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El Enemigo como Sistema

Coronel John A. Warden III, USAF

Desde el comienzo, éramos una raza de gatos diferentes. Volamos a través del aire
en tanto que otros caminaban por la superficie. - General Carl A. Spaatz

LAS PALABRAS DE SPAATZ constituyen una descripción acertada de los actuales hombres
del aire, del mismo modo como lo fueron hace medio siglo. Con ligeras modificaciones,
también son aplicables a la guerra estratégica porque ésta es un ejemplar diferente de
guerra como la que hemos conocido a lo largo de la historia.

No es fácil entender porqué necesitamos despojarnos de muchas de nuestras ideas sobre


la guerra. Más todavía, llevarlo adelante requiere pensar de arriba a abajo pensar desde
las imágenes más grandes hasta las pequeñas antes que hacer una revisión total del
pensamiento que nos presta tan buenos servicios cuando trabajamos con los problemas
tácticos.

Básicamente hay dos modos de pensar inductiva y deductivamente. El primero, requiere


la reunión de muchos hechos pequeños para ver si se puede hacer algo con ellos. El
segundo, parte de principios generales, de los cuales se puede llegar a conocer los
detalles. El primero es táctico, el segundo es estratégico. En la Fuerza Aérea, la mayoría
de los entrenamientos iniciales nos relacionan con los procesos inductivos. Sin embargo,
para convertirnos en buenos especialistas operacionales y estratégicos, tenemos que
aprender a pensar deductivamente. Un buen ejemplo del mundo civil resulta de comparar
a arquitectos y albañiles.

Los arquitectos se aproximan al problema examinando de arriba a abajo el lugar donde la


gente va a vivir. Primero, imaginan un pueblo con sus zonas para escuelas, casas y
centros de negocios. Cuando tienen todo el plano en su mente, comienzan a pensar sobre
la clase de edificios que irán en cada área. Deciden sobre el estilo de hogar que creen
respondería las necesidades de los probables residentes. Diseñan una casa partiendo de
ideas generales sobre el espacio y el aspecto. Ya al final del proceso, pueden especificar la
clase de ladrillos y la cantidad que será utilizada. Cada paso progresa desde lo mayor a
menor hasta que finalmente alcanzan ese nivel de detalle en el que pueden confiar en
otros para seguir la obra.

Piense en como los albañiles encararían el problema. En función de su entrenamiento,


comenzarían con la idea de apilar ladrillos, pero no tendrían manera de saber cómo
integrarlos con otros materiales, o cómo se vincularía una casa con otra, o cómo se
dividiría el pueblo. En otras palabras, no se puede construir un centro poblado
comenzando de abajo hacia arriba.

Lo mismo sucede al proyectar una campaña. Si se comienza pensando en los ladrillos que
están en el campo enemigo, es improbable que se elabore un plan coherente. Por el
contrario, si nos aproximamos partiendo de grandes ideas acerca de los objetivos y de la
naturaleza del enemigo, hay una buena oportunidad de desarrollar algo que valga la pena.

No podemos pensar estratégicamente si iniciamos el proceso elaborador considerando


aviones aislados, salidas o armas o hasta todas las fuerzas militares adversarias. En lugar
de eso, debemos poner atención en el enemigo como un todo, luego sobre nuestros
objetivos, y posteriormente en lo que puede suceder a ese oponente antes de que
nuestros objetivos se conviertan en sus objetivos. Cuando todo esto esté rigurosamente
completo, podemos comenzar a pensar en cómo llegar a producir los efectos deseados
sobre el adversario las armas, los sistemas de lanzamiento, y otros medios que
utilizaremos.
Como estrategas y especialistas operacionales, debemos desembarazarnos de ideas en las
que la característica central de la guerra es el choque de fuerzas militares.

En la guerra estratégica, ese choque puede llegar a tener lugar, pero no siempre es
necesario y normalmente debería ser evitado, y casi siempre es un medio para llegar a un
fin, no un fin en sí mismo.

Si vamos a reflexionar estratégicamente, debemos hacerlo respecto al enemigo cómo un


sistema compuesto de numerosos subsistemas. Pensando sobre nuestro adversario como
si fuera un sistema, nos da una oportunidad superior de forzarlo o inducirlo a que haga de
nuestros objetivos sus objetivos, empeñando así un menor esfuerzo con oportunidades
máximas de éxito.

Finalmente, como estrategas del siglo XX, debemos demistificar considerablemente la


guerra. Napoleón y Clausewitz estaban en lo cierto cuando hablaban de desacuerdos,
confusión y moral. Pero eso era cierto en una época cuando las comunicaciones
prácticamente no existían, las armas tenían poco más alcance y precisión que las de las
legiones romanas, la mayoría de las maniobras se hacían a paso de hombre, las batallas
eran ganadas o perdidas en función de los resultados de decenas de millares de
encuentros prácticamente personales entre soldados que podían verse entre sí a medida
que disparaban, y la guerra estaba mayormente reducida al choque de hombres o buques
en lugares limitados en tiempo y espacio.

Bajo estas circunstancias, la moral estaba respecto a lo material en una relación de tres
a uno. En realidad, lo físico estaba ampliamente relacionado con el soldado individual y
era casi imposible aislar lo intangible, como moral, desavenencias y confusión, de lo
puramente material. Actualmente, la situación es significativa mente distinta; el
combatiente individual se ha convertido en el director de cosas importantes como
tanques, aeronaves, piezas de artillería, y buques. Los soldados dependen de esos
materiales, para dar cumplimiento a su misión. Desprovistos de ellos, su aptitud para
afectar al adversario es casi nula. No está claro si la ecuación se ha modificado como para
hacer que la relación de lo material respecto a lo moral sea de tres a uno. Parece más
probable que los dos términos sean por lo menos equivalentes. El advenimiento del poder
aéreo y las armas de precisión han hecho posible la destrucción del aspecto material del
enemigo. Esto no quiere decir que la moral, las desavenencias y la confusión hayan
desaparecido totalmente. Es como decir que ahora podemos ponerlos en una categoría
diferente, separados de lo material. En consecuencia, podemos pensar en términos
Generales sobre la guerra en forma de una ecuación: (Material) x (Moral) = Resultado

En el mundo de hoy, los entes estratégicos, sean estos un estado industrial o una
organización guerrillera, dependen considerablemente de los medios materiales. Si el
término material de la ecuación pudiera ser reducido a casi cero, la mejor moral del
mundo no llegaría a elevar el valor del resultado de un modo importante. Observando esa
ecuación, nos sorprende que el aspecto material del enemigo sea en teoría perfectamente
conocida y predecible. Por el contrario, en una situación particular, el factor moral el
aspecto humano está más allá del ámbito de lo predecible, porque los hombres son muy
diferentes entre sí. Por eso nuestros esfuerzos de guerra estarán dirigidos
preferentemente hacia el factor material.

