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HERRAMIENTAS PARA EL ABORDAJE DE LA CONVIVENCIA EN EL

ESPACIO ESCOLAR

Silvina Gvirtz
Marina Larrondo

PARTE I: Violencia y escuela, educación y poder.

Introducción: La violencia y los nuevos y viejos modelos de autoridad en el


espacio escolar.

Para comenzar, sería importante precisar una conceptualización sobre aquello que
llamamos “violencia escolar”. Antes que este término, preferimos hablar de “violencia
en la escuela”, es decir, nuestro problema es tratar de comprender un fenómeno que
puede darse en cualquier ámbito, pero nuestro foco de análisis y nuestras propuestas
están en la institución escolar. Cuando hablamos de violencia, nos referimos a un modo
de relacionarse con los otros que implica imposición y unilateralidad, y supone a la vez
que el consenso y el consentimiento están ausentes. Puede estar presente el uso de la
fuerza física. Así, todo acto agresivo que vulnera o denigra la integridad física, moral o
psicológica de cualquier individuo puede ser entendido como violencia, y puede abarcar
un amplio espectro de situaciones, desde una broma discriminatoria hasta un cuchillazo
en un baño escolar (Lavena, 2002:18). Ahora bien, es adecuado considerar al problema
de la violencia como un fenómeno multidimensional, es decir, en la escuela se
manifiestan distintos tipos de violencias: “hablar de violencia en la escuela como un
problema puntual resulta reduccionista ya que dicha violencia implica múltiples
violencias que se superponen potenciando su efecto sobre los niños. Sería más
adecuado hablar de un interjuego de violencias –la social, la institucional y la
intrafamiliar- que ofrece una multiplicidad de situaciones en las que los niños
participan directa o indirectamente y que provocan consecuencias en ellos” (Bringiotti,
Krynveniuk, Lassi, 2005 :25).
A veces suponemos que la violencia en la escuela es un fenómeno propio de la
actualidad, pero esto no es así. Por el contrario, la violencia y la escuela tienen una
relación de muy larga data, si bien a lo largo del tiempo fue cambiando el tipo de
violencia y su modo de ejercicio. Por ejemplo, a fines del siglo XIX y principios del
siglo XX -o mediados de siglo- el ejercicio de la violencia estaba prácticamente
monopolizada por la autoridad formal, ya que era una prerrogativa exclusiva de los
docentes y/o directivos. En este sentido, deberíamos recordar la vieja palmeta con la que
se les pegaba a los chicos, los famosos granos de maíz en los que se los hacía poner de
rodillas y las propias “lecciones escolares” en donde muchas veces la violencia era
psicológica, ejercida a través de la palabra. El ejercicio de estos tipos de violencia, se
basaba en relaciones de mando y obediencia, jerárquicamente instituidas y legitimadas
socialmente.
Para observar algunos rasgos de lo que anteriormente mencionamos, y de la
formación moral que se impartía en estos contextos escolares, podemos referirnos a la
Historia de la Educación en nuestro país: tomaremos un libro escolar, “Prosigue”, de
Alejandro Pizzurno. Allí, podemos encontrar una lección moral llamada “Mentir es
cobardía”, la cual intenta transmitir la idea de que “la mentira es algo malo” y que
“siempre hay que decir la verdad”. Aquí podemos apreciar una forma de ejercer
violencia, en este caso psíquica o moral, que era normal, cotidiana, y que efectivamente
se utilizaba en aquella época. La lección enuncia lo siguiente:

