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Las filósofas modernas


y la historia de la filosofía*

Eileen O’Neill

[185]
Han pasado ya más de una docena de años desde que la División Este de la APA
[American Philosophìcal Association] me invitó a dar una conferencia sobre lo que por
entonces era un tema bastante innovador: las contribuciones filosóficas publicadas por
mujeres durante los siglos XVII y XVIII.1 En esa conferencia, destaqué el trabajo de unas
sesenta mujeres de la Modernidad. En ese momento decía a la audiencia: “¿Por qué
presenté este panorama interesante, pero algo agotador ... de filósofas de los siglos XVII
y XVIII? Simplemente para abrumarlos con la presencia de las mujeres en la filosofía
moderna. Sólo de esta manera el problema de la ausencia, virtualmente completa, de las
mujeres en las historias contemporáneas de la filosofía se vuelve acuciante, sobrecogedor,
y posiblemente escandaloso”. Mi presentación se había propuesto mostrar la cantidad y el
alcance de los escritos filosóficos publicados por mujeres. También había sugerido que la
presentación de sus trabajos en las revistas académicas de la época y las numerosas
ediciones y traducciones de sus textos que siguieron apareciendo en el siglo XIX ponían
en evidencia que sus contribuciones habían sido reconocidas. ¿Pero qué decir del lugar de
esas mujeres en las historias de la filosofía? ¿Alguna vez estuvieron bien representadas en
las historias escritas antes del siglo XX?
En la segunda parte de mi conferencia, señalé que, en el siglo XVII, Gilles Menages,
Jean de La Forge, y Marguerite Buffet escribieron doxografías de filósofas, y que una de
las historias de la filosofía más leídas, la de Thomas Stanley, contenía una exposición de
veinticuatro filósofas del mundo antiguo. En el siglo XIX, Mauthrin de Lescure,
Alexander Foucher de Careil y Victor Cousin escribieron libros sobre [186] figuras tales
como la Princesa Elisabeth de Bohemia, Emilie du Châtelet, Madeleine de Scudéry y
1
* Texto original: Eileen O’Neill, “Early Modern Women Philosophers and the History of Philosophy”, en
Hypatia, Vol. 20, No. 3 (Summer, 2005), pp. 185-197. Traducido para la cátedra de Filosofía Moderna
(FAHCE-UNLP) por Estéfano Efrén Baggiarini

Una versión más larga de esta conferencia de APA se publicó en O’Neill 1998.
2

Madeleine de Sablé. Pero, es importante mencionar que en las historias generales de la


filosofía de los siglos XVIII y XIX sólo fueron mencionadas un puñado de mujeres
representativas --principalmente “místicas”, que no fueron tomadas como verdaderas
filósofas-.2 Ninguna mujer fue presentada en ningún lugar como haciendo una
contribución significativa y original a la filosofía moderna.
¿Cómo llegó a suceder que hacia el siglo XX las filósofas desaparecieran de las
historias de la filosofía? En mi conferencia de 1990, analicé unas cuantas razones internas
a la práctica de la filosofía que condujeron a la desaparición de las mujeres.3 Llamé a una
de tales razones “la purificación de la filosofía”. El grueso de los escritos de las mujeres,
por un lado, bien abordaban temas tales como la fe o la revelación, o, por otro lado, se
ocuparon de la naturaleza femenina y su rol en la sociedad. Pero el final del siglo XVIII
intentó extirpar de la filosofía genuina aquella que estaba motivada en intereses
religiosos. Además, muchos historiadores alemanes, que consideraban al kantismo como
la culminación de la filosofía moderna que proveía el bosquejo para toda la investigación
filosófica futura, veían los tratamientos de “la cuestión de la mujer” como un tema pre-
crítico de interés puramente antropológico. Así, hacia el siglo XIX, gran parte del
material publicado por mujeres, que alguna vez había sido considerado filosófico, ya no
lo parecía.
Con respecto a los posicionamientos de las mujeres considerados “sólidamente
filosóficos” incluso desde una perspectiva posterior a la del siglo XVIII, algunos
utilizaron un estilo o un método, o expresaron una “episteme” subyacente que
simplemente no resultó triunfadora. Por ejemplo, los escritos de Madeleine de Scudéry y
Anne Conway, con su episteme neoplatónica subyacente, pueden parecer demasiado
ajenos a nuestras preocupaciones filosóficas presentes como para ganarse un lugar en
nuestras historias. Nótese que tal decisión asume que nuestras historias de la filosofía
toman nuestras preocupaciones filosóficas actuales como el principal punto de partida
desde el cual elegir qué aspectos de la filosofía del pasado debe ser considerados. Más
adelante me referiré al tema de la metodología de la historia de la filosofía, pero antes
quiero señalar lo que he sostenido en otra parte, a saber, que una extraña característica de
2
Por ejemplo, Victor Cousin menciona a Mme. Guyon y a Antoinette Bourignon; Gottfried Wilhelm
Tennemann Menciona a Jane Lead.
3
Para un recuento alternativo de la desaparición de las mujeres de la historia de la filosofía, véase Rée
2002.
3

