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Durante un viaje de Tzu-gung por las regiones al norte del río Han vio a un hombre, ya
mayor, trabajando en su huerto. Había cavado una acequia. El hombre bajaba hasta el fondo
del pozo y con sus propios brazos cogía un cubo de agua que luego vertía en la acequia una
vez arriba. Aunque tales esfuerzos eran enormes, los resultados parecían muy menguados.
Tzu-gung le dijo: "Hay un modo por el que puede regar un centenar de acequias en un día y
con poco esfuerzo". El hortelano se detuvo, le miró y preguntó: "¿Y qué tendría que hacer?
Tzu-gung le respondió: "Hacer una palanca de madera, pesada por detrás y ligera por
delante, de manera que pueda izar un cubo de agua tan rápidamente como lo vacía". El
disgusto apareció en la cara del hombre y dijo: "Oí a mi maestro decir que quien utiliza las
máquinas hace todo su trabajo como una máquina. El que hace su trabajo como una
máquina convierte su corazón en una máquina y el que tiene el corazón como una máquina
en el pecho, pierde su naturalidad. El que ha perdido su naturalidad es poco seguro que
luche por mantener su personalidad. No mantener la lucha por la personalidad es algo que
no está de acuerdo con mi sentido de la honestidad. Eso es lo que sé de las máquinas. Me
avergonzaría de usarlas".
Si este hombre visitase nuestro mundo actual, sin duda se espantaría. Las máquinas ahora
influyen virtualmente en todos los aspectos de nuestra existencia. Además de multiplicar
por miles nuestras habilidades productivas han conformado casi todas las actividades de
nuestra vida. El debate entre Tzu-gung y el hortelano continúa. Según el punto de vista de
muchos, la mecanización ha traído principalmente beneficios, pasando la humanidad de
competidora con la naturaleza, a adueñarse virtualmente de la misma. Para otros, la visión
del anciano sobre la alineación humana se repite de muchas formas cuando contemplan el
alto precio del progreso mecánico, como la transformación del trabajo artesanal en
factorías, el cambio entre la comunidad rural y la masificación urbana, la degradación
general del medio ambiente y el asalto del racionalismo sobre el espíritu humanista.
Indiferentemente de la postura que se tome, la sabiduría del anciano al considerar la
perturbadora influencia de las máquinas continúa más allá de la controversia. El empleo de
las máquinas ha transformado radicalmente la naturaleza de la productividad y ha subido el
listón de la imaginación, del pensamiento y del sentimiento humano a través del tiempo.
Los científicos han llegado a interpretaciones mecanicistas del mundo natural y los
filósofos y psicólogos han articulado teorías mecanicistas de la mente y el comportamiento
humano. Cada vez más aprendemos a emplear la máquina como una metáfora de nosotros
mismos y de nuestra sociedad, moldeando nuestro mundo de acuerdo con los principios
mecanicistas.
Normalmente a las organizaciones que han sido diseñadas y operan como máquinas se las
denomina actualmente burocracias. Pero muchas organizaciones se burocratizan en algún
grado por el modo mecanicista del pensamiento que conforma nuestro concepto básico de
lo relativo a una organización. Por ejemplo, cuando hablamos de una organización tenemos
generalmente en el pensamiento un conjunto de relaciones ordenadas entre las partes
diferentes. Aunque la imagen no es muy explícita, estamos hablando sobre un conjunto de
relaciones mecanicistas. Hablamos de las organizaciones corno si fueran máquinas y por
tanto tendemos a esperar que trabajen como máquinas de una forma rutinaria, eficiente,
exacta y predecible.