En la guerra estratégica, los objetivos son la clave del éxito. Cuando vamos al combate
contra un estado o cualquier ente estratégico,1 debemos (o deberíamos) tener objetivos,
y esos objetivos, para ser útiles, deben ir mucho más allá de simplemente batir al
adversario o destruir sus fuerzas militares. (En verdad, lo segundo puede ser
precisamente lo que no queremos hacer; recuerde, la guerra en el nivel estratégico no es
lo mismo que en el táctico donde casi por definición se requiere la derrota de las fuerzas
tácticas del oponente.) Después de todo, no vamos a la guerra meramente para sostener
un buen combate; más bien lo hacemos para alcanzar algo de valor político para nuestra
organización.

Eso que nosotros queremos lograr puede ser tan extremo como el aniquilamiento del
estado o su colonización. En el polo opuesto, simplemente podemos desear que el
adversario no nos aniquile. Entre medio hay una enorme variedad de alternativas, algunas
de las cuales pueden ser las siguientes: en la Guerra del Golfo, los EEUU querían que Iraq
se retirara de Kuwait y que su poder disminuyera hasta no ser más una amenaza para sus
vecinos; en la operación El Dorado Canyon, los EEUU querían que Muammar Qadhafi de
Libia dejara de auspiciar al terrorismo internacional; en Indochina, los EE.UU. anhelaban
que Vietnam permaneciera libre de los norvietnamitas y de la dominación comunista; en
la Guerra Revolucionaria Americana, los norte americanos querían estar libres de Gran
Bretaña; en la Guerra de 1898, los EEUU querían arrebatar a Cuba y a las Filipinas de
España; y en la II Guerra Mundial, Japón aspiraba apropiarse de las fuentes principales de
materia prima y energía.

En el nivel estratégico, logramos nuestros objetivos provocando cambios a una o más


partes del sistema material del enemigo, hasta que este decida adoptar nuestros
objetivos, o que nosotros les hagamos materialmente imposible su oposición a los
nuestros. A lo último le denominamos parálisis estratégica. Qué parte del sistema
adversario atacaremos (con una variedad de armas que van desde los explosivos hasta
virus informáticos no letales), dependerá de cuáles sean nuestros objetivos, cuánto quiere
resistir el oponente a nuestros esfuerzos, cuán capaz es, y cuánto poder somos capaces
de aplicar material, moral y políticamente.

Un buen punto para comenzar el examen del sistema enemigo es el centro. Por definición,
todo sistema tiene algún tipo de núcleo orgánico. El núcleo de un átomo controla las
órbitas de los electrones del mismo modo que el sol controla el movimiento de los
planetas. En el mundo biológico, cada organismo tiene un elemento director que va desde
el complejo cerebro humano hasta el núcleo de una ameba.

Un ente estratégico un estado, una organización de negocios, una estructura terrorista


posee elementos tanto materiales como biológicos, pero el corazón de todo este sistema y
de cada subsistema es un ser humano que lo conduce y le da sentido. Aquellos que los
dirigen son líderes, sean del país en conjunto o de una parte. Son aquellos de los cuales
depende el funcionamiento de cada subsistema, y los que deciden que el ente estratégico
adopte o no adopte un conjunto distinto de objetivos. Ellos, los dirigentes, constituyen el
centro estratégico, y en una guerra estratégica deben ser el blanco figurativo, y a veces
literal, de cada una de nuestras acciones.

El modelo de los cinco anillos

Para conseguir que el concepto de un sistema enemigo sea útil y comprensible, tenemos
que elaborar un modelo simplificado. Todos usamos modelos diariamente y todos
comprendemos que no reflejan la realidad. No obstante, nos proporcionan un cuadro
comprensible de un fenómeno complejo de modo que podemos utilizarlo. Los mejores
modelos en el nivel estratégico son aquellos que nos dan la imagen más simple de una
amplia situación. Como necesitamos más información, ampliamos porciones de nuestro
modelo de modo de poder observar más detalladamente los detalles. Sin embargo, es
importante que al construir nuestro modelo y usarlo siempre, comencemos por lo mayor y
continuemos hacia lo menor. El modelo que constituye una buena aproximación al mundo
real es el de los cinco anillos. Aparentemente describe a la mayoría de los sistemas con
una precisión aceptable y es fácilmente expandible para obtener mayores detalles en la
medida que se requieran. Pensar sobre algo tan grande como un estado es dificultoso, de
modo que iniciemos nuestro examen de los cinco anillos recurriendo a algo más familiar
para nosotros nuestros propios cuerpos (tabla 1).
Tabla 1:Sistemas
Cuerpo
Liderazgo
Cerebro
-Ojos
-Nervios
Elementos-Orgánicos-Esenciales
Alimentos-y-oxígeno
Infraestructura
Vasos-sanguíneos,
huesos,músculos
Población
Células
Mecanismos de combate
Leucocitos -

En el mismo centro el núcleo estratégico personal está el cerebro. El cuerpo puede existir
sin un cerebro actuante, pero en tales circunstancias el cuerpo ya no es un ser humano, o
un ente estratégico. (Una entidad estratégica es algo que puede funcionar por sí misma, y
es libre y capaz de tomar decisiones sobre donde se dirigirá y qué hará.) El cerebro
proporciona la conducción y dirección al cuerpo como un todo y a cada una de sus partes.
El, y solamente él es absolutamente esencial en el sentido de que no puede ser sustituido,
y sin él al cuerpo, aunque técnicamente vivo, no puede seguir operando a un nivel
estratégico. Junto con el cerebro estén los directores que le permiten reunir y diseminar
información interna y externamente. Los ojos y otros órganos entran dentro de esta
categoría.

Todos los sistemas parecen requerir ciertos elementos orgánicos esenciales normal mente
algún tipo de ingreso energético y las propiedades para convertirlo en otra forma. Para los
seres humanos, los elementos esenciales son alimentos y oxígeno. A continuación y en
orden de prioridad están aquellos órganos que denominamos vitales, como el corazón, los
pulmones, y el hígado aquellos que trasforman o trasportan los nutrientes y el aire en
donde el cuerpo pueda usarlos. Sin esos órganos esenciales,2 el cerebro no puede
desarrollar su función estratégica, y sin el cerebro, esos órganos carecen del control que
precisan para proveer un apoyo integrado.

