamento a través de la ingeniería genética no viola el tratado. El
acuerdo, tolera la investigación y la producción de cantidades determinadas de
bioarmas con fines estrictamente defensivos. Pero he aquí la ironía y la controversia del
mismo: ¿dónde encontramos el límite de lo que es para uso defensivo y lo que es para
uso ofensivo? Es más, esto se ha convertido en la excusa perfecta para el desarrollo de
armas cada vez más efectivas con el argumento de una búsqueda de la “protección”
frente a un ataque.

Los gobiernos insisten en que la investigación de estas armas es con fines defensivos,
incluso así, sabemos que existe un enorme riesgo para las poblaciones que habitan en
los lugares cercanos a estas instalaciones de investigación, no querríamos otra
Sverdlovsk. Desde los inicios, los laboratorios de genética molecular han tenido unas
normativas muy estrictas para la manipulación de microorganismos: circuito de
reciclado de agua y aire, compuertas de descontaminación, entre otros protocolos más.
Pero la realidad actual es otra, muchos laboratorios tanto estatales como privados
incumplen muchas de esas normativas exigidas para esa clase de laboratorios.

La OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) menciona a 31 organismos con
el potencial real para ser usados como bioarmas. En la lista se incluyen: viruela, ántrax,
la peste, botulismo, tifus, fiebre Q, encefalitis equina venezolana, ebola y la gripe, entre
otros. De estos organismos, al parecer tanto la viruela como el ántrax son los que más
fácilmente pueden llegar a convertirse en armas biológicas.

Es bien sabido que cualquier avance o desarrollo científico, ya sea dentro de la


medicina, la informática, la física e incluso la biotecnología se utiliza en primera
instancia con fines militares. Es por ello que los actuales avances de la biotecnología le
han dado el control sobre estos programas a los militares, ubicándolos en esta nueva
era de armamento biológico.

Las numerosas ventajas de este tipo de armas las colocan sobre cualquier tipo de
armamento convencional, incluso sobre armas químicas y nucleares. Las bioarmas son
de fácil manejo, solo se requiere de pequeñas cantidades de un agente biológico para
que propague y ocasione epidemias. Además, su bajo costo de producción y desarrollo
las hace muy atractivas, sobre todo para países con pocos recursos. La revista Nature
publicó un artículo donde señalaron las enormes posibilidades que la biotecnología y
más concretamente la ingeniería genética le ofrecía a los militares, y más aún y para
infortunio de todos a grupos terroristas sobre los que se tiene muy poco control.
Como ya he señalado arriba, son muchos los patógenos que de manera indiscriminada
pueden llegar a ser liberados produciendo así una epidemia, aunque sus efectos
podrían ser atenuados por los tratamientos convencionales como los antibióticos. Sin
embargo, si se emplea el uso de técnicas moleculares, digamos; transferencia de genes
resistentes a los antibióticos, eso bastaría para que nuestra medicina convencional se
volviera obsoleta. Un ejemplo claro sería una cepa como la Yersinia pestis resistente a
16 antibióticos distintos y rediseñada en los laboratorios rusos Biopreparat.

De la misma manera con la ingeniería genética podemos transferir genes que


codifiquen síntesis de toxinas altamente tóxicas. El biofísico Steven Bloch, llegó a
plantear la posibilidad de aislar el gen causante del botulismo que es provocado por
Clostridum botulinum, que al ser anaeróbica muere ante la presencia de oxígeno, pero
si llegásemos a transferir el gen que sintetiza la toxina a una bacteria como Escherichia
coli, las posibilidades de utilizar el microorganismo como arma biológica serían
inmensas y catastróficas.

Incluso otros catedráticos moleculares afirman que existen planes para la modificación
de microorganismos como la E. coli. El procedimiento sería muy sencillo: primero
tendríamos que introducir genes de resistencia hasta hacerlas casi inmunes a los
antibióticos; luego elevaríamos su resistencia a los ácidos gastrointestinales, esto con el
fin de conseguir una propagación mayor; introduciríamos genes de algunos otros
microorganismos para que sinteticen toxinas u otras barbaridades que se nos ocurran y
finalmente, podríamos insertar un gen que la haga más invasiva, con ello podríamos
hacer que esta logre invadir otros tejidos, el resultado sería una bacteria recombinada
capaz de escapar a todas la medidas de defensa del organismo y sobrepasaría los
tratamientos convencionales de la medicina.

Siguiendo el contexto, ya hay nuevas estrategias y estudios, como la evolución


acelerada, una técnica que consiste en aislar los genes de un microorganismo
patógeno, cortarlo y realizar combinaciones distintas hasta encontrar una cepa más
eficaz, acelerando la evolución de la bacteria. Ya es sabido que el Fuerte Dietrick
también trabaja con toxinas sintéticas venenosas procedentes de bacterias, hongos y
reptiles.

