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El contrato es un acuerdo de voluntades; implica que dos sujetos de derecho dieron su consentimiento. Es el acto
jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o
extinguir relaciones jurídicas patrimoniales (art. 957).
El objeto del contrato es la creación, regulación, modificación, transferencia o extinción de derechos y obligaciones
de carácter patrimonial entre las partes.
Que las relaciones jurídicas deban ser de carácter patrimonial implica que deben ser susceptibles de valoración
económica, pero el interés de las partes, la razón de celebrar el contrato, no va a ser necesariamente patrimonial.
El principio general es que hay libertad de contratación, pero existen límites a esa libertad (arts. 958 – 961):
El marco legal (objeto lícito)
El orden público, la moral y las buenas costumbres.
La buena fe
El abuso del derecho
Los efectos de los contratos son relativos; en principio solo obligan a las partes y no afectan a terceros (arts. 959,
1021 a 1024)
Buena fe:
Buena fe creencia: expectativa del tercero de que vamos a actuar como corresponde
Buena fe probidad: lo que tenemos que hacer frente al contrato (cumplir nuestras obligaciones como
corresponden)
Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe. Obligan no sólo a lo que está
formalmente expresado, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse comprendidas en ellos,
con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor (art. 961).
Prima la autonomía de la voluntad de las partes: las normas legales relativas a los contratos son supletorias, a menos
que sean de carácter imperativo y sean de orden público (art. 962)
El CCyC (art. 963) establece la prelación normativa para ver cuál norma es la aplicable a cada caso concreto.
El juez puede integrar los contratos solo cuando hay una cláusula abusiva –nula- o si se afecta al orden público (arts.
960 y 964).