Nótese aquí que una máquina puede sustituir a todos los órganos vitales; por el contrario,
no hay mecanismo que pueda hacerse cargo de las funciones estratégicas del cerebro.

Podríamos preguntarnos porqué los órganos vitales no son más importantes o similares
que el cerebro. La razón es que sin la función integradora y directriz del cerebro, estos
órganos nada significan. En sentido opuesto, teóricamente el cerebro puede ser
conservado vivo y en comunicación con el mundo externo a través de alguna forma de
sistema de apoyo a la vida. Bajo estas circunstancias, todavía sería una persona y aún
sería capaz de influenciar al mundo exterior. Un corazón sin cerebro, por otro lado, es una
bomba muy cara y compleja, sin sentido o aptitud, para actuar o alterar algo.

A continuación pueden considerarse los huesos, los vasos sanguíneos, y los músculos.
Esta infraestructura es importante, pero aquí la tenemos en abundancia y el cuerpo es
capaz de ocuparse de ella.

Siguiendo el examen del cuerpo, podemos observar decenas de millones de células que
llevan alimentos y oxígeno por todo el cuerpo. También son importantes, aunque
podemos perder una moderada porción de ellas y aún sobrevivir.
De este modo, hemos identificado un sistema completo, un cuerpo que puede hacer
cualquier cosa para lo cual haya sido preparado. En un mundo perfecto, no necesitaría
nada más. Desafortunadamente, el mundo no lo es; más bien, está repleto de
desagradables parásitos y virus que atacan al cuerpo en cuanto pueden. El cuerpo se auto
defiende con células especiales protectoras, tales como las blancas de la sangre. Ellas
constituyen el quinto y última parte de nuestro modelo universal de sistema.

En la medida que reflexionamos sobre cuerpos humanos, lo hacemos en términos de


sistemas; aunque podemos adjudicar varios niveles de importancia a las partes del
cuerpo, ellas realmente constituyen un sistema. Si cualquier elemento del sistema deja de
funcionar, tendrá un efecto de más o menos importancia sobre el resto del cuerpo. Es
interesante notar que, cada parte del cuerpo es a su vez un sistema. Por ejemplo, el
corazón cuenta con un mecanismo de control interno, aprovecha la energía que le llega,
posee una red interna de vasos, tiene millones de células para hacer el trabajo debido, y
cuenta con sus propias células protectoras especializadas. De ese modo tenemos un ente
estratégico o sistema el cuerpo el que a su vez está compuesto por muchos subsistemas,
cada uno de los cuales tiende a reproducir la entidad total en función del modo como
están organizados.

En el otro extremo del espectro está el sistema solar. El sol es parecido al cerebro. Está
ubicado en el centro y su gravedad mantiene a los planetas en órbitas ordenadas. Su
esencia orgánica es el proceso de fusión que entrega calor a todo el sistema solar y
conserva al sol con dimensiones y masa apropiadas. Envía su calor y gravedad por medio
de la infraestructura espacial y las órbitas planetarias. Los planetas mismos son similares
a las células del cuerpo o a la gente de un estado. La única cosa que no tiene el sistema
es el quinto componente que lo protegería de ataques externos. Los sistemas inorgánicos,
a diferencia de los orgánicos, carecen de aptitud para auto-defenderse.

Si algún grupo quisiera destruir el sistema solar, podría hacerlo atacando y destruyendo
cada planeta o simplemente podría destruir el sol (o colocar un escudo antigravedad en
torno a él si quisiera conservarlo con otros propósitos). Con el sol ausente o bloqueada su
gravedad, todos los planetas se desplazarían hacia el espacio exterior y el sistema solar
pasaría a la historia. Es interesante notar que el efecto de la destrucción del sol sobre la
tierra no se manifestaría hasta dentro de nueve minutos y podría continuar alguna suerte
de vida sobre la superficie durante algún tiempo después. (Debemos siempre asumir una
demora entre los eventos estratégicos y los subsiguientes efectos tácticos.) La tierra sería
irrelevante si el sol, su centro estratégico su cerebro desapareciese.

Entre el cuerpo y el sistema solar existen artefactos humanos grandes y complejos como
una gran red eléctrica. Tal red eléctrica consiste en un control central, cuenta con
elementos orgánicos esenciales para recibir energía y convertirla en electricidad, dispone
de una estructura de líneas de transmisión, está dotada con personal que la mantiene en
funcionamiento, y tiene personal de mantenimiento para repararla cuando sufre
desperfectos.

Habiendo observado diferentes sistemas con los que tenemos una cierta familiaridad,
advertimos una similitud que se revela en todos ellos. El modelo que se despliega ante
nosotros y que parece describir una cantidad razonable de diferentes sistemas, tiene
cuatro componentes básicos: un liderazgo o dirección centralizada, elementos orgánicos
esenciales, infraestructura, y población. Suplementariamente, todo sistema orgánico
parece contar con un quinto componente que lo protege de los ataques exteriores o la
degradación general. En otras palabras, tenemos un modelo simple que sirve de mapa
para ayudarnos a interpretar procesos muy complejos.

Si tuviéramos que partir de abajo hacia arriba para comprender algo, así como un sistema
eléctrico, tendríamos que ser expertos en electricidad, computadoras, mecanismos,
materiales y muchas otras cosas. A menos que eso fuera nuestro trabajo permanente
probablemente nunca llegaríamos a saber como funcionan las cosas. Y los sistemas
eléctricos son únicamente uno entre un número infinito de sistemas de interés para el
pensador estratégico y el planificador de guerra. Puesto que posiblemente no podamos
conocer alguno de esos sistemas en forma detallada, podemos presentarlos de un modo
que nos permitan lograr suficiente aptitud como para trabajar con ellos en el mundo real y
debemos encargarnos de ellos porque constituyen nuestra esencia y la de nuestros
enemigos.

