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No está todo dicho. Para Jesús, amar a los hombres es amarlos hasta
en su pecado, hasta en su negativa al designio de Dios sobre ellos. Es
el pecado de los hombres lo que conduce a Jesús a la cruz. Pero la
mayor prueba de amor es dar su vida por los que uno ama. El amor
persiste, se hace más profundo, se afirma victorioso incluso donde el
pecado del hombre hiere a Jesús de muerte. En su pasión es, por
tanto, donde se manifiesta plenamente la paciencia de Jesús. En el
momento supremo en que el plan divino parece puesto en tela de
juicio por la actitud de los hombres, el amor se hace totalmente
misericordioso: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."
Jesús ha amado a los hombres hasta el final.
Pero la misión es, además, una obra de paciencia por otra razón más
profunda. Por ser un llamamiento a la comunión universal en el
desprendimiento total de sí, la misión no deja de estar expuesta a la
negativa de los hombres. La paciencia en las tribulaciones, exigida a la
Iglesia entera para que se conforme a la imagen de la Cabeza,
conviene de manera muy especial a los que tienen la misión como
cargo. Jesús vino a realizar el destino de Israel, y fue clavado en la
cruz; lo mismo le ocurre a la Iglesia donde quiera que se presenta
para completar el itinerario espiritual de un pueblo.
MAERTENS-FRISQUE
Nueva Guía de la Asamblea Cristiana I
Marova. Madrid 1969, pág. 122-126