En especial, Federico de Prusia estuvo fascinado por los trabajos realizados en los juguetes
y muñecos automatizados, en particular, los de figuras humanas y se propuso transformar el
ejército en un instrumento fiable y eficiente. Introdujo muchas reformas que servían
realmente para reducir sus soldados a autómatas. Entre estas reformas estaba la
introducción de rangos y uniformes, la ampliación y normalización de ordenanzas,
aumentar la especialización de las tareas, el uso de equipo estándar, la creación de un
lenguaje de órdenes y una sistemática instrucción en los ejercicios militares. La pretensión
de Federico consistía en modelar un ejército como un eficiente dinamismo que funcionase
por medio de fracciones estandarizadas. Los procedimientos de instrucción permitieron que
estas fracciones se forjaran casi a partir de materia prima, permitiendo que las fracciones
fueran fácilmente remplazables cuando fueran necesario; una característica esencial en
tiempo de guerra. Esto aseguraba que su máquina militar operaba ordenadamente. Federico
de Prusia fomentó el principio de que a los hombres debía enseñarles a temer más a sus
jefes que al enemigo. Para así certificar que su máquina actuaba tan sabiamente como era
posible, desarrolló la separación entre las funciones de mando y las de asistencia. Con el
tiempo se introdujeron más refinamientos, tales como la descentralización de los controles
para crear más autonomía de las fracciones en las diferentes situaciones de combate.
Muchas de estas ideas y prácticas han tenido gran relevancia en la resolución de los
problemas creados por el desarrollo de los sistemas de producción en las fábricas y se
adoptaron poco a poco a lo largo del siglo xix, por empresarios esforzados en encontrar
formas organizativas conformes a la tecnología de las máquinas. La nueva tecnología vino
aquí acompañada y reforzada por la mecanización del pensamiento y de la acción humana.
Las organizaciones que usaban máquinas se fueron pareciendo más y más a las máquinas.
La visión, de Federico el Grande de un ejército de autómatas ha llegado a convertirse en
realidad en las fábricas y oficinas.
Durante el siglo xix se hicieron numerosos intentos para promover y codificar las idas que
pudieran conducir a una eficiente organización y gestión del trabajo. Por ejemplo, Adam
Smith ideó la división de las funciones, seguido en 1801 por Eli Whitney, en una
demostración pública de una producción en serie, mostrando el sistema para ensamblar los
fusiles a partir de piezas intercambiables; y en 1832 Charles Babbage, inventor de una de
las primitivas máquinas de calcular, publicó un tratado abogando por la aplicación
científica a la gestión y a la organización, recalcando la importancia de la planificación y la
división del trabajo. Sin embargo, no fue hasta principios del siglo xx cuando todas estas
ideas fueron desarrolladas y estructuradas, en una teoría general de la organización y de la
dirección.
Una de las mayores contribuciones fue la del sociólogo alemán Max Weber, que observó el
paralelismo evidente entre la mecanización de la industria y la proliferación de las formas
burocráticas de la organización. Hizo notar que la burocracia rutiniza los procesos de
administración exactamente como la mecanización rutiniza la producción. En su trabajo
encontramos la primera definición concreta de la burocracia, como una forma de
organización que realza la precisión, la velocidad, la claridad, la regularidad, la exactitud y
la eficiencia conseguida a través de la creación de la división prefijada de las tareas de la
supervisión jerárquica y de detalladas reglas y regulaciones. Como sociólogo, Max Weber
se interesó en las consecuencias sociales de la proliferación de las burocracias, y al igual
que el anciano de la historia de Chuang-Tzu, abordó los efectos que tendrían en la sociedad
humana; vio que la burocracia tenía el potencial suficiente para rutinizar y mecanizar casi
todos los aspectos de la vida humana erosionando el espíritu y la capacidad de la acción
espontánea. También reconoció que podría tener graves consecuencias políticas socavando
formas de organizaciones más democráticas. Sus escritos sobre la burocracia están plagadas
de un gran escepticismo, de los cuales hablaremos más en el Capítulo 9.