Este escenario solo podría ser ejecutado, si las cepas actualmente “resguardadas” en
establecimientos de alto perfil de seguridad, cayeran en manos criminales
(fundamentalistas, terroristas, otras naciones, etc.) y fueran usadas como bioarma. Sin
embargo, este escenario no está lejos de una realidad posible, ya que conocemos las
declaraciones de individuos de alto perfil con información privilegiada al respecto.
Según expertos, estas toxinas recombinadas genéticamente son las que más
posibilidades tienen de ser empleadas, ya que su aplicación y métodos de producción
en bioingeniería son de fácil aplicación y bajo coste.

Estos expertos coinciden en que la fabricación de este tipo de armas es sencilla y


barata. Los laboratorios que se requieren son de fácil ocultación, ya que son pequeños
y no se requieren de material demasiado especializado. Por esta razón, es muy difícil
establecer normativas que verifiquen o que impidan el desarrollo de este tipo de
armamento. Basta con tener una instalación frigorífica con capacidad para unas 200
probetas para almacenar el material y los cultivos originales y así producir armas
biológicas recombinadas mediante la ingeniería genética. Sin embargo, existe una
diferencia abismal entre producir armamento convencional y producir armas biológicas
y es la seguridad. Para evitar el contagio del personal que manipula el microorganismo
patógeno se deben extremar las medidas y protocolos de seguridad.

Científicos militares creen que en cuanto a la aplicación directa se refiere, los aerosoles
serían la forma más sencilla de dispersar un agente biológico entre una población y los
ejércitos enemigos. Y una de las problemática en la utilización de estas armas es el
desconocimiento incluso para los científicos sobre los resultados de la aplicación de la
ingeniería genética a estos microorganismos. Además estiman que el poder mortífero
de estas armas puede llegar a ser mucho mayor que incluso las nucleares, además que
la infraestructura del o los blancos estaría intacta. Y aunque existen medios para
contrarrestar algunas, como el ántrax, la peste o la fiebre amarilla, si estas son
modificadas genéticamente la medicina y los protocolos de seguridad actual no tendrían
posibilidad alguna ante un microorganismo recombinado.

Otra facilidad a la hora de la producción o desarrollo de estas armas lo encontramos en


la información sobre los microorganismos. El estudio del genoma de los
microorganismos causantes de peligrosas enfermedades e infecciones, ya pueden ser
consultadas libremente en Internet, colocando al alcance de cualquiera la posibilidad
diseñar un arma biológica de forma rápida, barata y sencilla. Esto supone uno de los
grandes problemas para el control de estas bioarmas.

En resumidas fabricar una bioarma teóricamente podríamos utilizar, cualquier


microorganismo patógeno (obviamente), y solamente con un pequeño número de éstos
podremos convertirlos en un arma de un enorme potencial. Hemos de cultivar grandes
cantidades de los microorganismos que seleccionamos y que estos puedan dispersarse
con facilidad ya sea por ejemplo utilizando aerosoles u otro método de aspersión.
Además, estos agentes (los microorganismos) deber ser muy infecciosos, eso traduce a
que con una baja dosis de estos agentes, se pueda inducir la enfermedad y que
preferiblemente, el contagio pueda lograrse de persona a persona. Una característica a
tener en cuenta es su estabilidad en el ambiente con el fin de asegurar su permanencia
como agentes patógenos. Finalmente y muy importante, conocer y disponer de todas
las medidas de tratamiento y prevención frente al microorganismo seleccionado.

Como ya se he señalado arriba, algunos expertos, comparan el gran parecido que hay
entre las armas biológicas recombinadas genéticamente y las armas nucleares. Ambas
poseen un amplio radio de alcance, aunque las bioarmas tendrían un mayor alcance.
Ambas pueden contaminar zonas por décadas. Y conllevan a un riesgo muy alto en su
manipulación y producción. Sin embargo, las bioarmas tiene una clara ventaja su
utilización destruye al enemigo y dejar intacta las infraestructuras de la zona afectada, a
pesar de que la contaminación permanezca durante un largo tiempo. Además, tal como
hemos visto, las normativas legales internacionales no tienen un control sobre su uso
como los que se aplican sobre las armas nucleares.

Así que de este modo, tal y como con el resto de armamento convencional, químico y
nuclear, las armas biológicas se han pasado del escenario de la fantasía-científica a un
motivo más de preocupación en este siglo.

Fuentes consultadas.

 Riedel, S. 2005. Smallpox and biological warfare: a disease revisited. Proceedings


(Baylor University. Medical Center), 18(1), 13–20.

 López G. Armas biológicas, silenciosas y letales. [consultado el 24/03/2018]. 2017.


Disponible en: http://www.abc.es/ciencia/abci-armas-biologicas-silenciosas-y-
letales-201511192208_noticia.html.

 Sidell, F. R., Takafuji, E. T., & Franz, D. R. (1997). Medical aspects of chemical and
biological warfare. OFFICE OF THE SURGEON GENERAL (ARMY) FALLS
CHURCH VA.

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