los “posicionamientos filosóficos que no triunfaron” es que han sido frecuentemente


caracterizados como femeninos.4 Por ejemplo, el neoplatonismo de los salones franceses
del siglo XVII y el de los Platónicos de Cambridge terminaron siendo considerados, a
fines de ese siglo, como femeninos. Con ello no quería decirse que se trataba de una
filosofía propia de las mujeres, sino más bien de una filosofía degenerada tanto de
hombres como de mujeres obsoletos. No obstante, hubo un considerable deslizamiento de
la filosofía femenina (es decir, fuera de moda) que quizá “merecía” quedar fuera del
canon hacia la filosofía escrita por mujeres. Este deslizamiento resulta evidente en el
ataque al estilo académico femenino durante la segunda mitad del siglo XVIII. Por
ejemplo, cuando Rousseau ataca el estilo académico proveniente de los salones franceses,
lo que ataca no es el estilo femenino en sí mismo, sino la influencia de las mujeres reales
en tal estilo.5 [187]
Mi hipótesis acerca de la identificación del género femenino (y de las mujeres) con
tópicos y métodos filosóficos finalmente no exitosos, de todas formas, se aplica
igualmente bien tanto a la desaparición de algunas mujeres de las historias del siglo XVII
como a la desaparición más general de las filósofas en los siglos siguientes. Si bien mi
foco en el surgimiento del pensamiento crítico kantiano y la “purificación” de la filosofía
señala al siglo XIX como el momento crucial de la desaparición, no sirvió para explicar
por qué virtualmente todas las contribuciones filosóficas de las mujeres se perdieron de
vista en ese momento. Sobre el final de mi conferencia de 1990, sugerí que la dramática
desaparición de las mujeres de las historias de la filosofía en el siglo XIX podía
entenderse cabalmente sólo al ir más allá de los cambios internos a la filosofía para
examinar el clima social y político de las secuelas de la Revolución Francesa.
En el comienzo mismo de la democracia moderna, la principal preocupación cultural
era si el ingreso limitado de las mujeres a la esfera pública recientemente democratizada
conduciría a su participación igualitaria en el poder económico y político. En este
período, la mujer autora se convirtió en el epítome de la autonomía creciente de todas las
mujeres y de la posibilidad de su independencia económica. 6 Simbolizaba la posibilidad

4
Véase O’Neill 1999.
5
Rousseau responsabiliza a la práctica masculina de “rebajar sus ideas al rango de las mujeres” por la
decadencia de las artes y las letras en Francia, ya que “en todo lugar donde dominan las mujeres, también
debe dominar su gusto; esto es lo que determina el gusto de nuestra época” (Rousseau, 1758).
6
Para una discusión detallada sobre estas cuestiones, véase Fraisse 1994.
4

del desmantelamiento del orden patriarcal. Pero fueron las teóricas -especialmente las
filósofas- quienes fueron recibidas de manera particularmente hostil a principios del siglo
XIX.7 Esto se debía a que ser filósofo en ese período consistía en ser un formador de
cultura: en tener el poder de demarcar y distinguir todas las ramas del conocimiento, y
decidir el valor de las vías metodológicas y de investigación alternativas. Pero ¿y si las
“reinas filósofas” pudieran mandar en la polis? Tal desmantelamiento de la hegemonía
masculina en el nacimiento de la democracia moderna superaba lo que los partidarios más
incondicionales de la democracia podían manejar. Así, sobrevino una enorme presión
social y política para borrar y olvidar a la “mujer que incursiona en la filosofía y las
letras”, como decía Proudhon.8
Terminé mi conferencia de 1990 haciendo notar que, mientras las explicaciones
acerca de la desaparición de las filósofas de nuestras historias están a la mano, no existe
justificación alguna de la exclusión masiva de las mujeres modernas de las historias de la
filosofía. Señalé que los académicos ya estaban trabajando intensamente, produciendo
reconstrucciones históricas de los argumentos de las filósofas de la Modernidad, y
mostrando cómo las contribuciones filosóficas de las mujeres estaban relacionadas
dialécticamente con aquellas de sus contrapartes masculinos. Esta forma de historia
“desinteresada” pretende hacer inteligibles las presuposiciones y patrones de inferencia
que usaban los filósofos del pasado --incluso si en la actualidad consideramos
inaceptables esas presuposiciones o inferencias. Aquellos abocados a la reconstrucción
histórica consideran que los temas, estrategias y textos significativos son aquellos
considerados así por los filósofos del pasado. En consecuencia, si nuestra reconstrucción
histórica actual de aquel período no logra incluir obras o escritos publicados por mujeres
que circularon en ámbitos [188] académicos y fueron reconocidos en su propio tiempo
como filosóficamente útiles, nuestras historias están incompletas y distorsionadas. Dado
que una gran cantidad de textos publicados por mujeres de la Modernidad han salido a la
luz ahora, a los historiadores les pareció un momento propicio para empezar a añadir
capítulos nuevos a nuestras historias de la filosofía.