Leopoldo, a quien llaman Polito, no ha cumplido aún cuatro años. Es un buen


niño, pero el otro día cometió una falta muy grave. Estaba jugando solo con una copa
y en un descuido ésta se le cayó, y se hizo pedazos. Llegó poco después el padre, vio la
copa rota, llamó a su hijo y le preguntó: “¿Cómo se ha roto esta copa?” “ -Yo no sé
papá, contestó el niño”. “-Cómo, ¿no fuiste tú quien la rompió?” “-No papá”, le
explicó Polito confundido y mirando al suelo. El padre entonces se puso muy serio
como pocas veces lo había visto su hijo, y exclamó: “Veo que eres un niño que no
sirve ni servirá nunca para nada, por temor de un castigo has faltado a la verdad.
Eres un cobarde, no eres mi hijo”. Polito, a pesar de su poca edad -menos de cuatro
años- comprendió y sintió al ver la cara de su padre y al oírle, que debía ser muy
despreciable cosa mentir. Entonces, colorado de vergüenza, pero con voz resuelta
dijo: “Sí papá, yo la he roto”. El padre desarrugó el entrecejo y expresó contento:
“-Bueno, ahora has actuado como un hombre, ahora sí creo que eres hijo mío, y estoy
seguro que nunca más mentirás, ¿me lo prometes?” “-Sí papá”. El padre lo abrazó
satisfecho.
Esta lección –por demás representativa de su tiempo- nos muestra el tipo de conductas y
relaciones que se establecían entre los adultos y los niños, en las cuales podemos ver
una violencia de tipo unidireccional. Claro que las conductas y modos de relación a los
que clasificamos como violentos, son históricamente construidos. En este sentido, esta
lección moral, no era considerada violenta en ese momento histórico, y sin embargo hoy
no dudaríamos en clasificarla como un acto de, por lo menos, maltrato psíquico.
Pensemos el revuelo que provocaría hoy en día la utilización de esta lección en una
clase escolar.
Actualmente la violencia cambió de forma en cuanto a los diversos modos de
manifestarse y los actores involucrados en actos de violencia en la escuela. Pero
también cambió el modo en que construimos a la violencia como problema en el ámbito
escolar. Así, mientras que determinados actos de violencia son ejercidos por docentes y
directivos, sobre todo, violencia verbal –que tiende a permanecer, en cierto sentido,
oculta- aparecen incivilidades (robos o roturas de objetos personales) y/o bulying
(maltrato verbal que vehiculiza burlas o insultos) por parte de los estudiantes. Los actos
de violencia física, penalizados para los adultos (maestros, profesores, directivos) suelen
ser protagonizados, en mayor medida, por estudiantes o sus padres.
Esto va acompañado por una mayor visibilidad de la violencia en la escuela, la cual es
construida en gran parte por los medios de comunicación, que colocan en la escena
pública a la escuela como un habitual escenario de peleas, golpes y hasta asesinato. Un
trabajo sobre este tema (Lavena, 2002) que analiza las características de la violencia
escolar a partir de las noticias publicadas en los medios gráficos entre los años 1997-
2001, nos muestra que la construcción que realizan los medios sobre este problema, no
está ausente de una carga valorativa y moral. En primer lugar, el registro que realizan
los periódicos sobre violencia escolar refiere a los delitos contra las personas y contra la
propiedad en los que la utilización de un arma blanca o de fuego provoca daño físico y
material (Lavena, 2002:63). En segundo lugar, la autora nota la ausencia de la referencia
a las acciones de las instituciones, apareciendo la escuela sólo como “un espejo de la
sociedad” (ibid). Por último, en las secciones analizadas de los dos diarios más
importantes de la Argentina, el problema de la violencia escolar aparecía con particular
relevancia en las secciones de opinión (Lavena, Op cit: 40), con un fuerte tinte moral.
Aparece una construcción mediática de la “violencia escolar” en la que se acentúa un
solo tipo de violencia y tiende a caricaturizar a los actores que la protagonizan. De este
modo, la violencia escolar (mayoritariamente bajo la forma de peleas con golpes, uso de
armas) aparece como un problema de las escuelas que atienden a la población de bajos
recursos. En síntesis, aparece como un problema de la población “pobre e incivilizada”
Con esto no queremos decir que los problemas de violencia no existan en las
escuelas, no obstante es necesario distinguir entre un problema que puede estar presente
en muchas instituciones educativas, de aquella idea que circula en parte en el sentido
común, acerca de que las escuelas son instituciones violentas, y en particular si se trata
de determinado sector social. El trabajo anteriormente citado nos muestra, por ejemplo,
que la cantidad de hechos que registran los periódicos desde 1997 hasta 2001, es de 108
casos en total para ese quinquenio, con 12 casos en 1997, un aumento considerable en
1999 (35 casos) y en 2001, con 19 casos (Lavena, Op. Cit: 43). Si tenemos en cuenta
que la cantidad de escuelas que existe en nuestro sistema educativo, una de las obvias
conclusiones que podemos sacar de la lectura de estos datos es que las escuelas no son,
en sí mismas, instituciones violentas. Creemos que la violencia, cuando se hace presente
en las escuelas, es obviamente un gran inconveniente para las instituciones y quienes día
a día concurren a ellas para estudiar y trabajar. A la vez, creemos la convivencia, es un
problema fundamental de todas las instituciones educativas. Por ello, es fundamental
reflexionar sobre este problema con una lectura adecuada, para desde allí diseñar
estrategias de intervención que mejoren, en primer lugar, la convivencia escolar (lo
cual redunda en evitar la violencia como modo de relación) y que permitan actuar en
caso que ocurran actos de violencia.

