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Se dice que las personas que se enfrentan a una muerte inminente suelen
arrepentirse más de las cosas buenas que no hicieron que de las cosas malas
que sí hicieron. Es un hecho que, al momento de mirar hacia atrás, no hay peor
sensación que la incertidumbre de sentir que, con algo más de determinación, las
decisiones que tomamos nos habrían llevado a una vida más feliz.
“No, ya no estoy en edad de hacerlo”, dirán muchos para excusarse ante la idea
de atreverse a tomar nuevos rumbos y adquirir nuevos conocimientos.
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Pero ¿qué hay de aquellos que, contra el transcurso “normal” de la vida, sí se
arriesgan a seguir sus sueños a una edad tardía? ¿Cuán determinantes son los
años en nuestra capacidad de aprender y desarrollarnos en una nueva
disciplina?
La neuroplasticidad
Hasta hace no mucho, se creía que el cerebro alcanzaba cierta rigidez al finalizar
su etapa de desarrollo, alrededor de los 25 años de edad. Algunas investigaciones,
sin embargo, han demostrado otra cosa, el cerebro tiene la capacidad de
modificarse a sí mismo creando nuevas conexiones neuronales para responder a
las exigencias del entorno, y esto se mantiene en mayor o menor medida durante
toda la vida. Es lo que se conoce como neuroplasticidad.
La psicoeducación (la educación que se les otorga a las personas que sufren de
algún trastorno psicológico) ha descubierto que la estimulación temprana es un
componente clave en la creación de nuevas conexiones neuronales y en el
desarrollo de habilidades. Esto influirá directamente en el desempeño del
individuo en la escuela y en su vida adulta.
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Pero tranquilos, estos procesos no son definitivos. Las habilidades que no se
adquirieron en determinado momento pueden, en mayor o menor medida, adquirirse
más adelante, y las habilidades que sí se adquirieron pueden perderse si no se les
da uso.
Según estudios recientes, el problema sería que los adultos se creen menos
capaces de lo que son realmente.
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código que pasaba por sus manos, aun sabiéndolos, para corroborar que no
estuvieran equivocándose.
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padres o abuelos.
En la segunda parte del estudio, se les comenzó a dar recompensas de dinero para
incentivarlos a trabajar tan rápido como pudieran. En esta etapa, al no poder
corroborar exhaustivamente cada código que pasaban, los adultos mayores se
vieron obligados a confiar en su memoria. Para su sorpresa, su desempeño fue
idéntico al de los adultos más jóvenes.
En otro estudio realizado en 2015, Touron pidió a los participantes que leyeran
una tabla de palabras pareadas y luego revisaran los pares que se repetían en
una lista. Se les dijo que podían revisar la tabla original si querían, pero que eran
bienvenidos a confiar en su memoria.
Los participantes del grupo más anciano (de 60 a 75 años) fueron más reacios a
confiar en su memoria, y siguieron revisando cada par de palabras en la tabla antes
de marcarla en la lista, a pesar de que pruebas posteriores mostraron que su
memorización de los pares había sido tan buena como la de los participantes
más jóvenes.
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Sin embargo, esta variable es solo una más entre muchas otras que influyen en
el resultado final, por lo que no debe ser el único factor a considerar. La cantidad de
horas que dediques a estudiar y la calidad de este estudio, por ejemplo, son
fundamentales.
Sin embargo, la adultez no solo trae dificultades. Los adultos tenemos más
capacidad de concentración, procesamos información abstracta con mayor facilidad
y somos más capaces de mantener la disciplina y la motivación al realizar ejercicios
tediosos o repasar contenidos aburridos.
Además, la capacidad de alcanzar una buena técnica es solo una parte del resultado
final. Es cierto, desarrollar una técnica prolija y un conocimiento teórico amplio son
dos elementos muy importantes al momento de cultivar cualquier disciplina. Pero
sobre ese sustrato, el contenido que el individuo pueda aportar es igualmente
importante. Quizás no puedas ser el guitarrista más rápido del mundo, pero
quién sabe, tal vez tus experiencias de vida te den material para escribir
mejores canciones.