7
Considérense, por ejemplo, las siguientes descripciones de Marie Charlotte Corday en un boletín
informativo oficial francés, citado por Linda Kelly en Women of the French Revolution: “Era una arpía más
forzuda que lozana, desgarbada y sucia en su persona, como lo son casi todas las filósofas e intelectuales
femeninas” (1987, 102).
8
Pierre Joseph Proudhon, citado en d’Héricourt 1864 (73-74).
5

También señalé que los filósofos feministas contemporáneos estaban empezando a


producir reconstrucciones racionales de los argumentos de las filósofas modernas. Las
reconstrucciones racionales interpretan la posición y los argumentos de los filósofos del
pasado a la luz de nuestros puntos de vista actuales. Subrayan en qué medida
compartimos con los filósofos del pasado una tradición tanto de problemas como de
estrategias argumentativas para resolver esos problemas. Observé que los filósofos
feministas ya habían empezado a dirigirse a las filósofas del pasado en un intento por
trazar una historia del pensamiento feminista. El tratamiento de Simone de Beauvoir y
Mary Wollstonecraft que Michèle Le Doeuff realiza en Hipparchia’s Choice [La decisión
de Hipparchia] fue precisamente el intento de proveer una Geistesgeschichte [historia del
espíritu] que haría a las mujeres otra vez visibles en la historia de la filosofía (Le Doeuff
1991).9
Ese era el estado de la cuestión allá por 1990. ¿Qué ha pasado con las investigaciones
acerca de las filósofas modernas desde entonces?10 No cabe duda de que ha habido una
explosión de actividades académicas dedicadas a esta cuestión. Ahora disponemos de una
historia pionera de filósofas, en cuatro volúmenes, llevada a cabo bajo la edición general
de Mary Ellen Waithe (Waithe 1987-1995). Se publicaron varias colecciones de ensayos
sobre filósofas y colecciones de ensayos sobre filósofas individuales, y también estoy
enterada de una serie de colecciones actualmente en proceso.11 Merece especial mención
la serie feminista Re-Reading the Cannon [Releyendo el canon], bajo la edición general
de Nancy Tuana, que consta de colecciones de ensayos dedicados a la obra de una
filósofa. De esta serie hasta ahora han aparecido los volúmenes correspondientes a la obra
de varias filósofas, por ejemplo, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Mary
Wollstonecraft y Ayn Rand.
Las fuentes primarias finalmente están disponibles en ediciones modernas --muchas
de las cuales son apropiadas para el uso en las aulas. En particular, tengo en mente las
ediciones que Broadview Press ya ha lanzado y las que publicará, incluyendo obras de

9
En The Sex of Knowing (2003), Le Doeuff discute un número de filósofas modernas aún más amplio.
10
Esta revisión de la literatura reciente fue tomada de mi capítulo “Justifying the Inclusion of Women in
our Histories of Philosophy: The Case of Mary de Gournay”, en Guide to Feminist Philosophy (a publicarse
próximamente).
11
Por ejemplo, véase Hypatia 1989; McAlister 1996; Tougas y Ebenreck 2000; Clucas 2003; de Baar et al.
1996; Kolbrener y Michelson (a publicarse próximamente).
6