Los actores que ejercen la violencia en la actualidad

Si miramos el problema desde una perspectiva histórica, como mencionábamos, quizás


la novedad de la forma en que se manifiesta la violencia son los actores que la
protagonizan. Como mencionábamos en el apartado anterior, son determinados actos de
violencia los que más visibles aparecen ante la opinión pública, y los que son noticia en
los medios de comunicación. Sin embargo, los estudios empíricos dicen otra cosa. Los
ataques físicos o con armas, no parecen ser los más frecuentes y habituales. Según el
Observatorio de violencia escolar, dependiente del Ministerio de Educación de la
Nación, los actos de violencia en la escuela que son protagonizados por alumnos son
mayormente relativos a las “incivilidades”1. En primer lugar, aparece la rotura de los

1
Fuente: Télam
http://www.telam.com.ar/vernota.php?tipo=N&idPub=140001&id=283744&dis=1&sec=1
objetos personales: la mayor parte de los alumnos dice haber sido víctima de la rotura
de sus útiles o pertenencias de parte de sus compañeros.
En segundo lugar, se encuentran aquellos actos de violencias catalogados como
“bullying”: gritos, burlas e insultos y por último, el aislamiento o la exclusión, aquello
que muchos docentes conocen como “dejar de lado” a un estudiante. Estos
comportamientos violentos, que afectan directamente a los planos profundos de la
subjetividad, tienen en muchos casos un origen bien preciso: la discriminación, el
prejuicio y la poca tolerancia. Sea por ciertas características personales –aspectos físicos
o psíquicos- religiosos o étnicos lo cierto es que es muy posible que detrás de estos
actos de burla o aislamiento haya valores discriminatorios y poco tolerantes por parte de
los estudiantes.
Pero también puede haber violencia ejercida por los propios educadores. En este caso, la
violencia es verbal o psíquica, y muchas veces es ejercida sin que los actores sean
conscientes de ello. Más sutil y solapada en algunos casos o directamente en otros, el
uso de ciertas palabras, gestos y actitudes de discriminación o desprecio sobre los
alumnos (y/o compañeros de trabajo) instauran marcas que tienen efectos muy
negativos para la subjetividad. La discriminación, el abuso de autoridad y la
descalificación, son casos de violencia menos visibles, y que suelen pasan
desapercibidos como problema. Algunos trabajos (Neufeld y Thisted, 1999) muestran
como son discriminados, a partir de distintas actitudes, niños y jóvenes por su condición
étnica y social, perjudicando fuertemente sus posibilidades y (derecho) de aprender.
Otro de los problemas comunes se produce cuando los docentes no tienen herramientas
para sancionar al alumno que incumple las normas establecidas. Este tema será
retomado más adelante.

ACTIVIDAD:

A continuación, presentamos el testimonio de una alumna2 de una escuela de la


Ciudad de Buenos Aires. En el fragmento, esta adolescente habla de otra
escuela a la que concurrió y en la que perdió el año.