Una vez construido el modelo, podemos buscar semejanzas adicionales que se apliquen a
los sistemas en general. Una de gran importancia es la aparente aplicabilidad de la
segunda ley de la termodinámica. Esta ley natural nos informa que el movimiento
inexorable de las cosas pasa de un estado de orden a otro de desorden. Nuestros hogares
ofrecen buenos ejemplos de la vigencia de esta segunda ley.3 Todos sabemos que poner
la casa en orden demanda una gran energía y aún más para controlar el proceso de
desorden. Sabemos que nuestros hogares están en un estado constante de deterioro,
desde la tendencia de las ropas y los libros a emigrar de armarios y repisas, y desordenar
la casa, hasta la herrumbre de las cañerías y el escamado de la pintura. Cuanto más
complejo sea un sistema, el mantenimiento tenderá a ser más precario y muy
probablemente la inyección de energía en los sitios equivocados acelerará el movimiento
natural hacia el desorden y hasta el caos.

Puede ser útil para algunos pensar que esos subsistemas orbitan como los electrones; si
los electrones se desplazan sobre distintas órbitas o desaparecen completamente, el
átomo cambia su naturaleza.

Veamos ahora como nuestros modelos son aplicables a entidades estratégicas, como un
estado o un cartel de la droga, y cómo podemos aprovecharlos para desarrollar planes de
campaña. Sin embargo, antes de continuar es imperativo comprender que la guerra
estratégica puede no tener nada que ver con las fuerzas militares enemigas.

La guerra estratégica procura forzar al estado enemigo u organización para que haga lo
que usted desea. En última instancia, aun puede llegar a ser una guerra para destruir al
estado u organización. Sin embargo, nuestro objetivo es la totalidad del sistema, no sus
fuerzas militares. Si operamos apropiada mente sobre el sistema, sus fuerzas militares
quedarán como un apéndice inútil, sin el apoyo de la conducción, los elementos orgánicos
vitales, la infraestructura, o la población. Esto no quiere decir que no tengamos que
pensar cómo derrotar directamente a las fuerzas militares adversarias. Verdaderamente
habrá ocasiones en que esa derrota sea el único camino hacia los centros estratégicos que
protegen; en otras ocasiones, podemos no tener lo suficiente como para atacar a esos
centros. Sin embargo, en estos casos también debemos comprender que las fuerzas
militares enemigas son un sistema que está bien descrito por el modelo de los cinco
anillos. La clave del éxito es recordar que los especialistas estratégicos y operacionales
parten de los entes mayores, o sea el sistema enemigo, y luego se abren camino hacia los
detalles pequeños a medida que sea requerido.

Los cinco anillos en la guerra estratégica

El concepto del centro de gravedad es sencillo como tal, pero dificultoso de operar por la
probabilidad de que en alguna oportunidad exista más de un centro, y que éste tenga un
determinado efecto sobre los otros. También es importante notar que en algunos casos los
centros de gravedad solamente están relacionados indirectamente con la aptitud enemiga
para desarrollar operaciones militares reales. Por ejemplo, un centro de gravedad
estratégico para la mayoría de los estados que han sobrepasado la etapa agraria es un
sistema de generación de energía eléctrica. Sin energía eléctrica, la producción de bienes
para usos civiles y militares, la distribución de alimentos y otros elementos vitales, las
comunicaciones civiles y militares, y la vida en general se torna de lo difícil a lo imposible.
A menos que los intereses comprometidos en la guerra sean mucho más grandes, la
mayoría de los estados harán las concesiones deseadas cuando su sistema de generación
de energía sea suficientemente presionado o realmente destruido. Si ellos no reclaman la
paz, la pérdida del potencial eléctrico tendrá un efecto devastador sobre sus bases
estratégicas, lo cual a su vez hará que la prosecución y el apoyo a la guerra sea
extraordinariamente difícil especialmente si el sistema energético se corta rápidamente en
días, antes que en meses o años. Obsérvese que la destrucción del sistema puede tener
un escaso efecto a corto plazo en el frente si este existiere.

Cada estado y cada organización militar tendrán un conjunto exclusivo de centros de


gravedad o vulnerabilidades. Sin embargo, nuestro modelo de los cinco anillos nos
proporciona un buen punto de partida. Nos informa cuáles son los interrogantes detallados
a formular, y sugiere una prioridad para las preguntas y las operaciones desde las más
vitales en el centro hasta las menos esenciales en el exterior. Esos centros de gravedad,
que también son anillos de vulnerabilidad, son absolutamente críticos para el
funcionamiento de un estado.

El más crítico es el anillo del comando porque se refiere a la estructura de comando


enemigo, sea que haya un civil a la cabeza del gobierno o un comandante militar
dirigiendo a una flota, porque es el único elemento adversario que puede hacer
concesiones, adoptar las más complejas decisiones para mantener a un estado con una
orientación particular, o que puede dirigir a un país en la guerra. En realidad, las guerras
se han combatido a lo largo de la historia para cambiar la estructura (o la mentalidad de)
de comando para derrocar al príncipe, literal o figurativamente o, en otras palabras, para
inducir a la estructura de conducción a hacer concesiones o impedir su ejercicio.

La captura o muerte del jefe de un estado a menudo ha sido decisiva. En los tiempos
modernos, sin embargo, se ha hecho muy difícil pero no imposible capturar o matar al
elemento de comando. Al mismo tiempo, las comunicaciones de comando se han hecho
más importantes que nunca y por lo tanto son vulnerables al ataque. Cuando estas
comunicaciones sufren un daño elevado, como aconteció en Iraq, la conducción tiene
grandes dificultades para administrar los esfuerzos de guerra; en el caso de un régimen
impopular, la falta de comunicaciones no solamente dificulta el mantenimiento de la moral
nacional en un nivel adecuadamente alto, sino que además facilita la rebelión de los
disidentes.

Cuando el centro de conducción no puede ser amenazado directamente, la tarea consistirá


en aplicar suficiente presión indirecta hasta que ese elemento director racionalmente
concluya que es preferible hacer concesiones, perciba que otras acciones son imposibles,
o que materialmente sea desprovisto de la aptitud para continuar en un rumbo
determinado, o para seguir combatiendo. El elemento de comando normalmente llegará a
esa conclusión como consecuencia del grado de destrucción logrado sobre los anillos que
lo rodean. Ante la falta de una respuesta racional de parte del elemento director enemigo,
es posible dejarlo impotente imponer la parálisis estratégica destruyendo uno o más de
los anillos estratégicos externos o centros de gravedad.

El siguiente anillo más crítico contiene los elementos orgánicos esenciales. Tales
elementos son aquellos procesos y facilidades sin los cuales el estado o la organización no
se pueden mantener. No necesariamente están directamente relacionados con el
combate; en muchos casos, la industria vinculada con la guerra puede no ser muy
importante respecto a la industria bélica. Por ejemplo, consideremos el efecto que tendría
sobre un cartel de droga la detención de la producción. Así como nada sucedería
instantáneamente en la tierra si desapareciera el sol, el cartel no se esfumaría
inmediatamente. No obstante, queda totalmente claro que el sistema tendría que cambiar
dramáticamente o perecer.