Margaret Cavendish, Mary Astell, Mary Wollstonecraft y Catharine Trotter Cockburn; los
volúmenes en Cambridge Texts in the History of Philosophy [Textos de Cambridge sobre
historia de la filosofía], que incluyen obras de Margaret Cavendish y Anne Conway; los
textos de Mary Astell, Margaret Cavendish, Christine de Pisan y Mary Wollstonecraft,
incluidos en Cambridge Texts in the History of Political Thought [Textos de Cambridge
sobre historia del pensamiento político]; y la serie The Other Voice in Early Modern
Europe [La otra voz de la Europa moderna], lanzado por la Universidad de Chicago, la
que publicará traducciones de obras de Lucrezia Marinella, Marie de Gournay, Anna
Maria van Schurman, Jacqueline Pascal, la Princesa Elisabeth de Bohemia, Gabrielle
Suchon, Madeleine de Scudèry, Oliva Sabuco de Nantes Barrera, Françoise de Maintenon
y Emilie du Châtelet. La serie de la editorial de la Universidad de Oxford, Women Writers
in English 1350-1850 [Escritoras en inglés 1350-1850] incluye textos de Mary Chudleigh
[189] y Judith Sargent Murray; y Penguin Books ha publicado colecciones de escritos de
Sor Juana Inés de la Cruz y Margaret Cavendish. Finalmente, ediciones de tapa dura, a
veces de varios volúmenes, producidas por Ashgate Publishing Company, Garland Press
y Thoemmes Press nos han dado ediciones modernas de los textos de Catharine
Macaulay, Margaret Cavendish, Catherine Ward Beecher, Mary Shepherd, Mary Hays y
Damaris Masham. Entre las varias antologías de selecciones cortas de textos de filósofas
se encuentran la colección de Margaret Atherton, dedicada a mujeres de los siglos XVII y
XVIII, y la de Mary Warnock, que incluye mujeres desde el siglo XVII hasta el siglo XXI
(Atherton 1994, Warnock 1996).12
Si bien hubo un tiempo en que eran pocas las investigaciones dedicadas a las
filósofas modernas, en los últimos diez años han aparecido artículos no sólo en Hypatia,
sino también en revistas como British Journal for the History of Philosophy [Revista
británica de historia de la filosofía], Journal of the History of Philosophy [Revista de
historia de la filosofía], Australasian Journal of Philosophy [Revista de Australasia de
filosofía] y Journal of the History of Ideas [Revista de historia de las ideas]. Además, se
han publicado libros sobre un amplio rango de temas relacionados a filósofas, tales como
abordajes de filósofas del siglo XVII (Broad 2002), autoras cartesianas (Nye 1999), la
Reina Cristina de Suecia y su círculo (Âkerman 1991), autoras moralistas de los salones

12
Véase también Dykeman, 1999.
7

neoclásicos franceses (Conley 2002), la filosofía de la educación de Catherine Macaulay


(Titone 2004), y la relación entre forma y contenido en los escritos morales de algunas
filósofas (Gardner 2003), por mencionar sólo algunos. Han aparecido también biografías
y libros monográficos sobre figuras como Marie de Gournay, Margaret Cavendish,
Catharine Macaulay, Mary Astell, Mary Wollstonecraft, Marie-Jeanne Roland, Sophie de
Condorcet, Stéphanie-Félicité de Genlis, Louise d’Epinay, Germaine de Stäel-Holstein, y
Emilie Du Chatelêt.
Dentro del programa de reuniones de grupos de la APA, la Society for the Study of
Women Philosophers [Sociedad para el Estudio de Mujeres Filósofas] ahora existe
regularmente una sesión en la cual numerosas ponencias se dedicaron a las mujeres en la
historia de la filosofía. Además, en estos años se destinaron una serie de paneles de la
APA a la cuestión de las filósofas contemporáneas, y algunas sesiones han puesto el foco
en filósofas individuales del pasado. La primera conferencia sobre filósofas de la
Modernidad, organizada por Sarah Hutton y Susan James, tuvo lugar en el Girton College
de Cambridge en 1992. Fue seguida por dos conferencias sobre filósofas del siglo XVII,
la primera en la Universidad de Massachusetts en 1997, y la segunda en la Universidad
de Florida en el año 2003. La MLA [Modern Language Association] y otras sociedades
literarias, así como también grupos de filosofía, historia y ciencia política, han auspiciado
conferencias sobre filósofas individuales. Asimismo, la conferencia del 2003, titulada
“Teaching New Histories of Philosophy” [Enseñando nuevas historias de la filosofía],
auspiciada por el Princeton’s Center for Human Values, incluyó un panel sobre filósofas y
cuestiones de género en la historia de la filosofía.
[190] En suma, durante los últimos doce años los investigadores han hecho avances
enormes tendientes a identificar las filósofas del período moderno, publicar ediciones
modernas de sus textos, e interpretar y evaluar sus contribuciones a la filosofía. No
obstante, creo que la manera en que estas investigaciones afectaron la escritura de la
historia de la filosofía moderna es más bien enrevesada.
A mediados de la década de 1990, una editorial decidió producir un suplemento para
una de sus obras de referencia sobre filosofía. Dado que la versión original de la obra de
referencia lamentablemente incluía pocas entradas sobre filósofas, un filósofo feminista
del comité editorial había alentado a la editorial para que incluyera en el suplemento una
8

