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Pluralismo político y la insolencia del poder

Mauro González-Luna Mendoza

Las ideas de John Rawls, genial maestro de filosofía política, con su celebrada
Teoría de la Justicia, y de Max Scheller, una de las mentes más lúcidas del Siglo XX
por su aproximación filosófica a los valores, son especialmente orientadoras en
esta época de claudicaciones cotidianas en el ámbito político.

Prevalece hoy la “hybris” -la insolencia del poder- en la política actualmente


desligada de toda ética, de la prudencia del que sabe deliberar acertadamente
sobre el bien de la ciudad con el fin de que los ciudadanos aprendan a obrar
conforme a la virtud y sean felices, a la manera descrita por los griegos antiguos,
lapidaria y memorable: “la felicidad está en la libertad, y ésta en el ánimo
esforzado”.

Dirigir dice Scheller en Sociología del Saber, es poner delante ideas teñidas de
valor para poder en su momento conjurar el rudo empuje casi irresistible de los
factores materiales de la historia. Ese dirigir debiera ser la tarea del gobernante
prudente que por serlo, es justo a la vez, en el pensamiento sin par del Estagirita
Aristóteles, forjador de la lógica entre otras cosas.

La práctica política para una democracia constitucional debe partir de la


interpretación y puesta en juego de las ideas políticas y morales esenciales,
mínimas para una sana convivencia, plasmadas en una cultura compartida, y que
derivan de la experiencia empírica, de la práctica, del hábito de bien gobernar -
pues la política como la prudencia, versan sobre hechos particulares y su
conocimiento para un juicio certero, parte de la experiencia-, y no de las doctrinas
sostenidas por cada uno, por puras que sean.

De esa manera se asegura un pluralismo político auténtico. Los verdaderos


líderes están obligados a reconocer y a defender dicha esencial justicia
constitucional, como expresión de las ideas políticas y morales socializadas en una
cultura compartida en lo fundamental.

De esa forma, el pluralismo político tan deseado, no degenera en oportunismo por


parte de ambiciosos que no comparten la misma cultura política o que incluso la
contradicen, pero sí la insolencia, la saciedad de poder, envileciéndose la legítima
aspiración a servir en un cargo público para el bien común, y convirtiéndose tal
aspiración en vil ambición para saciar la sed de poder como fin y no como medio
para servir a un pueblo. El fin nunca justifica los medios; éstos deben ser lícitos, de
otra manera vician el fin mismo. Pero en el caso de oportunismo político, tanto el
fin - la sed insaciable de poder- como los medios -subordinación de la convicción al
cálculo convenenciero, están corrompidos.

Eso pasa hoy con harta frecuencia en el México atribulado por la violencia, la
injusticia social, la concentración inaudita de riqueza en unas cuantas manos,
dotadas en su mayoría de privilegios, influencia y no de méritos. Un México ansioso
de regeneración y no de carnavales políticos. Salen algunos del PAN, PRI, Verde o
de otras organizaciones de índole supuestamente sindical, unos yendo a un lado y
otros al de enfrente del espectro, según el cálculo claudicante y no la convicción
que enaltece.

En buena lid, la juventud mexicana que demostró generosidad y grandeza con


motivo del temblor pasado del 19 de septiembre, en contraste con la pasividad e
indiferencia de los políticos entretenidos en sus frivolidades y narcisismo, decidirá
la elección presidencial esta vez. Esa noble juventud quiere, demanda: congruencia
racional, seriedad, no viciados romances de conveniencia, de ocasión, que
empobrecen y denigran la contienda política.

Urge sacar del polvo a la política desfigurada de hoy que debiera ser la “suprema
culminación de la conducta humana, grávida de responsabilidades y deberes para
con todo un pueblo que anhela justicia y paz”. Ojalá que la juventud, su
generosidad y sus convicciones prevalezcan para remontar la decadencia moral y
política del México de hoy. Enero 24 de 2018.

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