A nivel de estado, el aumento del tamaño de las ciudades en todo el mundo y la necesidad
de los derivados de la electricidad y el petróleo para mantener su funciona miento, han
puesto en la mayoría de los países a esos dos productos en la categoría de los vitales. Si
los elementos orgánicos esenciales ya sean generados internamente o importados son
destruidos, la vida se hace difícil y el estado queda incapacitado para emplear armamento
moderno y debe hacer grandes concesiones, como puede ser renunciar a la realización de
operaciones ofensivas fuera de sus propias fronteras. Según sea el tamaño del estado y la
importancia que le adjudica a sus objetivos, aun los daños menores a las industrias vitales
pueden inducir al elemento de conducción a hacer concesiones. Las concesiones pueden
realizarse porque el daño a los elementos orgánicos esenciales:

a. conduce al colapso del sistema.

b. hace materialmente dificultoso o imposible mantener una determinada política o


combatir.

c. tiene repercusiones políticas o económicas internas que hace muy costoso sostenerlas.

El número de objetivos relativos a elementos orgánicos vitales, aun en un gran estado, es


razonablemente pequeño, y cada uno de los blancos dentro de los subsistemas, como la
producción de energía y la refinación de petróleo, son frágiles.4

El tercer anillo más crítico es el de la infraestructura. Contiene el sistema de trasporte del


estado adversario el sistema que moviliza las mercaderías civiles y militares y los servicios
en torno de toda el área de operaciones del estado. Incluye líneas ferroviarias, aerolíneas,
carreteras, puentes, aeropuertos, puertos, y una cantidad de otros sistemas análogos.
Involucra a la mayoría de la industria del país porque no entra en la categoría de los
elementos orgánicos esenciales. Tanto para fines militares como civiles, es necesario
mover mercaderías, servicios, e información de un punto a otro. Si ese desplazamiento se
hace imposible, el sistema estatal rápidamente disminuye su dinamismo y por lo tanto su
aptitud para resistir las imposiciones de su enemigo. En comparación con los sistemas de
elementos orgánicos vitales, hay una mayor disponibilidad infraestructural y más
duplicaciones; por consiguiente se requerirá un esfuerzo superior para hacer daño
suficiente como para lograr un determinado efecto.

El cuarto anillo más crítico es la población. Dejando de lado las objeciones morales, es
difícil atacar directamente a la población. Hay demasiados blancos y, en muchos casos,
especialmente en un estado policial, la población puede absorber un grave sufrimiento
antes de que se vuelva contra su propio gobierno. El ataque indirecto sobre la población,
como Vietnam del Norte lo hizo contra EEUU, puede ser especialmente efectivo si el país
objetivo tiene un interés relativamente bajo en el resultado de la guerra. Como lo
demostraron los norvietnamitas, es absolutamente posible generar condiciones que
conduzcan a la población civil de un oponente a pedir al gobierno que modifique las
políticas estatales. Los norvietnamitas cumplieron este propósito elevando el nivel de
bajas militares americanas más allá de lo que el pueblo estadounidense podía tolerar. Casi
con seguridad se pueden emprender acciones que induzcan a cualquier población civil
enemiga a ofrecer algún grado de resistencia a las políticas gubernamentales propias. Es
complicado determinar qué acciones pueden ser por cuanto los humanos son muy
impredecibles. Como parte de un esfuerzo total para alterar el sistema enemigo, puede
que valga la pena efectuar una aproximación indirecta a la población; no obstante, no
habría que contar con eso.

Los primeros teóricos aeronáuticos como Giulio Douhet pensaron que la guerra podía ser
ganada infligiendo una cantidad tal de bajas a la población civil que se quebraría la moral
con la consiguiente capitulación. Por supuesto, históricamente estaba bien fundamentado;
normalmente, las ciudades sitiadas se habían rendido cuando el dolor y el sufrimiento
había sido demasiado grande para que lo admitiera la población civil. Sin embargo,
muchos han argumentado que el bombardeo de Gran Bretaña y Alemania en la II Guerra
Mundial en realidad había endurecido la moral civil. En tanto que no hay indicios que
apoyen este improbable reclamo, hay evidencias muy claras de que ni la moral civil de los
británicos ni de los alemanes decayó hasta un punto donde sus respectivos gobiernos
estuvieran forzados a rendirse.

Que la moral no se haya derrumbado en Gran Bretaña y Alemania, no es prueba de que


una acción distinta no condujese a diferentes resultados en diferentes lugares y
oportunidades. Por ejemplo, los terroríficos ataques de Iraq contra Irán ciertamente
afectaron la moral civil y casi con seguridad indujeron al gobierno iraní a negociar un
armisticio con Iraq. Nuevamente, permítannos reiterar que los ataques directos contra
civiles son moralmente reprochables y militarmente difíciles. Pero eso no impide que
alguien lo intente contra nosotros o alguno de nuestros amigos. Es algo que ha existido
desde tiempo inmemorial y no es probable que desaparezca en el futuro cercano.

El último anillo contiene a las fuerzas militares desplegadas por el estado. Aunque
tendemos a pensar que las fuerzas militares constituyen lo esencial en una guerra, en
realidad son medios para lograr un fin. Esto es, su función exclusiva es defender a sus
propios anillos interiores o amenazar los de un adversario. Naturalmente, un estado puede
ser inducido a hacer concesiones reduciendo a sus fuerzas de campaña y si todas sus
fuerzas desplegadas son destruidas, puede tener que hacer la concesión final,
simplemente porque el elemento comando sabe que los anillos internos se han hecho
indefendibles y pasibles de ser destruidos.

Considerar que las fuerzas de campaña son medios para un fin y no son necesariamente
importantes en sí mismas, no es un punto de vista tradicional en gran medida porque la
mayoría de los escritos y pensamientos clásicos sobre la forma de hacer la guerra fueron
desarrollados por militares continentales que no tenían otra opción que confrontar a los
ejércitos enemigos. Pero ahora la moderna tecnología hace viables nuevas y políticamente
poderosas opciones, que en realidad ubican a las fuerzas de campaña en la categoría de
medios y no de fines.