serie de entradas sobre filósofas. Sin embargo, a pesar de sus numerosas sugerencias,
finalmente la editorial eligió añadir entradas solamente sobre las siguientes figuras: una
mujer del mundo antiguo, Hipatia; una de la Edad Media, Hildegard de Bingen; una del
Renacimiento, Marie de Gournay; una del siglo XVII, Anne Conway; y una del siglo
XVIII, Mary Wollstonecraft; más Anscombe, Arendt y Beauvoir, del siglo XX. Nunca me
explicaron por qué se eligió a Conway pero no a Mary Astell; por qué se seleccionó a
Wollstonecraft pero no a Emilie du Châtelet; y por qué no fue incluida ninguna mujer del
siglo XIX.
Ya que la editorial no iba a ceder en añadir más entradas sobre mujeres individuales,
pregunté si el suplemento no podría incluir al menos un ensayo panorámico. Luego de
algunas negociaciones, me encargaron un artículo de 1500 palabras acerca de las
“Mujeres en la Historia de la Filosofía”, que acepté escribir con la condición de que la
extensión de la bibliografía del artículo no tuviera restricciones. Me sigue complaciendo
el hecho de que la bibliografía de fuentes primarias en sí misma tiene más o menos la
misma longitud que el artículo al cual está adjuntada. Aunque no me dieron espacio para
hablar acerca de la importancia de las contribuciones filosóficas de las mujeres, el
volumen mismo de los títulos de las publicaciones de las filósofas se alza como una
especie de monumento. La bibliografía parece gritar: “Aquí está el material que, dentro
de esta misma obra de referencia, permanece enterrado y silenciado. Aquí está el material
sobre el cual no se nos permite hablar. Pero, sin falta encuentren estos títulos y léanlos
por su cuenta”.
Casi al mismo tiempo, otra editorial decidió comenzar la producción de una nueva
herramienta de referencia filosófica. El editor me pidió que enviara descripciones de
obras de filósofas del siglo XVII para su posible inclusión en ella. Aceptó varias de mis
sugerencias, y me complació ver que no solo figuras tales como Conway, Cavendish,
Schurman, la Princesa Elisabeth, Astell, Masham, y Du Châtelet tuvieran sus propias
entradas, sino también figuras menos conocidas como Gabrielle Suchon. Curiosamente,
la filósofa sobre la cual la primera editorial me había pedido que escribiera una entrada en
particular, Marie de Gournay, fue rechazada por la segunda [191] editorial por no ser “de
suficiente interés filosófico”. Ahora entiendo por qué Gournay, una estudiosa de
Montaigne, a algunos podría parecerle una figura filosófica interesante del siglo XVII, y a
9

otros meramente una figura literaria. Los mismos debates surgen con respecto a
Montaigne. Se trata de casos límite, en los cuales investigadores competentes pueden
fácilmente disentir a la hora de considerar o no filósofa a la figura en cuestión. Pero, me
parece que, cuando se trata de filósofas, los juicios acerca de cuáles de ellas pueden ser
consideradas filósofas genuinas frecuentemente se basan en presuposiciones
cuestionables o en desinformación. Un simple caso de desinformación parece explicar
por qué una editorial me pidió recientemente que escriba una entrada sobre Anne
Bradstreet -una poeta, no una filósofa. Por otra parte, la forma en la que Mary Warnock
eligió a las mujeres que formarían parte de su antología de selecciones filosóficas de
mujeres del siglo XVII al XX se basó, me parece, en presuposiciones cuestionables.13
En la introducción, Warnock nos dice que un filósofo pretende “no sólo buscar la
verdad, sino buscar una verdad, o teoría, que explique lo particular, lo detallado y el día a
día”. Además, un filósofo “no se preocupa meramente por afirmar sus puntos de vista,
sino por argumentarlos”. En resumen, los argumentos generales y explicativos son el
“sello distintivo” de la filosofía. Warnock señala con orgullo que “al armar la colección
apenas he ampliado el alcance de lo que generalmente se piensa que abarca el concepto
de filosofía” (Warnock 1996, xxx-xxxi).
En función de estas consideraciones, para incluir en su colección seleccionó, del
siglo XVII, sólo a Anne Conway y a Catherine Trotter Cockburn, y del siglo XVIII,
solamente a Mary Wollstonecraft. Seguramente Warnock deriva su lista de filósofas de
criterios que van más allá del requerimiento inocuo de que los filósofos brinden
argumentos generales y explicativos, ya que muchas más filósofas de las que incluye en
su antología cumplen sus requerimientos. Pero ¿qué otros factores intervinieron en sus
selecciones?
Warnock afirma que los puntos de vista sostenidos generalmente acerca de la
filosofía la han forzado a omitir los escritos de mujeres que parecen “basarse más en el
dogma, la revelación o la experiencia mística que en argumentos” (xxxii). Esto explica
quizás por qué Santa Teresa de Avila y Antoinette Bourgion fueron omitidas en su libro.
¿Pero por qué Warnock excluye los argumentos de Mary Astell contra el ocasionalismo
en Letters Concerning the Love of God [Cartas sobre el amor de Dios], así como su