2
Este testimonio –y otros que se presentarán en secciones subsiguientes- están extraídos de un trabajo de
investigación en el marco del desarrollo de la Tesis de Maestría de Marina Larrondo “¿Nuevos
alumnos?: la construcción del sujeto alumno en nuevos dispositivos escolares de educación media. Un
estudio de casos en contextos de pobreza de la Ciudad de Buenos Aires” .(mimeo)
P: Contame porqué elegiste esta escuela…
R: Porque yo estaba... en realidad era porque dejé de estudiar y
P: ¿Antes ibas a otra secundaria?
R: Si. Cerca de mi casa también. Al Normal “X”. Y no me gustaba mucho
como era, también, el trato. Medios asquerosos.
P:¿A qué le llamás medios asquerosos?
R: Es que… No te daban importancia. Me imagino que por ser muchos. Acá a
penas somos diez o por ahí y como que los profesores te prestan más atención.
Pero en sí quise dejar porque me llevé muchas materias y porque me pedían el
documento, todo, porque yo no soy de acá (…) Y tuve que dejar de estudiar por
eso. A cada rato me pedían el documento, que esto, que lo otro... Y bueno, dejé
de estudiar y al año siguiente quise volver a retomar. (…) Los profesores no te
tomaban mucha atención. Es como que “fulanito tiene un uno” no les importa.
No se preocupan por vos, no te preguntan qué te pasa, viste. Acá es diferente.
Consigna: ¿Encontramos en este relato algún tipo de ejercicio de violencia?

Violencia social

No podemos hablar de violencia escolar, sin implicar en el problema la violencia


“externa”3 a la escuela, la violencia social. Y en este sentido, deberíamos distinguir dos
aspectos de este problema. El primer aspecto, nos lleva a entender a la violencia social
como violencia estructural, entendida como un conjunto condiciones objetivas de
existencia en las que vive parte de la población de nuestro país. Al respecto, Pierre
Bourdieu ( 2001) señala:

“No se puede jugar con la ley de la conservación de la violencia: toda la violencia se


paga, y, por ejemplo, la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en
la forma de despidos, pérdida de seguridad, etc, se ve equiparada, más tarde o más
temprano, en forma de suicidios, crimen y delincuencia, adicción a las drogas,
alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana”

3
La categoría “extena” no quiere decir aquí literalmente, considerar a la escuela como un “adentro”
cerrado, y a la violencia como un fenómeno ajeno que simplemente penetra en la institución. Con esta
expresión queremos remarcar el carácter objetivo (externo) de la estructura social, entendiendo a la
violencia como fenómeno estructural que determina las condiciones de la vida escolar.
Este tipo de violencia es un foco de atención a tener en cuenta a la hora de realizar
pronósticos y pensar soluciones para el problema de la violencia en las escuelas. Gran
parte de la población, que todos los días llega a las escuelas, viven en este contexto
estructural de privación y padecimiento que es en sí mismo, injusto y violento. Unido a
lo anterior, esta población es víctima de la violencia policial, del gatillo fácil y la
discriminación. La situación de violencia social en sí misma nos permite considerar a la
sociedad misma como productora de violencia, que luego puede repercutir en conductas
violentas en la escuela –entre otros ámbitos-. Desde esta óptica, la violencia no debe
entenderse como una cualidad intrínseca de las personas.
Otro aspecto del problema de la violencia social, refiere a las relaciones de
violencia a las que muchas veces los niños y jóvenes están sometidos en sus propios
hogares o contextos sociales inmediatos en los que viven, independientemente de su
estrato social de pertenencia. Las escuelas diariamente reciben a niños y jóvenes
víctimas de la violencia, que llegan en condiciones de sufrimiento físico, psíquico y
moral. Y es plausible que niños y jóvenes socializados en contextos de violencia,
utilicen ese modo de relación con los demás en la propia escuela. Esto no implica
estigmatizar a nuestros alumnos, sino, reconocer que estamos hablando de
determinantes sociales y familiares que producen efectos, y sobre todo que los niños y
jóvenes sufren. Este tema será retomado en secciones subsiguientes acerca de la
construcción de la ley en la escuela, el adentro y el afuera escolar.
Ahora bien, reconocer los efectos que la violencia social produce -como así
también comprender los factores que predisponen a modos de actuar- no significa que
deba aceptarse o naturalizarse al interior de las instituciones educativas. Por el contrario,
esto es un dato que hay que tomar con el fin de diseñar intervenciones informadas y
planificadas para modificar la convivencia escolar. Para que esto sea posible, es
fundamental generar una mirada crítica sobre los modos de relación que existen entre
los adultos, entre los adultos y los niños y jóvenes, y también entre los niños y jóvenes
entre sí en la institución. Cuando la violencia es un modo habitual de relacionarse en
una escuela, es evidente que allí hay una carencia de formas más económicas o
razonables de controlar o regular la conducta. Expresa un no poder, una imposibilidad
de utilizar la palabra como forma intrínsecamente humana de relacionarnos con los
demás. En síntesis, es un síntoma que refiere a la ausencia de alternativas o canales
institucionales para resolver los conflictos -sobre este punto vamos a volver más
adelante-.
Una escuela en donde la violencia se convierte en un modo de relación posible
(o habitual), es una contradicción, porque la escuela fue y es también una institución
que históricamente intentó e intenta reemplazar el uso de la violencia por la resolución
de conflictos a través de la palabra. Cuando los niños llegan al jardín de infantes, lo que
primero que les enseñan las maestras es a no utilizar la violencia y a resolver los
conflictos utilizando el diálogo. No es infrecuente, ver a las docentes decir “no se
peguen”, “hay que compartir”, “dividamos” “si tienen un problema vamos a hablarlo”.
En realidad, la escuela es una de las instituciones por excelencia en donde la
sociedad aprende a dejar de lado el ejercicio de la violencia para resolver sus conflictos,
y en esto la escuela tiene un rol principalísimo. Sin embargo esto no siempre sucede, y
muchas veces es la escuela misma la que reproduce o produce violencia, lo cual le
impide, directamente, educar. En la próxima sección analizaremos la relación entre dos
fenómenos que a veces se confunden: violencia y ejercicio del poder. Nuestra idea es
pensar el poder no desde una connotación negativa o represiva, sino a una mirada
productiva del ejercicio del poder.