Cuando un ingeniero diseña una máquina, la tarea es definir unas redes de partes
interdependientes, ensambladas en una secuencia dada y con puntos definidos de rigidez y
resistencia. Los teóricos clásicos intentaron un diseño similar en su fórmula de la
organización. Lo vemos en el modo en que una organización está concebida como una
malla de partes: los departamentos funcionales (tales como producción, comercial,
finanzas, personal, investigación y desarrollo) que se hace a su vez más espesa con nuevas
mallas (de definición previa de trabajos). La responsabilidad de cada trabajo se engrana de
tal forma que cada uno se complementa con los otros, en el grado que sea posible y
enlazados a través de una cadena de mando, expresada en el dicho popular "cada hombre,
un sólo jefe".
Staff y línea: El personal de staff proporcionará valiosos servicios de consulta, pero debe
tener cuidado de no violar la línea de autoridad.
División del trabajo: El directivo debe tener como meta el conseguir un grado de
especialización determinado para lograr los objetivos de la organización de una forma
eficiente.
Centralización (de la autoridad): Siempre presente en algún grado, debiendo variar este
para optimizar el empleo de las facultades del personal.
Estos principios, muchos de los cuales fueron primeramente empleados por Federico el
Grande y otros expertos militares, para convertir los ejércitos en "máquinas militares",
proporcionaron los fundamentos de la teoría de la dirección en la primera mitad de este
siglo. Y todavía su empleo está muy extendido.
Estos principios son básicos, tanto en las burocracias centralizadas (ilustradas en la Figura
2.1) como la forma modificada de la organización fraccionada, dinde varias unidades
pueden trabajar de una manera semiautónoma bajo la supervisión y control de una
autoridad superior. Al igual que en la milicia, la descentralización no pudo resolver las
situaciones apuradas del combate. Los Teóricos de la Organización Clásica reconocieron la
necesidad de reconciliar los requerimientos contrapuestos de la centralización y la
descentralización para conseguir una flexibilidad apropiada en las diferentes partes de una
organización extensa.
De este modo, las ideas de la Teoría Clásica de la Dirección se refuerzan bajo la apariencia
de una invención moderna. Lo que ocurre frecuentemente, debido a que los que diseñan
estos sistemas de dirección han llegado a pensar mecánicamente sobre la organización y
son desconocedores de otras formas en las que estas técnicas pudieran ser utilizadas, por
ejemplo, la clase de organización que se representa en el Capítulo 4 o los sistemas de
organización culturales y políticos discutidos en los Capítulos 5 y 6.
ORGANIGRAMA B
ESTRUCTURA DETALLADA DEL
DEPARTAMENTO DE PRODUCCION
LA DIRECCION CIENTIFICA
Taylor abogaba por cinco principios muy simples, que pueden resumirse como siguen:
1. Delegar toda la responsabilidad de la organización del trabajo que ha de hacer el
trabajador al directivo. El directivo deberá pensar en todo lo relativo a la planificación y
análisis del trabajo, dejando las tareas de la realización al trabajador.
2. Utilizar métodos científicos para determinar el modo más eficiente de realizar el
trabajo; analizando las tareas del trabajador y, en consecuencia, especificando el modo
preciso como debe realizarse el trabajo.
3. Seleccionar la mejor persona para realizar 'trabajo analizado.
4. Instruir al trabajador para hacer el trabajo eficientemente.
5. Controlar el rendimiento del trabajador para asegurar que se han seguido los
procedimientos adecuados del trabajo y se han conseguido los resultados apetecidos.
Igual método de análisis del trabajo lo encontramos en las fábricas de producción en serie,
donde las ideas de Taylor constituyen la propia tecnología, convirtiendo a los trabajadores
en meros sirvientes de las máquinas, siendo éstas las que llevan el control y marcan el paso
del trabajo.