13
Esta discusión de la introducción de Mary Warnock a Women Philosophers fue tomada de O’Neill 2004.
10

crítica a la materia pensante de Locke en The Christian Religion [La religión cristiana]?
En su celo por separar la religión de la verdadera filosofía, Warnock elimina escritos
filosóficos genuinos -al menos, según su propio criterio- simplemente porque abordan
cuestiones religiosas.
Finalmente, Warnock señala que una gran cantidad de literatura feminista “satisface
mis criterios de generalidad y de intención de explicar los fenómenos ... Sin embargo,
como en el caso de la religión, en estos escritos tiende a haber demasiados dogmas no
examinados [192], demasiado proselitismo mal disimulado, demasiado poco análisis
objetivo, como para que puedan siquiera aspirar a estar incluidos entre los escritos
genuinamente filosóficos” (xxxiii). Ahora bien, sin duda una gran parte de la filosofía que
se hace es mala filosofía --y precisamente por las razones que alega Warnock. ¿Pero por
qué distingue el pensamiento feminista como un caso ejemplar de este tipo de filosofía
ilegítima? He aquí la respuesta de Warnock: “Los grandes temas de la filosofía ... deben
relacionarse con ‘nosotros’, en el sentido en que todos ‘nosotros’ somos humanos. Las
verdades que los filósofos persiguen deben aspirar a ser no meramente generales, sino
objetivamente, incluso universalmente, verdaderas. Deben ser esencialmente indiferentes
al género” (xxxiv). Esta es una afirmación modal muy interesante y contundente: no sólo
la filosofía, como se ha practicado hasta el momento, ha sido tal que sus afirmaciones son
indiferentes al género, sino que además existe una conexión conceptual entre la filosofía
y la indiferencia hacia el género.
¿Qué argumentos ofrece Warnock para sostener esta tesis? Solamente dice esto:
“Aquellos que nieguen que una verdad tal [universal e indiferente al género] sea
posible..., me parece, que no están comprometidos con la filosofía sino con una especie
de antropología” (xxxiv). En síntesis, que un pensamiento que no sea indiferente al
género está fuera del ámbito de la filosofía es una verdad conceptual que no requiere
argumentos; extraña forma de proceder por parte de quien rehúye los dogmas no
examinados y el proselitismo mal disimulado. Pero resulta aún más enigmático el por qué
Warnock habría querido siquiera editar una colección de escritos de filósofas, dada su
posición con respecto a la completa irrelevancia del género en la filosofía. Es como si
hubiese decidido editar la obra de filósofos de ojos azules nacidos los miércoles. ¿Por qué
debería alguien estar interesado en una colección como esta?
11

Con respecto a las mujeres que cuentan como genuinas filósofas, ¿qué sucede con los
juicios que no están basados en presuposiciones cuestionables o en desinformación? ¿Qué
tipo de problemas metodológicos afloran incluso en estos casos? Consideremos el rescate
de la obra de Mary Astell, Sor Juana, Judith Sargent Murray, Marie de Gournay y Anna
Maria van Schurman en The Neglected Canon [El canon desatendido], de Therese Boos
Dykeman. Los investigadores consideraron el trabajo de Dykeman como “un esfuerzo
por transmitir una imagen más acertada de la crónica de los filósofos y sus contribuciones
a las cuestiones filosóficas fundamentales de su tiempo” (Tuana 2004, 63). Pero si
utilizamos el método de la reconstrucción histórica, tomaremos como centrales aquellos
temas que los filósofos del pasado consideraban centrales; y tomaremos a los autores
como filósofos del pasado sólo en el caso de que hayan sido considerados como tales por
sus contemporáneos. Nótese que, dado este método, la historia de la filosofía no incluiría
a la mayoría de las filósofas de la lista de Dykeman. Ya que Sor Juana, Gournay, Murray
y Schurman fueron importantes sobre todo por sus contribuciones a la “disputa sobre las
mujeres” [querelle des femmes]. Y quienes fueron considerados filósofos por sus
contemporáneos en el siglo XVII en su mayoría no consideraban que la “cuestión de las
mujeres” fuera un tema filosófico serio.
Por otro lado, si utilizamos el método de la reconstrucción racional, los temas
centrales de una época pasada serán aquellos que más se ajusten [193] a nuestras
preocupaciones filosóficas actuales, o aquellos en los que nuestras preocupaciones
actuales hundan sus raíces. Los historiadores de la filosofía feministas están produciendo
trabajos inspiradores que examinan las prefiguraciones de argumentos y cuestiones
feministas contemporáneas en los escritos de filósofas del pasado recientemente
redescubiertas.14 Recién estamos comenzando a ver las líneas de influencia que, en el
siglo XVII, vinculan los textos proto-feministas de Lucrezia Marinella, Marie de
Gournay, Anna María van Schurman y Bathsua Makin; y en la Inglaterra del siglo XVIII,
las mujeres estaban empezando a trazar una historia de la filosofía feminista que
conectaba a Mary Hays, Mary Wollstonecraft y Catherine Macaulay con, cien años hacia
atrás, Mary Astell (O’Neill 1998, 21, 28). A través de Wollstonecraft, el pensamiento