2- Reflexiones sobre Educación, violencia y poder: diferenciando términos4

La violencia es la forma extrema o última del ejercicio del poder. Pero a la vez, hay que
señalar una diferencia importante entre la violencia y el poder. Podemos afirmar que no
hay educación sin ejercicio del poder, pero puede haber educación sin recurrir a la
violencia. Es más, la educación se nos presenta - ante todo - como un ejercicio no
violento del poder para influenciar a otras personas: de los mayores sobre los menores,
de los maestros sobre sus alumnos, de los que saben sobre los que no saben, de los que
tienen autoridad sobre los que no la tienen. Pero la violencia y la imposición directa
siempre acechan a la tarea educativa.
El recurso a la violencia existe cuando alguien no dispone de herramientas o
técnicas que permitan controlar o dirigir la conducta del otro de un modo persuasivo e
indirecto. Es lo que sucede en las relaciones de padres-hijos cuando se recurre al castigo
corporal: la violencia tiende a mostrar la carencia de formas más económicas y
“razonables” de controlar y regular la conducta de los hijos. La violencia es el último
recurso del poder, pero es también la expresión de un no-poder; y muchas veces es la

4
Esta sección está basada en el cap. 7 “Otras enseñanzas: disciplina, autoridad, convivencia” en Gvirtz, S
y Palamidessi, M. El abc de la tarea docente. Curriculum y enseñanza. Buenos Aires, Aique, 2005
salida cuando no hay salida. La cultura de la violencia es un síntoma; algo que muestra
o evidencia carencias, disfunciones, malestares. Reiteramos, las manifestaciones
violentas están mostrando la ausencia de alternativas o de canales institucionales para la
resolución de los conflictos. Muchas veces, la violencia estalla en la escuela porque un
individuo o un grupo no se siente interpretado, tenido en cuenta, porque se le niegan
vías de expresión o se le cierran caminos de desarrollo. En otras ocasiones, se debe a la
falta de adecuación de las normas, a la ineficiencia de los mecanismos de control, a la
imposición de criterios autoritarios vaciados de autoridad real o a la ausencia total de
estímulos o razones para que las personas actúen, se esfuercen o trabajen.