Los problemas humanos, como resultado de tales métodos, han sido evidentemente obvios
desde las primeras experiencias, especialmente los creados por la tecnología de la
producción en serie. Por ejemplo, cuando Henry Ford estableció su primera linea de
montaje para producir el modelo T solamente, por doblar los sueldos en su famoso "cinco
dólares al día" fue capaz de estabilizar la situación del trabajo y persuadir a los
trabajadores. En los períodos de alto empleo, cuando había trabajo para todos, los
trabajadores rehuían la línea de montaje, como presencié en los comienzos de la década de
1970.
Para mucha gente, el trabajar en una línea de montaje es simplemente alinean-te. Los ciclos
de los trabajos son muy cortos, con trabajadores sometidos a trabajar con siete u ocho
operaciones distintas de catorce o quince segundos, ocho horas al día, cincuenta semanas al
año. Cuando General Motors decidió elevar la eficiencia en una planta de Lord Town en los
finales de los sesenta, la velocidad establecida de la línea del montaje pasó de sesenta a cien
coches por hora. En el nuevo horario cada trabajador tenía treinta segundos para realizar al
menos ocho operaciones diferentes.
Las formas del taylorismo están impuestas en nosotros mismos al aprender y desarrollar
tipos especiales de pensamiento y acción y de formación de nuestros cuerpos conforme a un
ideal preconcebido. Bajo la influencia de la misma clase de mecanicismo que ayudó a
Taylor a hacerse tan poderoso, pensamos a menudo y nos tratamos a nosotros mismos
como si fuéramos máquinas. Realmente, la característica diferencial del taylorismo no es el
hecho de que Taylor intentará mecanizar la organización del trabajo y las personas, sino el
grado en que fue capaz de hacerlo. Taylor esperaba que los trabajadores fueran tan seguros,
predecibles y eficientes como los robots que ahora les remplazan. La historia juzga bien a
Taylor al decir que vivió antes de su tiempo. Sus principios de la dirección científica
llegarán a su máximo sentido de la organización cuando los robots sean la principal fuerza
productiva (en lugar de los hombres), y cuando las organizaciones puedan, verdaderamente,
ser máquinas.
Estas y otras ideas similares se engranan normalmente en nuestra forma de pensar sobre
una organización o del modo que valoramos y comprendemos la práctica organizacional.
Para mucha gente es casi una segunda naturaleza el organizar, estableciendo una estructura
de actividades claramente definidas enlazadas por líneas de órdenes, comunicaciones,
coordinación y control. De este modo, cuando un directivo diseña una organización él o
ella, frecuentemente, lo hace creando una estructura de tareas, en las cuales las personas
pueden después encajar. O bien, si el personal está disponible primeramente, la cuestión es
encontrar a cada uno un trabajo claro y definido; cuando llegan las vacaciones, en una
organización, oímos a los directivos decir que tienen "un hueco" para rellenar. Mucha de
nuestra educación y formación se dirige a hacernos "capaces para todo" y sentirnos
cómodos en la plaza obtenida para que la organización pueda proceder de un modo
eficiente y racional.
Muchas organizaciones que trabajan bajo concesiones o licencias emplean las fórmulas de
Taylor con gran resultado centralizando el diseño de los productos o servicios y
descentralizando la implantación con un alto grado de control.
El empleo de métodos científicos para determinar el trabajo a realizar, los manuales que
normalizan y codifican la tarea en un minucioso detalle, la selección del personal y los
planes de instrucción, y los sistemas de evaluación de trabajos normalmente componen la
receta del éxito. Hospitales, mantenimiento de aviones, oficinas financieras, firmas
transportistas y otras organizaciones donde la precisión, la seguridad y la claridad sean las
premisas, son lugares aptos para implantar las fórmulas mecanicistas con éxito, por lo
menos, en algunos aspectos de sus operaciones.