14
Para una discusión acerca de la historia de la filosofía feminista de Michèle Le Doeuff, véanse los
ensayos en Australian Journal of French Studies: Autour de Michèle Le Doeuff (2003), especialmente los
de Marguerite La Caze, Eileen O’Neill, y David Norbrook.
12

feminista inglés vino a ser influenciado por Germaine de Staël- Holstein y Stéphanie-
Félicité de Genlis (Wollstonecraft 1988); a través de Astell, fue influenciado por Anne
Dacier y Madeleine de Scudéry (Astell 1701). Hacia 1790, la estadounidense Judith
Sargent Murray pudo ofrecer una mini-historia de las filósofas feministas incluyendo a
Gournay, Scudéry, Dacier, Astell, Masham, Macaulay, Genlis y Wollstonecraft, entre
otras (Murray 1995). En el siglo XX, Simone de Beauvoir unió sus esfuerzos
explícitamente con los de Christine de Pisan, Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges
(Beauvoir 1989). Así, tal vez resulte que algunas de las figuras del canon de Dykeman,
tales como Gournay o Astell, emergerán como ejerciendo una influencia más grande en la
filosofía actual que, digamos, Kenelm Digby o Ralph Cudworth.
No obstante, creo que debemos tener cuidado al utilizar el método de la
reconstrucción racional. Ya que, si bien nos brinda antecedentes filosóficos,
frecuentemente lo hace al precio de distorsionar los puntos de vista de los filósofos del
pasado. Este método intenta hacer encajar los complejos razonamientos del pasado, que
sólo en parte y azarosamente coinciden con los intereses actuales, en un molde
contemporáneo. La obra reciente de Patricia Springborg sobre las opiniones de Astell con
respecto al matrimonio (Springborg 1996) es un bello ejemplo de desenmascaramiento de
la distorsión provocada por las reconstrucciones racionales. Mostró que, lejos de
compartir los puntos de vista feministas liberales contemporáneos acerca del derecho de
las mujeres a revelarse dentro del matrimonio si los términos del contrato matrimonial no
son respetados, Astell traza paralelos entre los contratos de las esferas doméstica y
pública en función de criticar la concepción contractualista del Estado. En resumen, si
bien Astell fue una proto- feminista, no era una teórica liberal, sino una conservadora
Tory de la High-Church.15
Hasta ahora, estuve discutiendo la inclusión de ciertas mujeres en nuestras historias
de la filosofía y los problemas en torno a la justificación de tal inclusión. ¿Pero las
mujeres fueron excluidas como un todo de la historia de la filosofía en nuestro propio
tiempo? Si así fuese, ¿por qué razones? Los editores de The Cambridge History of
Seventeenth-Century Philosophy [La Historia de Cambridge de la filosofía del siglo
15
Nota de la traducción: En la Inglaterra moderna, “Tory” era el nombre del ala política conservadora en
oposición al ala liberal o “Whig”. “High-Church” era una corriente interna de la Iglesia Anglicana que
enfatizaba su continuidad histórica con la Iglesia Católica y le daba gran importancia a la autoridad de la
iglesia. Véase Springborg 1996 (37).
13