Enseñar es un modo de influir, de ejercer poder

La educación es un proceso para tornar previsibles a los seres humanos. La


educación, modelando las disposiciones del cuerpo y de la mente, conforma la
conducta. Pero este moldeamiento del individuo supone el ejercicio de relaciones de
poder, que se expresa en una influencia social sistemática y reconocida. Durante mucho
tiempo, la palabra poder tenía una connotación moral absolutamente negativa. En la
escuela era considerada casi una mala palabra, ya que estaba asociada a la capacidad de
ejercer la violencia física, la amenaza o la manipulación. Se reservaba el término para
las acciones propias de la policía, del ejército o del poder político. Sin embargo, el
poder no es aquí entendido como algo necesariamente malo o negativo, al cual acceden
unos pocos. El poder no se ejerce sólo en las esferas del estado; se despliega también en
el día a día de cualquier institución (escuela, familia, empresa, hospital). No hablamos
de “el” poder sino de poderes. El poder es la capacidad de influir, controlar, modelar o
regular las acciones de los otros en una determinada dirección o para lograr un
determinado fin. Desde esta perspectiva, la enseñanza es – necesariamente – constituida
por el ejercicio de un poder. La educación es una manera de dar forma a las
disposiciones y las características de las personas. Educar es incidir e influir en la
formación de pensamientos y conductas. Y se puede hacer privilegiando la fuerza o
privilegiando el diálogo, de modos democráticos o a través de prácticas
autoritarias. Es obvio entonces, que hay un ejercicio del poder de toda educación que
no favorece una mejor convivencia escolar: y es el ejercicio autoritario y arbitrario del
poder.
Pero hay otro aspecto que es importante destacar del vínculo educación y poder. El
poder de influir sobre las disposiciones de las personas que se realiza a través de la
enseñanza no se dirige o se aplica exclusivamente sobre los otros, sino que incluye la
promoción de formas de poder sobre uno mismo. Si la educación es, esencialmente,
una forma de gobernar e influir a los otros mediante recursos no-violentos es porque
supone que las personas no responden únicamente a estímulos externos, sino que van
conformando sus propias formas de organizarse y controlarse. La enseñanza, vista de
este modo, es la promoción de formas de autogobierno. En este sentido, también se
brinda la posibilidad de ejercer poder sobre uno mismo. La escuela debe enseñar formas
positivas de ejercicio del poder: porque el poder también es productivo.

Gobierno de los otros y gobierno de sí mismo

En síntesis, puede haber una forma de ejercicio del poder en la educación, que es
productivo, que no implica imposición, unilateralidad ni violencia. La escuela puede ser
un espacio de ejercicio positivo del poder, que redunde en formas democráticas para
regular las conductas y las formas de actuar de los miembros de la comunidad educativa
y que promueva formas autónomas de regular la conducta. Con este marco general de
ideas, en la segunda parte de la clase veremos algunos lineamientos teóricos y prácticos
para lograr mejorar estas prácticas.
ACTIVIDAD
PARA REFLEXIONAR:

Un trabajo reciente (Acosta, 2008) analiza dos escuelas secundarias de la Ciudad


de Buenos Aires que atienden a población en condiciones de vulnerabilidad
social y cuyos resultados en términos de aprendizaje y convivencia son buenos.
La autora encuentra que las escuelas analizadas (casos) funcionan como un
sistema de reglas formado por tres elementos: ley, moral y cultura. En los
hallazgos principales de su estudio aparece que estas escuelas logran mantener la
ley: el adentro de la escuela es un lugar diferente, aunque ese afuera intente
invadir la escuela (Acosta, op. cit: 44). Ambas escuelas se caracterizan además
por contar con una fuerte implicación y trabajo coordinado del equipo directivo,
por tener roles claros y el objetivo común de sostener el aprendizaje de los
estudiantes.

¿Qué significa que el “adentro” de la escuela logra diferenciarse del afuera en


términos de reglas y normas? Retomar las reflexiones realizadas en el primer apartado
sobre la “violencia social”.

Esta clase continúa en la clase 3b, que será publicada en dos semanas y al final de la
cual encontrarán las reseñas bibliográficas de ambas partes.

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