En la mayoría de los casos, todos los anillos existen en el orden presentado, pero puede
no que sea posible alcanzar con medios militares a más de uno o dos de los externos.
Hacia fines de 1943, por ejemplo, en la II Guerra Mundial los alemanes fueron incapaces
de realizar ataques serios sobre otras cosas que no fueran los anillos cuarto y quinto
(población y fuerzas de campaña) de sus principales enemigos; carecían de una aptitud de
ataque de largo alcance. Los japoneses podían atacar solamente el quinto anillo (fuerzas
desplegadas) de sus enemigos principales. Por el contrario, los EEUU y los aliados podían
atacar a cada anillo de vulnerabilidad alemán o japonés. Los iraquíes durante la Guerra
del Golfo de 1991 tenían un problema aún más dificultoso: no podían alcanzar ninguno de
los principales anillos estratégicos de sus adversarios a menos que EEUU decidiera colocar
a sus fuerzas de campaña en una posición riesgosa. Para los estados que no pueden
emplear su armamento militar contra los centros estratégicos del enemigo, el único
recurso es el ataque indirecto mediante formas sicológicas y no convencionales de hacer
la guerra.

Es imperativo recordar que todas las acciones deben apuntar contra la mente del
comando enemigo o contra su sistema como una entidad. Por lo tanto, no se realiza
un ataque prioritario contra la industria o la infraestructura por el efecto que puede tener
o no sobre las fuerzas desplegadas. Más bien, es emprendido por su efecto directo sobre
el sistema enemigo, incluyendo las consecuencias sobre los dirigentes nacionales y los
comandantes que deben evaluar el costo de reconstrucción, el efecto sobre la posición
económica del estado en el período de la posguerra, la consecuencia política interna sobre
la propia supervivencia, y si vale la pena continuar la guerra en relación con la ganancia
potencial a obtener. La esencia de la guerra es presionar sobre el más interno de los
anillos estratégicos del oponente: su estructura de comando. Las fuerzas militares son
medios para lograr un fin. Tanto en la defensa como en la ofensa, es inútil batallar
contra las fuerzas militares enemigas cuando pueden ser sobrepasadas por la
estrategia o la tecnología.

Necesitamos agregar algo más acerca de los cinco anillos. Están en el orden presentado
por varias razones: la más importante está en el medio (en la II Guerra Mundial, Alemania
continuó resistiendo, si bien ineficazmente, hasta que murió Hitler); hay un incremento en
la cantidad de gente o apoyos que se desplazan desde el centro hacia el cuarto anillo (uno
o dos dirigentes, unas pocas docenas de elementos orgánicos vitales, muchas ayudas de
infraestructura, y un gran número de personas); y la disminución teórica de
vulnerabilidades desde el interior hacia el exterior ampliamente debido al número
involucrado. En volumen, el quinto anillo es actualmente más pequeño que el cuarto de la
población, pero teóricamente es menos vulnerable al ataque directo simplemente porque
está preparado para comportarse así. Un puñado de bombas alrededor de Qadhafi lo llevó
a hacer concesiones; si la misma cantidad hubiera caído sobre sus tanques, no habrían
tenido consecuencias.

Aunque previamente discutimos la idea que la guerra estratégica es diferente a nuestro


popular punto de vista sobre este conflicto, es un concepto complicado de interpretar por
lo que motivaría un análisis complementario. Podemos volver al mítico, aunque
lógicamente plausible antiguo mundo, donde todos los hombres vivían en paz. Vivieron en
paz hasta que un grupo decidió que deseaba algo que poseía una comunidad vecina y
resolvió apropiarse de ese elemento. Por supuesto, esa cosa por definición se encuentra
dentro de los cuatro anillos más internos; tal vez eran alimentos, una parte de la
infraestructura, o probablemente era la gente misma.

Aquella primera guerra ciertamente fue exitosa por cuanto no había un quinto anillo que
defendiera a los otros cuatro internos (a pesar de la falta de un choque entre fuerzas
armadas, proporcionalmente fue más guerra que las que le siguieron.) Sin embargo, la
comunidad atacada remedió rápidamente la situación y creó una fuerza, el quinto anillo,
para defender a los cuatro interiores. Nuestro enfoque es simple: la guerra estratégica
apareció primero, y fue solamente después de la extensa difusión del quinto anillo relativo
a las fuerzas militares cuando comenzamos a pensar en una guerra como el choque de
esas fuerzas. Por supuesto, la lógica dice que el propósito de la guerra, siempre que sea
algo más que un espectáculo secundario, es hacer alguna cosa a los anillos internos del
enemigo, o evitar que éste haga algo contra los nuestros. Si este es el caso, entonces
nuestro planeamiento debería estar claramente basado en afectar o defender los anillos
internos en la más temprana y menos costosa oportunidad. Solamente deberíamos
aceptar una batalla clásica si no tuviéramos otra elección.

Antes de continuar, debemos preguntarnos si existen estados u organizaciones que no


tengan los cinco anillos o centros de gravedad. Nuestra respuesta básica es no,
sencillamente porque nuestros cinco anillos son únicamente un modelo del mundo real
sobre sistemas construidos en torno de formas de vida de cualquier tipo. Por otra parte, la
relativa importancia de los cuatro anillos externos (el de la conducción es necesariamente
siempre el de mayor importancia) ha cambiado con el tiempo. Complementariamente, la
vulnerabilidad de los anillos varía nítidamente de un sistema social y un período histórico
a otro.

Por ejemplo, cuando Guillermo el Conquistador desarrolló su plan de campaña para la


conquista de Inglaterra, no habría identificado elementos orgánicos vitales,
infraestructura, o la población como centros de gravedad contra los cuales podía esperar
operar con resultados decisivos. Su blanco tuvo que ser el anillo central el mismo rey
Haroldo. No tenía ni el tiempo ni los recursos para ocuparse de la población,
infraestructura, y elementos orgánicos esenciales. Consecuentemente, apuntó
directamente a Haroldo, quien estaba protegido por el quinto anillo de su ejército (en
aquel tiempo histórico, el conductor y el ejército eran frecuentemente uno y el mismo.)
Cuando Haroldo cayó debido a una flecha de trayectoria elevada, Guillermo pudo cumplir
su objetivo estratégico. Hoy el problema es más difícil porque raramente se puede operar
directa y exitosamente contra un solo líder de la organización. Por ello, será normalmente
necesario atacar a varios de los anillos internos.