XVII] decidieron incluir unas catorce biografías y bibliografías de filósofas de ese siglo.
Así es que, cuando el editor de una historia de la filosofía del siglo XVIII me pidió
información acerca de mujeres que podrían ser incluidas en ella, supuse que al menos
algunas de [194] esas mujeres serían mencionadas en la obra. Pero me equivocaba.
Cuando, hace poco, me encontré con el editor en una conferencia, me dijo que,
desafortunadamente, no había podido usar nada del material que le había enviado. Más
tarde, su esposa me dijo que ella misma había intentado leer a Mary Wollstonecraft pero
que no había podido seguir su hilo argumental. Finalmente, consideren este episodio
llamativo en una conferencia reciente cuando, al final de mi exposición, un historiador de
la filosofía me preguntó: “¿Usted cree que les está haciendo algún bien a sus alumnas al
enseñarles filósofos de segunda categoría?”. Le respondí: “¿Usted cree realmente que
Margaret Cavendish y Mary Astell son filósofas de segunda categoría?”. No tuve el
placer de embarcarme en un debate bien fundamentado acerca de los méritos de
Cavendish y Astell, dado que mi interlocutor obturó cualquier posibilidad de discusión
con las siguientes palabras: “Nunca había oído hablar de Cavendish o Astell”. Un
presupuesto compartido por el editor de la historia del siglo XVIII y el historiador en
cuestión es que “la crema sube a la superficie”:16 si hubo mujeres que contribuyeron de
forma significativa a la filosofía moderna, los académicos bien formados ya hubieran
sabido de ellas. Esto, por supuesto, implica presuponer que el resultado del desarrollo
dialéctico del pensamiento, el movimiento del Geist [Espíritu] es tal que toda forma de
prejuicio y chauvinismo ha sido desechada. Más que eso, implica presuponer que la
depuración de los prejuicios ocurre muy rápidamente. Debo decir que mi forma de
concebir la historia de la filosofía contemporánea no da lugar a este tipo de optimismo.
Los historiadores del siglo XIX y principios del XX, normalmente, construyeron el canon
del pensamiento moderno de forma tal que la historia de la filosofía “condujera a” sus
posiciones filosóficas predilectas. Y es notable cómo la marcha del Geist se adecuó a las
divisiones geográficas: los historiadores alemanes, normalmente, construyeron el canon
de forma tal que la historia de la filosofía culminara en el idealismo kantiano; los
historiadores franceses tomaron a Descartes como pivote y trazaron la historia de la
filosofía desde él hasta Bergson, Merleau-Ponty, o Sartre. Desde mi punto de vista, en las

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Nota de la traducción: Traducimos literalmente el refrán en inglés “the cream rises to the top”.
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construcciones actuales de los cánones filosóficos de la filosofía moderna han jugado su


papel todo tipo de presupuestos injustificados sobre el género, la clase, la etnia y la
nacionalidad. Fueron necesarios largo tiempo y un gran esfuerzo de parte de los
historiadores de la filosofía para comenzar a poner de manifiesto esos presupuestos.
Una segunda presuposición compartida por el editor y el historiador es que el valor
filosófico de los textos de las mujeres sería obvio en una primera lectura. Cualquiera que
haya trabajado alguna vez con, digamos, un texto medieval o del Renacimiento de un
autor no identificado, sabe que esta presuposición es un total sinsentido. Determinar el
valor filosófico de un texto requiere que entendamos primero el contexto en el que fue
escrito, cuáles fueron sus objetivos filosóficos, cuáles sus estrategias argumentativas,
etcétera. Llevar a cabo esta tarea sin disponer de literatura previa crítica e histórica sobre
del texto es muy difícil. Habitualmente, se requiere del trabajo intenso de muchos
investigadores durante cierto tiempo para que podamos interpretar el significado de un
texto correctamente y, por lo tanto, estar en condiciones de evaluarlo.17
Así, además de los desafíos metodológicos genuinos que nosotros, los historiadores,
debemos enfrentar en nuestros intentos de incluir algunas mujeres en las historias de la
filosofía, lamento decir que muchos de nuestros colegas se mantienen bastante reacios a
la idea misma de que existan contribuciones significativas a la historia de la filosofía de
las cuales nunca hayan tenido noticias. Pero si se continúan las excelentes investigaciones
sobre las mujeres filósofas de la Modernidad que he mencionado más arriba, tal vez
llegue el día, en un futuro no muy lejano, en que decir “Pero nunca he oído hablar de
Margaret Cavendish” o “No puedo seguir el hilo argumental de Mary Wollstonecraft”
será sólo una confesión de las fallas de un investigador, más que una razón para
desprestigiar estas figuras.
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transformation of a seventeenth-century philosophical libertine. Leiden: E. J.
Brill.

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Para un intento de identificar las metas y estrategias argumentativas filosóficas de un texto de Marie de
Gournay, perteneciente al Renacimiento tardío, así como mostrar las innovaciones que ese texto introduce
en la “querelle des femmes”, véase mi capítulo “Justifying the Inclusion of Women in our Histories of
Philosophy: The Case of Mary de Gournay” en Guide to Feminist Philosophy (a publicarse próximamente).
15

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