Sin embargo, a pesar de estos éxitos, la fórmula mecanicista tiene severas limitaciones,
entre otras:
a) Pueden crear formas organizacionales que tengan dificultades para adaptarse al cambio
de circunstancias.
b) Pueden dar lugar a una burocracia sin límites.
c) Pueden tener consecuencias no previstas y no deseables; por ejemplo, los intereses de
aquellos trabajadores en la organización pueden tomar preferencia sobre los objetivos de la
organización.
d) Puede traer efectos deshumanizadores sobre los empleados, especialmente en aquellos de
los niveles más bajos de la escala jerárquica.
Las organizaciones mecanicistas tienen gran dificultad de adaptación a los cambios de
circunstancias, ya que fueron diseñadas para conseguir determinados objetivos y no para las
innovaciones, cosa que no debe sorprender, pues las máquinas normalmente se diseñan con
un sólo propósito, dadas unas materiales de entrada, transformarlos en un producto de
salida específico y pueden realizar diferentes actividades solamente si han sido diseñados
para hacerlos.
Por ejemplo, cuando nuevos problemas surgen se ignoran porque no hay respuestas
preparadas. Los procedimientos normalizados y las comunicaciones son a menudo
incapaces de tratar efectivamente con las nuevas circunstancias necesitando numerosas
reuniones y comités ad hoc, los cuales tienen que ser planeados como rellenos más que para
romper el normal modo de operación, a menudo demasiado lento o demasiado tarde para
aportar resultados. Los problemas de inactividad y falta de coordinación son corrientes. En
tales circunstancias, la organización llega frecuentemente a posturas con trabajos
prioritarios porque la rutina normal ha sido trastornada. La información, a menudo, llega
distorsionada y el personal oculta los errores y la verdadera naturaleza de la magnitud del
problema por miedo a que les hagan responsables de ellos. Los que están al mando de la
organización, frecuentemente se encuentran ordenando cosas definidas impropiamente y de
las que no se tiene idea de cómo hacerlas. Normalmente, son forzados a delegarlos en
tareas especiales o equipos de comités expertos, que, puesto que son ajenos a los problemas
concretos, incrementan aún más los retrasos y las insuficiencias de la respuesta. La
dificultad en conseguir respuestas efectivas para cambiar las circunstancias se agrava más
todavía por el alto grado de especialización en las diferentes áreas funcionales dentro de la
organización (producción, comercial, ventas, financiera). Las comunicaciones y
condiciones entre departamentos por lo general son pobres y el personal tiene una vista
miope de lo que está pasando. Como resultado de las acciones emprendidas por un
elemento de la organización se acarrean consecuencias negativas para otros, por lo que
cuando un elemento acaba trabajando cambia los intereses de otro.
Mucha de la apatía, descuido y falta de amor propio que se encuentra en el mundo del
trabajo moderno no es casual, está potenciado por la formulación mecanicista de la
organización que domina la vida laboral. La racionalidad que fundamenta el diseño
mecanicista es la que puede describirse como racionalidad "funcional" o "instrumental"
derivada de la forma en que el personal y las tareas cumplen juntos un determinado
objetivo que contrasta con la racionalidad sustancial donde el sistema alienta al trabajador a
determinar si lo que está haciendo es apropiado y si ejecuta sus acciones adecuadamente. Si
entras en el carácter burocrático las acciones son "racionales" por su lugar dentro del todo,
en la racionalidad como tal requiere acciones que estén informadas por la inteligencia y la
conciencia de la situación completa; mientras la "racionalidad" burocrática es mecánica, la
racionalidad como tal es reflexiva y auto-organizada. Las organizaciones mecanicistas
desprecian la iniciativa, animando al trabajador a que obedezca las órdenes y se mantenga
en su lugar y no tenga interés en cambiar o cuestionar lo que está haciendo. La gente en una
burocracia que cuestiona la utilidad de las prácticas convencionales no son bien vistos, sino
como alborotadores. Por ende, reina la apatía cuando los trabajadores aprenden a sentirse
impotentes sobre problemas que colectivamente comprenden y podrían resolver.