La utilidad del modelo de los cinco anillos puede quedar algo disminuida en circunstancias
cuando un pueblo entero se levanta para desarrollar una batalla defensiva contra un
invasor. Si el pueblo está suficientemente motivado, puede ser capaz de combatir durante
un extenso período empleando recursos que están a su alcance. Esto sucede
ocasionalmente cuando el invasor es tan terrible que el pueblo no avizora esperanza
alguna si se rinde. Cuando el pueblo combate hasta el final, lo hacen como individuos y,
en esencia, cada persona se convierte en un ente estratégico. En tanto que esto es posible
para la defensa, no lo es para la ofensiva. Es un caso especial, y definitivamente no debe
ser confundido con las ideas maoístas del combate de guerrillas en el cual la organización
guerrillera está bien descrita por los cinco anillos.

Hasta este punto hemos analizado los centros de gravedad estratégicos, porque son
partes principales del sistema enemigo. Idealmente, un comandante atacará los centros
de gravedad lo más próximo posible al anillo de conducción. Sin embargo, puede verse
forzado a operar contra las fuerzas militares adversarias desplegadas, ya que no puede
llegar a los centros estratégicos sin neutralizar primero las defensas enemigas, porque
ellas están amenazando sus propios centros de gravedad estratégicos u operacionales, o
porque sus superiores políticos no le permiten atacar esos centros estratégicos. En estos
casos, debe encarar a las fuerzas militares del oponente como un sistema y avanzar con
el mismo análisis que hizo cuando se ocupó del enemigo como un todo. ¿Qué se debe
hacer cuando por cualquier razón es preciso enfrentar a las fuerzas militares enemigas?

Los centros de gravedad existen no solamente en el nivel estratégico, sino en el


operacional y en verdad son muy similares. En el nivel operacional, el objetivo es todavía
inducir al comandante del nivel operacional adversario a realizar concesiones tales como
una retirada, una rendición, o renunciar a la ofensiva. Como la estructura de conducción
estatal, el comandante operacional tiene anillos de vulnerabilidad o centros de gravedad
que lo rodean. En realidad, cada elemento mayor de su comando tendrá también similares
centros de gravedad.

En el nivel operacional, el primer anillo o centro de gravedad es el comandante mismo. Es


el objetivo de las operaciones, sea directa o indirectamente, porque es quien decidirá si se
concede alguna cosa al enemigo. Su sistema central de comando, control y
comunicaciones está dentro de su anillo central; sin aptitud para coleccionar información y
emitir órdenes a sus subordinados, el comandante y su comando está en peligro. Sin
embargo, en el nivel estratégico, la probabilidad de capturar físicamente o paralizar el
anillo de comando es relativamente pequeña; así, puede ser necesario tener que recurrir a
los anillos operacionales o centros de gravedad que rodean al comandante del nivel
operacional.

El siguiente anillo operacional es el de los elementos orgánicos esenciales (que en el nivel


operacional puede ser catalogado como la logística) porque contiene lo esencial para el
combate las municiones, el combustible y las provisiones sin los cuales una guerra
moderna no puede ser continuada. Una revisión elemental de la historia revela
rápidamente la horrenda estrechez que los comandantes operacionales han encontrado
cuando su anillo logístico es atacado por el enemigo. En verdad, la guerra en los siglos
XVII y XVIII era ampliamente planeada en torno al aislamiento del comandante de su
anillo logístico. La experiencia de ambos bandos en la Guerra del Golfo, del mismo modo
que el estudio de la distribución operacional del petróleo, aceites y lubricantes (Petroleum,
Oil and Lubricants POL) en el ejército soviético, demuestra que el problema de proveer un
apoyo logístico clave para una ofensiva en gran escala se ha hecho increíblemente más
dificultoso que nunca en los anales de la guerra. Sin embargo, la dificultad y complejidad
hace que el ataque a este centro de gravedad sea más sencillo y más decisivo que en la II
Guerra Mundial, cuando aún mucho equipo era movido por vehículos de tracción a
sangre5 y cuando los requerimientos totales por cada hombre en el terreno era una
fracción de lo necesario hoy día.

Para movilizar el material que existe en el anillo de los elementos orgánicos vitales es
necesario contar con una infraestructura y fuerzas militares desplegadas y esa
infraestructura es el tercer anillo operacional. Consiste en caminos, aerovías, rutas
marítimas, vías ferroviarias, líneas de comunicaciones, oleoductos, y miríadas de otras
facilidades para apoyar a las fuerzas de campaña.

Ninguno de los tres anillos interiores funcionarían sin personal, y ese personal de apoyo
integra el cuarto anillo operacional. Como la población en el cuarto anillo estratégico, este
personal ofrece blancos muy difíciles y muy raramente serán aptos para el ataque directo.

El quinto y último anillo del comandante operacional es el de las fuerzas de campaña


aviones, buques y tropas. El quinto anillo es el más duro de reducir, simplemente porque
ha sido diseñado para ser así. Por regla general, una campaña que enfoca el quinto anillo
(sea por elección o por que no hay otra alternativa) es probable que sea la más larga y
sangrienta para ambas partes. No obstante, a veces es apropiado concentrarse contra el
quinto anillo, y a veces es necesario reducirlo en alguna medida, de modo de alcanzar los
anillos operacionales o estratégicos internos.

Ataque paralelo

El requerimiento más importante del ataque estratégico es comprender el sistema


adversario. Una vez interpretado, el siguiente problema es cómo reducirlo a un nivel
deseado o como paralizarlo si así se requiere. El ataque paralelo será preferentemente el
modo de hacerlo, a menos que exista alguna razón convincente para prolongar la guerra.

Los Estados tienen un pequeño número de objetivos estratégicos vitales alrededor de


unos pocos cientos con un promedio de tal vez diez puntos a apuntar por cada blanco
vital. Estos objetivos tienden a ser pequeños, muy caros, tienen pocos reemplazos, y son
complicados de reparar. Si se ataca en paralelo a un significativo porcentaje, el daño se
hace insuperable. En contraste con este tipo de acción, el ataque en serie solamente
puede cubrir uno o dos objetivos diarios (o aún más separados). El enemigo puede aliviar
los efectos de un ataque en serie dispersando los blancos a lo largo del tiempo,
incrementando las defensas de aquellos que probablemente sean atacados, concentrando
sus recursos para reparar el daño de los objetivos sencillos, y emprendiendo contra
ofensivas. El ataque paralelo lo priva de la capacidad para responder con eficacia, y
cuanto más grande sea el porcentaje de los objetivos batidos en un solo ataque,
menos posible será la respuesta. En el pasado, el ataque paralelo no fue viable en una
escala apreciable porque el comandante tenía que concentrar sus fuerzas a fin ser más
fuerte contra una sola parte vulnerable de las fuerzas enemigas. Si lo lograba, podía
volver a concentrarse y atacar otro punto de las defensas adversarias. El proceso de
concentración y reconcentración era habitualmente lento y el enemigo lo trataba de evitar
a toda costa. Este proceso, fue mejor interpretado cuando fue designado ataque en serie,
permitía maniobrar y contra maniobrar, atacar y contraatacar, y desplazarse y descansar.
También dio lugar al fenómeno conocido en las campañas como el punto culminante el
punto en el que la campaña está en un cuasi equilibrio y donde el esfuerzo correcto de
cada parte puede tener un significativo efecto. Todas nuestras reflexiones sobre la guerra
están basadas en los efectos en serie, en altas y bajas. Pero la capacidad de ejecutar una
forma de guerra en paralelo hace que este concepto sea obsoleto.

