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El presente ensayo tiene por objetivo discurrir sobre las implicaciones de la descentralización de la
educación en México, en términos demostrar que no se trata de una federalización auténtica y apelar al
concepto de educación democrática, para la cual es necesario comenzar con el antecedente histórico de la
Secretaría de Educación Pública.
José Vasconcelos impulsó la creación de la SEP en 1921, en un modelo de control de la educación que
emana del estado con un objetivo muy claro: el fomento de una identidad nacional, es decir, la construcción
de una mexicanidad idealizada en la que el modelo de hombre que se planteó para la sociedad de aquel
tiempo recibía una educación que se debía enteramente al estado, esto con sus respectivas deficiencias e
implicaciones en cuanto a la necesaria censura y control en los contenidos de enseñanza. Sin embargo, el
objetivo de crear con esto una identidad nacional se lograba, y quizá el indicador más apropiado para
comprender la evolución de la sociedad mexicana radica en la pregunta ¿Para qué se educa? Una pregunta
que tiene diferentes respuestas a lo largo de la historia.
Tomó 60 años llegar a la necesidad de la descentralización de la educación, el romper con el principio del
estado educador y abogar por la disminución o limitación de los poderes del Estado por medio de la
concesión de autonomías limitadas a unidades políticas de ámbito geográfico más reducido (municipios,
distritos, provincias, regiones) esto es precisamente el principio del federalismo. Empero, a pesar de que en
México se puede presumir de una incipiente democracia federalista en la que los estados se rigen por sus
propias leyes, podemos dar cuenta de que el principio de la disminución del poder del estado sobre el
fenómeno de la educación, no existe realmente.
Lo que plantea el presente ensayo a partir de lo anterior es que la utopía del federalismo puede representar
un riesgo para una sociedad ante los ojos del neoliberalismo, porque si plantemos de nuevo la pregunta
¿para qué educamos? Y la respuesta versa sobre la competitividad económica del país, no se puede dejar en
manos de la sociedad todo el trabajo, puesto que un país desde esta perspectiva, se administra como una
empresa.
En conclusión, no es posible afirmar que nos encontremos actualmente en un modelo educativo federalista,
aunque operativamente así lo parezca, y en el modelo neoliberal, la educación de calidad solamente puede
“garantizarse” cuando es medida por los estándares del estado en cuanto a la producción y competitividad
económica, por ello es difícil abandonar la idea del estado educador y quizá tome otros 60 años poder
cambiar este tan arraigado paradigma.