La tecnología ha hecho posible el ataque casi simultáneo sobre cada nivel de


vulnerabilidad estratégica y operacional enemigo. Este procedimiento paralelo de guerra,
contrariamente a la antigua forma en serie, hace muy real lo que Clausewitz denominaba
el estilo ideal de guerra, o sea el lanzamiento de incursiones en cualquier parte al mismo
tiempo. Para Clausewitz, lo ideal era una sombra platónica sobre la parte trasera de la
pared de la gruta, que nunca sería conocida por los mortales. La sombra se ha
materializado y nada volverá a ser igual otra vez.

Conclusión

La guerra estratégica proporciona la solución más positiva de los conflictos. Sin embargo,
para ejecutarla correctamente debemos invertir nuestro método normal de pensar;
debemos hacerlo partiendo de lo mayor a lo menor, desde arriba hacia abajo. Debemos
pensar en término de sistemas; nosotros y nuestros adversarios son sistemas y
subsistemas con dependencias mutuas. Nuestro objetivo casi siempre involucrará el hacer
alguna cosa para reducir la efectividad del sistema total; si se prefiere, hacerlo más afín
con la idea de que queremos formar parte de él. Al mismo tiempo, tenemos que
desarrollar acciones para asegurarnos que el enemigo no ejecute daños inaceptables a
nuestro sistema o a alguno de sus subsistemas.

No tenemos que iniciar nuestra reflexión sobre la guerra con sus instrumentos con los
aviones, tanques, buques y quienes los tripulan. Estas herramientas son importantes y
tienen su lugar, pero no pueden ser nuestro punto de salida, ni podemos permitirnos el
verlos como la esencia del conflicto. El combate no es lo vital de la guerra, ni aun
una parte deseable de ella. La esencia real es hacer lo necesario para que el
enemigo acepte a nuestros objetivos como los propios.

Notas

1. Los entes estratégicos constituyen realmente nuestra materia, donde una nación-
Estado es un tipo de entidad estratégica. Una entidad estratégica es una organización que
puede operar autónomamente; esto es, se auto-conduce y se auto- mantiene. Un estado
es un ente estratégico como la mafia o una organización comercial como General Motors.
Por el contrario, ni un ejército ni una fuerza aérea son entidades estratégicas, porque no
se auto-mantienen ni se auto-dirigen. Es una importante distinción en sí misma. Sin
embargo, lo de mayor importancia aquí es que nuestro análisis sobre centros estratégicos
y formas estratégicas de hacer la guerra es aplicable a una organización guerrillera de
igual modo que a un moderno estado industrial.

2. Aquellos que están familiarizados con el modelo de los cinco anillos, usado para
desarrollar el plan de la campaña aérea inicial en la Guerra del Golfo, descubrirán que allí
hay un cambio de nombre de producción clave a elementos orgánicos esenciales. Siempre
ha quedado claro de que hubo ciertas facilidades o procedimientos tan importantes para
un estado que requirieron una etiqueta o clase específica. Así, identificamos la producción
de electricidad y petróleo como producción clave porque entendemos que sacándolos de
un estado que los poseen, éste se trasformaría en algo muy diferente y mucho menos
poderoso. Sin embargo, mucha gente tiene problemas para distinguir entre producción
clave, normal, e infraestructura. Creo que el cambio de nombre a elementos orgánicos
esenciales (significando que son parte del sistema y vitales para su supervivencia en el
estado actual) ayudaría a clarificar este asunto. Adicionalmente, en la medida que las
similitudes entre muchos diferentes tipos de sistemas se clarifica, los elementos orgánicos
vitales parecen tener una aplicación más universal.

3. Mi agradecimiento a Stephen Hawking y su libro A Brief History of Time: From the Big
Bang to Black Holes (New York: Bantam Books, 1988).

4. Superficialmente, los ataques aliados a la industria alemana en la II Guerra Mundial


parecieran contradecir la idea de que la industria vital es frágil. No obstante, en ese
conflicto la precisión de los bombardeos no era buena; más de la mitad de todas las
bombas caídas erraron sus blancos por muchos millares de metros. Cuando la precisión se
perfecciona hasta que más de la mitad de todas las bombas caigan a un radio de pocos
pies de sus blancos, como sucedió con la mayoría de las que fueron destinadas a los
objetivos petroleros y eléctricos en Iraq, se hace claro que lo que demandó millares de
salidas y muchas toneladas de bombas, ahora puede ser resuelto con esfuerzos de menor
magnitud.

5. Bastante más de una tercera parte del trasporte alemán utilizado en la ofensiva contra
los soviéticos en 1941 era de tracción animal. De igual modo, los abastecimientos
requeridos para mantener en la ofensiva a todo el Tercer Ejército de Patton en 1944,
apenas sería suficiente para apoyar a un cuerpo actual. La proliferación de los vehículos a
motor, equipos de comunicaciones, y doctrina que demanda altos ritmos de fuego, tal vez
ha creado más problemas de los que ha resuelto para un ejército ofensivo.

Biografía

El Coronel John A. Warden III (USAFA; MA, Texas Tech University) es el comandante de la
Escuela de Comando y Estado Mayor de la Fuerza Aérea de los EE.UU. Base Aérea
Maxwell, Alabama. Sus asignaciones anteriores incluyen la de ayudante del Vicepresidente
de los EE.UU. y subdirector para acciones de guerra en el Cuartel General de la USAF. El
Coronel Warden es el autor de Air Campaign: Planning for Combat y es un graduado en la
Escuela de Guerra Nacional.

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